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CABRÉ, M. T. (2004) «La terminología en la traducción especializada».

En: Gonzalo García, Consuelo; García Yebra,


Valentín (eds.) Manual de documentación y terminología para la traducción especializada. Madrid: Arco/Libros.
Colección: Instrumenta Bibliológica. p. 89-122. ISBN: 84-7635-578-5. (CL).

LA TERMINOLOGÍA EN LA TRADUCCIÓN ESPECIALIZADA*1

M. Teresa Cabré Castellví


Institut Universitari de Lingüística aplicada
Universitat Pompeu Fabra (Barcelona)

La relación entre la traducción y la terminología es un tema que ha sido tratado por


distintos autores desde la traducción o desde la terminología, a menudo enfocado
más desde el punto de vista práctico que teórico.

La relación teórica que mantienen la terminología y la traducción en tanto que


disciplinas puede observarse en diferentes aspectos, entre los que cabe destacar
los siguientes:

a) su origen práctico
b) su reciente consideración disciplinar
c) su interdisciplinariedad constitutiva
d) su imbricación y justificación como materias relacionadas con la información
y la comunicación
e) su base esencialmente lingüística.

Al lado de estas identidades, cabe hablar también de sus diferencias, sobre todo
concernientes a dos aspectos:

a) al carácter finalista de la traducción, en contraste con el carácter prefinalista


de la terminología
b) a su necesidad recíproca asimétrica2.

* Esta contribución se ha llevado a cabo en el marco del proyecto finanzado TEXTERM: Textos
especializados y terminología: selección y recuperación automática de la información (BFF2000-
0841).
1
Este texto procede de la síntesis de dos ponencias a congresos: 1) “Terminología y traducción: un
espacio de encuentro ineludible”. II Congreso Latinoamericano de Traducción e Interpretación.
Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 23-25 de abril de
1997. (Este texto se ha publicado en forma de artículo en: Cabré, M. Teresa (1999) La
terminología: representación y comunicación. Una teoría de base comunicativa y otros artículos.
Barcelona: Institut Universitari de Lingüística Aplicada), 2) “El traductor y la terminología”.
Col·loquio Internacional: Interpretar, Traducir Textos de la(s) Cultura(s) Hispánica(s). Scuola
Superiore di lingue moderne per interpreti e traduttori. Università degli Studi Bologna. Forlì, 21-23
de octubre de 1999.

1
Además de las concomitancias y divergencias que ambas disciplinas presentan en
sus vertientes teóricas más generales, sus vertientes aplicadas mantienen también
entre sí una relación especialmente intensa de forma que la terminología es
absolutamente imprescindible para el ejercicio de la traducción especializada en
tanto que la traducción es necesaria para la terminología sólo en aquellos
contextos lingüísticos con necesidades neológicas.

En esta contribución me propongo tratar panorámicamente estas cuestiones


generales para entrar más específicamente en la relación entre la traducción y la
terminología en el terreno aplicado y desde la óptica de la traducción, y más
concretamente, desde las necesidades específicas del traductor.

1. Puntos de coincidencia entre la terminología y la traducción

La traducción y la terminología, tanto en su aspecto disciplinar como en su


vertiente aplicada, presentan muchas coincidencias.

a) En primer lugar ambas se caracterizan por una larguísima tradición aplicada en


contraste con su carácter disciplinar establecido muy recientemente. Sería difícil
por no decir imposible establecer con certeza cuál fue el momento de la historia de
la humanidad en que se usó por primera vez un término para expresar el
conocimiento especializado. De hecho, ni tan sólo sabemos cuándo nació el
conocimiento especializado contrastado con el conocimiento general, aunque
podamos intuir que se dieron las circunstancias favorables para ello en el mismo
momento en que dentro de un colectivo humano se estableció una distribución de
funciones sociales. Y, paralelamente, tampoco podemos detectar con seguridad
cuándo nació la traducción como acto de traslación, con certeza primariamente
oral, de una idea expresada originalmente en una lengua al sistema de otra
lengua, o simplemente a otro sistema de expresión. Tenemos, eso sí, testimonios
históricos de actividades de traducción en las crónicas de viajes y conquistas, y
muestras escritas de documentos originales, que no son más que muestras de
que la traducción ya existía en la práctica.

Ambas materias son campos interdisciplinares conformados por bases de tipo


cognitivo, de tipo lingüístico y de tipo comunicativo. Como consecuencia participan
en su descripción las ciencias cognitivas, las ciencias del lenguaje y las ciencias
de la comunicación. La coincidencia de estos tres campos disciplinares parece
fácil de justificar: el objeto de todas las ciencias concentradas en la comunicación
y la información se sintetiza en la descripción y explicación de tres elementos:

a) las categorías de conocimiento

2
Estos puntos aparecen ampliamente desarrollados en el texto «Terminología y traducción: un
espacio de encuentro ineludible».

2
b) las unidades expresivas que permiten expresar estas categorías
c) el conocimiento que expresan y transmiten estas unidades

La priorización que se da a uno u otro elemento depende del punto de partida


disciplinar o de la concepción que cada científico tenga sobre el tema. Así, para un
lingüista es obvio que, sea cual sea la teoría de la que se sirve para describir y
explicar el lenguaje, su punto de partida serán las unidades que expresan el
conocimiento especializado, y de entre ellas destacará las unidades
terminológicas como las más prototípicas. En el caso del traductor la priorización
de los aspectos cognitivos o lingüísticos dependerá de su concepción de la
traducción.

El lenguaje, materia fundamental de ambas disciplinas, es el sistema expresivo


que refleja la concepción que los hablantes tienen de la realidad y que permite a
los individuos relacionarse y expresar sus ideas y pensamientos. Los términos
especializados y los textos de traducción reflejan el cruce de todas estas
vertientes.

b) La terminología y la traducción surgieron de la práctica, de la necesidad de


expresar un pensamiento especializado o de resolver un problema de
comprensión. La terminología como actividad inconsciente apareció en el
momento que alguien necesitó referirse a la realidad de un modo preciso y exacto.
Como actividad consciente surgió del interés de los científicos para ponerse de
acuerdo en la fijación de los conceptos y denominaciones de sus respectivas
ciencias, sobre todo, las ciencias naturales. Tras los científicos aparecieron los
técnicos, ante la necesidad de poner en común los términos de las innovaciones
industriales y tecnológicas. La traducción nació ante la necesidad de facilitar la
comprensión entre lenguas distintas, una necesidad comunicativa evidente.

c) Las dos materias se proponen avanzar en la reafirmación de su carácter de


disciplinas, poniendo énfasis en los rasgos que las distinguen de otras materias y
buscando teorías que puedan sustentar su independencia científica. Su insistencia
en separarse de otras disciplinas para afirmar su identidad específica les ha
impedido explorar en propuestas más amplias que sin lugar a dudas podrían dar
cuenta satisfactoriamente de su objeto de análisis y de sus aplicaciones.

Al lado de estas identidades, terminología y traducción muestran también una


serie de diferencias, que dan a ambas disciplinas una especificidad inequívoca; de
entre todas ellas cabe destacar las dos siguientes:

a) El carácter finalista de la traducción, en contraste con el carácter prefinalista de


la terminología. En efecto, la traducción constituye una finalidad en ella misma por
cuanto es un texto informativo y comunicativo, producto de un acto de discurso
natural; la terminología, en cambio, en tanto que lista de las unidades
especializadas de un ámbito de comunicación científico-profesional no constituye
per se un producto final de comunicación, sino solamente un medio para llevar a
cabo otras actividades de carácter lingüístico: la traducción, la interpretación, la

3
supervisión y edición o la redacción de textos especializados. Un glosario de
unidades terminológicas constituye un producto finalista únicamente cuando
exhibe su carácter representativo, ya sea como reflejo de la estructuración del
contenido de una materia, ya sea como testimonio de que un campo del saber o
una lengua determinada disponen de terminología utilizable.

b) La absoluta necesidad que la traducción, básicamente la traducción


especializada, tiene de la terminología, en contraste con el hecho de que la
terminología puede, y en algunos casos deba, prescindir de la traducción como
principio metodológico. La traducción especializada necesita la terminología para
expresar el conocimiento especializado con adecuación. La terminología, como
actividad encaminada a recopilar, ilustrar y presentar los términos de una
disciplina o campo de conocimiento, debe recoger los términos originales a partir
de los usos que los especialistas hacen de ellos. Parece lógico pues que estos
términos no puedan ni deban proceder de materiales no producidos directamente
por un especialista en la materia en una situación natural de comunicación. Esta
restricción, sin embargo, admite matices, que detallaremos a lo largo de esta
propuesta, según el tipo de trabajo terminológico que deba realizarse.

2. Traducción y terminología, campos de conocimiento

La aparición de nuevos campos de conocimiento es siempre una fuente de


trastorno para la panorámica del saber. En efecto, toda estructura bien establecida
ofrece una distribución rigurosa y sistemática de la materia que compone su
espacio. En esta distribución cada elemento forma parte de una clase o subclase,
y cada clase o subclase ocupa un determinado lugar en la estructura, de forma
que su valor, sea cual sea su categoría, se define en función de esta estructura y
se establece en oposición al lugar que ocupan los demás elementos de su grupo
con los que comparte el espacio estructurado.

El ritmo acelerado de la producción científica y técnica de los últimos decenios ha


dado paso a la aparición de múltiples conceptos nuevos, con la consiguiente
formación de nuevos campos de saber, algunos consolidados ya como disciplinas.

Pero a pesar de la novedad que supone la aparición de conceptos y técnicas


desconocidos hasta el momento, la mayor innovación que, a nuestro entender, se
ha producido en el campo general de la ciencia es la legitimación de espacios
científicos no coincidentes con las disciplinas tradicionalmente establecidas. Tres
han sido las vías más productivas de renovación del conocimiento científico: la
microespecialización o profundización intensiva de una disciplina, la
interdisciplinariedad o profundización extensiva y la transdisciplinariedad.

