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Sinopsis

Skylar quiere conseguir un trabajo, pero todas las entrevistas le sale mal, hasta que, gracias a
una amiga, se ve en el despacho de la empresa más importante de todo Dallas, frente a El Jefe,
Alexander Black.
Éste busca una secretaria, que, según dicen, solo le va durando dos semanas. ¿Podrá ella
romper ese récord para conservar el único trabajo en el que ha conseguido superar la entrevista?
Y, sobretodo, ¿podrá superar con dignidad las ganas que tiene de besar a El Jefe cada vez que
está frente a ella?
Capítulo 1
Día nefasto

Ese día llovía. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer mismo, recuerdo que fue en ese día en
el que mis tontas ilusiones de encontrar trabajo de lo que yo había estudiado y lo que me gustaba,
no era tan fácil. Yo acababa de terminar mi carrera de Empresariales, de hecho, lo había sacado
con matrícula, siempre había sido buena estudiante, pero la situación humilde de mis padres
siempre había sido un hándicap para que mis notas tuvieran que ser las mejores de la clase y
hacerme con la matrícula.
Apenas era por la mañana y me dirigí a mi piso dispuesta a acabar con ese nefasto día. Estaba
cansada, me había tirado toda la noche estudiando la empresa a la que me iba a entrevistar, hora
tras hora de la madrugada en la que debería estar descansando la había empleado en prepararme
una nueva entrevista. ¿Para qué? Para nada, porque al ponerme frente al señor que iba a oficiarme
la entrevista, mis conocimientos me abandonaron y se centraron en vigilar atentamente el brillo
que caracterizaba la calva de mi casi no jefe.
Entré al piso, arrollando con la mesa que había presidiendo el pequeño pasillo que estaba
nada más entrar allí; a pesar de que esa mesita estaba ahí desde que nos mudamos mi amiga
Megan y yo, siempre solía dejarme la rodilla pegada a una de sus patas.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó Megan desde el salón, sabiendo que había llegado gracias a
mi forma de hacerme ver.
Megan era alta, con el pelo cobrizo, largo y rizado. Sus ojos estaban rasgados, y tenía alguna
que otra peca que hacía endulzar su rostro. Ella no había estudiado, no al menos una carrera,
desde pequeña comenzó a trabajar en la cafetería de sus padres hasta que se peleó con ellos
cuando les hizo saber que no quería aspirar a nada más que servir cafés, y claro que no es nada
malo, pero si por los padres fuera, todos seríamos médicos, presidentes del gobierno....
A partir de ahí se fue de casa y me propuso mudarnos a Dallas, donde yo podía formarme aún
mejor en mis estudios y ella podría aumentar sus posibilidades de trabajo. Tiempo después de dar
mi deseado sí, alquilamos nuestro piso y gracias a la ayuda que nos proporcionó mi padre y mi
hermano pudimos hacer de este húmedo sitio un gran hogar, o al menos un pseudohogar. Nuestro
piso al entrar tenía un pequeño pasillo coronado por mi querida mesita, y frente a la puerta, había
un gran armario empotrado para guardar nuestros abrigos. Poco más adelante se situaba una
pequeña cocina, y después el salón principal. Estaba compuesto por una mediana televisión y dos
sofás negros, junto un puf negro y otro morado oscuro rodeando una pequeña mesa de cristal. A su
izquierda, justo pegando con la pared, estaba la mesa de comedor, pequeña y rectangular, y cuatro
sillas alrededor de ella. En la pared de enfrente había otro pequeño pasillo, donde estaba a la
izquierda el baño y después mi habitación, y frente a ella, la de Megan.
—Sin comentarios —bufé mientras me tiraba a nuestro viejo sofá de color negro. No tenía si
quiera ganas de hablar. ¿Por qué costaba tanto encontrar un trabajo de lo que habías estudiado? Si
alguien me hubiera abierto los ojos en su momento, seguro que hubiera hecho lo mismo que
Megan, que sin estudios, estaba trabajando y el dinero que ganaba le permitía vivir y darse algún
capricho.
—No te des por vencida, no tan pronto, sabes de sobra que vales —me dijo con tono de
consuelo, abrazándome fuertemente.
—Quizá no solamente sirva valer... —murmuré soportando el no poder respirar por culpa de
su opresión.
—Oye, no me valen esos ánimos —contestó Megan despegándose al fin de mí—. Con esa cara
me vas a quitar las ganas de darte la sorpresa que tengo para ti.
—¿Una sorpresa? —pregunté frunciendo el ceño e incorporándome en el sofá.
—Sí, Sky, sorpresa; cosa que da motivo para que determinada persona se sorprenda —dijo
con cara de superioridad de pie frente de mí.
—Eres una jodida estúpida —río tapándome el rostro con uno de los cojines que estaba a mi
alcance.
—Calla de una maldita vez y escucha —contesta convirtiendo su gesto en un serio y
sentándose en la esquina de la mesa de cristal. Su maldita manía que acabará dejándonos sin mesa
—. ¿Recuerdas ese puesto de secretaria en Black Enterprise?
—Puede... —mascullé con un puchero al imaginarme cómo sería trabajar allí.
Black Enterprise era una de las más importantes de Dallas.
—Tienes una entrevista —dijo rápidamente mirando con cara de deseo y formando con sus
labios una fina línea fruto de su emoción.
—¿¿Qué?? —vociferé, levantándome de un respingo del sofá y provocando que ella hiciera lo
mismo—. No, no, no tengo ánimos para bromas, Megan, no es gracioso.
—Sí, esta tarde. No, no es gracioso, es una sorpresa. No, no puedes echarte atrás —contestó
agarrándome por los brazos y sacudiendo levemente para que volviera a la conversación.
—Pero... ¿Cómo? Por favor, di que no es una broma, dilo —Ella negó con la cabeza con una
sonrisa un tanto vanidosa—. ¿Cómo lo has conseguido? —tartamudeé abriendo mis ojos
ampliamente.
—¿Magia? —cuestionó mientras aleteaba sus pestañas de una manera coqueta y me incitó a
saltar con ella.
—¡¡Para!! Explícame —pedí, siendo yo en ese momento quien la agarraba de los brazos para
relajarnos.
—Tim, ¿te acuerdas de él? —contestó algo más tranquila pero con una sonrisa aún en su
rostro.
—No.
—El que me tiró en la discoteca —intentó aclarar, pero no me valió de mucho.
—¿Cuál de los mil? —sonreí malvada, aunque intentando camuflar el revoltijo de sentimientos
que se habían formado en un barriga.
—El jardinero de Black Enterprise —dijo riéndose como una loca.
—¿Él... te... lo... ha conseguido? —tartamudeé atendiendo a cada movimiento que hacía
Megan, para asegurarme por su lenguaje corporal que realmente iba en serio.
—Sí, y como no te des prisa, llegarás tarde —Me empujó hacia el pasillo de las habitaciones
—. No pretenderás ir con esas pintas, ¿no? Hueles a perdedora.
La miré con ilusión; definitivamente tenía una entrevista en Black Enterprise. Salté de ilusión y
me metí en mi habitación para cambiarme de ropa y arreglarme un poco el pelo, pues la lluvia
había acabado con mi peinado.
Me puse una falda de tubo azul con una camisa blanca y un collar, me puse un abrigo y salí
corriendo a Black Enterprise.
Llegué al sitio donde se encontraba la que ojalá fuera mi empresa, aunque ya apunté
mentalmente que debería quejarme si me cogían sobre el aparcamiento, ya que estaba cerrado y
sin muchas expectativas de ser abierto.
Como acostumbraba en mi desastrosa vida, iba tarde, ya que nunca me hubiera imaginado que
desde mi casa hasta la empresa hubiera tanto camino, por lo que tuve que ponerlo mal estacionado
cerca de la empresa. Conté hasta tres para hacerme a la idea de que en el trayecto del coche a la
puerta de la empresa me iba a mojar, y salí corriendo hacía allí. Cuando llegué a la puerta me paré
en seco: eso era demasiado impresionante. Era tan alto, y brillaba. Brillaba mucho.
Por un momento quise despertar ese sueño en el que no era bien recibida. Me sentía tan
pequeña... como nunca antes me había sentido, o al menos, no tanto. ¿Estaba siendo demasiado
ambiciosa presentándome a un puesto así? Indudablemente, la respuesta era sí. Por un momento
pensé en girar sobre mis talones e irme por donde había venido, pero mis pies y supongo que la
ilusión no me lo permitieron. Pellizqué mi brazo, causándome un desagradable dolor a la par que
gustoso por hacerme saber que ese no era un sueño, era la realidad, y era una oportunidad la cual
no debía dejar escapar.
Instantes después, y rezando para que nadie hubiera sido testigo de mi lucha interior en la
puerta sobre si entrar o marcharme, entré en la empresa, y eso consiguió que mis dudas se
multiplicaran por mil.
—¿Qué quiere? —preguntó lo que supuse que era la recepcionista cuando me vio sin rumbo en
la puerta.
Le sonreí y me acerqué a ella, observando cómo su cabello rubio oscuro no era afectado por
la gran humedad del ambiente. Segunda cosa, si era contratada en esa empresa, ella me tendría que
contar cómo hacer que el cabello no se bufara por la lluvia.
—Para la entrevista del puesto de secretaria —musité sin mirarle directamente a la cara.
¿Era estúpida al sentirme inferior a todo lo que tenía que ver con esa empresa?
Ella soltó una risa sarcástica por lo bajo que me incomodó mucho y que me hizo levantar la
mirada, para descubrir cómo sus ojos marrones me analizaban detenidamente.
—Su nombre —dijo al fin tras carraspear su garganta para disimular esa risa fuera de lugar.
Sin lugar a dudas, ya no me interesaba ninguno de sus tips respecto a su cabello.
—Skylar Grace Evans —contesté ardua rascando mi cuello considerablemente nerviosa.
—Está bien —dijo tras revisar una lista que había en la esquina del mostrador—. Puede
sentarse ahí y esperar.
¿A qué había venido esa sonrisita estúpida? Demasiado nerviosa estaba yo para que ella lo
aumentara. Me senté temblorosa en un sofá de terciopelo blanco, aunque, a decir verdad, todo era
blanco.
Esperé unos minutos hasta que un hombre vestido con un mono vaquero y camisa a cuadros,
propio de un jardinero, preguntó en voz alta:
—Propietario de Ford rojo, salga.
Algo más tranquila, y acariciando el suave terciopelo del sofá, miré hacia la gente para ver
quién reaccionaba, la verdad que la persona que estacionara un coche mal en esa zona era
simplemente estúpida. Tan estúpida como... como yo.
Me levanté rápidamente, con el pecho comenzando a bajar y a subir por la intensidad de mi
respiración, y me acerqué al chico que se disponía a salir ante el silencio que se había acomodado
en la recepción.
—Yo —le dije, provocando que él volviera a entrar en la recepción ante mi voz—. ¿Qué
sucede?
—Salga —repitió alzando una de sus cejas con cierta cara de desconcierto.
Yo asentí con los ojos bien abiertos y así hice. Una vez en la puerta, agradeciendo que hubiera
parado de llover por unos momentos para no estropear más mi cabello, me percaté de que mi
coche, que tanto sudor y lágrimas me había costado, se encontraba rodeado por dos policías.
—¿Qué le ha pasado a mi coche? —bramé pasos antes incluso de llegar junto a ellos.
—Oh —musitó un policía a la vez que el otro también se giraba ante mí, descubriendo que
esos dos policías estaban acompañados por una tercera persona, aparentemente civil—. Su coche
estaba mal estacionado.
Yo bajé la mirada y suspiré profundamente; había ido en busca de trabajo para ganar dinero y
seguramente iba a volver a casa con menos dinero debido a la multa.
—Y este hombre ha rozado su coche debido a su mala posición —continuó diciendo el mismo
policía apoyando sus manos en su cintura.
—¿Qué? —vociferé exasperada mientras rodeaba todo mi coche para ver finalmente que la
puerta del copiloto estaba especialmente lacerada—. ¿Y ahora qué? —continué con el mismo tono
de voz, muy enfadada, rozando con las yemas de mis dedos las "heridas" de mi pobre coche.
—Yo lo pagaré —dijo el hombre que no parecía un policía.
Al escuchar su voz fue la primera vez que me digné a mirarle, e impulsivamente le fulminé con
la mirada.
—No tiene por qué, la culpa es de la señorita que ha estacionado mal su coche. Me imaginaba
que sería alguien joven —comentó el otro policía, provocando que mi mirada asesina se posara
esa vez en él.
—¿Rompe mi coche y es mi culpa? —vociferé realmente disgustada.
Era cierto que era mi culpa y que había estacionado mal mi coche, ¿pero acaso él era ciego
para no verlo? Porque, literalmente, se lo había tragado.
—Sí —contestó de mal humor un policía encarándose a mí, colocándose en posición
de jarras.
—Lo pagaré yo —repitió el hombre interponiéndose en el duelo cara a cara que habíamos
formando uno de los policías y yo, dándome la espalda—. Ya sabe cuál es mi nombre, ahora tengo
que irme —continuó diciendo, para después dar un toquecito en el hombro del policía y
marcharse.
¿Ya sabe cuál es mi nombre? ¿Tantas multas había tenido? ¿Y tenían la cara de echarme a mí
la culpa que en la vida había tenido un problema así?
—Dígame su nombre —preguntó el policía sacando de su bolsillo una pequeña libreta y un
bolígrafo.
—Skylar Grace Evans —era la segunda vez que decía mi nombre en apenas unos minutos—.
Ahora, si me disculpa, tengo una entrevista de trabajo.
—¿En Black Enterprise? —dijo con gesto torcido el otro policía.
Yo asentí entrecortada y pausadamente.
Ambos me miraron de arriba abajo y luego se miraron ellos y no dijeron nada. Odiaba que la
gente me inspeccionara como si fuera una mercancía.
Yo me quedé quieta unos segundos, y me fui de allí. Caminé de nuevo hacia la empresa y al
entrar, decidí meterme unos segundos en el baño para retocarme.
—¿Por qué me miran todos así? —me pregunté a mi misma mirándome en el espejo mientras
acomodaba mi cabello en lo medida de lo posible, aprovechando que no había nadie más—.
Tampoco me veo tan mal.
Comencé a mirarme detenidamente: era rubia, aunque mis cejas delataban que mi color natural
era castaño oscuro. Decidí tintármelo tras la muerte de mi madre; me era imposible mirarme al
espejo y verla en mi reflejo. Mis ojos eran totalmente azules, y mi tez aunque no era muy blanca,
tampoco podía pavonearse de ser demasiado oscura.
Mejoré mi maquillaje como pude y suspiré profundamente. Me eché colonia por todas las
partes de mi cuerpo, y ensayé una falsa sonrisa antes de salir de allí. Me quedaba mal, pero era lo
único que tenía.
Volví al sitio donde estaba antes sentada con la cabeza agachada, y antes de llegar, oí la
conocida voz de la recepcionista:
—Señorita —Me giré al imaginarme que se refería a mí—. Acérquese.
—¿Si? —contesté con cierto tono de pesadez.
—No esté tan nerviosa —dijo con tono conciliador y me rindió una sonrisa.
—No puedo —confesé sonriendo moviéndome especialmente nerviosa.
—Cada dos semanas el puesto está vacante, si no es esta vez, lo será a la siguiente —dijo
convencida, intentando tranquilizarme con sus palabras pero consiguiendo que me perturbaran.
—¿Qué? ¿Cada dos semanas? —repetí extrañada en un hilo de voz.
¿Un contrato de dos semanas?
—El Jefe no aguanta a la misma secretaria más de dos semanas, aunque ese es el récord —al
escuchar su declaración mi boca formó una perfecta y amplia O.
¿Dónde me había metido Megan?
En ese momento sonó el teléfono de la recepcionista y me hizo un gesto para que la disculpara.
Yo asentí y volví a mirar el entorno.
¿Dos semanas? ¿Cómo era El Jefe de exigente? Si lo era tanto, seguro que al oírme hablar solo
una vez me echaba inmediatamente de su despacho. Era el caos en persona, y eso no solía
agradarle a mucha gente.
—¿Skylar Grace Evans? —escuché de la voz de la recepcionista y me volví a girar
inmediatamente.
—¿Si? —contesté a una distancia prudencial de ella.
—Último piso al final, le espera El Jefe para la entrevista.
Yo tragué saliva fuertemente y mis ojos se abrieron como platos. ¿Estaba preparada? No,
realmente no estaba preparada. ¿Y si huía? Quizá era lo mejor, quizá así me ahorraba el oír que
era una descarada al presentarme a ese puesto de un viejo calvo cansado de los millones de su
cartilla.
—Suerte —continuó guiñándome el ojo.
Yo hice un movimiento en seña de agradecimiento; no me salían las palabras. Subí al ascensor
y mientras subía, iba recordando la mierda de mañana que había llevado: la nefasta entrevista, mi
coche estropeado, y ahora un jefe al cual solo podías aspirar dos semanas de trabajo.
Había acogido esa entrevista con tanta ilusión, que hasta yo misma me extrañaba de desear que
ese ascensor no se abriera nunca. Podría averiarse, podría quedarse cerrado hasta el día siguiente
y así perder la entrevista, así no podía echarme en cara Megan que había sido mi culpa.
Llegó, por suerte o por desgracia, al fin al último piso, donde de las cinco personas que nos
habíamos subido en recepción yo era la única que quedaba ahí. Cerré los ojos un momento, y fui a
la puerta del final. Miré hacia un lado y vi la mesa vacía de su secretaria. Comencé a temblar y
toqué como pude la puerta.
—Entre —escuché desde dentro una voz ronca que había conseguido imponerme solo por
pronunciar esa simple palabra.
Me santigüé y decidí abrir la puerta, ¿qué podía decirme que no me hubiera dicho el señor de
la anterior entrevista? Incluso me había tachado de aprovechada de la vida, pero a decir verdad,
no había sabido defender mis conocimientos, porque tener los tenía, pero me era difícil sacarlos a
relucir.
Mi primera impresión del sitio fue su inmensa dimensión: era enorme, y para no variar,
blanca. Había un hombre vestido de traje de espaldas, mirando el gran ventanal, y al escuchar la
puerta, se giró.
Mierda, mierda, y más mierda para mi toda.
¿El día no podría haber ido peor...?
Él sonrió al reconocerme. Era el hombre que había destrozado mi precioso coche. Yo cerré
los ojos y suspiré aun postrada justamente al lado de la puerta. ¿Podía hacer la entrevista desde
ahí y que me fuera más fácil huir si la situación así lo requería? Adiós trabajo de mi vida.
Le miré detenidamente; era alto, con el pelo rizado cobrizo, y unos ojos profundamente azules
oscuros.
—¿Va a quedarse en la puerta? —preguntó tomando asiento, rompiendo el silencio incómodo
que habíamos formado pero que me hacía sentir más calmada.
Yo negué con la cabeza, confusa. ¿Dónde estaba la cámara oculta? Di unos pasos hacia delante
hasta que me encontré frente a la mesa.
—Siéntese —dijo con tono autoritario que fui incapaz de infringir.
—¿Ahora no habla tanto como antes, no? —continuó con voz seria pero con cierto deje jocoso
que me hizo confundirme aún más al ver que solo hacía gestos y no pronunciaba ni una palabra.
Realmente no me salían, las tenía estancadas en la garganta, y, o no decía nada, o salían todas a la
vez.
—Hola… —murmuré mirando mis manos entrelazadas sobre mis muslos, suspirando
pausadamente para digerir bien la situación.
Hola, suerte, me llamo Skylar Grace Evans y me gustaría conocerte alguna vez en la vida.
Escuché una sutil carcajada que me hizo descolocarme aún más. Supuse que en el anuncio de
trabajo buscaban una secretaria, no un bufón para hacer reír a todos los trabajadores de ese sitio.
—Bien, le haré varias preguntas —dijo colocando sus codos sobre la mesa y alzando
considerablemente la voz para asegurarse de que estaba atenta. Alcé mi mirada y descubrí cómo
su cara reflejaba cierta diversión. Eso me puso más nerviosa—. Cuénteme acerca de usted misma.
Opté primeramente por el silencio. Miré al ventanal que se encontraba a la espalda del
hombre, cerciorándome de que había vuelto a llover. Sacudí mi cabeza.
No, no podía entretenerme con eso. No, no y no.
—Tengo 23 años —hablé al fin, volviendo a mirar mis manos. Hablar mirándole a la cara se
había convertido en misión imposible para mí—. Y acabo de terminar la universidad.
Él sonrió mientras asentía levemente, aunque ese gesto no me inspiró confianza.
—¿Qué experiencia tiene usted en este campo? —continuó, mirándome intensamente,
colocando su chaqueta perfectamente colocada ya de serie.
En ese momento me permití hacerme de entrevistadora a mí misma y plantearme una
pregunta: ¿Qué hago aquí? ¿Cómo he podido si quiera pretender trabajar en una empresa así?
—Ah, ¿Qué esto es una entrevista para trabajar de agricultora? ¿No? Je, je…
El Jefe no tomó bien mi broma. La verdad que solía decir cosas estúpidas cuando estaba
nerviosa.
—Mire Señor... —mascullé alzando la vista, pero volviéndola a centrar en mis manos al
cruzarme con su mirada. No sabía ni su nombre, así que miré la placa y mi suspicacia me hizo
percatarme que quizá se llamaba Alexander Black. Tenía sentido, era el jefe de Black Enterprise
—. Señor Alexander, acabo de terminar mi carrera y yo solo he trabajado en las prácticas en una
empresa al por menor…
¿Ese término existía? Conocimientos, ¿Dónde estaban? ¿Por qué me abandonaban cuando más
lo necesitaba? Y si la presión de una entrevista no era bastante, encima, la presencia de él me
hacía incomodarme más.
Él asintió tenuemente, con cara de neutralidad.
—¿Se considera usted exitosa? —continuó, parecía que estaba leyéndolo. ¿Estaba escuchando
realmente mis respuestas?
NOOO.
—Sí —me encogí de hombros y acaricié mi labio inferior con la yema de mis dedos—. Me he
fijado metas que he ido cumpliendo y he ayudado a otros a alcanzar las suyas.
Al escuchar mi respuesta me miró inquisitivamente asintiendo formando un pequeño mohín; le
había gustado.
—¿Qué sabe de esta organización? —preguntó levantándose y volviendo a colocar su traje.
No me había preparado nada. Solo había estudiado acerca de la otra empresa, y obviamente
no tenían nada en común.
Suspiré profundamente.
—Es... una de las más... importantes de todo Dallas —mascullé para que no me entendiera
muy bien.
—Eso lo sabe hasta un bebé, señorita Evans —contestó intentando disimular una pequeña risa,
apoyándose en la esquina de la mesa, cerca de mí.
¿Quería incomodarme? Porque lo estaba consiguiendo a la perfección.
—Ya... —musité colocando un mechón de pelo tras mi oreja, con cierto reproche a mí misma.
Él se recolocó y quedó totalmente sentado sobre la mesa. Obviando su cara de arrogancia, su
postura no me llegaría a pensar que se trataba del jefe de una empresa tan importante.
—¿Sabe de alguien que trabaja para nosotros? —continuó cruzándose de brazos, sintiendo su
eterna mirada clavada en mí.
—Tim, el jardinero —contesté conteniendo una risa que quería salir y de hecho salió.
¿En serio había dicho eso? Estaba demasiado nerviosa.
Él giró la cabeza y puso su mano sobre su boca. Se estaba riendo. ¿Era bueno o malo?
Malo, obviamente, se estaba riendo de mí.
Yo miré hacia abajo; esa situación era demasiado embarazosa y yo era demasiado ingenua.
—Mantenga la compostura —dijo mientras tosía para disimular su risa—. Continuemos,
señorita Evans. ¿Cuánto dinero o salario espera recibir?
—Esa es una pregunta difícil. ¿Podría decirme el presupuesto fijado para ese puesto? —esa
respuesta la había leído en un foro que busqué para este tipo de preguntas, esa respuesta y todas
las anteriormente dadas que resultaban algo más inteligentes que las de mi propia cosecha.
Realmente con 1200 dólares al mes me conformaba, pero también leí que es bastante inapropiado
decir cifras en la entrevista.
—2500 al mes, señorita Evans —respondió esta vez sentándose de nuevo en la silla.
Si hubiera estado de pie, seguro me hubiera desmayado.
¿2500 al mes? Doblaba el salario al que me conformaba.
Amarga tentación de saber las maravillas de ese trabajo y saber que nunca sería mío.
—¿Es lo que merece su trabajo, señorita Evans? —prosiguió al ver mi seguro rostro de
sorpresa.
—Eso ya lo valorará usted.
Sin pensar, respuesta idónea. ¡Toma ya!
—¿Cuánto tiempo se va a quedar trabajar para nosotros sí es contratada? —Ese hombre era
impasible. Podría al menos dedicarme una sonrisa de: buena respuesta. Seguía pensando que
estaba haciéndome las preguntas por cortesía pero realmente desde el momento que crucé la
puerta sabía que no me iba a contratar.
—Me gustaría que sea por un largo tiempo o tal vez mientras tanto que yo sienta que estoy
haciendo un buen trabajo como ustedes lo sientan así de igual manera.
Bendito foro y benditas las horas que me había pasado por la madrugada memorizando esas
respuestas que me estaban salvando de quedar en evidencia ante él.
—¿Por qué la debo contratar? —preguntó echándose hacia atrás y apoyando su espalda recta
al dorso de la silla.
—Para que pueda demostrar mis ganas de trabajar y de satisfacerle —contesté rápidamente.
Él enarcó una ceja y sonrió levemente. ¿En serio había dicho satisfacerle?
Solo de recordar mis palabras me ruboricé.
—Está bien —volvió a acercarse a la mesa—. Una última cosa, ¿tiene alguna pregunta para
mí?
—¿Cu—cuáles son los problemas... que la empresa enfrenta hoy en día y quien... o quienes en
la empresa los están... enfrentando? —tartamudeé tocándome el cabello.
Estaba claro que no respondería a eso, pero era la única pregunta que recordaba del foro tras
esa bochornosa contestación.
—Señorita Evans… —sonrió vacilante mientras se volvía a levantar—. Somos una de las
empresas más importantes de todo Dallas.
Le miré intensamente. Quería irme de allí. Deseaba irme de allí. O quizá no tanto.
Él se levantó y yo hice lo propio.
—Gracias por haberme atendido —dije colocándome disimuladamente la falda. En ese
momento el me analizó de arriba abajo, como hice yo con él al entrar.
—Agradézcame algo cuando la haya contratado.
Suspiré con los ojos cerrados, para contener las lágrimas de la pésima entrevista que le había
ofrecido.
—Si la contrato, claro —añadió.
Sonreí falsamente y abrí la puerta. Antes de salir de ese despacho ya tenía claro su respuesta.
Le volví a mirar antes de salir, y cuando puse un pie fuera de allí, escuché:
—Señorita Evans —Giré sobre mis talones y volví a mirarle, con cierto agotamiento debido a
la tristeza que había invadido mi cuerpo—. No se preocupe por los daños de su coche.
Asentí seria con la cabeza y me marché deprisa al ascensor. Marqué el botón de recepción y
conmigo entró un joven moreno con ojos verdes grandes. Tapé mi rostro y suspiré; tenía que ser
fuerte y no mostrarme tan débil ante esa gente que solo había conseguido hacerme sentir inferior a
ellos.
—Es la primera vez que nos vemos, ¿no? —preguntó con unos papeles en la mano y una
sonrisa en el rostro.
—Y posiblemente la última —musité suspirando y rodando los ojos.
—¿Ha ido mal con El Jefe? —preguntó interesado, apoyándose en una de las paredes del
ascensor.
¿Cuándo íbamos a llegar a recepción?
Sonreí con tono de sí, ha ido como el culo.
—Yo soy becario —dijo vigoroso, mirando al frente—. Confío en que me contraten.
—Suerte —pronuncié y por fin se abrió la puerta del ascensor. Él salió conmigo y tropezó,
cayéndosele todos los papeles que lleva en la mano—. Suerte —repetí.
En otra ocasión me hubiera quedado ayudándole, pero necesitaba aire puro y fresco fuera de
Black Enterprise.
Pasé disimuladamente por al lado de la recepcionista y ésta no me vio ya que Tim, el
jardinero, la estaba entreteniendo. Sonreí triunfante al ver la puerta tan cerca de mí.
Salí al fin, y respiré. ¿Era mi imaginación o el aire que respiraba Alexander Black era
demasiado denso?
Capítulo 2
Inesperada oportunidad

Saqué las llaves del bolso y abrí la puerta de casa. Las dejé en la maldita mesita que siempre
estorbaba y me quité el abrigo. Solo quería irme a la cama. Solo quería olvidar la mierda de
imagen que había dado a dos empresas, jodiéndome obviamente más la última. Seguro que el
señor Alexander Black había reunido a todas las personas que me habían mirado tan mal en su
despacho para reírse de mí, de mi pretensión al creer que podía trabajar allí. Ya podía escuchar
las risas.
Estaba todo oscuro, ¿qué hora era? ¿Cuántos siglos me había pasado en la oficina de
Alexander Black? Fui al salón y, al encender la luz, me encontré algo que jodió del todo el día.
—¡Sorpresa nueva secretaria de Black Enterprise! —exclamó Megan con una bocina en la
boca.
Yo me quedé quieta, de piedra, y miré cara por cara. Junto a Megan estaban Olivia y Ann,
nuestras dos amigas y también estaba Kevin, un amigo que en algún momento de mi vida fue algo
más que un amigo, que obviamente no tardó en acabar al darme cuenta de que no estábamos hecho
el uno para el otro y Josh, un amigo de él.
Todos llevaban pitos en la boca y boas de colores enrolladas en el cuello. Este día estaba
haciendo una total pesadilla. ¿Y si lo era realmente? ¿Y si de los nervios que tenía por mi primera
entrevista estaba soñando esto y me iba a despertar para ir a mi entrevista y hacerlo bien? Quizá,
si me pellizcaba, lograba despertar y volver a una maravillosa realidad sin la mirada penetrante
de Alexander Black martirizándome en mis pensamientos. Así hice, pero lo único que conseguí fue
un terrible escozor y que todos me miraran con cara de extrañeza.
—¿Qué pasa, Sky? —rompió el silencio incómodo que había formado mi llegada Olivia.
Yo seguía callada, con los ojos abiertos como platos y el ceño fruncido. ¿En serio habían
comprado hasta una pancarta?
FELIZ CONTRATO
—No me han cogido —dije al fin.
Me daba cosa pensar en la cara de tontos e imbéciles que se les iba a quedar al oírme decir
esto. Pero realmente, lo que habían hecho, era de tontos e imbéciles.
—¿Por qué? —preguntó Megan con el gesto torcido—. Yo pensé que...
—Os dije que esto era precipitado... —musitó Kevin descolocando su cabello castaño.

—¡Era imposible que te cogieran en Black Enterprise! —añadió Josh poniendo los ojos en
blanco.
Le fulminé con la mirada. Tampoco era una maldita estúpida que no podía conseguir algo en
mi vida. Sí, sí que podía, y más que él. Maldito.
—¿Por qué debería ser tan imposible? —respondí con coraje y alzando una de mis cejas, en
modo on para buscar pelea. ¡Recordaba exactamente por qué Josh fue uno de los motivos por lo
que desistí de intentarlo con Kevin!
—E—esto... —tartamudeó con su rostro tomando un ligero color marfil al escuchar mi tono de
voz—. No... es tu tipo...
Suspiré y solamente me dediqué a ofrecerle mi mejor mirada de tío, eres un mierda, y después
volví a mirar a Megan.
—Quiero descansar —dije haciéndome una coleta. El cabello mojado se me estaba
empezando a pegar al cuello y era bastante incómodo.
—¿Tan mal ha ido, Sky? ¿No hay si quiera una oportunidad? Por pequeña que sea. Dudo
mucho que te lo hayan dicho en tu cara —expresó acercándose a mí y colocó unos mechones que
habían quedado sueltos.
—Ha sido nefasto. Como todo últimamente en mi vida —mascullé entre suspiros—. Pero no
pasa nada —añadí sonriendo falsamente. Era una perdedora y lo sabía, pero no tenía que enterarse
nadie más.
Ella me devolvió la sonrisa y supo perfectamente que estaba mal. Me dio un golpecito en el
trasero mandándome hacia mi habitación: sabía que necesitaba descansar y sobre todo, estar sola.
Me conocía a la perfección.
Me despedí de todos con un gesto con la cabeza, y noté como Josh le daba explicaciones de
sus palabras a Kevin, que lucía algo enfadado.
Entré a mi habitación y cerré la puerta, apoyándome en ella y deslizándome para terminar
sentada en el frío suelo.
—Por fin —murmuré.
Me quité la ropa y me puse una camisa de mi hermano. Me dieron ganas de llamarle, pero
decidí no hacerlo debido a que él acabaría de llegar de la universidad y estaría cansado.
Con ese trabajo todo me iría tan bien... podría pagar el mantenimiento del piso, podría
mandarle dinero a mi padre y a mi hermano y hasta podría comer bien todo el mes... Había
aborrecido terriblemente comer prácticamente mierda a medida que pasaba la mitad del mes. El
sueldo de Megan no se estiraba tanto, y lo que yo pudiera cobrar cuidando algún niño daba risa.

Pero eso parecía ser una utopía, y me lo merecía. Había sido totalmente estúpida echando a
perder mi oportunidad más brillante de trabajar.
Comencé a abrir los ojos según el ruido de la calle iba aumentando. Cuando estaba lista para
levantarme de la cama, miré el reloj y marcaban las nueve de la mañana. Me miré al espejo y me
di ánimos a mí misma.
—A comprar el periódico y a presentarme de nuevo en esas empresas de mierda —miré mi
reflejo fijamente—. Skylar, con esta cara no te querrán vender ni el periódico —añadí.
Intenté esbozar una sonrisa, pero era cierto que no solía ser muy experta en hacerlo y por lo
general, me solía sentar mal. ¿Cómo cuando intentas hacer el pino por primera vez? Sabes la
técnica, pero en la práctica a todos le sale bien menos a ti. Y eso comenzó a sucederme a mí tras
la muerte de mi madre, yo era la que cuando iba a hacer el pino, acababa clavando su cabeza en el
suelo mientras todos tendían sus piernas perfectamente a la pared.
Sacudí tenuemente mi cabeza y di por terminado mi momento espejo y me dirigí al baño.
Cuando me duché visité el dormitorio de Megan, y al verla tan dormida supuse que habría
llegado a las seis de la mañana del trabajo. Cerré la puerta con sigilo para no despertarla, ya que
si eso ocurría ya estaría enfadada todo el día, y fui a mi habitación a vestirme.
Me puse una camisa vaquera con unos pantalones granates, junto a unas botas con tacón beige.
Cuando fui a hacerme el desayuno, mi teléfono sonó despiadado y corrí a cogerlo antes de que
Megan se despertara.
—¿Si?
—Soy Lorraine Wall —contestó de inmediato una voz femenina.
No conocía a nadie que se llamara así.
—Se ha equivocado —dije dispuesta a colgar. La verdad que no tenía ganas de hablar con
nadie, por lo general nunca tenía ganas, pero con el ánimo que me acompañaba tras ese día, menos
aún.
—Skylar Grace Evans, ¿cierto? no cuelgue —logré a escuchar y volví a ponerme el teléfono
en la oreja.
—Sí, soy yo.
—Claro que es usted —escuché una risa que me hizo rodar los ojos. ¿También era el hazme
reír a través de un teléfono?—. Soy la recepcionista de Black Enterprise
Me quedé callada, paralizada. ¿Qué se supone que tenía que decir a eso?
—¿Sigue ahí, señorita Evans? —continuó al percatarse de mi silencio.
—Oh, sí —dije sacudiendo mi cabeza, tenía que centrarme en esa conversación—. ¿Qué
ocurre?
—El señor Black pide verla.
¿Había escuchado eso o mi mente, no contenta con el desastre del día anterior, me la estaba
volviendo a liar?
—¿Qué?
—El señor Black pide verla.
—¿A mí? —pregunté extrañada, mirando a mis costados. Fue un movimiento absurdo, pero la
verdad que me sentía horriblemente nerviosa.
—Claro —volvió a reír—. ¿A quién si no?
—¿Para qué? —tartamudeé nerviosa no sabiendo si reír o llorar.
—La espera a las once de la mañana, señorita Evans. Llegue puntual —respondió con voz
afable—. Ahora tengo que dejarla, que pase buena tarde.
La recepcionista... Lorraine Wall... de Black Enterprise... ¿me había llamado, a mí? Recorrí el
pequeño salón al menos cuatro veces seguidas. Estaba desesperadamente nerviosa. ¿Qué quería?
¿Reírse más de mí? ¿Quería hacerme incomodar más? ¿Quería recalcarme que no valía para ese
trabajo? ¿Quería hacerme saber que era una imprudente pensando que iba a poder trabajar para
él?
¿Me iba a contratar?
O acaso...
Claro.
El maldito coche. Seguro que quería hablarme sobre el coche. Seguro que me quería decir que
había pensado mejor el accidente y tenía que pagar yo. Encima de mal conductor, era un terrible
avaro. Estaba empezando a odiar a ese Alexander Black...
De mi piso a Black Enterprise había bastante camino, por lo que no me daba tiempo a
cambiarme si quiera de ropa. ¿Para qué arreglarme? Iba a ser más triste el vestirme con mi mejor
ropa y que él solo me llamara mala conductora. Tenía que demostrar que él y su trabajo de mierda
me daba completamente igual.
Cogí mi abrigo, mis llaves y mi bolso y salí hacía allí.
Cuando fui a entrar a la empresa, la misma sensación de agobio entró por mi cuerpo. ¿De
verdad había accedido a volver allí tras el día de ayer? Mis pies se quedaron estáticos por un
momento. ¿Estaba dispuesta a enfrentarme de nuevo ante él? No había repuesto fuerzas desde el
último asalto y ahora tenía que verme las caras de nuevo con él. Entré con las piernas
temblorosas, y al verme la recepcionista, la que supuse que se trataba de Lorraine Wall, me
sonrió.
—Buenos días señorita Evans —dijo amablemente, muy distinta a la diversión con la que me
había acogido el día anterior—. Espere un momento.
Yo asentí con una sonrisa. Ese día me había propuesto que todo iba a salir bien y de hecho,
todo iba a salir bien. Con la cabeza bien alta y una sonrisa bien brillante, no tenía que sentirme
inferior a la gente que frecuentaba ese sitio y menos debía sentirme por debajo de ese señor
Alexander Black. Además, me sentía con ganas de cumplirlo.
El problema estaba en... él último piso al fondo.
Pasó un rato, en el que vi mucho movimiento de personas arregladas como si fueran a ir de
boda. ¿En serio así iban a trabajar? En ese momento miré mi look, y no se parecía ni de asombro a
todos ellos. Hasta Tim, el jardinero, tenía más estilazo que yo. Me deprimí un poco, pero salí de
estos absurdos pensamientos cuando Lorraine volvió a hablarme.
—El señor Black la espera —dijo colocándose unos cascos en los oídos—. Suerte.
Ambas sabíamos que la necesitaba.
Subí al ascensor y conmigo dos personas más. Como había pasado el día anterior, a medida
que nos acercábamos al último piso la gente iba desapareciendo. Cuando tocó el timbre que me
avisaba de que estaba ya en la última planta, comencé a santiguarme una y otra vez.
Y otra vez me vi en la puerta de la oficina de El Jefe.
Toqué suavemente la puerta y escuché de nuevo su voz.
—Pase —dijo.
Había conseguido borrar ya de mi memoria el temor que me daba su voz.
Abrí la puerta y sin mirarle, me giré para cerrarla. Suspiré disimuladamente, tenía que cargar
mi cerebro y mis pulmones de oxígeno para sobrevivir. Volví a girarme, esta vez mirándole, no a
sus ojos, si no a él en sí. Había aprendido que me iría mucho mejor si no intentaba profundizar en
su mirada.
—Buenos días señor Alexander —mascullé queriendo disimular mi nerviosismo.
Él esta vez estaba sentado en su silla un poco alejado de la mesa. En su mesa había una taza de
café por lo que supuse que estaba en su rato de descanso, y seguro que lo que quería hablar
conmigo era sobre el coche.
—Black —contestó con la seriedad que le caracterizaba.
—Evans —corregí.
¿A caso no se acordaba de mi apellido? Maldito, maldito, y más maldito. ¿Con que tortura
psicológica, eh?
Él torció el gesto y me miró inquisitivamente.
—Señor Black —repitió con voz algo más desenfadada.
Aunque, a decir verdad, me era imposible reconocer sus sentimientos e intenciones a ciencia
cierta.
—Oh, je je —musité, tapando mi boca con mis manos—. Claro, Señor Black.
—Siéntese— ordenó, de nuevo.
¿Estaba teniendo un deja vu?
Yo obedecí, ¿Cómo no acatar esa forma de dar órdenes? Daba realmente miedo.
—Primero me gustaría explicarle una cosa —comenzó a decir mientras arrastraba la silla, que
no hacía ruido ya que era de ruedas, acercándose a la mesa.
Yo asentí nerviosa con la cabeza mientras miraba un punto fijo de la mesa del señor Black.
Bien empezábamos.
—Usted, al echar sus currículum, pone un número de contacto, ¿me equivoco?
Asentí con la cabeza. ¿Quería darme clases para que en la próxima entrevista en una empresa
de mierda me fuera mejor? Muy amable por su parte. Notándose la ironía.
—Antes de intentar colgar a una persona que está llamando a su teléfono, pregúntele qué
quiere —dijo alzando falsamente la comisura de sus labios.
Se refería a mi nefasta llamada con Lorraine.
Aunque, ¿qué no era nefasto en mi vida?
—Me esperaba una llamada de cualquiera antes que de su empresa, Señor Black —siseé sin
mirarle, tocándome los mechones que se depositaban en mi rostro.
Él asintió con la cabeza sin quitarme la mirada ni un segundo de encima.
—Voy a darle una oportunidad.
—¿Qué? —exclamé, tapándome instantáneamente mi boca con ambas manos. No creía lo que
acababa de escuchar. Él fue a repetir, pero yo intervine—. No, no lo diga, no quiero que se
arrepienta al escucharse decir eso.

Él me miró, pero esta vez era distinta a sus otras miradas. Era... penetrante. No sabría
reconocerla.
Podría notar su mirada aun sin verle.
—Empezará mañana, a las 9, tendrá un descanso y a terminará a las 5 —Yo le escuché
detenidamente mientras asentía a cada una de sus palabras—. ¿Está de acuerdo?
—Claro —contesté con una sonrisa permanente.
Estaba nerviosa, realmente nerviosa. ¡Ese día sí quería fiesta!
—Su puesto de trabajo es el escritorio que ve al entrar —agregó. Yo asentí rápidamente—. Si
usted fuera eficaz y me gustara su trabajo, podríamos negociar un despacho para usted.
—Sí —sonreí—. Bueno, supongo que usted tiene asuntos que atender, mañana estaré aquí a mi
hora.
Me levanté y él también y se acercó a mí. Por primera vez pude verle de cerca, y me vi
absorbida por sus ojos. Eran todo lo contrario a los míos, eran un azul totalmente intenso. Los ojos
son el espejo del alma. Si así era, su alma parecía ser totalmente macabra.
—Hasta mañana —sonrió levemente.
Yo me quedé de piedra mirándole, sentía que me había robado el alma. Cuando dejé a un lado
el ensimismamiento, agité mi cuerpo para recobrar el sentido y marcharme, él seguía mirándome.
Antes de abrir la puerta suspiré con los ojos cerrados, y seguí notando su mirada en mi
espalda. Abrí la puerta y salí de allí. La trayectoria entre el despacho de El Jefe y el ascensor lo
recorrí corriendo. Estaba eufórica.
—Volvemos a vernos —dijo el becario al verme entrar al ascensor—. Ayer no fue la última
vez.
Se notaba que el becario llevaba poco tiempo allí. Iba parecido a mí vestido.
—Y seguro que nos vemos más seguido —dije sin quitarme la estúpida sonrisa de la cara.
—Me caes bien, me da pena que solo durarás lo que todas... —masculló.
—No —dije rotundamente—. No voy a durar dos semanas —añadí triunfante, segura de mí
misma.
Él sonrió con cara de buena actitud, te echarán igualmente a las dos semanas, pero buena
actitud.
Llegamos a recepción y el becario volvió a tropezar en el mismo sitio que el día anterior. En
ese momento me cuestioné profundamente si él llegaría a las dos semanas. Esta vez sí le ayudé,
junto a Lorraine, que al ver la torpeza de su compañero, también se acercó.
—Rob, eres realmente torpe —dijo riéndose mientras recogía algunos papeles.
Yo recogí unos cuantos y cuando terminamos entre los tres, se los entregué. Me despedí con un
gesto de alegría y salí inmediatamente de allí.
Me frené en seco en la puerta. A pesar de la seriedad que mostraba Alexander Black, tenía un
buen corazón. Nadie me habría contratado después del despropósito de entrevista que hice. Por un
momento noté una mirada clavada en mi persona. Miré al edificio, que brillaba más.
Seguí notando la mirada como... como si viniera del ventanal del último piso.
Entré al piso, triunfante. Dejé las llaves en la mesita (en la cual ese día no me había chocado)
y el abrigo en el armario. Me miré en el pequeño espejo que había sobre la mesita.
—Hoy sí —sonreí. Hoy me favorecía más.
Entré al salón y vi a Megan tumbada en el sofá.
—He comprado chocolate y películas tristes para esta tarde de depresión tras lo de ayer —
comentó incorporándose.
No daba ni una.
—Alexander Black me ha dado una oportunidad.
—¿Qué? —preguntó sorprendida.
—Soy la nueva secretaria de Black Enterprise —vociferé abalanzándome sobre ella.
Ella comenzó a gritar conmigo, pero se notaba que aún no había asimilado la noticia.
—¿Pero, como? —dijo después de zanjar numerito que habíamos montado—. Digo, tu ayer...
—No sé —la interrumpí mientras nos sentábamos más relajadas en el sofá—. Solo sé que voy
a darlo todo.
***
Sonó el despertador a las seis de la mañana. ¿Tan pronto había llegado? Me desperecé
rápidamente como pude, y con miedo de llegar tarde, fui directamente a la ducha.
Me puse una falda granate de vuelo, junto a una camisa de flores a juego y unos tacones
negros. Quería ir más acorde con toda esa gente. Me ricé el pelo, y me maquillé poco pero lo
suficiente. Desayuné muy poco, estaba realmente nerviosa.
Iba a trabajar en Black Enterprise.
Cuando dieron las 8 decidí salir de casa y dirigirme hasta allí. Ese día no llovía, aunque
estaba nublado. Se notaba que ya era Abril y el tiempo tendría que suavizar.
Llegué a la empresa y vi a Tim, el jardinero, aprovechar el día y estaba podando unos arbustos
que rodeaban la empresa.
—Señorita —me llamó—. El estacionamiento ya está seco, puede aparcar su coche allí.
Yo le miré sin entenderle muy bien.
—Acaban de pintar el estacionamiento y después de estos días de lluvia, al fin se ha secado.
Puede poner su coche allí y librarse de multas y golpes.
Yo asentí con la cabeza y busqué con la mirada el aparcamiento, y lo vi situado justamente a la
izquierda de Black Enterprise. Miré el reloj y marcaban las nueve menos cuarto; me daba tiempo.
Llegué a la última planta y me senté en mi sitio. Estaba tan feliz... ¿El Jefe estaría en su
despacho? Quería darle las gracias, aunque decidí quedarme quieta y ordenar el sitio, no quería
irrumpir su tranquilidad el primer día de trabajo.
Puse una agenda que me había comprado exactamente para eso, por fin la iba a utilizar.
Cuando terminé la universidad pensé que encontrar trabajo me resultaría fácil...
Unos minutos después se abrió la puerta del ascensor y salió El Jefe junto a una mujer alta,
castaña y una trenza al lado que le hablaba sin parar y él si quiera la miraba.
—Buenos días señorita Evans —dijo El Jefe parándose justo al lado de mi escritorio. Yo
empecé a ponerme nerviosa. Como acostumbraba a hacer cada vez que estaba delante de mí.
La señorita que le acompañaba comenzó a mirarme de arriba abajo. Nadie es superior a nadie,
pero ellos me hacían sentir realmente pequeña.
—Buenos días —contesté mirándole entrecortadamente.
—Le queda muy bien el puesto —añadió, alzando tenuemente la comisura de sus labios y
abriendo la puerta de su despacho.
Al escuchar eso, la señorita resopló.
Ambos entraron y, minutos después, ella salió. Se paró a mirarme, y puso cara de no
comprender lo que pasaba. Yo la vigilé con la mirada hasta que desapareció de la planta al
cerrarse la puerta del ascensor.
La empresa era un lugar muy transitado, pero en esa planta solo alcanzaba a ver a una persona
cada media hora. Había más despachos allí, altos directivos, supongo, pero debían entrar muy
pronto y no salían apenas nada.
En ese momento sonó el teléfono y lo cogí.
—El señor Grable quiere hablar con El Jefe, ¿puede pasárselo? —escuché la voz de Lorraine.
—Claro —contesté.
Marqué el teléfono de Alexander Black, no entendía muy bien por qué tenía que comunicarle
las cosas a través de un teléfono cuando si alzaba un poco la voz, me escuchaba seguro.
—Señor Black —dije al escuchar su respiración—. El señor Grable quiere hablar con usted.
—Dígale que estoy ocupado.
—Oh, venga, ¿ocupado? Hace al menos una hora que no hay nadie en su despacho y no le he
pasado ninguna llamada —repliqué.
Eso Alexander Black no pareció tomárselo muy bien.
—Dígale… —enfatizó con voz fría—. Señorita Evans, que estoy ocupado.
—Claro —dije y colgué de inmediato. Había sido una imprudencia haberle contestado esto.
Yo y mi manía de no pensarme las cosas dos veces.
Volví a coger la llamada de antes.
—Lorraine —dije.
—Vaya —contestó una voz masculina—. No sabía que ahora me llamaba Lorraine.
Abrí los ojos ampliamente. ¿¿Dónde había tocado??
—¿Quién es? —pregunté intrigada mirando el teléfono como si éste pudiera darme alguna
respuesta.
—Aarón Grable.
—Madre mía... —quise decir para mis adentros pero lo dije en voz alta—. Discúlpeme.

