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109 Danton Marat y Robespierre Coleccion
109 Danton Marat y Robespierre Coleccion
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
Libro 109
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Albert Soboul
Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789-1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS.
Karl Marx y Fiedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
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Albert Soboul
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Albert Soboul
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
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Albert Soboul
Karl Marx
”Crítica de la Filosofía del Derecho"
https://elsudamericano.wordpress.com
HIJOS
La red mundial de los hijos de la revolución social
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Albert Soboul1
INTRODUCCIÓN
CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y SUS CARACTERES
FEUDALISMO Y CAPITALISMO
ESTRUCTURA Y COYUNTURA: ANTAGONISMOS SOCIALES
FLUCTUACIONES ECONÓMICAS Y DEMOGRÁFICAS
ESPONTANEIDAD Y ORGANIZACIÓN REVOLUCIONARIA
LA ESPERANZA Y EL MIEDO
LA PRÁCTICA POLÍTICA
AÑO 1789: ¿REVOLUCIÓN O COMPROMISO? (1789-92)
LA “ABOLICIÓN” DE LA FEUDALIDAD
EL LIBERALISMO BURGUÉS
EL COMPROMISO IMPOSIBLE
AÑO 1793: ¿REPÚBLICA BURGUESA O DEMOCRACIA POPULAR? (1792-95)
EL DESPOTISMO DE LA LIBERTAD: GIRONDINOS Y MONTAÑESES (1792-93)
GRANDEZA Y CONTRADICCIONES DE LA REPÚBLICA DEL AÑO II
TENDENCIAS SOCIALES Y PRÁCTICA POLÍTICA DEL MOVIMIENTO POPULAR
GOBIERNO REVOLUCIONARIO Y DICTADURA JACOBINA
LA IMPOSIBLE REPÚBLICA IGUALITARIA: CESE Y DECLIVE
DEL MOVIMIENTO POPULAR (PRIMAVERA DE 1794)
CAÍDA DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO Y FIN DEL MOVIMIENTO POPULAR
(TERMIDOR AÑO II - PRADIAL AÑO III)
AÑO 1795: ¿LIBERALISMO O DICTADURA? (1795-99)
LA CATÁSTROFE MONETARIA Y “LA CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES” (1795-97)
LA PRÁCTICA POLÍTICA: DEL LIBERALISMO DIRECTORIAL
AL AUTORITARISMO CONSULAR
CONCLUSIÓN: LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN LA HISTORIA DEL MUNDO
CONTEMPORÁNEO EL RESULTADO DE LA REVOLUCIÓN
REVOLUCIÓN FRANCESA Y REVOLUCIONES BURGUESAS
BIBLIOGRAFÍA COMENTADA
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Título original: La Révolution Française. Traducción de Pilar Martínez
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Albert Soboul
MARAT
“El Amigo del Pueblo” (1743 - 1793)
La vida aventurera del doctor Marat
Los años de aprendizaje
La experiencia inglesa
Los comienzos literarios
Las cadenas de la esclavitud
El Plan de legislación criminal
Marat, hombre de ciencia
La lucha por la libertad (1789 - 10 de Agosto de 1792)
La Ofrenda a la patria
El periódico de Marat
Marat contra Necker
La vigilancia revolucionaria
Contra la guerra
Marat siempre contra la guerra
La caída de la monarquía
Victoria y martirio de Marat (10 de Agosto de 1792 - 13 de Julio de 1793)
Marat representante del pueblo
La Gironda contra Marat
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Colección Los Hombres de la Historia; n.º 46 “Robespierre” (Abril de 1969); “Danton” n.º 133
(Noviembre de 1970); “Marat” n.º 137 (1971). Centro Editor de América Latina, CEAL, Bs. As.
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
ROBESPIERRE
“El incorruptible”
Un intelectual pequeño burgués
Representante del pueblo
Una democracia burguesa
De la revolución burguesa a la democracia popular social
La propiedad no es un derecho de naturaleza
Una contradicción histórica
El hombre de la revolución
La guerra y la dictadura
La victoria y sus consecuencias
La crisis de Termidor
Bibliografía
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Albert Soboul
INTRODUCCIÓN
CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y SUS CARACTERES
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Trad. castellana “El Antiguo Régimen y la Revolución”, Guadarrama, Madrid, 1969.
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FEUDALISMO Y CAPITALISMO
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Sobre la feudalidad, cf. Bloch, M., La société féodale, vol. I: La formation des liens de
dépendance (Paris, 1939); Boutruche, R., IX e Congrès International des Sciences
Historiques, I: Rapports (Paris, 1950); Boutruche, R., Seigneurie et féodalité, I. Le premier
ège des liens d’homme à homme (París, 1959). Sobre el problema de la transición del
feudalismo al capitalismo, cf. The Transition from Feudalism to Capitalism, A Symposium, de
Sweezy, P. M.; Dobb, M.; Takahashi, H. K.; Hilton, R. y Hill, C. (Londres, 1954); Hilton, R. H.,
“Y eut-il une crise générale de la féodalité?” (Annales, Economies, Sociétés, Civilisations,
núm. 1, 1951); Procacci, G.; Lefebvre, G. y Soboul, A., “Une discusión historique: du
féodalisme au capitalisme” (La Pensée, núm. 65, 1956); Soboul, A., “La Révolution française
et la féodalité. Notes sur le prélèvement féodal” (Revue historique, núm. 487, pág. 33, 1968).
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
ESTRUCTURA Y COYUNTURA
ANTAGONISMOS SOCIALES
La aristocracia (es decir, la nobleza y el alto clero, dado que el orden del clero
no presentaba ninguna unidad social) planteaba un doble problema, social y
político.
Socialmente, más que sobre los matices y los enfrentamientos en las filas de la
aristocracia, hay que insistir en su unidad profunda y en sus características
específicas: estas se miden en comparación con la aristocracia inglesa, que no
disfrutó ni del privilegio fiscal ni del prejuicio de derogación. Sin duda la
nobleza francesa no era homogénea, puesto que la evolución histórica había
introducido diferenciaciones en el seno del orden: nobleza de espada
tradicional y nobleza de toga, adquirida al nacer, nobleza de corte y nobleza
provinciana, de sangre una y otra pero con opuestos géneros de vida. Sin
duda también en el siglo XVIII el dinero se imponía a la nobleza, como a la
burguesía, y tendía a disociar sus filas. El noble, incluso el de espada, no era
nada si era pobre. Había que ser rico para adquirir la nobleza, rico también
para mantener su rango. En sus capas superiores, la aristocracia se veía
reducida en una minoría a la que el dinero, el espíritu de empresa, las
costumbres y las ideas, acercaban a la burguesía. No obstante, la masa de la
nobleza permanecía al margen de esa renovación, obstinadamente aferrada a
sus privilegios y a su mentalidad tradicional.
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(“Os lo ruego, venid a ver a este pueblo tirado por el suelo, pobre Job. El
hambre es un hecho de tipo civil: se tiene hambre en nombre del rey”), a la que
los trabajos de C. E. Labrousse han dado unos amplios cimientos científicos.
El hambre popular aparece como la consecuencia de los caracteres generales
de una fase (A) de alza y de expansión (según la terminología de F. Simiand),
pero asociados a los movimientos cíclicos y estacionales, matizados por la
consideración del salario real, explicados finalmente por las características
históricas de la economía y la demografía de la época.
El movimiento de los precios en Francia en el siglo XVIII se caracteriza por un
alza secular de 1733 a 1817, fase A que sucedió a la fase B de depresión que
se prolongó desde mediados del siglo XVII hasta alrededor de 1730. La ola de
alza y de prosperidad, lenta hasta hacia 1758, violenta de 1758 a 1770, se
estabilizó de 1778 a 1787, provocando un malestar prerrevolucionario: una
nueva ola desencadenó el ciclo revolucionario (1787-91). Si otorgamos el
índice 100 al ciclo 1726-41, el alza media de larga duración es del 45 % para el
ciclo 1771-89; se eleva al 65 % para los años 1785-89. El aumento, muy
desigual según los productos, es más importante para los productos
alimenticios que para los productos fabricados, para los cereales que para la
carne: hechos típicos de una economía todavía esencialmente agrícola. Los
cereales ocupaban un lugar enorme en el presupuesto popular, su producción
aumentaba poco mientras que la población crecía y la competencia de los
granos extranjeros no podía intervenir. Para el período 1785-1789, el alza de
los precios es del 66% para el trigo candeal, del 71 % para el centeno, del 67
% para la carne; la leña bate todos los records: el 91 %. El caso del vino es
especial: 14%; la baja del beneficio vitícola fue tanto más grave cuanto que
muchos viñadores no producían cereales y compraban su pan. Las variaciones
cíclicas (ciclos 1726-41, 1742-57, 1758-70, 1771-89) se superpusieron al
movimiento de larga duración, de modo que el máximo cíclico de 1789 llevó el
alza del candeal al 127 % y la del centeno al 136 %. En cuanto a los cereales,
las variaciones estacionales, por último, insensibles o casi en períodos de
abundancia, se ampliaban en los años malos; de uno a otro otoño aumentaban
entonces del 50 al 100 % y más. En 1789 el máximo estacional coincidió con la
primera quincena de julio: llevó el aumento del candeal al 150 %, el del
centeno al 165 %. La jornada del 14 de julio coincidió con el punto culminante
del alza de los precios en el siglo XVIII.
El coste de la vida para las clases populares resultó gravemente afectado por
el alza de los precios; como los cereales aumentaron más que todo lo demás,
el pueblo fue quien estuvo más duramente afectado. La víspera del 14 de julio,
la parte que ocupaba el pan en el presupuesto popular había alcanzado el 58
% debido al alza general; en 1789 alcanzó el 88 %: solo quedaba el 12 % de
los ingresos para los demás gastos. El alza de precios beneficiaba a las
categorías sociales acomodadas y abrumaba al pueblo.
El movimiento de los salarios agravaba todavía más la incidencia del alza de
los precios sobre el destino de las masas populares. Las series locales
elaboradas por C. E. Labrousse llevan al 17 % el aumento de salarios entre el
período base de 1726-41 y el de 1771-89; pero en la mitad de casos no llega al
11 %. En comparación con los años 1785-89 es del 22 %; supera el 26 % en
tres generalidades. El aumento de los salarios fue variable según las
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conjunto del tercer estado contra la aristocracia y el poder real garante del
privilegio. Por el juego de la propaganda, bajo el peso de los acontecimientos,
más aún bajo el peso de representaciones arraigadas desde hacía mucho
tiempo en la conciencia colectiva y que se imponían al individuo, cristalizó
desde la primavera de 1789 en una mentalidad revolucionaria que constituyó
un potente factor de acción9.
La esperanza sublevó a las masas, unió por un momento los elementos
heterogéneos del tercer estado y sostuvo todavía por mucho tiempo la energía
revolucionaria de los más puros. La reunión de los Estados Generales fue
acogida como la “buena nueva” anunciadora de tiempos nuevos. Se abría un
futuro mejor que respondía a la espera milenaria de los hombres. Esta
esperanza alimentó el idealismo revolucionario, entusiasmó a los voluntarios,
iluminó la muerte trágica de los “mártires de pradial”, así como la de los héroes
del proceso de Vendóme. De la vieja campesina que encontró Arthur Young
subiendo la costa de las Islettes en Argonne, el 12 de julio de 1789, a
Robespierre, a Babeuf al pie de la guillotina, el hilo de la esperanza no se
rompe.
“Se dice que ahora va a hacerse alguna cosa, por parte de grandes
personajes, para nosotros, pobres gentes, pero no se sabe quién ni cómo;
pero que Dios nos envíe algo mejor, porque los derechos y las cargas nos
agobian”. La misma esperanza casi religiosa alienta a Robespierre en su
“informe sobre los principios de moral política que deben guiar a la
Convención” (5 de febrero de 1794):
“Queremos, en una palabra, cumplir los deseos de la naturaleza, realizar
los destinos de la humanidad, mantener las promesas de la filosofía,
absolver a la providencia del largo reinado del crimen y la tiranía... Y que
al sellar nuestra obra con nuestra sangre podamos ver al menos brillar la
aurora de la felicidad universal”.
