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BÉCQUER
VIDA Y ÉPOCA
Para Lourdes, Albert y Aina
Índice
PRESENTACIÓN
CRONOLOGÍA
I. INFANCIA Y ADOLESCENCIA
El linaje Bécquer
La decadencia de los Bécquer
El padre, José Domínguez Bécquer
Sevilla, el edén perdido
Gustavo, ¿un niño feliz?
Dos relatos ambientados en Sevilla: «Maese Pérez el organista» y «La
Venta de los Gatos»
Las primeras letras
El colegio de San Telmo
Sueños adolescentes
«Ut pictura poesis»
Bajo la sombra de Alberto Lista
La versión de Narciso Campillo
Obras adolescentes
La educación sentimental
II. GRANDES ESPERANZAS
Primeras publicaciones
La Revolución de Julio de 1854
El viaje a Madrid
Un joven escritor de provincias
El influyente Juan José Bueno
La España musical y literaria
La Historia de los templos de España
Un proyecto demasiado ambicioso
Los misterios de «El caudillo de las manos rojas»
Leyendas y relatos ambientados en Toledo: «La ajorca de oro» (1861), «El
Cristo de la calavera» (1862), «Tres fechas» (1862), «El beso» (1863),
«La rosa de pasión» (1864)
La superación de la escuela sevillana
III. JULIA ESPÍN, ¿EL GRAN AMOR DE BÉCQUER?
Joaquín Espín, activista musical
El mitificado encuentro del balcón
Las modestas tertulias de los Espín
Gustavo y Julia: ¿galanteo o amor?
Los álbumes de Julia
Julia, musa menor de las R IMAS
La mujer altiva y perversa en las obras de Bécquer
La corta carrera artística de Giulietta Colbrand
IV. TIEMPOS DIFÍCILES
Efímero crítico literario
Debut en el mundo teatral
La cruz del valle
El periodismo político
El Contemporáneo
Las Cartas literarias a una mujer
Valeriano: consolidación artística
Las leyendas ambientadas en Cataluña: «La cruz del diablo» (1860) y
«Creed en Dios» (1862)
V. CASTA ESTEBAN, ESPOSA DE BÉCQUER
Casta Esteban y su familia
Gustavo, ¿paciente del cirujano Esteban?
El negocio del crecepelo
¿Cómo se conocieron Gustavo y Casta?
La personalidad de Casta
Una boda acelerada
Los ruinosos negocios de Francisco Esteban
Gustavo y Casta
VI. CONSOLIDACIÓN PROFESIONAL
El prólogo a La soledad (1861), de Augusto Ferrán
Las leyendas ambientadas en tierras sorianas: «El Monte de las ánimas»
(1861), «Los ojos verdes» (1861), «El rayo de luna» (1862), «La
promesa» (1863)
Visión de la mujer en Bécquer: entre la idealización y la misoginia
El éxito de la zarzuela El nuevo Fígaro
El fiasco de Clara de Rosemberg
La novela perdida
Los baños termales de Fitero
Las leyendas ambientadas en Navarra: «El miserere» (1862) y «La cueva
de la mora» (1863)
La estancia en el monasterio de Veruela
«Desde mi celda»
Los baños de mar en Algorta
Las leyendas ambientadas en Aragón: «El gnomo (1863)» y «La corza
blanca» (1863)
VII. EL COMPROMISO POLÍTICO DE BÉCQUER
Cronista parlamentario
Las «Cartas semipolíticas»
El mecenazgo de Luis González Bravo
Director de El Contemporáneo
Censor de novelas
El diario Los Tiempos
El escándalo de Doña Manuela
El hijastro de O’Donnell
El Museo universal
Fiscal de novelas por segunda vez
La Sociedad de escritores
Los neos atacan a Bécquer
Amistades y rivalidades políticas
Las obras de Valeriano
VIII. LA REVOLUCIÓN DE SETIEMBRE
Una revolución cívica y ordenada
El misterio del manuscrito de las «Rimas»
El «Libro de los gorriones»
¿Viaje a París?
Crisis conyugal
Director de La Ilustración de Madrid y de El entreacto
Muerte de Valeriano
IX. LOS BORBONES EN PELOTA
La pornografía política
El escandaloso contenido del álbum
Francisco Ortego, autor de Los Borbones en pelota
La reconversión ideológica de Manuel del Palacio y Eusebio Blasco
¿Adiós a SEM?
X. DESENLACES
La muerte de Bécquer, según Nombela
La muerte de Bécquer en la prensa
¿De qué murió Bécquer?
Un frío entierro
Julia Espín, señora de Quiroga
Casta Esteban, viuda de Bécquer
Los hijos de Gustavo y Casta: Gregorio, Jorge y Emilio
Los hijos de Valeriano y Winifreda: Alfredo, alias el Pollo Bécquer, y
Julia
XI. LA POPULARIDAD DE LAS RIMAS
La edición póstuma de las obras de Bécquer
Imitaciones y parodias
Las golondrinas, un tema de larga tradición
¿Poeta de sensibilidad femenina?
La configuración de una imagen idealizada de Bécquer
XII. LAS FALSIFICACIONES DE FERNANDO IGLESIAS FIGUEROA
APÉNDICES
Apéndice I. Concordancias de las Cartas semipolíticas
Apéndice II. Concordancias de Doña Manuela
Apéndice III. Necrológicas de Bécquer.
Apéndice IV. Texto completo de las rimas citadas
PRENSA CITADA
BIBLIOGRAFÍA
CRÉDITOS
PRESENTACIÓN
P. S.: Agradecimientos
1836 17 de febrero: Nace en Sevilla Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, quinto hijo
de Joaquina Bastida y del pintor José Domínguez Bécquer, especializado en
cuadros de escenas costumbristas andaluzas.
1841 Muere el padre del escritor, dejando en precaria situación económica a la
familia. Nace en Torrubia (Soria), Casta Esteban, futura esposa del poeta.
1846 Ingresa en el Colegio de Náutica de San Telmo, de Sevilla, destinado a
huérfanos de familias nobles. Allí se hace amigo de Narciso Campillo, con
quien escribe dramas y novelas románticas.
1847 Muere la madre del poeta. Interrumpe sus estudios de náutica en el colegio de
San Telmo, suprimido por el gobierno. Él y sus hermanos son recogidos por sus
tías maternas. Frecuenta la casa de su madrina Manuela Monnehay, que poseía
una amplia y selecta biblioteca.
1848 Entra en la Escuela de Bellas Artes dirigida por el pintor Antonio Cabral
Bejarano, y luego en el de su tío Joaquín Domínguez-Bécquer.
1853 Conoce a Julio Nombela. Campillo, Nombela y Bécquer forman un grupo
poético, y juntos proyectan trasladarse a Madrid para triunfar como poetas. La
revista madrileña El trono y la nobleza publica un soneto suyo.
1854 18 de julio: En Madrid triunfa el movimiento revolucionario progresista
encabezado por los generales O’Donnell y Espartero. Creación del partido
centrista Unión Liberal. Desde Sevilla, el poeta y su hermano Valeriano hacen
un álbum con dibujos y textos satíricos contra los revolucionarios. Octubre:
Llega a Madrid, donde se relaciona con Julio Nombela y Luis García Luna.
1855 Publica su oda «A Quintana», el artículo «Mi conciencia y yo» y otros poemas.
Visita Toledo en varias ocasiones. Realiza diversos trabajos periodísticos y vive
en condiciones precarias.
1856 Conoce a Ramón Rodríguez Correa. Estrena la obra cómica La novia y el
pantalón, escrita en colaboración con García Luna, bajo el seudónimo de
«Adolfo García».
1857 Bécquer y Correa entran como oficinistas en la Dirección de Bienes
Nacionales. Bécquer cesa al poco tiempo. Junto a Juan de la Puerta Vizcaíno
asume la dirección del proyecto de publicación de la Historia de los templos de
España . Ambos son recibidos en audiencia por los reyes, que dan su apoyo al
proyecto. Agosto: Sale la primera entrega de la obra, dedicada a las iglesias de
Toledo, con un prólogo de Bécquer.
1858 Marzo: Grave enfermedad, que le obliga a guardar cama durante dos meses.
Publica por entregas la leyenda de tema hindú «El caudillo de las manos rojas».
Comienza a escribir sus Rimas .
1859 Deja de publicarse, por motivos económicos, la Historia de los templos de
España . Escribe el libreto de Las distracciones, en colaboración con Luis
García Luna. Colabora con críticas literarias en La Época . Publica su primera
rima «Tu pupila es azul...».
1860 Frecuenta la tertulia del músico Joaquín Espín, padre de Josefina y de Julia.
Julia Espín será cantante de ópera y actuará en diversos teatros europeos. En su
álbum escribe Bécquer la rima «Si al mecer las azules campanillas...». Conoce
a Casta, hija del cirujano soriano Francisco Esteban. Comienza su amistadcon
Augusto Ferrán. Octubre: Estrena La cruz del valle, en colaboración con García
Luna. Noviembre: Publica la leyenda «La cruz del diablo». 20 de diciembre:
Aparece El Contemporáneo, diario del partido moderado en el que trabaja
como redactor. Además de cotidianos textos periodísticos, publicará en él las
Cartas literarias a una mujer y varias leyendas.
1861 Publica «La ajorca de oro», «La creación», «El monte de las ánimas», «Los
ojos verdes, «Maese Pérez el organista», «¡Es raro!». 19 de mayo: Acelerando
los trámites eclesiásticos, se casa con Casta Esteban. Verano: Toma los baños
en el balneario de Fitero (Navarra).
1862 Publica «El rayo de luna», «Creed en Dios», «El miserere», «El Cristo de la
calavera», así como numerosos artículos y narraciones. 9 de mayo: Nace su
primer hijo, Gregorio. Setiembre: En colaboración con Rodríguez Correa, y
bajo el seudónimo de «Adolfo Rodríguez», escribe el libreto de la zarzuela El
nuevo Fígaro que se estrena con éxito.
1863 Publica «La cueva de la mora», «El gnomo», «La promesa», «La corza blanca»
y «El beso». Junio: Estreno de Clara de Rosemberg, que tiene un cierto éxito
de público, pero es objeto de duras críticas. Para mejorar su salud, pasa una
temporada en el monasterio de Veruela (Zaragoza), junto a su esposa, su
hermano Valeriano y sus hijos respectivos.
1864 Mayo: Publica en El Contemporáneo la serie de cartas Desde mi celda. Sale de
Veruela a mediados de julio y va a la costa vasca para tomar los baños de mar
con fines terapéuticos. En setiembre, el general Narváez, líder del partido
moderado, forma gobierno, con Luis González Bravo al frente del Ministerio de
la Gobernación. Bécquer asume la dirección de El Contemporáneo . 19 de
diciembre: González Bravo lo nombra censor de novelas, cargo muy bien
retribuido.
1865 Deja El Contemporáneo, en desacuerdo con sus redactores, que se distancian
del partido moderado y se acercan a las posiciones de la Unión Liberal. Pasa a
ser redactor del diario Los Tiempos, portavoz de González Bravo. Desde Los
Tiempos ataca a sus ex compañeros de El Contemporáneo, llamados «los
angélicos», a los que acusa de traición al partido moderado. Abril: González
Bravo reprime con dureza las protestas estudiantiles, que desembocan en la
«Noche de San Daniel». Junio: El gobierno de Narváez es sustituido por el de
O’Donnell. Bécquer cesa como censor de novelas. Colabora en el semanario El
Museo universal . Setiembre: Nace su segundo hijo, Jorge. Dirige el periódico
político satírico Doña Manuela, del que solo aparece un número a causa de la
prohibición del gobierno unionista.
1866 Asume la dirección de la revista ilustrada El Museo universal, donde publica
algunas rimas y numerosos y variados artículos. Julio: Narváez vuelve al
gobierno y González Bravo regresa al Ministerio de la Gobernación, gracias a
lo cual Bécquer recupera su cargo de censor de novelas. Deja la dirección de El
Museo universal .
1867 El gobierno lo nombra miembro del jurado de la Exposición Nacional de Bellas
Artes. Prepara la edición de sus obras, que González Bravo quiere prologar y
publicar a su costa.
1868 Abril: Muere Narváez. González Bravo asume la presidencia del gobierno y
aplica medidas represivas contra el movimiento revolucionario. Junio:
Comienza el Libro de los gorriones, en el que escribe sus obras y sus proyectos.
Verano: Separación de Casta. Bécquer se queda a dos de sus hijos y forma
hogar con su hermano Valeriano y los hijos de este. Setiembre: Triunfo de la
revolución que provoca la caída de Isabel II. González Bravo huye a Francia.
Bécquer le acompaña al destierro y luego regresa a España. Pierde su cargo de
censor. Se instala en Toledo con Valeriano y sus hijos respectivos. González
Bravo, en su huida a Francia, pierde el manuscrito de las obras de Bécquer. El
poeta va reconstruyendo de memoria sus Rimas en el Libro de los gorriones .
Diciembre: En Noviercas nace su hijo Emilio, que queda al cuidado de Casta.
1869 Vuelve a colaborar en El Museo universal . Se establece en Madrid con sus
hijos, su hermano y sus sobrinos en una casa de la urbanización Quinta del
Espíritu Santo. Circulan por Madrid láminas de pornografía política del álbum
Los Borbones en pelota, firmado por SEM, seudónimo del dibujante Francisco
Ortego. En 1991, el álbum será erróneamente atribuido a Valeriano y Gustavo.
1870 Dirige La Ilustración de Madrid, revista ilustrada apolítica fundada por
Eduardo Gasset. Asume la dirección de la revista teatral El Entreacto .
Setiembre: Muere Valeriano. Con sus hijos se traslada a un piso del barrio de
Salamanca, que le alquila gratuitamente el marqués de Salamanca. Se reconcilia
con Casta, que regresa al hogar. Diciembre: Contrae una enfermedad pulmonar
y debe guardar cama. El 22 de diciembre muere. Sus amigos se reúnen y
deciden publicar sus obras. Los costes se cubrirán mediante una suscripción
pública y los beneficios se entregarán a la viuda del escritor.
1871 Numerosas personalidades de la cultura y la política participan en la
suscripción. Correa, Campillo y Ferrán preparan la primera edición de las obras
de Bécquer, que se publica en dos volúmenes. En el prólogo, Rodríguez Correa
crea la imagen romántica y angelical de Bécquer.
I
INFANCIA Y ADOLESCENCIA
EL LINAJE BÉCQUER
¿Cómo era Gustavo de niño? Como de casi todos los episodios de la biografía
de Bécquer, de su infancia tenemos versiones contrapuestas. Una nos lo
presenta como un niño que ya anticipa al poeta solitario e incomprendido:
Desde su infancia fue Bécquer un niño raro y excéntrico: salía con sus compañeros
de colegio a explayarse en el campo de Triana, y mientras estos se combatían
mutuamente con piedras o imitaban las suertes del circo taurino, el niño Gustavo
sentábase cabe al Guadalquivir, con los pies casi metidos en el agua, y sacando una
carterita pretendía dibujar alguno de los objetos que tenía delante de sí 36 .
Pero luego tenemos otras versiones, mucho más matizadas, que nos
presentan a un niño con inquietudes parecidas a las de los chicos de su edad.
Los primeros años de su vida, antes de la muerte del padre, Gustavo vivió en
su casa un ambiente alegre, con tantos hermanos y niños a su alrededor,
además de un perro. Su padre dibujó estas situaciones domésticas. Una
lámina contiene tres apuntes de Gustavo, a los dieciséis meses. Especial
encanto tiene un dibujo de 1840, es decir, de cuando tenía cuatro años. El
pequeño Gustavo mira a su padre con una sonrisa y unos grandes ojos 37 . Él
mismo evocará, muchos años después, sus «recuerdos de la niñez, acaso los
más puros y los más gratos de la vida». De forma indirecta, pero inequívoca,
en un artículo sin firma recuperará sus vivencias infantiles sevillanas:
la dichosa edad en que los jueves por la tarde, día de suelta para los chicos,
jugábamos a justicias y ladrones en la plaza del Duque, y recordarás sin duda al más
constante de tus camaradas, al teniente de tu cuadrilla de bandoleros. Juntos hicimos
pájaros de papel en la escuela; a escote con mi primo Luis hemos comprado más de
una vez un pandero, y solo Dios sabe las veces que por la rejilla del calabozo nos
hemos socorrido mutuamente con la miel de los postres, de que tan a menudo nos
privaban 38 .
Esta evocación del propio Gustavo indica claramente que fue un niño
inquieto, travieso, a menudo castigado con encierros y privación de postres.
El «primo Luis» podría ser su gran amigo el escritor Luis García Luna (1834-
1867). Nació en Madrid, pero pasó su infancia en Sevilla. Será testigo de
boda de Gustavo, y escribirá con él diversos libretos de zarzuela, publicados
bajo el seudónimo de Adolfo García. Y ese «teniente de la cuadrilla de
bandoleros» probablemente sea Gustavo, que, lejos de ser un niño retraído,
aparece como jefe de su pandilla.
De esta manera la plaza del Duque se convirtió en el epicentro de su vida.
Como veremos más adelante, siempre la recordará con cariño. Al salir del
colegio jugaba allí, muy cerca de la casa de su madrina, que lo había acogido
en su casa. En esa plaza se celebraban importantes acontecimientos cívicos y
religiosos. Es probable que Gustavo, a los siete años, el 21 de noviembre de
1843, quedara impresionado ante el tablado que se erigió para celebrar la
mayoría de edad de Isabel II 39 . También debió de impactarle la
ornamentación de la iglesia parroquial de San Lorenzo, a la que acudiría con
su familia los domingos. Era una de las iglesias más antiguas de Sevilla, y
contenía piezas artísticas importantes, como un Rubens. Por ser la sede de la
hermandad de Jesús del Gran Poder, guardaba la famosa talla de Juan de
Mesa, durante mucho tiempo atribuida a su maestro Juan Martínez Montañés
40 . Era una de las imágenes más veneradas en las procesiones de Semana
Santa. No parece casual que justamente sea la que invoca la devota comadre
de «Maese Pérez el organista»: «¡Nuestro Señor del Gran Poder nos asista!»
41 .
De acuerdo con sus recuerdos de infancia, la pandilla callejera ejerce una
gran influencia en su formación, tanta o más que la educación formal y
académica que recibía en el colegio. Sevilla era una ciudad compacta, de
calles estrechas, en la que el barrio era el marco de la convivencia vecinal. En
los barrios funcionaban activas redes de asociaciones que conservaban las
tradiciones populares, en especial las de carácter religioso, como las
procesiones de la Semana Santa.
De lo que no cabe duda es de que Gustavo era un niño soñador, creador de
fantásticas historias que serán fuente inagotable de inspiración de su obra
literaria. En su leyenda «El caudillo de las manos rojas» pone en boca del
príncipe Pulo, su protagonista, esta evocación:
Me recuerda los días de mi infancia, aquellas horas sin nombre que precedían a mis
sueños de niño, aquellas horas en que los genios, volando alrededor de mi cuna, me
narraban consejas maravillosas que, embelesando mi espíritu, formaban parte de mis
delirios de oro 42 .
La leyenda familiar, transmitida por el pintor José Bécquer a sus hijos, dejó
algunas huellas indirectas y anecdóticas en la obra de estos. En la leyenda
«Maese Pérez el organista» Gustavo recrea a la perfección la Sevilla del siglo
XVII , con personajes inspirados en sus familiares:
Mirad, mirad ese grupo de señores graves, esos son los caballeros veinticuatro.
¡Hola, hola! También está aquí el flamencote, a quien se dice que no han echado ya
el guante los señores de la cruz verde merced a su influjo con los magnates de
Madrid 43 .
Los biógrafos han tratado con dudas y errores el tema de los estudios que
cursó Gustavo. Pero está claro que recibió una educación muy cuidada,
impartida por profesores de alto nivel. Fue una formación un tanto
discontinua a causa de las circunstancias familiares y las fuertes reformas
educativas que le afectaron. En la época, en la educación secundaria apenas
estaban reguladas las funciones de los centros educativos, las atribuciones de
los profesores, los planes de estudio y los títulos académicos. La Ley Pidal
(1845) empezó a ordenar todo esto.
De manera orientativa, podemos resumir los estudios de primaria y
secundaria que siguió Gustavo:
A los cinco o seis años Gustavo aprendió las primeras letras en el colegio
de San Francisco de Paula, que impartía desde los estudios elementales hasta
el curso de preparación para acceder al bachillerato. Es decir, abarcaba lo que
entonces se llamaba «instrucción primaria elemental superior». En los niveles
superiores las clases eran impartidas por profesores especialistas, algunos de
los cuales eran catedráticos de universidad. El colegio acogía alumnos de
clase media y alta. Tenía buenas instalaciones, y ofrecía asignaturas
complementarias como dibujo, baile, equitación, esgrima, etc. 49 .
Estaba en la plaza del Duque de la Victoria, donde la madrina de Gustavo,
doña Manuela, tenía su vivienda y su comercio, lo que sugiere que era ella la
que se hacía cargo de los costes del colegio de su ahijado.
Las ordenanzas del colegio nos permiten conocer con gran exactitud cómo
sería la vida de Gustavo en San Telmo, fundado en 1681 para acoger a
huérfanos de clase media sin recursos, formándolos para ser marinos de la
Armada real o de la marina mercante. El patronazgo de la Corona le permitía
disponer de una eficiente organización y de un presupuesto bastante holgado.
Acogía a 150 alumnos entre los ocho y los dieciocho años. Hasta 40
podían ser «porcionistas», es decir, alumnos que pagaban cuatro reales
diarios y que disfrutaban de algunos privilegios. Desde 1721, los solicitantes
habían de presentar pruebas de limpieza de sangre y los porcionistas habían
de acreditar su condición de nobles.
El plan de estudios comprendía, además de doctrina cristiana:
matemáticas, primeras letras, francés, navegación, dibujo y artillería. Para
aprender francés se usaba el conocido manual del abate Fleury, un
compendio de historia sagrada y doctrina cristiana adaptado a los niños. El
libro contenía una serie de máximas morales en verso, que los colegiales
memorizaban: «Prètez avec plaisir, mais avec jugement. / S’il faut
récompenser, faites-le dignement» 50 . Podía cursarse también inglés, pero
solo si lo dominaba el profesor de francés. No parece probable, pues, que
Gustavo se iniciara en el idioma de Shakespeare. En la asignatura de primeras
letras se enseñaba gramática, caligrafía, escritura de distintos modelos de
cartas, siempre ajustándose a la ortografía de la Real Academia de la Lengua.
También se cuidaba mucho que los alumnos hablaran «al uso y estilo de la
corte», sin «resabios vulgares». La pronunciación había de ser la del «idioma
puro castellano», sin influencia de las pronunciaciones «provinciales», es
decir, sin acento andaluz. Lo más probable es que Gustavo aprendiera a usar
el español culto en contextos formales, reservando el habla de acento andaluz
para situaciones coloquiales y familiares.
Además de estas actividades en el aula, a final de curso el colegio
organizaba ejercicios literarios y certámenes públicos. Los mejores textos se
imprimían en un cuaderno que se repartía a las familias e instituciones
vinculadas al centro. Podemos suponer que Gustavo ganó alguno de estos
concursos escolares, que serían su primera y temprana publicación. Nótese
que en este plan de estudios no figuran las humanidades (historia, filosofía,
latín, griego...), que tenían una presencia dominante en los estudios
preparatorios del bachillerato. En San Telmo se daba, pues, prioridad a la
formación técnica de los que habían de ser pilotos de la flota mercante o de la
Armada.
El horario era de tres horas de clase por la mañana y dos por la tarde. Los
alumnos se levantaban a las 5 de la mañana y se acostaban a las nueve en
invierno. En verano tenían una hora de siesta. Años después, el poeta
recordará «la hora de la siesta en Sevilla, que tanto se parece a una noche con
luz» 51 . Cada día asistían a misa y rezaban el rosario. La comida era
abundante y sana. En el desayuno se servía pan, fruta, queso o sopa. Al
mediodía, pan, caldo, vaca o carnero, tocino, legumbres y verduras, y de
postre, fruta. La cena era ligera: pan, carne y ensalada. En verano, en la
merienda se daba gazpacho fresco.
En los recreos, se procuraba que los alumnos practicaran «juegos
ingeniosos», que sirvieran de «honesto desahogo con racional libertad». La
hora antes de la comida se dedicaba a «manejar libros en la biblioteca y a
otras tareas que juntamente diviertan y aprovechen». El clásico lema de
aprovechar deleitando en San Telmo se traducía en el objetivo global del
centro: que los alumnos estuvieran «ocupados con gusto en lo mismo que les
conviene». De esta manera se buscaba aumentar su motivación y su
rendimiento, que era evaluado en dos periodos de exámenes orales, a
mediados de febrero y a final de curso.
La disciplina era bastante estricta, preparatoria de la dura vida naval.
Como en todos los centros escolares de la época, los profesores podían usar
la palmeta o castigar con encierros a pan y agua y, como último recurso, el
«castigo corporal proporcionado» a la falta y a la edad del alumno 52 . Los
profesores daban una sola asignatura en sus aulas específicas, en las que
había modelos de navíos y de cañones, globos terráqueos, mapas, etc. La
mayoría eran marinos con experiencia. En 1847, el director era Francisco de
Hoyos, capitán de navío, que cobraba 12 000 reales anuales 53 . Los
profesores eran seleccionados por oposición, y algunos gozaban de gran
prestigio profesional. Por ejemplo, Juan Brunenque de Velasco, catedrático
de Matemáticas, cobraba 6600 reales. Fue profesor del colegio durante
cuarenta y cuatro años, pero lo dejó en 1845, por lo que es difícil que
Gustavo lo tuviera de profesor. Sin embargo, es muy posible que utilizara su
Curso de matemáticas aplicadas 54 , muy conocido porque basaba el
aprendizaje en ejemplos de la vida cotidiana, como compraventas, ahorros,
repartos de algunos productos entre varias personas, etc. En una enciclopedia
escolar editada en San Sebastián por Pío Baroja, el abuelo del novelista, se
dice: «Este tratado de aritmética ha merecido justamente aplausos de cuantos
inteligentes le han visto» 55 .
Otro profesor de gran prestigio era Alberto Lista, pero no es posible que
Gustavo recibiera clases de él. El ilustre poeta había entrado en San Telmo
como profesor de matemáticas con veintiún años, en 1796. Pero lo dejó en
1818, cuando obtuvo por oposición la cátedra de matemáticas del consulado
de Bilbao 56 .
Gustavo se adaptó enseguida a la vida del colegio y pronto fue un alumno
modélico. En marzo de 1847 sacó un sobresaliente en los exámenes, por lo
que pasó a la primera clase de Matemáticas. Pero Gustavo valoraba sobre
todo que podría navegar y viajar a lugares lejanos, exóticos y misteriosos. No
era ninguna fantasía, ya que, de no haber sido suprimido el colegio, hubiera
navegado en dos viajes como grumete, tal como establecían las ordenanzas.
En el colegio coincidió con Narciso Campillo, un año mayor, huérfano de
padre. La madre de Campillo, Antonia Correa, era amiga de la de Gustavo.
Narciso compartía con él la afición a la literatura y los sueños de convertirse
en grandes poetas. Campillo nos informa de que juntos compusieron un
drama romántico, titulado Los conjurados, que llegó a representarse en el
colegio, en alguna festividad. También comenzaron a escribir una novela
ambientada en la época medieval, siguiendo la moda de los imitadores de
Walter Scott.
La disciplina y el orden del colegio no eran incompatibles con algunas
expansiones. Así lo indica el hecho de que se representara la obra teatral de
Bécquer y Campillo. También resulta significativo que los profesores,
expertos en el manejo de la pólvora, el 10 de octubre de 1846 organizaran
unos espectaculares fuegos artificiales para celebrar las dobles bodas reales:
la de Isabel II con Francisco de Asís, y la de la infanta Luisa Fernanda con el
duque de Montpensier 57 .
