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HISTORIOGRAFIA DE LAS CRUZADAS

La in ten sifica ció n y aceleración d el p r o c e so que v e n ía o p e


rándose d esd e in icio s d el siglo X I e n E uropa, tu vo una n ítid a
rep ercu sión en la h istoriografía. A im p u lsos d e l ideal q ue u n ifica b a
e fec tiv a m en te a la cristiandad en una em presa c o m ú n , las barreras
e x is te n te s en tre lo s d istin to s reinos, se viero n superadas. Y el p u n to
d e vista h isto riog rá fico se am p lió , n o só lo a to d a la cristiandad, sin o
h acia a q u ellos p u e b lo s c o n lo s q u e se en tró en co n fr o n ta ció n
v io len ta . El c o n o c im ie n to d e lo s p a íse s d el C ercano O rien te se
recup eró c o n rapidez. A dem ás, el im p a cto ca u sad o p o r lo s a c o n te
c im ie n to s en to d as las im ag in a cion es v iv ific ó la p ro d u c c ió n histo-
riográfica y es visib le en to d a ella. Por ejem p lo , R o b e r to e l M onje
escrib e en el p refacio d e su historia d e la prim era cruzada:

“Si exceptuamos el salvador misterio de la crucifixión ¿qué ha ocurrido,


desde la creación del mundo, que sea más maravilloso que esto que les
fue dado a los tiempos modernos con esa expedición de nuestro pueblo
sobre Jerusalén?”

O rderico V ita l corrobora:

“un gran número de pueblos del occidente se reunió en un solo cuerpo


y marcha, formando un solo ejército, hacia las comarcas orientales para
combatir allí a los paganos. /.../ No creo que jamás haya sido ofrecido a los
filósofos, en las expediciones guerreras, un asunto más glorioso que éste
que el Señor ha ofrecido a nuestros poetas y a nuestros escritores”.

Y'-Guiberto d e N o g e n t se entusiasm a:

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“Hablo de la incomparable victoria alcanzada recientemente en la
expedición a Jerusalén, victoria hasta tal punto gloriosa a los ojos de
quien no sea un insensato, que nunca nos regocijaremos bastante de
ver que nuestro siglo ha adquirido títulos ilustres que no obtuvieron
los siglos pasados.”
(G e sta D e i p e r F ra n co s)

Lo m aravilloso de estas hazañas, que sobrepasa el interés por


la anterior esfera divina, c o n la que, en parte, se co n fu n d e , co n tr i
b u ye, ju n to c o n la d ecisiva gravitación adquirida p o r lo s in tereses
terrenales, a la secularización d e la historia. Q ue, p or otra parte,
se aparta d efin itiv a m en te d e la ca n ció n de gesta y , trad u cien d o el
in terés que p or ella m uestran lo s ele m e n to s n o eclesiá stico s, se
escribe en lenguas vulgares.

L o s q u e en m a yo r escala la cu ltivan ahora son n o b les, que,


co n tra lo que ocu rría anteriorm en te, saben leer y escribir, y bur
gueses. A l m ism o tie m p o , el c r ec im ien to d el p o d er real, su e x p a n
sión y sus lu ch as fren te a las prerrogativas y p reten sio n es papales,
hace que se barajen c o n c e p to s p o lític o s y se m antengan cronistas
o ficia les que ju stifiq u en sus a cto s y a p o y en sus reivin d icacion es.
S im u ltán eam en te c o n este desarrollo, se progresa tam b ién en el
análisis de lo s h e c h o s y la in tegración d e lo s d istin to s m ateriales
que co m p o n e n la obra histórica.

Claro que lo s p rim eros cronistas se a com od an aún a las form as


y exageracion es d e la p o e sía ép ica, c o n la e x c e p c ió n d e la obra
citad a d e G u ib erto d e N o g en t. Pero y a lo s trein ta y tres libros de
la Historia hierosolomitana de Guillermo de Tiro, d ed ica d o s a la
segunda cruzada, inician la ruptura c o n las crón icas m aravillosas,
p o r su criticism o , d en tro d e su cred ulidad, y su d eseo d e dar una
e x p lic a c ió n natural y h u m ana a lo s h ech os. M uy p opular, traducida
al francés y p arcialm en te al p rovenzal, al catalán, al ca stella n o y al
ita lia n o , refleja el cam b io d e situ a ció n en O riente y es tam b ién
sen sib le a la tran sform ación d e las costum bres:

