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Imperio bizantino

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Βασιλεία Ῥωμαίων
Basileía Rhōmaíōn
Imperium Rōmānum
Imperio romano de Oriente
Provincias del Imperio romano
administradas por el emperador de Oriente

← Labarum of Constantine the Great.svg


← Byzantine imperial flag, 14th century according to portolan charts.png
← Bandera del Imperio Latino.svg
395-1453
Ottoman flag by Hieronymus Bosch.svg →
Bandera del Imperio Latino.svg →
Banner of the Empire of Trebizond.svg →
Coat of arms of Gothia.svg →
Escudo
Bandera Escudo
Lema nacional: Βασιλεὺς Βασιλέων Βασιλεύων Βασιλευόντων1
Basileus Basileon, Basileuon Basileuonton
(«Rey de Reyes, Gobernando sobre Gobernantes»)
Ubicación de Imperio romano de Oriente o Bizantino
Desarrollo territorial del Imperio
Capital Constantinopla (395–1204, 1261–1453)2 Nicea (1204-1261) (De Facto)
41°0′N 29°0′E
Idioma principal Latín3 (395-620)
Griego4 (620-1453)
Religión Cristianismo católico (395-1054)
Cristianismo ortodoxo (1054-1453)5
Gobierno Autocracia
Emperador
• 395-408 Arcadio
• 1449-1453 Constantino XI
Historia
• Constantino I declara Constantinopla como nueva capital del Imperio romano
11 de mayo de 330
• División definitiva del Imperio romano en Oriente y Occidente 17 de enero de 395
• Gran Cisma entre Oriente y Occidente 24 de julio de 1054
• Caída de Constantinopla en la Cuarta Cruzada 12 de abril de 1204
• Reconquista de Constantinopla 25 de julio de 1261
• Caída definitiva de Constantinopla 29 de mayo de 1453
Superficie
• Siglo IV 2 500 000 km²
Población
• Siglo IV est. 34 000 000
Densidad 13,6 hab./km²
• Siglo XI est. 18 000 000
• Siglo XIII est. 3 000 000
Moneda Nummus (s. III al VII)
Sólido bizantino
(s. IV al XI)
Hyperpyron
(s. XI-1453)

Se denomina como Imperio bizantino (o Bizancio) a la mitad oriental del Imperio


romano que pervivió durante toda la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. Su
capital se encontraba en Constantinopla (griego: Κωνσταντινούπολις, actual
Estambul), construida sobre la antigua Bizancio, importante ciudad colonial de la
Tracia griega fundada hacia eI 667 a. C. El Imperio bizantino es también conocido
como el Imperio romano de Oriente, especialmente para hacer referencia a sus
primeros siglos de existencia, durante la Antigüedad tardía, época en que el
Imperio romano de Occidente todavía existía. Debido a su posterior carácter
helenístico —al punto de reemplazar al latín por el griego como lengua oficial—
algunos historiadores han optado por referirse a este Estado como un imperio
esencialmente griego.6

A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y


pérdidas de territorio, especialmente durante las guerras contra los sasánidas,
normandos, búlgaros, árabes y, por último, turcos. Aunque su influencia en África
del Norte y Oriente Próximo decayó como resultado de estos conflictos, el imperio
continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente
Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras
una última recuperación durante la dinastía Comneno en el siglo XII, el Imperio
comenzó una prolongada decadencia que culminó con la caída de Constantinopla y la
conquista del resto de territorios bizantinos por los turcos otomanos en el siglo
XV.

Durante este milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo e


impidió el avance del islam hacia Europa Occidental. También fue uno de los
principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable
que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las
leyes, los sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente
Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias
y científicas del mundo clásico y de otras culturas.

En tanto que es la continuación oriental del Imperio romano, su transformación en


una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un largo proceso que
se inició cuando el emperador Constantino I el Grande trasladó la capital imperial
a Constantinopla, en el año 330; continuó con la división definitiva del Imperio
tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior caída en 476 del Imperio
romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el
emperador Heraclio I, con cuyas reformas el Imperio adquirió un carácter
marcadamente diferente al del viejo Imperio romano. Algunos académicos, como
Theodor Mommsen, han afirmado que hasta Heraclio puede hablarse con propiedad del
"Imperio romano de Oriente", pues este sustituyó el antiguo título imperial de
«augusto» por el de basileus (palabra griega que significa 'rey' o 'emperador') y
reemplazó el latín por el griego como lengua administrativa en el 620, tras lo cual
el Imperio tuvo un marcado carácter helénico.

En todo caso, el término Imperio bizantino fue creado por la erudición ilustrada de
los siglos XVII y XVIII y nunca fue utilizado por los habitantes de este imperio,
que prefirieron denominarlo siempre Imperio romano (en griego: Βασιλεία Ῥωμαίων,
Basileia Rhōmaiōn; en latín: Imperium Romanum) o Romania (Ῥωμανία) durante toda su
existencia.

Índice
1 El término «Imperio bizantino»
2 Identidad, continuidad y conciencia
3 Historia
3.1 Origen
3.2 Cambios religiosos
3.3 División del imperio
3.4 Historia temprana
3.5 La época de Justiniano
3.6 El repliegue de Bizancio
3.6.1 Amenazas exteriores
3.6.2 La querella iconoclasta
3.6.3 Transformaciones
3.7 Renacimiento macedónico (867)
3.7.1 Política exterior
3.8 Separación de la iglesia cristiana oriental y occidental (1054)
3.9 Declive del Imperio (1056-1204)
3.10 Cuarta cruzada y consecuencias (1204-1261)
3.11 Decadencia final y sitio turco (1261-1453)
4 Mundo bizantino
4.1 Demografía
4.2 Economía
4.3 El emperador
4.4 Ejército
4.5 Religión
5 Cultura y arte
5.1 Lengua y literatura
5.2 Arquitectura bizantina
5.3 Escultura
5.4 Mosaicos
5.5 Pintura
5.6 Música
6 Legado
7 Véase también
8 Notas
9 Bibliografía sobre el Imperio bizantino
9.1 En español
9.2 En otros idiomas
9.3 Fuentes primarias
9.3.1 Siglos V–VII
9.3.2 Siglos VIII–XIII
9.3.3 Siglos XIII–XV
10 Enlaces externos
El término «Imperio bizantino»

Imperio romano oriental en el 480.


La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla)
fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo
después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae
Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas
griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente
hasta el siglo XVIII, cuando fue popularizado por autores franceses tales como
Montesquieu.

