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Bien sabido es que no se debe juzgar un libro por su portada, sin embargo, es
precisamente allí, sin ir más lejos, donde ya se advierte cómo Zaldívar define un
corpus que se plantea como un enigma y una provocación: en la portada de Lec-
turas, diseñada por Francisca Galilea, las fotografías de algunos poetas reconoci-
bles a primera vista —esas que salen en los puzzles y en los textos escolares, esas
con las que los distintos gobiernos e instituciones se engalanan para dar la nota
cultural—aparecen dispuestas junto a otros rostros ya menos familiares y algu-
nos retratos desempolvados que se integran a este panorama poético chileno: las
autoras y autores que integran esta galería son Vicente Huidobro, Gabriela Mis-
tral, Luis Omar Cáceres, Olga Acevedo, Chela Reyes, María Monvel y Winétt de
Rokha, en la primera parte, y Guillermo Deisler, Manuel Silva Acevedo, Gonzalo
Millán, Thomas Harris, Damaris Calderón, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández
en la segunda. Estas caras, nuevas y conocidas, son la tirada de cartas que la au-
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tora pone sobre la mesa y a partir de las cuales propone recomponer una vía de
entrada a la poesía chilena del siglo XX.
El juego funciona así: las dos mitades del siglo son repartidas en dos secciones. La
primera aborda autores y obras poéticas desarrolladas en el tránsito del moder-
nismo a la vanguardia, mientras que la segunda toma como punto de partida el
contexto de los poetas de los sesenta y otras voces de finales del siglo XX.Aunque
plantea claramente las secciones y casillas, como si de un tablero de juego se
tratara, María Inés Zaldívar invita a tomar nuevas rutas, a desandar lo andado,
y a volver permeables las líneas divisorias. Descubre así puertas invisibles para
ingresar por lados no previstos a la poesía chilena, cuestión que se evidencia por
ejemplo al abrir el paso, con Mistral a la delantera, a las “locas mujeres” olvidadas
de principios del siglo XX —Olga Acevedo, Chela Reyes, María Monvel, Winétt
de Rokha—, cuyos ecos se infiltran por los corredores de una vanguardia funda-
mentalmente masculina y de clase alta; lo mismo en el caso de la “generación de
los sesenta”, también canonizada a partir del signo masculino,y que Zaldívar —en
colaboración con Gwen Kirkpatrick— enfoca a partir de aquellas que faltan, las
“hermanas ausentes”.
La primera sección del libro toma entonces el testigo de volver a trazar la van-
guardia —ese momento o codificación poética de por sí huidiza, también diferida,
que se niega a la cerrazón de las definiciones—. A partir del hito de apertura,
“fundador e ineludible” (15), que supone la obra Altazor de Vicente Huidobro, la
autora se aventura en la propuesta de una ruta alternativa para leer la vanguardia
en Chile, e incorpora al corpus poético vanguardista la escritura de mujeres deja-
das a una orilla del canon, y cuya exclusión, plantea Zaldívar, se debe a “la clasifi-
cación que se les asignó dentro de la historiografía tradicional, lo que significaba
[…] escribir desde la mujer y […] el factor de clase y posicionamiento social dentro
del campo cultural y literario” (50).Aquí la académica da cuenta en diversos en-
sayos del trabajo de investigación emprendido en el proyecto Fondecyt a su cargo,
“Cuatro poetas de la vanguardia chilena: Winétt de Rokha, Olga Acevedo, María
Monvel y Chela Reyes”, con ocasión del cual busca renegociar los alcances de la
vanguardia en Chile, y, a partir de un ejercicio crítico de la memoria, visibilizar
estas voces y subjetividades confinadas en los bordes del mapa literario oficial.
Explorar las formas a partir de las cuales se establece un mapa de poesía chile-
na implica, como María Inés Zaldívar enfatiza, volver sobre el peliagudo asunto
del lugar de enunciación “femenino”, término para cuya evanescencia no acaba-
ríamos por encontrar suficientes comillas. Desde Mistral y sus “locas mujeres”,
hasta las “hermanas ausentes” del sesenta, la poesía chilena aparece poblada por
estas voces de mujeres que surcan el aire en diferentes “tonos” —tal vez no per-
cibidos a causa de una crítica que ha “reducido el rango de tonalidades” (138)—,
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y para las que Zaldívar propone un lugar en la historiografía literaria. Pero el
trabajo de la autora también implica pensar la categoría de lo chileno como punto
de partida para la configuración de un canon nacional. La taxonomía se vuelve in-
teresante por aquello que la tensiona. “Lo chileno” aparece así como significante
móvil: Zaldívar incorpora a sus lecturas a la poeta Damaris Calderón —nacida en
Cuba, pero cuya biografía y labor literaria la enraíza en el territorio chileno— o
al poeta Guillermo Deisler —nacido en Chile, exiliado en Europa tras el golpe
de 1973, y cuya producción poético-visual resiste una fácil inscripción en lo na-
cional: “¿dónde ubicamos la obra de Deisler?: ¿en Chile?, ¿desde Chile?, ¿para
Chile?” (160)—.Lo chileno no es aquí una categoría rígida ni que funcione prin-
cipalmente por aquello que excluye en favor de una pretendida pureza nacional,
sino que se abre a la inclusión de formas complejas de entender la chilenidad, a
poetas y obras de la errancia que ponen en tensión las inscripciones fosilizadas
del territorio. Por supuesto la idea de chilenidad que propone Zaldívar implica
una descentralización. Tal como la autora apunta en su nota inicial, la poesía a la
que se da cita en el libro viene desde el centro metropolitano, pero también desde
las regiones: Rosabetty Muñoz desde Ancud, Olga Acevedo desde Punta Arenas,
por mencionar algunos casos.
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Es importante señalar que Lecturas de poesía chilena es además un recurso abun-
dante en materiales de gran interés para el estudio de las obras literarias aquí
analizadas, tales como fotografías, imágenes —destacan fichas bibliográficas
inéditas del archivo Zonaglo de Gonzalo Millán, reproducciones de portadas de
diversas ediciones de los poemarios, algunos foto-collages y poemas visuales de
Guillermo Deisler, entre otros estímulos— y documentos —se incluye, por ejem-
plo, una transcripción de la carta abierta escrita por Winétt de Rokha a Witold
Gombrowicz en 1946.
La Bandera de Chile / La poesía de Chile: el libro de María Inés Zaldívar nos invita
a recorrer, pero también a desarmar y reubicar algunas de las piezas que compo-
nen esa poesía chilena, ese espacio en el que nos miramos —como nación y como
sujetos— y que, así como la bandera hernandiana, imbrica su significación en un
devenir y se constituye en un espacio de disputa y continuos desplazamientos y
tensiones: “poesía chilena” como un dispositivo que no es neutral ni inocente, ni
tampoco es “historia ya muerta” (Hernández en Zaldívar 223).Lecturas de poesía
chilena aparece, de esta manera, como una referencia fundamental para la apro-
ximación crítica a —y el conocimiento de— la producción poética de diversas
autoras y autores del siglo XX en Chile.
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