“ ¡De qué situación llena de dulzura y de tranquilidad fuimos arrojados


a un estado lleno de agitación y de ansiedad por esta sed inmoderada
de riquezas! Todas las producciones del Egipto y sus inmensos tesoros
estaban a nuestra disposición; nuestro reino estaba en absoluta seguri
dad por esa parte y no teníamos hacia el sur ningún enemigo que temer.
Los que querían confiarse al mar encontraban las rutas aseguradas;

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nuestros cristianos podían llegar con plena seguridad al territorio de
Egipto para sus asuntos comerciales y tratarlos en condiciones venta
josas. Por su parte, los egipcios nos traían riquezas extranjeras y toda
clase de mercaderías desconocidas en nuestro país y, cuando venían,
sus viajes nos eran a la vez útiles y honorables. Además, las sumas con
siderables que ganaban todos los años entre nosotros, beneficiaban al
tesoro real, así como a las fortunas particulares y contribuían a su acre
centamiento. Ahora, por el contrario, todo ha cambiado; las cosas han
tomado el peor aspecto y nuestra arpa no deja escapar sino sones dolo
rosos. Hacia cualquier lado que mire, no veo sino temor y desconfianza.
El mar nos rehúsa una navegación pacífica, todos los países que nos
rodean obedecen a nuestros enemigos, todos los reinos están armados
para nuestra ruina.”
(1169)

R esp o n d e a la p regunta de p or q u é an tes se derrotaban ejér


c ito s superiores y ahora se es v en cid o p o r otro s in feriores, en la
sigu ien te form a:

“La primera causa que nos parece que debe asignarse a ese cambio nos
conáuce hacia Dios, autor de toda cosa. Nuestros padres, que fueron
hombres religiosos y temerosos de Dios, han sido reemplazados por
hijos perversos y criminales, prevaricadores de la fe de Cristo y que se
abandonan al azar y sin reflexión a todas las acciones ilícitas.

Tales son, en efecto, los hombres del siglo presente y, sobre todo,
aquellos de las comarcas del Oriente. El que intente trazar con pluma
verídica el cuadro de sus costumbres o, más bien, el de sus vicios mons
truosos, sucumbiría a la inmensidad de su trabajo y más parecería haber
inventado una sátira que compuesto una historia verdadera.”

Jacobo de Vitry es el m ás n o ta b le d e lo s h istoriadores d e la


q u in ta, aunque tien e un carácter sem im ístic o y acusa una crecien te
ignorancia de las cosas d el O riente. Se hace tam b ién e c o d el
ca m b io op erad o en las costu m b res de las nuevas gen eracion es de
cru zad os, que, en co n tr a p o sic ió n a lo s prim eros, pobres y e x te
n u a d o s p or largas fatigas, so n d escritos a sí por él:

“Raza llena de perversidad y tortuosidades, hijos malvados y degenera


dos, hombres corrompidos y prevaricadores contra la ley divina; des
cendientes de esos peregrinos de que ya he hablado —hombres reli
giosos, agradables a Dios y llenos de gracia— como la borra proviene
del vino, el orujo del aceite, la cizaña del trigo o la herrumbre de la
plata, sucedieron a sus padres en las posesiones; pero no en las virtu-
'-des, y abusaron de los bienes temporales que sus padres habían conquis
tado al precio de su propia sangre, combatiendo valientemente en

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honor de Dios contra los impíos. Sus hijos, a quienes ahora se llama
‘potrillos’, nutridos en las delicias, muelles y afeminados, más acos
tumbrados a los baños que a los combates, entregados a la impureza
y a la lujuria, ataviados con vestidos ligeros como las mujeres, están
adornados y arreglados como un templo /.../ Concertando tratados
con los sarracenos, se regocijan cuando alcanzan la paz con los ene
migos de Cristo. /.../ No se podría creer de qué manera las mujeres
sirias y sarracenas les enseñan sortilegios, maleficios y abominaciones
de toda clase. /.../ Después de haberse enriquecido inmensamente,
haciendo pagar a los peregrinos precios inmoderados por su hospedaje,
engañándolos y arruinándolos por la venta de sus mercaderías, por sus
tráficos y sus negociaciones de toda clase, desdeñando, en fin, y entre
gando a la burla a esos campeones de Cristo que se han exilado por su
amor, les abruman con injuñas y afrentas, como si fueran imbéciles
o idiotas.”

