SEGALEN Caps 2 - 9 y 11

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MARTINE SEGALEN

Sociología de la familia
Traducción de Susana Murgía

Séptima edición revisada


Segalen, Martine
Sociología de la familia / Martine Segalen ; con prólogo de Andrea Torricella. - 1a ed. - Mar del Plata :
EUDEM, 2013.
414 p. ; 25x17 cm.

Traducido por: Susana Murgia


ISBN 978-987-1921-14-0

1. Sociología. 2. Familia. I. Torricella, Andrea, prolog. II. Murgia, Susana, trad. III. Título
CDD 306.85

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio o método, sin autorización
previa de los autores.

ISBN: 978-987-1921-14-0

Fecha de edición: Junio 2013

Esta edición estuvo al cuidado de Andrea Torricella

© 2013, EUDEM
Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata
EUDEM / Formosa 3485 / Mar del Plata / Argentina

© 2013 Martine Segalen

Traducción: Susana Murgía

Prólogo: Andrea Torricella


Arte y Diagramación: Luciano Alem

Imagen de tapa: Joaquín Sorolla. Verano 1904. Óleo sobre lienzo. Ayuntamiento de
Valencia, Valencia.

Impreso en: Departamento de Servicios Gráficos UNMdP, Mar del Plata


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CAPÍTULO 2

El parentesco
y las clases sociales

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A partir de los conceptos de antropólogos e historiadores, los especialistas de las
sociedades obreras y burguesas de Europa se preguntaron a su vez sobre el rol que
jugaba el parentesco en la estructuración de las relaciones sociales. Se abrió así una
nueva perspectiva tanto para la sociología de la familia como para la de las clases
sociales.
El rápido desarrollo del complejo movimiento designado con el término
de industrialización transformó profundamente las estructuras sociales de Europa,
haciendo emerger clases distintas en su modo y nivel de vida. Según la teoría
marxista, el capitalismo generó jerarquizaciones y divisiones sociales, con una clase
dominante, la de la burguesía industrial y una clase dominada, la de los obreros
proletarizados. En ambos casos, se han observado grandes transformaciones en el
ámbito familiar, sea que se trate de la organización de los grupos domésticos, de las
relaciones entre los sexos y las generaciones o de las normas y valores que rigen su
funcionamiento. Si bien hoy en día la teoría marxista se ha visto cuestionada como
ha ocurrido con todas las teorías (evolucionismo, estructuralismo, etcétera), la
noción de clases con intereses opuestos sigue siendo indispensable para analizar la
sociedad europea que se erigió con la industrialización, desde la segunda mitad del
siglo XIX hasta los años 1970.
Origen de la sociología, estas sacudidas sociales vinculadas con la
industrialización han suscitado diversas interpretaciones en las cuales el parentesco
ocupa un lugar variable. En los cursos que brindó acerca de la familia, Émile
Durkheim desarrolló la hipótesis del desmoronamiento de lo que él llama «el
comunismo familiar». Durkheim asocia el debilitamiento del sentimiento familiar
comunitario con la sociedad del salariado, planteando implícitamente la cuestión de
la ruptura de los lazos de parentesco. A falta de estudios empíricos, esta tesis no
tuvo respuesta alguna. La sociología de clases que se impuso desde los años 1930, y
más tarde, luego de la Segunda Guerra Mundial, dominada por la vulgata marxista,
se interesó muy poco en la cuestión de la familia y los lazos de parentesco. Por el
contrario, encarar el estudio de la familia y más aún el del parentesco, era, en los
ámbitos sociológicos de los años 1970, afiliarse al despreciable grupo de la
burguesía y de los «mandarines»51.
Es a través de la antropología y sobre todo de la historia social y
demográfica que la cuestión del parentesco en la sociedad industrial se ha vuelto a
plantear, al llevarse a cabo estudios empíricos sobre las sociedades obreras, a
menudo de la mano de investigadores anglosajones. Ciertamente la historia
!
51Nota de la traductora: Los «mandarines» eran los grandes profesores universitarios y los grandes
investigadores académicos con alto poder de decisión, muy cuestionados por aquellos investigadores
que sólo hablaban de igualdad en aquellos históricos años marcadamente marxistas.

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Sociología de la Familia

industrial de Inglaterra, por su precocidad y por su rápida extensión, aparece como


una figura singular dentro de la historia europea.

Parentesco e industrialización
En Francia y generalmente en Europa, un movimiento masivo de emigración
alcanzó a la mayoría de las comunas rurales a partir de 1850. El mismo permitía
aliviar el peso del empuje demográfico que se había registrado desde fines del siglo
XVIII. Estos migrantes partían hacia las diversas áreas de empleo que se
desarrollaban en las ciudades o en las proximidades de las fuentes de energía. Por
un lado, dejaban a su familia y a sus parientes en su lugar de origen, y por otro,
eran llevados a recrear una familia en su nuevo lugar de vida.
El estudio de la familia y del parentesco dentro del contexto industrial ha
generado un nuevo concepto: el family life course o «curso de vida familiar». No debe
confundírselo con el de «ciclo de vida familiar» (family life cycle) que permite seguir
las fases del grupo doméstico (fisión y fusión) en un contexto de relativa
estabilidad social, como es el caso de las sociedades rurales. El «curso de vida
familiar» se asienta más bien sobre las rupturas dentro del contexto de los grandes
cambios inducidos por los diversos fenómenos que se agrupan bajo el término de
industrialización (Elder, 1974, Hareven 1978).
Además, en un movimiento que acompaña el sentido de la evolución
social, este concepto toma en consideración el punto de vista del individuo en sus
interacciones con su grupo doméstico, su parentela, así como con otros actores
sociales. ¿Cómo se efectúan en un contexto social y económico cambiante, estas
grandes transiciones como son la partida del hogar, la búsqueda de un empleo, el
matrimonio? «La interacción entre los individuos y la unidad familiar en el curso
del tiempo y en el marco de condiciones históricas cambiantes es la esencia misma
de la aproximación a través del life course» (Hareven, 1987, p. xi).
De este modo, luego de los grandes estudios de demografía histórica
interesadas en las estructuras del hogar dentro del ámbito rural, una segunda ola de
trabajos se interesó en los derechos y deberes y en los sentimientos de obligación
que persistían en el marco de los cambios inducidos por la industrialización
(Medick y Sabean, 1984). Se preocuparon por analizar los lazos entre «el interés y la
emoción», es decir la creación de lazos familiares dentro de un contexto de cambio
social. Estos estudios han demostrado efectivamente la continuidad de los
intercambios de bienes y servicios entre las familias conyugales y su red de
parentesco a lo largo del «curso de vida familiar» de sus miembros.

La gran familia de la proto-industrialización

En lo que respecta a Francia, numerosas investigaciones han permitido esclarecer


desde más cerca estos procesos, comenzando por la constatación de que la
industrialización no había comenzado con las grandes fábricas, sino en el
domicilio. Numerosos hogares, en el ámbito medio rural conocían dos tipos de
recursos, el que provenía de su explotación agrícola y otro originado en un trabajo

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El parentesco y las clases sociales

a domicilio, o situado cerca de las fuentes de energía. Los historiadores hablan de


«proto-industria».
Semi-obreros, semi-campesinos, estos hogares se emplean como mineros
o herreros durante determinados períodos, regresando a sus campos cuando los
tiempos de los cultivos lo exigen. Así las herrerías de Savignac-Lédrier en el
Périgord presentan el ejemplo excepcional de una explotación que funcionó entre
1480 y 1975, atravesando especialmente el siglo XIX al margen de las grandes
empresas capitalistas. El 75% de los habitantes del pueblo son a la vez campesinos
y obreros, trabajan durante el invierno en la fragua para acumular mediante este
trabajo complementario un capital destinado a la compra de un «bien propio».
Obreros en tanto campesinos y para continuar siéndolo.
Aquí, como en el caso de la mezzadria italiana, es la multiplicidad de brazos
la fuente de la riqueza. La granja es explotada por ciertos miembros de la familia,
otros trabajan en la fragua; los miembros de la comunidad familiar ofrecen una
cantera de obreros pagados a destajo en caso de encargos urgentes (Lamy, 1982-3).
El desarrollo de la producción industrial se efectuó también mediante la
extensión del trabajo a domicilio que exige entonces una presencia constante en el
telar, o en la fragua familiar. Incluso en Inglaterra, hasta en los años 1840, una
amplia cantidad de producción industrial salía de talleres familiares.
Esta proto-industria se caracteriza por un cierto número de rasgos que
muestran que la explotación del obrero es anterior al desarrollo de la gran
industria. Denominada, en forma elocuente, sweating-system, coloca al obrero a
domicilio bajo la dependencia del contractor, intermediario entre el proveedor de
materias primas y la fábrica que compra el producto terminado o semiterminado.
En el momento de una crisis de superproducción, la mano de obra queda
desempleada; cuando se acumulan los pedidos, estos obreros del campo son
obligados a interminables jornadas de trabajo, asociando en el mismo esfuerzo a
mujeres y niños, incluso a toda la comunidad familiar.
La estructura de estos hogares era generalmente compleja y albergaba a
numerosos miembros, con el fin de hacer trabajar a un máximo de personas. Por
ejemplo, en el valle de la baja Meuse, los hogares múltiples de artesanos poseían
una pequeña fragua que trabajaba para la poderosa industria liejesa de fabricación
de armas. Toda la familia se hallaba al servicio de la producción. Los hijos no
estaban destinados a servir a otros, como era el caso de las familias campesinas más
pobres, porque se los ponía a trabajar en la fragua en cuanto eran capaces de
hacerlo. La persistencia de estas «grandes» familias era un medio para repartir la
pobreza entre un número mayor de cabezas.
El esquema evolucionista que vincula industrialización y «nuclearización»
del grupo doméstico prevaleció en la sociología de los años 1960 y 1970 hasta que
se multiplicaron los trabajos que demostraban su falsedad. En los pueblos de
sistema protoindustrial, en donde artesanos rurales que trabajaban a domicilio y
cuya producción estaba destinada a un mercado dominado por una economía
capitalista, los grupos domésticos extensos eran numerosos. Sin embargo, el
sentido de esta concentración familiar no formaba parte del «comunismo familiar»
caro a Durkheim: «Eran mucho más numerosos los precursores de una comunidad
familiar proletaria que los de una variante del hogar del tipo familia troncal. No
servían como instrumento de conservación de bienes, como el lugar en donde se
protegía o se curaba a las personas de edad como era el caso del grupo doméstico

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Sociología de la Familia

campesino sino como un medio personal de redistribuir la pobreza del hogar


nuclear a través del sistema de parentesco» (Medick, 1976, p. 308).
La organización de los hogares artesanos ofrece un modelo intermedio
entre el hogar campesino y el hogar obrero. Con el primero, tienen lazos de
parentesco y comparten una comunidad de valores; del segundo, prefiguran,
mediante ciertos aspectos, el reparto de roles. El salariado permite una mayor
independencia de los cónyuges en relación con sus padres; además las condiciones
económicas y sociales de trabajo crean las condiciones de un reparto relativamente
igualitario de los roles.

Nacimiento de una pareja igualitaria

Los hombres vuelven a casa y las mujeres pueden salir de ella:


«La situación proto-industrial se caracteriza por un fuerte grado de
asimilación en las funciones de producción entre los hombres y las mujeres.
En Alemania, se podía encontrar a mujeres en la cuchillería o en el
comercio de clavos como productoras u organizadoras de la
comercialización de productos industriales tan a menudo como a hombres
hilanderos o fabricantes de encajes. A veces, las necesidades económicas
conducían a una inversión de los roles tradicionales, las mujeres producían
mientras que los hombres cocinaban. Esta inversión se prolongaba en el
plano simbólico: las mujeres bebían y fumaban en público y durante las
revueltas de hambre, eran las más feroces y las más violentas» (Medick,
1976).
En Dauphiné en donde las mujeres ensamblaban piezas de guantería, es el
marido quien hace la sopa y se ocupa de los hijos. A a veces, es a la mujer a
quien le competen las relaciones con el intermediario que proporciona la
mano de obra y paga las piezas confeccionadas; sobre ella recae la discusión
de los precios, que tiene lugar a menudo en el café. Es verdaderamente la
instauración del «mundo al revés», los hombres en la casa y las mujeres
afuera. El trabajo en el seno del grupo doméstico artesano está fundado,
mucho más estrechamente quizás, sobre la célula de trabajo marido, mujer,
hijos (cuyo importante rol en la producción agrícola y artesanal es bien
conocido). Tejedores apegados ambos a su oficio el marido que teje la
pesada sábana de Elbeuf, la mujer los pañuelos de hilo en un bastidor más
liviano, en Vraiville, en Eure (Segalen, 1972), equipos conyugales de
cuchilleros, etcétera, deben adicionar dos salarios a fin de asegurar la
supervivencia del hogar. Si, en la familia agrícola, la asociación hombre-
mujer puede no ser la de marido y mujer, sino madre-hijo, padre-hijo,
hermana-hermano, en la familia de la proto-industria, la asociación de
producción no es otra que la pareja, en ausencia de un patrimonio que
retenga juntos a los parientes.

Además de la instauración de un reparto más igualitario de los roles, si se


la compara con las familias rurales, la familia proto-industrial presenta rasgos
nuevos en lo relativo a la formación de las uniones. La edad para contraer
matrimonio se eleva porque los padres tienden a conservar cerca de ellos durante la
mayor cantidad de tiempo posible la fuerza de trabajo del joven adulto; por otra
parte, la endogamia profesional constituye una regla. Además, está caracterizada
por una alta fecundidad, porque los hijos pueden ser rápidamente puestos a

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El parentesco y las clases sociales

trabajar desde la edad de siete años. Se estima que la mayor parte del crecimiento
industrial de Inglaterra, hasta 1850, debe atribuirse a la inclusión del trabajo de
mujeres y niños en el marco de los talleres domésticos.

La familia urbana en la fábrica

¿Con o sin parientes?

Contrariamente a lo que suponían los sociólogos en los años 1960, los trabajos de
historia social mostraron el rol de la institución familiar y del parentesco en la
instalación de los fenómenos complejos que se designan con el nombre de
industrialización, así como la fuerza de resistencia de esta institución. Aún en las
peores condiciones impuestas por las sacudidas económicas y sociales, los hombres
tienden a poner en juego estrategias que sean conformes a sus intereses: las mismas
pasan por la organización del parentesco.
Cuando la proto-industrialización fue barrida por la grave crisis económica
que castigó duramente a Europa en la segunda mitad del siglo XIX, las rupturas
sociales y familiares fueron evidentes. Pueden citarse entre otros el ejemplo de la
región de la Waldviertel en Austria en donde, a principios del siglo XIX, los grupos
domésticos hilaban y tejían a domicilio. Con la impresionante caída de los precios
del textil luego de los años 1850, la producción fue transferida a las fábricas en la
ciudad; este cambio se vio acompañado por una emigración masiva, especialmente
en Viena. En lo que se refiere a los pueblos de origen, estos se replegaron sobre
una vocación puramente agrícola (Grandits, 2003).
Se plantea entonces la cuestión de la ruptura de los lazos
intrageneracionales, que ha sido dramáticamente subrayada por el historiador inglés
Edward Thompson, al observar la brutal industrialización de Inglaterra: «Cada
etapa de la especialización y de la diferenciación industrial golpea a la economía
familiar, perturba las relaciones entre marido y mujer, padres e hijos, introduciendo
un corte cada vez más acentuado entre «trabajo» y «vida». Durante este tiempo, la
familia era desgarrada cada mañana por la campana de la fábrica» (1958, p. 416).
Si bien no cabe duda de que la industrialización ha sido particularmente
brutal en Inglaterra, algunos trabajos de historia demográfica y social han venido a
matizar estas afirmaciones. Se suelen citar más a menudo los trabajos que Michael
Anderson dedicó a la ciudad de Preston, una ciudad textil del Lancashire en donde
se trabajaba el algodón importado de las colonias (1971). En el censo de 1851,
podían contarse 23% de grupos domésticos «extensos» o «múltiples» según la
tipología de Laslett, un porcentaje superior al que se observaba en las comunas
rurales de donde eran originarias estas familias.
La revolución urbana-industrial ha sido en efecto asociada a un aumento
considerable de la co-residencia entre las generaciones. La mitad de las parejas
jóvenes vivían con sus padres durante los primeros años de matrimonio. Cuando
se instalaban en forma independiente, su vivienda estaba situada en el mismo
edificio que la de sus padres. Contrariamente a lo propuesto por Edward
Thompson, podían encontrarse aquí, no menos, sino más hijos mayores viviendo
con sus padres que en las comunas rurales de los alrededores. Esta co-residencia
era sin embargo más forzada que elegida, impuesta por la escasez de viviendas y

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Sociología de la Familia

por la falta de lugares para cuidar a los hijos de corta edad, siendo que el trabajo de
las madres era indispensable para el presupuesto del hogar.
No cabe duda sin embargo de que, del campo a la ciudad, las estructuras
complejas, asociadas a un modo particular de valorización de las tierras,
desaparecieron. Así, a principios del siglo XIX, el 14% de los hogares que residían
en el centro de Bolonia estaban compuestos por personas que vivían solas, y sólo
el 2% por hogares múltiples. En cuanto se franqueaban los muros exteriores de la
ciudad, la situación era la inversa: el 21% de los hogares eran múltiples y sólo
raramente podían encontrarse individuos viviendo solos (Kertzer, 2002, p. 63). En
efecto, cuando el migrante abandonaba su lugar de origen para encontrar empleo
en la ciudad, no tenía la posibilidad de vivir en un grupo doméstico nuclear o
extenso. Muy a menudo soltero, era pensionista en casa de miembros de la familia
o del pueblo de origen. Para la familia que lo recibía, era un medio de incrementar
su precario presupuesto.
La primera manifestación del mantenimiento de los lazos se halla en la co-
residencia pero pueden observarse estos vínculos también en el marco del trabajo.
Así, un estudio dedicado a una usina textil norteamericana, en Manchester, New
Hampshire, demostró la multiplicidad de recursos que ofrecieron los lazos de
parentesco para esta gran empresa, fundada en 1832, Amoskeag Manufacturing
Company. El ejemplo desarrollado puede aplicarse a numerosas situaciones
europeas (Hareven y Langenbach, 1978).
Es cierto que la empresa por un lado y los obreros por otro no pueden
considerarse socios igualitarios, pero las redes familiares han constituido una fuerza
de resistencia notable frente al empleador, ofreciendo al mismo tiempo recursos y
sostén a sus miembros. Consciente de la importancia de estas redes, la compañía
las ha utilizado de manera deliberada, tanto para las contrataciones como para
controlar a los obreros.
Hasta principios del siglo XX, Amoskeag emplea a familias enteras, a
menudo pobres migrantes de Quebec, un modo para la empresa de maximizar los
esfuerzos relativos a la vivienda obrera. Las acciones de ayuda social estaban
principalmente destinadas a las familias y no a los individuos: plan de acceso a la
propiedad, curas dentales para los niños, etcétera. El impacto del poder familiar
sobre la organización industrial era importante: al facilitar la acomodación de sus
miembros, al encontrarles un empleo, una vivienda, la red familiar brindaba apoyo
moral y material. En el seno de la fábrica, cada taller se organizaba sobre una base
familiar y sobre una base étnica; en ciertas condiciones, esta cohesión permitía
frenar la imposición de nuevos ritmos de trabajo.
Los contornos de los poderes familiares en el seno de la empresa
capitalista son sin embargo ampliamente dependientes de la coyuntura general. En
el período que va de la apertura de la fábrica hasta la Primera Guerra Mundial, la
mano de obra es relativamente escasa, la competencia es dura y la red de
parentesco constituye un recurso importante para los obreros. Al salir de la Gran
Guerra, la empresa licencia regularmente personal hasta su cierre y las familias se
sienten impotentes frente a este movimiento.
El ejemplo desarrollado por Tamara Hareven se observa también en las
grandes empresas francesas, en el momento más fuerte del desarrollo industrial.
Así, a comienzos del siglo XX, en una gran empresa de Nanterre (Hauts-de-Seine),
las «Papeteries de la Seine» (Papeleras del Sena) que empleaban a varios miles de

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El parentesco y las clases sociales

obreros y tenían la reputación de ofrecer buenos salarios y vivienda a sus obreros,


era muy común que familias enteras fueran contratadas a lo largo de generaciones.
La integración entre familia y trabajo era entonces particularmente importante
(Segalen, 1990).
Estas poderosas redes, inscriptas en la cultura aldeana de origen, no
constituían sin embargo la transferencia de estructuras arcaicas rurales al mundo de
la industria; las mismas ofrecen respuestas a las nuevas condiciones
socioeconómicas. Lo que caracteriza al parentesco es su dinamismo y sus
facultades de adaptación a nuevas situaciones.

Familiarismo obrero y filantropía patronal

Las condiciones familiares del obrero en la ciudad son tan diversas como su
situación en el mercado de empleo; se presenta sin embargo una correlación entre
el nivel del salario y el grado de «familiarización» del obrero. En el momento de las
migraciones masculinas masivas, durante la segunda mitad del siglo XIX en
Europa, se produjo frecuentemente un desequilibrio entre los sexos, porque eran
los jóvenes los que iban a emplearse en las minas o en las industrias. Debido a la
necesidad de acumular un peculio de base para poder fundar una unión, la edad en
la que los hombres se casaban era más elevada que en la de las regiones de las que
eran originarios.
Cuanto mejor es el salario, más estables son las condiciones de trabajo, y
más «ordenado» está el obrero. El caso de la ciudad de Marsella en el siglo XIX,
estudiado por William Sewell (1971), es característico de estos procesos de fijación
a través de la familia. La mitad de la producción industrial proviene de fábricas,
esencialmente de construcciones mecánicas relacionadas con la actividad portuaria
y las industrias del aceite. Los obreros no calificados son a menudo solteros y
móviles, los obreros calificados, casados y estables. Entre estos últimos, William
Sewell distingue a los «calificados cerrados», cuyo grupo es endogámico y en cuyo
seno familiar la transmisión del oficio es importante. Son los albañiles, toneleros,
curtidores y los empleados de las construcciones navales quienes comparten una
sociabilidad común en familia alrededor del cabanon, su cabaña de pesca a orillas del
mar en donde tienen lugar los momentos festivos y de descanso. Hostiles a recibir
a inmigrantes, son estructurados y obtienen salarios más elevados que los
denominados obreros «calificados abiertos»: carpinteros, obreros metalúrgicos,
pintores de la construcción. Este grupo está menos centrado en la familia; su
sociabilidad, esencialmente masculina, tiene como marco la «guinguette»52
proporcionando los contingentes de obreros socialistas.
Los comienzos del capitalismo exigieron bajos salarios y una
descalificación de la mano de obra: lo que la fábrica compra, y al más bajo precio
posible, es la fuerza de trabajo del obrero a quien le pedirá cumplir con los mismos
gestos repetitivos, que no exigen ninguna fuerza física, de allí el recurrir al empleo
de mujeres y niños.
!
52Nota de la traductora: lugar de reunión y de baile popular a orillas del río Marne, afluente del Sena,
cerca de París, adonde acudían los obreros a fines del siglo XIX; estilo de baile y música opuestos a
los de la burguesía.

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Sociología de la Familia

El problema de la vivienda obrera, cuya otra cara puede leerse al examinar


la estructura de los grupos domésticos o de la presencia extendida de los
pensionarios, no es menor. Tanto los patrones de industria como los ediles locales
fueron incapaces de afrontar el flujo de proletarios que dejaban los campos para ir
a buscar trabajo en las nuevas fábricas. Los promotores privados edifican con prisa
viviendas exiguas en las que se amontonan familias cuya mayor fuente de recursos
tiene lugar en la vivienda. Todos los espacios se hallan ocupados, desde el sótano
hasta el altillo. En la Inglaterra victoriana, en 1840, 14.960 de los 240.000
habitantes con los que cuenta Manchester se alojan de manera permanente en los
sótanos. En Liverpool, es casi el 20% de la población, de la cual una gran
proporción es de origen irlandés, la que vive en cierta forma bajo tierra (Navaillès,
1983). Si no viven en la periferia de las ciudades cerca de las fábricas (también
construidas en los accesos a las ciudades), los obreros ocupan el centro urbano
abandonado por las familias más acomodadas. 50 o 60 personas viven entonces en
casas inicialmente destinadas a una única familia burguesa. Estas viviendas se
hallan a veces encerradas sobre sí mismas, como esos forts de Lille, esas courées de
Roubaix, esos corons mineros o esos courts de Liverpool, Birmingham o
Wolverhampton53.
Los observadores contemporáneos, Victor Hugo, Charles Dickens, Karl
Marx, fueron sensibles al horror de este tipo de situaciones de las que los
historiadores se hacen eco. Karl Polanyi evoca «el fango social y material de los
tugurios» (1983, p. 233); Eric Hobsbawm considera que «la organización de la
economía es una conspiración permanente para restringir el nivel de vida de las
clases trabajadoras» (1962, p. 1050).
Los filántropos se emocionarán también con estas situaciones e intentarán
aportar una respuesta a la crisis de la vivienda proponiendo la edificación de
inmuebles colectivos. Estos alojamientos, regidos por reglamentos draconianos
(prohibición de pintar o de empapelar las paredes, en definitiva de apropiarse de su
espacio doméstico; severo control, sobre todo en el tema de la bebida), no fueron
muy apreciados.
La construcción de viviendas obreras hechas por las empresas no se
relaciona con la filantropía, sino con el interés bien comprendido de los patrones
reforzar la fidelidad de su mano de obra. Al ofrecer, cerca de la empresa, una casa
en un barrio que dispone de un nivel de confort relativamente superior a lo que se
podía hallar en la ciudad, el industrial asienta su mano de obra, se asegura de su
fidelidad y de su regularidad en el trabajo.
El ejemplo arquetípico es el que ofrecen las fábricas Schneider en el
Creusot. Los hermanos Schneider se instalan en 1832 en un pueblo que cuenta con
800 habitantes. Van a desarrollar una considerable empresa industrial, desde la
extracción de metales hasta su transformación. Uno de los más importantes
centros metalúrgicos funcionará allí hasta su derrumbamiento en los años 1980.
El crecimiento demográfico fue muy rápido en el Creusot, un pueblo
todavía muy insalubre: en 1837, se cuentan 2.700 obreros, en 1866, 24.000. La
dinastía Schneider creó una nueva ciudad sobre la base de un trazado con sus
!
53Nota de la traductora: fort, courée, coron, court, nombre que se da en ciudades del norte de
Francia y en Inglaterra a la urbanización típica de los barrios industriales, constituidos de casas
unifamiliares estrechas, con una pequeña huerta detrás.

