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La Ley de Identidad de Género

argentina: entre las demandas locales y


las reivindicaciones globales28
Anahí Farji Neer

Introducción

E
l presente trabajo aborda la articulación de discursos
que hizo posible la sanción de una ley de Identidad de
Género que garantiza el acceso a la salud integral. A dife-
rencia de leyes similares como la inglesa, la española o la urugua-
ya29, la ley argentina (Ley 26.743) permite que el cambio registral

28 El presente artículo forma parte de la Tesis de Doctorado de la autora actual-


mente en curso en el marco del programa de Doctorado en Ciencias Sociales de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
29 La ley inglesa (Gender Recognition Act 2004, C. 7) dictamina que para la reali-
zación del trámite de readecuación registral de nombre y sexo debe solicitarse un
Certificado de Reconocimiento de Género (GRC) ante un Panel de Reconocimiento
de Género (GRP). El panel establece como requisito un diagnóstico de disforia de
género y la expresa intención del/la solicitante de vivir en el género reclamado por
resto de su vida. La ley española (Ley N° 3/2007) establece que debe presentarse
ante las oficinas del registro civil el informe de un médico o psicólogo clínico que
certifique el diagnóstico de disforia de género. A su vez, dicho informe debe certifi-
car la persistencia en el tratamiento clínico por un mínimo de dos años. La ley uru-
guaya (Ley Nº 18.620/09) también requiere un informe de expertos para tramitar el
cambio registral, el que es realizado ante los juzgados de familia y estipula que debe
acreditarse la persistencia en el género reclamado durante un mínimo de dos años.

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de sexo y nombre sea realizado a través de un trámite administra-
tivo sin requerir ningún tipo de autorización previa. También dis-
pone que, en caso de requeridos, los procedimientos médicos de
transformación corporal (tratamientos hormonales y/o quirúrgi-
cos) sean realizados por los efectores de los subsistemas de salud
público, privado o de las obras sociales sin solicitar autorización
judicial o certificación de diagnóstico. Según los grupos activistas
locales que impulsaron su sanción, se trata de una ley desjudicia-
lizante, descriminalizante, desestigmatizante y despatologizante
del travestismo, la transexualidad y la transgeneridad30 (Litardo,
2011). Cada una de estas reivindicaciones tiene una lógica y una
temporalidad que le es propia. Este artículo focaliza en el pro-
ceso de construcción de la demanda por despatologización del
travestismo, la transexualidad y la transgeneridad en el contex-
to argentino, formulada como acceso a la salud integral. Entien-
do por despatologización del travestismo, la transexualidad y la
transgeneridad el movimiento de acciones y discursos que tienen
por objetivo la transformación de aquellas categorías y protocolos
del campo médico -y sus representaciones sociales asociadas- que
cifran las experiencias, los cuerpos y las subjetividades que desa-
fían el binarismo genérico como patologías o trastornos mentales.
La demanda por despatologización nuclea una serie de acciones
que persiguen la modificación de los dispositivos institucionales
del Estado que, amalgamándose con las lógicas reguladoras del
campo médico, imponen la adecuación a los protocolos clínicos
como requisito para el ejercicio de los derechos.
En el capítulo desarrollo un abordaje en dos dimensiones
temporales y geográficas, específicas pero interconectadas, a fin
de identificar la articulación entre las reivindicaciones locales y
las globales en las que se inscribe la demanda y sanción de una
ley de Identidad de Género despatologizante del travestismo,
la transexualidad y la transgeneridad. Al mismo tiempo, hago
foco en las distintas posturas existentes frente a las intervencio-
nes médicas de transformación corporal y en el modo en que las
30 A lo largo del trabajo me refiero a “travestis, transexuales y transgéneros” con la
intención de dar cuenta de diferentes categorías identitarias existentes en torno a
las experiencias que desafían el binarismo de género, aunque el abanico de posibi-
lidades de identificación las rebasa ampliamente.

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posiciones en dicho debate se vinculan con formas específicas de
vivir y construir la propia identidad y reivindicarla en términos
políticos. Abordo un corpus conformado por documentos pro-
ducidos por organizaciones de travestis, transexuales y trans-
géneros locales e internacionales, versiones taquigráficas de los
debates parlamentarios de la ley de Identidad de Género y notas
periodísticas publicadas en distintos medios gráficos de circula-
ción nacional.
Comienzo abordando el surgimiento y antecedentes de
la campaña internacional Stop Trans Pathologization 2012 (STP
2012) originada en oposición a la vigencia a nivel mundial de
protocolos médicos de tratamiento de los llamados síndromes de
Transexualismo y Trastorno de la Identidad de Género31. Luego,
desarrollo el modo en el que las organizaciones de travestis, tran-
sexuales y transgéneros argentinas desde sus comienzos forjaron
la demanda por el derecho a la salud de la mano de una estrategia
orientada a la reivindicación y legitimación de la identidad traves-
ti latinoamericana. Finalmente, indago en el proceso de demanda
de una ley de Identidad de Género que contemplara no solo el
reconocimiento legal de la identidad sino también el acceso a las
tecnologías médicas de transformación corporal.

La agenda global. Despatologización, derechos humanos y


autonomía del paciente

En la década de 1960, en Estados Unidos, el endocrinólogo ale-


mán Harry Benjamin ideó un modelo de regulación de los cuer-
pos y las subjetividades que desafían las normas binarias de gé-
nero. Benjamin adaptó los esquemas de la sexología clínica de
finales del siglo xix y principios del siglo xx32 al conocimiento
endócrino, al perfeccionamiento de las tecnologías quirúrgicas y
31 La campaña se denominó Stop Trans Pathologization 2012 dado que ese era el
año en que estaba prevista la publicación de la 5° edición del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) de la American Psychiatric Association.
La misma fue finalmente editada en el año 2013.
32 En referencia a los abordajes clásicos de la sexología Richard Von Krafft Ebing,
Henry Havelock Ellis y Magnus Hirschfeld ver Leite (2008).