Pronto comenzó a alterarse esta vida tan reglamentada. El colegio estaba
en decadencia desde hacía años. Había sufrido daños importantes durante la
Guerra de la Independencia, pero lo que le afectó más fue la emancipación de
las colonias americanas. España ya no necesitaba una flota potente que
transportara la plata americana. Por eso en el escrito de admisión de Gustavo
ya se especifica que «en el caso de verificarse la supresión de dicho colegio,
quedará despedido sin derecho a indemnización alguna» 58 . Estas pesimistas
perspectivas se concretaron un poco más cuando, por real decreto, el
gobierno dispuso que los colegios de San Telmo de Málaga y de Sevilla
dejaran de depender del ministerio de Marina y pasaran al de Comercio,
Instrucción y Obras públicas 59 . El paso siguiente fue la supresión del
colegio de Sevilla, concentrando toda la formación náutica en el de Málaga,
que a su vez sería suprimido un poco más tarde, en abril de 1849. Este
calculado desmantelamiento ya se veía venir en los presupuestos de 1847 del
gobierno moderado encabezado por Francisco Pacheco. Su ministro de
Hacienda, el famoso financiero marqués de Salamanca, en los presupuestos
de 1847 otorgó 72 000 reales al colegio de San Telmo de Málaga, y tan solo
10 500 al de Sevilla, a pesar de que ambos centros tenían una parecida
cantidad de alumnos 60 . Estaba claro que el colegio sevillano iba a ser el
primero en ser clausurado.
Así pues, en julio de 1847, al acabar el curso, el colegio de San Telmo de
Sevilla cerró sin ofrecer ninguna alternativa a sus 150 alumnos 61 . Aunque
referida al San Telmo de Málaga, la noticia siguiente es perfectamente
aplicable a lo que un año y medio antes habían vivido los alumnos del de
Sevilla: el impacto de, por sorpresa, encontrarse en la calle:
El sábado fueron despedidos definitivamente del colegio naval de San Telmo los
jóvenes que recibían en él sustento y educación. Todos salieron afligidos y llorosos
por la pérdida que experimentaban, particularmente algunos niños de corta edad y
aún creemos que huérfanos, por el abandono en que iban a hallarse [...] cerca de
doscientos niños pobres 62 .
Hemos de suponer que Gustavo vivió con un dolor parecido esta nueva
pérdida de hogar. Pero la maquinaria burocrática siguió funcionando sin
interrupciones. El gran edificio barroco del colegio inicialmente fue destinado
a oficinas y a instituto de segunda enseñanza 63 . Pero en 1849 pasó a ser la
residencia de los duques de Montpensier, que lo adquirieron después que el
gobierno lo expropiara, lo que provocó largos debates en el Congreso. Los
duques siguieron realizando importantes reformas, hasta convertirlo en un
palacio a su medida. Hoy alberga la presidencia de la Junta de Andalucía.
SUEÑOS ADOLESCENTES
Unos meses antes de la supresión de San Telmo, cuando ya parecía que había
logrado encauzar a sus hijos, doña Joaquina Bastida murió el 27 de febrero de
1847, a los treinta y nueve años. Sabemos muy poco de ella. Don José, su
marido, había pintado su retrato, de cuyo fondo, totalmente oscuro, emerge su
blanco rostro, de una serena belleza un tanto melancólica. El ideal femenino
que más adelante describirá Gustavo parece inspirado en este retrato de su
madre:
La belleza de una mujer parece que se aumenta si la contemplamos a la luz de la
luna: este pálido reflejo, al iluminar su rostro, esparce en él una suave tinta de
melancolía y lo rodea de una indefinible aureola que da a la belleza de la mujer algo
de la celestial belleza de los ángeles 64 .
Para que Gustavo cursara los estudios de enseñanza media, el primo Joaquín
eligió el mejor colegio de humanidades de Sevilla, el de San Diego, dedicado
a preparar a los alumnos para el bachillerato y después la Universidad. Había
sido fundado y dirigido por el famoso poeta Alberto Lista en 1844, a su
regreso de Cádiz. Él era el alma del colegio, en el que vivía rodeado de su
biblioteca de más de 3000 volúmenes.
De acuerdo con un artículo periodístico muy favorable, las instalaciones
eran suntuosas y modernas. Los profesores estaban reconocidos en su
especialidad. En las familias de los alumnos predominaban las «personas de
cuidada instrucción». Sus numerosos alumnos se presentaban a los exámenes
de final de curso «en un estado brillante». La conclusión, aunque exagerada y
casi publicitaria, correspondía a la imagen que quería difundir el centro: «Tal
vez en toda la nación no haya uno que le aventaje» 76 . Era, sin duda, el
colegio de las élites sevillanas. En su diccionario, Pascual Madoz señala que
«en este colegio han recibido la educación jóvenes de mucho mérito, que
serán algún día el ornamento de su patria» 77 .
Pero, claro está, no todo el mundo valoraba tan positivamente a Lista y su
colegio. A raíz de la aplicación del Plan Pidal (1845), las universidades
fueron reducidas a diez en toda España. Otra de sus disposiciones establecía
que las oposiciones a cátedra tenían que realizarse en Madrid. Esto provocó
una serie de movimientos entre los profesores de las universidades de
España, y en especial en la de Sevilla, para redistribuir las cátedras.
Dos diarios de orientación progresista, El clamor público y El Español,
denunciaron una situación que consideraban escandalosa. El primero calificó
de «abuso de gran entidad y trascendentales consecuencias» los
nombramientos de catedráticos en la facultad de Filosofía otorgados a
«personas que desempeñan otras cátedras en colegios privados» 78 . Y
señalaba directamente a los profesores del colegio de San Diego:
Jorge Díez: sacerdote y director de San Diego, catedrático de latín en San Diego y en
la Universidad.
LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Este poemita, entre otras muchas cosas, demuestra que Gustavo había sido
un buen alumno de San Telmo, ya que utiliza un término técnico, «brazada»,
que era una medida marina de longitud, variable según los países y las
ciudades 110 .
Aparte de ensoñaciones platónicas y fantasías eróticas, tenemos poca
información acerca de si Gustavo tuvo alguna novia adolescente real, de
carne y hueso. Hacia 1854 su familia, abundante de varones, estableció
vínculos matrimoniales con la familia de Antonio Cabrera Cortés, que tenía
varias hijas casaderas. Estanislao Bécquer se casó con Adelaida Cabrera. El
matrimonio, sin hijos, en 1870, a la muerte de Valeriano, adoptará a Julia, la
hija de este. Pero hay más. Al parecer, Valeriano había sido novio durante un
tiempo de Nicolasa, hermana de Adelaida. Y, también Gustavo habría sido
novio de Julia, otra de las hermanas Cabrera. El becquerianista Rafael
Montesinos ha defendido que fue Julia Cabrera, y no Julia Espín, la musa que
inspiraría las Rimas . Y también que esta sería la razón de que Gustavo, en su
calidad de padrino de su sobrina, le pusiera Julia de nombre de pila 111 .
Pero los escasos datos disponibles no permiten aceptar o rechazar esta
teoría. Solo podemos deducir que a principios de 1873 Julia Cabrera seguía
viviendo en Sevilla, tal como señala una lista de destinatarios de cartas
retenidas en Correos por carecer de los sellos correspondientes 112 . También
disponemos de un retrato suyo de cuerpo entero, pintado por J. Cala.
Sabemos que Julia Cabrera murió soltera en Sevilla, en 1913 113 .
20 . Rubio, 2007.
24 . Montoto: 7.
29 . OC, 516.
30 . OC, 487.
31 . OC, 486.
32 . No hay unanimidad entre los biógrafos respecto a los diversos domicilios que irá
teniendo la familia Bécquer. El desacuerdo se explica por los cambios de nombre de las
calles y también porque probablemente la numerosa familia estaría repartida en varias
casas. Seguimos las referencias al respecto de Santiago Montoto, buen conocedor de la
ciudad de Sevilla.
33 . El Eco del comercio, 23.2.1836.
38 . OC, 877.
41 . OC, 143.
42 . OC, 261.
43 . OC, 143.
44 . OC, 145.
46 . OC, 328.
47 . OC, 331.
51 . OC, 801.
59 . La Esperanza, 2.7.1847.
60 . El Español, 5.5.1847.
61 . El Español, 18.7.1847.
62 . La Patria, 7.4.1849.
64 . OC, 571.
66 . OC, 506.
67 . Montoto, p. 14.
69 . Montoto, p. 17.
70 . OC, 402.
71 . El Observador , 5.8.1850.
73 . OC, 506.
74 . King, 1953.
75 . OC, 125.
76 . La Postdata , 8.7.1845.
80 . El Heraldo, 29.9.1849.
81 . El Español, 1.11.1845.
84 . La España, 25.1.1854.
85 . OC, 1138.
90 . La Época , 23.12.1870.
91 . OC, 1152.
93 . OC, 1136.
94 . OC, 1143.
96 . OC, 464.
97 . OC, 590.
98 . OC, 295.
PRIMERAS PUBLICACIONES
Hasta hace poco los biógrafos de Bécquer creían que había publicado sus
versos por primera vez en la revista sevillana El Regalo de Andalucía, de la
que no se conocían ejemplares. Pero el hallazgo de la mayor parte de la
colección correspondiente a 1849 permite comprobar que durante el periodo
mencionado Gustavo no colaboró en ese semanario cultural, que se definía
como «dedicado a la juventud estudiosa». Esta ausencia nada tiene de
extraño, si tenemos en cuenta que Gustavo tenía trece años. Sí colaboró su
amigo, un poco mayor que él, Luis García Luna (1834-1867), pero con una
sola charada en verso. Otras motivaciones parece tener la escasa participación
(un soneto) del influyente abogado Juan José Bueno, del que hablaremos más
adelante. Aún más extraño es que no colaborara el omnipresente Rodríguez
Zapata. Por último, resulta significativo que, en la reseña del acto de
homenaje a Alberto Lista, el semanario lo elogie, pero sin especiales
entusiasmos. Así pues, todo parece indicar que El Regalo de Andalucía, que
tenía cerca de mil suscriptores, sintonizaba con lectores de ambientes
distintos a los de la escuela sevillana.
Gustavo tendrá que esperar a 1854, a los dieciocho años, en vísperas de su
viaje a Madrid, para publicar por primera vez, si descontamos los poemas que
supuestamente había publicado en el periódico sevillano La Aurora . Gustavo
debuta a lo grande, en una revista semanal de la capital, dirigida a las élites
aristocráticas, El Trono y la nobleza. Había sido fundada en 1848 por el
prolífico historiador Manuel Óvilo y Otero (1826-1885), de orígenes muy
humildes. Algunos se burlaban de él llamándole «el silletero», aludiendo a su
antiguo oficio de hacer sillas 114 .
Óvilo era amigo de Zapata, que había participado en una corona poética
para celebrar el nacimiento de la primogénita de Isabel II. La edición, de
«extraordinario lujo», estaba a cargo de Óvilo 115 . Es de suponer que los
poetas colaboradores recibirían espléndidos emolumentos. Quizá para
corresponder a ese favor, unos meses después Zapata propuso a Óvilo como
miembro de la Academia de Buenas Letras de Sevilla.
¿Qué tipo de revista era El Trono y la nobleza? Bien a las claras
proclamaba que su misión era «defender los principios aristocráticos y
combatir las doctrinas democráticas». Para ello elogiaba con entusiasmo la
monarquía y la casa real, y dedicaba buena parte de sus páginas a la historia
de las casas aristocráticas de España. En consonancia con los lectores a los
que estaba dirigida, la publicación era muy lujosa y cara. La suscripción
trimestral costaba 90 reales, mientras que, por ejemplo, la del Semanario de
la industria costaba 15 por trimestre 116 . Es muy posible que más adelante,
al elaborar su proyecto de la Historia de los templos de España, Bécquer se
inspirara en la mercadotecnia de Óvilo, quien, para fomentar que las familias
aristocráticas se suscribieran a la revista, iba publicando por entregas la
gloriosa historia de cada casa nobiliaria. Pronto amplió el proyecto y
emprendió la publicación de las biografías de todos los diputados y senadores
117 . ¿Qué casa aristocrática o qué político dejarían de suscribirse a una
publicación en la que iba a salir su biografía, basada en información
suministrada por ellos mismos? Pues bien, ese recurso periodístico-comercial
es el que Bécquer aplicará, como veremos, a la Historia de los templos de
España . La obra no solo pretendía describir, por entregas, los monumentos
religiosos de cada diócesis, sino que también incluía un retrato y una
biografía de cada obispo.
Está claro que un joven poeta desconocido como Bécquer pudo publicar
en la elitista revista de Óvilo gracias a Zapata, que facilitó que su discípulo
insertara en ella un soneto y un romance. Se daba la circunstancia de que
Campillo, por mediación de Zapata, ya había publicado en la revista antes
que Gustavo 118 . La relación de Óvilo con Campillo y Zapata tendrá largo
recorrido: diez años después, en 1863, publicarán varios poemas en Escenas
contemporáneas, otra revista fundada por Óvilo 119 . Pero también es verdad
que, como veremos, Óvilo publicó un sincero elogio de los textos de
Bécquer, en especial de las cartas Desde mi celda .
Gustavo publicó su primer poema en El Trono y la nobleza en diciembre
de 1853. Es un soneto bastante convencional, que demuestra que ha
aprendido a la perfección las técnicas poéticas de su maestro Zapata, que
utilizaba preferentemente esa estrofa. El poema sigue fielmente la tradición
renacentista pastoril:
Homero cante a quien su lira Clío
le dio, y con ella inspiración divina,
de Troya malhadada la ruïna,
del ciego Aquiles el esfuerzo y brío;
ensalcen de Alejandro el poderío,
ante cuyo valor su frente inclina
con asombro la sierra que ilumina
el sol desde la Libia al Norte frío;
que yo del Betis en la orilla, cuando
luce la aurora y las gallardas flores
se desplegan, el aura embalsamando,
cantaré de las selvas los amores,
los suspiros del céfiro imitando
y el dulce lamentar de dos pastores 120 .
EL VIAJE A MADRID
Habrá que esperar a la poesía social de mitad del siglo XX para encontrar
en un poema palabras tan prosaicas como «albañiles» o «bombas
hidráulicas».
Bueno también intervenía en política. Era un conocido dirigente del
partido progresista y amigo personal de Juan Álvarez Mendizábal, que en
1835 había decretado la Desamortización de bienes eclesiásticos. En octubre
de 1854 formó parte de la Junta Auxiliar de Gobierno de Sevilla, especie de
ayuntamiento provisional de la ciudad en los comienzos de la Revolución de
Julio 146 , esa revolución de la que los hermanos Bécquer se habían burlado
cruelmente en su álbum Los Contrastes . Pero el álbum no se había publicado
y, por lo demás, Bueno compaginaba sus convicciones políticas con unas
relaciones sociales amplias y diversas, que le permitían tener amigos y
conocidos en todos los ambientes de las élites sevillanas. No parece, pues,
que hubiera problemas por el hecho de que él y Gustavo tuvieran ideas
políticas de signo opuesto.
El abogado dio una cierta ayuda al joven Bécquer, al que proporcionó por
lo menos una carta de presentación que le facilitara su entrada en la sociedad
madrileña. Iba dirigida a un abogado de segundo nivel, Juan Bautista Alonso
(1801-1879), periodista y político de origen gallego, diputado y senador
durante largos años. Había sido redactor de El Guirigay, periódico liberal
exaltado, fundado en 1839 por Luis González Bravo. Cuando este entró en el
gobierno en 1843, nombró a Alonso subsecretario de Gobernación. Alonso
también tenía aficiones literarias, y se mantenía fiel a la escuela neoclásica.
Había publicado sus poemas de juventud en un libro en el que trataba temas
cívicos, como la oda «Que la instrucción es la mejor y más durable de las
riquezas» 147 .
El 18 de octubre de 1854 el joven Bécquer informa a Bueno de sus
primeras gestiones para encontrar una colocación, «bien en un periódico, en
la biblioteca o en cualesquiera otra parte». Le cuenta que Alonso lo había
recibido muy amablemente, pero le había dicho «que él tenía muy buena
voluntad, pero que de poco podía servirme». Bécquer acaba pidiendo a
Bueno que le mande una carta de presentación para el duque de Rivas y «para
algunos otros que usted conozca y que me puedan ayudar con su influencia o
sus consejos» 148 . Bueno no escribió la carta para el duque. En cambio, sí la
había escrito para Julio Nombela, que fue recibido por el autor de Don Álvaro
o La fuerza del sino, aunque no sacó nada concreto. Con mucha cortesía,
Rivas alegó que carecía de influencia para proporcionarle una ocupación
«lucrativa» 149 . La cortés excusa del duque no es del todo inverosímil, ya
que hacía muy poco que había sido apartado del poder. Al estallar la
revolución había sido nombrado presidente del gobierno el 18 de julio, pero
diez días después tuvo que dimitir y ceder el poder al general Espartero.
«Capitán, [...] mirad que esas bromas con la «Todo se profanó, y las cenizas de los
gente de piedra suelen costar caras. héroes fueron holladas por la
Acordaos de lo que aconteció a los húsares muchedumbre. Al sentir una mano
del quinto en el monasterio de Poblet... Los sacrílega sobre sus armaduras, al resonar
guerreros del claustro, dicen que pusieron en los templos insolentes burlas y
mano una noche a sus espadas de granito y feroces carcajadas, ¿cómo no se
dieron que hacer a los que se entretenían en movieron aquellos reyes y guerreros, y
pintarles bigotes con carbón» 246 . cómo aquellas gigantes espadas no
salieron de la vaina?» 247 .
«¡Mudas estatuas que me rodeáis! Pablo Piferrer
¡Guerreros que dormís inmóviles en
vuestros nichos de piedra, vosotros
debisteis temblar de indignación aquel día
y llevar vuestras heladas manos a las
espadas de granito que penden aún de
vuestros cinturones!» 248 .
Queda bien claro que Juan Valera era muy crítico con la anquilosada
escuela sevillana, pero se equivocaba al poner sus esperanzas de renovación
en Campillo, que no será más que un epígono sin relieve. ¿Podemos perdonar
al autor de Pepita Jiménez que no fuera capaz de darse cuenta de que la
renovación de la poesía española la emprendería alguien con quien cada día
compartía la redacción del periódico: un joven discreto y sensible, llamado
Gustavo Adolfo Bécquer?
La ruptura entre Bécquer y la escuela sevillana terminará de manera agria
en setiembre de 1862, en una reseña de El Contemporáneo sobre la antología
de Bueno, publicada en 1861 257 . Como cada año, Bueno recopilaba en ella
los poemas de los poetas sevillanos que se reunían los miércoles en su casa-
palacio de la calle Mármoles. Allí, sin rigideces académicas, leían y
comentaban sus poemas 258 . La tertulia también estaba abierta a escritores
latinoamericanos de paso por Sevilla, como el venezolano Andrés Bello
(1781-1865), que publicó una oda «A la agricultura de la zona tórrida», y el
chileno Martín José Lira (1833-1866). que incluyó un soneto dedicado «A un
rizo de pelo de mi madre». La tertulia alcanzará proyección internacional
cuando el hispanista Antoine Latour, preceptor de los hijos de los duques de
Montpensier, se refiera a sus actividades en uno de sus libros 259 .
La antología hacía visible la amplitud de las relaciones de Bueno. En sus
más de 700 páginas colaboraban 27 poetas. La lista de suscriptores era tan
extensa como selecta. Encabezada por los duques de Montpensier, en ella
encontramos nombres conocidos, como el de la novelista Fernán Caballero y
el de Antonio Machado Núñez (1815-1896), abuelo de Antonio y Manuel
Machado. También está el pintor Joaquín Bécquer, primo de Gustavo y
Valeriano. La ausencia de Gustavo acredita su distanciamiento del mundo
literario sevillano.
La reseña de esta antología de Bueno seguramente fue escrita por Juan
Valera. Comienza criticando la uniformidad de los poetas de la tertulia en sus
temas y sus ideas, así como en la «grandilocuencia» de su estilo. Esta
uniformidad diluye la personalidad de cada poeta, de manera que «hasta el
modo de sentir y de pensar parecen idénticos en casi todos». Otra crítica es la
de que la escuela sevillana se basa en una estética desfasada: «Se diría que ha
pasado la revolución literaria del romanticismo sin alterarla gran cosa». Pero
pronto se pasa a la crítica personal, directa: «Bueno amonesta a los poetas
para que imiten los antiguos modelos; quiere para ellos una poesía
retrospectiva, de reflejo, y más que natural y espontánea, artificiosa,
anacrónica y erudita». Bueno les pone como modelos a los clásicos, «como
para estrecharles el horizonte e impedirles que vean lo que pasa fuera de la
tertulia y más allá de la pacífica y agradable ciudad de Sevilla».
Estas duras críticas debieron de provocar la ruptura definitiva de Valera y
Bécquer con Bueno. Las cuestiones literarias se mezclaron con las
personales, ya que el abogado tenía un elevado concepto de sus propias
cualidades como poeta. Esta podría ser la explicación de por qué, años
después, en 1871, no figurará en la lista de suscriptores de las Obras
póstumas de Bécquer.
Del demoledor ajuste de cuentas Valera solo salva a Campillo, cuyas
poesías «reflejan el alma del poeta en su individualidad» y «ponen de
manifiesto [...] que están escritas en el siglo XIX ». Tras elogiar su poema «Al
verano», Valera celebra su «vivísima imaginación», su «profundo
sentimiento de la hermosura del universo visible y de las más generosas ideas
que pueden iluminar hoy la mente de la juventud».
Así pues, Campillo se había convertido en el poeta de moda, que todos
trataban de atraer. Por un lado, Valera lo animaba a romper con la escuela
sevillana. Por otro, publicaba nada menos que 15 poemas en la antología de
Bueno. Y en esa misma antología José Lamarque (1828-1905) insertaba un
soneto dedicado «A mi querido amigo, el inspirado poeta Narciso Campillo».
Narciso se dejaba querer, sin comprometerse ni manifestarse contra la
escuela sevillana. Haciendo honor a su nombre, no se distinguía por su
modestia. Probablemente tantos elogios de unos y de otros debieron de
convencerle de que estaba destinado a ser el primer poeta de España, el
sucesor de Lista, Espronceda y Zorrilla. Como dato indicativo, fue uno de los
más jóvenes poetas que en 1862 colaboraron en la Corona poética a Isabel II
para celebrar el viaje de los reyes por Andalucía. También participó en otra
Corona poética (1863) en honor a Murillo, a pesar de sus temores a que en
ella hubiera «mucha morralla y desperdicio», temor que no expresa, claro
está, en público, sino en una carta privada 260 .
Pero las verdaderas opiniones de Campillo las encontramos en un
autógrafo suyo, que permaneció inédito durante muchos años, titulado
«Álbum genealógico de la escuela poética sevillana en 1860». En él clasifica
de manera gráfica y esquemática, sin tapujos, a los poetas sevillanos de la
época 261 . Parte de Alberto Lista, el maestro. De sus cuatro discípulos,
califica a Juan José Bueno de «mediano poeta, buen literato, abogado
regular». Zapata es considerado el principal discípulo de Lista. Pero Campillo
se atreve a afirmar que Zapata «excede en genio poético» a Lista, y que lo
«iguala en corrección». Él se autocalifica como «discípulo de Zapata; el más
joven de esta garulla». Está claro que, al clasificarse como discípulo del
mejor poeta sevillano (Zapata, no Lista), había de ocupar el primer lugar
cuando sucediera a su maestro. ¿Y Gustavo? No figura. Aunque
supuestamente conocía toda la producción poética de Gustavo, no lo
menciona para nada, seguramente por considerarlo dentro del limbo de «los
que han hecho solos sus estudios literarios o a lo menos no tienen maestros
conocidos».
Como hemos ido viendo, mientras Narciso no paraba de publicar y de
recibir parabienes por sus poemas, Gustavo apenas era conocido como poeta.
Pero los años irán revirtiendo esta situación. Las gloriosas expectativas de
Campillo se irán desvaneciendo, mientras el discreto Bécquer obtendrá un
éxito póstumo cada vez más sólido.
Disponemos de varias pistas del creciente distanciamiento de Gustavo
respecto de la escuela sevillana. Al no estar en las antologías de Bueno,
quedaba fuera del mundo literario sevillano. Esta llamativa ausencia no se
puede atribuir a que Gustavo viviera en Madrid, ya que en la antología
figuraban poetas que ni eran sevillanos ni vivían en la capital andaluza. La
ruptura de Bécquer cobra sentido dentro de un contexto de crisis interna del
grupo poético de Bueno, cada vez más desfasado. También se echaba en falta
el liderazgo de Lista. Hacia 1862 Zapata y Bueno romperán con la Academia
de Buenas Letras, en la que no reingresarán hasta 1875. En Madrid, El
Contemporáneo volverá a referirse a la antología de Bueno del año 1862 con
evidente frialdad y gran parquedad. Se limita a señalar que en el prólogo el
hispanista Antoine Latour tiene la osadía de no mencionar a Zapata 262 . Eran
síntomas claros de que las disputas internas estaban acelerando el ocaso de la
escuela sevillana de poesía.
Este ocaso se manifestaría abiertamente en 1867, cuando Campillo publicó
en Cádiz otro libro poético, que tituló Nuevas poesías . En sus más de 300
páginas se recopilan sus poemas de los últimos años, muchos ya publicados
en revistas de provincias como Adelante, de Salamanca, la Revista
Cordobesa o El Eco de Extremadura. Predominan las odas retóricas y
huecas, dedicadas a todo tipo de personajes: Dios, Murillo, Colón, Zorrilla...
Aunque ya no se repiten los viejos tópicos neoclásicos, con sus ninfas y sus
pastores, la poesía intimista sigue estando ausente.
El eco del segundo libro de Campillo en la prensa fue mínimo, lo que
indicaba claramente que estaba fuera de órbita. Se iban desvaneciendo sus
expectativas de ser el mejor poeta de España. Solamente El Imparcial publicó
una gacetilla que elogiaba a «uno de los que con más fe y entusiasmo
conservan las buenas tradiciones de aquella escuela, que ilustraron los
Herreras y los Riojas» 263 . Y, aunque añadía que era «probable» que más
adelante le dedicaran un artículo, esta previsión no se cumplió.
Campillo, la joven promesa de la poesía española, había quedado
marginado y olvidado. Pocos años después tendría que asumir que pasaría a
la historia de la literatura, no por sus propias obras, sino por haber sido amigo
de infancia de Gustavo Adolfo Bécquer, y también por haber sido uno de los
editores de las obras póstumas de Gustavo, cuestión que analizaremos más
adelante.
A su muerte, en enero de 1900, las necrológicas destacaron la labor de
Campillo como profesor y autor de un conocido manual de retórica, pero
nadie lo calificó de poeta: «correcto versificador, aunque no era un verdadero
poeta» 264 ; «versificador correctísimo»; autor de «chistes demasiado
cargados de color»; «ingenioso y correcto escritor» 265 , etc. Muy pocos
recordaron que había sido compañero de Bécquer.
114 . «¿Quién ensucia más papel? / Manuel. / ¿Quién plagia y vive tranquilo? / Ovilo. /
¿Quién es un gran majadero? / Otero. / Este animal silletero / que se ha metido a escritor/
es el insigne señor / Manuel Ovilo y Otero», El Espectador, 5.11.1846.
164 . Sebold, «Juan de la Puerta Vizcaíno, en la vida y rima V de Bécquer», disponible en:
<http://www.cervantesvirtual.com/obra/juan-de-la-puerta-vizcano-en-la-vida-y-rima-v-de-
bcquer-0/ > (consulta: 31.12.2019).