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El parentesco y las clases sociales

barrios obreros, con jardines obreros, escuelas, hospital e iglesia. A cambio de su


trabajo en las minas, las fraguas o las acerías, reciben alojamiento, salud, educación
e incluso la posibilidad de promoción. Los habitantes del Creusot decían «vivo aquí
por Schneider». Mundo total y totalitario, se «es» Schneider desde la cuna hasta la
tumba, a lo largo de varias generaciones. Sigue manifestándose aquí el parentesco a
través de la existencia de dinastías obreras como es el caso de la dinastía Schneider.
De allí la enorme crisis social que se produce al cerrar la fábrica (Les Schneider,
1995).

Las consecuencias familiares del trabajo de las mujeres y los niños

Las transformaciones económicas del siglo XIX no sólo vaciaron una parte de los
campos para llevar a individuos y familias hacia las ciudades, sino que cambiaron
también la naturaleza de las actividades económicas tanto en el medio rural como
el medio urbano. Luego de 1850, los campos fueron perdiendo poco a poco todas
sus actividades artesanales o proto-industriales para concentrarse en una
producción agrícola cada vez más mecanizada, exigiendo por ejemplo en las
explotaciones en Brie o en Beauce una mano de obra asalariada, ya que la familia
no bastaba para realizar el trabajo.
En la ciudad, en la fábrica, los comienzos del capitalismo, y en particular
del capitalismo textil, desorganizaron seriamente la vida familiar al poner a la mujer
en la fábrica y, en segundo lugar, a los niños. Los magros salarios masculinos
exigían que todos trabajaran en la fábrica. En Lille, en 1856, las hilanderías de
algodón empleaban a 12.939 hombres y a 12.792 mujeres que trabajaban de lunes a
sábado de 5.30 a 20 hs, trescientos días al año. El salario femenino era inferior al
de los hombres y el salario de los niños menor aún. El pequeño tamaño del niño es
muy apreciado en las fábricas textiles porque puede deslizarse debajo de la
máquina para volver a unir los hilos rotos, limpiar las bobinas de hilo, recoger los
restos de algodón. Aunque mínimo, el salario del niño puede marcar la diferencia
en el presupuesto familiar. Puede explicarse así que los principios de la
contracepción no entren en la lógica de la familia obrera cuya elevada fecundidad
constituye una respuesta a las condiciones de proletarización. En Roubaix, en
1862, una familia consigue agenciar su presupuesto gracias al trabajo de sus cinco
miembros, el padre, la madre y los tres hijos: sus gastos se elevan a 1000 francos, el
conjunto de los salarios a 1150 (Pierrard, 1976).

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Sociología de la Familia

La proletarización materna

Agotadas por estas condiciones de trabajo, las mujeres obreras son acusadas
de haber perdido sus saberes domésticos. La declinación del estatus
masculino dentro del grupo doméstico obrero no trae por otra parte como
consecuencia la revalorización del estatus de la mujer. Los observadores
subrayan los efectos destructores de la industrialización en sus saberes
tradicionales:
«La industrialización habrá de producir, por grupos enteros, un nuevo tipo
de madres que trabajan fuera del hogar entre doce y catorce horas por día y
vuelven a sus casas extenuadas, agotadas, exasperadas, incapaces a veces de
asumir las tareas maternas y domésticas fundamentales. La novedad no es
que el trabajo hace que la madre no pueda dedicarse a sus hijos (esto ocurría
a menudo en el campo), es el carácter masivo, colectivo, irrefutable del
fenómeno. Las campesinas y las granjeras trabajaban igual, pero cada una en
su casa y pocos testigos, con excepción de algunos médicos, tomaban
conciencia de su común fatiga. Ahora, la fábrica y los tugurios agrupan a
estas desdichadas y otorgan a su miseria una escandalosa dimensión»
(Knibielher y Fouquet, 1980, p. 245).

La sociabilidad femenina tradicional, por la que transitaban los saberes


femeninos, se encuentra destruida. Ahora bien, los mismos comprendían el ámbito
del hogar, cocina, el mantenimiento de la ropa, el cuidado de los niños, etcétera. Si
bien estas prácticas eran juzgadas a veces como «supersticiosas» en el medio
campesino, no dejaban de transmitirse, imponiéndose como saberes ancestrales. La
situación cambia en la ciudad en donde la oposición entre comportamiento
femenino obrero y saber culto y burgués es muy evidente. Los observadores se
muestran francamente hostiles hacia los modos del hacer obrero. Se esfuerzan en
comprobar que las mujeres se hallan desculturalizadas. A fines de siglo, las críticas
se acumulan: «Las obreras no saben ni coser, ni zurcir, ni cocinar un caldo, ni
educar a sus hijos. Que el trabajo industrial, abrumador como lo era, haya
destruido los antiguos saberes femeninos y las virtudes domésticas no tiene nada
de sorprendente. Lo peor es que no proponía nada en su lugar, que dejaba a las
mujeres, a las madres totalmente despojadas, acusadas de negligencia» (Knibielher
et Fouquet, 1980, p. 256).
Como Louise Tilly y Joan Scott han demostrado (1978), las condiciones de
trabajo de las mujeres y de las familias varían sin embargo considerablemente de un
sector industrial a otro. Salvo en los comienzos de la gran industria textil, la fuerza
femenina de trabajo era en su mayoría la de las jóvenes solteras, porque el trabajo
en la fábrica era difícilmente compatible con las cargas de la vida familiar de las
mujeres casadas y madres. Aquellas que se empleaban en la fábrica lo hacían en
caso de absoluta necesidad de un segundo salario para completar los insuficientes
ingresos, o en casos de crisis familiar (enfermedad del padre).
En los inicios de la industrialización, la unidad familiar obrera constituye,
como la de los campesinos y artesanos, una unidad económica integrada, en la que
deben fundirse diferentes salarios. Marido, mujer, adolescentes, niños (en tanto la
legislación no prohíba su trabajo) juntan sus salarios. En este contexto, el trabajo

90
El parentesco y las clases sociales

femenino está estrechamente vinculado con el ciclo de la vida familiar. Luego de la


relativa prosperidad de los primeros años de vida conyugal en la que los salarios se
suman, el trabajo en la fábrica se vuelve difícil para las madres con hijos de corta
edad. Pueden elegir entre abandonar su trabajo profesional, difícilmente conciliable
con la función materna, y sufrir una caída catastrófica de los ingresos del hogar, o
trabajar en condiciones precarias. Numerosas mujeres adoptan la primera solución
y permanecen en el hogar. Sin embargo, queda todavía un porcentaje de mujeres
para las cuales el trabajo en la fábrica es indispensable.
Cuando no trabaja en la fábrica, la mujer busca algún otro complemento
de ingreso: por ejemplo, en Londres, el repliegue de mano de obra femenina se
corresponde con el aumento de los pensionistas. En otras ciudades obreras, las
mujeres casadas se empleaban en los sectores no industrializados: eran lavadoras,
encargadas de café, hacían jornadas de limpieza o bien tomaban trabajo a
domicilio. Se observa un aumento de este tipo de trabajo, hacia fines del siglo XIX,
en especial a través de la máquina de coser. Si bien esta mecánica se presenta como
la aliada de la mujer burguesa en sus tareas tradicionales, «la costurera de hierro»
constituye el instrumento del capitalismo exterior en el seno del hogar. Por un
magro salario auxiliar, ligada a su máquina, la mujer se reencuentra con su posición
y su función tradicional, asienta la imagen simbólica de la mujer disciplinada (hoy
en día la misma imagen se prolonga en la de la mecanógrafa ligada primero a su
máquina de escribir, y en los años 1990 a su «computadora» con procesador de
textos). Con el desarrollo de la industria del vestido, numerosas mujeres obtienen
de su máquina el dinero necesario para el reembolso del instrumento de su
dominación y para completar el salario del marido. Para llegar a este magro ingreso,
hay que trabajar jornadas enteras, a veces tarde por la noche. Por este motivo, en el
alba del siglo XX, puede verse cómo las mujeres vuelven a la fábrica que les parece
preferible a los tormentos que impone el trabajo a domicilio esas mujeres se
precipitarán luego a las fábricas de la guerra (Perrot, 1978).
Sea cual fuere la implicación de la mujer en un trabajo asalariado, su rol
principal es el de asegurar la supervivencia de la familia a pesar de las condiciones
de extrema pobreza que caracterizan a toda la Europa industrial del siglo XIX. El
nacimiento de numerosos niños hacía más pesadas evidentemente las cargas
familiares. El abandono de los mismos creció de manera dramática con la
industrialización, lo que indujo a las autoridades públicas a poner en
funcionamiento estructuras de ayuda para los que se denominaron «niños
encontrados» o «niños abandonados» o «niños asistidos» en inglés foundlings
(Fuchs, 1984). A menudo, esas madres, ya solteras o casadas, son las recién llegadas
a la ciudad, sin red de parentesco o de vecinos para sostenerlas en su desamparo.
El trabajo y el cuidado de los hijos eran incompatibles, en particular para las
mujeres que se empleaban como domésticas, un trabajo en expansión en el siglo
XIX. En París, al menos un tercio de las mujeres que habían abandonado a su hijo
eran domésticas cuyo empleo era inconciliable con el rol materno; otro tercio
estaba compuesto por costureras, obreras de fábrica (Fuchs, 2002, p. 176).

91
Sociología de la Familia

¿El fin de la familia obrera?

La mejora de la condición obrera, entre las dos guerras, y sobre todo en la segunda
posguerra, fruto de luchas sindicales fundadas en el espíritu de la clase y la
prosperidad económica excepcional de Francia llevará a plantear la cuestión de la
persistencia de una clase obrera y de la especificidad de su modelo familiar.
La cuestión familiar obrera interrogará a la sociología a partir de una
problemática que seguirá sin resolverse hasta la construcción masiva de viviendas
sociales en los años 1970; es lo que Michel Verret denomina «la miseria
domiciliaria»: viviendas improvisadas, viviendas insalubres, viviendas sin confort,
viviendas de superpoblación y de promiscuidad en las grandes ciudades (1983, p.
697). Los trabajos de Paul-Henri Chombart de Lauwe constituyen un ejemplo de
estos trabajos pioneros (1956).
La sociología de las clases obreras se ha focalizado en los rasgos y
características de los lazos conyugales y los lazos parentales.

Residencias obreras

Un estudio que en nuestros días ha quedado en los anales de la investigación es el


que han llevado adelante Michael Young y Peter Willmott (1983) en la cual han
estudiado los lazos familiares (conyugales y parentales) en el Londres de la
posguerra. A estos dos sociólogos se les había encomendado el estudio de los
efectos sociales que tendría sobre los roles conyugales y las redes de parentesco el
realojamiento de una población que pasaba de un barrio de casas obreras muy
precarias fuertemente integrado a una instalación en nuevas urbanizaciones. Es un
caso de laboratorio de experimentación social bastante raro y la obra es
doblemente interesante: por el análisis en un momento dado de una comunidad
obrera y además por las consecuencias de la planificación urbana sobre las
estructuras familiares.
Los autores describen a principios de los años 1950 el barrio de Bethnal
Green, fundado en 1895, una de las primeras realizaciones del London City Council,
creado cinco años antes, con el fin de satisfacer las necesidades de la creciente
población de Londres. En esta segunda posguerra, el estudio demuestra en primer
lugar la importancia de los lazos de parentesco, resultante de la escasez de
viviendas, que obliga a un buen número de parejas a cohabitar con los padres de
uno de ellos (muy a menudo los padres de la mujer). Sin embargo, si las parejas
viven en forma separada, el lugar de residencia de los padres de la mujer se halla
siempre más cerca de la joven pareja que el de los padres del marido. Esta
proximidad residencial autoriza numerosos contactos con el personaje que se
presenta como pivote, la Mum, madre de la joven mujer, la que presta servicios,
ayuda en lo cotidiano, organiza las fiestas familiares y es omnipresente en el hogar
de la joven pareja. Los maridos, por su parte, frecuentan otros lugares en los que se
encuentran entre hombres (pub, salidas nocturnas, actividades colectivas masculinas
como la participación en una fanfarronada, etcétera). La parentela juega también
un rol importante en la búsqueda de empleo: proporciona un conjunto de
informaciones sobre el tejido industrial y las empresas, condiciones de empleo,
dificultad del trabajo, etcétera. En ciertos sectores, el de los estibadores o el de los

92
El parentesco y las clases sociales

gremios del libro por ejemplo, el nepotismo familiar se ejerce a pleno, como lo
menciona el diario oficial del Sindicato Nacional de Obreros de la Imprenta, de la
Encuadernación y del Papel anunciando las siguientes contrataciones:

«La lista de hijos y hermanos de los miembros se encuentra nuevamente abierta


Los miembros de la oficina central de Londres que tengan hijos y hermanos
de 21 años y más cuyos nombres deseen agregar a las listas deben realizar
inmediatamente la demanda para obtener un formulario» (p. 97)

La destrucción de una parte de los tugurios de Bethnal Green lleva al


realojamiento de ciertas parejas jóvenes y de sus hijos en Greenleigh en donde
encuentran confort e independencia. Los autores observan que si los lazos
familiares se mantienen, es al precio de desplazamientos, de forma tal que la pareja
debe contar más consigo misma, lo que implica nuevas relaciones conyugales.
Finalmente, la mixtura social impone una cultura de la apariencia que se sustituye a
la cultura del conocimiento y de la vecindad tan característica del universo de los
barrios obreros.
En suma, el obrero ha conquistado el derecho a la vivienda, a su propio
hogar, al arte de habitar su propio mobiliario, a tener el beneficio del confort y de
la intimidad doméstica, tan bien descriptos por el elegante socioanálisis de Richard
Hoggart en 33 Newport Street (1991). Tránsfuga de clase54 obrera por fin respetable,
el autor nos muestra que la clase obrera alcanza en los años 1960 un «pequeño
aburguesamiento». Pero las convulsiones que se suceden en el mundo industrial y
obrero llevan a poner en duda hoy en día estas hipótesis. Contrariamente a los
felices pronósticos de los años 1970 y 1980, no se observa una «medianización» de
la sociedad europea, de manera tal que la problemática de los más despojados y de
su cultura sigue planteándose en términos específicos.

¿Un modo de ser en familia específico?

La pareja obrera, el lugar de la madre y la organización de las relaciones conyugales


son el producto de tensiones vinculadas con el modo de habitar y de trabajar, pero
también con un cierto número de valores morales.
Olivier Schwartz (1990) estudió una ciudad de la cuenca minera de la
Région Nord-Pas-de-Calais entre 1980 y 1985, en el momento de su transición de
una «cultura total», la de la mina, a una sociedad obrera, diversificada, enfrentada a
la crisis y al desempleo provocado por el cierre de las minas. Toma entonces a
estas familias en un momento de ruptura crucial, puesto que ya no son blanco de la
miseria inmobiliaria de la que hablaba Michel Verret, sino de una angustia más
insidiosa, la de la pérdida del empleo. El estudio hace foco sobre la familia obrera
en el momento en que las mujeres se han retirado del mercado de trabajo, lo que se
presentó como una victoria de los sindicatos que reclamaban un aumento de los
salarios masculinos para que las mujeres, liberadas de la necesidad de aportar un
salario auxiliar, pudieran dedicarse a su hogar.

!
54 nard Lahire que hace referencia
a aquellos que pueden escapar de su medio social para acceder a otro mejor.

93
Sociología de la Familia

El autor señala tres estratos sociales: el estrato proletario, el estrato de la


desproletarización y finalmente el de la precarización. A través de la experiencia de
los personajes que encarnan estos diversos estratos se analiza la importancia
otorgada por el mundo obrero a los lugares cercanos (familia, barrio). «Propietarios
forzados por la única riqueza que le es accesible, llevan, ciertamente, una vida
privada, pero privada de muchas cosas. Estamos aquí en presencia de un
privatismo defensivo y retraído, que constituye una característica tradicional de las
clases populares» (p. 20).
El autor señala los rasgos típicos: «familiarismo», «que depende menos de
un conservadurismo de principio que de una forma de protección», moral familiar
centrada en el hogar e inversión en la vivienda acorde a los ingresos. Describe la
ambivalencia frente a los comportamientos de fecundidad, mientras que algunas
mujeres podían todavía valorar su función materna a través de nacimientos
numerosos, otras utilizaban los contraceptivos modernos puesto que se
consideraban a sí mismas como sujetos autónomos.
El personaje de la madre de la mujer tiene un valor de referencia muy
fuerte que perdura, ya sea el vínculo madre-hija así como el rol específico de la
pareja madre-hijo, del mismo modo, persiste un reparto tradicional de los roles:
reparto «natural» entre lo masculino y lo femenino, el hombre en el trabajo
aportando un salario, en tanto la mujer administra el presupuesto, y mantiene su
lugar en el seno del hogar.
En razón de la duración de su investigación y de su dedicación personal,
Oliver Schwartz ha podido obtener periodizaciones diferentes, marcadas por
mutaciones en sentido contrario: el enriquecimiento de los años 1960-1970 se
orientaba hacia un hedonismo familiar, mientras que luego de la crisis de los años
1980, se dio una reproletarización acompañada por un encierro sobre sí misma.
Cuando se refiere a una «privatización de los comportamientos obreros», Schwartz
muestra la coincidencia normativa con los empleados modestos, pero estima que
no se puede hablar de un aburguesamiento. Lejos de una medianización de los
comportamientos familiares, la familia y el parentesco obreros conservan toda su
especificidad.
Las familias inmigradas, que pertenecen también al mundo obrero, son
doblemente penalizadas cuando sobreviene el desempleo; al malestar social se
agregan los problemas vinculados específicamente con la dimensión étnica. Tanto
el trabajo como la familia son insuficientes en un mundo en el que los hijos ya no
son portadores de la esperanza de los padres.
Por este motivo el rol de las parentelas es tanto más apreciada cuanto más
difíciles se vuelven las condiciones de contratación. En la fábrica de embotellado
de las aguas de Évian, empresa que tiene la reputación de pagar buenos salarios y
de no despedir a sus obreros, reina un verdadero nepotismo obrero tema tabú
(Desveaux, 1991). Las técnicas de contratación, sustentadas en las más modernas
normas, ocultan el fenómeno pero no impiden que, al momento de esa
investigación, el 50% de los nuevos contratados fueran hijos de obreros de la
fábrica. El parentesco parece ser una protección en los contextos de rigor
económico. Conocemos el drama de las familias obreras que cuando cierran
pequeñas fábricas dejan en la calle a dos generaciones que se han endeudado para
construir su casa.

94
El parentesco y las clases sociales

Parentesco y familia de las burguesías


La sociología marxista puso en evidencia la constitución de clases sociales que se
distinguían sobre todo por el lugar acordado a la institución familiar, a través de
sus normas y de sus representaciones. Desde este punto de vista, la «familia»
constituye uno de los pilares de la reproducción social en los ámbitos de la
burguesía, sobre el cual ésta sustentó ampliamente su dominación económica. La
importancia de los linajes y el rol de las estrategias matrimoniales fueron señalados
como estructurantes de estas clases dominantes; por último, la globalización
industrial y financiera no impide que los lazos de parentesco estén también ligados
con la economía.
En los años 1980, dentro de la temática de las luchas de clases, numerosos
trabajos se refirieron a las luchas sociales de la condición obrera, mientras que las
clases superiores eran objeto de importantes trabajos como el estudio de Pierre
Bourdieu consagrado a las elites dirigentes y sus redes de parentesco (1989). Luego
esta temática fue desdibujándose un poco a favor de una sociología de las
profesiones, de las relaciones de género o de cuestiones relacionadas con la
inmigración. En la medida en que se observa un desarrollo de las desigualdades
sociales, la cuestión de las clases superiores vuelve a reflotarse (Chauvel, 2001). A
pesar de la dificultad para delimitarlos socialmente y también para designar a estos
grupos dominantes (¿se trata de una clase, de una burguesía de elites?) no deja de
ser menos cierto que siguen siendo los mejores dotados en el plano cultural y
financiero y que el parentesco continúa teniendo para ellos un papel muy
importante.
Aunque estos grupos sociales han adoptado los comportamientos
modernos especialmente encarnados en el divorcio y las recomposiciones
familiares, la importancia de la familia extensa continúa siendo reconocida en las
esferas más acomodadas. Sigue siendo el crisol de la reproducción de las
desigualdades constatadas desde siempre en el terreno de la cultura y de la
sociedad, a pesar de los esfuerzos realizados en pos de su democratización. Sea
cual fuere la forma en que se presenta, el elemento clave es el de la continuidad
sucesoria.

La cuestión de la sucesión

Para las familias de la nobleza del siglo XIX se plantea la cuestión antropológica de
la «sucesión», definida por Meyer Fortes como «el instrumento que asegura la
continuidad de los grupos corporativos», es decir «la perpetuación de un agregado
humano a través de un reclutamiento exclusivo a fin de adquirir la calidad de
miembro de un grupo que confiere igualdad real o potencial de estatus, neutralidad
de intereses y obligaciones en sus asuntos internos» (1969, p. 305-306). Se trata de
grupos cerrados y que se bastan a sí mismos. Una definición de estas características
impide la transferencia de esta noción a las realidades sociales europeas, porque la
nobleza del siglo XIX no constituye un grupo cerrado y estructurado en torno a
principios internos, sino más bien, la sede de relaciones sociales que deben volver a
tejerse en cada generación. La antropología se interesa a partir de ese momento en

95
Sociología de la Familia

los procesos por los cuales tal grupo social controla recursos específicos gracias a
los que obtienen ventajas materiales y simbólicas, prestigio y poder político. La
cuestión crucial es la de la figura de autoridad que habrá de ser la más apta para
asegurar la continuidad (Pinal Cabral y Pedroso de Lima, 2000).
Si el grupo familiar no es ni cerrado ni realmente estable, para mantenerse
a través del tiempo, es necesario que comparta un punto de vista en común sobre
sí mismo, es decir que la vida familiar se constituya en un proyecto asumido en
forma colectiva. Las relaciones familiares, lejos de replegarse sólo en el terreno de
lo doméstico, se encuentran en constante interacción con los ámbitos socio-
económicos y políticos del momento.
Este ha sido el caso de estos notables y nobles Lozériens que Yves
Pourcher (1987) ha estudiado partiendo desde el siglo XVIII hasta nuestros días.
El autor traza los diversos caminos del enriquecimiento y de la acumulación del
patrimonio de estos burgueses cuya fortuna se funda a veces en la adquisición de
cargos de escribanos o en el éxito de empresas textiles, pero sobre todo en una
«voracidad» de adquisiciones de tierras agregando a sus ingresos aquellos que
obtienen de las rentas de bienes raíces procuradas mediante la compra de bienes
del clero durante la Revolución. Para que la rica burguesía mercantil pueda acceder
a la nobleza, en el siglo XIX, tendrá que exhibir un modo de vida específico, en
torno a un castillo que embellecerán y amoblarán con cuidado, cuyo parque y
cuyos jardines acondicionarán; es en el castillo en donde «se conciben las alianzas y
se amarran las relaciones en el transcurso de recepciones que reúnen a las personas
notables de la región». De este modo habrán de continuar o inventar una historia
familiar siempre edificante y encarnada en esos muros ennoblecidos. El pasado
familiar instaura a la familia que se enorgullece de sus árboles genealógicos.
Para asegurar la perennidad del linaje familiar, la primera estrategia reposa
sobre la educación. La adquisición de buenos modales y el aprendizaje de un
verdadero saber. Pero sobre todo, como ocurre también en las familias campesinas
acomodadas, las familias notables y nobles habrán de utilizar las estrategias
matrimoniales como herramienta principal de reproducción social para asegurar no
sólo una transmisión integral del patrimonio, sino, mejor aún, contribuir a
extenderlo. El matrimonio, en todos los casos, no será nunca cuestión de
sentimientos, sino que habrá de unir dos patrimonios y dos linajes familiares a
través de dos individuos que no se han elegido en forma personal, sino que han
sido seleccionados luego de lentas negociaciones en el seno de las parentelas. Los
mecanismos, por lo tanto, son idénticos a los que se han observado en las
sociedades rurales, pero a diferencia de éstas, la cantera de cónyuges posibles es
más amplia ya que hay que encontrar una familia de rango compatible. Hay
intermediarios que comienzan las negociaciones relativas a las dotes o a las
expectativas, recabando información acerca de la moralidad de las familias de los
pretendientes. Antes de la unión, los contratos de matrimonio fijan el monto de la
dote que constituye la contribución de la mujer a las cargas de la pareja y que se
coloca al servicio de la transferencia de la propiedad. En el caso que aquí se
describe, el del Gévaudan, se aplica la regla de primogenitura y un hijo,
generalmente el mayor, hereda el dominio principal en donde se encuentra el
castillo; en este estrato de riqueza, y contrariamente a lo que ocurre con los
campesinos, los otros hijos, mujeres y varones, reciben también dotes, ya sea en
dinero o en tierras.