T ien e u n cu rioso fragm en to acerca d e la relatividad d e la


verdad, resu ltad o d e la co n fr o n ta c ió n d e las d o s civ iliza cio n es, que
es m u y ilu strativo d e la nueva m entalidad :

“Todas las obras de Dios son admirables y , sin embargo, la fuerza de la


costumbre hace que aquellos que ven muy frecuentemente las mismas
cosas no experimentan ningún movimiento de admiración. Quizá los
cíclopes, que sólo tienen un ojo, no experimentan menos asombro
viendo a los hombres que tienen dos, que el que experimentaríamos
nosotros viéndoles a ellos o viendo a hombres que tuvieran tres. Si
nosotros miramos a los pigmeos como enanos, ellos, por su parte,
nos mirarían como gigantes si vieran entre ellos a alguno de nosotros;
y, en el país de los gigantes, el más grande de entre nosotros pasaría
por un enano. Nosotros tenemos a los etíopes —que son negros— por
una raza envilecida; sin embargo, entre ellos, se considera el más her
moso al que es más negro. En nuestras comarcas se ven muchas cosas
de las que nosotros no nos asombramos; pero si los pueblos de Oriente
oyeran hablar de ellas, pasarían por maravillosas y excitarían su curiosi
dad.”

Para las otras cruzadas, salvo para la cuarta, las ú n icas fu e n tes
serias so n lo s h istoriad ores d e lo s reyes. A dem ás, se escribieron
n u m ero sos relatos p o é tic o s y legendarios. Pero lo s m ás im p o rtan tes
d e to d o s lo s h istoriad ores esp eciales de las cruzadas, fu ero n lo s d os
cron ista s d e la cuarta, que escribieron am b os en len gu a vulgar.

R oberto de Clari, m o d e sto caballero, aporta el p u n to d e vista


d el sim ple c o m b a tie n te que ignora las intrigas d e sus jefes, n o siem
pre en tien d e la razón d e lo s h ech o s y n o vacila a v eces en m ostrar

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su d e sc o n te n to . A u n q u e a d o lece d e falta d e perspectiva, su p o e le
varse a v eces sob re lo s a c o n te c im ie n to s in m ed ia to s para exp licar
sus causas. Pero su rela to vale, sob re t o d o , p or su in gen u id ad , que
p erm ite fiscalizar al o tr o cron ista, y la form a colorid a, em o cio n a d a
y p in to resca en que c o n tó algun os ep iso d io s. V éase, p or ejem p lo,
la salida d e V en ecia:
"Entonces prepararon todos juntos sus equipajes y sus navios y se em
barcaron. cada señor tenía su nave para él y sus gentes y su barco de
carga para llevar sus caballos, y el duque de Venecia tenía con él cin
cuenta galeras preparadas a sus expensas. La galera en que estaba era
toda roja y por encima tenía un pabellón tendido de seda roja. Tenía
delante de él cuatro trompetas de plata que sonaban y tímbalos que
llevaban gran alegría. Y todos los altos hombres, clérigos y laicos,
pequeños y grandes, tuvieron tan gran alegría al salir, que jamás tan
gran alegría ni flota tan perfecta fue vista ni oida. Y los peregrinos
hicieron subir a los castillos de las naves a todos los sacerdotes y los
clérigos, que cantaron: Veni creator spiritus... Y todos, grandes y pe
queños, lloraron de emoción y de la gran alegría que tuvieron. Y
cuando la flota partió del puerto de Venecia, había tantos dromones
/barcos análogos a los antiguos de remos y velas/ ricas naves y tantos
otros barcos, que era la cosa más hermosa de ver que hubiera habido
desde el comienzo del mundo, pues había bien cien pares de trompetas,
tanto de plata como de bronce, y todas sonaron al salir y tantos timba
les- y tambores y otros instrumentos, que era una verdadera maravilla.
Cuando estuvieron en el mar y que hubieran tendido sus velas y puesto
sus banderas en lo alto de los castillos de las naves, así como sus insig
nias, pareció que el mar hormigueaba todo y que estuviera todo abrasado
por las naves y la gran alegría que llevaban.”

