Está en la página 1de 6

1. Politeísmo.

Es la creencia en muchos dioses, los cuales, por regla general, se relacionan


con algún aspecto de la naturaleza o una función o actividad humana. En el mundo antiguo,
los egipcios, los babilonios, los asirios, los griegos y los romanos ofrecían culto a una
pluralidad de dioses. Su contraparte moderna se encuentra en el hinduismo, el budismo
mahayana, el confusionismo y el taoísmo posteriores, el sintoísmo del oriente y en
religiones de tribus africanas.
Este concepto rebaja a Dios y niega su pretensión exclusiva de ser la deidad. Si muchos
dioses pueden ayudar o perjudicar pero ninguno puede hacerlo todo (como creen los
politeístas), entonces los hombres tienen que dividir su devoción entre todos estos, ya que
no pueden saber de cuál necesitarán la ayuda próxima.
2. Panteísmo. El vocablo se deriva del griego pan (todo) y theos (Dios), y significa «todo
es Dios». Los panteístas afirman la unidad de toda realidad y la divinidad de esa unidad; es
decir, identifican el universo con Dios. Para ellos, todos los objetos de la naturaleza no
tienen más realidad que la existencia misma de Dios. Packer observa:
El panteísmo … no reconoce una distinción entre creador y criatura, sino que ve todo,
incluyendo el bien y el mal, como una forma o expresión directa de Dios; de manera que,
como dijo William Temple, Dios menos el universo es igual a nada. (En contraste, para el
teísmo, Dios menos el universo es igual a Dios.)4

Según los panteístas, Dios es la base de todas las cosas. «Él no creó el mundo porque
esencialmente él es el mundo … Dios no es una persona porque la personalidad implica
limitación».5 (Realmente el despersonalizar a Dios es hacerlo menos que un ser humano, no
podría pensar, sentir emoción, recordar, planificar y comunicarse.) No puede obrar
sobrenaturalmente porque está encerrado en el mundo. Puesto que todo lo que está en el
mundo y todo lo que sucede es una expresión de Dios, este es autor tanto del bien como del
mal, y el hombre es desprovisto de libertad y responsabilidad morales; también el tiempo
pierde significado, y la vida, incluyendo la ética, tiene poca importancia.
3. Panenteísmo. Es similar al panteísmo en afirmar que el universo es Dios, pero difiere de
aquella creencia al sostener que los dos no son idénticos. Aunque Dios es inseparable del
mundo, es más que esto; tiene una identidad propia y es algo que el universo no es.
Algunos panenteístas consideran a Dios como el alma del universo y al mundo como el
cuerpo de la divinidad. Son distintos pero el uno depende del otro.
Alfred North Whitehead y Charles Hartshorne, forjadores de la teología del proceso,
son teólogos de esta tendencia.
4. Deísmo. Es una creencia basada sobre la razón y no la revelación. Los proponentes creen
que un ser supremo creó el universo, puso en marcha las leyes que lo gobiernan y se fue.
Niegan que Dios tenga control sobre los acontecimientos, y no dejan lugar para
intervenciones milagrosas en la vida del hombre. Rechazan las doctrinas bíblicas tales
como la Trinidad, la encarnación, la expiación y el papel del pueblo elegido. Sin embargo,
sostienen que el hombre debe adorar a Dios, comportarse éticamente y arrepentirse de sus
pecados, pues habrá castigos y recompensas en esta vida y la del porvenir.
5. Teísmo. En general este término quiere decir «creencia en Dios» y abarca toda religión
que cree en alguna forma de la deidad.
Sin embargo, el teísmo en su sentido más específico se refiere a la creencia en un solo
Dios (a diferencia del politeísmo). Consiste de un ser personal, creador de todo lo que
existe en el universo; es tanto inmanente como trascendente y capaz de obrar libre y
sobrenaturalmente (a diferencia del panteísmo y panenteísmo). Finalmente, está presente en
todas partes e interesado en el bien de sus criaturas (contrario al deísmo).
A. F. Holmes lo describe:
Como creador, el Dios del teísmo es tanto inteligente como poderoso. Como persona,
es capaz de revelarse a sí mismo, un ser moral con preocupaciones justas y benevolentes a
favor de sus criaturas. Como el único (ser) trascendente, es libre para actuar soberanamente
en la creación. En esta actividad inmanente, busca sus propios buenos propósitos para la
historia en general y para las personas en particular. 6

Las tres grandes religiones teístas son el Judaísmo, el Islamismo y el Cristianismo.