96
El parentesco y las clases sociales

Estrategias patrimoniales y matrimoniales forman el cimiento de las


estrategias políticas que permiten a los linajes familiares conservar funciones a nivel
local, regional y nacional, incluso en el marco de elecciones democráticas.
Un estudio consagrado a una comunidad rural del Choletais muestra la
influencia del propietario del castillo sobre una región (Carteron, 2002). En este
caso, y opuestamente al ejemplo de los Lozériens que acabamos de analizar, el
sistema de herencia es igualitario, pero el resultado es idéntico: el «mundo del
castillo» domina la vida social, impone su influencia política y afirma la obligación
del respeto de las reglas de la vida católica. La historia particular de la Vendée, en
tiempos de la Revolución, confiere a estos nobles una singular legitimidad en la
asociación del «noble y del cura». La imposición de sus normas modela la vida
social de todo el pueblo, desde las grandes explotaciones agrícolas hasta las
barracas de los jornaleros: esto ilustra el hecho de que el estudio del parentesco
excede ampliamente el marco privado y constituye un modo de introducción al
estudio de lo social. En Saint-Hilaire -de- Loulay, «las reglas jerárquicas desiguales
se imponen de arriba hacia abajo, es decir desde los propietarios de los castillos a
los campesinos, los principios igualitarios tienden a imponerse desde abajo hacia
arriba de la escala social» llevando a los propietarios de los castillos a adoptar los
rasgos que caracterizan a la cultura campesina de los pequeños bosques: «la
valentía».

La importancia de las normas burguesas

Junto a las familias nobles, en los burgos o en las grandes ciudades, el siglo XIX
vio cómo se desarrollaron las familias burguesas de amplio espectro. Sea cual fuere
el nivel de riqueza en el que se encuentran, todas comparten una ideología que las
unifica más allá de sus diferencias de estatus: todas hacen de la institución familiar
el centro de sus valores, se trate ya de la pareja conyugal que están innovando o de
la red de parentesco en la que la misma se inserta.
La familia burguesa se define como el lugar del orden social del que se
prohíbe cualquier desvío. En este crisol se fundan los valores necesarios para la
realización individual, fruto de las virtudes morales inculcadas a lo largo de un
sostenido trabajo de socialización. De este modo la burguesía hará despuntar en el
transcurso de un siglo un modelo que terminará por autodestruirse: la pareja
conyugal será minada por el crecimiento del individualismo.
La burguesía capitalista del siglo XIX se edifica sobre la familia y, del
mismo modo que para la nobleza de los Lorézienns o de la Vendée, los objetivos
matrimoniales son de extrema importancia, habida cuenta de las necesarias
inversiones de capital. Pero más allá de los capitales, el peso de los valores
familiares de solidaridad que implican además tensiones y crisis se inscribe en la
lógica económica. Esto es por otra parte extraño en la medida en que los valores
familiares no son valores mercantiles y en donde las relaciones familiares no están
orientadas hacia una maximización de las ganancias55. Así, se trate ya de familias

!
55 Aunque existen análisis que tratan las relaciones familiares en términos económicos (Gary Becker).

97
Sociología de la Familia

textiles del Norte, del Este o del Centro de Francia, podremos ver cómo se asocian
dos patronímicos en la razón social de la empresa.

Un caso emblemático de solidaridad fraternal y endogámica

Este caso es proporcionado por la «Casa» Rothschild estudiada por Niall


Ferguson (1999) y Adam Kuper (2001). Mayer Amschel, fundador de la
Casa de Rothschild, engendró cinco hijos a los que les inculcó el sentido de
una intensa cohesión que debía garantizar la continuidad de la próspera
empresa bancaria:
«Yo les pido entonces, de forma apremiante, hermanos y sobrinos queridos,
que tengan siempre el cuidado de comunicar a sus herederos la misma
Esto será tan provechoso para
ustedes mismos como para sus descendientes. Esto preservará nuestros
intereses económicos de cualquier división e impedirá que otros gocen de
nuestros esfuerzos, de nuestro saber y de la experiencia que hemos
acumulado pacientemente a lo largo de los años» (p. 273). En el centro del
dispositivo de expansión económica y financiera del banco cuya red se
extendió a toda Europa en el transcurso del siglo XIX, el principio de
solidaridad familiar se encarnó en tres dimensiones: fraternidad,
preponderancia de la filiación masculina, endogamia. Los matrimonios en el
seno del parentesco cercano (tío/sobrina, primos hermanos) tendían a
reforzar los lazos entre las diversas ramas de la familia, constituyendo otras
tantas sucursales instaladas en Londres, París, Francfort, Viena o Nápoles.
Cuando examinamos las 36 uniones de los descendientes de los cinco
hermanos que tuvieron lugar entre 1824 y 1877, 28 tuvieron lugar entre
primos hermanos o primos segundos, a través del lazo masculino (cf. figura
2). Según Adam Kuper, «este sistema de alianza tan particular constituye
una adaptación a la estructura única de un banco familiar multinacional» (p.
287).

98
El parentesco y las clases sociales

Figura 2. Los Rothschild: la endogamia familiar al servicio de un banco

99
Sociología de la Familia

En Francia, el ejemplo histórico más sorprendente de una dinastía


empresaria es la de los hermanos Schneider en Le Creusot, que en cuatro
generaciones, desde 1836 hasta 1970, vincula el devenir de una ciudad, Le Creusot,
con el de una empresa familiar. Los intereses de una familia se mezclan con una
empresa que se convertirá en la primera empresa metalúrgica de Europa.
Gran capitalista o más modesto poseedor, el burgués trabaja para
administrar el capital. En él descansa la representación social. Aunque la mujer
haya aportado una importante dote y se sabe que el matrimonio burgués es un
matrimonio de interés, un establecimiento , el esposo es el único responsable de
los bienes de la pareja. Tanto en sentido propio como figurado, la burguesa es una
incapaz. Sin la carga del trabajo doméstico, su función principal es la de ser la
«señora de la casa»; organiza, manda a los criados, sean muchos o pocos, de
acuerdo con el nivel social de la pareja. El trabajo material que realiza la mujer
obrera o campesina le es ahorrado. Desde ese momento, éste se vuelve secundario,
inferior y se encuentra relegado al rango de bajas tareas.
Cada vez más, el rol fundamental de la mujer burguesa en el siglo XIX es
el cuidado de los hijos, su función maternal. Al cuidar a los más pequeños, aunque
a menudo con la ayuda de una nodriza, se convierte más aún en la educadora, la
que forma el corazón y el espíritu. Sublimada a través de la maternidad, la mujer se
encuentra relegada a un segundo plano en el seno de la pareja conyugal. La
idealización romántica del personaje de la madre la vuelve intocable, tal como lo
señala Théodore Zeldin:

«El culto de la pureza las hacía inaccesibles; no se podía por lo tanto en tales
circunstancias buscar el placer sexual con aquellas que estaban dedicadas a la
maternidad» (1978, p. 340).

La mujer dentro de la familia burguesa del siglo XIX es también y ante


todo un instrumento de representación y de relaciones sociales. ¿Se puede, en
efecto, reducir su rol al de madre? La mujer organiza la vida mundana, y esto es
tanto más verdad cuanto más nos elevamos en las clases sociales. Ella sale, realiza
gastos de vestimenta que no son sólo signo de frivolidad. Juega un papel social
importante, tanto más cuanto que su marido, comprometido con un perfil
profesional, desea hacer carrera y subir escalones en la escala social. Al contraer
matrimonio, y se sabe con cuánto celo, el hombre se ha casado con una red de
alianzas y de relaciones. La mujer, liberada de sus tareas domésticas gracias a las
«criadas», de sus tareas maternas gracias a las nodrizas, los preceptores y las
instituciones escolares, juega un rol capital mediante la activación de las relaciones
de alianza, de parentesco y de amistad. En las clases obreras, la mujer que
permanece en el hogar garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo que su
marido intercambia en el mercado por un salario. En los ámbitos acomodados, la
carrera del esposo se construye en parte sobre la vida social y cultural de la mujer,
cuyo empleo del tiempo le permite visitas, bailes, su «día» para recibir a sus amigas,
ocasión que los maridos compartirán al volver del trabajo. La necesidad de esta
vida mundana se explica por la movilidad social propia del siglo XIX: es necesario
consolidar los ascensos rápidos, luchar contra la posibilidad de una declinación. Sin
embargo, sigue siendo también indispensable en nuestros días con el desarrollo del

100
El parentesco y las clases sociales

sector terciario cuyos ejecutivos son contratados en función de su capacidad de


trabajo. Como lo señala Jane Marceau (1978):

«La carrera de un obrero no depende de lo que ocurre en su familia y fuera de su


trabajo. En un trabajo puramente productivo, sólo se tienen en cuenta los criterios
de productividad. Pero en el ámbito de los ejecutivos, la productividad es mucho
más difícil de juzgar. Su mujer, la red social y de parentesco que ella puede cultivar
porque dispone de tiempo, es una garantía social importante para el marido».

La burguesía del siglo XIX no constituye una clase homogénea. En


mutación geográfica y social, esta categoría de límites imprecisos reúne a parejas
cuyas relaciones conyugales son a veces diferentes del modelo que acabamos de
esbozar y que caracteriza más bien a una burguesía media y superior.
Alrededor de la madre gravitan en efecto los valores fundamentales que
son los del hogar. Si bien la lengua inglesa ignora el equivalente de
(mujer de interior), la lengua francesa no posee una expresión para traducir
realmente el término de home y sus derivados home making, home maker. A comienzos
del siglo XX, luego de la Primera Guerra Mundial que empobreció notablemente a
las clases dominantes, al punto de hacer desaparecer una parte de la servidumbre
que las caracterizaba treinta años antes, la burguesía desarrolló un modelo del
«dulce hogar», valorizado, decorado, embellecido, y de pronto convertido en sujeto
de una prensa femenina que se estaba desarrollando.

En Suecia, una nueva ideología, proveniente de la burguesía, y adoptada por


las nuevas clases medias, que se desarrolla entre 1880 y 1920, valoriza la
esfera de lo privado, adornado con todas las virtudes, en oposición al
mundo del afuera que encarna los desórdenes humanos y sociales. Una
vasta iconografía habrá de subrayar la supuesta dulzura del hogar familiar.

Esfera privada Esfera pública


Hogar Mundo exterior
Ocio Trabajo
Relaciones personales e íntimas Relaciones impersonales y anónimas
Proximidad Distancia
Amor y sexualidad legítima Sexualidad ilegítima
Sentimiento e irracionalidad Racionalidad y eficacia
Moralidad Inmoralidad
Calor, luz y suavidad Mundo duro
Armonía y totalidad
Vida natural y sincera Vida artificial y afectada

Fuente: Orvar Lofgren, 1984, p. 460.

Una clase innominable

Los trabajos referidos a los siglos pasados han permitido desarrollar algunas
características de las clases llamadas superiores: un ethos, la detentación de un

101
Sociología de la Familia

capital económico y cultural y de relaciones sociales, un mundo del trabajo que es


ante todo social, sin dependencia del trabajo manual.

Serge Bosc (2003) caracteriza a las clases superiores contemporáneas según tres
polos: el del poder que remite a la categoría dirigente; el polo de la fortuna que
connota la expresión tradicional de «burguesía poseedora», en la que la ocupación
profesional es secundaria en relación con la fortuna heredada y consolidada y en la
que se le acuerda la prioridad a la gestión y a la transmisión patrimonial; y
finalmente el polo de las posiciones salariales sólidas que permiten la constitución
de un patrimonio importante que permite a su vez obtener un capital simbólico.
Hoy en día ni la definición de las clases burguesas ni la de los obreros
resulta clara, se trata de un grupo heterogéneo que asocia antigua nobleza, familias
ricamente dotadas en patrimonio, altos ejecutivos dirigentes. Más allá de la
diversidad, todas comparten un modo de vida caracterizado por la holgura
financiera y el acceso a los bienes culturales. Todas tienden a reproducir su lugar en
la sociedad, y es por este motivo que la institución familiar juega aquí un papel
central, a través de la escolarización de los hijos y del matrimonio.
Por su parte, Michel Pinçon y Monique Pinçon-Charlot (2003) no dudan
en afirmar que si existe en verdad una clase en Francia a principios del siglo XXI,
es justamente la burguesía, «familias poseedoras que llegan a mantenerse en la
cumbre de la sociedad en la que se encuentran a veces desde hace varias
generaciones» (p. 4). El mantenimiento de las riquezas en todas sus formas tales
como las del capital social pasa ante todo por el control de la socialización, el
dominio de los lugares de la educación y la cultura. En todos estos niveles, la
familia es a la vez el fin y el medio para llevar a cabo la perpetuación de la
dominación económica generación tras generación.

El homo economicus que es el jefe de la empresa es también un pater familias, que, en lo


que hace al devenir de su empresa, muestra una preferencia muy marcada por una
transmisión en un marco familiar (Bauer, 1991). Cualquiera sea su tamaño, el
patrón intenta en la medida de sus posibilidades que sea uno de sus
descendientes quien conserve la dirección de su negocio. Es el caso de la familia
Michelin que ya va por la cuarta generación. En la familia Mulliez, por ejemplo,
que controla el grupo Auchan, la estrategia consiste en colocar a los hijos en las
diversas ramas del grupo, para poder elegir al que saldrá de la ca
excepción a la regla está dada por el grupo Wendel, cuyos numerosos
descendientes son accionistas, pero no conservan, desde hace ya dos generaciones,
responsabilidades dentro de la empresa, de modo que cuando hubo que encontrar
a un sucesor para Ernest-Antoine Seillière, el último miembro de la familia que
dirigía el grupo, fue necesario recurrir a los servicios de un «cazatalentos».
Algunos se sorprenden todavía por el hecho de que exista un capitalismo
familiar en el que los puestos de dirección y el capital se transmitan dentro de la

102
El parentesco y las clases sociales

familia, mientras que la empresa obedece a los estándares más conceptuales de la


gestión empresarial. Dentro del contexto de la mundialización que parece dominar
a empresas y razones sociales, quedan todavía dinastías familiares, incluso en los
Estados Unidos, un país bien conocido por su movilidad social. Así Georges
Marcus (2000) observa que la reproducción social de las clases superiores y medias-
superiores (upper and upper-middle class, intraducible en francés) es asegurada por la
entrada de los descendientes a determinadas escuelas, universidades, profesiones,
círculos sociales y residenciales: esto es lo que nos dice una «sociología de las
elites», pero señala que existen también procedimientos subterráneos inscriptos en
las familias y en sus tradiciones. Sus trabajos sobre familias muy ricas, como los
Kempner, los Rockefeller, los Bingham, los Guggenheim, en particular a través de
la recopilación de biografías familiares, dan muestra de las contradicciones entre el
modelo norteamericano de autonomía personal y el peso dinástico del grupo
familiar. El desarrollo de la autonomía se encuentra entorpecido por un discurso
familiar referido a los parecidos caracterológicos en el seno de la familia. Lo que,
en las sociedades exóticas, sería transmitido a través de rituales y de
representaciones colectivas, como ocurre entre los Big Men de Nueva Caledonia,
aquí se lleva a cabo en forma difusa mediante los giros de frases, el capital de las
historias, las conversaciones repetidas que crean esta tradición familiar. Estas
familias dinásticas constituyen entonces el único ámbito en donde se le da
prioridad a la colectividad por encima del individuo y su ego autónomo.
En estos tiempos de capitalismo internacional, podemos preguntarnos
cómo se organiza la sucesión en el seno de las grandes empresas, al ser la
competencia el criterio de selección de los dirigentes. Un estudio realizado sobre
las grandes firmas financieras de Lisboa muestra el peso del parentesco, en algunos
casos a lo largo de seis generaciones, para asegurar la continuidad familiar, una
finalidad expresamente demostrada a través de las conductas, valores y estrategias
(Pedroso de Lima, 2000). Una total adhesión al catolicismo, el respeto de la
autoridad patriarcal de los más ancianos del grupo y del orden de los nacimientos,
y de la distinción de los sexos son algunos de los componentes de esta moral
familiar. Cada uno de los miembros del linaje, incluso indirectamente, estima
participar en un proyecto colectivo como lo es la perpetuación de la empresa. Para
llevarlo a cabo, una poderosa red familiar une a los accionarios, red que atraviesa
igualmente a la parentela. Estos miembros viven juntos (sin co-residir no obstante,
disponen de suficientes residencias, casas, departamentos), trabajan juntos, se
frecuentan casi cotidianamente. Todos juntos saben que comparten un
patronímico, una historia, antepasados y una finalidad común: la de perpetuar el
todo. Más allá de las peleas internas, siempre comprobadas, la continuidad de la
empresa es la razón principal del mantenimiento de los lazos de parentesco. La
división sexual de los roles es importante, y del mismo modo que en el siglo XIX,
aunque hoy en día estudian, las mujeres tienen ante todo la tarea de mantener los
lazos familiares, a través de la circulación de las noticias relativas a la familia. Los
hombres se relacionan a través de ellas. En este grupo, las cualidades de una
anfitriona son especialmente valoradas.
Del lado masculino, la competencia internacional exige que los herederos
demuestren sus competencias profesionales, adquiridas en las mejores escuelas,
pero también en el seno de la familia y en su entorno social más amplio, desde la
más temprana edad. El lazo de parentesco debe justificarse mediante la

103
Sociología de la Familia

meritocracia, que asocia de este modo la continuidad familiar con los principios de
la racionalidad económica que exige la elección del mejor dirigente. En estas
familias, los intereses económicos son superiores a la sangre, se trata de «relaciones
de parentesco fundadas sobre la economía» o «de relaciones económicas fundadas
sobre el parentesco».
Parentesco y economía se han visto íntimamente asociados también en el
desarrollo de lo que se ha denominado la «tercera Italia», la de las pequeñas y
medianas empresas, especializadas en producciones industriales tradicionales como
el textil, el de la confección, el cuero, o la mecánica (Bagnasco, 1990). En la Emilia
Romana por ejemplo, la economía estuvo durante mucho tiempo fundada sobre
una agricultura de pequeña propiedad. El encuentro con la industrialización pasó
por la estructura familiar que formó a los individuos en una mentalidad de
empresarios. La probabilidad de poder organizarse por cuenta propia, la
posibilidad de un ahorro familiar permiten explicar la expansión de estas industrias
en las pequeñas ciudades y en los campos, en donde los pequeños empresarios
pueden apoyarse en redes sociales y familiares que permiten en particular la
movilidad social. El trabajo femenino a domicilio se extiende, especialmente en el
sector textil, lo que permite una rápida respuesta a los códigos cambiantes de la
moda. En contraposición con la gran industria que se extendió en el Norte de
Italia, esta región asocia parentesco y economía dentro de una estructura que
permite combinar los antiguos modelos de la proto-industria con la modernidad
industrial.

Orientación bibliográfica
SEGALEN Martine, «La révolution industrielle : du prolétaire au bourgeois», en
BURGUIERE André, KLAPISCH-ZUBER Christiane, SEGALEN
Martine, ZONABEND Françoise (dir.), Histoire de la famille, París, Le Livre
de Poche, 3, 1994, p. 487-532.
SCHWARTZ Olivier, Le monde privé des ouvriers. Hommes et femmes du Nord, París,
Presses universitaires de France, 1990.
THOMPSON Edward, The Making of the English working Class, New York,
Pantheon Books, 1985.
YOUNG Michaël, WILLMOTT Peter, Family and Kinship in East London, Londres,
Routledge y Kegan Paul, 1957. Traducido al francés con el título de Le
Village dans la ville, París, CCI, 1985.

104
CAPÍTULO 9

Trabajar

271
Si bien la familia no es ya una unidad de producción como lo era en las sociedades
rurales en las que vivir en el hogar era también trabajar, las familias
contemporáneas continúan produciendo, en su gran mayoría, trabajo. Para referirse
al empleo asalariado, el lenguaje estadístico habla de uno o dos activos. Pero se
admite ahora, gracias a los movimientos feministas, que las actividades relativas al
mantenimiento del espacio residencial y de sus miembros son también trabajo. La
familia produce un trabajo de naturaleza doble, interno y externo, doméstico y
asalariado. Gracias a la emancipación femenina en el transcurso de la segunda
mitad del siglo XX, la articulación entre estas dos dimensiones ha cambiado
profundamente. Las mujeres se zambulleron en el mercado del trabajo a la par de
los hombres. Esto no significa que nunca hayan trabajado. En la granja, en el taller,
luego en la fábrica, las mujeres han participado en el proceso de producción.
Durante un corto período histórico, bajo la influencia de las normas burguesas, las
mujeres se retiraron del mercado laboral. Pero a partir de la Segunda Guerra
Mundial, habiendo adquirido un título de nivel equivalente al de los hombres, las
mujeres agregaron a su función materna una función de producción. El trabajo
femenino, comprobado en todas partes de Europa, a pesar de las sensibles
diferencias, conmociona a la institución familiar. Mientras que, a partir de los años
1980, las mujeres incluídas las madres con hijos de corta edad ingresaban cada
vez en mayor número en el mercado laboral, la participación de los hombres en las
tareas domésticas no prosperó. «La asignación de las mujeres al universo
doméstico constituye el núcleo duro de la dominación masculina contemporánea»
(Bihr, Pfefferkorn, 2000, p. 30). Si bien las normas relativas al reparto de los roles
han cambiado en un sentido mucho más igualitario, las prácticas no prosperaron.
La búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres suscita investigaciones y
guía la puesta en marcha de políticas públicas.
Estos trabajos establecen nuevos campos de investigación en la sociología
de la familia, a través de las entradas feministas (construcción social de los roles
sexuados) o de las entradas políticas (tema de la paridad), ambas íntimamente
asociadas «a tal punto que toda acción relativa a uno de los polos repercute sobre el
otro y en forma recíproca. De manera tal que si se «tiene» a la familia, se tienen el
trabajo y el empleo. El principio de «división familiar del trabajo» que consiste en
tomar en cuenta sistemáticamente juntos los fenómenos relativos al trabajo y a la
familia, constituye una herramienta de lectura de los fenómenos económicos y
sociales de nuestras sociedades y de sus evoluciones» (Barrère-Maurisson, 2003, p.
2).

273
Sociología de la Familia

La división sexual
de las tareas y de los roles
La teoría de Talcott Parsons

Recordemos (cf. capítulo 3) que esta tesis conoció una gran repercusión en la
sociología de la familia de la posguerra (Parsons, 1955). Según Talcott Parsons, los
procesos de industrialización segmentan a la familia, en primer lugar aislándola de
su red de parentesco, luego reduciendo el tamaño del grupo doméstico a una pareja
conyugal, con un pequeño número de hijos. Este grupo ya no es más que una
unidad de residencia y de consumo; perdió sus funciones de producción, sus
funciones políticas y religiosas; comparte sus responsabilidades financieras y
educativas con otras instituciones. Aislado de su parentela, está fundado en el
matrimonio que asocia a dos partenaires que se han elegido libremente y orientado
hacia valores de racionalidad y de eficacia. Los roles masculinos y femeninos,
especializados, contribuyen de este modo al mantenimiento del sub-sistema
familiar en el seno del sistema social. Estas propuestas se inscriben entonces
dentro del grupo de las teorías llamadas sistémicas. La sociedad es pensada como
una mecánica en el seno de la cual se recortan y se articulan sub-sistemas: la familia
es vista así como un engranaje de un gran reloj social.
La familia conyugal se especializa en el rol de proveedor de afecto a fin de
producir individuos que serán formados para servir al funcionamiento de la
sociedad industrial; es la mujer la que se encuentra más especialmente encargada de
este rol denominado «expresivo», mientras que el hombre ejerce el rol
«instrumental», garantizando el vínculo con la sociedad y el de proveer bienes
materiales. Esta imagen de una mujer en el hogar era desmentida por los hechos
recientes ya que, durante la guerra, muchas mujeres habían sido empleadas en las
fábricas, luego al terminar la guerra, el empleo femenino comenzaba a crecer en
potencia. Las propuestas parsonianas fueron rápidamente relegadas al ruinoso
estante de las teorías nulas y sin valor.

Las tesis feministas: el trabajo doméstico como trabajo productivo

La emergencia del trabajo doméstico como campo de estudio científico, surge, por
su parte, de la crítica marxista de los años 1970, en nombre de la cual los teóricos
denuncian la opresión de la que son víctimas las mujeres en el marco de una
explotación patriarcal. El modo de producción capitalista habría producido una
división sexual del trabajo y las feministas retomarán el argumento de Engels sobre
el matrimonio como esfera de dominación en el seno de la esfera privada,
homóloga a la explotación que produce el capitalismo en la esfera del trabajo. Esta
dominación de lo masculino sobre lo femenino se realiza en la invisibilidad de las
tareas domésticas a las cuales se les ha negado hasta el momento el ser reconocidas
dentro del estatus de «trabajo». Para las feministas, se trata de un trabajo, y de un
trabajo explotador, ya que la mujer es productora no remunerada y el cónyuge
disfruta de esto en forma gratuita.