Mediante la primera vía se han establecido subcampos especializados nuevos


dentro de los ya establecidos (como por ejemplo, la física cuántica dentro de la
física teórica, o la gramática transformacional dentro de la teoría gramatical). Por

4
la segunda vía se han abierto nuevos campos de saber por combinación de
elementos de campos distintos, constituyéndose así las llamadas interdisciplinas
(por ejemplo, la astrofísica, la bioquímica, la ingeniería genética o la
psicolingüística). Por la vía de la transdisciplinariedad se han seleccionado un
objetos de estudio y, en su consideración poliédrica, se han analizado desde la
perspectiva de distintas disciplinas, sin llegar a constituir por el momento un
campo de saber nuevo (por ejemplo, la emigración es un objeto transdisciplinar
tratado jurídica, política, demográfica, geográfica o económicamente; la
inteligencia es un campo que ha sido objeto de la psicología, la neurología, la
pedagogía, la antropología, la informática o la ingeniería).

2.1. Los campos interdisciplinarios de conocimiento

La constitución relativamente reciente de campos de estudio básicamente


aplicados como los de la traducción y la terminología ha dado paso muchas veces
a opiniones que ponen en tela de juicio su justificación como ámbitos de
conocimiento frente a las llamadas disciplinas tradicionales. Dos son, en nuestro
juicio, los motivos que pueden explicar dicha dificultad de aceptación científica: su
carácter inter y transdisciplinario, y su origen aplicado.

Ciertamente, la ciencia clásica acepta con gran incomodidad la presencia de


disciplinas nuevas en su reducido y bien consolidado espacio de saber. Esta
incomodidad no radica tanto en el hecho de aceptar un nuevo conocimiento dentro
de su campo como el hecho de tener que aceptar nuevos paradigmas de análisis
de la información porque los parámetros utilizados hasta el momento no permiten
dar cuenta de la complejidad de los nuevos fenómenos delimitados.

En segundo lugar la resistencia a considerar científicas solo las materias que han
establecido su epistemología desde la teoría ha llevado a rechazar como ciencias
las materias que surgen en la aplicación, y sólo a posteriori caracterizan su objeto
y delimitan su ámbito de estudio.

Toda interdisciplina se define porque su campo se constituye por combinación de


elementos y conceptos procedentes de distintas disciplinas, de las que toma
únicamente una selección de conceptos. Pero esta condición, aunque necesaria
para su definición, no es condición suficiente para constituir un campo
interdisciplinario. Una combinación de conceptos de distintas materias sólo da
lugar a un campo interdisciplinar si de esta combinación surge un ámbito nuevo de
saber, con un objeto diferenciado de los de las disciplinas que lo constituyen y
unos objetivos científicos propios. Si únicamente se trata de la participación de
distintas disciplinas en un campo nuevo, sin que esta combinación constituya un
campo propio, podemos hablar solo de ámbito multidisciplinario, pero no de campo
interdisciplinario.

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Tanto la terminología como la traducción, en tanto que interdisciplinas, parecen
cumplir estos objetivos. En primer lugar, están constituidas por elementos
procedentes de materias distintas: la lingüística, las ciencias cognitivas y la teoría
de la comunicación. En segundo lugar, no han tomado de estas disciplinas la
totalidad de sus fundamentos, sino solo aquellos que convienen para la
construcción y explicación de su objeto de análisis: las unidades de conocimiento
especializado en el caso de la terminología, y, en el de la traducción, el proceso de
traslación y recreación de unas ideas originariamente expresadas en un sistema
lingüístico a otro sistema, sin olvidar que tanto los textos como las lenguas forman
parte de un contexto histórico y cultural complejos. Y finalmente, han construido
con estos elementos un campo propio con un objeto específico.

Así, la terminología como disciplina se propone dar cuenta de cómo el


conocimiento especializado se estructura en unidades conceptuales y
denominativas que forman parte de un sistema de expresión y facilitan un
determinado tipo de comunicación, la comunicación especializada. Este objetivo
no coincide, al menos literalmente, con el que se propone la teoría lingüística:
explicar la competencia general de los hablantes y las reglas de su actuación
lingüística.

La traducción, por su parte, intenta explicar el proceso traductor, caracterizar los


múltiples y variados elementos que lo constituyen, explorar las complejas
interrelaciones entre todos esos elementos y encontrar las reglas que subyacen a
este proceso, diferenciando las que se producen con independencia de las
lenguas, y las que dependen de ellas. Un objetivo, como puede verse, altamente
específico el del campo de la teoría de la traducción.

De lo dicho hasta aquí podemos inferir que a pesar de que todo objeto de análisis
es susceptible de ser interdisciplinar por su condición de objeto poliédrico, una
interdisciplina solo se justifica cuando existe evidencia suficiente de que se trata
de un objeto bien delimitado y necesariamente diferenciado del objeto que
constituye la base de otras disciplinas, que también pueden dar razón de él, al
menos en alguna de sus vertientes.

Además de su carácter interdisciplinar, la traducción y la terminología son también


campos transdisciplinares, en el sentido que trascienden un campo de saber para
constituir o estar presentes en todos los ámbitos del saber o en muchos de ellos.
De la misma manera que no existe materia especializada alguna sin terminología,
la traducción como proceso puede darse en todos y en cada uno de los campos
de conocimiento, tanto generales como especializados.

Parece fuera de duda que cualquier segmento o aspecto de la realidad, lejos de


ser lineal, es necesariamente complejo, y por ello que su constitución como objeto
de análisis científico debe realizarse mediante un proceso de idealización y
simplificación. Así, a pesar de este reduccionismo necesario con el que deben
operar los métodos científicos, la poliedricidad de los objetos de estudio se
mantiene como presupuesto fundamental y permite que, en teoría, dicho objeto

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tenga que ser analizado desde diferentes perspectivas simultáneas, y no
excluyentes entre sí. Esta simultaneidad de dimensiones de análisis muestra otra
de las especificidades de los campos interdisciplinarios.

Un ámbito interdisciplinario construido por intersección de elementos procedentes


de disciplinas distintas es necesariamente multidimensional. Cada una de las
materias que lo configuran puede conformarse como en el punto de partida del
análisis del objeto multidisciplinar.

La terminología y la traducción son muestras explícitas de esta


multidimensionalidad necesaria. En efecto, el objeto de ambas materias no puede
reducirse a su análisis desde una sola de sus perspectivas si se proponen dar
cuenta de él en su globalidad. Ni las unidades terminológicas pueden reducirse a
sus aspectos gramaticales o sólo a su vertiente cognitiva, ni la traducción es un
proceso únicamente lingüístico o solamente psicológico. Explicar las unidades
terminológicas supone describir las tres vertientes que las componen: la vertiente
cognitiva, la comunicativa y la lingüística sin que sea posible eludir ninguna de
ellas a riesgo de tratar el objeto de análisis de forma parcial. E igualmente en el
caso de la traducción.

2.2. Terminología y traducción, campos aplicados de origen

Traducción y terminología surgieron, como se ha dicho al inicio, de actividades


prácticas, como respuesta a necesidades de tipo informativo y comunicativo.

Es un hecho conocido que Wüster estableció la Teoría General de la Terminología


como reflexión de la práctica que había llevado a cabo con la redacción de su
diccionario The Machine Tool. Fue el interés por superar los problemas de
comunicación que podían suscitarse, y de hecho se suscitaban, entre los
científicos el factor que movió primero a Linné y más tarde a otros a proponer una
unificación de conceptos y denominaciones en una disciplina. Esta unificación era
obviamente un acto voluntario de consenso que nunca se produjo de manera
espontánea. Y con estos mismos intereses nació el diccionario de Wüster, que
nutrió los fundamentos de la teoría de la terminología.

No es preciso ahondar mucho en la cuestión para darse cuenta de que esta


propuesta, sistemática, rigurosa y eficiente para la comunicación estandarizada
internacional, no puede dar cuenta de la terminología, dentro del marco del
discurso especializado natural, tan importante como el estandarizado, pero
muchísimo más complejo. El reduccionismo e idealismo de la propuesta de Wüster
deben ser hoy en día o complementados o reconfigurados para poder explicar
cómo funcionan las unidades terminológicas en otros marcos de comunicación
especializada, dependiente cultural y lingüísticamente del contexto y la lengua en
que se producen, y con un gran índice de variación determinado por sus
condiciones discursivas.

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Vemos pues desde la terminología cómo se estableció una propuesta teórica a
partir de la experiencia adquirida en la práctica, y hasta qué punto la dependencia
de los parámetros de dicha práctica condicionaron una teoría hoy claramente
insuficiente.

2.3. Carácter teórico de los campos aplicados

En nuestra opinión no puede darse actividad ni aplicación alguna, ni siquiera en la


vida cotidiana, que no se sustente en una serie de principios subyacentes o ideas
de base. Estos principios, la mayor parte de las veces de carácter implícito, guían
la orientación de la aplicación y le dan consistencia y sistematicidad. Si este
conjunto de principios se da de manera explícita formando un todo integrado que
describa la totalidad del objeto tratado, estamos ante una teoría. Explicitud,
coherencia y delimitación del objeto de análisis son las condiciones necesarias de
toda teoría que pretenda ser científica.

Muy a menudo hemos asistido a la descalificación científica de determinadas


materias por el hecho de ser básicamente aplicadas, o también a la magnificación
de las ciencias teóricas por el simple hecho de presentarse como teorías. Así,
tanto la terminología como la traducción en sus vertientes aplicadas han sido
consideradas meras aplicaciones y, por tanto, clasificadas como un conjunto de
técnicas a aplicar, cuando no un arte, para obtener un buen trabajo. La propuesta
de Wüster en los años sesenta de la Teoría General de la Terminología (TGT)
para dar cuenta de las unidades terminológicas, de sus funciones, su
sistematicidad y sus relaciones, ha dotado a la terminología de unos fundamentos
que la han colocado en una situación científica aparentemente más consolidada
que la de la traducción, que aun hoy no ha podido consensuar un modelo
integrado completamente satisfactorio para describir el proceso mismo de la
traducción y los elementos y factores implicados en ella.

Parece evidente que tanto la descalificación de las materias aplicadas como la


magnificación de las teóricas, parten, a nuestro parecer, de posiciones no
justificadas. Como ya hemos dicho, consideramos que ninguna actividad puede
darse sin una teoría, o por lo menos sin unos principios teóricos que la sustenten y
le den sistematicidad. Si así fuera, dicha actividad se convertiría en un conjunto de
decisiones puntuales aisladas sin coherencia entre sí, que producirían un
resultado incoherente e inconsistente.

