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El primer registro de violencia que tengo en mi memoria es el de la pasión de Cristo.

Era
1997, yo aún era un niño y mi tía me cargaba en sus hombros de caballito. Cualquier niño
merece ser cargado de caballito porque supone un asiento en primera fila para ver la
decadencia del mundo, por encima de las cabezas de todos.
Desde mi lugar veía como torturaban a Crispín, mi primo que interpretó a Cristo. No vi su
transformación, cómo es que llego a convertirse en Jesús de Nazaret, pero si pude atestiguar
cuando uno de sus torturadores le pegaba con un látigo y otro de ellos, moreno, de trenza
natural y sobrepeso apabullante le decía: ¡Vamos Nazareno!

Acto seguido le acomodó una patada y sonó como cuando caen costales de harina en la
madera. Cristo-Crispín cayó por cuarta vez, yo vi el dolor del calvario en su rostro.
Se supone que solo tenía que caer dos veces antes de ser crucificado definitivamente. Por
eso le llaman a esta representación Las tres caídas. Cristo-Crispín se desvaneció como 10
veces y al final casi se desmaya, con mucho esfuerzo pudo decir su diálogo una vez en la
cruz:
En tus manos encomiendo mi espíritu- dijo resoplando.
Después de ver la pasión de Cristo mis tías me compraron un recuerdo. Era un cuadro de
Jesús el Cristo con el diálogo que mi primo Crispín había dicho en la cruz.
Llegué a ponerlo en la cabecera de mi litera. Le rezaba a esa imagen en las noches, cuando
tenía miedo de no sé qué.
Aún eran vacaciones de semana Santa, armé un látigo del lazo como el que tenían los
torturadores de Cristo. Le decía a mis amigos que yo era Judas, el único autorizado para
maltratar a mi primo Crispín o a Cristo según se vea. A los Judas de la pasión de Cristo los
cuelgan con un arnés y en el aire. Después les pegan de latigazos. Luego son puestos en
tierra y pueden dar azotes a quien quiera por dos días, las cicatrices que dejan sus latigazos
en las piernas de los fieles que deciden expiar sus pecados a través del dolor del cuero son
presumidos con orgullo. Aquellos que acumulan más marcas son los hombres y mujeres
más respetados del pueblo, pues son capaces de soportar cantidades infinitas de dolor.
Yo jugaba ser Judas. De todos los personajes en la pasión de Cristo estos son los más
llamativos porque tienen máscaras como de luchador o de demonio y eran unos hijos de
puta que tenían derecho a lastimarte.
Conseguí unir un lazo y luego en la punta le puse un cuero para que doliera más el
chicotazo. El mango era un palo de escoba que recorté con una segueta. Jugábamos a la
pasión de Cristo en la calle. Yo era uno de los torturadores y Miqui, mi amigo, era Jesús,
resistía el dolor como nadie. Un día tuvieron que operarlo del apéndice y lo admiramos por
su valentía ante el quirófano. Nuestra admiración creció cuando un día vimos que se llenó
la mano de alcohol y la pasó por encima de una fogata para después prenderse fuego y
aplaudir intentando apagar esa llama.

Siempre voy a recordar a Miqui, el tarado que se prendió fuego en las manos y aplaudía
para apagársela mientras chillaba de dolor. Solamente personas como él pueden hacer el
papel de Cristo Jesús, aquello de llevar una vida ascética y ser un buen actor está de más.
Lla violencia es inherente al ser humano, es algo natural, necesario y construir una
ritualidad en torno a ella es todavía más imperioso. La violencia es una potencia ciega y
cruda, como cuando las olas rompen en las piedras. El mecanismo que regula esta fuerza de
la naturaleza cambia de acuerdo a las tradiciones y a los elementos que tenemos
disponibles. Los cuales van desde el sacrificio total que por ejemplo vemos en una corrida
de toros o bien en el teatro pueril y acartonado, pero religioso que existe en la pasión de
Cristo.
La violencia no es irracional ya que sus motivos son diversos y muy ricos, además sus
razones lucen bastante racionales. Hay que rastrear estos motivos en nuestra memoria
íntima y de allí poder hacer una comunidad para aclarar este concepto tan ambiguo y
maltratado. Es francamente difícil rastrear el origen de la violencia. El ser humano no
puede escapar de ciertas conductas o de algunos impulsos que lo habitan. La violencia es
uno de ellos, por eso existen los juegos y deportes de contacto, también la fascinación por
el martirio que sufrió Cristo. Queremos ser testigos o participar en la conservación y
posteriormente en la representación del viacrucis. Generalmente a los niños no se les juzga
por jugar. Los adultos tenemos que ritualizar el juego para que sigamos teniendo una salida
natural a nuestra condición. Gracias a estas formalidades es que hay espectáculos como la
Lucha Libre, pues en ella hay un desahogo de la violencia. No sé si en Ámsterdam den
funciones de lucha libre, pero seguro hay una hendidura por donde se escapa la violencia.
De alguna forma hay que participar en los juegos violentos , ser testigo de los ritos
sagrados de sacrificio que conmueven un pueblo. No puedo juzgar a nadie que use lo que
tiene a su alcance para expresarse, aún si los medios son precarios habría que codificarlos.
Por eso me fascina la semana santa y sobre todo la pasión de Cristo. Una de las
delegaciones más violentas en mi ciudad es la de Iztapalapa y en ese sitio se celebra desde
hace mucho tiempo la más gran representación del calvario de Jesús. No sé qué significa
pero hay que mencionarlo.