El miedo acompañó a la esperanza: ¿consentirían los privilegios en dejarse
despojar? En la mentalidad campesina el señor estaba incuestionablemente
apegado de modo egoísta a su superioridad social y a su renta (todo era lo
mismo). El burgués pensaba lo mismo del privilegiado. El comportamiento de
la aristocracia reforzó esta creencia; su oposición al desarrollo del tercer
estado, su resistencia al voto por cabeza, la anquilosó definitivamente. El rey
era “bueno”, pero su entorno aristocrático era perverso. A partir de ese
momento reinó la inquietud. “Los nobles ensillarán sus caballos”; recurrirán a
las tropas reales; no vacilarán en buscar ayuda en el extranjero; enrolarán a
mendigos y vagabundos, cuyo número por los caminos se multiplicaba debido
al hambre y al paro: el miedo a los salteadores duplicó al que inspiraban los
aristócratas. La crisis económica aumentaba la inquietud, pues el aristócrata
solía ser casi siempre el que cobraba el impuesto sobre las gavillas y el
diezmo. Las gentes del pueblo, totalmente incapaces de analizar la coyuntura
9
Sobre estos aspectos, ver Lefebvre, G., La grande peur de 1789”, París, 1932; 2.a ed.
aumentada, s.f. (1956); “Foules révolutionnaires”, en Annales historiques de la Révolution
française, 1934, reproducido en Etudes sur la Révolution française, Paris, 1954; 2.a ed., 1963.
Georges Lefebvre ha dado un buen ejemplo de análisis de un hecho de voluntad punitiva en
su artículo “Le meurtre du comte de Dampierre (22 de juin 1791)”, en Revue historique, 1941,
reproducido en Etudes sur la Révolution française.
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LA PRÁCTICA POLÍTICA
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Reinhard, M., “Observations sur le role révolutionnaire de l’armée dans la Révolution
française”. Annales historiques de la Révolution française, pág. 169, 1962.
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Albert Soboul
AÑO 1789
¿REVOLUCIÓN O COMPROMISO? (1789-92)
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La firmeza colectiva del tercer estado se impuso una vez más; el 27 de junio, el
rey ordenó a la minoría del clero y a la mayoría de la nobleza que se
incorporara a la Asamblea Nacional, la cual se proclamó constituyente el 9 de
julio de 1789.
La revolución burguesa pacífica abortó de todas formas. ¿Tenía alguna
posibilidad de triunfar? En el seno del tercer estado había una minoría
conservadora que se había manifestado el 17 de junio; con la masa de clero
que había sido llevada a la reconciliación y con la fracción liberal de la nobleza,
constituía un partido de la resistencia proclive al compromiso. Esta tendencia
se reforzó a partir de finales de junio, preocupada por la agitación popular.
Pronto la encarnó Mounier. Pero todo compromiso topaba con la feudalidad: la
burguesía revolucionaria y las masas populares no podían tolerar su
mantenimiento, ni la aristocracia podía pensar en una supresión que significaba
su ruina. La llamada al ejército para devolver al tercer estado a la obediencia
subrayó, si es que hacía falta, el carácter aristocrático del Antiguo Régimen.
Pero eso significaba no tener en cuenta a las masas populares.
La crisis económica ya había multiplicado los motines. El 28 de abril de 1789,
los centros del salitrero Henriot y de Réveillon, fabricante de papeles pintados,
en el faubourg Saint-Antoine, habían sido saqueados. Altercados en los
mercados, saqueos de los convoyes de granos, ataques a las oficinas de
recaudación de impuestos: las “emociones” populares irritan a la tropa y a la
policía mantenidas en vilo, y caldean la atmósfera de las ciudades. El “complot
aristocrático” consuma la movilización de las masas. En París, artesanos,
tenderos y obreros, soldados que abandonan el acuartelamiento se manifiestan
y pronto se convierten en tropas de choque de la burguesía revolucionaria. El
cese de Necker, que se conoció durante la madrugada del domingo 12 de julio,
desencadenó al pánico, paro sobre todo una rápida reacción defensiva. A la
revolución parisiense del 14 de julio respondieron las provincias con múltiples
modalidades, la revolución municipal: las municipalidades antiguas desapare-
cieron en pocas semanas, el país fue cubierto por una red de comités
ardientes en la vigilancia de los sospechosos, prestos a hacer fracasar los
manejos aristocráticos. Los pasos de tropas hacia sus guarniciones, la primara
emigración, los rumores de una intervención extranjera incitaban a la
vigilancia, al tiempo que generalizaban el miedo. En ese momento entra en
juego el campesinado. Desde luego, este ya estaba en pie en varias regiones:
Bocage normando, Hainaut, Maconés Franco Condado, Alta Alsacia. En el
clima de inseguridad y de miseria generales, unos incidentes locales dieron
origen a seis corrientes de pánico en cadena: dejando a un lado Bretaña,
Alsacia y Lorena. Bajo Languedoc..., el Gran Miedo sacudió al país desde el
20 de julio hasta el 6 de agosto de 1789. En esos días la feudalidad fue
definitivamente quebrantada.
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LA “ABOLICIÓN” DE LA FEUDALIDAD
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EL LIBERALISMO BURGUÉS
El compromiso histórico y social sobre la feudalidad da la medida exacta de la
obra de la Asamblea constituyente: si bien los principios fueron proclamados
con solemnidad, no dejaron de ser modificados en el sentido de los Intereses
de los propietarios.
Lo que más le importa a la burguesía es la libertad. Primero se preocupa de la
libertad económica, aunque no se haga ninguna mención de ello en la
Declaración de Derechos de 1789: sin duda porque la libertad económica era
obvia a los ojos de la burguesía, pero también porque las masas populares
seguían profundamente apegadas al viejo sistema de producción que,
mediante la reglamentación y la tasación, garantizaba en una cierta medida
sus condiciones de vida. El laissez faire, laissez passer constituyó, sin
embargo, a partir de 1789, el fundamento de las nuevas instituciones. La
libertad de la propiedad se derivó de la abolición de la feudalidad. La libertad
de cultivo consagró el triunfo del individualismo agrario, aunque el Código
Rural del 27 de septiembre de 1791 mantuvo, no sin contradicción, el pasto
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
Constitución civil incluida en ella. Solo siete obispos prestaron juramento. Los
párrocos se dividieron en dos grupos, casi iguales, pero muy desigualmente
repartidos: juramentados o constitucionales eran mayoría en el sudeste, y
refractarios o no juramentados en el oeste. La condena de la Constitución civil
por parte del Papa consagró este estado de hecho. Los breves de 11 de marzo
y 13 de abril de 1791 condenaron solemnemente los principios de la
Revolución y la Constitución civil: el cisma estaba consumado. A partir de ese
momento el país quedó dividido en dos. La oposición refractaria reforzó la
agitación contrarrevolucionaria, el conflicto religioso aumentó el conflicto
político.
Las contradicciones que marcaron su obra dan cuenta del realismo de los
Constituyentes y de que, cuando se trataba de defender sus intereses de
clase, no se preocupaban demasiado por los principios. Los principios del 1789
tuvieron, de todas formas, un eco que está lejos de apagarse. La Declaración
adoptada el 26 de agosto concreta lo esencial de los derechos del hombre y de
los derechos de la nación, con una preocupación por lo universal que supera
singularmente el carácter empírico de las libertades inglesas, tal como habían
sido proclamadas en el siglo XVII. En cuanto a las Declaraciones norte-
americanas de la guerra de Independencia, apelaban al universalismo del
derecho natural, pero no sin ciertas restricciones que limitaban mucho su
alcance. Los principios sobre los que la burguesía constituyente construyó su
obra aspiraban a basarse en la razón universal. La Declaración les dio una
expresión clamorosa. Desde ese momento las “reclamaciones de los
ciudadanos, basadas en principios sencillos e indiscutibles”, únicamente
podían dirigirse “hacia el mantenimiento de la Constitución y hacia la felicidad
de todos”: una fe optimista en la omnipotencia de la razón, muy de acuerdo
con el espíritu del Siglo de las Luces, pero que no pudo resistir a la presión de
los intereses de clase.
EL COMPROMISO IMPOSIBLE
Sobre la base del compromiso económico y social que constituía la redención
de los derechos señoriales y en el marco del liberalismo censatario que
consagraba los derechos de la propiedad y la preponderancia de la riqueza, la
burguesía constituyente se dedicó intensamente, y durante mucho tiempo, a
buscar un compromiso político con la aristocracia. La resistencia obstinada de
la pequeña nobleza que en buena parte vivía de sus cánones y la voluntad
tozuda y agresiva de los campesinos de acabar con todos los restos de
feudalismo impidieron la política de compromiso y conciliación: la estabilización
fue imposible.
El compromiso político que, a imagen de la Revolución Inglesa de 1688, había
implantado sobre las masas populares sometidas el dominio de la alta
burguesía y de la aristocracia, fue buscado primero en septiembre de 1789 por
los monárquicos o anglómanos, partidarios de una cámara alta, fortaleza de la
aristocracia, y de un veto real absoluto. Mounier creyó posible obtener en
1789, como en 1788 en Vizille, el consentimiento de los tres órdenes para una
revolución limitada. Esta revolución de los notables fracasó; el 10 de octubre
de 1789 Mounier abandonó Versalles; el 22 de mayo de 1790 emigraba. Ya
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Albert Soboul
sea por incomprensión, ya sea por ambición, La Fayette duró más tiempo: su
política tendió a conciliar, en el marco de una monarquía constitucional a la
inglesa, a la aristocracia terrateniente con la burguesía negociante. En 1790 La
Fayette domina la vida política y triunfa en la Federación del 14 de julio. No
obstante, se desenmascaró al aprobar la represión dirigida por su primo Bouilló
contra la guarnición sublevada de Nancy en agosto de 1790: su popularidad se
vino abajo. El Triunvirato pronto tomó el relevo. Barnave fue quien mejor que
nadie definió el contenido social y político del compromiso en su discurso
vehemente del 15 de julio de 1791:
“¿Vamos a acabar la Revolución o vamos a volver a iniciarla?... Un paso
de más serla un acto funesto y culpable. Un paso de más en la línea de la
libertad sería la destrucción de la monarquía, en la línea de la igualdad
sería la destrucción de la propiedad”.
De acuerdo con La Fayette, los triunviros Barnave, Du Port y Lameth
pretendían revisar la Constitución, aumentar el censo, reforzar los poderes del
rey: esta política exigía tanto el apoyo de los aristócratas como el asentamiento
de Luis XVI. El rechazo de la aristocracia y del rey, el recurso al exterior, la
guerra, en fin, acabaron una vez más con esa política.
La aristocracia no lo lamentó, de modo que finalmente se hizo inevitable, para
romper su resistencia recurrir a las masas populares. Su apego obstinado al
privilegio, su exclusivismo a ultranza, su mentalidad feudal impermeable a los
principios burgueses situaron a la mayor parte de la nobleza francesa en un
rechazo total. En cuanto a la monarquía, su actitud demostró, si aún hacía
falta, que era claramente el instrumento de supremacía de una clase: el
llamamiento al ejército al que la Corte se dirigió desde los primeros días de
julio de 1789 pareció significar el fin de la Revolución. La aristocracia, en su
mayoría, no aceptó ni los decretos de 5 y 11 de agosto de 1789, ni la
Declaración de los Derechos: es decir, la destrucción, aunque parcial, de la
feudalidad.
“No consentiré jamás, declaró Luis XVI, que se despoje a mi clero y a mi
nobleza”.
Las jornadas populares de octubre le impusieron la aceptación de los decretos.