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a las teorías conductuales de género desarrolladas por John Mo-
ney a mitad del siglo xx (Bento, 2006). Para Harry Benjamin, la
medicina debía valerse de las tecnologías médicas de modifica-
ción corporal a fin de asegurar la diferencia sexual cuando esta
se presentara de modo contradictorio con la identidad según lo
esperado en el marco de un sistema binario de género (Bento,
2006). A partir de su propuesta, la comunidad médica pasó de
sostener un modelo terapéutico basado en la cura psicoanalítica a
otro orientado a la adaptación (o normalización) de los cuerpos
centrado en la categoría del Transexualismo (Araujo Russo, 2004;
Bento, 2004). Este modelo se componía de tres etapas lineales,
sucesivas e inescindibles: tratamiento psicológico, terapia hor-
monal y modificación quirúrgica de la genitalidad (Bento, 2006).
El diagnóstico de Transexualismo fue incluido en los manuales
de clasificación de enfermedades y trastornos mentales que desde
la década de 1950 rigen las prácticas de los y las profesionales de
la salud mental a lo largo del mundo: el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) de la American
Psychiatric  Association y la Clasificación Internacional de En-
fermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud33. Ello

33 Como indica Silvia Di Segni (2013) la primera versión del DSM fue editada en
1952 en un contexto de posguerra, frente al incremento de casos de “estrés pos-
traumático”. Se trataba de un manual de 130 páginas cuyo objetivo era uniformi-
zar los sistemas de clasificación frente a la gran cantidad de escuelas, corrientes y
sistemas de clasificaciones existentes entre los que se encontraban los utilizados
por la Marina de los Estados Unidos. Tenía una fuerte influencia neurológica y ori-
ginalmente incluía solo tres tipos de trastornos. En su apartado sobre desviaciones
sexuales incluía: homosexualidad, travestismo, pedofilia, fetichismo y sadismo se-
xual (Di Segni, 2013: 174). La primera edición de la Clasificación Internacional de
Enfermedades data de 1893. En su sexta edición, del año 1948, incluyó un capítulo
sobre trastornos mentales y en su octava versión, de 1965, incluyó un apartado de
Desviaciones Sexuales incorporando allí el “Travestismo” y la “Homosexualidad”. La
CIE 9 de 1978 eliminó la homosexualidad como trastorno mental e incluyó el diag-
nóstico de “Transexualismo” al interior del apartado de las “Desviaciones sexuales”.
En el año 1992 se publicó la CIE 10, actualmente vigente. Allí, el “Transexualismo”,
conjuntamente con el “Travestismo no fetichista” y el “Trastorno de la identidad
de género en la infancia”, fueron ubicados dentro de la categoría englobadora de
“Trastorno de la Identidad de Género–TIDG”. El DSM III de 1980 también eliminó la
homosexualidad y creó una nueva categoría, el “Trastorno de la identidad sexual”.
Allí incorporó el diagnostico de “Transexualismo”. En la edición del año 1994 lo re-
emplazó por el de “Trastorno de la identidad de Género” que, conjuntamente con
las Parafilias y las Disfunciones Sexuales conformaron el apartado de “Trastornos

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implicó la institucionalización de estas concepciones dentro de la
comunidad médica, en detrimento de las visiones psicoterapéuti-
cas34, y permitió también que los Estados establecieran regulacio-
nes y prácticas acordes a dichas formas de entender los procesos
corporales y subjetivos.
A partir de la década de 1970 en Estados Unidos, distintas
figuras activistas se manifestaron contra esas formas patologi-
zantes y medicalizantes de entender e intervenir los cuerpos que
desafían el binarismo de género. Reivindicaron la experiencia de
la transgeneridad en oposición a la etiqueta de la transexualidad.
Sus performances, artículos y manifiestos, escritos y producidos
de modo no necesariamente articulado, pueden ubicarse como
antecedentes de la campaña Stop Trans Pathologization 2012, so-
bre la que más adelante ahondaré.
Siguiendo al antropólogo David Valentine (2007), Virginia
Prince en la década de 1970 utilizó el término transgenderist para
dar visibilidad a aquellas experiencias distintas a la transexualidad
quirúrgica y al cross-dressing. Su objetivo era proponer formas
alternativas de nombrarse a fin de distanciarse de las categorías
diagnosticas (Valentine, 2007: 32). En el año 1991, Sandy Stone es-
cribió “The Empire Strikes Back: A Posttranssexual Manifesto”,
donde también denunció el modo en el cual el discurso médico
sirvió como herramienta de regulación del sexo y el género en
general, y de los cuerpos trans en particular. En esta misma lí-
nea, la militante transgénero y queer Susan Stryker, escribió “My
Words to Victor Frankenstein. Above the Village of Chamounix:
Performing Transgender Rage” (1994). Para Stryker, el activismo
transgénero debía oponerse a las intervenciones de la medicina
sobre sus cuerpos y subjetividades y reivindicar, por el contra-
rio, las nociones de criatura, monstruo, y artificialidad (Stryker,
1994). La campaña Stop Trans Pathologization 2012 (STP 2012)
lanzada en España en el año 2007 posee puntos de continuidad y

sexuales y de la Identidad de Género” (Di Segni, 2013). En su edición del año 2013,
el DSM 5 reemplazó dichas categorías por la de “Disforia de género”. Esta categoría
cuenta ahora con su propio capítulo y se encuentra separada del de Disfunciones
Sexuales y Parafilias.
34. Sobre este proceso, ver Araujo Russo (2004).