A u n q u e trata d e subrayar el carácter d irecto d e su te stim o n io ,


es ev id en te que q u iso hacer algo m ás qu e m em orias personales,
en tre otras cosas, p or el tít u lo c o n q u e lo e n ca b e z ó (La historia
de los que conquistaron Constantinopla) y porq ue só lo una vez
se m en cio n a , (aparte la in d ica ció n d e su au toría al fin a l), relatan do
un h e c h o tem erario d e su h erm an o durante e l segu n d o y d e fin itiv o
ataque:

“Cuando Aleaume, el clérigo, vio que nadie osaba entrar, saltó hacia
adelante y dijo que él entraría. Había allí un caballero que era su her
mano, se llamaba Roberto de Clari. Le prohibió hacerlo y le dijo que
no entraría, y el clérigo dijo que lo haría y entró sobre los pies y sobre
las manos. Y, cuando su hermano vio eso, le tomó por el pie y se puso
a tirar hacia él; pero que su hermano lo quisiera o no, el clérigo entró
adentro.”
(LXXIV)

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Pese a que su cultura, in fo rm a ció n y esp íritu c r ític o estén
p o r d ebajo de sus p ro p ó sito s, reflejó la d eslum bradora im p resión
causada en el c o m b a tien te m ed io p o r la capital bizantina:

“Y los de la escuadra miraron la magnitud de la ciudad, que era larga y


ancha, y se maravillaron mucho de ello.”
(XL)

Y a con q u istad a, lu eg o q u e lo s je fe s se q u ed aron c o n las m e


jores residencias, quedaron aún b asta n tes para lo s pobres,

“pues la ciudad era muy grande y muy poblada. /.../


Después se mandó que todos los haberes de las ganancias fueran apor
tados a una abadía que había en la ciudad. /.../ Y había tanta rica va
jilla de oro y plata y paños de oro y tantas ricas joyas que era una fina
maravilla. Desde que los siglos fueron creados un tan gran haber ni tan
noble ni tan rico no fue visto ni conquistado ni en tiempo de Carlo-
magno ni antes ni después. Ni creo en absoluto en mi opinión que en
las cuarenta ciudades más ricas del mundo hubiera tanto haber como se
encontró en Constantinopla. /Pero los jefes se quedaron con casi todo/
y no se repartió hasta el común del ejército ni a los pobres caballeros
ni a los sargentos, que les habían ayudado a ganar, más que el grueso
dinero, así como las estufas de plata que las damas de la ciudad lleva
ban a los baños. /.../
Cuando la ciudad fue tomada y los peregrinos se hubieron albergado
como ya he dicho, y los palacios fueron tomados, se encontraron tan
tas riquezas en los palacios, que era demasiado. /.../

Todas estas maravillas que os he contado y todavía muchas más que


no podemos en manera alguna contar, encontraron los franceses en
Constantinopla cuando la hubieron conquistado. /.../
De los otros griegos, de los altos, de los bajos, de pobres, de ricos, de
la magnitud de la ciudad, de los palacios, de las otras maravillas que se
encuentran, dejaremos de decíroslas. Pues /.../ no os las podríamos
enumerar ni contar, que quien os contara la centésima parte de la riqueza
ni de la belleza ni de la nobleza que estaba en las abadías y en los monas
terios y en los palacios y en la ciudad, parecería que fuera mentira y
no le creeríais nada.”
(LXXX-LXXXII)

T am b ién h izo co m p ren d er la vida in terior d e e ste ejército de


v o lu n tarios que actuaba por co n sen so y persuasión, según las reso
lu c io n es m ayoritarias a d op tad as en reu n ion es públicas:

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“Pero hubo algunos que no estuvieron de ninguna manera de acuerdo
en ir a Constantinopla y, así, decían: ‘ ¡Bah! ¿qué haremos en Constan-
tinopla? Tenemos nuestro peregrinaje por hacer y también propósito
de ir a Babilonia o Alejandría y nuestro navio no nos debe seguir más
que un año y ya está la mitad del año pasada’. Y los otros decían, por
el contrario: ‘¿Qué haremos en Babilonia ni Alejandría, cuando no tene
mos víveres ni haber con que podamos ir? Más nos vale, antes que vaya
mos, que conquistemos víveres y haber razonable, que vayamos para
morir de hambre. Entonces sí podremos tener éxito y él /el duque de
Venecia/ nos ofrece venir con nosotros y mantener nuestros navios y
nuestra flota armada todavía un año a su coste.1