En 1790, mientras el rey utilizaba a La Fayette pese a detestarlo, la
aristocracia se obstinaba en su resistencia. Las maniobras de los emigrados,
las intrigas de las cortes extranjeras y los inicios de la contrarrevolución
alimentaban sus esperanzas, mientras que las revueltas agrarias suscitadas
en muchas regiones por la obligación de la redención de los derechos feudales
endurecían su postura de rechazo. La huida del rey, el 21 de junio de 1791, las
formaciones armadas de los emigrados en el Rhin y finalmente la guerra,
deseada y buscada desde 1791, demostraron que la aristocracia prefería, por
intereses de clase, traicionar a la nación antes que ceder.
La política de conciliación entre la aristocracia y la alta burguesía era
quimérica, en tanto no se hubieran destruido irremisiblemente los últimos
vestigios de la feudalidad. Mientras duró la esperanza de ver restablecidos sus
antiguos derechos con una vuelta a la monarquía absoluta, la aristocracia se
negó al triunfo del orden burgués. Cuando la feudalidad apareció como
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
destruida para siempre (pero fue necesario que llegara 1793 y el Terror) y toda
tentativa de restauración fue totalmente imposible; pero después de quince
años de dictadura napoleónica, el fracaso de los ultras y las Tres Gloriosas de
1830, la aristocracia acabó por aceptar el compromiso político que, bajo la
monarquía de julio, la vinculó al poder con la alta burguesía.
En cuanto a los campesinos, estos se opusieron, y no menos encarnizada-
mente, al compromiso de la redención11. La Asamblea constituyente, llena de
ilusiones, esperaba de esa ley una pronta y equitativa desaparición del
régimen feudal. La ley suscitó entre los contemporáneos un máximo interés, al
mismo tiempo que provocaba discusiones y oposición, como testimonian no
solamente los documentos del Comité feudal de la Constituyente y del Comité
de legislación de la Convención, sino también los archivos de los Directorios
de departamento y de distrito, los del Registro y las actas de los notarios. Pese
a la proclamación del principio de la redención el 4 de agosto de 1789, los
deudores solo pudieron empezar a pensar en su liberación a partir de la
publicación del decreto de 3 de mayo de 1790, que organizaba la redención
según los principios establecidos por la ley del 15 de marzo anterior: las
primeras ofertas regulares de los deudores parecen haberse producido en
junio. Esta lentitud exasperó a los mejor dispuestos. La mala redacción de los
decretos de 4 de agosto, que empezaban con la solemne afirmación de que “la
Asamblea constituyente acaba totalmente con el régimen feudal”, aumentó la
confusión: los campesinos tomaron la fórmula al pie de la letra, sin querer
tener en cuenta las excepciones que los propios decretos establecían, y
consideraron nulas las leyes de 1790. Es fácil imaginar la influencia de ese
estado de ánimo en la práctica de la redención. Debido sobre todo a una
omisión singular, no se previó ninguna medida financiera especial, ninguna
institución crediticia que hubiera permitido a los deudores conseguir el dinero
indispensable para su liberación. Un gran número de campesinos no disponía
de los adelantos necesarios: la redención se mostraba como imposible, salvo
para los ricos; la libertad prometida, como ilusoria. El paso de la decepción a la
cólera se dio tanto más rápido cuanto que los señores se empeñaron en recibir
no solamente los derechos que conservaban sino lo atrasado de los derechos
suprimidos: la supervivencia de la feudalidad, después de su abolición de
principio la noche del 4 de agosto, no pertenece al campo de la imaginación
mítica.
En esas condiciones, desde 1789 hasta 1793 una auténtica guerra civil
enfrentó a campesinado y aristocracia, con mayor o menor intensidad según
las regiones. En el departamento del Doubs, donde sin embargo solo se
11
El importante problema de la recompra de los derechos feudales y de su abolición definitiva
fue abordado por Sagnac, Ph., La législation civile de la Révolution française, 1898; en un
resumen que sigue siendo válido, por Aulard, A., La Révolution française et le régime féodal,
1919; por Garaud, M., La Révolution et la propriété foncière, 1959. Pero unas monografías
locales o regionales permitirían elaborar un auténtico cuadro de conjunto de la supervivencia
parcial, de las vicisitudes y la desaparición final del régimen feudal durante la Revolución; sólo
disponemos de dos obras de ese tipo: Ferradou, A., Le rachat des droits féodaux dans la
Gironde (1790-93), 1928; Millot, J., L’abolition des droits seigneuriaux dans le département du
Doubs et la région comtoise, 1941. También sobre las revueltas agrarias y los levantamientos
que, desde al Gran Miedo da 1789 hasta la abolición definitiva de los derechos feudales (17
de julio de 1793), marcaron la historia revolucionaria del campesinado, sólo disponemos de
estudios locales fragmentarios. Esta historia está por escribir.
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AÑO 1793
¿REPÚBLICA BURGUESA O DEMOCRACIA POPULAR? (1792-95)
EL DESPOTISMO DE LA LIBERTAD
GIRONDINOS Y MONTAÑESES (1792-93)
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12
Soboul, A., Les sans-culottes parisiens en I‘an II. Mouvement populaire et gouvernement
révolutionnaire, 2 juin 1793-9 thermidor an II, París, 1958.
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13
Arpent: Medida agraria francesa (oscila entre 42 y 51 áreas). (N. del T.)
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Al final del invierno del año II las características de la evolución que venían
esbozándose desde el establecimiento del gobierno revolucionario se
endurecieron. Mientras la reglamentación, la tasación y la dirección de la
economía, reclamadas por los sans-culottes, atacadas por los propietarios,
aseguraban a duras penas –salvo en el caso del pan– el abastecimiento de la
población parisiense, las necesidades de la defensa nacional como una
concepción burguesa del poder político llevaban cada vez más el gobierno
revolucionario a asegurarse la obediencia pasiva de las organizaciones
populares y a reducir la democracia sans-culotte a la medida jacobina. Así se
asienta, a principios de ventoso, un doble malestar social y político que afecta
a la sans-culotterie tanto en su existencia material como en su comportamiento
revolucionarlo. Sobre este trasfondo de crisis, la oposición entre indulgentes y
patriotas decididos se exaspera. La conjunción de la oposición avanzada y el
descontento popular constituía una seria amenaza para el gobierno: este
intentó, con los decretos de ventoso, conciliarse con la opinión sans-culotte.
La maniobra fracasó: los decretos de ventoso no provocaron ese esperado
choque psicológico capaz de resolver la crisis política, aliando a la sans-
culotterie con el gobierno revolucionario.
El momento pareció propicio a los patriotas decididos, cordeleros a la cabeza,
para una acción que les desembarazaría de los moderados e impondría su
triunfo en los comités de gobierno y en la Convención. Pero, olvidando las
enseñanzas de todas las jornadas revolucionarias, los dirigentes cordeleros no
se preocuparon de organizar su movimiento, ni de asegurarse su unión con las
masas más sensibles a la escasez de las subsistencias que al peligro del
moderacionismo. El 14 ventoso del año II (4 de marzo de 1794) los cordeleros
proclamaron la necesidad de una santa insurrección: en su espíritu, probable-
mente una simple manifestación de masas. No les siguieron. Pero su intento
dio ocasión al gobierno revolucionario para salir del inmovilismo: se
desembarazó de la doble oposición, primero liquidando a los cordeleros (24 de
marzo de 1795); después, volviéndose hacia los indulgentes, guillotinados el 5
de abril.
El drama de germinal fue decisivo. La evolución se precipitó. Al ver condenar al
Pére Duchesne y a los cordeleros que tenían su audiencia y expresaban sus
aspiraciones, los sans-culottes dudaron del gobierno revolucionario. En vano
Danton fue también ejecutado. La represión que siguió a los grandes procesos
de germinal del año II, pese a su carácter limitado, desarrolló entre los
militantes un complejo de miedo que paralizó la vida política seccionaria. El
contacto directo y fraternal entre las autoridades revolucionarias y los sans-
culottes de las secciones se rompió.
El gobierno revolucionario, que salió ganando, emprendió un amplio esfuerzo
de regularización de las instituciones y de unificación de las fuerzas políticas.
Si bien ante la inminencia del peligro había permitido la alianza con la sans-
culotterie, jamás había aceptado sus objetivos sociales ni sus métodos
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políticos. El ejército revolucionario fue licenciado (27 de marzo de 1794) 14, los
comisarios para los acaparamientos suprimidos (1° de abril), la Comuna de
París depurada. Y algo todavía más grave para el movimiento popular, la
reanudación de la ofensiva gubernamental contra las sociedades seccionarias.
En su discurso de 15 de mayo de 1794, Couthon reclamó la unidad de opinión:
que todos los patriotas se concentren en los jacobinos; Collot d’Herbois
subrayó una vez más la incompatibilidad de la democracia sans-culotte con las
necesidades del gobierno revolucionario: las sociedades seccionarias
querían “hacer de cada sección una pequeña república”. De germinal a pradial
se disolvieron 39 sociedades bajo la presión jacobina y gubernamental: en la
mayoría de los casos (29 de 39), sociedades de fundación reciente, formadas
esencialmente por patriotas del 1793, llamados de nueva hornada por
oposición a los patriotas del 1789. Al forzarles a disolverse, los comités de
gobierno rompían el armazón del movimiento popular.
De germinal a mesidor se acentuó la centralización: con la supresión de seis
ministros del consejo ejecutivo provisional y su sustitución, el 1.° de abril de
1794, por doce comisiones ejecutivas subordinadas al Comité de Salvación
Pública; con la nueva llamada a los representantes en misión, el 19 de abril,
pues el comité prefirió utilizar a sus propios agentes. El Terror se aceleró por la
ley de 22 pradial del año II (10 de junio de 1794):
“Se trata menos de castigar a los enemigos de la Revolución –declaró
Couthon– que de aniquilarlos”.
Las autoridades administrativas depuradas obedecieron, la Convención votó
sin discusión. Pero lo que el gobierno ganaba en fuerza coactiva lo perdía en
apoyo confiado, y su base social se reducía peligrosamente. Los documentos
de la primavera de 1794 dan fe de la atonía de las organizaciones populares.
Si las asambleas de sección todavía abordan los problemas de política general
ya no es para discutir, sino para aprobar mediante el envío de felicitaciones y
de testimonios de fidelidad: por ejemplo, cuando la proclamación del culto al
Ser supremo por el decreto de 18 floreal del año II (7 de mayo da 1794). Si los
intentos de asesinato de Robespierre y de Collot d’Herbois reavivan en pradial
la llama terrorista, las asambleas vuelven a caer en seguida en la monotonía
de su curso cotidiano. La victoria de Fleurus (26 de junio de 1794) o el
aniversario de la toma de la Bastilla (26 mesidor) no logran reavivar el
entusiasmo. Bajo una unidad ficticia, la indiferencia o la hostilidad gangrenan
las secciones estrechamente dirigidas por unos comités revolucionarios
burocratizados. Saint-Just escribe que “la Revolución está helada”.
Los comités de gobierno, domesticando el movimiento popular, se habían
liberado del odio de una jornada: pero al mismo tiempo liberaban a la
Convención y se privaban de un medio de presión. Puesto que la victoria se
afirmaba, ¿qué razón podía tener para soportar por más tiempo su tutela?
Entre la Convención impaciente por el yugo y la sans-culotterie irreductible-
mente hostil, el gobierno revolucionario estaba como suspendido en el vacío.
14
Cobb, R., Les armées révolutionnaires, instrument de le Terreur dans les départements,
avril 1793-floréal an II, 1963.
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15
Tonnesson, K. D., La défaite des Sans-Culottes. Mouvement populaire et réaction
bourgeoise en I'an III, Oslo-París, 1959.
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AÑO 1795
¿LIBERALISMO O DICTADURA? (1795-99)
De los dos movimientos populares que desde 1789, uno sustituyendo al otro,
habían impulsado hacia adelante la revolución burguesa, en 1795, uno había
cesado y el otro estaba en calma. Las masas urbanas, pese a los esfuerzos de
los conjurados del año IV, estaban desde ese momento en retirada: solo se
levantarían en 1830. Las masas campesinas estaban irremisiblemente
divididas: aboliendo definitivamente los derechos feudales por la ley del 17 de
julio de 1793, la Convención montañesa colocó por mucho tiempo al
campesinado propietario en el partido del orden. Apagado al ardor
revolucionario, con la aristocracia tocada en sus fuerzas vivas, se abría la era
de la estabilización burguesa.