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otros tantos de ruptura con estos antecedentes de crítica al campo
médico y sus esquemas de regulación de los cuerpos e identidades
trans. Siguiendo a Suess (2011), esta campaña estuvo fuertemente
influenciada por la emergencia a nivel mundial de un movimiento
de crítica al sistema médico hegemónico y el afianzamiento de la
doctrina de los Derechos Humanos a nivel internacional.
El movimiento de crítica al sistema médico hegemónico
desarrolló una visión que entiende a los pacientes como sujetos
morales y como partícipes activos en sus tratamientos, afirmando
y promoviendo su autonomía e instalando el requerimiento de su
consentimiento informado frente a la realización de tratamientos
invasivos. La campaña retomó los postulados de una corriente
teórica que aborda críticamente el proceso por el cual la medi-
cina extendió progresivamente su soberanía sobre asuntos que
no eran definidos originalmente como problemas sanitarios35.
La principal crítica dirigida a los diagnósticos psiquiátricos y sus
protocolos de intervención expresa que estos no prestan atención
a las condiciones sociales que provocan el malestar psíquico.
Las críticas a los manuales de diagnósticos refieren que con
cada revisión aumentan exponencialmente el número de compor-
tamientos catalogados como desórdenes mentales, de hecho, de
las 130 páginas de su primera edición, en su 5° edición el DSM
pasó a 947 (Hacking, 2013). A su vez afirman que las sucesivas
revisiones, lejos de facilitar el trabajo de profesionales de la salud,
abren un campo de beneficio para las compañías farmacéuticas
que desarrollan drogas específicas para cada uno de los trastor-
nos en catálogo. En definitiva, responden menos a las necesidades
de sus usuarios y sus usuarias que a los intereses de la indus-
tria farmacéutica y las burocracias del sistema sanitario y cien-
tífico (Di Segni, 2013; Hacking, 2013). Previo a la conformación
de la campaña STP 2012, distintos colectivos y activistas a nivel
global utilizaron el lenguaje de los Derechos Humanos a fin de
35. En la década de 1970, Ivan Illich (1975) definió como medicalización de la vida al
proceso por el cual asuntos no médicos comenzaron a ser concebidos y abordados
como problemas médicos. En este mismo sentido, otros teóricos profundizaron en
el modo en que a través de dicho proceso, las prácticas médicas se constituyeron
como la estrategia central de control de los cuerpos en la modernidad (Foucault,
1999; Conrad, 2007).

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promover el desarrollo de políticas públicas que elevaran la cali-
dad de vida de lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales,
transgéneros e intersex. Como parte de dicha estrategia fueron
redactados los Principios de Yogyakarta sobre la Aplicación del
Derecho Internacional de Derechos Humanos a las Cuestiones
de Orientación Sexual e Identidad de Género en el año 2007.
Los Principios de Yogyakarta son considerados parte del
soft law del derecho internacional en materia de derechos huma-
nos ya que no poseen carácter vinculante para los Estados. Sin
embargo, consolidan un cuerpo normativo internacional de dere-
chos humanos en relación a la orientación sexual y la identidad de
género. Tienen por objeto el diseño de estándares de trato digno
a ser cumplidos por parte de los Estados y el derecho interna-
cional. Entre los veintinueve principios que los componen se en-
cuentran el derecho a la vida, a la seguridad personal, al trabajo, a
una vivienda adecuada, a la educación, a la salud, a la protección
contra abusos médicos, entre otros. Estos principios elaboraron
una conceptualización de la identidad de género distinta a aque-
lla establecida por las disciplinas médico-psiquiátricas, a la que
definieron como:

La vivencia interna e individual del género tal como cada


persona la siente profundamente, la cual podría corres-
ponder o no con el sexo asignado al momento del naci-
miento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo y otras
expresiones de género; incluyendo la vestimenta, el modo
de hablar y los modales (Principios de Yogyakarta).

A lo largo de esta historia de críticas al modo en que la medi-


cina históricamente gestionó el control de los cuerpos que desafían
el binarismo de género, se pasó de una estrategia de confrontación
directa con el campo médico y una negativa a implicarse en sus
categorías, protocolos y tecnologías a otra que si bien no abandona
la crítica, hace un uso estratégico de las herramientas del derecho
internacional a fin de facilitar el acceso a dichas tecnologías.
En este entramado de acciones y discursos de crítica a los
protocolos médicos de control y regulación de los cuerpos y sub-
jetividades trans, lo que se encontraría en entredicho es la tensión

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entre medicalización y desmedicalización. Las voces pioneras en
la demanda de despatologización expresaron su crítica a la medi-
calización, reivindicando las experiencias corporales e identitarias
caracterizadas como transgenéricas que se mantenían ajenas a las
prácticas médicas, mientras que las voces de la campaña STP 2012
afirman que los deseos de transformación corporal no pueden ni
deben resignarse, pero para llevarlos a cabo es necesario recurrir
a las herramientas y conocimientos del campo médico. Lo que la
campaña rechaza entonces son las exigencias normalizantes exigi-
das por los Estados o el campo médico como moneda de cambio.

La Campaña STP 2012

La campaña internacional STP 2012 fue lanzada en Octubre del


año 2007 en la ciudad de Barcelona por la Red Internacional por
la Despatologización Trans. Se constituyó tras la sanción de la ley
de Identidad de Género española, cuyos requisitos para realizar el
cambio de sexo registral incluyen “el tratamiento terapéutico del
proceso transexualizador al menos dos años antes de la solicitud,
avalada esta por un médico o psicólogo clínico, además de la ade-
cuación de las características físicas al género reclamado” (Zerolo,
2012: 292-293). En respuesta, los primeros tres puntos del mani-
fiesto fundacional de la campaña STP 2012 exponían lo siguiente:

Exigimos la  retirada de la transexualidad  de los manua-


les de enfermedades mentales (DSM-TR-IV y CIE-10).
Reivindicamos el derecho a cambiar nuestro nombre y
nuestro sexo en los documentos oficiales sin tener que pa-
sar por ninguna evaluación médica ni psicológica. Y aña-
dimos que pensamos, firmemente, que el Estado no debe-
ría de tener ninguna competencia sobre nuestros nombres,
nuestros cuerpos y nuestras identidades.