«Cada uno afirma un Dios creador personal, auto revelador, activo en la creación y digno
de ser adorado. De estas tres, el cristianismo da la relación más plena de la participación de
Dios en su creación, en términos de la encarnación, y la obra redentora del eterno Hijo de
Dios».
GNOSTICISMO Del vocablo griego gnosis («conocimiento»), los gnósticos eran una
SECTA que mantenía la idea de unos conocimientos secretos que, según su enseñanza, les
convertían en superiores a los cristianos comunes que no participaban en los mismos. El
movimiento surgió de las filosofías paganas de la era precristiana procedentes de Babilonia,
Egipto, Siria y Grecia (Macedonia). El gnosticismo mezclaba las filosofías paganas con
algo de ASTROLOGÍA, y las religiones mistéricas griegas con las doctrinas apostólicas del
CRISTIANISMO, y llegó a ser influyente en la iglesia primitiva.
Su premisa básica es una perspectiva dualista del mundo (véase DUALISMO). El Dios
Padre Supremo emanó del mundo de los espíritus «justos» y de él procedieron los seres
finitos sucesivos (EONES), uno de los cuales (Sofía) dio a luz a Demiurgo (dios creador).
El dios creador, o Demiurgo, creó el mundo «maligno» material junto con todas las
distintas cosas orgánicas e inorgánicas que lo constituyen.
Algunos gnósticos cristianos, como Marción (m. alrededor de 160 d. C.) y Valentín,
enseñaron que la salvación venía de uno de los eones, Cristo, quien se había puesto a nivel
de los poderes malignos de las tinieblas para transmitir el conocimiento secreto (gnosis) y
liberar a los espíritus cautivos de luz del mundo terrenal y material hacia el mundo
espiritual y superior. Cristo, aunque aparecía como humano, nunca tuvo un cuerpo carnal y,
por tanto, no estaba sujeto a las emociones y debilidades humanas.
Hay evidencias que sugieren que una forma incipiente de gnosticismo surgió durante la
época apostólica y fue objeto de algunas de las epístolas neotestamentarias (1 Juan, las
epístolas pastorales).1 La principal polémica contra los gnósticos, sin embargo, apareció en
el período patrístico, con las escrituras apologéticas de Ireneo (aprox. 130-aprox. 200),
Tertuliano (aprox. 160-aprox. 225), e Hipólito (aprox. 170-aprox. 236). A los gnósticos se
les catalogó como heréticos y siempre los cristianos ortodoxos los han considerado como
tales. Actualmente, el gnosticismo es objeto de varias investigaciones a causa de los
hallazgos, en 1945–46 de los textos de Nag Hammadi en Egipto. Muchos CULTOS y
grupos OCULTISTAS mantienen alguna influencia del gnosticismo antiguo. véase también
ARCONTE.
Pero además, desde que en 1867 se fundó la Iglesia Gnóstica de Doinel, llamado por sí
mismo «Valentín II», han ido surgiendo diversas iglesias gnósticas modernas, que
conservan básicamente la mentalidad del gnosticismo antiguo; a saber, la Iglesia Gnóstica
Krumm-Heller, el Instituto Gnóstico de Antropología, la Iglesia Gnóstica Apostólica, la
Iglesia Gnóstica Católica, la Iglesia Gnóstica Ortodoxa, la Iglesia Gnóstica de los
Misterios, etc. Algunas de ellas, con tendencias luciferinas (véase SATANISMO), como la
Iglesia Gnóstica Lamparter, la Iglesia Gnóstica Espiritista, la Iglesia Gnóstica Latina o
también la Iglesia Gnóstica Católica (CROWLEY).
ESCEPTICISMO Este vocablo viene del vb.gr. sképtomai = observar sin afirmar ni negar.
Indica, pues, un estado de duda. Es menester distinguir entre (1) el escepticismo universal,
que extiende su duda a todo, y (2) el escepticismo particular, que limita la duda a una esfera
determinada. Entre las diversas clases de escepticismo particular, nos interesa especialmente
el escepticismo religioso, el cual pone en duda la existencia de todo lo que trasciende la
experiencia sensorial, en especial, la existencia de Dios y, con ello, de todo lo sobrenatural y
milagroso.
Como pionero del escepticismo propiamente dicho, tenemos a Pirrón de Elis (aprox. 360–
270), quien enseñaba que hemos de abstenernos de asentir a cualquier juicio (gr. epojé =
suspensión del juicio) y pasamos por Sexto Empírico en el siglo II de nuestra era, el gran
clásico del escepticismo, hasta M. E. de Montaigne (1533–1592), el más destacado escéptico
de la Edad Moderna y, ya en nuestros días, los italianos A. Aliotta (1881–1964) y G. Rensi
(1871–1941). En cierto modo, puede contarse entre los escépticos al español M. de Unamuno
(1864–1936), si bien podría tenérsele mejor por existencialista, bajo la influencia de S.
Kierkegaard.
El escepticismo puede considerarse también, no como un sistema filosófico determinado,
sino como método (gr. méthodos = camino) para alcanzar la certeza, tomando como punto
de partida de la gnoseología la duda universal. En esta misma línea se sitúa la duda metódica
de Descartes (cf. Cartesianismo).
¿Qué juicio nos merece el escepticismo? Creo que debemos distinguir entre el
escepticismo filosófico y el teológico. (1) El escepticismo filosófico (A) no tiene base alguna
en la realidad (cf. Evidencia) y (B) se contradice a sí mismo, pues a cualquier escéptico se le
puede preguntar si duda o no de su propia duda. Si dice que sí, o está soñando o es un loco
de atar. Si dice que no, entonces al menos de una cosa está seguro ¡no es un escéptico total!
(2) En cuanto al escepticismo teológico, ya es otra cosa. El conocimiento de Dios, como de
todo lo sobrenatural, es para la razón humana –ésa es mi opinión– inasequible, pues se funda
en pruebas que carecen de la solidez necesaria (cf. Dios. 25. Dios, Pruebas de la existencia
de). Sin embargo, la fe, don sobrenatural de Dios (Ef. 2:8) nos capacita para ver lo que la
razón no puede alcanzar porque no le cabe (cf.1 Co. 2:14). El modo de conocer de la fe es
totalmente distinto, por su base, del de la razón, porque de éste al de la fe hay un salto
cualitativo. Es decir, no es que la fe añada algo a lo que la razón ya ha conseguido (no es un
salto cuantitativo), sino que el conocimiento de la fe es de una cualidad enteramente distinta
y superior.