Nada más lejos de la realidad. Baste observar los productos generados por el
trabajo en ambos campos para darse cuenta de que en el proceso de traducción y
en el de la recopilación y análisis de la terminología subyacen principios rigurosos
y bien establecidos. Pero la justificación teórica en el caso de la terminología no
radica en el hecho de disponer de una teoría elaborada, porque dicha teoría, como

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hemos analizado en otros trabajos,3 no es suficiente para dar cuenta de la
terminología descriptiva de carácter natural, sino que se sustenta en la
observación de que, tras las decisiones prácticas, existe una concepción de la
unidad terminológica y de sus características, en su inserción en el marco del
lenguaje natural y proponiéndose como objetivo favorecer la comunicación
especializada a distintos niveles de abstracción.

3. Las unidades terminológicas, objeto de la terminología

La terminología es el factor privilegiado, aunque no el único, de representación del


conocimiento especializado. Una de las características lingüísticas más
destacables de los textos científico-técnicos es la presencia de unidades
específicas de un ámbito especializado. El grado de especialización de dichos
textos hace variar la densidad terminológica de los mismos: a mayor nivel de
especialización, mayor espesor terminológico. Por ello, si las unidades
terminológicas son el modo privilegiado de expresión del conocimiento
especializado, podemos decir que su primera función es la de representar dicho
conocimiento. Cada unidad terminológica corresponde a un nudo cognitivo dentro
de un campo de especialidad, y el conjunto de dichos nudos, conectados por
relaciones específicas (causa-efecto, todo-parte, contigüidad, anterioridad-
posterioridad, etc.), constituye la representación conceptual de dicha especialidad.
Si ello es así, no cabe duda de que mediante la terminología representamos la
realidad especializada.

Paralelamente a la representación de la realidad, categorizada en clases de


conceptos relacionados, las unidades terminológicas sirven también para la
transmisión de este conocimiento, es decir, para la comunicación. En este punto,
conviene decir que las situaciones de comunicación en las que aparecen los
términos son esencialmente las situaciones especializadas restringidas
pragmáticamente en cuanto a las características de los interlocutores
(esencialmente del emisor), de la temática que se transmite, de las funciones que
se persiguen con su transferencia y de las situaciones de comunicación.

Así podemos decir que la terminología, sea cual fuere su temática o el contexto en
que se produce, cumple sistemáticamente dos funciones: la función de representar
el conocimiento, siempre especializado, y la de transmitirlo.

La presencia constante de estas dos funciones no presupone que en todos los


casos la envergadura de ambas funciones sea la misma, ni que sea constante su
relación con el conocimiento general.

3
Para el desarrollo de este punto, véase Cabré (1998) y (1999).

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En el contexto de un trabajo descriptivo, la terminología se entiende como una
actividad de recopilación e ilustración de las fórmulas detectadas en el discurso
especializado. Es el propio discurso el que proporciona al terminólogo la
información cognitiva necesaria sobre el ámbito de conocimiento, y es también el
discurso el que le provee de unidades para expresar este conocimiento. El
resultado de un trabajo de este tipo es un listado amplio de unidades de
conocimiento de distintos grados de lexicalización (y, por tanto, incluyendo
unidades terminológicas, fraseológicas y contextos específicos) que presentan un
índice importante de variación formal de diferentes tipos. El resultado permite
elegir variantes de acuerdo con parámetros de corrección y adecuación del
discurso especializado.

En cambio, situados en el marco de un trabajo prescriptivo de orientación


conceptual destinado a garantizar la comunicación internacional en un
determinado registro, la terminología se entiende como una actividad destinada a
proporcionar unidades unívocas de expresión y comunicación. Para ello, los
especialistas en terminología, terminólogos de formación lingüística o
especialistas, intervienen para establecer una (pretendida) unidad conceptual
sobre la base consensuada de la fijación de unas equivalencias interlingüísticas no
siempre fáciles de establecer, decididas sobre la base de reducir las variantes en
cada lengua. El resultado es un listado plurilingüe de denominaciones
estandarizadas correspondientes a un único concepto preestablecido.

Parece evidente que el valor de una unidad terminológica en uno y otro contexto
de trabajo es notoriamente distinto. En el caso del trabajo descriptivo, los términos
son unidades de doble función, representativa y comunicativa. Desde el punto de
vista de su capacidad de representación, permiten referirse a una realidad
especializada, que asume distintos niveles de especialización, no siempre
homogénea, ni siquiera dentro del pensamiento científico. Desde el punto de vista
de su capacidad de transferencia, las unidades así concebidas permiten la
comunicación a diferentes niveles, que de mayor a menor grado de
especialización serían los siguientes: entre especialistas, de especialista a
aprendiz de especialidad y entre especialista o mediador comunicativo y público
en general.

En el caso del trabajo prescriptivo, los términos son también unidades de doble
función, que, en su capacidad de representación, denominan una realidad
homogénea y voluntariamente establecida, construida sobre la base del consenso
(y pues en cierta medida "ficticia"); y desde el punto de vista de la transferencia,
permiten denominar interlingüísticamente dicha realidad construida a partir de un
segundo consenso sobre las formas de equivalencia. Es en este contexto que los
principios de univocidad y monosemia de las unidades terminológicas alcanzan su
sentido pleno. La comunicación que permite esta terminología se reduce a un
único registro establecido también sobre la base del consenso.

Así, la terminología cumple en ambas aproximaciones una doble función


(representacional y comunicativa). En la terminología de orientación

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estandarizadora, tanto la representación como la transferencia están restringidas
por factores de conveniencia y consenso, lo que le confiere un carácter
semiartificial; en tanto que en la terminología de orientación básicamente
comunicativa, más cercana al léxico, la representación incluye elementos de base
cognitiva ligados al contexto lingüístico y social en que se produce, y su
transferencia participa de los índices de variedad comunicativa propia de los
dialectos y los registros establecidos por una lingüística de la variación.

4. Interrelación entre terminología y traducción

Se afirma a menudo que el traductor es en realidad un terminólogo por cuanto


voluntaria o involuntariamente debe acuñar terminología para resolver una
cuestión de traducción. No vamos a insistir sobre la inadecuación de esta
afirmación. Servirá para valorarla lo que diremos a propósito de los niveles de
implicación del traductor en terminología y cuando consideremos en qué niveles y
condiciones metodológicas el traductor actúa de hecho como terminólogo.

Los lenguajes de especialidad son los instrumentos básicos de comunicación


entre los especialistas; y la terminología, su elemento más importante para
precisar cognitivamente su sistema de denominación. Con la terminología, como
hemos dicho, además de ordenar el pensamiento, los especialistas transfieren el
conocimiento sobre una materia, en una o más lenguas.

Si la ordenación del pensamiento y la conceptualización representan la dimensión


cognitiva de la terminología, la transferencia del conocimiento constituye su
dimensión comunicativa. La terminología es la base de la comunicación entre los
especialistas, y el traductor especializado, actuando de mediador, se convierte de
hecho en una especie de especialista, y debe actuar como tal en la selección de
los términos.

En consecuencia, podemos afirmar que no cabe duda alguna de que entre


traducción y terminología existe relación, aunque no sepamos de qué tipo es esta
relación. Para establecerla debemos preguntarnos en primer lugar si la
terminología es necesaria en todo tipo de traducción. La respuesta parece obvia.
La terminología, con excepción de casos muy particulares, solo es necesaria para
la traducción especializada.

La comunicación especializada se caracteriza, entre otros, por tres elementos: el


primero, la especificidad del tema y de su perspectiva cognitiva (el tema de que
trata es especializado y el texto vehicula un conocimiento especializado sobre la
realidad); el segundo, los interlocutores (sus usuarios son especialistas de una
materia específica, y por lo tanto, poseen unos conocimientos sobre la materia en
cuestión que han aprendido al ritmo de aprendizaje de la especialidad); y el
tercero, la terminología, ya que el conocimiento especializado se materializa
lingüísticamente sobre todo en los términos, y por ello, los textos especializados

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tienen una densidad terminológica progresivamente creciente a medida que
aumenta su nivel de especialidad.

En este marco, el traductor actúa de mediador entre dos interlocutores naturales;


dos interlocutores que si fueran hablantes de una misma lengua no necesitarían
un intermediario para su relación comunicativa. Y para representar
adecuadamente su función, debe ponerse en la piel del que emite el mensaje y
asumir sus mismas competencias. Si no lo hace, difícilmente hará una buena
traducción. Asumir sus competencias, tanto en lo que se refiere a conocimientos
como a habilidades, presupone conocer la materia que traduce (porque el emisor
conoce el tema del que habla), saber expresarla precisa y adecuadamente y
hacerlo como lo haría espontáneamente un especialista, hablante nativo de una
lengua.

Siguiendo con este razonamiento, si mantenemos que para cumplir


coherentemente su función de intermediario de la comunicación, el traductor debe
poseer una competencia paralela a la del especialista que de manera natural se
comunica sobre la especialidad, necesitará simular que es un especialista, que
conoce la materia y su especificidad cognitiva y que maneja los mismos elementos
léxicos de la especialidad que los expertos. Debe servirse por tanto de los
términos.

En contraste con el tipo de relación simétrica que mantiene la terminología con


materias como la documentación o las especialidades, en la conexión de la
traducción y la terminología se establece una relación de carácter unidireccional:
la traducción necesita la terminología, pero no al revés, ni siquiera en el caso de la
terminología plurilingüe.

Esta necesidad unilateral se da en una doble vertiente:

1) En la vertiente teórica de la traducción: la terminología es necesaria para dar


cuenta del proceso mismo de traducción porque la especialización cognitiva es
una de las condiciones que debe poseer el traductor especializado, su
conocimiento del ámbito de trabajo no puede ser general, sino sesgado
especializadamente.

2) En la vertiente aplicada de la traducción y en la propia actividad traductora: la


terminología es absolutamente necesaria para resolver cuestiones prácticas de
traducción, siempre que se trate de traducción especializada, como es la selección
de las piezas léxicas especializadas convenientes para el ámbito en cuestión.