—No se preocupe, ¿Señorita...?


—Evans.
—¿Su primer día de trabajo? —preguntó con cierto interés.
—¡¡Señorita Evans!! —escuché del despacho de El Jefe.
—Tengo que dejarle —mascullé y le colgué inmediatamente.
Suspiré y coloqué las manos sobre mi cara. ¿Y si ese no era mi trabajo?
—¡¡¡Señorita Evans!!! —volví a escuchar.
¡Oh! Se me había olvidado. Agarré la libreta, junto a un boli y la grabadora y entré.
—Llame antes de entrar —dijo frío, sentado en la silla.
—Usted me ha llamado… —refuté.
El Jefe torció el gesto y decidí salir para volver a llamar.
—¡No! —vociferó y yo me frené—. Ahora ya no.
Me acerqué a él.
—¿Qué quiere? —pregunté sentándome frente a él. Encendí la grabadora y coloqué la libreta
sobre mis muslos dispuesta a apuntar.
—Un café.
Yo fui a escribirlo hasta que asumí lo que me acababa de pedir. ¿Tanta urgencia para un
maldito café?
Hice la cuenta atrás para que llegaran las cinco, y al fin llegaron.
Cuando estaba recogiendo mis cosas, volvieron a llamar por el teléfono. Ese maldito teléfono
no paraba de sonar.
—A mi oficina —escuché de la voz de Alexander Black—. Rápido.
Puse los ojos en blanco, ¿Qué quería ahora? ¿La merienda?
Me levanté y toqué la puerta. Entré al escuchar de nuevo su voz.
—Señorita Evans —dijo con voz grave.
—¿Si?
—Está usted despedida.
—¿Qué? —bramé—. ¿Qué he hecho?
—Cuando yo digo que estoy ocupado, lo estoy. Aprenda a manejar un teléfono, y no se
entretenga hablando con la gente que pide hablar conmigo. Cuando tengo que llamarla con un grito
porque usted está ocupada, llame igualmente a la puerta y discúlpese. Y el café tenía azúcar y yo
quiero sacarina —dijo de carrerilla y me quedé atónita. No sabía si reír o llorar—. ¿Necesita más
razones?
Pestañeé varias veces para recobrar el sentido. Suspiré después, y asintiendo levemente con la
cabeza, salí sin articular palabra de la oficina y después de la empresa.
Llegué hasta mi coche y me subí a él.
—No me voy a dar por vencida —me dije mirándome al retrovisor con el ceño fruncido—.
No al menos tan pronto.
Capítulo 3
Carmín traicionero

El despertador volvió a sonar a las seis. He de admitir que solía dormir demasiado, y
despertarme a tal hora me hacía amanecer de mal humor. Pero como tenía un gran motivo por el
que hacerlo, básicamente porque necesitaba con ansias ese trabajo, me duché rápidamente y me
puse un vestido negro liso. Me calcé con unos tacones claros y marché hacia la empresa.
Por el camino llevaba los dedos cruzados, realmente me estaba jugando que ese Alexander
Black llamara a la seguridad para sacarme a la fuerza y entonces mi carrera profesional, sin
apenas empezar, se vería zanjada para siempre.
Alexander Black me había despedido al día anterior, y yo pretendía volver a mí puesto de
trabajo como si nada hubiera ocurrido. Me había despedido por llevarle un café con azúcar en vez
de sacarina. ¿Ese hombre estaba loco? Yo tenía razón, ese no era un motivo suficiente como para
echarme. ¡No lo era! Yo era partidaria de la justicia, como el mundo en general, y yo estaba
sufriendo un asalto a ese derecho. ¡Tenía que luchar!
Entré sin mirar a ningún lado, solo al suelo, observando mis tacones recorriendo el pulcro
suelo de Black Enterprise. Entré directa al ascensor, y escuché como Lorraine me dio los buenos
días a la espalda. Eso era una buena señal, El Jefe no le había puesto al tanto de nada.
Llegué al último piso y me acomodé en mi sitio de trabajo y comencé a buscar en Google algo
de ayuda sobre el misterioso Alexander Black; por desgracia, no saqué nada en provecho, solo
fotos y más fotos, en las que he de admitir que salía terriblemente guapo.
Media hora después llegó él, que de primeras no se dio cuenta de que estaba allí.
Una vez a mi lado, sin percatarse aún de mi presencia, giró su mirada al escritorio que
pensaba, o que debería, estar vacío. Su cara expresó asombro al verme sentada allí de nuevo.
—Entre —me ordenó según abría la puerta del despacho. Me levanté y así hice.
Tragué saliva y suspiré profundamente. Tenía que guardar el máximo oxígeno en mis pulmones
para superar otra batallita contra este hombre. Tenía que ganar, no podía permitirme más derrotas.
Alexander Black colocó su maletín negro al lado del escritorio y se sentó en la silla. Encendió
el ordenador, y yo seguía ahí, postrada junto a la puerta sin saber cuál iba a ser su reacción.
—¿Cuál es el motivo de su visita? ¿El coche? —comenzó a hablar sin levantar la vista de la
pantalla del ordenador.
Me temblaban tanto las piernas que decidí sentarme en la silla, a pesar que él no me lo había
ordenado, no podía darle muestras de mi debilidad.
—Vengo puntual a mi trabajo —mascullé deprisa y me levanté dispuesta a salir para no
escuchar ningún tipo de respuesta.
—Señorita Evans —escuché a mis espaldas más de cerca, intuyendo que él también se había
levantado—. ¿A qué se refiere?
—Usted me ha dado un voto de confianza y no puede retirármelo solo porque me equivoqué en
su café —dije realmente molesta temiendo que había perdido el trabajo definitivamente
Él asintió interesado.
—No fue solo por eso.
Yo le miré con un pequeño puchero infantil, faltaban segundos para que la primera lágrima de
mis ojos.
—Como comience a llorar le aseguro que será imposible pararme —le amenacé.
Era cierto, me conocía, cuando la primera lágrima salía, era imposible parar las siguientes.
Así lo hacía de pequeña y todo me salía bien, ¿por qué en ese momento no? Omitiendo que yo
había crecido y que él era mi jefe, ¿por qué iba a salir mal?
Él me miro sin ningún gesto en su cara.
—Marque el teléfono del señor Grable, hoy sí le recibiré —contestó y se dirigió a su
escritorio para después sentarse en su silla.
Yo le miré impactada.
—¿Eso significa que...? ¡¡Oh, claro!! —dije, feliz, quitando el estúpido puchero que se me
había formado—- ¿Puedo preguntarle una última cosa?
—Seguro que va a hacerlo de todas formas, señorita Evans.
—Me gustaría saber respecto al coche, cuándo se lo llevarán y eso. Tengo que planear los
viajes de aquí a mi casa —dije entrecortadamente. No era el mejor momento de sacar el tema
coche, pero no sabía cuándo hacerlo.
—No se preocupe —contestó y comenzó a teclear algo en su ordenador y no volvió a mirarme.
Intuí que la conversación había acabado ahí, por lo que decidí salir del despacho y comenzar con
un nuevo día de trabajo que daría inicio con la llamada a ese tal Grable.
Llegaron las doce de la tarde y tenía que saciar mi hambre. Decidí bajar a la cafetería que
había al lado de la empresa y comer algo.
Tardé lo mínimo posible, que más o menos fueron veinte minutos. Volví a subir y me encontré
una nota en mi escritorio.
Señorita Evans, en mi despacho, YA. 12:02.
Mi corazón se alteró y rápidamente cogí el boli, libreta y grabadora y toqué a la puerta y antes
de escuchar nada, me tomé el atrevimiento de entrar.
—¿Dónde estaba? —entonó, porque más que una pregunta sonó a una exigencia.
—Comiendo algo —contesté mientras me acercaba.
—¿Sin avisarme?
¿Tenía que avisarle?
—Disculpe —dije ruborizada. Siempre la fastidiaba por una cosa u otra. ¿No había nada bien
o qué?
—Anote.
Yo me acerqué y me senté, encendí la grabadora y comencé a escribir.
—Una grúa se ha llevado ya su coche —comenzó a decir cuando escuchó el sonido de la
grabadora.
¿Por qué tenía que grabar y escribir eso?
—¿Perdone? —dije, un poco confusa.
—Veo que usted, Señorita Evans… —dijo mientras se levantaba y se colocó tras de mi—.
Tiene una ligera obsesión por usar su grabadora y escribir lo que digo, solo quise complacerla.
¿Me acababa de tomar el pelo? ¿El Jefe, Señor Black, Alexander Black, Don Mirada
penetrante, acababa de gastarme una broma?
Corté la grabadora y me giré hacia él, con una sonrisa estúpida que no pude evitar.
¡Tenía sentido del humor!
—No se preocupe por el viaje, yo mismo la llevaré hasta su casa y mañana pasarán a
recogerla —añadió.
—¿Eso quiere decir que tengo el puesto de trabajo seguro para mañana, je, je? —pregunté con
una amplia sonrisa sin pensar. O quizá si lo hubiera pensado hubiera dicho lo mismo.
—Tiene razón —se puso frente a mí—. No adelantemos acontecimientos.
Llegaron las cinco de la tarde y no sabía qué hacer. ¿Debía entrar? ¿Y si eso le molestaba? ¿Y
si me iba y para no molestarle y eso le molestaba? Comenzaba a entender la complicada relación
que se forjaba entre el trabajador y su jefe. Papá siempre se quejaba del suyo.
—¿Está lista? —irrumpió mis pensamientos al salir de su despacho sin necesidad de que yo
irrumpiera en él.
—No hace falta que se moleste.
—Señorita Evans —dijo, dirigiéndose al ascensor con paso firme—. No me gusta que me
contradigan —prosiguió subiéndose al ascensor y yo con él.
—Ya me había dado cuenta.
Noté su mirada en mi nuca, y le escuché soltar una leve risa.
En el ascensor, entre él y yo, reinó el silencio. Estaba a su lado, pero no me sentía capaz de
mirarle. ¿Y si se daba cuenta? Mi corazón estaba levemente acelerado y mis manos temblaban.
¿Por qué? Oh, dios, Skylar, debía relajarme.
El ascensor se paró tres plantas antes de llegar a recepción, y entraron dos personas junto a
Rob, el becario.
—Señor Black —comenzó a hablar uno de ellos—. Qué sorpresa verle.
Trabajaba aquí, ¿por qué no iba a verle?
Miré a Rob, el becario, y me guiñó un ojo. Por un momento me sentí importante.
Sonó el timbre que indicaba que estábamos en la recepción, y al salir, agarré a Rob fuerte.
Estuvo a punto de caer si no hubiera sido por mis reflejos.

Había hecho la buena acción del día. Si Rob se hubiera caído frente a él, lo hubiera despedido
sin ni si quiera preguntarle su nombre.
Salimos de la empresa y le perseguí hasta su coche. Era pulcramente platino, y supe que no
podría pagar un coche así ni vendiendo mi alma al diablo, posiblemente, porque él tampoco
tendría tal suma de dinero.
Como bien había dicho él antes, mi Ford no estaba ahí.
Me abrió la puerta del copiloto y entré. Su coche era impresionante, a diferencia del mío que
incluso era de segunda mano. Era un Aston Martin platino.
Él recorrió todo el coche, se subió al asiento de piloto y arrancó.
—¿Dónde la llevo, señorita Evans? —preguntó cuándo salió del parking.
Yo le indiqué la calle y número en la que vivía.
Hubo un silencio incómodo, no sabía de qué hablarle. Ahora, de más cerca, me fijé en lo
guapo y atractivo que era. Con tanta tensión en la oficina nunca me había fijado. En las fotos era
sumamente atractivo, pero no había punto de comparación al verle de tan cerca. No tenía ni un
mínimo defecto, y me empecé a cuestionar sobre la justicia de la vida. ¿Por qué este hombre tenía
todo? Y yo... ¿no tenía nada? Mi cuerpo no era perfecto como el suyo, al revés, una plancha tenía
más curvas que yo. Sus rizos estaban perfectamente colocados, y mi cabello requería horas y
horas para que se asemejara un poco a la perfección.
Todo fue bien hasta que mi tripa comenzó a sonar. No comía nada desde las doce, y tampoco
es que hubiera comido demasiado.
—¿Tiene hambre, señorita Evans? —preguntó sonriendo.
—No —mentí ruborizada. En ese momento me hubiera comido su corbata.
—Yo sí —dijo—. ¿Le importa que paremos en una cafetería? Quizá allí le apetezca algo.
Yo asentí. No sabía que me depararía esa situación, pero lo que tenía seguro es que iba a
comer.
Paró en una cafetería normalita en el centro de Dallas, en alguna ocasión yo había estado allí
junto a Megan. Suspiré aliviada, por un momento pensé que me iba a llevar a un sitio donde
cobraban hasta un vaso de agua.
Nos sentamos en una de las mesas del fondo y él solo se pidió un café con sacarina. Realmente
no tenía hambre. A diferencia de él, yo me pedí panceta con chocolate. Estaba delicioso.
—Me gustaría saber más de usted —me dijo atendiendo minuciosamente a todos mis
movimientos.
—¿De mí? —pregunté ceñuda—. ¿Por qué? No todos tenemos una vida tan interesante como la
suya —añadí mirando la mesa, con una sonrisa nerviosa.
—Una persona que es despedida y al día siguiente, haciendo como si nada, consigue volver a
trabajar, debe de tener algo de interesante —contestó.
Le noté más cercano, cosa que me hizo relajarme bastante.
—Señor Black.
—Alexander —me interrumpió.
¿Pretendía que le llamara por su nombre?
Mi cara debió mostrar una confusión total.
—Además de jefe, soy persona. Llámame Alexander, y tutéame. Yo la llamaré Skylar —
añadió.
Skylar... mi nombre sonaba demasiado bien entre sus labios.
Todo me resultó enormemente raro, pero estaba demasiado cómoda para indagar en algo que
había quedado bien explicado.
—Bien —tosí un poco, recreándome—. Por donde iba, Alexander, quizá es us... eres tú el
interesante, por haberme contratado desde un primer momento cuando hasta yo misma supe que no
me lo merecía —contesté, y en ese momento llegó el café y mi panceta de chocolate.
—Si te digo la verdad, tus respuestas no fueron las que ayudaron a tomar esa decisión —echó
la sacarina en su café y comenzó a removerlo—. Tus ojos me obligaron a contratarte.
Yo me removí en el asiento. Estaba segura que lo que había escuchado, era lo que había dicho
el Señor Black.
—¿Eres de aquí? —continuó. No tenía interés alguno de escuchar mi respuesta a lo que
acababa de decir anteriormente.
—No —dije mientras cortaba un trozo de panceta—. Soy de Fort Worth, pero me mudé con mi
amiga aquí cuando cumplí la mayoría de edad.
Él asintió con gesto de querer seguir escuchándome.
—Allí están mi padre y mi hermano —agregué.
—¿Y tu madre? —preguntó con interés, llevando a sus labios la taza de café.
Por primera vez, sentía que El Jefe escuchaba mis respuestas.
—Mi madre murió —dije, y él torció el gesto. Como todos solían hacer cuando lo contaba—.
No pasa nada, hace tiempo de aquello. Yo solo era una niña.
—Lo siento mucho, Skylar. Sé cómo se siente...
—No lo creo —sonreí para quitarle pesadez al asunto.
Me sentía bien hablando con él. No me molestaba hablarle acerca de mi madre, pero su cara
de preocupación por haberme sacado ese tema me hizo no profundizar más en aquello. No quería
incomodarle.
Cuando terminé de comerme la panceta con chocolate, Alexander se negó a dejarme pagar y lo
hizo él. Cuando salimos de la cafetería descubrimos que ya era de noche, y que estaba lloviendo
demasiado. Alexander se quitó su chaqueta y la puso sobre mi cabeza. Por mala suerte, el
semáforo estaba en rojo y tuvimos que esperar a que se cambiara para poder cruzar y llegar al
coche.
—Me ha gustado mucho estar contigo, Skylar —musitó Alexander colocándome frente a él—.
Gracias.
Realmente a mí también me había gustado. Habíamos hablado de todo y aunque no me había
contado mucho sobre él, descubrí que teníamos cosas en común.
Le miré sonriendo, y sin saber cómo ni por qué, Alexander puso su mano sobre mi mentón y
acercó mi cara a la suya, dando como resultado un fugaz beso. Nos miramos y yo sonreí, y en ese
momento el semáforo cambió de color.
Cruzamos corriendo, estábamos empapados y al llegar al coche, él abrió la puerta del copiloto
y entré. Después entro él y arrancó el coche en dirección a mi casa.
Tras un largo camino callado, Alexander rompió el silencio.
—Lo siento si te ha molestado —dijo, sin apenas mirarme—. No lo pensé antes de hacerlo.
—No pasa nada —sonreí, mirándole—. Eso es lo mejor de todo, que te apeteció, y lo hiciste.
A mí me había gustado, y deseaba rebobinar el tiempo y quedarme estancada en esos segundos
que duró el beso.
Alexander tomó el silencio como mejor respuesta a eso. Minutos después, llegamos a mi casa
y aparcó enfrente de mi bloque y le miré, esperando una despedida.
—Hasta mañana, Skylar —dijo seco. Yo me desilusioné, casi ya estaba con los ojos cerrados
y los labios esperando un beso. Al ver que su despedida era esa, simplemente esa, dije:
—Hasta mañana.
Salí del coche y fui corriendo a la puerta del bloque para abrir. Me fijé en él y hasta que no
vio que estaba dentro, no arrancó.
Según iba subiendo las escaleras, menos entendía los comportamientos de Alexander. ¿Se
había arrepentido? ¿Se sentía mal por mí? ¿Por él?
Raramente, yo me sentía extraordinariamente bien. En sí, la situación había sido rara. Él...
Alexander Black me había besado. Pensándolo bien, sonaba demasiado surrealista. ¿A caso no lo
había imaginado? No, no, había sido real, tan real que me hacía estremecer simplemente
recordarlo.
***
Me desperté poco antes de las seis, sin dar opción a que el despertador sonara. Lo apagué y
fui a la habitación de Megan, que aún no había llegado.
Desayuné un poco y me duché. Me puse una falda negra con una blusa blanca y una americana
rosa. Esperé a que diera una hora razonable para coger algún urbano y llegar lo más cerca a la
empresa posible, al menos ese día no llovía.
En el momento que fui a salir, me encontré a Megan intentando abrir la puerta del piso.
—Sky —balbuceó con un terrible hedor a alcohol. Qué chollo de trabajo, le pagaban por ir
día tras día de fiesta—. Hay un hombre preguntando por ti en la calle.
—¿Quién? —pregunté abriendo la boca apocadamente.
¿Sería Alexander? No, era imposible.
Sacudí mi cabeza antes tales pensamientos.
Ilusiones, ¡disipaos!
Ella se encogió de hombros y fue corriendo al baño. Yo cogí las cosas y bajé.
Ahí estaba un hombre mucho mayor que yo, incluso mayor que Alexander.
—El Señor Black me ha dicho que estos días en los que su coche se arregla la llevaré a la
empresa —dijo nada más verme aparecer por las escaleras.
Yo asentí con la cabeza y me puse en la parte de atrás del grande coche negro que estaba
aparcado en la puerta y había ido a recogerme.
Llegamos pocos minutos después, no había punto de comparación entre mi coche y ese. Me
abrió la puerta para salir y me ruboricé, me sentía más importante de lo que realmente era.
Debía bajarme del coche y de la nube en la que me había permitido elevarme tras lo que había
ocurrido el día anterior.
Me dirigí a la puerta de la empresa cuando alguien tocó mi hombro y me giré.
—¿Si? —contesté al ver que era una mujer más mayor que yo, pelo castaño corto y ojos
verdes. Realmente guapa—. ¿Nos conocemos?
—¿Quién eres? —preguntó con tono frío de obligación.
Yo miré hacia los lados, no entendía nada. ¿Por qué me hablaba y me miraba así?
—Skylar.
—No me refiero a eso. ¿Qué haces aquí? —me interrumpió no mostrando interés alguno a mi
respuesta.
—Soy la nueva secretaria de Alexander Black —contesté, y se me llenó la boca de esa
respuesta.
Era real, yo era la nueva secretaria del Señor Black. Y... me había besado. Pero eso no venía a
cuento en ese momento.
La mujer me miró de arriba abajo, como acostumbraban todos a hacerme allí. Hasta a Tim, el
jardinero, le había pillado en alguna ocasión revisarme entera...
—¿Y usted? —añadí, viendo el silencio que había tomado.
—No te importa —contestó fríamente. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al cruzar sin querer
mi mirada con la suya—. Ten por seguro que no vas a durar mucho en la vida de Alexander Black
—sentenció, y tras dedicarme otra mirada asesina, se giró y se fue.
Yo la vi alejarse, y cuando estaba en una distancia considerable, entré a paso ligero a la
empresa. Me escalofriaba esa mujer.
—Buenos días señorita Evans —me saludó Lorraine.
—Skylar —contesté acercándome a ella—. Puedes llamarme Skylar.
Ella sonrió.
—Que tengas un buen día, Skylar —contestó, y yo le respondí con una sonrisa.
Me subí al ascensor y marqué el último piso.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, recibí el segundo escalofrío del día. Me encontré
con Alexander Black, con una mirada intensa frente al ascensor. ¿Qué hacía ahí?
—Pensaba que no iba a venir —dijo mientras yo salía del ascensor.
—¿Por qué dices eso Alexander? —contesté frunciendo el ceño, dejando mis cosas sobre mi
mesa de trabajo.
¿Se refería al beso? ¿Había sido una nueva forma de despedirme?
—Señor Black —me corrigió.
Ese hombre me tenía loca, ¿Qué pretendía? ¿Esa era su actitud tras el beso?
¿Tan mal le había besado? Quizá fue por mi aliento a panceta de chocolate, oh, dios, no debí
haberla pedido... aunque, ¿qué iba a saber yo sobre sus intenciones?
¡Oh, Alexander Black, no deberías haberme besado!
—Señor Black… —repetí por lo bajo.
—Quiero que entre a mi oficina —mandó y se dirigió a ella y yo tras él.
Entramos en su despacho y comenzó a hablar.
—Al igual que soy persona, también soy su jefe.
Asentí educadamente como si le entendiera, pero a decir verdad no comprendía nada de él.
—Disculpe por lo de ayer.
Era lo único que podía decir, lo único que llegaba a entender era que lo que había pasado al
día anterior había sido un error.
—No —refutó, acercándose a mí—. No tiene que disculparse —pasó su mano por mi mejilla,
y yo cerré los ojos por un momento. Me sentía bien con él, aunque ni yo misma lo entendía—. Fui
yo el impertinente —continuó, quitando su mano y acariciándosela a sí mismo con la otra.
—Yo no me arrepiento, Señor Black.
—Yo tampoco —contestó, echándose el cabello hacia atrás y alzando levemente la comisura
de sus labios.
Al escuchar eso sonreí, pero mordí mi labio inferior para no parecer tan estúpida. Él fijó
mirada en mí y se fue acercando lentamente mirándome directamente a los ojos, y poco a poco,
sentí la intensa fusión de sus labios, el dulzor llenándome por completo, cómo cada uno, pasaba a
ser parte del otro, como dejábamos de ser individuos por separado.
Pero el vacío se ensanchó y sus labios se separaron instantes después.
—Está mal —musitó Alexander en mis labios, rodeando mi cuello con sus grandes manos.
—Me confunde, Señor Black.
Algo me decía que tenía que separarme de él, pero una fuerza mayor me obligaba a quedarme
ahí, cerca de él, sintiendo sus manos sobre mi cuello.
—Alexander —me corrigió, alejándose centímetros de mí y soltándome.
—¡A esto me refiero! —vociferé más de lo que pensaba, gesticulando con las manos
alborotada—. Primero eres el Señor Black, El Jefe, después eres persona y quieres que te llame
Alexander —puso cara de obviedad al escuchar el sinsentido de mis palabras, pero mis nervios
no me permitían pensar antes de articular palabra—. Luego vuelves a ser señor Black y luego
vuelves a corregirme, ¿te comprendes tú mismo? Porque para mí es imposible.
—Skylar… —me interrumpió, como solía hacer, y supuse que en ese momento estaba
hablando con un ser terrenal como yo, y no con El Jefe—. Eres tú la que me confunde. Esto no es
lo correcto.
—Y tú eres muy correcto.
—Y cuando no estoy contigo siento que puedo retener esto, pero cuando vuelves aquí, frente a
mi mesa, siento unas ganas insaciables de besarte y callarte para que no sigas cagándola más.
—Pues hazlo —dije, y por un momento pensé que iba a hacerme caso, hasta que llamaron a la
puerta.
—¿Quién es? —preguntó enfadado, alejándose de mí y yo alejándome de él.
—Lorraine, señor Black. La señorita Kathleen Panettire exige verle —contestó desde el otro
lado de la puerta.
Alexander suspiró y se sentó en su silla, ordenando que pasara. La mujer que exigía verle era
la que entró con él el otro día a su despacho. Su cabello tenía reflejos morados, le llegaba por las
clavículas, y sus ojos eran marrones oscuros. Llevaba un pintalabios muy peculiar, peculiar
porque era horrorosamente feo.
—Tu secretaria es una incompetente, no está en su sitio de trabajo —bufó sin mirarme y sin
darse cuenta de que estaba ahí.
—¿Qué quieres, Kathleen? Ya quedó todo zanjado la otra vez —contestó Alexander
encendiendo su ordenador y comenzando a escribir.
Yo decidí irme, y al moverme, la tal Kathleen me miró exhausta. Me volvió a pegar un repaso
visual con cara de superioridad y me marché de ahí.
—Es muy pesada —comentó en voz baja Lorraine una vez la puerta estaba cerrada.
—¿Quién es? —pregunté interesada, sentándome en mi sitio y colocando las cosas.
—Kathleen Panettire es la hija única del mayor socio del señor Black. Desde que el señor
Panettire conoció al Jefe ha querido que surgiera el amor entre ambos, y también quiere que ella
sea su secretaria. Y eso pareció que iba a suceder en un primer momento, que el señor Black iba a
ceder, pero en luego decidió contratarte a ti.
La noticia de que yo sería la nueva secretaria del señor Black sorprendió a todos, y no me
ofendía. Me sorprendió hasta a mí.
Sobre una hora después, escuché cómo se abría la puerta de la oficina de Alexander. Eran
Kathleen y él. Me giré a mirarles y mi mirada se centró en el carmín corrido de los labios de ella,
y el mismo color en el filo de la camisa de Alexander. ¿Qué narices había pasado ahí? Sin darme
cuenta, seguía mirándolos, atónita.
—Voy a salir un momento, señorita Evans —dijo Alexander con una mirada extraña y se
dirigió al ascensor y Kathleen detrás.
Yo les seguí con la mirada hasta que desaparecieron en el ascensor, y mis pensamientos
comenzaron a divagar. Solo podía haber ocurrido una cosa... y eso me angustiaba.
Me comencé a sentir horriblemente mal, y cuando calculé que Alexander y Kathleen deberían
haber salido ya de allí, cogí mis cosas y bajé a recepción.
—Me encuentro muy mal —le dije a Lorraine.
—¿Qué te pasa? —preguntó preocupada, saliendo de su puesto de trabajo y mirándome
fijamente.
—¿Qué ocurre? —se unió Rob, el becario—. Tienes muy mala cara, deberías ir a un médico.
—Solo necesito descansar —dije, y notaba como mi piel estaba fría como un témpano de
hielo.
¿Por qué me tomaba tan mal lo que había ocurrido entre El Jefe y la señorita Panettire? Él lo
había dejado claro, lo que estaba surgiendo entre nosotros no estaba bien. Y quizá lo que surgía
con ella sí que lo estaba.
—Yo tomaré tus llamadas, pero ve a descansar —dijo Lorraine con tono consolador—. Rob,
llévala a su casa. No va irse sola así.
Bob asintió con la cabeza y aunque yo en principio dije de ir sola, terminó por convencerme,
ya que con ese mareo y andando por la calle sola no me aseguraba llegar viva a mi apartamento.
Al llegar a mi casa, me tumbé directamente en un sofá del salón deseando borrar esos
pensamientos que se habían formado en mi cabeza.
La marca de pintalabios en la camisa de Alexander daba tumbos por mis pensamientos. ¿Por
qué me importaba? Nosotros no teníamos nada, por dios, ¡apenas hacía unos días que le conocía!
Había sido todo un error, él lo había dicho y yo en ese momento empezaba a corroborarlo.
—¿Qué haces aquí tan pronto? —me interrumpió Megan, ¿desnuda?
—¿Qué haces desnuda?
—He preguntado yo primero —se quejó liándose con una manta que estaba sobre uno de los
sofás.
—Me encontraba mal y me han dejado venir.
—¿Quieres que te prepare algo?
—Quiero que te vistas.
—Megan, cariño, vuelve a la... —comenzó a decir un hombre realmente tonificado saliendo de
la habitación de Megan, y paró de hablar cuando me vio—. Hola.
Yo solté una carcajada. Había fastidiado un momento... de Megan y ese hombre.
—Eric, tenemos que continuar otro día —dijo Megan con tono de vete.
Además de guapo, ese tal Eric pillaba todo a la primera. Rápidamente volvió a la habitación,
se vistió, y se marchó.
—A ti te ha pasado algo, ¿verdad? —preguntó Megan una vez ella también se había vestido.
—Buf... —resoplé, y comencé a contarle todo lo que esos días atrás me había pasado y no
podía haberle contado debido a nuestra falta de comunicación.
Capítulo 4
Fusión

Pasó el fin de semana, y volvió a ser lunes. Volvió el tener que ir a la Black Enterprise y tener
que enfrentarme a lo que pasó el viernes. Empezaba a odiar demasiado pronto el trabajo...
Llevaba esos días sin saber nada de Alexander. Él tenía mi número de teléfono, y no se había
dignado a llamarme. Pero, ¿tenía que hacerlo? En absoluto, no tenía ni que debía. Y quizá eso era
lo que más me jodía, que a mí me jodían cosas que no debían de joderme.
Yo, por mi parte, no me podía quitar la imagen de ese horroroso carmín en su camisa...
Me puse mi vestido rojo por encima de las rodillas liso, junto a unas medias negras con
puntitos pequeños negros. Me coloqué mis tacones y decidí plancharme el pelo, hacía tiempo que
no lo hacía y tenía que aprovechar que ese día no había predicción de lluvia.
A corazón triste, mirada radiante.
El señor del otro día volvió a ir hasta a mi casa a por mí.
—¿Qué le pasó el viernes, señorita Evans? —preguntó mientras conducía hacia Black
Enterprise.
—Me encontraba mal —contesté mirando por la ventana.
—Espero que ya esté bien.
Sonreí y él pudo verme por el retrovisor.
Llegué a mi puesto de trabajo y comencé a adelantar trabajo que no había hecho pero que
debería tenerlo terminado desde que me fui el viernes. Intercalaba las miradas en el ordenador
con las de la puerta de Alexander, él aún no había llegado seguramente.
De pronto se abrió la puerta del ascensor, pero no salió él, sino dos hombres bien trajeados
que se separaron cada uno hacia una oficina. Minutos después se volvió a abrir, pero era Lorraine
con una taza de café entre sus manos.
—Toma —dijo, dejando la taza sobre mi mesa—. Lo del otro día seguro fue una bajada de
azúcar, así me aseguraré de que estarás bien. ¿Qué tal?
—No tenías que haberte molestado, Lorraine —contesté con una sonrisa de agradecimiento—.
Estoy mejor, gracias.
—Ahora tengo que irme —dijo, y se dirigió hacia el ascensor—. Skylar —añadió, girándose,
pero no volviéndose a acercar—. ¿Sabes que han despedido a Rob?
—¿Qué? —pregunté sorprendida—. ¿Por qué?
—No lo sé— contestó triste. Era torpe, pero se le cogía mucho cariño—. Supongo que dentro
de unos días vendrá alguien nuevo de prácticas.
Asentí con la cabeza y ella se marchó. ¿Por qué habían echado a Rob? Era su primer trabajo,
de ello consistía su nota y lo habían echado... ¿Alexander tendría algo que ver? Claro, claro que
Alexander tenía algo que ver, Alexander Black tenía que ver en todo lo que pasaba y dejaba de
pasar en Black Enterprise.
Pasó cerca de una hora hasta que se volvió a abrir la puerta del ascensor, y en esta ocasión, sí
era Alexander. Noté como mi pulsó se aceleró solo con verle llegar, y mi corazón comenzó a
palpitar convulso.
Entró serio, colocándose su corbata con delicadeza, y cuando su delicioso aroma inundó mis
fosas nasales porque se encontraba a mi lado, se paró, y sin mirarme, dijo:
—A mi despacho.
Asentí aunque supe que no se había dado cuenta, incluso ya había entrado a su oficina. Puse
los ojos en blanco y entré, cerrando la puerta.
—¿Cómo te encuentras, Skylar?
Aparentemente era Alexander, no el Jefe, ya que había comenzado por tutearme, pero su
semblante era tan frío y serio que no me daba demasiada confianza para no tratarle como la
persona con la que anteriormente me había besado, sino con mi jefe.
—Mejor, señor Black —espeté. Ahora era yo quien no quería hablar de persona a persona.
—¿Qué hiciste con el becario? —preguntó sin rodeos, dándole igual mi tono solemne de voz.
—Se preocupó por mí y me llevó a casa. Pero usted lo ha despedido... ¿Por qué? ¿Por eso?
¿Por qué me llevo a casa?
Él entrecerró sus ojos como señal de aburrimiento.
¿Le aburría?
¡Tú sí que aburres, señor Black!
—¿Por qué tuvo que llevarte a casa? ¿Solos? ¿Tú y él?
—Sí, él y yo —expliqué poniendo los ojos en blanco—. Porque él se preocupó por mí, a
diferencia de usted, que solo consigue enloquecerme.
—¿Pasó algo? —insistió.
¿Me estaba dando la razón en que había despedido a Rob porque él me había acompañado a
casa? Sí, ¡claro que me la estaba dando!
El que calla otorga.
—¿Pasó algo aquí con esa tal señorita Kathleen?
—No —contestó seco y frío—. ¿Qué te hace pensar eso?
Su sorpresa incluso me ofendió.
—¿Qué le hace pensar que yo tuve algo que ver con Rob?
El relajó su expresión por un momento, pero pronto volvió a la carga, frunciendo el ceño.
—Por celos —contestó.
Su declaración me hizo enmudecer por instantes.
—¿Qué? —pregunté sin saber realmente qué contestar a eso. Necesitaba tiempo para asimilar
esa afirmación.
—¡Por celos, Skylar! —vociferó acercándose a mí—. ¡Por celos! —repitió, y, agarrando mis
hombros, me impulsó hacia sus labios. Comenzó a mordisquear mi labio inferior levemente,
pasando su lengua lentamente por él, pidiéndome acceso a mi boca, a lo cual no me negué. Estaba
paralizada.
Poco a poco fue ralentizando el beso, hasta el punto de alejar su boca de la mía, aunque no se
separó. Me miró profundamente, y noté un tipo de conexión que supe que no iba a poder romper
nunca. Comenzó a tocar mis labios con su pulgar, comenzó a dibujar trazos con él y yo me sentí
perdida. Se me había olvidado todo, lo del carmín de esa Kathleen, sus celos irracionales contra
Rob y... su despido improcedente.
Bueno, realmente no se me había olvidado nada.
—¿Vas a aceptar otra vez a Rob? —pregunté rozando su nariz con la mía.
Él cambió su mirada, volvió a transformarla en esa que no sabía descifrar bien y se alejó unos
pasos de mí.
—No —cesó sin ánimo de exponer nuevamente lo que él creía que eran razones de peso—. ¿A
caso te interesa que vuelva a meterlo?
—Lo has echado sin motivos, Alexander. Y eso no será bueno para su futuro —refuté aunque
levemente menos enfadad, aunque no quería sacarlo a relucir. Seguía extasiada por notar aún el
ardor de mis labios.
—Me lo pensaré —dijo, aunque algo me decía que no iba a readmitirlo.
—Ahora cuéntame qué hizo aquí esa tal Kathleen —ordené esta vez yo.
Solo de nombrar a esa chica me daban arcadas. La odiaba, y solo la había visto dos veces. No
necesitaba verla más para hacerlo.
—¿A qué te refieres, Skylar?
—Vamos, Alexander. Vi esas marcas de carmín en tu camisa —dije con obviedad y al
recordarlo, volví al ataque.
—Skylar… —siseó mientras se acercaba a mí, aunque esa vez no permití que me tocara pues
sabría qué haría conmigo de nuevo lo que él quisiera. Conocía el efecto que tenía sobre mí—. Esa
chica está interesada en lo que poseo y se me lanzó.
Sus palabras eran sinceras, pero la simple idea de que sus labios habían rozado un sitio que
aún yo no había conocido... me daba tentación de matarla.
Quería matarla.

—¿Qué soy para ti? Además de a veces tu secretaria, claro —mascullé. Quería saberlo.
Quería caerme ya del pedestal que me había formado por culpa de sus besos. Quería que no me
jodiera tanto.
—¿Puedo invitarte esta noche a cenar? Te contestaré a todo lo que quieras.
Estaba sonriendo.
¿No sabía sonreír así, sin paréntesis, sin retenciones?
—Me encantaría… —sonreí tonta, ya había caído otra vez—. Ahora voy a seguir con mis
cosas.
El asintió y yo fui a abrir la puerta.
—Skylar —escuché, notando sus pasos cerca de mí y su brazo cerró lo poco que tenía abierta
la puerta.
Me giré y le vi ahí, peligrosamente cerca, y me besó fugazmente.
Después apartó su mano que me impedía abrir la puerta. Yo me giré y rocé mis labios con la
yema de mis dedos. Era... ¿un sueño?
Tocaron las cinco de la tarde y comencé a recoger mis cosas. A esa hora siempre me abordaba
la misma duda, ¿debía llamar a la puerta y avisar a Alexander?
Decidí que sí, ya que me debía una cena y quería recordárselo.
Toqué la puerta y por primera vez, me abrió él.
—Señorita Evans, iba a salir en este preciso momento.
—Nos leemos la mente, señor Black.
Llevé mis dedos alrededor de su boca y restregué tenuemente la yema de mis labios sobre ella,
ya que tenía algo de mí gloss. Él sonrió y supe que ambos agradecimos que no hubiera recibido
visita.
—Carter está esperándola ahí abajo, ¿prefiere que la lleve él o yo mismo?
—Carter.
No quería hacerle perder más tiempo, a fin de cuentas, era el jefe, y debía estar muy liado.
—Está bien... —Miró para el suelo con desasosiego—. A las ocho estaré en el portal de tu
casa.
Yo asentí y giré sobre mis talones, y antes de dar un paso, noté un gran palmetazo en el culo.
Sonreí y al girar vi como la puerta de Alexander se estaba cerrando. Me dirigí al ascensor con una
sonrisa bobalicona, esperaba con ansia que esa sonrisa sí que me quedara bien, pero confiaba en
ello, ¿había algo que le perteneciera a Alexander Black que no fuera bello?
Tenía que estar guapísima para mi cita con Alexander. Me encontraba realmente nerviosa, cosa
que le contagié a Megan.
—Me encanta verte tan contenta —comentó sentada en el puf morado mirando cómo daba
vueltas por el salón—. Estás mucho más guapa.
—No sé qué ponerme, no sé cómo pintarme ni cómo vestirme, ¡esto es un infierno! —bramé
escandalizada. Parecía una tontería, pero yo estaba realmente nerviosa por no fastidiarla.
Media hora después recibí un mensaje al móvil.
Alexander Black, 18:42
Espero que te estés poniendo realmente guapa. Pero que esa belleza solo te la vea yo.
Ojalá pudiera vértela solo yo.
Sonreí y comprimí el móvil en mi pecho, fuerte. Estaba muy feliz, sentía algo especial por
Alexander, algo que incluso me asustaba. Llevaba muy poco conociéndole, y aun así, firmaría para
pasar junto a él el resto de mi vida.
Después de un rato, decidí ponerme una falda blanca y una camiseta arreglada azul. Me puse
unos tacones beige y conservé el planchado de por la mañana. Solo esperaba que mi príncipe azul
llegara a por mí.
Eso había sonado demasiado cursi, ¿no?
Me senté para relajarme, hasta que caí en algo:
—Está bien... —Miró para el suelo con desasosiego—. A las ocho estaré en el portal de tu
casa.
Iba a entrar al portal de mi casa...
Alexander iba a entrar al portal de mi casa...
Pegué un respingo que asustó a Megan, y cogiendo una escoba y un trapo salí corriendo al
portal oyendo la voz de Megan.
Estuve limpiando el portal unos treinta minutos, no quería causarle mala impresión a
Alexander. Limpié los grandes espejos y regué las macetas que había. Era obvio que Alexander
sabía que yo no era tan rica como él, pero tampoco esperaba que pensara que vivía en un piso así.
Al rato después, cuando eran justo las ocho de la tarde, sonó el portero. Salí corriendo pero
me esperé unos segundos para cogerlo, no quería que pensara que estaba desesperada. Aunque lo
estaba.
Conté uno, dos, tr...
—¿Sí? —contesté enérgica sin ser capaz de aguantar la cuenta atrás que yo misma había
formulado mentalmente.
—¿Señorita Evans? —contestó con una sonrisa que haría enloquecer al más cuerdo. ¿Sabía
que le estaba viendo? Le dije que ya bajaba y me puse rápidamente el abrigo, Megan me dio la
bendición y bajé corriendo por las escaleras.
Cuando bajé Alexander estaba apoyado en un poyete que yo misma había limpiado apenas
hacía media hora. Menos mal, porque si no, su cara chaqueta de traje hubiera acabado llena de
mierda.
Nada más acercarme a él, él agarró mi muñeca y me acercó rápidamente a él, juntando sus
labios con los míos, estallando una explosión de emociones en mi boca. En ese momento pensé en
Alexander, en lo que estaría pensando él. Aquello era demasiado. Estaba tan nerviosa que creí que
iba a estallar.
Se separó de mí unos segundos después y acarició mi mejilla, y después, hundió su nariz en mi
cabello.
—¿Te espera alguien en casa? —preguntó mientras cogía mi mano y nos dirigíamos a la
puerta.
—Mañana tengo que trabajar —contesté con un deje divertido.
—No creo que tu jefe se moleste —dijo en mí mismo tono.
Salimos del bloque y fuimos a su coche, que estaba justamente frente a mi puerta, y abrió la
puerta del copiloto para dejarme entrar. Cuando me senté, y antes de cerrar la puerta, dijo:
—Estás preciosa.
Sonreí tímidamente, vaya que este hombre me hacía removerme entera con solo simples
palabras. Él puso su mano sobre mi muslo y añadió:
—Aunque esta belleza sí la ven todos.
Supe que me había ruborizado por el ardor de mis mejillas y por la sonrisa que se formó en su
rostro.
—Tú también estás muy guapo… —respondí y me quedé corta.
Llevaba un carísimo traje con chaqueta entallada negra perla, al igual que los pantalones.
Debajo llevaba una camisa blanca, junto a una delgada corbata negra. Para mí, todo le estorbaba.
Él sonrió y cerró la puerta. Se dirigió al asiento del piloto y arrancó.
—Algún día me dejarás conducir este coche —pedí burlona admirando el coche.
—Si sueles aparcar como aparcaste el tuyo, lo dudo —contestó en tono de broma, aunque
parecía que lo decía en serio.
—Oh, venga —me reí—. ¿Cuándo crees que estará mi coche listo?
—Dentro de poco —contestó, girando a la derecha.
—¿Dónde vamos a ir? —pregunté ya que esas calles no las conocía bien.
—¿Estás preguntona, no, señorita Evans? —replicó él dedicándome una fugaz mirada.
Yo sonreí y preferí quedarme callada; tenía razón. Eran los nervios.
Aparcó frente a un gran y precioso hotel y se bajó rápidamente para asistir mi salida. Después,
le entregó las llaves a un hombre y sacó algo de dinero para él.
—Despídete de la luz del día hasta mañana —dijo agarrándome de la mano.
—¿Vamos a dormir aquí? —pregunté, comenzando a andar a su paso.
—Puede.
Era un sitio precioso. A medida que nos íbamos acercando, más me cautivaba el lugar. El
suelo era de piedra muy cuidada y preciosa, y el hotel era como una imitación a un castillo color
beige. Estaba rodeada de césped, y había plantas preciosas y muy altas. En la entrada tenía una
gran cúpula que le daba un aire interesante. Pasamos y lo primero que cautivó mi atención fue un
llamativo suelo a cuadros blanco y negro. Su pared era blanca, y al fondo había una recepción con
un hombre moreno.
—Alexander Black —dijo nada más llegar.
—Oh —se ruborizó el caballero—. No había tenido el gusto de conocerle personalmente.
Alexander le estrechó la mano.
—Habitación 148, señor Black, disfruten su velada.
Sonreí con cortesía y nos dirigimos al ascensor, que estaba ambientado en la antigüedad. Era
algo paradójico.
Llegamos a la planta donde se encontraba nuestra habitación y nada más abrir la puerta,
Alexander me cogió como si de una princesa se tratase y entramos.
Me dejó caer sobre la cama, y luego se tiró sobre mí.
—¿Le gusta la habitación, señorita Evans? —preguntó aún sobre mí, colocando sus manos
sobre el colchón recargando todo el peso sobre ellos.
Alexander y el Señor Black eran personas totalmente distintas. Yo odiaba al señor Black, pero
estaba totalmente embaucada por Alexander.
Quizá ese era el problema.
—Es preciosa —musité, aun sin creerme que estaba dentro de ese palacio que había visto
hacía apenas unos instantes.
—Realmente hermosa —se levantó ágilmente—. Y la habitación también.
Yo me ruboricé y acepté la mano que me tendió para incorporarme. Por fin podía ver la
habitación detalle por detalle.
Lo que más llamaba la atención era su enorme cama de color chocolate, y su moqueta de color
un poco más claro. A la izquierda de la cama había un pequeño sofá del mismo tono y una pequeña
mesa de cristal. En frente, había una mesa redonda llena de comida rodeada por dos entalladas
sillas. Al final del todo se encontraba un balcón tapado por una preciosa cortina. La toqué y era de
mejor calidad que toda mi ropa junta. Al otro lado de la cama había una puerta que supuse que era
el baño.
—¿Cenamos? —preguntó Alexander abriendo la botella de vino.
—Sí —sonreí y me deshice al fin del abrigo, sentándome en una de esas preciosas sillas—.
Me quedaría a vivir años aquí.
—Y yo —contestó, sirviéndonos una copa de vino blanco a ambos.
Se aflojó la corbata y brindamos.
—Por tu nefasta entrevista —bromeó.
Había infinidad de platos, y cada cual más sabroso.
Pasamos alrededor de una hora comiendo, hasta que pensé que iba a explotar. Así pues, me
eché hacia atrás en el respaldo de la silla.
Alexander sonrió al ver este gesto infantil, por lo que se levantó y agarró mi mano para
hacerlo yo también.
Me acercó a él y, deshaciéndose del mechón que tapaba mi oreja, dijo en ella:
—No quiero que te alejes de mí nunca.
Por un momento pensé que más que una petición o un deseo, parecía una obligación o
amenaza.
Y le miré a los ojos pensativa.
—Yo tampoco quiero alejarme de ti… —musité. Me daba aun mucha vergüenza mostrarme así
ante él.
Él juntó su nariz con la mía y suspiró profundamente. Después, sus dedos agarraron mi cabello
con fuerza, tirando de él hasta que escuchó un gruñido salir de mi garganta. Nuestros labios se
tocaron una y otra vez, parecía que estábamos compitiendo por ver quién era más profundo, más
placentero.
Solté un gemido y me separé unos segundos para coger aire, notando la fría mano de
Alexander colarse por mi camiseta y arañando mi espalda. No tardamos más que unos segundos en
volver a unir nuestras bocas, esa vez en un beso más lento y profundo, que nos dejó a ambos sin
respiración.
Poco a poco, sin despegarnos el uno del otro, nos colocamos frente a la cama. El beso de
Alexander sabía cálido y profundo, sentía el calor y la excitación en mi interior acrecentándose
por la pasión que estábamos expresando. Me despegué de sus labios y los llevé hasta su cuello,
marcando suaves besos sobre su piel, mientras Alexander bajaba con suavidad el cierre de mi
falda. Se deshizo muy pronto de ella.
—Te deseo —gimió en mi oreja.
Yo suspiré profundamente por sus palabras y por la excitación que su solo tono de voz me
causaba.
En el momento que él comenzó a quitarme la camiseta, todo mi cuerpo comenzó a temblar,
aunque no significaba que no estuviera segura o lista. Eran los nervios de la primera vez.
—¿Estás bien? —musitó preocupado, deteniéndose y abrazándome.
—Sí… —contesté entre suspiros de ardor—. Estoy segura.
Ante esa confesión, Alexander acarició con las yemas de sus dedos todo mi cuerpo, causando
que se me erizara la piel.
Me separé de él y le miré, mientras sus ojos observaban detenidamente lo que estaba
haciendo. Era mi turno. Le intenté quitar la chaqueta, aunque él tuvo que ayudarme. Mis nervios no
me dejaban actuar como era debido y temía que Alexander se diera cuenta de nuevo de ello. Él se
quitó la corbata, y seguí desabrochándole botón por botón su camisa, hasta que logré desprenderle
de ella. Besé su torso tiernamente, adoraba estar ahí. Se notaba que se cuidaba, pues tenía sus
músculos y pectorales muy definidos. Después escabullí mi mano en su pantalón, logrando
desabrochar su cremallera y logré que cayeran, rendidos, al suelo. Él se movió hacia su izquierda
para deshacerse completamente de ellos. En ese momento nuestras miradas volvieron a
encontrarse, y aunque no sabía explicar muy bien la sensación que me dio la profundidad de su
mirada, me gustó. A fin de cuentas en ese momento era Alexander, el que yo deseaba.
Me cogió fuertemente y me tiró hacia la cama, tumbándose sobre mí. Comenzó a besar mi
cuello, mi oreja, hasta que consiguió un pequeño gemido de mi garganta. En ese momento me
obligó a incorporarme y se deshizo también de mi sujetador. Comenzó a besar en ese entonces mis
clavículas, mientras dibujaba trazos sin sentido sobre mi pecho. Luego su boca comenzó a bajar
hasta que llegó a mi ombligo, logrando que me removiera. Decidió entonces deshacerme también
de la única prenda que tenía. Él hizo lo mismo con su bóxer sin esperar que lo hiciera yo, y sin
querer alargarlo más, consumido por el deseo, introdujo su masculinidad en mi interior.
—¿Te duele? —susurró en mi oreja.
—No —respondí, aunque quizá estaba mintiendo un poco, pero mis ganas me obligaron a
seguir.
Él me mordió el lóbulo de la oreja.
Alexander se movió con más intensidad al creer que ya no me dolía. De tanto en tanto
acariciaba mi barriga, lo cual hacía que mi sensación de placer aumentara, al punto de llegar a la
cumbre.
Tras unos momentos más, ambos nos derramamos en un delirio de placer.
Unos minutos después me encontraba enredada en los brazos de Alexander, tumbados en la
cama, y yo acariciando sus pectorales.
—Al final no hemos podido hablar de nada —musité. Él me había invitado a cenar para que
pudiera hacerle las preguntas que quisiera, y mira cómo habíamos acabado.
—Puedes hacerlo ahora.
Yo asentí interesada. No iba a dejar esperar esta oportunidad para expresarle la pregunta que
daba vueltas a mi cabeza.
—¿Qué soy para ti? —volví a preguntarle. Cerré los ojos esperando su respuesta.
—Todo —contestó agarrando mi mentón para que le mirara fijamente a los ojos—. Todo,
Skylar.
Yo sonreí triunfante, aunque no lo exterioricé mucho.
—Aún no me creo... estar aquí, contigo, así. Si me hubieran contado esto hace apenas un mes,
no me lo hubiera cre...
—Eres especial, y me haces sentir especial. Y créeme que eso nunca nadie lo ha podido lograr
—me interrumpió incorporándose en la cama. Se sentó con su espalda apoyada el cabecero, y tiró
de mi mano para que me colocara justo sobre él.
—Pero tú eres Alexander Black... —dije en con voz apagada. No me lo creía, y no me veía
capaz de creer que yo significara eso para el dueño de una de las empresas más importantes de
todo Dallas.
—Skylar —pronunció, comenzando a acariciar mi mejilla con suavidad—. Podría tener todo
lo que quisiera en este momento si lo deseara, menos algo como tú. Y ahora lo tengo, algo que ni
el dinero puede comprar y tú has aparecido en mi vida, has aparecido en la vida del que menos te
merece, pero aun así, estás aquí, conmigo. ¿Quién crees que es el afortunado?
Yo me abracé a él.
Estaba feliz, e iba a disfrutarlo, durara lo que durara.
Comencé a abrir los ojos poco a poco, y me di cuenta que no estaba en mi cama. Me removí y
recordé la noche anterior, lo que había pasado en esas mismas sábanas... Sonreí y palpé a mi lado,
y estaba vacío. Me levanté y miré aun con los ojos entreabiertos a Alexander, pero no estaba ahí.
Escuché un ruido, y atendí a él: venía del baño; era la ducha. Me enrollé con una sábana de la
cama, olía gloriosamente a él, y me dirigí al baño. Llamé a la puerta, como si la de la oficina de
Alexander se tratara, y oí como se cortó el agua.
—Pasa —le oí decir.
Así hice, y vi cómo abrió la mampara de la ducha y extendió su mano para hacerme pasar
junto a él. Yo la acepté, aunque con mi otra mano seguía sujetando la sábana que cubría mi cuerpo.
Cuando ya estaba al lado de él, empujó la sábana por mi espalda y se calló al suelo. Tocó ambos
hombros con sus húmedas manos y me miró. Me acercó a él y volvió a cerrar la mampara. Dio al
agua, y comenzamos a besarnos tiernamente bajo las gotas de agua que resbalaban por ambos
cuerpos. Él subía y bajaba sus manos por mis brazos, y yo acariciaba su espalda con algún que
otro arañazo de mis uñas. Mordió mi oreja e hizo que me removiera, y juntamos nuestras narices.
—¿Quieres que te enjabone? —musitó Alexander y yo asentí.
Él me giró y segundos después me acariciaba la espalda con sus yemas y una esponja muy
suave. Yo meneaba mi cuello en expresión de comodidad, no me movería de allí nunca.
—Podríamos quedarnos hoy aquí —dijo Alexander al salir de la ducha, enredándome en una
toalla para que no cogiera frío.
—También podríamos ir a trabajar —contesté mirándome en el espejo y viéndole a él tras de
mi mientras se secaba también.
—El Jefe te da el día libre hoy.
Se acercó a mí y me rodeó con sus brazos.
—Pero no lo acepto —sonreí y me giré para besarle la puntita de la nariz.
Llegamos a Black Enterprise después de que Carter me acercara algo de ropa al hotel y nos
trajera. La sola idea de pensar que Carter intuiría algo me hacía ruborizarme, aunque era lógico
que lo sabía.

