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Al igual que sucedió más tarde en España en los 80/90, en EE.UU. este
componente político de la evaluación queda aun más claramente reflejado en el hecho
de que la financiación para llevar a cabo las evaluaciones proviene ante todo de las
diferentes instancias políticas: federal, estatal y local. Es esta masiva financiación
pública lo que permite a la vez la generalización de las evaluaciones y el surgimiento de
la nueva profesión de evaluadores.
Los autores señalados plantean estas dimensiones tanto desde un punto de vista
prescriptivo como de un punto de vista descriptivo. Toda teoría de la evaluación tiene
que responder y adoptar determinadas posturas ante las preguntas que surgen en
relación con estas cinco dimensiones y esa toma de posición es lo que define el tipo de
teoría de la evaluación que se utiliza y su adecuación o bondad. Marca también, como
es lógico, las limitaciones de la misma. Naturalmente estas dimensiones (y las preguntas
y respuestas relativas a las mismas) también pueden utilizarse, y es como lo hacen los
autores, para conocer de un modo más profundo los presupuestos teóricos, muchas
veces no expuestos de manera formal, de los evaluadores y de las evaluaciones.
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Mi experiencia con la Agencia Antidroga de Madrid es buena prueba de ello.
De la misma manera, el ideal de utilización de muestreo aleatorio para
maximizar la posibilidad de generalización, se ha sustituido por la utilización de
muestras heterogéneas y muestras modales. Por ultimo, la inclusión de las diferentes
perspectivas de los actores sociales implicados en los programas y políticas
(investigación acción y participación de las “partes interesadas”) permite clarificar y
descubrir mejor aun si cabe las teorías sustentadoras de las intervenciones y de los
programas.
En los años 80/90 se explicitan de forma clara los valores y se toma conciencia
de que ésta es la característica esencial de toda evaluación, estableciéndose la existencia
de muy diferentes valores que se conjugan metodológicamente con los diferentes tipos
de evaluación, las preguntas de la misma y los momentos en que ésta se realiza.
Así (véase Maria José Aguilar o Peter Rossi o Francisco Alvira) parece
razonable que en una primera fase de la aplicación de una política o programa, el énfasis
se ponga en la implementación, proceso o cobertura, es decir en utilizar valores en la
evaluación relacionados con estos tres tipos de evaluación. Cada tipo de evaluación va a
su vez relacionado con un tipo de metodología, existiendo un cierto consenso al
respecto entre los evaluadores sobre qué metodologías son más apropiadas para cada
tipo. Una vez el programa está asentado y lleva tiempo funcionando, parece lógico
también centrar la evaluación en los resultados y el impacto, utilizando los
correspondientes valores y metodologías asociadas.
La elección de los valores a utilizar en la evaluación recae cada vez más en los
“clientes”, es decir, en aquellos que financian y encargan la evaluación. De este modo, y
siguiendo muy de cerca las practicas establecidas en EE.UU., cada vez es más habitual
en España y en Europa que el “cliente” especifique con todo detalle el o los tipos de
evaluación a realizar, los momentos de la evaluación y las metodologías.
Así, en la UE. es habitual plantear una evaluación al inicio, que suele utilizar
análisis documental y entrevistas como metodología básica; una evaluación intermedia
centrada en el proceso, con metodologías similares de entrevistas y análisis documental
y una evaluación final orientada a los resultados/impacto, con metodología cuantitativa
y a veces cualitativa complementaria.
Aquí hay que recordar la insistencia de M. Scriven en que el valor último con el
que enjuiciar cualquier programa o política debe ser la satisfacción de las necesidades
de los clientes, usuarios o ciudadanos. Y también conviene recordar que los problemas
sobre los que se actúa en programas y políticas no están objetivados, sino que una
situación o hecho social sólo se trasforma en problema social cuando intervienen los
valores de las personas o grupos que así lo definen.
De nuevo hay que recordar con Scriven que la satisfacción de las necesidades de
la población destinataria es el valor último a utilizar y que centrarse en proceso,
enmascarándolo como resultados, sirve probablemente para una justificación
política pero no necesariamente se cumple con el valor señalado como valor
último a utilizar.
2. Confusión entre metodologías, valores y tipos de evaluación
En los últimos tres años hemos estado elaborando, para el Instituto Nacional de
Administración Pública, tres modelos metodológicos para evaluar la Formación
Continua en las Administraciones Publicas: evaluación de necesidades
formativas, de resultados y de impacto. En el último modelo de evaluación
(impacto) nuestra propuesta, en concreto, no incluye diseños experimentales o
cuasi-experimentales con medición antes y después y grupos de comparación.
Siendo realistas y prácticos propusimos un modelo más fácil de implementar,
basado en los procedimientos que sigue el Banco Mundial en sus evaluaciones.
Se trata de utilizar el modelo causal de la formación de Kirkpatrick y hacer
mediciones antes y después, pero utilizando entrevistas, análisis documental y
observación. La comparación se hace utilizando la idea de recoger información
de 360 grados, es decir, recoger información mediante entrevistas a la persona
que ha recibido la formación, sus compañeros, sus jefes y sus subordinados.
También es cierto que una de las vías para la utilización de las evaluaciones es
lograr que éstas se publiquen, se difundan y se divulguen de cuantas más
maneras mejor. Esta debe ser una de las prioridades de los evaluadores: lograr la
publicación y divulgación de las evaluaciones.
Existen varias razones para ello pero la principal es el triple sentimiento difuso
de que:
Pero hay muchos más ejemplos. Así, hasta hace cuatro años, los programas de
prevención del consumo y abuso de drogas no se sometían a evaluación de
resultados y por supuesto los programas y proyectos llevados a cabo dentro del
área de servicios sociales rara vez son evaluados desde la perspectiva de sus
efectos o resultados.
Bibliografía