243 . OC, 1640. El afán de hallar vestigios materiales de esos paseos ha llevado a atribuir a
Gustavo un grafito que se ve en la parte superior de la portada del convento de San
Clemente, de Toledo. En la Historia de los templos de España Bécquer había descrito la
portada, «tan elegante y acabada», de ese convento, habitado por sesenta monjas (OC,
1104). Resulta poco creíble que Gustavo ensuciara una obra de arte atribuida a Berruguete.
Para ello habría necesitado una escalera de más de cinco metros para subir y escribir su
nombre completo en un rincón. No tienen demasiado valor las comparaciones grafológicas
entre un grafito escrito en condiciones excepcionales y la letra de Gustavo al escribir con
papel y pluma.
Vamos a estudiar con cierto detalle uno de los episodios más importantes de
la vida de Bécquer, episodio al que se ha atribuido una importante y directa
repercusión en su obra poética. Estamos hablando de sus relaciones con la
hermosa cantante de ópera Julia Espín. En las referencias a este tema todo
está exagerado y, por tanto, distorsionado. Como veremos, una vez analizado
con cierto rigor, es muy poco lo que podemos considerar verdadero: Joaquín
Espín no era un gran compositor, sino un modesto músico; el encuentro del
balcón entre Gustavo y Julia es una burda invención de Julio Nombela; la
calle donde vivían los Espín tenía muy mala fama por sus prostíbulos; las
tertulias musicales de los Espín eran pequeñas reuniones de escritores y
músicos de segunda fila; Julia no llegó a ser una prima donna, etc.
En 1906, unos meses antes de morir, Julia Espín recibió en su casa,
acompañada por su esposo, al profesor norteamericano Everett W. Olmsted,
que se encontraba en Madrid investigando la vida y la obra de Bécquer. Julia,
que entonces era una respetable dama de 67 años, le mostró dos álbumes de
su juventud en los que el poeta había colaborado con un par de poemas
galantes y numerosos dibujos fantasiosos 266 . ¿Qué significado podía tener
que Julia hubiera guardado esos álbumes de su juventud? ¿Eran el testimonio
de una relación que inspiraría los poemas de amor más famosos de la
literatura española?
Antes de contestar estas preguntas, conviene conocer el entorno familiar
de Julia Espín Colbrand (1839-1906), totalmente dedicado a la música. Su
padre, Joaquín Espín y Guillén (1812-1881), a menudo ha sido presentado
como un gran compositor, cuando, en realidad, destacó más por sus
actividades en pro de la ópera española que por su propia producción
musical. De origen humilde, tuvo que costearse los estudios musicales. En
1836 se casó con Josefa Pérez y Colbrand, hija de José Pérez, vice-maestro
de la real capilla. Josefa era sobrina de la cantante Isabel Colbrand, primera
esposa de Rossini.
Espín impulsó múltiples proyectos, siempre orientados al mismo objetivo:
la creación de una ópera nacional española, que superara la hegemonía de la
ópera italiana. Era difícil de alcanzar, ya que iba en contra de los gustos del
público, no solo español, sino europeo. Espín era muy consciente de ello,
sabía que no solo había que componer óperas españolas atractivas, sino que
había que influir en las élites gobernantes y en la afición filarmónica en
especial. Por eso formó parte del grupo impulsor de la ópera española, junto a
músicos y cantantes como: Francisco Salas, Joaquín Gaztambide, Francisco
Barbieri, Emilio Arrieta y otros. También contaban con el apoyo de escritores
como Ventura de la Vega, Luis Mariano de Larra, Luis de Olona, etc. Sus
propuestas se concretaron en un manifiesto en el que pedían a las Cortes la
creación de una gran ópera nacional con sede en el Teatro Real y que
recibiera una adecuada subvención anual 267 .
Pero don Joaquín no siempre fue consecuente con esta defensa de la ópera
nacional. Su hija Julia adoptó un nombre artístico italiano, Giulietta
Colbrand, que remitía a su tía-abuela materna, la célebre Isabel o Isabella
Colbrand (1785-1845), compositora y cantante, primera esposa de Gioachino
Rossini, que compuso varias óperas para ella. Isabella fue una celebridad
internacional durante muchos años. En su impresionante currículum figura
haber cantado ante Napoleón en las fiestas de su coronación (1804). Años
después se recordaba este momento de gloria, cuando «el emperador en
persona, en presencia de toda su corte, felicitó a Isabel por su talento precoz,
colmándola de presentes y regalos magníficos» 268 . Pero hay que tener en
cuenta que esos elogios procedían de alguien con escaso oído musical, que
había dicho: «La música es el más soportable de los ruidos» 269 .
Es probable que Julia estuviera deslumbrada por su legendaria tía abuela y
quisiera seguir sus pasos, tal como indica la elección de su nombre artístico,
que la identificaba como pariente de la Colbrand y de Rossini. ¿Quiso Julia
imitar también la vida libre de su tía abuela, que no tuvo hijos y se consagró
totalmente a su carrera artística?
Divorciada de Rossini desde 1836, a su muerte, en 1845, Isabella dejó un
legado a su sobrina, esposa de Joaquín Espín. Don Joaquín viajó a Italia para
arreglar esos, según la prensa, «asuntos de familia». No sabemos hasta qué
punto se mezclaron los temas derivados de la herencia con las cuestiones
musicales. Espín aprovechó el viaje y los contactos de Rossini para
promocionarse en la patria de la ópera. El autor de El barbero de Sevilla lo
acogió muy cordialmente y le escribió una carta privada llena de elogios a sus
composiciones. Espín se apresuró a difundir la carta en la prensa española 270
.
Pero no todo fueron parabienes. Rossini le presentó a Verdi, quien, tras
examinar sus partituras y haberle preguntado con quién había estudiado
composición, sentenció: «Così si diventa maestro, anche in un piccolo
villaggio» («Así se llega a maestro, pero en un pueblecito» 271 . El
reconocimiento público de Espín por parte de Rossini algo tuvo que ver con
la moderación de las críticas de don Joaquín hacia la omnipresente ópera
italiana. Era lo que él mismo había calificado como «invasión rossiniana»,
una invasión que, por los azares de la vida, había afectado muy de cerca a él
mismo y a su familia. Su hija Julia también se amoldó al italianismo musical,
y su repertorio operístico fue el italiano clásico, con alguna canción española
de relleno. Más adelante estudiaremos su trayectoria como cantante de ópera.
Don Joaquín siempre mantuvo sólidos vínculos con el palacio real y con el
partido moderado. A su regreso de Italia, a principios de 1846, el general
Narváez lo nombró director de la recién creada compañía del Teatro de la
Cruz. Perdió el cargo enseguida, cuando cayó el gobierno moderado. Ese
mismo año el ayuntamiento de Madrid le encargó música para los festejos de
la boda de la reina 272 . Además, dirigió los coros de palacio y los del Teatro
Real. Fue segundo organista de la real capilla y publicó una recopilación de
canciones titulada Álbum lírico-español de S. M. la reina D.ª Isabel II (1856).
Su hijo Joaquín Espín Pérez dedicó una sinfonía a la reina, que fue estrenada
con éxito en el Teatro Real en 1860.
El padre de Julia redondeaba sus ingresos dando clases particulares «en un
buen local al efecto» en la travesía de la Ballesta, número 11 273 . Espín
anunció que utilizaba un sistema nuevo y de excelentes resultados para el
aprendizaje del solfeo, el canto, el piano y la armonía. De esta manera
manifestaba su desacuerdo con el método tradicional de enseñanza musical
del Conservatorio, donde él mismo era profesor de solfeo. Como vemos, don
Joaquín era un verdadero torbellino de actividades, que emprendía para
cumplir todo tipo de demandas, desde la canción «Aben Hamet» (1856), con
letra del poeta y político Francisco Martínez de la Rosa, hasta la música de
una canción que aparecía en la famosa novela de folletín María o La hija de
un jornalero, de Vicente Ayguals de Izco 274 .
Fue muy hábil en la utilización de la prensa para difundir sus proyectos.
Fundó y dirigió la revista La Iberia musical (1842), la primera especializada
en música. Después dirigió El Museo musical 275 . En 1852 publicó por
entregas una Biblioteca musical económica, cuya redacción estaba en su
domicilio particular de la calle de la Luna, 26, piso principal 276 . En enero de
1853 comenzó a publicar la colección Tesoro de la música religiosa, con
especial dedicación a la música de órgano. Colaboró en la Enciclopedia
Moderna (1851), en la que escribió los artículos de tema musical. También
hay que citar la fundación de varias sociedades musicales, como el Círculo
Filarmónico de Madrid (1851), que organizaba clases, conciertos y recitales
en su domicilio.
Don Joaquín y su hija Julia participaban activamente en las veladas
musicales que daban en sus casas las familias aristocráticas de Madrid. Por
ejemplo, Julia cantó en una fiesta musical en casa de los condes de San Luis
277 . Pero, como veremos, estas veladas muy poco tenían que ver con las
mesocráticas reuniones que Espín organizaba en su casa o en los locales del
Círculo.
Este incesante activismo contrasta con la escasa fortuna de su propia
producción musical. Emilio Cotarelo, que no tenía buena opinión de él, lo
califica de «regular director de orquesta, pero compositor de escaso numen y
ciencia» 278 . Fue autor de diversas zarzuelas, de las que la más importante es
Padilla o El asedio de Medina, con libreto de Gregorio Romero Larrañaga,
inspirado en la trágica historia de los Comuneros de Castilla. Fue estrenada
en el Teatro de la Cruz en julio de 1845, pero en realidad solo se interpretó la
obertura y el cuadro primero del primer acto, con mediano éxito. Nunca se
llegó a representar entera. El fracaso artístico supuso también un fracaso
económico, ya que a don Joaquín de poco le sirvió que el dueño del teatro, el
conocido marqués de Salamanca, le hubiera cedido los ingresos de su ópera.
Pero Espín continuó estando muy orgulloso de su obra, en especial de la
obertura, que tarareaba a cualquier amigo que encontraba. Es fácil imaginar
que Gustavo fue uno de los que tuvo que escucharla con cara de
circunstancias. El poeta satírico Juan Martínez Villergas se burlaba:
Del principio de la ópera hasta el fin
retumba fiero el eco del cañón.
Huye, muchacho, que te coge Espín
y te quiere soplar la introducción 279 .
Pero el infatigable don Joaquín volvió a probar suerte varias veces más. El
14 de marzo de 1857 tuvo el mayor fracaso artístico de su vida con el estreno
en el nuevo Teatro de la Zarzuela de su obra Encogido y estirado, con libreto
de Agustín Azcona. Asistieron los reyes, Isabel II y Francisco de Asís.
Cotarelo se ceba al comentar el fracaso rotundo de la obra, que fue
«implacablemente silbada», con «gran regocijo» de doña Isabel. Un diario de
la época rebaja el fiasco y dice que «el público la recibió con bastante
frialdad», achacando el fracaso a «la pesadez y poca gracia del libreto». Pero
reconoce que «los esfuerzos» de Espín «no han bastado a conjurar la
tempestad» 280 . En cambio, Cotarelo dice que «la música era mala» 281 . Es
muy probable que Gustavo, que ya se había introducido en el círculo de los
Espín, asistiera al desastroso estreno.
La única obra que proporcionó cierto éxito a Espín fue Carlos Broschi ,
con libreto de Teodoro Guerrero. La zarzuela se basa en la vida en la corte de
Felipe V del cantante castrado Farinelli. Tuvo que estrenarla en el Teatro San
Fernando de Sevilla, porque en los teatros de Madrid encontró «cerradas las
puertas» 282 . Las informaciones de la prensa fueron muy positivas: «éxito
completísimo» 283 , «aplausos entusiastas e incesantes», etc. 284 . Los
mayores elogios fueron para la cantante Emilia Moscoso. La prensa había
anunciado que los autores estarían en el estreno 285 , de manera que, por
primera y última vez, Espín pudo saborear en directo las mieles del triunfo.
Después de Sevilla, Carlos Broschi se representó en Zaragoza y otras
capitales de provincia. Hubo algún intento de estrenarla en el Teatro de la
Princesa de Madrid, pero finalmente ningún teatro madrileño quiso
arriesgarse 286 , lo cual indica que don Joaquín no tenía muy buena fama en
su gremio.
El estreno de Carlos Broschi se produjo ocho meses antes de que Bécquer
saliera de Sevilla para ir a triunfar a Madrid. Podemos imaginar que Gustavo,
gran aficionado a la ópera, asistió a alguna de las representaciones. Y no es
inverosímil que tuviera un primer encuentro con Joaquín Espín 287 .
Don Joaquín tampoco tuvo éxito con la comedia La vieja y el granadero,
estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 12 de setiembre de 1859, con libreto
de Eugenio Sánchez de Fuentes. El Álbum de señoritas califica la zarzuela de
«un tanto grotesca» y trata de salvar la música, que había sido «acogida con
más benevolencia» 288 . En esa época, cinco años después de su llegada
Madrid, Gustavo asistía, no sabemos con qué frecuencia, a la tertulia musical
de los Espín. Siguió, pues, muy de cerca los avatares artísticos de don
Joaquín y de Julia, que estaba preparándose para emprender su carrera como
cantante de ópera.
Si hacemos un balance de la obra musical de Joaquín Espín, forzoso es
reconocer que no tuvo éxito en su época y que tampoco ha sido revalorizado
posteriormente. Es sorprendente que un autor que tenía tantos y tan buenos
contactos no pudiera estrenar en Madrid, una capital con una gran demanda
de zarzuelas. En cambio, jóvenes desconocidos como Bécquer, García Luna o
Rodríguez Correa pudieron estrenar varias zarzuelas, y algunas con bastante
éxito, a pesar de su escasa calidad. La explicación de esa diferencia no puede
ser la de que Espín apostó por una ópera nacional española, porque las óperas
de esos jóvenes tenían libreto de tema y texto español, aunque más o menos
basado en fuentes italianas o francesas. Por eso, sin obras de calidad y éxito,
resultó ilusorio el proyecto de crear una ópera española que rivalizara con la
italiana.
El activismo de don Joaquín afectaba también a su familia, dedicada a la
música. Joaquín hijo (1837-1879) destacó como compositor y director de
varias orquestas. Ernestina también cantó ópera, aunque solo actuó en fiestas
y veladas privadas.
Pero de la vida de Julia nos interesa sobre todo su relación con Bécquer.
¿Fue Julia Espín la protagonista de las Rimas? ¿Qué tipo de relación hubo
entre ellos? Sobre este tema hay varias versiones, bastante contradictorias
entre sí.
Formuladas cuando Julia todavía vivía, es seguro que estas duras críticas
llegarían a los oídos de ella. Pero Julia optó por mantener un discreto
silencio, sin contradecirlas o matizarlas, a pesar de que contribuían a difundir
una mala imagen que la perseguía y que crecía a medida que la poesía de
Gustavo se hacía más y más famosa. Sin embargo, hay que admitir que la
versión de Blasco, aunque muy malévola, se acerca más a la verdad que la de
Nombela.
Los álbumes eran casi públicos, nada tenían que ver con la privacidad de
los diarios íntimos. Lujosamente encuadernados, se colocaban en un lugar
destacado del salón, y eran exhibidos como testimonio de que la familia se
relacionaba con personajes ilustres y famosos, que en el álbum habían dejado
un recuerdo de su visita: un breve poema, un dibujo, un fragmento de una
partitura... El auge de los álbumes fue remitiendo, y hacia 1867 se
consideraba que ya no estaban de moda 327 .
Estando todo tan pautado, lo que diferenciaba un álbum de otro era el
prestigio social de los colaboradores, que las damas se disputaban. Por eso
llama la atención que en los álbumes de Julia no haya firmas de prestigio. En
ellos encontramos, entre los más conocidos, a: la poeta María Pilar Sinués y
su esposo José Marco, escritor que había dirigido La España musical y
literaria; el escritor y periodista Agustín Bonnat; el escritor, periodista y
dramaturgo Luis Pino; José Márquez del Prado, autor de algunos libros y
opúsculos sobre temas de política internacional, y de una Historia de Ceuta
328 ; el joven abogado José Peralta; el escritor Florencio Moreno Godino, que
a mediados de 1853 había estrenado su primera obra, Luchas de amor y deber
329 y que en 1866 publicaría una parodia de la rima 60, con el título de «Tú y
yo» 330 ; Salvador Granés, poeta y autor de zarzuelas, como Chanzas reales
331 , etc.
El tertuliano más prestigioso era el novelista granadino Pedro Antonio de
Alarcón, pero en aquella época solo había publicado El final de Norma
(1855), que curiosamente está protagonizada por una cantante de ópera. El
novelista granadino dejó en el álbum un breve poema, «A Julia»:
Tienes los ojos negros,
ojos de luto;
mi corazón lo lleva
desde que es tuyo,
pero tu alma
llevará siempre el luto
de una esperanza 332 .
El poema de Alarcón refuerza el dato de que Julia tenía los ojos negros, no
azules, como a veces se ha afirmado. También podemos mencionar al escritor
gallego Manuel Murguía (1833-1923), casado con la poeta Rosalía de Castro.
Su contribución no se distingue por su originalidad:
Si de sus negros ojos la mirada
húmeda, transparente y amorosa
por las negras pestañas mal velada... 333 .
La versión más extendida de las Rimas nos presenta una historia de amor
no correspondido y traicionado. Pero no sabemos si se trata de una sola
historia o de varias, con diversas protagonistas. No podemos olvidar que esta
falta de información obedece a una decisión del propio poeta, quien, celoso
de su intimidad, no quiso que los lectores de sus poemas conocieran las
claves biográficas que encerraban.
En cuanto a los sentimientos de Julia por Gustavo, tampoco disponemos
de datos. Según la tradición oral, recogida por Rafael Montesinos, Julia se
ponía nerviosa cuando sus sobrinos, años después de haber muerto Bécquer,
le solicitaban noticias sobre Gustavo. «La respuesta, rápida, hiriente, no
tardaba en aparecer: «Bécquer era un hombre sucio» 344 . El profesor
norteamericano Olmsted también recogió, de boca de la anciana Julia, una
contundente descalificación del «sucio» Bécquer 345 .
Viendo las fotos del poeta vestido con elegancia, sabiendo que asistía a los
actos y fiestas más selectas y que era director de importantes periódicos,
cuesta mucho creer la agria afirmación de Julia. Sin embargo, cabe otra
interpretación, la de que no se está refiriendo a la falta de limpieza o de aseo
del poeta, sino a sus supuestas aficiones pornográficas. Entre los muchos
ejemplos del uso de la palabra suciedad en el sentido de «obscenidad»
podemos citar una revista femenina de la época, que se queja de las canciones
callejeras «obscenas, sucias, inmorales» 346 . Y también Gil Blas se refiere a
los «vendedores de aguas sucias y fotografías ídem» 347 .
¿A qué «fotografías sucias» se estaba refiriendo el periódico republicano?
Sin lugar a dudas, a las fotos pornográficas que a partir de la Gloriosa se
habían popularizado como instrumento de sátira política. Como veremos más
adelante, entre esos materiales estaba un álbum de acuarelas titulado Los
Borbones en pelota, firmado con el seudónimo SEM. A la muerte de Gustavo
en 1870, el periódico Gil Blas publicó una necrológica en la que se decía que
los hermanos Bécquer habían usado el seudónimo SEM, con lo que
indirectamente les declaraba autores del álbum pornográfico, en el que
aparecían escandalosas orgías en la corte de Isabel II, en vísperas de la
Gloriosa. El escándalo, aunque quedara reducido a los círculos de opinión de
la capital, debió de ser enorme. Sin duda el rumor llegó a oídos de Julia, que,
con toda la razón del mundo, podía decir que Bécquer era un hombre
«sucio», es decir, un pornógrafo con el que había tenido escaso trato.
En definitiva, los datos que conocemos no nos permiten ir más allá de la
hipótesis de que Julia, en el mejor de los casos, tan solo pudo inspirar algunos
poemas galantes a Bécquer, los dos del álbum y quizá otros del mismo estilo.
Pero no aquellos más apasionados, más crudamente expresados y referidos a
unas relaciones amorosas con dimensión sexual, que irán acompañadas de
celos, traiciones y engaños. Este tema es uno de los más complejos de la
biografía y de la obra de Bécquer.
La teoría de que Julia fue una musa menor de la poesía becqueriana se ve
reforzada por el análisis del álbum de su hermana Josefina, la segunda hija de
la familia Espín. Era muy hermosa, rubia y de ojos azules, a diferencia de
Julia, morena y de ojos negros.
El becquerianista Rafael Montesinos tuvo acceso en 1962 al álbum de
Josefina, en el cual encontró un autógrafo de Bécquer de la rima 63:
«Despierta, tiemblo al mirarte...». El tema del poema está claro: los
enamorados han pasado la noche juntos. De madrugada, él está en vela,
contemplando el tranquilo sueño de ella. El poema está fechado en mayo de
1860, momento en que Bécquer estaba a punto de dejar de asistir a las
tertulias de los Espín, por razones que no conocemos.
Rafael Montesinos se pregunta si la rima del álbum de Josefina expresa el
apasionado amor de Gustavo por ella: «Desengañado de Julia Espín, ¿volvió
Gustavo los ojos a Josefina?» 348 . Pero de esta pregunta, que podría
admitirse como mera hipótesis de trabajo, extrae una conclusión tan rotunda
como poco sólida: «Es seguro que Gustavo se valió del álbum de Josefina
para declararle su amor veladamente» 349 . Esta teoría ha sido aceptada por
algunos becquerianistas 350 , mientras otros se muestran bastante escépticos
351 .
Ya hemos analizado las limitaciones de la poesía de salón en cuanto a su
grado de autenticidad y sinceridad. No sería, pues, muy coherente considerar
que no eran sinceras las dos rimas que Bécquer dejó en el álbum de Julia,
pero sí lo era la que dejó en el álbum de su hermana Josefina. En realidad,
esas tres rimas son poemas de salón, cuyos contenidos no desentonan de los
que figuraban en los álbumes de Julia y de Josefina. Lo que distinguía las
poesías becquerianas era su indiscutible calidad poética.
La cuestión se complica cuando comprobamos que Bécquer utilizó el
mismo poema en varios álbumes. Como hemos visto, en mayo de 1860 dejó
en el álbum de Julia una primera versión de la rima 43, «Si al mecer las
azules campanillas...» y otra de la rima 37, «Sabe, si alguna vez tus labios
rojos...».
En el álbum de Josefina, la hermana de Julia, dejó una temprana versión
de la rima 63, «Despierta, tiemblo al mirarte»... Pero Bécquer volvió a
aprovechar la rima 37 insertándola en el álbum de una tal Virginia, misteriosa
dama, de la que no se sabe casi nada, pero que ha causado muy pocas
complicaciones en los estudios becquerianos, desde luego nada comparables
con los que causó la fantasmagórica Elisa Guillén 352 . Más adelante, en
1863, Bécquer publicó en El Mediterráneo la primitiva versión de la rima 63,
sin dedicatoria 353 . Esta versión presenta curiosas variantes. En vez de:
«Despierta, tiemblo al mirarte, / dormida, me atrevo a verte»; dice lo
contrario: «Dormida, tiemblo al mirarte / despierta, me atrevo a verte».
Si entendiéramos que los poemas expresaban auténticos sentimientos
amorosos, habríamos de concluir que Bécquer estaba enamorando
simultáneamente a tres mujeres, dos de ellas, hermanas. Y también
tendríamos que aceptar que en este juego amoroso no dudaba en utilizar la
misma rima para dos destinatarias: la 43 y la 63, para Julia y Josefina; la 37,
para Julia y Virginia. El gráfico nos ayuda a entender la situación:
Pero Bécquer no solo expresaba sus sentimientos por medio de versos. En sus
leyendas también encontramos pistas que las conectan con la vida del poeta y
con otras obras becquerianas. Son varias las leyendas protagonizadas por
mujeres que responden a un mismo arquetipo, esbozado ya en la rima 75:
«mudable, altanera y vana y caprichosa».
Este es el troquel en el que están configuradas: María, la protagonista de
«La ajorca de oro» (1861); Beatriz, de «El Monte de las Ánimas» (1861);
Inés, de «El Cristo de la calavera» (1862); y Constanza, de «La corza blanca»
(1863). Todas ellas son desdeñosas y crueles con sus enamorados, a los que
llevarán a la muerte, como en «El Monte de las Ánimas»; o a la locura, como
en «La ajorca de oro». Disfrutan atormentando y humillando a los que se
dejan atrapar por su belleza. Se parecen a esa mujer o mujeres que en las
Rimas son objeto de duras y amargas recriminaciones por su insensibilidad y
su crueldad. Bécquer recoge así el viejo tópico: «El hombre es juguete de la
mujer» 357 .
Fijémonos en que estas leyendas se publicaron entre 1861 y 1863, cuando
Gustavo ya estaba casado con Casta Esteban. ¿Se inspiró en sus supuestos
amores desgraciados con Julia o en la decepcionante vida conyugal con
Casta? ¿Configuró la sibilina psicología de sus protagonistas femeninas
basándose en la de Julia, a la que, como hemos visto, Eduardo del Palacio
calificaba de «altiva y desdeñosa»?
Esta galería de mujeres tiene en común la representación de un modelo
romántico, asociado al amor ideal y al consiguiente desengaño:
La hermosa, cruel y estúpida Julia tiene su paralelo, su homóloga, en la inculta,
insignificante, tacaña y adúltera Casta Esteban. Cuanto más malvadas parecían ellas,
más digno de compasión era Bécquer. Cuanto más encajaban ellas en el paradigma
misógino de la época, más se asemejaba él a la figura tópica del poeta romántico,
atormentado e infeliz 358 .
Veamos qué rumbo tomó Julia Espín después de haberse relacionado con
Bécquer hasta 1860. A partir de ahí en su vida hay dos grandes proyectos:
primero, sobresalir como cantante de ópera y segundo, casarse con Benigno
Quiroga. Como el fracaso del primer proyecto estuvo motivado por la pérdida
de la voz, tuvo que aceptar que ya no podría ser una prima donna . O dicho
de otro modo: no tendría su propia personalidad, limitándose a ser la «señora
de Quiroga». Al dejar de tener relato biográfico propio, Julia Espín se
desvanece; hay que adivinarla oculta detrás de la biografía pública de su
marido. Era la invisibilidad de las mujeres de la época, de la que Julia había
intentado escapar con una carrera artística que le hubiera permitido llevar una
vida autónoma.
Pocas mujeres de su época estuvieron tan cerca de lograrlo. Por sus
circunstancias familiares, la «sobrina» de Rossini y de Isabella Colbrand
parecía destinada a triunfar en el mundo de la ópera. Desde niña había
recibido una intensa preparación para convertirse en prima donna y seguir la
carrera triunfal de su tía Isabella. No era un sueño inalcanzable, sino una
meta que se proponía alcanzar a base de esfuerzo y del apoyo de su familia.
A los dieciséis años cantó con gran éxito en palacio, ante los reyes. Su
interpretación de canciones compuestas por su padre mereció grandes elogios
de los monarcas, «por su magnífica voz, hermosa figura y excelentes dotes
artísticas» 361 . No solo tenía voz, sino también «hermosa figura». Pero, en
contra de lo que sería esperable, en 1858, a los 20 años, no pudo obtener de la
reina una beca para formarse en el extranjero, porque su hermano Joaquín
(1837-1879) acababa de obtener una para estudiar en París 362 . Sabemos
muy poco de sus actividades entre 1860 y 1867, año en que debutó en Milán.
En 1864 cantaba en veladas aristocráticas, como las que organizaba en su
casa José Paulino González. La hija este jurista militar era alumna de Joaquín
Espín, que tocaba el piano o dirigía coros en esos recitales domésticos 363 .