Hacemos nuestras las palabras del movimiento feminista


en la lucha por el derecho al aborto y el derecho al pro-
pio cuerpo:   reivindicamos nuestro derecho a decidir li-
bremente si queremos o no modificar nuestros cuerpos

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y poder llevar a cabo nuestra elección sin impedimentos
burocráticos, políticos ni económicos, así como fuera de
cualquier tipo de coerción médica. Queremos que los sis-
temas sanitarios se posicionen frente al trastorno de iden-
tidad sexual, reconociendo la transfobia actual que sostie-
ne su clasificación, y replanteen su programa de atención
sanitaria a la transexualidad haciendo de la evaluación psi-
quiátrica un paso innecesario y del acompañamiento psi-
coterapéutico una opción voluntaria (Red Internacional
por la Despatologización Trans). 

La campaña buscaba generar una dinámica social similar a la


que en la década de 1970 logró la eliminación la categoría de la ho-
mosexualidad del DSM y la CIE. El manifiesto rechaza la patologi-
zación en dos niveles. En principio, frente al Estado que impone el
requisito del diagnóstico para modificar el nombre y sexo legal en
los registros identificatorios. Luego, frente a los protocolos coerci-
tivos del campo médico que determinan un único modelo de trans-
formación corporal. Desde la perspectiva de la campaña, ambos
mecanismos forman parte de una misma lógica social que limita la
autonomía de decisión de los sujetos para decidir sobre sus propios
cuerpos. El Estado es concebido allí como una máquina burocrática
que impone su norma en asuntos que debieran estar por fuera de
cualquier tipo de evaluación externa. Su retirada de dichos asuntos
es considerada necesaria a fin de eliminar los impedimentos burocrá-
ticos y políticos vigentes. Frente esta consigna cabe preguntarse: en
ausencia del Estado ¿cómo se equiparan las diferencias entre quienes
tienen los recursos económicos para afrontar las intervenciones y
quiénes no? En otro sentido, el manifiesto rechaza la categoría de
Trastorno de la Identidad de Género reivindicando, por el contrario,
una identidad trans construida por fuera de los mecanismos coer-
citivos del campo médico pero haciendo uso de las tecnologías de
modificación corporal ofrecidas por aquel.
El movimiento por la despatologización demanda el re-
conocimiento a la autoridad epistémica de las personas directa-
mente implicadas en los procesos de transformación corporal.
También reivindica que se les otorgue a travestis, transexuales y
transgéneros un rol activo en los procesos de decisión sobre sus

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tratamientos. Es decir, que estos no se limiten a un único mode-
lo lineal y progresivo cuya culminación sea indefectiblemente la
intervención quirúrgica de su genitalidad; por el contrario, que
se reconozcan las múltiples posibilidades de vivencia de la corpo-
ralidad acorde a los propios deseos, respetando la autonomía de
decisión (Coll Planas, 2010).
La campaña postula que la posibilidad de vivir libremente
la propia identidad debe constituir un derecho humano y no un
asunto médico. Desde dicha perspectiva, no serían los sujetos los
portadores de una enfermedad o un trastorno, sino que es la so-
ciedad la que padece de transfobia y por ende no debe cargarse
en las espaldas de los sujetos la responsabilidad de un sistema de
género binario, normativo, discriminador y excluyente.
Vale decir que al interior de este movimiento existen dife-
rencias entre quienes sostienen que debe eliminarse toda catego-
ría que refiera a las identidades trans en los manuales diagnósticos
y quienes consideran necesario mantener de modo estratégico
algún tipo de mención a fin de asegurar la cobertura de las in-
tervenciones quirúrgicas y tratamientos hormonales por los sis-
temas de salud, ya que de lo contrario muchas personas dejarían
de acceder a de las intervenciones (Cabral, 2010; Butler, 2006)36.
La publicación de la 5° edición del DSM estuvo prevista original-
mente para el año 2012. En el marco del proceso de revisión de su
contenido, la Campaña STP 2012 demandaba la incorporación de
formas no patologizantes de entender y codificar los tratamien-
tos médicos de transformación corporal. A fin de hacer públicas
sus demandas se llevaron a cabo una serie de eventos públicos a
los que se sumaron declaraciones y manifiestos producidos de
modo sinérgico entre el campo activista y el académico. La pri-
mera acción de la campaña en el año 2007 fue la convocatoria del
“Día Internacional de Acción por la Despatologización Trans”

36. Según Judith Butler (2006), tanto una como otra posición buscan generar las
mejores condiciones para el ejercicio de la autonomía, ya que “aquellos que desean
mantener la diagnosis creen que esta les ayuda a conseguir sus objetivos y, en este
sentido, a hacer realidad su autonomía. Y aquellos que quieren deshacerse de la
diagnosis quieren hacerlo porque piensan que se puede crear un mundo en el cual
se les considere y trate de formas no patológicas y que, por lo tanto, puedan así
mejorar de forma considerable su autonomía” (2006: 116).

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durante el mes de octubre, evento que fue ganando adhesiones
en distintas ciudades del mundo37. La 5° edición del DSM pu-
blicada en el año 2013 eliminó la categoría de del Trastorno de
la Identidad de Género, que fue reemplazada por la de Disforia
de Género38. A partir de allí el Manual dejó de entender la “no
conformidad de género” como un trastorno, y refirió que solo
correspondería indicar tratamiento psicológico en el caso de que
las personas experimentasen alguna forma de sufrimiento psíqui-
co39. En lo que respecta a la CIE, se espera que su 11º edición sea
publicada en el año 2018 tras la culminación de su proceso de
revisión y aprobación por la Asamblea Mundial de la Salud. Los
borradores actualmente en circulación indican que los códigos
que refieren a la salud las personas trans serán retirados del capí-
tulo sobre trastornos mentales y del comportamiento y que serán
reemplazados por dos códigos que integrarán un nuevo capítulo
sobre salud sexual40.