Juicio decimonónico sobre Bizancio:


Sobre el Imperio bizantino, el veredicto universal de la historia es que
constituye, sin excepción alguna, la forma cultural más baja y abyecta que haya
asumido la civilización hasta ahora [...] No ha habido otra civilización duradera
tan despojada de toda forma o elemento otorgador de grandeza [...] Sus vicios eran
los de los hombres que habían dejado de ser valientes sin aprender a ser virtuosos
[...] Esclavos, y esclavos gustosos, tanto en sus actos como en sus pensamientos,
hundidos en la sensualidad y en los placeres más frívolos, sólo salían de su apatía
cuando alguna sutileza teológica o algún hecho de caballería en las carreras de
cuadrigas les estimulaba a lanzarse en revueltas frenéticas [...] La historia de
dicho Imperio es una relación monótona de intrigas de sacerdotes, eunucos y
mujeres, de envenenamientos, conspiraciones, ingratitudes y fratricidios continuos.
—History of European Morals, por W. E. H. Lecky (1869).
El éxito del término puede guardar cierta relación con el rechazo histórico de
Occidente a reconocer al Imperio romano de Oriente como continuación legítima de
Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el
documento apócrifo conocido como «Donación de Constantino» para proclamarse, con la
connivencia del papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras
occidentales el título Imperator Romanorum ('Emperador de los Romanos') quedó
reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el
emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator
Graecorum ('Emperador de los Griegos'), y sus dominios, Imperium Graecorum
('Imperio Griego'), o incluso Imperium Constantinopolitanus ('Imperio de
Constantinopla'). Está de más decir que los emperadores en Constantinopla nunca
aceptaron estos nombres. Esta distinción tampoco existió en el mundo islámico. El
imperio bizantino fue conocido por los turcos como ‫( روم‬Rûm, 'tierra de los
Romanos') y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó
aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se
mantuvieron fieles a su fe en los territorios conquistados por el islam.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido despectivo, como sinónimo de


«decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o
el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la
Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio bizantino como un prolongado
período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de
vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el Imperio
desde finales del siglo XI.

La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la


expresión italiana «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa
apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las
interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.

Identidad, continuidad y conciencia


Bizancio puede ser definido como un Imperio multiétnico que emergió como un Estado
cristiano y terminó sus más de 1000 años de historia en 1453 como un Estado griego
ortodoxo, adquiriendo un carácter verdaderamente nacional. Los bizantinos se
identificaban a sí mismos como romanos, y continuaron usando el término cuando se
convirtió en sinónimo de helenos. Prefirieron llamarse a sí mismos, en griego,
romioi (es decir, pueblo griego cristiano con ciudadanía romana), al tiempo que
desarrollaban una conciencia nacional como residentes de Romania.

El patriotismo se reflejaba en la literatura, particularmente en canciones y en


poemas como el Digenis Acritas, en el que las poblaciones fronterizas (de
combatientes llamados akritai) se enorgullecían de defender su país contra los
invasores. Con el tiempo, el patriotismo se volvió local, porque no podía ya
descansar en la protección de los ejércitos imperiales. Aun cuando los antiguos
griegos no fueran cristianos, los bizantinos se enorgullecían de estos ancestros.
Aun en los siglos que siguieron a las conquistas árabes y lombardas del siglo VII y
la consecuente reducción del Imperio a los Balcanes y Asia Menor, donde residía una
muy poderosa y superior población griega, continuó este carácter multiétnico. A
pesar de todo, desde el siglo IX se agudizó el proceso de identificación con la
antigua cultura griega.

A medida que avanzó la Edad Media pasaron de referirse a sí mismos como romioi
('romanos') a helenoi (que tenía connotaciones paganas tanto como el de romios) o
graekos ('griego'), término que fue usado frecuentemente por los bizantinos, para
su autoidentificación étnica, en especial en los últimos años del Imperio. La
disolución del Estado bizantino en el siglo xv no deshizo inmediatamente la
sociedad bizantina. Durante la ocupación otomana, los griegos continuaron
identificándose como romioi y helenos, identificación que sobrevivió hasta
principios del siglo xx y que aún persiste en la moderna Grecia.

Historia
Artículo principal: Historia del Imperio bizantino
Origen
La partición demográfica y geográfica del Imperio romano de Oriente, tiene mucho
que ver con la fisonomía que había adquirido la herencia que dejaron las conquistas
de Alejandro Magno (356-323 a. C.). Tras su muerte, el imperio helenístico quedó
fraccionado en Grecia, Anatolia, Media, y Egipto. Los herederos (diádocos),
mantuvieron enfrentamientos por más de 100 años. Las pujas constantes terminaron
debilitando a todos los reinos en cuestión, acudiendo a Roma como mediador entre
sendas partes, fueron ocupadas paulatinamente y luego invadidas, entre los siglos I
y II a. C. Lo que a Alejandro Magno le llevó doce años, Roma lo hizo en 150 años:
pasaron a ser todas provincias romanas (a excepción de Persia y Media oriental).
Los rasgos característicos de todas las regiones eran su origen multiétnico, la
pluralidad religiosa (predominaba el politeísmo de cada región), y la gran
diversidad de idiomas. Se destacaba principalmente la ciudad que el macedonio
fundó, Alejandría, centro de proliferación del saber y la ciencia. En sí, Roma optó
en dejar «todo tal como estaba», pero importando recursos económicos, ingenieros,
cientistas y pensadores trabajando para su imperio.

Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su


administración, el emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el
régimen de gobierno conocido como tetrarquía, consistente en la división del
Imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno de los
cuales llevaba asociado un «vice-emperador» y futuro heredero césar. Tras la
abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de
guerras civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el Grande
unificó ambas partes del Imperio.

Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó


Nueva Roma, pero se la conoció popularmente como Constantinopla o Constantinópolis
('La Ciudad de Constantino'). La nueva administración tuvo su centro en la ciudad,
que gozaba de una envidiable situación estratégica y estaba situada en el nudo de
las más importantes rutas comerciales del Mediterráneo oriental.

Cambios religiosos
Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión
que fue decretada como oficial y obligatoria (bajo pena de muerte caso contrario)
por el emperador Teodosio I, en el año 380 d. C. tras promulgar el Edicto de
Tesalónica, lo que llevó a una fuerte resistencia y una larga serie de
enfrentamientos de carácter religioso. Las regiones subordinadas por tantos siglos
bajo un régimen imperial que permitía la libertad religiosa y las prácticas
culturales propias de cada etnia, estaba ahora bajo una larga lista de nuevas
prohibiciones.

División del imperio


A la muerte del emperador Teodosio I, en 395, el Imperio se dividió
definitivamente: Flavio Honorio, su hijo menor, heredó Occidente, con capital en
Roma, mientras que a su hijo mayor, Arcadio, le correspondió Oriente, con capital
en Constantinopla. Para la mayoría de los autores, es a partir de este momento
cuando comienza propiamente la historia del Imperio bizantino. Mientras que la
historia del Imperio romano de Occidente concluyó en 476, cuando fue depuesto el
joven Rómulo Augústulo por el germano (del grupo hérulo) Odoacro. En cambio la
historia del Imperio bizantino se prolongó aún durante casi un milenio.

Historia temprana
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores
de Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros
que amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia
Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450)
reforzó las murallas de Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable
(de hecho, no sería conquistada por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar
la invasión de los hunos mediante el pago de tributos hasta que se disgregaron y
acabaron de representar un peligro tras la muerte de Atila, en 453. Por su parte,
Zenón (474-491) evitó la invasión del rey ostrogodo Teodorico el Grande,
dirigiéndolo hacia Italia, contra el reino establecido por Odoacro.

La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad
oriental del Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal
entre las cuatro principales sedes orientales: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén
y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de Nicea había condenado el arrianismo que
negaba la divinidad de Cristo. En 431, el Concilio de Éfeso declaró herético el
nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la causada por la herejía
monofisista que afirmaba que Cristo solo tenía una naturaleza, la divina. Aunque
fue también condenada por el Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos
adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y todos los emperadores fracasaron en sus
intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la
estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer
emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.

A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que
suponían las invasiones bárbaras parecía definitivamente conjurado. Los pueblos
germánicos, ya asentados en el desaparecido Imperio de Occidente, estaban demasiado
ocupados consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por
Bizancio.