Pasamos el día bien, como otro más. Llegaron las cinco y al salir, Carter me dio la noticia de
que mi coche ya estaba preparado y estaba en el parking. Fui feliz y me dirigí a mi casa con él.
Aún no podía creérmelo, era tan feliz... ya no recordaba cómo se sentía, y realmente, era
profundamente placentero.
Solo me quedaba rezar para que no fuera tan efímero como creía merecer.
Capítulo 5
Vete

Pasaron unos días y llegó el ansiado día como reto personal para mí: ese día hacía dos
semanas en Black Enterprise. Me levanté nerviosa, y no sabía por qué. Algo me decía que todo no
iba tan bien como yo creía, y eso me hizo qué pensar. No sabía a qué se debía mi pensamiento de
angustia, quizá eran simples nervios por pensar que Alexander podría prescindir de mi como lo
había hecho con las anteriores.
Pero, yo no era como las anteriores, ¿no?
Llegué a Black Enterprise con tiempo, quería adelantar un par de cosas y mis nervios no me
dejaban estar esperando la hora sentada en el puf de mi casa.
Fui a entrar cuando la mujer que me había parado hace días volvió a hacerlo.
—Veo que estás batiendo el récord —dijo con una sonrisa estúpida.
Yo asentí devolviéndole la misma sonrisa y fui a entrar porque no quería escucharla más.
Ella agarró mi brazo y me obligó a mirarla.
—Mira, niñata. Por el simple hecho de que Alexander se haya metido en tu cama no significa
que tengas todo hecho. Como lo ha hecho contigo, mucho tiempo antes lo hizo conmigo, incluso
unos días antes de contratarte. Vete despidiendo del puesto y de él, ambas cosas son mías, es
cuestión de tiempo de que Alexander se dé cuenta —continuó con voz amenazante.
—No sé de lo que está hablando, señora —dije y volví a girarme para entrar.
—Lo sabes perfectamente. Aléjate de él, o te alejaré yo —alzó un poco la voz pero se dio
cuenta que llamaría la atención—. Te estoy avisando.
—Yo soy la secretaria de Alexander Black le guste o no, señora, y él solo es quien debe
decidir si echarme de su empresa... y de su vida. Solo él —refuté enfadada por el sinsentido de su
comportamiento.
—Lo hará —pronunció sonriendo, tocando un mechón de mi pelo y soltándolo con asco—. Lo
hará.
En ese momento se fue y entré corriendo a la empresa, me apoyé agitada en la recepción y
Lorraine puso su atención en mí.
—¿Quién era esa mujer? —pregunté.
—¿Quién, Skylar? —respondió ceñuda sin enterarse muy bien a lo que me refería.
—Una señora me ha parado en la puerta diciéndome que el puesto de secretaria es de ella, y
que me aleje de Alexander.
—¿Cómo era? —preguntó con cierto interés mordisqueando el lápiz que tenía en sus manos.
—Alta, con el pelo corto y ojos ver...
—Rose Donovan —me interrumpió—. Era la antigua secretaria del Señor Black.
Fruncí el ceño, muestra de mi confusión. ¿Ella había sido secretaria de Alexander?
—Puedo contártelo, pero ahora no. ¿Salimos a almorzar luego y hablamos? —añadió—. Hoy
el señor Black no va a venir porque tiene una reunión fuera, podemos tomarnos algo de tiempo.
—Me gustaría que me contaras todo lo que supieras sobre esa Rose Donovan.
—Pero antes tengo que darte una buena noticia —cambió de tema rápidamente formando una
sonrisa en su rostro que me contagió tenuemente.
Tomó por banda el silencio y me señaló con la cabeza a la zona del ascensor. Miré y ahí
estaba... ¡Rob!
—¡Rob! —exclamé, acercándome a él y dándole un pequeño abrazo.
—Muchas gracias Sky, de verdad. ¡Muchas gracias! —gritó de alegría.
—¿A qué te refieres? —pregunté. Yo había sido la culpable de que Alexander le hubiera
despedido, ¿por qué me lo agradecía?
—El señor Black ha accedido a darme una nueva oportunidad por tus recomendaciones —dijo
con una grande sonrisa.
¿Alexander había hecho eso?
Sonreí interiormente; ese era el hombre del que me estaba enamorando.
Llegaron las doce y bajé a recepción por Lorraine. Bob se quedó a cargo de la recepción el
rato que íbamos a estar fuera, cosa que agradecimos pues así estaríamos más cómodas. Fuimos a
la cafetería de Black Enterprise para no perder el tiempo y después de pedir un té para mí y un
café para Lorraine, comenzamos a hablar.
—Rose Donovan fue durante mucho tiempo la secretaria del señor Black —comenzó a
contarme—. Era la estrella de la empresa, una figura aparentemente imprescindible. Era una
aparente profesional en su sector, y sus buenos resultados subieron su ego hasta el punto que pensó
que la empresa la necesitaba. Creaba polémica entre sus compañeros, no respetaba las directrices
de la empresa, y desde luego, al tener buenos resultados pensó que estaba por encima de las
normas. El señor Black al principio la defendía y la apoyaba, y esto aumentó su ego y su mandato
sobre la empresa. Llegó a poner en duda las decisiones del Jefe y eso él ya no lo pasó por alto y...
la despidió.
Yo asentí interesada. Ahora entendía por qué esa tal Rose Donovan se atribuía los derechos de
ser la secretaria de Alexander, ¿pero por qué dijo que él también le pertenecía?
—¿Cuánto tiempo estuvo ella en el puesto?
—Por muchos años —contestó ella poniendo los ojos en blanco. Se notaba que no guardaba
muy buenos recuerdos de esa época—. Cuando yo llegué, ella ya estaba aquí.
—Pero...
—Y tras su despido comenzó la búsqueda de secretaria perfecta. Varios meses y muchas
secretarias después... apareciste tú.
—Yo... yo no soy tan brillante como ella —murmuré. Y era verdad.
—Lo eres —espetó y cogió mis manos—. Y desde que tú estás en la empresa, el Jefe está
mejor que nunca.
Su comentario me hizo ruborizarme; mi relación con Alexander era viral en la empresa.
—Ellos... ¿tenían algo más? —pregunté con la voz temblorosa, esa voz que emerge cuando
haces una pregunta a la que temes que te respondan.
—No puedo asegurarte nada, Sky. Al igual que tampoco puedo asegurar que haya algo entre él
y tú. Aunque, es algo obvio, ¿no?
Su respuesta, aunque no clara, sí fue concisa. Se notaba, solo quería endulzarla algo. ¿El
hobbie de Alexander era convertir a sus secretarias en sus amantes? Porque si mi destino era
acabar como Rose, me negaba.
Tras su declaración, decidí dar por terminada ese tema. Había indagado en algo que realmente
no me correspondía, ¿pero qué podía hacer? Aguantarme por curiosa.
Nos terminamos la bebida y volvimos a nuestro puesto de trabajo.
Alrededor de las cinco y media llegué a mi casa. No había visto en todo el día a Alexander
por el tema de su reunión, pero después de la confesión de Lorraine, tampoco deseaba verle.
Estaba confundida, no entendía muy bien mi situación actual. Él me dijo que era todo para él,
¿pero también se lo había dicho a Rose? Y quizá... ¿también se lo había dicho a todas las
secretarias que habían pasado por su oficina? Ese pensamiento me atornillaba... ¿Era una más en
su lista?
No podía sacar conclusiones anticipadas. Tenía que esperar... a que él me lo contara. ¿Pero él
quería contármelo?
Me pasé toda la tarde tirada en el sofá, viendo la tele. Afuera llovía, como acostumbraba
hacer estos días atrás.
Cuando ya me iba a preparar algo para cenar, escuché un mensaje de mi móvil.
Alexander, 20:39
Ya estoy aquí. Y me gustaría verte.
Deseo verte.
Después de una tarde tan aburrida como llevaba, yo también deseaba verle. Pero lo que me
había contado Lorraine seguía dando vueltas por mi cabeza y sabía que si ahora se me ponía ante
mi Alexander, acabaríamos mal. Decidí no contestar y cenar.
Alrededor de una hora después, el timbre de la puerta sonó. Por un momento pensé que podía
ser Megan, pero ella había salido a pasar el día en casa de su nuevo amigo aprovechando que esta
noche libraba. Me acerqué a la puerta y miré por el telefonillo, descubriendo la hermosa cara de
Alexander.
—¿Si? —contesté. Era muy distinto intentar pasar de él por el teléfono que viendo su rostro.
—Me gustaría hablar, Skylar —dijo con tono frío, cosa que hizo que un escalofrío me
recorriera todo el cuerpo.
Le di al botoncito para abrir la puerta del portal e hice lo mismo con la puerta del piso, y me
volví a sentar en el sofá, esperando a que llegara.
Así hizo, y al oír cerrar la puerta me levanté de un respingo. No esperaba que subiera las
escaleras tan rápido.
—Hola —dijo mientras se acercaba a mí, mirando a sus costados, como si buscara algo. O... a
alguien.
Yo suspiré y fui a darle un fugaz beso, pero él se apartó.
—¿Qué te pasa? —pregunté.
¿Era yo la que tenía motivos para estar enfadada y el que lo estaba era él?
—No me gusta que no contestes a mis mensajes —dijo con voz y gesto serio.
—No pude —mentí. Su mirada se oscureció y decidí no mencionar nada sobre mi enfado.
—¿Estabas ocupada con alguien? —preguntó dando una vuelta con su mirada por toda la casa.
—Lo único que dices son tonterías —dije suspirando y me giré para sentarme, pero él agarro
mi brazo fuertemente y me comprimió hacia él.
—¿Has estado con alguien, verdad? —bramó mirándome fijamente a los ojos.
Su mirada clavada en la mía provocó que me faltara el aire por un momento. Mis ojos
centellearon, y él, soltándome con agravio, se introdujo en el pasillo de las habitaciones e
inspeccionó con altero cuarto por cuarto, abriendo cada puerta que había a su paso con
agresividad.
Mi cuerpo no me permitió moverme, mis pies se quedaron clavados al suelo frente al pasillo,
con mi mirada intentando asimilar sobre lo que estaba siendo testigo.
—Estás paranoico —pronuncié cuando le vi en mitad del pasillo, con los ojos irreconocibles,
con sus brazos tendidos paralelamente a su cuerpo.
—Nunca me engañes Skylar, porque entonces tú y el que se meta en nuestra vida saldréis muy
mal.
—Fuera —pedí sin aliento.
Él se tapó la cara y comenzó a negar con la cabeza.
—Lo siento... —siseó mientras se acercaba a mí.
Yo retrocedí un paso con firmeza.
—Vete, por favor.
—La simple idea de que me pudieras abandonar me enloquece, Skylar... Lo siento.
—¡Fuera de mi casa o te juro que llamo a la policía! —vociferé exasperada, reteniendo las
lágrimas en mis ojos.
—Skylar, por favor —musitó, volviendo a querer acercarse y yo di pasos atrás, aunque esta
vez él no respetó mi decisión y me abrazó contra él.
—No me gusta esto—murmuré con voz rota y con las primeras lágrimas resbalando por mis
mejillas, sin corresponder a su abrazo.
Él notó mi frialdad y se separó de mí.
—Vete —añadí.
Él me miró, y noté la tristeza que inundaban sus ojos. Pero también sentía la tristeza que
recorría todo mi cuerpo y no accedí a nada.
Él asintió con la cabeza al ver que yo no decía nada más, y tras besar mi frente, se marchó. Al
escuchar cerrar la puerta me derrumbé del todo, ¿quién era esa persona que había entrado a mi
casa? No le reconocía... y eso me asustaba. ¿Dónde me había metido?
Cerré la puerta con pestillo y corrí hacia mi cama. Me tapé todo el cuerpo, y comencé a
escuchar la lluvia, los gritos de la gente de ahí fuera, el tráfico, y mis lágrimas.
Su mirada llena de furia estaba clavada a fuego fatuo en mi mente. ¿A quién había permitido
entrar a mi vida? ¿A mí? ¿Quién era ese... ese ser?
***
El reloj me despertó avisándome de que eran ya las 6 de la mañana, y me sentía totalmente
cansada. En esa noche no habría dormido mucho más de tres horas. Me duché con agua fresca para
despejarme y me vestí con una falda negra entubada y una camisa rosa palo con alguna que otra
floritura. No sabía cómo iba a enfrentar este día junto al señor Black, solo recordaba que
necesitaba ese trabajo, y era el único pro en mi lista para volver a esa empresa, pero, aunque el
único, era el que más pesaba.
Comencé a pasar unos documentos que había dejado el día anterior casi a terminar, y esperé el
momento en el que la puerta se abriera para recibir a Alexander Black. Estaba realmente asustada,
¿a qué hombre me encontraría hoy? Era totalmente distinto... Era... aterrador.
Pasó poco tiempo después cuando se abrió la puerta del ascensor dando paso al señor Black y
a dos hombres igual de trajeados que él. Ambos señores me saludaron, a diferencia de Alexander.
—Quiero en mi despacho los archivos que ha tenido que pasar a limpio. ¡Ya! —vociferó.
Yo asentí y corrí para terminar lo poco que me faltaba y entregárselo.
Tardé alrededor de quince minutos y toqué a la puerta. Tras escuchar la voz de Alexander me
santigüé y entré con los archivos. Se los dejé sobre la mesa y fui a dirigirme a la puerta cuando
volví a escuchar la voz de Alexander.
—Están desordenados —dijo con voz ruda y enfadada. No disimulaba ni ante los caballeros.
—No se preocupe —dijo uno de ellos dedicándome una mirada consoladora—. Es muy
jovencita.
No sabía si quiera que esos archivos guardaban un orden.
Alexander le hizo caso omiso a lo que dijo.
—Puede irse —pronunció, y, sin contestar, solo asintiendo brevemente con la cabeza, salí de
allí.
Pasó una hora y media hasta que los hombres que habían entrado junto a Alexander salieron, y
se despidieron cariñosamente de mí. Minutos después escuché sonar el teléfono y lo cogí.
—A mi despacho.
Colgué el teléfono y suspiré. Me levanté y toqué la puerta.
—Adelante —contestó con el mismo tono de voz que antes.
—¿Qué se le ofrece? —pregunté cerrando la puerta tras de mí.
—Nos ha hecho esperar demasiado, y encima los archivos estaban desordenados —comenzó a
enumerar los errores que había tenido mientras miraba la pantalla del ordenador.
—Disculpe por no ser la estrella de la empresa, señor Black —repliqué—. Ya he cumplido
las dos semanas, si quiere echarme, hágalo.
—No la estoy echando —espetó alzando su mirada del ordenador y posándola en mí por
primera vez en el día.
—No sé qué se lo impide —contesté. Por un momento pensé que no trabajar allí sería lo mejor
que me podría pasar.
—Tú. Tú me lo impides —dijo y se levantó—. Nosotros, lo nuestro.
—Ambos sabemos que eso nunca le ha detenido.
—¿A qué te refieres?
—Eso no lo detuvo con Rose Donovan, no lo va a detener conmigo. No soy tan brillante como
ella.
—¿La conoces? —preguntó con interés, no negando mi afirmación, cosa que me jodió.
—Mejor que usted no creo —arremetí. Su gesto se endureció, me estaba metiendo en un
terreno muy peligroso. Tenía que haber dejado mi teléfono con el número de emergencias
marcado.
—No tiene sentido lo que dices —contestó especialmente molesto—. Hace mucho tiempo de
aquello.
—Ella parece no decir lo mismo —contesté, y él echó un paso hacia delante y lo contrarresté
con uno hacia atrás.
—¿Has hablado con ella?
—Sí, y dígale que no me moleste más —contesté y abrí la puerta para salir.
—¡Skylar! —vociferó, pero cerré la puerta y me senté corriendo en mi sitio. Escuché
detenidamente por un segundo y oí cómo Alexander golpeaba su mesa.
***
Al fin llegaron las cinco de la tarde y salí de allí sin mirar atrás. Según bajaba el ascensor
marcando que estaba más cerca de la recepción, más claro tenía que no iba a volver allí.
En la puerta de Black Enterprise sonó mi teléfono y vi el nombre de Alexander. Miré hacia
atrás y pude percibir su mirada, desde la gran cristalera del último piso. No le veía, pero tenía
seguro que él sí lo hacía.
Colgué el teléfono y corrí hacia mi coche antes de que a Alexander le diera por perseguirme.
Llegué a casa sin mirar atrás y cerré la puerta con el pestillo.
—¿Qué pasa? —preguntó Megan al ver lo alterada que llegaba.
—No quiero volver allí —dije a punto de llorar.
—Tranquila, Sky —me dijo, y comencé a llorar en su hombro—. No tienes por qué hacerlo.
Esa misma tarde recibimos la visita de Olivia y Kevin. Ésta primera me creyó al escucharme
decir ante su pregunta de qué me pasaba que simplemente estaba enferma. Kevin, aprovechando
que Megan y Olivia hablaban en el dormitorio de ésta sobre un tema personal, me hizo saber que
él no había cedido a mi mentira.
—Estás rara, Sky. Esta no es tu cara de estar enferma, si no triste —dijo.
—Black Enterprise es demasiado para mí. Tu amigo Josh tenía razón —musité, formando un
mini puchero.
—¿Te han despedido? —preguntó interesado al ver que comenzaba a contarle algo.
—Me he ido —contesté—. No quiero volver a trabajar allí.
—Has hecho bien, Sky —dijo poniendo su mano sobre mi muslo—. Ante todo está tu
comodidad. Hay muchos trabajos para alguien tan brillante como tú —reí ante lo paradójico que
me resultaba escuchar eso en ese momento—. Puedo ayudarte a encontrar algo mejor para ti.
—Gracias por tus palabras —dije poniendo la mano sobre la suya y aprovechando este
movimiento para quitarla de mí regazo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Asentí.
—¿Es cierto que tú... y ese tal Alexander...? —me removí incómoda. Las noticias volaban—.
Estás así por él, ¿no?
—Puede, je, je.
Él asintió entendiendo perfectamente lo que quería decir. Me agarró del brazo para abrazarme
y yo acepté, lo necesitaba, de quien fuera.
—Sabes que... yo siempre estaré... aquí... para ti —murmuró en mi oído. Yo me separé de él.
—Kevin, yo... estoy enamorada de Alexander —le confesé.
Era la primera vez que lo admitía.
Estaba enamorada de Alexander Black.
Y quizá me daba cuenta demasiado tarde.
Saber eso solo me sirvió para que todo doliera un poco más.
—Mereces mucho más, Sky —dijo intentando otro acercamiento, pero yo lo evité.
—No creo que haya sido eso exactamente lo que haya pasado —mascullé para mis adentros
pero lo dije.
En ese momento sonó mi teléfono. Megan corrió al salón antes de que yo lo cogiera intuyendo
que sería Alexander. Cogió el teléfono antes que yo y puso cara de circunstancia.
—No, Megan, ¡no! —grité al imaginar que pudiera ser Alexander, viendo que pensaba
cogerlo.
No valió de nada pues ella cogió el teléfono.
—No, no soy Skylar. Soy Megan, su mejor amiga, y ella está ocupada —calló por un momento,
imaginé que escuchando lo que decía—. Déjela en paz, ya le ha hecho suficiente daño, ¿no cree?
—y colgó.
—¿Qué ha pasado? —pregunté al ver el enfado inminente de Megan.
—Ha dicho que si no te pasaba se iba a presentar aquí.
Yo me levanté nerviosa; sabía que era capaz.
—Tenías que haberme dejado que me pusiera —la regañé. Demasiado enfadado estaba ya
Alexander para enfadarlo aún más. Pero bueno, antes de su enfado, ¡estaba el mío!
—No va a pasar nada, estoy aquí yo —dijo Kevin.
Ellos no le conocían...
Los siguientes treinta minutos estuve muy nerviosa. Pensaba que en cualquier momento iba a
aparecer Alexander por la puerta e iba a ver a Kevin aquí. En esas semanas que había compartido
con Alexander no había descubierto mucho sobre él, pero lo que sí conocía era su fuerte carácter y
su temperamento.
—Creo que es mejor que te vayas —pedí a Kevin—. Por favor.
—Yo creo que no —añadió Megan.
—Creedme, por favor. Agradezco que os preocupéis pero sería mucho peor si Alexander
viniera y viera que hay un chico aquí... y menos tú —dije.
Yo había compartido algunos besos y caricias con Kevin, las cuales no habían llegado muy
lejos pero estaba segura de que si Alexander se enteraba de ello iba a matarlo.
—Está bien —contestó Olivia—. Queremos ayudar, no ponerte en una situación peor.
Vayámonos Kevin, mañana será mejor momento para charlar.
Kevin asintió ceñudo y aunque no muy convencido, decidió irse, no sin antes abrazarme en la
puerta antes de salir.
—Te quiero —murmuró en mi oído.
Tras esto, se marchó por las escaleras junto a Olivia y yo suspiré aliviada; Alexander no le
había visto aquí. Megan me cogió de los hombros y me llevó con ella al sofá.
—Alexander Black no te hace bien —siseó mientras nos sentábamos.
—Hay tantas cosas que no nos hacen bien y aun así seguimos enganchados a ellas...
Poco después me fui a la cama. Pensé por un momento qué hubiera pasado si Alexander
hubiera ido... si hubiera estado allí Kevin, hubiera enfurecido y ya no habría nada que arreglar. Si
hubiera venido sin estar Kevin, quizá...
Una parte de mí me vociferaba un NO rotundo, con la voz de Megan y Kevin. Pero otra parte
de mi me decía que debía arriesgar, todo o nada, dejar que me equivocara...
Revisé por última vez mi teléfono. Miré por un minuto la última llamada de Alexander, la que
había cogido Megan, como si me dijera algo más. Borré la llamada y decidí escuchar algo de
música. Era lo que me faltaba para romperme del todo. Aunque esa idea nefasta se disipó al
escuchar la primera pista de mi lista de música; Hello, de Adele. No podía permitirme escucharla,
acabaría ahogada por mis propias lágrimas. Decidí bloquear el teléfono y dormir...
***
El despertador sonó de nuevo a las seis de la mañana, y maldije todo lo que corrió en ese
momento por mi cabeza. ¿Cómo había sido tan estúpida de haberme olvidado de quitar el
despertador? Por un momento quise levantarme y vestirme, presentarme en Black Enterprise y ver
a Alexander como lo que nunca tuve que dejar de verle, El Jefe.
Decidí recolocarme en la cama y probar a dormirme de nuevo. Me fue imposible, pero caí a
gusto y me quedé por unos momentos mirando el techo.
Después, siendo aún las siete y media de la mañana, decidí levantarme y limpiar un poco la
casa. Estaba sumamente descuidada desde que empecé a trabajar.
Alrededor de las nueve terminé con todo, y como estar ahí dentro me ahogaba, decidí vestirme
y salir a comprar. El sol salía y con él un poco de calor agradable; se notaba la cercanía de Mayo.
Me puse unas mayas negras junto a una sudadera color rojo vino y mis deportes. Decidí ir
andando, y al salir me encontré con una desfasada Megan.
—¿Tan tarde aquí? Bueno, ¿tan temprano? —pregunté al ver la cara de Megan.
—Una redada, he pasado la noche en comisaría —dijo—.Luego te cuento mejor.
Yo asentí sonriendo mientras Megan pasó por mi lado directa a su habitación, mi vida era
complicada pero la de Megan no se quedaba atrás. Admiraba su capacidad de asumir todo con
normalidad, aunque la situación no lo fuera.
Hice la compra y volví a casa. Me sentía algo mejor, me había despejado al hablar con las
mujeres en las tiendas y había desconectado de mi caos interior. Miré el reloj antes de llegar a mi
piso y vi que eran las diez y media. Alexander ya tenía que intuir que no iba a volver a trabajar.
Torcí la esquina donde estaba mi bloque y me dirigí allí. Dejé las bolsas en la puerta para poder
abrir la puerta, y una mano tocando mi hombro hizo que me sobresaltara. Era él.
—No me voy a ir de aquí hasta que hablemos —pronunció al girarme sin darme oportunidad a
decir nada.
Capítulo 6
Palabras imposibles de pronunciar

No sé por qué, pero accedí a montarme en su coche y escucharle, como él me había pedido.
Aproveché antes que Megan estaba profundamente dormida en el sofá para dejar las bolsas con
sigilo y volver a marcharme sin crear sospechas, seguro que si se enteraba, me impediría con
todas sus fuerzas que me fuera con él.
Comenzó a conducir sin hablar apenas. Yo no sabía qué decir, estaba ahí para escucharle, no
para excusarme.
De vez en cuando le miraba de reojo, y su silencio me atemorizaba. Prefería que me gritara,
así por lo menos sabía que estaba pasando por su cabeza en ese momento, porque sin duda, el
silencio de Alexander Black era lo que más temía, porque si gritaba, al menos podía explicar mis
motivos... pero así... Desearía haber podido meterme aunque fuera por segundos, en los
truculentos pensamientos de este hombre.
Aparcó en un sitio alejado de todo, y se bajó del coche. Yo no esperé que abriera mi puerta y
salí por mí misma, cosa que pareció que Alexander no se lo tomó con agrado, ya que torció el
gesto.
Andamos por unos momentos, y descubrí donde me había llevado: aquel sitio era el Dallas
Arboretum and Botanical Garden. Nunca había tenido el lujo de verlo en vivo, ya que era
bastante caro y estaba bastante lejos, además de que ninguno de mis allegados sentía curiosidad
por visitarlo...
Pagó dos entradas, es un sitio situado en una finca privada. Después comenzamos a andar por
allí, era realmente precioso. Alexander comprendió mi asombro y dejó que antes de hablar
inspeccionara el sitio: era un largo camino de roca rodeado de distintos tipos de árboles, flores y
arbustos. Por fotos parecía inmensamente más pequeño que como lo era en realidad en vivo. El
sitio transmitía una calma impresionante... quizá Alexander por ello me había llevado ahí.
—No quiero estar así contigo, Skylar —dijo rompiendo el silencio, mientras andábamos.
—Ni yo, pero... —siseé mirando al suelo.
—¿Pero qué? —preguntó con voz ciertamente elevada, mientras se paraba en seco. Yo seguí
andando, dejándolo unos pasos atrás, y después, me giré—. ¿Ya te has olvidado de mí?
—¡No! —exclamé con un deje de ofensa.
¿Cómo podía ni si quiera pensar que yo podía olvidar a las personas de un día para otro?
Porque no, y justamente al contrario, me costaba más de lo recomendable hacerlo.
—No quiero que te alejes de mí —dijo acercándose a mí y cogió mis manos.
Yo le miré a los ojos, y él apartó la mirada. Por primera vez...
—No me gusta verte triste —añadió—. Y menos por mi culpa.
—No... no es... —agaché la mirada. Realmente sí era toda su culpa, pero no quería hacerle
sentir peor de lo que parecía estar.
—Skylar —agarró mi mentón e irguió mi cara—. Dame otra oportunidad.
—No es tan fácil... —musité queriendo evitar su mirada, pero su mano en mi mentón lo
evitaba.
—Skylar, es muy fácil. Tanto como decirme que sí —contestó con voz tierna. Ese era el
Alexander que quería... ese tranquilo, que me escuchaba, que me hacía sentir bien. No el que se
metía en mi casa a insinuar que tenía a alguien escondido en el armario y conseguía asustarme.
—Quiero que me aclares del todo el tema de Rose Donovan —pedí—. Solo así podré decirte
que sí.
Él asintió convencido y con sinceridad, y después agarró mi mano, tirando levemente de ella
para reanudar el camino.
—Rose Donovan fue mi secretaria por mucho tiempo, y sabía hacer muy bien su trabajo. Su
sed de poder creció hasta un punto infranqueable... yo permití que se sintiera superior a todos,
pero no a mí. No lo entendió y la despedí. Siempre ha sido una mujer ambiciosa.
Encajaba con lo que me había contado Lorraine.
—¿Tú que sientes por ella? —pregunté. Realmente lo que me importaba era él, no el puesto de
trabajo.
—Nada, nunca sentí nada —respondió frío y seco—. Era una relación exclusivamente
profesional.
Yo asentí con la cabeza, aunque no bastante convencida. No me cuadraba, aunque intentaba
tener la mente abierta para aceptar cualquier explicación.
—Ella me visitó días antes de tu entrevista para convencerme de volver a contratarla —
prosiguió—. Pero... llegaste tú. Y lo tuve todo claro. Supe que si había rechazado a mis anteriores
secretarias no era porque no encontraba a alguien como Rose, sino porque no te encontraba a ti.
Al escuchar sus palabras, suspiré profundamente. Había algo que no me encajaba: la
posesividad de Rose sobre el puesto me había quedado claro, pero sobre Alexander... no del todo.
Aunque decidí no darle más vueltas a ese tema; eso era lo que ella quería... y quizá me había
mentido para conseguir perturbarme.
—¿Por qué pensaste que había alguien en mi piso? —volví a preguntar cambiando de tema.
Necesitaba aclarar todo lo que me atormentaba.
—Ante eso no tengo justificación alguna. Me cegué demasiado pronto sin escucharte, y
tampoco fui capaz de escucharme a mí mismo. Cuando lo pensé en frío me di cuenta de la cantidad
de estupideces que te dije... pero el miedo a perderte habló por mí, Skylar. La sola idea de que
pueda haber alguien más en tu vida... me asusta.
—No vuelvas a hacerme sentir así musité, omitiendo sus disculpas. Alexander me puso frente
a él, y agarrándome por la cabeza, me colocó justamente en su pecho. Escuchaba su corazón, que
se relajaba por segundos. Se me saltaron algunas lágrimas por la emoción del momento, sin duda
alguna... quería equivocarme.
Me separé de él y él acarició mi mentón con la yema de sus dedos. Se acercó poco a poco a
mí, y por fin, nuestros labios volvieron a fusionarse. Le abracé mientras nos besábamos; él
acariciaba mis mejillas sonrojadas de pensar cuánta gente nos estaba viendo. Me hubiera
encantado poder haber hecho una fotografía, y haberla conservado para siempre. Para recordar lo
feliz que era si algún día algo salía mal, y recordarme el motivo por el que decidí arriesgarme.
—Te amo —musitó en mis labios cuando los separamos por milímetros.
Yo cerré los ojos; me impresionaba la manera que tenía de que mis sentimientos se
revolucionaran como mariposas al pasar al decir simplemente dos palabras: Te amo.
Pero yo no fui tan valiente para poder decírselo, mis labios no estaban preparados para
expresar un sentimiento tan grande...
Capítulo 7
Ancla

Como ya le había avisado, ese día salí con mis amigas. Admitiré que la noche pudo ir mejor,
mi miedo de que Alexander apareciera en algún momento por allí y pillara a los chicos que se nos
acercaban cerca de mí y los matara, hizo que no lograra pasármelo del todo bien.
Al día siguiente Alexander estuvo enfadado, pero descubrí mi capacidad de apaciguarle y todo
salió bien, mejor de lo que esperaba, al menos.
Pasaron unas semanas, y con ellas, llegó mi primer sueldo. Cuando vi esa alta suma ingresada
en mi cuenta pensé que iba a desmayarme, pero poco a poco fue bajando. Ingresé más de una
tercera parte en la cuenta de mi padre para ayudarles, y casi todo lo demás se lo llevaron los
gastos cotidianos.
Alexander estuvo controlado, pero no porque hubiera cambiado, sino que no di a lugar a
ninguna situación que alterara el ánimo del señor Black.
Yo me encontraba dirigiéndome a mi coche tras un intenso día de trabajo más en Black
Enterprise, trabajar allí era un sueño, pero también era agotador. Tuve que escribir todo lo que
dictaba Alexander, y aunque en un principio me resultó divertido, logró por ser cansado.
Me acerqué a mi coche y algo me hizo llevarme las manos a la boca. El capó de mi coche
estaba manchado por gotitas negras de pintura, y en el cristal delantero había algo escrito tapando
toda la visión.
ZORRA
Me quedé por unos instantes sin moverme, sin parpadear, incluso sin apenas respirar. ¿Qué
había pasado? Fue Tim, el jardinero, quien me despertó de ese embobamiento.
—¿Qué le ha pasado a tu coche? —preguntó igual de impresionado que yo.
—No sé, pero Alexander no puede verlo —murmuré aun en shock—. Tráeme un cubo con agua
y algo para quitarlo, ¿vale?
Tim solamente asintió y salió corriendo a por lo que le había pedido.
Mi coche... mi precioso coche. ¿Quién habría escrito eso? En la empresa nadie me odiaba, o
al menos no lo suficiente para ser capaz de escribir eso en mi coche. Lo toqué y aún estaba
húmedo, y miré a mí alrededor con cautela. ¿Y si la persona responsable estaba mirándome en ese
momento?
En ese momento volvió Tim con justamente lo que le había pedido. Fui a cogerle la esponja
que tenía en su mano pero se negó a dármela.
—Lo limpiaré yo —dijo acercándose al cristal.
—Puedo hacerlo yo.
—No —espetó mientras comenzaba a frotar—. Tú vigila.
Asentí ante su seriedad y observé cómo el insulto comenzaba a disiparse de mi capó.
—Ya basta —pronuncié al cabo de unos minutos.
Estaba realmente incomoda viéndole limpiar algo que me pertenecía a mi hacer.
—Así no vas a ver conduciendo, Skylar. Déjame terminar —pidió, y tenía razón. Yo vigilaba
para que Alexander no entrara y viera lo que había sucedido.
Tras unos minutos, Tim dejó algo legible el cristal.
—Gracias —dije tocándole el hombro.
—No tienes que agradecer nada. Ahora vete, el señor Black se extrañará si te ve aun por aquí.
Asentí ágilmente con la cabeza y tras agradecerle todo de nuevo, me subí al coche, en el que
ya se podía ver medianamente bien al frente.
Comencé a conducir y la imagen de esa palabra escrita en el cristal de mi coche no se iba de
mi cabeza. ¿Rose Donovan? ¿Kathleen Panettire? No sabía quién podía haber sido, solo se me
pasaban ambos nombres por el pensamiento. Pero, ¿ellas tenían acceso al parking privado de
Black Enterprise? Kathleen Panettire quizá sí... y a Rose Donovan ya la conocían, podrían haberle
permitido el paso.
Esa misma tarde, junto a Megan y Olivia comenzamos a limpiar más a fondo el coche
aprovechando los rayos de sol de finales de Mayo.
Cuando terminamos me duché ya que Alexander me había dicho que tenía una sorpresa que
darme.
***
Ya solo me faltaba arreglarme algo el cabello y vestirme apropiada, así que bajé a una tienda
para comprarle algo a Alexander. Sabía que seguro ni se asemejaría lo que yo pudiera comprarle
a lo que él iba a hacer, pero me apetecía.
Me puse un vestido fino de media manga, totalmente entubado, color rojo oscuro, Mayo ya
estaba terminado y se notaba el calor de la llegada de Junio. Me puse un collar grande que cubría
mi pecho y una pulsera a juego. Me dejé el cabello natural, y me pinté algo los ojos.
Sobre las ocho y media llegó Alexander, avisándome en el telefonillo. Cogí mi bolso y
también la pequeña bolsita de regalo.
—Voy a ser el hombre más envidiado de la noche —dijo mientras me daba su brazo para que
me enganchara de él.
Yo me ruboricé y abrió la puerta, dejándome ver lo que me esperaba ahí fuera.
Era una preciosa limusina la que nos esperaba en la calle, de color negro brillante. Me dejó
sin palabras y sin respiración.
—¿Vamos a ir ahí? —pregunté exhausta, aún agarrada de su brazo.
—¿Prefieres ir en tu coche? —preguntó en tono de burla mientras él mismo admiraba la
limusina.
Yo me reí. Alexander también tenía sentido del humor.
Un hombre de unos cuarenta años nos saludó con un gesto de su cabeza y abrió la puerta,
donde Alexander me dio paso a mi primero y después él. Tras cerrar la puerta, el hombre se
dirigió al asiento del piloto. Apostaría que había tardado hasta cinco minutos en llegar. Después,
arrancó la limusina.
Era todo de cuero y tela negra, muy elegante. Yo aún seguía impresionada. Por las ventanas
podía ver como todo Dallas se fijaba en la gran limusina. Por mi barrio eso no se veía todos los
días.
—¿Te gusta? —preguntó Alexander acariciando mi mano posada en su pierna.
—Me encanta —contesté—. Y también me encantas tú.
Giré mi cabeza y nuestras narices se encontraron de manera muy dulce, hasta que Alexander
besó mis labios castamente y sonreímos.
—Todo esto te pertenece, empezando por mí —dijo cerrando los ojos y meneando su nariz
sobre la mía—. Y tú me perteneces a mí.
Me gustaron sus palabras, pero al escucharlas un fuerte escalofrío recorrió mi médula espinal.
Quería a Alexander Black, pero algo de él me atemorizaba.
Tras un largo viaje, el chófer aparcó la limusina y nos abrieron la puerta. Cuando bajé supe
donde me había llevado: estaba en French Room. Es un lujoso restaurante donde solo cena gente
distinguida y rica, como Alexander Black. Era sumamente bonito, yo estaba impresionada mirando
todo con los ojos bien abiertos, mientras que Alexander me miraba como si estuviera
contemplándome a mí.
Llegamos al comedor, y aquello estaba lleno de gente. Sus paredes eran claras, un tono azul
con adornos que simulaban ser oro. El techo lo presidía una gran lámpara de araña que alumbraba
todo el lugar. Las mesas eran redondas, tapadas por un fino y pulcro mantel blanco. Nos llevaron a
una de ellas, y Alexander retiró una silla para sentarme. Eran muy cómodas, con tela roja y con
forma circular. Cuando me senté él hizo lo mismo frente a mí. En ese momento llegó un apuesto
camarero.
—¿Qué desean tomar? —preguntó vestido de un esmoquin negro muy elegante. En su brazo
llevaba una servilleta blanca, solo lo había visto en las películas. Me sentía realmente importante
rodeada de esa gente, pero luego recordaba mi posición y me hacía sentir ridícula. Todas las
mujeres que había en esa sala vestían ropas que triplicaban el precio de mi vestido.
—Un Château Lafite —pidió Alexander.
—Buena elección —respondió el camarero, girando sobre sus talones y apartándose de
nosotros.
—¿Qué me traes? —preguntó Alexander con un mohín infantil refiriéndose a la bolsita que
guardaba bajo la mesa.
—Nada... —murmuré mientras me ruborizaba. Me daba demasiada vergüenza sacar mi regalo
delante de toda esa gente.
Alexander me miró sonriendo.
—Sé que tienes algo escondido para mí —repitió con dulzura—. Quiero verlo.
—No quiero que te rías —contesté, y empecé a reírme yo. Estaba muy nerviosa.
Él puso un gesto serio forzado; adoraba a ese Alexander. Yo me agaché y cogí la bolsita color
crema del suelo, y la puse sobre la mesa.
—Es solo un detalle —murmuré empujando la bolsita hacia él.
Él metió su mano y se oyó el sonido de la porcelana chocar. Sacó primero una taza y luego la
otra. Él me miro persuasivo, y después volvió a mirar ambas tazas. Eran blancas y en una de ellas
ponía JUNTOS y en la otra continuaba ES MEJOR.
Me ruboricé al ver cómo las miraba, y tras unos segundos observándolas en silencio, subió su
mirada y me miró a los ojos.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —pronunció con emoción mientras agarraba mi
mano con fuerza sobre la mesa y después la besó—. Te amo.
Yo sonreí; le había gustado. No lo entendía muy bien, él tenía todo lo que quería, estábamos
ahí cenando, en uno de los mejores restaurantes de Dallas, acababa de pedir un vino
probablemente más caro que mi casa... y mi simple regalo de dos tacitas le había encantado.
—Sé que no es mucho pero... —musité mirando mi manos entrelazadas sobre la mesa.
Alexander las cogió y las besó, conectando sus increíbles ojos azules con los míos—. Sé que
tienes todo y quise tener un pequeño detalle.
—Lo tengo todo porque te tengo a ti —contestó sin soltar mis manos—. Ni todo el dinero del
mundo podría hacerme tan feliz como lo soy contigo.
En ese momento llegó el camarero y descorchó la botella ante nosotros. Después ofreció a
Alexander oler el corcho, y Alexander puso buen gesto. El camarero también me lo ofreció a mí, y
lo olí por cortesía, ya que yo no entendía nada de vinos.
Luego nos sirvió a ambos y dejó la botella en nuestra mesa.
Tras unos minutos volvió y nos sirvió el primer plato. No sabía exactamente que era pero lo
que si percibía era que había sido lo mejor que había comido en toda mi vida.
Cené como nunca había cenado, y a la hora del postre estaba realmente llena y creía que nada
iba a coger ya en mi poco acostumbrado estómago, hasta que lo vi acercarse: venía puesto en dos
pequeños platitos hondos con relieves blancos, y era una especie de bolitas rosas con una flor. El
camarero lo depositó en la mesa y tras desearnos buen apetito, se marchó.
—¿Qué es? —pregunté admirando la belleza de postre que tenía frente a mí.
—Sparkling Lavender Sorbet —contestó mientras sonreía al ver mi cara de deseo—. A mí no
me miras así —bromeó.
—Si me dejaras probarte... —musité coquetamente mientras pasaba la lengua por mis labios.
Había bebido demasiado vino, por muy caro que fuera, emborrachaba igual.
Alexander fijó su mirada en mi boca y noté su mano fría sobre mi muslo.
—Te deseo —murmuró con voz totalmente sensual.
Tras comerme mi postre y el de Alexander, salimos de allí y la limusina nos dejó en el
apartamento de Alexander. Nada más entrar a su casa, cerró la puerta con fuerza y me lanzó al
sofá, quedando atrapada entre sus brazos. Comenzó a besarme mientras agarraba mi cuello. Mi
respiración se aceleró y aumentó la excitación de Alexander, y noté su masculinidad aun con ropa.
Se separó de mí y se deshizo de su corbata y después de su chaqueta, y yo me levanté con
dificultad por el vestido dispuesta a desabrocharle la camisa. Él no me dejó y me lanzó a la pared
quedando de espaldas a él. Comenzó a desabrochar el cierre de mi vestido hasta que se deshizo de
él. Estaba acelerada, el vino y esta excitación hacían en mí un cóctel molotov.
Me giró con fuerza y comenzó a besar mi cuello mientras yo atientas conseguí deshacerme de
su camisa. La lancé al sofá y él comenzó a morder mis labios con dureza. Yo gemí, y eso excitó
más a Alexander. Me cogió y me llevó hasta la mesa del comedor, quitando de un empujón la silla
que presidía la mesa y que le molestaba, y tirando al suelo sin cuidado las cosas que había en la
mesa. Me tumbó sobre ella y se quitó ágilmente la ropa que le quedaba. Comenzó a besar mi
barriga, cosa que me estremecía. Pasó su lengua por mi ombligo y me quitó la ropa interior. Me
obligó a tumbarme totalmente con la cabeza apoyada en la mesa, y entre jadeos, dijo:
—¿Preparada?
Puso sus manos en mis piernas y las flexionó, hundiendo su masculinidad en mí. La intensidad
y fuerza de sus movimientos aumentaban por segundos, y con ellos, mi respiración.
Logré incorporarme y me senté mientras él seguía guiando cada movimiento que tenía que
hacer. Llegando al fin, Alexander agarró mi cabello y tiró hacia atrás haciendo que jadeara de
placer y dolor.
Minutos después, Alexander me cogió como si de una princesa se tratara y me dejó caer en su
cama. Me miró por unos momentos y después se tumbó a mi lado, abrazándome con fuerza, como
si no quisiera que me escapara jamás.
***
Me levantó el dulce olor a desayuno recién preparado que se colaba por la puerta. Me enrollé
en la sabana y el aroma fue guiándome hasta que di con Alexander dado la espalda haciendo algo.
—¿Qué haces? —pregunté a sus espaldas.
Alexander guardó algo en el cajón y se giró. No le di la mayor importancia.
Estaba despeinado, con unos pantalones de chándal grises; estaba realmente atractivo.
—Te estaba preparando el desayuno —dijo acercándose a mí y brindándome un abrazo—.
Carter te ha traído algo de ropa que le dio tu amiga Megan.
Yo sonreí; Alexander estaba en todo.
—Huele muy bien —contesté robándole un beso.
—Dúchate mientras yo termino, ¿vale? —dijo girándome hacia el baño y dándome una
palmada en el trasero.
Le hice caso y me metí en la ducha.
Al terminar, y con un albornoz de terciopelo azul salí directa al comedor para desayunar la
deliciosa comida que había preparado mi Alexander para mí.
En la mesa había un plato con tortitas, también había donuts, fresas, uvas, moras, chocolate,
zumo, batido de fresa. Esto era un sueño.
Me senté en una silla y admiré al ver que entre todas las cosas que había en la mesa, también
estaban las tazas que le había regalado. La taza con la palabra JUNTOS la tenía frente a mi vacía
esperando a ser rellenada con algo delicioso, y la taza con la palabra ES MEJOR estaba rellenada
con café.
—¿Te gusta? —murmuró en mi oído y me abrazó por la espalda. Yo besé su brazo.
—Firmaría por despertar así siempre. Contigo —contesté sujetando su brazo con fuerza.
Me levantó de la silla y me colocó delante de él.
—Hazlo.
—¿A qué te refieres? —pregunté confusa. Él miro su reloj de muñeca.
—Nos da tiempo.
Me hizo un gesto para que me sentara en la silla y él se fue a la suya.
—¿A qué? —reí nerviosa.
—Desayunaremos e iremos a un sitio antes de ir a Black Enterprise.
Así hicimos, ambos nos montamos después de desayunar y vestirnos en su coche y nos
dirigimos a un sitio que aún no sabía. Paró después de unos veinte minutos conduciendo, y nos
bajamos.
Me había llevado a una tienda de tatuajes. Me quedé atónita.
—¿Qué quieres hacer? —pregunté con una sonrisa nerviosa.
—Firmarnos —contestó dándome la mano y tirando de ella.
¡Eso era una locura!