Volví de las vacaciones de Semana Santa. Entré a la escuela primaria y mi amigo Nazario
interpretaba el papel de Jesús el Cristo en el recreo. Se dejó pegar y no dio muestras muy
grandes de dolor, era un virtuoso. Solamente alcancé a darle dos latigazos porque me
llevaron a la dirección y luego mandaron a llamar a mi padre para que me llevara casa por
violento.
Mi papá no hizo gran escándalo, él era militar y seguramente tuvo que torturar con más
intensidad a otros para conservar su trabajo, para él esta situación era un juego de niños.
Me mandaron a casa por violento, no pude ir a clases hasta que reflexionara por lo que
había hecho, las piernas de Nazario estaban moradas después de haberlo castigado con mi
chicote. Pero volví de mi periodo de ostracismo y me hice amigo de él.
Mis padres veían con buenos ojos nuestra amistad porque todos decían que Nazario era un
buen ejemplo de superación ante la adversidad. Él era el niño más pobre del salón y llevaba
las mejores calificaciones.
Había una relación entre la precisión de sus golpes y su habilidad para sumar fracciones y
resolver raíces cuadradas, no exagero cuando digo que sus madrazos tenían efectividad
matemática. A Nazario nadie le ganaba cuando tenía que pelear, el vivía en una vecindad.
Su casa no tenía baño propio. Lo descubrí porque me dieron ganas de cagar un día que
tuvimos que hacer un trabajo en equipo y fui a un cuartito lejos de su casa para hacer.
Descubrí que tampoco usaban papel higiénico, tuve que limpiarme el culo con una Sección
Amarilla que estaba arriba de un bote.
Ese mismo día me enteré de que su padre bailaba danza azteca en el Zócalo de la ciudad de
México, su penacho, sus botas y el peto de guerrero águila me impresionaron. Eso es lo que
hacía para ganarse la vida y también era la causa de su paupérrima economía.
Naturalmente Nazario admiraba a su padre, se dejaba el cabello lo más largo posible y supe
que ya había ido a bailar al Zócalo como si fuera un niño azteca.
Hay que entrenar para perpetuar la pobreza: al igual que la violencia nunca es irracional,
estas dos cosas esconden varias razones.
Yo hice mi tarea porque recordemos que nuestro sistema educativo piensa que los fines de
semana están hechos para recibir órdenes y resolver ejercicios que solamente te vuelven
más estúpido. Sólo podíamos salir al recreo aquellos que habíamos resuelto la tarea y quien
no cumpliera se quedaría sin recreo por un día. Nazario dijo que había resuelto todas las
tareas pero que no traía su libro de actividades y el maestro le creyó todo, ¿como dudar de
alguien que es pobre y a la vez un genio en matemáticas?
El maestro nos dio una segunda oportunidad para resolver la guía durante los minutos del
recreo, nunca voy olvidar el tigre que decía: Guía práctica 2000.
Maldito tigre de bengala que me arruinó las mejores tardes de juego, yo no podía salir a
jugar si no había resuelto nada en la guía práctica.
Fue Carmen Blancas quien acusó a Nazario, ella se había quedado sin recreo y no le parecía
justo que Nazario disfrutará de su libertad en el patio.
- Maestro, Nazario si trae la guía- El libro se asomaba por uno de los huecos de su mochila
hecha de costal.
- Y no hizo la tarea- Carmen abrió la mochila, sacó el libro y se lo mostró al profesor.
- Maestro, es que Nazario no ha comido y su papá está enfermo- Traté de defender a mi
amigo pero el maestro respondió de forma despiadada.
- Nada señor, nada ¡Traigan a Nazario!- Al profesor se le puso el rostro rojo del coraje.
Jose Luis-elgrandote y yoFuimos por Nazario. Ahora si me había convertido en un verdugo
como aquellos que torturan a Cristo, tenía que llevar a Nazario ante la ley.
Temimos que nos diera un madrazo por ir por él, pero aunque Nazario era un maestro de
los trancazos no era agresivo, eso solamente lo hacía más virtuoso.
Cualquier talento entre más oculto es más extraordinario.
- Nazario, te busca la ley.- Dijo tímidamente José Luis-elgrandote.
- Es que Carmen vio que si traías la guía y que no hiciste la tarea-. Trataba de explicarle
con mucha pena.
Nazario rompió en llanto, se estaba comiendo una paleta azul.
-Es que tenía mucha hambre, mi papá nada más me dio un peso y me quería comer aunque
sea esta paletita- Nos decía con unos mocos verdes invadiéndole los labios superiores.

