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Resumen del Eje Psicoanalítico | Psicología Evolutiva Niñez (Cátedra: Calzetta - 2016) |
Psicología | UBA
Es sano mantener limpia la fantasía de los niños, pero esa pureza no se preserva mediante la
ignorancia. Mientras más se les oculte algo, más maliciaran la verdad. Uno por curiosidad cae
sobre el rastro de cosas a las q poco o ningún interés habría concedido si le hubieran sido
comunicadas.
Se cree q la pulsión sexual falta en los niños, y sólo se instala en ellos en la pubertad, con la
maduración de los órganos genésicos. Y este es un grosero error, de serias consecuencias. El
recién nacido trae consigo al mundo una sexualidad, ciertas sensaciones sexuales acompañan
su desarrollo desde la lactancia hasta la niñez, y son los menos los niños q se sustraen, en la
época anterior a la pubertad, de quehaceres y sensaciones sexuales. Los órganos de la
reproducción propiamente dichos no son las únicas partes del cuerpo que procuran
sensaciones sexuales placenteras. Además, la naturaleza ha estatuido con todo rigor las cosas
para que durante la infancia sean inevitables incluso las estimulaciones de los genitales.
Período del autoerotismo: época de la vida en que por la excitación de diversas partes de la
piel (zonas erógenas), por el quehacer de ciertas pulsiones biológicas y como coexcitación
sobrevenida a raíz de muchos estados afectivos, es producido un cierto monto de placer
sexual. La pubertad procura el primado a los genitales entre todas las otras zonas y fuentes
dispensadoras de placer, constriñendo así al erotismo a entrar al servicio de la función
reproductora, proceso q desde luego puede sufrir ciertas inhibiciones y q en muchas personas,
q luego son perversas o neuróticas, sólo se consuma de una manera incompleta. Mucho antes
de alcanzar la pubertad el niño es capaz de la mayoría de las operaciones psíquicas de la vida
amorosa (ternura, entrega, celos) y a menudo esos estados anímicos se abren paso hasta las
sensaciones corporales de la excitación sexual, por lo que él niño no puede abrigar dudas
sobre la cooertenencia entre ambas. Con los tapujos sólo se consigue escatimarle al niño la
facultad para el dominio intelectual de unas operaciones para las que está psíquicamente
preparado y respecto de las cuales tiene el acomodamiento somático.
El interés intelectual del niño por los enigmas de la vida genésica, el apetito de saber sexual se
exterioriza en una época muy temprana de la vida. Los dos grandes problemas son la distinción
anatómica entre los sexos y el origen de los niños. Las respuestas usuales en la crianza de los
niños perjudican su pulsión de investigar, y casi siempre tienen como efecto conmover por
primera vez su confianza en sus progenitores, empiezan a desconfiar de los adultos y a
mantenerles secretos sus intereses más íntimos.
No existe fundamento alguno para rehusar a los niños el esclarecimiento q pide su apetito de
saber. Cuando los niños no reciben los esclarecimientos en demanda de los cuales han acudido
a los mayores, se siguen martirizando en secreto con el problema y arriban a soluciones en que
lo correcto vislumbrado se mezcla con inexactitudes grotescas, o a raíz de la conciencia de
culpa se imprime a la vida sexual el sello de lo cruel y lo asqueroso. En la mayoría de los casos,
los niños erran a partir de este momento la única postura correcta ante las cuestiones del sexo
y muchos de ellos jamás la reencontrarán. Esconderles a los niños todo conocimiento de lo
sexual durante el mayor tiempo posible, para luego ofrecerles una explicación sólo a medias
sincera, no es lo correcto. Lo importante es que los niños nunca den en pensar que se
pretende ocultarles los hechos de la vida sexual más que cualquier otro inaccesible a su
entendimiento. Para ello, lo sexual debe ser tratado desde el comienzo en un pie de igualdad
con todas las otras cosas dignas de ser conocidas. La curiosidad del niño nunca alcanzará un
alto grado si en cada estadio del aprendizaje halla la satisfacción correspondiente. El
esclarecimiento sobre las relaciones específicamente humanas de la vida sexual y la indicación
de su significado social debería darse antes del ingreso a la escuela media.