37 Según la página oficial de la campaña, en el evento del año 2013 “se organizaron
más de 100 acciones por la despatologización trans en 48 ciudades de diferentes
regiones del mundo”. Ver http://www.stp2012.info/old/es/noticias
38 Ver http: //www.dsm5.org/Documents/Gender%20Dysphoria%20Fact%20
Sheet.pdf
39 Como antecedente a dichas modificaciones, los Standards of Care for Gender
Identity Disorders (SOC), protocolos de diagnóstico y tratamiento editado por la
World Professional Association for Transgender Health (WPATH), en su 7° versión
del año 2011 introdujeron modificaciones en las categorías diagnósticas y trata-
mientos. Allí se diferenció la “variabilidad de género” o “no conformidad de gé-
nero” respecto de la “disforia de género”. Esta última categoría refería a la “in-
comodidad o malestar causado por la discrepancia entre la identidad de género
y el sexo asignado a la persona al nacer (y el papel de género asociado y/o las
características sexuales primarias y secundarias)” (WPATH, 2011: 5). Con respecto
a los tratamientos, establece que “las identidades y expresiones de género son di-
versas, y las hormonas y cirugías son solo dos de las muchas opciones disponibles
para ayudar a que las personas logren sentirse confortables consigo mismas y su
identidad” (WPATH, 2011: 5).
40 Ver http: //www.who.int/classifications/icd/revision/2015_11_ICD11_
Newsletter.pdf

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El repertorio de reivindicaciones locales.
escriminalización, desestigmatización, despatologización…

Las organizaciones de travestis, transexuales y transgéneros ar-


gentinas se sumaron a las manifestaciones públicas de la campaña
STP 2012 en el año 200941. En dicha oportunidad, la demanda de
descatalogación del Trastorno de la Identidad de Género de los
manuales se articuló con los repertorios reivindicativos históri-
cos de estas organizaciones. Estos incluían la denuncia de los Có-
digos de Faltas42 criminalizantes del travestismo y la prostitución
vigentes en algunas provincias del país y el reclamo por derechos
básicos como trabajo y salud. En la Ciudad de Córdoba se rea-
lizaron actividades públicas y en la Legislatura de la Ciudad de
Buenos Aires se organizó la charla debate titulada “Otro mundo
es posible. Para terminar con la patologización de la transexua-
lidad” de la que participaron una legisladora, dos referentes de
organizaciones de travestis, transexuales y transgéneros, una psi-
coanalista y un psiquiatra (Álvarez en Página/12, 30/11/2009). Al
año siguiente, el 23 de Octubre se realizaron actividades públicas,
marchas y festivales en Buenos Aires y Córdoba cuya consigna
fue “Por la Despatologización, Descriminalización y Desestig-
matización de las Identidades Trans”43. Las actividades convoca-
das en la Ciudad de Buenos Aires incluyeron escraches44 en las
casas de las provincias que mantenían vigentes los Códigos de

41 Ver http: //www.stp2012.info/old/es/prensa


42 La homosexualidad y el travestismo fueron penalizados a través de los artículos
2° F y 2° H de los Edictos Policiales. Estas figuras referían a “exhibirse en la vía pú-
blica o lugares públicos vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario” y de
“incitarse u ofrecerse al acto carnal” (Gentili, 1995).
43 Ver http: //www.stp2012.info/old/es/prensa
44 Los escraches son modalidades de protesta comunitaria ideadas en la década
de 1990 por agrupaciones de hijos e hijas de desaparecidos durante la última dic-
tadura cívico-militar argentina. Con el correr del tiempo, esta modalidad de acción
colectiva se instaló dentro del repertorio de acciones de protesta y fue utilizado por
distintas organizaciones para reivindicar consignas que exceden las demandas por
memoria, verdad y justicia de los hechos ocurridos durante la última dictadura cívi-
co-militar argentina. Siguiendo a Sergio Gradel (2011) el escrache “se originó con el
propósito de constituir una identidad propia basada en la realización de una justicia
colectiva, una condena social realizada a nivel barrial y comunitario” (2011: 291).

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Faltas. Estas primeras adhesiones a la campaña se realizaron con
el fin de impulsar el debate parlamentario de los proyectos de
ley de Identidad de Género frente a la ventana de oportunidades
abierta tras la aprobación de la ley de Matrimonio Igualitario en
el mes de julio del 201045
¿Qué lugar ocupaba la crítica a las prácticas y discursos
del campo médico en el repertorio de reivindicaciones locales
a las que se sumaron las consignas de la campaña STP 2012 a
partir del año 2009? Las primeras organizaciones de travestis,
transexuales y transgéneros locales se formaron en la década de
1990 en la Región Metropolitana de Buenos Aires46. Las reivin-
dicaciones sostenidas desde su emergencia pueden desdoblar-
se esquemáticamente en tres ejes. Por un lado, la lucha por la
descriminalización de sus identidades frente a la vigencia de los
Edictos Policiales y los Códigos Contravencionales de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y de las Provincias. Luego, por el
reconocimiento oficial de sus organizaciones. Por último, por el
acceso efectivo a los derechos básicos, tales como educación, tra-
bajo, salud y vivienda. A partir del año 2000, a las organizaciones
pioneras se sumaron nuevas organizaciones que focalizaron en el
trabajo territorial y cultural, así como organizaciones que hacen
foco en las problemáticas locales de las distintas provincias del
país. Estas organizaciones no ubicaban al campo médico como
el principal responsable del proceso de exclusión social de su co-
munidad, sino que lo entendían como un actor más dentro de
una trama estructural de mecanismos de estigmatización social.