Lo tomamos de los hombros para darle realismo nuestra acción y lo llevamos ante la
autoridad. Me sentí como un verdadero Judas, cerramos la puerta del salón y dejamos a
Nazario a su suerte. El maestro lo regañó:
-Somos pobres, idiotas y mentirosos lo único que nos queda es portarnos bien, ser
honestos- Le dijo, nos dijo. Se nos quedó en la mente para siempre. Educación del trauma.
Nazario perdió toda la credibilidad desde ese día, bajaron sus califiaciones, ya no podía
resolver las raíces cuadradas que antes se la pelaban. Se peleaba más seguido pero siempre
ganaba, era despiadado a la hora de darse en la madre, una vez le partió el hocico a un niño
a punta de patadas, encarnaba la violencia pura y originaria. A mi empezaba a darme miedo
hacer comentarios sobre su afición al club américa, sobre sus jiotes o sus zapatos viejos y
lodosos.
Allí empezó su decadencia, no pasó a la secundaria, se volvió hincha del américa y quería
ser jugador profesional de frontón pero se lo impidió la desnutrición. Por eso su padre se lo
llevó a trabajar con él, a bailar al Zócalo y para hacer limpias.

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Yo sí concluí la secundaria. Antes de graduarme fui chambelan. Sinceramente acepté
porque me gustaba la quinceañera y también porque el traje de chambelan incluía un saco
con corte tipo matrix. Hasta me dejé el cabello más largo para parecerme más al Neo.
La noche de los quince años de Isabel yo quería probar marihuana por primera vez. Cerca
del salón de fiestas está el parque que me ha visto correr hasta diez kilómetros, perder peso
y quedar humillado por el pinche Nazario. Ya había bailado el vals, partido el pastel, estaba
libre y un poco ebrio. Fui con Miqui, John John y el Motorratón a fumar mota al parque.
Justo a un lado de los matorrales estaban los frontones. Allí estaba Nazario moneándose y
pegándole a una pelotita con el puño cerrado. Se veía mamado pero desnutrido. ¿Cómo es
posible que uno pueda estar mamado y anémico al mismo tiempo? Pues eso no fue
suficiente para que Nazario perdiera la memoria a pesar de las bolsitas con resistol que
tanto le gustaban. Me reconoció de inmediato:
-Ay pinche Obeso, te ves bien galán con tu traje de chambelán darketo- me dijo en tono
burlón.
-Si wey ya sabes- respondí timidamente porque la verdad le tenía miedo, sabía que era letal
para el madrazo y con sus recientes músculos me iba a dejar como Cristo en la pasión.
Preferí despedirme de él, ignorarlo. Seguía escuchando como se burlaba de mi a mis
espaldas y no tuve el valor de voltear. Ya ni fumé mota, se me abrió cantarle un tiró y mis
amigos lo notaron. Ni se burlaron de mí porque sabían que en otras circunstacias hasta lo
hubiera mordido con tal de defenderme. No quería ensuciarme el traje, no quería pelear con
un wey monoso, les aclaré y me fui sin mirar atrás.
Cuando regresamos al salón de fiestas ya hasta se había ido la quinceañera. Me
agredecieron mis servicios como chambelan, pusieron carnitas en un plato de unicel y me
fui casa frustrado. Isabel ni me peló, no probé la marihuana y el jiotoso de Nazario me
humilló. Qué ganas tenía de haberle dicho al Nazario que por lo menos yo no tenía que
irme a bailar como animal de circo al Zócalo, que yo si había concluído la secundaria.
Pero siempre he sido un cobarde.