En 1866, junto a su hermano Joaquín, director de orquesta, Julia se marchó a
Italia, la patria del bel canto . Por recomendación de Rossini, entró en la
compañía del prestigioso Teatro de La Scala de Milán. El exigente crítico
José María de Goizueta, que había elogiado a Bécquer por su adaptación de
El nuevo Fígaro, muestra un cierto desdén ante el anunciado debut en La
Scala de Julia Espín, a la que define como «sobrina de Rossini e hija de un
modesto compositor español» 364 . Lo de «modesto» era sin duda un dardo
lanzado contra Joaquín Espín.
El año 1867 fue decisivo para la carrera de Julia. El 13 de enero debutó en
La Scala, con Turanda, música de Antonio Bazzini (1818-1897) y libreto de
Antonio Gazzoletti (1813-1866). Basada en leyendas orientales, esta ópera
hoy tan solo es recordada como antecedente de la célebre Turandot de
Puccini. Julia tenía un papel secundario, el de Adelma, amiga y confidente de
la princesa persa Turanda. Tuvo unos momentos de lucimiento al cantar el
aria «L’usignolo e la rosa».
En sus valoraciones del estreno, la prensa especializada internacional
mencionaba de manera neutra a la «sobrina de Rossini», pero consideraba
que la representación de la ópera había sido un «fiasco». Esa era la palabra
usada por la Revue et Gazette Musicale de París, y la de la Signale für die
musikalische Welt, de Leizpzig. Más duro fue el prestigioso editor y
compositor milanés Giulio Ricordi (1840-1912), que valoró Turanda con «un
cero absoluto» 365 . No sabemos cuál fue la reacción de Julia, pero sin duda
debió de quedar decepcionada. Habiendo estado a punto de lograr el triunfo,
sus expectativas se habían esfumado en una sola noche.
En la prensa española se ofreció una versión más positiva, sin duda para
dar un patriótico apoyo a la joven promesa. La revista El Artista señalaba que
la «desgraciada ópera» no gustó al público, aunque la debutante «ha agradado
bastante». Y resumía: «El libro vale poco; la música, menos; y la ejecución,
no gran cosa» 366 . La Escena hablaba de «éxito poco afortunado» con la
«honrosa excepción de nuestra compatriota, la señorita Colbrand, la cual
cantó muy bien una romanza y fue muy aplaudida» 367 . Y La Época
acentuaba este contraste: «...a pesar de no haber gustado la ópera, la bella voz
de nuestra simpática compatriota entusiasmó al público, haciéndole
prorrumpir en bravos repetidos» 368 . La Correspondencia de España
sostenía que Julia «entusiasmó al público y fue «extraordinariamente
aplaudida» 369 . De manera inusual en un periódico satírico de ideología
republicana, Gil Blas elogió con entusiasmo a Julia:
—[...]a pesar de que en Milán se llama Giulietta Colbrand, aquí la conocemos por
otro apellido [...].
—¿Y usted la conoce?
—Y usted también.
—¿Pero quién es?
—¿No se acuerda usted de Julia Espín y Guillén, aquella chica alta, bonita,
elegante...?
—Basta... ¡Me ha gustado siempre! 370 .
Dos años más tarde, cuando Julia ya había vuelto a España, Blasco volvió
a mostrar su obsesión, hasta el punto de poner a Julia el apodo de «Julia
Busto»:
—¿Le gusta a usté Julia Busto?
—¡Muchísimo, por mi fe!
—Pues tiene usté muy mal gusto.
—¿Y cómo lo sabe usté? 374 .
Los relativos éxitos de los inicios de Julia como cantante marcaron el resto
de su corta carrera artística. Se movió por teatros alejados de los núcleos
operísticos más prestigiosos, y a veces tuvo que aceptar papeles secundarios.
Se mantuvo, pues, en un honroso segundo nivel, sin lograr un triunfo
completo y definitivo.
Nunca cantó en teatros de ópera españoles. En 1867 realizó una discreta
gira por Italia y Francia. En su repertorio figuraban El barbero de Sevilla y
La sonámbula, una de las óperas preferidas de Bécquer. Su mayor logro
profesional se produjo en agosto de 1868, cuando fue contratada para cantar
en los teatros imperiales de Rusia durante ocho meses, en «condiciones muy
ventajosas» 375 . En las mismas fechas su hermano, Joaquín Espín y Pérez,
fue contratado como director del teatro de ópera italiana de Bucarest 376 .
Una vez en Rusia, Julia debutó en la ciudad de Nizhni Novogorod en
setiembre de 1868 y después cantó en Moscú, San Petersburgo, Odesa y
Taganrog, en el sur de Rusia, donde tuvo que salir once veces a saludar al
público que la ovacionaba. En esa misma ciudad, en febrero de 1869, obtuvo
otro rotundo triunfo con el Faust de Gounod 377 , y en mayo cantó
Alessandro Stradella , ópera alemana de Friedrich von Flotow 378 .
Tarjeta de visita de Julia Espín en 1869, cuando estaba de gira por los teatros de ópera de
Rusia. Pronto contraería una infección de garganta que le impedirá dedicarse al bel canto .
321 . G. A. Bécquer, Julia Espín (eds.), Primer álbum, Biblioteca Digital Hispánica,
Dib/18/1/6794-Dib/18/1/6849; Segundo álbum, Dib/18/1/6850-Dib/1/6850-Dib/18/1/6864.
339 . Biblioteca Digital Hispánica, Segundo álbum de Julia Espín, hoja 87.
341 . Biblioteca Digital Hispánica, Segundo álbum de Julia Espín, hoja 106.
Estas reflexiones no son mera teoría, sino un indicio más de que, como
veremos más adelante, Bécquer escribió, por lo menos, una novela.
A mediados de diciembre de 1859 publicó su primera rima en El Nene,
semanario de sátira política elaborado por Manuel del Palacio, Ramón
Rodríguez Correa y Francisco Ortego, tres amigos de Gustavo que
volveremos a encontrar en numerosas ocasiones.
La rima publicada es la 29, «Tu pupila es azul...». Se desmarca de la
orientación burlesca del semanario, que podemos considerar como un
precursor del famoso Gil Blas . Curiosamente, el número de El Nene en el
que apareció la rima fue recogido por el fiscal, seguramente por mofarse del
gobierno presidido por O’Donnell. La rima está dentro de la temática galante.
Pero en ella aparecen ya los rasgos típicos de la poesía becqueriana:
brevedad, paralelismos, versos de once y siete sílabas, rima asonántica...
DEBUT EN EL MUNDO TEATRAL
Otra de las fuentes de ingresos que probó Bécquer fue el teatro comercial, es
decir, aquel únicamente orientado a ganar dinero. Aunque no proporcionaba
prestigio, se podían obtener buenas ganancias de manera inmediata, a
diferencia de la novela o la poesía, que daban prestigio, pero poco dinero y en
periodos muy dilatados. Ni siquiera Zorrilla podía vivir de la poesía, a pesar
de que se decía que le pagaban un real por verso, lo que explicaría su
marcada preferencia por los versos cortos, octosílabos.
El teatro se había convertido en el principal medio de diversión. El
aumento de las clases medias urbanas provocaba una gran demanda de obras,
lo cual permitía que los jóvenes escritores pudieran estrenar con bastante
facilidad. Unos datos estadísticos nos permiten hacernos una idea del mundo
teatral madrileño en la época en que Bécquer entró en él en busca del éxito.
En 1860 se estrenaron en Madrid 95 obras teatrales, un promedio de 9,5 obras
al mes, teniendo en cuenta que la temporada duraba diez meses. De ellas, 50
eran originales y 45, traducciones y adaptaciones, sobre todo de obras
francesas 387 . Como se ve, el ritmo de estrenos era frenético, con lo que
había escasísimo tiempo disponible para los ensayos, la escenografía... El
mercado teatral buscaba el éxito comercial inmediato, sin plantearse educar al
público, como habían pretendido los neoclásicos.
La primera incursión de Bécquer en el mundo teatral se produjo en 1856
con el estreno de una pieza cómica, La novia y el pantalón, en colaboración
con su amigo Luis García Luna. Los autores, que usan el seudónimo Adolfo
García, destacan que se trata de una obra original, es decir, que no es una
adaptación de una pieza francesa. Eso daba un cierto mérito, que se retribuía
con unos pagos algo superiores a los de las obras adaptadas. Estrenada el 15
de noviembre de 1856 en el Teatro de Variedades, estuvo en escena unos
días, y durante los dos años siguientes se repuso esporádicamente. No fue
objeto de comentarios en su día, pero a finales de 1858, cuando se estrenó en
Valencia, recibió una crítica demoledora:
A esta pieza o mamarracho la denominan graciosa... y vaya si lo es [...] Oh, sí, no
deja de ser graciosísimo ver a un amante en escena que gasta gabán, botas de charol
nuevas y que no lleva pantalón porque no lo tiene, y para poder salir de su casa se ve
precisado a robarle el suyo a otro que sale después con calzoncillos corriendo y que
también roba otros que lleva una mujer, poniéndoselos en medio de la escena [...] El
público demostró su disgusto ante una función que, a más de las inverosimilitudes de
que está sembrada, es hasta inmoral 388 .
EL PERIODISMO POLÍTICO
«EL CONTEMPORÁNEO»
De todas las actividades intelectuales de Janer nos interesan sobre todo las
que pudieran tener relación con Bécquer. Probablemente fue Janer el que le
dio a conocer el romanticismo catalán, cuyos líderes tenían una orientación
medievalista y tradicionalista (Antoni Bofarull, Milá y Fontanals, Juan
Cortada, etc.). Prueba del interés de El Contemporáneo por la cultura catalana
son tres artículos de enero y febrero de 1861, en los que se reseña la obra
Observaciones sobre la poesía popular, de Manuel Milà i Fontanals. Poco
después, el diario fue publicando ocho artículos de Milà, dedicados a la
biografía del historiador Pròsper Bofarull. En las obras de Bécquer
encontraremos huellas directas de autores como Pau Piferrer o Víctor
Balaguer.
445 . OC, 459. Parece citar de memoria una frase de la novela balzaquiana Louis Lambert:
«...delicatesses presque féminines qui sont instinctives chez les grands hommes»;
«...delicadezas casi femeninas que son instintivas en los grandes hombres», cap. I.
Hacia 1860, Bécquer había logrado una posición económica bastante sólida.
A los ingresos fijos que le proporcionaba su empleo de redactor de El
Contemporáneo había que añadir los beneficios de las obras teatrales. Era el
momento, de acuerdo con las costumbres de la época, de plantearse el
matrimonio y la formación de una familia.
Gustavo eligió como esposa a Casta Esteban Navarro, muy distinta de la
sofisticada Julia Espín. Había nacido el 10 de setiembre de 1841 en Torrubia
de Soria 463 . Era una chica de pueblo, aunque había vivido varios años en la
capital. Según todos los testimonios, era muy atractiva.
Comenzaremos aclarando la trayectoria profesional de Francisco Esteban,
padre de Casta. Muchos becquerianistas han afirmado que era médico, sin
más. Algunos añaden «prestigioso», «ilustre», «afamado oculista»,
«especialista en enfermedades venéreas», etc. Pero, de acuerdo con los títulos
oficiales de la época, Francisco Esteban no era médico, sino cirujano. Esta
diferenciación era motivo de agrias polémicas corporativistas. El gobierno
intentó separar las titulaciones y las funciones de médicos y cirujanos, pero
sin demasiado éxito. Los segundos se quejaban de que, como no había
médicos suficientes para todas las poblaciones pequeñas, ellos habían de
ejercer funciones de médico en las zonas rurales 464 . Según Madoz, en la
provincia de Soria había 39 médicos y 161 cirujanos. Una de las funciones de
los cirujanos era la asistencia a los partos, que se les retribuía con 10 reales
cada uno 465 . También ejercían de dentistas y de sangradores.
Detrás de las tensiones corporativistas había intereses materiales: los
médicos no solo defendían su prestigio profesional, sino unos honorarios que
venían a ser más del doble de lo que cobraban los cirujanos. En Noviercas
(Soria), el médico tenía una retribución anual de 500 medias de trigo,
mientras el cirujano del cercano pueblo de Castelruiz cobraba 200 fanegas de
trigo 466 .
Había diversas categorías de médicos y de cirujanos. Concretamente,
Francisco Esteban Ayllón, el padre de Casta, era «cirujano sangrador», es
decir, especializado en practicar sangrías 467 . Había nacido en 1809 en
Pozalmuro (Soria), en una familia muy enraizada en las comarcas sorianas.
Después de haber cursado estudios de cirugía, entre 1843 y 1856 constaba
como cirujano residente en Yanguas, pueblo soriano de unos 750 habitantes
468 . Las fechas no concuerdan, ya que hacia 1852 la familia Esteban residía
en la capital. Quizá seguía siendo el cirujano titular de Yanguas, pero con sus
funciones ejercidas por un sustituto.
Casó con Antonia Navarro, natural de Noviercas. El matrimonio tendría
cuatro hijos: Florentina (1835), Casta (1841), Higinio y Mauricio. De Higinio
tenemos abundantes datos de su carrera en la administración militar. Participó
en la guerra de Marruecos 469 , fue oficial de administración en Cuba 470 ,
ascendió a comisario de guerra, destinado en Cartagena 471 , en Santander 472
y otra vez en Cuba 473 , donde se encontraba meses antes del Desastre de
1898. A estas informaciones periodísticas hay que añadir que en una carta a
sus suegros fechada el 15 de junio de 1863 Gustavo les pide que den la
enhorabuena a Higinio, no sabemos por qué motivo. Por su parte, la poco
precisa Julia Bécquer dice que uno de los hermanos de Casta era coronel, que
se casó con una cubana y que se instaló en Madrid con sus criadas negras. El
otro hermano, Mauricio, según ella, era marino, pero no aporta ningún dato.
De Mauricio tenemos algunas informaciones que apuntan a que pudo
emprender la carrera eclesiástica. En 1864 firmará una adhesión a una
campaña promovida por la Iglesia para reformar la enseñanza y hacerla más
fiel a la doctrina católica. En ese mismo año su firma aparece en una lista de
estudiantes de Burgo de Osma, donde cursaba estudios en el seminario de esa
localidad soriana 474 . En esas fechas, en la citada carta a sus suegros,
Gustavo les pide que también feliciten a Mauricio por haber superado los
exámenes, seguramente los de bachillerato 475 . Dieciocho años después
volveremos a encontrar su firma en una lista de «católicos fervientes» que
protestaban por la profanación de la tumba del papa Pío IX en Roma 476 .
GUSTAVO, ¿PACIENTE DEL CIRUJANO ESTEBAN?
Entre los días 13 y 18 abril de 1858 encontramos en varios diarios, sobre todo
en El Clamor público y en el Diario de avisos, un anuncio sobre un producto
nuevo, pero muy antiguo en la historia de los medicamentos fraudulentos: un
crecepelo, basado en las milagrosas propiedades de una sustancia llamada
zeogonita , palabra inventada para dar al producto unas connotaciones
científicas y exóticas:
Obras son amores. La zeogonita. Con este nombre acaba de ponerse a la venta una
excelente pomada, de que solo un corto número de personas, amigas o conocidas de
su inventor han podido hasta aquí apreciar sus portentosos efectos. La zeogonita
tiene, sin que en ello quepa la menor duda, las propiedades que constituyen la
bondad tópica de la pomada.
LA PERSONALIDAD DE CASTA
A Julio Nombela, que solo la vio en una ocasión, le pareció una atractiva
«mujer de su casa», sin nada extraordinario. La considera «una de tantas
señoras como hay por el mundo que desempeñan en una casa funciones
útiles, que pueden ser y son fieles esposas y excelentes madres». Y añade de
manera sibilina que le pareció que el poeta «no se casó, sino que lo casaron»
494 . Julia Bécquer la define así: «Casta era guapa, pero antipática» 495 . Y el
erudito filólogo Julio Cejador la describe como «muchacha de servicio,
vulgar y nada guapa» 496 .
Las críticas a Casta pronto se extendieron a su supuesta infidelidad
conyugal, tema que trataremos más adelante. El periodista Eduardo de
Lustonó, redactor de la revista Gil Blas, después de confesar que no dispone
de ninguna información sólida, sostiene que Bécquer «contrajo matrimonio
con una señora de quien se había enamorado locamente», y que ella le fue
infiel 497 . En lugar de aportar pruebas o testimonios, aprovecha para hacer
un juego de palabras con Casta/casta, retorciendo el sentido de unos versos de
una comedia de Eusebio Blasco, en la que aparece una esposa adúltera que se
llama Casta:
...me uní con tal criatura
en lazo matrimonial.
Casta se llamaba.. y basta;
por llamarse así la amé.
¡Ay! ¡Yo a mi Casta adoré...
y hoy reniego de mi casta! 498 .
Llama la atención que los biógrafos y los amigos de Bécquer sean tan
hostiles y críticos con Casta. Podemos atribuir su animadversión a que Casta
tenía carácter y no se limitaba a ejercer el papel de esposa sumisa, encerrada
en el ámbito doméstico. Como veremos más adelante, fue capaz de escribir
un libro en el que, aunque de manera desordenada, defiende ideas que
podemos considerar antecedentes del feminismo.
GUSTAVO Y CASTA
Valeriano Bécquer, «El sacamuelas». En este dibujo podemos ver a todo el grupo familiar.
El cirujano está a punto de sacar una muela a Gustavo, mientras su hermano lo contempla
con angustia. Pero Casta no pierde el control. Mientras vigila a los niños, se prepara para
atender a su marido. Quizá estaba acostumbrada a ver situaciones parecidas en casa, ya que
su padre era cirujano.
En cambio, Casta no era muy buen partido, a pesar de que Julia Bécquer
supone que sus padres tenían buena posición y debieron de darle lo suficiente
para comenzar a vivir con holgura 522 . Más bien parece que no le dieron
dote, o fue muy escasa. En cualquier caso, Casta debió de aportar al
matrimonio la ropa y los muebles de la casa de Noviercas que la familia
Esteban cedió a los recién casados. En ella vivieron a temporadas y allí
nacieron dos de sus hijos. Se ubicaba en la calle Moral número 15. Era una
vivienda de 70 metros cuadrados, de planta baja y piso, sin comodidades,
pequeña, modesta, austera, propia de una familia campesina de bajo nivel
económico. Recientemente ha sido restaurada como museo, con lo que se ha
podido evitar su derribo. Hay que descartar, pues, motivaciones económicas
por parte de Gustavo.
Aunque Casta no podía aportar una buena dote, era una joven hermosa y
atractiva, según los testimonios de los amigos de Gustavo. También lo
acreditan varios dibujos de Valeriano. En uno de ellos, «El sacamuelas», la
vemos serena, preparada para ayudar a Gustavo en el trance de que le
arrancaran una muela, operación habitual de los cirujanos, como el padre de
Casta 523 .
Casta cumplía, pues, el principal requisito que Gustavo valoraba en una
mujer. En su rima 75, con independencia de si está referida a Julia Espín o a
Casta, o a otra mujer, lo expresa claramente:
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa.
Antes que el sentimiento de su alma
brotará el agua de la estéril roca.
463 . Gil, J. y Gil, C. «La verdadera historia de Casta Esteban, esposa de G. A. Bécquer,
disponible en: <https://barderasdelmoncayo.wordpress.com/2018/11/26/la-verdadera-
historia-decasta-nicolasa-esteban > (consulta: 31.12.2019).
492 . López Núñez, 1929, 193. La evolución cultural de Casta tiene especial mérito si la
situamos en su contexto: en 1860, en España solo el 9 % de las mujeres sabía leer y escribir
(Viñao, 1991: 23).
Bécquer propone un arte y una literatura que expresen la época. Por eso no
es un romántico rezagado, sino un autor postromántico, que oscila entre una
caduca estética romántica y una naciente estética realista 526 . Volviendo al
prólogo de La soledad, la fuente de inspiración de esta nueva estética se
precisa más: la lírica popular, porque «el pueblo ha sido, y será siempre el
gran poeta de todas las edades y de todas las naciones». Pero no se trata de
populismo fácil. Notemos que Bécquer contrapone «la poesía de todo el
mundo» con «la poesía de los poetas».
Por eso no hay que interpretar estas rotundas declaraciones como una
defensa de una imitación directa de la lírica popular. El poeta ha de
«elevarla», ha de convertirla en arte. Bécquer deja bien claro que los cantares
de Ferrán se distinguen de los populares, porque «la forma del poeta, como la
de una mujer aristocrática, se revela, aun bajo el traje más humilde, por sus
movimientos elegantes y cadenciosos» 527 . Algo parecido opinaba Florencio
Janer, cuñado de Ferrán. En su reseña del libro de Ferrán expresa un cierto
distanciamiento respecto a la predilección de Augusto «por ciertas canciones
alemanas que en realidad tienen alguna semejanza con los cantares
españoles» 528 .
Como veremos, Bécquer tiene una actitud ambivalente ante el folclore
andaluz. Por un lado, le dedica grandes elogios, pero, como hemos visto, en
«La Venta de los Gatos» y en «Maese Pérez el organista» los cantos
populares son objeto de una desdeñosa crítica. Esta actitud podemos
considerarla, pues, como un antecedente del neopopularismo de Antonio
Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca o Rafael Alberti, que
se sirven de la lírica popular, pero la estilizan y depuran mediante recursos de
la lírica culta. Notemos que todos estos poetas son andaluces.
Hay otra versión de esta leyenda. Se publicó con el mismo título en enero
de 1867 en la revista de Valencia El Panorama . Lo extraño es que está
firmada por Luis García Luna, colaborador habitual. No están nada claras las
razones de esta apropiación, quizá destinada a proporcionar algún dinero a
Luis, un año antes de su muerte 530 .
En la leyenda siguiente, «Los ojos verdes» encontramos un tema muy
común en el folclore europeo, el de las damas del lago que seducen y
destruyen a los hombres. La mención a San Saturio, patrón de Soria, le da un
leve toque de color local. Volvemos a encontrar a una malvada que, como
arma de seducción, incita a su enamorado a cometer la transgresión de un
tabú, con el consiguiente trágico desenlace. Ella no recibe ningún castigo,
porque su naturaleza sobrenatural la sitúa por encima de las normas morales
de los seres humanos.
En «El rayo de luna» la ciudad de Soria tiene un papel destacado. Bécquer
demuestra conocer todos sus lugares y rincones. Manrique, el protagonista, es
el alter ego de Bécquer: «Amaba la soledad porque en su seno, dando rienda
suelta a la imaginación forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas
creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta» 531 . El relato
ilustra el tema de la mujer ideal, que Bécquer trata en tantos lugares de su
obra 532 . Por ejemplo, en la rima 60 es descrita como una «sombra aérea,
que cuantas veces / voy a tocarte te desvaneces». Es lo que le ocurre a
Manrique. Será víctima de su fantasía, que le lleva a buscar inútilmente a la
mujer ideal, inalcanzable. El desengaño lo arrastra a la locura, igual que el
protagonista de «La ajorca de oro» o el del relato «¡Es raro!» (1861).
«La promesa» es una de las leyendas menos originales. Sigue muy de
cerca el modelo de las de Zorrilla. La larga descripción del desfile de las
tropas del conde y la de su campamento militar ocupan un espacio excesivo
frente al tema principal, muy simple: el poderoso conde de Gómara seduce a
una chica bajo promesa de matrimonio. Ella queda embarazada. Él no cumple
su promesa, ella muere. Finalmente, el conde se arrepiente y se casa con la
chica post mortem, de manera milagrosa. Esta es la única leyenda en que la
mujer no es malvada y manipuladora, sino víctima de los engaños
masculinos. Pero el seductor no es castigado como las mujeres malvadas de
otras leyendas, sino que los cielos le dan la oportunidad de reparar su falta
milagrosamente. La opresión femenina se manifiesta también en que ella
muere a manos de su hermano, que así evita la deshonra de la familia. Es lo
mismo que ocurre en Don Álvaro o La fuerza del sino, del duque de Rivas:
Leonor es asesinada por su hermano para lavar la deshonra familiar. Se trata
de la aplicación del código del honor, del que hallamos, todavía hoy, secuelas
en la cultura mediterránea y oriental. De esta manera, aunque la mujer
aparece como víctima del hombre, el culpable no es castigado, sino que se le
da la oportunidad de arrepentirse y reparar su falta. Es un caso evidente de
doble moral: hombre y mujer no son juzgados con los mismos criterios, como
veremos a continuación.
LA NOVELA PERDIDA
«DESDE MI CELDA»
Uno de esos sucesos fue el asesinato de Inés Galilea, que tenía fama de
bruja entre sus vecinos del pueblecito burgalés de Robles. Un hombre la
estranguló porque creyó que había hechizado a su esposa, que acababa de
fallecer. Varios diarios de Madrid, entre ellos El Contemporáneo, se hicieron
eco del caso 598 .
Sin que sepamos si se inspiró en alguna de esas noticias, Bécquer narra
otro caso parecido, el linchamiento de la tía Casca en el pueblo de Trasmoz,
cerca de Veruela. Adopta el papel de periodista que escribe una crónica local
para su diario en Madrid. Aunque el narrador considera que el linchamiento
es un crimen espantoso, narra los hechos de manera un tanto distante, dando
por supuesto que la vieja Casca es realmente una bruja. Cede el punto de
vista narrativo e ideológico al aldeano, que es uno de los partícipes en el
linchamiento de la vieja, que queda sin castigo.
Como en muchas de sus leyendas, Bécquer incluye algunos detalles que
tratan de dar credibilidad al relato. Entre ellos está la mención de los
periódicos zaragozanos, que «dos o tres» años antes habían publicado el caso.
No se ha podido comprobar esta referencia tan imprecisa. De nuevo se
manifiesta la habilidad de Bécquer para dar visos de realidad a relatos
extraordinarios, para que, por lo menos, hagan dudar a los escépticos lectores
de la capital. Y no solo a los lectores, sino a sus colegas periodistas. El
prestigioso diario La Época volvió a publicar dos días después el relato, con
el título de «La tía Casca», precedido de una nota: «De una correspondencia
que publica El Contemporáneo tomamos los siguientes pormenores relativos
a la mujer que con este apodo y por su fama de bruja se hizo célebre en los
contornos de Zaragoza» 599 . La Época parece tomar de Bécquer la referencia
a «uno de los pueblecillos de estos contornos». Pero es muy discutible que
Trasmoz, a 82 kilómetros de Zaragoza, pueda ser considerado un
«pueblecillo de los contornos» de la capital aragonesa. Otra invención de
Bécquer son los supuestos aquelarres en el castillo de Trasmoz, que equipara
con los famosos de Zagarramurdi.
En realidad, en Aragón no hubo brujería organizada, grupal, sino casos
individuales, muchas veces mezclados con la curandería. Así pues, no es que
Bécquer recupere relatos acerca de unas famosas brujas, sino que «si las
brujas de Trasmoz eran las más conocidas de Aragón es porque Bécquer
escribió sobre ellas» 600 .
Después de haber situado al lector escéptico en un marco propicio para
que se interese por «las viejas supersticiones», pasa a narrar lo que denomina
«asesinato de una pobre vieja a quien sus convecinos acusaban de bruja» 601 .
Se trata, pues, de una mujer y su familia, no de aquelarres. No narra él mismo
el suceso, sino que se sirve de un intermediario, un personaje local. Es un
recurso destinado a proporcionar más credibilidad a lo narrado y así atraer la
curiosidad del lector. Cuando el narrador popular termina su relato, el
narrador culto, alter ego de Bécquer, regresa a su celda. En la oscuridad oye
ruidos extraños y tiene miedo:
[...] sentí una impresión angustiosa, mis cabellos se erizaron involuntariamente y la
razón, dominada por la fantasía, a la que todo ayudaba —el sitio, la hora y el silencio
de la noche—, vaciló un punto y casi creí que las absurdas consejas de las brujerías y
los maleficios pudieran ser posibles 602 .