Y el marqués de Montferrat se esforzaba más que ningún otro por ir a


Constantinopla, porque quería vengarse de una mala acción que el em
perador de Constantinopla que tenía el imperio le había hecho. /.../
A sí es que hemos contado la fechoría por la cual el marqués de Montfe
rrat odiaba al emperador de Constantinopla y por qué ponía gran pena
y consejo de ir a Constantinopla más que todos los otros, así volveremos
después a nuestra materia anterior. Cuando el duque de Venecia hubo
dicho a los barones que era así que tenía buen motivo para ir a tierra
de Constantinopla y que él lo veía bien, entonces se pusieron muy
pronto de acuerdo los barones. Después se hizo preguntar a los obis
pos si sería pecado ir y los obispos respondieron y dijeron que no lo
era en absoluto, más bien era gran limosna, pues tenían con ellos el
derecho del heredero que estaba desheredado, y bien podían ayudarle
a conquistar su derecho y vengarse de sus enemigos. /.../
Entonces se pusieron de acuerdo todos los peregrinos y los venecianos
en que se fuera, entonces aprontaron su flota y se embarcaron.”
(XXXIII, XXXIX-XL)

Y y a ante C on stan tin op la,

“Cuando las naves, y todos los otros barcos fueron puestos a salvo en
el puerto, se reunieron todos los peregrinos y los venecianos y tomaron
consejo entre ellos cómo se asaltaría la ciudad.”
(XLIV)

Godofredo de Villehardouin n o s o fr ec e e l en fo q u e d el c o m
b a tie n te que particip ó en lo s preparativos d e la cruzada y fu e u n o
d e sus je fe s d e segu n d o rango m ás im p ortan tes y , co n sig u ien tem en te,
está en el secreto de las d ecision es. Su libro, La conquista de Cons
tantinopla, llega hasta 1 2 0 7 , cu an d o m u ere B o n ifa cio de M o n tfe
rrat, je fe de la ex p ed ició n . A u n q u e se ve está redactada c o n p o s
teriorid ad a lo s h ech o s, su p recisión y ex a ctitu d c r o n o ló g ic a in d i
can q u e lo h izo b asán d ose en d o c u m e n to s q u e a v eces reproduce

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p arcialm en te, y en n ota s p erson ales tom a d a s en el m o m e n to . Su
ap ego al orden c r o n o ló g ic o le hace aparecer c o n fu so a veces. Su
estilo , en general d esp ojad o d e acceso rio s literarios, se anim a y
colorea , c o m o cuan d o d escrib e la salida d e C orfú:

“Así partieron del puerto de Corfú, la víspera de Pentecostés, que fue


mil doscientos años y tres después de la encamación de Nuestro Señor
Jesucristo. Y entonces todas las naves fueron reunidas y todos los
barcos de carga y todas las galeras del ejército y muchas otras naves de
comerciantes que se habían unido a ellos. Y el día fue hermoso y claro
y el viento dulce y bueno y dejaron ir las velas al viento.
Y da buen testimonio Godofredo, el mariscal de Champaña, que esta
obra dictó, que nunca mintió en conciencia, como que asistió a todos
los consejos, que nunca cosa tan hermosa fue vista. /A menudo ha sido
tomada esta declaración como expresión de sinceridad, cuando, por el
contexto, resulta más bien como una certificación de la autenticidad
de su relato./ Y parecía fuertemente que fuera una flota que tierra de
biera conquistar, puesto que tanto como los ojos podían ver, no se
veían más que velas de naves y de barcos, y el corazón de los hombres
se regocijaba mucho.”
(119-120)

O la d eslu m b ran te aparición d e C on stan tin op la:

“Y entonces vieron en su totalidad a Constantinopla, los de las naves,


los de las galeras y sus servidores, y tomaron puerto y anclaron sus
navios. Podéis saber que muchos miraron a Constantinopla, que hasta
entonces no habían visto, que no podían creer que una ciudad tan rica
pudiera haber en todo el mundo, como vieron sus altas murallas y esas
ricas torres con que estaba cerrada toda a la redonda y esos ricos pala
cios y esas altas iglesias, de los que había tantos y tantas, que nadie
podía creer si no lo viera con sus ojos, y lo largo y lo ancho de la ciu
dad que de todas las otras era soberana. Y sabed que no hubo tan osado
cuya carne no se estremeciera, y no fue pequeña maravilla que hasta
entonces tan gran asunto no fue emprendido por nadie.”