La época de Justiniano
Artículo principal: Recuperatio Imperii

Mapa del Imperio bizantino en el año 550, bajo el reinado de Justiniano.


Durante el reinado de Justiniano I (527-565), el Imperio llegó al apogeo de su
poder. El emperador se propuso restaurar las fronteras del antiguo Imperio romano,
para lo que, una vez restaurada la seguridad de la frontera oriental tras la
victoria del general Belisario frente al expansionismo persa de Cosroes I en la
batalla de Dara (530), emprendió una serie de guerras de conquista en Occidente:

Entre 533 y 534, tras sendas victorias en Ad Decimum y Tricamarum, un Ejército al


mando de Belisario conquistó el reino vándalo, ubicado en la antigua provincia
romana de África y las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las
Baleares). El territorio, una vez pacificado, fue gobernado por un funcionario
denominado magister militum. En 535 Mundus ocupó Dalmacia. Ese mismo año Belisario
avanzó hacia Italia, llegando en 536 hasta Roma tras ocupar el sur de Italia. Tras
una breve recuperación de los ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino,
capitaneado esta vez por Narsés, anexionó nuevamente Italia, creándose el exarcado
de Rávena. En 552 los bizantinos intervinieron en disputas internas de la Hispania
visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios del sur de la península
ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en Hispania se
prolongó hasta el año 620.

Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena.


La época de Justiniano no solo destaca por sus éxitos militares. Bajo su reinado,
Bizancio vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura de la
Academia de Atenas, destacando, entre otras muchas, las figuras de los poetas Nono
de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador Procopio, y el filósofo Juan
Filopón. Entre 528 y 533, una comisión nombrada por el emperador codificó el
Derecho romano en el Corpus Iuris Civilis, permitiendo así la transmisión a la
posteridad de uno de los más importantes legados del mundo antiguo. Otra
recopilación legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano, fue publicado en
533. El esplendor de la época de Justiniano encuentra su mejor ejemplo en una de
las obras arquitectónicas más célebres de la historia del Arte, la iglesia de Santa
Sofía, construida durante su reinado por los arquitectos Antemio de Tralles e
Isidoro de Mileto.

Dentro de la capital se quebrantó el poder de los partidos del circo, donde las
carreras de cuadrigas se habían convertido en una diversión popular que levantaba
pasiones. De hecho, eran usadas políticamente, expresando el color de cada equipo
divergencias religiosas (un precoz ejemplo de movilizaciones populares usando
colores políticos). La Iglesia reconoció al señor de Constantinopla como rey-
sacerdote y restauró la relación con Roma. Surgió una nueva Iglesia de la Divina
Sabiduría (Hagia Sophia) como signo y símbolo de un esplendor magnífico y
majestuoso.

Las campañas de Justiniano en Occidente y el coste de estos actos de esplendor


imperial dejaron exhausta la hacienda imperial y precipitaron al Imperio en una
situación de crisis, que llegaría a su punto culminante a comienzos del siglo VII.
La necesidad de más financiación permitió que su odiado ministro de hacienda, Juan
de Capadocia, impusiera mayores y nuevos impuestos a los ciudadanos de Bizancio. La
revuelta de Niká (532) estuvo a punto de provocar la huida del emperador, que evitó
la emperatriz Teodora con su famosa frase «la púrpura es un sudario glorioso». O
bello sudario, o buen sudario. Procopio, en su Historia secreta reproduce así las
palabras de Teodora:
... quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú
César, si quieres huir, nada es más fácil... en cuanto a mí, Dios no permita que
abandone la púrpura y aparezca en público sin ser saludada como Emperatriz. Aprecio
mucho esta antigua sentencia: «La púrpura es un glorioso sudario».7
Así mismo, un desastre se cernió sobre el Imperio en el año 543 d. C. Se trataba de
la Peste de Justiniano. Se cree que provocada por el bacilo Yersinia pestis,
también conocida como "la peste negra". Sin duda fue un elemento clave que
contribuyó a agudizar la grave crisis económica que ya sufría el Imperio. Se estima
que un tercio de la población de Constantinopla pereció por su causa.

El repliegue de Bizancio
Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad
Oscura» acerca de la cual se tiene muy escasa información. Es un período de crisis,
con tremendas dificultades externas (el hostigamiento del islam que conquistó las
regiones más ricas, los continuos ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el
reanudamiento de la lucha contra los persas en el este) e internas (las luchas
entre iconoclastas e iconódulos, símbolo de los enfrentamientos internos entre
poder temporal y religioso). A pesar de ello, el Imperio salió de este periodo
transformado y reforzado.

Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el
intolerable peso de administrar un Imperio amenazado desde varios frentes. Su
sucesor, Tiberio II abandonó la política militar de Justiniano y permitió que
Italia cayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y se
replegó a África. Mauricio llegó a hacer un tratado favorable con Persia (590),
volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el Ejército se
negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió con el trono la
vida. Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y las luchas
internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la revolución de
algunas provincias logró salvarlo.

Amenazas exteriores
Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar
a los últimos restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa
religiosa y durante todo su reinado ese interés fue capital. El siglo VII comienza
con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del monarca persa Cosroes II
que, con sus conquistas en Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la
existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros enemigos de
Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El
emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este
peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y derrotando definitivamente a
los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de
replegarlos hasta el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron
capaces de sobrevivir el ataque árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y
consolidarlo tuvo un gran respaldo por parte de la Iglesia.

Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión
musulmana arrebataba para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia,
las provincias de Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio sobrevivió
a los ataques árabes (aunque perdiendo casi toda su romanidad y tomando
características completamente helenísticas en el área balcánico-anatólica),
mientras que los Persas fueron conquistados totalmente por los Árabes.

A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron
presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval
bizantina, reforzada por su magníficas fortificaciones navales y su monopolio del
«fuego griego» (un producto químico capaz de arder en el agua) salvó al Imperio
bizantino de la destrucción.

En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de


Constantino IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de
Moesia, del reino independiente de Bulgaria (véase Primer Imperio búlgaro). Además,
pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el
Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho más precario el
dominio bizantino sobre Italia.

La querella iconoclasta
Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas
internas entre los iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes
religiosas, y los iconódulos, contrarios a dicha prohibición. La primera época
iconoclasta se prolongó desde 726, año en que León III (717-741) suprimió el culto
a las imágenes, hasta 783, cuando fue restablecido por el II Concilio de Nicea. La
segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813 y 843. En este año fue restablecida
definitivamente la ortodoxia.

No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un


enfrentamiento interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por
el emperador León III, que pretendía acabar con la concentración de poder e
influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus apoyos
territoriales (puede imaginarse su importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la
actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en 963).8 Según algunos
autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder
estatal —los emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclasia—, y el
eclesiástico —el patriarcado de Constantinopla, en general iconódulo—; también se
ha señalado que mientras en Asia Menor los iconoclastas constituían la mayoría, en
la parte europea del Imperio eran más predominantes los iconódulos.