AGNOSTICISMO (cf. tamb. Ateísmo, Dios, Existencia de) El vocablo viene del gr.
ágnostos = no conocido, y así aparece en Hch. 17:23, en la referencia de Pablo a un Dios
desconocido (gr. Agnósto theó), palabras que él vio sobre un altar de Atenas. El término
agnosticismo fue acuñado por el naturalista inglés Thomas Huxley (1825–1895) en 1869,
pero su significado filosófico y teológico es tan antiguo como ambas disciplinas. Para Huxley
designa la actitud de quien se abstiene de pronunciarse sobre problemas sin resolver desde el
punto de vista científico, que rebasan la experiencia. Para él la ignorancia era moralmente
preferible al dogmatismo religioso o al materialismo agresivo de todo sentido de
trascendencia. En esa línea de pensamiento Herbert Spencer definió la realidad última como
Energía Desconocida, de la cual todo procede y evoluciona, y con la cual se puede mantener
una forma de misticismo cósmico. Albert Ritschl (1889) y su escuela teológica, siguiendo a
Kant*, enseñaron en esta línea que la creencia religiosa no es demostrable científicamente,
sino que sólo por fe se alcanza la seguridad de su realidad práctica. En filosofía moderna ha
venido a significar una suspensión del juicio sobre la existencia y naturaleza del Absoluto y
de la divinidad, una especie de guardar silencio sobre lo innombrable.
En los escritos de Platón, Sócrates aparece alabado por el oráculo de Delfos por aquella
confesión suya, tan conocida: Sólo sé que nada sé. Pero los más relevantes predecesores del
agnosticismo moderno son David Hume e Immanuel Kant. En su Crítica de la razón pura,
Kant niega la posibilidad de conocer las cosas que no son objeto directo de la experiencia
sensible. Más radical todavía es la doctrina de Hume y de los demás positivistas ingleses,
para quienes el mundo de lo sobrenatural no existe. Recientemente, ha llegado a su forma
más radical en A. J. Ayer (1910–1989), para quien la proposición gramatical «Dios existe»
carece totalmente de sentido, porque sus términos no pueden verificarse por la experiencia
sensorial. Leyendo uno de sus últimos escritos (The Central Questions of Philosophy), saco
la conclusión de que no tenía la menor idea de las verdades bíblicas sobre la Trina Deidad y
la Encarnación del Hijo de Dios, pero apela al sentimentalismo, al decir que una mirada a la
historia de la humanidad, lejos de ofrecernos la imagen de un Dios benévolo, más bien nos
presenta la de un Dios malévolo. Lo peor es que, en ciertos círculos intelectuales ingleses, es
tenido por un filósofo de 1a magnitud por su indudable talento, digno de mejor causa. No tan
radical, pero en tono parecido, aunque más discreto, era (más conocido que Ayer) Bertrand
Russell. (1872–1970), uno de los fundadores de la lógica simbólica.
En Hch. 14:14–17, Pablo y Bernabé, horrorizados por la actitud de los idólatras de Listra,
y abundando en la enseñanza constante del AT, presentaron al Dios vivo como creador de
todo cuanto existe y revelando su existencia por el hecho mismo de hacer el bien y darnos
lluvias del cielo y sazones fructíferas. De forma parecida, se expresó Pablo en su discurso en
el Areópago de Atenas (Hch. 17:24 ss.). En Ro. 1:18–22, el Apóstol deja sin excusa a los