535 . La obsesión por cazar una mariposa aparece en varios lugares de la obra becqueriana:
OC, 313; OC, 474; OC, 474.
544 . El Madrileño, 28.9.1863, Guillermo Laá ocupó altos cargos y fue gobernador de
varias provincias.
546 . Laiglesia, 1922: 10. El Café Suizo, inaugurado en 1845 en la confluencia de las calles
de Alcalá y Sevilla, era amplio y elegante. Albergaba diversas tertulias políticas y literarias.
Gustavo era uno de los clientes habituales.
555 . Berenguer, 1974, 2ª ed. En 1959 Luis Cernuda fue pionero en el estudio de la prosa
poética en las Leyendas de Bécquer, Cernuda, 1975: 984.
CRONISTA PARLAMENTARIO
Es muy probable que esta canción popular inspirara la rima 5, que tiene un
sentido irónico y simbólico mucho más profundo:
[...] Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción,
y al golpe de remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
—¿Te embarcas? —gritaban—; y yo sonriendo
les dije al pasar:
—Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
DIRECTOR DE « EL CONTEMPORÁNEO»
Esta irónica gacetilla parece aludir a los rumores acerca de la caída del
gabinete Narváez, que el 18 de diciembre de 1865 presentó su dimisión a la
reina. Pero no le fue aceptada y el gobierno continuó 639 .
Su trabajo como director de El Contemporáneo duró poco, hasta mediados
de febrero de 1865. No solo dimitió como director, alegando «motivos de
salud», sino también dejó de ser redactor del diario. En realidad, el motivo
fue su desacuerdo con los que habían sido sus amigos y colegas: Alvareda,
Valera, Botella, Fabié y Rodríguez Correa. Este grupo de periodistas se
habían acercado a la ideología (y a las prebendas) de la Unión Liberal de
O’Donnell. A principios de 1865 una parte de los redactores de El
Contemporáneo, entre ellos Juan Valera, habían abandonado el partido
moderado, convirtiéndose, en el lenguaje de la época, en «resellados», a los
que se dio el nombre de «los angélicos».
Esta ruptura fue muy dolorosa, y fue recordada durante mucho tiempo.
Veinte años más tarde, en un debate parlamentario de 1885, Francisco de
Laiglesia, diputado conservador, echará en cara a José Luis Alvareda,
ministro de Fomento, su falta de fidelidad política, comparándola con la
lealtad de Bécquer. Alvareda replicó «apostrofando duramente al señor
Laiglesia por sus inexactitudes» 640 .
A Bécquer este giro político le pareció una cínica deslealtad hacia el
gobierno moderado, que había concedido a «los angélicos» importantes
prebendas, denunciadas en su momento por la prensa de la oposición:
CENSOR DE NOVELAS
Ni que decir tiene que esta demanda fue desestimada por el gobierno
unionista, que no quiso renunciar a un mecanismo de control y a una
prebenda tan atractiva.
Tres meses antes de la caída del gobierno, Bécquer, por fidelidad a González
Bravo, había abandonado El Contemporáneo y había entrado como redactor
en Los Tiempos , diario fundado en abril, orientado a defender al gobierno
moderado presidido por Narváez, en el cual González Bravo era ministro de
la Gobernación. En el prospecto de presentación, según Hartzenbusch escrito
por el propio ministro, se explicita la fidelidad del diario al gobierno
moderado: «Mientras el ministerio gobierne como hoy gobierna, le
apoyaremos con toda la decisión de que somos capaces» 657 . Estaba dirigido
por el diputado, periodista y escritor jerezano Manuel Pérez de Molina, de la
facción de González Bravo. Había publicado el libro La sociedad y el
patíbulo (1863), contra la pena de muerte 658 . Unos meses después Molina
dejó Los Tiempos y pasó a dirigir, por poco tiempo, El Pabellón nacional 659
. Francisco Botella, que también había salido de El Contemporáneo, asumió
la dirección de Los Tiempos , declarándose propietario del diario 660 . Han
quedado muy pocos ejemplares de Los Tiempos , pero podemos obtener
referencias indirectas de lo que publicaba a través de las réplicas de la prensa
rival.
Ya antes de su aparición era evidente que el nuevo diario había sido
«fundado por el señor González Bravo para combatir las doctrinas de El
Contemporáneo» 661 . Se preveía que «la batalla de El Contemporáneo con
Los Tiempos comenzará desde los primeros números de este» 662 . El asunto
fue objeto de comentarios jocosos en la prensa progresista: «Como el
periódico Los Tiempos viene a enmendar la plana a El Contemporáneo, creen
algunas personas que el primero de dichos periódicos debiera titularse El
Extemporáneo» 663 .
Se preveía que Los Tiempos sería un diario de combate, de estilo agresivo,
por la influencia directa de su propietario, González Bravo, a diferencia de El
Contemporáneo, que siempre había mantenido un tono sereno y educado. Se
creía, pues, que González Bravo insuflaría al nuevo diario el tono agresivo y
grosero que había utilizado en El Guirigay en su juventud, cuando había sido
un demócrata exaltado. Ya casi nadie recordaba que había sido amigo y
compañero de aventuras del poeta José de Espronceda en la llamada «partida
del Trueno». Como ejemplo de sus actividades juveniles, podemos citar los
incidentes del 26 de diciembre de 1836, cuando los de la partida irrumpieron
en un baile de máscaras y se pusieron a insultar y molestar a los que bailaban,
prorrumpiendo en brindis por la República universal. La intervención de la
guardia nacional impidió que estos incidentes fueran a más 664 . No es fácil
reconocer en este joven González Bravo al que años después sería un
ministro famoso por sus excesos represivos. Aunque había cambiado
radicalmente de ideología, mantenía el duro estilo de su juventud.
En efecto, desde el primer número, Los Tiempos defendió
apasionadamente el gobierno Narváez, por lo que enseguida fue calificado
como: «su órgano más autorizado» 665 ; «el diario del señor González Bravo»
666 ; «el periódico inspirado por el señor ministro de la Gobernación» 667 ,
etc. Esta defensa del gobierno iba acompañada de furiosos ataques contra los
diarios de la oposición, que se quejaban de su «ruido intempestivo», «su
gárrula locuacidad» 668 , su «virulencia» y su «encono contra la prensa de
oposición».
Gil Blas, la revista republicana donde Bécquer tenía amigos, también
publicó algunas críticas contra Los Tiempos , aunque sin demasiada
virulencia. Por ejemplo, haciendo un fácil juego de palabras con el apellido
del director, Francisco Botella, decía que «...de esta botella, en vez de licores,
no salen más que aguas turbias» 669 .
La polémica periodística se había agudizado como consecuencia de los
sucesos de la llamada Noche de San Daniel, el 10 de abril. Una gran
manifestación de estudiantes protestó en la Puerta del Sol por la destitución
del catedrático y dirigente republicano Emilio Castelar. El famoso orador
había publicado un artículo, «El gesto», en el que denunciaba que Isabel II se
había apropiado de valiosos bienes del Estado, como si fueran de su
propiedad privada. Castelar fue destituido de su cátedra y los estudiantes
salieron a las calles para apoyarle.
Ante las cada vez más numerosas manifestaciones en la Puerta del Sol, el
ministro de la Gobernación, González Bravo, ordenó a la Guardia Civil
(fundada por él mismo en 1844) y a unidades del Ejército que las disolvieran
a tiros y sablazos. Hubo 14 muertos y centenares de heridos y detenidos,
muchos de ellos vecinos que no estaban manifestándose. Benito Pérez
Galdós, que presenció las protestas, narró vigorosamente la trágica represión:
Calle arriba iban hombres, mujeres y muchachos huyendo despavoridos. Centauros,
que no jinetes, parecían los guardias; esgrimían el sable con rabiosa gallardía, hartos
ya de los insultos con que les había escarnecido la multitud. No contentos con hacer
retroceder a la gente, metían los caballos en las aceras, y al desgraciado que se
descuidaba le sacudían de plano tremendos estacazos. Chiquillos audaces
plantábanse frente a los corceles, y con los dedos en la boca soltaban atroces silbidos
[...] Un individuo a quien persiguieron los guardias hasta un portal de los pocos que
no estaban cerrados cayó gritando «¡Asesinos!», y el mismo grito y otros semejantes
salieron de los balcones del Ateneo [...] Hacia la esquina de la calle de la Aduana dos
sujetos de buen porte retiraban a una mujer descalabrada 670 .
Los Tiempos presentó los sucesos como «un motín de estudiantes», «un
asunto de poca importancia», arremetiendo contra los periódicos de la
oposición, a los que califica como «diarios de la anarquía, del saqueo y del
incendio» 671 . Y presenta la crítica del sangriento suceso como una excusa
para lanzar una campaña de la oposición, llevada por «su odio y su saña hacia
el actual ministerio» 672 .
El diario progubernamental quedó aislado y reaccionó con agresividad
ante el manifiesto firmado por todos los diarios de la oposición, desde los
unionistas hasta los republicanos. Al mismo tiempo, comenzaron a publicar
escandalosas informaciones, que involucraban a los moderados, y en especial
al diario del gobierno:
Los Tiempos, ese periódico escrito en las oficinas del Estado, de quien su director
cobra 50 000 reales, y del que son redactores colaboradores varios empleados del
ministerio de la Gobernación, truena y se agita, y en todos los tonos se duele de que
la prensa independiente, la que no habla ni escribe por obligación ni por dinero, se
haya reunido para protestar colectivamente contra los horrendos sucesos del día 10
673 .
En total, 329 000 reales al año para pagar con dinero público a unos
periodistas que simultaneaban su trabajo en el diario con cargos más o menos
ficticios en la Administración 674 . Estos generosos sueldos se acabaron
cuando en junio cayó el desgastado gobierno de Narváez, lo cual, como
hemos visto, provocó que Bécquer perdiera su cargo de censor. Dos meses
después se hará público que el diario no podía «cubrir sus gastos, habiendo
de morir indudablemente». Para evitar el cierre, Los Tiempos pedirá a sus
lectores que colaboren, en forma de suscripciones a 1000 reales, o de
donativos a 1500 reales 675 .
Estaba claro que Los Tiempos se financiaba con dinero público para hacer
propaganda de partido y que Bécquer estaba totalmente implicado en el
asunto. Aunque no podamos identificar sus escritos en Los Tiempos, es
indudable que estarían de acuerdo con la línea editorial del diario. Por tanto,
al defender al gobierno moderado y a González Bravo, Bécquer no solo
defendía sus convicciones políticas, sino también sus intereses personales.
El sueldo que la gacetilla atribuye a Bécquer, 35 000 reales, debió de
cobrarlo únicamente de abril a junio de 1865, es decir, cuando sumaba los 24
000 reales de la fiscalía de novelas con 11.000 más de su trabajo en Los
Tiempos . Cuando perdió el cargo, se quedó tan solo con los 11 000 reales.
Desde Los Tiempos, Bécquer atacaba a «los angélicos», es decir, a sus
antiguos compañeros de El Contemporáneo, a los que acusaba de haber
traicionado al partido moderado a cambio de prebendas. Su sustituto en la
dirección del diario, Joaquín González de la Peña, replicó a esos ataques de
Bécquer, al que califica de «escritor vigoroso, fuerte en el ataque, cual pudo
conocerse en la última polémica». Como vemos, la faceta polemista del poeta
era bien conocida en la época. González de la Peña niega que, al pasarse a la
Unión Liberal, hubieran renunciado a sus ideales, que consistían en «hacer
triunfar las ideas y las tendencias liberales dentro del partido conservador».
Después de echarle en cara irónicamente su cargo de censor de novelas, se
pregunta por las razones que le llevan a «seguir al lado del ministerio y a
volver sus armas contra los que un día fueron sus amigos» 676 .
Un día después de la publicación de esta réplica cayó el gobierno Narváez.
Al pasar los moderados a la oposición, Gustavo recuperó uno de sus temas
políticos preferidos: la crítica burlesca del general O’Donnell.
También desde el semanario satírico Gil Blas, en el que había colaborado
con dibujos su hermano Valeriano, los periodistas republicanos atacaban al
gobierno unionista, aliándose con los moderados contra el enemigo común.
Fruto de esta colaboración es uno de los «cabos sueltos» de Gil Blas 677 ,
lanzado contra José Luis Alvareda, ex director de El Contemporáneo .
Cuando los unionistas llegaron al gobierno, fue nombrado embajador en
Holanda, cargo que ya había ocupado durante el gobierno moderado. El
anónimo «cabo suelto» de Gil Blas era una versión satírica de los duros
ataques políticos de Los Tiempos:
Ya habrá llegado Alvareda al Haya. La primera vez que fue al Haya Alvareda debió
su nombramiento a Narváez. La segunda vez se lo debe a O’Donnell. ¡Arsa, pilili!
Al salir de Madrid Alvareda ha debido cantar por el camino, acompañando la
música de Las astas del toro:
EL HIJASTRO DE O’DONNELL
Nótese que este mentís no niega lo evidente: que Bécquer era un acérrimo
militante del partido moderado, «hasta la médula de los huesos». En la misma
nota se detallan otros aspectos del acuerdo entre Vinyals y Bécquer: Doña
Manuela no volvería a publicarse; el editor responsable se retiraba y pedía
perdón por carta a O’Donnell, que ya tenía interpuesta una demanda judicial
por injuria y calumnia.
Al día siguiente, 5 de octubre, se hizo público otro comunicado en el que
los redactores de Los Tiempos afirmaban que no habían tenido intención de
ofender a Vinyals, «como ya se lo han manifestado», y que «habiendo sido
efecto de una mala inteligencia la causa de este debate [...] se retiran por una
y otra parte las frases que se han cruzado». Y añadían: «Los redactores de
Los Tiempos han demostrado también que no tienen la menor participación
en el libelo de que se trata, que han condenado y condenan» 705 . Con este
acuerdo terminaba el conflicto entre Vinyals y Los Tiempos . Pero conviene
fijarse en quienes lo firman: el director del diario, Miguel Pérez Molina, y los
redactores Enrique Hernández, Enrique Márquez y Francisco Botella; aparte,
Aureliano Vinyals y Julián de Zugasti, que debía de ejercer de padrino en un
eventual duelo 706 . Llama la atención la ausencia de Bécquer, redactor de
Los Tiempos . Así se hacía público que, mientras Bécquer se había visto
obligado a publicar en solitario un vergonzoso desmentido, sus compañeros
de Los Tiempos firmaban un pacto honorable con Vinyals, en el que
aparentemente no había vencedores ni vencidos.
Recapitulemos. Bécquer había sido señalado como autor del editorial de
Doña Manuela y se había quedado solo ante el peligro de un duelo con el
hijastro de O’Donnell. Sus compañeros de Los Tiempos no solo se habían
lavado las manos firmando la paz con Vinyals, sino que lo habían señalado
como autor de Doña Manuela . Tenemos, pues, numerosos indicios acerca
del protagonismo de Bécquer en la operación Doña Manuela . Sin embargo,
hemos de tener en cuenta que el poeta desmintió pública y rotundamente su
participación. ¿Fue una declaración falsa, impuesta por la necesidad de evitar
un duelo?
Los especialistas han dudado a la hora de resolver esta compleja cuestión,
ya que no se trata tan solo de dilucidar la autoría de un texto, sino de
cuestionar o consolidar la tradicional imagen de Bécquer como un romántico
soñador, ajeno a los conflictos y las mezquindades del mundo de la política.
Además de las pruebas circunstanciales, el análisis textual comparativo
entre el editorial de Doña Manuela y el conjunto de las obras becquerianas
nos proporciona concordancias muy sólidas, que permiten atribuirlo a
Bécquer. Véase el Apéndice II.
El cotejo revalida la tesis de Buffon: «El estilo es el hombre». Parece
difícil que en un texto de menos de 1000 palabras todas estas concordancias
temáticas, léxicas y estilísticas sean debidas a la casualidad. Forzoso es
reconocer que la prosa del libelo fue escrita por la misma mano que escribió
las Rimas . Así comprobamos que Bécquer era un escritor muy versátil, pero
capaz de mantener una unidad de estilo al manejar magistralmente todos los
géneros y todos los registros. Sin duda, a ello le ayudó la cotidiana práctica
del periodismo, que requiere improvisación, rapidez, adaptación del registro
al tema y a los destinatarios... Por tanto, el editorial de Doña Manuela puede
y debe figurar entre las obras de Bécquer, y en un lugar destacado, como
modelo de prosa polémica, irónica y conceptista.
A las informaciones contrastadas y a los análisis textuales podemos añadir
un testimonio directo, el de otro de los que colaboraron en Doña Manuela .
En 1897, más de treinta años después, el dramaturgo Miguel Ramos Carrión
(1848-1915) confesó que, cuando era muy joven, había escrito por encargo
uno de los textos de Doña Manuela, probablemente la pieza teatral. La
escribió en condiciones folletinescas. Un misterioso señor B... lo citó en un
piso de la calle del León:
Ramos acudió puntualmente, y fue introducido por el señor B... en una sala donde no
había otros muebles que una gran mesa y varias sillas de despacho; sobre la mesa,
tinteros y cuartillas de papel.
—Tome asiento —le dijo— y escriba un artículo furibundo contra la Unión
Liberal. Nadie ha de saber que usted lo ha hecho...
[...] El señor B... reapareció.
—¿Está eso?
—Sí. señor.
—¡Muy bien! ¡Excelente! —repuso después de leer el artículo—. ¡El primer
número de mi periódico va a hacer mucho ruido! Se titula Doña Manuela, como la
mujer de O’Donnell. Voy a presentarle a usted otro redactor.
E hizo entrar a un caballero bajito, pálido, con barba corrida...
—Don Gustavo Adolfo Bécquer.
Dos semanas después, el señor B... volvió a citar a Ramos para pagarle, en
medio de grandes precauciones, la fabulosa cantidad de 1000 reales 707 .
Cabe preguntarse: ¿Cuánto cobró Bécquer? Hay que suponer que, siendo
el cerebro de la operación y autor del afilado artículo de presentación, debió
de cobrar una suma adecuada a su responsabilidad y al riesgo que corría. Pero
necesitaba alguien que moviera los hilos con métodos casi conspirativos, por
más que después resultaran poco efectivos. Del testimonio de Ramos se
desprende claramente que el organizador de la trama era el señor B... Y
Aureliano Vinyals sospechaba, y con mucha razón, que B... era el abogado
Luis de Barreda.
El 14 de octubre de 1865 se produjo un incidente callejero. Vinyals abordó
en la calle Sevilla a Barreda, acusándole de ser director, propietario o
inspirador de «una publicación que ofendía a su señora madre». Hubo una
pelea, de la que Barreda salió con una oreja magullada y un ojo amoratado. El
escándalo acabó en el cuartel de la Guardia Civil, donde, finalmente, se
acordó otro comunicado, en el que Barreda negaba cualquier vinculación con
el libelo, sin apenas condenarlo 708 . En la nota que acompaña al
comunicado, La Esperanza defiende la inocencia de Barreda y critica los
métodos violentos de Vinyals 709 . Seis meses después se publicó un
comunicado en el que Vinyals y Barreda renunciaban a batirse en duelo 710 .
La responsabilidad de Barreda en el asunto Doña Manuela es muy
probable. De él sabemos que en 1864 había publicado un opúsculo titulado
Consideraciones políticas acerca de los partidos 711 . Pero su perfil encaja
mejor con el de un especialista en asuntos turbios y fabricación de dosieres.
Así parece indicarlo una gacetilla un tanto ambigua que se publicó en marzo
de 1866: Barreda anunciaba que iba a difundir una hoja referente al ministro
de Ultramar, en la que daba «algunos detalles respecto a una cuestión
personal» 712 .
Bécquer debió de salir muy dolido y desprestigiado del escándalo de Doña
Manuela , cuya autoría se le había atribuido públicamente, sin que nadie le
hubiera defendido a él ni a aquel «papel inmundo» 713 . También había
quedado de manifiesto su miedo a enfrentarse a Vinyals en duelo. La
Discusión resumía así la corta y accidentada vida del libelo: «Doña Manuela
ha sido atacado del cólera morbo unionista, y ha muerto sin defenderse del
mal, ha muerto de miedo. ¡Pobre Doña Manuela! Nació insolente y murió
cobarde» 714 .
Los Tiempos también salió malparado del escándalo. El seis de octubre, el
mismo día en que concluyó el affaire Doña Manuela, fue clausurado y
reconvertido, adoptando el título de El Español. El director seguía siendo
Francisco Botella, y dos de sus redactores (Enrique Hernández y Enrique
Márquez) también procedían de Los Tiempos . A ellos se incorporaron
Serafín Álvarez y Manuel Ossorio. Adscrito a la facción de González Bravo,
el nuevo diario duraría hasta la Revolución de Setiembre de 1868. Bécquer
no trabajaba en él, pero a lo largo de 1866 en sus páginas aparecieron siete de
sus leyendas, ya publicadas en El Contemporáneo .
Estos cambios nos indican que Bécquer revisaba con frecuencia sus
poemas, para perfeccionarlos.
El abandono del periodismo político no fue duradero, como si no se tratara
de una convicción, sino tan solo de un requisito para dirigir El Museo
universal . Los vaivenes de la política favorecieron a Bécquer de nuevo en
julio de 1866, cuando la cambiante coyuntura política dio un nuevo vuelco.
Los sargentos del cuartel de San Gil se sublevaron con la intención de
provocar un levantamiento militar en toda España. El gobierno de O’Donnell
reprimió con dureza la sublevación con numerosos fusilamientos. Pero, falto
del apoyo de la reina, dimitió, y el 10 de julio el general Narváez volvió al
gobierno por séptima vez. De nuevo González Bravo regresó al ministerio de
la Gobernación. Tan solo dos días después Bécquer fue nombrado, otra vez,
censor de novelas.
Los vínculos de Bécquer con el partido moderado continuaron. Pero esta vez
su nombramiento como censor no fue fácil, y no por falta de diligencia:
González Bravo firma su nombramiento el día 12 de julio, y el 23 el
gobernador civil de Madrid certifica que Bécquer ha tomado posesión de su
cargo. El gobernador era Carlos Marfori, el más célebre amante de Isabel II.
Será uno de los personajes principales de las orgías descritas en el álbum Los
Borbones en pelota, que analizaremos más adelante.
El nombramiento se encalló debido a los escrúpulos legales del
funcionario Manuel Tomé Vercruysse, ordenador general de pagos. El 9 de
agosto Tomé envió al ministro un oficio en la que planteaba que «no
reuniendo don Gustavo Adolfo Becker (sic) la cualidad de licenciado en
jurisprudencia, no podrá desempeñar legalmente la fiscalía de novelas».
González Bravo contesta que el real decreto que él mismo había promulgado
establecía que el censor había de ser «persona de notoria idoneidad», por lo
que no había necesidad de que fuera licenciado en Derecho.
El funcionario vuelve a alegar que Bécquer no puede desempeñar el cargo
porque no es abogado ni funcionario. El ministro replica que considera
justificado que el fiscal de imprenta sea abogado, pero cree que no es
imprescindible que lo sean los de teatros y los de novelas, cuya misión es
«distinguir las obras buenas de las perniciosas». En cuanto a que Bécquer no
puede ingresar en la Administración con el sueldo de jefe de negociado, el
ministro lo resuelve de un plumazo. Señala que la norma es de aplicación a
los puestos de nuevo ingreso, pero no para los que tuviesen derechos
reconocidos. Y como Bécquer ya había sido censor entre diciembre de 1864 y
junio de 1865, resultaba que «se le ha repuesto en su anterior destino» 718 .
Es posible que detrás de este inusual pulso entre el ministro y el funcionario
hubiera algún otro problema. Casualmente, unas semanas antes de que los
moderados sustituyeran en el gobierno a los unionistas, el funcionario
Manuel Tomé había sido ascendido a jefe de segunda clase de administración
719 . ¿Actuaba Tomé por pura fidelidad a la normativa o trataba de interferir
en los nombramientos del nuevo gobierno moderado? En cualquier caso, está
claro que Bécquer no adoptó una actitud pasiva y expectante, sino que
recurrió a toda clase de maniobras para recuperar la fiscalía de novelas.
El gobierno volvió a favorecerlo a principios de 1867, cuando fue
nombrado miembro del jurado de la sección de pintura de la Exposición
Nacional de Bellas Artes 720 . Era un certamen claramente vinculado al poder
político. El presidente del jurado era Severo Catalina, director de Instrucción
Pública y más adelante ministro de Fomento. La exposición, imitada de las
que se celebraban en París, promovía una pintura académica, basada en temas
de la historia nacional tratados de manera idealizada. Estas orientaciones
fueron aplicadas en la selección de obras, pero, aun así, hubo alguna
propuesta de relegar a un salón aparte a los «cuadros detestables, que no
debieron haberse admitido» 721 . Era lo que había pasado en París en 1863,
cuando se produjo la crisis de los refusés, que daría origen al impresionismo.
Pero en la Exposición de Madrid no hubo ningún conato de rebelión ni de
protesta por parte de los artistas.
Al certamen se presentaron 433 obras, ninguna de Valeriano. El Salón se
inauguró el 25 de enero de 1867 y tuvo gran acogida entre el público. En el
apartado de pintura histórica, el jurado del que Gustavo formaba parte no
premió un cuadro academicista, sino que concedió la medalla de primera
clase al cuadro «Un sermón en la Capilla Sixtina», de Vicente Palmaroli
(1834-1896) 722 . Era un cuadro original, pre-impresionista, con predominio
del color sobre el dibujo, que se alejaba del academicismo de la pintura
histórica que predominaba en la Exposición. Tres años después, en diciembre
de 1870 Palmaroli, superando difíciles circunstancias, pintará un
sobrecogedor retrato de Gustavo en su lecho de muerte.
LA SOCIEDAD DE ESCRITORES
Todas estas gestiones anticipaban las que, tres años después, se harían en
la muerte de Bécquer; gestiones en las que intervino él mismo, como si las
ensayara; reunión de amigos, comisión de edición de sus obras, ayuda a la
familia, etc. ¿Vio Gustavo en la muerte de su amigo un anuncio de la suya
propia?
Además de sufrir el impacto emocional, el poeta vivió muy de cerca el
drama de la familia Luna, que, de la noche a la mañana quedaba desprovista
de todo ingreso. Gil Blas proclamó que «murió pobre, muy pobre» 725 . Sin
embargo, el proyecto de edición de las obras de Luna no tiró adelante, por
razones que no conocemos. Quizás este fracaso sirvió para que Bécquer y
Nombela pensaran en la creación de una asociación de escritores, de carácter
asistencial, que de manera organizada y estable evitara aquellos terribles
dramas familiares. Dos meses después del fallecimiento de García Luna, en
febrero de 1868, murió el dibujante Federico Ruiz, que había trabajado con
Gustavo como ilustrador de El Museo universal . Bécquer escribió una
sentida necrológica. Sin duda, las muertes de esos dos amigos le afectaron y
le influyeron para seguir impulsando la ahora llamada Asociación de Autores
Españoles.
En el Ateneo de Madrid se celebró una reunión para crear la Asociación.
Se trataba de afrontar el problema de la falta de protección de las familias de
los profesionales de la pluma cuando enfermaban o morían. De un día para
otro ellos y sus familias perdían el nivel de vida que habían tenido mientras
estaban en activo. El propósito principal era reunir «auxilios mutuos» para
ayudar a los escritores y a sus familias en caso de enfermedad o defunción,
basándose en la asociación parisina Gens des Lettres .