Entramos a la tienda y nos recibió un hombre totalmente tatuado pero con cara de amabilidad.
—¿Usted es quien me llamo hace unos minutos, no? —preguntó al reconocer el rostro de
Alexander Black.
—Exactamente —contestó y tiró de mi brazo para que me acercara a ambos.
—¿Qué quieren que les haga? —preguntó saliendo del mostrador.
—¿Confías en mí? —preguntó Alexander mirándome expectante. Sus ojos brillaban.
—No me queda de otra —contesté con mi permanente sonrisa nerviosa. Él asintió satisfecho
con la cabeza y entramos a un cuarto con el hombre.
—Túmbese ahí —me ordenó el hombre y yo hice caso. Ellos se alejaron algo de mí y hablaron
en voz baja algo.
Yo estaba nerviosa. Era mi primer tatuaje, y aunque siempre había querido tener uno, mi miedo
no me hacía capaz. Y ahora estaba ahí... tumbada en una camilla para hacerme uno, el cual si
quiera sabía qué iba a ser.
El hombre se acercó a mí y Alexander se quedó un poco atrás mirando. Arrastró una silla con
ruedas y la puso a mi lado.
—Yo soy James, ¿y usted?
—Skylar, je, je...
—No tengas miedo —dijo con tono afectuoso—. Debes levantarte la camiseta.
Miré a Alexander y éste asintió. James se colocó bien y comenzó a tatuarme algo en el
costado.
Pasaron minutos hasta que terminó; notaba que era algo pequeño.
—¿Estás mareada? —preguntó mientras me iba incorporando.
—Estoy bien —contesté un poco confusa pero me recuperé al estar unos segundos de pie.
—Su turno —dijo James dirigiéndose a Alexander.
Alexander se tumbó en la camilla y se quitó la camisa. Cuando James fue a comenzar a
tatuarle, Alexander me echó del cuarto prohibiéndome que me viera el mío.
Minutos después Alexander me llamó para entrar y James descubrió un gran espejo. Alexander
tiró de mí para colocarnos frente a él y al fin pude ver lo que nos habíamos hecho: teníamos un
pequeño ancla en el costado.

—Siempre estarás anclada a mí —musitó agarrando mi cabeza con sus grandes manos y
besándome fugazmente.
Yo suspiré profundamente; acabábamos de hacer una locura.
Llegamos en su coche a Black Enterprise, y al entrar, le dije que quería ir al baño. Así hice y
él subió por el ascensor.
Me volví a mirar el costado y acaricié levemente el pequeño ancla: ¿realmente estaría anclada
a él para siempre? Estar a su lado me gustaba, yo le quería, le deseaba, pero algo me decía para
Skylar, ahora que puedes.
Algo dentro de mí me decía a gritos que no iba a salir bien.
Salí del baño y me subí al ascensor tranquila. Por primera vez alguien me acompañaba hasta
el último piso. Sonó el timbre y ambas puertas se abrieron y fui hacia mi sitio de trabajo. Algo me
resultó raro; Alexander había dejado la puerta abierta.
—¿Señor Black? —pregunté tocando la puerta a pesar de que estaba abierta. Yo le llamaba así
en la empresa porque me daba miedo que intuyeran algo, aunque era más que evidente.
No dijo nada, estaba apoyado en la mesa tapándose la cara con sus dos manos. Así que decidí
entrar y cerré la puerta.
—¿Ocurre algo? —añadí al ver que no reaccionaba.
—Dime quién es —murmuró sin quitar las manos de su cara.
—¿Quién? —pregunté confusa.
Me acerqué un paso a él pero el temblor me prohibió acercarme más. Algo iba mal.
—No me tomes por imbécil, Skylar —musitó, como intentando tranquilizarse, levantando la
cabeza pero con ambos codos apoyados en la mesa. Su mano derecha contenía un pequeño papel
arrugado. Clavó su mirada en la mía y sentí ese miedo que me asustaba tanto.
—No sé de lo que hablas, Alexander —susurré intentando calmarlo, con voz compresiva.
—¡¡No me tomes por imbécil!! —repitió enfatizando cada palabra mientras golpeaba
fuertemente su puño contra la mesa.
—Alexander... —siseé mientras comenzaba a notar las lágrimas deslizarse por mis mejillas,
lágrimas de pura impotencia al no comprender nada. Todo iba bien...

—No llores —masculló con rabia—. ¡No llores! —bramó levantándose bruscamente del
asiento.
—No entiendo nada... —dije con las piernas temblorosas y los ojos cargados de lágrimas.
—¡Sabes perfectamente de lo que hablo! —vociferó en mi cara mientras me sacudía por los
hombros.
—¡No lo sé Alexander! ¡No lo sé! —exclamé aun siendo zarandeada.
Él me soltó con un pequeño empujón que me hizo retroceder varios pasos.
—¡Esto! —gritó tras tirarme a la cara el papel arrugado que tenía en la mano.
Yo lo abrí con las manos temblorosas y lo leí con rapidez.
La otra noche estuviste increíble. Me gustaría volver a verte.
—Esto no tiene sentido —contesté algo más tranquila pero enfadada—. Esto es mentira.
—Por qué eres tan mentirosa... —dijo para sí apretando el puño y cubriéndoselo con la otra
mano.
—Estás loco —dije mientras sentía como el dolor permanecía en mis hombros—. Realmente
loco —repetí mientras echaba pasos atrás para irme.
—Estás despedida —pronunció dándome la espalda y tocando su cabello, nervioso—. Vete de
aquí.
Yo le miré aunque él no lo hacía, y tras unos segundos, salí de esa maldita oficina y cogí mis
cosas. Llamé al ascensor y mientras iba, giré mi cabeza a la puerta de la oficina de Alexander y él
estaba ahí, viendo como me marchaba. Quité la mirada instantes después y entré al ascensor.
Seguía vigilándole con la mirada en lo que el ascensor tardaba en cerrarse, pero Alexander no
hizo nada; solo mirarme con los ojos que tanto me atemorizaban. Por fin ambas puertas se
cerraron.
Salí corriendo de allí, pero Lorraine me interceptó.
—¿Sky? ¿Qué ocurre?
—Lo siento —respondí escapando de sus manos y saliendo de allí lo más deprisa que pude.
Me frené en la puerta; seguía notando sus ojos clavados en mí. No me giré, no quería volver a
verle ni que él me volviera a ver.
Había sido sin duda, la firma del contrato más efímero del mundo...
Me monté en el coche y salí de allí lo más rápido que pude.
Llegué al piso y Megan seguía durmiendo. Me tiré al sofá y comencé a llorar como nunca antes
lo había hecho. Él no era para mí, yo no merecía eso. No, no lo merecía.
Todo mi cuerpo se llenó de dolor; físico y mental. Dolía, todo aquello dolía.
Insoportablemente. Quererle me dolía.
Le había perdido. Y todo por un malentendido. Me sentía confundida, una parte de mí defendía
a Alexander. ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar? Pero otra parte de mi me gritaba que nadie tiene
derecho a tratar así a alguien cuando le apetecía. Y esa parte tenía razón.
El juraba que me amaba, pero a la primera de cambio nunca dudaba en abandonarme.
Quería desaparecer de su vida, y de la de todos. Nunca pensé que eso doliera tanto.
***
—Skylar —comenzaron a llamarme dándome unos pequeños golpes en el hombro. Yo me
removí; me había dormido.
—¿Si? —dije mientras abría poco a poco los ojos. Cuando logré abrirlos del todo vi que era
Megan.
—¿Qué ha pasado? —preguntó de rodillas en el suelo para verme la cara.
Yo me incorporé tocándome la cabeza, me dolía bastante. Ella se levantó y se sentó conmigo
en el sofá.
Negué con la cabeza y volví a llorar, mientras tapaba mi cara con las manos. Megan me abrazó
con fuerza.
—Lo he perdido... —musité entre sollozos aún abrazada a ella.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué ha pasado?
Nos separamos pero ella aún seguía acariciando mi pelo.
Yo le comencé a contar todo.
—¿Qué te ha hecho qué? —exclamó Megan al escuchar la parte del final—. ¡Tú no eres la
culpable! ¡Tú no le has perdido a él, él te ha perdido a ti, Skylar!
—Alguien me ha tendido una trampa —musité pensando en todo lo que había ocurrido.
—La misma persona que te escribió eso en el coche —dijo Megan un poco más tranquila—.
Ha sido esa tal Rose Donovan, nadie va a hacerme cambiar de opinión.
—Yo también me inclino más por ella.
¿Quién si no? Rose Donovan era la única interesada en el puesto y en Alexander, y con eso,
había conseguido que perdiera ambas cosas.
—Lo de Alexander no iba a salir bien —continuó Megan—. Era cuestión de tiempo. El
problema es el trabajo... a nosotras y a tu familia nos venía muy bien...
—Conseguiré otro trabajo —dije poniendo los ojos en blanco. Lo que dolía no era eso—.
Pero nunca volveré a conseguirle a él...
—Encontrarás a alguien mejor —cogió mis hombros abrazándome—. No te merece.
—Y justamente hoy...
—¿Por qué dices eso? —preguntó ceñuda.
Yo la miré con pesar y le enseñé el ancla en mi costal.
Capítulo 8
Dudas, las peores enemigas

La primera semana sin noticias de Alexander me resultó más dura de lo que yo pensaba. Esa
semana me la tomé para calmarme, me era imposible salir a la calle y encontrármelo cara a cara,
temía con todo mi corazón que eso ocurriera, ¿qué haría él? ¿Qué haría yo? Aunque realmente,
debía abandonar esas cuestiones, ya que entre él y yo, ya había terminado todo, lo poco que
habíamos comenzado a construir, juntos.... había terminado. Y saber eso dolía, joder que si dolía.
También había decidido apagar el móvil para no tener noticias de nadie, necesitaba tiempo
para mí.
Cuando todo pensaba que iba mejor, bueno, cuando me daba un momento de lucidez y de
lógica y mi cuerpo se llenaba de esperanza sobre que iba a poder superar todo esto, me miraba al
espejo y recordaba las caricias por todo mi cuerpo de Alexander, y sentía que, simplemente por
los recuerdos, mi piel escocía por el anhelo que sentían por la ausencia de su piel sobre la mía.
Pero, a su vez, también recordaba sus celos y su agresividad; aún no tenía claro si le entendía o
no... solo sabía que todo eso quemaba, me quemaba y me consumía. Y lo que más me afectaba de
todo, era la poca confianza que él había depositado en mí, después de todo. No nos conocíamos
apenas, eso era un hecho, pero él había sido quién había pisado el acelerador en nuestra relación y
eso también conllevaba a ambos a aceptar una serie de premisas, donde ganar y perder iban de la
mano y donde ante todo, debíamos guardarnos respeto y confianza. Y él había fallado en eso, ni si
quiera había sido capaz de escuchar mi versión, o bueno, mis palabras, porque versión ante esa
mentira tan sucia no existía, todo había sido fruto de una trampa y era algo de lo que estaba
completamente segura...
En esa semana había recibido varias veces la visita de Kevin, que siempre estaba cuando peor
me encontraba y más necesitaba un simple abrazo. Muchas veces pensé que si Alexander fuera
como él... todo sería distinto. Pero luego caía en la cuenta de que yo estaba realmente enamorada
de Alexander, de sus defectos y virtudes, y sin alguna de las dos cosas... él ya no sería él. Y un
nosotros tampoco existiría.
Pero el amor a veces no lo puede todo, y menos cuando hay de por medio algo que te hiere
como un cuchillo afilado.
El día en el que hacía una semana que Alexander y yo nos habíamos separado, decidí al fin
salir a tomar el aire y despejarme. Me vestí bien temprano ya que estaba cansada de dar más
tiempo vueltas en la cama y decidí salir a correr. Encendí por primera vez en una semana mi
móvil, y descubrí los mensajes que había dejado Alexander en él.
Un día después de lo que había ocurrido, Alexander me escribió:
Alexander, viernes, 02:35
Te necesito, necesito verte y solucionarlo todo. Por favor.
Alexander, Sábado, 13:49
Quiero verte. Necesito saber algo de ti, que estás bien... que estamos bien. Te amo, a pesar
de todo, a pesar de ti y a pesar de mí.
Alexander, Domingo, 23:54
Sé que al igual que tú, no hago más que pensar en lo nuestro. Tiene arreglo, lo nuestro
siempre tendrá arreglo. Siempre que se trate de ti, lo tendrá.
Alexander, Lunes, 08:13
Tim me ha contado respecto a la pintada de tu coche. Tenemos que hablarlo y
solucionarlo... te amo.
Alexander, Lunes, 22:19
Tu puesto de trabajo sigue vacío. Sigue esperándote a ti, como yo. Te amo.
Alexander, Martes, 21:38
Juntos es mejor.
Como había cogido por costumbre esta semana, comencé a llorar mientras me abrazaba a mi
móvil, poniéndolo en mi corazón. Tim le había contado sobre lo que le hicieron a mi coche, quizá
él también había empezado a pensar que la nota solo fue otro acto contra mí como ese. Pero eso
me justificaba a mí, no su comportamiento y agresividad. Él seguía siendo así, y yo no podía
pararlo. Tampoco me sentía fuerte como para intentarlo. Estaba cansada física y mentalmente, y si
le veía iba a volver a caer en sus brazos. Tenía que ser fuerte, lo peor había pasado... ¿o no?
Abandoné el teléfono en la mesa y cogí el mp3 para retomar mi idea anterior, tenía que
despejarme y salir a correr podría ayudarme bastante.

Una hora más tarde llegué a mi casa y me duché. Mientras me secaba el pelo con el secador,
escuché como Megan comenzó a gritar desde su habitación.
—¡¡Skylar!! ¡¡Skylar!!
—¿Qué? —contesté gritando de igual manera que ella mientras cortaba el secador.
—¡Te llaman! ¡Corta ese maldito teléfono o te mataré!
Escuché detenidamente y era cierto, mi teléfono estaba sonando y la había despertado; Megan
era insoportable cuando eso sucedía. Salí del cuarto de baño con una toalla enrollada en mi
cuerpo y fui hasta donde estaba el móvil; el salón. Miré el número y no lo tenía guardado. ¿Era
Alexander...? Decidí cortarlo hasta que cuando me fui a dirigir al baño volvió a sonar, y con ello,
Megan comenzó a gritar. Volví a coger el teléfono y era el mismo número; cansada de su
insistencia lo cogí.
—¿Quién es? —pregunté algo molesta.
—No creo que me conozcas, soy Hillary Black, la hermana de Alexander —contestó.
Fue escuchar su nombre y noté como me daban un puñetazo en el estómago, Alexander... era la
primera vez que permitía que alguien pronunciara ese nombre. Para mí, había pasado a ser el tema
tabú, el innombrable.
—No tengo nada que hablar con usted, señorita —dije con tono áspero dispuesta a colgar.
—Espere, por favor, Skylar, mi hermano está en el hospital— respondió rápidamente.
La palabra hospital me impidió colgar. Me quedé callada, estática, paralizada, con los ojos
sumamente abiertos, como si eso me dejara pensar con claridad. No sabía qué decir, solo era
capaz de pronunciar estúpidos quejidos que no terminaban de ser palabras.
—Sería de gran ayuda si vinieras, podría explicártelo mejor —añadió con constancia de que
aquello que me estaba contando me importaba.
—Voy a apuntar —dije al fin, reaccionando ante esas macabras palabras que habían
conseguido helar mi interior. Cogí un pequeño block de notas junto a un bolígrafo con rapidez—.
La escucho.
—Parkland Hospital —contestó con lentitud y comencé a escribir—. La habitación 238.
—Voy para allá —siseé en apenas un suspiro intentando aún digerir el asunto, y colgué el
teléfono.
¿Qué le había pasado a Alexander? La idea de que fuera algo grave me hacía querer morirme
por instantes. No le podía pasar nada a él, no, a él no. No podía perderle así.
Corrí a mi habitación y me puse lo primero que pillé: una camiseta blanca con dibujos negros
y unos pantalones largos claros. Cuanto más deprisa pretendía ir, más ruido hacía, y Megan se
levantó para regañarme.
—Skylar por favor —dijo medio dormida—. ¿Qué haces?
—Alexander está en el hospital —contesté sin parar de moverme y cogí mi bolso.
—¿Qué? ¿Quieres que te acompañe?
—Tardaríamos mucho, y no puedo esperar más —espeté y le di un beso en la mejilla—. Luego
nos vemos.
Media hora más tarde por fin llegué al hospital. El camino se me había hecho demasiado
largo, las ganas de verle afloraban por los poros de mi piel. Pero también temía saber los motivos
por los que estaba ahí... era totalmente sobrecogedor.
Entré y me dirigí a la planta en la que estaba la habitación que me había dicho la hermana de
Alexander, Hillary. Llegué y no reconocí a nadie, hasta que una mujer se acercó a mí. Ella era algo
más alta que yo, tenía el cabello castaño y rizado que le llegaba hasta los hombros, con unos ojos
parecidos a los de... Alexander. Tenía que ser ella, Hillary.
—¿Skylar? —preguntó con timidez junto a una tenue sonrisa.
Yo asentí con la cabeza.
—¿Dónde está? —pregunté preocupada al borde de un ataque de nervios.
—Ahora le está viendo un médico —contestó—. Siéntate aquí y te cuento mejor.
Accedí a ir con ella y nos acercamos a un grupo de gente donde había una señora mayor del
mismo color de pelo que Hillary, ojos más claros y una presencia elegante. A su lado había un
hombre mucho más joven que ella, de cabello y barba negra, con unos ojos intensamente verdes.
Sentada había una chica castaña con el pelo largo y ojos marrones.
Solo saludó el hombre, por lo que Hillary dijo:
—Ella es Skylar.
Ambas mujeres pusieron gesto torcido y me miraron, para después mirarse ceñudas entre
ellas.
¿Alexander les había hablado de mí?
—Ya las irás conociendo —añadió Hillary en voz baja para que solo lo escuchara yo y nos
sentamos algo alejadas de ellos—. ¿Sabes por qué Alexander no se ha estado inyectando la
insulina?
—¿Insulina? —pregunté frunciendo el ceño con confusión—. ¿Alexander es diabético o algo
así?
Ella asintió con total naturalidad.
—Desde pequeño —respondió—. Pensé que lo sabías.
—No —contesté algo apenada. Realmente no conocía ni una pequeña parte al hombre al que
amaba—. Alexander y yo ahora no estamos muy bien.
—Algo sabía… —contestó tímidamente—. Alexander se ha puesto mal en la empresa y
Lorraine nos ha avisado. También nos ha contado que solo estaba llamándote y por eso pensé que
lo mejor era que vinieras, y que él te viera cuando despertara.
—¿Cómo está? ¿Está así solo por no inyectarse la insulina? —pregunté interesada; aun no me
había dicho en el estado que se encontraba y eso me tenía bastante nerviosa.
—Lo están examinando —contestó—. El médico nos ha dicho que todos los síntomas apuntan
a una cetoacidosis diabética.
—¿A una ceto qué? —pregunté sin poder repetir esa extraña palabra, que, aunque no sabía qué
significaba, me hacía pensar lo peor. Ella sonrió levemente.
En ese momento salió el médico de la habitación.
—Señora Black —pronunció mientras se dirigía a la mujer mayor y nosotras, junto a la chica
que estaba sentada también, nos acercamos.
—¿Cómo está? —preguntó la Señora Black.
—Como intuía, el señor Black sufre una descompensación de la diabetes mellitus tipo I, la
diabetes que padece él. El señor Black estaba realmente desorientado y deshidratado, ha debido
pasar toda la noche con vómitos, cefalea y dolor abdominal. Estamos regulando su nivel de
insulina y le estamos administrando suero para que vuelva a la normalidad. Le hemos cogido a
tiempo, pero descuidos como éste puede producirle graves consecuencias incluso hasta un coma
—se me encogió el corazón al escuchar al doctor.
—¿Está despierto? —preguntó Hillary realmente angustiada.
—Sí, algo confuso pero está despierto. Pueden pasar a verle pero uno a uno, y no le aceleren
pues tiene el pulso bastante bajo.
—Entraré yo —pronunció la chica de ojos marrones.
—Brenda, creo que debería pasar antes Skylar. Al fin y al cabo fue a ella a quién nombró —
refutó Hillary.
Todos posaron su vista en mí, sobre todo ambas mujeres, que lo hicieron con tono despectivo.
Yo estaba callada, me sentía totalmente desplazada por aquella gente, y lo peor es que era su
familia.
—Debería pasar yo, soy su madre —dijo la señora Black.
—Tu presencia le alterará, cariño —le contestó el señor de ojos verdes—. Es mejor idea que
entre la señorita, ha sido con quien ha estado frecuentando este último tiempo.
Hillary asintió.
—Por primera vez estamos de acuerdo —comentó y me miró, dedicándome una tenue sonrisa
—. Pasa, Skylar.
Yo asentí levemente y me dirigí a la puerta. Tenía miedo, no quería verle mal... y tampoco
quería que se alterara. Tenía serias dudas sobre su reacción al verme allí.
Pasé y cerré la puerta tras de mí. Vi a Alexander tumbado en la cama y a él enganchados miles
de cables. Miré sus pulsaciones y eran realmente débiles.
—Alexander... —murmuré. Me acerqué a él y me senté en el pequeño sillín blanco que estaba
al lado de la cama—. Soy yo, Skylar.
Su boca estaba realmente seca, su tez demasiado blanca y sus ojos verdaderamente hundidos.
Me dieron ganas de llorar al verle así, pero me contuve para no alterarle. Debía guardar la
compostura por su bien, al fin y al cabo, estaba ahí, vivo, lo mejor que me podía encontrar
después de haber especulado tantas fatalidades en el trayecto al hospital.
—Skylar… —susurró, sin apenas poder abrir los ojos—. ¿Qué haces aquí? —luchó por
abrirlos hasta que lo consiguió, y en sus labios se formó una preciosa sonrisa al verme. Le
correspondí tenuemente.
—Juntos es mejor —contesté acariciando sus manos. Él las apretó para que no las separara—.
¿Cómo te encuentras?
—Mejor que nunca —murmuró sin apartarme la mirada. Sus ojos estaban apagados, tristes. Y
supe a ciencia cierta que prefería mil veces la intensidad de su mirada cuando estaba enfadado
conmigo a esta.
Yo me quedé mirándole sin decir nada por unos instantes, le veía tan... débil... indefenso...
como nunca pensé verle.
—Tienes que recuperarte pronto —acaricié su rostro frío y pasé por sus labios la yema de mis
dedos.
—Perdóname, Skylar, por favor... —comenzó a decir intentando incorporarse.
—No —sujeté sus hombros para que se quedara tumbado—. No tenemos que hablar de eso
ahora.
—Lo necesito —murmuró débil—. Necesito que sepas que soy un estúpido, un celoso y que
no te merezco... pero que te amo.
—Este no es el momento.
Yo no podía hablar de ello ahora, no le hacía bien y no quería que la situación manipulara mis
pensamientos y no me dejara pensar con nitidez.
—Sigues enfadada, ¿verdad? —preguntó Alexander sin soltarme la mano.
Yo le miré triste: le quería, le deseaba... pero lo nuestro no podía seguir. No así.
—No es el momento —repetí a modo de petición. Él asintió con tristeza, había entendido mi
respuesta subliminal.
—Que no se te olvide que te amo —murmuró n su mirada ahogada en lágrimas que él se
negaba a relucir. Levantó la vista al techo para evitar que salieran de sus ojos.
En ese momento tocaron a la puerta y antes de decir nada, la señora Black ya estaba dentro de
la habitación.
—Hijo —dijo, mientras se acercaba a él apartándome a mí con desdén—. Me has tenido muy
asustada —añadió intentando besar su mejilla pero él no se lo permitió.
Alexander nunca me había comentado nada acerca la relación con su familia. Supuse que no se
llevaba bien con ella, y esta imagen me demostró en parte mi teoría. Pero, tampoco me había
hablado de Hillary... y mi impresión respecto a ella fue buena.
—¿Puedes marcharte, niña? —preguntó la señora Black mirándome inquisitivamente.
—No —contestó frío Alexander—. Ella no se va a ir.
Él estrechó su mano para que yo se la cogiera, y fue lo que hice, volviéndome a sentar en el
sillón blanco.
—El doctor dice que no es conveniente que haya dos personas en la habitación, Alexander —
argumentó la señora Black sin darse por vencida para que yo me fuera.
—En ese caso, vete —contestó Alexander con rostro enfadado.
—Alexander, cariño, no podemos seguir así. No quiero que estés alejado de tu familia —
respondió la señora Black con un tono tan dulce como falso, haciendo caso omiso a lo que él
acababa de decir.
—Mi familia solo es Hillary, y no estoy alejado de ella.
Ahora entendía algo más la situación, aunque decidí mantenerme callada.

—Tu familia somos nosotras y Eizen, que no se te olvide Alexander —recriminó su madre
volviendo a su tono de voz áspero y con gesto más serio.
—Ese hombre no es nada mío —contestó Alexander comenzando a irritarse más de la cuenta.
—Ese hombre es mi marido —contestó ella—. Y está ahí fuera preocupado por ti.
¿Qué? ¡Apostaría que ese hombre era poco más mayor que Alexander! ¡Podría ser su hijo!
—Tu marido —dijo enfatizando cada palabra—. ¡No es nada mío!
Alexander se incorporó bruscamente y un escalofrío llenó su cuerpo: estaba frío y tembloroso.
Echó su cabeza hacia atrás algo confuso.
—¿¿Alexander? —bramé preocupada—. ¿¿Alexander?? —él suspiró intentando relajarse y
apretó mi mano con fuerza—. Márchese señora, si de verdad quiere a su hijo márchese.
Mi mirada se conectó con la de la señora Black y la reté con ésta. Me miró de la cabeza a los
pies con una mirada amenazante y después salió de la habitación y yo volví mi vista a Alexander.
—¿Estás mejor? —pregunté más tranquila acariciando su mejilla y acto seguido le ayudé a
colocarse mejor.
—Gracias —respondió sin fuerzas—. Hay varias cosas que no sabes de mi familia —sonrió
levemente.
—Me imagino... —sonreí y besé su mano.
Tras unos minutos acariciando su pelo, Alexander se durmió y decidí salir de la habitación.
—No eres nadie maldita niña —bramó la señora Black nada más pisar el pasillo del hospital
—. ¡Márchate! —añadió agarrándome del brazo.
—Mamá —regañó Hillary pero la señora Black no le hizo caso.
—No voy a irme, señora —contesté con rabia, apretando mis dientes con fuerza y zafándome
de su agarre. Había reunido toda la valentía que salía de mi enfado al ver a esa señora.
—Soy la madre de Alexander y te estoy echando.
—Y yo soy la novia de Alexander y no pienso mover mi culo de aquí —contesté con la misma
altanería con la que ella se dirigía a mí—. A estas alturas tengo más derecho sobre Alexander que
usted —añadí mientras me acercaba a ella mostrándole que no le tenía miedo.
—Ya basta, mamá —irrumpió Hillary—. Esto no es bueno para Alexander.
—No es buena su presencia para Alexander —repliqué—. Él mismo la ha echado.
—Tienes alienado a mi hijo —espetó la señora Black señalándome con el dedo amenazante.
—Ya basta por hoy, Caroline. Vayamos a casa —dijo el tal Eizen.
Ella me miró con rabia y aceptó el brazo de su marido. Brenda se fue con ellos.
—Chica valiente —masculló Hillary algo divertida una vez ya no se veían—. En mis treinta y
tres años de vida ni yo he sido capaz de enfrentarme a ella.
Yo sonreí nerviosa. Estaba cargada de adrenalina.
***
Esa noche estuve con Alexander. No me podía alejarme de él, tenía que tener seguro que
estaba bien y no había nada mejor que estar junto a él. Pasó la noche muy bien, y por la mañana,
cuando aún dormía, el doctor me dijo que si seguía así al día siguiente iban a darle el alta.
Hillary llegó muy temprano y entre ella y Alexander me convencieron para que fuera a casa a
relajarme y Alexander me pidió que fuera a la empresa para que viera como estaban las cosas.
Así hice, al llegar a mi casa me duché y tras ponerme un top blanco y una falda de flores junto
a unos tacones negros, me dirigí a la empresa.
—Skylar —saludó Lorraine al llegar a la recepción con cara de sorpresa—. ¿Cómo está el
señor Black?
—Bien, mucho mejor —contesté acercándome a ella—. Gracias por haberle ayudado tan
rápido.
Ella sonrió pero estaba algo nerviosa.
—¿Qué pasa? —continué notando que me ocultaba algo.
—Es mejor que lo veas tú misma —dijo tragando saliva.
¿Qué le ocurría?
Asentí con la cabeza y me dirigí a la última planta para llamar a las citas perdidas de
Alexander y disculparme y para avisarles a las citas programadas que él no podía atenderles.
Se abrió la puerta del ascensor y lo primero que me extrañó fue no ver mi mesa en la puerta de
la oficina de Alexander. ¿La había quitado él por rabia? Aunque él me aseguró que mi puesto
seguía esperándome... Decidí no darle importancia, conocía de sobra los prontos que le daban a
Alexander en situaciones complicadas. Mi sorpresa fue al entrar a la oficina de Alexander.
—¿¡Cuantas veces tengo que decir que llame... —comenzó a gritar Rose Donovan sentada en
el sitio de Alexander, y se calló cuando me vio.
—¿Qué haces aquí? —contesté realmente sorprendida. Ahora entendía la cara de horror que
tenía Lorraine.
—Esa es la pregunta que tengo que hacerte yo a ti —respondió Rose altamente a la defensiva.
—Esta es la oficina de Alexander así que voy a pedirte por las buenas que te marches —
ordené acercándome al escritorio con paso decidido.
—¿Y si no lo hago? —replicó ella echándose hacia atrás en la silla y meneándose desafiante.
Parecía divertirse.
—Me veré obligada a sacarte por las malas —contesté girándome hacia la puerta dispuesta a
llamar a seguridad.
—¿Sabes una cosa, Skylar Grace Evans? —dijo Rose deteniéndome cuando ya iba a salir del
despacho—. Esta semana Alexander y yo nos lo hemos pasado muy bien.
—No te creo —contesté mirándola fijamente. Todas mis dudas, por pequeñas que fueran,
estaban disipadas. Rose Donovan era la responsable de la pintada de mi coche y también de esa
maldita nota.
—Tengo pruebas —respondió ella con una sonrisa mientras sacaba su móvil de la americana
azul que colgaba del perchero.
—No necesito verlas —contesté con seguridad—. Será igual de falsa que la nota que hiciste
creer a Alexander que era de algún amante mío, e igual de maléfica como la pintada que hiciste en
mi coche.
—Que tengas enemigos no es mi culpa, querida —espeto mientras dejaba el móvil en la mesa
ofreciéndomelo.
—Rose, el puesto si lo deseas vuelve a ser tuyo, pero Alexander no —contesté con voz
amenazante.
Aborrecía a esa chica.
La odiaba.
—Mis pruebas no dicen lo mismo —volvió a sentarse en la silla—. Míralas —sonrió y
empujó un poco su móvil para que lo cogiera.
—Eres patética, Rose —contesté. Estaba realmente harta de callarme todo lo que llevaba
tiempo deseando escupirle en la cara—. Alexander me quiere a mí, aprende a ser una perdedora.
Ella soltó una carcajada realmente estruendosa.
—Querida… —se levantó y se puso frente a mí—. Porque Alexander lo haya hecho en varias
ocasiones contigo no significa que te ama. Baja de la nube, Skylar —dijo mi nombre con asco—.
Eso solo significa que se ha aprovechado de tus ganas de tener este empleo.
—No tiene sentido nada de lo que dices, Rose, y no pienso perder más el tiempo escuchándote
—giré sobre mis talones dispuesta a marcharme.
—Bonito ancla el que se ha tatuado Alexander, al igual que tú, supongo —dijo a mi espalda.
Me quedé quieta por instantes y después volví a girarme hacia ella.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté enfadada. ¿Cómo se había enterado de eso? Todo me empezó
a oler mal.
Ella sonrió y se giró para coger al móvil, ofreciéndomelo una vez más.
—¿Te vas a quedar con la duda? —preguntó con el brazo alargado y su móvil en la mano—.
Las dudas son las peores enemigas, Skylar.
Yo me quedé callada, y ella desbloqueó su móvil y comenzó a buscar algo.
—Mira — continuó, enseñándome la pantalla de su móvil—. Todas las llamadas registradas
de Alexander a lo largo de esta semana.
Lo miré y era cierto; Alexander había estado llamando a Rose Donovan durante toda esa
semana separados.
Capítulo 9
A veces no basta con quererse

Tras ver mi semblante triste, Rose Donovan accedió a irse de allí y se fue dando un portazo
con altivez; estaba satisfecha de lo que había provocado.
Me quedé paralizada por unos instantes, escuchando un inexistente eco del portazo que había
dado ella. Fijé mi vista en un punto fijo que debía encontrarse en el gran ventanal, pero realmente
lo que visualizaba, era cómo mi corazón terminaba de romperse. Una más, solo había sido una
más. Un intento más para Alexander de sustituir a Rose Donovan.
Él no era mío.
Y lo más doloroso, es que yo sí era suya.
Tapé mi rostro con mis manos y negué con levedad mi cabeza. Era una estúpida, y me lo
merecía por eso. Liberé mi rostro y eché un vistazo general al despacho de Alexander. ¿Por qué
todo me tenía que salir mal? ¿Por qué siempre tenía que perder yo? ¿Por qué siempre era a mí a
quien se le quedaba la cara de tonta?
Hice lo que había ido a hacer lo más rápido que pude y fui a recepción.
—Quiero que la entrada a Rose Donovan quede prohibida hasta que el señor Black de una
nueva orden —ordené a Lorraine.
—Será como tú digas.
Asentí con desinterés, quería inmediatamente salir de allí. Era demasiado agobiante estar en
un sitio que me recordaba a Alexander hasta por sus sillas.
Salí de allí sin atender a mi alrededor, solo era capaz de tener en mi mente esa pantalla llena
de llamadas de Alexander a Rose Donovan. Sentí punzadas en mi pecho, y me faltaba el aire. Él
me recriminaba algo que yo no había hecho, y él mientras viéndose con Rose... Todos sus
mensajes habían sido mentira... una más a la gran lista de decepciones de Skylar Grace Evans.
Comencé a llorar sin poder detenerme, era lo que exactamente necesitaba, liberarme, sacar
toda la mierda fuera. Me metí corriendo en el coche para que nadie fuera capaz de verme así, pero
no arranqué. Era incapaz de conducir en ese momento. Me sentía rota... aún más. Yo había sido tan
estúpida de pensar que quizá podría perdonarle y darnos una nueva oportunidad, mientras él había
estado llamando a otra toda una semana y sin duda alguna, Rose había respondido a sus llamadas.
Ellos se habían visto, no hacía falta que me lo dijera nadie. Mi destino no era ser feliz junto a
Alexander... o quizá, definitivamente, mi destino no era ser feliz.
Nunca me había sentido tan vacía y tan sola desde que murió mi madre en aquel accidente de
coche.
Arranqué el coche aun con los ojos vidriosos. Necesitaba estar con mi madre como nunca
antes lo había necesitado. Revisé la gasolina del coche y decidí parar en una gasolinera para
llenar el depósito e irme al sitio donde deseaba estar en ese momento.
Había unos cuarenta minutos de distancia entre Dallas y Fort Worth.
Cuando llegué eran alrededor de las cuatro de la tarde. Una vez entré en Fort Worth, me dirigí
al cementerio en el que estaba mi madre. Aparqué lo más cerca que pude y entré en él, dando unos
minutos después con la tumba de mi madre.

Grace Aria Smith... Me hinqué de rodillas al suelo y por una vez, me sentí libre, libre de
expresar lo que sentía y lloré sin consuelo. Nunca me había liberado así, después de la muerte de
mi madre, me fijé una gran coraza, no necesitaba andar llorando a nadie, no necesitaba ánimos de
nadie, solo la necesitaba a ella y como era algo imposible, todo acto de más era sencillamente
banal. ¿Servía de algo llorar? Aborrecí las lágrimas, cada día tenía que vivir con las de mi padre,
y con las de Jonan. No había sitio para más sollozos, y decidí ser yo quien se quedara fuera de ese
"privilegio".
Podía resultar llorona en esos momentos, nunca había sentido el apoyo que una madre podía
brindarte y me había acostumbrado a que nada me afectara, no al menos tanto. Pero eso afectaba,
dolía, escocía, rabiaba, y no me había dado cuenta de cuán sola estaba hasta ese momento.
Cuando me comencé a sentir algo mejor, miré con más detenimiento la tumba de mi madre y vi
que tenía flores frescas y preciosas. Mi padre debía habérselas puesto hacía realmente poco.
Salí de allí más consolada, me sentía cerca de ella y eso me hacía sentir mejor. Volví al coche
y me dirigí a ver a mi padre y a Jonan, mi hermano.
La casa estaba igual que como la había dejado. Su fachada era azul clarita y aunque estaba
algo sucia, lucía igual. Llamé a la puerta e instantes después escuché pasos y finalmente Jonan la
abrió.
—Skylar —dijo con tono más que de sorpresa, de susto.
—Jonan —contesté y le abracé.
—¿Qué haces aquí? —preguntó una vez nos separamos.
—¿No puedo visitaros? —pregunté con una pequeña sonrisa algo forzada—. ¿Y papá?
—Papá está durmiendo —cerró la puerta y nos quedamos fuera—. Es mejor no molestarlo,
¿tienes prisa? Podemos tomar algo e irte.
Estaba algo nervioso, pero supuse que era propio de su edad. Yo había pasado hace
relativamente poco por esos diecinueve años, y lo entendía. Además, él seguía siendo igual de
hiperactivo como siempre. Seguía más alto que yo, con el pelo castaño de mi madre, al igual que
yo, pero sus ojos eran verdes propios de mi padre y de toda la familia Evans.
Yo accedí y me llevó a The Ginger Man, un bar al que él solía frecuentar desde siempre.
Cuando entramos, me sorprendió su decorado todo en madera clara, lleno de botellas y pizarras
que avisaban la comida que había ese día. Nos sentamos en la barra y pedimos un refresco.
—No creo que solamente te traiga por aquí visitarnos, ¿no? —preguntó Jonan tras darle un
trago a su bebida—. Además, te veo triste.
Jonan me conocía mejor que nadie. Cuando murió nuestra madre, el tiempo que estuve allí,
ambos nos hicimos uña y carne y aunque en esos momentos no nos veíamos como antes, nuestra
complicidad nunca cambiaría.
—Es una historia muy larga... —musité con una sonrisa forzada y consoladora para
contrarrestar lo que mis ojos podían transmitirle—. Y no tenemos tanto tiempo —le miré y le cogí
la mano—. ¿Cómo van tus estudios?
—Bien —respondió no muy convencido mientras torcía el gesto—. ¿Y a ti con tu trabajo?
Cuando Megan me lo contó no me lo podía creer. En Black Enterprise...
—Sí —miré hacia otro lado.
—Ni en tus mejores sueños podrías haberlo imaginado —dijo risueño.
—Ni en mis peores pesadillas tampoco...
En ese momento sonó mi móvil y era Alexander, que me estaba llamando. Mis ojos se abrieron
desorbitadamente y miré mi reloj, que marcaban más de las seis y media. Pegué un respingón
mientras dije:
—Tengo que dejarte ya.
Colgué el teléfono sin hablar con él y después saqué dinero para pagar.
—¿Tan pronto? —preguntó algo desilusionado—. No nos ha dado tiempo a hablar de nada.
—Volveré pronto —le di un beso en la mejilla.
—Siempre dices eso.
—Dile a papá que he estado aquí —me dirigí a la puerta—. ¡Te quiero!
Unos cuarenta minutos después llegué a Dallas. El camino de vuelta se me había hecho sin
duda cien veces más largo. Aunque lo último que quería hacer era ver a Alexander Black, decidí
ir al hospital. Antes de todo, estaba su salud.
Entré al hospital y vi salir de allí a la señora Black junto a esa tal Brenda. Ambas me miraron
con descaro y frialdad, pero fui indiferente y me marché al ascensor.
Llegué a la planta y al escuchar a Hillary y Alexander hablar, me detuve antes de abrir la
puerta. Miré para ambos lados a ver si había alguien, pero estaba todo despejado. Por lo que
coloqué un mechón de mi pelo tras la oreja y la pegué a la puerta.
—Sé que tu relación con mamá no es del todo buena... pero podrías perdonarla... o al menos
intentarlo —oí decir a Hillary entrecortadamente.
—Ni lo intentes —contestó Alexander con tono enfadado—. Ella metió a ese hombre en casa
aun estando nuestro padre vivo, se rio de él Hillary, ¡de todos! —vociferó, tanto que me asusté.
Oí un silencio que duro poco al escuchar de nuevo la voz de Hillary.
—¿Y Skylar? ¿Qué sientes por ella? —comentó en voz tan baja que me costaba escuchar.
Me removí y cogí mejor postura para escuchar; su respuesta me interesaba. Quizá hablaba algo
sobre Rose Donovan...
—Skylar —suspiró profundamente—. Estoy enamorado de ella pero...
—¿Qué? —le interrumpió Hillary.
—¿Qué? — repetí yo con interés ante su silencio.
—¿Busca algo, señorita...? —me sobresaltaron por la espalda y era un médico.
—Oh —dije nerviosa, con una sonrisa que no enmascaraba para nada que no estaba haciendo
lo correcto—. No, solo que no quería molestarles, pero ya voy a entrar —sonreí falsamente y
entré a la habitación.
—¿Dónde estabas? —preguntó Alexander, que tenía mejor color y estaba sentado en la cama.
—Arreglando unos temas pendientes —contesté mientras le daba dos besos a Hillary.
—¿Hiciste lo que te pedí? —preguntó pero con un tono de enfado que quería ocultar.
—Sí, pero me encontré con algo que deberías saber —respondí.
No sé si sería el mejor momento para contarle sobre la presencia de Rose Donovan, pero
estaba dispuesta a decírselo en ese momento. Aunque lo de más... ya lo hablaríamos fuera de allí.
—¿Qué? —preguntó frunciendo el ceño.
—Rose Donovan estaba en tu despacho disponiendo como si ella fuera la jefa —contesté
mirándole inquisitivamente. Él respondió con la mirada, esa que tanto me incomodaba—. Le
prohibí el paso hasta nueva orden tuya.
—Hiciste bien —respondió serio y cortante.
—Ah.
—Hillary, ¿podrías dejarnos solos? —pidió Alexander y yo suspiré disimuladamente.
—Claro.
Se levantó y me miró con cara conciliadora. Se despidió y salió de la habitación. Yo le miré
seria, ya solos, y aunque no quería hablar de lo nuestro en esa situación, algo me decía que iba a
terminar haciéndolo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Alexander—. Bueno, ¿qué más ha ocurrido? —se corrigió
enarcando una ceja y haciendo un ademán para que ocupara el sillón blanco.
—No sé si lo mejor es hablarlo aquí —contesté sentándome y comencé a tocarme el cuello
nerviosa.
—Quiero saberlo ya —dijo con tono de orden y obligación.
—No creo que sea lo mejor para tu salud —respondí queriendo que lo habláramos una vez
estuviera fuera del hospital.
—Me han dicho que mañana van a darme el alta, ya estoy bien para escuchar lo que tengas que
decirme —pronunció con tono duro y frío.
Me atemorizaba su reacción al recriminarle todo sobre Rose Donovan. Pero debía hacerlo, al
fin y al cabo, él así lo quería. Suspiré profundamente con los ojos cerrados y comencé a escupir
todo.
—¿Qué tienes con Rose Donovan? —pregunté con cara seria intentando olvidar la situación en
la que nos encontrábamos.
—Qué te dijo ella —respondió torciendo el gesto, aunque su mirada transmitía seguridad.
—Quiero escucharlo de tu boca —dije agachando la mirada a mis manos entrelazadas sobre
mis muslos.
—Skylar —cogió mis manos suavemente—. Todo lo que esa mujer dice es mentira.
—¿Y las llamadas? Yo las vi con mis propios ojos, Alexander —refuté apartando mis manos
de la suya en un ágil movimiento.
Él torció su cabeza intentando quitarse la tensión que la situación le estaba proporcionando.
—Estaba mal — cerró sus ojos unos momentos y volvió a abrirlos tras tragar saliva—.
Realmente mal.
—¿Y qué? ¿Eso es motivo suficiente para buscar a otra? —me levanté ligeramente del sillón
verdaderamente molesta y... celosa. Pero eso no iba a cuento.
—Skylar —murmuró incorporándose y levantándose con esfuerzo—. No ha pasado nada, yo
no he querido que pasara nada.
—¿Y por qué tengo que creerte? —respondí sin importarme que estuviera de pie.
—Porque yo creo en ti.
Era un cínico.
—Me crees después de montar una increíble escena paranoica y después de amenazarme con
mi vida —repliqué con gesto duro y enfrentándome a él. Alexander puso los ojos en blanco.
—Relájate...
—Me voy.
—Skylar —se acercó a mí y me agarró suavemente del brazo.
—No —me giré pero él volvió a tirar de mí para depositarme en su pecho.
Nos miramos unos segundos y me obligó a besarle. Primero fue con rabia y enfado, él cogía
con fuerza controlada mi mandíbula para que yo no me alejara de sus fogosos labios. A medida
que yo fui aceptando su beso y él lo iba notando, aflojó la intensidad de sus labios y sus manos
hasta que terminamos besándonos mostrando a flor de piel la pasión y el amor que existía entre
ambos. Él acariciaba con ternura mi cabello, y yo tocaba su pecho notando como su corazón se iba
relajando.
Instantes después nuestros labios se separaron, aunque seguíamos estando a milímetros pues
Alexander no dejaba que hubiera más separación entre nosotros. Sentía su respiración en mi
rostro, y eso hizo que me relajara un poco.
—Te amo —musitó cerrando los ojos.
—Así no se arreglan las cosas... —murmuré cerrando los ojos también.
—Lo sé —él se separó de mí con gesto más relajado pero no totalmente—. Me gustaría que te
pensaras seguir trabajando en Black Enterprise. La empresa te necesita.
—No pensé que quisieras eso viendo que mi escritorio ha desaparecido... —mascullé pero lo
suficientemente alto para que él lo escuchara.
—¿Qué? —dijo totalmente extrañado y sorprendido.
—Mi escritorio —contesté—. No está.
Él asintió con extrañeza. Instantes después entró una enfermera con la cena de Alexander, junto
a Hillary. Yo accedí a irme a dormir y pensar sobre la proposición de Alexander sobre volver a
mi puesto de trabajo. Su reacción sobre la desaparición de mi escritorio parecía sincera... y en ese
momento volvió a mi mente la creadora de esas desfachateces: Rose Donovan.

