Está en la página 1de 8

PERSONALISMO

Documento elaborado por la Dra Martha Tarasco MD PhD y enriquecido con extracto de:
Guerra, R. (2013) “Bioética y racionalidad.” El personalismo al servicio de la ampliación del
horizonte de la razón en la fundamentación bioética” Cuadernos de Bioética XXIV2013/1ª
García J.J. (2013) ”Bioética Personalista y Bioética Principialista: Perspectivas” Cuadernos de
Bioética XXIV2013/1ª
Cortés J. y Martínez A. 1999 Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © Empresa Editorial
Herder S.A., Barcelona. ISBN 84-254-1991-3.
Juan Manuel Burgos, Introducción al personalismo, Palabra, Madrid, 2012.

Introducción

La bioética surge como una propuesta de la razón ante las graves violaciones a la
dignidad humana, que impone el poder autoritario.

La práctica de la medicina, nació como un saber humanista, con contenidos


antropológico-éticos, como se advierte en el juramento hipocrático y otros textos
similares.

El personalismo es un amplio movimiento filosófico, cultural y militante que busca


reivindicar la centralidad de la persona humana como sujeto digno, y llamado a una
vocación trascendente. Considerar al ser humano como persona, permite un
razonamiento sobre la libertad considerada racionalmente y sobre la dignidad humana.
Y si se prescinde del dato de personalidad ontológica, la razón no sólo censura un cierto
tipo de datos que no acepta reconocer sino que lentamente se desliza hacia un
escepticismo metodológico respecto de los fundamentos de lo real. Sin embargo no es
un individualismo subjetivista.

Este es el pensamiento postmetafísico que en la actualidad aparece con muchos rostros


y expresiones y que posee un significado complejo: por una parte muestra el cansancio
del ser humano que ya no desea reconocer la realidad como signo de algo más.

Promueve el bien íntegro de la persona humana, vértice de lo creado, eje y centro de la


vida social. No se puede prescindir de una antropología de referencia, y de un valor de
la vida física corpórea. “El pensamiento personalista, de un personalismo ontológi-
camente fundado encuentra en esta reflexión, un punto de confrontación cultural y
enriquecimiento” (1).
El personalismo se especifica de modo singular en la realidad concreta de la persona
humana. Por una parte, la persona humana es el objeto principal de la biomedicina; por
otra, es también persona el sujeto de la misma: investigador, médico, asistente de
enfermería... La persona, pues, habrá de constituir el centro y el criterio de las
consideraciones de la bioética.

La Persona Humana

El concepto de persona que puede ser ampliado en textos de antropología ha sido


definido desde la antigüedad: el concepto de persona surgió con el vocablo griego
´prosopon´ y su equivalente latino: persona. El prosopon (o persona) era la máscara que
usaban los actores antiguos en las representaciones teatrales clásicas. Una máscara
que hacía que, mientras no se veía el rostro del que actuaba, su voz resonara
fuertemente ("per-sono" = resonar por todas partes). Por ello, significaba también
"personaje", aquél que es representado a través de la máscara del actor.

Entre los teólogos latinos el vocablo perdió el significado antiguo de máscara y se


identificó con el significado del término griego ´ipostasis´, es decir substrato,
fundamento, aquello que realmente es, en oposición a su apariencia. De hecho, el
desarrollo ulterior del concepto recogió perfectamente esa conexión directa con la
realidad profunda, metafísica, de quien es llamado persona.

En la edad media Boecio acuñó su famosa definición: «persona est naturae rationabilis
individua substantia». Santo Tomás, en la misma línea, dirá: «omne individuum
rationalis naturae dicitur persona». Se trata, sí, de alguien que posee la cualidad de la
"racionalidad". Pero no es su ejercicio o manifestación lo que determina que sea
persona, sino la posesión de la naturaleza racional.

Se accede al significado de la persona a través de las manifestaciones de su


racionalidad. Pero eso no significa que sean las manifestaciones mismas la que
constituyen la personalidad. Ellas son, como señala Gonzalo Miranda la "máscara" a
través de la cual resuena la persona, el "personaje", el "substrato".

La persona existe aunque no se den todavía las manifestaciones de la personalidad. Un


individuo no es persona porque se manifiesta como tal, sino al contrario, se manifiesta
porque es persona. «Agere sequitur esse» (Lo primero es la esencia (ese) y a una
forma de ser determinada le corresponde una forma determinada de actuar (agere).
El criterio fundamental se encuentra en la naturaleza propia de ese ser. Si un ser
pertenece a la especie biológica del perro, tiene "naturaleza canina" aunque no
manifieste todavía, o temporalmente, las potencialidades de esa naturaleza. Si un ser
de la especie biológica del hombre, tiene "naturaleza humana". Y ese ser que tiene
naturaleza humana, naturaleza racional, se llama persona.

