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IMPULSOS ESPIRITUALES
En este libro no se trata para nosotros exclusivamente de la dimensión psicológica de las
heridas paternas y materna sino también del aspecto espiritual. Los reconocimientos psicológicos
deben ser tomados seriamente. Pero no quisiéramos quedarnos en ellos. En la reflexión de la
dimensión espiritual nos interesa principalmente la cuestión acerca de las medidas en que la
confrontación con las palabras de Dios en la Biblia pueden sanar nuestras heridas espirituales.
Para ello observaremos e interpretaremos las cuatro clásicas historias de la relación que nos
describe la Biblia. La relación padre – hija en Marcos 5, la relación madre – hija en Marcos 7, la
relación padre – hijo en Marcos 9 y la relación madre – hijo en Lucas 7. en estas cuatro historias
de relación aparece en cada caso Jesús como terapeuta que se ocupa tanto del padre y de la
madre como así también de la hija y del hijo. Otras cuestiones centrales que a continuación nos
interesan: ¿ en que medida puede ayudarnos la meditación acerca de esta historia de sanación a
comprender y a sanar nuestras propias heridas provocadas por nuestros padres? ¿ Cómo podemos
experimentar hoy en nosotros la fuerza sanadora de Jesús? ¿ En que se diferencia una
psicoterapia de acompañamiento espiritual? ¿ Debemos concurrir con nuestras heridas a un
terapeuta o también es posible el camino hacia Jesús? ¿ Cómo podemos reconocer nuestra propia
persona a través del encuentro con Jesús y hallar nuestro sendero de vida más primitivo?
¿ Tiene Jesús alguna relación con el descubrimiento de nuestro propio ser? ¿ Que piensa C.G.
Jung al denominar a Jesús el más claro arquetipo del sí mismo?.
No debemos confundir a Jesús con un mago que simplemente con tocarnos permite
deshacernos, en lo posible sin dolor, de nuestras heridas. Las historias de sanación de la Biblia,
en cuyo centro está Jesús como terapeuta, nos demuestran caminos en lo que se transforman
nuestras heridas y cómo al confrontarnos con Él podemos hallar nuestra auténtica figura Jesús
actúa en esta historia como terapeuta experimentando. Pero simultáneamente actúa a partir de
su unión interna con Dios. Dios es la verdadera fuente de salvación y sanación. El modo en que
Jesús aborda en las narraciones bíblicas al padre y la madre, al hijo y la hija, nos muestra cómo
proceder con nuestras propias heridas paternas y maternas. Si observamos detenidamente las
historias de sanación, descubriremos posibilidades para nuestra sanación y pasos hacia una vida
auténtica. En el centro estará una y otra vez el reconocimiento de que debemos realizar la
sanación por fuerza propia. Ella tiene lugar cuando observamos y elaboramos nuestras propias
relaciones a la luz de la historia de relación bíblica, y nos ofrecemos con nuestras heridas a este
Jesucristo, para que su espíritu sanador nos toque, nos levante y nos coloque en el camino en el
cual hallaremos nuestra verdadera vocación, en el cual florezca nuestro ser auténtico e ileso.
La dimensión espiritual de nuestras heridas y su sanación toca sin embargo otro aspecto
más. La experiencia con nuestros padres marca esencialmente nuestra imagen de Dios. Tiene
poco sentido reflexionar teóricamente sobre la imagen de Dios. Debemos observar previamente
cómo nació nuestra imagen de Dios, por qué nos aferramos aun inconscientemente a la imagen
del Dios severo, arbitrario y controlador, por qué en nuestro inconsciente reinan aún el Dios
contador o el Dios exigente. En qué medida podemos reconocer y amar en Dios a nuestra
auténtica madre o a nuestro auténtico padre, dependerá de nuestra propia experiencias
paternas y maternas. También nuestro camino espiritual tiene su razón en las experiencias de la
infancia. Hay quienes ven también en su camino espiritual únicamente la satisfacción de las
expectativas de los padres o divinas. Únicamente se colocan bajan presión. En su vida espiritual
quieren realizar todo correctamente. De tal forma, su espiritualidad nos los conduce hacia la
vida y hacia la libertad, hacia el amor y hacia la amplitud, sino a la estrechez, el temor y la
exigencia.