Llegué a casa y me tumbé derrotada en la cama. Sabía que no iba a conciliar el sueño
fácilmente, pero necesitaba tumbarme al fin. Había sido un día demasiado largo...
No sabía que decisión tomar: ¿volver o no a Black Enterprise? Ese último tiempo me había
sentido tan bien allí... Lorraine... Bob... Alexander... Cuando mejor manejaba mi puesto, había
pasado todo aquello... Y yo... necesitaba el dinero...
Definitivamente, debía volver a Black Enterprise.
Y tomada esta decisión, me dormí.
***
Abrí los ojos con tranquilidad, dándome tiempo para desperezarme e incorporarme. Me
levanté y me estiré tranquila, hasta que me acordé de que yo había decidido volver a Black
Enterprise.
¿Por qué no había sonado el despertador?
Con la efusividad del momento se me había olvidado completamente activarlo. Miré el reloj y
marcaban las siete, aun, con prisa, me daba tiempo.
Me duché rápidamente y después dejé mi pelo al natural, no había tiempo para arreglos. Me
puse una camisa rosa y unos pantalones largos claros y salí corriendo de allí sin avisar a Megan.
Entré a la empresa y cuando fui a subir las escaleras, alguien me frenó:
—¡¡Skylar!! —gritó Lorraine acercándose a mí.
—¿Si?
—Tengo que enseñarte algo —agarró mi brazo y llamó al ascensor.
—¿Qué?
Ella tiró de mí y subimos al ascensor. Lorraine marcó la última planta.
Minutos después, el timbrecito sonó y se abrieron las puertas. Para mi sorpresa, mi escritorio
seguía sin estar.
Ella se adelantó a mí y se dirigió a una puerta, la que estaba al lado de la oficina de
Alexander. Me hizo un ademán para que me acercara, y cuando ya estaba junto a ella, abrió la
puerta y pasamos.
Era un despacho amplio, algo menos pequeño que el de Alexander. Era blanco, al fondo había
la misma cristalera que la de él. Justamente en el medio había un escritorio de madera blanca
precioso, con muchos huecos y cajones con pequeños adornos perfectamente colocados. Había un
cristal sobre la madera, y en él, un gran ordenador, una lámpara preciosa y muchos adornos. Había
una silla giratoria grande de color morado, y enfrente, otras dos más pequeñas del mismo color.
Pegando a la cristalera, justamente detrás del escritorio, había un mueble blanco también con
inmensidad de cajones y sobre ella, muchísimas carpetas.
Era una oficina con mucho color y realmente bonita.
—¿Te gusta? —preguntó Lorraine al ver mi cara de sorpresa.
—Es muy bonita, ¿para quién es?
—Espera —se dirigió al escritorio y abrió un cajón, sacando una placa de él—. Toma.
Cogí lo que me había ofrecido y la miré detenidamente; era una placa con mi nombre, Skylar
Grace Evans.
—¿Qué? —pregunté algo nerviosa sin querer sacar conclusiones por mí misma, aunque era
evidente lo que estaba sucediendo.
—Es tu nuevo despacho —respondió Lorraine con una amplia sonrisa en su cara.
—¿Qué? No, no puede... —balbuceé aún en shock por lo que acababa de ver, sin poder
contener la emoción.
¿Alexander Black me había puesto un despacho?
—Es todo tuyo, Skylar —dijo abrazándome—. Me alegro mucho por ti.
—Mío... mi despacho... —musité aún sin creérmelo, pegando la placa a mi pecho.
¡¡Tenía un despacho!!
—Ahora tengo que volver a mi puesto de trabajo. El señor Alexander me dijo que si hay algo
que no sea de tu gusto, que no tardaras en llamarle y hacerle saber qué.
Yo me quedé callada admirando mi despacho. Mi despacho... sonaba tan bien.
Había decidido bien.
Lorraine me dejó sola y yo comencé a dar vueltas en la silla giratoria morada; me sentía
realmente grande... y feliz.
Cuando salí de mi ensoñación, comencé a poner en orden todo el papeleo y a poner al día
todos los archivos pendientes de corrección.
Una hora después sonó el pequeño teléfono que había en una de los pequeños huecos del
escritorio. Lo cogí y era Alexander.
—¿Qué hace aquí? —pregunté asombrada—. Debería guardar reposo.
—¿Puedes venir?
Yo accedí y me dirigí a su oficina.
Toqué la puerta y me dio permiso para entrar.
—No debería estar aquí —dije acercándome a él—. Muchas gracias Alexander, por lo de... lo
del despacho. Es precioso.
Verdaderamente tenía buena cara y se le veía sano, pero el doctor le dijo que guardara reposo
al salir del hospital, y debía de hacerlo.
—¿Por qué no me tuteas? —preguntó Alexander acercándose a mí y hundiendo su nariz en mi
pelo.
—Es usted El Jefe —musité intentando resistirme a él.
—Veo que... —se apartó unos pasos de mí—, has tomado la decisión de seguir en Black
Enterprise.
Yo asentí con la cabeza.
—¿Has tomado alguna decisión... respecto a nosotros? —añadió entrecortadamente.
—Creo que... lo mejor para nosotros... ahora... en estos momentos... es guardar estas
distancias... —tartamudeé en voz baja.
—Lo mejor para ti, dirás, ¿no?
—Estoy muy confundida... —le confesé con los ojos vidriosos.
—No —se acercó a mí y acarició levemente mi mejilla—. Ni una sola lágrima porque no lo
merezco.
—Yo... yo te quiero... —dije sin hacerle caso, brotando una pequeña lágrima de mis ojos
mientras acariciaba mi cara.
Al escuchar mis palabras, Alexander paró sus caricias y subió mi cabeza para que le mirara.
—Skylar —musitó suspirando por una pequeña alegría contenida.
—Pero... pero no estoy segura de que esto...
—Nos queremos, y es lo único que importa.
—A veces no basta con quererse —contesté bajando la mirada.
—Claro que sí, Skylar. Ambos podemos con todo, con Rose, con mi familia... Estoy dispuesto
a todo por ti —respondió volviendo a levantar mi rostro para que nuestras miradas coincidieran.
—¿Pero yo puedo contigo? ¿Verdaderamente puedo con tu agresividad cada vez que algo no te
gusta?
Él me soltó y me dio la espalda, echándose hacia atrás el cabello e intentando destensarse el
cuello.
—Tiene razón, señorita Evans —pronunció dándome aun la espalda, tras un eterno momento
de silencio—. Aléjese de mí antes de que sea tarde.
Yo comencé a llorar sin pedal. Le había hecho daño... pero él también me lo había hecho a mí.
Él había entendido que quizá, estar juntos no era bueno para ninguno de los dos.
—Alexander...
No quería acabar así. No... no quería acabar.
—Mi madre metió a ese Eizen en mi casa antes de que mi padre muriera —comenzó a contar
sin darme la cara aún—. Él estaba enfermo, realmente enfermo y delicado del corazón. Él era su
enfermero. Un día, mi padre pilló en la cama a esa maldita zorra con el enfermero, fue tal disgusto
y decepción, que cayó fulminante al suelo. Todos pensamos que había sido fruto del destino, pero
poco tiempo después me enteré de lo que había ocurrido de verdad. Golpeé hasta la saciedad a
ese maldito, hasta lograr que tuviera que salir de la casa en camilla y ser hospitalizado por días.
Mi madre me echó de casa, toda mi familia me repudió y con 19 años tuve que valerme por mí
mismo y gracias a la pequeña fortuna que heredé de mi padre, pude lograr ser quien soy hoy.
—Es realmente triste... —musité aun sin parar de llorar.
—Siempre he sido un monstruo, siempre he solucionado mis problemas a golpes. No voy a
cambiar nunca —contestó con voz dura y filosa. Seguía de espaldas, y yo justamente detrás suya,
pero temía tocarle.
—No es así... —contesté intentando tocar su hombro pero algo no me dejaba hacerlo.
—No quiero hacerle daño, señorita Evans, a usted no —contestó sin hacer caso a mis palabras
—. Ahora, ¿puede dejarme solo?
Yo le miré impactada; me dolía verle así. Era todo por mi culpa.
—Sí.
Me giré y me dirigí a la puerta. Volví a echar la mirada atrás, y vi como Alexander observaba
la gran cristalera y en ella podía ver reflejado sus ojos y su mirada tan inquietante.
Salí y cerré la puerta. Alexander necesitaba, sin duda, estar solo.
Capítulo 10
Barca rosa

Dieron las cinco de la tarde y como mi horario laboral marcaba, decidí irme, sin molestar a
Alexander. Estaba confusa, realmente confusa. No podía callarme más tiempo, no. Su agresividad,
su otra cara de la moneda, era algo que realmente me comenzaba a asustar. Yo le quería, le quería
demasiado. Me decía a mí misma y decía en voz alta que estar juntos no era lo mejor, que no
estábamos predestinados a formar un nosotros. Decir eso me dolía, pero más dolía el pensar que
tenía razón.
La había cagado, pero bien. Y fue en su mirada cuando le confesé que temía su agresividad, la
que me dijo a gritos que él nunca me haría daño. Al menos no con sus manos.
Pero yo, como era experta ya, había metido la pata hasta el fondo al si quiera pensar que él
sería capaz de hacerme algo así. Indudablemente yo tenía la culpa esa vez.
O al menos eso pensé al principio.
Llegué a casa y vi a Megan tumbada en el sofá.
—Sky —saludó al verme, levantándose y dándome un abrazo—. Quien diría que vivimos
juntas... no nos vemos apenas.
—Tienes razón —contesté y nos separamos del abrazo—. Nuestros trabajos nos están
separando —bromeé, aunque en cierto modo era verdad.
—¡Nunca! —exclamó sonriendo—. ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Por qué has vuelto a trabajar?
—Vamos a sentarnos y te cuento mejor, es una historia muy larga —le dije, mientras
tomábamos asiento.
Después de una explicación y una cena después, decidí ir a dormir ya que Megan se iba a su
trabajo. Me tumbé en la cama, pensativa, como llevaba haciendo todos los días desde que conocí
a Alexander Black.
—¿Pero yo puedo contigo? ¿Puedo con tu agresividad cada vez que algo no te gusta? —
contesté dando paso a miles de lágrimas por mi rostro.
Esas palabras retumbaban en mis oídos... Me sentía horriblemente mal.
Miré el móvil y no tenía ningún mensaje suyo. ¿Estaría con Rose Donovan ahogando sus
penas? Solo pensar eso hacía que se me revolviese el estómago.
Decidí mandarle un mensaje; él siempre lo hacía cuando sabía que había hecho algo mal. ¿Qué
iba a perder? Por el contrario, podía ganar, y mucho.
Skylar, 22:19
Hola... me gustaría saber cómo estás. No te dije nada al irme por si estabas ocupado pero
la verdad necesitaba hablarlo todo mejor contigo...
Espero que pases buena noche.
PD: mira tu costado.
Esperé un rato para que me contestara, pero mi mensaje no tenía respuesta. Miré y remiré el
móvil para tener por seguro que el mensaje había sido enviado, y efectivamente, lo había sido.
El nombre de Rose Donovan daba tumbos por mi cabeza como acostumbraba hacer desde el
día que la conocí...
En ese momento mi móvil vibró y lo cogí rápidamente con una estúpida sonrisa, pero al
encender la pantalla se borró.
Kevin, 22:49
He estado en el bar con Megan y me ha adelantado algo sobre tu ánimo... si estás
despierta, ¿quieres que vaya y hablemos? Incluso podríamos dar un paseo.
La palabra no llenó mis pensamientos. No. Eso era lo peor que podía hacer estando así con
Alexander. Que él me viera con otro.
Pero mi conciencia me repetía y canturreaba que él se había visto con Rose... pero yo no era
así.
Skylar, 22:50
En la cama.
Pásalo bien.
Dejé el móvil en la mesita y me puse la almohada sobre la cabeza. Yo creía estar confusa
respecto a mis ganas de seguir adelante con Alexander o seguir una relación estrictamente
profesional, pero en estos momentos, tras las palabras de Alexander y al verme tan perdida sin él,
supe desde el primer momento que aunque él fuera el mayor de los monstruos, seguiría a su lado.
—Tiene razón, señorita Evans —dijo dándome aun la espalda—. Aléjese de mí antes de que
sea tarde.
Todo me superaba. Sentía una gran opresión en mi pecho que apenas me dejaba respirar.
Vacío y dolor. Era lo único que sentía.
Volví a mirar el teléfono por si Alexander contestaba y no lo escuchaba, pero evidentemente,
no tenía nada. Quizá me lo merecía, quizá por mis dudas inventadas había perdido al amor de mi
vida. Al único que iba a conocerme del todo.
Me restregué las lágrimas que causaban estos pensamientos, y decidí cerrar los ojos para
acabar con ese nefasto día. Otro día de mierda más.
***
Esta vez sonó el despertador a las seis y me levanté dando un respingo al asustarme. Lo
primero que hice, incluso antes de poder estirarme, fue mirar el móvil.
Tenía un mensaje. Me metí corriendo y descubrí que volvía a ser Kevin.
Kevin, 01:09
Descansa. Te quiero.
Los te quiero que no venían de Alexander Black me sabían a poco.
Tiré el móvil a la cama con enfado, como si fuera él el que tuviera la culpa de que Alexander
no hubiera contestado mi mensaje.
Me dirigí a la ducha y mientras el agua se templaba, me miré fijamente al espejo. Tenía los
ojos hinchados de haberme tirado toda la noche llorando, como si hasta el dolor que sentía saliera
en mis peores pesadillas. Me quité la parte de arriba del pijama y me quedé unos minutos
acariciando y mirando ese ancla en mi costado. Fui suya... y eso era el único consuelo que me
quedaba. Me deshice de los pantalones y después de la ropa interior y me metí en la ducha.
Las gotas se deslizaban por mi cuerpo, causándome algo de alivio. Me restregué la cara y
comencé a llorar; me sentía algo más libre. Mis lágrimas se perdían con las gotas de agua que
caían sobre toda las partes de mi cuerpo; como sus caricias, presentes en todos los rincones de mi
piel.
Miré en mi armario y cómo iba con tiempo, decidí que iba a ponerme guapa para Alexander.
Por si por casualidad, me lo cruzaba por algún pasillo.
O bueno, era su secretaria. Lógicamente, quisiera o no, tendríamos que vernos. O al menos
hablar por teléfono... ese día me conformaba solamente con eso. Con su voz rozar mis oídos.
Me puse un vestido corto de palabra de honor, pero una forma redondeada en el escote muy
bonito. Era negro con flores rosa palo, y lo acompañé con unos zapatos rosas y un bolso igual.
Cuando llegó la hora, salí del piso y me dirigí a Black Enterprise.

Vi al entrar a la empresa que el ascensor estaba a punto de cerrarse, y pegué una pequeña
corrida para llegar antes de que eso ocurriera. Llegué a tiempo, y al cerrarse las puertas y hacer
una vista general del ascensor, vi entre una pequeña multitud de seis personas a Alexander Black
entre ellas. Al mirarle él también se percató de mi presencia, pero no hizo ningún gesto en
especial.
Como siempre pasaba, a medida que el ascensor iba subiendo se iba quedando más y más
vacío. Y cuando antes me quedaba sola, esta vez me quedé con Alexander Black.
Aún quedaban unas plantas que subir cuando nos quedamos solos, pero Alexander no hizo
ningún movimiento para hablar.
—Buenos días, señor Black —dije tras haber subido un par de plantas. Se me hacía imposible
tenerle cerca y no hablar con él. Escuchar su voz...
Era tan guapo, le miré detenidamente y vi como su barba luchaba por salir. Me fijé en su nariz
perfectamente puntiaguda, y en sus labios finos perfectamente definidos. Esos mismos labios que
sabían hacerme suya aunque viento y marea fueran contra ello.
—Hoy está especialmente guapa, señorita Evans —musitó Alexander mirándome los labios.
Como si de la primera vez se tratara, noté como mis mejillas ardían y comenzaban a
ruborizarse, acompañado de una gran sonrisa tímida en mis labios.
—¿Cómo se encuentra? —pregunté aun con el rubor en mis mejillas. Él sonrió levemente.
—Bien.
Sonó el timbre del ascensor y las puertas se abrieron. Nunca había deseado que tardaran un
poco más en abrirse.
Ambos salimos del ascensor y yo me dirigí a mi despacho, algo desilusionada, aunque
contenta por haberle visto. Él hizo lo mismo y fue el primero de los dos en cerrar la puerta. Yo
entré en él y cerré la puerta también.
***
Prácticamente me tiré toda la mañana pasando a limpio documentos y corrigiendo algunos
errores. Cuando dieron las doce decidí bajar a tomarme algún croissant y al volver, le subí un café
con sacarina a Alexander. Toqué la puerta cruzando los dedos para que me abriera.
—¿Quién es? —le escuché de lejos.
—Señorita Evans, le traigo un café —contesté soplándome los dedos porque el café quemaba.
—Pase —contestó y entré.
—Aquí tiene —dije mientras le dejaba el café corriendo en su mesa pues me quemaba los
dedos. Después los soplé con cara de molestia.
Él se rio al verme y se acercó a mí, cogiendo mi mano y soplándolas él mismo mientras lo
intercalaba con pequeños y dulces besos.
Él era así, como sus besos, dulces... a veces... pero me conformaba.
Cuando terminó, sin soltar mis manos, me miró fija y detenidamente a los ojos. Inmiscuía la
mirada con mi boca, cosa que hacía que me removiera interiormente. Deseaba besarle, pero no era
lo mejor. Si él quisiera hacerlo, ya me hubiera robado un beso... como siempre.
—¿Te-te has... inyectado la... insulina? —pregunté mientras él seguía mirando detenidamente
mis ojos y mis labios.
Sonrió.
—Sí.
Estaba nerviosa. Me tiritaban las piernas. Su sola presencia me hacía temblar.
Comenzó a rozar mis labios con la yema de sus dedos. Subía y bajaba, en dirección a mis
mejillas y a mi cuello. Se quedó por un rato acomodado en mi cuello, y deslizaba sus suaves
dedos por mi piel. Yo cerraba los ojos y suspiraba, y él sonreía al ver mi reacción. Acto seguido
hundió su nariz en mi pelo y oí como inspiraba y expiraba profundamente.
—Nunca he querido hacerte daño —susurró aún camuflado en mi cabello.
—Lo sé... lo sé... —musité alienada por sus caricias.
Despegó su cabeza de mi pelo, y tras mirarme por décimas de segundo, me besó. Nuestros
labios lucharon tibiamente, y nuestras lenguas apenas rozaban nuestros dientes. Sus manos se
hundieron en mi pelo, creando mayor intensidad en este despliegue de pasión. Aprovechó que
necesitaba coger aire para llenar mis labios de pequeños mordiscos, un dulce dolor.
En ese momento agarró con fuerza mi trasero y me levantó, girándose bruscamente en su mesa
y tumbándome en ella; era una cuenta pendiente.
Él se quitó con cautela su cinturón mientras me miraba de arriba abajo. Después bajó sus
pantalones sin opción a que yo pudiera hacer algo. Levantó mi vestido y bajó mis bragas, haciendo
lo propio con su bóxer. Puso sus manos sobre mis hombros y empujó con fuerza para hundir su
masculinidad en mí. Jadeé del placer; necesitaba sentirle cerca, tan cerca como dentro de mí.
Él siguió con un movimiento continuo y fuerte, rápido y con pasión. Admiraba tumbada en la
mesa como Alexander estaba realmente sumido en el placer y se mordía con ardor su labio
inferior.
—Alexander —musité, y entre el sonido de su nombre, ambos llegamos a un placer infinito.
Comenzó a besar mis muslos y después los acariciaba. Tendió su mano para que me
incorporara y comenzó a vestirse.
Yo me bajé el vestido y miré la hora; llevábamos más de una hora ahí dentro.
—Tengo que irme —musité aun con el placer agarrado a mi garganta.
Me giré y fui a abrir la puerta pero Alexander puso su mano en ella y me lo impidió.
—Te dejas algo —dijo mientras de su otra mano libre colgaban mis bragas de mariposas
azules.
Me ruboricé y las cogí rápidamente.
—¿Por qué sigues sonrojándote? —preguntó sonriendo agarrándome por la espalda mis dos
manos sin dejarme que me las colocara.
Yo agaché mi mirada y él con su frente volvió a ponérmela erguida.
—Estás realmente hermosa así de ruborizada —dijo dejando mis manos en libertad.
Me senté en la silla y comencé a colocármelas, mientras Alexander me miraba, ya vestido,
detenidamente.
Cuando terminé me levanté y me acerqué a él.
—¿Por qué ayer no respondiste mi mensaje? —pregunté con voz tierna para evitar que
Alexander se enfadara. En ese momento no quería un enfrentamiento más.
—Me sentía fuerte para alejarme de ti —suspiró y volvió a presionarme contra su pecho—.
Pero cuando estás frente a mí, todo se me olvida y solo pienso en ti. En estas ganas de tocarte, de
hacerte mía, de amarte... —apartó un mechón de mi frente con delicadeza.
—Alexander —Me puse frente a él con la espalda recta e intentando demostrar la poca
dignidad que me quedaba tras el momento braga—. Soy tuya. Para siempre.
Él enarcó ambas cejas. Estaba sorprendido. Cogió mis manos.
—¿Estás segura? —dijo con voz seria.
—Para siempre —repetí en sus labios, mezclando nuestros alientos.
Su mirada se oscureció por un momento, pero en ese instante no le di importancia ni me causó
ningún temor. Quería solo dar paso a mis sentimientos por él.
***
Pasaron varias semanas; por fin era viernes. Esa semana había sido realmente agotadora.
Alexander volvía hoy de una convección fuera de Dallas y esos días atrás me tuve que hacer cargo
de todo. Necesitaba un respiro, un respiro con El Jefe.
Me puse un top blanco con una falda de flores blanca y negra, y unos tacones negros y me
dirigí a Black Enterprise.
Abrí la puerta de mi despacho y para mi sorpresa, había miles de globos rosas y grises por el
techo y pétalos de rosa en el suelo.
Al fondo, pegado en la cristalera, vi de lejos una pequeña nota. Me hice paso entre los globos
rezagados que no habían podido llegar al techo y la leí.
Hoy no es un viernes para trabajar. Es nuestro viernes.
Quiero llevarte a algún sitio especial...
¿Aceptas?
Alexander Black.
Sonreí y despegué la nota, abrazándola fuertemente. En ese momento escuché unos pasos y me
giré.
—¿Aceptas?
Era Alexander con una sonrisa preciosa y unos ojos realmente iluminadores.
Yo me tiré a él y lo abracé con fuerza. Él me levantó del suelo y dio unas vueltas sobre sí,
mientras yo me sujetaba la falda.
Aun en el aire, y cogiéndome Alexander por las oquedades, dijo:
—Te amo.
Contesté con una risa al ver su preciosa cara desde arriba.
Él me dejó en el suelo y tomó mi mano.
—¿Vamos? —preguntó con voz jocosa y un poco infantil. Parecía que le hacía más ilusión que
a mí.
—Sí — Fue ver abrirse mis labios y tiró tan fuerte de mí que creía que iba a volar. Entramos
en el ascensor y con nerviosismo apretó el botón de recepción—. ¿Cómo te ha ido la convención?
—pregunté mientras el ascensor bajaba planta por planta.
—Como todas —contestó expectante para que se abrieran las puertas del ascensor—.
Aprovecha para preguntarme esas cosas, cuando salgamos de Black Enterprise solo quiero
escuchar lo enamorada que estás de mí.
Yo sonreí y le abracé con fuerza.
El ascensor se paró al fin en recepción y volvió a coger mi mano, guiándome rápidamente
hacia la puerta.
—¡Que pasen un buen día! —oí de lejos exclamar a Lorraine.
Nos dirigimos a su coche y cuando llegamos a él, abrió la puerta del copiloto dejándome
pasar. Antes de cerrarla, me besó fugazmente mientras suspiraba con ternura. Después de cerrarla,
salió ágilmente a la parte del copiloto como si fuera un niño pequeño.
—Este es el plan —dijo mientras metía las llaves—, iremos a tu casa y cogerás algo de ropa
más cómoda, luego iremos a la mía y nos vestiremos —dijo mientras arrancaba y sonriendo
pícaramente.
—¿Seguro que no ocultas ninguna parte del plan? —pregunté mientras le miraba con deseo y
posaba en su muslo mi cálida mano.
—Puede —sonrió y apretó para ir más rápido, siempre dentro de lo permitido.
***
Subí corriendo las escaleras mientras Alexander me esperaba en el coche. Abrí la puerta
ágilmente y me dirigí corriendo a mi habitación.
—¿Otra pelea? —preguntó a Megan desde su habitación.
—No —contesté a carcajadas mientras buscaba algo de ropa en mi armario—. Alexander me
va a llevar a un lado, que todavía si quiera sé cuál es.
—Tentador —escuché decir mientras se reía.
Fui al armario y cogí algo de ropa.
Cuando fui a salir del piso recibí un mensaje que me hizo detenerme. Lo saqué del bolso y lo
miré:
Alexander, 10:03.
La echo de menos, señorita Evans.
Baje ya.
Yo sonreí ampliamente. Era realmente feliz. Ese era el Alexander que yo quería en cuerpo y
alma.
¿Compensaba?
Con la ropa metida en una bolsa de plástico, volví a bajar las escaleras corriendo para no
hacerle esperar más. Cuando salí del portal, Alexander estaba apoyado de brazos cruzados en su
coche, y al verme aparecer sonrió.
Yo corrí más rápido aun hasta que acabé en sus brazos.
—Me haces tan feliz —le dije mirando sus ojos azules oscuros y penetrantes.
Cogió mi mentón y me miró fijamente.
—Te amo —musitó, y acercó sus labios a los míos demostrándonos todo lo que nos decíamos
con palabras.
Un rato después, tras ir a su casa a cambiarnos y a pasar un momento mágico, llegamos al sitio
deseado de Alexander. Aparcó cerca de allí, y al bajar, supe donde me había llevado: era White
Rock Lake Park. Un parque precioso con una laguna realmente hermosa en la que podías montarte
en una barca y disfrutar de un ambiente realmente agradable.
Pasaba mucha gente, desde personas en bicicleta, a personas mayores dadas de la mano, a
gente joven sentada en un banco hablando, a personas solitarias leyendo libros... y también muchas
barcas sobre la laguna. Había ido en alguna ocasión allí con Megan, pero nunca me había subido
ahí.
Estaba embelesada mirando el paisaje, y también admirando la maravillosa compañía que
había a mi lado. Todo era demasiado perfecto.
—¿Te vas a quedar todo el día mirando el lugar? —bromeó Alexander mientras hacía
cosquillas en mi barriga.
—No —dije con tono bobalicón. Él soltó una preciosa carcajada al ver mi reacción y me
cogió a hombros para llevarme al embarcadero.
Cuando llegamos me dejó en el suelo, y me quedé mirando todos las barquitas que había en la
laguna. Era muy bonito.
—¿Qué color quieres? —preguntó señalando las cinco barcas que había aparcadas en la
orilla.
Había dos amarillas, una azul, una verde y una rosa.
—La rosa —dije con tono jocoso mientras atendía a su reacción.
—Alexander Black, jefe y dueño de Black Enterprise no puede ir en una barca rosa, señorita
Evans —contestó con cara seria pero voz cariñosa y divertida.
—Yo creo que sí... —musité con tono jocoso y algo de maquiavélico—. Señor —llamé al
hombre que se encargaba de las barcas—, la rosa.
El hombre se rio al ver el rostro de Alexander.
—¿La rosa, señor Black? —le preguntó.
Oh no... ¡¡lo conocía!! Aunque realmente, ¿quién no le conocería?
—La rosa está bien, gracias —contestó Alexander con amabilidad.
Yo sonreí triunfante al escucharle y le abracé divertida.
—Señorita Evans 1- EL Jefe 0 —me reí en su oreja.
—Porque he querido, señorita Evans —contestó mirando los movimientos del hombre
soltando la barca rosa.
Unos minutos después, la barca estaba lista para que nos montáramos y navegáramos. Yo
estaba especialmente nerviosa y tenía muchas ganas. Me subí con ayuda de Alexander; perdía el
equilibrio con facilidad.
Me ayudó a sentarme y él hizo lo mismo pero no necesitó ayuda. Comenzó a remar y yo le
admiraba en silencio; estaba tan guapo... Con unos pantalones negros ceñidos y una camiseta
ajustada gris, que marcaba perfectamente sus pectorales celestialmente definidos. Su pelo
alborotado, sus rizos moviéndose de un lado a otro y su sonrisa en la cara. Ese hombre me
encantaba.
Comencé a hundir mi mano en el agua y la movía dentro de ella; me sentía libre, en paz, feliz.
Alexander soltó por un momento los remos y se sentó justamente a mi lado, acariciando sus
mejillas rojas del calor y me miró fijamente a los ojos por unos instantes.
—Nunca antes había sido tan feliz —musitó mientras acariciaba mis labios con sus dedos,
como si los estuviera dibujando.
—Yo tampoco —dije son una sonrisa estúpida que se daba a conocer cada vez que Alexander
me dedicaba unas palabras así. Agarré su pelo y comencé a acariciarlo con dulzura.
—Mía —murmuró con sus labios justamente encima de los míos.
Yo cerré los ojos y agité mi cabeza lentamente para rozarlos.
—Tuya.
Al escuchar esto, Alexander me besó con una intensidad que nunca antes había experimentado.
Capítulo 11
Estrenando la cocina de Alexander

Después de un día totalmente agotador, llegamos a casa de Alexander ambos rendidos. Lo


primero que hicimos fue tumbarnos juntos en el sofá de su salón. Entre el viaje, el rato en la
laguna, la comida, los miles de paseos... estábamos agotados. Y solo eran las ocho de la tarde.
—Quédate a dormir —dijo Alexander acurrucándose a mi lado tras unos minutos callados
recuperando el aliento.
—Pero Megan... —susurré colocando mi cabeza en el hueco de su cara y su hombro izquierdo.
—Es mayorcita, además, ella se irá a trabajar, y no quiero que mi nena duerma sola —intentó
convencerme sin saber que yo tenía claro que quería dormir con él, en su cama.
Era el broche de oro para un día perfecto.
—Tienes razón —dije abrazándole fuertemente—, además, me veo incapaz de separarme de ti.
—Me gusta eso —contestó, apretándome contra su pecho con y suspirando relajado—. Me
gustas tú.
—Mi Alexander —susurré como una bobalicona y besé sus labios—. Quiero hacerte algo de
cenar —continué mientras me incorporaba rápidamente. Él se quedó tumbado en el sofá
mirándome.
—La nevera está llena, has tenido suerte —contestó Alexander abriendo sus brazos para que
volviera a tumbarme junto a él.
—Pero... —agarré sus manos haciendo toda la fuerza del mundo para que se levantara—, la
cena no se hace sola.
Él se levantó y me abrazó con ternura.
—Tienes razón —respondió hundiendo su nariz en mi cabello—. Pero antes deberíamos
ducharnos.
Yo asentí con la cabeza entusiasmada y Alexander me cogió como si fuera una princesa.
Llegamos al baño y me dejó sentada en el wáter con la tapa cerrada, mientras él templaba el agua
y comenzaba a llenar la amplia bañera.
Cuando ya estaba lista, el baño comenzó a oler a un delicioso olor a vainilla, ¿qué había
echado Alexander al agua? Me derretí con tan rico olor.
Alexander se giró hacia mí y me levantó, llenando mi cuello con pequeños besos y mordiscos.
Después me quitó mi camiseta y la tiró a un rincón del baño. Comenzó a acariciar mi escote y
después mi barriga, haciendo que me retorciera de las cosquillas y la placentera sensación. Yo
hice lo mismo, Alexander subió sus brazos y saqué su camiseta, tirándola al mismo rincón que la
mía. Besé sus clavículas, después sus pectorales y comencé a acariciarlos, y después arañé con
delicadeza su espalda mientras besaba sus perfectos y fornidos hombros.
Él mordió el lóbulo de mi oreja y después se agachó para bajarme los pantalones. Cuando
estaban ya en el suelo, me moví a un lado para deshacerme completamente de ellos. Él echó un
paso atrás y me miró completamente, como maravillado. Luego comenzó una caricia en mi mejilla
que terminó suavemente en mi ombligo. Comenzó a acariciar mi cabello, pero yo le aparté unos
centímetros.
—Aún estás demasiado vestido —dije desabrochando el botón de sus pantalones.
Él sonrió mientras yo bajaba poco a poco sus pantalones, besando sus muslos marcados y
notando su erección.
Cuando sus pantalones estuvieron fuera de combate, Alexander me oprimió contra él y
comenzó a besarme con fogosidad. Hundió sus manos en mi pelo y comenzó a mandar todos los
movimientos sobre mí. Yo dejé mis manos en su espalda, perdidas en las maravillas de sus curvas.
Alexander bajó sus manos de mi cabello a mi espalda, y me desabrochó con un movimiento
ágil mi sujetador. El deseo de saber cómo había adquirido esa destreza me inundó, pero opté por
dejarlo pasar. Lo que importaba era el presente, nuestro presente; ese en el que estábamos juntos
sin nadie más a nuestro alrededor.
Lo tiró al suelo y se apartó milímetros de mí, comenzó a acariciar mis pechos y a besarlos con
dulzura. Se agachó un poco y también se deshizo de mi última prenda.
Estaba totalmente desnuda ante él, indefensa, y me sentía realmente protegida. Volvimos a unir
nuestros labios, los adoraba realmente. Su manera de besarme, de tocarme. Lo empujé débilmente
y bajé su bóxer, era algo que sobraba desde hace mucho tiempo. Me miró con pasión y me tendió
su mano, sumergiendo él su primer pie en el agua. Yo metí mis pies y luego él hizo lo mismo con
el que faltaba. Se sentó apoyando la espalda en la pared, y yo me senté entre sus piernas. Le
notaba, y era algo que me complacía.
Acarició y besó mi espalda, y luego adelantó sus manos a mi pecho. Besaba mi cuello y yo
torcía mi cabeza de placer. Puso sus manos en mis muslos y subía y bajaba las yemas de sus
dedos.
Cogió una esponja azul y la roció de gel que olía realmente perfecto, y comenzó a frotarla en
mi espalda con cuidado.
Un rato después metidos en la bañera, ambos salimos y cuando fui a ponerme la toalla,
Alexander no me lo permitió y con cuidado me tiró al suelo. Ambos estábamos mojados, y él
estaba sobre mí sin apoyar su peso. Comenzó a besarme con intensidad, tocando cada parte de mi
piel. Hizo un movimiento perfecto y le sentí dentro de mí, y comenzó a moverse celestialmente. Yo
arañaba su espalda del placer. Él aumentó la intensidad y la fuerza notando que yo estaba gustosa,
y gemí del placer. Me empujó de la espalda, colocándome perfectamente sentada encima de él en
el suelo. Aún seguíamos conectados, y tomando mi turno, comencé a moverme con sensualidad y
con movimientos contundentes. Alexander jadeaba, y yo aumentaba algo el ímpeto. Él cogió mis
hombros y tiraba con ellos hacia abajo, provocando mayor placer a ambos. Le besé con fuerza, sin
permitir si quiera que recuperara el aliento y seguía moviéndome, hacia delante, hacia atrás...
hasta el momento que ambos terminamos.
Minutos después ambos nos incorporamos y Alexander comenzó a secarme con delicadeza
cada zona de mi piel. Luego corrió a su habitación con una toalla rodeando su cadera, y segundos
después, apareció con una camisa suya azul clara.
—Seguro que te queda bien —dijo entregándomela.
Yo sonreí y me la puse, pero fue Alexander el que abrochó botón por botón mientras iba
besando las partes de mi piel que comenzaban a estar tapadas.
Cuando Alexander se puso unos pantalones de chándal cortos de color verde, que le quedaban
fantásticamente bien, me dijo:
—Tengo que adelantar unas cosas de la empresa, ¿haces mientras tu esperada cena?
—Sí —respondí con voz bobalicona y el me besó fugazmente, y después, desapareció.
Me dirigí a la cocina; como ya dije, era pequeña pero muy útil y cómoda. Abrí la nevera y
estaba llena de cosas deliciosas. Abrí una pequeña puerta a la derecha de la cocina y descubrí que
era una despensa, llena también de miles de alimentos. Me froté las manos: eso era un paraíso.
Con esa cantidad de productos, las cenas que podía crear eran infinitas. Decidí usar un
pequeño portátil blanco que estaba en la mesa del comedor y buscar algunas ideas.
Tras un rato buscando, y viendo que todos los alimentos que necesitaba la receta estaban a mi
alcance, encontré una perfecta: ensalada de caraotas blancas.
Tenía todo en la despensa y sobre todo, no tenía más de la azúcar que podía tomar mí adorado
Alexander.
¿Por qué Alexander no me contó antes sobre su diabetes? Era una duda que nunca antes me
había planteado.
Me tiré cerca de media hora buscando una olla, y cuando al fin la encontré, vi que estaba sin
estrenar. ¿Nadie ha cocinado nunca en esa casa?
Cociné las caraotas blancas en agua con hojas de laurel durante 25 minutos en la olla a
presión. Las escurrí y cociné las remolachas, y acto seguido las piqué en trocitos. Piqué también
en cuadraditos los cebollines y el pimentón rojo.
Uní todo en una ensaladera y sazoné con el aderezo, el cual se preparaba mezclando todos los
ingredientes en un recipiente. Agregué el perejil picado y lo coloqué en la nevera. Miré el reloj y
eran las diez. A Alexander seguro que le quedaba un rato en la oficina, así que decidí volver a
meterme en internet y busqué recetas de postres para diabéticos. Seguro que mi querido jefe hacía
tiempo que no probaba algo dulce por su enfermedad, y yo quería que eso no siguiera así.
Encontré lo que buscaba unos minutos después: mermelada de pera y yogur. La foto del blog
tenía muy buen aspecto y debo admitir que salivé solo de verlo.
Me dirigí con el portátil a la cocina para preparar la pequeña sorpresa a Alexander.
Pelé las peras, quité las semillas y las corté en cuatro. Lo eché en una cazuela junto a la
canela, el limón, la nuez moscada y el clavo. Eché agua hasta cubrir todo y llevé al fuego lento,
hasta que el agua se evaporó casi por completo, prestando atención que no se quemara. Mientras
tanto preparé la gelatina como indicaba el envase. Trituré las peras en la batidora, que estaba aún
más nueva que la olla, y mezclé con la gelatina y el edulcorante. Puse a fuego lento y lo mezclé
bien. Dejé que se enfriara y mientras comencé a limpiar todo lo que había ensuciado. Media hora
después, tal como indicaba la receta, coloqué el yogur en copas y vertí la mermelada por encima.
—¡Alexander! —exclamé desde la cocina con voz jocosa. Minutos después escuché cómo se
abría al fondo la puerta e instantes después, apareció de ese pequeño pasillo. Fui a por él y lo
abracé con fuerza.
—Te he echado de menos —dijo él en mi oreja. Yo sonreí y me separé de él, dirigiéndome a
la mesa del comedor.
—¿Qué tal los asuntos de trabajo? —pregunté señalándole una silla para que se sentara.
—Bien —dijo sentándose mientras yo me dirigía a la cocina para llevar el primer plato— ¿Te
ayudo?
—No —dije poniendo ambos platos en la mesa y volviendo a la cocina—. ¿Todo está en regla
en Black Enterprise?— añadí desde la cocina.
—Todo en orden —respondió vigilándome con la mirada. Volví al comedor y puse las tazas
que le regalé y las serví de agua, sentándome a su lado.
—Me alegro —dije tocando sus manos—. Ahora tenemos que disfrutar esta deliciosa cena.
—Huele genial —dijo relamiéndose jocosamente—. Y la comida también. ¿Qué es?
Yo solté una carcajada cariñosa.
—Ensalada de caraotas blancas —respondí con cara de satisfacción.
—¿Tenía eso en mi nevera? —preguntó con tono de sorpresa mientras se reía.
—Y más… je, je —contesté admirando como una tonta su preciosa sonrisa.
Cuando nos comimos la ensalada en una gran velada de confesiones y risas, frené a Alexander
ya que se estaba levantando creyendo que todo había acabado.
—Todavía queda algo —canturreé con una sonrisa pícara.
—Me sorprende gratamente señorita Evans —contestó sonriendo mientras me vigilaba.
—Mira —Volví al comedor con las dos copas y puse una a cada uno, sentándome en la silla
—, no digas nada, son especiales para personitas diabéticas como tú.
Él sonrió e impacientemente comenzó a comerlo.
—Hacía tanto que no probaba algo así... —dijo relamiéndose. Yo sonreía como una tonta al
verle disfrutar como un niño chico.
Alexander lo había pasado mal, muy mal. Yo comprendía parte de su dolor, él había perdido a
su padre y yo a mi madre. Pero mi padre nunca había sido capaz de reemplazarla, y mucho menos,
de engañarla. Le comprendía... necesitaba cariño, hogar.
—¿Por qué nunca me contaste sobre esto? —cuestioné con tono tierno para que no pensara que
era un ataque.
—No quería que me vieras como alguien débil —contestó de buen grado captando mis
intenciones.
—No eres alguien débil por eso —respondí acariciando sobre la mesa su mano—; eres la
persona más fuerte que he conocido.
—Lo dices por complacerme —contestó con una sonrisa jocosa—. Verme así en el hospital no
demostró que fuera alguien fuerte.
—Cualquiera puede necesitar ser ingresado en el hospital. Ni el chico más duro puede
librarse de una enfermedad.
—Menos tú —Acercó su silla a mí—. A ti nunca te va a pasar nada, prométemelo —me pidió
con semblante inocente.
Yo sonreí ante tal petición que me estaba haciendo, como si estuviera de mi mano enfermar o
no... Acaricié su mejilla con suavidad y amor.
—Estoy cansada —espeté mientras me levantaba e iba a recoger los platos—. Deberíamos ir
a dormir.
—Sí.
Entonces, me frenó en seco alegando que eso podía esperar para el día siguiente. Me levantó y
me llevó en brazos a la cama.
Cuando llegamos a su habitación me acomodó sutilmente en la cama y se agachó para mirarme
fijamente mientras acariciaba mi cabello.
—Gracias —dijo besando mi nariz—, por seguir aquí, conmigo, cuando nunca antes nadie lo
ha hecho.
Yo le miré con ternura; era un pequeño bebé encerrado en el cuerpo de un atractivo
empresario, jefe de una de las empresas más importantes de todo Dallas.
Alexander se tumbó a mi lado y me abrazó, y así, ambos terminamos por dormirnos.
***
Abrí poco a poco los ojos, había descansado deliciosamente bien. Fui a abrazar a Alexander,
pero ya no estaba. Palpé el sitio de su cama y olía a él; era mi aroma favorito. Me levanté y le
busqué, pero no le encontraba.
Me dirigí al comedor y estaba todo recogido; mi jefe era también un buen hombre de casa. En
el centro de la mesa vi algo que llamó mi atención; había tres rosas azules junto con una pequeña
nota color beige.
Espero que hayas dormido bien y te hayas levantado como tú eres, radiante.
Había una pequeña urgencia en Black Enterprise y he tenido que ir para allá, no quise
despertarte porque estabas adorablemente dormida.
Carter está a tu disposición por si quieres ir a casa.
Te ama, el señor Black.
Olí el delicioso aroma que Alexander dejaba en todo cuanto tocaba; yo olía a él. Me vestí con
la ropa del día anterior y llamé al número que había apuntado en otra nota, que supuse que era el
de Carter.
Efectivamente, era él, y le pedí que me llevara a casa. Cinco minutos después estaba
esperando en la puerta.
***
Llegué a casa y lo primero que hice fue ducharme para después cambiarme de ropa; me puse
unos pantalones cortos con una camiseta de flores y mis zapatillas blancas. Mientras me colocaba
el cabello, Megan entró a mi habitación despeinada.
—¿Esta noche bien, no? —dijo con tono picarón tumbándose en mi cama.
—Igual que la tuya —bromeé viéndola desde el espejo.
—Hoy podrías ser de tus amigas —dijo con tono nostálgico—. Hace mucho tiempo que no
sales conmigo, Olivia, Ann...
—Ya, es verdad —Me giré y la miré—. Pero ya sabes la última vez lo que me costó que
Alexander accediera.
—Pero Alexander no tiene que acceder, eres tú —replicó incorporándose.
Yo asentí con la cabeza, tenía razón.
Esos días Alexander había sido un chico normal, un novio perfecto. Quizá si le pedía una
noche con mis amigas aceptaría...
—Está bien —dije, y al escuchar esto Megan abrió los ojos como platos.
—¿Qué? —exclamó levantándose de un salto.
—¡Noche de chicas! —grité como una quinceañera y ella comenzó a gritar de la emoción.
Salió de la habitación y yo decidí que era el momento de llamar a Alexander. Crucé los dedos
y marqué su teléfono.
—Preciosa —contestó poco después—. ¿Pasa algo?
—No, claro que no —contesté y escuché un suspiro tranquilizador—, solo que... Megan me
ha... pedido que... salga con ellas esta noche.
Se oyó un suspiro.
—Está bien —contestó con tono neutral.
—¿Si? —cuestioné sin poder creérmelo.
—Eres mía, pero no soy tu padre —dijo con voz tierna—. Pero no quiero que bebas, y si lo
haces, quiero que me llames para que te lleve a casa y que no cojas el coche. ¿Me has escuchado?
Si tienes algún tipo de problema con alguien quiero que me avises —comenzó a decir mientras yo
sonreía de felicidad.
¡Alexander comenzaba a ser normal!
—Te amo, ¡te amo! —bramé con alegría.
Le escuché reírse.
—Pero antes una cosa —dijo con voz sugerente—; quiero que cuando te vistas me mandes una
foto para saber cuántos chicos babearán por mi señorita Evans.
Yo solté una carcajada.
—Eres increíble.
***

Cuando llegó la noche, tras ducharme y secarme el pelo, me puse un vestido de gasa negro con
la parte frontal llena de botones a modo de camisa. Me puse un cinturón marrón y unos zapatos
iguales, y me ricé el cabello con las tenazas. Cuando me maquillé decidí echarme esa esperada
foto para mi Alexander mientras escuchaba a Megan, Olivia y Ann en el salón.
Skylar, 23:16
[Foto]
Espero que le guste, señor Black.
Me sorprendió lo rápido que respondió.
Alexander, 23:19
Deseo con todas mis fuerzas desabrochar botón por botón ese vestido.
Va inigualablemente preciosa, señorita Evans.
Yo sonreí plácidamente; esto empezaba a ser una relación normal. En ese momento entraron
atropelladamente mis tres amigas a la habitación gritando que se querían marchar en ese momento.
Megan iba con una camiseta cogida al cuello corta blanca con encaje y unos pantalones de
seda de colores.
Ann llevaba una falda alta de flores estampadas de distintas tonalidades de rojo, y una camisa
vaquera junto a unos tacones rojos.
Olivia optó por una falda corta con pequeños vuelos rosa palo y una camiseta básica por
dentro de rallas blancas y azules marinas.
Minutos después salimos del piso y nos dirigimos al bar en el que Megan trabajaba, que,
aunque ese día ella lo tenía libre, se aseguraba que no nos darían garrafón.
Ya allí, y un rato después de haber llegado, Kevin entró por la puerta y se reunió con nosotras.
Nos saludó a todas, incluso a mí, pero igualmente le sentí molesto.
—¿Cómo vas en Black Enterprise? —preguntó Ann que no sabía mucho sobre el tema pues
había estado fuera. Kevin torció el gesto.
—Bien —dije sin querer alargar más el tema.
—¿Bien solo? Esta zorra se está tirando a Alexander Black —dijo bromeando Megan.
Ann abrió la boca de asombro y Olivia miró a Kevin, que agachó la mirada.
—¿Sigues viéndote con ese tal Eric, Megan? —cambió de tema rotundamente Olivia.
—Oh... —Se ruborizó Megan—. Me pilló con su hermano.
Todas nos comenzamos a reír a carcajadas; Megan era demasiado liberal, tanto que asustaba.
—Sky —dijo Kevin en mi oído—. ¿Podríamos... hablar fuera?
Yo me lo pensé por milisegundos, pero bueno, las probabilidades de que Alexander pasara
por allí eran completamente nulas.
—Sí —dije, y ambos nos levantamos camino a la puerta del pub.
Nos paramos frente a la calle del pub, había muchísimo ruido tanto fuera como dentro, y la
entrada estaba llena de gente fumando.
—¿Qué te pasa conmigo, Kevin? —pregunté algo confusa por su comportamiento esa noche.
—Sky, tu sabes que... que yo no te he olvidado —Resoplé al escuchar ese mismo tema—. Y
me es duro verte con otra persona que incluso no te hace feliz.
—Te equivocas, Kevin, me hace la chica más feliz del mundo —dije con tono serio pero no
enfadada, entendía su posición.
—Pero tú ya le has conocido como realmente es, y sabes que no es como intenta hacerte creer
ahora —replicó un poco nervioso—, él no es bueno para ti, eres un capricho, Sky.
—Kevin... no voy a hacerte pensar lo que yo pienso, pero solo te pido que me dejes
equivocarme, y si con el tiempo tienes razón, no dudaré en agachar la cabeza cuando me digas te
lo dije. Pero ahora... esto es lo que deseo.
Él asintió algo cabizbajo.
—Voy a esperarte siempre —dijo esbozando una pequeña sonrisa.
—Encontrarás antes a alguien mejor que yo —contesté, tocando se hombro.
—¿Puedo darte un abrazo? —preguntó entrecortadamente.
Yo sonreí y le abracé.
Capítulo 12
Cena con los Black

Me levantó el amargo sonido de mi teléfono móvil. ¿Quién podía ser a esas horas? Entonces,
cogí el teléfono y el brillo de la pantalla me dejó completamente ciega. Al cabo de unos segundos
fui recuperando la visión y antes de coger el teléfono, me fijé que eran las once de la mañana.
¡Dios mío! Miré el número que me llamaba pero no lo conocía. El recuerdo de esa llamada para
anunciarme que Alexander estaba en el hospital hizo que me diera un vuelco al corazón y cogí el
teléfono.