En la llamada «comisión iniciadora del proyecto» figuraban Bécquer y
Julio Nombela. La comisión presentó el proyecto de estatutos en una
concurrida reunión. Asistió el presidente del gobierno, Luis González Bravo,
quien manifestó «la satisfacción que experimentaba al verse entre escritores»
y expresó «su vivo y profundo amor a las letras». Bécquer y Nombela lo
habían preparado todo para que el ministro protagonizara el acto:
El señor González Bravo dio gracias a los concurrentes por haber acudido al
llamamiento de sus compañeros, por haber observado el mayor orden en la
discusión, y propuso un voto de gracias a los individuos de la comisión iniciadora y
junto a la Junta directiva del Ateneo, que tan generosamente había ofrecido su casa
al objeto. Los dos fueron votados por unanimidad, como asimismo un voto de
gracias al señor González Bravo, lo que dio ocasión para que pronunciase elocuentes
palabras manifestando la satisfacción que experimentaba al verse entre escritores.
Sus frases, en extremo sentidas, produjeron viva satisfacción en los concurrentes 726
.
Los apoyos recibidos por Bécquer indicaban que el poeta tenía buena
reputación y buenos amigos, incluso en el periódico republicano Gil Blas,
cuya ideología política estaba en las antípodas de la suya. Pero a veces la
amistad no podía sortear las discrepancias políticas, que afloraban y daban
pie a situaciones conflictivas, que se agrandaron a medida que el régimen
isabelino fue perdiendo apoyos. El proceso se agudizó con las muertes, muy
seguidas, de O’Donnell y Narváez.
Muerto el general O’Donnell el 5 noviembre de 1867, su partido, la Unión
Liberal, sufría fuertes disensiones. Una parte de los unionistas se pasó a la
oposición al régimen, que ya solo contaba con el apoyo de los moderados.
Narváez murió el 23 de abril de 1868 como consecuencia de un fuerte catarro
que padecía desde finales de marzo de 1868. La enfermedad se agravó a
principios de abril, pero quiso asistir a la boda de la hija de González Bravo,
evento en el que probablemente participó Bécquer. Tras una larga agonía,
murió el 23 de abril de 1868 746 .
Aunque seguramente Bécquer asistió a los funerales de Narváez, no es
creíble que fuera testigo directo de la muerte del general, tal como afirma su
sobrina Julia 747 . Ni tampoco que ocupara un lugar destacado en las
ceremonias fúnebres. La reina quiso homenajear a su fiel general con unos
funerales de Estado, de la máxima solemnidad, que tenían un protocolo muy
estricto. Bécquer, un funcionario de nivel medio, no podía figurar en un lugar
preeminente, a menos que González Bravo se saltara el protocolo para
situarlo en las primeras filas del cortejo fúnebre.
El cadáver del general fue embalsado y encerrado en una caja de cobre. La
capilla ardiente, ante la que desfilaron muchas personas, estuvo en el edificio
de la presidencia del Gobierno, en la calle Alcalá, en lo que hoy es el
Ministerio de Educación. El día 26 el cuerpo del general fue trasladado en un
aparatoso desfile hasta la basílica de Atocha y después a su pueblo natal, Loja
(Granada) 748 . Causó gran impresión la furiosa tormenta que se desató
durante el desfile fúnebre. Como nadie quiso quedar mal y resguardarse del
aguacero, enfermó la mayor parte del cortejo 749 . El incidente fue objeto de
interpretaciones agoreras, pero también de crueles burlas de todo tipo, lo que
indicaba que la gente estaba perdiendo el miedo y se atrevía a burlarse del
desgastado régimen isabelino. Uno de los chistes más populares contaba que,
cuando Narváez, duque de Valencia, estaba agonizando, el cura le preguntó si
perdonaba a sus enemigos:
—Es preciso que perdonéis a vuestros enemigos, para que Dios os perdone.
—Yo no tengo enemigos —contestó el duque de Valencia.
—Todos, quién más, quién menos, tenemos algunos en este mundo insistió el
sacerdote.
—Yo, no —replicó bruscamente Narváez—, porque los he fusilado a todos 750 .
En este contexto hay que situar el choque entre Bécquer y Manuel del
Palacio en el Café Suizo. Palacio recitó ante los tertulianos una copla en la
que se burlaba del difunto Narváez y de su sucesor, González Bravo. El
poema presenta al general entrando en el infierno:
Llegó el duque de Valencia,
se le está poniendo el rabo.
Se espera con impaciencia
a don Luis González Bravo.
681 . Como ejemplo de su pintura podemos citar «La muerte de Colón», que obtuvo una
mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864. Pertenece al Museo
del Prado, que lo tiene en depósito en la Universidad de Barcelona.
687 . Pérez Galdós, O’Donnell, cap. XV. En 1872 Galdós había descrito a «doña
Leopoldina» con acidez. Se burla de las recepciones de su casa, en las que se habla de «alta
política». Dice que posee «muy buenas rentas» y «fincas rústicas y urbanas de gran valor»,
y que sus hijos son muy «listos», Pérez Galdós, 1872: 102.
740 . Gil Blas, 16.1.1868; Pageard, 1990: 428; Benítez, 1968: 35-43.
Hasta ahora se había considerado que el único manuscrito con los poemas
becquerianos se perdió durante las jornadas revolucionarias de setiembre de
1868, en las que fue asaltada la casa del odiado primer ministro González
Bravo. Esta versión explicaba que el poeta hubiera tenido que reescribir el
manuscrito perdido, reproduciendo los poemas de memoria.
Francisco de Laiglesia, amigo de Bécquer, indicó que el poeta había
recopilado sus rimas en un cuaderno, «que se perdió en la visita tumultuaria
que hicieron las turbas al domicilio del ministro caído» 765 . En el mismo
sentido, dice Eduardo del Palacio que el libro lo «tenía en su domicilio
cuando las turbas revolucionarias le saquearon el ajuar y a él en franquía
allende la frontera» 766 .
Comenzaba así la leyenda del manuscrito perdido, que, como todas las
leyendas, tiene un poco de verdad y mucho de fantasía. En primer lugar, no
hubo ningún asalto de las turbas revolucionarias ni a la casa de González
Bravo ni a ninguna otra casa o edificio oficial. El militar y político
republicano Nicolás Estévanez describe la absoluta tranquilidad de la primera
noche revolucionaria: «La noche pasó tranquilamente; fue el desorden más
ordenado que he visto [...]. Tiros, coplas, contento universal [...]. Todos
éramos felices» 767 .
En las jornadas revolucionarias de setiembre no ocurrió lo que había
ocurrido en la revolución de 1854, cuando las masas asaltaron e incendiaron
las residencias del conde San Luis, presidente del gobierno, y la del marqués
de Salamanca, entre otras. La revolución de Setiembre estuvo dirigida por los
militares y por los progresistas, representativos de las clases medias. Hubo
especial cuidado en mantener el orden público y evitar cualquier tipo de
desmán. Se trataba de que la revolución política no degenerara en revuelta
social. Por eso en los manifiestos de los revolucionarios se insiste en prevenir
cualquier exceso que pudiera desprestigiar el proceso democrático 768 .
Emblema de esta política fue la ocupación, pacífica y ordenada, de los
edificios públicos, como el odiado ministerio de la Gobernación en la Puerta
del Sol. Lo mismo ocurrió en el Palacio Real, que el 29 de setiembre pasó a
estar custodiado por las milicias ciudadanas, sin que se cometiera el menor
destrozo o robo de sus riquezas 769 . Hubo, claro está, algunos incidentes
aislados. El primer día de la Revolución el pueblo fraternizó con la Guardia
Civil, pero linchó a algunos policías «marcados como perseguidores de los
liberales» 770 .
Pasados los primeros días, los de mayor riesgo, la prensa democrática
podía proclamar con orgullo:
El pueblo de Madrid se conduce con la mayor sensatez y cordura. Los que le
calumniaban suponiendo que iba a entregarse a los mayores excesos, se habrán
convencido de que el pueblo del Dos de Mayo no es un pueblo de ladrones, sino de
personas decentes 771 .
«denuncias, noticias y secretos que importa mucho que sean conocidos» 781 .
Finalizado el escrutinio, las cajas fueron depositadas en el gobierno civil
de Madrid. Poco después la Junta Revolucionaria de la capital acordó su
devolución a los familiares de González Bravo 782 .
Lámina 33 de Los Borbones en pelota, firmada por SEM. El general Prim expulsa hacia el
exilio a González Bravo, que huye cargado de dinero. Es evidente su estrecha relación con
el grabado siguiente.
Gil Blas, 8.10.1868. Grabado firmado por Francisco Ortego. Se trata de una versión
simplificada de la lámina anterior. El papel del general Prim aquí lo asume la estatua de la
Libertad.
¿VIAJE A PARÍS?
Julia Bécquer siempre recordaría con cariño los regalos que su tío Gustavo le
trajo de París en 1868, cuando tendría unos ocho años. Su testimonio es el
único que tenemos sobre el viaje del poeta a la capital francesa. Pero los
precisos detalles que da su sobrina proporcionan verosimilitud a su
testimonio.
Para ella, el motivo del viaje de Gustavo había sido acompañar al exilio a
González Bravo 795 , quien, después de haber dimitido, había permanecido en
la localidad francesa de Pau. Desde allí, a finales de noviembre, se dirigió a
París para entrevistarse con la destronada Isabel. Llegó el 28 de noviembre,
se vistió de gran uniforme con todas sus cruces y medallas, y se presentó en
el pomposo pabellón Rohan del Louvre, cedido a Isabel por Napoleón III. Al
terminar la audiencia, la ex reina declaró que González Bravo era el más leal
de sus partidarios, puesto que «le había aconsejado que debía pensar
seriamente en una restauración y que no debía abdicar en favor de su hijo»
796 .
Al mismo tiempo, González Bravo, que ya no era presidente del gobierno
ni ministro de Gobernación, participó en un «consejillo» con Carlos Marfori,
favorito de la reina; Beltrán de Lis y el marqués Joaquín de Roncali,
veteranos ex ministros moderados. Una de las cuestiones tratadas fue la
elaboración de un folleto, titulado Isabel II y España, destinado a justificar
que Isabel había de recuperar la corona. De la redacción del documento se
habían de ocupar González Bravo y Marfori, y de la traducción francesa,
Hugelmann 797 . Aunque González Bravo tenía más que suficiente
inspiración política y dominio de la escritura, es posible que Bécquer
interviniera en la redacción del folleto, como había hecho en tantas ocasiones.
Decidida a recuperar el trono, Isabel necesitaba un periódico que fuera su
portavoz y que la defendiera de sus numerosos enemigos: el gobierno
provisional, presidido por el general Serrano; su cuñado, el duque de
Montpensier; y su primo don Carlos, el pretendiente carlista. La ex reina
había comprado una imprenta y un semanario francés en quiebra, El Enano
amarillo (Le Nain jaune), por un importe de 150 000 francos o 40 000 duros
798 . Todas estas operaciones habían sido realizadas por el famoso Jean
Gabriel Hugelmann, escritor y periodista francés, siempre envuelto en
escándalos, duelos, quiebras y estafas. Hugelmann había vivido varios años
en España, en Palma de Mallorca, donde se había casado con una bailarina.
Recordemos que él y Bécquer se conocían desde hacía muchos años. En
1856, durante unos meses, el escritor francés había contratado a los jóvenes
Nombela, García Luna y Bécquer para que redactaran, a tanto la página,
biografías de los diputados, que iban publicándose por entregas 799 .
Como era de esperar, desde el primer número El Enano amarillo se
convirtió en un libelo lleno de ataques, calumnias y amenazas, sobre todo
contra el duque de Montpensier 800 . El cuñado de Isabel, casado con la
infanta Luisa Fernanda, aspiraba a ser rey consorte. Y en aquel momento era
un candidato con muchas posibilidades.
En este contexto, sería muy extraño que Bécquer viajara a París tan solo
para acompañar a González Bravo. El poeta, que había ejercido las funciones
de jefe de propaganda del ex ministro, no podía ser ajeno a las maniobras
orientadas a crear un estado de opinión favorable a que Isabel recuperara el
trono. Además, ahora estaba sin empleo, había perdido sus prebendas y sus
suculentos sueldos. ¿Acompañó a González Bravo con intención de
posicionarse para dirigir, en el exilio o en España, el aparato de propaganda
de la ex reina? ¿Rivalizó con Hugelmann por la dirección de la prensa
isabelina y por los abundantes fondos que la subvencionaban?
Pronto se puso de manifiesto la atrabiliaria personalidad de Hugelmann. El
Enano amarillo apenas publicó dos o tres números, ya que fue condenado por
la justicia francesa. Parecida suerte corrieron el diario satírico Los Monos
sabios y el panfleto Prim y el príncipe de Asturias, que causaron escándalo
en la prensa parisina por sus tremendos insultos contra los dirigentes de la
Gloriosa y sus desmesurados elogios del difunto Narváez y de González
Bravo.
No hay ningún indicio de que Bécquer interviniera en esa agresiva
campaña propagandística. Él, que había urdido la operación Doña Manuela,
ahora no quiso —o no le dejaron— participar en las turbias maquinaciones de
Hugelmann. Regresó a Madrid con las manos vacías de cargos y de proyectos
políticos, aunque llenas de regalos para su familia. El regreso coincidió con el
abandono de los lazos de amistad y fidelidad que durante tantos años le
habían unido a González Bravo. Más que una ruptura, debió de ser un
distanciamiento progresivo. El político, desde Pau, ahora se dedicaba a
organizar conspiraciones militares destinadas a devolver el trono a Isabel. La
evolución política de González Bravo culminará en abril de 1871, cuatro
meses después de la muerte de Gustavo. En un banquete celebrado en Pau el
ex ministro se adherirá públicamente al carlismo, proclamándose súbdito del
llamado Pretendiente, don Carlos 801 . Falleció súbitamente el 1 de setiembre.
Su elogio fúnebre en la Real Academia fue pronunciado por el famoso poeta
Ramón de Campoamor.
Parecida evolución ideológica experimentaría Julio Nombela después de la
muerte de Gustavo 802 . Fracasado su intento de ser director de La Ilustración
Española y Americana, buscó acomodo en el bando carlista, que había
emprendido la senda de la sublevación militar y la guerra civil. Este giro se
reflejó en sus novelas de folletín. Una de ellas figuraba en una colección de
«Novelas morales» y se titulaba Ateos y creyentes. Misterios de la duda y de
la fe cristiana. El diario de los neos alababa estas obras, que se enfrentaban a
los «infames libros donde la impiedad y la obscenidad campean con
escándalo de todas las familias honradas». Y daba a Nombela la enhorabuena
«por el nuevo y laudabilísimo rumbo que ha tomado» 803 .
CRISIS CONYUGAL
Según Julia, después de esta pelea los hermanos Bécquer tuvieron que huir
del pueblo bajo amenazas de muerte, porque sus enemigos habían pagado a
dos matones para matarlos en el camino. Aunque esta conjura resulta poco
creíble, el patetismo de estas escenas aumenta si tenemos en cuenta que Casta
estaba embarazada de unos cinco meses de Emilín, que nacerá en Noviercas
el 15 de diciembre de 1868, y que Gustavo reconocerá como hijo suyo, tal
como figura en el acta bautismal. Carecen de fundamento las especulaciones
que algunos han hecho acerca de si Gustavo era el padre de Emilín.
Una vez separados, mantuvieron una comunicación correcta, casi
amistosa. Así lo acreditan las dos cartas entre Gustavo y Casta, que son la
única base documental disponible. Las fechas no son muy precisas: una es de
finales de 1869; la otra, de setiembre de 1870, ya que se refiere a la
enfermedad de Valeriano. Su contenido se basa en temas de salud y del
dinero que Gustavo va mandando a Casta. Pero lo más notable es el tono
afectuoso: «Consérvate bien, dale un beso al Emilín y manda lo que gustes»
807 . Es el tono de una pareja que mantiene una separación acordada, sin
recriminaciones por temas económicos y en la que ambos quieren ocuparse
de sus hijos pequeños. No parece una pareja separada por adulterio y por una
dudosa paternidad. Se trata, desde luego, de una separación mucho menos
dura que la de Valeriano y Winifreda.
La ley establecía que los hijos quedaran bajo la patria potestad del
cónyuge declarado inocente, aunque, en cualquier caso, la madre siempre
mantendría la custodia de los hijos menores de tres años. Pero Gustavo y
Casta, pasadas las primeras tensiones, no establecieron una separación legal,
sino que acabaron poniéndose de acuerdo en la cuestión de los hijos y en los
asuntos económicos.
Poco después de la Gloriosa, Gustavo y Valeriano se fueron a vivir con
sus hijos respectivos a Toledo durante una temporada. No era, como a veces
se ha dicho, para evitar represalias por parte del nuevo régimen
revolucionario. Como hemos visto, la Gloriosa no había nacido con violencia,
y no había habido represalias contra los partidarios del régimen isabelino.
Pero sí es cierto que perjudicó a los Bécquer económicamente, al menos al
principio. Valeriano perdió la beca del ministerio de Fomento y Gustavo, el
sueldo de censor y las colaboraciones en la prensa moderada. Sin ingresos
fijos, había que afrontar los gastos de un grupo familiar formado por dos
adultos, cuatro niños y dos criadas. Este contexto de estrecheces económicas
explica que Gustavo participara con el poema «A todos los santos» en un
devocionario titulado Cantos del cristianismo, que en noviembre de 1868 se
puso a la venta a 16 reales. El editor era Francisco Javier Sarmiento, que
había sido gobernador civil en varias provincias. El poema de Bécquer es
correcto, pero nada tiene que ver con las Rimas.
Los Bécquer formaban una familia muy atípica en la época, donde era
muy raro que dos hombres separados de sus esposas se ocuparan de sus hijos
pequeños. A los gastos de ese grupo había que sumar la pensión que Gustavo
pasaba a Casta para la manutención de Emilín. Sin duda, Toledo tenía
grandes atractivos artísticos, pero también el de ser una ciudad mucho más
económica que Madrid. Además, el tren facilitaba la comunicación entre
ambas ciudades.
Gustavo buscó una casa amplia, donde todos pudieran convivir y trabajar.
Alquiló una adecuada a esas necesidades en la calle San Ildefonso, número 8.
Era una casa antigua, con un pequeño jardín interior. Dicen que el grandioso
laurel, que todavía se conserva, lo plantó Gustavo. En ese jardín se había
descubierto el brocal de un pozo con inscripciones arábigas. Valeriano lo
dibujó y Gustavo lo comentó en La Ilustración de Madrid . En el comentario,
destaca que el propietario de la casa, Francisco Hernández, hizo donación de
la pieza al Museo de Toledo 808 , pero luego se perdió su rastro.
Los Bécquer llevaban una vida tranquila, dibujando, pintando y
escribiendo en un contexto lleno de estímulos estéticos. Pero las
colaboraciones en El Museo universal de Gustavo y los encargos de
Valeriano no daban para mantener el elevado nivel económico de la época en
que ambos disfrutaban de prebendas. Francisco de Laiglesia les prestaba
dinero. En cambio, Juan Valera no tenía mucha prisa por pagar los 500 reales
que adeudaba a Valeriano por un cuadro que le había encargado 809 .
En esta coyuntura quizá se sitúen las supuestas relaciones de Gustavo con
una toledana muy hermosa, de clase baja, llamada Alejandra. Los únicos
datos acerca de esta misteriosa mujer los proporcionó Julia Bécquer en una
entrevista periodística 810 .
Al cabo de unos meses, los Bécquer se plantearon regresar a Madrid.
Buscando vivienda, Gustavo se orientó hacia el proyecto de urbanización
conocido como Quinta del Espíritu Santo, que conocía perfectamente, a
través de las noticias de El Contemporáneo . El proyecto, impulsado por la
constructora La Peninsular con un gran despliegue propagandístico, se había
comenzado a gestar años atrás. Esta empresa procedía del ámbito de los
seguros, pero cada vez más se dedicó al negocio inmobiliario en toda España.
La dirigía Pascual Madoz, ex ministro de Hacienda progresista y autor de un
monumental diccionario estadístico.
A principios de 1863 la empresa, que acabaría quebrando, había comprado
424 565 metros cuadrados de terreno, equivalente a más de 80 campos de
fútbol. Mientras el marqués de Salamanca construía en el ensanche de
Madrid un barrio para la alta burguesía, Madoz se inspiraba en los barrios
mesocráticos de Londres para atraer a las clases medias, animándolas a
invertir en La Peninsular y a comprar las casas que construía. En su
publicidad trataba de mitigar los inconvenientes de que la colonia estaba lejos
del centro y resaltaba los aspectos positivos: el ventajoso precio de las
viviendas, que dispondrían de jardín, corral y huerta. Habría ómnibus a todas
horas, con abonos especiales para los residentes 811 . En efecto, en el otoño
de 1865 comenzaron a funcionar los tranvías que enlazaban la Puerta del Sol
con el barrio 812 .
No sabemos en qué momento los Bécquer se instalaron en la Quinta.
Debió de ser a finales de 1869, cuando Gustavo y Casta ya se habían
separado, y cuando Gustavo tenía asegurado el puesto de director de La
Ilustración de Madrid, lo que le permitiría encargar a Valeriano numerosos
grabados. En estas mismas fechas fue nombrado director de la revista teatral
El Entreacto .
Este conjunto de favorables circunstancias económicas influyó para que
los Bécquer pudieran emprender la compra o el alquiler de un chalé de la
urbanización, en la calle de Valencia 813 . Como todas, tenía jardín con
árboles frutales, huerto y corral. Julia Bécquer recuerda que su padre y su tío
Gustavo pronto se aficionaron al huerto, en el que cultivaban fresas y
hortalizas 814 . El escritor Pedro de Répide nos ha dejado una descripción fiel
y detallada de la casa 815 .
Enseguida se penetra en la estancia central, que era el comedor de verano [...] A la
derecha se encuentra el aposento donde tenía Valeriano su estudio [...] Detrás de
estancia central consérvase el cuarto donde dormía Gustavo Adolfo con su hijo, y al
lado derecho, la alcoba donde murió Valeriano.
En uno de sus viajes en tren entre Toledo y Madrid Bécquer había hablado
con el editor Eduardo Gasset de la «patriótica propaganda que se podía hacer
de nuestras riquezas artísticas» 817 . Como se ve, la idea embrionaria daba
prioridad a los temas históricos y artísticos españoles, tratados con una
orientación nacionalista. Era un proyecto menos ambicioso y más
periodístico que el de la Historia de los templos de España .
A principios de 1870 apareció la nueva publicación, La Ilustración de
Madrid, que formaba parte del grupo de El Imparcial, el periódico de mayor
prestigio y tirada, que llegaría a alcanzar los 348 000 ejemplares. El director
general, Eduardo Gasset (1832-1884), pertenecía a una familia muy
influyente en el periodismo y en la política. Nieto suyo será el filósofo José
Ortega y Gasset. El redactor principal, Isidoro Fernández Flórez, Fernanflor,
procedía de El Imparcial . Gustavo era el director literario, así como
colaborador habitual, autor de numerosos artículos firmados. La Ilustración
de Madrid vendrá a ser como el hermano menor del diario. Tenía 16 páginas,
una periodicidad quincenal y se imprimía en la moderna imprenta del diario,
en la céntrica plaza de Matute. Según Laiglesia, el sueldo de Gustavo era de
3000 pesetas anuales, la mitad de lo que había cobrado como censor de
novelas. Pero probablemente cobraría aparte sus artículos firmados. Los
responsables artísticos eran José Vallejo y Valeriano Bécquer, y el grabador,
Bernardo Rico.
Se definía como «revista de política, ciencias, artes y literatura». Pero la
actualidad política se enfocaba únicamente desde un punto de vista neutral,
sin valoraciones partidistas y con especial interés en las cuestiones
internacionales. Como ejemplo, podemos mencionar que en setiembre de
1871, nueve meses después de la muerte de Gustavo, González Bravo murió
en Biarritz. La revista publicó un retrato suyo y una semblanza, pero
proclamó que era «campo neutral para la política». Y evita cualquier
valoración del último presidente de gobierno de Isabel II, limitándose a
elogiar su brillante oratoria 818 . Este afán de neutralidad política era una
opción prudente y necesaria en una coyuntura política cambiante y muy
agitada, en pleno Sexenio revolucionario. Curiosamente, era el resultado de
una especie de pacto entre los integrantes de La Ilustración de Madrid, que
antes de la Gloriosa habían militado en bandos rivales. Eduardo Gasset y
Fernández Flórez provenían de la prensa unionista, mientras que Bécquer se
había enfrentado con dureza a la Unión Liberal en defensa del partido
moderado..
Esta voluntad de alejarse de la polémica política se manifestará en mayo
de 1870, en una semblanza con retrato de Juan Valera, que tan duras
polémicas había mantenido con Bécquer en la época en que, junto a los
«angélicos», se pasó a la Unión Liberal. Firmado por R.C. (Rodríguez
Correa), el artículo resume en tono muy elogioso la carrera literaria y política
de Valera. Menciona el periodo en que formó parte de El Contemporáneo,
cuando sostenía «diaria y brillantemente polémicas profundas con los
partidarios de la reacción» 819 . La proverbial mano izquierda de Correa
había maquillado, sin duda con el consentimiento de Gustavo, las duras
polémicas que habían sostenido Bécquer y Valera.
El proyecto de La Ilustración de Madrid fue bien recibido por la prensa en
general. Destaca la bienvenida de Gil Blas, que, además de elogiar los
grabados de Valeriano, califica el periódico de «serio» y le desea un «gran
éxito» 820 . Este apoyo no se debía a afinidad política, sino a la amistad que
existía entre Gustavo y los redactores del periódico republicano. Por eso unos
días después Gil Blas saluda a la revista rival, La Ilustración Española y
Americana, de manera más protocolaria: «notable publicación» que contiene
«artículos interesantes» 821 .
Superados con éxito todos los obstáculos para llevar adelante el proyecto,
el principal problema que tuvo que afrontar La Ilustración de Madrid fue la
dura competencia con La Ilustración Española y Americana . Con una tirada
de 2000 ejemplares, se publicaba semanalmente. De precio elevado, estaba
dirigida a las clases altas. El director y propietario era Abelardo de Carlos
(1822-1884), que se había enriquecido con la revista femenina La Moda
elegante ilustrada .
En el equipo literario y artístico de La Ilustración Española encontramos a
varios amigos de Bécquer. El redactor principal, encargado de resumir la
actualidad al principio de cada número era Julio Nombela, que apenas duró
un año en ese cargo. Durante ese periodo sus relaciones con los hermanos
Bécquer se enfriaron mucho. En sus memorias dice que «deseó» que los
Bécquer colaboraran en la nueva revista, «pero no fue posible», de manera
que se produjo lo que denomina «natural competencia» entre ellos, que
dejaron de verse 822 .
Por lo que se refiere al diseño, el equipo artístico de La Ilustración
Española y Americana estaba formado por artistas de primera fila, entre ellos
los más prestigiosos dibujantes de la prensa satírica: Perea, Pellicer, Ortego,
Padró... Conviene destacar a Ortego, dibujante de Gil Blas, que ya
conocemos por sus colaboraciones con Gustavo, como la del periódico Doña
Manuela . Entre los colaboradores literarios de la revista encontramos a los
escritores más reconocidos de la época: Alarcón, Amador de los Ríos, Victor
Balaguer, Eusebio Blasco, Bretón de los Herreros, Campoamor, Castelar,
Cánovas del Castillo, Fernández y González, Frontaura, Echegaray,
Hartzensbusch, Manuel del Palacio, Selgas, Trueba, Zorrilla, etc. También
Narciso Campillo, ferviente defensor de la Gloriosa, colaboró con algunos
artículos, uno de ellos sobre la libertad de enseñanza, tema que se había
discutido en la Constitución de 1869.