Las heridas espirituales no sólo duelen, también son al mismo tiempo una oportunidad
para crecer espiritualmente. Cuando estoy lastimado, no puedo continuar escondiéndome tras
una fachada aparentemente perfecta. La herida quiebra mi máscara detrás de la cual no sólo
me escondo gustosamente frente a las personas sino también frente a Dios.
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Allí, donde más profundamente estamos lastimados, también estamos abiertos a Dios
nuestras heridas nos remiten a Dios. Nos muestra que nosotros mismos no podemos ayudarnos.
No sólo dependemos de la ayuda de otras personas sino, última instancia, también de la ayuda
de Dios. Sin embargo, no se trata de utilizar a Dios para liberarnos lo más rápidamente posible
de nuestro padecimiento sino que a través de las heridas nos abrimos a Dios. Las heridas pueden
transformarse en la puerta de entrada para su gracia. Una vez reconciliado con mi herida y
abierto al amor sanador de Dios, dejo de culpar a mis padres por la escasa ternura que me han
dado. Estoy en armonía con mis heridas. Puedo agradecer a Dios no haber llegado a estar
satisfecho. Esto me mantiene vivo. El hambre interior me permite buscar el amor en el cual no
vuelvo a depender de las personas. Mi hambre y mi sed pueden, en última instancia, ser
calmadas únicamente por el amor infinito de Dios.
1. HERIDAS MATERNAS
La madre brinda al hijo protección y la confianza primitiva. Ella es la primera persona de
relación para el pequeño y le transmite al recién nacido que pueda confiar en que el mundo es
bueno y que puede confiarse en la bondad del mundo y de los hombres. La madre permite que su
hijo experimente que puede ser tal cual es, que puede tener necesidades y que estas
necesidades se satisfacen. Ella le muestra la proximidad y el amor, le brinda la sensación de que
es bienvenido, aceptado y amado sin condicionamiento. Tal experiencia básica es la que
necesita el niño como fundamento firme sobre el cual poder desarrollarse. Pero prácticamente
ninguna madre puede cumplir esta tarea en todo momento y en todo lugar. Tampoco sería bueno
para el niño si existiera la madre perfecta, ya que no sólo puede aprender del amor infinito de la
madre sino también de su limitación. La razón por la cual mencionamos a continuación algunas
heridas provocadas por las madres no es para crear remordimiento en ellas, ya que a todos
nosotros nos hieren, lo queremos o no. Es determinante, sí cómo manejamos nuestras heridas.
Si enfrentamos las heridas maternas, ellas pueden sensibilizarnos para con nosotros mismo
y con los demás. Y principalmente nos protege una concientización y autoconfrontación, de tal
modo que inconscientemente transmitimos las propias heridas o nosotros mismo nos lastimamos
o elegimos una y otra vez aquellas situaciones que repiten las heridas de la infancia.
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Las heridas maternas de las hijas
A veces la herida materna aparece antes del nacimiento del niño. Quizás no sea bueno el
embarazo de la madre. Ella se resiste interiormente a él. Ella fuma porque no puede resignarse
a que precisamente ahora será madre. O la relación con el hombre es poco clara. Los conflictos
espirituales en el momento del embarazo transcienden al niño en el vientre materno. En el seno
de la madre el niño está expuesto a los estados de ánimo y humor a la disposición física y
espiritual de la madre. Y a veces recibe la ambivalencia interior de la madre que, por un lado se
alegra por el hijo. Pero al mismo tiempo siente temor frente al nacimiento. Cuando algunas
madres leen acerca de tales problemas, sienten de inmediato remordimiento y se preguntan
cómo fue su propio embarazo. Para todas ellas, por suerte, el niño tiene siempre también, a
pesar de todas las experiencias traumáticas, un potencial de sana energía que puede
transformar todas las heridas.