Transformaciones
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos
siguientes trajo consigo también un proceso de helenización, es decir, de
recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las
instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización
geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una
organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los temas
(themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo
que produjo formas similares al feudalismo occidental. A principios del siglo IX,
el Imperio había sufrido varias transformaciones importantes:

Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al islam de las provincias


de Siria, Palestina y Egipto trajo como consecuencia una mayor uniformidad. Los
territorios que el Imperio conservaba a mediados del siglo VII eran de cultura
fundamentalmente griega. El latín fue definitivamente abandonado en favor del
griego. Ya en 629, durante el reinado de Heraclio, está documentado el uso del
término griego basileus en lugar del latín augustus. En el aspecto religioso, la
incorporación de estas provincias al islam dio por concluida la crisis monofisita,
y en 843 el triunfo de los iconódulos supuso por fin la unidad religiosa.
Reorganización territorial: en el siglo VII —probablemente en época de Constante II
(641-668)— el Imperio fue dotado de una nueva organización territorial para hacer
más eficaz su defensa. El territorio bizantino se organizó en los themata,
distritos militares que eran al mismo tiempo circunscripciones administrativas, y
cuyo gobernador y jefe militar, el estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo habían
alcanzado la artesanía y el comercio, implicó que la economía bizantina pasara a
ser esencialmente agraria. La irrupción del islam en el Mediterráneo a partir del
siglo VIII dificultó las rutas comerciales. Decreció la población y la importancia
de las ciudades en el conjunto del Imperio, en tanto que empezaba a desarrollarse
una nueva clase social, la aristocracia latifundista, especialmente en Asia Menor.
La mayoría de estas transformaciones se dio como consecuencia de la pérdida de las
provincias de Egipto, Siria y Palestina, que pasaron a dominio musulmán.

Renacimiento macedónico (867)


Artículo principal: Renacimiento macedónico
El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio,
visible desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía
Amoriana, y, sobre todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue
regido por la Dinastía Macedónica. Este período es conocido por los historiadores
como «renacimiento macedónico».

Política exterior
Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal
enemigo del Imperio en Oriente, debilita considerablemente la ofensiva islámica.
Sin embargo, los nuevos Estados musulmanes que surgieron como resultado de la
disolución del califato (principalmente los aglabíes del Norte de África y los
fatimíes de Egipto), lucharon duramente contra los bizantinos por la supremacía en
el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes arrebataron
definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada por los árabes
en 827. El siglo X fue una época de importantes ofensivas contra el islam, que
permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes: Nicéforo II Focas
(963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo Antioquía (969), así como Creta
(961) y Chipre (965).

El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro.
Convertido al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en
tiempos del zar Simeón I (893-927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio
estuvo obligado a pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de
atacar la capital. A la muerte de este monarca, en 927, su reino comprendía buena
parte de Macedonia y Tracia, junto con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue,
sin embargo, declinando durante el siglo X, y, a principios del siglo siguiente,
Basilio II (976-1025), llamado Bulgaróctonos ('Matador de búlgaros') invadió
Bulgaria y la anexionó al Imperio, dividiéndola en 4 temas.

Mapa del Imperio durante el reinado de Basilio II.


Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue la
incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de Bizancio.
En la segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y Metodio fueron
enviados a evangelizar Moravia a petición de su monarca, Ratislav I. Para llevar a
cabo su tarea crearon, partiendo del dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una
lengua literaria, el antiguo eslavo eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo
alfabeto para ponerla por escrito, el alfabeto glagolítico (luego sustituido por el
alfabeto cirílico). Aunque la misión en Moravia fracasó, a mediados del siglo X se
produjo la conversión de la Rus de Kiev, quedando así bajo la influencia bizantina
un Estado más amplio y extenso que el propio Imperio.

Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800)
y las pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio
sobre Italia. Durante toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio
siguió teniendo una enorme influencia en el sur de Italia. Las tensiones con Otón
I, quien pretendía expulsar a los bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el
matrimonio de la princesa bizantina Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan I
Tzimiscés, con Otón II.

Separación de la iglesia cristiana oriental y occidental (1054)


Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del
Imperio. No obstante, hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos, que
en el siglo IX llegó a tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su rebrote
en Bulgaria, la doctrina bogomilita.

Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del
cristianismo oriental provocó los recelos de Roma, y a mediados del siglo IX
estalló una grave crisis entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el papa
Nicolás I, quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose la separación
definitiva de las iglesias oriental y occidental. Además de la rivalidad por la
primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos desacuerdos
doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones
entre Oriente y Occidente volvieron a la normalidad.

La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, conocido como Cisma de Oriente y
Occidente, con motivo de una nueva disputa sobre el texto del Credo, en el que los
teólogos latinos habían incluido la cláusula Filioque, significando así, en contra
de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo procedía no solo
del Padre, sino también del Hijo. Existía también desacuerdo en otros muchos temas
menores, y subyacía, sobre todo, el enfrentamiento por la primacía entre las dos
antiguas capitales del Imperio.

Declive del Imperio (1056-1204)

Emperador Manuel I Comneno (1143-1180).


Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda
mitad del siglo xi comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la
aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos
cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio,
acentuada al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones
territoriales (denominadas pronoia) a la aristocracia y a miembros de su propia
familia.9

En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían


centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones en
Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados bizantinos. Con la
inesperada y aplastante derrota en la batalla de Manzikert (1071) de Romano IV a
manos del sultán Alp Arslan, la hegemonía bizantina en Asia Menor llegó a su fin.
Posteriores emperadores de la dinastía Conmena lograrían reconquistar parte de los
territorios perdidos, pero tras 1204 esto fue imposible. Más aún, un siglo después,
Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota frente a los selyúcidas en
Miriocéfalo en 1176.

En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos pocos


años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dirraquio, en Iliria, desde donde
pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La muerte de Roberto Guiscardo en
1085 evitó que estos planes se llevasen a efecto. Aprovechando la ausencia normanda
y la pacificación temporal de los pechenegos en Bulgaria, el emperador Alejo I
Comneno buscó la ayuda del papa Urbano II para reclutar un ejército que le ayudara
a reconquistar Anatolia. Esto tuvo como resultado el inicio de las Cruzadas, que,
irónicamente, terminarían causando el declive final del Imperio.

La intervención cruzada terminó generando problemas al Imperio. A pesar de haberse


comprometido a ponerse bajo la autoridad bizantina, los cruzados terminaron por
establecer varios Estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén.
Los alemanes del Sacro Imperio y los normandos de Sicilia y el sur de Italia
siguieron atacando el Imperio durante el siglo XII. Las ciudades-estado y
repúblicas italianas como Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había concedido
derechos comerciales en Constantinopla, se convirtieron en los objetivos de
sentimientos antioccidentales. Los europeos en conjunto eran denominados
despectivamente como "francos", pueblo recordado por conquistar los antiguos
territorios del Imperio occidental durante la época de Carlomagno. A los venecianos
en especial les importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo
bizantino, teniendo en cuenta que su flota de barcos era la base de la marina
bizantina.

Cuarta cruzada y consecuencias (1204-1261)

La situación en la primera mitad del siglo XIII.


Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio, intentó conquistar sin éxito el
Imperio durante la Tercera cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto más
devastador sobre el Imperio bizantino. La intención expresa de la Cruzada era
conquistar Egipto, aunque los cruzados terminaron haciendo de mercenarios para la
República de Venecia, que les prometió riquezas a cambio de tomar Zara (Hungría).
La ciudad fue sitiada y cayó en 1202. Fue entonces que intervino Alejo IV Ángelo,
quien estaba involucrado en una guerra civil en contra del incompetente Alejo III
Ángelo. Sin tomar en cuenta el precario estado del tesoro imperial, Alejo IV
prometió soldados y dinero a cambio de instaurarlo en el trono, y así lo hicieron.
Cruzados y venecianos tomaron la ciudad sin muchas dificultades, puesto que el
emperador había huido y los ciudadanos habían liberado al ex-emperador Isaac II,
restaurado junto a su hijo Alejo IV. Sin embargo, estos fueron incapaces de pagarle
a los cruzados, quienes en respuesta volvieron a atacar la ciudad.