—¿Quién es? —pregunté con voz ronca.


—Espero no haberte despertado, Skylar —Su voz femenina se me hizo familiar pero no pude
ubicarla bien.
—Apenas —dije aclarando un poco mi garganta—. ¿Quién eres?
—Oh, soy Hillary —Ya sabía por qué me sonaba su voz—. Pensé que me habías reconocido
—escuché una pequeña risa emanar de ella.
—Perdón, je, je —dije mientras me incorporaba en la cama y sonreí—. ¿Ocurre algo?
—No —respondió con voz tranquilizadora—, solo quiero pedirte un pequeño gran favor.
Me reí ante la contradicción repentina.
—Adelante.
—Mi madre quiere organizar una cena familiar pasado mañana en la que quiere que...
Alexander... esté presente —tartamudeó. Era consciente de que era algo difícil.
—Bueno —dije con voz dudosa—. ¿Qué tengo que ver yo?
—Quizá si tú se lo pides... él acceda —farfulló nerviosa.
Intentar convencer a Alexander de asistir a esa cena familiar era algo que me iba a costar un
combate cuerpo a cuerpo contra él, y no estaba segura de estar preparada.
—Lo intentaré —dije al fin, a pesar de que podía causarme una pelea con Alexander.
—Nos harías muy felices —contestó, y al escuchar eso, me dieron ganas de echarme para
atrás. Yo no quería hacer feliz a la madre de Alexander.
—Lo hago por ti, y sobre todo por él —mascullé intentando callarme los sentimientos
negativos que me provocaba la señora Black—. De todos modos no puedo prometerte nada.
—¡Muchas gracias por si quiera, intentarlo! Espero tu llamada, ¿vale? Un beso —dijo y colgó
al instante.
Relajé mi cuello; tenía que estar preparada para cualquier reacción de Alexander. Pero que yo
intentara convencerlo para que fuera, no significaba que estuviera de parte de la señora Black.
Solo quería que Alexander se uniera a su familia, porque fuera como fuera, siempre lo sería.
Skylar, 11:07
Buenos días señor Black, me gustaría hablar algo serio con usted.
Le quiere,
Señorita Evans.
Me fui a la cocina junto con mi móvil para prepararme algo de desayunar. No tenía ganas de
mucho, por lo que cogí un vaso y eché en él algo de zumo de naranja. Me senté en la silla del
comedor y mientras comenzaba a bebérmelo, recibí la respuesta de Alexander.
Alexander, 11:13
Hoy ha sido muy madrugadora, señorita Evans.
Espero que no sea nada importante ni nada que me irrite respecto a algo que sucediera
ayer.
¿Paso por ti?
Oh, mí mal pensado Alexander y su irónico humor.
Skylar, 11:15
No hay de qué preocuparse, Señor Black.
Le espero a las once y media en el portal de mi casa.
No llegue tarde.
Fui a mi armario corriendo y me puse unos pantalones vaqueros con una camiseta básica
blanca debajo y mis deportivas blancas. Fui al baño y peiné mi cabello e hice una trenza al lado.
Ya preparada, y quedando diez minutos para que Alexander llegara a mi portal, entré en la
habitación oscura de Megan y la escuché roncar plácidamente; era una dormilona. Tenía el sueño
cambiado, ella era realmente una criatura nocturna. Salí y cerré la puerta con cuidado para no
despertarla.
Siendo ya las once y media de la mañana, cogí mi móvil y mis llaves y bajé al portal
reconociendo desde lejos el coche de Alexander.
Corrí hacia la puerta y la abrí, dejando que se cerrara sola de un portazo. Él me esperaba con
su sonrisa apoyado en el coche y abrió los brazos para que me dirigiera a ellos.
—Te he echado un poco de menos —murmuré en su oído haciendo que removiera su cabeza a
un lado.
Nos separamos y le miré; iba realmente guapo cuando dejaba al señor Black a un lado. Vestía
unos pantalones vaqueros ajustados con una camiseta verde oscura ceñida.
—Yo a ti algo más —besó fugazmente mis labios—. ¿Te parece si damos un paseo?
Yo asentí con la cabeza y nos dimos la mano caminando por la calle transitada de Dallas.
—¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? —cuestionó Alexander yendo al grano
directamente. Se notaba que estaba realmente preocupado por si lo que le quería contar tenía algo
que ver respecto al día anterior.
—Bueno... —comencé algo nerviosa. No sabía cómo empezar.
—¿Pasa algo, Skylar? —preguntó inquieto, parándose en mitad de la cera y colocándome
frente a él.
—No —sonreí y le di un beso fugaz en los labios, dándole la mano de nuevo y arrancándolo a
andar otra vez—; Hillary, tu hermana, me ha llamado esta mañana.
—¿Para qué? —preguntó ceñudo, algo confuso.
—Bueno... tu madre —continué—, quiere juntar a la familia en una cena, y quiere que tú
vayas. Hillary me ha llamado a mí para que intente convencerte.
—No. Definitivamente no, no iré —contestó rotundamente con gesto frío.
—Alexander...
—No, Skylar, no —interrumpió comenzando a enfadarse.
Nos quedamos caminando por un rato sin decir nada, solo escuchando el ruido de la ciudad de
Dallas. Minutos después, retomé el tema:
—Deberías ir, es tu familia.
—Tú les has visto y eres consciente que eso no es una familia —contestó sin mirarme, algo
molesto.
—Quizá es hora de que comience a serlo —dije con voz dura y firme—. Por tu padre, él
querría eso.
Él se quedó callado, aunque negaba con la cabeza vagamente.
—¿Cuánto tiempo hace que no visitas tu casa? ¿Cuánto tiempo hace que no revives tu infancia
junto a tu padre? Deberías darle una oportunidad a la familia que él formó —añadí, pero él seguía
callado—. Quieras o no, es tu madre, la mujer que te dio la vida —continué turbiamente al ver que
mis palabras le eran indiferentes a Alexander.
—Con una condición.
¿Qué? ¿Alexander estaba cediendo ante mis peticiones?
—¿Estás dispuesto a ir? —pregunté realmente asombrada, tanto que me paré en seco y él hizo
lo mismo unos pasos por delante de mí.
—Pero solo con una condición —repitió para que le hiciera caso.
—¿Qué?
—Que tú vengas conmigo.
¿Yo... cenando... con la familia Black? ¿Yo que pintaba ahí? Yo estaba empujando a Alexander
a esa cuna de lobos, ¿pero yo estaba dispuesta a arrojarme por él? Esa señora Black era capaz
incluso de echarle algo a mi bebida.
Tragué saliva descaradamente.
—Nos harías muy felices —dijo, y al escuchar eso, me dieron ganas de echarme para atrás.
Yo no quería hacer feliz a la madre de Alexander.
—Lo hago por ti, y sobre todo por él —mascullé intentando callarme los sentimientos
negativos que me provocaba la señora Black—. De todos modos no puedo prometerte nada.
Recordar la emoción que me había transmitido Hillary por el teléfono hizo que emanara una
respuesta de mi garganta.
—De acuerdo.
***
Llegó el día esperado por la noche y me encontraba notablemente nerviosa. Alexander había
quedado en pasar por mí a las ocho y media; eran las seis y yo apenas solo me había duchado. No
sabía qué ponerme, no sabía qué hacer. Supe que la señora Black aceptó mi presencia, aunque de
mala gana, solo para complacer a Alexander y asegurarse su presencia.
Llamaron a la puerta, e hizo que mis pensamientos se disiparan. Le grité a Megan de que ya
iba yo, y abrí el portal viendo a un joven cargado con una caja rectangular plana de color blanco.
—¿Skylar Grace Evans? —preguntó.
—Sí.
—Tiene un paquete para usted.
Abrí el portal y le dejé entrar. Abrí la puerta del piso esperando a que llegara.
Unos minutos después llego asfixiado y me entregó la caja.
—¿Puede firmar aquí? —preguntó entre jadeos.
Me dio el formulario y lo firmé. Después se despidió y cerré la puerta con las piernas ya que
la caja ocupaba mis manos. Llegué al salón y puse la caja en la mesa de comedor; la ocupaba
entera. La abrí y para mi sorpresa vi que había un vestido blanco precioso. Era corto, de corpiño
ajustado y falda de vuelo, con corte básico en el escote y su espalda lucía al aire en forma de
corazón. También había un cinturón dorado y un collar igual, junto a unos tacones beige. Saqué
todo y al final descubrí una nota.
No sé por qué, pero todo me llevaba a pensar que era de mi Alexander.
Para que impresiones a todos los que se hacen llamar mi familia.
Sonreí más relajada; Alexander siempre tan pendiente de todo. Me llené el cabello de
tirabuzones perfectamente definidos y me los coloqué a un lado. Me maquillé notablemente pero
sin pasarse, quería estar a la altura de todos ellos. Me puse el precioso vestido junto al collar, el
cinturón y los zapatos. Me miré en el espejo de mi habitación y me quedé por instantes
mirándome; toda mi vida había cambiado tanto... Llegué a Dallas como una pequeña adolescente
con sueños inalcanzables. Saqué matrícula en todas las asignaturas y en principio me fue
imposible trabajar en algo en el que sentirme cómoda y realizada. Hasta que Megan puso en mi
camino a Black Enterprise y con él, a Alexander. Un trabajo perfecto junto a una pareja perfecta.
Llegaron las ocho y media, y, como siempre, Alexander me esperaba en la puerta del portal tan
puntual como siempre. Bajé las escaleras lo rápido que mis tacones me lo permitían y llegué hasta
Alexander minutos después. Él abrió sus brazos para recibirme y yo, encantada, los acepté. Él me
sostuvo en el aire por segundos.
—Estás preciosa —dijo dejándome de nuevo en el suelo y me besó con dulzura.
—No debiste... —dije agachando la cabeza y tocando el vuelo de mi vestido.
—Ha merecido la pena —interrumpió con una sonrisa y me hizo girar sobre mi eje para verme
mejor.
—Tú también estás muy guapo —comenté con los comienzos de mi típico rubor. Él lucía unos
pantalones chinos grises y una camisa preciosa de color rosa claro.
—¿Nos vamos, señorita Evans? —preguntó caballerosamente mientras abría la puerta y me
tendía su mano para pasar al coche.
Yo la tomé y me senté en el asiento del copiloto. Él cerró con cautela la puerta y se dirigió al
asiento del piloto.
***
La puerta de la alta verja se abrió dando paso al coche de Alexander a esa increíble casa.
Junto a tres coches más, Alexander aparcó el suyo y salió ágilmente para abrir mi puerta. Con su
ayuda bajé del coche mientras admiraba la casa.
Me guio por un ancho camino de baldosa beige rodeada por césped realmente cuidado, y en el
centro, había una bonita fuente de decoración. En frente de la fuente estaba la puerta de la gran
casa, donde predominaban los arcos y las columnas al estilo griego. El color de la fachada era
beige claro, y alrededor de la puerta, había dos grandes palmeras bien cuidadas, como todo en esa
casa.
—Supuse que tu familia tenía dinero, pero no tanto —mascullé impresionada aun con la casa.
—Bueno —dijo Alexander mirándola también—, mi padre tenía mucho dinero, y apuesto mi
cabeza a que ellos no lo conservan. Mi propio padre fue quien mandó a construir esta casa, una
casa perfecta para una esposa perfecta, decía. Iluso.
Yo torcí el gesto; Alexander odiaba realmente a su madre con todo el alma
—Estoy seguro que mi fortuna triplica la suya —añadió, y le miré con cara de extrañeza.
Nunca había oído hablar a Alexander acerca de su dinero—. Solo lo dije para que lo entendieras,
Skylar.
Yo le sonreí al entender su comentario. Me ofreció su mano y caminamos hacia la puerta. Su
piel lucía fría, tensa, y era normal, desde los dieciocho años no había vuelto allí... a su hogar.
Tocó la puerta e instantes después abrió la puerta una mujer hasta el momento desconocida para
mí. Era bajita, con el pelo gris recogido en un moño y de alrededor de unos cincuenta años.
—Alexander —musitó emocionada y le abrazó con ternura y cariño. Tuve que darle un
pequeño empujón a Alexander para que le correspondiera el abrazo. Lo soltó segundos después
—. Seguidme —comenzó a andar y nosotros tras ella—, cómo has crecido, Alex.
—¿Quién es? —susurré a Alexander.
—El ama de llaves —contestó en el mismo tono que yo.
—Estás guapísimo —continuó hablando la mujer.
—Gracias, Helena —contestó Alexander una vez llegamos a la sala donde se encontraban
todos.
Estaban Hillary dada la mano un hombre pelirrojo y ojos castaños, junto a ellos estaba la
señora Black con Eizen y al lado de él, Brenda, con cara de enfado.
—¡Bienvenidos! —gritó eufórica Hillary mientras le daba dos besos a Alexander y después
dos besos a mí—. Estás preciosa, Skylar.
—Tú también —musité. Ella lucía un vestido corto ajustado azul eléctrico.
—Éste es Charlie, mi prometido —me presentó al chico pelirrojo y me dio dos besos. Miré a
Alexander y él estaba dándose la mano con Eizen; su mirada era intensa y enfadada, la mirada
penetrante que yo tanto temía.
Después, Eizen se acercó a mí.
—Buenas noches, Skylar —saludó, cogiendo mi mano y besándola.
Yo le contesté con una sonrisa por cortesía, y fue en el momento que Alexander se acercó a
nosotros y apartó con la mirada a Eizen de mí. Yo lo agradecí, ese chico no me daba buena
sensación aunque había sido el único junto con Hillary que me había tratado bien de esa familia.
—Vamos a cenar en el jardín —dijo la señora Black en voz alta y todos fuimos allí.
Era un jardín muy bonito, lleno de verde y colores. Había una gran piscina a un lado y en el
centro una mesa de piedra y sillas muy bonitas alrededor. Alexander alejó una silla de la mesa
para que me sentara, y le sonreí. Él me devolvió la sonrisa y se sentó a mi lado. Justamente a mi
otro lado estaba Brenda, que no miraba hacia mí ni por descuido. A su lado, presidiendo la mesa,
se encontraba la señora Black. A su otro lado Eizen, y junto a él, Charlie, y después Hillary.
—Quién te ha visto y quién te ve —comentó sonriendo Hillary al ver tal acto de
caballerosidad de su hermano a mí.
Él sonrió levemente, no estaba cómodo y se notaba.
—Me alegro mucho de verte bien, cuñado —espetó Charlie. Me caía bien, era igual que
Hillary.
—Todo gracias a ella —dijo con voz seria mirándome. Yo miré a mis manos entrelazas en mis
muslos con algo de rubor.
En ese momento escuché un carraspeo forzado que provenía de la garganta de la señora Black,
yo no le caía bien y tampoco hacía por ocultarlo.
Helena sirvió la cena mientras yo intentaba tranquilizar a Alexander con la mirada y se
escuchaba como Charlie y Eizen hablaban; se llevaban bien, era evidente. Quizá Eizen no era
como pensaba Alexander, y su odio solo erradicaba en lo que sucedió respecto a su padre. Fue un
error, su padre murió por la gran decepción, pero seguro que ellos se habían enamorado... y
aunque no era excusa, y la señora Black no me caía bien, el amor puede explicar todo. Hasta esa
enorme diferencia de edad.
—Su casa es muy bonita Señora Black —dije intentando mostrarme agradable.
—Señora Granger —me corrigió, y miré rápidamente a Alexander intentando contenerse. Yo
apreté su muslo debajo de la mesa.
—Mientras vivas en la casa que compró el Señor Black y disfrutes de su herencia, serás la
señora Black —gruñó realmente molesto, y lo entendía.
Su madre se quedó callada, impactada por la mirada que tanto transmitía de Alexander.
—Gracias —pronunció la señora Black falsamente mirándome tras unos segundos de silencio.
—Puedes llamarla Caroline y no habrá problema —dijo Eizen con tono desenfadado
quitándole importancia al tema. Yo sonreí educadamente y asentí con la cabeza, a pesar del gesto
torcido de la señora Black/Granger.
—¿Y Black Enterprise? ¿Cómo va? —preguntó interesado Charlie mientras bebía una copa de
vino.
—Bien —contestó con tono seco Alexander. El Jefe se había anclado a mi novio esta noche y
de difícil manera podía ahuyentarlo.
—Como siempre —completó Hillary mirando a su prometido con una sonrisa bobalicona.
—Black Enterprise es una de las más importantes empresas de Dallas y eso conlleva a que
siempre vaya todo perfecto —argumenté sonriendo ante la cara confusa de Charlie por la escueta
respuesta de Alexander.
—¿Cómo lo sabes? ¿Trabajas ahí? —preguntó Brenda, abriendo la boca por primera vez en la
noche.
Yo me tensé; esa pregunta y las miradas que ella y la señora Black/Granger me dedicaban, me
hacían pensar que creían que yo estaba con Alexander por el interés.
—Sí —contestó por mi Alexander—; una gran empresa siempre necesita una gran secretaria.
Ella sonrió pero con un sabor falso y amargo. Entonces la cena continuó, algo tensa, pero yo
ya lo había asumido.
Al momento de la copa final que cerraba la mesa, Hillary comenzó a contarme que le gustaba
hacer fiestas de beneficencia y que amaba las plantas. Yo fingí un interés nulo por ellas y Hillary
insistió en que visitara su invernadero.
Me costó dejar a Alexander solo allí, pero Hillary insistió tanto que hasta él terminó por
aceptar que me ausentara unos momentos de la mesa junto a ella.
Los gritos de la señora Black/Granger y de Brenda nos hicieron apresurar nuestra llegada al
jardín, y cuando volvimos, vimos el motivo del escándalo de la madre y la prima de Hillary:
Alexander estaba golpeando a Eizen sin descanso mientras Charlie le agarraba de la camisa por la
espalda para separarle de él.
Mi cuerpo se paralizó, noté un escalofrío recorrer mi médula espinal y mi mirada se centró en
los ojos macabros de Alexander. Hillary comenzó a chillar, y aunque Charlie hacía todo lo posible
para apartar a Alexander de Eizen, no lo conseguía.
—Alexander —conseguí pronunciar después de unos instantes en shock.
Alexander volvió su mirada perversa a mí y soltó a Eizen, dejándose llevar hacia atrás por
Charlie. Su mirada estaba totalmente desconocida para mí, pero al verme comenzó a cambiar a
unos ojos tristes llenos de remordimientos mientras yo sentía como los míos se cristalizaban.
Capítulo 13
Alexander no es un monstruo

La persona que se apoderaba de Alexander, esa que tanto odiaba, volvía a estar ante mis ojos.
Comencé a llorar, mientras todo pasaba ante mis ojos como a cámara lenta. Alexander se revolvía
en los brazos de Charlie, el cual, por miedo a que pegara de nuevo a Eizen, no lo soltaba. La
señora Black/Granger estaba tirada al suelo junto a su marido, que no se le reconocía entre tanto
golpe y sangre. Su camisa, que antes era blanca y limpia, ahora lucía roja y rota.
Volví a mirar a Alexander, que solo fijaba su mirada en todos mis movimientos, los cuales
eran nulos; estaba realmente conmocionada. Él no tenía ningún golpe, solo su camisa estaba
descolocada y abierta por los botones del principio por el forcejeo de Charlie para no dejarlo
libre.
Hillary seguía a mi lado, sus ojos estaban llorosos y tenía sus manos en la boca, a modo de
sorpresa, una demasiado desagradable.
Cuando Charlie se dio cuenta de que lo que buscaba Alexander era acercarse a mí, no a Eizen,
cedió en soltarle y Alexander se acercó rápidamente a mí. Él cogió mi cara con su mano derecha,
apretaba con suavidad mis pómulos, y me obligaba a mirarle a la cara ya que yo lo único que
podía mirar era el pobre Eizen tirado al suelo.
—Nena —murmuró con aflicción y con los ojos entumecidos mientras intentaba que le mirara.
—Alexander —dije, negando con la cabeza, mientras no despegaba la mirada de Eizen.
—Puedo explicarlo —dijo escapándosele una lágrima de sus ojos azules macabros. Le miré
con las mejillas llenas de lágrimas; ni en mis peores pesadillas podría haberme imaginado esta
escena tan... asquerosa—. Todo está bien, nosotros estamos bien Skylar, puedo explicarlo.
Removí la cabeza para deshacerme de su mano; tenía manchas de sangre y no quería que me
tocara así. Alexander comenzó a sollozar, y con el corazón hundido, le abracé.
—¡Eres un monstruo! —gritó la señora Black/Granger mientras abrazaba a Eizen.
Él seguía abrazado a mí, omitiendo todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Era verdad.
Alexander se había comportado como un monstruo.
—Es mejor que nos vayamos —susurré a su oído.
Noté como él asentía con la cabeza y nos separamos, aunque le di la mano.
—Avísame cuando sepas algo de su estado —musité a Hillary.
Ella asintió con la cabeza, y aun asustada, pasó su mano por la espalda de Alexander.
—La ambulancia tiene que estar de camino —añadió, y yo asentí. Me fui de aquel jardín de la
mano de Alexander, que estaba totalmente destrozado.
Cuando llegamos al coche, decidí conducir yo, y aunque se negó en principio, entendió que
nos pondría en riesgo si conducía en ese estado.
Comencé a conducir intentando tranquilizarme, la imagen de Alexander golpeando hasta la
saciedad a Eizen, sin hacerle caso a los gritos de súplica de él y de su madre. Inicié a llorar,
comenzaba a sentir miedo por la persona que estaba sentado a mi lado, y a la cual amaba
dolorosamente.
—Lo siento —murmuró Alexander colocando sus manos en mi muslo.
—No tienes que disculparte —contesté mirando a la carretera—. Solo explicarme el porqué
de tener que volver a llegar a las manos.
—No lo entenderás —dijo mirando por la ventana, realmente afectado.
—Al menos déjame que lo intente —contesté mirándole fugazmente.
Llegamos a una calle poco transitada y aparqué en un callejón; quería que me contara todo en
ese mismo momento.
—Estoy lista para escucharte.
—¡Eres un monstruo! —gritó la señora Black/Granger mientras abrazaba a Eizen.
Él tapó su cara con sus manos por unos instantes, y después echó su cabello despeinado hacia
atrás. Desató su cinturón para acercarse más a mí; yo hice lo mismo.
—Caroline pretendía que yo pagara sus deudas para que no le quitaran la casa —dijo al fin.
¿Qué? ¿Había escuchado realmente bien?—, Eizen ha gastado toda la fortuna de mi padre.
—Oh, dios, Alexander —dije exhausta al escuchar sus palabras—. Eso es vergonzoso.
—Ante mi negativa, Eizen comenzó a gritarme diciendo que debía ser un buen hijo y hombre
de la familia por primera vez —apreté su mano temblorosa—, él es el hombre de la casa cuando
le interesa.
—Tienes toda la razón, Alexander —contesté acariciando con la otra mano su mejilla,
deshaciendo el rostro de lágrimas que aún quedaban—. Pero eso no te da permiso para pegarle.
—Lo sé, pero... —dijo cerrando sus ojos con fuerza.
—No, Alexander. No tienes derecho... no puedes solucionar todos tus problemas así.
—Les aborrezco —dijo con tono de rabia, apretando uno de sus puños—. Pero… —aflojó su
mirada—, tú eres la única persona que tengo —puso su cabeza sobre mi falda y le escuché llorar
—. Nunca te alejes de mí, por favor, Skylar.
Esa situación me partió en mil trozos; no podía ver a Alexander así. No... él no podía ser un
monstruo. Un monstruo no se mostraba débil, cosa que Alexander sí hacía como una persona de
carne y hueso que era. Acaricié su cabello con mis manos dulcemente; yo intentaba contener mis
lágrimas, quien necesitaba desahogo era él.
Cuando ya estaba más tranquilo, volvió a incorporarse y le dije que apretara su cinturón. Yo
hice lo mismo y me dirigí a su apartamento.
Aparqué en su puerta, y Alexander me miró con mejor rostro.
—¿Vas a quedarte a dormir? —preguntó con tono de quiero por respuesta un sí. Volvía a ser
él.
Yo sonreí y acaricié su rostro; a pesar de estar algo más aliviado, sus ojos me decían que
seguía triste.
—Sí —contesté justamente en sus labios y me besó tiernamente.
***
Ambos estábamos tumbados en la cama, abrazados. Yo seguía pensando en la desastrosa cena,
e imaginé que Alexander hacía lo mismo. Esa noche no íbamos a dormir mucho.
—Dormilona... —habló en mis labios mientras me acariciaban la mejilla.
—Mmm... —susurré al empezar a abrir los ojos. Era él, Alexander. Era realmente precioso
despertar y lo primero de ver fueran sus ojos azul líquido.
—Es hora de levantarse, hay que trabajar —contestó y besó mis labios fugazmente, y después
tiró de mi brazo con delicadeza para levantarme.
—Oh —gemí mientras me incorporaba en el suelo—. Estoy muy cansada.
Me estiré y restregué mis ojos.
—Puedes quedarte —dijo con voz tierna mientras acariciaba mi cabello.
—No —contesté con una sonrisa—, pero sí que puedes darme de desayunar.
Le di la vuelta y le di en el culo para que fuera a la cocina.
—Está bien, está bien —dijo riéndose mientras salía de la habitación—. Carter ha traído algo
de ropa, la tienes ahí.
Señaló un pequeño sillón en la esquina de la habitación.
—Siempre tan atento, señor Black —bromeé y sonriendo, se fue a la cocina.
Me dirigí aun dormida al sillón y vi varias prendas; me puse unos pantalones claros ajustados
junto a una blusa verde agua y los tacones beige. Me dirigí al baño y me hice una cola de caballo,
y tras quitarme las imperfecciones del maquillaje, salí a desayunar.
Llegué al fin a mi oficina y coloqué un par de papeles que estaban desordenados sobre mi
mesa. Volví a la puerta y la cerré con seguro, Alexander a veces entraba sin llamar y ahora quería
hacer algo que no pretendía que él se enterara.
Saqué el teléfono y marqué el número de Hillary; dieron dos toques hasta que lo cogió.
—Skylar —saludó amablemente con tono cansado.
—Hola Hillary —contesté con un poco de tensión en la voz provocada por la inquietud de que
Alexander no se diera cuenta de nada.
—¿Cómo está mi hermano? —preguntó algo más calmada que el día anterior, pero al recordar
la escena suspiró.
—Más tranquilo —contesté poniéndome justamente al lado de la puerta para escuchar mejor si
Alexander salía de su oficina; sabía que no podía entrar porque el cerrojo estaba echado, pero la
idea de haberme encerrado haría enfadar a Alexander—. Hillary... ¿Y Eizen? ¿Cómo se encuentra?
—Eizen… —carraspeó su garganta por unos segundos—, estamos en el hospital.
—¿Qué? ¿En el hospital?
Eizen... en el hospital. Por culpa de Alexander. No podía ser cierto, no, no hasta ese punto.
—Tiene una costilla fracturada y una pequeña contusión pulmonar —murmuró.
Yo me llevé las manos a la boca; eso sonaba demasiado grave.
—Tengo que dejarte —tartamudeé—. Espero que se recupere pronto.
—Hasta pronto Skylar.
Colgué y abrí la puerta, dirigiéndome a la oficina de Alexander. Toqué la puerta e instantes
después me encontraba dentro frente a él.
—Tenemos que ir al hospital —hablé sin ni si quiera saludarle antes.
—¿Te pasa algo, nena? —preguntó ceñudo y se acercó a mí revisándome con cuidado. Era
paradójica la forma que tenía de tocarme a mí y lo que le había hecho a Eizen.
—Yo estoy bien —contesté pausadamente mientras sostenía sus brazos para que no siguiera
con el examen exhaustivo que me estaba haciendo—, es Eizen, está hospitalizado, Alexander.
Me quedé mirándole por un momento mientras no contestaba; sus ojos se volvieron
impasibles, no mostró ninguna reacción. Eso me asustaba.
—No vamos a ir a ningún lado —cesó y se sentó en su silla para seguir trabajando.
—¡¡Está hospitalizado!! —vociferé gesticulando con las manos—. ¡¡Por tu culpa!! —continué
al ver que no sentía nada por la noticia que acababa de darle.
—¡Debería haberle matado, como él hizo con mi padre! —gritó con rabia mientras tiraba unas
figuras que había sobre su mesa. Yo, entonces, eché un paso atrás; ya estaba aquí. Sus ojos
macabros habían vuelto.
—Ayer parecías arrepentido —murmuré con mis ojos entumecidos. No le reconocía, cuando
se convertía en ese monstruo que yacía dentro de él sentía un gran temor y unas ganas de salir
corriendo me llenaban el cuerpo de escalofríos.
—Y lo estaba, pero de que tú tuvieras que haber vivido algo así —contestó intentando
destensar su cuello.
—Tú no eres así Alexander... no... no puedes ser así —dije con las primeras lágrimas por mis
mejillas.
—Soy así con quien lo merece —Se levantó y se acercó a mí para calmarme—. Tú eres lo
único que tengo y lo único que quiero cuidar —añadió levantándome la cara con su mano en mi
mentón.
—Pero ellos son tu familia Alexander —murmuré mirándole a los ojos, que ahora transmitían
algo más de calma.
—No son mi familia —me corrigió y se separó de mí, dándome la espalda—. No lo entiendes.
Te dije que no lo entenderías.
—No lo entiendo porque yo he conocido a un Alexander bueno, bondadoso, respetuoso y sé
que ese es el verdadero —murmuré pues las lágrimas no me dejaban alzar más la voz.
—O quizá no —suspiró echando su cabello hacia atrás.
Le miré atónita por unos momentos. Tenía miedo.
—Yo solo te quiero a ti —continuó volviendo a mirarme y lo dijo con tono enfadado.
—Quiero ausentarme un rato de la empresa —dije secándome las lágrimas—. ¿Me lo permite,
Señor Black?
Él asintió con la cabeza, algo confuso. Yo le agradecí levemente con la mirada y me fui de allí.
No entendía nada... mi cabeza daba vueltas. Como acostumbraba a hacer cada vez que
Alexander desaparecía y tomaba su lugar esa persona totalmente extraña y agresiva.
Él no era así... no podía ser así, me repetía una y otra vez en mi cabeza. ¿Pero y si era ese el
real Alexander Black? ¿Y si solo veía yo ese hombre bueno y atento? Todos veíamos esa parte
animal de Alexander, incluida yo. Y la única que confiaba en él era yo... ¿y si estaba ciega? ¿Y si
siempre era una fiera sin ser amansada y yo me negaba a creerlo?
¿Quién era realmente Alexander?
Problema tras problema... y cuando pensaba que todo comenzaba a ir bien, que todo era una
mala pasada del destino, volvía a enturbiarse su mirada. Y yo comenzaba a temblar.
La simple idea de que las manos que a mí me acariciaban y me sentían hacer la persona más
gloriosa del mundo, fueran capaz de golpear hasta el cansancio a otra persona, era algo que me
hacía desfallecer.
—Yo solo te quiero a ti —continuó volviendo a mirarme y lo dijo con tono enfadado.
Él me quería... y yo estaba segura de ello. Me lo demostraba día a día y no podía dejar de
creerle porque fuera así con una persona, que encima, le había arrebatado a su padre, y, que
después, había arruinado a su familia y quería que él se hiciera cargo de todo. Quizá la reacción
de Alexander fue la más normal. Quizá... así eran los hombres.
Yo nunca había visto a mi padre golpear a nadie, aunque tuvo muchos motivos a lo largo de su
vida. Quizá... él era demasiado parado y él era el raro, él que no solucionaba los problemas con la
ley del más fuerte.
Mis pensamientos me zarandeaban y me gritaban que no podía confiar en que ese Alexander
que me cuidaba siempre estuviera frente a mí. Mi corazón me acariciaba con ternura y me
susurraba que Alexander era el hombre ideal para mí, que no era perfecto, pero es que yo tampoco
lo era.
Él era un celoso posesivo compulsivo, pero yo también me enfadaba cuando escuchaba si
quiera el nombre de Rose Donovan rozar sus labios. La idea de esa Kathleen abalanzándose sobre
él también era algo que me llenaba de ira y de ganas de vomitar.
Él nunca había sido feliz, nunca había tenido el calor de un hogar ni un hombro en el que
llorar. Y eso era triste. La idea de imaginarme a Alexander con dieciocho años solo en la calle era
algo que me hacía sentarme en un rincón, abrazar mis piernas y hundir mi cabeza en mis rodillas y
comenzar a llorar. No podía imaginarme a ver a mi hermano Jonan solo con esa edad... era algo
que me hacía estremecer mi corazón. Nuestros recuerdos y vivencias, eso es lo que somos y lo que
nos forma. Y sus recuerdos eran tristes, eran desagradables... y sus vivencias... eran todas solo.
Era uno de los hombres más deseados de todo Dallas y más ricos... pero estaba solo. Nunca había
tenido a alguien con quien compartir sus miedos, sus bajadas cuando empezó en el mundo de los
negocios, nunca había tenido a alguien que golpeara su hombro y lo obligara a seguir adelante. Él
siempre se había tenido que secar sus lágrimas, y levantarse solo.
¿Por qué tenía que tenerle miedo a alguien que me rogaba que me quedara junto a él? Yo era lo
único que tenía, y no pensaba abandonarle. Nunca. Él no me haría daño, jamás. Sus manos solo
sabían acariciarme y hacerme sentir especial.
Estaba dispuesta a hacer desaparecer esa fiera interior, enseñarle que todo había cambiado y
que nunca más volvería a estar solo.
Lo único que yo temía era que su mirada macabra se volviera contra mí.
Capítulo 14
24 horas con Black

