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Esta parábola no está calculada para enseñar una religión de "no hacer nada". La verdad es
que el automóvil me representa a mí, que soy una persona. El conductor controla la
persona porque el individuo así lo ha decidido. No hace que la persona se mantenga
inactiva, sino todo lo contrario, requiere de ella gran actividad (Gálalas 2:20).
En el libro Life Sketches, págs. 190-193, aparece la versión antigua de esta parábola.
Una Parábola Moderna 10
atracciones. Si bien yo quería detenerme, estaba seguro de que mi
conductor no tomaría ese camino. De modo que le di un golpecito en
el hombro, y le dije: "Disculpe. ¿Puedo manejar yo?"
Mi compañero nunca me impidió manejar, nunca me quitó mi
derecho de escoger, y nunca expresó ninguna objeción cuando le pedía
que me dejara conducir. Se hizo a un lado, y tomé el volante. Para mi
sorpresa, los Datsuns y los Volkswagens se mantuvieron fuera de mi
camino. Disminuí la velocidad, me aparté a la izquierda y tomé el
camino que llevaba al parque de diversiones.
De pronto me encontré con una curva que no había anticipado y
me salí del camino, cayendo a un barranco. En el fondo, cuando
recobré el conocimiento, y mientras alrededor de mí caían tornillos y
partes del motor, mi compañero me tocó en el hombro y dijo:
– ¿Quisiera usted que yo siguiera manejando? – Y yo le respondí:
– A decir verdad se me acababa de ocurrir la misma cosa.
No sé cómo lo hizo, pero de alguna manera armó nuevamente mi
automóvil y logró hacer andar el motor. En poco rato, habíamos salido
de allí y estábamos viajando por la carretera a 140 km por hora
nuevamente. Fue entonces cuando hice la decisión de no volver a
tocar el volante. Mi conductor nunca me reprochó por mi estupidez.
Pero a medida que avanzábamos en el viaje, día tras día, de pronto
me encontré en el asiento del conductor sin siquiera darme cuenta de que
había cambiado lugar con mi conductor. No sé cómo sucedió. De hecho,
en los primeros momentos ni siquiera me di cuenta de que yo estaba
manejando, porque los otros automóviles pequeños se apartaban de mi
camino. Pero luego vi otro camión que venía rugiendo por una curva
adelante de nosotros, y en cuanto lo vi, me pregunté quién iba al volante.
Dándome cuenta de que yo estaba manejando, por la mente me
cruzó el siguiente pensamiento: "Tú viste cómo lo hizo ¿por qué no
puedes hacer lo mismo? Aumenta la velocidad a 200 km/hora y
lánzate derecho contra el camión. ¡Eso lo hará caer al foso!"
Una Parábola Moderna 11
El desafio me entusiasmó, porque después de todo había recibido
excelentes lecciones acerca de cómo enfrentar los camiones diésel. De
modo que me aferré al volante y aceleré a 200 km/hora. No necesito
decirles qué pasó. Habría perdido mi vida en la terrible colisión, pero
justo antes del impacto, mi amigo se lanzó delante de mí, y él terminó
magullado y sangrante.
Una vez que los escombros habían terminado de caer alrededor de
nosotros, me dijo:
– ¿Quieres que maneje?
– ¿Manejar qué? – pregunté.
Pero para mi sorpresa, descrubrí nuevamente que no sólo era
carpintero y reparador de carrocerías, sino también un experto
mecánico. Una vez más nos pusimos a viajar por la carretera hacia la lejana
ciudad, con mi conductor al volante. Al ver las heridas y magulladuras que
le causé, me sentí acongojado y le pedí que me perdonara .
Poco a poco, a medida que continuamos viajando juntos, me doy
cuenta de que fracaso cada vez que procuro ayudarle a realizar lo
que él ya me ha prometido hacer: conducir en mi lugar y llevarme
hasta esa ciudad. Mis fracasos siempre se producen, no porque yo no
procure con insistencia manejar, sino porque a veces no le permito
hacerlo en lugar mío.
Siempre que se acerca un diesel, cargado sea con troncos, heno
o carbón, si por equivocación o por elección propia yo me
encontraba en el asiento del conductor, me arrepiento y le permito
que rápidamente se haga cargo del volante. Me he dado cuenta de otra
cosa que ha estado sucediendo. He descubierto que los otros vehículos
también comienzan a parecer camiones diesel.
La jornada aún no ha terminado, pero el otro día llegamos a una
encrucijada. Un camino se apartaba hacia la izquierda y terminaba
en un jardín maravilloso, de belleza indescriptible, con flores,
campos de golf, verdes prados, fuentes, lagos y arroyos, y frondosas
palmeras. A él se llegaba por una ancha carretera de ocho vías.
Una Parábola Moderna 12
Pero el camino de la derecha se salía del pavimento y se
convertía en un sendero pedregozo. Más adelante pude ver que subía
una montaña, y que el trayecto estaba lleno de baches.
¿Qué camino siguió mi conductor? El de la derecha, que estaba
lleno de agujeros.
Le di un golpecito en el hombro y le dije:
– ¿Vio usted el otro camino?
– Sí.
– ¿Está seguro de que éste es el camino correcto? El de la
izquierda se parecía más a la descripción que usted me hizo de la
ciudad lejana.
– Estoy seguro de estar en la ruta correcta. Pero si usted no lo
cree, puede manejar.
– No, gracias. Tenga la bondad de seguir guiando.
A medida que continuábamos subiendo y pasábamos curva tras
curva, más y más alto, eché una ojeada a los hermosos jardines que
habían quedado atrás, y vi que junto a ellos – y muy cerca – surgían
grandes nubes de humo que parecían provenir de camiones Peterbilt, de
horquetas y de heno en llamas.
Ahora me siento decidido a dejar que mi conductor siga al volante a
medida que continuamos subiendo por el estrecho camino lleno de baches .
Pero ha comenzado a suceder algo que me llena de entusiasmo.
Del otro lado de la montaña resplandece una luz gloriosa. Me siento
impaciente por ver de qué se trata. Es un resplandor maravilloso, y a
medida que nos acercamos lo puedo distinguir con mayor claridad. Me
parece que debe ser un reflejo de esa distante ciudad. Mientras tanto, si
bien mi interés en esa ciudad no ha disminuido, estoy disfrutando
mucho con la oportunidad de llegar a conocer mejor a mi conductor;
a medida que se profundiza nuestra amistad, siento que me inspira cada
vez mayor confianza y amor.