274
Trabajar

Al presentar en forma revolucionaria el trabajo doméstico en términos de


producción, los movimientos feministas obligaban a repensar a la vez las funciones
atribuídas a la familia y el funcionamiento general de la economía. (Chabaud-
Rychter, Fougeyrollas-Schwebel, Sonthonnax, 1985). Sus tesis han contribuido de
manera decisiva para sacar a la sociología de la familia del ámbito de la psicología.
La institución familiar plantea una cuestión pública: lo privado es también político.
Christine Delphy fue la primera en subrayar la cuestión del carácter
público de la familia al afirmar que el trabajo doméstico produce un valor. Los
economistas clásicos rechazaban esta posición, estimando que se trataba de
producciones inmediatas con valor de uso y no mercaderías que entraban en la red
de los intercambios mercantiles. Las feministas replicaban que la mayoría de los
servicios brindados en el seno del espacio doméstico podían ser adquiridos en el
mercado. La naturaleza del trabajo doméstico pertenece por lo tanto al dominio
público, aunque la contabilidad pública no lo tome en cuenta (1978, p. 74-96). Esta
crítica radical se apoyaba en ejemplos norteamericanos demostrando que al
contraer matrimonio, el hombre economizaba 218 horas anuales de tareas
domésticas, por lo tanto, si se multiplica por 44 la cantidad de años promedio de la
vida matrimonial, se llega a 9.592 horas, o 5 años que él podía dedicar a su carrera,
a su vida de ocio, etc. Si en lugar de obtener este servicio gratuitamente, el hombre
hubiera debido pagarlo, su familia tendría un tren de vida inferior, y él una carrera
ciertamente menos fácil. El esposo se apropiaba así del trabajo «invisible» de modo
que, si se describen las relaciones conyugales en términos económicos, él se
beneficia con todas las ventajas, mientras que la mujer soporta todos los costos.
Una encuesta del INSEE de 1979 calculaba el trabajo doméstico (limpieza
y cuidado de los hijos) en 48 mil millones de horas, contra 41 mil millones para el
trabajo profesional. En el año 2000, las actividades domésticas representan una
suma de trabajo que supera en importancia aquella que es medida anualmente por
el PBI (Bihr, Pfefferkorn, 2000, p. 24). Al hacer entrar en las cuentas públicas el
trabajo doméstico, se tendría una mejor apreciación de las faenas cotidianas del
hogar, decían las feministas; pero ésta era una innovación social importante a la
que el Estado, los productores, los sindicatos se oponían: este rechazo de la
contabilización subrayaba por lo tanto «la invisibilidad» del trabajo femenino
doméstico.
«La eliminación de la producción doméstica de las familias en los
indicadores de la producción-consumo es causa de la desvalorización del estatus de
las mujeres dentro de la economía y dentro de la sociedad. Como las mujeres no
son «productoras» en una sociedad que cifró su orgullo en los indicadores de
crecimiento de la producción y del consumo mercantil, ellas sólo pueden ser un
sexo socialmente inferior y desvalorizado. La ocultación de las tareas productivas
de las mujeres provoca así su desvalorización social en la familia, en la economía,
en la sociedad y en la estima que ellas tienen de sí mismas», escribía Andrée Michel,
una pionera entre las sociólogas feministas (1978, p. 71).
Bajo la influencia de estas primeras corrientes teóricas, se desarrolla dentro
de la sociología francesa, no sin dificultad por otra parte, una corriente de
investigación que encara en forma conjunta trabajo asalariado y trabajo doméstico,
articulando los temas de la producción/reproducción. Las dos esferas son a partir
de ese momento pensadas indisolublemente, y los investigadores sustituyen el
concepto de «división sexuada de las tareas y de los roles» por el de «relaciones

275
Sociología de la Familia

sociales de sexo», que traduce más o menos felizmente el concepto anglosajón de


gender.

Las tesis antropológicas de la dominación femenina

En los mismos años 1970, las antropólogas feministas se interesaron también por
las cuestiones de género y demostraron que la dominación de las mujeres por los
hombres es una constante social: la explicación marxista a través de los
mecanismos del mercado capitalista es por lo tanto insuficiente, ya que, en las
sociedades de economía no mercantil, las mujeres se encuentran igualmente
dominadas (Godelier, 2003). No hay vínculo orgánico entre la aparición de las
clases y la dominación masculina.
Esta dominación, Françoise Héritier la explica refiriéndose a las
representaciones culturales relativas a ambos sexos y en particular su rol en el
hecho de la generación: en todas las sociedades del mundo, la potencia fecunda de
las mujeres es, desde los orígenes de la especie, considerada como el bien más
preciado del grupo. Las mujeres poseen el enorme poder de gestar hijos que el
grupo necesita para garantizar su supervivencia; los hombres deben por lo tanto
tomar el control, y para hacerlo, en todas las sociedades, construyeron mitos y
sistemas de representación que jerarquizan los sexos, lo que Françoise Héritier
(1996) denomina la «valencia diferencial de los sexos». A los tres pilares planteados
por Claude Lévi-Strauss como base de las sociedades, prohibición del incesto,
reparto sexual de las tareas y forma reconocida de unión que permite la
legitimación de los hijos, Françoise Héritier agrega una cuarta que le parece el
cemento necesario para ligar la mezcla: la diferenciación de los roles en la
reproducción, evidencia tan irrefutable que hasta el momento se les había escapado
a los investigadores. El intercambio de mujeres entre grupos de hombres es un
medio para los hombres de apropiarse de su poder de fecundidad, apropiación
tanto más indispensable en la medida en que el hombre necesita a las mujeres para
producir varones. Los hombres no pueden crear a sus hijos, mientras que las
mujeres producen a sus hijas. «Esta injusticia y este misterio se hallan en el origen
de todo el resto, que tuvo lugar de manera parecida en los grupos humanos desde
el origen de la humanidad y que nosotras »
(Héritier, 2002, p. 23). Françoise Héritier muestra la valoración implícita que
acompaña a las categorías binarias alto/bajo, calor/frío, derecha/izquierda,
claro/oscuro, etc., y que incluye dentro de la serie a masculino/femenino.
Para poner en marcha esta dominación, las sociedades van a decretar que
las tareas realizadas por las mujeres son siempre menos importantes que las de los
hombres. Las mujeres son reducidas al único rol de reproductoras y criadoras de
hijos, mientras que los hombres se han apropiado de las tareas nobles y de la
fabricación de armas y de herramientas (Tabet, 1998). Aunque las actividades de
recolección a las que las mujeres se dedican mientras los hombres cazan,
parlotean o realizan rituales constituyen la más importante fuente de alimentación
para el grupo, estas tareas son consideradas como secundarias. «La valencia
diferencial de los sexos es el telón de fondo, la matriz que ordena y rige las
constantes de lo masculino y lo femenino» (Héritier, 2002, p. 78). La sociedad
francesa no se privó de llevar a cabo su singular ejecución en esta gran ópera

276
Trabajar

universal. Pero las cosas han comenzado a cambiar dentro de las ciencias, luego en
el terreno de la observación a partir de los años 1970 y, muy lentamente, en las
prácticas.

Trabajo y género

Para esclarecer estas cuestiones fue necesario dedicarse en principio al análisis


crítico de las categorías utilizadas dentro de la sociología. Los investigadores que
eran mayoritariamente investigadoras pudieron relevar que hasta en los años
1980, las mujeres eran presentadas como un grupo marginado, menos bien
posicionado dentro del mercado laboral, debido a sus cargas familiares; además,
dentro de la sociología del trabajo, las encuestadas correlacionaban siempre su
estado matrimonial y familiar con su empleo, mientras que era justo a la inversa en
el caso de los hombres, quienes nunca mencionaban su estatus matrimonial. La
introducción de la obra colectiva titulada Le Sexe du travail, (El sexo del trabajo)
publicada en 1984, señalaba que « sólo las mujeres se hallan inscritas dentro de una
familia, sólo los hombres están en su lugar en el mundo del trabajo: mujeres
inactivas y hombres sin familia», comprobación que explicitaba lo que eran todavía
las resistencias al empleo femenino en la segunda mitad del siglo XX. La obra
instauraba una ruptura al rechazar la categoría de masculino-neutro, o más bien
plural, ya que englobaba a hombres y mujeres.
Aunque en la actualidad tengan más de 20 años, la pertinencia de muchos
de estos análisis es sorprendente y sus cuestionamientos son desde entonces
retomados en las investigaciones relativas al trabajo. Un balance de la emergencia
de la categoría de «género» dentro de las ciencias sociales que se interesan por el
trabajo ha quedado plasmado en Le Travail du genre (El Trabajo del género) (2003) que
prolonga los interrogantes planteados en la primera obra. Si se admite entonces
que el trabajo tiene un sexo, la construcción de la categoría de género permite
reformular las aproximaciones económicas examinadas únicamente a través del
prisma de las clases sociales y romper con una visión uni-normada; la misma
introduce dimensiones simbólicas dentro de las complejidades e invita igualmente a
repensar la construcción de las identidades.

El trabajo dentro del espacio doméstico


Dentro del espacio doméstico se concentran una multitud de tareas materiales,
físicas y mentales. Si bien es siempre el «epicentro de la dominación masculina»
(Bihr, Pfeff erkorn, 2000, p. 19), la retirada de los hombres puede explicarse por la
resistencia de las mujeres cuando quieren asumir ciertas tareas, en especial en el
ámbito del cuidado de los hijos.

277
Sociología de la Familia

La felicidad de lo doméstico

La expansión del trabajo de las mujeres, conjugado con el nuevo control de la


contracepción, tiene efectos considerables, sobre la fecundidad, la divorcialidad, la
distanciación respecto del matrimonio pero en lo relativo a la reorganización de los
roles en el seno de la unidad conyugal, son las formas clásicas de interacción las
que parecen prevalecer: las mujeres avanzaron sobre el terreno masculino, pero los
hombres se cuidaron muy bien de intervenir demasiado en el ámbito antes llamado
tradicionalmente femenino. Esto plantea interesantes cuestiones a la sociología de
la familia cuyo deber es articular las cuestiones de lo doméstico, del nivel de
educación y de responsabilidad profesional.
¿Cómo explicar que el reparto sexual de los roles siga subsistiendo?
Ciertamente el lugar de los hombres en la gestión de lo doméstico está lejos de ser
nulo, y se incrementa con el tipo de empleo y el nivel de educación de la mujer. No
deja de ser cierto que esta participación es siempre escasa, ya que ciertas tareas
siguen siendo «tabú», en particular aquellas relativas al cuidado de la ropa. Si las
mujeres, incluso aquellas que creen plenamente en la igualdad, se encuentran
recargadas con esta tarea, se debe a que esos gestos provienen «de un largo pasado
incorporado». Recoger las medias del marido lleva implícita «una infinidad de
categorías de clasificación, en particular de orden sexual» (Kaufmann, 1992, p.
193). Ocurre lo mismo con la cocina, una tarea pluricotidiana que no se puede
postergar o desplazar como puede hacerse eventualmente con el lavado, el
planchado o el mantenimiento. La misma sigue siendo un atributo
fundamentalmente femenino, porque la imagen de la esposa y de la madre nutricia
sigue siendo integrada por las mujeres (aún cuando hoy en día la publicidad
difunde una imagen de mujer muy diferente). Las mujeres que trabajan son llevadas
a reorganizar su programación doméstica en función de las comidas previstas, pero
de ninguna manera a reducir el tiempo que pasan en la cocina, ni incluso a obtener
de esto un mínimo placer. Si bien los hombres participan de ciertas tareas, por
ejemplo ir al mercado los sábados, la gestión cotidiana de la cadena de tareas
(prever el menú, comprar las provisiones, preparar la comida, servirla, levantar la
mesa, limpiar y acomodar) depende de la entera responsabilidad de las mujeres.
Como sucedía antiguamente, la cocina sigue siendo un aprendizaje que una hace
sola, a través del método de prueba y error: la transmisión culinaria
intergeneracional compite con los nuevos preceptos de dietética e higiene
alimentaria que las mujeres deben incorporar, a la par de los nuevos productos
accesibles en el mercado. Las mujeres no sólo se encuentran solas a la hora de
asumir la cocina en lo cotidiano (ya que el hombre se acerca al horno nada más que
en ocasiones festivas), sino que además reivindican esta tarea, incorporando las
presuntas expectativas de su rol (Sluys, Chaudron, Zaidman, 1997; Kaufmann,
2005).
Lejos de la tesis de la dominación, el estudio de las tareas familiares se
sitúa dentro de una esfera muy diferente, la del don gratuito y la gratificación
afectiva. Es mediante la observación de los efectos de la externalización de ciertas
tareas (contratar a alguien para cuidar a los hijos, o a enfermeros en el caso de
tener padres mayores o ir a un restaurante en vez de cocinar en casa), como
pueden descubrirse los fundamentos del quehacer familiar en lo cotidiano del
trabajo.

278
Trabajar

«En los tiempos normales, todo transcurre como si a familia estuviera


principalmente interesada en la reproducción de los automatismos adquiridos,
insensible por lo tanto a las ofertas de servicios que presuponen el cuestionamiento

convertirse en un trabajo asalariado, no debe ser considerada como un trabajo en la


medida en que la misma se efectúa dentro del marco doméstico.» (Kaufmann, 1996,
p. 15)

De este modo se pone en funcionamiento la ficción del placer realizado


mediante la ejecución de automatismos interiorizados, «el don de sí sin cálculo que
funda el hecho familiar en el ejercicio cotidiano» (Kaufmann, 1996, p. 15).
Basándose en los trabajos antropológicos relativos a la técnica cultural e
inspirado por el concepto de «cadenas operatorias inconscientes» desarrolladas por
el prehistoriador André Leroi-Gourhan (1965), Jean-Claude Kaufmann (1997) se
interrogó acerca de la construcción de las rutinas hogareñas estudiando la
interacción no con los otros que componen el propio hogar, sino con las cosas.
Para el autor, las conclusiones de este trabajo apuntan más a una teoría de la acción
que a una Sociología de la familia, pero también podrán utilizarse para explicar la
colusión fundamental entre la mujer y la actividad hogareña, a pesar de todas las
transformaciones sociales, económicas y culturales que tuvieron lugar desde los
años 1970. La incapacidad de los actores (actrices) para explicar por qué toman a
su cargo las tareas hogareñas revela evidencias «incorporadas» en el sentido en que
el cuerpo es el centro principal de las mismas. Los hábitos hogareños se hallan
inscriptos en los esquemas mentales. La sociología de Jean-Claude Kaufmann, a
contrapelo de todas las posiciones ideológicas, arroja luz por lo tanto sobre las
prácticas domésticas en el seno de la familia de una nueva manera volviendo
inteligibles situaciones sociales e individuales raramente o no lo suficientemente
estudiadas, lo que permite, a largo plazo, reorientar la teoría en función de estas
observaciones. Él hace notar que «en el interior de la movilización familiar, el
centro de resistencia a delegar se sitúa en la idea que se hace la mujer de su rol
hogareño» (p. 84) y aunque las mujeres tengan una actividad profesional, «sólo se
hallan en el comienzo del camino que debería conducirlas a la igualdad. Siguen
permaneciendo estrechamente apegadas a la familia y a la casa, piezas
fundamentales de su cimiento identitario» (p. 85). Es decir que la dominación
masculina también se halla incorporada: la principal resistencia que encuentran los
hombres para instalarse en el universo hogareño es la de las mujeres.
A propósito del planchado, Jean-Claude Kaufmann (1996) releva que
existen dos grupos de mujeres, aquellas para las que significa un «fastidio», un acto
penoso, y aquellas para las que esta actividad es una fuente de placer. Las primeras
son, a menudo, las más jóvenes, las que están comenzando en la pareja; ellas
consideran el planchado como una manía anticuada, mientras que las segundas
están más avanzadas en edad y en la pareja e incorporarán con el correr del tiempo
hábitos familiares. Las mujeres planchadoras realizan esta tarea mirando televisión;
a menudo se trata de un momento solitario, en el que sin soportar la música de los
otros (la de los hijos adolescentes), pueden escuchar la que ellas eligen. Planchar
procura los placeres sensuales del tacto y del olfato. No sólo la ropa planchada es
fuente de «placer carnal», sino que también el acomodarla en pilas procura un
sentimiento de autosatisfacción. Actividad para sí misma con el pretexto de hacerlo

279
Sociología de la Familia

para los otros: planchar crea un vínculo familiar y las mujeres planchan para sus
maridos, para sus hijos. Por este motivo la externalización del planchado es una
práctica reducida ya que las mujeres tienen el sentimiento de alcanzar la realización
mediante este acto: «Si yo entregara la ropa de mi familia para planchar, sentiría
que una parte íntima de la familia queda en manos de otra persona» (p. 47) dice
una entrevistada.
Las funciones que exigían un importante trabajo doméstico son cada vez
más externalizadas (comedores escolares, restaurantes de empresas, lugares de
comidas rápidas). Vastos sectores mercantiles de la actividad privada se desarrollan
en consecuencia: gamas de productos que dicen economizar el tiempo doméstico,
como las papas y las verduras ya peladas, las sopas en sachet, productos
congelados, etc. Ya nadie cose ni teje. Por eso son más valorados los pequeños
platos cocinados a fuego lento o la colcha tejida por la futura abuela.

Comprobando que las mujeres entraban masivamente en el mercado laboral, una


especie de vulgata circulaba en los años 1970 que establecía que el reparto de roles
se volvía más igualitario. Una primera investigación realizada en 1990 vino a
demostrar que no era así en absoluto (cuadro 10).
Diez años más tarde las cosas no han cambiado. Un estudio realizado
acerca de los valores de los franceses (Tchernia, 2001) que da cuenta, no de sus
prácticas, sino de sus ideas se concentró, a través de ocho preguntas diferentes, en
la relación mujer, hijos, trabajo. Ciertamente, en su conjunto, los franceses tienen
tendencia a aprobar que una mujer ejerza una actividad profesional; esto se halla
ampliamente admitido en la medida en que le confiere a ella su independencia
material; por otra parte, se considera que los padres son tan capaces como las
madres de ocuparse de los hijos. Entre los jóvenes, cuya mirada interesa porque
son portadores de los comportamientos del mañana, las opiniones a favor de la
actividad femenina son aún más claras y las mismas aumentan con el nivel del
título.
Lamentablemente las opiniones no se reflejan en los comportamientos. A
pesar de la muy elevada tasa de actividad profesional femenina, las desigualdades
domésticas siguen siendo muy fuertes (Dumontier, Pan Ké Son, 2000). Los
hombres dedican tres horas por día a tareas domésticas, las mujeres seis horas, y
esta proporción que podría pensarse más equilibrada entre los jóvenes, si estos
hicieran lo que dicen, varía muy poco según las generaciones. En cuanto a la
generización de las tareas domésticas, no ha cambiado, para los hombres el
bricolaje y el jardín, para las mujeres el cuidado de la ropa y de los baños, las
compras. Una investigación del INSEE realizada en 1999 muestra que los jóvenes
pasan menos tiempo en tareas domésticas que los de más edad, pero sólo se trata
en este caso de una fase del ciclo de vida: a esa edad, los jóvenes, solteros o en
pareja, entregan el cuidado de la ropa a su familia de origen; una vez instalados en
la vida de pareja y con el nacimiento de los hijos, el nivel de obligación de las tareas
aumentará. A partir de los 25 años, las jóvenes pasan más tiempo que los varones
en las tareas domésticas, resultados que ilustran estadísticamente la demostración
de Jean-Claude Kaufmann en la Trame conjugale (La trama conyugal) (1992).

280
activos. Polo masculino, polo femenino, tareas negociables*

Campo: activos dobles a tiempo completo. Un trabajo de tiempo completo es un trabajo de por lo menos 39 horas por semana, incluídas las horas que
se le dedican en la casa.
*El orden entre las tareas no se modificaría si se extendiera el campo al conjunto de parejas en las que el hombre está activo en tiempo completo, y
pudiendo la mujer también estar inactiva. Las polaridades se verían entonces más acentuadas.
Fuente: Zarca, 1990, p. 30.
Cuadro 10. Reparto de las tareas en el seno de los hogares en los que ambos miembros son
Trabajar

281
Sociología de la Familia

En definitiva, si bien los jóvenes de ambos sexos rechazan la idea de la


mujer en el hogar, las jóvenes consideran que la actividad económica es para ellas
un modo de acceder a la independencia, mientras que para los varones jóvenes, su
salario dependería mucho más de una participación en los ingresos hogareños. Las
actitudes subyacentes muestran que los varones jóvenes tienen actitudes más
conservadoras sobre la cuestión del reparto de los roles en el hogar. Y Jean-
François Tchernia concluye: «aunque varios adhieren al modelo de la mujer
independiente, y se sienten solidarios con las mujeres jóvenes, algunos de ellos
parecen reticentes a abandonar las ventajas actuales dentro del reparto de las tareas
domésticas» (2001, p. 127).

La confrontación del tiempo parental y del tiempo profesional

Partiendo del hecho comprobado de que las encuestas relativas al tiempo dedicado
a los hijos quedaban diluidas dentro de las encuestas referidas al tiempo doméstico
o al tiempo libre, un grupo de investigadores intentó delimitar la especificidad de
las tareas que hacen a la crianza y a la educación de los hijos. En efecto, lavar o
planchar la ropa siempre se puede dejar para mañana, pero no se puede hacer lo
mismo con la comida de los hijos que parten para la escuela. Esta encuesta es
innovadora en tanto lleva a denunciar el escándalo que significa el tratamiento
idéntico desde un punto de vista estadístico de la ropa y de los platos sucios con el
baño de los niños pequeños, la supervisión de los deberes o el escuchar a los
adolescentes.
¿Cómo se ordena el tiempo si se lo circunscribe a tres polos, el trabajo
remunerado, el trabajo no remunerado y el no trabajo? Puede verse aquí,
desvinculadas de su impronta marxista, la influencia de las categorías puestas al día
por las feministas en los años 1970 que hacían de lo doméstico un trabajo igual al
trabajo profesional pero no remunerado.
Ciertamente se sabía que la extensión de los tiempos masculinos y
femeninos dedicada a lo doméstico no presentaba modificación alguna a partir de
las primeras investigaciones realizadas a fines de los años 1980, 3 horas 30 para las
mujeres y 1 hora 15 para los hombres. Se había señalado que la llegada de un hijo
acentuaba fuertemente el reparto sexuado de los roles. Un hombre en pareja sin
hijos dedica 2 horas 09 a las actividades domésticas; cuando está en pareja con dos
hijos, no dedica más que 1 hora 30, y su compañera 6 horas 40 (Dumontier, Pan
Ké Son, 2000). Pero cuando nos interesamos, ya no por los tiempos de los
individuos, sino por los tiempos de las familias, las desigualdades son más
evidentes aún. La encuesta distingue cinco tiempos en la vida de las parejas,
incluído el tiempo parental que es muy precisamente desglosado (Barrère-
Maurisson, 2001, p. 24-25).
El tiempo parental representa globalmente un trabajo de medio tiempo para
un individuo; es de 19 horas 37 mn, es decir un medio tiempo en relación con la
norma profesional. En el interior de las parejas, las diferencias son muy
importantes entre los padres y las madres, quienes están dos veces más presentes
junto a sus hijos que los padres. Por otra parte, los padres se implican más en las
actividades de sociabilidad que en cualquier otra tarea parental. La sobrecarga de
tiempo es parental para las madres y profesional para los padres. El conjunto que

282
Trabajar

forman el tiempo profesional y el tiempo parental representa una carga más pesada
para las madres que para los padres. Para aquellos que están activos y tienen un
hijo a cargo, la suma de los dos tiempos, el profesional y el parental es equivalente,
en forma semanal, a 62 horas para las madres y 54 horas 30 para los padres; en el
caso de una familia monoparental, se cuentan 59 horas para el jefe/la jefa de
familia.

Los cinco tiempos de la vida de las parejas

El tiempo psicológico El tiempo doméstico


dormir preparar las comidas, poner y
asearse levantar la mesa, lavar los platos
comer hacer las compras
lavar, planchar y guardar la ropa
limpiar y acomodar la casa
hacer jardinería
hacer bricolaje, reparar, mantener la
casa

El tiempo de trabajo profesional El tiempo personal


tener o buscar un empleo no hacer nada en particular
realizar un perfeccionamiento o mirar televisión
estudiar entretenerse en casa (leer, escuchar
desplazarse entre el domicilio y el música, recibir amigos, etc.)
lugar de trabajo o estudios o ejercer actividades de servicio
perfeccionamiento voluntario o asociativas

El tiempo parental
el tiempo parental doméstico: comprende todas las actividades que
consisten en ocuparse de los hijos, tales como vestirlos, asearlos, darles de
comer;
el tiempo parental «taxi»: llevarlos a la escuela o acompañarlos a
actividades extraescolares,
el tiempo parental escolar: ayudarlos a hacer los deberes;
el tiempo de sociabilidad parental: jugar con ellos en la casa o afuera,
dedicar tiempo a los adolescentes (conversar, mirar juntos un programa de
televisión, etc.)

Fuente : Barrère-Maurisson, 2004, p. 23.