Constantinopla cayó a los cruzados en 1204. Le siguieron tres días de pillaje y


destrucción de importantes obras de arte; por primera vez desde su fundación por
Constantino I, más de ochocientos años antes, la ciudad había sido tomada por un
ejército extranjero. Los cruzados y venecianos firmaron el Partitio terrarum
imperii Romaniae ("Partición del Imperio romano"), con el cual Imperio dejó de
existir para dar lugar a una serie de estados cruzados. El más importante de estos
fue el Imperio latino (1204-1261).

El Imperio hacia el año 1265, terminó siendo casi una representación geográfica de
la Grecia Clásica del siglo V a. C.
El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este tiempo, Serbia,
bajo Esteban Dushan, de la dinastía Nemanjić, se fortaleció aprovechando el
desmoronamiento imperial e inició un proceso que culminaría con el establecimiento
del Imperio serbio en 1346. Sin embargo, existieron tres remanentes griegos
herederos del Imperio bizantino fuera de la órbita latina: el Imperio de Nicea, el
Imperio de Trebisonda, y el Despotado de Epiro. El primero, gobernado por la
dinastía Paleólogo, reconquistó Constantinopla en 1261 y derrotó al Epiro,
revitalizando el Imperio, pero prestando demasiada atención a Europa cuando la
creciente penetración de los turcos en Asia Menor constituía el principal problema.

Decadencia final y sitio turco (1261-1453)


Véase también: Caída de Constantinopla
La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII
Paleólogo es la de una prolongada decadencia. En el lado oriental el avance turco
redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas
etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los Balcanes debió competir con los
Estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de la conquista de
Constantinopla en 1204. En el Mediterráneo, la superioridad naval veneciana dejaba
muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio,
reducido a ser uno más de los numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la
terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón y dos devastadoras
guerras civiles.

Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y


persas safávidas estaban demasiado divididos para poder atacarlo, pero finalmente
los turcos otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas, a
excepción de unas cuantas ciudades portuarias. Los otomanos —núcleo originario del
futuro Imperio otomano— procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado
selyúcida encabezado por un jefe llamado Osmán I, que daría el nombre a la dinastía
otomana u osmanlí.

El Imperio bizantino hacia 1400 ya no era un imperio: terminó reducido a Laconia,


Salónica y Constantinopla, aisladas entre sí.
El Imperio solicitó el socorro de Occidente, pero los diferentes Estados pusieron
como condición la reunificación de la Iglesia católica y la ortodoxa. Los
mandatarios bizantinos estudiaron la unión de las Iglesias y ocasionalmente incluso
llegaron a imponerla por decreto, pero los ortodoxos no la aceptaron. Algunos
combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos prefirieron
dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos conquistaron los
territorios restantes.

Constantinopla parecía en principio inexpugnable debido a sus poderosas defensas,


pero, con el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían sido
impenetrables excepto para los integrantes de la Cuarta Cruzada durante más de mil
años— ya no ofrecían la protección adecuada frente a los otomanos. La caída de
Constantinopla se produjo finalmente el 29 de mayo de 1453, después de un sitio de
dos meses llevado a cabo por Mehmet II. El último emperador bizantino, Constantino
XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de
jenízaros de los sitiadores otomanos, que superaban de manera aplastante a los
bizantinos. Los últimos remanentes bizantinos independientes, Morea y Trebisonda,
fueron también conquistados por Mehmet en 1460 y 1461 respectivamente. El último
titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, sobrino de
Constantino XI, vendió su título imperial a los Reyes Católicos antes de su muerte
en 1502, aunque nunca fue usado por los monarcas españoles.10

Mundo bizantino
Demografía
Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio
bizantino. J. C. Russell indica que a finales del siglo iv la población total del
Imperio romano de Oriente era de unos veinticinco millones, repartidos en un área
de aproximadamente 1 600 000 km². Hacia el siglo ix, sin embargo, tras la pérdida
de las provincias de Siria, Egipto y Palestina y la crisis de población del siglo
VI, se cree que habitaban el Imperio alrededor de trece millones de personas en un
territorio de 745 000 km². Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas
territoriales sufridas por el Imperio, no es probable que el basileus rigiese los
destinos de más de cuatro millones de personas. Desde entonces el territorio del
Imperio —y, por ende, su población— fue reduciéndose rápidamente hasta la caída de
Constantinopla en 1453. Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre
en la parte asiática del Imperio, especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.

En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los


siglos iv y v. Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado
considerablemente desde el siglo II (llegó a tener un millón y medio de habitantes,
que conservó hasta el siglo v), Constantinopla, con solo unos cien mil —en el
momento de su fundación, contaba escasamente con treinta mil habitantes—, llegó en
época de Justiniano a los cuatrocientos mil. Pero Constantinopla no era la única
gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en esa misma época se ha
calculado en torno a los trescientos mil habitantes, algo mayor que la de Antioquía
(un cuarto de millón). A estas les seguían en tamaño otras ciudades menores como
Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica, Tebas y Atenas.

El siglo vi supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las


guerras como a una desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el
siglo siguiente, tras la pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago, solo
quedaron dos grandes ciudades en el Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la
población de Constantinopla decreció considerablemente durante los siglos vi y vii
(a causa, entre otras razones, de la peste) y solo comenzó a recuperarse a mediados
del siglo viii. Se calcula que su población sería de trescientos mil habitantes
durante el renacimiento macedónico, y de no menos de medio millón bajo la dinastía
Comnena.

En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive.
Se calcula que, en el momento de su conquista por los turcos, la población de la
capital estaba en torno a los cincuenta mil habitantes, y la de la segunda ciudad
del Imperio, Tesalónica, rondaba los treinta mil.

Economía
Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era
la agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el
clero. Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos. La
principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que
empleaban a grandes cantidades de operarios. El Imperio dependía por completo del
comercio con Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a mediados del siglo
VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos
de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a producir su propia seda —principalmente
en Siria—, y su fabricación fue un secreto celosamente guardado y desconocido en el
resto de Europa hasta al menos el siglo XII.

Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el
Imperio bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo,
al menos hasta el siglo VII, cuando el islam se apoderó de las provincias
meridionales del Imperio. Era especialmente importante la posición de la capital,
que controlaba el paso de Europa a Asia, y al dominar el estrecho del Bósforo, los
intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a Europa occidental) y
el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).

Existían tres rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo


Oriente:

El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujará).
Se conoce como Ruta de la Seda.
Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del mar Negro, a través
de los puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta
en época de Justino II.
Por mar, desde la costa de Egipto, a través del mar Rojo y del océano Índico,
aprovechando los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no solo
el comercio con la India, sino también con el reino de Aksum, en la actual Eritrea.
Una pormenorizada relación de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra
del viajero Cosmas Indicopleustes. El comercio bizantino por esta ruta desapareció
cuando en el siglo VII se perdieron las provincias meridionales del Imperio.
El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de
las ruinosas concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y
a Pisa.

Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido


bizantino y el besante, de extendido prestigio en el comercio mundial de la época.