45. Ley N° 26.618 de modificatorias al matrimonio civil. Luego de su sanción fueron


presentados cuatro proyectos de “Ley de Identidad de Género” y un proyecto de
“Régimen de atención sanitaria para la reasignación del sexo” (Expediente N° 7643-
D-2010, Expediente N° 1879-D-2011, Expediente N° 7243-D-2010, Expediente N°
7644-D-2010 y Expediente N° 8126-D-2010)
46 En 1991 se crea Transexuales por el Derecho a la Vida y la Identidad (TRANSDEVI) y
Asociación de Travestis Argentinas (ATA). Luego Travestis Unidas (TU), Organización
de Travestis y Transexuales de la Argentina (OTTRA), Tratado del Derecho a la
Identidad Personal (TDI) y la Asociación por la Identidad de las Travestis (ALIT),
posteriormente Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual (ALITT)
(Berkins, 2003; Fernández, 2004; Hiller, 2011). OTTRA se disolvió con la muerte de
Nadia Echazú en el año 2004, mientras que ATTTA y ALITT siguen vigentes al día de
hoy siendo las dos organizaciones de mayor trayectoria local.

Entre dichos cuerpos | 101


El Estado, a través de su aparato de policía, poseía la mayor cuota
de responsabilidad.
Al momento de la conformación de las primeras organiza-
ciones, la criminalización de sus identidades mediante los Edictos
Policiales y los Códigos de Faltas provinciales constituían el pro-
blema más urgente. Como parte de la estrategia para demandar
su derogación, las organizaciones locales con mayor trayectoria
(ATTTA47 y ALITT48) reivindicaron públicamente la identidad
travesti, asumiendo que era necesario dotarla de nuevos conteni-
dos frente a los sentidos estigmatizantes con los que el término
circulaba socialmente. Dichos sentidos no se sustentaban exclu-
sivamente en los discursos del campo médico sino que los su-
peraban ampliamente. Así lo expuso la activista travesti Lohana
Berkins en el año 2006:

En la década de 1990, cuando las travestis comenzamos a


alzar nuestra voz en público y a organizarnos, decidimos
que una de las primeras cuestiones en las que teníamos
que concentrar nuestros esfuerzos colectivos era en resig-
nificar el término “travesti”, que hasta el momento tenía
connotaciones negativas para las y los otros y para noso-
tras mismas. El término “travesti” ha sido y sigue siendo
utilizado como sinónimo de sidosa, ladrona, escandalo-
sa, infectada, marginal. Nosotras decidimos darle nuevos
sentidos a la palabra travesti y vincularla con la lucha, la
resistencia, la dignidad y la felicidad (Berkins, 2006: 1)

La reivindicación de dicha categoría les permitió a las or-


ganizaciones inscribirse dentro de una genealogía local y regional
de travestis del sur y des-inscribirse de la norteamericana y eu-
ropea, así como desplegar una fuerte crítica a las formas de cons-
trucción corporal e identitaria centrada en las tecnologías ofreci-
das por el campo médico. Estas eran entendidas como formas de
readecuación normativa al binomio genérico:

47 Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina, creada en el


año 1991. Originalmente sus siglas solo incluían al travestismo, en el año 1996 incor-
poró la segunda “T” a su sigla y en el 2001 la “T” correspondiente a “transgéneros”.
48 Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual, creada en el año 1995.

102 | Anahí Farji Neer


Nosotras sostenemos la identidad travesti no solo recu-
rriendo al regionalismo lingüístico, sino a circunstancias
y características que hacen del travestismo un fenómeno
diferente de la transgeneridad norteamericana y europea.

En primer lugar, las travestis vivimos circunstancias dife-


rentes respecto de las que atraviesan muchas transgéneros
de otros países, quienes a menudo recurren a cirugías de
reasignación de sexo y tienen como objetivo reacomodar-
se en la lógica binaria como mujeres o varones. Gran parte
de las travestis latinoamericanas reivindicamos la opción
de ocupar una posición fuera del binarismo y es nues-
tro objetivo desestabilizar las categorías varón y mujer
(Berkins, 2006: 2).

Al decir de esta histórica activista, la categoría travesti ten-


dría la potencialidad de desestabilizar las categorías dicotómicas
varón-mujer, mientras que las forjadas en Europa y Norteamérica,
al estar basadas en los protocolos médicos de reasignación, ten-
derían a reafirmarlas.
El modo en que los colectivos locales articularon la consig-
na del derecho a la salud no se centró en denunciar los mecanis-
mos patologizantes de los protocolos y categorías diagnósticas
sino, como instancia previa, necesaria y urgente, en demandar al
Estado el acceso efectivo a los derechos sociales básicos, entre los
que se encuentra el derecho a la salud. Estos grupos visibilizaron
el desamparo sanitario al que se encuentra sistemáticamente ex-
puesta su comunidad y las trayectorias de vida signadas por la ex-
pulsión de los marcos familiares, educativos y laborales (Berkins,
2007; Berkins y Fernández, 2005). Responsabilizaron al Estado
de estos procesos de exclusión, tanto por acción (criminalizando)
como por omisión (imposibilitando el ejercicio de los derechos
formalmente consagrados). Pero no se le exigió la retirada, sino
por el contrario, una presencia que promoviera el acceso a los
derechos sociales básicos.
En lo que atañe al campo médico, las organizaciones de-
nunciaron que los efectores del sistema de salud expulsaban a la
población travesti a través del no reconocimiento a su identidad
autopercibida y el maltrato sistemático por parte de profesionales