Y , una v ez con q u istad a,

“Nunca, desde que el mundo fue creado, se ganó tan gran botín en
ninguna ciudad.”

Pero se d iscu te su ob jetivid ad , p orq u e parece so sp ech o sa la


m anera fácil c o n q u e p resen ta lo s a c o n te c im ie n to s, ju stific a n d o
la d esv ia ció n d e la cruzada p or un en ca d en a m ien to de circuns

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tan cias q ue se so b rep u so a lo s p r o p ó sito s de sus jefes. A u n q u e
si, p o r un lad o , silen cia h e c h o s q u e n o p o d ía ignorar, c o m o la
o p o sic ió n del papa o la e x c o m u n ió n q u e pesaba sob re lo s ven e
cia n o s, tam b ién es c ie r to q u e con sig n a o tr o s que n o fa vorecen su
tesis. L o cie rto es qu e d escrib e las n e g o cia cio n es prelim inares c o n
gran lujo y vivacidad d e d eta lles, q u e evid en cian el u tilita rism o de
lo s v en ecia n o s, q u ien es n u n ca p erm iten q u e la finalidad religiosa
d e la em presa o b n u b ile la c o n c ie n c ia de sus intereses:

“Entraron /los mensajeros de los cruzados/ en el palacio, que era muy


rico y muy hermoso encontraron al duque y a su consejo en una
habitación e hicieron su mensaje de la manera siguiente: ‘Señor, hemos
venido hacia ti en nombre de los altos barones de Francia que han to
mado el signo de la cruz para vengar la vergüenza de Jesucristo y con
quistar Jerusalén, si Dios quiere permitirlo. Y porque saben que nadie
tiene tan gran poder sobre el mar que vosotros y vuestro pueblo, os
ruegan, por Dios, tener piedad de la tierra de Ultramar y la vergüenza
de Jesucristo, con objeto de que puedan tener una flota. —¿De qué
manera? dice el duque. —De todas las maneras, dicen los mensajeros,
que sepáis aconsejarles y que puedan cumplir y soportar. —Cierto, dice
el duque. Es una gran cosa lo que ellos nos piden y bien parece que nos
piden ahí una cosa grave. Os responderemos de aquí en ocho días y no
os asombréis si el término es tan largo; pero el asunto es importante y
conviene reflexionar.
Al término que el duque les había puesto, volvieron al palacio. No
puedo contaros todas las palabras que fueron dichas; pero la conclu
sión fue tal: ‘Señores, dice el duque, os diremos lo que hemos decidido
si, en todo caso, nuestro Gran Consejo y el pueblo común lo aprueban,
y veréis entre vosotros si podéis aceptarlo. Prepararemos barcos para
pasar 4.500 caballos y 9.000 escuderos y en las naves 4.500 caballeros
y 20.000 sargentos a pie y a todos estos caballos y a todos estos hom
bres proveeremos víveres por nueve meses. Por cada caballo pagaréis
4 marcos y por cada hombre 1. Y todas estas convenciones os las man
tendremos por un año, a partir del día de salida del puerto de Venecia,
para el servicio de Dios y de la cristiandad, en cualquier lugar que sea.
La suma total asciende a 85.000 marcos y haremos, puesto que pon
dremos en el mar cincuenta galeras a nuestro costo, por amor de Dios,
de tal forma que de todas las conquistas que haremos sobre mar o so
bre tierra, tendremos nosotros la mitad y vosotros la otra. Ahora, ved
entre vosotros si podéis hacerlo y sostenerlo.”

Las c o n d ic io n e s fu eron aceptadas.