Este planteamiento nos lleva a definir un poco más precisamente qué entendemos
por ámbito especializado, para determinar qué entendemos por traducción
especializada, antes de entrar en la justificación de la relación asimétrica que se
establece entre la terminología y la traducción.

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Resulta difícil, por no decir imposible, trazar una línea divisoria nítida entre la
noción de lo que es general o especializado aplicada a cualquier campo relativo al
conocimiento o al lenguaje.

Así, hablamos de conocimiento general y lo contraponemos al conocimiento


especializado, también denominado conocimiento científico; manejamos nociones
como ámbito especializado para referirnos a una determinada parcela del saber, o
hablamos del lenguaje general contrapuesto a los lenguajes de especialidad.

Simplificando momentáneamente la cuestión, podemos distinguir de forma puntual


entre dos conceptos de especialización:

a) la especialización por la temática;

b) la especialización por las características “especiales” en que se desarrolla el


intercambio de información.

El criterio temático, que es el factor más clásico de caracterización y clasificación


de los textos de especialidad, supone que el tema de una determinada
comunicación es el punto que determina su carácter de texto especializado.

Así, materias científicas como las experimentales, las exactas, las humanísticas o
las económicas y jurídicas; técnicas como las ingenierías, la construcción o las
comunicaciones; ámbitos especializados de actividad como el deporte, el comercio
o las finanzas, generan tipos de textos que difieren en algunos aspectos de los
tipos comunicativos considerados habituales y propios de la lengua común.

No obstante esa posición, no es sencillo identificar un texto especializado


exclusivamente por la temática o por las situaciones en que se produce,
fundamentalmente por tres razones:

a) porque las actividades cotidianas de la mayoría de individuos se desenvuelven


siempre en ámbitos especializados, aunque ese carácter cotidiano favorezca que
la especialización pase desapercibida

b) porque se da un trasvase permanente entre la vida común y la especializada


con la consiguiente aparición de dos fenómenos contrapuestos en el léxico que se
utiliza para referirse a la realidad: el traslado de unidades del léxico general al
especializado (terminologización) y el traslado de términos especializados al uso
general (banalización).

c) Porque un tema puede tratarse a distintos niveles de abstracción, con distintos


propósitos comunicativos, en distintas situaciones de comunicación y para
distintas funciones lingüísticas. Y no en todos los casos resulta ser un texto
especializado.

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En nuestra opinión, para definir operativamente los lenguajes especializados, hay
que establecer tres grupos de condiciones: un primer grupo de carácter cognitivo,
un segundo grupo de carácter gramatical y un tercer grupo de tipo pragmático-
discursivo.

De acuerdo con las condiciones de carácter cognitivo, un tema solo es


especializado si vehicula un conocimiento que ha sido conceptualizado
especializadamente, es decir, codificado en referencia a un esquema exacto
preestablecido por cada una de las materias o escuelas científicas. Así, cualquier
segmento de la realidad puede ser aprehendido como un conocimiento general, de
límites borrosos; y como conocimiento especializado, de fronteras bien
establecidas y límites precisos. Los conceptos generales son polisémicos por
definición, transportan muchas connotaciones y son, dentro de unos ciertos límites
de referencialidad, semánticamente subjetivos. Los conceptos especializados, en
cambio, son precisos y básicamente denotativos, su significado se establece en
virtud de su ubicación en una estructura de conceptos preestablecida a partir de
un cierto consenso científico (aceptación de las innovaciones conseguidas por
aplicación de uno de los dos métodos científicos: la inducción o la deducción). Así
pues el factor que hace devenir un tema general o especializado no es el
contenido en sí, sino la manera como se conceptualiza, su modo de significación.
Funcionalmente, los textos especializados son de carácter referencial e intentan
reflejar la referencia del modo más eficiente posible.

Gramaticalmente, un texto especializado presenta especificidades en dos planos:


el léxico y el textual. Léxicamente se caracteriza por el uso de una terminología
específica, tanto más opaca, densa y precisa cuanto mayor sea el nivel de
especialización del texto. Esta terminología, además, puede presentar distintos
grados de opacidad, especialización, variación expresiva y abertura estructural, en
función de la materia en que se inscribe el texto y del tipo de discurso en el que
este se da. Desde el punto de vista textual, un texto especializado se caracteriza
por el carácter restrictivo de sus estructuras y por la sistematicidad en la
presentación de la información. Cierto es que a materias especializadas distintas
pueden corresponderles variantes estilísticas textuales específicas, muchas veces
determinadas por los tipos de documentos propios del área en cuestión (por
ejemplo, la documentación administrativa altamente formalizada).

Los propósitos comunicativos de los textos especializados determinan la selección


de estructuras sintáctico-textuales. Así, los textos de carácter argumentativo,
descriptivo, ordenativo, evaluativo, enumerativo, etc. presentarán las formas más
adecuadas para conseguir sus propósitos.

Pragmáticamente, un texto especializado se caracteriza por los elementos que


intervienen en su proceso de producción-recepción. Y así, si bien podemos afirmar
que el emisor de un texto especializado únicamente puede ser un especialista que
ha interiorizado los contenidos de su materia mediante un proceso de aprendizaje,
sus destinatarios pueden formar parte de varios colectivos: especialistas,
aprendices de especialistas y público en general. Para el primer grupo, el de los

14
especialistas, el intercambio de información especializada se produce de manera
natural, determinada por su profesión y en situación de equidad cognitiva. Para el
segundo grupo, el de los aprendices de la especialidad, el emisor trasmite su
conocimiento para hacerles devenir especialistas, a través de un discurso de tipo
didáctico. El tercer grupo, mucho más abierto, recibe la información en forma de
discurso de divulgación simplemente para aumentar su caudal de conocimiento
sobre la materia. Entre emisores y destinatarios pueden interponerse
intermediarios de la comunicación, ya sea para superar las barreras lingüísticas
entre especialistas y destinatarios de su discurso, los traductores e intérpretes; ya
sea para facilitar la comprensión de la información, los periodistas especializados.

A la vista de lo dicho hasta ahora, parece razonable sostener que los traductores
especializados deben conocer estos tres grupos de parámetros para lograr que su
traducción consiga los índices mínimos de calidad y sea, además de verídica
desde el punto de vista de su contenido y correcta desde el punto de vista
gramatical, adecuada y natural.

La terminología en la traducción especializada

Partimos del supuesto de que la terminología es absolutamente imprescindible


tanto para explicar el proceso de traducción como para resolver la práctica
traductora.

Las razones para esta afirmación parecen obvias.

De manera simplificada, concebimos la teoría de la traducción, o la traducción


como disciplina, como la materia que debe dar cuenta del proceso de trasvase de
unas ideas expresadas en una lengua de partida (también llamada lengua B) a
una lengua distinta de llegada (o lengua A), cada una con un sistema expresivo
propio e integrada en un sistema cultural específico. En este proceso se ponen en
juego variables de diferentes tipos: cognitivas, culturales, psicológicas,
sociológicas y lingüísticas. Y sólo la interacción de todas las posibles variantes
puede explicar este complejo proceso que denominamos traducción.

La terminología juega un papel relevante en este proceso en situaciones de


comunicación especializada al menos por tres motivos:

a) Porque es un punto clave en este tipo de textos, ya que los elementos que
concentran con mayor densidad el conocimiento especializado son los términos.

b) Porque la calidad de una traducción especializada, en lo que concierne a la


terminología, requiere el uso de terminología (y no de paráfrasis) como recurso
habitual, adecuada al nivel de especialización del texto (por lo tanto, más o menos
especializada según los casos) y real (es decir, que corresponda a los usos
efectivos que hacen de ella sus usuarios naturales (los especialistas)).

15
c) Porque, concebida la traducción como un proceso que constituye el objeto
científico de la traductología, la terminología es una pieza para explicarse este
proceso ya que, en caso de no tomarla en consideración, difícilmente se podría
dar cuenta de cómo los especialistas tienen el conocimiento almacenado y cómo
lo transmiten los traductores cuando hacen de intermediarios en la comunicación
entre especialistas.

Interesarse por la traducción como proceso supone inevitablemente estar


dispuesto a entrar en la terminología desde el punto de vista teórico. Si en el
proceso de traducción se contempla la cuestión de cómo se transmite el
conocimiento especializado, este proceso no puede obviar que la terminología es
el modo privilegiado de transmisión, gracias a su densidad para transmitir este
conocimiento, sobre todo en situaciones de comunicación entre especialistas (para
el traductor, textos muy especializados).

La terminología es imprescindible también para la actividad traductora. La


traducción, concebida como una actividad práctica, se enfrenta a problemas de
terminología que debe resolver para no frenar el proceso de traducción. En su
actividad profesional, el mediador comunicativo en general, y el traductor en
particular, se enfrentan a problemas terminológicos de distinta naturaleza, como
los siguientes: no saben si la lengua A dispone de una unidad terminológica
lexicalizada para expresar una idea que en la lengua B se expresaba mediante un
término porque no figura en los diccionarios de la materia; no saben si las
unidades que les recomiendan los diccionarios bilingües especializados son las
más adecuadas para el texto de traducción; no saben qué unidad deben
seleccionar en caso de tener diferentes alternativas que les ofrecen los glosarios;
no saben si la equivalencia semántica entre terminología es posible en muchos
casos fuertemente marcados por el sesgo cultural o institucional, etc. Todos los
traductores reconocen haber vivido estas situaciones.

En síntesis, pues, si la terminología es necesaria para dar cuenta de la traducción


en su doble vertiente, teórica y práctica, el estudioso de la traducción (especialista
en traducción) debe conocer a fondo la materia terminológica para poder explicar
su objeto científico; y el práctico de la traducción (el traductor profesional) debe
estar equipado terminológicamente para resolver los problemas que la
terminología le presenta en la traducción de un texto.

Hacer traducción especializada pues supone conocer los elementos


metodológicos y recursos para resolver problemas de terminología planteados en
la traducción.

5. La formación terminológica del traductor

Los contenidos de formación terminológica que debe recibir un traductor


constituye hoy un tema ciertamente polémico que suscita posiciones bastante

16
divergentes. En la polémica merecen destacarse por lo menos cinco elementos de
controversia:

—la consideración de si el traductor debe conocer la teoría o los fundamentos de


la terminología

—la concepción de qué entiende el traductor que es la metodología de la


traducción

—la proporción entre conocimientos y habilidades que debe poseer un traductor


formado

—la consideración de en qué grado puede influir en la concepción de la traducción


su carácter de interdisciplina

—la proporción y el enfoque de los conocimientos "complementarios" que debe


poseer el traductor.