De todas formas, la Convención termidoriana legaba al régimen que instauraba
y que ha pasado a la historia bajo el nombre de Directorio, la guerra, una
situación económica catastrófica y un sistema político sabiamente equilibrado,
cuyo espíritu y cuya práctica importan aquí más que la letra. La burguesía, que
había conservado de la experiencia del año II un recuerdo horrorizado
(restringida su libertad, limitados sus beneficios, con las gentes humildes
imponiendo su ley), con su conciencia de clase endurecida y fortalecida,
organizó celosamente su poder; una vez restaurada la primacía de los
notables, la nación se definía de nuevo en el estrecho marco de un sistema
censatorio. Pero una nueva oposición revolucionaria relanzada por el
hundimiento del papel moneda, el rechazo tenaz de la contrarrevolución, tanto
en el interior como en el exterior, hicieron imposible el juego normal de la
experiencia: entonces se instauró una práctica política y administrativa de
excepción de la que se aprovechó el Consulado y que este institucionalizó
ampliamente.
De Termidor al Imperio se afirma una continuidad que Brumario solo rompió en
apariencia.
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LA CATÁSTROFE MONETARIA
Y “LA CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES” (1795-97)
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Los “golpes de estado”, que tanto hicieron por la enojosa reputación del
Directorio, se inscriben en esta línea política: para poner remedio a las
sacudidas de la elección, el ejecutivo corrige sus resultados mediante la
anulación o la exclusión y la cooptación.
En las elecciones de germinal del año V (1797), para la renovación del primer
tercio saliente de los Consejos, entre ellos la mitad de los perpetuos, los
directoriales fueron arrasados salvo en una decena de departamentos: solo 11
convencionales fueron reelegidos, el nuevo tercio reforzaba considerablemente
a la derecha monárquica. Con el golpe de estado de 18 fructidor del año V (4
de septiembre de 1797), el Directorio impuso en los consejos unas medidas de
excepción: 49 departamentos vieron anuladas totalmente sus elecciones, otros
mutilada su representación, en total 177 diputados fueron eliminados sin ser
sustituidos; de entre aquellos respetados por la administración, algunos
dimitieron y otros callaron.
Para las elecciones del año VI (1798) esta práctica se perfeccionó y revistió
algunos caracteres que persistieron hasta muy avanzado el siglo XIX. El envite
era importante: las exclusiones habían acabado dejando en 437 el número de
escaños a cubrir, entre ellos los de la segunda mitad de los perpetuos. Por
precaución, desde el 12 pluvioso del año VI (31 de enero de 1798) los
consejos se atribuyeron la posterior comprobación de los poderes: los 236
convencionales salientes procedieron, junto a los 297 diputados restantes, a la
depuración de los nuevos elegidos.
Las elecciones, cuidadosamente preparadas por el gobierno que multiplicó las
presiones administrativas, estuvieron marcadas por numerosas escisiones en
las asambleas electorales, que permitieron al Directorio hace validar a quien
quería: en los consejos, los directoriales apoyaron a los elegidos de las
asambleas escisionarias y pidieron su validación. La mayoría de los Quinientos
adoptó la lista de los nuevos elegidos que había que excluir, los Antiguos se
doblegaron.
Finalmente, la ley de 22 floreal del año VI (11 de mayo de 1798) anuló las
elecciones en 8 departamentos, dio validez a los elegidos en las asambleas
escisionarias en 19 departamentos, descartó a 60 elegidos porque eran jueces
o administradores: en total, 106 diputados fueron florealizados. En cambio, 191
candidatos gubernamentales entraron en los consejos: 85 comisarios y
funcionarios por nombramiento del Directorio, 106 jueces o administradores
teóricamente elegidos, pero muchos de los cuales habían sido colocados por
el gobierno. Cuando no era negado por la exclusión y la cooptación, el régimen
representativo era viciado por la candidatura oficial de los agentes del poder:
práctica llamada a tener un gran porvenir en la historia política de Francia.
El 30 pradial del año VII (18 de junio de 1799) constituye menos un golpe de
estado que una jornada parlamentaria: los Consejos se tomaron la revancha al
obligar legalmente a dos directores a dimitir.
Brumario, en cambio, se inscribe en la línea de fructidor y de floreal: la misma
noche del golpe de estado de Bonaparte, el 19 brumario del año VIII (10 de
noviembre 1799), la mayoría de los Antiguos y la minoría de los Quinientos
excluyeron de la representación nacional, “por los excesos y los atentados que
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elecciones: tanto si el éxito era realista como si era jacobino, una vez más
podría ponerse en cuestión la estabilidad gubernamental. El golpe de estado
del 18 brumario eliminó el problema.
Según el cartel pegado en París y que cita Le Moniteur del 24 brumario (14 de
noviembre de 1799),
“Francia quiere algo grande y duradero. La inestabilidad la ha perdido, lo
que invoca es la firmeza [...]. Quiere la unidad en la acción del poder que
ejecutará las leyes”.
La Constitución del año VIII, que confiaba la totalidad del poder ejecutivo al
Primer Cónsul, puso fin al equívoco directorial de una dictadura larvada.
También desde este punto de vista se manifiesta como el desenlace de una
evolución necesaria.
La autoridad innegable que la Constitución del año III había adjudicado al
Directorio se había consolidado y ampliado por la fuerza de las circunstancias,
bien por el propio ejecutivo, bien por el legislativo, siempre a título provisional,
pero con una frecuencia tal que en la práctica se hizo normal. Extensión del
poder reglamentario, nombramiento de los administradores y de los jueces,
recurso a las medidas policiales: el régimen consular no tuvo que introducir
innovaciones. Las constituciones directoriales impuestas a las repúblicas
hermanas, en los Países Bajos, Suiza o Roma, ya habían reforzado al
ejecutivo.
La Constitución del año VIII consagró la subordinación definitiva del legislativo,
vanamente perseguida por el Directorio. Al concentrar el poder en manos del
Primer Cónsul, voluntad única y estable, permitió la realización de la
reorganización administrativa mediante las grandes leyes del año VIII y la
estabilización social que el Directorio se había fijado como objetivo desde su
proclamación el 14 brumario del año IV (5 de noviembre de 1795):
“Reinstaurar el orden social en el lugar del caos inseparable de las
revoluciones”.
Del Directorio al Consulado, y pese a las experiencias embellecidas por la
leyenda, la continuidad se afirma. Como la guerra seguía y la contrarrevolución
proseguía obstinadamente, una necesidad interna llevó a la concentración de
poderes, a fin de garantizar la consolidación social burguesa: sustituyendo a la
república de los notables, la dictadura consular debería proveerla. Pero si bien
pretendía reforzar el ejecutivo y restablecer la unidad en la acción
gubernamental, la burguesía brumariana no renunció al ejercicio de las
libertades políticas siempre que fueran en beneficio propio. El resultado
desbarató sus cálculos.
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CONCLUSIÓN
LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN LA HISTORIA DEL MUNDO
CONTEMPORÁNEO
EL RESULTADO DE LA REVOLUCIÓN
17
Sobre estos problemas, ver Dobb, M., Studies to the Development of Capitalism, Londres,
1946 [trad. castellana Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Siglo XXI , Madrid, 1976];
Takahashi, H. K., Shimin Kakumei no Kozo (Estructura de la revolución burguesa), Tokio,
1951 (informe de Haguenauer, Ch., Revue historique, núm. 434, pág. 345, abril-junio de
1955).
79
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18
Cobban, A., The Myth of the French Revolution, Londres, 1955. Del mismo autor, y con el
mismo punto de vista, The social interpretation of the French Revolution, Cambridge, 1964.
Ver Lefebvre. G., “Le mythe de la Révolution française”, Annales historiques de la Révolution
française, pág 337, 1956.
80
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19
Godechot, J., La Grande Nation. L’expansion révolutionnaire de la France dans le monde
1789-99, 2 vols, tomo I, pág. 11, París, 1956. Original de Palmer, R. R., “The World
Revolution of the West”, Political Science Quarterly, 1954, la idea de una revolución
“occidental” o “atlántica” fue adoptada por Godechot, J. y Palmer, R. R., “Le problème de
l'Atlantique du XVIII e au Xxe siècle”, X Congresso Internazionale di Scienze storiche.
Relazioni, tomo V, págs. 175-239, Florencia, 1955; Palmer, R. R., The Age of the Democratic
Revolution. A political History of Europe and America. 1760-1800, tomo I: The Challenge,
Princeton, 1959; Godechot, J., Les Révolutions (1770-99), 2.ao ed., col. “Nouvelle Clio”, PUF,
París, 1965 [trad. castellana Las revoluciones, Labor, Barcelona, 1977].
81
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20
Hill, Ch., “La Révolution anglaise du XVIII e siècle (Essai d'interprétation)”, Revue
historique, núm. 449, págs. 5-32, 1959. Ver sobre todo los trabajos del mismo autor, auténtica
figura de primera fila: con James, M. y Rickword, E., The English Revolution, 1640, Londres,
1940, reed. parcial en 1949; con Dell, E., The Good Old Cause, Londres, 1949; The Century
of Revolution, 1603-1714, Londres, 1961; por último, Society and Puritanism in pre-
revolutionary England, Londres, 1964.
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22
Seguimos aquí fundamentalmente las interpretaciones de Takahashi, H. K., “La place de la
Révolution Meiji dans l'histoire agraire du Japon”, Revue historique, págs. 229-70, octubre-
diciembre de 1953. Ver también Toyama, S., Meiji Ishin (Restauración Meiji), Tokio, 1951.
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BIBLIOGRAFÍA COMENTADA
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DANTON
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UN PERSONAJE DISCUTIDO
Pocos personajes de la Revolución dejaron, como Danton, una huella tan
profunda en la memoria colectiva del pueblo francés. ¿Quién no conoce sus
discursos? ¿Quién no cita sus frases? “Audacia, más audacia, siempre
audacia ¡y Francia se salvará!”; “¡La patria no se lleva en la suela de los
propios zapatos!" Mientras se mantiene viva en Francia la tradición
revolucionaria, Danton suscita siempre la misma simpatía irracional, por su
impulso, por su entusiasmo, y aun por su desenvoltura. Sin embargo, es uno
de los personajes del período revolucionario que despertaron las mayores
controversias. Discutido en vida, ajusticiado luego de un proceso
exclusivamente político, Danton no fue rehabilitado por los termidorianos.
Desacreditado durante la primera parte del siglo XIX, luego fue justificado bajo
el Segundo Imperio, y bajo la Tercera República se le erigieron estatuas. Pero,
¿no se debía esto a la intención de menospreciar a Robespierre? En efecto, se
elevó a Danton para desacreditar al incorruptible. Sin embargo, luego de
cincuenta años de polémicas, el personaje comienza a emerger de la masa de
errores y de prejuicios que lo deformaban, y se nos aparece tal como fue: un
gran revolucionario, pero también un hombre, un hombre de carne y hueso con
sus vicios y sus contradicciones.
EL TRIBUNO POPULAR
Danton nació el 26 de octubre de 1759 en Arcis-sur-Aube (Aube). Era hijo de
Jacques, procurador en el pueblo de Arcis, y de la segunda mujer de éste,
María Magdalena Camus, con la que se había casado en 1755. George
Jacques era el quinto hijo. Los Danton y los Camus no eran, evidentemente,
de origen noble, pero tampoco se debe creer que fueran de condición humilde.
Los Danton eran de origen campesino y se tiene noticia de ellos desde el siglo
XVI. George Camus, padrino de Danton y su abuelo materno, era carpintero,
pero también concesionario de los puentes reales; su hija, la madre de Danton,
había tenido como padrino al señor de Courcelles y como madrina a la esposa
del procurador del rey en el depósito de sal. Era, entonces, un ambiente de la
clase media.