“Tres días después, el duque, que era muy prudente y valiente, convocó
a su Gran Consejo y este consejo comprendía cuarenta miembros de

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ios más prudentes del país. Por su habilidad y su gran sentido, que
tenía muy claro y muy bueno, llegó a obtener su aprobación. Des
pués tomó cien, después doscientos, después mil, tanto que todos lo
aprobaron y alabaron lo que había hecho. Después reunió bien diez
mil en la capilla de San Marcos, la más hermosa que sea y les dijo de
oir la misa del santo espíritu y rogar a Dios les aconsejara con respecto
a la petición de los mensajeros y lo hicieron de buena gana. /También
acudieron los mensajeros./ Fueron muy mirados por todos los que
nunca les habían visto.
Por el acuerdo y la voluntad de los otros mensajeros, Godofredo de
Villehardouin, el mariscal de Champaña, tomó la palabra y les dijo:
‘Señores, los más altos y poderosos barones de Francia nos han enviado
a vosotros. Os suplican que tengáis piedad de Jerusalén, que está en
manos de los turcos y os piden que les ayudéis a vengar la vergüenza de
Jesucristo. Os han elegido a vosotros, porque saben que nadie es tan
poderoso en el mar como vosotros y vuestras gentes. Y nos han man
dado que caigamos a vuestros pies y que no nos levantaremos hasta que
hayáis consentido en tener piedad de la Tierra Santa de Ultramar.’
En seguida los seis mensajeros se arrodillaron a sus pies llorando y el
duque y todos los otros prorrumpieron en lágrimas de piedad y cla
maron de una vez y levantaron sus manos diciendo: ‘Lo concedemos,
lo concedemos’. Entonces hubo tan gran ruido y tan gran tumulto, que
pareció que la tierra se abría. Y cuando se apaciguaron ese gran tumulto
y esa gran emoción, el buen duque de Venecia, que era muy prudente
y muy valiente, subió al pùlpito y habló al pueblo y dijo: ‘Señores, ved
el honor que Dios nos hace, pues las mejores gentes del mundo han
dejado a los otros y piden vuestra compañía para cumplir una tan gran
hazaña, como es la liberación de Nuestro Señor.’ /.../

Los venecianos observaron todas las convenciones y pidieron a los


condes y a los barones que observaran y les pagaran su gasto y en seguida
estarían prontos para partir. El precio del pasaje fue reclamado al
ejército y habían bastantes que decían no poder pagar su pasaje y los
barones tomaban lo que podían tener. Así, pagaron lo que pudieron.
Cuando hubieron buscado y reclamado el precio del pasaje y lo hubie
ron pagado, no estaban ni al fin ni a la mitad. Entonces, los barones se
consultaron y dijeron: ‘Señores, los venecianos han cumplido bien las
convenciones; pero nosotros no somos bastante numerosos para pagar
nuestro pasaje como ha sido convenido y la falta es de los que han ido a
otros puertos. Por Dios, que cada uno dé lo que tiene, para que poda
mos pagar lo que hemos prometido. Vale aún más que demos todo lo
que tenemos aquí que perder lo que ya hemos dado y faltar a nuestras
convenciones, y si este ejército queda donde está, el socorro de Ultramar
no se producirá.’

Entonces hubo una gran discordia entre la mayor parte de los barones y
los otros, que dijeron: ‘Hemos pagado nuestro pasaje, si quieren llevar-
nos iremos con mucho gusto y si no quieren, nos arreglaremos e iremos
a buscar a otro lado nuestro pasaje’. Y decían eso porque hubieran
querido que el ejército se dispersara y que cada uno se fuera a su país.
Los otros dijeron: ‘Preferimos dar todo lo que tenemos e irnos, pobres,
con el ejército, antes de que el ejército se disperse y que todo fracase,
pues Dios nos lo devolverá bien cuando le plazca.’

Entonces, el conde de Flandes /Balduino, futuro emperador de Cons-


tantinopla/ se puso a dar todo lo que tenía y lo que pudo obtener pres
tado, y así hicieron el conde Luis, el marqués de Montferrat y el conde
Hugo de Saint-Pol y los que estaban con ellos. Hubiérais podido ver qué
hermoso montón de oro y plata hicieron llevar a la residencia del duque
para efectuar el pago. Y, cuando hubieron pagado, faltaban todavía,
según las convenciones, 34.000 marcos de plata, y los que habían con
servado su haber y no habían querido dar nada, se pusieron muy con
tentos, pues pensaban que el ejército no podría mantenerse y que se
dispersaría. Pero Dios, que aconseja a los que están en dificultades no
lo quiso sufrir. Entonces el duque habló a sus gentes y les dijo: ‘Señores,
estas gentes no pueden pagar más y lo que nos han pagado ya lo tene
mos ganado en verdad, puesto que no pueden ejecutar sus convencio
nes. Pero nuestro derecho no sería reconocido por todos y recibiría
mos gran censura nosotros y nuestro país. Así, propongámosles un
acuerdo. El rey de Hungría nos ha arrebatado Zara. Es una de las más
fuertes ciudades del mundo y, sea cual sea nuestra potencia, nunca
será recuperada si no es por estas gentes. Pidámosles que nos ayuden
a reconquistarla y les daremos un plazo para los 34.000 marcos de
plata que nos deben, hasta que Dios nos los haga ganar juntos a ellos y
a nosotros’. A sí fue hecho este acuerdo; pero fue combatido por los que
hubieran querido que el ejército se dispersara. Pero, de todas formas,
el acuerdo fue concluido.”