Nuestra posición en esta polémica se caracteriza por adecuar los conocimientos


terminológicos del traductor a su voluntad de implicarse en la terminología, como
veremos a continuación.

5.1. Niveles de implicación en la terminología

En nuestra opinión, y analizada la cuestión sólo desde las necesidades prácticas


que la terminología plantea a la traducción, el traductor puede adoptar grados de
compromiso o niveles de implicación diferentes con la terminología.

a) Primer nivel de implicación

El traductor encuentra un concepto especializado que desconoce, vehiculado a


través de un término en la lengua B y para encontrar una solución consulta
diccionarios bilingües y plurilingües sobre el tema, accede a bancos de datos
especializados y, finalmente, recurre a un servicio de consulta terminológica. El
resultado puede ser positivo (y por tanto resuelve el problema), o negativo (y se
limita a reproducir literalmente entre comillas el término original o a explicar la idea
mediante una paráfrasis). En este primer nivel el traductor es absolutamente
pasivo en terminología y los únicos conocimientos que necesita para actuar son
las listas de centros de consulta, bancos de datos y de diccionarios
especializados, y una formación adecuada para consultarlos adecuadamente.

b) Segundo nivel de implicación

17
El traductor, ante el problema descrito en el punto anterior, no encuentra una
solución “oficial” y recurre a su competencia en el sistema lingüístico y propone,
para cubrir el vacío, una unidad neológica (convenientemente documentada a pie
de página). Desbloquea de este modo el proceso de traducción con la propuesta
de una unidad “bien formada” en la lengua de llegada. Su participación en la
terminología es nula también en este caso, porque entra en la resolución de un
problema terminológico con la lógica de la lexicología, y no con la de la
terminología.

c) Tercer nivel de implicación

Los traductores especializados normalmente suelen centrarse en unas materias


determinadas si quieren ejercer la profesión con una cierta garantía de calidad.
Para hacer una traducción especializada es necesario conocer el tema cuanto
más a fondo mejor. Conocer una temática determinada presupone conocer su
terminología, ya que es a través de los términos que, como ya hemos dicho, se
transmite prioritariamente el conocimiento especializado. Un traductor implicado
en un tercer nivel con la terminología, además de conocer los términos ya usados,
ha hecho observaciones sobre el comportamiento de los términos en su área de
especialización, ha comenzado a implicarse realmente en la terminología en dos
actividades:

i. recopilando los términos de los textos que traduce y constituyendo una base de
datos que le permita resolver un problema de manera coherente con la forma de
resolver otros problemas parecidos que ha encontrado anteriormente; y

ii. observando la sistemática que presentan los términos de una determinada área
que guiará las propuestas neológicas que realice para cubrir vacíos denominativos
en la lengua de llegada.

En este caso, el traductor ya es mínimamente activo en terminología dado que


actúa de “terminólogo puntual”, y dispone ya de su “banco de datos” y de una
cierta intuición terminológica especializada en las áreas temáticas de su
especialidad.

Para actuar en este nivel de implicación, es necesario que tenga ciertos


conocimientos de metodología de la investigación terminológica puntual, de
procesamiento de la información terminológica: directrices sobre el reconocimiento
y representación de los términos procedentes del vaciado terminológico y de
elaboración y gestión de bancos de datos.

d) Cuarto nivel de implicación

En un último nivel de implicación, el traductor utiliza la información terminológica


del banco de datos procedente del vaciado de los textos de traducción y de las
propuestas denominativas que ha hecho él mismo para resolver vacíos de
denominación, y las edita en forma de glosario, de manera que pueda servir a

18
otros traductores que trabajen en la misma temática. En este caso, actúa ya de
“terminólogo sistemático”, y debe conocer correctamente la metodología de la
búsqueda sistemática monolingüe y plurilingüe.

En síntesis, podemos decir que será el grado de implicación del traductor en


terminología el que determinará el grado de su formación, aunque existen unos
mínimos independientes para todos.

5.2. Los mínimos de la formación en terminología

Es de consenso generalizado afirmar que todo especialista del lenguaje dedicado


a aplicaciones lingüísticas de tema especializado mono o plurilingües debe reunir
tres competencias para llevar a cabo su trabajo: conocer el tema del que trata un
trabajo, conocer las lenguas que desarrolla el trabajo y organizar este trabajo de
manera eficiente y adecuada.

La competencia cognitiva, la primera de las bases, se centra en el conocimiento


del ámbito especializado que va a ser objeto de trabajo. Sin conocer una materia
no parece ser posible identificar la terminología, y menos aun estructurarla.

La competencia lingüística abarca el conocimiento sobre la lengua o las lenguas


sobre las que se trabaja. Resulta imposible recoger los términos de especialidad
de un texto sin conocer la lengua del texto o sin conocer a fondo el sistema de
recursos de la lengua de llegada.

La competencia socio-funcional se refiere a las características que debe tener un


trabajo terminológico o la resolución puntual de un término para ser eficiente para
los fines que persigue y adecuado al texto en que se inserta o a los destinatarios a
los que se dirige.

Para los traductores interesados en terminografía sistemática, cabría añadir


además una cuarta competencia, no relacionada con los fundamentos de la
materia, sino con las habilidades de su aplicación: la competencia metodológica,
que debe adquirirse para realizar un proceso de trabajo ordenado y sistemático, y
presentar los datos de manera adecuada y eficiente, tal y como exige la
competencia sociofuncional, pero sin contravenir principios ni directrices técnicos.
Esta competencia, sin embargo, sólo afecta al cuarto nivel de implicación en el
que el traductor se convierte también en terminólogo.

6. Principios del trabajo terminológico

Al lado des estas bases, el traductor necesita conocer los principios mínimos que
caracterizan la actividad terminológica como una actividad específica, para no

19
confundirla con la traducción. Dichos supuestos podrían resumirse en los
siguientes principios:

Primer principio:
Hacer terminología no es hacer traducción, por ello el trabajo terminológico tiene
una lógica específicamente diferenciada de la de la traducción, que consiste en
recopilar las unidades terminológicas de los discursos especializados de los
especialistas.

Según este principio no hay que confundir la terminología con la traducción porque
la metodología del trabajo terminológico tiene una lógica específica sin la cual se
contradicen los principios de la teoría. Así, el proceso de recopilación de términos
no puede partir de las formas sino de los conceptos (método onomasiológico), y,
en consecuencia no puede ser una traslación de nombres, sino una búsqueda de
las denominaciones naturales que en cada lengua corresponden a un concepto
especializado (que son, a fin de cuentas, las formas que usan los expertos en
situación de comunicación profesional). Estas formas a veces existen y otras no.
En caso de que no existan, no pueden resolverse llanamente como si fueran
unidades de traducción.

Segundo principio:
Un término es la asociación de una forma y un contenido, y no puede reducirse ni
a un concepto independientemente de su forma en una lengua determinada, ni a
una denominación no asociada a un contenido.

Este segundo principio preserva el carácter semiótico del objeto terminológico, sin
reducirlo ni a un concepto abstracto ni a una palabra. Forma y significado
constituyen dos caras indisociables (como sucede con el signo saussuriano) de la
unidad terminológica, porque son unidades sígnicas.

Tercer principio:
Una unidad terminológica es una unidad de conocimiento lexicalizada en una
denominación, de uso frecuente en los textos especializados; en consecuencia no
hay que confundir la unidad terminológica con la unidad de traducción. En caso de
que en una lengua no exista una unidad terminológica equivalente, hay que
recurrir antes a una lexicalización neológica (convenientemente caracterizada) que
a una traducción parafrástica.

Este principio proporciona una de las claves de la calidad de una traducción


especializada: la precisión. Las unidades terminológicas son unidades
comprimidas de conocimiento que confieren al texto especializado su carácter
eficiente. La adecuación y naturalidad de una traducción depende en gran medida
del recto uso de las unidades terminológicas reales. La transgresión de este
principio contribuye a aumentar el ruido comunicativo en una especialidad.

Cuarto principio:

20
La forma y el contenido de las unidades terminológicas son doblemente
sistemáticos: en relación a la lengua general y, más precisamente, en relación al
ámbito de especialidad del que forman parte.

Por este principio, se preserva el carácter lingüístico de la terminología, de forma


que refleja las reglas léxicas propias de la gramática de una lengua si bien
manifiesta una cierta tendencia a la selección de modos de formación
predominantes según el ámbito temático del que se trate.

Quinto principio:
La forma y el contenido de un término son temáticamente específicos, de forma
que un término siempre lo es de un campo de especialidad y nunca en abstracto.

Mediante este principio, se indica que no existe término sin materia especializada
que lo ubique, ya que una unidad tiene carácter terminológico si y sólo si
representa el nudo conceptual (o nudo de conocimiento) de una materia
especializada. Este principio defiende también que no existen términos en
abstracto, o dicho de otro modo, que las unidades de comunicación sólo adquieren
rango de términos si se inscriben en un ámbito de especialidad definido.

Sexto principio:
La terminología de un ámbito especializado no es preexistente, sino que se
constituye en cada trabajo terminológico.

Según este principio, la terminología de un ámbito de especialidad es una


construcción, y no un espacio natural, de forma que la característica de ser un
término propio de un área determinada sólo se consigue si dicho término se usa
en este ámbito. Esta propuesta intenta resolver el problema de la polisemia de los
términos de especialidad, sin necesidad de recurrir a una homonimia sin
justificación, y da respuesta al trasiego constante de términos entre campos
especializados. Este principio además presupone que todo trabajo terminológico
debe establecer y delimitar en primer lugar su campo de trabajo y las dimensiones
bajo las que será concebido.

Séptimo principio:
Los ámbitos de especialidad no son ni estáticos en el tiempo ni cerrados en el
espacio, sino que son construcciones más o menos consolidadas de límites
permeables y con capacidad dinámica.