Un esclarecimiento sobre la vida sexual, que progrese por etapas y en verdad no se interrumpa
nunca, y del cual la escuela tome la iniciativa, parece el único que da razón del desarrollo del
niño debería darse al finalizar la escuela elemental, vale decir, no después de los diez años.
EL MALESTAR EN LA CULTURA
La idea de q el ser humano recibiría una noción de su nexo con el mundo circundante a través
de un sentimiento inmediato dirigido ahí desde el comienzo mismo suena tan extraña, se
entrama tan mal en el tejido de nuestra psicología, q parece justificada una derivación
psicoanalítica de un sentimiento como ese. Normalmente no tenemos más certeza que el
sentimiento de nuestro sí-mismo, de nuestro yo propio. Este yo nos aparece autónomo,
unitario, bien deslindado de todo lo otro. Aunque esta apariencia es un engaño, el yo más bien
se continúa hacia adentro, sin frontera tajante en un ser amínico inconsciente (ello), al que
sirve como fachada; hacia fuera el yo parece afirmar unas fronteras claras y netas.
Este sentimiento yoico del adulto no pudo haber sido así desde el comienzo. Por fuerza habrá
recorrido un desarrollo q puede constituirse con bastante probabilidad. El lactante no separa
todavía su yo del exterior como fuente de las sensaciones que le afluyen. Aprende a hacerlo
poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas. Tiene q causarle la más intensa impresión
el hecho de q muchas de las fuentes de excitación en q más tarde discernirá a sus órganos
corporales pueden enviarle sensaciones en otro momento, mientras que otras (y entre ellas la
más anhelada: el pecho materno) se le sustraen temporariamente y sólo consigue recuperarlas
vociferando en reclamo de asistencia. De este modo se contrapone por primera vez al yo un
“objeto” como algo que se encuentra “afuera” y sólo mediante una acción particular es
esforzado a aparecer. Pero las múltiples e inevitables sensaciones de placer y displacer, que el
principio de placer ordena cancelar y evitar, proporcionan una posterior impulsión a desasir al
yo de la masa de sensaciones, a reconocer un mundo exterior. Nace la tendencia a segregar
del yo todo lo que pueda devenir fuente de displacer, a formar un puro yo-placer al que se
contrapone un afuera ajeno y amenazador. Mucho de lo q no se querría resignar pq dispensa
placer, no es yo, sino objeto; y mucho de lo martirizador q se pretendería arrojar de sí
demuestra ser inseparable del yo. Así se aprende un procedimiento q, mediante una guía
intencional de la actividad de los sentidos y una apropiada acción muscular, permite distinguir
lo interno (perteneciente al yo) y lo externo (lo q proviene del mundo exterior). Con ello se da
el primer paso para instaurar el principio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo
posterior. Este distingo sirve al propósito práctico de defenderse de las sensaciones
displacenteras registradas, y de las que amenazan. El hecho de q el yo, para defenderse de
ciertas excitaciones displacenteras provenientes de su interior, no aplique otros métodos que
aquellos de que se vale contra un displacer de origen externo, será luego el punto de partida
de sustanciales perturbaciones patológicas.
El yo se desase del mundo exterior. Mejor dicho, el yo originariamente lo contiene todo; más
tarde segrega de sí un mundo exterior. Nuestro sentimiento yoico adulto es sólo un
comprimido resto de un sentimiento más abarcador que correspondía a una atadura más
íntima del yo con el mundo circundante. Si nos es licito suponer q ese sentimiento yoico
primario se ha conservado, en mayor o menor medida, en la vida anímica de muchos seres
humanos, acompañaría, a modo de un correspondiente, al sentimiento yoico de la madurez,
más estrecho y de más nítido deslinde. Si tal fuera, los contenidos de representación
adecuados a él serian, justamente, los de la ilimitación y la atadura con el Todo, esos mismos
con q mi amigo ilustra el sentimiento “oceánico”.