Luego de frecuentar la escuela de su ciudad, en octubre de 1773 Danton fue
enviado al pequeño seminario de Troves, 'donde los alumnos seguían los
cursos de los religiosos del Oratorio. A comienzos del año escolar 1774-1775
fue confiado a la pensión Richard, una pensión laica cuyos huéspedes también
asistían a las clases de los oratorianos. En retórica Danton fue clasificado
como el último de los doce inter bonos. En el mes de mayo y de agosto de
1784 él figura en las listas de la facultad de derecho de Reims, y el 13 de
octubre de 1786 firma en Arcis como licenciado.
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Las asambleas de las secciones no debían realizarse más de dos veces por
semana; como contrapartida:
“todo ciudadano, miembro de estas asambleas, que dese, en consideración
de sus necesidades, reclamar una indemnización, la recibirá en razón de
40 sueldos por asamblea”.
Medida demagógica pero que no podía ocultar las restricciones aportadas al
ejercicio de sus derechos políticos por parte del pueblo. La evolución en el
sentido moderado de Danton se definió en el curso del mes de septiembre de
1793. Pero no se manifestó en sus intervenciones personales. Fueron sus
amigos quienes atacaron la política del gobierno. El punto culminante de esta
primera ofensiva moderada fue la sesión que la Convención sostuvo el 25 de
setiembre de 1793. Thuriot, un amigo de Danton, atacó a fondo la política del
Comité de salud pública. Criticó radicalmente la economía directa:
“Son criminales propiamente dichos aquellos que desean hacer creer a la
nación que no se puede alcanzar la felicidad si no se cortan todas las
ramas del comercio.”
Criticó la depuración:
“Ahora se trata de acreditar la opinión de que la República no puede
sostenerse si no se confían los puestos de responsabilidad a los
sanguinarios.”
Y concluyó:
“Debemos detener este torrente impetuoso que nos arrastra a la deriva.”
Thuriot expresa sin ninguna duda el pensamiento secreto de Danton. Sin
embargo se instauraba el Terror. En octubre comenzaron los grandes procesos
políticos. El 3, los girondinos fueron enviados ante el Tribunal revolucionario, y
también María Antonieta. La reina fue guillotinada el 16 de octubre. El proceso
de los girondinos comenzó el 6; el 30 fueron ajusticiados.
Danton se había retirado por entonces de la escena política, aduciendo
razones de salud y de familia, y ocultando su secreta desaprobación por la
represión terrorista. A Garat, que había ido a buscarlo en los primeros días de
octubre, le habría dicho a propósito de los girondinos: “No podré salvarlos”, y
se echó a llorar. El 12 de octubre de 1793 Danton obtuvo permiso para
retirarse de la Convención y partió para su pueblo natal, Arcis-sur-Aube.
Recién volvió el 1° de frimario del año II (21 de noviembre de 1793). Durante
esta ausencia se desarrolló el movimiento de descristianización. estalló el
escándalo de la falsificación del decreto de liquidación de la Compañía de las
Indias, en el que se vieron comprometidos algunos amigos de Danton, como
Chabot, Basire, y también Fabre d’Eglantine. Así que las razones del brusco
retorno de Danton resultan ambiguas.
A su regreso a París, Danton desarrolla una intensa actividad política; se
justifica frente a los jacobinos y toma posición con el Comité de salud pública
contra la descristianización.
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Este período de la vida política de Danton, desde fines del verano de 1793
hasta la mitad del invierno de 1794, cuando fue asumiendo lentamente la
figura de jefe de la oposición, requiere una reflexión crítica. Después de
sostener el segundo Comité de salud pública, Danton se rehusó a ingresar en
el mismo. El 25 de setiembre de 1793 sus amigos atacaron en la Convención
la política del gobierno e intentaron derribar al Comité. El 12 de octubre Danton
se retiró a Arcis-sur-Aube: con ello pretendía, sin duda, subrayar su
desaprobación en cuanto a los procesos contra María Antonieta y los
girondinos. Deseaba moderar el Terror, limitar la represión a los conspiradores
y a los traidores comprobados, disciplinar el movimiento popular, poniéndolo
bajo el control del gobierno. ¿Pero por qué en tales condiciones no ingresó en
el Comité de salud pública en modo de apoyar la acción moderadora de
Robespierre, Por lo menos en esto, Danton cometió un error grave. Tal vez lo
comprendió, y así se podría explicar su brusco regreso: reaparece en la
Convención el 1° de frimario (21 de noviembre de 1703). Entonces se coloca
abiertamente junto a Robespierre, sosteniendo la acción de éste contra los
propulsores de la descristianización. Por su parte, el Incorruptible toma
valerosamente su defensa ante los jacobinos.
Pero también es posible otra explicación, si se admite que Danton estaba
implicado en las maniobras de sus amigos, los diputados que se habían
comprometido, Fabre d’Eglantine en particular, en el asunto de la liquidación
de la Compañía de las Indias, o –en complicidad con Batz– en favor de los
banqueros extranjeros. El arresto de Chabot y de Basire, sin duda le ha hecho
temer verse implicado en el proceso de éstos; Basire, en una declaración
escrita, lo llamaba a la causa. Según lo que nos dice Garat, Mergez, el sobrino
de Danton, le habría aconsejado volver a París:
“Vuestros amigos os invitan a volver a París lo antes posible. Robespierre
y los suyos concentran sus esfuerzos contra vos.”
En aquel momento el Comité de salud pública estaba empeñado contra el
movimiento popular y los propulsores de la descristianización; no existe el
mínimo indicio de que en noviembre de 1793 el Comité deseara proceder
contra Danton. Pero es posible que Chabot y Basire, o Fabre d’Eglantine, que
los había denunciado pero que se sentía amenazado, hayan presentado las
cosas de tal modo para poder llamar a Danton en su ayuda. Cualesquiera
hayan sido las motivaciones de Danton a fines de 1793, él parecía, en aquella
fecha, lo hubiera deseado o no, el jefe de la oposición. Aprovechando el apoyo
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LA OFENSIVA INDULGENTE
Danton había definido su línea política moderada el 11 de frimario del año II (1°
de diciembre de 1793). Aquel día Cambon había propuesto el cambio forzado
del numerario contra los asignados, una medida requerida por los sans
culottes. Danton se opuso a ello y notificó a las picas (es decir, a los sans
culottes) que la parte de ellos había terminado.
“Recordemos que si con la pica se derriba, es con el compás de la razón
y del genio que se puede alzar y consolidar el edificio de la sociedad.”
La campaña del “Vieux Cordelier” dio considerable amplitud a la ofensiva
dantonista y puso en juego toda la política del gobierno. Camille Desmoulins
lanzó su primer ataque el 15 de frimario (5 diciembre de 1793):
“¡Oh Pitt rindo homenaje a tu genio.”
Según Desmoulins todos los revolucionarios a ultranza eran agentes de Pitt.
En el segundo número del 20 de frimario (10 de diciembre), Camille se daba a
un violento ataque contra los propulsores de la descristianización. El 25 de
frimario (15 de diciembre) apareció el número 3 del “Vieux Cordelier”: en él se
cuestionaba todo el sistema del terror y al mismo gobierno revolucionario. Este
número obtuvo notable éxito, despertando las esperanzas de todos los
adversarios del régimen. La ofensiva indulgente se desarrolló ulteriormente.
Fabre d’Eglantine, que había sabido engañar en modo perfecto al Comité de
Salud Pública, denunció el 20 de frimario (19 de diciembre de 1793) a dos de
los jefes revolucionarios más notorios: Vincent, secretario general del
Ministerio de Guerra, y Rancin, general del ejército revolucionario. La
Convención decretó el arresto de ambos.
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Albert Soboul
En el curso del invierno la crisis se había ido definiendo. Crisis social por sobre
todo: las tasas, la regulación y la dirección autoritaria de la economía se
revelaban incapaces de asegurar un aprovisionamiento satisfactorio de la
población parisina; la crisis de las mercaderías exacerbaba a la mentalidad
terrorista. Pero también crisis política: las exigencias de la defensa nacional y
la concepción jacobina del poder llevaban en modo creciente al gobierno
revolucionario a asegurarse de la obediencia pasiva de las organizaciones
populares, a reducir progresivamente las prácticas populares de la democracia
a la medida burguesa. La alianza entre el descontento popular y la oposición
“exagerada” constituía una grave amenaza para el gobierno revolucionario.
Hacia la mitad de ventoso la oposición exagerada se tornó rígida. El 12 (12 de
marzo de 1794) Ronsin, que había sido liberado, proclama la necesidad de
una insurrección; el 14 se descubrió la placa de la declaración de los derechos
del hombre; Carrier y Hébert reclamaron nuevamente una insurrección, una
“santa insurrección”. Fallida la reconciliación entre jacobinos y cordeleros, y no
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DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE
EL PROCESO DE DANTON
Los indulgentes creyeron llegado el momento propicio. Hacia fines de ventoso
acentuaron su presión; el número siete del “Vieux Cordelíer”, que fue
secuestrado, dirigía una violenta requisitoria contra la política del Gobierno
revolucionario. Pero el Comité de salud pública, que había castigado a los
exagerados luego de muchas hesitaciones, pretendía ahora no dejarse vencer
por la oposición moderada. Ya el 28 de ventoso (18 de marzo de 1794) la
Convención había acusado a los diputados comprometidos en el asunto de la
Compañía de las Indias: Fabre d’Eglantine, Chabel Basare, Delaunay, todos
los amigos de Danton. La víspera, el 27 de ventoso (17 de marzo), Danton
había hablado por última vez a los jacobinos; desde hacía algún tiempo
aparecía esporádicamente por el club y la Convención. Advertido numerosas
veces de las amenazas que se acumulaban contra él, se mostraba
despreocupado: “¡No osarán!” A un amigo que le habría aconsejado huir, le
habría respondido: “¡No se lleva a la patria en la suela de los propios zapatos!”
Finalmente, Billaud-Varenne y Collot d'Herbois, inquietos por la proscripción de
Hébert y de sus amigos, sostenidos por el Comité de seguridad general,
comprendieron las hesitaciones de Robespierre. En la noche entre el 9 y el 10
de germinal (29-30 de marzo de 1794), Danton, Camille Desmoulins y algunos
otros amigos de ellos fueron arrestados. El 11 de germinal (31 de marzo), en
base a los apuntes proporcionados por Robespierre, Saint-Just leyó a la
Convención su informe:
“sobre la conjura urdida desde hacía años por las facciones criminales, y
contra Fabre d’Eglantine, Danton, Philippeaux, Laeroix y Camille
Desmoulins, imputados de complicidad con estas facciones”.
La Convención procedió a la ratificación luego de un discurso patético de
Robespierre:
“También yo era amigo de Pétion, pero desde que dejó caer la máscara lo
abandoné; también yo tenía relaciones de amistad con Roland; pero él
traicionó y yo lo denuncié. Danton desea ocupar el lugar de ellos, y él, a
mis ojos, no es más que un enemigo de la patria.”
Frente al Tribunal revolucionario, Danton compitió en audacia y denunció a sus
acusadores.
“¡Yo, vendido! Los hombres de mi temple no tienen precio; sobre nuestra
frente está impreso en modo indeleble el sello de la libertad, el genio
republicano. ¡Yo vendido a Mirabeau! ¡Que se adelanten los que saben de
este negocio! ¿Cómo me ha comprado? Un hombre como Danton no
tiene precio.”