Un rato después, por fin, llegué al hospital donde Eizen estaba ingresado. Aunque Alexander
no quisiera disculparse, yo lo haría por los dos. Su familia no era mi debilidad, estaba claro, pero
era la familia de Alexander y yo quería unirlo a ellos.
Me recibió en la recepción Hillary, quien me hizo saber que mi visita no era de buen grado
para Caroline, pero que para Eizen sí, cosa que me hizo llenarme de agallas y subir a la
habitación. Él único que podía negarme la entrada era él, y estaba de acuerdo.
Mientras íbamos subiendo las escaleras pensaba en cómo le iba a contar a Alexander que
había ido allí. Se lo tomaría mal, eso era algo que tenía seguro, pero yo era suficientemente mayor
para saber qué era lo mejor.
Llegamos a la planta y Hillary tocó la puerta. Segundos después abrió su madre, que me miró
de arriba abajo. Me removí de la incomodidad, ese silencio me ponía los pelos de punta.
—Gracias por venir, pero Eizen no quiere verte —dijo con tono bajo Caroline y fue a cerrar
la puerta.
—No —se escuchó la voz de Eizen—. Skylar, puedes pasar.
Yo me acerqué a la puerta que, aunque en principio el cuerpo de Caroline me negaba pasar,
terminó por hacerse un lado con cierto retintín y dejarme entrar.
Oh... estaba realmente peor de lo que yo me imaginaba. Su rostro lucía con moratones, un
labio se veía perfectamente que estaba partido y su ceja había sido fruto de una cosida. Aunque lo
que más me asustaba era esa contusión pulmonar.
—No, no vamos a denunciar a Alexander si es por eso por lo que has venido —gruñó
Caroline a mis espaldas. Me giré a verla y me retaba con la mirada, con sus brazos cruzados y
rostro sobrio.
—No —dije, espontáneamente. Pero, de haber pensado en eso antes, seguramente hubiera
hecho la visita para eso.
—¿Puedes dejarnos solos, mi amor? —preguntó entre suspiros Eizen, que se notaba que le
costaba respirar.
—Eizen —bufó Caroline, pero ante la mirada persuasiva de su marido, ésta aceptó y salió al
pasillo.
—Acércate —musitó Eizen costosamente y me senté en el sillón que había al lado de esa cama
blanca—; No voy a denunciar a Alexander.
—Gracias —contesté aliviada—, pero mi visita no es por eso, yo... yo quiero pedirte
disculpas en nombre de Alexander.
Él asintió levemente y esbozó una pequeña sonrisa.
—Es un gran gesto por tu parte —dijo mientras acariciaba mi mano. Yo la aparté como acto
reflejo, pero vi en los ojos verdes de Eizen comprensión.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté mirando a todos los cables a los que se encontraba
conectado.
—Oh, bueno —Se señaló un poco todo su cuerpo—. Dolorido. No recordaba el dolor que se
siente al pasar por las manos de Alexander.
Ninguno de los dos nos reímos.
—Entiéndele... en la medida que puedas. Entiendo tu situación, pero ponte un momento en su
lugar... —murmuré nerviosa y algo avergonzada, estaba defendiendo el acto de agresividad de
Alexander.
—Lo hago —Ladeó su cabeza—. Le habría denunciado de no haber sido así.
Yo asentí, tenía razón. Él le entendía... pero Alexander a él no, y era injusto. ¿O no?
—Sé que defiendes a Alexander porque es tu novio, al igual que Caroline defiende mi postura.
Solo quiero que sepas que aparte de la versión de Alexander, hay otra igual de lícita que la suya
—añadió con cierta pesadez.
—Me imagino —dije entre suspiros. Realmente era difícil defender en esa ocasión a
Alexander—. Pero no creo que sean demasiado diferentes, en fin, ya sabes, a las pruebas me
remito. Tú... estás casado con su madre. Y lo hicisteis meses después de que su padre falleciera...
además... le engañasteis.
—Ya, pero eso es algo a reprochar a Caroline, yo simplemente... me enamoré de la persona
equivocada —contestó mientras noté cierta falsedad fluir en sus palabras—. Tuve la suerte de que
ella de mí también, y bueno, cuando dos personas se aman tienen que luchar.
¡Pero era su jodido enfermero!
—Bueno, yo he venido para disculpar a Alexander y ya lo he hecho—Me levanté del sillón—.
Espero que te mejores pronto.
—Gracias, Skylar —contestó sonriendo y en ese momento entró Caroline a la habitación.
—He escuchado el sillón y supuse que ya te irías —dijo Caroline mientras se acercaba a su
esposo. Seguro que este rato se lo había pasado con la oreja pegada a la puerta.
—Sí —contesté—. Ya me voy.
Me dirigí a la puerta y cuando me dispuse a abrirla, Caroline me paró.
—Si de verdad quieres disculpar a Alexander, convéncele de que pague la deuda.
—Yo no puedo obligar a Alexander a hacer algo que ni yo misma creo justo —repliqué ante el
cinismo de la señora Black/Granger.
—Entonces tus disculpas no sirven de nada —pronunció con cara y voz de asco, echándome
de la habitación con una mirada cargada de rabia.
Yo asentí con la cabeza y salí de esa habitación. En el momento que me vio, Hillary entrelazó
nuestros brazos y comenzó a acompañarme a las escaleras.
—Nunca le hagas caso a mi madre —murmuró por si cabía alguna probabilidad de que su
madre la escuchara—. Nosotros somos quienes debemos de arreglar este problema, no Alexander.
—De todas formas no creo que Alexander permita que te quedes en la calle —dije con voz
tranquilizadora—. Él te quiere.
Ella sonrió de emoción y sus ojos se cristalizaron.
—¿Te lo ha dicho? —preguntó con voz llena de ternura—. Mi madre dice que Alexander no
sabe querer ni amar, pero creo que tú eres la prueba irrefutable de que sí.
—No me lo ha dicho, pero sé que te quiere —respondí con una sonrisa de comprensión.
—¿Puedo invitarte a un café? ¿O tienes prisa? —preguntó una vez estábamos en las escaleras.
Miré la hora y vi que aún era temprano, y que Alexander no me había llamado, por lo que
acepté. Además, quería saber algo más del pasado de Alexander.
Llegamos a la cafetería del hospital y nos sentamos en una mesa libre. Hillary se pidió un café
mientras yo me pedí un té.
—¿Cómo os conocisteis? —comenzó a preguntar Hillary. Era muy curiosa.
—Yo fui a la entrevista de secretaria para Black Enterprise y... bueno —comencé a contarle,
aunque no quise entrar en detalles. Me sentía algo vergonzosa al contarle esas cosas, al fin y al
cabo, era alguien que no conocía apenas.
—Y te contrató —concluyó sonriendo y yo asentí de igual manera—. Me gusta la mirada que
provocas en mi hermano, Skylar. Nunca le había visto así... si quiera con esa tal... Rose.
Oh dios, ese nombre me perseguía. Pero... ¿a qué venía ahora?
—¿A qué te refieres?
—¿No... lo sabes? —tartamudeó algo nerviosa.
En ese momento llegó el camarero y nos dejó las bebidas sobre la mesa.
—¿Te gustaron mis plantas? —añadió cambiando brutalmente de tema, pero no le valió de
nada.
—Cuéntame todo lo que sepas sobre tu hermano y Rose Donovan.
—Bueno, pues lo normal. Ella era su secretaria y mantuvo algo más con ella, algo así como
contigo. Pero...
—¿Estás segura de eso? —la interrumpí con los ojos bien abiertos. Ella asintió algo asustada.
Sabía que había metido la pata.
—Pero con ella nunca estuvo como lo está contigo, nunca la miró así... —añadió Hillary por
lo bajo intentando arreglar algo que no tenía solución.
Yo me tapé la boca con la mano, ¿por qué no me lo había contado? Algo me imaginé... pero
sus palabras me dejaron satisfecha. Y ahora había quedado como una completa idiota delante de
Hillary. Aunque prefería haberme enterado por ella que por Rose Donovan. Seguro que de haber
sido así, hubiera fotografiado la cara de estúpida que hubiera tomado.
—Pensé que lo sabías, Skylar. Perdóname —continuó al ver mi reacción.
—Debería saber tantas cosas —murmuré—. De todas formas, no es tu culpa. Es más, lo
agradezco— añadí tras recuperar el sentido.
Me había mentido...
Pegué un sorbo rápido a mi té, que ya estaba frío, y me despedí rápidamente de Hillary. Ella
se negó a que pagara, decía que me había invitado ella y que quería pagar.
Cogí el coche y cogí rumbo a Black Enterprise. ¿Debería decírselo a Alexander? Necesitaba
explotar en su cara. Pero quizá no era el mejor momento... aunque él tampoco pensaba cuando
sería el mejor momento para montarme sus malditas escenas. Decidí que sí, que tenía que
decírselo.
Llegué a Black Enterprise y toqué la puerta de la oficina de Alexander. Él me dijo que pasara
instantes después, y así hice.
—Preciosa —saludó cariñosamente mientras se acercaba a mí y me besaba fugazmente sin que
yo pudiera hacer nada—. ¿Qué pasa? —preguntó algo asustado al ver mi cara seria.
—¿Cuándo vas a contarme toda la verdad sobre Rose Donovan?
Él carraspeó y destensó su cuello.
—Siéntate —dijo, apartando la silla para que me sentara y luego tomó asiento él—. ¿Te ha
vuelto a molestar?
—Me lo ha contado Hillary —contesté, no podía mentirle ya que no podía recriminar una
mentira con otra mentira. No, era superior a mí.
Él asintió con ojos inquisitivos que, aunque pretendían acobardarme, no lo consiguieron.
—¿Saliste para estar con ella? No sabía que teníais tan buena relación —dijo, aun relajado,
mientras entrelazaba sus manos sobre el escritorio, tomando el total aspecto de El Jefe.
—Fui a ver a Eizen al hospital —dije rápidamente, cerrando los ojos y temiendo su reacción.
—¿¡Qué?! —bramó enfadado, levantándose de la silla—. ¡Por qué!
—Ahora estamos hablando de Rose Donovan —contesté girándome para verle a la cara. Él no
se estaba quieto.
—Ella no fue absolutamente nada para mí, nena —dijo poniéndose de rodillas ante mí y
acariciando mis muslos.
—¿Por qué no me lo contaste? —pregunté algo más relajada; sus caricias me atontaban.
—Tenía miedo a que pensaras que yo voy conquistando a las secretarias —Me miró a los ojos
fijamente—, y que te fueras.
—¿No debería pensar eso? —pregunté haciéndome un poco la dura, aunque con sus mimos me
tenía ganada.
—No, Skylar. Tú para mi eres única... la única persona que he amado, que he querido sin más.
Comenzó a acariciar mi mentón con la yema de su dedo pulgar.
—A propósito de lo de Eizen... yo solo... quería... arreglarlo, que tuvieras un hogar —
murmuré para que entendiera mis acciones.
—Skylar —Se levantó y también me levantó a mí—. Mi hogar… —acarició mi mejilla y posó
su frente en la mía—; mi hogar es donde estés tú.
Yo suspiré; sabía que nadie iba a saber acariciarme con simples palabras como lo hacía él.
—¿Qué llegaste a hacer con Rose? —pregunté, volviendo al tema, y él resopló y se alejó de
mí—. Alexander, quiero saberlo.
—Sí Skylar, me acosté con ella —vociferó con un tono demasiado agresivo.
Mi corazón se paró por un momento. ¿Tanto le costaba comportarse como una persona normal
durante cinco segundos seguidos?
—Podrías... —tartamudeé pidiéndole algo de tacto.
—¿Qué? ¿Quieres que te vuelva a mentir? ¡Joder! —gritó, esta vez sí se estaba enfadando.
Pero... basta.
Esta vez tenía que ser yo.
—¡Quiero que seas normal! ¡¡Que entiendas también los celos y los miedos de las otras
personas, no que siempre haya que comprender lo tuyo!!
El bufó y echó su cabello hacia atrás, agobiado. Golpeó la mesa con fuerza y logré ver como
sus nudillos comenzaron a sangrar. Yo comencé a llorar.
—No deberías haber ido a ningún lado —gruñó mirando al suelo, impasible de la sangre que
brotaba de sus puños.
—Yo no quiero a este Alexander —murmuré con voz rota—. Hasta que no vuelva la persona
de la que me enamoré sin volver a irse, no quiero estar contigo.
Tapé mi cara y lloré con más fuerza. Cuando él se acercó para calmarme y decirme que todo
estaba bien, eché un paso hacia atrás.
—No —añadí mientras me secaba las lágrimas con rabia—. Yo quiero ayudarte a que sepas
controlarte, pero si tú antes no lo aceptas, no puedo hacer nada —Mientras, a pasos pequeños
llegaba a la puerta.
—Skylar, nena, vamos a relajarnos y a hablarlo mejor —susurró tiernamente acercándose a mí
pero yo abrí la puerta y salí de ahí. Alexander me persiguió y decidí bajar por las escaleras,
esperar al ascensor tardaría demasiado, y yo estaba demasiado agobiada como para permitir que
Alexander me frenara. Bajé las escaleras con toda la agilidad que pude hasta que mis tacones se
enredaron entre sí y caí...convirtiéndose todo en oscuridad.
***
Comencé a abrir los ojos con esfuerzo, la poca luz que calaba por mis párpados me obligaba a
volver a cerrarlos. Olía a un olor extraño, que en seguida relacioné con un hospital. Me empecé a
remover en la cama, y entreabrí los ojos. Lo primero que vi fue una señora castaña con una bata
blanca tomándome las pulsaciones.
—¿Cómo se encuentra, señorita Evans? —preguntó al ver que había despertado.
Miré detenidamente cómo tomaba mis pulsaciones y moví mi cabeza, y noté una gran tirantez a
la par que un horroroso dolor.
—No, no —añadió, soltando mi muñeca y me empujó con suavidad por los hombros para que
apoyara mi espalda en la camilla—. Usted se ha caído por las escaleras, y tiene un gran golpe en
la cabeza.
La miré extrañada, con los ojos más abiertos. Toqué mi cabeza y efectivamente estaba
vendada.
—Me duele —titubeé un poco desconcertada.
—Es normal, señorita Evans —sonrió levemente para inspirarme confianza—. Además de
eso, ¿nota algo raro?
—Estoy cansada —dije algo más espabilada.
—El Señor Black está fuera y me pidió que cuando despertara quería entrar a verla, ¿le hago
pasar? —preguntó con un brillo en los ojos al mencionar el nombre de Alexander.
—Vale —dije seria asintiendo con la cabeza. Debería estar muy preocupado.
Ella aceptó y salió al pasillo. Yo me quedé mirando la habitación, me sentía algo confundida.
La habitación era estéril, todo cubierto por tejidos blancos menos algunos sitios donde el color
era verde menta.
—Skylar —dijo nada más entrar y corrió a abrazarme—. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, Alexander —acaricié su pelo para tranquilizarle—. Solo ha sido un golpe.
—Un golpe en la cabeza —añadió mientras se separaba y me tomaba de la mano.
La doctora entró aunque se quedó en la puerta.
—No recuerdo muy bien cómo pasó —comenté entre suspiros.
—¿Eso es normal? —preguntó Alexander girando la cabeza en sentido a la doctora.
—Generalmente sí —contestó la doctora dando un paso hacia delante—; la señorita Evans
puede volver a su casa, pero necesita extrema vigilancia durante estas 24 horas para asegurarnos
que el golpe no va más allá que eso, un simple golpe.
—¿A qué se refiere? —cuestionó Alexander con una voz asustada.
—La paciente presenta un traumatismo craneal leve, pero los síntomas de un traumatismo
craneal grave se pueden demorar. Por eso tiene que descansar y estar vigilada. Mientras la
paciente esté durmiendo, se recomienda despertarla cada 2 ó 3 horas y hacerle preguntas simples
para verificar su lucidez mental, como preguntarle por el nombre.
Él asintió con la cabeza y volvió su mirada a mí.
—Vas a quedarte en mi casa —dijo con voz segura.
—Preferiría quedarme en la mía.
Alexander me dedicó una mirada oscura y volvió a mirar a la doctora.
—¿Podemos irnos ya? —preguntó levantándose.
—Sí —contestó. Alexander me tendió la mano y me levanté, aunque sufrí un breve mareo—.
Si le duele la cabeza no tome pastillas, si ve que el dolor es intenso e insoportable, no dude en
volver. Señor Black, vigílela.
Él asintió con la cabeza y tomando mi mano, salimos de la habitación.
Montados en el coche, Alexander no hizo caso a mi petición de estar en casa y se dirigió a la
suya.
—¿Por qué me caí? ¿Estábamos discutiendo?
Mi mente era incapaz de recordar lo que había sucedido antes de la caída, si quiera la
recordaba.
—No discutíamos, pero ya te conoces, eres muy nerviosa —contestó Alexander mirándome de
reojo.
Sabía que me ocultaba algo, y que lo iba a saber no en mucho tiempo.
—¿Has avisado a Megan? —pregunté y él sonrió al ver que seguía recordando todo.
—No —dijo, y me cedió su móvil—. Llámala y avisa que vas a pasar las siguientes 24 horas
en mi casa.
—Alexander... —gruñí cogiendo su móvil.
—No es discutible —cesó y comenzó a conducir sin prestarme atención.
Encendí el móvil y al querer marcar el teléfono de Megan, me di cuenta de que no lo
recordaba. Torcí el gesto, intentando recordarlo.
—¿Qué pasa? —preguntó al ver mi semblante.
—No... no recuerdo su móvil —contesté intentando hacer memoria.
—Quizá nunca lo has sabido.
Sí, yo sabía que tenía el teléfono de Megan memorizado.
—Tu bolso está en la parte de atrás, supongo que estará tu móvil —continuó al ver mi cara de
circunstancia. Yo asentí y con esfuerzo, conseguí coger mi bolso.
Saqué el teléfono y busqué el número de Megan. Al releerlo me acordé.
—¿Megan? —dije al escuchar que había cogido la llamada.
—Skylar, estaba dormida... —masculló somnolienta Megan. Miré la hora en el teléfono y eran
las dos de la tarde, mi amiga era una almohada.
—Te llamo para que sepas que he tenido un pequeño accidente por las escaleras —comencé a
contarle para que pudiera volver a dormir lo más rápido posible.
—¿Qué? —me interrumpió histérica—. ¿Dónde estás? ¿Cómo estás? Voy ahora mismo —
comenzó a decir sin dejarme hablar.
—Tranquila, estoy con Alexander —dije una vez me dejó y se tranquilizó—. Solo tengo un
golpe, pero para asegurarse de que estoy bien, tengo que estar descansando y con alguien
pendiente de mí.
—¿Arreglo tu cama? Puedo pedirle esta noche a mi jefe —contestó Megan.
Yo torcí el gesto.
—Alexander se va a hacer cargo —dije a regañadientes. Noté como Megan sonrió.
—Está bien, ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—24 horas —contesté intentando convencerme de que Alexander me iba a dejar ir después de
que pasaran esas 24 horas.
***
Llegamos al apartamento de Alexander, donde, por sorpresa, ya había pijamas y ropa cómoda
para mi estancia allí; eso me hizo darme cuenta de que mis esperanzas de que Alexander me
dejara libre 24 horas después desaparecieran.
—¿Tienes hambre? —preguntó mientras encendía las luces.
—Apenas —contesté y me senté en el sofá. Estaba muy cansada.
—Tienes que comer —se dirigió a la cocina—, voy a ver qué puedo hacer.
—Como tengas que hacerla tú... —bromeé y me levanté para hacer algo yo. Él me frenó y me
devolvió de nuevo al sofá.
—Confía en mí —sonrió—; tu espera aquí viendo la tele —cogió el mando y la encendió, y
después, me lo dio a mí—. Si necesitas algo en un grito estoy aquí.
Yo sonreí e hice un poco de zapping. Mientras cambiaba los canales, una noticia hizo que me
frenara.
Dentro de una semana será la subasta de la casa de los Black. ¿Alexander Black, hijo de
Caroline Black Heller y Arnold Black, y el empresario más rico de Dallas, jefe y dueño de Black
Enterprise, dará a lugar a esta bochornosa situación? Seguiremos informando.
Yo solté el mando en el sofá y me llevé las manos a la boca: Alexander tenía que hacer algo.
Capítulo 15
Viaje

Cuando recuperé el control de la situación, me levanté y fui a la cocina. Alexander estaba de


espaldas, y no se dio cuenta de mi presencia hasta que tosí.
—¿Pasa algo Skylar? —preguntó preocupado acercándose a mí. Sus pintas captaron mi
atención por un momento; pantalones de traje y camisa blanca junto a un mandil verde. Era muy
adorable.
—Sí, pero con tu familia —contesté cruzándome de brazos—. ¿No piensas ayudarles?
Alexander me había dejado claro que no quería a su familia, pero él tenía el suficiente dinero
como para ayudarlos y ni notaría la falta de dinero. Estaba segura que lo que costaba esa casa no
debía preocuparle al bolsillo de Alexander.
—No, Skylar —respondió con molestia—. Son mis cosas, y no pienso gastar nada en ellos, y
menos para solucionar problemas en los que ellos solos se han metido —Cortó el fogón y echó el
arroz blanco en dos platos.
Yo observaba sus movimientos. No me lo creía... no me creía que diera a lugar a ver a su
madre, la persona que le dio la vida, en la calle. En ese momento mi cabeza sufrió un pinchazo y
recordé todo lo que había sucedido antes del accidente y el accidente en sí.
—Me quiero ir de aquí —dije, y me giré dispuesta a irme. Alexander puso cara de confusión y
corrió a la puerta, obstaculizándome el paso—. ¡¡Déjame joder!! —vociferé golpeando su pecho
aunque no muy fuerte.
Mi cabeza sufrió un vuelco y caí en los brazos de Alexander, algo confundida y mareada.
—Joder —gruñó Alexander mientras me llevaba en brazos a la habitación. Me dejó con
cuidado en la cama y comenzó a llamar por teléfono—. Sí, Doctora Warren, Skylar ha sufrido un
mareo y se me ha caído a los brazos, ¿Qué le pasa? Estoy jodidamente preocupado —dijo. Nunca
había oído hablar a Alexander tan mal—. Sí... —contestó tras un rato callado, imagino que
escuchándola—; entiendo, entiendo, no, no volverá a ocurrir —y colgó.
—¿Qué dijo? —pregunté incorporándome algo mejor en la cama.
—No debemos discutir, no ahora —rezongó Alexander mirándome con los ojos empañados de
oscuridad—; ahora voy a hacer lo mejor para ambos —Salió de la habitación y yo detrás de él,
aunque más lenta. Vi como cerraba la puerta con llave y la guardaba en una caja fuerte.
—¿Pero qué haces? —exclamé atónita desde el principio del pasillo.
—24 horas de reposo —dijo enfadado—. Ahora vamos a comer.
—¡No quiero! —grité con tono infantil, y corrí lo más rápido que pude y me encerré con
pestillo en la habitación de Alexander.
Oí sus pasos y segundos estaba golpeando la puerta de su dormitorio.
—¡Skylar! Deja de hacer gilipolleces —dijo realmente enfadado—. Esto no es bueno para tu
salud.
—¿Y tú eres bueno para mi salud? ¡Yo también sé encerrarme! —bramé y me tumbé en la
cama.
Escuchaba sus quejas, hasta que minutos después, al darse cuenta de que no contestaba, se
movió de allí. Poco rato después volvió y escuché su espalda deslizarse por la puerta.
—Voy a trabajar con el ordenador, cuando te apetezca, sales —bufó mientras escuchaba el
ordenador encenderse.
Mi cabeza me dolía, más de la cuenta. Sentía que iba a explotar. Pensar en Rose Donovan me
ponía así. La odiaba, y la idea de que ella podría haber estado ahí tumbada, en esa cama, abrazada
a Alexander, me daban ganas de vomitar.
También sentía algo de culpa respecto a la familia Black. Yo sabía que tenía en mi mano
convencer a Alexander para ayudarles, me costara poco o más, pero no nacía de mí el intentarlo.
Caroline me había tratado horriblemente mal y aunque no estaba de parte de Alexander sobre su
agresión a Eizen, tampoco defendía el adulterio que cometieron, cobrándose con ello, una vida.
Con estos pensamientos rondando por mi cabeza, para mi sorpresa, quedé totalmente dormida.

***
—¡¡Skylar!!
Los gritos descontrolados de Alexander me hicieron despertar, y sus golpes en la puerta
hicieron que me despertara de un respingo.
—¿Alexander? —pregunté adormilada y tranquila.
Él paró de golpear la puerta y le escuché suspirar aliviado.
—¿Cómo te encuentras? ¿Sabes dónde estás, no? —preguntó más relajado—. Llevas
durmiendo alrededor de dos horas.
Yo entendí su desesperación; era tal como le había pedido la doctora que hiciera, despertarme
cada rato para estar seguro de que estaba bien.
—Me llamo Skylar Grace Evans, tengo 23 años, trabajo para Alexander Black Heller en
Black Enterprise y me encuentro en su casa, ¿algo más? —contesté con tono jocoso. Escuché como
se reía levemente.
—¿Puedes abrirme, nena? Por favor —pidió susurrando tras la puerta.
—Alexander… —musité alargando cada vocal. Me acerqué a la puerta con pasos pausados y
comencé a suspirar—. ¿Por qué siempre estamos peleándonos?
—Porque nos queremos —contestó con dulzura y yo apoyé mi cabeza sobre la puerta. Un
sonido me hizo pensar que él también había hecho mí mismo movimiento—. Cualquier tontería
que haga la persona que quieres, te la tomas a pecho por eso, porque te duele que alguien que
quieres tanto sufra un error.
Yo asentí con la cabeza, como si pudiera verme.
—Alexander... yo te quiero —siseé y puse mi mano sobre la puerta—. Pero a veces me lo
pones muy difícil.
—Soy una persona difícil —habló con afecto—. Pero contigo soy una persona mejor.
Yo en ese momento abrí la puerta. Alexander estaba ahí, con su sonrisa y su mirada llena de
ternura. En el momento que me vio me abrazó con fuerza, como si no quisiera que me escapara
nunca de sus brazos.
Acobijó sus dedos bajo mi pelo, y le oía suspirar en mi oreja. Yo acariciaba su cabello y
jugueteaba con sus rizos. Nunca iba a querer a nadie como le quería a él.
Y lo supe desde el primer momento.
—Te amo —susurró en mi oído y esas palabras hicieron que toda mi piel se erizara.
Yo también te amo.
—Tengo hambre —contesté unos instantes después y Alexander me miró, sonriendo.
—El arroz está en el microondas, vamos.
Cogió mi mano y nos dirigimos a la mesa del comedor. Yo me senté y él sirvió los dos platos.
***
Tumbados en el sofá, mientras veíamos una película de humor, mi curiosidad me asaltó de
nuevo y me obligó a hacerle una pregunta sin pensármela.
—¿Qué vas a hacer entonces respecto a tu familia?
Alexander se removió algo incómodo.
—Ya he hecho lo que tenía que hacer —contestó algo serio pero calmado.
—¿Los vas a ayudar?
—No —cesó Alexander. Yo suspiré, pero solo se quedó en eso. No tenía ganas de batallar
contra él.
***
Amaneció y el despertador de Alexander me despertó. Alexander intentó quitar sus brazos de
mí sin despertarme, pero verme con los ojos abiertos le hizo saber que era tarde.
—Vuelve a dormir —dijo él—, debes estar cansada.
Y lo estaba. Alexander había puesto su alarma cada dos horas y media durante toda la noche
para despertarme y preguntarme cosas sencillas para saber que estaba bien, y lo estaba.
Obviamente.
—¿Dónde vas? —pregunté desperezándome.
—A la empresa, hay algo que tengo que solucionar en persona —dijo mientras se levantaba y
se estiraba.
—¿Algo malo? —cuestioné incorporándome y sentándome en la cama de piernas cruzadas.
—Nada malo le sucede a Black Enterprise —dijo con tono vacilón.
Yo sonreí, Alexander se había despertado de buen humor.
Cosa extraña en él.
—Quiero ir yo también —hablé y me levanté de la cama.
Al oírme, él también se levantó y me miró con cara de negación.
—Tienes que estar en reposo —gruñó con mirada amenazante.
—Pero estar sentada en mi oficina no es tampoco... —dije con un tono algo jocoso, haciendo
caso omiso de lo que Alexander decía—. Además, así me tendrás mejor controlada.
Él sonrió y me abrazó por la espalda.
—Usted y su capacidad de convencerme, señorita Evans —murmuró en mi oreja y luego
mordió mi lóbulo.
***
Llegamos a Black Enterprise y todos se alegraban al verme y me preguntaban cómo estaba. Yo
decía enérgicamente que bien, para que Alexander se lo creyera aún más. La verdad era sin ir más
lejos esa, pero mi cabeza aún me pegaba algunos pinchazos, pero era algo normal.
Leí todos los e-mails que habían mandado al correo de Black Enterprise y contestaba los
debidos.
A mitad de la mañana recibí la llamada de Megan, a la que tranquilicé contándole que estaba
bien.
Aunque ya habían pasado 24 horas y no había nada de peligro, debería tener cuidado y la
venda en la cabeza sobre una semana. Aun notaba la tirantez.
Llegaron las cinco de la tarde y, aunque a regañadientes, Alexander aceptó a llevarme a casa.
Necesitaba el calor de mi hogar.
Al llegar decidí ducharme y refrescarme. Casi llegaba ya Septiembre, y con él, se terminaba el
verano, un verano en el que no había visto las vacaciones. Era algo que tenía que discutir con
Alexander...
Me peiné el cabello con cuidado, no quería hacerme daño en la herida. Megan fue la
encargada de cambiarla cuando la doctora lo había recomendado. Al parecer tenía muchos puntos,
cosa que hizo estremecer a Megan.
Llegó la noche y decidí dormir temprano. Estaba horriblemente cansada. Alrededor de las diez
Megan se había ido, y me había quedado sola. En ese momento recibí un mensaje.
Kevin, 23:08
Me he enterado de lo que te ha ocurrido. Espero que estés mejor Sky, y también que
podamos vernos. Un beso.
Skylar, 23:13
Muchas gracias por preocuparte, ya me encuentro mucho mejor.
Un rato después recibí otro mensaje y supuse que era la contestación de Kevin, pero no.
Desconocido, 23:36
Deberías haberte partido la cabeza, perra.
Una carcajada afloró de mi garganta al ver semejante mensaje. No me cabía duda de que había
sido Rose Donovan, pero lo que no entendía era como tenía mi número de teléfono. Decidí no
hacerle caso y borrarlo, y no contarle nada a Alexander, pues solo traería problemas.
Cuando mis ojos pedían cerrarse, el móvil volvió a brillar avisándome de que tenía otro
mensaje.
Alexander, 00:02
Mi maldita cama huele a ti. Así nadie puede concentrarse para dormir, me siento inútil
intentando abrazar al aire.
Te amo.
PD: Juntos es mejor.
Skylar, 00:05
Extraño tus abrazos.
Y tu despertador levantándome cada dos horas para saber si estoy bien.
Descansa.
Dejé el móvil en la pequeña mesita izquierda y cerré los ojos, necesitaba dormir.
***
Me desperté y miré el reloj; faltaba poco para que despertador sonara. Decidí adelantarme y
me levanté poco a poco, me dolía un poco la cabeza. Me miré al espejo y sin darme cuenta,
sonreí. El nombre de Alexander estaba escrito con tinta de fuego en mis pensamientos.
No era perfecto... pero le quería.
No quería perderle por mis tonterías sobre la ética. No podía permitir que Alexander fuera
golpeando al mundo, pero tampoco podía obligarle a pagar una deuda totalmente ajena a él.
Me planché el pelo y me puse un mono precioso blanco con algunas flores grandes color azul
intenso, y unos tacones blancos. Su escote era alargado y precioso.
Me sobraba algo de tiempo para tener que subirme al coche e ir a Black Enterprise, quería
sorprender a Alexander con algo.

Tras pensarlo, supe perfectamente que quería hacerle.


Cogí el coche y calles antes de llegar a Black Enterprise, me paré en una tienda y compré
palos sin usar de helado, una taza bonita de cristal, y acuarelas. Esta tarde tocaba hacer algo para
sorprender a Alexander, me tocaba a mí. Y sabía a la perfección que estas cosas tan infantiles le
enamoraban.
Me volví a montar el coche y fui a la empresa. Por el camino se me salía la sonrisa solo de
pensar la carita que se le quedaría a Alexander al ver mi regalo. Era un detalle, algo que no me
había costado apenas nada de dinero, pero sí un esfuerzo para construirlo y al recordar su
reacción a mi regalo de las tazas, ésta le iba a poner eufórico.
La mañana pasó algo lenta, me consumían las ganas de comenzar con el regalo de Alexander.
A mitad de la mañana Alexander entró en mi oficina y me avisó de que no iba a poder pasar la
tarde conmigo pues tenía una reunión importante. Yo puse cara de pena, aunque me venía muy bien
para tirarme toda la tarde haciendo su regalo.
Llegaron las cinco y salí rápidamente de allí. Por el camino llamé a Olivia y Ann, necesitaba
ayuda si quería terminarlo antes. Ellas aceptaron ilusionadas aunque no les conté de qué se iba a
tratar.
A las seis y media, Olivia y Ann estaban postradas una en mi sofá y otra en mi puf. Megan
también se unió a ayudarnos, y yo le conté el plan.
—Quiero que me ayudéis a colorear los palitos de colores —les comencé a pedir. Megan
soltó una carcajada.
—Mi amiga está más enamorada de lo que pensaba —bromeó con una sonrisa en su cara.
Todas nos reímos, aunque yo comencé a ruborizarme, ¿tanto se notaba?
Nos pusimos manos a la obra y cada una comenzó a pintar un montón de palitos, debían ser en
total 365. Verde, azul, rojo, amarillo, rosa, morado...
Yo comencé a hacer con una cartulina blanca un tipo de etiqueta en la que puse 365 cosas que
me gustan de ti.
Mi idea era que Alexander leyera una por día, pero no confiaba del todo en ello pues le
conocía y sus ganas de saberlo todo le harían pasarse la primera noche con el tarrito leyendo
todas las cosas que le había dedicado.
Pegué la etiqueta en el tarrito de cristal y a medida que los palitos que mis amigan pintaban se
iban secando, yo comenzaba a escribir cosas con rotulador permanente negro.
Que me abraces por la espalda.
Que nunca te despidas de mí.
Que me cuides.
Que me despiertes por la noche para saber si estoy bien.
Que me despidas, y luego me readmitas.
Que me muerdas la oreja.
Que tu olor se quede impregnado en mi ropa.
Que me coloques a la altura exacta para escuchar tu corazón.
Que me cojas como una princesita.
TUS BESOS.
Que seas mío.
Que sea tuya.
Razón tras razón me dieron las diez de la noche. Mis amigas terminaron mucho antes que yo, y
al finalizar, me tiré sobre el sofá.
Un rato después, y como si supiera que había terminado su regalo, el cual ni sabía que estaba
preparando, Alexander me llamó.
—Rubia —saludó con una sonrisa que se notaba a pesar de no verle. Inconscientemente
sonreí.
—¿Qué tal? ¿Cansado? ¿Cómo fue la reunión? —comencé a preguntar sin darme cuenta que no
quería hablar de eso.
—Estoy en tu portal nena, y no he venido precisamente para hablar de trabajo —dijo riéndose
levemente. Yo sonreí, oh, era el momento de darle el regalo a Alexander.
Colgué y me dirigí rápidamente al espejo para limpiarme la cara de la pintura que me había
manchado. Cuando estuve lista, bajé rápidamente escondiendo mi regalo.
Le encontré en el portal cruzado de brazos, observando a la gente que paseaba a su alrededor.
Cuando llegué hasta él le di un fugaz beso y comencé a sonreír como una tonta porque los nervios
se apoderaban de mí.
—¿Qué te pasa? —preguntó sonriendo ante mi impaciencia. Después, se quedó fijo en mi
mejilla izquierda y fruncí el ceño, aunque, al ver cómo se humedecía el dedo y lo pasaba por mi
mejilla, supuse que seguía manchada.
—Tengo algo para ti —contesté aleteando mis pestañas y mientras me movía de un lado a otro.
—¿Es eso que escondes? —dijo, e intentó cogerlo pero yo me movía más rápido que él. Al
menos en ese momento.
—Toma.
Saqué el regalo de mi espalda y se lo di. En un principio no sabía qué era, pero al leer la
pequeña etiqueta su sonrisa apareció por completo.
—Mi vida —dijo entre suspiros mientras me cogía por la cadera con la mano que le quedaba
libre y me daba un beso intenso.
—Quiero que leas uno cada noche, sin ser impaciente Alexander Black, nos conocemos —dije
feliz al ver su sonrisa permanente en su cara—. Ahora... podríamos subir a casa y tomar algo —
añadí con tono coqueto.
—Me gusta cómo suena —contestó agarrándome más fuerte contra a él y besó mi nariz.
Subimos al piso. Estaba solo, Megan estaba trabajando y Olivia y Ann se fueron con ella.
Alexander dejó el tarrito en la mesa de comedor, y antes de que pudiera articular palabra, me besó
pasionalmente mientras apretaba con su mano mi trasero.
Jadeé y él me cogió por el trasero, levantándome del suelo.
Yo comencé a reírme; separados éramos seres imperfectos perdidos por el mundo, pero
cuando nuestras miradas se cruzaban, nos convertíamos en uno, en un solo cuerpo y ambos
pasábamos a ser perfectos.
Me tiró al sofá y comenzó a besarme el cuello. Desesperadamente subí su camiseta y me
deshizo de ella. Él comenzó a morderme delicadamente cada parte de mi cuerpo, cosa que me
hacía reír más.
—Demasiadas ganas de hacerte mía —murmuró y en un acto rápido me quedé desnuda sin mi
precioso mono. Alexander quitó mis bragas y sin más preámbulos, se hundió en mí provocándome
el mayor placer experimentado. Comenzó a moverse ágil y vehementemente, y yo notaba su
espalda rígida y era algo que realmente me gustaba. Comencé a acariciar su espalda y cuanto más
me gustaba, más le arañaba.
Tras unos momentos más así, intercalando con deliciosos besos, ambos llegamos al umbral del
placer.
Me despedí a regañadientes de Alexander tras ver una película y cenar pizza. Era realmente
encantador. Eran alrededor de las dos de la mañana, y tuve que echar prácticamente a Alexander
porque no quería que condujera tan tarde solo.
***
Tras un fin de semana realmente fantástico, llegó otra vez el lunes y con él ir de nuevo al
trabajo.
Yo estaba rellenando unos formularios cuando recibí una inesperada llamada.
—Skylar, escúchame bien —Era la voz de mi hermano, pero le notaba triste y preocupado—.
Tienes que venir ya a casa, por favor.
—¿Qué pasa Jonan? ¿Todo está bien?
—Ven, por favor. Te necesito, te necesitamos —contestó, se notaba a leguas que no quería
darme la noticia y que luego me metiera en la carretera.
Le dije que iba a salir a Fort Worth y así iba a hacer, pero antes tenía que avisar a Alexander y
coger algo de ropa, no sabía qué era lo que me esperaba allí.
Antes de ir con Alexander llamé a Megan poniéndola al tanto de la llamada, y ella decidió
hacer una pequeña maleta para ambas y acompañarme. Ella le tenía mucho aprecio a mi familia, y
todo apuntaba a desgracia.
Salí de mi despacho y me dirigí al de Alexander. Una vez me permitió la entrada, entré con
rapidez.
—Alexander, tengo que ir a Fort Worth —dije sin filtro, tenía prisa.
—¿Qué? —preguntó algo confundido, frunciendo el ceño—. No vas a ir a ningún lado, Skylar.
—Claro que sí voy a ir —contesté comenzando a enfadarme. Alexander no me iba a prohibir
ir a ver a mi familia. No—. Verás, Alexander, mi her...
—Estás en horario laboral, y tu jefe no te permite abandonarlo —me interrumpió con tono
serio y algo molesto. Su gesto se torció.
—Pues lo voy a hacer —zanjé con voz amenazante.
—Pues entonces estará despedida —dijo con tono intimidante pero se notaba un hilo de farol,
aunque, me sentó fatal y mirándole con enfado, contesté:
—Pues entonces estoy despedida.
Salí de allí dando un portazo. Llamé corriendo al ascensor y cuando ya estaba cerrándose,
Alexander llegó frente a él.
—Skylar, no —habló con tono atroz y mirada macabra.
Yo me limité a mirar como las puertas se cerraban ante su prohibición.
Capítulo 16
Siempre a peor

Los fuertes dolores de cabeza durante el camino a Fort Worth no me dejaron conducir, por lo
que fue Megan quien tuvo que hacerlo. Su gesto mostraba preocupación, ambas sabíamos que yo
no debería estar haciendo un viaje en mis condiciones pero la situación me obligaba a ello.
Las palabras de Alexander rondaban por mi cabeza. Él tenía razón, no debería viajar pero mi
familia iba más allá de lo que me convenía o no.
Su no daba paseos por mis pensamientos, odiaba esa parte controladora y autoritaria de
Alexander. Él era jefe en mi trabajo, pero no era el jefe de mi vida. A esto se le sumaba la gran
preocupación que las palabras de Jonan me habían proporcionado. ¿Estaría bien? ¿Mi padre? No
quería hacerme ideas antes de verles.
La idea de que les hubiera pasado algo hacía temblar hasta el último rincón de mi cuerpo.
«Si Alexander fuera de otra manera... estaría aquí... conmigo»
Llegamos a Fort Worth e instantes después llegamos a mi casa. Nunca había recordado que
tantos coches estuvieran aparcados en mi puerta.
Dejamos las cosas en el maletero pues necesitábamos ayuda para sacarlas, así que toqué la
puerta con muchos nervios. Momentos después abrió Jonan, al cual recibí con un gran abrazo de
alivio al ver que estaba completamente bien. En ese momento comencé a entender algo.
—¿Y papá? —pregunté con la voz temblorosa al ver los ojos hinchados de Jonan.
—Perdóname, Skylar —dijo rompiéndose y volviéndome a abrazar. Megan contemplaba la
escena unos pasos detrás nuestra.
—¿Qué pasa, Jonan?—pregunté separándome de él y sollozando al imaginarme lo peor.
—Papa se va a morir —sus palabras llenas de tristeza me hicieron remover el corazón y llorar
como una desquiciada.
¿Cómo? ¿Por qué? Miles de dudas asaltaron mis pensamientos. ¿Desde cuándo? ¿Por qué
nadie me había contado nada? Ya entendía las disculpas de Jonan.
Por un momento sentí como mis piernas desfallecían y mis ojos me obligaban a cerrarlos, la
sensación de mareo y pinchazos en mi cabeza aumentaba al cubo por cada segundo que pasaba,
pero no, me mantuve fuerte, necesitaba ver a mi padre y... despedirme de él.
—Quiero verle —dije titubeando a causa de mis lágrimas que no se cansaban de salir.
Él asintió y nos dejó paso a Megan y a mí. Ambos se quedaron en el salón junto a una mujer de
la edad de mi padre, no la conocía de nada pero lo que necesitaba era ver a mi padre. Subí las
escaleras y llegué a su habitación, se oían unos cuantos sollozos. Toqué la puerta y entré antes de
recibir contestación alguna.
—Papá... —murmuré acercándome a él sin poder contener las lágrimas. Estaba demacrado, su
piel ya no lucía ese bronceado intenso si no que carecía de color. Sus ojos estaban hundidos, su
semblante estaba agotado y su respiración apenas llegaba a notarse. Al reconocerme sonrió, se
notaba que le costaba realizar cualquier movimiento.
—Ya... puedo descansar... en paz —dijo entre suspiros cogiéndome la mano con intención de
agarrarla con fuerza, pero sus intentos se quedaban en una leve caricia.
—No puedes dejarnos papá —comencé a sollozar hundiendo mi cabeza en las sábanas que le
cubrían.
—Skylar —escuché la voz de mi tía. Me agarró por los hombros para consolarme.
—Tienes que ser fuerte, y sé que lo eres —tartamudeó con esfuerzo—. Lo que viene por
delante no es fácil, pero tú eres como tu madre, tú contra el mundo —suspiraba pausadamente a
cada palabra que pronunciaba—. Tienes que hacer de tu hermano alguien como tú, alguien
brillante —añadió mientras la tos no le dejaba continuar.
—¿Por qué no me dijisteis nada? —pregunté sin parar de llorar. No era la situación para echar
cosas en cara, pero necesitaba saberlo.
—Mi enfermedad hubiera estancado tu vida, querida. Y yo no quería eso, Jonan tampoco —
contestó dando un pequeño revuelco por un dolor.
En ese momento habló el hombre rubio que estaba frente a mí presenciando la escena.
—¿Ya? —preguntó entrecortadamente y mi tío asintió.
—Ya... —contestó también mi padre.
Yo miré estupefacta y mi tía me echó hacia atrás.
—¿Qué hace? —bramé en un grito ahogado mientras veía que el hombre rubio le estaba
inyectando algo a mi padre.
—Morfina, Skylar. Tú padre está sufriendo —susurró dulcemente en mi oído mi tía mientras
acariciaba mi cabello.
Mi padre rugía de dolor, no pasaba un minuto de una pequeña convulsión a otra. Me quedé
observándole, y a medida que pasaba el tiempo, mi padre se relajó hasta el punto de cerrar los
ojos. Me senté a su lado y acaricié su rostro y su mano, hasta el punto que mi padre no volvió a
respirar.
Comencé a llorar e intentaba reanimar a mi padre con pequeños golpes en el pecho.
—¡No puedes dejarme! —comencé a gritar desesperada—. ¡No puedes dejarme sola! —mis
gritos se convirtieron en recriminaciones, mi vida estaba totalmente hundida.
El hombre rubio me cogió y le abracé sollozando. No. Mi padre no podía haber sido tan
egoísta como para dejarnos solos. No...
Ante mis gritos desesperados Jonan subió y miró la escena con recelo. Comenzó a negar con la
cabeza, y yo me tiré a él para abrazarle con fuerza y sacarle de la habitación. Tenía que ser
fuerte...
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó asustado entre lágrimas.
—Vivir —contesté intentando esconder ese nudo en la garganta que se me había formado.
De reojo vi como el hombre rubio de ojos verdes echaba la manta sobre el cuerpo sin vida de
mi padre. Mis tíos se abrazaron, también llorando. También oía lágrimas desde la parte de debajo
de la casa, la noticia había llegado también ahí.
—Llamaré al tanatorio —dijo en voz baja el hombre rubio y bajó las escaleras.
Yo me separé de Jonan unos milímetros y sequé sus mejillas.
—Te haré una tila —le dije mientras le agarraba de la mano y bajábamos para que no entrara
en la habitación.
Un rato después, mis tíos, la señora desconocida, Megan, Jonan y yo estábamos sentados
alrededor de aquella mesa de comedor que había sido testigo de una familia una vez unida.
—¿Qué va a ser ahora de mí? —preguntó meneando la tila Jonan sin levantar la mirada.
—Puedes venir a vivir a casa —dijo mi tía, tocándole la espalda con dulzura.
—No —contesté un poco fría, parecía que estaba enfadada pero lo que estaba era totalmente
hundida—. Jonan estará donde esté yo.
Mi tía asintió con la cabeza, sabía que era lo mejor.
El hombre rubio de ojos verdes, el cual me explicó mi tío que era el doctor que había llevado
a mi padre, se encargó de todo y el velatorio iba a ser en casa. Tendría que agradecerle todo su
apoyo.
Me levanté de la mesa y me coloqué frente a la ventana que daba al jardín; recordé los
momentos felices, esos momentos en que estábamos los cuatro bajo este techo. Todo comenzó a ir
mal tras la muerte de mi madre, y todo auguraba ir mucho peor detrás de eso. Cogí mi móvil y no
tenía ninguna llamada de Alexander, así que, decidí llamarle.
Quería olvidar por un momento todas sus tonterías, lo que realmente necesitaba era su calor.
Llamé y llamé pero no tuve respuesta. Me sentí sola y completamente vacía.
Perdida.
Llegó la noche y con ello, el velatorio a mi padre. Había mucha gente que podía reconocer
pero con un par de años menos. Todo me recordaba demasiado a la escena que tuvimos que vivir
de pequeños tras la muerte de mi madre.
Jonan estaba sentado en un sofá, apartado, junto a Kate, esa mujer que no conocía, resultó ser
una gran amiga de mi padre. Ella le acariciaba la melena a Jonan y le decía palabras con dulzura
aunque no llegaba a escucharlas.
Y yo necesitaba a Alexander.
Minutos después Kevin, Olivia y Ann aparecieron por la puerta. Kevin se lanzó a mis brazos y
yo le correspondí.
—Estoy aquí, contigo —susurró en mi oído, cosa que hizo que me derrumbara.
—Me siento tan sola —sollocé contra su hombro. Él acaricio mi melena y se apartó
preocupado.
—Sky, estás sangrando —dijo mirándose la mano cubierta de algo sangre mía. En ese
momento mi cuerpo dejó de funcionar y me desfallecí en el suelo.
***
El horrible olor a alcohol hizo que mis ojos comenzaran a entreabrirse. Lo primero que logré
ver fueron unos ojos verdes clavados en los míos, que rápidamente asocié al doctor.
—Está despertando —dijo con tono suave—. ¿Cómo te encuentras?
—Skylar —dijo Megan y me comenzó a acariciar la mano.
—¿Qué ha pasado? —musité sin fuerza e intenté incorporarme. El doctor me ayudó a sentarme
en la cama.
—Tienes una herida en tu cabeza y se ha abierto. Está bastante mal cuidada, ¿te ha estado
doliendo, verdad? —preguntó el doctor mientras observaba mis pupilas.
—Algo —susurré, y en ese momento mi padre volvió a mis pensamientos. Tenía que estar ahí,
no podía dejar a mi hermano solo.
—Tenemos que ir al hospital para curártela —contestó el doctor haciendo un amago de
cogerme.
Yo me removí y me negué.
—No voy a salir de aquí —dije, amenazante, y me levanté a tientas con ayuda de Megan.
—Estás poniendo tu vida en peligro —contestó más serio el doctor.
Exagerado.
—Déjame velar a mi padre tranquila, joder —vociferé enfadada y bajé del brazo de Megan
las escaleras.
Se habían marchado casi todos menos mis tíos, Kate, mis amigos y Jonan. El doctor había
abandonado un momento la casa. Se notaba que apreciaba mucho tanto a Jonan como a mi padre.
Decidí volver a llamar a Alexander. Le necesitaba... miré la hora y me di cuenta de que era
demasiado tarde, pero necesitaba escuchar su voz.
Le llamé y el móvil me avisó de que estaba apagado. Alexander nunca tenía apagado su móvil.
Una lágrima comenzó a brotar de mis ojos. ¿Por qué a mí...?
Momentos después llegó el doctor con un maletín y me dedicó una mirada desafiante.
—Si no quieres ir al hospital te curaré aquí —cesó sin ánimo de que le contestara. Accedí y
subimos a mi habitación.
Me tumbé en la cama de espaldas y aunque me molestaba el tacto de sus dedos sobre mi
herida, decidí hacerme la dura y no quejarme.
—Tienes unos puntos abiertos —dijo mientras sacaba algo de su maletín—. ¿Cómo te lo
hiciste?
—Me caí por las escaleras —gruñí mientras sentía un tormentoso dolor—. ¡Ah! —me quejé.
—Te va a doler un poco —dijo, era obvio. Ya me dolía—. Por cierto, soy Andrew Peters, no
hemos tenido momento para presentarnos.
Asentí levemente, mi boca estaba ocupada mordiendo un pequeño peluche que había
enganchado para soportar el dolor.
Minutos después, Andrew Peters dejó de causarme dolor y se puso frente a mí, sentándose
también en la cama.
—Lo siento mucho —musitó con tono de culpa—. Tu padre era un buen hombre, y muy
luchador.
—¿Qué... qué tenía mi padre? —pregunté con un hilo de voz.
—Neurodegeneración asociada a pantotenato quinasa —dijo rápidamente sin lugar a
equivocación.
Mi corazón se removió de dolor al escuchar eso; no sabía que era pero sonaba realmente mal.
Yo asentí con la cabeza y Andrew notó enseguida que no me había enterado de nada. Esbozó
una pequeña sonrisa.
—Es una enfermedad poco frecuente, se debe al exceso de hierro en las células nerviosas.
Conduce al parkinsonismo, distonía, demencia, y finalmente... a la muerte. Tu padre solo mostró
lucidez cuando tú llegaste —me explicó.
Mis ojos se inundaron de nuevo de lágrimas al pensar todo lo que había tenido que pasar mi
padre, e indudablemente, Jonan, solos.
—¿No tiene... —comencé a preguntar.
—No tiene cura —me interrumpió Andrew al saber mi pregunta.
Yo tapé mi cara con la mano, negando todo. Comencé a sollozar y Andrew me abrazó con
fuerza.
—Sé por lo que estás pasando, sé lo que es sentirse solo y perdido —murmuró en mi cabello,
como si supiera adivinar mis pensamientos.
Yo me sentía así, sola y perdida.
***
Lo peor llegó cuando el día amaneció y nos encontramos en el cementerio de Fort Worth
despidiendo a mi padre. Él estaba ahí, en esa caja, rodeado de todos, era algo que mi mente no
terminaba de asimilar. Mis lágrimas ya no salían de mis ojos, aunque todavía Jonan seguía
teniendo reservas.
Estaba totalmente destrozado, yo le abrazaba con fuerza para intentar reconstruirle, pero se
sentía hecho pedazos. A lo largo de la noche el doctor Peters me explicó lo que había luchado mi
hermano, había dejado a un lado sus estudios para dedicarse en cuerpo y alma a mi padre. Y yo ni
había estado. Me sentía totalmente desgraciada.
Llegó el momento de despedir a mi padre, y todos comenzaron a echar rosas sobre su tumba.
Yo hice lo propio, y, aunque a Jonan le costó, terminó por arrojarla, clavando sus rodillas en el
césped y comenzando a llorar sin control.
Yo me arrodillé a su lado.
—Ahora papá estará con mamá, guiándonos siempre —murmuré en su oído y el me abrazó con
fuerza.
Ambos estábamos rotos, pero alguien tenía que tomar el control de la situación.
Llegamos a casa; todo había terminado. En ese momento sentí como la casa se venía encima;
aun olía a él, aun había ropa por lavar de mi padre y el plato de su desayuno seguía en el
fregadero. Todo era demasiado apocalíptico.
Andrew Peters no se había separado de nosotros. Estaba realmente unido a Jonan, él era el
único que conseguía hacer esbozar una pequeña sonrisa a mi hermano.
Después del entierro, Kevin, Olivia y Ann tuvieron que volver a Dallas, pero Megan se negó a
dejarnos solos.
Yo me encontraba sentada en el sillón del salón, abstrayéndome de la realidad. En ese
momento sonó mi teléfono, y tal como esperaba, era Alexander.
«Demasiado tarde»
Y no le hice caso.
—¿Qué vamos a hacer con la ropa de papá? —preguntó Jonan, algo más relajado. Al menos
no rompía a llorar cada vez que mencionaba a mi padre.
—No tenéis que pensar en eso ahora —dijo Andrew pasándole un brazo por encima a Jonan.
En ese momento me fijé en el doctor y pude observarle detenidamente por primera vez: su
cabello era rubio y tenía una pequeña cresta torcida, sus ojos eran pequeños y verdes, y tenía unos
dientes muy bonitos que en conjunto formaban una sonrisa muy atractiva.
—Andrew tiene razón —aportó Megan sentada junto a ellos.
—Podríamos donarla —dijo Jonan por la bajo. Me acerqué a la mesa y me senté junto a él.
—Haremos lo que tú mandes, Jonan —susurré en su oreja y le abracé.
Él me dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Dónde vamos a vivir a partir de ahora? —preguntó y Andrew se interesó también en saber
la respuesta.
—Lo mejor será que vendamos esta casa y volvamos a Dallas —dije, al fin y al cabo Megan
tenía trabajo allí y yo, aunque estaba totalmente enfadada con Alexander, no podía negarme a ese
puesto. Necesitábamos más que nunca ese dinero.
—Pues entonces estará despedida —dijo con tono de amenaza pero se notaba un hilo de
farol, aunque, me sentó fatal y mirándole con enfado, contesté:
—Pues entonces estoy despedida —salí de allí dando un portazo. Llamé corriendo al
ascensor y cuando ya estaba cerrándose, Alexander llegó frente a él.
Sacudí mi cabeza, como queriendo olvidar sus palabras. Una vez me funcionó volver a
trabajar y esa vez no iba a ser menos, aunque sí más difícil.
—Voy a extrañarte —dijo Jonan mirando a Andrew a los ojos y golpeando suavemente su
hombro. Quizá la situación de mi padre les había unido.
—Siempre puedo visitaros, ¿no? —dijo con una pequeña sonrisa Andrew mirándome a mí.
Yo correspondí su sonrisa y asentí con la cabeza.
Alguien que hacía sentir bien a mi hermano merecía la pena.
Llegó la noche y por primera vez en un día, me eché a la cama para dormir. Habían sido dos
días totalmente largos y cansados, y mi cabeza me pasaba factura.
Encendí mi móvil y me encontré muchas llamadas de Alexander, junto a un mensaje.
Alexander, 22:34
No sé nada de ti... y eso me preocupa.
Por favor, Skylar.
Que me muerdas la oreja.
Una pequeña sonrisa brotó de mis labios, estaba leyendo los palitos que le regalé. Pero mi
sonrisa se borró de inmediato: Alexander me había dejado sola.
Bloqueé el móvil y decidí dormir. Lo necesitaba.
***
Me desperté con el ruido de alguien en el baño. Aunque no abrí los ojos, puse más atención y
logré reconocer el sonido; alguien estaba vomitando. Me levanté de un respingo y toqué la puerta
del baño, y segundos después Megan salió con mala cara y limpiándose la boca.
—¿Qué pasa Megan? —pregunté preocupada al ver su irritada cara.
—No es el mejor momento para contártelo, Sky —susurró mientras bajaba las escaleras. Yo la
perseguí y en la cocina la paré en seco.
—Qué pasa, Megan —la obligué a contármelo. A esas alturas nada me sorprendería.
Se hizo un silencio incómodo, hasta que Megan decidió hablar.
—Estoy embarazada, Skylar —murmuró brotando unas lágrimas de sus almendrados ojos.
Me equivocaba; la situación aún podía sorprenderme más.
Capítulo 17
Tequila