Por este principio se asume que las áreas especializadas son permeables entre sí,
lo que da pie a explicar los espacios disciplinares nuevos, la constitución de
campos interdisciplinarios cada vez más común con la consiguiente posibilidad
de establecer la terminología asociada a un objeto, y no únicamente a recopilar la
terminología propia de un campo previamente establecido en las clasificaciones
temáticas y a defender que existe más de una posible estructuración conceptual
de cada ámbito si tenemos en cuenta la poliedricidad del conocimiento y su
carácter dinámico diacrónica y sincrónicamente.

21
Octavo principio:
Para todo dato terminológico debe existir una fuente real. Ello significa que las
unidades terminológicas en un trabajo monolingüe son resultado de su
recopilación en los discursos de especialidad; y si se trata de una propuesta
neológica, su fuente es el autor de dicha propuesta.

En este principio se afirma que los términos deben recogerse en sus fuentes de
origen sin confundir la actividad terminológica con la neológica propia de
necesidades de actualización y modernización del léxico de una lengua, actividad
muchísimo más compleja que la terminológica strictu sensu. De acuerdo con él, se
cuestiona también la afirmación frecuente de que no puede realizarse una
actividad en una lengua por falta de terminología. El trabajo descriptivo sobre un
ámbito especializado demuestra que para un concepto consolidado y bien
establecido dentro de un ámbito temático, siempre existe una denominación,
aunque ésta pueda ser más o menos satisfactoria desde el punto de vista de la
corrección o de la adecuación o de la frecuencia en el uso. La terminología
planificada es la muestra de que si un término no es satisfactorio puede acuñarse
una alternativa en forma de propuesta, aunque ello sólo será legítimo y eficiente
en condiciones excepcionales y nunca como acto de creatividad individual, y
siempre en el marco de una actividad neológica explícita. Al decir que “para todo
dato terminológico existe una fuente” queremos insistir sobre la necesidad de
referenciar cuantas informaciones figuren en un trabajo.

Cada uno de estos enunciados abre una serie de consecuencias que afectan tanto
la resolución de problemas sobre los términos como el contenido de la
recopilación terminológica y su presentación.

7. La traducción y la terminología, actividades prácticas

Hablar de la terminología en la práctica de la traducción y para la práctica de la


traducción supone tratar de lo que se denomina hoy la gestión de la terminología.

Veamos en primer lugar qué entendemos por gestión:


• Gestionar significa según el diccionario: “realizar una serie de operaciones
sobre ciertos bienes con el objeto de obtener resultados beneficiosos”.
• Gestionar supone siempre un objeto definido y una finalidad explícita.
• Gestionar requiere actuar sistematizadamente, organizadamente,
conscientemente y metodológicamente.
Gestionar la terminología para la traducción, concebida la traducción como una
actividad de mediación comunicativa, comprende el proceso (serie de actividades
organizadas) mediante el que las necesidades terminológicas de la traducción
pueden satisfacerse.

22
Para ello es necesario especificar previamente cuál es el objeto a gestionar (la
terminología), cuáles son las necesidades terminológicas de la traducción y, a
continuación, organizar el proceso de resolución de estas necesidades.
¿Qué es la terminología para un traductor? ¿Qué conocimientos de terminología
requiere la traducción?

El conocimiento del traductor sobre la terminología puede establecerse en


distintos niveles; a mayor nivel mayor solidez en las decisiones y en la autonomía
de trabajo. El traductor puede decidir su grado de autonomía en relación a la
terminología. Pero en cualquier caso necesita saber qué es la terminología para
establecer sus necesidades en relación a ella.

7.1. Tres vertientes de la terminología

La terminología, con independencia de los aspectos que puedan interesar a un


determinado colectivo profesional, posee tres vertientes que no pueden obviarse.
La terminología es al mismo tiempo:
a) una necesidad
b) una práctica
c) una disciplina

1) En tanto que necesidad, la terminología es requerida en y por todas las


actividades relacionadas con el conocimiento especializado, ya sea simplemente
para representarlo (los especialistas crean conocimiento, lo describen mediante el
lenguaje y lo denominan mediante unidades terminológicas) ya sea para
transferirlo (los especialistas comunican sus ideas a otros especialistas o a un
público que desea adquirir conocimiento y para ello se sirven de las unidades
terminológicas). Teniendo en cuenta lo que acabamos de establecer, podemos
decir que la terminología cumple una doble función:
a) una función de simbolización o representación del conocimiento especializado
b) una función comunicación o transferencia del conocimiento especializado
Las siguientes actividades profesionales necesitan terminología para llevarse a
cabo:
la elaboración de documentos especializados
la redacción científico-técnica
la traducción
la interpretación de tema especializado
la enseñanza-aprendizaje de lenguas

23
la divulgación científico-técnica (periodismo científico)
la planificación lingüística
la descripción documental
la clasificación documental
la elaboración de diccionarios generales
la elaboración de diccionarios especializados
la ingeniería lingüística
la ingeniería del conocimiento (inteligencia artificial).

2) En tanto que aplicación, la terminología se propone recopilar, describir, analizar,


almacenar, actualizar, resolver y normalizar las unidades terminológicas propias
de los ámbitos especializados. Por lo tanto son actividades propias de la práctica
terminológica (terminografía) la recopilación, el análisis, la descripción, la
resolución, la normalización de la terminología. La práctica terminológica da lugar
a aplicaciones varias: elaboración de glosarios, resolución de cuestiones
terminológicas, normalización de términos, resolución de situaciones neológicas,
etc.

3) En tanto que disciplina es una materia de base interdisciplinar y aplicación


transdisciplinar, cuyo objeto de análisis son las unidades terminológicas. Estas
unidades pueden ser objeto de especulación teórica (la teoría terminológica), de
descripción en una o varias lenguas (la terminología descriptiva y contrastiva), de
recopilación, análisis e ilustración (la terminología aplicada o terminografía) y de
tratamiento y estandarización (la terminología prescriptiva). En tanto que
aplicación, la terminología puede generar diferentes aplicaciones.
Como interdisciplina, participan en su configuración elementos de base cognitiva,
semiótica, lingüística y comunicativa:
• su vertiente cognitiva está representada por el conocimiento especializado
• su vertiente semiótica está representada por la totalidad de signos de
representación del conocimiento especializado
• su vertiente lingüística está representada por las unidades de las lenguas
naturales que vehiculan el conocimiento especializado, desde la unidad
morfológica al texto, pasando por la unidad léxica, la sintagmática y la
oracional
• su vertiente comunicativa está representada por el discurso especializado
(enunciados que transmiten conocimiento especializado en unas condiciones
de producción determinadas)

Las unidades terminológicas en tanto que objeto de la disciplina son el conjunto de


unidades lexicalizadas propias de un ámbito especializado4. Dentro de estas
unidades, las nominales con valor referencial de carácter denominativo son los
términos propiamente dichos. Al lado de las unidades terminológicas, el discurso

4
Entiéndase ser propio de como ser usado en un ámbito con un valor semántico preciso.

24
especializado contiene otros tipos de unidades que también expresan
conocimiento especializado (la fraseología de especialidad, fragmentos
discursivos, etc.).

7.2. Pluralidad de concepciones según los colectivos profesionales

Que la terminología sea al mismo tiempo una necesidad, una práctica y una
disciplina no supone, sin embargo, que no podamos concebir que a un
determinado colectivo profesional sólo puede interesarle una sola de estas
vertientes.

La terminología es concebida en la práctica en función de las finalidades


prioritarias de cada colectivo profesional y de las necesidades a resolver. Así cada
colectivo profesional prioriza un aspecto de la terminología:
Para los especialistas (usuarios naturales de las unidades terminológicas), la
terminología es el conjunto de unidades que les permiten expresar (representar) y
transferir (comunicar) los conocimientos propios de su especialidad. Estas
unidades pueden ser más o menos uniformes, más o menos precisas, más o
menos exclusivas de un ámbito. El nivel máximo de uniformidad, precisión y
exclusividad son las nomenclaturas, que no pertenecen al sistema del lenguaje
natural.
Para los lingüistas, las unidades terminológicas son unidades léxicas que forman
parte del componente de una gramática. Estas unidades adquieren valor
terminológico en su uso. Adquirir valor terminológico significa adquirir un
significado especializado en un ámbito determinado de especialidad y unas
restricciones de uso
Para los planificadores lingüísticos, la terminología es uno de los componentes
que toda lengua requiere para ser considerada plena y eficiente. Toda lengua
debe disponer de terminología propia. Para ello, si es necesario, cabe hacer
trabajo neológico.
Para los ingenieros lingüísticos y del conocimiento, la terminología es un recurso
del que debe disponer una aplicación informática en inteligencia artificial para
actuar simuladamente como si fuera un humano experto en un ámbito de
especialidad.
Para los documentalistas, la terminología es el conjunto de unidades que les
sirven para describir el contenido de los documentos especializados y clasificarlos
temáticamente, permitiendo así una recuperación selectiva pertinente y eficaz
Para los profesores de lenguajes de especialidad, la terminología es un
componente necesario para adquirir competencia lingüística y comunicativa en los
usos especializados de una lengua.
Y para los traductores, la terminología es el conjunto de unidades que usan los
especialistas en un ámbito y que aparecen en un texto de traducción. Su objetivo

25
consiste en disponer en la lengua de traducción de unidades equivalentes que
posean el mismo valor de uso.
Como consecuencia de esta diversidad en la priorización dimensional de la
terminología, cada colectivo ejerce unas actividades distintas, tiene unas
necesidades terminológicas distintas y requiere unas aplicaciones terminológicas
diferenciadas
a) los lingüistas teóricos se proponen describir y explicar cómo son, cómo
funcionan, cómo se usan y cómo se adquieren las unidades terminológicas. Todo
ello dentro de un modelo de descripción del lenguaje en general y de las lenguas
en particular;
b) los lexicógrafos elaboran terminología para los diccionarios generales;
c) los terminólogos realizan diccionarios especializados;
d) los planificadores lingüísticos impulsan la creación de terminología normalizada
en referencia a la norma de una lengua y llevan a cabo medidas de implantación
de esta terminología en el uso real;
e) los normalizadores (normalmente especialistas) establecen la terminología de
referencia (estandarizada o normalizada) en el ámbito de una lengua o en el
contexto de varias lenguas;
f) los ingenieros lingüísticos y del conocimiento utilizan la terminología disponible
integrándola en sistemas de tratamiento del lenguaje natural, traducción,
reconocimiento, etc.;
g) los documentalistas utilizan la terminología del documento para indizarlo y usan
la terminología normalizada para crear instrumentos de clasificación e indización
sistemática;
h) los profesores de lenguajes de especialidad se limitan a enseñar la terminología
usada por los especialistas en sus comunicaciones naturales. Suelen hacer una
selección de los usos y priorizar las formas estandarizadas, pero sin prescindir de
la variación que requiere la discursividad;
i) y los traductores buscan la terminología adecuada para resolver cuestiones de
equivalencia. En caso de no disponer de terminología en la lengua de traducción
intentan resolver la cuestión por vías distintas.

