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relaciones entre ley civil y ley moral

Es por ello que la encíclica Evangelium Vitae dedica varios números a


recordar la doctrina tradicional sobre cuáles deben ser las relaciones
entre la ley civil y la ley moral que reconozcan la existencia y garanticen
la tutela de los derechos humanos esenciales y originarios, de los que el
fundamental es el de la vida. “Vivimos un nuevo contexto en el que
amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados
contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual, y
sobre este presupuesto pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la
autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta
libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras
sanitarias”[20]. Es en este contexto donde es necesario recordar las
relaciones ley civil y ley moral.

Elementos fundamentales de las relaciones entre ley civil y Ley moral


El primero de los atributos de estas relaciones es la diferencia: la ley
civil y la ley moral no obedecen a la misma lógica práctica. “El cometido
de la ley civil y de la ley moral es diverso y de ámbito más limitado que
el de la ley moral”[21] La ley civil posee tanto una lógica ético-práctica
específica, como un ámbito de aplicación diverso. El objeto formal de la
ley civil es hacer posible la vida de los hombres en comunidad. Sin
embargo la ley moral no es otra cosa que la luz del intelecto o de la
razón práctica, que ordena los actos de cada uno de los hombres al fin
de la vida humana: la felicidad. Distingue lo que es bueno o malo en las
acciones humanas. Contiene los principios que orientan el obrar humano
hacia el bien que perfecciona al agente, hacia la virtud moral.

La ley moral regula el obrar mirando a la bondad de los propios actos y


la ley civil regula las relaciones entre los individuos mirando el bien
común. Por supuesto, la bondad de los propios actos incluye el hacer el
bien a los demás. Y aunque la acción civil no se propone hacer buenos a
los hombres, la acción legislativa tiene una responsabilidad en promover
y favorecer las condiciones en las que esto sea posible.

“Lo que se prohíbe por la ley civil es relevante en el plano moral, pero
no necesariamente al contrario. Lo que es relevante y grave para la
perspectiva moral, no debe ser regulado por esa sola razón por la ley
civil” “La ley civil a veces deberá tolerar, en aras del orden público, lo
que no puede prohibir sin ocasionar daños más graves. Sin embargo, los
derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados
por parte de la sociedad civil y de la autoridad política”  [22].

La función de la ley civil está en completa conexión con la tarea de


garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos: “La misión de
la ley civil consiste en garantizar el bien común de las personas
mediante el reconocimiento y la defensa de los derechos fundamentales,
la promoción de la paz y de la moralidad”[23]. Es decir: el bien común
político es la medida de valoración ético-política de las leyes civiles. Ya
Juan XXIII, recogiendo múltiples intervenciones magisteriales de sus
antecesores ligaba absolutamente la consecución del bien común con la
necesidad de garantizar los derechos fundamentales: “En la época
moderna se considera realizado el bien común cuando se han salvado
los derechos y los deberes de la persona humana. De ahí que los
deberes fundamentales de los poderes públicos consisten sobre todo en
reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover aquellos derechos, y
en contribuir por consiguiente a hacer más fácil el cumplimiento de los
respectivos deberes. «Tutelar el intangible campo de los derechos de la
persona humana y hacer fácil el cumplimiento de sus obligaciones, tal es
el deber esencial de los poderes públicos[24].

Respecto a su naturaleza limitada, la EV, añade: “En ningún ámbito de


la vida la ley civil puede sustituir a la conciencia ni dictar normas que
excedan la propia competencia” [25].
El segundo de los atributos es el que se refiere a la necesaria
conformidad de la ley civil con la ley moral, reconocida por otro lado por
la cultura jurídica que comparte la visión de la preeminencia de los
derechos humanos sobre las leyes. Como dice Centessimus Annus:
“existe una fundamental congruencia entre la verdad sobre la persona
humana y la cultura moderna de los derechos del hombre,
especialmente evidente en el principio de subordinación de la
democracia al derecho, a los derechos humanos”[26].

A este respecto M. Ronheimmer afirma que “la EV no pretende poner en


duda la legitimidad de los mecanismos mayoritarios democráticos. No
pretende siquiera afirmar, más sencillamente, que una ley que no esté
en plena consonancia con la ley moral, resulte ipso facto ilegítima. La
encíclica no establece una contraposición entre democracia o cultura de
los derechos del hombre de una parte y “ley moral” por otra. Declara,
por el contrario, que el derecho civil, y en particular las constituciones
comprensivas de los derechos fundamentales de la persona, contiene
una dimensión moralmente relevante, expresión de esa verdad sobre el
hombre, que al final es también medida de legitimidad para cada
decisión tomada democráticamente por mayoría”.[27]

El poder del Estado está subordinado, por tanto, al reconocimiento y a la


garantía de los derechos de la persona y la mediación entre exigencias
morales y orden jurídico-político se realiza a través del derecho
constitucional en cuanto comprensivo de los derechos fundamentales de
la persona.

Esto supone que aunque las leyes justas son siempre mejorables, al
menos desde una perspectiva jurídica meramente técnica, y las leyes
inicuas son inicuas también en mayor o menor medida, existe siempre
una distancia insalvable entre las primeras y las segundas.

Las leyes que reconocen el derecho al aborto y a la eutanasia, implican


un trato desigual de las personas que componen la sociedad puesto que
no reconocen el derecho original y primario de la vida a todos sus
miembros de la misma manera. Es por esto que estas leyes además de
ser contrarias a la ley moral, niegan la protección civil de los derechos
fundamentales de las personas y en consecuencia: son leyes injustas y
por tanto, carentes de valor jurídico alguno.

“Por esta razón, aquellos magistrados que no reconozcan los derechos


del hombre o los atropellen, no sólo faltan ellos mismos a su deber, sino
que carece de obligatoriedad lo que ellos prescriban” [28].

También podemos destacar múltiples afirmaciones en este sentido del


propio Santo Tomás de Aquino, que a su vez cita a San Agustín: “La ley
humana es tal en cuanto está conforme con la recta razón y, por tanto,
deriva de la ley eterna. En cambio, cuando una ley está en contraste con
la razón, se la denomina ley inicua; sin embargo, en este caso deja de
ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia”[29] y añade:
“Toda ley puesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto deriva de
la ley natural. Por el contrario, si contradice en cualquier cosa a la ley
natural, entonces no será ley sino corrupción de la ley”

Si las leyes injustas se pueden clasificar en cuatro grupos.,

1) Leyes que pretenden regular comportamientos que no son relevantes


para el bien común.

2) Leyes que lesionan o privan de la necesaria tutela bienes o derechos


que pertenecen al bien común (los derechos fundamentales de la
persona, el orden público, la justicia, etc).

3) Leyes no promulgadas legítimamente.

4) Leyes que no distribuyen de manera equitativa y proporcional entre


los ciudadanos las cargas y beneficios que se derivan de la vida en
común.

Nos encontramos en este caso ante leyes injustas por la segunda razón,
al menos. A estas, como a las primeras, se impone la objeción de
conciencia. Esta y otras cuestiones morales son tratadas a continuación.

https://www.bioeticaweb.com/ley-civil-y-ley-moral-la-defensa-de-la-vida/

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