Desde q hemos superado el error de creer q el olvido, habitual en nosotros, implica una
destrucción de la huella mnémica, vale decir su aniquilamiento, nos inclinamos a suponer lo
opuesto, a saber, q en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, q
todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias
apropiadas, por ejemplo en virtud de una regresión de suficiente alcance.
Las fases anteriores del desarrollo no se han conservado en ningún sentido: han desembocado
en las posteriores, a las que sirvieron de material. Ej: el embrión no es registrable en el adulto.
Semejante conservación de todos los estadios anteriores junto a la forma última sólo es
posible en lo anímico.
1) Hay personas para quienes sólo individuos del propio sexo poseen atracción
3) Muchos niños, considerados por esta razón “degenerados”, muestran muy tempranamente
un interés por sus genitales y por los signos de excitación de éstos
a) La vida sexual no comienza sólo con la pubertad, sino que se inicia enseguida después del
nacimiento con nítidas exteriorizaciones.
c) La vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo,
función que es puesta con posterioridad al servicio de la reproducción. Sin embargo, es
frecuente que ambas funciones no lleguen a superponerse por completo.
Se ha demostrado que, a temprana edad, el niño da señales de una actividad corporal sexual a
la que se conectan fenómenos psíquicos que hallamos más tarde en la vida amorosa adulta;
por ejemplo, la fijación a determinados objetos, los celos, etc. Estos fenómenos que emergen
en la primera infancia responden a un desarrollo acorde a ley, tienen un acrecentamiento
regular, alcanzando un punto culminante hacia el final del quinto año de vida, a lo que sigue un
período de latencia, en que se detiene el progreso, mucho es desaprendido e involuciona.
Luego, la vida sexual vuelve a aflorar con la pubertad. Esta acometida en dos tiempos de la
sexualidad es desconocida fuera del ser humano. Los eventos de la época temprana de la
sexualidad infantil son víctima, salvo unos restos, de la amnesia infantil. Nuestras intuiciones
sobre la etiología de las neurosis y nuestra técnica de terapia analítica se anudan a estas
concepciones.
El primer órgano que aparece como zona erógena y que propone una exigencia libidinosa es, a
partir del nacimiento, la boca (fase oral). Al comienzo, toda actividad anímica se acomoda de
manera de procurar satisfacción a la necesidad de esta zona. Desde luego, ella sirve en primer
término a la autoconservación por vía del alimento. Muy temprano, en el chupeteo en que el
niño persevera obstinadamente se evidencia una necesidad de satisfacción que (si bien tiene
por punto de partida la recepción de alimento y es incitada por ésta) aspira a una ganancia de
placer independiente de la nutrición y que por eso es llamada sexual.
El varón entre en la fase edípica, inicia el quehacer manual con el pene, junto a unas fantasías
sobre algún quehacer del pene en relación con la madre, hasta que el efecto conjugado de una
amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el
máximo trauma de su vida, iniciador del período de latencia con todas sus consecuencias. La
niña, tras el infructuoso intento de emparejarse al varón, vivencia el discernimiento de su
inferioridad clitorídea, con duraderas consecuencias para el desarrollo del carácter; y a
menudo, a raiz de este primer desengaño en la rivalidad, reacciona lisa y llanamente con un
primer extrañamiento de la vida sexual.
En las fases tempranas, las diversas pulsiones parciales parten con recíproca indiferencia a la
consecución de placer. En la fase fálica se tienen los comienzos de una organización que
subordina las otras aspiraciones al primado de los genitales y significa el principio del
ordenamiento de la aspiración general de placer dentro de la función sexual.