8. La terminología y traducción en la práctica

La traducción en tanto que práctica o aplicación es un proceso de transferencia de


información entre lenguas distintas. En este proceso se parte de unas ideas
expresadas en una lengua de partida y se las vierte a una lengua de llegada, cada
una con un sistema expresivo propio e integrada en un sistema cultural específico.
En este proceso se ponen en juego variables cognitivas, culturales, psicológicas,
sociológicas y lingüísticas.

26
La terminología juega un papel relevante en este proceso de transferencia:
a) Porque los especialistas utilizan habitualmente unidades terminológicas en los
procesos de expresión y transferencia del conocimiento especializado.
b) Porque todas las especialidades disponen de unidades terminológicas
específicas que representan sus conceptos.
c) Porque las unidades que concentran con mayor densidad el conocimiento
especializado son las unidades terminológicas.
d) Porque la calidad de una traducción especializada requiere como recurso
habitual el uso de terminología (y no de paráfrasis), adecuada al nivel de
especialización del texto (por lo tanto, más o menos especializada según los
casos) y real (es decir, que corresponda a los usos efectivos que hacen de ella
sus usuarios naturales (los especialistas)).
La traducción especializada como práctica requiere disponer de terminología para
usarla en los textos y suscita problemas terminológicos a resolver a fin de
conseguir una traducción especializada de calidad
En consecuencia podemos afirmar que la terminología es relevante en la práctica
de la traducción especializada:
a) Porque la expresión del conocimiento especializado en los textos de
especialidad se vehicula en buena medida a través de unidades terminológicas
y fraseológicas propias de cada ámbito.
b) Porque los textos especializados comprenden una gran cantidad de
terminología, mayor cantidad cuanto mayor es el nivel de especialidad de un
texto.
c) Porque sólo con el uso de la terminología que usan los especialistas un texto
traducido da la sensación de ser original.
d) Porque el desarrollo y actualización de las lenguas requieren disponer de
terminología específica y normalizada con lo que se favorece y armoniza la
traducción especializada.

9. La terminología en la traducción y para la traducción: evidencia de una


necesidad

En la relación de necesidad entre la terminología y la traducción cabe distinguir


dos situaciones diferentes que requieren de parte del traductor dos necesidades
distintas. De un lado las necesidades terminológicas que plantea una traducción
(terminología en la traducción). De otro lado las necesidades terminológicas que
tienen los traductores en general (terminología para la traducción). En el primer
caso el trabajo terminológico que debe llevar a cabo el traductor es el que
corresponde a la llamada terminología puntual o terminología ad hoc. En el
segundo caso, se trata de elaborar glosarios de términos que sean realmente

27
útiles para los traductores: el método terminográfico corresponde al del trabajo
sectorial o sistemático.

Que los traductores tienen problemas terminológicos cuando ejercen como tales
es algo fuera de toda duda. Todos los traductores reconocen haber vivido
situaciones como las siguientes:

a) desconocer una unidad, su significado, su uso gramatical o su valor pragmático


en el ámbito especializado en la lengua de partida
b) dudar sobre el significado, el uso gramatical o el valor pragmático de una
unidad en la lengua de partida
c) desconocer si la lengua de llegada dispone de una unidad lexicalizada
equivalente semántica y pragmáticamente a la usada en el texto original
d) dudar de si una unidad de la lengua de llegada es el equivalente más
apropiado
e) desconocer o dudar sobre la fraseología del ámbito especializado.
Para resolver estas cuestiones se valen de la documentación especializada, de los
diccionarios y bancos de datos y de las consultas a especialistas, que pueden
resolverle la cuestión de forma contundente, pero pueden también crearle dudas o
dejarla sin resolución.
Pero son numerosos los casos que las obras terminológicas no resuelven. Y ello
por varios motivos, unos imputables a la falta de terminología disponible en la
lengua de traducción o a la falta de terminología normalizada o de referencia; pero
en otros casos estas lagunas son imputables a la falta de adecuación de los
glosarios terminológicos a las necesidades de la traducción.
El traductor no tiene problemas terminológicos si dispone de:
• los términos recopilados en la lengua de partida (lista)
• descritos adecuadamente (informaciones)
• ponderados pragmáticamente (valor pragmático)
• los términos o unidades equivalentes en la lengua de traducción, descritos
adecuadamente (informaciones) y ponderados pragmáticamente (valor
pragmático)
Pero los tiene si:
• no existe terminología recopilada en una o en las dos lenguas
• no existe terminología disponible en la lengua de llegada
• no existe terminología ponderada en las dos lenguas, pero fundamentalmente
en la lengua de llegada.
Entre las lagunas imputables a la disponibilidad de terminología que las obras de
referencia dejan sin resolver podemos considerar como ejemplo las siguientes:

28
En la lengua de traducción no existe una unidad lexicalizada porque los
especialistas no utilizan esta lengua para sus comunicaciones sobre el tema.
En la lengua de traducción no existe una unidad lexicalizada lingüísticamente
satisfactoria porque los especialistas se valen sistemáticamente del préstamo.
En la lengua de traducción no existe una unidad normalizada consensuada por
los especialistas o sancionada por organismos de normalización.

Y la mayoría de los glosarios existentes no satisfacen al traductor:


a) porque no están actualizados
b) porque les falta información necesaria
c) porque les faltan criterios de evaluación de su calidad y fiabilidad

10. Tipos de problemas del traductor especializado y causas que los


producen

La terminología plantea problemas que el traductor especializado debe poder y


saber resolver. Dichos problemas obedecen a distintas causas de las que vamos a
destacar tres:

• Problemas causados por el hecho de representar el conocimiento especializado


en una lengua natural.
• Problemas causados por el hecho de representar el conocimiento
especializado.
• Problemas causados por el hecho de usar el lenguaje natural y pertenecer a él
la terminología.

Abordaremos brevemente cada uno de estos tres tipos de problemas.

Hay una serie de problemas causados por el hecho de representar el


conocimiento especializado en una lengua natural

La diversidad de lenguas (falta de una lengua universal), las características del


lenguaje natural, la heterogeneidad cognitiva (falta de uniformización conceptual),
la diversidad cultural (falta de un sistema uniforme de valores) o la diversidad
situacional (falta de equidad entre las lenguas y las colectividades) son elementos
que complican la traducción.

En efecto, la situación óptima para la traducción sería que las distintas lenguas (y
las colectividades que las usan) respondieran a los mismos esquemas cognitivos,
al mismo patrón de valores culturales y estuvieran en el mismo nivel de desarrollo;
y que las lenguas naturales dispusieran de unidades biunívocas (monosémicas y
mononímicas). En este caso, las lenguas serían puras nomenclaturas. La

29
búsqueda de una lengua única, planificada y de validez cognitiva universal
constituyó el ideal de la filosofía idealista. Esta lengua haría innecesaria la
traducción.

Pero la realidad está lejos de la uniformidad y en consecuencia:

Cada lengua tiene sus propios recursos denominativos, que no


necesariamente coinciden con los que usa otra lengua.

Cada lengua es un imbricado sistema de estructuras cognitivas, lingüísticas y


sociales, nunca coincidentes con las de otra lengua.

El contenido de la comunicación humana admite niveles distintos de precisión y


amplios márgenes de “borrosidad” (expresar más o menos una idea) y de
“diversificación” (repetir, pero no exactamente lo mismo).

Expresar una idea en una lengua supone arrastrar el esquema de


conceptualización acordado socialmente en esta lengua (sesgo cultural). Este
sesgo cultural solo se supera con el consenso (concepto estandarizado).

En la comunicación humana a través del lenguaje natural se da como fenómeno


habitual la polisemia y la sinonimia (una misma forma admite diferentes sentidos;
un sentido puede expresarse a través de formas distintas, de idéntico o distinto
nivel lingüístico). Esta diversificación sólo se supera con el consenso sobre las
formas de denominación y sobre las relaciones forma-contenido.

No todas las lenguas disponen de los mismos recursos denominativos porque se


encuentran en estadios diferentes de desarrollo, aunque en todas las lenguas
pueden expresarse todas las realidades.

Hay otras serie de problemas causados por el hecho de representar el


conocimiento especializado

En el análisis del texto de partida el traductor se encuentra ante hechos


problemáticos causados por la condición de conocimiento especializado de los
textos que traduce, como son los siguientes:

• Problemas lingüísticos: desconocimiento de algunas unidades [se le supone


competencia lingüística en las lenguas de trabajo].

• Problemas cognitivos: desconocimiento parcial del tema, opacidad semántica


de algunas unidades, ambigüedad semántica, precisión semántica,
contextualización semántica de las unidades en el texto.

• Problemas pragmáticos: ponderación de las unidades (alcance geográfico,


cronológico, grupo socio-profesional o científico, nivel de normalización,

30
frecuencia de uso, grado de aceptación, grado de especialización en relación al
grado de formalidad y especialización del texto, etc.).

• Problemas socioculturales en relación a la temática: desconocimiento de las


condiciones de producción del texto, desconocimiento de la panorámica fáctica
del tema, desconocimiento de la situación socio-profesional, etc.

Y en la resolución de la traducción el traductor debe resolver:

• Problemas socioculturales en relación a la temática: desconocimiento del


estado de conocimiento y tratamiento del tema en la colectividad de la lengua
de traducción.

• Problemas lingüísticos:

a) ausencia de equivalentes
b) proliferación de equivalentes
c) existencia de fraseología propia del ámbito temático

• Problemas semánticos: desconocimiento del alcance semántico de algunas


unidades en la lengua de traducción.