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Seguí encontrando a Nazario en el transporte rumbo al metro, cada vez lo veía más
destruido. Ya no me saludaba y cuando llegaba a cruzar miradas con él simplemente se
hacía el loco. Me molesta mucho que se escondan de mi mirada, no les vaya yo a hacer mal
de ojo, ni que estuvieran tan pinches chulos.
La gente se puede arruinar de pronto o poco a poco. Nazario es de las personas que he
visto transitar de un futuro brillante a otro muy decadente. Cuando lo llegaba a ver siempre
se veía sucio, ido, como cuando uno debe mucho dinero y se te ve un hueco en la mirada.
Nadie pensaba que la máquina de hacer cuentas en la primaria fuera a estar así. Uno no
puede ser un genio y además ser pobre. No sé como le hacen los padres de los niños super
dotados para costear una carrera universitaria cuando se supone que el mocoso tendría que
ir en la secundaria.
Cada vez que me encontraba con él traía una mochila de la que se asomaba un penacho:
Nazario continuó con el ridículo oficio de su padre. Se ganaba la vida bailando en el
Zócalo, disfrazado de no sé qué con un escudo de plumas y un penacho. Los turistas y la
gente de fe se limpiaban las malas vibras, daban una pauperrima cooperación con la que el
buen Nazario subsistía.
Sé de esto porque un día tuve que ir al Zócalo. Allí estaba él, yo ya sabía más o menos
dónde era el lugar donde montaba una danza prehispánica inventada mientras limpiaba a la
gente con humo. Me guié por el olor a copal y lo reconocí de inmediato, con su cabello
negro y largo sí parecía como de otro tiempo. Hasta la cara de imbécil que tenía se le
cambiaba. Lo observé moviendo las piernas y la cola al ritmo de un tambor, invocando
prosperidad al viento. Francamente si bailaba bonito, no sé que significaban sus movientos
mamalones con los que parecía reclamar algo al cielo. Lo qué si sabía era que su padre ya
se había muerto, que sus hermanos menores también se ganaban la vida allí haciéndole al
bailarín Azteca de nuestro tiempo.
Cruzamos miradas, yo sonreí.
Él me ignoró. Pues que mamón, ni que le fuera a pedir un autográfo.
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Llegué a casa con muchas ganas de empedarme. Me compré una botella y vacié casi todo
su contenido. Ya entrada la noche y la embriaguez fui recordando a Nazario, sentí pena
por él. Si era un tipo listo: ¿por qué no tenía un destino distinto?
Hay personas que son talentosas, nobles, divertidas y aún así fracasan de forma
olímpica. Lo sé porque a mi me va bien, pero a mis amigos no. Ahora que ya somos
adultos observo como hay más aspectos de la vida que uno no controla que aquellos que
sí. Uno puede hacerse responsable de tender su cama, de bañarse, de no tirarse a la
mierda pero del resto de cosas no. Conforme transcurre mi vida me he resignando a que
las personas tienen un destindo más o menos definido desde la infancia. Yo por ejempl
sigo siendo un cobarde, pero me mantiene mi familia, no pago renta, tampoco le debo a
nadie. Tengo una vida tranquila que no merezco, nunca me han exibido como animal
bailando salvo aquella vez que fui chambelán. Estas fueron mis últimas palabras que
escribí antes de quedarme dormido de borracho.
En la mañana siguiente fui a lo que yo considero un hospital para los crudos. Es un
edificio de tres pisos en la colonia Argentina, sirven pancita y cerveza fría. Las peores
resacas de mi vida se han venido a terminar o a continuar en peda aquí. Me gusta mucho
que los meseros de este establecimiento usen batas blancas como si fueran unos doctores
de los briagos imprudentes como yo.
En la televisión está sabadazo, un programa de concursos imbéciles que dura como siete
horas y sale los sábados. Ya es medio día, en el show se quitan las pijamas indicando las
doce y aunciando al siguiente invitado.
Justo estaba exprimiendo limón en mi caldo cuando sale Nazario en la televisión. Hay un
concurso de talentos que resalten la identidad mexicana y él está allí. Qué bien baila este
cabrón. Por mi cabeza pasa la vez que lo entregué en la primaria, la vez que se burló de mi
saco tipo matrix, recuerdo su nariz llena de mocos verdes, sus jiotes, la vez que jugamos a
que era Jesus el Cristo. Y ahora está en la televisión exbiendo una danza inventada por su
padre que murió leucemia, según cuenta él. Sé que la historia que cuenta sobre su
pobreza y su condición es verdadera porque yo le he visto convertirse en esto que es
desde lejos. Desde que éramos niños. Es como conocer el origen de la violencia.

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