Y también:
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DANTON Y ROBESPIERRE
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Albert Soboul
Danton compró con 78.000 libras su oficio de abogado en el Consejo del rey, el
29 de marzo de 1787. En aquel tiempo su fortuna estaba valuada en 12.00
libras, comprendida en ella la mitad de la casa paterna en Arcis. Danton
entregó 56.000 libras en efectivo, de las cuales 15.000 le fueron prestadas por
su futuro suegro y 36.000 por cierta, señorita Duhautoir: otras 5.000 libras le
fueron prestadas, pero no se sabe por quién. En cuanto a las restantes 22.000,
las mismas fueron seguramente pagadas, dado que el 3 de diciembre de 1789
Danton obtuvo el recibo definitivo. ¿Cómo logró liberarse de estas deudas?
Las 36.000 libras de la señorita Duhautoir, así como las 5.000 de procedencia
desconocida, fueron seguramente devueltas, dado que el 11 de octubre de
1791, fecha en que el oficio fue devuelto, no existió ninguna oposición. En
cuanto al suegro, recuperó su parte sobre la dote de la hija, que era de 20.000
libras. Desde 1787 a 1791, Danton debe conseguir entonces 58.000 libras para
pagar sus propias deudas, más los gastos e intereses. Ejerció la profesión de
abogado por cuatro años, hasta marzo de 1791. ¿Cómo pudo, con los ingresos
de su trabajo, mantener a la familia, pagar a sus empleados y saldar las
deudas? No se sabe cuantos asuntos atendió Danton. Robinet, un historiador
favorable a él, considera que la profesión pudo haberle rendido 20.000 libras al
año; Madelin, más prudente, 9.000, suma que parecería más probable. En
tales condiciones es difícil admitir que Danton haya podido pagar sus
compromisos sin una ayuda desconocida, más bien una ayuda inconfesable,
porque ni él ni sus amigos jamás hicieron alusión a la misma. En aquel mismo
lapso, el 24 de marzo y el 12 de abril de 1791, Danton compró en su pueblo
natal bienes nacionales por 56.500 libras y, además, el 13 de abril, a un
particular, por 25.000 libras, su casa de Arcis-sur-Aube. Tales adquisiciones
fueron pagadas en dinero contante, cuanto el decreto del 9-27 de julio
concedía a los adquirentes de bienes nacionales el derecho, luego de haber
desembolsado en efectivo el 22 % de la suma, a pagar el resto en doce años.
Danton se apresuró a pagar todo, apresuramiento que no podía dejar de
parecer sospechoso a sus contemporáneos. El 28 de octubre de 1791 Danton
realiza una nueva compra a un particular. Y hará otras, como resulta de la
reventa de sus bienes del año II, luego de su ejecución. En total había
adquirido bienes inmuebles por 43.650 libras, de los que a su muerte había
pagado 27.585 libras. Más grave, sin duda, es el hecho de que Danton haya
procurado ocultar sus adquisiciones, luego de haber tratado de explicarlo con
la devolución de su cargo, declarando, el 13 de frimario del año II (3 de
diciembre de 1794) a los jacobinos:
“...la colosal fortuna que mis enemigos y los vuestros me han atribuido, se
reduce a la modesta parte de bienes que siempre he poseído.”
Flagrante mentira. Agréguese el hecho de que Danton llevaba una vida si no
fastuosa, por lo menos muy cómoda, sin privarse nunca de nada. Aparte del
departamento en la Corte de. Comercio, en París, tenía un segundo
departamento en Choísy-Le-Roi y aún otro en Sévres. Sus defensores han
recordado sos remuneraciones. Si en marzo de 1791 cerró su oficina, en
diciembre del mismo año fue elegido sustituto del procurador de la comuna de
París, con un estipendio de 6.000 libras anuales; se debe tener en cuenta,
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BIBLIOGRAFÍA
COLECCIÓN DE LOS DISCURSOS:
No existe ninguna edición crítica completa de los discursos y de las arengas de
Danton. La mejor colección es la que fuera publicada por André Fribourg,
Discours de Danton (París, 1910, LXIV - 817 pp., publicación de la “Société de
l’Histoire de la Révolution française”). Sobre esta edición insuficientemente
crítica, cfr. el informe de Albert Mathiez en “Annales révolutionnaires”, 1910, p.
603.
Entre las ediciones menos importantes de los discursos de Danton, señalamos
en orden cronológico:
Oeuvres de Danton, reunidas y anotadas por A. Vermorel, París, 1867.
Discours cwiques de Danton, con introducción y notas de H. Fleischmann,
París, 1920. Danton. Discours. Selección de textos y prefacio de P. J. Jouve y
F. Ditisheim, Friburgo, 1944.
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MARAT
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¿Es el amor por la gloria o el espíritu de aventura lo que impulsa por los
caminos de Europa a Jean-Paul Marat, estudiante en humanidades (como él
firma entonces en un libro)? En 1759, a los dieciséis años, abandona a la
familia. Comienza entonces la experiencia del mundo.
El joven Marat pasa dos años en Bordeaux, como preceptor de los hijos de
Paul Nairac, rico armador y propietario de refinerías, cuya esposa había nacido
en Neuchátel. Nada más sabemos de estos dos años. Como tampoco
sabemos de las razones que lo llevaron a París en 1762, ni de su vida hasta
1765. Nada, salvo lo que nos dice él mismo:
“Fui virgen hasta los veintiún años, y desde hacía tiempo estaba dedicado
a las ‘meditaciones’ del estudio”.
Es en este primer período parisino cuando Marat inicia los estudios de
medicina, según parece sin obtener diplomas. Además, ha terminado los años
de aprendizaje, completando su cultura filosófica. Más tarde admitirá dos
maestros, dos solamente, sobre los que nunca cambiará de opinión:
Montesquieu y Rousseau. Cuando llega a París acaba de aparecer, en 1761,
la Nueva Eloísa; Emilio y el Contrato social son de 1762. Sin duda, su
formación calvinista llevó a Marat al deísmo de la Profesión de fe del vicario de
Saboya, al que permaneció fiel durante toda la vida. Más tarde afirmó su
animosidad para con la secta enciclopedista, escribiendo en 1789, no sin
alguna exageración:
“Acababa de llegar a la edad de dieciocho años cuando nuestros
pretendidos filósofos (es decir, los enciclopedistas) hicieron diversos
intentos para atraerme hacia sus asambleas”.
En esta aversión es necesario ver, como en el caso de Rousseau, razones que
no eran sólo ideológicas, sino también sociales y políticas. El plebeyo Marat no
se sentía cómodo entre la burguesía enciclopedista. Es a esta época que se
remonta, probablemente, la primera redacción de las Chaînes de l’esclavage
[Las cadenas de la esclavitud], donde Marat va mucho más allá que su
maestro Rousseau en su Contrato social, y con mayor razón, que los
philosophes de la Enciclopedia, propulsores del despotismo ilustrado.
LA EXPERIENCIA INGLESA
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Essay on human soul.
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“Descubrimientos de Marat sobre el fuego, la electricidad y la luz comprobados mediante
una serie de nuevas experiencias”
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En 1780, Marat publica las Recherches physiques sur le feu, y el mismo año,
las Découvertes sur la lumière. Siguen en 1782 las Recherches physiques sur
l'électricité, en 1784 las Notions élementaires d’optique y una Mémoire sur
l'électricité médicale premiada por la Academia de Rouen.
En 1785: Lettres de l’observateur Bon Sens á M. de..., sur la fatale catastrophe
des infortunés Pilastre des Rosiers et Romain, les aéronautes et l’aérostation
(estos aeronautas habían muerto el 13 de junio de 1785, al rasgarse la
envoltura de su globo). La Traduction de l’optique de Newton aparece en 1787,
y en 1788 las Mémoires académiques ou Nouvelles découvertes sur la
lumiére, relatives aux points les plus iraportants de l'optiqúe. En el prefacio,
Marat escribe:
“Es el fruto de tres años de profundas investigaciones y de cinco mil
experiencias... Esta obra, una de las menos imperfectas entre las que
salieron de mi pluma, no tiene casi nada en común con las obras
aparecidas hasta ahora sobre la luz.”
Los Nouvelles découvertes no tendían más que a hacer cambiar de opinión en
cuanto a la óptica. En el catálogo de las Obras de Marat publicado por la viuda,
esta última escribe acerca de sus trabajos científicos:
“Podría sorprender el hecho de que él haya abandonado una carrera tan
brillante, si no se supiera que el amor por la libertad es la pasión más
imperiosa en un alma bien nacida.”
Una carrera tan brillante... Aquí se plantea el problema del valor de la obra
científica de Marat. Es preciso admitir que él contra la corriente en cuanto a la
evolución científica de su época y parece cierto que fue un experimentador de
primera calidad y un lógico de rigor indisputable; un trabajador científico,
entonces, dotado de real probidad. Pero creía tener más genio de cuanto tenía
efectivamente.
Sus trabajos concernían a temas de gran actualidad en aquella época: la
naturaleza del fuego, la luz, la electricidad. ¿Existe un “fluido ígneo”? Sí,
responde Marat, como muchos de sus contemporáneos; no, responderá
Lavoisier. ¿La luz? Marat se declara antinewtoniano en retraso. La electricidad,
en fin, constituía un campo de experiencias de moda, en el que Marat parece
trabajar con mayor éxito, en particular, en lo que respecta a la aplicación de
electricidad al tratamiento de algunas enfermedades. ¿Marat precursor de la
electricidad médica? Tal vez. Sin embargo, el hecho es que en cuanto a los
problemas debatidos, la historia dará razón a Newton y a Lavoisier contra
Marat. Pero no por ello se debe concluir que Marat fue un charlatán, un médico
a sueldo del conde de Artois; digamos, antes bien, que fue un hábil
experimentador, pero un investigador de segundo plano. A comienzos de 1784,
Marat ya no se halla en su puesto de médico de los guardias del conde de
Artois. Por qué, es difícil decirlo. Terminados el éxito profesional y la carrera
mundana, vive ahora de ciertos medios, fabrica y vende artefactos de física,
piensa volver a Inglaterra luego de haber intentado marcharse a España. En
mayo de 1785 pide ser exceptuado de los impuestos por cuanto es “extranjero
en viaje de instrucción”. En julio de 1788 se enferma gravemente y se cree
condenado. Se ha convencido del valor de sus trabajos científicos, comprueba
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LA OFRENDA A LA PATRIA
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EL PERIÓDICO DE MARAT
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LA VIGILANCIA REVOLUCIONARIA
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CONTRA LA GUERRA
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LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA
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con armas en las manos contra la patria, vosotros habéis masacrado a los
soldados, ¿porqué deberíais eximir a los oficiales, incomparablemente
más culpables?... ¡De pie, franceses que deseáis vivir libres! ¡De pie! ¡De
pie! ¡Y que la sangre de los traidores comience a correr! Es el único modo
de salvar a la patria”.
Seguramente, Marat no toma parte en el comienzo espontáneo de las
masacres, en la tarde del 2 de setiembre, como tampoco luego en su
desarrollo. Pero al haber propiciado, desde los comienzos de la revolución,
una rápida justicia popular asumió toda la responsabilidad de las mismas.
El 3 de septiembre Marat firmó, como miembro, la circular dirigida a los
departamentos del comité de vigilancia de la Comuna de París, comité al que
había egresado por un decreto de la víspera.
“La Comuna de París se apresura a informar a sus hermanos de todos los
departamentos que una parte de los feroces conspiradores retenidos en
las prisiones ha sido condenada a muerte por el pueblo: actos de jus ticia
que lo han parecido indispensables para contener con el terror a las
legiones de traidores ocultos entre sus muros, en el momento en que se
disponía a marchar contra el enemigo. Sin duda, la nación entera, luego
de la larga secuela de traiciones que la han llevado al borde del abismo,
se apresurará a adoptar este medio tan saludable de salud pública”.
La misma interpretación, dada por Marat mismo el 12 de octubre de 1792 en el
número 12 del “Journal de la République”:
“El suceso desastroso del 2 y del 3 de setiembre que los pérfidos y los
asalariados atribuyen a la municipalidad, ha sido provocado únicamente
por la falta de justicia del tribunal criminal que ha disculpado al
conspirador Montmorin, por la protección que el mismo prometía de esta
manera a todos los otros conspiradores... Es porque los traidores eran
sustraídos a la espada de la justicia que han caído bajo las armas del
pueblo”.
