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El Muro de la Infamia1

Florence Thomas
Siempre me pareció que hay que darles rostro a la violencia y a los violentos. En lugar de mostrar a
Lizzeth Ochoa con la cara llena de moretones y un ojo casi cerrado, los diarios habrían debido mostrar la
foto en grande de su dulce marido barranquillero.

Suficiente con lo que le ha pasado a la víctima La humillación debe dirigirse al violento y no a la violentada.
Y en estos casos me parece que darle rostro a la violencia tiene un significado simbólico de una enorme
importancia. Una foto en un diario para informar sobre una realidad denigrante y aun tan cotidiana en la
vida familiar señala la responsabilidad de los hombres violentos sobre sus actos. Y no estoy hablando de
un muro de la infamia.

Ahora, a propósito de ese muro, bien controvertido por cierto, tengo argumentos para hacer público mi
repudio a esta iniciativa.

El primero: en la gran mayoría de casos, el violador es un conocido de la víctima (las estadísticas


muestran que aproximadamente el 80 por ciento de los abusadores son personas cercanas a la niña o al
niño); incluso, a veces es el mismo padre, padrastro, abuelo o tío. Entonces, con el muro de la infamia,
será una familia, una niña, un niño o una adolescente quienes tendrán que soportar día a día la mirada
inquisidora de vecinos y vecinas, a veces incluso de todo un barrio, con el resultado de que todos y todas
de alguna manera terminarán sintiéndose culpables. Así, el muro revictimiza a las víctimas.

El segundo: no se puede reparar un derecho, de los más graves por cierto, vulnerando otro. El Estado
Social de Derecho tiene mecanismos previstos para juzgar y condenar conductas de este tipo ,
mecanismos que, por cierto, pretenden deslegitimar la ya medieval costumbre del ojo por ojo, diente por
diente.

Estas prácticas nada favorecen a los países en donde la gente fácilmente toma la justicia en sus manos, y
en los cuales la rehabilitación de los violadores hombres no está ni siquiera prevista. Y digo esto
justamente en nombre de la justicia.

Basta ver cómo en ciertos países muchos de los supuestos violadores son linchados, golpeados y
quemados en plazas públicas; o basta ver la suerte de los violadores en las cárceles de nuestro país, y
ello en nada contribuye a disminuir estos delitos atroces.

Creo sí en la imperativa necesidad de definir y aplicar penas más altas que se acompañen de procesos
sólidos de rehabilitación. Sé que puede parecer extraño que yo escriba esto. Si hay alguien que piensa y
que ha escrito varias veces que la violación de una mujer, de una niña o de un niño es de lo más infame,
soy yo; si hay alguien que no entiende cómo un hombre puede violar a una niña de 4 años, de 2 años o de
14 años, soy yo. Pero tengo una idea de la justicia que no puede ser esta idea feudal del escarnio público.

Creo aún en una posible rehabilitación porque no todo está perdido. Le apuesto a una sociedad madura,
en la que no tengan lugar las violaciones de mujeres, niñas y niños; a una sociedad en la que la
precariedad de la educación y de las condiciones de vida sea mínima y, sobre todo, en la que el cuerpo
femenino deje de ser un espacio para el ejercicio del poder patriarcal; y también a una sociedad capaz de
hacerse preguntas que revelan más de la psiquiatría o de desórdenes psico-sexuales de complejos y
largos tratamientos.

Por último, creo que los y las integrantes del Concejo de Bogotá, en lugar de propiciar el odio y el escarnio
público, deberían ir a ver la película Secretos íntimos, actualmente en la cartelera de Bogotá.

Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad


Publicación eltiempo.com / Sección Editorial – opinión / Fecha de publicación: 25 de julio de 2007/ Autor FLORENCE THOMAS*

1
Muro de la infamia: propuesta de los Concejales de Bogotá (periodo 2007) que consiste en exhibir en los lugares públicos las
fotos de los violentos y violadores.

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