Una herida materna profunda surge cuando la madre no puede cumplir su tarea de brindar
protección a su hijo, porque está ocupada consigo misma o sobreexigida con esta tarea. Así, por
ejemplo, nace una niña precisamente cuando la relación de los padres atraviesa una crisis
graves. La pequeña percibe inconscientemente que la madre no es capaz de establecer una
relación con ella porque está demasiado ocupada consigo misma. La niña reacciona frente a la
incapacidad de relación de la madre rechazándola. No toma alimento. Se resiste probablemente
frente a todos el intento de contacto de la madre. Inconscientemente castigada a la madre
porque no recibe de ella lo que necesita. Así surge una mañana compleja en la relación, en la
cual ambas padecen. Una vez que la niña se convierte en mujer debe enfrentar esa herida. Y
siempre resulta un camino doloroso, primero establecer la relación consigo misma y luego una
relación con la madre carente de recursos.
Cierta mujer cuenta que, de niña, su madre no la quería. Pero su madre quería sin falta
quedar embarazada, porque las mujeres embarazadas al final de la guerra estaban liberadas de
trabajar en las fábricas de municiones. La niña percibío inconscientemente que la madre la
utilizó pero realmente no la amó. Otras madres ansían que al tener su hijo mejore la relación
con su pareja. O quedan embarazadas para, de este modo, unir a su novio a ellas. Mujeres
mayores cuentan que a su sexta o séptimo hijo en realidad ya no lo querían, porque estaban al
final de sus fuerzas. A veces conscientemente descuidaban luego al niño. Para ellas era la única
forma de vengarse del hombre por el dictado de sus deseos. En todo estos casos el hijo es
utilizado para otros fines.
Las consecuencias: Durante toda su vida la persona es prisionera de la sensación de no ser
amada por si misma sino utilizada por los otros para sus fines. Esto conduce luego a que se
proteja frente a los demás y que no permita que nadie se le acerque emocionalemte. Una niña
utilizada anhela una persona que finalmente la ame sin condiciones. Pero a menudo experimenta
la reiteración de su situación infantil. Inclusive la persona de la cual recibe amor incondicional,
en algún momento se aprovecha.
Frecuentemente la madre esta sobreexigida con su hija porque esta demasiado inquieta o
no puede dormir de noche. Quizás la madre tenga en ese momento mucho estrés en el trabajo o
en el hogar. No puede soportar la intranquilidad de su hija, se torna agresiva y le pega, aunque
en realidad no hubiera querida hacerlo. No puede hacer otra cosa. Ella padece no corresponder
a las necesidades de la niña.
Entonces intenta compensar a la niña por su ataque de ira mediante un amor desmentido.
Pero de esta forma confunda a la niña, quien no entiende. Muchas madres estuvieron
sobreexigidas en la posguerra. Estaban preocupadas por sus maridos que estaban en el frente
mientras ellas mismas vivían en sus casas con el temor de ataques aéreos y debían ir con sus
hijos a los refugios. En una situación colmada de preocupaciones de esta naturaleza, las
necesidades de muchos niños quedaron insatisfechas. Una mujer que creció como niña bajo estas
condiciones siempre tiene la sensación de que “todos lo que hago está equivocado. No puede
hacerlo como quiere mi madre”. Cuando una experiencia tal se convierte en nuestro modelo
interior, nos pesa durante toda la vida.
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Otra herida materna surge cuando la madre utiliza a su hija como confidente: Una mujer
no se entiende con su esposo y le cuenta a la hija sus problemas conyugales. Frecuentemente
pinta entonces una imagen negativa del padre, lo cual confunde a la hija que percibe a su padre
de manera totalmente distinta, ya que lo ama. Ahora no sabe a quién crecer, a la madre o a su
propio sentimiento. Y se produce una confusión de sentimientos.