tamb. también
que, teniendo algún conocimiento del poder y de la deidad del Creador, no le glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias. En mi opinión, los inculpados no podían alcanzar, por las
solas fuerzas de la razón natural, un conocimiento apodíctico del Dios de la Biblia, en
consonancia con lo que el propio Pablo dice en 1 Co. 2:14: «pues el hombre animal (gr.
psujikós) no acoge (es decir, no presta cabida = u déjetai) las cosas que son del espíritu,
porque para él son locura» (versión literal. Lo de de Dios, tras espíritu, es una inclusión
dudosa, a pesar de que los mejores mss. están de su parte). Bien podríamos decir que Pablo,
en esos lugares, es un cristiano que filosofa con la óptica de la fe. En todo caso, la enseñanza
clara de 1 Co. 2:14, implícita en otros lugares del NT, es que las cosas espirituales, el mundo
de lo sobrenatural, es algo superior a las fuerzas de la razón natural, no en grado
(cuantitativamente), sino de clase (cualitativamente). En otras palabras, para dar el salto de
la razón a la fe (que es don de Dios, Ef. 2:8), se hace necesaria una operación del Espíritu
Santo, con la que se abran e iluminen los ojos del corazón (Ef. 1:18). Sin ello, la razón
filosófica y científica, cada vez más ilustrada en ambos frentes, puede defender, con mayor
o menor lógica, el agnosticismo.
Bib. Julián Valverde, El agnosticismo (Trotta, Madrid 1996).1