Es difícil saber si estas colaboraciones en La Ilustración rival molestaron a
Gustavo. En todo caso, hubo bastantes escritores que optaron por publicar en
ambas revistas. La extensa lista que tenía La Ilustración Española era muy
superior a la que podía ostentar La Ilustración de Madrid, seguramente
porque la primera pagaba mejor que la segunda, factor decisivo para los
escritores y artistas profesionales. Encontramos a viejos amigos de Gustavo:
Florencio Janer, Ángel Avilés, Pilar Sinués de Marco... Además de contar
con su círculo de amigos y conocidos, Bécquer hizo un llamamiento a los
escritores en general para que enviaran artículos a la revista, que serían
evaluados para su posible publicación 823 .
Si comparamos el primer número de cada una de las revistas, podremos
entender mejor en qué se diferenciaban. La Ilustración Española y
Americana concedía la portada a Ferdinand de Lesseps, que, recién
inaugurado el canal de Suez, se había convertido en emblema del progreso.
Además del retrato de portada del famoso ingeniero, la revista contenía una
semblanza y una crónica de la inauguración del canal. Vienen después una
serie de artículos sobre temas diversos: «Bellezas de la ciencia», de José
Echegaray; el embarque de los voluntarios catalanes a la guerra de Cuba; los
funerales del general Dulce; «Aldabón de la casa del arcediano en
Barcelona»; «Fiesta de los negros en La Habana»; «Alejandro Herculano,
historiador portugués»; «Paseos de Madrid»; poemas de Bretón de los
Herreros; reseñas de teatros y libros nuevos; una novela por entregas de
Manuel Fernández y González; etc.
Por su parte, el primer número de La Ilustración de Madrid también traía
en portada la inauguración del canal de Suez. Gustavo Adolfo firma varios
artículos sobre temas artísticos: una pieza de cerámica (mayólica) del siglo
XVI ; los sepulcros de los condes de Melito en Toledo; antigüedades
prehistóricas de España; una glosa del grabado titulado «El pordiosero», de
su hermano Valeriano... Entre los artículos de otros autores, encontramos uno
sobre las memorias del cardenal Gil Álvarez de Albornoz, firmado por
Antonio Cánovas del Castillo. El general Serrano, regente de España después
de la Gloriosa, es objeto de un retrato y de la correspondiente semblanza,
firmada por F (Fernández Flórez). En ella se aludía a la revolución de
setiembre con exquisita neutralidad: «ya se la considere glorioso principio de
una dichosa era o tan solo nuevo paréntesis en nuestra antigua existencia
política». El escritor Luis de Eguilaz (1830-1874) publicaba la primera
entrega de su novela El capital y el trabajo . El militar y poeta Antonio Ros
de Olano publicaba cinco sonetos. El número se cerraba con la crítica de
teatros. Llama la atención la contraportada, dedicada a Troppmann, célebre
asesino al que se estaba juzgando en París por ocho asesinatos cometidos con
una extraordinaria y fría crueldad. Ilustrada con un grabado del criminal, la
crónica había sido enviada desde la capital francesa por Eusebio Blasco, uno
de los periodistas de Gil Blas . En una nota, seguramente escrita por Bécquer,
la revista justificaba esta concesión al sensacionalismo: «Aun cuando no
somos aficionados a contribuir a la triste celebridad que adquieren ciertos
criminales [...] cedemos a la corriente de la curiosidad pública por esta vez».
Recopilando las diferencias entre ambas revistas, La Ilustración Española
y Americana parece más periodística que La Ilustración de Madrid, es decir,
trata temas de interés general, más divulgativos y menos extensos. Se dirigía,
pues, a un público amplio, con aficiones culturales. En cambio, la revista
dirigida por Bécquer tenía un nivel cultural más elevado. Trataba temas
especializados, con predominio de los dedicados al arte y la historia.
Algunos, como los de Florencio Janer, tenían un carácter muy erudito. En
cualquier caso, ambas revistas tenían mucho en común, tanto por sus
contenidos como por su diseño formal, por lo que estuvieron en abierta
competencia para atraer al mismo segmento de lectores.
Desde el principio se denunció que La Ilustración de Madrid recibía un
trato de favor por parte del gobierno provisional. Por ejemplo, El Imparcial
no tuvo reparos en anunciar que La Ilustración de Madrid había hecho una
tirada especial de 200 ejemplares de unos grabados de Goya, que habían sido
adquiridos por el ministerio de Estado para enviarlos a las embajadas
españolas 824 .
A finales de abril varios diarios denunciaron al ministro de Fomento del
gobierno provisional, el político progresista, famoso dramaturgo y futuro
Premio Nobel José de Echegaray, que colaboraba esporádicamente en La
Ilustración Española . Pero estas colaboraciones no impidieron que fuera
acusado de favoritismo en favor de La Ilustración de Madrid . Se consideró
escandaloso que, con cargo al presupuesto del Estado, el ministerio pagara
125 suscripciones de La Ilustración de Madrid, por un importe de 10 000
reales mensuales 825 . El Imparcial admitió lo de las suscripciones, pero
precisó los datos: el importe era de 150 reales al mes. Señaló también que la
empresa de la Ilustración de Madrid estaba constituida por veinte acciones,
distribuidas entre los escritores y artistas que colaboraban en la revista. Pero
otro diario decía que en Madrid se publicaba «sin auxilio alguno otra
Ilustración mejor» 826 . Aludía, claro está, a la revista rival, La Ilustración
Española y Americana, que denunció el asunto cuando el ministerio de
Fomento denegó su petición de subvención en forma de suscripciones. En
señal de protesta, la petición y la respuesta del ministerio se imprimieron en
una hoja suelta, que se repartió al público.
La Ilustración de Madrid replicó en un editorial, probablemente escrito
por Bécquer. Comienza diferenciando las políticas empresariales: La
Ilustración de Madrid es una sociedad de literatos, dibujantes y grabadores
que aspiran a la «justa retribución de su trabajo, sin someterse a las
exigencias del capital, representado por el editor», mientras que La
Ilustración Española es propiedad de un editor que «en busca de una
ganancia lícita emplea su capital en un periódico, como pudo hacerlo en otra
cosa cualquiera». Y remarca otra diferencia: La Ilustración de Madrid era un
periódico «exclusivamente español», que publicaba artículos y dibujos
inéditos y originales de autores españoles, mientras La Ilustración Española
«perjudica la producción nacional», ya que compra clichés de cinc a bajo
precio a revistas extranjeras. En conclusión, «sabiendo que en el ministerio
de Fomento hay un fondo especial destinado a proteger las artes españolas ,
creemos que el público [...] encontrará perfectamente explicada y justa la
resolución del señor ministro de Fomento» 827 .
Este duro alegato es interesante no solo porque reivindica la producción
cultural nacional, sino también porque muestra una clara conciencia gremial
o profesional, que propugna la autonomía económica e ideológica de los
intelectuales y artistas, en clara coincidencia con los planteamientos que
Bécquer defendía como secretario y fundador de la Sociedad de Autores.
El asunto de las subvenciones se complicó todavía más. A finales de 1870
La Ilustración de Madrid recibía 12 000 reales anuales del ministerio de
Fomento en concepto de «protección al arte del dibujo y el grabado
españoles». En cambio, La Ilustración Española y americana no recibía
ninguna subvención. Para solucionar el conflicto, el director general de
Instrucción Pública, Manuel Merelo, partió salomónicamente esa cantidad
entre las dos revistas rivales. La Ilustración de Madrid no quiso aceptar la
«limosna» y se negó a ser equiparada a La Ilustración Española, que
reproducía grabados comprados a publicaciones extranjeras. Solidarizándose
con la revista dirigida por Bécquer, Gil Blas se burló de la decisión
ministerial, calificada como un «premio al espíritu liberal que respiran los
escritos de La Ilustración Española». Y pone como ejemplo el último
número, en el que un ex ministro moderado atacaba duramente a los líderes
de la Gloriosa: Ruiz Zorrilla, Prim y Serrano 828 . De nuevo, Bécquer recibía
el apoyo de sus amigos de Gil Blas , que llegan a retorcer los argumentos
para poder presentar La Ilustración de Madrid como más progresista que La
Ilustración Española y Americana .
Vale la pena señalar algunos artículos publicados después de la muerte de
Gustavo. Su fiel amigo Ramón Rodríguez Correa publicó un poema
humorístico en el que se presentaba a sí mismo como un amante de la noche:
«¡Mi vida es la noche... mi noche es el sol» 829 . No exageraba. Galdós, que
convierte a Correíta en fugaz personaje su novela Amadeo I, lo caracteriza
como un noctámbulo empedernido: «Hombre más nocturno no he visto
nunca» 830 .
Ni las polémicas subvenciones, ni el apoyo de El Imparcial, ni la
innegable calidad de la publicación, permitieron a La Ilustración de Madrid
superar las ventas de La Ilustración Española . A todo ello hay que añadir las
súbitas muertes de los hermanos Bécquer, el núcleo fundamental de la
revista. Dos años después de su aparición, La Ilustración de Madrid tuvo que
cerrar. En cambio, La Ilustración Española y Americana duraría hasta 1921,
es decir, casi llegó a enlazar con las revistas y periódicos ilustrados con
fotografías.
A principios de 1870 Gustavo había asumido casi al mismo tiempo la
dirección de La Ilustración de Madrid y la de El Entreacto . Esta segunda
revista tenía cuatro páginas y se publicaba los sábados. Tenía pocos
redactores y colaboradores, entre ellos Manuel del Palacio. Traía una serie de
informaciones de actualidad sobre obras teatrales, óperas, zarzuelas... Pero
estas informaciones ya las cubrían los diarios generalistas. El entreacto se
presentaba como «órgano de la agencia de teatros Araujo y Compañía». Se
dirigía a un público más profesional, al que le interesaran los servicios de la
«casa de comisiones de todo género de negocios teatrales y literarios». Es
decir, la revista venía a ser un boletín de una agencia que, por un porcentaje,
hacía de intermediaria entre la oferta y la demanda teatral.
Gustavo apenas podrá dirigir la revista unas semanas. En el primer
número, que salió el 3 de diciembre, publicó la primera entrega de su
narración «Una tragedia y un ángel», interrumpida cuando enfermó. Veinte
días después, en el cuarto número, se anunciaba la muerte de Bécquer.
MUERTE DE VALERIANO
760 . Diario de sesiones del Congreso de los diputados, I, 1868: 13; Jover, 1981: 351.
774 . La Regeneración, 6.10.1868. Un diario francés se hizo eco del hallazgo de las «51
caisses contenant des bijoux et des meubles precieux appartenant à M. González Bravo»,
Le Figaro, 10.10.1868.
784 . En una de las láminas de Los Borbones en pelota (1991: 279) se muestra a González
Bravo huyendo a Francia, cargado de sacos de dinero.
788 . Bécquer, G. A., Libro de los gorriones, Biblioteca Digital Hispánica, MSS/013216.
848 . El nicho había sido alquilado por diez años. Un año antes, Julio Nombela hizo un
llamamiento a recoger dinero para que el poeta no fuera «desahuciado». Correíta se
encargó de recoger los donativos, El Heraldo de Castilla, 19.2.1881.
LA PORNOGRAFÍA POLÍTICA
Como vemos, los dos últimos versos no tienen el mismo tiempo verbal
(abrazaré / tomo), para ahorrarse una sílaba y forzar un octosílabo en el
último verso. Resulta incomprensible que algunos hayan podido atribuir al
autor de las Rimas estos versos tan toscos.
Como hemos visto, Bécquer era un autor que, hasta cuando escribía
panfletos como Doña Manuela era un gran escritor, capaz de cambiar de
registro y utilizar con maestría un estilo basado en finas ironías, ingeniosos
juegos verbales, etc. También resulta curioso que se hable de ellos como
coautores de las caricaturas, sin especificar lo que hacía cada uno. Sin
ninguna argumentación, se han atribuido a Valeriano las acuarelas y a
Gustavo, los textos al pie. Con razón, Rubén Benítez muestra su extrañeza a
la hora de imaginar qué hacía Gustavo en esas caricaturas 872 . No es extraño,
pues, que hasta ahora nadie haya podido establecer nexos entre las Rimas y
las coplas de SEM.
La cuestión es: ¿Quién y por qué lanzó desde Gil Blas el bulo de que los
hermanos Bécquer eran SEM, es decir, los autores de diversas ilustraciones,
pero sobre todo de un álbum de pornografía política?
No parece probable que la atribución de SEM a los Bécquer se hiciera por
error o por desconocimiento. Hay que plantearse, pues, quién o quiénes,
«contra su costumbre», escribieron la necrológica. De entrada, hay que
considerar que la iniciativa tuvo que partir de alguien con alta
responsabilidad en el periódico.
Un candidato evidente es Manuel del Palacio, fundador de Gil Blas y
amigo de los Bécquer. Como hemos visto, Palacio había tenido en el café
Suizo un choque con Gustavo. Después de la Revolución, a finales de 1870
Palacio se encontraba en una delicada situación, en pleno proceso de
aburguesamiento. Se había casado y había comenzado a beneficiarse de
cargos políticos en el nuevo régimen. Bajo la protección de Sagasta, había
sido nombrado para ocupar un cargo importante en el ministerio de la
Gobernación y después en el ministerio de Estado 882 .
El cambio también afectó a su producción literaria. En muy poco tiempo
abandonó sus procaces sonetos y sus mordaces caricaturas, hechas desde una
radical ideología republicana y anticlerical. El 2 de diciembre, veinte días
antes de la muerte de Gustavo, Palacio, «el antiguo republicano, hoy alto
cargo del ministerio de Estado» publicó una epístola en verso, en la que
alababa a Amadeo I por su elevación al trono de España 883 . Ante semejante
viraje ideológico sus amigos y compañeros de partido denigraron al «poeta
que ha cantado la libertad democrático-republicana» 884 . Pronto se hizo
pública su ruptura con sus amigos y correligionarios, cuando no asistió a un
banquete republicano en la fonda de la Perona, «notándose con sentimiento la
falta de Manuel del Palacio» 885 .
Pero la transformación de Palacio en un respetable funcionario tenía un
punto débil: sus mordaces sátiras le habían proporcionado mucha
popularidad, pero también muchos enemigos. Necesitaba, pues, cortar de raíz
cualquier vínculo con Los Borbones en pelota . ¿Tuvo Palacio alguna
intervención en el álbum? ¿Fue, quizás, autor de los zafios ripios que
figuraban al pie de algunos de los dibujos? No sería muy extraño. De hecho,
sabemos que dejó un libro erótico inédito, Por ellas, para ellas y sobre ellas ,
firmado con el seudónimo el Bachiller de la remonta. Los poemas eróticos de
Palacio circulaban manuscritos, por lo que quizá corrió el rumor de que él era
el SEM de Los Borbones en pelota, rumor que acallaría adjudicando el álbum
a los Bécquer 886 .
Que Gil Blas tenía o había tenido algún vínculo con la pornografía política
era un secreto a voces. Años después, en 1882, cuando Gil Blas volvió a
publicarse por poco tiempo, el diario El Globo, afín a la facción republicana
de Emilio Castelar, lanzó esta críptica andanada contra su correligionario:
«Gil Blas, periódico parisién de los más ilustrados y pornográficos...» 887 .
Lo de las ilustraciones pornográficas y la referencia a París encajan con
Francisco Ortego, que en 1871 se había ido a vivir a la capital francesa,
donde murió en 1881.
Siguiendo con nuestra hipótesis, al adjudicar a los Bécquer la autoría de
todas las ilustraciones firmadas por SEM, en especial las de Los Borbones en
pelot a, Palacio protegía su ascenso hacia la honorabilidad, los altos cargos y
las prebendas. Aunque no hubiera participado en el álbum directamente, era
responsable de Gil Blas, en la que Francisco Ortego publicaba de manera
asidua, tanto dibujos como textos al pie. Palacio, uno de los fundadores del
periódico, no podía aducir que no sabía nada de SEM. Además, su
proclamado ideario republicano coincidía con el que inspiraba Los Borbones
en pelota. Está claro que Manuel del Palacio tenía muchas razones y mucho
interés en borrar cualquier rastro que lo vinculara con un álbum que podía
destruir su reputación para siempre.
Otra fuente de información sobre este asunto es Eduardo del Palacio, hijo
de Manuel. Eduardo fue poeta, catedrático de instituto y autor de varios libros
sobre lengua y literatura francesas. En su libro Pasión y gloria de Gustavo
Adolfo (1947) nos proporciona detalles tan interesantes como sibilinos acerca
de SEM y los hermanos Bécquer:
Identificados los hermanos, trabajan unidos, luchan unidos, y al fin, unidos también,
verdaderamente hermanados , triunfan, dibujando el pintor muy a menudo en los
mismos periódicos [...] y aun, a veces, sobre los mismos asuntos que Gustavo trataba
en sus escritos. En Gil Bla s llegaron a firmar con la razón social SEM los dibujos
que conjuntamente hicieron alguna vez 888 .
¿ADIÓS A SEM?
Queda aún mucho que aclarar en este embrollado asunto, pero los datos
disponibles ya permiten descartar la tesis de que Gustavo y Valeriano son los
autores de Los Borbones en pelota o de otros dibujos firmados por SEM,
seudónimo que hay que atribuir en exclusiva a Francisco Ortego. De
momento no hay pistas, análisis o indicios de otro candidato, ni tampoco de
un colectivo formado por varios autores. ¿Ya podemos, pues, decir: «Adiós a
SEM»?
Es probable que SEM continúe siendo objeto de análisis y debate entre los
especialistas. Lo que sí es seguro es que el álbum seguirá circulando en la
red, con independencia de su autoría. La pornografía política, y más si es
atribuida a un poeta emblemático del sentimentalismo romántico, es muy
llamativa y rentable. Cuando todavía no se han extinguido los ecos de las
falsificaciones de Iglesias Figueroa, habrá que acostumbrarse a desmentir con
argumentos y mucha paciencia la escandalosa atribución, confiando en que se
vaya transformando en un estímulo para profundizar en la vida y en la obra
de Gustavo Adolfo Bécquer.
Lámina 94 de Los Borbones en pelota, firmada por SEM. Trabucos ocultos disparan sobre
Prim, en clara alusión al mortal atentado que sufrió el general el 27 de diciembre de 1870.
Es evidente que esa lámina no fue obra de Gustavo, muerto cinco días antes; ni de
Valeriano, fallecido el 23 de setiembre
888 . Palacio, Eduardo del, 1947: 94. Las cursivas son nuestras.
Estas suspensiones del servicio de ómnibus son otro de los elementos que
ponen interrogantes sobre el relato de Nombela, que no hace ninguna
mención a si esa tarde el servicio de ómnibus funcionaba con toda
normalidad.
El 22, el día en el que murió Gustavo, hubo lluvias torrenciales, que
inundaron numerosas calles de la capital, en especial bodegas y pisos bajos.
Cuando cesó la lluvia, bajó la temperatura y se produjo una gran nevada,
«mayor aún que la de hace quince días» 915 .
El parte semanal de El Siglo médico nos proporciona datos del estado
sanitario de Madrid durante la oleada de frío. El que resume la semana del 4
al 11 de diciembre se refiere a la fuerte nevada y el consiguiente descenso de
las temperaturas. Este cambio climático provocó un aumento de las
enfermedades pulmonares, catarros, inflamaciones de hígado, etc., que
causaron más defunciones que en las semanas anteriores.
No es posible saber si la enfermedad de Bécquer se agravó por el frío, en
especial después de la gran nevada del día 6. El certificado médico, firmado
por el doctor Joaquín de Higuera, catedrático de la Facultad de Medicina,
atribuye la muerte de Gustavo a «un grande infarto de hígado, complicado
con una fiebre intermitente maligna o perniciosa» 916 .
Por lo que se refiere a Nombela, había enfermado y tuvo que guardar cama
en su casa, donde se enteró de que Gustavo padecía «una fiebre infecciosa».
En estas circunstancias no pudo asistir al entierro de Gustavo ni a la reunión
de amigos que querían preparar la edición de sus obras, iniciativa a la que
contribuyó con 100 reales.
Así pues, la muerte de Gustavo no se produjo de manera súbita, sino
después de un proceso de empeoramiento progresivo que duró, por lo menos,
dieciocho días: entre el día 4 y el día 22. Este proceso parece motivado más
por causas intrínsecas que por factores ambientales. El parte de El Siglo
médico del 4 de diciembre indica que en la semana anterior había habido un
clima moderado, con un número de enfermedades y defunciones similar al de
las semanas anteriores 917 . Es probable, pues, que la gran nevada del día 6
no afectara a la salud de Bécquer, ya que se encontraría en cama, sometido a
cuidados médicos. Como hemos visto, en su comunicado del día 10, la revista
El Entreacto indicó que Bécquer había pasado una grave enfermedad y que
todavía no podía abandonar el lecho. Es, pues, del todo inverosímil que
Nombela encontrara a Gustavo paseando por las calles un día cualquiera de la
segunda quincena de diciembre, es decir, entre el 15 y el 22.
De lo que no hay dudas es de que Gustavo recibió los cuidados necesarios
y una adecuada atención médica. En el prólogo de las Obras de Bécquer,
Ramón Rodríguez Correa señala que su enfermedad era de incierto
pronóstico:
¡Extraña enfermedad y extraña manera de morir fue aquella! Sin ningún síntoma
preciso, lo que se diagnosticó pulmonía convirtióse en hepatitis, tornándose a juicio
de otros en pericarditis. Y entretanto el enfermo, con su cabeza siempre firme y su
ingénita bondad, seguía prestándose a todas las experiencias, aceptando todos los
medicamentos y muriéndose poco a poco 918 .
Retrato de Gustavo en su lecho de muerte, por el pintor amigo suyo Vicente Palmaroli. Se
trata de un apunte del natural, realizado con rapidez, sin detallismo, pero muy expresivo.
• Junio 1858: sufre una grave enfermedad, quizás infecciosa, que lo tuvo
postrado durante semanas;
• junio-setiembre de 1861: toma los baños en el balneario de Fitero;
• 1864: pasa una larga estancia en el monasterio de Veruela para curarse
de una enfermedad pulmonar, quizá tisis;
• julio-agosto 1864: toma los baños de mar en Algorta (Vizcaya) con
Valeriano;
• junio 1868: «Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el
gran viaje» (Libro de los gorriones);
• julio-agosto 1868: baños en Algorta;
• diciembre 1870: cae enfermo sin un diagnóstico claro; es sometido a
varios tratamientos sin resultado y muere tras una larga agonía.
Y más adelante señala que las aguas de Fitero son «de suma utilidad» para
curar la sífilis, pero matiza: «en muchos casos favorecen la curación de la
enfermedad, pero no siempre son necesarias» 935 . Resulta significativo que,
siendo el director médico del balneario, no avale las casi milagrosas
curaciones de la sífilis que en el siglo XVIII describe el médico Antonio
Ramírez 936 . Pero estudios posteriores no mencionan que las aguas de Fitero
curaran las enfermedades venéreas. Por ejemplo, en 1851 un manual, que sí
menciona las propiedades antisifilíticas de las aguas de Baños de Ledesma
(Salamanca), no las atribuye a las de Fitero, que favorecen «las evacuaciones
de la piel, del vientre y de los riñones» 937 . Y en 1873, en la guía oficial del
ministerio de Fomento, se clasifican las aguas de Fitero como indicadas para
«las afecciones reumáticas, parálisis y algunas enfermedades cutáneas» 938 .
Veamos, por último, el dictamen de Étienne Lancereaux (1829-1910),
considerado el máximo experto de su tiempo en diabetes y en sífilis. A esta
enfermedad venérea le dedicó un exhaustivo tratado, publicado en 1866 y
traducido a varios idiomas. Al hablar de las aguas termales, el médico francés
se muestra escéptico y contundente: «La hidroterapia aplicada al tratamiento
de la sífilis es simplemente un auxiliar útil; pero, como las aguas minerales,
no puede por sí sola constituir un método particular de tratamiento». Y
concluye que «la curación de la sífilis por la hidroterapia no está probada en
modo alguno» 939 .
Recapitulemos. Gustavo había gozado de buena salud hasta 1858, cuando
sufrió una grave enfermedad de naturaleza desconocida, que algunos
biógrafos han considerado sífilis. Por eso resulta importante dilucidar las
motivaciones médicas que tuvo Bécquer para tomar los baños de Fitero. Si
esas aguas curaran las enfermedades venéreas, podríamos inferir que Gustavo
había ido al balneario para curarse de una enfermedad de esa índole. Pero esta
hipótesis ha demostrado ser inconsistente, porque las aguas fiteranas tenían
unas propiedades muy genéricas. En un anuncio publicitario, el balneario de
Baños Viejos aseguraba «admirables curaciones de muchas enfermedades
nerviosas, escrofulosas, paralíticas, y otras caracterizadas por la debilidad»
940 . Son indicaciones muy genéricas para la Medicina actual. Pero la de la
época no podía evaluar de manera precisa el impacto de los baños termales en
la salud de los bañistas. Por eso la hidroterapia fue perdiendo prestigio ante
una medicina cada vez más científica y experimental.
En definitiva, las aguas de Fitero iban bien para muchas dolencias, incluso
podían aliviar algunos síntomas de sífilis. Pero el hecho de tomarlas no
constituía, por sí mismo, un indicio de padecerla. Si Fitero se hubiera
presentado como balneario especializado en enfermedades venéreas, se
habría ganado una mala fama que hubiera ahuyentado a clientes como el rey
consorte o el nuncio papal. Al balneario acudían pacientes con dolencias muy
diversas, y también gente que simplemente iba a descansar. En resumen, que
Bécquer tomara los baños de Fitero no nos proporciona un diagnóstico
preciso, no nos aclara la naturaleza exacta de su enfermedad.
Después del tratamiento termal, Bécquer acudió a otra terapia parecida,
pero más moderna: los baños de mar. En Francia se pusieron de moda cuando
la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, se hizo construir un palacio
cerca de la playa de Biarritz para tomar los baños de mar durante la canícula
veraniega. La moda pronto se extendió a España. Hacia 1860 se consideraba
que los baños de mar estaban ya muy arraigados entre las clases acomodadas
941 que en buena parte los consideraban una actividad lúdica y un marco de
relaciones sociales. En 1869, el doctor Pedro Monlau publicó un manual
práctico sobre los baños de mar. Los considera apropiados para todo tipo de
enfermedades, desde la tisis hasta la sífilis constitucional 942 . Pero, como en
el caso de las aguas termales de Fitero, esta genérica descripción de las
propiedades terapéuticas de los baños de mar impide discriminar cuál era la
enfermedad de la que quería curarse Bécquer.
A principios de agosto de 1864 Gustavo estaba en Algorta, dándose su
«remojón de costumbre» 943 . Lo de «remojón» hay que interpretarlo en
sentido literal. Los higienistas recomendaban tomar «baños de ola», en los
que se exponía el cuerpo «al empuje de las olas cuando rompen o se estrellan
en las rocas o en la playa», y también «baños sorpresa», que consistían en
inmersiones repentinas en el agua fría 944 . Aunque cueste bastante, hemos de
imaginarnos, pues, a Gustavo, y quizá también a Valeriano, siguiendo los
complicados y detallados protocolos médicos para los baños, que incluían
instrucciones sobre el vestido: los hombres tenían que llevar una blusa corta o
chaqueta de marinero y unos calzoncillos o tonelete (falda corta), todo de
lana de color oscuro 945 .