El emperador
El jefe supremo del Imperio bizantino era el emperador (basileus), que dirigía el
Ejército, la Administración y tenía el poder religioso. Cada emperador tenía la
potestad de elegir a su sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno
confiriéndole el título de césar. En algún momento de la historia de Bizancio
(concretamente, durante el reinado de Romano I Lecapeno) llegó a haber hasta 5
césares simultáneos.

El sucesor no era necesariamente hijo del emperador. En muchos casos, la sucesión


fue de tío a sobrino (Justiniano, por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue
sucedido por su sobrino Justino II). Otros personajes llegaron a la dignidad
imperial a través del matrimonio, como Nicéforo II o Romano IV.

Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder
al ser proclamados emperadores por el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno),
o gracias a las intrigas cortesanas, a veces aderezadas con numerosos crímenes.
Para evitar que los emperadores depuestos y sus familiares reivindicaran el trono
eran con frecuencia cegados y, en ocasiones, castrados, y confinados en
monasterios. Un caso peculiar es el de Justiniano II, llamado Rhinotmetos ('Nariz
cortada'), a quien el usurpador Leoncio cortó la nariz y envió al destierro, aunque
recuperaría posteriormente su trono. Estos crímenes atroces fueron sumamente
frecuentes en la historia del Imperio bizantino, especialmente en las épocas de
inestabilidad política.

El escudo del Imperio bizantino, cuando gobernaban los Paleólogos, hace referencia
al papel político y religioso del emperador; el águila bicéfala porta en una pata
un orbe o una cruz (la Iglesia); y en la otra, una espada (Estado).
La figura del emperador estaba especialmente relacionada con la Iglesia, que se
convirtió en un factor estabilizador, y especialmente con el patriarca de
Constantinopla. La monarquía bizantina tenía un carácter cesaropapista —uno de los
títulos del emperador era Isapóstolos ('Igual a los Apóstoles'), y ciertas
prerrogativas de su cargo remiten al Rex sacerdos ('Rey sacerdote') de la monarquía
israelita—. El emperador y el patriarca tenían una relación de mutua
interdependencia: si bien el emperador designaba al Patriarca, era este el que
sancionaba su acceso al poder mediante la ceremonia de coronación. Entre uno y otro
hubo en la historia de Bizancio muchos momentos de tensión, pues los intereses del
Estado diferían a veces de los de la Iglesia. En la última etapa del Imperio, por
ejemplo, cuando los emperadores, para obtener la ayuda de Occidente frente a los
turcos, intentaron restaurar la unidad religiosa de su Iglesia con la de Roma, se
encontraron con la tenaz resistencia de los patriarcas.

Una de las principales bazas del emperador era su control sobre una eficaz
administración, que se regía por el Corpus Iuris Civilis, recopilado en época de
Justiniano. La organización territorial se basaba, desde el siglo VII, en los
themata ('temas'), provincias al mando de un strategos o general.

Ejército
Artículo principal: Ejército bizantino
El Ejército bizantino fue durante siglos el más poderoso de Europa. Continuación
del Ejército romano, en los siglos III y IV fue sustancialmente reformado,
desarrollando sobre todo la caballería pesada (catafracta), de origen persa. La
armada bizantina tuvo un papel preponderante en la hegemonía del Imperio, gracias a
sus ágiles embarcaciones, llamadas dromones (dromos) y al uso de armas secretas
como el «fuego griego». La superioridad naval de Bizancio le proporcionó el dominio
del Mediterráneo oriental hasta el siglo XI, cuando empezó a ser sustituida por el
incipiente poder de algunas ciudades-estado italianas, especialmente Venecia.

En un primer momento existían dos tipos de tropas: los limitanei (guarniciones de


frontera) y los comitatenses. A partir del siglo VII el Imperio fue organizado en
themata, circunscripciones tanto administrativas como militares dirigidas por un
strategos, cuya existencia mejoró sustancialmente la capacidad defensiva de
Bizancio frente a sus numerosos enemigos exteriores. En la defensa de Bizancio jugó
un importante papel la hábil diplomacia de sus emperadores. Los pagos de tributos
mantuvieron mucho tiempo alejados a los enemigos del Imperio, y su servicio de
espionaje logró salvar situaciones que parecían desesperadas.

Una de las debilidades del Ejército bizantino, que fue acentuándose con el tiempo,
fue la necesidad de recurrir a tropas mercenarias, de fidelidad dudosa. Entre los
cuerpos mercenarios más conocidos está la famosa guardia varega. La crisis más
terrible que los mercenarios causaron en el Imperio fue seguramente la revuelta de
los almogávares, en el siglo XIV. El arte de la estrategia alcanzó un gran auge en
época bizantina, e incluso varios emperadores, como es el caso de Mauricio
escribieron tratados sobre el arte militar. Estas doctrinas ensalzaban el sigilo,
la sorpresa y el liderazgo de los comandantes.

Religión
Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la
importancia de la religión y del estamento eclesiástico en su ideología oficial,
Iglesia y Estado, emperador y patriarca, se identificaron progresivamente, hasta el
punto de que el apego a la verdadera fe (la «ortodoxia») fue un importante factor
de cohesión política y social en el Imperio bizantino, lo que no impidió que
surgieran numerosas corrientes heréticas.

El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que en


Occidente. Es muy significativo el hecho de que el Concilio de Calcedonia
reconociera en 451 cinco grandes patriarcados, de los cuales solo uno (Roma) era
occidental; los otros cuatro (Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía)
pertenecían al Imperio de Oriente. De todos ellos, el principal fue el Patriarcado
de Constantinopla, cuya sede estaba en la capital del Imperio. Las otras tres sedes
fueron separándose paulatinamente de Constantinopla, primero a causa de la herejía
monofisita, duramente perseguida por varios emperadores; luego, con motivo de la
invasión del islam en el siglo VII, las sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén
quedaron definitivamente bajo dominio musulmán.

Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia ortodoxa por atraerse a
los monofisitas, mediante posturas religiosas intermedias, como el monotelismo,
defendido por Heraclio I y su nieto Constante II. Sin embargo, en los años 680 y
681, en el III Concilio de Constantinopla se retornó definitivamente a la
ortodoxia.

La Iglesia ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta,


primero entre los años 730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos
grupos religiosos: los iconoclastas, partidarios de la prohibición del culto a las
imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían esta práctica. Los iconos fueron
prohibidos por León III, que ordenó la destrucción de todas las representaciones de
Jesús, la Virgen María y de todos los santos, comenzando así las más agrias
disputas. Esto no se resolvió hasta que la emperatriz Irene convocó el II Concilio
de Nicea en 787 que reafirmó los iconos. Esta emperatriz consideró una alianza
matrimonial con Carlomagno que hubiera unido ambas mitades de la cristiandad, pero
que fue desestimada.

El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente


en 843. Todos estos conflictos internos no ayudaron a resolver el cisma que se
estaba produciendo entre Occidente y Oriente.

En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó
el primado de Roma, abriendo una historia de desencuentros que culminaría en 1054,
con el llamado Cisma de Oriente y Occidente. Focio se esforzó también en equiparar
el poder del patriarca al del emperador, postulando una especie de diarquía o
gobierno compartido.

El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia ortodoxa en una


Iglesia nacional. Esto se reforzó más aún con la humillación sufrida en 1204 por la
invasión de los cruzados y el traslado temporal de la sede patriarcal a Nicea.

Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida


como hesicasmo (del griego hesychía, que puede traducirse como 'quietud' o
'tranquilidad'). El hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la
contemplación como medios de acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo por las
comunidades monásticas. Su máximo representante fue Gregorio Palamás, monje de
Athos que llegaría a ser arzobispo de Tesalónica.

Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa
con Roma: en 1274, en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental frente a
los turcos. Sin embargo, ninguno de estos intentos llegó a prosperar.

Cultura y arte
Véase también: Arte bizantino
Lengua y literatura
Artículo principal: Literatura bizantina
En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el
latín y el griego. El primero era la lengua de la administración estatal, en tanto
que el griego era la lengua hablada y el principal vehículo de expresión literaria.
La Iglesia y la educación utilizaban también el griego. A esto debe añadirse que
algunas regiones del Imperio empleaban otras lenguas, como el arameo y su variante,
el siríaco, en Siria y Palestina y el copto en Egipto.

Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que, en la


primera mitad del siglo VII, se convirtió también en la lengua de la administración
imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el título de Augustus, en
latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín, sin embargo,
continuó apareciendo en inscripciones y en monedas hasta el siglo XI.

La invasión del islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una


mayor helenización del Imperio. El griego hablado en el Imperio era el resultado de
la evolución del griego helenístico, y suele denominarse griego medieval o griego
bizantino. Existían grandes diferencias entre el lenguaje literario,
deliberadamente arcaico, y el lenguaje hablado, la koiné popular, muy rara vez
utilizada en la literatura.

La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se


caracteriza por tres elementos: helenismo, cristianismo e influjo oriental.
Helenismo porque continúa la tradición de la Grecia clásica pese a los intentos
romanizadores de Justiniano, de lengua materna latina,11 y su sobrino Justino II,
que solo alcanzaron al derecho. Cristianismo porque esa fue desde Constantino la
religión del Imperio, a pesar de la oposición intelectual hasta bien entrado el
siglo VI; influjo oriental por la estrecha relación con pueblos asiáticos y
africanos.

La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el de Digenis


Akritas, y con líricos de primer orden como Teodoro Pródromo. Posee unos géneros
característicos, como los bestiarios, volucrarios, lapidarios y las novelas
bizantinas (Estacio Macrembolita: Los amores de Isinia e Ismino; Teodoro Pródromo,
Los amores de Rodante y Dosicles; Nicetas Eugeniano, Las aventuras de Drusilla y
Caricles y Constantino Manasés, Aventuras de Aristandro y Calitea). Fue
especialmente fecunda en escritores teológicos (como, por ejemplo, Eneas de Gaza),
cristológicos y hagiográficos. Repercutió en particular en la literatura occidental
la historia de Barlaam y Josafat, divulgada por todo Occidente, en la cual se
encuentran alusiones a la vida de Buda.

La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea, secretario que


fue del célebre general Belisario durante el reinado de Justiniano y a la vez
panegirista del emperador en los seis libros de sus Historias y su detractor en la
llamada Historia secreta. En la lírica destaca el género del epigrama con figuras
como Pablo Silenciario y Agatías, este último antologista e historiador del periodo
que siguió a Justiniano. Jorge de Pisidia compuso poesía épica y epigramas. Existe
un interesante libro de viajes de Cosmas Indicopleustes. Del siglo VII destaca un
historiador, Simocata, que no llegó a la importancia de Procopio; en este siglo se
hizo famoso el poeta Romano el Mélodo, autor de himnos religiosos. Entre el siglo
VIII y el XI se compila la ya mencionada epopeya nacional Digenis Acritas,
compuesta en una lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las hazañas
de Alejandro Magno y se componen enciclopedias como la Suda, de no siempre
acendrada veracidad. Se recopiló en esta época el más importante corpus de
epigramática griega que se conserva, la Antología Palatina. El cristianismo entra
en el género tradicional pagano con la obra del monje Teodoro Estudita y de la
monja poetisa Casia. Algunos emperadores se dedicaron a las letras, como León VI el
Sabio, que fue poeta, así como su hijo, Constantino VII Porfirogéneta. San Juan
Damasceno compuso tratados teológicos y polémicos en oscuro estilo; el citado
Teodoro escribe también sobre la cuestión iconoclasta, así como obras ascéticas y
de exégesis.

En el último periodo, desde finales del xi, existe una gran cantidad de literatura
polémica religiosa, pero también escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas más
variados y se propicia un renacimiento de las letras griegas, renacimiento que pasó
a Europa con la dispersión de los eruditos bizantinos por la península itálica tras
la conquista de Constantinopla por los otomanos. En Italia renacerá el estudio del
griego y el Humanismo y de ahí pasará al resto del mundo. Tzetzes escribe poemas
didácticos y eruditos. El epigrama alcanza cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan
Mauropo. Se escriben novelas en Grecia y proliferan los bestiarios y lapidarios, y
crónicas como la célebre Crónica de Morea, que mandó traducir al aragonés el gran
maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén Juan Fernández de Heredia. El inquieto
e inconformista poeta Teodoro Pródromo escribe cuatro poemas satíricos en la lengua
popular y escribe su Catomiomaquia, o Lucha de los Gatos contra los Ratones a modo
de parodia épica. Hay excelentes historiadores que dejan testimonio de las
Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas Acominato, Paquimeras,
Nicéforo Brienio o su mujer Ana Comneno, princesa imperial autora de La Alexiada,
historia de su padre Alejo I Comneno. Durante la época de los Paleólogos la
literatura entra en decadencia, pero después surge con fuerza la filología.

Arquitectura bizantina
Artículo principal: Arquitectura bizantina
La arquitectura bizantina es heredera de la arquitectura romana y la arquitectura
paleocristiana. Es una arquitectura esencialmente religiosa, aunque no faltaron los
edificios civiles de importancia. Muestra una marcada predilección por el ladrillo
como material de construcción (aunque disimulado por lajas de piedra en el exterior
y por suntuosos mosaicos en el bizantinasinterior). Aunque utiliza la columna
(destaca la sustitución del ábaco por el cimacio), su innovación más característica
es el uso sistemático de la cubierta abovedada. Los tipos de bóveda más utilizados
son la de cañón y la de arista, pero destaca sobre todo la cúpula, con su
característica base sobre pechinas (aunque también se empleó ocasionalmente la
cúpula sobre trompas). En cuanto a la planta, la más frecuente en los templos es la
de cruz griega, con una cúpula en la intersección de las naves. Es frecuente que
los templos, además del cuerpo de nave principal, posean un atrio o narthex, de
origen paleocristiano, y el presbiterio precedido de iconostasio, llamada así
porque sobre este cerramiento calado se colocaban los iconos pintados.

En la historia del arte y la arquitectura bizantinas suelen distinguirse tres


períodos o «Edades de Oro». La Primera Edad de Oro tiene su momento más
representativo en la época de Justiniano, y sus edificios más destacados son la
iglesia de los Santos Sergio y Baco, la de Santa Irene y, sobre todo, la de Santa
Sofía, todas ellas en Constantinopla.

La Segunda Edad de Oro coincide con el renacimiento macedónico (siglos IX, X y XI).
Sigue siendo la iglesia de planta central cubierta con cúpula el modelo
fundamental. Son frecuentes las iglesias de planta de cruz griega inscrita en un
cuadrado, con los brazos de la cruz cubiertos con bóvedas de cañón, y cinco
cúpulas, una en el centro y otras cuatro en los ángulos. El prototipo era la Nueva
Iglesia (Nea) construida por Basilio I, hoy desaparecida. Algunas iglesias
destacadas son la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, Santa Catalina
de Salónica, la catedral de Atenas y la basílica de San Marcos de Venecia.