• Problemas pragmáticos: desconocimiento del valor pragmático de las unidades


disponibles en la lengua de traducción.

Finalmente, hay un conjunto de problemas causados por el hecho de usar el


lenguaje natural y pertenecer a él la terminología. Así, el traductor se encuentra
ante cuestiones derivadas del uso del lenguaje natural y de la condición de la
terminología de lenguaje natural y no artificial. Por ello, se encuentra ante
cuestiones problemáticas como son:

• la diversidad conceptual
• la diversidad denominativa
• la polisemia
• la ambigüedad
• la falta de precisión de las unidades
• el solapamiento entre la significación general y la especializada
• la confluencia en las unidades de factores psicosociales y políticos, etc.

11. Elementos para la resolución de problemas terminológicos en la


traducción

31
El traductor sabe perfectamente que el texto traducido debe incorporar soluciones
y no plantear problemas, por ello debe actuar discriminadamente ante los distintos
tipos de problemas terminológicos que se le plantean y elegir una solución.

Pero llegar a decidirse sobre una posibilidad entre varias o bien acuñar una forma
para su texto no es tarea fácil y para llevarla a cabo adecuadamente tiene que
considerar las posibilidades y vías de resolución que se le ofrecen ante cada tipo
de problema y actuar en consecuencia.

Sabe, por ejemplo, que ante la ausencia de equivalentes debe tener en cuenta:

• las propuestas y criterios neológicos de los organismos de normalización


• la estructura general de la lengua
• los recursos neológicos
• los recursos léxicos disponibles
• los recursos discursivos
• la viabilidad lingüística de la propuesta
• la posibilidad de aceptación social o grupal.

Pero que una vez consideradas todas las posibilidades, debe decidir una forma
para representar en la traducción. Y esta forma, según el grado de estabilidad
social que posea, deberá ir suficientemente documentada para que no prolifere la
terminología creada por el traductor como si fuera una terminología de referencia
consolidada.

Ante la proliferación de equivalentes, el traductor sabe que ha de:

• Considerar la conveniencia de la diversidad


• Considerar la pertinencia de la diversidad en relación a un ámbito
• Ponderar cada variante.

Y una vez considerados estos elementos deberá decidirse por una de las
siguientes opciones posibles:

• respetar la variación (usar indistintamente)


• ponderar las variantes (usar discriminadamente)
• eliminar variantes (seleccionar una unidad de referencia sistemática)

Y en cualquier caso deberá tener en cuenta que existen criterios de decisión


bastante consensuados internacionalmente:

a) Criterios de conveniencia general

• alcance geográfico de una lengua


• niveles de variación geolectal y voluntad de mantenerla
• diversidad pragmática de las variantes

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• esquema de planificación de la lengua y su terminología
• amplitud del ámbito
• interdisciplinariedad y multidimensionalidad del ámbito, etc.

b) Criterios de pertinencia

• nivel de precisión del tema


• exigencia de precisión funcional
• características del escenario de uso

c) Criterios de ponderación:

• semánticos
• pragmáticos
• normativos
• frecuenciales
• sociales (viabilidad)

12. A modo de síntesis

Hemos afirmado al inicio de esta exposición que son evidentes las relaciones
existentes entre la terminología y la traducción, como disciplinas y como
actividades, pero que la bibliografía aporta muy pocas precisiones sobre el tema.
Ante esta falta de datos, tomamos la decisión de reflexionar sobre dichas
relaciones; analizar sus características y establecer sus restricciones.

Del transcurso de nuestro análisis podemos extraer algunos datos a modo de


conclusión.

Consideradas como disciplinas, existen entre la terminología y la traducción


muchos puntos de coincidencia. En efecto, se trata de dos materias
interdisciplinares de base lingüística, constituidas por la aportación de
fundamentos procedentes de las mismas disciplinas: las ciencias del lenguaje, las
ciencias de la cognición y las de la comunicación. Este hecho no puede
sorprendernos si tenemos en cuenta que el lenguaje, que constituye la base
substancial de su campo, su materia prima, es un medio de comunicación
(componente comunicativo) que vehicula un conocimiento (componente cognitivo)
y lo expresa mediante un sistema semántico-denominativo (componente
gramatical).

Ambas son materias muy recientes, y sin embargo representan actividades muy
antiguas. Surgieron para resolver necesidades prácticas de tipo informativo o
comunicativo, pero subyace en esta práctica, como en todas las aplicaciones, un

33
cuerpo de principios todavía no descritos en su totalidad y aun insatisfactorios
para expresar sus interrelaciones.

Las dos persiguen el objetivo de establecer unos fundamentos precisos para


constituir un espacio disciplinar legítimo y bien fundamentado, ya que por su
origen aplicado ni se sienten completamente identificadas con el objetivo de otras
teorías ya establecidas, ni están todavía suficientemente exploradas para poder
producir un corpus de fundamentos suficientemente preciso que pueda dar lugar a
una teoría específica.

A pesar de sus coincidencias, es evidente que se trata de dos materias distintas,


plenamente diferenciadas en cuanto a su objeto de análisis y a sus finalidades,
pero complementarias. Esta complementariedad da lugar a una relación asimétrica
determinada por la condición de la traducción de producto finalista y de la
terminología como uno de sus componentes. En efecto, si bien la traducción tiene
sentido en sí misma, por cuanto su producto es un texto comunicativo completo
que podría haber sido producido originariamente por un especialista, la
terminología es un producto preterminal que no tiene sentido comunicativo por sí
mismo sino sólo inserto en otros productos lingüísticos textuales. Y sólo tiene valor
representativo en aplicaciones documentales o textuales (tesauros, jerarquías
temáticas o listados de términos normalizados).

Al lado de esta relación inevitable entre ambos campos de estudio y de actividad


si, como hemos afirmado en este texto, la terminología es uno de los elementos
más importantes de los textos de especialidad, traducir este tipo de textos
requerirá por parte del traductor conocimientos sobre sus reglas de composición,
sus estructuras y los recursos terminológicos más adecuados. Por ello, teniendo
en cuenta la especificidad del trabajo terminológico, deberá conocer sus principios
básicos para no transgredirlos confundiendo metodológicamente la terminología
con la traducción. La implicación mínima del traductor en la terminología
presupone pues por lo menos conocer estos principios. Ir más allá de este
conocimiento es decisión del traductor, que, en función de su grado de
compromiso, de ser un mero usuario de recursos terminológicos pasa a ser un
profesional activo en la selección de variantes denominativas para un mismo
concepto especializado o en la propuesta de resolución de cuestiones neológicas
cuando no existe denominación alguna en la lengua de traducción. De esta
manera su nivel de profesionalidad en la traducción especializada será muchísimo
mayor, y su labor profesional ganará con ello calidad y prestigio.

Y no quisiéramos terminar sin hacer una última consideración. Parece cierto que el
panorama del mercado laboral se decanta cada vez con mayor relieve hacia la
polivalencia de los profesionales. El título de nuestra intervención Traducción y
terminología: un espacio de encuentro ineludible partía de la convicción fácilmente
constatable de que la relación entre ambas actividades era imprescindible. Pero
pensamos, además, que favorecer sus relaciones respetando la especificidad de
cada una e introducir a los especialistas de un campo en el conocimiento del otro
contribuirá, sin duda, no sólo a mejorar el respeto por sus respectivas actividades

34
y especificidades, sino sobre todo a proveer el mercado de las actividades
lingüísticas de carácter informativo y comunicativo de especialistas polivalentes
capaces al mismo tiempo de resolver con adecuación y eficiencia un texto de
traducción especializada, solucionando las cuestiones terminológicas con la lógica
de la terminología y de recopilar los términos de especialidad en bases de datos
que actualicen el campo de los recursos de las diferentes lenguas. Y en definitiva,
conocer más de otro siempre es una garantía de ir a mejor; y por ello, la formación
en terminología de los traductores especializados aportará sin duda calidad a los
textos de traducción, pero además les permitirá ahondar en un proceso de
conocimiento y de actividad que inevitablemente será beneficioso y útil para el
desarrollo científico de una disciplina teórico-práctica emergente, la traducción, tan
importante en el mundo plurilingüe en que se mueve nuestra civilización.

Nos habíamos propuesto también en este texto exponer algunas ideas sobre la
relación entre la traducción y la terminología en el terreno aplicado y desde la
óptica de la traducción, y más concretamente, desde las necesidades específicas
del traductor. Para ello hemos expuesto en primer lugar la noción de gestión de la
terminología como generalización de las operaciones terminológicas que puede
llevar a cabo el traductor desde su profesión. Hemos expuesto qué es
concretamente para un traductor la terminología, más allá de lo que pueda ser
para otros colectivos profesionales y hemos especificado qué intereses puede
tener en su práctica. Concretamente, hemos detectado su necesidad de resolver
dos tipos de situación:

a) solventar los problemas terminológicos que le plantea cada traducción


especializada
b) elaborar materiales terminológicos adecuados que sirvan a otros traductores.

Hemos intentado demostrar que los traductores tienen problemas terminológicos


para resolver una traducción y hemos especificado algunos de ellos. También
hemos analizado qué consideraciones específicas deben tener en cuenta para
solucionar dichos problemas y qué decisiones deben tomar. En primer lugar,
tienen que reconocer y discriminar las diferentes clases de problemas de
terminología. En segundo lugar, deben conocer cuáles son los elementos a
considerar para intentar resolver cada tipo de problema. Y en tercer lugar, deben
tomar para cada caso una decisión razonada y razonable, convenientemente
documentada y eficazmente presentada en el texto de traducción. El método de
trabajo que deben utilizar en la resolución de sus problemas es el que
corresponde a la llamada terminología puntual o terminografía ad hoc.

Distinto es el caso de la terminología sectorial, campo en el que los traductores


deberían desarrollar más actividad de la que ejercen. Los glosarios elaborados por
terminógrafos no suelen satisfacer las necesidades de los traductores porque no
parten del análisis de las necesidades reales que plantea la traducción. Por ello,
clamamos para que el colectivo de la profesión traductora entre con mayor
profusión en la elaboración de recursos terminológicos que respondan más
coherente y adecuadamente a las necesidades reales de la traducción.

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Referencias bibliográficas

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