Cuando se incluye en este cálculo la totalidad de los tiempos profesional,


psicológico, personal, doméstico y parental, las mujeres aparecen como perdedoras
en todos los cuadros (Barrère-Maurisson, 2004). En el caso de los hombres activos
en tiempo completo, el tiempo profesional es muy importante, pero se ve
ampliamente compensado por un tiempo doméstico muy reducido, lo que le
otorga un tiempo psicológico y personal consecuente. Las mujeres que ejercen una

283
Sociología de la Familia

actividad de tiempo completo acumulan tiempos profesionales y parentales en


detrimento de su tiempo personal; por fin, aquellas que trabajan a tiempo parcial, si
bien dedican por definición menos tiempo a su empleo, deben asumir solas tiempo
parental y doméstico. Siguiendo una lógica de clasificación de los tiempos que
compara, para los hombres y para las mujeres, por jornada de 24 horas, los tiempos
consagrados al trabajo remunerado, al trabajo no remunerado y al no trabajo
(tiempo psicológico del descanso, ocio), las mujeres aparecen como trabajando
siempre más que los hombres: las primeras, 11 horas por día, ( de las cuales 4 horas
20 corresponden al tiempo profesional, 4 horas 30 al tiempo doméstico y 2 horas
10 al tiempo parental): les quedan 13 horas para lo extra-laboral. Los hombres, por
su parte, efectúan menos de 10 horas (de las cuales 6 horas 30 son para el trabajo
profesional, 2 horas 10 para el tiempo doméstico y 1 hora para el tiempo parental)
y les quedan 14 horas para lo extra-laboral. «Los nuevos padres han desaparecido»,
titulaba el diario Le Monde del 27 de mayo de 2000. ¿Existieron alguna vez? La
investigación concluye con mucha justeza que para pensar en la paridad
profesional entre hombres y mujeres hay que pensar al mismo tiempo en la paridad
parental y doméstica (Barrère-Maurisson, 2003).
A principios del siglo XXI, se multiplican de este modo las investigaciones
en sociología del trabajo que atraviesan la cuestión familiar, la cuestión de los hijos
y el trabajo de las mujeres y toman en cuenta el alcance de los avances y de las
trabas que hacen al lugar de las mujeres en el trabajo98, lo que vuelve cada vez a
demostrar el «cúmulo femenino de las desventajas adquiridas», de acuerdo con la
expresión de Michel Verret (1997).
Lugares de trabajo y vida de familia han estado asociados durante mucho
tiempo en un mismo espacio que la industrialización ha disociado. Actualmente, la
separación física no implica necesariamente una disociación de las esferas
profesional y privada. Una extensa encuesta (Familias y empleadores 2004-2005,
realizada por el INED) señala que el desarrollo del equipamiento informático, la
difusión de la computadora portátil y de Internet, hacen a veces entrar al trabajo en
el domicilio. Las fronteras entre vida profesional y familiar se vuelven más difusas,
y la presencia mental del trabajo en la casa no siempre es bien vivida, tanto moral
como físicamente (Pailhé y Solaz, 2009, p. 467-468).

Hombres y mujeres en el trabajo99


El incremento del trabajo femenino

En lo que hace al empleo femenino, el inventario no ha cambiado en absoluto en


veinte años. Tal vez ciertas diferencias en los sectores laborales, en los salarios, en
los empleos de tiempo parcial o completo, en las tasas de desempleo, en la
organización del trabajo. Frente a la desindustrialización de los países occidentales,
!
98 Trabajos realizados por el grupo MAGE, Mercado de trabajo y género, que luego se abrió a una
dimensión internacional, bajo la dirección de Jacqueline Laufer, Catherine Marry y Margaret Maruani
(cf. Bibliografía).
99 Sobre este tema, ver el capítulo 3, p. 105-152, de Christine Guionnet, Erik Neveu (2004), y también

Margaret Maruani (2000), y los notables anexos estadísticos en Maruani, 2005.

284
Trabajar

los políticos se jactan del desarrollo de los «empleos a proximidad», que serán una
externalización mercantil de los trabajos de la esfera doméstica. (Se les adjudicará
así un estatus a las asistentes maternas). La tercerización de las economías se ha
visto acompañada por la expansión de empleos precarios y poco remunerados que
conciernen prioritariamente a las mujeres.
El «incremento» de la actividad femenina a la que hoy en día se hace
referencia corresponde de hecho a una mutación dentro del campo laboral. Los
Treinta Gloriosos, se sabe, crearon numerosos empleos en el sector terciario, y las
mujeres cuyo nivel de educación no ha cesado de crecer se precipitaron dentro de
este mercado en expansión. Se observa que la desaceleración económica no frena
el desarrollo del empleo femenino que alcanza a todas las mujeres, es decir incluso
a las mujeres jóvenes que son madres de hijos de corta edad. En 2005, la parte
correspondiente a las mujeres dentro de la población activa es de 46,2%.
Ciertamente son ellas las primeras afectadas por el desempleo, el trabajo de tiempo
parcial (5% de los hombres trabajan a tiempo parcial, 30% de las mujeres) o
incluso las actividades precarias, indicios de la persistencia de considerables
desigualdades en lo que respecta al mercado laboral. Sin embargo las generaciones
más jóvenes no se desalientan y el desarrollo de la precariedad se ve acompañado
de un crecimiento en la demanda de actividad (cuadro 11).
Como ha sido señalado, la estadística se ha visto obligada a modificar las
categorías socioprofesionales con ayuda de las cuales podía comprender la
sociología familiar, incorporando a la misma la actividad profesional de la mujer.
Las familias se encuentran así clasificadas según el vínculo colectivo que mantienen
con la actividad profesional. En lo que se refiere a las mujeres, en este caso aún, el
reconocimiento de las evidencias ha forzado a los encuestadores a introducir una
variable sexuada en sus análisis. Por ejemplo, una encuesta sobre el lugar de las
mujeres en la investigación privada requirió trabajos específicos de varios
organismos de investigación, que se vieron obligados a extraer sus cifras según el
sexo (Dirección de Evaluación y de Prospectiva del Ministerio de la Juventud, de
Educación Nacional y de Investigación, Consejo Nacional de Ingenieros y
Científicos de Francia)100.
Si las mujeres trabajan, ¿quién es el «jefe» del hogar? ¿Hay uno? Los
prejuicios normativos subsisten entre ciertos estadísticos: Annie Bouquet (2003, p.
289) relata en forma humorística la manera en la que estos, pretendiendo
deconstruir esta categoría «los hogares ya no tendrán ningún jefe» , han
establecido criterios que designan sin embargo automáticamente al hombre en esta
posición.

!
100Livre Blanc 2004, Les mujeres en la investigación privada en Francia, Ministerio Delegado de Investigaciones y
Nuevas Tecnologías, Misión para la paridad en la investigación y la enseñanza superior, marzo de 2004,
p. 5. www.recherche.gouv.fr/parite.
Nota de la Traductora: Un Libro Blanco es una recopilación de información para un público
específico, encargada en general por un ministerio, a fin de que pueda tomar una decisión sobre un
tema en particular

285
Sociología de la Familia

Cuadro 11. Tasas de actividad de las mujeres de 25 a 49 años según la cantidad de hijos
menores 16 años entre 1962 y 2002 (en porcentaje)

Sin Con Con Con Con cónyuge En


cónyuge cónyuge cónyuge cónyuge 3 hijos y más conjunto
sin hijo 1 hijo 2 hijos
1962 67,5 55,7 42,5 26,1 15,9 41,5
1968 71,8 57,3 46,8 30,3 17,8 44,4
1975 78,2 63,5 59,4 42,8 23,2 53,9
1982 83,0 71,9 70,1 59,4 31,6 65,2
1990 87,6 82,6 79,7 74,5 44,5 76,1
1999 86,4 83,2 84,0 77,3 55,4 81,6
1999* 87,9 86,9 84,4 74,4 51,6 80,4
2002* 87,1 87,6 86,3 76,5 52,8 81,3

Extraído de : Maruani, 2005, p. 446.


Fuente: Censos de la población de 1962 a 1999, y encuestas Empleo 1999 y 2002, INSEE.

El incremento del trabajo femenino es continuo, ya que en 2003, la tasa de


empleo de las mujeres de 25 a 49 años que son las más activas dentro del ámbito
de la maternidad, de la crianza de los hijos, de la supervisión y del entorno de los
adolescentes, es de 80,7%. A lo largo de un período de treinta años, el empleo
femenino ha aumentado constantemente en todas las edades (salvo 15-24 años
debido al alargamiento de los estudios) y esto a pesar de medidas incitativas para
que las mujeres vuelvan a la casa
(APE) (Subsidio parental de educación) (Strobel, 2004, p. 61) mientras que el
empleo masculino, por su parte, ha disminuído. Al mismo tiempo, el número de
mujeres que trabajan a tiempo parcial es muy superior al de los hombres, y la tasa
de desempleo femenino es superior al de los hombres, sobre todo cuando las
mujeres no están en pareja y están criando a un hijo. La tasa de actividad de las
mujeres varía por lo tanto de acuerdo con el nivel del título y es más elevada
cuanto más elevado es el título; un segundo factor está referido a la cantidad de
hijos, teniendo lugar la «desvinculación» en el momento del tercer hijo. Todo esto
es absolutamente relativo: en efecto, la tasa de actividad de las mujeres con
cónyuge y con tres hijos es aún de 52,8% en 2002 (cuadro 11).
Incluso si está en vías de convertirse en una norma regular de la sociedad,
porque hoy en día hay más parejas en las que ambos esposos tienen una actividad
profesional que parejas en las que sólo uno de ellos tiene empleo, no es menos
cierto que el salario femenino posee esta especificidad de ser, en último término,
opcional. Nunca habrá de pensarse que un hombre tiene la elección de dejar de
trabajar.
El empleo femenino en Europa ha seguido las mismas evoluciones con las
especificidades propias de cada país. Puestas en marcha más tardías, diferencias en
la tasa de empleo a tiempo parcial o a tiempo completo. Así en 1987, las tasas de
actividad de las mujeres españolas eran sólo de 43% contra 72% para las de
Francia; en 2002, son respectivamente de 67 y de 80%. La tasa de empleo a tiempo
parcial es muy baja en Grecia, mucho más elevada en Alemania y en el Reino
Unido (cuadros 12, 13 y 14).

286
Trabajar

Cuadro 12. Actividad, empleo y desempleo según el estatus matrimonial y


la cantidad de hijos en 2003 (en porcentaje)

De la cual
Tasa de
A tiempo A tiempo
actividad Sin empleo
parcial completo
M H M H M H M H
En pareja 75,1 92,2 46,5 84 21,8 3,1 6,9 5,2
sin hijos 74,0 86,1 51,2 76,9 16,2 3,7 6,6 5,5

1 hijo 80,2 97,1 57,0 90,1 13,5 1,8 9,8 5,3


menor de
3 años
2 hijos 58,3 96,7 27,6 88,0 24,1 3,1 6,5 5,6
de los
cuales al
menos 1 es
menor de
3 años
3 hijos o 36,3 95,6 12,7 83,5 17,9 3,7 5,8 8,5
+, de los
cuales al
menos 1 es
menor de
3 años
1 hijos 79,9 92,4 52,2 83,9 21,2 3,6 6,5 4,9
de 3 años
o+
2 hijos 83,5 96,1 48,4 90,0 28,8 2,4 6,3 3,8
de 3 años
o+
3 hijos o 68,1 94,8 31,0 86,0 28,9 2,4 8,2 6,5
+ de 3
años o +
Sin pareja 52,9 59,1 34,0 44,9 10,5 4,5 8,4 9,8
sin hijo 45,5 58,2 29,7 43,9 8,7 4,5 7,1 9,8
1 hijo o 81,7 88,8 50,7 76,0 17,3 4,8 13,7 8,0
+
En 67,1 79,2 42,0 68,6 17,7 3,6 7,4 7,0
conjunto

Lectura: en 2003, 74,0% de las mujeres que viven en pareja sin hijo son activas: 51,2% trabajan a
tiempo completo, 16,2% a tiempo parcial y 6,6% están desempleadas.
Campo: Francia metropolitana, personas de 15 a 59 años de edad.
Fuente: INSEE, encuesta «Empleo» 2003, e INSEE, «Miradas sobre la paridad », 2004.

287
Sociología de la Familia

Cuadro 13. Tasa de actividad de las mujeres de 25 años a 49 años Unión Europea, 1983-
2002 (en porcentaje)

1983 1987 1991 1994 1996 2000 2002


Europa de 61 66 69
los12
Europa de 71 74 75
los 15
Alemania 58 62 68 75 75 75 79
Austria 76 79 81
Bélgica 59 64 68 72 73 78 75
Dinamarca 86 88 89 84 84 85 85
España 43 51 58 60 66 67
Finlandia 83 85 86
Francia 68 72 75 78 79 80 80
Grecia 45 51 52 57 60 65 67
Irlanda 38 43 49 56 60 68 70
Italia 48 53 57 56 58 61 64
Luxemburgo 45 51 55 59 59 68 69
Países Bajos 45 56 62 68 70 76 78
Portugal 66 74 76 78 80 80
Reino Unido 63 69 74 75 75 77 77
Suecia 87 85 86

Extraído de: Maruani, 2005, p. 462.


Fuente: encuestas sobre las fuerzas de trabajo, tratamiento Eurostat.

Cuadro 14. Empleo a tiempo parcial, Europa de los 15, 2002

En % de empleo En % de empleo En % de empleo


total femenino masculino
Europa de los 15 18 34 7
Bélgica 19 38 6
Dinamarca 21 31 11
Alemania 21 40 6
Grecia 5 8 2
España 8 17 3
Francia 16 30 5
Irlanda 17 31 7
Italia 9 17 4
Luxemburgo 12 26 2
Países Bajos 44 73 2
Austria 19 36 5
Portugal 11 16 7
Finlandia 12 17 8
Suecia 21 33 11
Reino Unido 25 44 9

Extraído de: Maruani, 2005, p. 463.


Fuente: encuestas sobre las fuerzas de trabajo, 2002, Eurostat.

288
Trabajar

El trabajo de las familias inmigradas

Las dificultades que encuentran las mujeres en el mercado laboral pueden verse
con lupa aumentada en el empleo inmigrado. El trabajo inmigrado aparece
generalmente en las estadísticas como los empleos más dominados, con los más
bajos salarios y en los oficios más repulsivos. Si bien no existen «oficios étnicos»
(Wenden, 2003), varios factores se conjugan sin embargo para cerrar el empleo a
los inmigrantes: segmentación del mercado laboral, no-equivalencia de los títulos,
discriminación racial. Además del rechazo de la mano de obra nacional para ocupar
oficios juzgados demasiado penosos o poco valorizados, como los de la
construcción, la restauración, la confección, los empleos en las casas ofrecen
nichos en los cuales se precipitan los inmigrantes más recientes. Sin embargo, los
jóvenes de origen inmigrado adoptan en este caso comportamientos franceses de
rechazo para estos oficios, lo que explica que, a pesar de un desempleo que alcanza
al 10% de la población activa, varios cientos de miles de empleos no encuentran
postulantes.
Por el lado de las mujeres, en ciertos países, el empleo femenino explica la
presencia en el mercado laboral a partir de los años 1960 de portuguesas y
españolas. En cambio, en las familias originarias del Maghreb, y de confesión
musulmana, las reticencias del esposo impiden acceder a las mujeres a un empleo.
Desde hace algunos años, se abren empleos en el sector de limpieza de las
empresas: las mujeres inmigradas encarnan la figura del trabajador pobre (Guénif-
Souilamas, 2005). Pueden encontrarse también a estas mujeres en el servicio
directo particular, en el cuidado de personas mayores. La niñera del siglo XIX
renace con los rasgos de la «nounou» la nana africana o asiática que se ocupa de los
hijos de las mujeres ejecutivas. Además la discriminación étnica en el momento de
la contratación penaliza particularmente a los jóvenes con título, y entre ellos, a las
mujeres jóvenes.

Cómo piensa la empresa el trabajo femenino

Entre 1968 y 1975, el 83% de las creaciones de empleos asalariados tuvieron lugar
dentro de los sectores terciarios de los cuales una amplia parte correspondía al
sector público y parapúblico. El 60% del crecimiento del empleo asalariado en el
sector terciario se apoya en la mano de obra femenina (Bouillaguet-Bernard,
Germes, 1981). Podría haberse esperado que las mujeres empleadas encontraran en
el empleo un escalón para alcanzar una paridad con los hombres. Ahora bien, en el
mundo de la empresa, las mujeres han sido excluidas de los aspectos de
producción dominantes y de las estructuras de autoridad legítima de las
organizaciones. Son relegadas muy frecuentemente a sectores sin perspectiva de
promoción, lo que legitima los bajos salarios o el desnivel de los mismos,
consolidando la idea de que su trabajo sólo aporta un salario complementario en el
hogar.
En un estudio pionero referido a un sector en el que hombres y mujeres
comienzan en el mismo nivel y con los mismos títulos, Françoise Battagliola (1984)
revelaba cómo «una política de gestión del personal, un conjunto de reglas
informales y las estrategias de los agentes se ponen en marcha y reproducen la

289
Sociología de la Familia

división sexual del trabajo en el marco de la producción. La división técnica del


trabajo que tiende a enmascarar, a través de su racionalidad la división sexual, la
recorta de hecho en forma prácticamente total» (p. 63). La autora realizó el
seguimiento de las carreras de empleados de ambos sexos en la Seguridad Social: si
bien este organismo público emplea a un hombre de cada diez mujeres, éstas
últimas son sin embargo relegadas a tareas de ejecución, mientras que, si se sigue su
recorrido a lo largo de diez años, los hombres han sido promovidos al rango de
ejecutivos. Evidentemente, en el plano formal, las modalidades de ascenso de los
hombres y de las mujeres son idénticos, combinando la antigüedad y el puntaje
atribuido según el criterio de los jefes de servicio, pero las reglas informales
inscriben en la institución la jerarquía de los sexos. La ideología vehiculizada en
todos los niveles de la institución refleja que los puestos monótonos (validación y
recuento de los legajos de los asegurados, etc, muchos de los cuales tienen todavía
un tratamiento manual en el momento de la investigación) no son trabajos de
hombre, mientras que las mujeres se contentan con ellos: es la imagen de un eterno
femenino con los dedos ocupados, desde la pequeña pastora que teje, pasando por
la obrera esclavizada en su máquina de coser en el siglo XIX hasta la secretaria con
dedos de hada, hoy en día atada a su trabajo con la computadora.
La ideología respecto de las mujeres, que serían pasivas, adaptables y que
sólo buscarían una ocupación remunerada que les deje bastante tiempo para
ocuparse de su familia, autoriza por lo tanto a confinarlas en puestos con los
salarios más bajos, y que son considerados como salarios complementarios.
Françoise Battagliola resume bien la perversidad del sistema que permite la
reproducción de la dominación masculina en la esfera de un trabajo asalariado a
pesar de hacer alarde de reglas oficiales democráticas e igualitarias: «la posición
familiar de las mujeres parece por lo tanto constituir, en gran parte, una coartada
para su posición profesional, así como la de los hombres justifica que sean
promovidos» (p. 67). El argumento de la carga familiar objetivado por medidas
sociales reservadas a las madres de familia no es más que una coartada para
impedir su promoción y mantenerlas en puestos repetitivos de ejecución. Y en
forma circular, los hombres promovidos podrán invertir mucho más en su trabajo,
quedando dispensados del hacerse cargo de las tareas familiares, mientras que las
mujeres entrarán en la lógica del salario complementario y continuarán trabajando
más por el placer del contacto social con sus colegas que por el interés que el
trabajo en sí les presenta.
La ósmosis entre trabajo profesional y trabajo doméstico, en cada una de
ambas esferas, es característico del universo profesional femenino. En efecto,
ciertos trabajos revelan que las mujeres atraviesan estos dos ámbitos sin aplicar en
ellos las mismas separaciones que los hombres. Una original investigación referida
a «los pequeños beneficios del trabajo asalariado» (Bozon, Lemel, 1990) se interesa
por las prácticas no profesionales durante el tiempo de trabajo y en esos espacios:
discusiones, actividades de la pausa del mediodía, sociabilidad del trabajo, etc.
Diferentes comportamientos distinguen a los hombres de las mujeres, modulados
ciertamente según la naturaleza de los empleos ocupados, pero lo suficientemente
comunes para que pueda hablarse de una cultura femenina del trabajo. «La
identidad de las mujeres dentro del universo profesional está lejos de reposar
únicamente en su actividad profesional» (p. 103). Los temas abordados en las
conversaciones por los hombres y por las mujeres son muy diferentes, y es claro

290
Trabajar

que las cuestiones de lo doméstico, se trate ya de la cocina o de todo lo que rodea a


los hijos, son mucho más frecuentemente mencionadas por las mujeres que por los
hombres. «La identidad de las mujeres en el trabajo no puede construirse sin
integrar la existencia de una responsabilidad específica, permanente y problemática.
Por el contrario son raros los hombres que otorgan en las conversaciones de
trabajo un lugar notable a los problemas familiares y domésticos: esta abstención,
particularmente rotunda entre los ejecutivos, ilustra perfectamente la poca presión
de las exigencias domésticas en la vida profesional de los hombres» (p. 107-108).
Por otra parte, los autores señalan que las mujeres, mucho más frecuentemente que
los hombres, festejan en su lugar de trabajo los eventos familiares, nacimientos,
casamientos, cumpleaños (p. 123). Es justamente la fuerza de ese ámbito de
trabajo, específicamente femenino, lo que explica el apego de las mujeres a su
situación de empleada. Cuando ellas evocan la «apertura» al exterior que obtienen
de esto (en oposición al «encierro doméstico»), incluso en aquellas situaciones
profesionales poco valoradas y poco pagadas, lo hacen en referencia a un ámbito
femenino en donde comentan juntas las dificultades familiares (que pueden estar
causadas por ese mismo empleo ¡paradójicamente!). Además las preocupaciones
domésticas son compartidas por todas las mujeres, sea cual fuere su nivel de
responsabilidad, y crean una especie de «lenguaje común».
Si lo doméstico invade así el trabajo, a la inversa, el mundo del trabajo
femenino invade también lo doméstico. Las mujeres hablan a sus hijos de su
trabajo, tanto de los aspectos técnicos como de las relaciones humanas que se
ponen en juego allí. Ellas utilizan las «obras sociales» en beneficio de los
entretenimientos familiares, presentando los hijos a los colegas, trayendo al hogar
buena información, también recetas. Pareciera ser que la sociabilidad del lavadero,
ese lugar estigmatizado como la cuna de los chismes para los observadores, fuera
substituida por la sociabilidad de la oficina. Las mujeres inaugurarían una nueva
manera de vivir el salariado.
Desde hace algunos años, ciertas empresas, que reciben el nombre de
«family friendly», manifiestan su deseo de facilitar la conciliación trabajo-familia.
Rejuveneciendo el paternalismo de los primeros capitanes de la industria, sus
motivaciones son de orden económico y apuntan a garantizar una estabilidad de la
mano de obra y a luchar contra el ausentismo: es lo que muestra el análisis de la
encuesta INED «Familias y empleadores 2004-2005». Algunas empresas han
firmado incluso en 2008 una Carta de parentalidad (no coercitiva) mediante la cual
se comprometen a crear un entorno favorable para los asalariados-padres y para las
mujeres embarazadas (Pailhé y Solaz, 2009, p. 478-479), modestos avances que
empiezan a ir en el mismo sentido de las políticas públicas.

Mujeres, madres y ejecutivas

Las disparidades observadas en el mundo del empleo del sector terciario ¿se
observan también cuando seguimos los pasos de las mujeres con títulos iguales a
los de los hombres? Su penetración en el mundo de los ejecutivos ha sido lenta
(Laufer, 1984). Ocuparon durante mucho tiempo diferentes puestos, fundados en
la utilización de cualidades supuestamente femeninas, reproduciendo la empresa la
división de roles, tal como sucede en el mundo del empleo en general.

