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Y'-Guiberto d e N o g e n t se entusiasm a:
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“Hablo de la incomparable victoria alcanzada recientemente en la
expedición a Jerusalén, victoria hasta tal punto gloriosa a los ojos de
quien no sea un insensato, que nunca nos regocijaremos bastante de
ver que nuestro siglo ha adquirido títulos ilustres que no obtuvieron
los siglos pasados.”
(G e sta D e i p e r F ra n co s)
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nuestros cristianos podían llegar con plena seguridad al territorio de
Egipto para sus asuntos comerciales y tratarlos en condiciones venta
josas. Por su parte, los egipcios nos traían riquezas extranjeras y toda
clase de mercaderías desconocidas en nuestro país y, cuando venían,
sus viajes nos eran a la vez útiles y honorables. Además, las sumas con
siderables que ganaban todos los años entre nosotros, beneficiaban al
tesoro real, así como a las fortunas particulares y contribuían a su acre
centamiento. Ahora, por el contrario, todo ha cambiado; las cosas han
tomado el peor aspecto y nuestra arpa no deja escapar sino sones dolo
rosos. Hacia cualquier lado que mire, no veo sino temor y desconfianza.
El mar nos rehúsa una navegación pacífica, todos los países que nos
rodean obedecen a nuestros enemigos, todos los reinos están armados
para nuestra ruina.”
(1169)
“La primera causa que nos parece que debe asignarse a ese cambio nos
conáuce hacia Dios, autor de toda cosa. Nuestros padres, que fueron
hombres religiosos y temerosos de Dios, han sido reemplazados por
hijos perversos y criminales, prevaricadores de la fe de Cristo y que se
abandonan al azar y sin reflexión a todas las acciones ilícitas.
Tales son, en efecto, los hombres del siglo presente y, sobre todo,
aquellos de las comarcas del Oriente. El que intente trazar con pluma
verídica el cuadro de sus costumbres o, más bien, el de sus vicios mons
truosos, sucumbiría a la inmensidad de su trabajo y más parecería haber
inventado una sátira que compuesto una historia verdadera.”
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honor de Dios contra los impíos. Sus hijos, a quienes ahora se llama
‘potrillos’, nutridos en las delicias, muelles y afeminados, más acos
tumbrados a los baños que a los combates, entregados a la impureza
y a la lujuria, ataviados con vestidos ligeros como las mujeres, están
adornados y arreglados como un templo /.../ Concertando tratados
con los sarracenos, se regocijan cuando alcanzan la paz con los ene
migos de Cristo. /.../ No se podría creer de qué manera las mujeres
sirias y sarracenas les enseñan sortilegios, maleficios y abominaciones
de toda clase. /.../ Después de haberse enriquecido inmensamente,
haciendo pagar a los peregrinos precios inmoderados por su hospedaje,
engañándolos y arruinándolos por la venta de sus mercaderías, por sus
tráficos y sus negociaciones de toda clase, desdeñando, en fin, y entre
gando a la burla a esos campeones de Cristo que se han exilado por su
amor, les abruman con injuñas y afrentas, como si fueran imbéciles
o idiotas.”
Para las otras cruzadas, salvo para la cuarta, las ú n icas fu e n tes
serias so n lo s h istoriad ores d e lo s reyes. A dem ás, se escribieron
n u m ero sos relatos p o é tic o s y legendarios. Pero lo s m ás im p o rtan tes
d e to d o s lo s h istoriad ores esp eciales de las cruzadas, fu ero n lo s d os
cron ista s d e la cuarta, que escribieron am b os en len gu a vulgar.
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su d e sc o n te n to . A u n q u e a d o lece d e falta d e perspectiva, su p o e le
varse a v eces sob re lo s a c o n te c im ie n to s in m ed ia to s para exp licar
sus causas. Pero su rela to vale, sob re t o d o , p or su in gen u id ad , que
p erm ite fiscalizar al o tr o cron ista, y la form a colorid a, em o cio n a d a
y p in to resca en que c o n tó algun os ep iso d io s. V éase, p or ejem p lo,
la salida d e V en ecia:
"Entonces prepararon todos juntos sus equipajes y sus navios y se em
barcaron. cada señor tenía su nave para él y sus gentes y su barco de
carga para llevar sus caballos, y el duque de Venecia tenía con él cin
cuenta galeras preparadas a sus expensas. La galera en que estaba era
toda roja y por encima tenía un pabellón tendido de seda roja. Tenía
delante de él cuatro trompetas de plata que sonaban y tímbalos que
llevaban gran alegría. Y todos los altos hombres, clérigos y laicos,
pequeños y grandes, tuvieron tan gran alegría al salir, que jamás tan
gran alegría ni flota tan perfecta fue vista ni oida. Y los peregrinos
hicieron subir a los castillos de las naves a todos los sacerdotes y los
clérigos, que cantaron: Veni creator spiritus... Y todos, grandes y pe
queños, lloraron de emoción y de la gran alegría que tuvieron. Y
cuando la flota partió del puerto de Venecia, había tantos dromones
/barcos análogos a los antiguos de remos y velas/ ricas naves y tantos
otros barcos, que era la cosa más hermosa de ver que hubiera habido
desde el comienzo del mundo, pues había bien cien pares de trompetas,
tanto de plata como de bronce, y todas sonaron al salir y tantos timba
les- y tambores y otros instrumentos, que era una verdadera maravilla.