MATERIALISMO Se entiende por materialismo la doctrina que enseña que sólo existe la
materia o lo que depende de la materia. En este sentido amplio, pueden llamarse materialistas
los sistemas filosóficos de Demócrito y de Epicuro, pasando por el mecanicismo y el
positivismo hasta el materialismo práctico de quienes viven como si sólo existiera lo material
y, desde luego, el materialismo dialéctico e histórico de K. Marx (cf. Marxismo). En sentido
estricto, el materialismo es una postura filosófica con su propia ontología, según la cual se
niega radicalmente la existencia del espíritu, tanto puro (Dios y los ángeles) como
incorporado (el alma humana).
La oposición al materialismo surge desde dos flancos: (1) del lado filosófico, se oponen
al materialismo (A) las filosofías dualistas, como la de Descartes; (B) las filosofías
antirreduccionistas, las cuales, aun admitiendo el aspecto materialista del universo, se niegan
a concluir que el universo no sea otra cosa que materia. (2) Del lado teológico, es cierto que,
a veces, parece como si la Biblia pusiera énfasis en la idea de que el hombre es parte de la
creación material, pero también pone en claro que el hombre es un ser espiritual dominador
de la naturaleza (cf. Gn. 1:26 ss.; 2:7 ss.) y que su alma espiritual continúa existiendo después
de la muerte física (cf. 2 Co. 5:1–10).
Materialismo freudiano. Para S. Freud (1856–1939), Dios, la naturaleza espiritual del
alma humana, la libertad, la moral, etc., quedan reducidos a materia, a meros fenómenos de
orden psíquico, que tienen su fundamento en la libido. La imagen que Freud ofrece del
hombre no difiere sustancialmente de la animal y es incapaz de explicar los valores del
espíritu y la dignidad de la persona humana. En esa misma línea se mueven H. Marcuse y E.
Fromm.
Materialismo histórico. Marx no puede probar que todo lo que existe es material, sino
que lo da por supuesto, lo que representa una laguna en su pensamiento. El materialismo
histórico comprende dos facetas o momentos: la interpretación y la praxis; la explicación
teórica y la acción revolucionaria. Para Marx, la estructura fundamental de la vida humana
es la economía, los bienes materiales. Por eso, hasta que no se suprima la primera alienación*
humana, que es producida por la propiedad privada, no se llegará a destruir lo que justifica
todas las alienaciones, la religión. Las fuerzas económicas constituyen el verdadero motor de
la historia. Conociendo los hechos económicos, se descubren las leyes necesarias de la
historia y de la vida humana; partiendo de lo que es, de lo que existe realmente desde la
perspectiva materialista, sabremos lo que necesariamente vendrá, pues la historia –dice–
responde a las leyes de la dialéctica.
Es indudable que los condicionamientos económicos influyen en el modo de pensar de la
gente, pero también es cierto que el pensamiento y la vida de los hombres responden, con
mayor operatividad, a motivos de orden espiritual: creencias religiosas, ideas políticas,
filosóficas, artísticas, etc. Éstas rigen la vida individual y social. Al descartar Marx el
principio de la existencia de Dios, su humanismo no puede derivar, no ha derivado de hecho,
en un alto concepto del hombre, tal como ofrece la fe que considera al hombre creado a
imagen y semejanza de Dios, el máximo garante de la libertad y dignidad humanas.
Bib. J. L. López Ibor, La agonía del psicoanálisis (Espasa-Calpe, Madrid 1973, 3a ed.);
A. Ple, Freud y la religión (BAC, Madrid 1969); R. Gambra, La interpretación materialista
de la historia (CSIC, Madrid 1960); I. M. Bochenski, El materialismo dialéctico (EUNSA,
Pamplona 1975); D. Sabiote Navarro, El problema del humanismo en Erich Fromm y Herbert
Marcuse (UPS, Salamanca 1985); G. Wetter, El materialismo dialéctico (Taurus, Madrid
1963).

También podría gustarte