291
Sociología de la Familia

Existen varios modelos de mujeres ejecutivas. En su gran mayoría eligen


empleos que pueden adaptarse a su rol de madre, lo que excluye las posiciones que
implican riesgos, con horarios demasiado pesados y con numerosos
desplazamientos. Otras se apoyarán en su diferencia y explotarán sus cualidades
femeninas: puede vérselas trabajando en los sectores de las grandes tiendas, de los
medios de comunicación, del marketing, en la industria de productos de belleza.
Estas mujeres son las que sueñan con una pareja ideal y atraviesan una crisis a la
edad de 35 años cuando se dan cuenta de que su tiempo de fecundidad tiene los
días contados.
Sin embargo, luego de estos primeros análisis, en todos los sectores, la
feminización en los puestos ejecutivos se ha intensificado, en tanto las mujeres
constituyen ya el 53% de los profesores y las profesiones científicas, el 35% de las
profesiones liberales, y el 33% de los ejecutivos administrativos y comerciales de
empresa, pero sólo el 13% de los ingenieros y ejecutivos técnicos de empresa. Esta
penetración hacia arriba ha incitado a los investigadores a estudiar los éxitos y los
fracasos de estas evoluciones, sin descuidar la observación de los efectos en el seno
de la empresa de la relativa feminización de los puestos ejecutivos. Siguen
existiendo flagrantes desigualdades en materia de salarios y de carreras, sin hablar
incluso del hecho de que son rarísimas las mujeres en el más alto nivel del
organigrama (Laufer, Fouquet, 2001, p. 249). A nivel europeo, Noruega y Suecia
son las que cuentan con más mujeres que ocupan puestos de dirección: más de
15% contra 7% en Francia y 2% en Italia101.
Las mujeres ejecutivas pertenecen muy a menudo a parejas bi-activas. De
igual modo que para las empleadas, el nacimiento de los hijos tiene efectos sobre
sus carreras, inversos a los de los hombres: «Para los hombres ingenieros, todos los
indicios de realización profesional (salarios, responsabilidades jerárquicas) se
incrementan con el tamaño de su descendencia al mismo tiempo que aumenta su
tiempo de trabajo. El hombre con familia a cargo incrementa su compromiso en lo
profesional ya que su rol de «buen padre», de «buen esposo» se confunde con la
intensidad de este compromiso, contrariamente a lo que sucede con las mujeres del
mismo nivel. Por el lado de las mujeres en cambio, la relación entre situación
profesional y cargas familiares es globalmente negativa» (Laufer, 2001, p. 244). El
«costo de la vida conyugal» engendra siempre los mismos efectos diferentes según
el sexo. Estar casada penaliza a las mujeres, favorece a los hombres. Esta situación
revelada a partir de 1987 por François de Singly fue ocultada debido al constante
incremento del trabajo femenino (2003, p. 204). Pero más mujeres en el trabajo no
significa en absoluto más salario y más promoción.
La movilidad en el seno de las grandes empresas, que implica una
considerable cantidad de desplazamientos dentro de Europa o en el espacio
internacional constituye un freno suplementario para la carrera de las mujeres que
no «pueden» ausentarse demasiado tiempo de sus hogares. Porque pesa todavía y
siempre sobre ellas la sospecha de ser «malas madres» que sacrifican el bienestar de
sus hijos por sus carreras.
En los sectores masculinos de empleo en los que las mujeres penetran
lentamente, como el oficio de ingeniero, es aún la primacía de la carrera del marido
la que fija la regla (Marry, 2004). Si se comparan las cifras con 40 años de intervalo,
!
101 Fuente : Ethical Investment Research Service, The Economist.

292
Trabajar

son más numerosas las mujeres que son madres y están activas (78%); además,
entre la pequeña elite femenina de las politécnicas, la tasa de fecundidad es superior
a la de las mujeres activas en general, lo que está vinculado con el origen social
(burguesía católica) y con una fuerte endogamia. Estas mujeres ingenieras dan
todas cuenta de que se han visto beneficiadas no sólo con el apoyo de sus padres
sino también con el de su marido, muy a menudo ingeniero y también ejecutivo. Y
sin embargo, en el caso de los ingenieros, puede observarse también que son los
«padres los que ganan» (Marry, Gadéa, 2000).
Ya sea que estén solas o en pareja, con igual título, las mujeres acceden
menos frecuentemente a funciones dirigentes. Para explicar este estado de hecho,
¿hay que contentarse con la única explicación de las limitaciones familiares?
Observemos que, en estas familias bien dotadas, el trabajo doméstico es delegado a
empleados de la casa, pero las mujeres rechazan en general el modelo masculino de
devoción total a la empresa, y valoran la maternidad así como las exigencias y las
felicidades que surgen de ella. La ayuda mutua en el seno de la pareja es
significativa, pero «estas evoluciones de los compromisos conyugales hacia una
mayor igualdad chocan con los tabúes sociales tales como el de una dedicación
doméstica demasiado pronunciada para los hombres o la superioridad profesional
(y sobre todo financiera) de la mujer en la pareja y en la empresa» (Marry, 2004, p.
252). Más allá de las cuestiones puntuales de la conciliación de las tareas, hay que
convocar un conjunto más amplio de representaciones formadas en el núcleo de la
empresa y de la sociedad en general sobre la virilidad, y «buscar explicaciones en
otra parte: en los modos de organización del trabajo, de gestión de las carreras, de
sociabilidad dentro y fuera de la empresa, etc.» (Laufer, 2003, p. 15).
Otro ejemplo de las disparidades está dado por un estudio dedicado a las
mujeres en la investigación privada en Francia102. Esas empresas emplean a 200.000
personas de las cuales sólo 23,7% son mujeres, y la estructura jerárquica les es
siempre desfavorable se trate ya de llegar a los órganos de dirección o en materia
de salario. Las investigadoras se ven aquí confrontadas, como las otras mujeres con
título, a lo que llaman el «techo de cristal», ese invisible obstáculo para acceder a
los puestos de responsabilidad profesional que nunca podrán atravesar. Porque
tanto aquí como en el sector del empleo, el discurso público es el de la igualdad.
En el nivel global de la investigación, sea ya pública o privada, la
participación de las mujeres es siempre inferior a la de los hombres, y mucho más
aún en el área privada que en la pública (20,5% en empresa, 31,3% en la
investigación pública); la discriminación se marca en la categoría del personal
denominado de apoyo, ingenieros o técnicos que trabajan con un investigador pero
que no tienen la responsabilidad del proyecto. La disparidad es muy marcada en las
ramas de la investigación, con una tasa de mujeres investigadoras (todas las
categorías incluídas) de 54% en farmacia, contra sólo 10% en la construcción
eléctrica.
Lo que algunos denominan la «disminución» de la cantera potencial de las
mujeres con título respecto del empleo (por ejemplo, 45% de los bachilleres de las
series científicas son mujeres jóvenes, pero sólo 25% de entre ellas se lanzarán a
!
102Livre Blanc 2004, Les mujeres en la investigación privada en Francia, Ministerio Delegado de Investigaciones y
Nuevas Tecnologías, Misión para la paridad en la investigación y la enseñanza superior, marzo de 2004,
p. 9. www.recherche.gouv.fr/parite.

293
Sociología de la Familia

carreras de investigación) debe ser atribuída a esta ósmosis femenina entre vida
profesional, vida conyugal y vida familiar. Es siempre lícito en efecto para una
mujer con título hacer una pausa en su carrera con el fin de reorientarse. Y el
futuro no es alentador.
Debido a las condiciones del mercado laboral, el modelo masculino de
organización del trabajo se impone con una creciente competencia, que se
manifiesta en el alargamiento de los horarios cotidianos de trabajo, una
disponibilidad de tiempo totalmente entregada a la empresa incluídos los fines de
semana. En estas condiciones, la emergencia de las mujeres en los puestos de
responsabilidad, a pesar de su muy alta calificación profesional, no podrá llevarse a
cabo en forma significativa. El trabajo femenino sigue siendo siempre la variable de
ajuste dentro de la pareja. Son estas «normas» las que son internalizadas y las que
hacen que por el momento la paridad en el trabajo sea imposible.

Conciliar
vida familiar y vida profesional
El trabajo de la madre y el cuidado de los hijos

Los discursos relativos al trabajo asalariado de las madres han evolucionado


considerablemente a partir de los años 1970. Puesto que esta cuestión plantea la del
bienestar del hijo, los psicólogos no han dejado de dar su opinión, del mismo
modo que participan en el año 2005 en los encendidos debates referidos a una
posible doble residencia para los hijos de parejas separadas.
Hasta los años 1980, los psicólogos juzgaron negativamente el trabajo de
las madres, posición de la que los poderes públicos se hicieron eco, mientras que
por su parte la sociología se contentaba con denunciar la insuficiencia de las
instituciones colectivas. En efecto, en los primeros tiempos de la infancia (hasta el
segundo año), el entorno familiar y los modos institucionalizados se reparten la
guarda y los cuidados del niño. Se hablaba todavía de «elección» entre trabajar
profesionalmente y criar a los hijos. Las presiones eran entonces fuertes por parte
de una sociedad «maternante» en la cual «la valoración excesiva de la maternidad se
convertía en la herramienta más poderosa de la explotación de las mujeres,
mientras que el entorno ejercía una presión solapada para culpabilizarlas» (Coutrot,
1980, p. 10-12).
A partir de comienzos de los años 1990, estos debates parecen caducos y
ya no hay más alternativa. El 86% de las mujeres de 25 a 49 años con un hijo
trabajan, el 76,5 con dos hijos.
Tres principales acontecimientos marcaron la primera infancia desde
comienzos de los años 1960: los continuos progresos en materia de salud infantil
que erradicaron prácticamente de nuestro paisaje social y mental la enfermedad y la
muerte del niño pequeño; el desarrollo de la actividad profesional femenina, y por
último y sobre todo «la oportunidad que se dejó pasar» de los modos de cuidado de
los hijos fuera del ámbito familiar (Norvez, 1990). Hoy en día parece más difícil
encontrar a alguien que pueda cuidar a los hijos que antiguamente conservarles la
vida. Mientras que todo contribuye a mantener y reforzar la parte de la actividad

294
Trabajar

Si Moulinex liberó a la mujer con su robot


hogareño, un ingeniero aeronáutico,
McLaren, liberó a la madre al inventar el
cochecito plegable, que le permite circular
en los transportes junto con su hijo.

femenina, los lugares en donde el niño pequeño «pequeña persona completa en


camino hacia su autonomía » debe aprender a dominar y a utilizar su cuerpo,
entrar en el mundo social, aprender el lenguaje y los códigos, no se desarrollan con
el suficiente ritmo.
¡Curiosa sociedad la nuestra que ha conseguido las más extraordinarias
hazañas médicas, en materia de salud de la madre y del hijo, que permite traer al
mundo niños deseados, a veces con ayuda de proezas de la ingeniería genética y
que se niega a poner en funcionamiento los modos de cuidado necesarios! Y sin
embargo, a nivel europeo, el apoyo público del Estado francés para las jóvenes
madres trabajadoras aparece muy desarrollado en relación con otros países (cf.
capítulo 12).
En el año 2000, mientras que la tasa de actividad femenina se eleva a 80%
la más elevada de Europa , la escasez de vacantes es siempre igual de
contundente (son sólo recibidos alrededor del 10% de los niños menores de tres
años) que hace 20 años (Fagnani, 2004). Hasta ese momento el desarrollo de las
guarderías era alentado y los discursos públicos se jactaban de un medio de
socialización colectiva benéfico para la personalidad del niño. Luego, las políticas
públicas prefirieron concentrar sus esfuerzos en los modos de cuidado individuales
subvencionados (asistentes maternas y empleadas a domicilio), con el pretexto del
principio de la «libre elección del modo de cuidado». Estas nuevas disposiciones
buscaban tanto disminuir los costos de las estructuras colectivas como alentar a las
familias a desarrollar empleos. Entre los hogares con por lo menos un hijo menor
de seis años, 41% en 1999 recurrieron a una ayuda paga para cuidarlo contra sólo
32% en 1996. La asistente materna se convirtió en el principal modo de cuidado de
los hijos no escolarizados cuyos dos padres trabajan.
En el caso de las parejas con gran compromiso profesional, el cuidado del
hijo a domicilio representa una fórmula más costosa, pero conveniente para las
largas franjas horarias de los padres. Pero su costo hace que se convierta en una
categoría limitada a los que tienen muy elevados ingresos: sólo 51.000 padres la
utilizan en 2003.
Una investigación realizada por el CREDOC (Centre de Recherche pour
l'Étude et l'Observation des Conditions de Vie/ Centro de Investigación para el

295
Sociología de la Familia

Estudio y la Observación de las Condiciones de Vida) en 1997 referida a las


preferencias sobre los modos de cuidar a los hijos pequeños muestra que se
consideró que la niñera diplomada conformaba la situación más satisfactoria
(32%), en segundo lugar la guardería colectiva (27%) y luego los abuelos (24%). En
el plano social, los partidarios de las guarderías y del cuidado a domicilio se
encuentran proporcionalmente más presentes entre los ejecutivos superiores y
aquellos con títulos avanzados, mientras que los obreros, los empleados y las clases
de ingresos medios optan por la asistente materna (Damon, 2002). ¡Espectacular
vuelco cuando se conoce el estigma que pesaba, en los años 1960, sobre las
guarderías!
La oferta sigue siendo muy dispar según las ciudades y las regiones. De
este modo el hecho de recurrir a los abuelos que involucra a una de cada diez
personas aunque las opiniones demuestran que el deseo de esta forma de
cuidado de los hijos se halla en retroceso puede verse sobre todo en las pequeñas
aglomeraciones en donde la oferta de servicios es muy escasa. La encuesta del
CREDOC distingue tres tipos de modos de acogida, comparando el costo, las
ventajas/críticas; la satisfacción:
la niñera diplomada y los abuelos están a la cabeza;
las guarderías colectivas son apreciadas por sus bajos costos pero
consideradas muy rígidas (horarios) y a veces superpobladas; por otra parte
la cantidad de vacantes se considera muy insuficiente; del mismo modo, las
cuidadoras a domicilio no son lo suficientemente numerosas;
por último la niñera no diplomada aparece como el modo más
cuestionado (Damon, 2002, p. 40-41).

¿Quién cuida a los niños?

Los niños menores de tres años

Sobre 2,21 millones de niños menores de tres años:


250.000 están escolarizados;
960.000 son cuidados por uno de sus padres de los cuales 548.000 por
un padre beneficiado con un APE.
Para los otros, es decir 1.009.000 niños cuyos padres trabajan:
201.900 están en guarderías, es decir 9% de la totalidad de los niños
menores de tres años;
430.000 son cuidados por una asistente materna;
32.000 son cuidados en su domicilio por una empleada de la casa.
Quedan 360.000 niños menores de tres años fuera del sistema de acogida
organizado es decir 36%, cuidados por un miembro de la familia o una
niñera « en negro ».

Los niños de tres a seis años

Casi todos están inscriptos en una guardería, es decir 2.129.000 niños en


guarderías y 10.400 en jardines de infantes.
En complemento de la escuela,
249.000 son cuidados por una asistente materna;
300.000 frecuentan un centro de entretenimientos;

296
Trabajar

49.000 son cuidados a domicilio por una empleada de la casa, teniendo


los padres el beneficio del AGED;
1,1 millones son cuidados por sus padres;
450.000 son cuid
sus tiempos de trabajo.

Fuente: Kassai-Kocademir, 2002, p. 17-18.

En estas condiciones, no es sorprendente observar una correlación entre la


tasa de abandono de la actividad profesional de la mujer y su tipo de empleo.
Teniendo en cuenta las diversas dificultades encontradas según las categorías
sociales para poder cuidar a su o a sus hijos, ciertas mujeres eligen la solución más
radical, la de retirarse del mercado laboral. Las empleadas de comercio, las obreras,
el personal de servicio son las más numerosas a la hora de abandonar su actividad
luego del nacimiento del primero o segundo hijo. El trabajo de la mujer obrera es
poco gratificante en el plano profesional y poco remunerado. La interrupción
temporal de la actividad profesional puede resolver dificultades vinculadas con el
cuidado de los hijos, con la desincronización de los horarios de trabajo entre
marido y mujer, con los tiempos de trabajo irregulares o imprevisibles, con el
alargamiento de los tiempos de transporte. Aunque la combinación de las
dificultades y la compensación de los subsidios públicos explican la interrupción de
su trabajo profesional, las madres ponen generalmente por delante su
preocupación por el entorno que tendrán sus hijos (Meda, Wierink, Simon, 2003).
Ciertas medidas públicas contribuyen a hacer salir a las mujeres del
mercado laboral, se trate ya de licencia por maternidad, del APE (Allocation

(¡a la mujer evidentemente!) interrumpir su actividad hasta el tercer cumpleaños del


último hijo103. Estas medidas, utilizadas por 562.000 padres en 2003 (de los cuales
98% de mujeres), «contribuyen al mantenimiento de la división sexual del trabajo
en el
educación y los cuidados de los hijos son ante todo una »
(Fagnani, 2004, p. 37). Y no es la licencia parental la que habrá de traer algún
cambio.
La aplicación efectiva de la reducción del tiempo de trabajo (RTT) parece
a priori una solución favorable a una liberación del tiempo, generalmente dedicada a
la vida familiar, es decir a los hijos. Ahora bien todo depende del área de actividad
y del contexto de la negociación vinculada con la aplicación de la ley (Fagnani,
2000). Los asalariados y asalariadas que tienen el beneficio de horarios normales y
previsibles están satisfechos con esta medida a tal punto que podemos escuchar
hoy en día cómo se conjuga un nuevo verbo «yo reteteo». Estas semi-jornadas de
las mujeres están dedicadas a menudo al trabajo doméstico lo que acrecienta su

!
103Esta medida tiene sin embargo por efecto el retiro del mercado laboral de las mujeres que viven en
pareja con dos hijos de los cuales el benjamín tiene menos de tres años (y cuyo porcentaje bajó de
63% a 54%) y de las mujeres solas con dos hijos de los cuales uno tiene menos de tres años (51% a
39%). De 1990 a 2002, las tasas de actividad de las madres han progresado continuamente, con
excepción de estas dos categorías (Strobel, 2004, p. 61)

297
Sociología de la Familia

invisibilidad (Lallement, 2003). En cambio en las áreas en las que los horarios son
atípicos, irregulares o mal sincronizados con los ritmos familiares, la RTT se
traduce por una anualización del tiempo de trabajo que no permite una mejor
conciliación entre los ritmos del trabajo y de la vida familiar. Para ejemplificar este
último caso, Jeanine Fagnani (2000) cita las entrevistas con madres empleadas en el
área de distribución masiva de productos en donde el empleo a tiempo parcial, los
horarios flexibles, así como la práctica del trabajo el sábado o el domingo a veces
han alcanzado gran desarrollo. Las horas complementarias son atribuidas
frecuentemente de un día para otro de modo tal que las mujeres deben encontrar
con urgencia a alguien que pueda cuidar a sus hijos, si trabajan fuera de los
horarios regulares de una guardería. Se recurre a la abuela, a la vecina soluciones
siempre precarias.
En el conjunto sin embargo, las investigaciones muestran que el tiempo
liberado por la RTT permite a las madres y también a los padres pasar más tiempo
con su cónyuge y con sus hijos (cuadro 15) (Méda, Cette, Dromel, 2004).

Cuadro 15. Aumento en total, a partir de la RTT, del tiempo dedicado por los padres a
su(s) hijo(s) (en %)

Hombres
con cónyuge cónyuge cónyuge cónyuge cónyuge está
hijo(s) de no está a está a está a a tiempo
menos de trabaja tiempo tiempo tiempo completo con
12 años parcial completo completo RTT y
sin RTT con RTT modulaciones
Ejecutivos 56 72 48 ns 44 ns 75 88 5 63 38 ns
Profesiones 52 67 54 ns 64 ns 44 57 49 68 50 ns
intermedias
Empleados 44 62 38 ns 50 ns 56 68 36 64 50 50
Obreros 50 56 43 ns 54 ns 49 50 56 54 50 60
calificados
Obreros no 60 50 25 ns 67 ns 67 ns 78 29 75 50
calificados

Lectura del cuadro: 55% de los hombres ejecutivos con hijo(s) menor de 12 años, y cuya cónyuge está a
tiempo completo con RTT, consideran que la RTT los llevó a pasar más tiempo con su(s) hijo(s), de
manera general. Paralelamente, 63% de las mujeres ejecutivas con hijo(s) menor de 12 años, y cuyo
cónyuge está a tiempo completo con RTT, consideran que la RTT las llevó a pasar más tiempo con
su(s) hijo(s), de manera general.
ns = no significativo.

Extraido de : Méda, Cette, Dromel, 2004, p. 19.


Fuente: encuesta «RTT-modos de vida», DARES, 2001, Pregunta 6.27.

298
Sociología de la Familia

siendo el pilar central de la identidad masculina, por eso el desempleo alcanza más
duramente a los hombres que a las mujeres que construyen su identidad sobre
varios polos.
Mientras que las feministas vislumbraban en los años 1960 un futuro
prometedor y una marcha triunfante hacia la equidad entre los sexos, no es posible
ocultar una visión pesimista de la sociedad, la «valencia diferencial de los sexos»,
cara a Françoise Héritier, expresada en estos comienzos del siglo XXI a través de
formas diferentes de las que caracterizan a las sociedades no europeas.
Ciertamente, no existen como entre los Baruya «procedimientos imaginarios que
llevan a agrandar, a magnificar a los hombres en detrimento de las mujeres y a
legitimar frente a los hombres y frente a la sociedad entera su dominación»
(Godelier, 2003, p. 25). Pero los dados están cargados.
Resta saber si la «elección» que sólo las mujeres poseen de retirarse del
mercado laboral o de emplearse a tiempo parcial es la expresión de una
dominación o la manifestación de su deseo y de su placer de «ver crecer a sus
hijos».

Del lado de los padres

Las recientes voluntades públicas dadas a conocer para ayudar a articular la vida
familiar y la vida profesional se inscriben dentro del marco de apoyo a la
parentalidad, es decir al ejercicio del rol de padre. Luego de que las medidas de
conciliación de lo parental y lo profesional apuntaran sólo a las mujeres, el discurso
público cambió. El mismo evoca el deseo masculino de comprometerse en los
cuidados y la educación de sus hijos de la misma forma que las mujeres. Existirían
trabas que las políticas públicas podrían esforzarse en superar: «los poderes
públicos puede leerse en un determinado documento oficial deben así promover
una cierta evolución de los roles, la cual llevará a los padres a asumir de manera
más importante las responsabilidades y las obligaciones vinculadas con la
articulación entre vida familiar y trabajo104». Las recomendaciones abundan para
con los empleadores a fin de que tomen en cuenta los intereses de las familias.
No existe en Francia encuesta alguna sobre las parejas en las que el marido
se hubiera retirado de la vida profesional. En los Estados Unidos105, si se tiene en
cuenta la flexibilidad del mercado laboral, las parejas bi-activas pueden ver cómo
uno de los dos pierde brutalmente su empleo. En los comienzos del siglo XXI, los
oficinistas, poco habituados hasta ese momento al desempleo masivo, se vieron
enfrentados a esta situación. Más a la fuerza que con agrado, podemos verlos
dejándole a la mujer el rol de Mme Gagnepain (la Señora Traeplata), mientras que
M. Alamaison (el Señor Encasa) juega a ser el grillo del hogar106. Ciertas mujeres
ganan más que sus maridos: es el caso en el 30,7% de las parejas casadas, a estas
mujeres se las llama las Alpha Earners (en cierta forma «super-ganadoras»). De
modo que en estas situaciones los maridos eligen retirarse del mercado laboral y

!
104 Dictamen del Alto Consejo de la población y la familia, julio de 2003.
105 Newsweek, 12 de mayo de 2003.
106

permanece junto al fuego.