Es en función del peligro nacional que se deben evaluar las masacres de
septiembre. “Aun temblando de horror, se la consideraba una acción justa”,
aparece escrito en Souvenir d’une femme du peuple [Recuerdos de una mujer
del pueblo]. El representante Azema dice, en su informe del 16 de junio de
1793 a la Convención
“Al detener los progresos de nuestros enemigos hemos detenido las
venganzas populares, que cesaron al mismo tiempo que los primeros”.
Valmy signó, en efecto, el fin de este primer Terror.
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CONTRA DUMOURIEZ
En su calidad de presidente del club Marat firmó, el mismo día, una circular
cuyo principio había sido adoptado el 3 de abril. Ignorando todavía la traición
de Dumouriez, temiendo que él marchara sobre París, el texto llamaba a las
armas:
“Es en el Senado donde manos parricidas desgarran vuestras vísceras!
Sí, la contrarrevolución está en el gobierno, en la Convención nacional...
¡Allí es donde hay que atacar! ¡Vamos, republicanos, levantémonos!”.
El llamado concluía con el pedido de la revocación de los girondinos.
Retomando la ofensiva, la Gironda, a través de la voz de Petion, denunció a
Marat el 10 de abril: “un hombre que ha predicado el despotismo en todas sus
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tendía la acción osada de los Rabiosos en favor de los sans culottes de las
ciudades. La primera etapa de la estabilización del gobierno revolucionario fue
signada por la eliminación de los Rabiosos. Robespierre retomará, el 5 de
agosto de 1798, los argumentos de Marat contra estos “hombres asalariados
por los enemigos del pueblo”. Continuidad significativa entre el Amigo del
pueblo y El Incorruptible: ¿No sería también él, Marat, ahora que la Montaña
era la dueña de la Convención, un hombre del gobierno revolucionario?
En las primeras semanas de julio, la República es tomada por asalto desde
todas partes: revuelta en La Vandea, insurrecciones federalistas en
Normandía, en Bordeaux, Marsella, Lyon, mientras la invasión extranjera
despliega sus amenazas sobre la frontera del norte, sobre el Rin, sobre los
Alpes. Marat no deja de denunciar a aquellos “temerosos de la Convención” (7
de julio), la torpeza del Comité de salud pública, su criminal negligencia” (8 de
julio), solicitando la destitución de Custine, la depuración de los estados
mayores. Es el 12 de julio de 1793 (n° 240) el artículo ¡Despertemos, es hora!
“¡Si por lo menos fuéramos más prudentes en el futuro! ¡Si pudiéramos
educarnos en la escuela de las adversidades! Pero los adormecedores de
la Convención no cesarán de predicar la tranquilidad y la paciencia hasta
que hayan terminado de perder la cosa pública. No es culpa mía; mi
desesperación es la de ser siempre la Casandra de la Revolución”.
EL ASESINATO DE MARAT
CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
OBRAS DE MARAT:
No existe ninguna reedición moderna de las obras de Marat. Por lo tanto, es
necesario recurrir a la edición original publicada en vida del autor para la
mayor parte de las mismas. En el curso de nuestro ensayo hemos indicado las
principales. Para una bibliografía de Marat, la obra fundamental sigue siendo la
de F. Chévremont, Marat. Index du bibliophile, París, 1876. Este trabajo es
insustituible para distinguir los números auténticos de “L’Ámi du peuple” y las
numerosísimas falsificaciones. Entre los raros textos de Marat publicados,
señalamos dos volúmenes de Ch. Vellay, en la colección “L'élite de la
Révolution”: La correspondance de Marat, París, 1908; Les pamphlets de
Marat, París, 1911. Estas publicaciones son incompletas, respecto al
descubrimiento y a la identificación de nuevos textos. Entre las colecciones de
textos elegidos, señalamos: A. Vermorel, Oeuvres de J. P. Marat, l’Ami du
peuple, París, 1869, selección interesante por lo que respecta a la
personalidad del autor; L. Scheler, Jean-Paul Marat. Textes choisis, París,
1945; sobre todo, especialmente por la amplitud de la selección y la solución
de problemas. M. Vovelle, Marat, Textes choisis, París, 1963, colección « Les
classiques du peuple”.
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ROBESPIERRE
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“EL INCORRUPTIBLE”
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descuidaba todo por el estudio; el estudio era su dios”, según el abate Proyart,
el vicerrector. Se alimentaba de Plutarco y de la historia de la antigüedad. Pero
la influencia del Iluminismo no fue menor; la de Rousseau en primer término,
como lo demostraban sus ideales políticos y la fuerza elocuente de su
convicción, así como su sensibilidad mal contenida y el espíritu religioso que
manifestó públicamente el año II con la proclamación del culto del Ser
Supremo. En 1780, Robespierre se recibió de bachiller en leyes, y se licenció
al año siguiente. En 1781, a los 23 años, retornó a Arras. Vivió de su profesión
de abogado y se ganó honorablemente la vida, pero permaneció “pobre”. Al
morir el abuelo, recibió una parte de la herencia familiar, muy modesta por lo
demás. Vivió con su hermana Carlota, mientras que su hermano Agustín se
benefició con una beca para el colegio Louis-le-Grand. “Pobre”: esta palabra
aparece constantemente en los discursos de Robespierre: Ser pobre significa
para él contentarse con satisfacer sus necesidades mediante su propio trabajo,
sin desdeñar el bienestar, pero sin buscar el lujo ni el ocio: ideales de la clase
media, en particular de la pequeña burguesía. Fiel a esta regla de vida,
Robespierre supo resistir a las tentaciones –sobre todo cuando entró en la vida
política– y limitar sus deseos. Así, dio prueba de firmeza de carácter y de una
gran fuerza de voluntad. Sobrio, casto, afecto a los placeres simples de la
familia y al modesto intercambio de la amistad, Robespierre, por su
temperamento mismo, concordaba con las enseñanzas de Rousseau. En esto
residía, sin duda, una de las causas de su popularidad: sus gustos y su modo
de vida eran los mismos que los de la burguesía media, que se reconocía en
él. Esta categoría social, que constituía el grueso de los efectivos jacobinos y
de los sans-culottes parisinos, se caracterizaba a fines del siglo XVIII, como
Robespierre, por su honestidad, su aplicación al deber, su sentido de la
medida y por su pareja repulsión por la excesiva riqueza como por la excesiva
miseria.
De su juventud triste y su existencia austera Robespierre extrajo un elevado
concepto de su valor intelectual y moral. Así arraigó en él la convicción de que
el privilegio de nacimiento o el del dinero no pueden ser la medida de los
derechos de los ciudadanos: el principio fundamental de la democracia política
y social era innato de alguna manera en Robespierre. Desempeñaba su labor
de abogado como un sacerdocio:
“¿Hay profesión más sublime que aquella que os lleva a defender a los
débiles, a los oprimidos?”
Al mismo tiempo, se abría a todas las preocupaciones de un siglo filosófico. El
caso del pararrayos, en el cual Robespierre se puso de parte del progreso, le
dio cierta notoriedad hasta en los ambientes científicos y literarios de París. En
1783 entró en la Academia de Arras, y pronto lo acogió en su seno el círculo
literario de los Rosati. Participó en los concursos literarios organizados por las
academias de provincia y compuso para la de Metz una Memoria sobre las
penas infamantes que mereció un premio; también escribió un Elogio de
Gresset que tuvo menos fortuna, así como canciones y un Elogio de la rosa.
Poco a poco, Robespierre se abría camino en la buena sociedad de Arras.
A los 25 años, su conciudadano, el pintor Bailly, describe así a Robespierre:
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“Delgado y distinguido, con una frente amplia bajo la peluca bien cuidada,
ojos claros y dulces bajo cejas bien arqueadas, boca fina debajo de una
nariz larga y elevada en su extremo, mejillas redondas, el mentón un
tanto pesado bajo el cuello de encajes y la mano derecha posada sobre el
chaleco bordado”.
En pocas palabras, un miembro de la buena burguesía, preocupado por su
aspecto y su notoriedad local.
Pero este conformismo social no lleva al abandono de sus ideales. En 1786,
en el caso Deteuf, Robespierre conduce la causa contra los benedictinos de
Anchin y denuncia la conducta escandalosa de los monjes. Al fin del mismo
año, en el caso François Pare. denunció el absolutismo de la realeza y las
costumbres judiciales de la época:
“La autoridad divina que ordena al rey ser justo prohíbe a los pueblos ser
esclavos.”
En su Memoria para el señor Dupond pone en la picota a las lettres de cachet
[órdenes de arresto y exilio con el sello real] y las detenciones arbitrarias.
“El medio de prevenir los crímenes es reformar las costumbres; el medio
de reformar las costumbres es reformar las leyes.”
Ya desde antes de la Revolución la posición de Robespierre no puede originar
dudas: está contra el absolutismo, la aristocracia y el privilegio.
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Agrupaba a la izquierda de la Convención (jacobinos y cordeleros) del 92.
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DE LA REVOLUCIÓN BURGUESA
A LA DEMOCRACIA POPULAR SOCIAL
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Robespierre dio la expresión más clara de este ideal social a propósito del
derecho de propiedad, en el momento de la discusión de la nueva Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que debía proceder a la
Constitución de junio de 1793:
“Os expondré ante todo –declara Robespierre el 24 de abril de 1793–
algunos artículos necesarios para completar vuestra teoría sobre la
propiedad; que esta palabra no alarme a nadie. ¡Cúmulos de fango, que
no estimáis más que el oro!, no quiero tocar vuestros tesoros, por impura
que sea su fuente. Debéis saber que esta ley agraria de la que habéis
hablado tanto no es más que un fantasma creado por la canalla para
asustar a los imbéciles: no era necesario, sin duda, hacer una revolución
para hacer saber al universo entero que la gran desproporción de los
bienes es la base de innumerables males e innumerables delitos, pero no
estamos por ello menos convencidos de que la igualdad de los bienes es
una quimera. En cuanto a mí, la creo menos necesaria aún para la
felicidad privada que para la felicidad pública. Más que de proscribir la
opulencia, se trata de hacer honorable la pobreza. La cabaña de Fabricio
no tiene nada que envidiar al palacio de Creso...
“Preguntad a ese mercader de carne humana qué es la propiedad; os
responderá, mostrándoos ese gran féretro que él llama nave, en la cual
ha arrojado y encadenado a los hombres que parecen vivos: he ahí mi
propiedad, los he comprado a tanto por cabeza.
“Interrogad a ese gentilhombre, que tiene tierras y vasallos, o que cree
que el universo se acaba cuando ya no los tiene; os dará de la propiedad
conceptos bastante similares...
"Para todos ellos la propiedad no tiene nada que ver con la moral. ¿Por
qué vuestra Declaración de Derechos parece presentar el el mismo error?
Al definir la libertad como el primero de los bienes del hombre, como el
más sagrado de los derechos que posee por naturaleza, habéis afirmado
con razón que ella encuentra sus límites en los derechos de otros. ¿Por
qué no habéis aplicado el mismo principio a la propiedad, que es una
institución social, como si las leyes eternas de la naturaleza fuesen
menos inviolables que las convenciones de los hombres? Habéis
multiplicado los artículos para asegurar la mayor libertad al ejercicio de la
propiedad, y no habéis dicho una sola palabra para determinar sus
caracteres legítimos. De este modo, vuestra Declaración parece hecha,
no para los hombres, sino para los ricos, para los acaparadores, para los
traficantes y para los tiranos.”
Robespierre proponía luego cuatro artículos, de los cuales sólo nos interesa el
primero:
“La propiedad es el derecho de todo ciudadano de gozar y disponer de
aquella parte de los bienes que le garantizan las leyes.”
El derecho de propiedad ya no era, pues, un derecho natural e imprescriptible,
anterior a toda organización social, como afirmaba la Declaración de 1789; se
inscribía, en lo sucesivo, en marcos sociales e históricos, y hallaba su
definición en la ley.