La organización plena sólo se alcanza en la pubertad, en una cuarta fase, “genital”, en la que
las investiduras libidinales tempranas:
2) Son acogidas dentro de la función sexual como unos actos preparatorios de apoyo (cuya
satisfacción da por resultado el placer previo),
Amnesia infantil: Este descuido de lo infantil se debe, en parte, a los reparos convencionales
de los autores como consecuencia de su propia educación, y en parte a la amnesia que en la
mayoría de los seres humanos cubre los primeros años de su infancia, hasta el sexto u octavo
año de vida. Se nos informa que en esos años, los que después no conservamos en la memoria,
sabíamos exteriorizar el dolor y alegría de una manera humana, mostrábamos amor, celos, y
otras pasiones que nos agitaban entonces con violencia, y aun pronunciábamos frases q los
adultos registraron como buenas pruebas de una incipiente capacidad de juicio. Y una vez
adultos, nada de eso sabemos por nosotros mismos. En ningún otro periodo de la vida la
capacidad de reproducción y de recepción es mayor, justamente, que en los años de la
infancia. Esas impresiones que olvidamos dejaron las más profundas huellas en nuestra vida
anímica y pasaron a ser determinantes para todo nuestro desarrollo posterior. No es por tanto
una desaparición real de las impresiones infantiles, sino un apartamiento de la conciencia por
obra de la represión. La amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo en un
tiempo anterior, prehistórico, y le oculta los comienzos de su propia vida sexual, es la culpable
de que no se haya otorgado valor al periodo infantil en el desarrollo de la vida sexual.
El neonato trae consigo gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante
cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser
quebrada por oleadas regulares de avance del desarrollo sexual o suspendida por
peculiaridades individuales. Hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se
expresa en una forma asequible a la observación.
Las inhibiciones sexuales: En el periodo de latencia, se edifican los poderes anímicos que mas
tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su
curso a la manera de unos diques (asco, vergüenza, reclamos ideales en lo estético y lo moral).
En el niño civilizado se tiene la impresión de q el establecimiento de esos diques es obra de la
educación, y sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo es de
condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede producirse sin
ninguna ayuda de la educación.
El chupeteo: Freud toma como modelo de las exteriorizaciones sexuales infantiles el chupeteo
(el mamar con fruición). El chupeteo, que aparece ya en el lactante y puede conservarse hasta
la madurez o persistir toda la vida, consiste en un contacto de succión con la boca, repetido
rítmicamente, que no tiene por fin la nutrición. Es la primera exteriorización sexual infantil.
Una parte de los propios labios, la lengua, un lugar de la piel que esté al alcance, son tomados
como objeto sobre el cual se ejecuta la acción de mamar. Una pulsión de prensión q emerge al
mismo tiempo suele manifestarse mediante un simultáneo tironeo rítmico del lóbulo de la
oreja y el apoderamiento de una parte de otra persona (casi siempre su oreja) con el mismo
fin. La acción de mamar con satisfacción cautiva por entero la atención y lleva al
adormecimiento. En la crianza, el chupeteo es equiparado con otras “malas costumbres” del
niño.
2) Todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica (se satisface en el propio cuerpo).
3) Su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena. Una zona erógena es un
sector de piel o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación
placentera de determinada cualidad.
Caracteres de las zonas erógenas: La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la
satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que se ha escogido. Para
que se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes.
La necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por dos cosas: un peculiar sentimiento de
tensión, que posee más bien el carácter del displacer, y una sensación de estimulo o de
picazón condicionada centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. Para la
producción de l una sensación placentera, la cualidad del estimulo es mas importante que la
complexión de las partes del cuerpo. Cualquier otro sector del cuerpo puede ser dotado de la
excitabilidad de los genitales y elevarse a la condiciones de zona erógena. Las zonas erógenas y
las histerógenas exhiben los mismos caracteres.