300
CAPÍTULO 11

La familia y el Estado: control social


y producción de normas

337
En numerosas ocasiones, durante los años 1840, Catharina Rieth arrastró a su
marido Johann Georg ante el Schultheiss (el administrador del pueblo) de
Neckarhausen (Wurtemberg) para quejarse de su holgazanería y de su ebriedad y
obtener justicia. Basado en el testimonio de fe de los vecinos, el Schultheiss puso al
hombre en prisión y en cada ocasión le dirigía severas amonestaciones
conminándolo a trabajar (Sabean, 1990, p. 173). En los pueblos de Francia hasta
las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, era habitual que la «juventud del
pueblo» (es decir los varones solteros de cualquier edad) viniera a hacer un
alboroto nocturno ante la ventana de un viudo que había contraído matrimonio en
segundas nupcias con una mujer mucho más joven que él. Era a través de estos
tribunales de pueblo y de la música burlona de las cencerradas como se ejercía el
control público de la comunidad aldeana. Después de todo, un marido borracho
que dilapidaba el dinero corría el riesgo de llevar a la quiebra a la pareja cuyo
mantenimiento habría recaído en la comunidad, y si demasiados viejos se habían
casado con mujeres jóvenes, era todo el mercado matrimonial el que corría peligro.
En el transcurso de un largo proceso sociohistórico, las comunidades aldeanas
construyeron normas que ellas mismas se encargaban de aplicar. El control de la
vida privada tenía una finalidad colectiva, ya que se trataba de preservar el
equilibrio socioeconómico o demográfico de la comunidad. Pero este control local
se ejercía bajo la autoridad de Dios o del Rey. Orden público y orden privado eran
vividos como una «concepción fusional» (Commaille, 1987, p. 270).
La historia de la modernización de la familia sería la de la desimbricación
de estos dos órdenes. El ascenso de la vida privada tendría como corolario la
liberación de la comunidad local. Pero al dejar de vivir bajo la mirada de sus
vecinos, la familia se interna en el control del Estado, lo que suprime los grados
intermedios del interconocimiento. ¿No es entonces totalmente plausible tener
miedo de un poder o de una justicia central que ignora los lineamientos familiares y
sociales? Los Revolucionarios tuvieron una comprensión tan acabada de esto que
habían instaurado los Tribunales de Familia los cuales encarnaban una justicia de
«proximidad», una justicia «doméstica», rompiendo con la costumbre de las cartas
selladas mediante las cuales el omnipotente poder paterno apelaba a la
Administración del Estado para enajenar, arbitrariamente, la libertad de los hijos
(Commaille, 1989). Los mencionados tribunales tuvieron por otra parte una
duración muy corta.
A través del Código Civil y luego de diversas legislaciones, el Estado
substituyó a la Iglesia y a la comunidad local en la regulación de la familia, y esto
tiene lugar de doble manera: legislando y por intermedio de políticas públicas. En
efecto, el Estado moderno no puede mostrar desinterés por la reproducción social

339
Sociología de la Familia

y por la perpetuación biológica, económica, cultural y social del pueblo que tiene a
su cargo. Como lo observa Rémi Lenoir, «el proceso de institucionalización estatal
de la familia se complejizó y se extendió a fines del siglo XIX: codificación de las
prácticas de puericultura, de las técnicas médico-pedagógicas, de las condiciones de
trabajo de las mujeres y de los niños; tratamiento específico de los menores
delincuentes, el hacerse cargo en forma colectiva de los viejos y de los enfermos»
(2003, p. 80). La época siguiente está marcada por el ascenso del «familiarismo de
Estado» que se desarticula desde hace una veintena de años.
Tanto las profundas mutaciones de las estructuras familiares como las
incertidumbres económicas relacionadas con la construcción de Europa y la
mundialización económica llevan al Estado a incesantes reajustes a partir de los
años 1970. Puestas en marcha por el Estado providencia luego de la Segunda
Guerra Mundial, con intenciones natalistas y destinadas a todas las familias, estas
políticas se orientan hoy en día hacia sistemas de específica redistribución social.
El Estado «produce» también a las familias mediante las definiciones
jurídicas que da de las mismas; de este modo regula la filiación, las modalidades de
transmisión a través del derecho a la herencia y las sucesiones. Legisla a propósito
de los hijos cuyos padres no quieren casarse, para permitir a las parejas que no
pueden casarse (homosexuales) o que no quieren hacerlo (heterosexuales)
establecer un contrato; legisla para proteger a los hijos contra los efectos del
divorcio, para garantizar una mayor equidad entre hombres y mujeres a propósito
de la transmisión del apellido, etc. Se interroga en 2005 acerca de la necesidad de
ingresar mucho antes en la vida privada de las parejas para castigar la violencia
conyugal, etc. En resumen, como lo había previsto Durkheim, la familia moderna
se encuentra bajo la mirada del Estado. Pero ya no se trata de un Estado con
mandatos desde lo alto, que interviene en nombre de los intereses colectivos de la
Nación. Bajo formas muy diversas, y en particular las del derecho, reconoce la
democracia de la pareja, e intenta instaurar en su seno igualdad y libertad. Así
Jacques Commaille, Michel Villac y Pierre Strobel subrayan que: «Antiguamente se
trataba de imponer a los individuos que adecuaran los modos de organización de
su universo privado a lo que se consideraba como de interés para la sociedad en su
conjunto. A lo que se apunta actualmente es a que sean los individuos mismos los
que lleven adelante una autodeterminación de su universo privado» (2002, p. 41).
Estas evoluciones vienen a cuestionar incluso el término mismo bajo el cual son
estudiadas. ¿Se puede hablar propiamente de «políticas familiares»? Como lo señala
Michel Chauvière, «no es la familia la que es objeto de la política, sino toda una
configuración de derechos, de instituciones y de actores que ciñen a los vínculos
privados y al niño dentro del espacio público, es decir lo familiar. El familiarismo
es la sobrevaloración de lo familiar contra el individualismo» (2003, p. 46).
El derecho está llevado a volverse más flexible y a dejar cada vez más lugar
a las elecciones individuales. En efecto, modelos de sociedad, leyes y formas de
justicia se encuentran en estrecha conexión. A través de las incertidumbres relativas
tanto a las políticas como al derecho, el Estado no deja de interrogarse acerca de su
rol: puesto que ya no es como en tiempos de la monarquía de derecho divino el
microcosmos de la sociedad, ¿cómo actuar sobre la familia, en virtud de qué
principios, con qué finalidades y con qué medios?
La historia de estas acciones públicas se caracteriza en Francia por la lenta
emergencia de un Estado moderno constituido contra el antiguo orden político

340
La familia y el Estado: control social y producción de normas

que había hecho de la familia el microcosmos del Estado, en donde el poder del
padre en el seno de su reinado se ejercía del mismo modo que el poder real sobre
los ciudadanos. Quedan rasgos de este «familiarismo de Estado» cuyas raíces
profundas pueden encontrarse en la doctrina judeocristiana palpables en el hecho
de que en Francia, contrariamente a los países nórdicos por ejemplo (cf. capítulo
12), los destinatarios de las políticas públicas son a menudo unidades familiares,
hogar o pareja, y no individuos (Strobel, 2004, p. 58).

Del control social al bienestar familiar


En el siglo XIX, la intervención del Estado era guiada esencialmente por la
preocupación de controlar a las familias marginales. Desde antes de la Segunda
Guerra Mundial, luego con la instauración del Estado providencia, el objetivo
cambia y la preocupación por el control es substituida por el argumento del
bienestar para todos. Pero sea cual fuere su legitimación, la intervención del Estado
se acompaña siempre de la constitución de un objeto que se trata de identificar
como «problema social»: será el caso de la familia pobre en el siglo XIX,
actualmente «la tercera edad», «el trabajo profesional de la mujer», o incluso «los
derechos del niño». Idénticos procesos se repiten por lo tanto, tomando como
blanco segmentos familiares específicos. En cada oportunidad, será cuestión de
reunir un cuerpo de datos estadísticos, de crear instituciones para gestionar estos
saberes, y de especialistas que se apropian de los mismos para defender la
especificidad de su campo (Lenoir, 2003).
Hoy en día el control social sobre la familia es más discreto, menos
coercitivo, pero probablemente más insidioso y más amplio, con el desarrollo del
psicoanálisis vulgarizado, que no conlleva un juicio: el sujeto tiene siempre algo que
decir. Estas técnicas son tan poderosas que parecieran no imponer ni normas
sociales ni reglas morales: no hay un responsable, no hay un culpable.

Las políticas ¿«natalistas» o «familiaristas»?

El examen de las políticas referidas a la fecundidad francesa constituye un buen


revelador de los cambios de actitudes del Estado.
Desde mediados del siglo XIX, y sobre todo después de la derrota de
1870, estadísticos (como Jacques Bertillon, el inventor de esta disciplina y fundador
en 1896 de la Alianza Nacional para el Crecimiento de la Población Francesa) y
economistas se inquietan por el descenso de la fecundidad francesa en relación con
otros países europeos (y con Alemania en particular).
Sean cuales fueren las causas que puedan atribuírsele desaparición del
derecho de primogenitura, debilitamiento del poder paterno , este descenso trae
como consecuencia la formación de una corriente llamada «natalista» que se
esforzará por elevar nuevamente la fecundidad francesa a través de medidas de
ayudas a las familias. Traer al mundo numerosos hijos constituye una causa
nacional, sobre todo luego de la sangría de la Primera Guerra Mundial, y el
natalismo conoce un gran desarrollo a partir de 1939, con la creación de un Alto

341
Sociología de la Familia

Consejo de Familia y Población y la institución de un Código de la Familia y de la


Natalidad Francesa, luego bajo el gobierno de Vichy. En el marco de la puesta en
marcha del Estado providencia, las prestaciones sociales que habían sido
instauradas por el Código de Familia (1939) fueron englobadas dentro del sistema
general. La intervención del Estado encontraba su legitimidad en la difusión del
bienestar para todos los ciudadanos y para todas las familias. En 1945 se crea la
Seguridad Social con un sector de «familia» que abarca los subsidios familiares que
se suponía debían cubrir todas las necesidades familiares; además, las cargas de
familia son contabilizadas en el cálculo del monto del impuesto a las ganancias por
intermedio del cociente familiar. Aunque no se registre directamente en el rubro
«familia», es evidente que la instauración del sistema de jubilación ha tenido
importantes consecuencias sobre el hecho familiar (Lévy, 1990), al igual que las
políticas de vivienda social dirigidas a las familias modestas y numerosas. Estas
políticas conocieron su apogeo en el transcurso de los años 1950-1970, en el
momento en que el empleo femenino se hallaba en su más bajo escalón y cuando
la sociedad adhería a una imagen de una familia con un solo proveedor que
trabajaba con la red de protección del Estado providencia.
No se trata aquí de entrar en el complejo y fuerte debate de la eficacia de
estas medidas; algunos estiman que las medidas tomadas en Francia explican que el
descenso de la fecundidad haya sido aquí menor que en otros países europeos,
pero ¿cómo explicar entonces que Gran Bretaña haya conocido niveles
sensiblemente idénticos en ausencia de este tipo de medidas?
Las políticas familiares dan prueba de una capacidad limitada para
modificar las actitudes respecto de la fecundidad. Las parejas están a menudo mal
informadas y piensan más bien que el descenso de la población y sobre todo que
un menor número de jóvenes accedan al mercado laboral podría facilitar la lucha
contra el desempleo, permitir una elevación del nivel de vida. El éxito de una
política de natalidad exige la adhesión de las parejas, comprobación evidente, pero
que se hace necesario recordar. No puede asimilarse una política demográfica a una
política de la agricultura y de los transportes. La experiencia de los países de
Europa del Este, antes de la caída del Muro de Berlín, es a este respecto
esclarecedora (Lévy, 1981). La eficacia de las medidas aplicadas por algunos de
ellos dentro de perspectivas natalistas que apuntaban a contrarrestar el descenso de
la fecundidad es a la vez certera, ambigua y limitada. Certera, porque puede
observarse un alza de la fecundidad en ese momento luego de medidas que fueron
tomadas a este efecto; ambigua, porque es difícil calcular el alcance real de este
efecto y de las diversas medidas como la de la limitación del aborto y el aliento a la
procreación; limitada, porque luego de una fase de incremento de los nacimientos,
la fecundidad vuelve a bajar, lo que permite pensar que algunas parejas adelantaron
un nacimiento para obtener el beneficio de las medidas favorables para la natalidad,
pero no se observa un aumento en su descendencia total. En la Rumania
comunista por ejemplo, la aplicación de las más brutales de estas medidas, como la
prohibición del aborto legal (único medio de contracepción), triplicó en un primer
momento los nacimientos. Este impulso temporal de la fecundidad fue seguido por
un importante aumento del abandono de niños en orfelinatos que se hallaban tan
abandonados como los niños a los que se suponía estaban obligados a cuidar, y
cuya miseria fue descubierta por los países occidentales luego de la caída del
comunismo.

342
La familia y el Estado: control social y producción de normas

De fatalistas y familiaristas, las políticas francesas fueron reorientadas a


partir de los años 1970, en razón de las transformaciones profundas relativas a las
estructuras familiares, con la aparición de un número significativo de familias que
tienen a una mujer a la cabeza, las familias monoparentales. A partir de ese
momento, dichas políticas se esfuerzan por seguir las transformaciones de la
familia y del mercado laboral, instaurando medidas como mínimo ambivalentes116.
La política de la familia se convierte en una política social.

Ayudar a las madres en dificultad

El sistema de seguros y de subsidios que alcanzaba en sus comienzos al conjunto


de las familias francesas fue reorientado, mediante pequeños retoques, hacia las
familias llamadas en dificultad. Tenemos aquí un buen ejemplo del debate entre
individualización o «familiarización» de las acciones públicas que atraviesan
también al Estado. A partir de los años 1980, las políticas destinadas a la familia se
encuentran cada vez más determinadas; se trata más bien de las políticas destinadas
al niño.
Políticas familiares del Estado providencia y desarrollo económico habían
ido generalmente a la par en los países europeos con el baby-boom, pero al mismo
tiempo que se quiebra la curva de nacimientos, que se detiene el ininterrumpido
crecimiento económico entre 1950 y 1975, el Estado se interroga sobre la
posibilidad de continuar. Además el sistema de subsidios familiares estaba
directamente asociado al trabajo; ahora bien un número creciente de familias
corren el riesgo de quedar excluidas de éste. ¿Qué políticas adoptar para las
mismas?
Las familias monoparentales, en particular, han venido a constituir una
categoría de «riesgo familiar» que convenía socializar: una política categorial que le
está específicamente destinada se pone en marcha, rompiendo con la lógica
anterior. Diversas medidas son adoptadas a partir de los años 1970 (subsidio para
criar huérfanos), luego en 1976, el API (allocation de parent isolé /subsidio de
padre solo) que fue objeto de intensos debates, unos para criticar la sustitución del
Estado al padre incumplidor, otros para subrayar la incapacidad de los
beneficiarios para volver a encontrar un empleo autónomo o para reconstituir una
pareja, debiendo el beneficiario estar «solo» (Martin, 1997, p. 61-68).

Contradicciones y ambivalencia de las medidas destinadas a las madres


empleadas

Que el Estado salga en defensa de los más desprotegidos no es una revolución en


sí misma. En cambio, habrá dos fenómenos que enfrentarán al Estado con sus
propias contradicciones: la emergencia y luego la instalación definitiva de las
mujeres en el empleo; el incremento de una reivindicación igualitaria en el
tratamiento entre hombres y mujeres. ¿Cómo conciliar la preocupación de no-
!
116 Para un detalle histórico de la evolución de estas medidas, e inventario, ver Montalembert (2004),
p. 65-70.

343
Sociología de la Familia

injerencia en el ámbito privado, y al mismo tiempo garantizar la generosa utopía de


la «libre elección» encarnada en la conciliación del trabajo y de la vida familiar? Las
respuestas del Estado son tanto más ambivalentes en la medida en que se inscriben
dentro de un contexto de fuerte desempleo. Las denominadas políticas familiares
constituyen a menudo los parches de las políticas de lucha contra el desempleo.
Tomando nota del compromiso cada vez más amplio de las madres en el
mercado laboral, el Estado crea en 1972 un subsidio para gastos de cuidado para
los hogares modestos y la cantidad de guarderías comienza a elevarse
significativamente. En 1968, el 60% de las francesas de entre veinte y cincuenta y
nueve años no trabajan; en 1990, sólo 30%. Contra lo que podría esperarse, se
observa, luego de una constante progresión hasta 1994, una regresión de la tasa de
actividad de las madres jóvenes; en 1994, 63,5% de las mujeres de 25 a 29 años y
con dos hijos trabajaban; en 1997, sólo 52%. Las dificultades para volver a
encontrar un empleo estable y/o para que sus hijos fueran recibidos en estructuras
de cuidado colectivo, así como diversas medidas relativas a una política de la
familia explican este fenómeno.
El APE a /subsidio parental de educación
prestación pagada a una persona que interrumpe su actividad en el momento del
nacimiento de un hijo es creada en 1985. Las alarmas de la época, en tanto la tasa
de fecundidad desciende sensiblemente, son de naturaleza natalistas, y el APE se
presenta como un salario materno apenas disfrazado, destinado a la concepción de
un tercer hijo, ya que estaba destinado a las madres que traían al mundo a un tercer
hijo. En 1994, bajo el gobierno de Balladur, se creó el AGED allocation de garde
à domicile pour un enfant de moins de trois ans/subsidio de cuidado a domicilio
para un hijo menor de tres años prestación que, con ayuda de deducciones
fiscales, aliviana los gastos de cuidado. Esta medida destinada a las madres
comprometidas con una carrera de extensa franja horaria permite aumentar la
cantidad de empleos declarados de las niñeras a domicilio; por otra parte, las
condiciones de atribución del APE se amplían a madres que tienen dos hijos
(1994) y uno solo (2004).
Estas dos medidas apuntan a públicos diferentes: la primera permite a las
mujeres con título continuar con su carrera, lo que contribuye a la igualación de las
carreras de hombres y mujeres mientras que la segunda es ciertamente una medida
de incitación a regresar al hogar, por lo tanto una política de alcance natalista
encubierta y una política de lucha contra el desempleo.
El AGED (subsidio de cuidado de hijo a domicilio) fue considerablemente
disminuído por el gobierno de la izquierda en 1998, con el pretexto de que
favorecía a los hogares acomodados (y penalizaba así a las mujeres jóvenes que
seguían carreras equivalentes a las de los hombres); puede verse aquí una regresión
en el plano de la equidad. En cuanto al APE, extendido a partir de 1994 al segundo
hijo, en principio accesible para los dos padres, las madres son en un 97%
beneficiaria, lo que se tradujo en una salida masiva de las mujeres del mercado
laboral. 562.000 madres se habían retirado del mercado laboral en 2003 (Fagnani,
2004, p. 37, Strobel, 2004, p. 58), perdiendo prácticamente toda posibilidad de
volver a encontrar luego un trabajo. El APE es por lo tanto una medida perversa
que tiende a contener el desempleo: hace salir a las mujeres del mercado laboral, en
contra de su voluntad por una parte, y, por otra parte, de las estadísticas del
desempleo. Por tratarse de un subsidio fijo y no de un salario de reemplazo, esta

344
La familia y el Estado: control social y producción de normas

medida «contribuye a reforzar las normas según las cuales la educación y los
cuidados de los hijos son a » (Fagnani, 2004, p.
37). Y la misma va a contrapelo de los alardes relativos a la paridad hombre-mujer.
En Francia, el mantenimiento de una alta tasa de empleo de madres
jóvenes y de una tasa de fecundidad entre las más elevadas de Europa muestra que
las políticas de apoyo de la fecundidad pasan como políticas de apoyo para el
empleo de las madres, a través de medidas relativas al cuidado de los hijos de corta
edad que siguen siendo notoriamente insuficientes en 2008. Así la promoción de la
igualdad hombres-mujeres y del empleo femenino constituye el principal desafío
que le espera al Estado providencia en el siglo XXI (Esping-Andersen, 2008).

Lo político y la familia
La familia es una dimensión constitutiva de lo político, como nos lo ha mostrado el
ejemplo austríaco, como lo ha mostrado también la mirada enfocada sobre las
sociedades exóticas que ignoran al Estado y en las que filiación y lugar dentro de la
esfera pública, acceso a los derechos y al poder se encuentran íntimamente
asociados. Pero es también una dimensión propia de la política de los políticos, a
las que Jacques Commaille y Claude Martin para mayor claridad denominan politics
(1998). Las medidas que alcanzan a la institución fueron en un primer momento
relacionadas con los gobiernos de derecha, debido a la antigüedad de las
preocupaciones natalistas, pero ya no es éste el caso hoy en día. Desde hace mucho
tiempo, el Estado francés piensa que no puede mostrar desinterés en la baja de la
fecundidad, portadora ésta de consecuencias sobre el envejecimiento de la
población.
Una larga tradición familiarista en Francia hace que, sea cual fuere el color
político, los gobiernos se interesen por el futuro demográfico del país. Sin
embargo, a partir de finales de los años 1980, la intervención en el ámbito de la
vida privada no se dará por sobreentendida en todas las sensibilidades políticas. La
palabra clave de las políticas será neutralidad y libre elección un cebo, ya se ha
dicho. El Estado ha tomado acabada nota de las transformaciones de la familia,
admite e integra en sus esquemas la pluralidad de los modelos conyugales, los
procesos de recomposición familiar, el trabajo profesional femenino, las relaciones
intergeneracionales. Y dentro de este paisaje complejo y cambiante, los discursos
de los políticos dicen buscar favorecer el bienestar y el equilibrio armonioso de los
individuos.

A la derecha como a la izquierda

En la medida en que política natalista y política familiar se confundían, la derecha


parecía detentar el monopolio. Durante el transcurso de su primer septenio,
François Mitterrand se desmarca de las antiguas corrientes familiaristas y natalistas
y proclama la neutralidad respecto de las elecciones demográficas de las parejas,
denunciando al mismo tiempo la asignación de la mujer únicamente a la
maternidad. Estas miradas políticas no se encuentran exentas de contradicciones

345
Sociología de la Familia

que se manifiestan en la existencia de una Secretaría de Estado de la Familia y de


un Ministerio de los Derechos de la Mujer, que tienen a la cabeza respectivamente
a Georgina Dufoix y a Yvette Roudy. El Estado, plantea aquí un «doble juego», ya
que, en 1983, la Secretaría de Estado encargada del Derecho de las Mujeres
privilegia la dimensión profesional y la igualdad en el trabajo tanto para los
hombres como para las mujeres, mientras que la Secretaría de Estado encargada de
la Familia intenta conciliar «trabajo de las mujeres» y maternidad, ¡lo que vuelve a
promover medidas discriminatorias para el trabajo femenino (Singly, 1992)!
Mientras que los subsidios familiares habían sido fuertemente revalorados
a principios del primer septenio, a partir de 1984, Georgina Dufoix promovida
como Ministra de Asuntos Sociales y de Solidaridad, lanza «un plan familia» que se
caracteriza manifiestamente por medidas de severas economías.
Es por lo tanto un poco apresurado escribir que es en el año 2000 cuando
«la izquierda redescubre a la familia»117, pero es cierto que por primera vez se
afirma la existencia de una «política familiar de izquierda» llevada adelante por el
gobierno de Jospin que le asigna objetivos sociales (Commaille, Martin, 1998, p.
149). Pero, más allá de las medidas de asistencia a través de la redistribución de
subsidios, la izquierda había estimado hasta ese momento que la acción sobre los
individuos no debía traspasar la puerta de la vivienda y que se podía intervenir
sobre la familia a través de la escuela: es la prolongación del pensamiento
filantrópico de fines del siglo XIX que cifraba todas sus esperanzas en la
institución escolar para corregir los desvíos o las insuficiencias parentales. Ahora
bien, se tiene por lo tanto conciencia de que, sin la ayuda de las familias, las
instituciones escolares y sociales se ven impotentes para frenar los denominados
problemas de seguridad, de violencia en los suburbios, etc. Durante el gobierno de
Jospin se creó un Ministerio de la Familia y de la Infancia, dirigido por Ségolène
Royal, una de cuyas tareas era la de intentar rehabilitar la imagen y la función de la
autoridad paterna. Es en ese momento cuando emerge el tema de la «parentalidad»:
¿padres dimisionarios o desfavorecidos? Para reforzar el vínculo padre-hijo,
simbólicamente, lo que no es poca cosa, se creó la libreta de paternidad que es
entregada a los padres jóvenes.
Por su parte, la derecha, partidaria antiguamente de las políticas natalistas,
comprendió el deseo de las mujeres de estar presentes en el mercado laboral.
Algunos conservadores que, sin duda, al igual que sus colegas demócrata-cristianos
suecos o alemanes, estiman que el lugar de la madre se halla junto al hijo pequeño,
promulgaron especialmente medidas como la del APE que, de hecho, hizo regresar
al hogar a cientos de millares de jóvenes madres. La mayoría de los diputados de la
derecha, sin embargo, ha incorporado el modelo de la madre que trabaja. Es
dentro del ámbito de los modos de cuidado del niño en donde habrán de
manifestarse las diferentes sensibilidades políticas, prefiriendo la izquierda los
modos de cuidado colectivos que socializan al niño y la derecha los modos de
cuidado a domicilio, que reproducen lo más fielmente posible la figura materna y
de rebote representan yacimientos de empleos para la persona. Como prolongación
de la preocupación sobre la desaparición de los padres, la derecha nuevamente en
el poder establece la licencia por paternidad en 2002 permitiendo a los padres el
cese de su actividad durante once días en el momento del nacimiento del hijo o de
!
117 Marie-Pierre Subtil, Le Monde, 8 de abril de 2000.

346
La familia y el Estado: control social y producción de normas

la llegada de un hijo adoptado. En el espíritu de los legisladores, se trata de fundar


el vínculo padre-hijo desde el nacimiento. En la práctica, hemos visto que la
utilización de esta licencia difiere ampliamente de las intenciones que acompañaron
su gestación (cf. capítulo 9).
Las políticas que atañen a la familia se ocupan de otros muchos aspectos,
el del hábitat, por ejemplo. La vivienda es a la vez lugar de vida, bien afectivo,
patrimonio y mercancía en el mercado: junto con el trabajo, es uno de los
principales componentes de la organización familiar. Si bien el Estado es uno solo,
sus administraciones persiguen a veces fines contradictorios. Así la proclamación
pública del descenso de la fecundidad, del envejecimiento de la población, de la
reducción del tamaño promedio de los hogares, del número creciente de personas
«solas» puede hacer pensar que en lo relativo a los números, la cantidad de
viviendas de las que dispone Francia es globalmente suficiente. Un análisis que va
más allá de los simples y crudos datos muestra que esto no es en absoluto así y que
pueden proponerse medidas específicas para una política familiar de vivienda.
¿No es acaso un error construir pequeñas viviendas cuando las probables
evoluciones de la familia van en el sentido de una creciente necesidad de espacio?
El alargamiento del período de residencia de los adultos jóvenes (o sus idas y
venidas entre su primer domicilio y el de sus padres), los abuelos que reciben a sus
nietos, el alojamiento temporal de un padre inválido, las recomposiciones
familiares exigen espacios más grandes para acomodar a familias de geometría
variable. Convendría revisar los criterios de acceso a la vivienda social,
proporcionar medidas que alienten la renovación de un parque inmobiliario de
alquiler privado, etc.
Una política familiar de la vivienda debería por lo tanto tomar en cuenta el
deseo de espacio, el deseo de valoración social a través de una buena localización
de la vivienda, el deseo de propiedad y de constitución de un patrimonio, el deseo
de proximidad entre los miembros de la familia. Otorgar una dimensión familiar a
la dimensión política de la vivienda es reconocer también que los actores privados
tienen la facultad de operar arbitrajes y de efectuar elecciones, sin imponerles un
recorrido residencial tipo. Si bien el Estado proclama la «neutralidad» respecto de
las estructuras familiares, no deja de ser menos necesaria una «acción» real y
voluntaria para el entorno de la familia.