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Sin embargo, por el libre juego de las leyes económicas, la gran propiedad y el
privilegio de la riqueza florecían nuevamente, con tocias las consecuencias
nefastas para la democracia. Robespierre restablece entonces en el
pensamiento republicano la noción de derecho social: la comunidad nacional,
investida del derecho de control sobre la organización de la propiedad,
interviene para mantener una igualdad relativa mediante la reconstitución de la
pequeña propiedad, a medida que la evolución económica tiende a destruirla,
con el fin de prevenir la reconstitución del monopolio de la riqueza y la
formación de un proletariado dependiente. La democracia política asume, así,
todo su valor. De allí las leyes de la Montaña sobre la división en partes iguales
de las herencias para llegar a la fragmentación de los patrimonios, la ley sobre
la venta de los bienes nacionales en pequeños lotes, para facilitar su
adquisición, y la ley sobre la partición de los bienes comunales. De allí el
decreto del 6 ventoso del año II (24 de febrero de 1794), con la que Saint-Just
hacía asignar a los “patriotas necesitados” los bienes de los sospechosos. De
allí la ley del 22 floreal (11 de mayo de 1794), que organizaba la beneficencia
nacional y aplicaba el derecho a la asistencia reconocido por la Declaración de
Derechos de junio de 1793: asistencia médica gratuita, pensión por invalidez y
por vejez, ayuda a las familias numerosas; en pocas palabras, los seguros
sociales. De allí los esfuerzos de la Convención por organizar la instrucción
pública. “Los déspotas se habían adueñado de la razón humana para hacerla
cómplice de la esclavitud”: ahora es necesaria una educación nacional e igual
para todos.
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EL HOMBRE DE LA REVOLUCIÓN
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LA GUERRA Y LA DICTADURA
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LA CRISIS DE TERMIDOR
y la disolución del Comité de Salud Pública fueron los últimos elementos que
precipitaron la crisis. En los primeros días de termidor, la disgregación del
grupo de la Montaña se agravó, en la Convención. La oposición se había
reunido en torno a los representantes vueltos de sus misiones, y
particularmente en torno a los terroristas depredadores que se sentían
amenazados: Carrier, Fouché y, sobre todo, los prevaricadores Barras, Fréron
y Tallier. Se había reconstituido la facción de los corrompidos. Ésta se apoyó
en el nuevo grupo de los indulgentes, los cuales aprovechaban la victoria para
pedir el fin del Terror, y en la Llanura, que había aceptado el gobierno
revolucionario sólo como expediente temporario. No teniendo ya que temer
una “jornada”, ahora que el movimiento popular estaba aplacado y domesticado,
¿qué razón podía tener la Convención para seguir tolerando la tutela de los
Comités? Entre la Convención impaciente por sacudirse el yugo y los sans-
culottes parisinos irreductiblemente hostiles, el gobierno revolucionario
quedaba aislado. Al dividirse los comités de gobierno, consumaron su ruina.
El Comité de Seguridad General, que dirigía su represión, soportaba de mala
gana las ingerencias del Comité de Salud Pública, sobre todo de su oficina
policial, dirigida por Saint-Just y controlada per Robespierre. Constituido por
hombres inexorables, como Hamart, Vadier y Voulland, cuyo espíritu se
acercaba a la tendencia “hebertista”, quería prolongar el Terror, del cual
dependía su autoridad, mientras que Robespierre tenía sin duda la intención
de atenuarlo. El fin de la descristianización y el culto al Ser Supremo era para
ellos, de ideas ateas, motivos suplementarios de recelo contra Robespierre.
Excepto Lebas y David, le eran particularmente hostiles, tanto por motivos
personales como de principios. El Comité de Salud Pública habría neutralizado
fácilmente esta oposición, si hubiese permanecido unido. Pero la división se
insinuó en el gran Comité. Robespierre por sus méritos eminentes, se había
convertido en el verdadero jefe del gobierno ante los ojos de la Francia
revolucionaria. No tenía ninguna consideración por las susceptibilidades de
sus colegas, era tan severo con los otros como consigo mismo, no trababa
amistades y conservaba hacia la mayoría una reseña distante que podía
parecer cálculo o ambición. Esta acusación, ya lanzada contra el incorruptible
por los girondinos y luego por los cordeleros, fue retomada en el Comité mismo
por Carnot y Billand-Varenne, quien declaró a la Convención, el 1° floreal del
año II (20 de abril de 1794):
“Todo pueblo celoso de su libertad debe ponerse en guardia contra las
virtudes mismas de los hombres que ocupan cargos eminentes.”
A la diversidad de temperamentos y a los conflictos de jurisdicción (Carnot tuvo
violentos altercados con Saint-Just y se irritaba por las críticas de Robespierre
a sus planes militares), se agregaba la divergencia de las orientaciones
sociales. Carnot y Lindet, hombres de la Llanura unidos a la Montaña, eran
burgueses conservadores; no toleraban la economía dirigida y rechazaban la
democracia social tal como la concebía Robespierre. Irritado y amargado por
las torvas maniobras del Comité de Seguridad General, donde Vadier ridiculizó
el culto del Ser Supremo y hasta al mismo Incorruptible, a propósito de
Catherine Théot, una anciana que pretendía ser “la madre de Dios”,
Robespierre dejó de asistir a las sesiones del Comité a mediados de mesidor.
Su alejamiento favoreció a sus adversarios.
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Son las 2 de la mañana. Una columna conducida por Léonard Bourdon llega a
la plaza casi desierta, penetra sin combatir en el Hotel de Ville e irrumpe en la
Sala de la Igualdad, donde los robespierristas están reunidos para deliberar.
Lebas se suicida de un pistoletazo. El joven Robespierre se lanza por una
ventana. Saint-Just se deja arrestar sin oponer resistencia; Couthon,
brutalmente arrojado por la escalera, queda gravemente herido. Robespierre
se tira un pistoletazo en la boca y se rompe la mandíbula. La Comuna
insurreccional había sido vencida sin combatir.
El 10 termidor (28 de julio de 1794), a la noche, Robespierre, Saint-Just y 19
de sus partidarios fueron guillotinados sin proceso. Robespierre, el último. Al
día siguiente le tocó el turno a un grupo de 71, el más numeroso de la
Revolución. La responsabilidad de la derrota, si se examina el intento
insurreccional, corresponde a los jefes de la Comuna de París, a los
robespierristas y al mismo Robespierre, que no supieron actuar a tiempo. A
pesar del refuerzo del aparato gubernamental, a pesar de la defección de
muchas autoridades de las secciones, ya que desde hacía tiempo que se
refrenaba a los comités revolucionarios, los sans-culottes habían acudido por
miles a la sede de la Comuna. Si esto fue en vano, la responsabilidad fue de
Robespierre y sus amigos, que esperaron el golpe de gracia, en lugar de
abandonar la plaza de Grève y ponerse a la cabeza de los combatientes de las
“jornadas” para marchar sobre la Convención. Pero, remontándonos más atrás
aún, la necesidad histórica del 9 termidor estuvo dada por las contradicciones
mismas del movimiento revolucionario y, en particular, del robespierrismo.
Robespierre pereció víctima de las contradicciones de su tiempo y de las
suyas propias. Le faltó una exacta comprensión de las necesidades históricas.
Supo dar una justificación teórica al gobierno revolucionario y al Terror, pero
quedó desarmado frente a las realidades económicas y sociales de su tiempo.
Frente a la aristocracia, Robespierre fue el combatiente de la revolución
burguesa y de la independencia nacional. Pero sus orígenes, su formación y
su sensibilidad lo llevaron a combatir desde una posición sumamente riesgosa,
ya que trataba de conciliar los intereses de la burguesía dirigente y los de las
clases populares, sin las cuales la revolución no podía triunfar sobre la
aristocracia y sobre la coalición. De aquí los diversos esfuerzos por fundar una
república igualitaria, cuando todo llevaba a la concentración de la riqueza y del
poder en manos de la burguesía. Así puede medirse el antagonismo
irreductible que puede haber entre las aspiraciones de un hombre o de un
grupo social y la situación histórica objetiva.
Sean cuales fueren las causas del fracaso, la tentativa del año II tuvo el valor
de un ejemplo. Después de más de 150 años, aún exalta a unos o concentra el
odio de los otros. Pero, más allá de los conflictos y las controversias, surge
finalmente poco a poco la verdadera figura del Incorruptible, cuyo solo nombre
es símbolo del amor al pueblo y de la devoción a su causa.
“Pocos días después de termidor –escribe Michelet en su Historia de la
Revolución Francesa– un hombre que vive aún y que tenía por entonces
10 años fue llevado por sus padres al teatro; a la salida, admiró la larga
fila de brillantes carrozas, que vio con asombro por primera vez.
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BIBLIOGRAFÍA
A. Soboul, Historia de la Revolución Francesa, Buenos Aires, Futuro, Codilibro;
J. Michelet, Historia de la Revolución Francesa, 3 t., Buenos Aires, Argonauta;
A. Thiers, Historia de la Revolución Francesa, 12 t., México, Nacional; T.
Carlyle, Los héroes y la Revolución Francesa, Barcelona, Mateu; H. Taine, Les
origines de la France contemporaine, 6 vol., París (en español agotado); A.
Aulard, Histoire politique de la Révolution, París, 1901, 5a ed., 1921; J. Jaures,
Histoire socialiste de la Révolution Française, París, 1901-1904, nueva ed. a
cargo de A. Mathiez, 1922-24, 8 vol. (agotado en español); G. Lefevbre, La
Revolución Francesa y el Imperio (Breviario 1 5 1) , México, Fondo de Cultura
Económica; id., El gran pánico de 1789, Buenos Aires, Paidós; J. Godechot,
Les Institutions de la France sous la Révolution et l’Empire, París, 1951; E.
Labrousse, «La crise de l'économie francaise à la fin de l’Ancien Régime et au
début de la Révolution», París, 1943; A. Mathiez, La vie chére et le mouvement
social sous la Terreur, París, 1927.
Esta bibliografía puede ampliarse consultando el apéndice al libro de A. Soboul
citado en primer término.
Bibliografía específica sobre Robespierre: Ouevres de M. Robespierre,
publicadas por la “Société des études robespierristes”, en particular los
Discours, bajo la dirección de G. Lefebvre, M. Bouloiseau y A. Soboul, vols. I,
II, III, I V (h a s t a el 27 de julio de 17 9 3 ) , París, 1951, 1952, 1954 y 1958; vol.
V, de próxima publicación: Robespierre, Textes choisis, París, 1956, 2 vols.; E.
Hamel, Histoire de Robespierre, París, 1865, 3 vols.; J. M. Thompson,
Robespierre, Oxford, 1935, 2 vols.; G. Walter, Robespierre, París, 1936-39, 3
vols.; F. Korngold, Robespierre e il Quarto Stato, trad. ital., Turín, 1948; J.
Massin, Robespierre, París, 1956 (e s l a mejor b i og r af í a ) ; M . Bouloiseau,
Robespierre, París, 1957; A. Mathiez, Etudes sur Robespierre, prefacio de G.
Lefebvre, París, 1958; M. Robespierre ( 1 75 8 - 1 79 4 ) , recopilación de
ensayos, bajo la dirección de W. Markov, pref a c io de G. Lefebvre, Berlín,
1958, 1961; Bicentenaire de la naissance de Robespierre (1758-1 9 5 8) ,
Nancy, 1958; A. Mathiez, Robespierre terroriste, París, 1921; A. Soboul,
Robespierre et les sociétés populaires, en “Annales historiques de la
Révolution Française”, 1957, páginas 193-213. Sobre Saint-Just, ver Frammenti
sulle istituzioni repubblicane, a cargo de A. Soboul, Turín, 1952; E. M. Curtís,
Saint-Just, Colleague of Robespierre, Nueva York, 1935; A. Ollivier, Saint-Just
et la force des choses, París, 1954.
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