Activación de la zona anal: La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es apta por su
posición para proporcionar un apuntalamiento de la sexualidad en otras funciones corporales.
El valor erógeno de este sector del cuerpo es originariamente muy grande. Por el psa nos
enteramos de las trasmudaciones que experimentan normalmente las excitaciones sexuales
que parten de él, y cuán a menudo conserva durante toda la vida una considerable
participación en la excitabilidad genital. Los trastornos intestinales tan frecuentes en la
infancia se ocupan de q no falten excitaciones intensas en esta zona.
Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el
hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes
contracciones musculares y pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la mucosa. De esa
manera tienen q producirse sensaciones voluptuosas junto a las dolorosas. Se rehúsan
obstinadamente a vaciar el intestino cuando la persona encargada de su crianza lo desea,
reservándose esta función para cuando lo desea él mismo. Lo que interesa es que no se le
escape la ganancia colateral de placer que puede conseguir con al defecación.
El contenido de los intestinos tiene para el lactante importantes significados. Éste lo trata
como a una parte de su propio cuerpo. Representa el primer regalo por medio del cual el
pequeño puede expresar su obediencia hacia el medio circundante exteriorizándolo o su
desafío rehusándolo. A partir de este significado, más tarde cobra el de hijo, que según una de
las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino.
Activación de las zonas genitales: Entre las zonas erógenas del cuerpo infantil se encuentra una
que no desempeña el papel principal, pero que está destinada a grandes cosas en el futuro.
Tanto en los varones como en las niñas se relaciona con la micción (glande, clítoris). Las
activaciones sexuales de esta zona erógena, q corresponde a las partes sexuales reales, son sin
duda el comienzo de la posterior vida sexual “normal”.
Por su situación anatómica, por el sobreaflujo de secreciones, por los lavados y frotaciones del
cuidado corporal y por ciertas excitaciones accidentales, es inevitable que la sensación
placentera que estas partes del cuerpo son capaces de proporcionar se haga notar al niño ya
en su periodo de lactancia, despertándole la necesidad de repetirla. Mediante el onanismo del
lactante, al que casi ningún individuo escapa, se establece el futuro primado de esa zona
erógena para la actividad sexual. La acción que elimina el estimulo y desencadena la
satisfacción consiste en un contacto de frotación con la mano o de una presión, sin duda
prefigurada como un reflejo, ejercida por la mano o apretando los muslos (esta última es más
frecuente en la niña).
La segunda fase de la masturbación infantil: El onanismo del lactante parece desaparecer tras
breve lapso. Después del periodo de lactancia, en algún momento de la niñez, por lo común
antes del cuarto año, la pulsión sexual suele despertar de nuevo en esta zona genital y durar
un lapso, hasta q una nueva sofocación la detiene, o proseguir sin interrupción.
Todos los detalles de esta segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas
(inconscientes) huellas en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de su carácter si
permanece sana, y de la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad. En
este último caso, hallamos que este periodo sexual se ha olvidado, y se han desplazado los
recuerdos conscientes que lo atestiguan.
Disposición perversa polimorfa: El niño tiene una disposición perversa polimorfa. Puede
realizar todas las trasgresiones posibles, en su disposición trae consigo la aptitud para ello;
tales trasgresiones tropiezan con escasas resistencias porque no se han erigido todavía o se
encuentran apenas en formación los diques anímicos contra los excesos sexuales: vergüenza,
asco, moral.
Pulsiones parciales: También la vida sexual infantil, a pesar del imperio que ejercen las zonas
erógenas, muestra componentes que desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad
de objetos sexuales. De esa índole son las pulsiones de ver y de exhibir y de la crueldad.