Cuando estuvieron en el mar y que hubieran tendido sus velas y puesto
sus banderas en lo alto de los castillos de las naves, así como sus insig
nias, pareció que el mar hormigueaba todo y que estuviera todo abrasado
por las naves y la gran alegría que llevaban.”
“Cuando Aleaume, el clérigo, vio que nadie osaba entrar, saltó hacia
adelante y dijo que él entraría. Había allí un caballero que era su her
mano, se llamaba Roberto de Clari. Le prohibió hacerlo y le dijo que
no entraría, y el clérigo dijo que lo haría y entró sobre los pies y sobre
las manos. Y, cuando su hermano vio eso, le tomó por el pie y se puso
a tirar hacia él; pero que su hermano lo quisiera o no, el clérigo entró
adentro.”
(LXXIV)
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Pese a que su cultura, in fo rm a ció n y esp íritu c r ític o estén
p o r d ebajo de sus p ro p ó sito s, reflejó la d eslum bradora im p resión
causada en el c o m b a tien te m ed io p o r la capital bizantina:
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“Pero hubo algunos que no estuvieron de ninguna manera de acuerdo
en ir a Constantinopla y, así, decían: ‘ ¡Bah! ¿qué haremos en Constan-
tinopla? Tenemos nuestro peregrinaje por hacer y también propósito
de ir a Babilonia o Alejandría y nuestro navio no nos debe seguir más
que un año y ya está la mitad del año pasada’. Y los otros decían, por
el contrario: ‘¿Qué haremos en Babilonia ni Alejandría, cuando no tene
mos víveres ni haber con que podamos ir? Más nos vale, antes que vaya
mos, que conquistemos víveres y haber razonable, que vayamos para
morir de hambre. Entonces sí podremos tener éxito y él /el duque de
Venecia/ nos ofrece venir con nosotros y mantener nuestros navios y
nuestra flota armada todavía un año a su coste.1
“Cuando las naves, y todos los otros barcos fueron puestos a salvo en
el puerto, se reunieron todos los peregrinos y los venecianos y tomaron
consejo entre ellos cómo se asaltaría la ciudad.”
(XLIV)
Godofredo de Villehardouin n o s o fr ec e e l en fo q u e d el c o m
b a tie n te que particip ó en lo s preparativos d e la cruzada y fu e u n o
d e sus je fe s d e segu n d o rango m ás im p ortan tes y , co n sig u ien tem en te,
está en el secreto de las d ecision es. Su libro, La conquista de Cons
tantinopla, llega hasta 1 2 0 7 , cu an d o m u ere B o n ifa cio de M o n tfe
rrat, je fe de la ex p ed ició n . A u n q u e se ve está redactada c o n p o s
teriorid ad a lo s h ech o s, su p recisión y ex a ctitu d c r o n o ló g ic a in d i
can q u e lo h izo b asán d ose en d o c u m e n to s q u e a v eces reproduce
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p arcialm en te, y en n ota s p erson ales tom a d a s en el m o m e n to . Su
ap ego al orden c r o n o ló g ic o le hace aparecer c o n fu so a veces. Su
estilo , en general d esp ojad o d e acceso rio s literarios, se anim a y
colorea , c o m o cuan d o d escrib e la salida d e C orfú:
“Nunca, desde que el mundo fue creado, se ganó tan gran botín en
ninguna ciudad.”