Entre dichos cuerpos | 103


y del personal administrativo. Sus organizaciones visibilizaron
la vulnerabilidad a la que se encuentra expuesta su comunidad
frente a la realización de intervenciones corporales (inyección de
siliconas, implantes, cirugías y hormonización) en condiciones
de precariedad: sin supervisión médica y por fuera de las condi-
ciones de asepsia necesarias (Gutiérrez, 2005).
Las críticas por parte de las organizaciones a las catego-
rías diagnósticas no tuvieron como interlocutor al campo médico
sino al judicial. El andamiaje legislativo vigente previo a la ley
de Identidad de Género ubicaba a la vía judicial como la úni-
ca habilitada para el procesamiento de las solicitudes de cambio
de nombre y sexo en los registros identificatorios oficiales y las
autorizaciones para la realización de intervenciones quirúrgicas
genitales49. Las autorizaciones judiciales para la realización del
cambio de nombre y sexo legal sí imponían como requisito la
adecuación al diagnóstico de Transexualismo o Trastorno de la
Identidad de Género, que era corroborado a través de pericias
médicas y psicológicas. A su vez, debía probarse el padecimiento
mediante la manifestación y exposición del sufrimiento (Cabral,
2003; 2008; Farji Neer, 2013). Los jueces consideraban que los
pedidos respondían a las necesidades de personas que sufrían de
una patología particular y que los cambios legales constituían
una instancia necesaria para la culminación del tratamiento. El
activismo local se encargó entonces de denunciar los mecanismos
excluyentes del derecho: ¿Quiénes y a qué costo lograban ade-
cuarse a los requisitos del diagnóstico? ¿A quiénes dejaba afuera
los mecanismos judiciales centrados en el diagnóstico? Al respec-
to, Mauro Cabral afirmaba:

49 En lo que refiere a la posibilidad de alterar el nombre propio en los registros


identificatorios se encontraba vigente la Ley N° 18.248/68 (“Ley del Nombre”), que
establecía que para modificar el nombre asentado en la partida de nacimiento de-
bía probarse frente a un juez la existencia de un “justo motivo”. Por otro lado, el ar-
tículo N° 91, el Código Penal tipificaba la “lesión” de órganos que pusiera en riesgo
la capacidad de engendrar o concebir. A su vez, la Ley N° 17.132 de “Ejercicio de la
Medicina” prohibía cualquier intervención quirúrgica que alterara la genitalidad de
las personas, salvo que se contara con una orden judicial que lo autorizara.

104 | Anahí Farji Neer


A todas aquellas personas que, aun identificándose en el
sexo opuesto a aquel asignado al nacer, no desean modi-
ficar su cuerpo o desean modificarlo de maneras no este-
reotipadas (por ejemplo, los varones trans que no desean
realizarse falo plastias). A todas aquellas personas que se
rehúsan a someterse a una pericia psiquiátrica a fin de de-
terminar su ‘transexualismo verdadero’ o que no confor-
man los parámetros del diagnóstico (Cabral, 2007: 145)

La adhesión local a partir del año 2009 a la campaña STP


2012 no estuvo exenta de discusiones y tensiones. En la charla
debate realizada durante ese año en el marco de las acciones del
“Día Internacional de Acción por la Despatologización Trans”,
se discutió la articulación entre medicina y Estado en la regula-
ción y control de los cuerpos trans. Allí Marlene Wayar, referente
del activismo travesti local, se refirió al deseo de transformación
corporal como una manifestación de la internalización del man-
dato normativo sobre los cuerpos de hombres y mujeres, contra
el que debía lucharse con la misma intensidad que contra los me-
canismos patologizantes:

Tenemos que quitarnos al enemigo que tenemos dentro


(…) Si alguien quiere transexualizarse está en su dere-
cho, y el Estado tendría que brindar las formas posibles.
También estamos las que decidimos no hacerlo. No quiero
imponer el “no te intervengas quirúrgicamente”, no es mi
objetivo, pero me parece que hay que plantearlo. Hay allí
un tema a trabajar y que tiene que ver con el enemigo in-
terno que nos dice “que estamos mal” y que tenemos que
ser hombres y mujeres “puros” y perfectos (Álvarez en
Página/12, 30/11/2009).

A partir de estas afirmaciones, la reivindicación de la ca-


tegoría travesti latinoamericana y la construcción de corporali-
dades que desafían el binarismo genérico y escapan de las tec-
nologías biomédicas pueden entenderse en continuidad con las
consignas que antecedieron a la campaña STP 2012 y reivindica-
ban la transgeneridad.

Entre dichos cuerpos | 105


Los cuerpos de la ley

Frente a la posibilidad de que el Congreso Nacional debatiera los


proyectos de ley de Identidad de Género, los términos del deba-
te se reconfiguraron. La unificación de las organizaciones bajo la
demanda de una ley que incluyera tanto el cambio de los registros
legales como el acceso a las intervenciones médicas50 fue posible
luego de que al interior de las organizaciones cobrara fuerza una
idea: la demanda por el acceso a los tratamientos es intrínseca al re-
clamo por el reconocimiento a la identidad. Es decir, la identidad es
inseparable de la corporalidad y, en sintonía con lo expresado por
los principios de Yogyakarta, el acceso a las tecnologías de trans-
formación corporal constituye un derecho humano fundamental.
En base a las propuestas legislativas elaboradas por las
organizaciones locales, la ley de Identidad de Género argen-
tina contempla una reivindicación histórica del movimiento
local: el reconocimiento legal de la identidad como condición
necesaria para el ejercicio de los derechos básicos. Incorpora
las reivindicaciones de la campaña STP 2012 a partir de una
conceptualización particular del nexo entre identidad, corpo-
ralidad y el acceso a los derechos básicos. A diferencia de lo
expresado por la campaña, los colectivos locales afirmaron la
necesidad de un Estado presente en lo que refiere a los pro-
cesos de construcción corporal ya que, de lo contrario, es-
tas intervenciones continuarían desarrollándose en marcos

50 Entre los años 2010 y 2011 las organizaciones elaboraron y presentaron sus
propios proyectos de Ley. La Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros
de Argentina a través de la Diputada del Frente Para La Victoria Juliana Di Tulio
presentó un proyecto que regulaba el cambio de nombre y sexo registral esta-
bleciendo como único requisito la presentación de una declaración jurada por la
persona solicitante (Expediente N° 7644-D-2010). La misma organización presentó
en paralelo un Proyecto de “Régimen de atención sanitaria para la reasignación
del sexo” (Expediente N° 7643-D-2010) en el que disponía la legalización y cober-
tura de las intervenciones quirúrgicas y tratamientos hormonales y eliminaba el
requisito de la autorización judicial previamente vigente. El Frente Nacional por
la Ley de Identidad de Género presentó, a través de la diputada Diana Conti del
Frente Para la Victoria un proyecto que incluía ambos aspectos en un único proyec-
to (Expediente N° 8126-D-2010). Posteriormente todas las organizaciones se incli-
naron por demandar una ley unificada que contemplara tanto el cambio registral
como el acceso a los tratamientos médicos.