A veces la madre generaliza y transmite a la hija una imagen destructiva de los hombres:
los hombres son machos, sólo quieren sexo, son infieles, egoístas, fríos, no saben dominarse. La
consecuencia: una imagen de los hombres tan negativa bloquea posteriormente a la hija en su
relación con los hombres.
A menudo también está unida a la imagen negativa de los hombres una imagen destructiva
de las mujeres. La madre no puede aceptarse a sí misma como mujer. Nunca aprendió a amar su
sexualidad. Entonces lastima a la hija pintándole una imagen negativa de la mujer.
Una mujer recibió como mensaje de su madre la frase: “Como mujer eres la última basura,
el felpudo de los hombres “. Esta madre experimentó después de la guerra cómo las mujeres se
convierte en presa fácil para los soldados de la ocupación. Y cuando el locador que alojó
generosamente a ambas mujeres, abusó sexualmente de la hija, la madre no pudo proteger a su
hija de ello. Ella le transmite luego a la hija que tal es el destino de las mujeres. Ella proyectó
su propia miseria a la hija. No asombra por ende que la hija nunca haya encontrado alegría en el
hecho de ser mujer y haya requerido de una prolongada terapia para descubrir su valor de
mujer.
Otras madres transmiten a sus hijas la sensación: “¡No te acerques demasiado!” Si bien por
un lado quieren ser madres afectuosas, por el otro sienten temor ante una proximidad excesiva.
No pueden demostrar la proximidad porque quizás ellas mismas están impedidas y son incapaces
de manifestar sus sentimientos, o porque no han experimentado cercanía de su propia madre. La
hija notará recién mucho tiempo después, que ella transmite el mismo mensaje a los hombres y
a las mujeres. Ella anhela cercanía pero no es capaz de darla o permitirla porque el mensaje
inconsciente a todos los que se acercan a ella es: “¡No te me acerques demasiado!”.
Una hermana de la orden cuenta que de niña ella siempre debío trabajar duro y nunca
tenía permiso para jugar. Aparentemente la madre veía su propio valor en el servicio. De esta
forma le transmitió a la hija que existen cosas más convenientes que jugar y perder el tiempo.
“Primero el trabajo, luego el juego”, era el lema. La hija ni siquiera podía disfrutar unos
instantes para sí misma. La madre siempre volvía a encontrar una tarea para encomendarle a la
hija. Esto se grabó tan profundamente en la hermana que hasta, en la actualidad, llega siempre
un minuto tarde a la oración coral para que ninguna de las hermanas pueda pensar que tiene
muy poco trabajo.
Otras hijas son colocadas por la madre muy rápidamente en el papel de madre. Son
responsables por sus hermanos menores y no pueden disfrutar por ende su niñez o su juventud.
Luego, de adultas, se sienten estafadas en su propia infancia.
2. HERIDAS PATERNAS
El padre tiene la misión de fortalecer la espalda del hijo, de transmitirle valor para la
aventurarse en la vida y asumir riesgos. Cerca del padre, el hijo a menudo se atreve más que
cuando está solo. Se atreve a saltar el arroyo, tiene el valor de sentarse en su bicicleta. El padre
le fortalece al hijo su columna vertebral y le libera la espalda. Cuando falta la experiencia
paterna el hijo busca una columna vertebral de reemplazo, y a menudo ésta consiste en la
ideología, en principios claros y firmes detrás de los cuales se esconde. Theodor Bovet comenta
al respecto que la ideología es el reemplazo del padre: quien carece de columna vertebral
necesita otro sostén. Y las normas rígidas se lo brindan a menudo, normas detrás de las cuales se
oculta. Cuando un padre no nos fortalece la espalda es menester aferrarse a principios que le
brinden a uno seguridad supletoria. Tales hombres y mujeres parecen a primera vista fuertes.