La Tercera Edad de Oro comienza tras la recuperación de Constantinopla en 1261. Es


una época de difusión de las formas bizantinas, tanto hacia el Norte (Rusia) como
hacia Occidente. Las novedades de este período son más bien decorativas que
estructurales. Destacan iglesias como Santa María Pammakaristos en Constantinopla,
las iglesias del monte Athos o el conjunto de iglesias de Mistra, en el Peloponeso.

Escultura
Artículo principal: Escultura bizantina
El estilo bizantino quedó definido a partir del siglo VI. Anteriormente dominaba el
estilo romano tardío, aún en la misma Constantinopla, según lo evidencian diversas
estatuas erigidas por toda la ciudad. No obstante, otros monumentos de la época
iniciaban ya el gusto bizantino, como Disco de Teodosio de Madrid que ostenta en
bajorrelieve las figuras del emperador y su corte (393).

El estilo Bizantino en escultura debe considerarse como una derivación del


Helenico, bajo la influencia asiática. Le caracterizan, en general, cierto
amaneramiento, uniformidad y rigidez o falta de naturalidad en las figuras junto
con la gravedad la cual suele consistir en esmaltes, en imitaciones de piedras y
sartas de perlas, en trazos geométricos y en follaje estilizado o desprovisto de
naturalidad.[1]

Cultivó el arte bizantino muy poco el bulto redondo, pero abundó en relieves sobre
marfil, plata y bronce y no abandonó del todo el uso de camafeos y entalles en
piedras finas. En los relieves, como en las pinturas y mosaicos se presentan las
figuras mirando de frente.

Mosaicos
De la cultura Helenica12 Bizancio heredó la decoración mediante mosaicos que
llegaron a su máximo esplendor con este imperio. Los mosaicos eran figuras formadas
por pequeños trozos de piedra o vidrio coloreado (llamadas también teselas).
Seguían estrictas normas para ilustrar pasajes de la vida de los emperadores y
escenas religiosas. Estas últimas cubrían las murallas y cielos rasos de las
iglesias.

De esa habilidad alcanzada con respecto a los mosaicos resurge el interés de los
vidrieros de Bizancio por la imitación de las piedras preciosas, con lo que
llegaron a alcanzar una habilidad tan grande que resultaba bastante difícil poder
distinguirlas de las auténticas.

Pintura
Artículo principal: Pintura bizantina
Son particularmente destacables los retablos de temática religiosa conocidos como
iconos.

Música
Artículo principal: Música bizantina
La música bizantina, de carácter normalmente religioso, estaba fuertemente
emparentada con el canto gregoriano.

Legado
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y
heredero de la tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció
en 1453 como un reino griego ortodoxo. El escritor británico Robert Byron lo
describió como el resultado de una triple fusión: un cuerpo romano, una mente
griega y un alma oriental.

Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de


factor estabilizador en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las
conquistas de los ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el pasado
clásico y su antigua legitimidad.

La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró
1453 como la división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El conquistador
otomano, Mehmet II, y sus sucesores se consideraron a sí mismos herederos legítimos
de los emperadores bizantinos hasta el derrumbamiento del Imperio otomano, a
principios del siglo XX. Sin embargo, el papel del emperador bizantino como cabeza
de la ortodoxia oriental fue reclamado por los grandes duques de Moscú empezando
por Iván III. Su nieto Iván IV el Terrible se convertiría en el primer zar de Rusia
(el título de zar proviene del latín caesar, 'césar'). Sus sucesores apoyaron la
idea que Moscú era la heredera legítima de Roma y Constantinopla, la Tercera Roma —
una idea mantenida por el Imperio ruso hasta su propio fin a principios del siglo
XX—.

Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de


la Seda, el eje económico que unía Europa con Oriente, importando materias de lujo
como seda y especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la desaparición
del Imperio bizantino provocó la búsqueda de nuevas rutas comerciales, llegando
españoles y portugueses a América y África en busca de rutas alternativas. Los
portugueses, que acabaron la Reconquista antes y dispusieron de los recursos
necesarios con antelación crearon un Imperio atlántico que permitía alcanzar la
India al circunnavegar África. Los españoles, posteriormente, patrocinarían a
Cristóbal Colón y a los conquistadores, que supondrían la creación de un imperio
que transformaría a España en la primera potencia mundial.

Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos


clásicos, tanto en el mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería
clave para el Renacimiento. Su tradición historiográfica fue una fuente de
información sobre los logros del mundo clásico. Hasta tal punto fue así, que se
cree que el resurgir cultural, económico y científico del siglo XV no hubiera sido
posible sin las bases establecidas en la Grecia bizantina.

La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para pensadores


europeos como Santo Tomás de Aquino. Asimismo se ha de mencionar que el Imperio fue
clave en la extensión del cristianismo, que definiría Europa durante siglos. De los
cuatro mayores focos de esta religión, tres (Jerusalén, Antioquía y Constantinopla)
se hallaban en su territorio y hasta que no aconteció el cisma de Oriente fue su
mayor foco espiritual. También fue responsable de la evangelización de los pueblos
eslavos, gracias a misioneros tan célebres como Cirilo y Metodio, que evangelizaron
a los pueblos eslavos y desarrollaron un sistema de escritura que aún hoy en día se
sigue utilizando en muchos países, el alfabeto cirílico. Por último es notable su
influencia en las Iglesias copta, etíope, y la de armenia.

Véase también
Bizancio
Cronología del Imperio bizantino
Imperio romano
Imperio romano de Occidente
Títulos y cargos del Imperio bizantino
Emperadores bizantinos
Guerras romano-sasánidas
Guerras otomano-bizantinas
Guerras árabo-bizantinas
Imperio de Nicea
Imperio de Trebisonda
Despotado de Epiro
Ducado de Atenas
Ducado de Neopatria
Caída de Constantinopla
Imperio otomano
Indumentaria bizantina
Gastronomía del Imperio bizantino
Notas
En época de los paleólogo.
Entre 1204 y 1261 la capital estuvo en poder del Imperio Latino
Idioma oficial hasta el siglo VII
Idioma oficial a partir del siglo VII sustituyendo al Latín
En 1054 la iglesia ortodoxa se separa de la iglesia católica
José A. Marín R. (1998). «El Imperio griego de Bizancio».
Pilar Benejam, Horizonte: historia y geografía, Volumen 1, p. 106.
Valdeón Baruque, Julio y García de Cortázar, José Ángel. En: Fernández Álvarez,
Manuel; Avilés Fernández, Miguel y Espadas Burgos, Manuel (dirs.) (1986), Gran
Historia Universal, Barcelona: Club Internacional del Libro. ISBN 84-7461-654-9.
Volumen 11, p. 139.
La Pronoia, en Imperio bizantino. Historia de Bizancio enfocada principalmente en
el período de los Comnenos.
Norwich, John Julius. Byzantium — The Decline and Fall (en inglés). p. 446.
Chris Wickham, The Inheritance of Rome, Penguin Books Ltd. 2009 pág. 90, ISBN 978-
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En otros idiomas
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PHILIPPIDES, Mario trad. (1990). 1373-1513: An Anonymous Greek Chronicle of the
Seventeenth Century. NY: New Rochelle. ISBN 978-0892414307
Enlaces externos
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Remacle (1944-2011).
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«Doce líderes bizantinos», por Lars Brownworth
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