Un gran nudo se apoderó de mi garganta y lo máximo que podía pronunciar eran pequeños
quejidos. Las piernas comenzaron a temblarme y tuve que sentarme en un sillón. ¿En serio había
escuchado bien...?
Megan me dio un vaso de agua, parecía que yo fuera el padre. Y... Respecto al padre. ¿Quién
narices era el de su bebé?
—¿De... quién? —titubeé cuando reaccioné, algo indecisa. Los ojos de Megan crepitaban y en
ellos comenzaban a aflorar pequeñas lágrimas que corrían por su mejilla.
Ladeó su cabeza y me miró fijamente.
—No sé —Sus palabras llenas de miedo y tristeza inundaron mi corazón—; creo que de Eric...
o de su hermano Taylor —comenzó a llorar y escondió su rostro entre sus manos.
Yo la miré fijamente; las cosas podían ir mucho peor. Claro que podían. Me levanté y la
abracé, aunque ella no quitó las manos de su cara.
—No estás sola —musité con amor en su oído—, estamos juntas en esto...
Oí como se desató del todo en su llanto y a veces parecía que no podía respirar. Todo era
demasiado difícil. Jonan, ella, su bebé, yo... a partir de ese momento nuestras vidas iban a dar un
giro drástico.
Unos minutos después nos separamos y le ofrecí del vaso de agua que antes me había llevado.
Ella bebió de él y comenzó a tranquilizarse.
—¿Qué vas a hacer? ¿Se lo vas a decir a ambos? —pregunté una vez ella estaba más tranquila
y las únicas lágrimas que quedaban eran las que aún escurrían por sus pecosas mejillas.
—¿Qué voy a hacer si no? —preguntó con ironía—. Esto es decisión de dos... en este caso de
tres —esbozó una pequeña sonrisa sin ápice de humor, no obstante pronto se desvaneció.
Yo asentí levemente con la cabeza. Tenía razón.
—¿Cuándo vamos a irnos? —preguntó Jonan entrando en el salón, sobresaltándonos a ambas.
Megan se limpió las lágrimas con delicadeza.
—Esta tarde —contesté disimulando la tensa situación con una sonrisa. Jonan iba a enterarse
de lo que pasaba, pero ahora no era el momento—. Prepara todas tus cosas.
Él asintió y, antes de irse, miró a Megan. Sabía que le pasaba algo pero optó por no
profundizar más e irse a preparar sus cosas.
Oí hablar a Jonan con alguien y escuché sus pasos subiendo las escaleras. En ese momento
entró Andrew.
—¿Qué tal chicas? —preguntó con una pequeña sonrisa para intentar animarnos—. Puedo
coger mi coche y acompañaros a Dallas, Jonan tendrá mucho equipaje.
Yo asentí con la cabeza, antes me había surgido la duda de los viajes que deberíamos de dar
para llevar todas las cosas de Jonan, contando con su cama.
A las ocho de la tarde llegamos al fin a nuestro piso. Jonan lo inspeccionó, parecía un niño
pequeño. La idea de que el niño pequeño de la casa hubiera sufrido tanto viendo cómo se
deterioraba nuestro padre hacía que mi corazón se hundiera. Siempre había pensado que mi
hermano era muy inmaduro, pero ahora sabía con certeza que no era así.
Andrew nos ayudó a dejar todas las cosas en el salón y también, con ayuda de Jonan y un
vecino, subió la cama hasta mi habitación donde le hice un hueco. A partir de ahora no dormiría
sola.
Después de cenar intentamos convencer a Andrew para que se quedara a dormir en el sofá y
marcharse a Fort Worth por la mañana, pero nos reiteró que no quería ser una molestia y consiguió
salirse con la suya.
Jonan se durmió muy pronto y yo me quedé mirando la televisión mientras Megan se quedó
dormida en el sofá.
Un loco ha sido el ganador de la subasta de la casa Black.
Escuché en la televisión. En ese momento Alexander asaltó mis pensamientos; con tantas
noticias y movimientos me había despejado algo de él. Estaría realmente enfadado, había estado
incomunicada estos días pero él había estado igual.
Desde que me enteré del estado de Megan, decidí que iba a volver a Black Enterprise. Los dos
mil quinientos dólares que cobraba al mes no era algo de lo que se pudiera prescindir. Respecto a
mi tema personal con Alexander... lo dejaría en stand by. Su ausencia en todo lo relacionado con
la muerte de mi padre había herido mi mente y mi alma, y eso me costaría mucho sanarlo.
Cuando el sueño comenzó a ganar a la estabilidad de mis párpados, desperté dulcemente a
Megan y la mandé a la cama y yo hice lo propio.
Ya cambiada y tumbada volví a programar el despertador. Estos días habían sido demasiado
duros, pero el día que me esperaba al día siguiente iba a ser realmente agotador. Una batalla con
Alexander Black.
El despertador sonó e intenté apagarlo rápidamente para que Jonan no se despertara. Lo
conseguí y decidí programarlo para las nueve de la mañana para que mi hermano no se pasara
toda la mañana durmiendo como recordaba que hacía. Dejé al lado una nota:
Haz la compra y no hagas enfadarse a Megan. Habla con ella y que te cuente su
situación.
Este fin de semana buscaremos una universidad y te inscribirás en ella.
Skylar.
Acto seguido me metí a la ducha y puse el agua templada. Suspiré gloriosa, necesitaba
realmente eso. Al salir de la ducha me sequé el cabello y volví a la habitación con mi bata de
algodón rosa para buscar la ropa que me podría ese día.
Decidí ponerme un vestido blanco ceñido por la parte de arriba y un poco de vuelo por la
falda. De su cintura nacían miles de mariposas de colores.
Me miré al espejo; no pensaba ponerme más luto. La vida seguía, y el color negro impregnado
en mi ropa solo me recordaría la pérdida de mi padre. Me puse unos tacones negros y me maquillé
poco.
Cuando dieron las ocho y media me dirigí con mi coche a Black Enterprise.
Al entrar solo en la recepción, Lorraine captó toda mi atención con un pequeño grito
prominente de su garganta.
—¡¡Skylar!! —Me agarró por la mano e hizo que me parara—. Pensé que te había pasado
algo.
Lorraine pasaba demasiado tiempo con Alexander y comenzaban a pegársele las paranoias de
su jefe.
—A mí no —dije con un deje de tristeza. Ella ladeó su cabeza y su gesto transmitía
preocupación—. Mi padre ha muerto.
Su cara se descompuso al instante y agarró mi mano con más fuerza.
—Lo siento mucho, Skylar... —musitó con un nudo en la garganta—. El señor Black ha estado
muy preocupado por ti.
—¿Está... enfadado? —titubeé algo nerviosa. Quería prepararme a lo que me depararía volver
a ver a Alexander.
—Más que enfadado, triste y preocupado. Me dijo que te despidió y que pensó que no ibas a
volver más —dijo con cara de no entender nada. Era lógico que se mi había despedido no
volvería más.
A menos en una vida normal. Cosa que no era mi caso.
—Voy a hablar con él, ¿vale? —dije con una pequeña sonrisa tranquilizadora. Esas palabras
parecieron mágicas pues al escucharlas Lorraine al fin liberó mi mano.
Llegué a la última planta y la puerta del despacho de Alexander estaba abierta. Tragué saliva y
toqué la puerta; lograba verle de espaldas mirando por el gran ventanal.
—Adelante —dijo girándose y viéndome por la rendija de la puerta.
Pasé y cerré la puerta a mi paso. Mis piernas flaquearon al ver su rostro. No me transmitía
nada, ni felicidad, ni preocupación, ni enfado. Nada.
Y eso era lo que más me asustaba.
—Al menos veo que estás bien —dijo con voz neutra apoyado en la mesa.
—Sí —musité sin mirarle a los ojos.
—¿A qué has venido? —preguntó, aun sin mostrarme nada respecto a sus sentimientos. Yo
suspiré profundamente.
—Necesito el trabajo, Alexander... —dije mirando al suelo. Estaba realmente nerviosa. Todo
iría algo mejor si yo conservara ese trabajo.
—Has vuelto... por el jodido trabajo... —siseó Alexander asintiendo con un gesto de enfado,
aunque controlado.
—¿Pensabas que iba a volver por ti? —pregunté frunciendo profundamente el ceño—. No has
estado cuando más te necesitaba..., ¿y pretendías que volviera por ti?
—¡¿A qué te refieres?! —preguntó con mirada inquisitiva acercándose unos pequeños pasos a
mí.
—He enterrado a mi padre y tú no estabas conmigo —dije negando con la cabeza con rabia y
comenzando a enturbiarse mis ojos con lágrimas.
Alexander se quedó quieto; paralizado. Me miró fijamente con los ojos abiertos como platos.
—Skylar, yo no... —murmuró sin apartar su mirada de sorpresa de mí. Apenas pestañeaba.
—¡Claro que tú no...! —le recriminé haciendo caso omiso al dolor y tristeza que comenzaban
a transmitirme sus ojos—. Tú viste que te llamaba desesperadamente y apagaste el móvil. Claro
que tú no —dije con rabia. Cerré los ojos y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.
Escuché los pasos de Alexander hacia mí pero yo retrocedí; no quería que me tocara.
—Yo no apagué el móvil —dijo con su mano tendida en un intento fallido de acariciarme —.
Mierda... —masculló.
—Alexander, no te molestes —dije con tono cansado mientras restregaba mis dedos alrededor
de mis ojos para quitar las imperfecciones del maquillaje—. Solo necesito el trabajo.
Alexander asintió con la cabeza débilmente. Yo se lo agradecí con la mirada y me dirigí a mi
oficina.
ALEXANDER
(la noche en la que murió el padre de Skylar)
Estaba jodidamente confundido. Sin explicaciones, como si yo no le hubiera importado nunca,
Skylar se había ido. Se había autodespedido. Nunca iba a lograr entenderla. Ella tampoco se iba a
llegar nunca a entender.
Eran las seis de la tarde y lo mejor era que me fuera de Black Enterprise. Necesitaba aire
fresco... y también una copa.
Bajé por el ascensor y solo estaba Lorraine colocando varias cosas antes de irse. Me despedí
con la mirada y Lorraine entendió enseguida que no quería hablar con nadie.
Me subí al coche y puse rumbo a un bar donde antes de conocer a Skylar solía frecuentar.
—Cuánto tiempo, señor Black —me saludó el camarero tras la barra al verme entrar por la
puerta—, ¿lo de siempre?
Se notaba que nunca iba a pasar desapercibido en un ningún sitio, y en cierta parte, me
molestaba. Asentí con la cabeza, recordaba que allí siempre tomaba tequila.
Apoyé mis codos sobre la barra y restregué mis manos en la cara. Nunca entendería a Skylar.
Tardó apenas unos minutos el camarero en volver trayendo consigo un pequeño vaso de
chupitos junto a una estrenada botella de tequila. Seguro pretendía que me la bebiera entera, y ese
no era mi pensamiento. Al menos al principio.
Tres chupitos después alguien tocó mi espalda con delicadeza y la reconocí por su olor antes
de girarme a verla; era Rose.
—Este es el último sitio donde esperaba encontrarte —dijo con su voz dulce, la misma que
empleaba siempre conmigo.
—Yo no esperaba encontrarte —dije sirviéndome otro chupito de tequila sin mirarla.
—Tequila... umh... —jadeó sentándose Rose en el taburete a mi lado—. Siempre tomas eso
cuando estás triste.
—No hagas como que me conoces —gruñí por lo bajo pero a Rose pareció darle igual.
—Sabes que te conozco —dijo con voz persuasiva y prepotente, pasando su mano por mi
espalda. Yo me removí para que dejara de hacerlo—. ¿Desilusión con esa niñita?— preguntó,
enfatizando ese despectivo a Skylar con tono de asco.
—Te recuerdo que se llama Skylar, y es la única mujer que ha conseguido que yo ame —aclaré
y me bebí otro chupito de tequila. Por el rabillo de mi ojo lograba ver cómo Rose sonreía.
—Otro vaso —dijo Rose cuando vio pasar al camarero.
Yo ladeé mi cabeza pero intenté no hacerle caso. Estaba tan cansado que no quería rebatir
nada con nadie.
El camarero sirvió su vaso y ella se lo llenó de la botella que antes me había traído.
Alrededor de media hora después la botella estaba totalmente vacía. Y yo borracho. Rose
fingió estar ebria pero yo sabía de sobra que no había bebido tanto. Pagué al camarero y me
dispuse a marcharme.
—No puedes conducir así —dijo a mis espaldas.
—A ti no te importa —gruñí e intenté abrir el coche, aunque no lo logré. Estaba demasiado
mareado.
—Sí, sí me importa —Cogió mis llaves de mis manos y abrió a la primera el coche. Mis
sospechas sobre el estado de embriaguez de Rose eran ciertas.
Rose abrió la puerta del copiloto y me invitó a subir. Estaba demasiado mal y decidí que era
la mejor opción. Rose sonrió triunfante y cerró la puerta, ocupando ella la del piloto.
Me pasé todo el viaje callado, intentando luchar conmigo mismo para no vencerme al sueño.
Rose aparcó frente a mi apartamento y se bajó del coche. Se dirigió a mi puerta y me la abrió.
—Gracias.
Extendí mi mano para que me devolviera mis llaves. Ella volvió a sonreír de forma maliciosa
y negó con la cabeza.
—No me iré hasta que sepa que estás sano y salvo —dijo acercándose. Estaba demasiado
cansado, necesitaba una cama, así que decidí entrar.
Llegué a mi casa y era Rose quien también abrió la puerta. Me coloqué en ella y la ocupé
entera, sin darle opción a Rose a entrar.
—Ahora..., mis llaves —titubeé.
Si Skylar me hubiera visto así...
—Hasta que no estés en la camita, no —se jactó, y con un pequeño empujón logró apartarme
de su camino. Bufé, pero solté mi móvil en la mesa y ella soltó mis llaves.
Me dirigí a mi habitación y cerré la puerta para cambiarme, mientras ella me gritaba que iba a
coger un vaso de agua. Sabía de sobra sus intenciones, así que me puse una camiseta blanca y unos
pantalones elásticos grises y fui al baño para refrescarme la cara. Volví al salón en mejor
condición y vi cómo Rose tenía en sus manos mi móvil.
—No tienes batería... —se excusó con una sonrisa mientras lo dejaba en el poyete de la
cocina.
Yo asentí con la cabeza.
—Ahora, vete —pedí dirigiéndome a la puerta y señalándosela con la cabeza.
—Pero Alexander... —Se acercó a mí y posó su nariz en mi cuello para olerlo—. Podemos
pasar un buen rato, como los de antes.
Yo la empujé y su rostro se encendió. Estaba rabiosa por ese acto.
—Tan fiera como siempre —comentó con cierta excitación. Yo blanqueé los ojos; estaba
consiguiendo sacarme de mis casillas.
—Vete o me veré obligado a llamar a Carter —la amenacé con el ceño fruncido. Ella asintió,
al fin, y colocó un pie fuera de mi casa.
—Yo soy mejor que esa niñita, Alexander, y lo sabes —profirió con tono coqueto mientras
desabrochaba su corsé azul dejando a la vista su sujetador.
—Tápate.
Y cerré la puerta dejándola fuera de mi vista.
SKYLAR
Me senté al fin en mi silla y encendí el ordenador. Mientras se encendía, la reacción de
Alexander volvió a mis pensamientos. Había sido algo confuso. Me esperé un Alexander más
enfadado, pero por una parte me relajó verle así. Aunque algo me atemorizaba.
¿Alexander había comenzado a cambiar o me escondía algo?
Agité mi cabeza intentando olvidar esas dudas. El caso era que Alexander había sido generoso
y había aceptado a seguir teniéndome de secretaria.
A falta de unos minutos para que dieran las cinco, alguien tocó mi puerta y yo le animé a pasar.
Era Alexander.
Se sentó en la silla de enfrente y me dedicó una cálida sonrisa.
—Lo siento, Skylar —rompió el silencio y su sonrisa comenzó a desaparecer—. Si hubiera
imaginado que... joder.
—¿Me estás... escondiendo algo? —pregunté algo insegura, pero quería escuchar su respuesta
fuera la que fuera.
—No..., nena —murmuró sacudiendo la cabeza. Se levantó y giró mi silla en dirección a él,
arrodillándose en el suelo y acariciando mis muslos.
—Alexander... —Empujé la silla un poco para atrás. No quería sentirme manipulada por sus
caricias —. Me va a costar perdonarte esto —añadí en un murmuro mientras mis ojos se volvieron
a cristalizar. Él asintió levemente, y su mirada se oscureció, negándome el paso a adivinar sus
pensamientos y sentimientos—. Estos días han sido los más difíciles de mi vida, y no has estado
ahí.
—De haberlo sabido hubiera estado contigo mi vida...
—No estuviste, Alexander —Me levanté rápidamente tras hacerlo él y comencé a moverme en
todas direcciones sobre la oficina.
Alexander entendió que ninguna de sus palabras iba a hacerme cambiar de idea y de
pensamiento.
—Este puesto va a ser tuyo pase lo que pase —dijo con un deje de tristeza y rostro derrotado.
Yo asentí agradecidamente.
—Yo también —añadió—, voy a estar esperándote el tiempo que haga falta.
Agradecí sus palabras y Alexander supo que aquella conversación había terminado ahí. Se
dirigió sin decir nada a la puerta, pero antes de que saliera, añadí algo:
—Me gustaría que... mientras tanto, nuestra relación se resuma en una estrictamente
profesional. Usted es el señor Black, mi jefe, y yo la señorita Evans, su secretaria.
Como quizá nunca tuvo que haber cambiado...
—Será como usted desee, señorita Evans —contestó con una voz apagada y triste—, Pero... yo
tengo algo de usted que le pertenece.
Le miré algo sorprendida, esperando que me aclarara qué era exactamente.
—¿Puede acompañarme a un sitio? Será el último favor que le pida —continuó. Yo torcí el
gesto; pensé que era una nueva treta de Alexander para hacerme seguir a su lado.
—Señor Black... —tartamudeé cruzando mis manos.
—Puede acompañarnos quién desee, si no está segura —respondió con un tono débil y con
mirada cabizbaja.
Decidí confiar en él (una vez más) y accedí a que me llevara al sitio que deseaba.
Durante el camino estuve totalmente callada. Alexander también. Parecía que éramos unos
totales desconocidos... unos que se conocían a la perfección. El camino que tomó Alexander me
resultó familiar pero no llegaba a recordar a qué me sonaba exactamente.
Casi al llegar alcancé a ver que era la mansión Black. Una sonrisa interna salió a relucir
cuando deduje que Alexander era el loco que había ganado la subasta.
Aparcó el coche donde lo hizo la última vez que fuimos allí, aunque a diferencia de aquel día,
no había ninguno más. Bajó de él con unos documentos en su mano y abrió mi puerta para que yo
también saliera.
Anduvimos hasta la fuente que estaba frente a la puerta de la mansión Black y ahí fue donde
Alexander sacó algo de su bolsillo y se puso frente a mí.
—Señorita Evans —pronunció ante mi algo nervioso—. Este sitio le pertenece.
Extendió su mano y me entregó los papeles que había sacado del coche y la llave de la
mansión. No entendía nada. Quise hablar pero lo único que salía de mi garganta eran pequeños
quejidos. Estaba anonadada.
—Usted es mi hogar, no éste. Este sitio solo es parte de mi pasado, y es parte de mis
recuerdos. Tanto ellos como yo somos de su propiedad —prosiguió al ver mi reacción, o mejor
dicho, mi nula reacción.
—Alexander... —musité, negando levemente con la cabeza—. No puedo aceptar esto.
—Sí puede, porque le pertenece —rebatió obligándome a tomar los papeles y las llaves—. Es
suyo y puede hacer con él lo que quiera —Acarició y alborotó su cabello—. Solo le pido que no
se deshaga de ella.
—¿Y su familia? —pregunté realmente extasiada por lo que acababa de hacer Alexander.
—Hillary está viviendo junto a Charlie y... los demás supongo que en una pensión. Pero ese no
es nuestro problema.
Suspiré de alivio al saber que Hillary estaba en buen lugar.
Quisiera o no, esa casa ahora me pertenecía a mí. Miré los documentos y descubrí que eran las
escrituras donde dictaminaban que me pertenecía. Observé con detenimiento la casa y Alexander
hizo lo mismo.
Sin que se diera cuenta le miré y supe que no nos íbamos a olvidar nunca.
Capítulo 18
Todos menos yo

Pasaron unos días en los que Alexander respetaba mi decisión, más o menos. Digo más o
menos porque Alexander conseguía dejarme sin defensas, sin escudo protector ante él y en estos
días sucedieron algún que otro acercamiento, algún que otro beso y sobre todo muchas sonrisas.
Mi parte irracionalmente enamorada de Alexander me gritaba que me lanzara sin remedio a
sus brazos, pero mis recuerdos me aconsejaban que esperara un poco más. Un poco más para
asentar mejor mis ideas o quizá para abrirme los ojos del todo.

En esos días Jonan también me había recalcado que no quería volver a estudiar, que se sentiría
demasiado mal pensando que yo trabajaba mientras él pasaba el tiempo estudiando cuando podría
cooperar con la casa. Megan por su parte, estaba muy confundida. Decidió esperar un tiempo hasta
darles la noticia a los hermanos Eric y Taylor.
Mi ansiado día había llegado; era catorce de septiembre y ese día ponía principio a mis
escuetas vacaciones, siendo más exactas, durarían quince días pero necesitaba tenerlos y pasarlos
durmiendo.
Alexander, desde que me dio la noticia de que tendría vacaciones, no hizo nada más que
insistir en que nos viéramos algún día de esos. Yo me moría por aceptar, pero mis ganas se
mordían la lengua y pronunciaban un pequeño ya se verá ante los ojos ávidos de Alexander.
—Hoy vienes muy contenta —dijo Lorraine al verme entrar a la oficina al ver mi sonrisa tan
exuberante—. Se nota que hoy comienzas tus vacaciones.
—Podríamos vernos —le propuse y ella aceptó encantada.
Subí por el ascensor y me dirigí a mi oficina. En la mesa del escritorio vi un sobre muy grande
de color beige. Me quedé extrañada, pero decidí sentarme y ver su contenido.
Eran dos billetes de avión para viajar a South Padre Island.
Alexander...
El billete salía el día veinte de septiembre.
Mi corazón se hinchó de felicidad; Alexander quería viajar a la playa conmigo. Sonaba tan
bien....
Suspiré con los billetes en mi pecho; estaba decidida a darle un sí. Pero quería hacerme la
dura.
Como si escuchara mis pensamientos, Alexander tocó la puerta de mi oficina y le dejé pasar.
Me saludó con una preciosa sonrisa y yo se la devolví. Dejé los billetes sobre la mesa y me
acerqué a él.
—¿Qué pretende hacer con esos billetes, señor Black? —dije coquetamente mientras
arreglaba su corbata.
—Llevarla lejos..., conmigo —murmuró en mi oreja. Sus suspiros recorrieron todo mi cuerpo
como un calambre delicioso.
—Tengo que pensármelo —respondí apartándole suavemente de mi cuello. Corría peligro, y
no quería acabar desnuda sobre mi mesa de trabajo.
—¿De verdad? —cuestionó con voz sumamente atractiva.
Oh no, Alexander, no quiero jugar, sé que saldré perdiendo...
—De verdad —. Sonreí pícaramente y Alexander me dedicó una sonrisa inquisitiva de lo más
jocosa posible—. Ya le daré mi respuesta, señor Black, mientras tanto, me gustaría aprovechar mi
último día de trabajo antes de mis vacaciones —agregué, girándome hacia la mesa e instantes
después sentándome en ella.
—De acuerdo, señorita Evans —contestó y se acercó al escritorio, apoyando ambas manos en
él y abalanzándose a mí—. Si quiere algo estaré en mi oficina, esperándola.
Yo sonreí y él aprovechó mi descuido para robarme un fugaz beso. Luego guiñó su precioso
ojo azul y salió de la oficina.
Llegué deseosa a casa. Por fin, por fin mis vacaciones. Llevaba trabajando en Black
Enterprise desde finales de abril, hacía ya unos cinco meses. Cinco meses que hacía desde que
conocí al inquietante Alexander Black... y desde entonces mi corazón le pertenecía.
También, aún, hacía poco que mi padre me dio su último adiós. Nunca pensé que sería tan
pronto... y a veces pensaba que todo era producto de un sueño, irreal, y que mi padre seguía vivo
en nuestra casita de Fort Worth, la cual, aun, no habíamos vendido. No sabíamos qué hacer con
ella.
Abrí la puerta y escuché muchas voces prominentes del salón. Aligeré mi paso y descubrí a
Megan, Jonan, Taylor y Eric.
—¿Qué pasa? —pregunté mirando a ambos invitados inquisitivamente.
Megan sujetó mi mano y me miró con unos ojos tranquilizadores.
—Ha llegado el momento —murmuró suspirando, intentando dejar ir todo el temblor y nervios
que estaba circulando por su cuerpo.
Jonan miraba a los hermanos enfadado. Sabía la situación que íbamos a vivir y él no los creía
capaz de saber respetar a Megan y al bebé que venía de camino.
—¿Qué quieres? Dilo ya —exigió enfadado Taylor, cosa que me hizo enfadarme a mí. Era
totalmente arisco y frío, no me gustaba para nada.
—¿Qué pasa, Megan? —preguntó más dulce Eric. Él era el que salió hacía tiempo desnudo de
la habitación de Megan, solo que ahora lucía con más ropa.
—Chicos... —se aclaró la garganta y comenzó a temblar, tanto que pensé que en cualquier
momento caería al suelo—. Estoy embarazada —dijo al fin, y comenzó a relajarse más.
Yo miré atentamente la reacción de ambos, Eric se quedó totalmente petrificado mientras
intentaba tenerse en pie sujetándose a una de las sillas del comedor. Por su parte, Taylor no mostró
signo alguno de preocupación. Su cara seguía igual que hace unos minutos cuando aún no sabía la
noticia.
—¿Y qué? —rompió Taylor el silencio incómodo mientras miraba con una risa a su hermano
—, en la que te has metido... —añadió, asquerosamente divertido, mientras tocaba la espalda de
su hermano.
A Megan se le enturbió el rostro y decidió continuar.
—No sé de quién es de ambos.
Y en ese momento Taylor mostró el mismo rosto de espanto que su hermano. Esa situación era
delicada a la par que extraña.
—Megan... —murmuró Eric que comenzaba a tomar el mando de la situación—. ¿Qué...
piensas... hacer?
—Abortar, ¿no? —preguntó con seguridad Taylor con rostro de temor.
—No... no... lo... sé... —intentó pronunciar ella pero la situación no la hacía hablar con
claridad—. Tendríamos... que... hablarlo... los tres —. Intentaba hablar conteniendo sus lágrimas
pero salieron a flote sin censura.
Yo me abracé a ella y noté como su piel estaba helada. Podía sentir su dolor... y era
desgarrador.
—Es mejor... que lo hablemos en otro momento —musitó Eric mirando a los ojos a Megan,
pero sin tocarla—. Cuando estemos mejor.
Taylor asintió y tomó la iniciativa de abrir la puerta para irse. Eric hizo lo mismo y se fue
detrás de él.
En el momento que la puerta se cerró, Megan se lanzó al sofá y comenzó a gritar y a expulsar
su ira tirando y golpeando los cojines con fuerza. Jonan intentó pararla pero le detuve, lo mejor
era que Megan exteriorizara toda su rabia.
***
Pasaron un par de días y comenzaron a preparar una pequeña feria en las calles de Dallas.
Jonan quería ir y pasar un buen rato, y terminó por convencernos a Megan y a mí de ir. Esa misma
tarde Andrew nos visitó para unos días y vio la idea de visitar la feria muy acertada.
Megan invitó a Kevin, Olivia y Ann, ya que quería pasar el rato en familia, como nos decía
ella, y abstenerse por un momento de todo lo que le rodeaba.
Desde que salí de Black Enterprise lo más que había compartido con Alexander habían sido
unos mensajes, yo no me quería separar demasiado en esos días de Megan, ya que a partir del día
veinte no la vería.
Llegó la noche y todos comenzamos a arreglarnos para dar un paseo por la feria.
Jonan me había contado la historia del médico, tras prometerle que no le diría nada a Andrew:
él tenía una familia perfecta, una mujer hermosa a quien amaba con locura y una pequeña de cuatro
años idéntica a su mujer. Un día de lluvia ambas salieron a comprar... y nunca más volvieron. Tras
dos días desaparecidas, encontraron el coche arrojado a una pendiente y ambos cuerpos dentro.
Andrew guardaba en su corazón un terrible dolor, y yo le tenía un cariño especial por ello.
Salimos del piso y en el portal nos esperaban Kevin, Olivia y Ann. Estas dos últimas se
tiraron a Megan, ella necesitaba mucho cariño en esos momentos y todos se lo dábamos sin
dudarlo. Kevin, por su parte, me saludó a mí la primera con mucha vergüenza y dulzura. Le tenía
mucho cariño a pesar de saber con certeza que él sentía mucho más por mí.
La feria estaba apenas dos manzanas de casa y fuimos andando. La plaza estaba repleta de
gente y de puestos, junto a mini juegos. Jonan, Andrew y Kevin rogaron parar en uno de ellos que
consistía en explotar tres globos con tres dardos y a cambio, escoger el peluche que quisieras.
La música estaba muy alta, y con ello, la gente gritaba para poder entenderse. Miré a Megan
con disimulo y vi su rostro feliz al ver que Andrew iba a conseguir un peluche.
Andrew y Kevin consiguieron premio y Jonan, junto sus pucheros, no. Todos comenzaron a
reírse pero sin maldad, cosa que entendió a la perfección mi hermano y aumentaba más su puchero
para que alguien le diera un mimito. Fui yo la encargada de dárselo y él empezó a vacilar de
hermana. Me encantaba verlo feliz. Muchas noches nos la pasábamos en vela porque Jonan había
despertado de una pesadilla. Extrañaba mucho a nuestro padre. También nos pasábamos noches
viendo vídeos como el de mi cumpleaños, que también estaba mi madre y estaba embarazada de
él. Ellos... ahora eran recuerdos, y teníamos que vivir con ello.
Kevin escogió un peluche enorme con forma de oso de color blanco roto, que sostenía un
corazón del mismo color en el que ponía I love you. Se dirigió a mí y me lo entregó, yo me
enamoré de inmediato del peluche y decidí no soltarlo en toda la noche. Sabía a la perfección lo
que ponía en el corazón del peluche pero me tomé el regalo como uno amistoso.
Por su parte, Andrew escogió un peluche rosa con forma también de oso que sostenía entre sus
brazos un osito igual a él pero mil veces más pequeño. Se lo regaló a Megan, y unas lágrimas
afloraron de sus ojos. Andrew le había repetido hasta el cansancio que no abortara, que él podría
ser su padre si las cosas se torcían. Y todos supimos que el regalo fue una clara declaración de
intenciones.
Caminamos por la feria, Megan y yo sonrientes con nuestros peluches. Captábamos la atención
de todas las mujeres, que al vernos, tiraban del brazo de su pareja y le pedía que le regalara uno
como los nuestros. Tras un rato viendo puestos y de más, Kevin me pidió hablar a solas y le
pedimos a los demás que nos dejaran un poco atrás.
—Skylar... me gustaría que pensaras sobre nosotros... —comenzó a decir, tartamudeando. Y yo
supe de qué quería hablar, y no lo vi buen momento—. Yo solo te haría sonreír, solo sacaría la
misma sonrisa que he conseguido sacarte hoy cuando te he dado el peluche.
Yo sonreí levemente y abracé con fuerza al peluche para que supiera que me había gustado.
—Te quiero, Sky... te quiero —añadió mientras se acercaba poco a poco a mí.
Intenté echarme un poco para atrás, pero Kevin sujetó mis brazos y el peluche cayó al suelo, y
fue a robarme un beso. Milímetros antes de que sus labios comenzaran a rozar los míos, y
asumiendo que Kevin me iba a besar, unos fuertes brazos arrebataron a Kevin de mi lado y
comenzaron a golpearle sin piedad. Me repuse del susto rápidamente y logré ver a Alexander
propinándole patadas a Kevin, que yacía en el suelo.
—¡¡Alexander!! —bramé al unísono con Hillary, a la cual vi que estaba detrás de él.
—¡Jodido hijo de puta! —maldecía Alexander mientras golpeaba la cara ya ensangrentada de
Kevin.
—¡Alexander joder! —grité desesperada. Miré a mí alrededor, y todo comenzó a ir a cámara
lenta.
Vi el rostro irritado de Andrew intentando hacerse paso por el cúmulo de gente, luego volví la
mirada y vi la cara irreconocible de Kevin en las manos de Alexander, que estaba dispuesto a
matarle en ese instante, y lo iba a conseguir. Nadie hacía nada, y Kevin estaba terriblemente
ensangrentado y herido. Sus rostros faciales eran irreconocibles, y los ojos de Alexander dejaron
de ser suyos; en ellos solo se podía ver odio y sed de sangre.
Asustada, decidí yo misma separar a esa bestia de Kevin y logrando desviar un puño que iba
directo a la boca de Kevin, Alexander, sin control, golpeó con fuerza y rabia mi mejilla, causando
por la intensidad del golpe que retrocediera unos pasos. Alexander levantó la mirada y me vio
mirándole, aterrorizada, con ambas manos en la mejilla y con mi nariz comenzando a sangrar.
Dolía. Todo me dolía. Alexander soltó a Kevin y quedó derrotado, como si estuviera totalmente
desarmado. Andrew agarró a Kevin, alejándolo de Alexander.
—Nena, yo... —sollozó alargando la mano para tocarme.
—¡No...! —vociferé echando un paso hacia atrás—. Eres... eres un puto... monstruo —proferí
entre sollozos sin quitar mis manos de mi mejilla.
Los ojos de Alexander se convirtieron en fuentes aflorando agua sin parar, y negaba con la
cabeza. Parecía que no era consciente de lo que había sucedido.
—Yo... no... quería —murmuró mirando su mano, la cual me había golpeado, con ira.
Kevin consiguió ponerse en pie, aunque estaba irreconocible. Quiso volver a abalanzarse
sobre Alexander por lo que me había hecho, pero yo agarré su mano para que no se pusiera a su
altura. Ese gesto hizo que Alexander se rompiera más; aunque me dio igual.
—No quiero volver a verte... —dije con mi voz llena de rabia—, en mi vida.
—Sky... Skylar —musitó llorando aun terriblemente hundido, pero Hillary le cogió del brazo y
le echó para atrás.
—Es mejor que nos vayamos. Tiene que atenderos un médico —comentó Andrew sujetando a
un desestabilizado Kevin..
—¡No! —gritó desesperado Alexander intentando deshacerse del agarre de su hermana—.
¡No, joder, no! ¡Tenemos que hablar Skylar! ¡Joder! —continuó. En ese momento Charlie y un
hombre le cogieron con más fuerza intentando calmarle.
Kevin pasó su mano por mi cuello y me obligó a marcharme. Cogí el peluche y comencé a
andar dándole la espalda a Alexander, y escuchando aun sus gritos desesperados para hablar
conmigo. Me giré lentamente a verle, y me rompió del todo. Alexander estaba en el suelo sujeto
por más hombres que intentaban tranquilizarle.
—¡Skylar por favor!
Pero no iba a correr hacia él. Continué andando hacia delante, mirando el suelo. Todo me daba
vueltas. Mi vida daba vueltas. No paraba de llorar. Sin darme cuenta llegamos a casa, donde
Andrew cogió su coche para llevarnos a Kevin y a mí al hospital. Yo decidí que no iría, no era
para tanto, el dolor que podría sentir en mi mandíbula no era comparable al que sentía
interiormente.
Corrí escaleras arriba como una niña chica y abrí rápidamente la puerta al llegar al piso y me
encerré bajo pestillo en mi habitación. Tiré el peluche al suelo y me acurruqué en una esquina de
mi habitación, rodeando mis piernas con mis brazos y hundiendo mi cabeza en ellas. Horribles
escalofríos recorrían mi cuerpo, como si fueran descargas eléctricas. Las lágrimas no paraban de
caer de mis ojos, que ya no eran azules, parecían que de tanto llorar se habían quedado blancos.
Mis lágrimas caían como la lluvia cae de una nube que ya no puede soportar tanto peso; mis
lágrimas caían porque mi corazón ya no podía soportar tanto dolor.
Alexander era un monstruo.
Todo el mundo tenía razón.
Todo el mundo menos yo.
Golpeó con fuerza mi mejilla al igual que golpeó sin pasión mis sentimientos. Un monstruo no
podía querer a nadie. Un monstruo no podría ser controlado.
Tanta felicidad, tantos planes de futuros se habían disipado en el momento que la misma mano
que me solía acariciar todas las noches, decidió golpearme.
Y el golpe era lo que sin duda menos me dolía.
Lo que realmente dolía era la pura decepción, que era lo único que se deslizaba a través de mi
cuerpo.
La decepción de haber escuchado a todo el mundo decir que Alexander era un ser sin
sentimientos, y que resultara ser verdad.
Realmente no era tan fuerte como me esperaba.
Deseaba no volverle a ver nunca más. Supuse que así me dolería menos. No verle a los ojos y
recordar todo lo que un día me transmitieron.
Comencé en ese momento a experimentar uno de los sentimientos más tristes de un ser humano;
sentirse totalmente vacía y desamparada. Me encontraba totalmente rota, tan rota que pensé que
sería imposible jamás volver a reconstruirme. Había dado todo de mí, todo le correspondía a
Alexander, todo era pertenencia suya. Y yo... me había quedado vacía.
Me sentía como si me hubiera dividido en dos partes; una que le quería y otra que le quería
olvidar. Y era como si ambas escucharan canciones tristes, pero entendiéndolas de diferente
manera.
Me levanté a tientas y me miré al espejo; en ese momento comprendí que tardaría
incomprendidas veces más en recuperarme que lo que había tardado Alexander en hundirme.
Capítulo 19
Todo termina

ALEXANDER
Odiaba no saber nada de Skylar. Odiaba tener que apagar la luz por la noche y que su sonrisa
no iluminara toda la habitación.
Deseaba secuestrarla y tenerla solo para mí. Pero debía de ser comprensivo, Megan estaba
pasando por un momento duro de su vida y necesitaba la atención de sus amigos, sobre todo la de
su mejor amiga.
Yo también estaba de vacaciones, pero realmente empezarían cuando Skylar contestara un sí a
mi propuesta de viajar a South Padre Island. Tenía la esperanza de que lo hiciera. Su mirada al ver
los billetes me lo habían confesado todo.
Mi móvil sonó disipando todos mis pensamientos y vi en la pantalla el nombre de mi hermana,
Hillary. Siempre había estado más unido a ella que a cualquiera de mi familia, pero desde que
Skylar estaba junto a mí me había animado a acercarme a Hillary y pasábamos buenos ratos
juntos. Además, Charlie me caía bien, omitiendo los pequeños enfrentamientos que manteníamos
sobre Eizen. Yo le odiaba y él parecía que lo adoraba.
—¿Si? —contesté pegando el móvil a mi oído.
—¡Hermanito! —gritó con un hilo musical mi loca hermana. Quién diría que ella era la mayor
de ambos—. Esta noche voy a salir junto a Charlie y su amigo, George, ya le conociste,
¿recuerdas? Queremos que nos acompañes —me pidió y noté como seguramente estaba formando
un puchero. Había aprendido a conocerla rápidamente.
—Tengo trabajo... —intenté excusarme. La verdad que mi día se iba a resumir en trabajar
mientras esperaba que Skylar contestara mis mensajes. Desde que había sucedido lo de su padre,
sabía que ella no ha sabido perdonarme del todo. Nos amábamos, lo sabía, y ella quería estar
junto a mí, pero ese amargo recuerdo no se lo permitía fácilmente. Necesitaba tiempo, y se lo
daría, pero era jodidamente difícil.
—Estás de vacaciones, lo sé, he hablado con Sky —dijo con tono pícaro. No tenía salida.
—¿A qué hora? —pregunté resignado y escuché cómo Hillary gritó de la emoción.
—A las ocho estate preparado que pasaremos por ti —contestó rápidamente y colgó para no
darme tiempo a negarme.
Totalmente puntuales, Hillary, Charlie y George me recogieron tal a la hora que acordamos.
Me sentía como un adolescente. Nada más verme, Hillary me recordó lo atractivo que me veía y
lo orgullosa que se sentía al tener un hermano tan guapo como yo. Qué exagerada.
Habiendo dado miles de vueltas alrededor de la feria que han montado en la plaza, Hillary le
rogó a Charlie que le tirara un peluche gigante. George, (un muchacho que me presentaron hacía
unas semanas mi hermana y su novio, era alguien que había sabido ganarse mi confianza
rápidamente, como nunca nadie antes había conseguido) y yo lo vimos divertidos al ver cómo
fallaba.
Distraje mi atención por un momento del puesto y posé mi mirada en algo que me pedía a
gritos que me fijara; era Skylar, junto a alguien que intentaba besarla. No, no..., ¡NO!
Me negaba a que alguien besara esos labios que me pertenecían.
Me acerqué a paso rápido y firme y enganché a ese hombre por los hombros y lo puse frente a
mí, para que no le viniera de sorpresa nada. Estaba totalmente frenético.
Mi mirada solo se centraba en destruir a ese maldito que se había atrevido a tocar algo que era
mío. Le golpeé la cara hasta que el tipo quedó totalmente tirado en el suelo, y ciego por la ira,
golpeé sin cesar su espalda con mis piernas, rápida y fuertemente.
—¡¡Alexander!! —exclamaron Skylar y Hillary a la vez.
—¡Jodido hijo de puta! —grité mientras seguía golpeando a ese tío que era capaz de tocar a
Skylar; pero no de defenderse.
—¡Alexander joder! —gritó ella con un gemido ahogado en desesperación.
Le obligué a levantarse y comencé a golpear su rostro nuevamente. Estaba totalmente
ensangrentando, pero mis manos no estaban dispuestas a parar. Cuando alguien consiguió desviar
mi puño que viajaba directo a la boca que pretendía besar a Skylar, y sin controlar la situación,
golpeé el rostro con fuerza de quien había evitado ese golpe. Alcé la mirada y en ese momento me
di cuenta de la cruda realidad; Skylar estaba a unos pasos de mí, sujetando con dolor su mejilla y
por ella rodando varias lágrimas que amenazaban por no parar. La miré fijamente y en ese
momento me di cuenta de que su delicada nariz también estaba sangrando por mi puta culpa. En
ese momento solté al tipo y relajé mis brazos, como si se hubieran quedado sin vida al golpear a
mi pequeña Skylar. Un hombre se aproximó con cuidado y quitó al tipo de mi alcance.
—Nena, yo... —alcancé a decir mientras alargaba mi mano con el fin de abrazarla y llevarla a
mi pecho.
No había podido hacer eso. No. No había podido atacar a la única persona que había amado.
No. No. No.
—¡No! —gritó Skylar echando un paso hacia atrás—. Eres un puto monstruo —añadió
sollozando mientras no apartaba las manos de su mejilla.
Como no hacían en mucho tiempo, lágrimas comenzaron a humedecer mi rostro. Negué
mentalmente ante aquella situación: no podía ser verdad...
—Yo... no... quería —sollocé mientras intentaba explicarme. Yo no quería, joder. Alcé mi
mano y la miré con asco y rabia. No.
El tipo, con esfuerzo, consiguió ponerse en pie. Estaba totalmente ensangrentado. Me
recordaba a Eizen. Por un momento pensé que se iba a abalanzar sobre mí, pero una de las manos
de Skylar sujetó la del tipo, deteniéndole.
No. Skylar..., tú no puedes estar rozando otra mano que no sea la mía...
—No quiero volver a verte —dijo con odio mientras no soltaba la mano del tipo—. En mi
vida —añadió con tono de asco.
—Nena —pronuncié sollozando terriblemente, no podía parar de hacerlo. En ese momento
alguien me agarró del brazo y tiró de mí.
—Tenemos que irnos —susurró Hillary en mi oído con dulzura.
—¡No! —grité desesperado intentando que Hillary me soltara y pudiera abrazar a mi Skylar
—. ¡No, joder, no! ¡Tenemos que hablar nena! ¡Joder! —continué gritando mientras veía que todo
era en vano. Me revolví para escapar y coger de la mano a Skylar, pero Charlie y George
agarraron con fuerza mi cuerpo.
El tipo le pasó la mano por el cuello y la obligó a tomar la dirección contraria a la mía.
Maldito dijo de puta, le hubiera cortado los brazos. Skylar cogió un gran peluche de suelo, gesto
el cual el tipo agradeció con una sonrisa. Se lo había regalado él.
¿Era, acaso, su puto novio?
Negué con la cabeza; Skylar no era así.
—¡Skylar, joder! ¡Vuelve! ¡Podemos arreglarlo, como siempre! —grité con la esperanza de
que Skylar volviera a mi dispuesta a solucionar todo. Como siempre. Mis ojos brillaron al ver
como Skylar se giraba lentamente a mi dirección; aun lograba ver cómo lloraba.
—¡Skylar por favor! —bramé desesperado mientras George y Charlie me mantenían sujeto en
el suelo.
Skylar no se giró y terminé por perderla de vista.
En ese momento algo me dijo... que no volvería a verla.
Comencé a llorar como un niño, como cuando me vi solo en la calle con dieciocho años. Ni en
ese momento me había sentido tan hundido.
—Vámonos —dijo llorando Hillary y me tendió su mano para levantarme. La acepté a tientas
y me abracé totalmente derrotado a ella.
Soy un monstruo.
Epílogo
20 de septiembre, tres días después de que Skylar me abandonara...
No había parado de mirar el móvil para saber algo de Skylar. Ese día deberíamos partir a
South Padre Island. Aún conservaba el billete, y esperaba que ella también. Mi maleta estaba
preparada para no hacer esperar a Skylar.
Me dirigí al aeropuerto. Mantuve la esperanza de que ella llegara con su sonrisa y nos
besáramos tal y como suelen hacer en las películas.
Me senté en uno de esos asientos azules de plásticos fríos del aeropuerto y la esperé.
Pero Skylar nunca llegó.
30 de septiembre, trece días después de que Skylar me abandonara...
Ese día volvía al trabajo con la esperanza de que Skylar estuviera en su oficina poniéndose al
día en todos los asuntos de Black Enterprise. Toqué la puerta, pero nadie abría, por lo que decidí
hacerlo yo. Todo estaba a oscuras... como mi corazón.
Encendí la luz y como quería hacerme comprender mi lógica, Skylar no había vuelto.
Me senté entre sollozos en su silla.
Aún había algún que otro documento con su firma.
22 de octubre, treinta y cinco días después de que Skylar me abandonara...
Era mi treinta y un cumpleaños. Skylar debería haberlo pasado junto a mí, mi primer
cumpleaños junto a ella. Pero resultó algo imposible. Mi hermana me preparó una pequeña fiesta
en su casa con Charlie y George, junto a Lorraine y varios amigos más. Yo se lo agradecí, pero no
tenía ganas de nada.
No había nada que celebrar si Skylar no estaba a mi lado.
1 de noviembre, cuarenta y cinco días después de que Skylar me abandonara...
Aproveché la lluvia para salir a correr por las calles de Dallas. Por inercia, siempre acababa
en la calle de Skylar. Ella hacía tiempo que no salía de ahí. Ni ella, ni Megan, ni su hermano.
Todo comenzaba a preocuparme...
Skylar no volvería, y esa idea me destrozaba.

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