Ellos saben con precisión qué es lo correcto y qué es lo que quieren. Pero si se los observa
atentamente, se los reconoce rígidos e inmóviles.
En el acompañamiento espiritual a menudo notamos cómo en las personas muy
conservadoras, el modo rígido de ver el mundo es simplemente un reemplazo del padre. Hacia
afuera, estas personas fundamentan sus opiniones conservadoras- cuando se encuentran por
ejemplo en un entorno eclesiástico- con la doctrina de la iglesia o del Papa.
Si no argumentamos en contra de sus opiniones sino que las enfrentamos con respeto y
benevolencia, frecuentemente surge que el parecer conservador es sólo una protección frente
al propio caos interno. Muy a menudo existe un sentimiento de abandono, un no ser tomado en
serio por padre, una carencia de la experiencia del padre. Padre no estaba presente en la casa.
Se mantuvo ajeno a la educación y se escondió detrás de su trabajo. O era demasiado débil para
poder ser un padre. Era depresivo o alcohólico. O estaba en la guerra, estuvo ausente en los
años importantes de la infancia y estuvo por ende marcado por la guerra de modo tal que dejó
de ser abierto para ser un padre para sus hijos. Estaba ocupado consigo mismo y con sus
vivencias traumáticas y se refugiaba en el trabajo, en el alcohol o en la enfermedad. Para
aquellas personas con experiencias paternas de esta naturaleza, una posición rígida y
conservadora es en principio una protección y también un factor estabilizante. Pero, con el
tiempo, esta posición conduce a la rigidización y a una prisión interior de la cual difícilmente se
pueda emerger.
Es importante no menospreciar la posición de estas personas sino en cambio ofrecerles
aprecio. Entonces podemos notar con frecuencia que de pronto no se trata ya de tener razón
sino de hallar un camino hacia la verdadera vida.
La reciente investigación de los lactantes demostró cuan importante es el padre en el
desprendimiento de la madre, que tiene lugar entre el noveno y el decimocuarto mes de vida. Si
el niño puede apoyarse entonces en su padre, estará protegido frente a los difíciles temores del
abandono ( comp. Petri 31). Si falta el padre, se perturba el equilibrio familiar. El hijo, ya sea
varón o mujer, no puede separarse de la madre y se mantiene en una simbiosis con ella. La
psicología reconoció la medida en que la ausencia del padre puede lastimar al hijo. El padre
tiene la misión de desplegar el entorno para que el hijo aprenda a tratar con él en forma activa.
El padre es para el hijo “modelo y soporte de esperanzas de las propias posibilidades” ( Petri 36
). Cuando no está – debido a muerte prematura, por ausencia, por divorcio-, al niño le falta una
protección importante frente a las amenazas del mundo exterior y una posibilidad de
identificación absolutamente relevante. El niño no puede desarrollar en forma adecuada sus
sentimientos de autoestima.
El padre desempeña un papel primordial en la formación de la consecuencia. Los jóvenes
que carecieron de sus padres muestra una marcada tendencia a la violación de las reglas, al
traspaso de los limites y a una conducta agresiva.
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Cuanto menor la identificación del niño con el padre, tanto mas difícil le resulta su
“protesta masculina” frente a la sociedad, que se manifiesta entonces a menudo en forma de
actividades antisociales ( comp. Petri 161 ). Se evidencia entonces que la herida materna hiere
tanto mas profundamente el alma del niño cuanto más temprano el niño carece del padre.
Los efectos de la falta del padre son muchas veces más fuertes que el divorcio que en la
muerte del padre, ya que en el divorcio los niños experimentan una fuerte desvalorización del
padre a través de la madre. Entonces no pueden identificarse con él mientras que el padre
fallecido tempranamente a menudo es idealizado y permanece vivo como posibilidad de
identificación.