Tensiones contemporáneas de las políticas públicas

Políticas familiares y transformaciones del derecho se hallan en estrecha


resonancia, articuladas alrededor de un triple movimiento característico de la
institución familiar contemporánea:

el reconocimiento de la fragilidad de las uniones;


la necesaria protección del hijo frente a la precariedad del vínculo filial;
el aumento de la demanda de equidad en el tratamiento de hombres y
mujeres tanto en el dominio de la vida privada como en el de la vida
profesional.
El derecho ha acompañado estas evoluciones, adaptándose a la
inestabilidad de las uniones estén o no institucionalizadas mediante el matrimonio,

347
Sociología de la Familia

buscando proteger tanto a las madres solas como a los hijos. De todas formas, las
políticas familiares han continuado, pasando de un objetivo natalista dirigido a
todas las familias a un objetivo social que apunta a las más desfavorecidas, esas
familias noparentales, consecuencia de rupturas de unión: lo que los especialistas
denominan «socialización de la política familiar».
Tanto las políticas llamadas familiares como las medidas jurídicas han dado
un giro notable a partir de fines de los años 1990, apuntando principalmente a:

las mujeres/madres en situación de precariedad económica;


los hijos a través de la apelación a la responsabilidad de los padres. El
tema de la «parentalidad» o capacidad de cumplir con sus obligaciones de
padres es consecutivo con las preocupaciones vinculadas con el tema de la
inseguridad. Algunos ven en esto una voluntad de «rearme moral» a través
de fórmulas de mediación para el «apoyo a la parentalidad» que permiten
revalorar la función parental con suavidad, sin atentar contra las libertades
individuales (Chauvière, 2003, p. 45-46);
y, desde hace algunos años, el «riesgo» ligado a la dependencia de las
personas de edad cuyo peso demográfico es creciente en la sociedad.

Estas acciones públicas son por lo tanto cada vez menos familiaristas en el
sentido antiguo del término. Ya no buscan rectificar, en nombre del interés
superior de la nación, los errores o las insuficiencias de las familias. Las mismas
revisten sobre todo formas de gestión de los conjuntos sociales más frágiles de la
sociedad. Pero en su preocupación por aligerar los presupuestos públicos, el
Estado siente a menudo la tentación de hacer recaer ya sea sobre instituciones
locales, ya sea sobre las solidaridades familiares el peso de los más frágiles, niños y
ancianos. Ahora bien, como lo demuestran las investigaciones (cf. capítulo 10), las
solidaridades familiares son mucho más fuertes en la medida en que se
complementan con las solidaridades públicas; debilitar las segundas constituiría una
grave amenaza para las primeras.

La familia ¿un mundo privado?

En nombre del respeto de la vida privada, el Estado se inclina tanto ante las
elecciones familiares de los individuos como ante las elecciones individuales en el
seno de las familias. Sin embargo las consecuencias de estas elecciones no son
idénticas según los distintos ámbitos sociales. Los mejor dotados social y
culturalmente pueden asumirlas, mantener nivel de vida y redes familiares, de
manera tal que la regla de no injerencia del Estado pueda ser respetada; a la inversa,
«el derecho social, cuando se aplica a situaciones en las que se combinan desunión
y precariedad, se vuelve más normativo y tutelar: así las beneficiarias del subsidio
de padre solo (API) son ayudadas substancialmente, pero en condiciones muy
estrictas (de duración, de recuperación de las pensiones alimentarias debidas, del
no volver a estar en pareja)» (Strobel, 2004, p. 63).
Las políticas que continúan siendo denominadas familiares deben a la vez
tener en cuenta las consecuencias relativas a la democratización de la vida privada
marcada por la autonomía de las personas y la tensión hacia una igualdad entre los

348
La familia y el Estado: control social y producción de normas

sexos, y al mismo tiempo, garantizar la igualdad social, esforzándose por corregir


los desequilibrios. Además, las mismas deben velar para que la autonomía de
algunos no conduzca al abandono de las responsabilidades respecto de los más
débiles. Las tensiones a las cuales se encuentran sometidas son por lo tanto
numerosas.
Los actos públicos ya no pueden ser impuestos verticalmente como lo
muestran Jacques Commaille, Pierre Strobel y Michel Villac (2002) sino que
resultan de un compromiso entre los diversos actores sociales, se trate ya de
políticas, de expertos (a menudo instrumentalizados), de los movimientos de la
opinión pública y de los medios de comunicación. Estos autores citan así la puesta
en marcha de «Redes de escucha, de apoyo y de acompañamiento de los padres»

promoción de acciones de mediación. «Este tipo de orientaciones ilustra la


búsqueda de una redefinición radical de las relaciones entre el Estado y los
ciudadanos en lo que hace a la gestión de su universo privado y de la relación de
éste con lo político» (p. 105).
Así uno de los dictámenes del Haut Conseil de la Population et de la
Famille (Alto Consejo de la Población y de la Familia), instituido en 1985118,
formulado en julio de 2003 se refiere a «la articulación de la vida familiar y de la
vida profesional y el apoyo a la parentalidad». Hace un relevamiento del aumento
de la incertidumbre relativa al ejercicio de la función parental y, frente a esta
comprobación, propone la realización de estudios más profundos para una mejor
comprensión de estas disfunciones y generar las posibles soluciones. Más
conminaciones, pero se reclaman inventarios de las situaciones que demandan la
intervención de expertos sociólogos o psicólogos (Martin, 2003).
Del mismo modo, el HCPF (Alto Consejo de la Población y de la Familia)
estima que «la política familiar debe fijarse como objetivo el de acompañar a los
padres para ayudarlos a asumir su rol y velar para que el imperativo de protección
del hijo no se imponga sistemáticamente al apoyo acordado al padre y a la madre,
que son vectores fundamentales tanto de su equilibrio psicológico y afectivo, como
de su inscripción familiar y social».
Con el fin de implementar estos objetivos, no se trata de establecer desde
arriba nuevas estructuras, sino de identificar «diversas formas de acción colectiva»
que han permitido «socializar» los problemas con los que los padres se han
enfrentado. Tampoco es cuestión de judicializar estas acciones, sino por el
contrario de apelar a los servicios públicos, asociaciones y redes que puedan
aportar un apoyo.
En el espacio de veinte años, tanto los discursos del Estado como sus
acciones se han dedicado a escuchar a la «Francia de abajo» para referirnos a una
célebre fórmula. Pragmático, el Estado deberá evaluar el éxito de tal o cual
iniciativa privada para generalizarla con el fin de ayudar a los padres a ejercer
responsabilidades respecto de sus hijos, de los cuales muy a menudo la precariedad
de su situación los priva. Los cambios son por lo tanto impresionantes.

!
118El HCPF, encabezado por el Presidente de la República y formado por expertos de orígenes
diversos, está encargado de asesorar al gobierno y al Presidente sobre los problemas demográficos así
como sobre las cuestiones relativas a la familia.

349
Sociología de la Familia

De la institución familiar al individuo:


el desplazamiento de las normas
A la par de lo que aún se denomina (a falta de algo mejor) las políticas familiares, la
sociología de la familia tiene el deber de interesarse por el derecho de la familia.
Este se encuentra entre dos exigencias contradictorias, dar referencias normativas,
autorizar y prohibir, y al mismo tiempo tomar en cuenta las evoluciones sociales.
Sin embargo, sin descuidar las nuevas aspiraciones a la autonomía, a la voluntad
individual de los miembros de la pareja, y a la igualdad, el derecho intenta mostrar
direcciones y fija elecciones.
Esta área depende principalmente del derecho civil, rigiendo lo que se
refiere al estado de las personas, apellido, filiación, matrimonio. Fija las
condiciones de establecimiento de los vínculos familiares y las reglas de la vida de
familia. El derecho instituye. El momento fundador en Francia ha sido el Código
Civil que consagró un modelo familiar del cual la mayoría de los fundamentos han
sido actualmente abolidos. Inspirada tanto en la moral judeo-cristiana como en las
ideas revolucionarias, la familia se presenta en el mismo como una institución
jerárquica, fundada exclusivamente en el matrimonio, la autoridad del marido que
gestiona el patrimonio (el de su esposa incluído) y sólo él ejerce el poder paterno
frente a los hijos. La unión libre está fuera del derecho y los hijos nacidos fuera del
matrimonio en situación muy desventajosa respecto de aquellos que son legítimos.
A partir de fines del siglo XIX, importantes reformas tuvieron lugar, entre
las cuales especialmente la reinstauración de un divorcio en 1884 con la ley Naquet
(cf. capítulo 4), la legitimación de los hijos adulterinos en 1907, la ley sobre
adopción en 1923, pero lo esencial de las remodelaciones data de los años 1960: los
profundos cambios del derecho desde hace una treintena de años reflejan y
acompañan los cambios en las costumbres.

Principales medidas relativas a la familia en el ámbito del derecho


civil, de las políticas públicas y de las políticas sociales

1939. Código de la familia


1944. Derecho de voto otorgado a las mujeres (ordenanza del 21 de abril)
1945. Instauración del cociente familiar
1946. Area familia de la Seguridad Social (subsidios familiares, subsidio de
salario único, subsidios prenatales, subsidio de maternidad)
1948. Subsidio vivienda
1965. Reforma de los regímenes matrimoniales instaurando la igualdad y la
solidaridad conyugal
1967. Ley Neuwirth sobre la contracepción
1970. Ley que substituye el principio de poder paterno por el de autoridad
parental conjunta. La noción de jefe de familia desaparece del Código Civil
1970. Subsidio-orfandad
1972. Subsidio para gastos de cuidado de los hijos
Ley que determina la igualdad de las filiaciones (natural, legítima o
adulterina); verdad de la filiación biológica: la filiación se vuelve una realidad
demostrable (marcas genéticas de paternidad)
1974. Segunda ley Neuwirth que instaura el reembolso de los
anticonceptivos

350
La familia y el Estado: control social y producción de normas

1975. Ley Veil sobre la interrupción voluntaria del embarazo


La ley instituye un divorcio por mutuo consentimiento, a la par de los
procesos contenciosos
1976. Subsidio de padre solo (API)
1982. Subsidio parental de educación (APE)
1987. Ley que establece la autoridad parental conjunta
1989. Convención Internacional de los Derechos del Niño votada por la
ONU
1994. Subsidio de cuidado de hijo a domicilio (AGED)
1999. La ley instituye un Pacto Civil de Solidaridad, Pacs, contrato
establecido para organizar la vida común entre dos personas del mismo
sexo o de distinto sexo. El concubinato es reconocido por el Código Civil
2000. Los niños son también personas de igual categoría que los adultos:
instauración de una autoridad jurídica, superior e independiente, el defensor
de los niños
2001. El plazo legal para efectuar una IVG (Interrupción Voluntaria de
Embarazo) se lleva a doce semanas
Ley que suprime la discriminación sucesoria respecto de los hijos
adulterinos y que refuerza los derechos del cónyuge sobreviviente
2002. Instauración de una licencia por paternidad en el momento del
nacimiento de un hijo: los padres pueden tener el beneficio de once días de
licencia en el momento del nacimiento de uno de sus hijos
Ley que generaliza el principio de la autoridad parental compartida, que
abre la posibilidad de una residencia alternada para el hijo, y que hace entrar
la mediación familiar en el Código Civil y prevé la posibilidad de una
delegación de la autoridad parental a un tercero sin desposeimiento por
parte de uno u otro padre
Ley relativa al acceso a los orígenes de las personas adoptadas y creación
de un Consejo Nacional para el Acceso a los Orígenes
Ley Gouzes relativa al apellido de familia
Refuerzo de la coparentalidad (en caso de separación de la pareja, haya
estado casada o no, los padres tienen un estatus rigurosamente similar en lo
que se refiere a la autoridad parental)
2004. Substitución y fusión de las antiguas medidas de ayuda para el cuidado
de los hijos en la Prestación de Acogida del Niño Pequeño (PAJE,

Reforma del divorcio, que suprime en ciertos casos la noción de culpa


2005. Una ordenanza presentada en el Consejo de Ministros llevó a suprimir
del Código Civil los términos de filiación «natural» y «legítima». La madre
incluso no casada no tendrá ya que establecer un acta de reconocimiento
de su hijo: la filiación queda establecida para ella por el nacimiento, pero el
padre no casado deberá realizar siempre este trámite.

Fuentes: Commaille, Strobel, Villac, 2002, p. 69-70, Montalembert, 2004.

Al igual que las políticas familiares, el derecho ha tomado nota del pedido
de igualdad entre los sexos, de igualdad entre los hijos sea cual fuere el modo de
nacimiento y del deseo de libertad de los individuos. Los ciudadanos hacen ahora
interpelación de la «democracia providencial»: «ya no se trata sólo de garantizar la
libertad de todos ante la ley, sino de buscar la igualdad de todos mediante la ley»
(Schnapper, 2002, p. 36).

351
Sociología de la Familia

En abril de 2001, el gobierno que quería llevar adelante una reforma de


conjunto de la familia reafirmaba los principìos que guiaban su acción119: «igualdad
de los esposos entre sí en la gestión de su patrimonio, en la educación de sus hijos;
igualdad de los hijos entre sí sea cual fuere la situación de sus padres», pero debe
también «reconocer a las familias como lugar de construcción y de referencia para
el hijo, confortarlas como factor de cohesión social, como espacio de solidaridad,
como células estructurantes de la sociedad». Así el derecho ya no habla más de la
familia como institución de base de la sociedad, aunque afloran algunos acentos
familiaristas en la expresión de «células», sobre todo al no ser ya más cuestión de
individuos.
El documento de orientación subraya las exigencias contradictorias de una
reforma del derecho de la familia: «garantizar el equilibrio entre la evolución de las
costumbres, la libertad individual, y la organización necesaria de la sociedad».

Libertad, igualdad, familia

En este ámbito, una primera reforma en 1965 autoriza a las mujeres a administrar
sus propios bienes, pero es la ley del 4 de junio de 1970 la que consagra la igualdad
de los esposos en el seno de la pareja, suprimiendo la noción de «jefe de familia» y
substituyendo el concepto de «poder paterno» por el de «autoridad parental»
ejercida por ambos padres. Pero como en el caso de las políticas, no sería
conveniente que con el pretexto de igualdad el Estado abandonara la protección
del más débil, de allí las provisiones relativas a las prestaciones compensatorias
luego de un divorcio o incluso las medidas tomadas contra las violencias
conyugales.
Libertad de vivir juntos sin estar casados, libertad de disolver su unión en
condiciones más rápidas y menos conflictivas. Igualdad de los individuos en el
tratamiento de las relaciones conyugales, un colectivo de leyes abierto en 1999 por
el Pacs y que se cierra temporalmente con la reforma del divorcio modificó
sensiblemente las formas instituyentes de la familia, sobre todo al disociar alianza y
filiación.
Françoise Dekeuwer-Défossez señala que «es sigilosamente y sin leyes
como las parejas se tomaron la libertad de vivir juntos sin estar casados» (2004, p.
76). Hubo que esperar finalmente el voto del Pacs para otorgar un estatuto civil a
los concubinos que, por este hecho, han entrado a pesar de ellos en el reino de la
ley. Napoleón decía de ellos: «ellos ignoran la ley, la ley los ignora».
El Pacs, por ley del 15 de noviembre de 1999, instaura un derecho de las
parejas no casadas, reconociendo que la vida en común es portadora de derechos
fiscales, sociales y civiles. El concubinato ingresa por primera vez en el Código
Civil, reconociendo que la pareja puede ser de distinto sexo o del mismo sexo. Esta
pareja construida sobre una voluntad recíproca, impone obligaciones y otorga
derechos, salvo el de la filiación. La ley reconoce así que la vida en común es
portadora de obligaciones recíprocas. El Pacs es entonces un paso importante en la
toma de conciencia de la igualdad de los sexos, haciendo cesar la discriminación
!
119Documento de orientación relativo a la reforma del derecho de familia, 4 de abril de 2001,
Ministerio de Justicia, Ministerio Delegado de la Familia, la Infancia y las Personas Discapacitadas.

352
La familia y el Estado: control social y producción de normas

respecto de los homosexuales, como una posibilidad suplementaria de elección


para los heterosexuales, que, a la inversa de los homosexuales, cuentan con el
beneficio de una paleta de elecciones: unión libre, Pacs, matrimonio. La ventaja del
Pacs es la facilidad teórica de su ruptura.
La ley relativa al apellido de la familia, llamada ley Gouzes del 21 de
febrero de 2002, prevé que los padres podrán elegir inscribir a su hijo en el
Registro Civil con el patronímico de la madre o del padre o con los dos juntos. Es
aún demasiado pronto para apreciar el uso que se hará de esta medida de la cual
algunos detractores piensan que va en contra de las medidas que buscan reforzar el
estatus del padre en relación con el hijo.
La ley del 4 de marzo de 2002 establece el ejercicio conjunto de la
autoridad parental lo que se denomina la «coparentalidad » y valoriza los libres
acuerdos entre los padres pero a condición de que estos sean conformes a los
intereses del hijo, lo que puede limitar seriamente la libertad de los padres: en este
caso una vez más el derecho francés no quiere reconocer a individuos, sino a
padres que, incluso separados o divorciados, continúen garantizando
conjuntamente la educación de sus hijos. La innovación de la ley sobre el divorcio
del 26 de mayo de 2004 (cf. capítulo 4) consiste en autorizar a un solicitante a
romper con su unión, sin que exista culpa, sino sólo porque la vida en pareja se ha
vuelto intolerable. Luego de una separación de dos años, el divorcio podrá ser
declarado, mientras que hasta ese momento y a pesar de la reforma del divorcio de
1975, este tipo de divorcio no podía llevarse a cabo. Así, la ley toma nota de los
deseos individuales, en detrimento del mantenimiento de la pareja conyugal.

La filiación, pilar de la institución

En el ámbito de las filiaciones, luego de varias etapas jurídicas, el Código Civil


enuncia que a partir de ese momento todos los hijos tienen los mismos derechos y
deberes respecto de sus padres y madres, suprimiendo definitivamente la infamante
distinción de los hijos nacidos fuera del matrimonio o surgidos de un adulterio.
Los «bastardos» de antes, pobres víctimas inocentes, ¡significaban un perjuicio para
el orden social! Con la multiplicación de los nacimientos fuera del matrimonio (6%
en 1965, 47,4% en 2004) debido al desarrollo de la unión libre, la noción de hijo
ilegítimo desaparece y la distinción relativa a la herencia se vuelve caduca. Sin
embargo, subsistía hasta en 2005 en el Código Civil la distinción entre filiación
legítima y natural. En efecto, mediante el matrimonio, los esposos se prometen
fidelidad, y en el momento del nacimiento, el hijo es ligado a su padre y a su madre:
la filiación legítima es automática e indivisible, mientras que en la unión libre
ningún acto designa oficialmente a aquel que vive con la madre, lo que obliga al
padre y a la madre a hacer un reconocimiento por separado del hijo. No existe en
efecto ningún mecanismo de presunción de paternidad, y para que el vínculo sea
establecido, es conveniente que la voluntad se manifieste: es el proceso del
«reconocimiento», que es, en sí, divisible, contrariamente a la filiación legítima, ya
que uno solo de los padres puede reconocer al hijo.
La ordenanza del 4 de julio de 2005 viene a reconocer que la igualdad
entre los sexos tiene límites; el derecho determina que hay una diferencia entre
hombres y mujeres en la procreación. De este modo quedó abolida la antigua

353
Sociología de la Familia

división entre filiación legítima y natural, y establece que la división pasa por el
sexo. Por el lado de la madre, esté casada o no, la filiación se establece a través del
acto del nacimiento (sin que sea necesario realizar un reconocimiento); el padre no
casado deberá por su parte someterse al mismo (Bosse-Platière, 2005, p. 47).
La preocupación de la ley ha sido la de garantizar al hijo la solidez de su
filiación, a través de las dos ramas, sea cual fuere el estatus de la pareja parental,
casada, concubina, separada: de la ley sobre la autoridad parental conjunta de 1987
a la del 21 de febrero de 2002 que abre la posibilidad de otorgar una residencia
alternada a los hijos, la preocupación de los legisladores ha sido la de hacer
responsables a los padres tanto en el plano material como en el educativo. Esta
última ley autoriza también al juez a nombrar un mediador familiar que facilitará la
organización de esta residencia alternada. La situación material de las familias, la
naturaleza de la ruptura familiar, el sistema de valores y de representaciones
respecto del matrimonio son examinadas; parece ser que casi nunca se cumplen las
condiciones para poder instrumentar el principio de una residencia alternada, sobre
cuyos beneficios los expertos no logran por otra parte ponerse de acuerdo.
Finalmente, para el niño nacido a través del procedimiento jurídico de
«parto bajo X o parto anónimo» que lo priva del conocimiento de sus orígenes, la
ley del 22 de enero de 2002 intenta una apertura con la instauración de un Consejo
Nacional de Acceso a los Orígenes Personales; la ley continúa sin embargo
otorgando a la madre la posibilidad de renunciar a su maternidad, a fin de proteger
los casos de miseria extrema.
Así para respetar la libre elección de los individuos en materia de vida
privada, los legisladores nombran a especialistas que suceden al filántropo del siglo
XIX y a los tribunales comunales de las aldeas de Austria. El juez de asuntos
familiares, los mediadores son llamados para arreglar los conflictos familiares.
La evolución del derecho de estos últimos treinta años ha avanzado en el
sentido de una separación entre la alianza y la filiación, a riesgo de
«desinstitucionalizar» a la familia. El derecho de las parejas y el derecho de los hijos
han sido disociados, pero, si bien la formación de las parejas, en las diversas
fórmulas, parece hacer realidad el ideal democrático de libertad y de igualdad
dentro del seno de la familia, no ocurre lo mismo con la cuestión de la filiación que
sigue siendo la pìedra angular instituyente. La familia se forma a través del hijo,
¿pero cómo (Dekeuwer-Défossez, 2004, p. 77-78)?
La libertad de procrear naturalmente no tiene límites en los países
democráticos pero ¿es necesario recordar que ciertos gobiernos dictatoriales
continúan poniendo trabas a esta situación? El control se vuelve muy estricto en
Francia cuando se trata de procreaciones médicamente asistidas o de adopción. En
efecto, el acceso al AMP120 es concebido como una gestión terapéutica destinada a
asistir a una pareja estéril. Así, el principio de «dos padres de distinto sexo» figura
en la ley de bioética del 6 de agosto de 2004, lo que impide a los homosexuales
contar con este beneficio.
El derecho permite que un soltero adopte, porque cuando la ley fue
instaurada en 1966, numerosos niños eran aún abandonados; es claro que esta ley
!
120 El pasaje de PMA (Procreación Médicamente Asistida) a AMP (Asistencia Médica para la
Procreación) subraya que sólo las parejas heterosexuales pueden ser elegidas para este tipo de
asistencia en el estado actual de la legislación.

354
La familia y el Estado: control social y producción de normas

se contradice con el principio de los dos padres. Puede apreciarse que el derecho
entra igualmente en flagrante delito de contradicción entre el apoyo a la filiación
social y a la filiación biológica. Si bien el derecho no le ha reservado ningún estatus
al padrastro, la ley del 21 de febrero de 2002 prevé que el juez podrá sin embargo
acordar a un padrastro alejado por un nuevo divorcio el derecho de mantener
relaciones con el niño.
En cuanto a la «verdad» de los orígenes, ésta es cada vez más reivindicada
ahora en nombre de la institución de la identidad psíquica de la persona, como lo
han mostrado recientemente los debates en torno al parto anónimo. La ley de 1972
había permitido cuestionar la falsa paternidad legítima mediante la recurrencia a
pruebas de ADN fiables en un 99, 9%. Estos recursos para consolidar la filiación
biológica son cada vez más corrientes, pero se conoce el importante peso psíquico
de este tipo de acciones judiciales cuyo ejemplo más tristemente célebre ha sido el
de la exhumación de Yves Montand en 1997.
A la luz de este dramático caso, los especialistas del derecho se preocupan
por reforzar la estabilidad del vínculo de filiación prohibiendo por ejemplo la
impugnación de una filiación más allá de cinco años de «posesión de estado», o
limitando la acción de reconocimiento de paternidad limitada. La filiación está lejos
de ser sólo un vínculo biológico, es ante todo un vínculo social fundado sobre
relaciones de co-presencia, de afecto, de control; reducirla a su único aspecto
biológico abre la puerta a numerosos dramas familiares. Son igualmente
encendidos los debates entre los partidarios de la distinción entre filiación legítima
y filiación natural, ya que lejos de contraponerse, las parejas casadas y no casadas
tienen gran similitud lo que no ocurría en los tiempos en los que sólo el modelo
burgués predominaba, siendo todas las otras formas familiares rechazadas como
desviaciones.
Inscribir a un hijo en el Registro Civil es un gesto de un alcance social y
simbólico considerable hoy en día, ya que es por esa vía por la que se instituye la
familia, por la que el hijo queda unido a su doble linaje que traduce, en el plano
social, la dualidad biológica de ambos sexos. Se ha discutido la posibilidad de
establecer un nuevo ritual republicano que sería el equivalente de la solemnidad del
matrimonio para el padre no casado quien contraería un compromiso solemne en
el momento de la declaración de filiación en la alcaldía.
La filiación jurídica francesa se halla «fuertemente estructurada sobre la
alteridad sexual de los padres» (Dekeuwer-Défossez, 2004, p. 78), lo que tiende a
hacer imposible el establecimiento jurídico de una doble filiación respecto de dos
personas del mismo sexo. En nombre de la libertad y de la igualdad, el derecho se
ve interpelado en sus últimos atrincheramientos. Privado del pilar de la alianza, el
sistema instituyente descansa sobre la filiación. Volvemos a encontrarnos aquí con
lo que los antropólogos han mostrado desde hace mucho tiempo.

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Sociología de la Familia

Orientación bibliográfica
COMMAILLE Jacques, MARTIN Claude, Les enjeux politiques de la famille, París,
Bayard, 1998.
COMMAILLE Jacques, STROBEL Pierre, VILLAC Michel, La politique de la
famille, París, La Découverte, Repères, 2002.
LENOIR Rémi, Généalogie de la morale familiale, París, Le Seuil, 2003.

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