Por tanto, es persona en su ser, no sólo en su obrar, aunque se deduzca por éste. Se
debe respetar aunque cesara de manifestarse como tal (ej: coma).

Historia

Inicialmente este término fue creado por Schleiermacher para oponerse al panteísmo y
enfatizar la creencia en un Dios personal. Actualmente designa una amplia corriente de
pensamiento caracterizada, en general, por dar una primacía al valor, la libertad y la
autonomía de la persona por encima de cualquier otra realidad. Es decir, que concibe a
la persona como el principio ontológico desde el que debe ser explicada la realidad, y a
la que ésta debe referirse. En este último sentido dicho término fue utilizado por vez
primera por C. Renouvier en su obra El personalismo (1903), y a él se remite el origen
del personalismo. No puede darse una definición unívoca de esta corriente, puesto que
el punto de partida es muy amplio y difuso, y también lo son sus diversas orientaciones.
A pesar de esto, pueden distinguirse dos corrientes diferenciadas en el personalismo
moderno:

a) la del personalismo americano, defendida por autores como J. Royce, B.P.


Bowner, A.C. Knudson, M.W. Calkins y que tenía como órgano de expresión la
revista Personalism editada por R.T. Flewelling, y

b) la del personalismo europeo, principalmente francés, que se inspira en


corrientes espiritualistas y en el existencialismo de raíz kierkegaardiana, y
recoge la influencia de autores como Bergson, Blondel, Maritain, Marcel y
Berdiaev.

Mientras el personalismo americano estaba vinculado a corrientes idealistas y


neohegelianas, el personalismo europeo era ajeno a estas influencias y se vinculaba
directamente a la antropología cristiana. En este sentido E. Mounier sostenía que la
creciente desvinculación entre el pensamiento occidental y el cristianismo -influido por el
paganismo de la antigüedad y por la ciencia moderna-, ha sido el gran enemigo de la
noción de persona, y esta influencia se ha perpetuado a través del racionalismo, del
idealismo, del positivismo y del marxismo.
El personalismo francés, cuyo máximo exponente es el mencionado E. Mounier,
cofundador -junto con Jean Lacroix- de la revista Esprit, se vertebró alrededor de esta
publicación, que tuvo gran influencia antes de la Segunda Guerra Mundial y unos años
después (solamente dejó de publicarse durante la ocupación de Francia por los
alemanes). El movimiento personalista francés surgió como reacción a la crisis política y
económica de los años treinta, y se opuso tanto al capitalismo salvaje y carente de
valores, como al comunismo marxista y a los fascismos.

Sus fuentes “tradicionales” son, entre otras: Platón, San Agustín, San Anselmo, Santo
Tomás de Aquino, San Buenaventura, Pascal, Kierkegaard, Rosmini. Otras fuentes del
personalismo son: Max Scheler, Edith Stein, Dietrich von Hildebrand, Maurice
Nedoncelle, Karol Wojtyla, Jean Marie Domenach, Josef Seifert, Carlos Díaz, y Juan
Manuel Burgos. Concepción en la que se subraya casi exclusivamente como consti-
tutiva de la persona la capacidad de autodecisión y de elección. Podríamos también
señalar que la impostación sgrecciana de la bioética y la de otros bioeticistas, como por
ejemplo la de Dioniggi Tettamanzi, radica en que aquella es de raíz más filosófica, apta
para el diálogo con el mundo plural, y la última es netamente teológica, de plena
comprensión en ambientes cristianos. Aquella profesa el personalismo ontológico. Este
el personalismo cristiano.

El movimiento personalista, posee un importante momento especulativo, pero no tiene


como principal objetivo la mera discusión intelectual sino el compromiso activo, solidario
y permanente con las personas, en especial con las más débiles. Se aplica en
sociología, política, Derecho y en la reflexión ética de las ciencias de la vida y la salud.

La bioética personalista es una de las corrientes de fundamentación y práctica bioética


más importantes del mundo y ofrece una lucha cultural a favor de la dignidad de la vida
humana en escenarios cuyo modelo de racionalidad moderno-ilustrada y de las diversas
reacciones postmodernas. Según afirma Pessina, el personalismo, que se remonta al
tomismo, hace ver que la persona humana es calificada como persona corpórea, que
deviene, que posee cualidades intrínsecas – como la inteligencia y la voluntad – que se
manifiestan en el tiempo y en determinadas condiciones. La distinción entre condiciones
ontológicas – ser una persona humana – y condiciones de ejercicio – estar vivo, ser
adulto, sano o enfermo, dormido o despierto, etc., etc. – permite entender cómo los
bienes de la persona humana pueden variar en el tiempo y en las situaciones: lo que es
bueno para las condiciones embrionarias no necesariamente es bueno para las
condiciones de la vida adulta, y viceversa. La persona humana, como ente que deviene,
tiene por realizar diferentes bienes que le son propios: de la defensa y promoción de su
existencia a la defensa y tutela de su personalidad y de su espiritualidad inmanente.
La bioética personalista tiene principios, pero no es una bioética de los principios, sino,
más bien, una bioética que indica preceptos, es decir, contenidos determinados que
iluminan los bienes o valores en juego cuando se ejercita la libertad humana.

