Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio
Al término de la segunda guerra mundial, surgió la necesidad internacional de
castigar a los responsables de las atrocidades que cometieron en este periodo, aunado al interés de prevenir una matanza como las acaecidas. No obstante a ello, para el año 1945, no existía ninguna definición legal específica para la destrucción sistemática de un grupo particular o determinado de personas, siendo hasta 1948 que estas actuaciones se lograron penalizar formalmente en el derecho internacional. En 1944, Raphael Lemkin (1900-1959), abogado judío-polaco, fue el principal impulsor en intentar describir las políticas nazis de asesinato sistemático y la destrucción de los judíos europeos; a lo que propuso por primera vez, la palabra “genocidio” que surgió al combinar geno, de la palabra griega que significa “raza” o “tribu”, y cidio, de la palabra latina que significa “matar”. Al año siguiente, el Tribunal Militar Internacional (IMT) en Nuremberg acusó a los líderes nazis de “crímenes contra la humanidad”, donde si bien se empleó la palabra “genocidio” en las acusaciones, se usó como término descriptivo y no legal. No fue sino hasta finales de 1946, cuando el término genocidio apareció por primera vez en un documento internacional, mediante la Resolución 96 dictada por la Asamblea General de las Organizaciones de las Naciones Unidas, donde fue definido como “una denegación del derecho a la vida de los grupos humanos”, confundiéndose de este modo con el “crimen contra la humanidad” aplicado en Núremberg. De este modo, dos años después fue cuando se produjo la distinción legal entre estas acusaciones. Cuya diferencia se ha mantenido hasta la actualidad por obra de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.
Aprobación, contenido y ratificación
La Convenció fue adoptada por la resolución 260 de la Asamblea General del 9 de diciembre de 1948, entrando en vigor el 12 de enero de 1951. Fue firmado por 41 países, habiendo siendo ya ratificado por 133. Los últimos países en unirse al tratado han sido Yugoslavia, el 12 de marzo de 2001, y Guinea y Suiza, el 7 de septiembre del 2000. Su contenido se considera de ius cogens, o, al menos de contenido erga omnes. Esta convención estableció el genocidio como un delito internacional el cual las naciones signatarias “se comprometen a evitar y sancionar”. El concepto de Genocidio es definido por la Convención en su artículo II, como el acto cometido con la intención de destruir total o parcialmente un grupo nacional, étnico, racial o religioso, entendiéndose estos posibles actos, los siguiente: a) Asesinar a miembros del grupo; b) Provocar serias lesiones físicas o mentales a miembros del grupo; c) Imponer deliberadamente en el grupo condiciones de vida calculadas para causar su destrucción física total o parcial; d) Imponer medidas destinadas a prevenir nacimientos dentro del grupo; e) Transferir a niños del grupo a otro grupo por la fuerza”. Esta Convención prevé que todas las personas, incluyendo los gobernantes funcionarios públicos o particulares, declaradas culpables de cometer el delito de genocidio deben ser castigadas penalmente, siendo responsables no sólo por la realización efectiva de los actos anteriormente mencionados, sino además la conspiración, la tentativa, la incitación directa y pública, y la complicidad para cometer tales actos (artículos III y IV). Es de puntualizar con respecto a la responsabilidad de los Jefes de Estado por la comisión del delito de genocidio, que la Convención in comento no establece ninguna inmunidad para éstos, es decir, los Estados partes deberán modificar sus leyes internas cuando éstas contengan fueron e inmunidades a sus funcionarios de alta jerarquía, puesto que de lo contrario, no sería efectiva esta Convención. Aunado a ello, se desprende que si, por ejemplo, un Jefe de Estado comete genocidio, éste será responsable de forma igual a que si el delito lo hubiere realizado un particular, es decir, no se puede considerar el rango jerárquico de una persona como una agravante de responsabilidad. Otra garantía normativa importante prevista en la Convención bajo análisis, es la prohibición de considerar el delito de genocidio como delito político, siendo obligatoria, en consecuencia la extradición de aquellas personas que hayan cometido tal delito conforme a la legislación y los tratados vigentes (articulo VII). La jurisdicción del delito de genocidio le corresponde, primeramente, a los tribunales competentes del Estado donde se cometió tal delito, o en su defecto, a los tribunales penales Internacionales aceptados por los Estados partes. Sin embargo, el estado contratante puede recurrir a los diversos órganos de las Naciones Unidas para que sean éstos lo que tomen las medidas concernientes para la prevención y represión de los actos de genocidio, como por ejemplo, el asilo. Así lo establece el artículo VI y VIII de la Convención. La Convención no contempla una enumeración de las sanciones aplicables a las conductas punibles, es decir, no configura o determina las penas que serán impuestas por el tribunal internacional, sino que remite a los órganos competentes de las partes contratantes para su aplicación, consagrando así la posibilidad de sanciones de carácter interno, de medidas de control y cooperación internacional y del eventual reconocimiento de una jurisdicción penal internacional por las partes contratantes. En virtud de la Ley aprobatoria de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, del 21 de marzo de 1960, y conforme a lo dispuesto en el artículo 128 de la Constitución, la antedicha Convención constituye ley de Venezuela. Debe destacarse que prescindiendo de la Convención antigenocida y de la Ley aprobatoria de la misma, los actos de genocidio son violatorios del artículo 61 de la Constitución, que consagra la igualdad de todos los habitantes, no permitiéndose “discriminaciones fundadas en la raza, el sexo, el credo o la condición social”.
Pese a la existencia de la Convención, desde entonces han ocurrido atrocidades
masivas, incluido el genocidio de Rwanda en 1994, que han puesto de manifiesto la imposibilidad de la comunidad internacional de hacer de la prevención del genocidio una realidad. El Asesor Especial para la Prevención del Genocidio, en cooperación con otros expertos en genocidio, preparó una lista de señales de alerta que podrían indicar que una comunidad está en riesgo de genocidio o de atrocidades análogas, a saber: a) el país tiene un gobierno totalitario o autoritario en el que un solo grupo controla el poder; b) el país está en guerra o hay un ambiente de ilegalidad, en el que pueden producirse masacres que no se pueden percibir con rapidez ni documentar fácilmente. La finalidad fundamental de la Convención es la de servir de patrón a las legislaciones de los países signatarios, los cuales se comprometieron a adoptar las medidas legislativas necesarias para asegurar la vigencia de la misma.