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4. HIJOS DE DIOS.
El apóstol Juan (1 Juan. 3:1) nos dice: “Mirad con cuanto amor nos ha dado el
Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, y lo seamos”, resalta que el
creyente es engendrado de Por eso, somos nuevas creaturas. Todos los creyentes
podemos apuntar hacia atrás al recordar ese «ahora» de 1 juan. 3:2, como línea
divisoria entre un pasado de perdición y un gozoso presente de salvación
adquirida, llenos de una bendita esperanza hacia la eternidad. Esta regeneración
por la que somos hijos de Dios es simbolizada en el bautismo; no porque las aguas
del bautismo tengan virtud mágica para regenerarnos, sino porque expresan en un
símbolo apto nuestra sepultura y resurrección con Cristo mediante la fe. Por ser
hijos de Dios, los cristianos somos “miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).
La palabra griega «oikeioí» indica que somos a la vez hijos y servidores de Dios:
puestos bajo la autoridad del amo de la casa, que por otra parte es el Padre
(nuestro Padre) de familia.