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tan cias q ue se so b rep u so a lo s p r o p ó sito s de sus jefes. A u n q u e
si, p o r un lad o , silen cia h e c h o s q u e n o p o d ía ignorar, c o m o la
o p o sic ió n del papa o la e x c o m u n ió n q u e pesaba sob re lo s ven e
cia n o s, tam b ién es c ie r to q u e con sig n a o tr o s que n o fa vorecen su
tesis. L o cie rto es qu e d escrib e las n e g o cia cio n es prelim inares c o n
gran lujo y vivacidad d e d eta lles, q u e evid en cian el u tilita rism o de
lo s v en ecia n o s, q u ien es n u n ca p erm iten q u e la finalidad religiosa
d e la em presa o b n u b ile la c o n c ie n c ia de sus intereses:
“Tres días después, el duque, que era muy prudente y valiente, convocó
a su Gran Consejo y este consejo comprendía cuarenta miembros de
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ios más prudentes del país. Por su habilidad y su gran sentido, que
tenía muy claro y muy bueno, llegó a obtener su aprobación. Des
pués tomó cien, después doscientos, después mil, tanto que todos lo
aprobaron y alabaron lo que había hecho. Después reunió bien diez
mil en la capilla de San Marcos, la más hermosa que sea y les dijo de
oir la misa del santo espíritu y rogar a Dios les aconsejara con respecto
a la petición de los mensajeros y lo hicieron de buena gana. /También
acudieron los mensajeros./ Fueron muy mirados por todos los que
nunca les habían visto.
Por el acuerdo y la voluntad de los otros mensajeros, Godofredo de
Villehardouin, el mariscal de Champaña, tomó la palabra y les dijo:
‘Señores, los más altos y poderosos barones de Francia nos han enviado
a vosotros. Os suplican que tengáis piedad de Jerusalén, que está en
manos de los turcos y os piden que les ayudéis a vengar la vergüenza de
Jesucristo. Os han elegido a vosotros, porque saben que nadie es tan
poderoso en el mar como vosotros y vuestras gentes. Y nos han man
dado que caigamos a vuestros pies y que no nos levantaremos hasta que
hayáis consentido en tener piedad de la Tierra Santa de Ultramar.’
En seguida los seis mensajeros se arrodillaron a sus pies llorando y el
duque y todos los otros prorrumpieron en lágrimas de piedad y cla
maron de una vez y levantaron sus manos diciendo: ‘Lo concedemos,
lo concedemos’. Entonces hubo tan gran ruido y tan gran tumulto, que
pareció que la tierra se abría. Y cuando se apaciguaron ese gran tumulto
y esa gran emoción, el buen duque de Venecia, que era muy prudente
y muy valiente, subió al pùlpito y habló al pueblo y dijo: ‘Señores, ved
el honor que Dios nos hace, pues las mejores gentes del mundo han
dejado a los otros y piden vuestra compañía para cumplir una tan gran
hazaña, como es la liberación de Nuestro Señor.’ /.../
Entonces hubo una gran discordia entre la mayor parte de los barones y
los otros, que dijeron: ‘Hemos pagado nuestro pasaje, si quieren llevar-
nos iremos con mucho gusto y si no quieren, nos arreglaremos e iremos
a buscar a otro lado nuestro pasaje’. Y decían eso porque hubieran
querido que el ejército se dispersara y que cada uno se fuera a su país.
Los otros dijeron: ‘Preferimos dar todo lo que tenemos e irnos, pobres,
con el ejército, antes de que el ejército se disperse y que todo fracase,
pues Dios nos lo devolverá bien cuando le plazca.’
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“Permanecieron tres semanas en esta isla, que era rica y abundosa.
Durante su permanencia se produjo un incidente penoso y cruel. Una
gran parte de los que querían que el ejército se dispersara y que, en
otro tiempo, se habían elevado contra los intereses del ejército, se con
certaron y dijeron que esta expedición era larga y peligrosa y que ellos
permanecerían en la isla y dejarían partir el ejército y, cuando el ejér
cito se hubiera ido, enviarían a pedir, por medio de los de la isla, al
conde Gautier de Brienne, que entonces estaba en Brindis, que les
enviara barcos para ir a Brindis. /.../
Cuando eso llegó a oidos del marqués de Montferrat, del conde Bal-
duino de Flandes, del conde Luis, del conde Saint-Pol y de los barones
que estaban todos de acuerdo, quedaron muy sorprendidos y dijeron:
‘Señores, estamos en mal estado. Si esas gentes se van como los que ya
partieron en varias ocasiones, nuestro ejército está perdido y no po
dremos conquistar nada. Vamos a ellos, caigamos a sus pies, gritémos
les gracias, que, por Dios, tengan piedad de ellos y de nosotros, que no
se deshonren y que no nos quiten el medio de ir en socorro de la tierra
de Ultramar’.
Y cuando los otros vieron eso, tuvieron una gran piedad y lloraron
muy fuerte, cuando vieron a sus parientes y sus amigos caer a sus pies.
Dijeron entonces que se consultarían. Se apartaron y hablaron juntos.
La conclusión de su liberación fue que seguirían con ellos hasta San
Miguel, pero a condición de que juraran por los santos, lealmente, que,
después de ese tiempo, a la hora que pidieran, en un plazo de quince
días, les darían navios, de buena fe y sin engaño, para ir a Siria.
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