106 | Anahí Farji Neer


de clandestinidad de forma precaria y riesgosa para la salud,
profundizando dinámicas de vulneración de derechos de las
personas trans. Mauro Cabral, en su participación en uno de
los debates de comisión desarrollado el Congreso Nacional,
expresó esta posición del siguiente modo:

(El) reconocimiento integral requiere algo más que el


cambio registral, algo más que el reconocimiento de
nuestro nombre y de nuestro sexo. Lo que requiere de
manera indisociable es el reconocimiento de que la iden-
tidad de género se encarna en un cuerpo que cada cual,
de manera autónoma, pueda sentir y reconocer como
propio (…) ¿Cuál es el problema de vedarnos el acceso
a procedimientos médicos y quirúrgicos destinados a la
modificación del cuerpo? El problema es que las perso-
nas trans lo seguimos haciendo, y lo hacemos a espaldas
del cuidado del Estado. Es por eso que reclamamos que,
así como se tiene en cuenta nuestra dignidad, nuestro de-
recho a la educación, a la vivienda y al trabajo, al mismo
tiempo también se tenga en cuenta que necesitamos la
protección del Estado para el cumplimiento de esa iden-
tidad de género encarnada, a fin de tener la posibilidad
de habitar un cuerpo en el cual podamos reconocernos
(Cabral, 18 de agosto de 2011).

La ley finalmente aprobada deja de lado la retórica del diag-


nóstico sostenida anteriormente por los jueces y juezas, aquella
que habla del cuerpo equivocado y el alma femenina encerrada
en un cuerpo masculino, o viceversa. Desancla la identidad legal
de los atributos corporales asociados al género y la sexualidad.
Ello puede interpretarse de múltiples maneras: cuestionando la
dualidad cartesiana cuerpo-alma, o bien sosteniéndola. Por ello
la ley es ambigua. No impone exigencias corporales para portar
una identidad legal masculina o femenina, pero mantiene la nece-
sidad de cifrar la ciudadanía en términos binarios, como varones
o mujeres. Ello deja fuera del marco legal a las personas que no
se identifican ni con una categoría ni con la otra. Sin embargo, su
contenido permite armar el mapa conceptual de los cuerpos y las
identidades a partir de la idea de que día a día todas las personas
experimentamos y construimos nuestra corporalidad en el marco

Entre dichos cuerpos | 107


de unas normas de género históricamente construidas. Estas nor-
mas, al mismo tiempo que nos sujetan, nos constituyen como
sujetos sociales generizados.

Reflexiones finales

El presente artículo tuvo por objetivo indagar el modo en que


la construcción local de la demanda por una ley de Identidad de
Género integral tuvo puntos en común y en discontinuidad con
las demandas globales en torno a la despatologización trans con-
densadas en la campaña Stop Trans Pathologization 2012. Rea-
licé el trabajo en base a un corpus constituido por documentos
producidos por las organizaciones travestis, transexuales y trans-
géneros locales e internacionales, versiones taquigráficas de los
debates parlamentarios de la ley de Identidad de Género y notas
publicadas en distintos medios gráficos.
Analicé los modos en que las distintas posturas existentes
frente a las intervenciones médicas de transformación corporal
se vinculan con modos particulares de vivir y construir la propia
identidad y de reivindicarla en términos políticos. Señalé que el
lugar asignado al campo médico en los discursos de las organiza-
ciones se vincula con el modo en que estas establecen cuáles son
las instituciones responsables de la estigmatización social de tra-
vestis, transexuales y transgéneros. Desarrollé que los lineamien-
tos de la campaña STP 2012 rechazan las exigencias normalizantes
de los protocolos médicos y postulan que el deseo de transfor-
mación corporal no puede ni debe resignarse. Distanciándose de
los postulados de la campaña, la reivindicación de una identidad
travesti latinoamericana sostenida por las organizaciones locales
pioneras implicó denunciar la internalización del mandato de la
modificación corporal. Estas organizaciones también apelaron a
construir una forma identitaria autónoma de los relatos médicos.
La inclusión de la demanda por despatologización en los
proyectos de ley de Identidad de Género elaborados por las or-
ganizaciones de travestis, transexuales y transgéneros locales no
implicó retomar acríticamente los lineamientos de la campaña

108 | Anahí Farji Neer


STP 2012. Estos fueron incorporados en consonancia con las rei-
vindicaciones previas del activismo local. Sus organizaciones no
ubicaban al campo médico como agente central responsable del
proceso de exclusión social, sino que lo entendían como un actor
más al interior de una trama compleja y estructural de mecanis-
mos de estigmatización social en la que el Estado poseía la mayor
cuota de responsabilidad.
En conclusión, el principal objetivo de la ley de Identidad
de Género demandada por las organizaciones no fue la despato-
logización exclusivamente, sino el ejercicio real de los derechos
sociales básicos: educación, trabajo, vivienda y salud. Por ello, los
colectivos locales se propusieron la sanción de una ley no solo
despatologizante sino también desjudicializante, descriminali-
zante y desestigmatizante del travestismo, la transexualidad y la
transgeneridad51.

51 Vaya este capítulo a modo de homenaje a Claudia Pía Baudracco, Amancay Diana
Sacayán y Lohana Berkins por su histórica lucha por los derechos de la comunidad
travesti, transexual y transgénero de Argentina.

Entre dichos cuerpos | 109


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