Los Principios de la bioética personalista son:

1. Principio de defensa de la vida física: destaca que la vida física, corpórea, es el valor
fundamental de la persona porque la persona no puede existir si no es en un cuerpo.
Tampoco la libertad puede darse sin la vida física: para ser libre es necesario ser
viviente. No se puede ser libre si no tenemos la vida. La vida llega anteriormente a la
libertad; por eso, cuando la libertad suprime la vida es una libertad que se suprime a sí
misma.

2. Principio de Totalidad: la persona humana —de suyo libre— con el organismo


corpóreo, constituye una totalidad y el organismo mismo es una totalidad. De aquí se
deriva el. Principio terapéutico, por el cual es lícito intervenir en una parte del cuerpo
cuando no hay otra forma para sanar la totalidad del cuerpo.

3. Principio de Libertad y Responsabilidad: en él se engloba el concepto de que la


persona es libre, pero es libre para conseguir el bien de sí mismo y el bien de las otras
personas y de todo el mundo, pues el mundo ha sido confiado a la responsabilidad
humana. No puede celebrarse la libertad sin celebrar la responsabilidad. Se debe
procurar una bioética de la responsabilidad frente a las otras personas, frente a sí
mismo y, ante todo, a la propia vida, a la vida de los otros hombres, de los otros seres
vivientes. La libertad implica el conocimiento del bien y la voluntad de llevarlo a cabo.

4. Principio de la Sociabilidad y Subsidiaridad: La persona está inserta en una sociedad,


es más, es el centro de la sociedad, por eso debe ser beneficiaria de toda la
organización social, porque la sociedad se beneficia de la persona, de todo hombre y de
todos los hombres. La relación social es también ayudada por el concepto de
subsidiaridad. Es decir, que todo el bien que puede hacer la persona por sí mismo debe
ser respetado, así como todo el bien que pueden hacer las personas asociadas —en
familia o en las libres asociaciones— debe ser respetado también. Pero este principio
no termina ahí. También implica que sean ayudados aquellos que no pueden ayudarse
por sí mismos, que no tienen posibilidad de buscar lo necesario por sí mismos, lo
necesario para su alimentación, para su salud, para su instrucción. La sociedad es una
verdadera sociedad cuando es solidaria. El “Principio de Subsidiaridad” puede definirse
también como Solidaridad.
La Subsidiaridad: es la exigencia de respetar la esfera correspondiente a cada momento
del desarrollo de la persona. Puede formularse con la sencilla regla: “El superior o la
estructura no deben intervenir cuando el bien lo puede hacer el inferior o la persona
individual”. Otra formulación es “El superior debe hacer sólo lo estrictamente necesario,
mientras que el inferior debe hacer precisamente todo lo posible”.

Subsidiaridad y Solidaridad son el mismo principio, con dos caras: la exigencia de


distinguirse y de exigir el respeto a valerse por sí, es la contraparte necesaria y
coordinada de identificarse con la comunidad y reforzar al disminuido. La Subsidiaridad
indica la complementación social y la compensación debida (el subsidio) cuando esa
complementación se requiere en condiciones no de simetría.

Las claves para la Subsidiaridad son el respeto a la dignidad de la persona (la persona
no puede ser tratada como medio, ni siquiera para “su propio bien”), la finalidad (por el
principio Antrópico: es bueno lo que es bueno para la persona; por lo tanto, todo aquello
que sirva para que las personas alcancen su finalidad propia legítima, no debe ser
obstaculizado, ni ellas deben ser sustituidas en el esfuerzo de alcanzarla) y la
autonomía (rectamente entendida, significa la inviolabilidad de la autodeterminación; no
se trata de tolerar sin medida el capricho individual, sino de no imponer un curso de
acción cuando hay varios posibles que sean válidos, debiendo quedar a la prudencia y
discreción de cada uno elegir cuál o explorar nuevos).

Los problemas bioéticos para aplicar correctamente Solidaridad y Subsidiaridad se


centran básicamente en los temas de Alianza Terapéutica y Distribución de bienes
escasos.