T a m p o co o c u lta lo s d esacu erd os q u e se produjeron en to rn o


a la d esviación d el o b jetiv o d e la cruzada:

“Allí se habló en distintos sentidos. Y el abad de Vaux, del orden del


Cfster, habió, y los del partido de los que querían dislocar el ejército;
y dijeron que no consentirían en ello de ninguna manera, pues eso era
ir contra cristianos, y que ellos no habían salido para eso, pero que
querían ir a Siria.”
(95)

Pero, para él, la fid elid ad feu d al d e b ía pasar p or en cim a de


eso s escrú p u los, que co n d en a, atrib u y en d o la d e fe c c ió n d e lo s dis
crep an tes a cob ard ía. Lo que n o parece m u y de acu erd o c o n lo
que é l m ism o d ice ocurrió e n C orfú:

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“Permanecieron tres semanas en esta isla, que era rica y abundosa.
Durante su permanencia se produjo un incidente penoso y cruel. Una
gran parte de los que querían que el ejército se dispersara y que, en
otro tiempo, se habían elevado contra los intereses del ejército, se con
certaron y dijeron que esta expedición era larga y peligrosa y que ellos
permanecerían en la isla y dejarían partir el ejército y, cuando el ejér
cito se hubiera ido, enviarían a pedir, por medio de los de la isla, al
conde Gautier de Brienne, que entonces estaba en Brindis, que les
enviara barcos para ir a Brindis. /.../

Cuando eso llegó a oidos del marqués de Montferrat, del conde Bal-
duino de Flandes, del conde Luis, del conde Saint-Pol y de los barones
que estaban todos de acuerdo, quedaron muy sorprendidos y dijeron:
‘Señores, estamos en mal estado. Si esas gentes se van como los que ya
partieron en varias ocasiones, nuestro ejército está perdido y no po
dremos conquistar nada. Vamos a ellos, caigamos a sus pies, gritémos
les gracias, que, por Dios, tengan piedad de ellos y de nosotros, que no
se deshonren y que no nos quiten el medio de ir en socorro de la tierra
de Ultramar’.

A sí fue decidido. Fueron todos juntos a un valle, donde ellos se hallaban


en parlamento y llevaron con ellos al hijo del emperador de Constan
tinople y todos los obispos y los abades del ejército. Y, cuando llega
ron, bajaron del caballo. Y los otros, cuando los vieron, bajaron tam
bién de sus caballos y vinieron a su encuentro. Y los barones se lanza
ron a sus pies, llorando, y dijeron que no se moverían de allí si no
tenían su palabra de que no les abandonarían.

Y cuando los otros vieron eso, tuvieron una gran piedad y lloraron
muy fuerte, cuando vieron a sus parientes y sus amigos caer a sus pies.
Dijeron entonces que se consultarían. Se apartaron y hablaron juntos.
La conclusión de su liberación fue que seguirían con ellos hasta San
Miguel, pero a condición de que juraran por los santos, lealmente, que,
después de ese tiempo, a la hora que pidieran, en un plazo de quince
días, les darían navios, de buena fe y sin engaño, para ir a Siria.

Así fue decidido y jurado, y entonces hubo gran alegría en todo el


ejército. Subieron a sus naves y los caballos fueron conducidos a los
barcos de carga.”

HISTORIOGRAFIA DEL SIGLO XIII

Se caracteriza p or su e n c iclo p ed ism o y el d e ca im ien to de las


crón icas universales, a pesar d e la am p lia ción d el h o r iz o n te geográ
fic o , ju sta m en te a causa d e su artificiosidad.

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