Está en la página 1de 1

La Víctima 17

La veo caminar con paso rápido, y puedo percibir su respiración agitada al intentar alejarse de un
par de tipos que han decidido seguir su mismo camino. La avanzada hora y la soledad de la zona
hacen que el temor a una posible agresión esté siempre muy presente, y el miedo, por desgracia,
sigue siendo una constante en las mujeres, y es mayor cuanto más jóvenes son.

Es joven y bonita, y me animo a ayudarla. No me gustan los abusones; de niño tuve que soportar
unos cuantos y desde entonces siempre que he podido he actuado contra ellos o procurado
desbaratar sus planes.

—Buenas noches, señorita.

El susto inicial ante mi presencia se torna alivio al ver mi uniforme. Los dos tipos frenan sus pasos y
disimuladamente cambian de dirección. Misión cumplida, con toda seguridad se ha librado de
pasar varias horas de humillación, dolor y sufrimiento.

—¡Muchas gracias! —me dice sonriendo— Creo que esos dos no llevaban buenas intenciones.

La miro sonriendo yo también, y esa sonrisa es lo último que ven sus ojos antes de que mi estilete
le parta, literalmente, el corazón.

Lepisma saccharina

Aquella mañana, como tenía por costumbre, encendí la radio del baño antes de empezar a
afeitarme. Para mi sorpresa, en el programa matutino que solía escuchar, un reputado
entomólogo hablaba del Lepisma saccharina, comúnmente conocido como sardineta o pececillo
de plata. Desde que hacía aproximadamente un mes mi mujer y yo nos habíamos mudado,
veíamos a diario al menos media docena de esos escurridizos insectos, de largas antenas y
brillante cuerpo gris segmentado, correteando por nuestro nuevo piso, así que puse toda mi
atención en escuchar lo que el experto tenía que decir. Entre otras muchas cosas, aseguraba que
eran completamente inofensivos para el hombre y que incluso podían resultar beneficiosos pues,
además de silicona, caspa y azúcar, también se alimentaban de ácaros. Tan afectuosamente
hablaba de dichos seres, que incluso empecé a sentirme culpable por haber acabado con tantos de
ellos. Eran innumerables las veces que, en los últimos días, había limpiado sus despanzurrados
restos del suelo, de las paredes o de encima de algún mueble, después de haberlos aplastado sin
miramientos.

La información que dio el experto me resultó muy útil. Me ayudó a no caerme del susto en la
ducha cuando, nada más accionar el grifo, una docena larga de esas criaturas salió corriendo del
sumidero. También evitó que gritara de espanto minutos más tarde, en el momento que abrí el
armario de la cocina para coger el azucarero y descubrí que estaba completamente infestado por
aquellos (según el entomólogo) simpáticos animalillos. Sin embargo, no pudo impedir que un
alarido de terror brotara de mi garganta cuando, al sacudir el hombro de mi mujer para
despertarla, una marabunta de esas abyectas criaturas brotó de todos sus orificios corporales,
cubriendo en segundos su cadáver.

También podría gustarte