También la larga estancia en Veruela estaba destinada a «recobrar la
salud» 946 . Habiendo ya descrito las vivencias artísticas y literarias de
Bécquer en Veruela, nos ocuparemos aquí de los aspectos médicos de su
estancia en el monasterio. En Desde mi celda encontramos referencias a un
estilo de vida que sigue muy fielmente las terapias de las enfermedades
pulmonares, en especial de la tuberculosis. Aquí no se trataba de tomar
baños, sino de respirar aire puro, seco y frío, junto a una alimentación sana y
un moderado ejercicio físico. Esta receta permaneció invariable durante
largos años, hasta que la penicilina curó la tuberculosis. Thomas Mann, en su
novela La montaña mágica (1924) describirá con morosidad este tratamiento
antituberculoso.
En el álbum Expedición de Veruela, con dibujos de Valeriano, en la
ilustración n.º 63 vemos a Gustavo en la solana de su celda, con la cabeza
envuelta en una bufanda. El dibujo representa uno de los ejercicios
terapéuticos de Gustavo 947 , basados en la creencia de que el aire de Veruela
era muy saludable, porque, aunque el monasterio estaba en un valle, el aire
«continuamente sopla de la parte del Moncayo» 948 , de manera que en el
monasterio se respiraba el aire puro de las cumbres de la montaña. Respecto
al ejercicio físico moderado, el mismo Bécquer nos habla de sus paseos
matinales por los alrededores de la abadía.
En varias ocasiones, Bécquer manifiesta que morirá joven. La rima 70
comienza: «De lo poco de vida que me resta...» 949 . También resulta de
difícil interpretación el sereno anuncio de su muerte, que formula en junio de
1868, dos años y medio antes de morir: «Tal vez muy pronto tendré que hacer
la maleta para el gran viaje» 950 . ¿Era una premonición puramente intuitiva o
la constatación de un deterioro físico que anunciaba un final inminente?
Resulta significativo que esta frase cierre su prólogo al Libro de los gorriones
. De esta manera, la recopilación de sus obras se convierte en una carrera
contra el tiempo, contra la muerte.
Hasta aquí, los datos recogidos apuntan a que Bécquer padecía una
enfermedad crónica de tipo pulmonar. Pero forzoso es reconocer que esta
teoría no puede explicar la desgarradora rima 55, que se ha interpretado como
una prueba de que padecía una enfermedad contagiosa, quizá venérea:
Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Esta rima del Libro de los gorriones fue censurada (tachada en aspa) por
los amigos del poeta, que no la publicaron en las primeras ediciones de las
Obras . Las razones no son caprichosas, ya que en el segundo verso el poeta
alude a una mujer que le ha contagiado una enfermedad, probablemente
sífilis. Pero, mientras que sus amigos la consideraron impublicable, Gustavo
la transcribió en el álbum como una rima más, lo que indica su intención de
publicarla. Se puede y se debe recurrir a la diferenciación entre el yo poético
y el yo biográfico, distinción que en Bécquer pocas veces se ha respetado. Se
ha identificado el uno con el otro, considerando que las Rimas son una
especie de diario autobiográfico. Pero también es evidente que el tono
coloquial, irónico y provocador de esta rima apenas permite lecturas menos
duras e inequívocas.
Llama la atención la estricta división de papeles entre las dos mujeres
aludidas: una destruye la dimensión espiritual y sentimental del poeta; la otra,
su dimensión física, corporal. Este dualismo se manifiesta también en la
perfecta ordenación de las dos estrofas: la primera expone los hechos, la
segunda extrae las conclusiones de esos hechos. La amarga ironía constituye
un provocador alarde de cinismo, ya que justifica que él mismo pueda causar
a otras mujeres el mismo mal que esas dos le han causado a él. En parecidos
términos, la medicina de la época alertaba sobre las mujeres que expandían
enfermedades venéreas:
empleando todo género de seducción con los jóvenes, de corrompida se convierte en
corruptora. Y envenenada su vida [...] envenena con su ejemplo, con su vida criminal
e impura, procurando arrastrar, cual si quisiera vengarse en ellos de haber sido por
uno corrompida 951 .
hacernos perder de vista que estamos ante un poema de una gran belleza
formal, que se puede analizar y valorar por sí mismo, sin que el contexto
personal del poeta mejore o empeore el resultado artístico resultante.
Mientras tanto, es labor de los biógrafos, asesorados por médicos
especialistas, seguir trabajando para aclarar el misterio que se oculta en el
segundo verso del poema. Salvo que se encuentre algún testimonio o prueba
documental, hay que profundizar en la investigación con criterios científicos,
ajustados a los conocimientos médicos de la época. Por ejemplo, en los años
que precedieron a la muerte de Bécquer se estaba reconsiderando el
diagnóstico de la tisis o tuberculosis. Hasta entonces no se había considerado
contagiosa, creencia que contribuyó a su mitificación como enfermedad
romántica. Pero comenzaba a abrirse paso «una opinión difundida entre gran
número de prácticos tocante a la posibilidad de transmisión de la tisis por
contagio» 953 . ¿Podría referirse Bécquer a una mujer que le contagió la
tuberculosis?
UN FRÍO ENTIERRO
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
Para ella, la falta de unión entre las mujeres era la principal causa de su
debilidad frente al hombre:
El hombre nos brinda su veneno en copa de oro, y una vez bebido, sus resultados son
inevitables, y después de satisfecho su apetito, nos arroja de su lado llamándonos
¡sexo débil y cabezas sin sentido! ¿Y sabéis por qué? Porque no estamos unidas y
conformes; la unión es la fuerza, y la fuerza la forma la voluntad y el deseo de
conseguirlo, por aquello de querer es poder 1023 .
Casta aquí tiene presente la rima 7 de Bécquer, una de las más amargas e
irónicas:
Voy contra mi interés al confesarlo;
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.
En casi todas las necrológicas se lamentó que la que había sido esposa de
Bécquer muriera en la miseria. El caso reabrió las quejas sobre un mal
endémico: las familias de los escritores, por famosos que hubieran sido,
quedaban en la pobreza. En esos años, el anciano Zorrilla se quejaba de que
«en España el poeta ha de morir en el hospital o en el manicomio» 1035 .
Morir en el hospital era sinónimo de muerte vergonzosa, propia de pobres y
marginados. Un periodista de la época resumía el colmo de la desgracia con
la expresión: «Vivir de limosna y morir en el hospital» 1036 .
Cuatro años después de su muerte, Casta Esteban fue incluida en los
Apuntes para un diccionario de escritoras españolas del siglo XIX , de
Manuel Ossorio y Bernard 1037 . En una breve ficha se la define como esposa
de Bécquer, pero también como autora de Mi primer ensayo . Era un tímido
reconocimiento de la olvidada esposa de Bécquer 1038 .
Vale la pena cerrar este capítulo refiriendo brevemente la suerte de los dos
hijos de Valeriano, Alfredo y Julia. Alfredo, del que casi nada se ha sabido
hasta hoy, es un caso asombroso de delincuente por vocación. Un breve
resumen de sus hazañas delictivas es suficiente para entender por qué su
hermana Julia casi no menciona a la oveja negra de la familia. Nacido en
Sevilla en 1858, no sabemos quién lo adoptó al morir su padre, Valeriano, en
1870. Nada conocemos de su adolescencia y juventud, ni de cómo se metió
en el mundo del hampa. El alias «Pollo» (joven) sugiere que lo hizo muy
pronto. Su personalidad, totalmente opuesta a la de su padre, Valeriano,
resulta rufianesca: «tipo popular, siempre vestido a la moda, [...] un vago,
tenorio de profesión, que pronto traspasó los linderos de la delincuencia» 1052
.
La prensa de la época se hizo eco de algunas de sus fechorías. En una de
ellas se lo menciona como un hábil y conocido tomador, es decir, especialista
en hurtos, en el argot de los delincuentes 1053 . La primera noticia que
tenemos de él es de agosto de 1880, cuando el juez del distrito del Congreso
de Madrid lo cita para que comparezca en la causa que se sigue contra él «por
lesiones». Por hallarse «en paradero desconocido» el juez insta a la policía a
que lo detenga y lo entregue al juzgado 1054 .
Quizá porque cumpliera condena en la cárcel, no tenemos noticias suyas
hasta seis años después. El 7 de marzo de 1886, domingo de Carnaval, fue
detenido, y no por robo. Estaba paseando su perro de presa por Lavapiés,
cuando se le acercó un postulante para pedirle un donativo para una banda
militar de música que estaba tocando en la calle. El perro se arrojó sobre él y
le causó lesiones por mordeduras que tardaron once días en curarse. Pero lo
más sorprendente es que el Pollo volvió a sacar a paseo al mismo perro en el
mismo día por la tarde, y en la misma calle. Esta vez el perro atacó a un niño
vestido de máscara que pasaba por allí corriendo con otros chicos de su edad.
Las heridas causadas tardaron sesenta y ocho días en curar. Al ser detenido,
el Pollo declaró y firmó con el nombre de «Luis Soler», para que la policía no
lo identificara.
Al ser juzgado en mayo de 1887 por la Audiencia del distrito del Hospital
de Madrid, fue condenado a cuatro meses de arresto por imprudencia
temeraria más cinco meses por uso de nombre falso. El tribunal consideró
como agravante el haber sido condenado por otros delitos. Pero el Pollo apeló
al Tribunal Supremo, que admitió el recurso de casación y el 14 de mayo de
1888 anuló la sentencia de la Audiencia de distrito, por no estar ajustada a los
preceptos legales 1055 . Este resultado judicial tan favorable para él indica que
el Pollo debía de tener un buen abogado. En ese mismo año fue detenido en
Madrid en varias ocasiones, muy seguidas: el 8 de marzo, el 30 de abril, el 19
de mayo, el 23 de julio... Estas detenciones no llegaban al juzgado porque la
policía tenía que soltarlo por falta de pruebas. Uno de sus hurtos fue este:
En uno de los tranvías del barrio de Salamanca le fue robado ayer a un caballero el
alfiler que llevaba de oro y brillantes. El caco fue detenido sin que se le ocupara la
alhaja, y resultó ser el conocido tomador por el apodo el Pollo Bécquer 1056 .
975 . El Día, 6.4.1894. Cinco años después, el regalo fue un violetero de esmalte de
Copenhague y plata, La Correspondencia de España, 6.4.1899.
1001 . Cuevas, «Bécquer, los niños y los jardines», ABC, Sevilla, 6.3.1971.
1055 . Sentencias del Tribunal Supremo en materia criminal. Primer trimestre de 1887,
1888: 1216-1220.
IMITACIONES Y PARODIAS
Resultados
Rima Palabras seleccionadas
(consulta: 31/12/2019)
Desde luego que estos datos solo tienen un relativo interés como
indicadores de tendencias, que se confirman si utilizamos otras hemerotecas
digitales, como la de la Biblioteca Nacional de España. Uno de los resultados
más curiosos de estas búsquedas es que demuestran que la rima de las
golondrinas no era la más popular, sino la de «Qué solos se quedan los
muertos».
La popularidad de las Rimas fue tan grande que entró en la ficción
novelesca, una ficción realista, que buscaba reflejar la realidad social sin
subjetivismos románticos. El espíritu de la novela realista sintonizaba mucho
más con la prosaica poesía de Ramón de Campoamor (1817-1901) que con la
expresión de sentimientos de la poesía becqueriana. Por eso en las novelas de
la época encontramos referencias a la popularidad de las Rimas , casi siempre
un tanto despectivas. En 1875, en el prólogo de sus Gritos de combate, el
entonces famoso poeta Gaspar Núñez de Arce (1832-1903) mostró su desdén
por los «suspirillos líricos, de corte y sabor germánicos, exóticos, con los
cuales expresa nuestra adolescencia poética sus desengaños amorosos, sus
ternuras malogradas y su prematuro hastío de la vida».
Leopoldo Alas «Clarín», en La regenta (1885), se hace irónico eco de la
enorme popularidad de la poesía becqueriana. Un personaje escribe un
artículo lamentando «lo solos que se quedaban los muertos». El sarcástico
narrador define el artículo como una serie de «necedades ensartadas en
lugares comunes» 1096 . Los poemas de Bécquer ya eran, pues, tópicos de
amplia circulación. No era necesario citar el autor de las rimas más
conocidas. Así, en 1894, en su libro Palique , Clarín parodia estos versos del
«poeta»: «¡Dios mío, qué mal acompañados / se quedan los muertos! 1097 . Y
en otra novela contemporánea, El cisne de Vilamorta (1884), de Emilia Pardo
Bazán, aparece un poeta pueblerino que compone y recita «becquerianas».
Otro síntoma de popularidad son las versiones musicales de algunas rimas: en
1874 el diplomático y compositor C. de Sidorwitch musicó tres: «No sé lo
que he soñado», «Sabe» y «Tú y yo» 1098 . Después, en 1888, Isaac Albéniz
publicará sus piezas para piano y canto inspiradas en cinco rimas de Bécquer
1099 .
Incluso la publicidad comercial utilizó la popularidad de las Rimas . Así,
por ejemplo, el jabón Congo selecto se sirvió de la rima 2, para su anuncio,
que tituló «Becqueriana»:
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y el cielo...
y no he hallado un jabón tan oloroso
como Congo selecto 1100 .
No faltaron las versiones eróticas. Manuel del Palacio parodió la rima 22:
«Por una mirada, un duro; / por una sonrisa, dos; / por un beso, la petaca; /
por una vaina, el reloj» 1101 .
Las versiones paródicas tuvieron mayor circulación que las imitaciones
serias. Los periodistas cómicos las publicaban en las revistas satíricas y las
que tenían más éxito se iban difundiendo por vía oral, como chascarrillos o
canciones cómicas. Veamos algunos ejemplos:
«Hoy la tierra y los cielos se desploman / [...] hoy la he visto y... me ha caído /
menudo chaparrón!» 1102 .
«...antes que tú reventaré» 1103 .
«¿Por qué me criticáis? Lo sé; es imbécil [...] / ¡Pero tiene dinero!» 1104 .
«Como se arranca el hierro de la herida / te oí cantar, oh pálida deidad» 1105 .
Una de las rimas más imitadas era la 38: «Volverán las oscuras
golondrinas...», que era objeto de todo tipo de versiones en serio y en broma:
Aunque, como hemos visto, la rima de las golondrinas no era la más popular,
pronto alcanzó una extraordinaria difusión. Bécquer se convirtió en «el poeta
de las golondrinas». Sin duda, esta rima se popularizó tanto por sus sobrados
méritos poéticos, como también porque es un poema que no partía de cero, de
una imposible originalidad absoluta, sino que se insería en una larga
tradición, de la que se sirvió Bécquer y que el público conocía. Hasta ahora,
los estudiosos se han centrado en las influencias de otros poetas (Byron,
Rückert) 1114 . También han señalado las influencias de esta rima sobre otros
poetas, como Augusto Ferrán 1115 . Pero no han tenido en cuenta que el tema
de las golondrinas, asociado al fracaso sentimental, era un tópico relacionado
con el otoño y la migración de las aves, que volverán a sus nidos en
primavera.
Ocioso resulta, pues, tratar de buscar referentes reales a las imágenes
literarias de un poema. Dejando a un lado si el poeta se inspiró o no en algún
nido o jardín, lo cierto es que se sirvió de un tópico literario, pero dándole un
tratamiento formal de gran perfección. Basta comparar la rima becqueriana
con las composiciones de otros poetas contemporáneos menos importantes,
que habían precedido a Bécquer en el tratamiento del tema. Por ejemplo, el
poema «El otoño» presenta curiosas coincidencias con la rima becqueriana:
El otoño
que en Francia se pudo formar una amplia antología 1121 . Veamos algunos
ejemplos en la literatura española de la época. En 1865 José Lamarque de
Novoa publicó un largo poema «La vuelta de las golondrinas», en el que se
recogen todos estos tópicos. El escritor zamorano Miguel Ramos Carrión
(1848-1915), que años atrás había intervenido en la operación Doña
Manuela, en octubre de 1869 publicó un poema titulado «Las golondrinas»,
cuyo final anticipa casi literalmente la rima becqueriana:
...cual ellas las ilusiones
huyen en vuelo fugaz.
Volverán las golondrinas,
aquellas... ¡no volverán! 1122 .
Cuando murió, Bécquer no tenía aún una imagen bien definida: periodista,
censor de novelas, propagandista de González Bravo, poeta, militante
político, dramaturgo... Esta imagen polifacética fue rediseñada por sus
amigos, en especial por Ramón Rodríguez Correa. Era la persona indicada:
de temperamento sociable y moderado, sus relaciones sociales eran amplias,
variadas y selectas. Había sido periodista en el bando isabelino, pero se había
pasado al bando revolucionario y había estado en primera fila en la batalla de
Alcolea... y sobre todo: no tenía ambiciones literarias, por lo que estaba
vacunado de cualquier rivalidad con Gustavo. Fue él el que configuró la
leyenda de Bécquer y diseñó la difusión del mito. Hemos de concederle que
lo hizo con la mejor de las intenciones y de manera totalmente desinteresada,
tal como había hecho en muchas ocasiones.
Ahora Correa se disponía a prestar a su amigo el último y el más
importante de los favores: el diseño de su imagen póstuma. Se trataba de dar
a Bécquer las mayores oportunidades de difundir su valiosa obra y
convertirlo en uno de los poetas más importantes de la literatura española.
Recordemos la coyuntura política en que murió el poeta: 22 de diciembre
de 1870, dos años después del triunfo de la Revolución de Setiembre y cinco
días antes del asesinato del general Prim. O sea, justamente el momento en
que, roto el cauce de moderación que representaba Prim, el proceso
revolucionario se radicalizaba y se orientaba hacia el republicanismo. Se
comprende, pues, que, en este contexto revolucionario, los amigos de
Bécquer trataran de silenciar la activa vinculación del poeta con el
moderantismo más conservador. En el mundo de la política y del periodismo
era bien conocido que el poeta había sido censor y el más acerado polemista
del partido moderado bajo la protección del odiado González Bravo.
En este agitado contexto político, Correa comenzó a forjar la imagen
angelical de Bécquer. La mixtificación se podía justificar como una manera
de favorecer y proteger la fama póstuma del poeta y así propiciar la venta de
sus Obras, cuyos beneficios estaban destinados a auxiliar a la viuda y a los
hijos. El primer paso de esta operación fue definir a Bécquer como «el
poeta», relegando el resto de su producción literaria y periodística. El
arquetipo del poeta, no tanto como el del escritor, todavía debía mucho a la
mentalidad romántica. Por eso el relato del poeta angelical, pobre e ignorado,
que solo logrará el triunfo post mortem , se ha impuesto sobre la biografía de
Bécquer hasta el punto de distorsionarlo por completo. Los títulos de las
biografías son significativos: Doble agonía de Bécquer (1936), de Benjamín
Jarnés; Pasión y gloria de Gustavo Adolfo (1947), de Eduardo del Palacio;
Una vida pobre y apasionada (1951), de María Teresa León.
Esta imagen no solo se difundió en las biografías, sino también en la
prensa no especializada, destinada a un público más amplio. Por ejemplo,
cuatro años después de la muerte del poeta, Pedro Antonio de Alarcón
mencionaba, en un diario de provincias, al «insigne y valeroso Bécquer, que
murió de hambre y de tristeza, abrazado a su arpa» 1133 . El novelista no
necesitaba mayores aclaraciones, porque, en apenas tres años, la desgraciada
vida de Bécquer se había convertido en un tópico de amplia y duradera
circulación.
Hubieron de pasar muchos años para que esta monolítica imagen
comenzara a erosionarse. Fue Rica Brown la que dio el giro copernicano.
Acuñó el concepto «la leyenda de Bécquer» y empezó a desvelarla en su
estudio «The Becquer Legend» (1941) y después en su biografía, publicada
en 1963. Más tarde, Robert Pageard, en su Bécquer. Leyenda y realidad
(1990), realizó importantes contribuciones a este proceso desmitificador.
Otro hito para la configuración de la leyenda becqueriana fue la
suscripción para ayudar a la familia Bécquer y para editar las obras de
Gustavo. La bienintencionada iniciativa reforzaba la aureola del poeta pobre
y marginado por la sociedad. Extrañamente, Correa no aparece en las
suscripciones ni en la comisión organizadora. Pero el prólogo de las Obras es
obra exclusiva suya. Y no se trata de un prólogo protocolario, lleno de
tópicos y de retórica, sino de una lúcida redefinición de Bécquer, que orienta
a los lectores las Obras . Una de las primeras mixtificaciones fue la de que a
Bécquer no le interesaban las mezquindades de la vida política: «Habíase
propuesto Gustavo no mezclarse en política y vivir solo de sus artículos
literarios, cosa imposible en España. [...] Para Gustavo, que solo hallaba la
atmósfera de su alma en medio del arte, no existía la política de menudeo...»
1134 . Y atribuye su vinculación con el partido moderado a afinidades
estéticas: «...figuró en aquel (partido) donde tenía más amigos y en que más
le hablaban de cuadros, de poesías, de catedrales, de reyes y de nobles» 1135 .
La otra gran justificación, en parte cierta, es que Bécquer tenía que escribir
por necesidad: «Gustavo era un ángel [...] A fin de poseer el sustento escribió
mucho y en géneros diferentes, como zarzuelas, traducciones, artículos
políticos y de crítica...» 1136 . La discreta mención de los «artículos políticos
y de crítica» sirve para justificar su no inclusión en las Obras: «Alguna vez
escribió críticas. No hemos querido insertarlas, pues, cuando, cumpliendo
alguna misión, las hacía de encargo, a cada línea protestaba de lo que
censurando iba» 1137 . Así pues, Correíta, que conocía perfectamente el caso
Doña Manuela , no niega que Bécquer escribió artículos políticos, pero los
presenta como una actividad impuesta, pro pane lucrando 1138 . Parece
olvidar que se pueden escribir por encargo textos muy pautados y
convencionales, pero no los de gran creatividad satírica, como los que
Bécquer lanzó contra O’Donnell y la Unión Liberal 1139 .
Establecidas por Correa las bases de la leyenda becqueriana, otros amigos
del poeta realizaron aportaciones que la completaban y reforzaban. Juan
Valera, compañero de Bécquer en la redacción de El Contemporáneo, fue
mucho más rotundo que Correa a la hora de hablar del apoliticismo del poeta.
Dio un paso más y negó rotundamente cualquier actividad política del poeta:
«Manifestó Bécquer constante aversión a la política, y jamás quiso intervenir
en ella» 1140 .
De ser cierta la afirmación de Valera, supondría que Bécquer fue redactor
de un diario político, pero nunca escribió sobre cuestiones políticas. Y Valera
sabía perfectamente que los redactores de los periódicos de la época escribían
indistintamente sobre política o sobre temas culturales, porque la profesión
no estaba aún especializada y los periodistas se consideraban literatos,
capaces de improvisar y escribir sobre cualquier asunto.
¿Por qué Valera falta a la verdad y nos describe a un Bécquer alejado de
las mezquindades de la vida política? Bécquer y Valera no solo compartieron
el día a día en la redacción de El Contemporáneo, sino también el ideario
moderado del periódico. Pero, cuando en 1865 Valera y otros redactores se
pasaron a la Unión Liberal, Bécquer siguió fiel al moderantismo y a González
Bravo. Desde Los Tiempos atacó pública y duramente a sus antiguos colegas,
acusándoles de traición y de corrupción, de haber renunciado a la ideología
moderada a cambio de prebendas. Así se entiende que Valera, años después,
cuando Bécquer ya se había convertido en un poeta famoso y consagrado,
prefiriera presentarlo como un ingenuo soñador.
La leyenda de Bécquer no solo ha afectado a su biografía, que ha quedado
convertida en un verdadero arsenal de tópicos acerca del «poeta del amor y
del dolor». La mitificación ha distorsionado también la interpretación de sus
obras. Durante muchos años quedó silenciado el asunto Doña Manuela y
todos sus textos políticos, porque no encajaban con la imagen angelical de
Gustavo. Más adelante Fernando Iglesias Figueroa, gran falsificador, coló a
los becquerianistas más eminentes el fraude de Elisa Guillén y sus secuelas,
que causó estragos porque se ajustaba a la perfección con la leyenda
becqueriana. Finalmente, la irrupción de Los Borbones en pelota fue un
auténtico terremoto para los estudios becquerianos, que quedaron
desconcertados durante varios años.
Pronto este poema se incorporó con todos los honores a las ediciones más
prestigiosas y la casi totalidad de los especialistas lo consideraron uno de los
más representativos del poeta sevillano.
Parecida fortuna tuvo otro poema que Iglesias había incorporado a
Vírgenes de la orgía, título que promete lo que no da. Al año siguiente lo
incluyó en su libro poético Tristeza (1916):
¿No has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
De todas formas, tanto si Iglesias sabía que el relato era de Byron, como si
no lo sabía, su voluntad de defraudar era evidente.
Pero, hasta 1982, cuando Antonio Risco manifestó sus dudas, nadie había
notado nada. Esto puede deberse a que la colección en que estaba inserta la
leyenda estaba dirigida a un público de nivel cultural medio, no a
especialistas del ámbito universitario. Además, su distribución en quioscos
duraba tan solo unas semanas. El caso es que, a pesar de los anuncios en los
principales diarios del país, «Unida a la muerte» pasó desapercibida y es
dudoso que se vendiera mucho. No hubo reseñas ni comentarios en las
publicaciones cultas o académicas. Tampoco entró en las bibliografías
especializadas.
Fernando Iglesias Figueroa murió el 19 de junio de 1985 y dejó dos hijos.
Es de suponer que Elisa, su musa, ya había fallecido. En su esquela, debajo
del nombre del difunto, figura: «escritor» y «de la Real Academia de Bellas
Artes y Ciencias de Toledo». Por casualidad o por voluntad propia, fue
enterrado en la sacramental de San Lorenzo, el cementerio que había
albergado los restos de Gustavo y Valeriano hasta que fueron trasladados a
Sevilla 1164 .
1161 . Molina, Margot, «El `bécquer´ era de Lord Byron», El País, 17.1.2007.
1163 . Goethe, Aprendizaje del joven Wilhem Meister, II, 1, Obras completas, III, trad. R.
Cansinos Assens, Madrid, Santillana, 2004: 266.
«Mi mujer, mis cortijos, mi 878 «Cuando se vio en ella (su 299
escopeta, mi caballo y mi quinta) rico, con su mujer,
perro...». su perro y su caballo...».
«La Unión Liberal [...] no es una 882 «Doña Manuela es más que 890
cosa tangible. Es un símbolo, un una idea, es un símbolo».
lema, un ente de razón».
«...es un partido hembra [...] que 883 «...un partido que es mujer, 890
le imprime su carácter femenil y [...] partido hembra, [...] con
sus caprichos y sus sus caprichos de toilette ,
inconsecuencias de mujer». sus coqueterías de salón...».
«Su espíritu flotaba en el caos de 890 «...los fuegos fatuos que 154
la política sobre el haz de las cruzan como exhalaciones
aguas sin nombre...». sobre el haz de las
lagunas».
«El pueblo [...] sintetizó una época 890 «Nadie mejor que el 488-
en un hombre. [...] El pueblo pueblo sabe sintetizar en 489
alemán [...] creó a Fausto». sus obras las creencias, las
aspiraciones y el
sentimiento de una época.
[...] Él soñó a Fausto».
Causas de la
Periódico Fecha Definición de GAB
muerte de GAB
La 19.1.1871
Correspondencia
universal de
Madrid
Se sigue el texto y el orden de los poemas de las OC, que reproduce el del
Libro de los gorriones.
Primera voz:
«Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día;
yo algo mejor:
¡yo tengo amor!»
Segunda voz:
«Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie,
isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa:
¡dulce embriaguez
la gloria es!»
Tercera voz:
«Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro.
Lo que yo adoro
solo es verdad:
¡la libertad!»
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Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano amiga
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidrie
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral),
una oración al oírla
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
¿quién se acordará?
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Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto.
Perdido en las sombras
yo pensé un momento:
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A CASTA
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