La Alianza Terapéutica es una de las formas básicas de concretar la interacción entre


personas. No es la pura co- eficiencia, sino una verdadera colaboración (juntos se
busca la finalidad y coordinados se actúan los medios). Se caracteriza porque hay
intervención sobre la vida (objeto material) en una forma válida de fideicomiso (objeto
formal). En las alianzas de fideicomiso, una persona (el comitente) es titular de unos
derechos que no puede ejercer en plenitud por falta de medios; la otra persona (el
comisionado) puede crear las condiciones del ejercicio pleno gracias a su acción. El
comitente le confía al comisionado (por eso la “fe” de Fidei-Comiso) parte de sus bienes,
y le otorga el derecho derivado de tomar decisiones en su nombre para poder ejercer
plenamente sus derechos. Así, el comisionado se vuelve un “responsable solidario”,
alguien que, sin ser el titular propio de los derechos, los tutela y actúa en forma de
defenderlos y desarrollarlos. El acto de curar es un fideicomiso: el verdadero titular de la
vida es el paciente, quien confía en el especialista para que se desarrolle un ejercicio
pleno (o menos limitado que el actual estado, es decir, los malos efectos de su
padecimiento). Implica compromisos exigibles: ambas partes deben honrar el acuerdo
por lo que el paciente asume con respecto del especialista la obligación de coordinarse
con él (llegar a los lugares en los tiempos, resolver su seguro, etc.) y de subordinarse a
él (obedecer a sus indicaciones de tratamiento). Pero la subordinación tiene siempre
límites éticos; es bueno obedecer hasta que la obediencia está justificada en términos
del bien a tutelar. Un ejemplo sería la negativa del paciente a someterse a tratamientos
experimentales o desproporcionados. Esa obediencia ocupa sólo elementos vinculados
a su padecimiento, en los que la falta de ciencia (= conocimientos) o de conciencia (=
ignorancia no culpable del paciente, imposibilidad de evaluar los riesgos) hace que
depender del especialista no sea una violación al principio de subsidiaridad.

A su vez, el especialista asume con el paciente las obligaciones de presentarle un


esbozo de plan general (no habría base para el acuerdo si de entrada el comitente no
tiene una noción, que sin ser detallada sí debe ser completa, de hasta dónde se espera
llegar), recabar su consentimiento razonado (debe estar seguro, por ética profesional,
que su paciente está conciente de lo que se va a intentar, el objetivo y las alternativas,
secuelas o consecuencias. El llenado de una forma escrita puede ser una coacción con
apariencia de acuerdos. Así, las decisiones que puede tomar el especialista sin
consultar al paciente son las decisiones operativas (las de qué), no las decisiones de
sentido (las de para qué).

La Alianza Terapéutica implica que en la mayor parte de los casos –por los principios de
proporcionalidad y de virtud- hay situaciones en las que la revelación de la verdad
(sobre el padecimiento, o sobre sus posibilidades de ser tratado con éxito) deben ser
graduales y prudentes; también implica que el especialista se compromete de entrada a
un secreto con respecto de su paciente, secreto predeterminado y en algunos casos
expresamente pactado. Algunas situaciones muy arduas, en las que tendría un efecto
desproporcionadamente malo decir la verdad completa como respuesta a una pregunta
expresa, autorizan la restricción mental, que es la respuesta evasiva a o incompleta, de
manera temporal.

La Alianza Terapéutica excluye la dicotomía, es decir, el “compartir” la tutela de los


derechos del paciente sin el consentimiento de éste. Incluye los casos más burdos de
enviar al paciente a ver a otro especialista sin necesidad, pedir estudios innecesarios,
etc. pero también formas más sutiles como acudir a comités y decidir cursos de acción
no pactados, acordar con la familia cuando el paciente está todavía en plena condición
de decidir, etc.

El consentimiento razonado es una condición necesaria cuando el tratamiento no es de


emergencia. No basta que sea meramente “informado” ni “legal” para que se cubran los
requisitos éticos. Para obtenerlo, el tratante debe primero exponer en forma clara y
suficiente la factibilidad de superar la disminución, y ya sólo en segundo lugar enunciar
su propuesta o preferencia de tratamiento (primero el para qué y luego el qué y el
cómo). Un consentimiento ético es aquel que refuerza la libertad del paciente, no que la
disminuye, como pasa cuando el tratante lo plantea como coacción (“lo único que se
puede hacer es…”, “lo que decidió el comité es…”), o cuando alimenta en el paciente la
ignorancia o la pasión, obstáculos para la libertad (diagnóstico, tratamiento y
consecuencias técnicas). Se debe aclarar con precisión por qué sería razonable
(proporcionado) seguir un procedimiento experimental, o en qué consiste la emergencia
que lleva a orientarse a un curso de acción riesgoso.

___________
1 Sgreccia, E. Manuale di Bioetica. Fondamenti ed etica biomedica, Vita e Pensiero, Milano, 19942, pag. 52
y pag 89.

También podría gustarte