Aparecen con cierta independencia respecto de las zonas erógenas, y solo mas tarde entran en
estrechas relaciones con la vid genital. El niño pequeño carece de vergüenza, y en ciertos años
tempranos muestra una equivoca complacencia en desnudarse. La curiosidad por ver los
genitales de otras personas, probablemente se hace manifiesta solo algo más avanzada la
niñez.
La pulsión de saber: A la par q la vida sexual del niño alcanza su primer florecimiento, entre los
tres y cinco años, se inicia en él también aquella actividad que se adscribe a la pulsión de saber
o de investigar. La acción de la pulsión de saber corresponde, por una parte, a una manera
sublimada del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la pulsión de ver. Pero
sus vínculos con la vida sexual tienen particular importancia.
El enigma de la esfinge: No son intereses teóricos sino prácticos los que ponen en marcha la
actividad investigadora en el niño. La amenaza q para sus condiciones de existencia significa la
llegada, conocida o sospechada, de un nuevo niño, y el miedo de q ese acontecimiento lo prive
de cuidados y amor, lo vuelven reflexivo. El primer problema q lo ocupa es no la cuestión de la
diferencia entre los sexos sino el enigma: “¿De dónde vienen los niños?”.
En cuanto al hecho de los dos sexos, para el varón es natural suponer que todas las personas
poseen un genital como el suyo.
Complejo de castración y envidia del pene: el varón se aferra con energía a esta convicción, la
defiende obstinadamente frente a la contradicción que le opone la realidad y la abandona sólo
tras serias luchas interiores (complejo de castración). El supuesto de que todos los seres
humanos poseen idéntico genital masculino es la primera de las teorías sexuales infantiles. La
niña no incurre en tales rechazos cuando ve los genitales del varón con su conformación
diversa. Está dispuesta a reconocerla y es presa de la envidia del pene, que culmina en el
deseo de ser un varon.
Teorías del nacimiento: Las soluciones anatómicas que encuentran los niños en el periodo
prepuberal a esta cuestión son de los tipos más diversos: vienen del pecho, son extraídos del
vientre, o el ombligo se abre para dejarlos pasar. En cuanto a la investigación correspondiente
a los primeros años de la infancia, es muy raro q se la recuerde fuera del análisis; ha caído bajo
la represión mucho tiempo atrás, pero sus resultados fueron uniformes: los hijos se conciben
por haber comido algo determinado y se los da a luz por el intestino (Teoría de la cloaca).
Concepción sádica del comercio sexual. Si ven el comercio sexual entre adultos, lo conciben
como una especie de maltrato. Una impresión de esa clase recibida en la primera infancia
contribuye en mucho a la disposición para un ulterior desplazamiento sádico de la meta
sexual.
El típico fracaso de la investigación sexual: las teorías sexuales infantiles son reflejos de la
propia constitución sexual del niño y, pese a sus grotescos errores, dan prueba de una gran
comprensión sobre los procesos sexuales, mayor de la q se sospecharía en sus creadores. Los
niños perciben tmb las alteraciones q el embarazo provoca en la madre y saben interpretarlas.
A menudo escuchan con una desconfianza profunda, aunq siempre silenciosa, cuando les es
contada la fábula de la cigüeña. Pero como la investigación infantil ignora dos elementos, el
papel del semen fecundante y la existencia de la vagina, los esfuerzos del pequeño
investigador resultan por lo general infructuosos y terminan en una renuncia q no rara vez deja
como secuela un deterioro permanente de la pulsión de saber. La investigación de la primera
infancia es siempre solitaria, implica un primer paso hacia la orientación autónoma en el
mundo y establece un fuerte extrañamiento del niño respecto de las personas de su contorno,
q antes habían gozado de su plena confianza.
Las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su
papel hegemónico son denominadas pregenitales.
Los dos tiempos de la elección de objeto: la elección de objeto se realiza en dos tiempos, en
dos oleadas.
La primera se inicia entre los dos y cinco años, y el periodo de latencia la detiene o la hace
retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. Los resultados de la
elección infantil de objeto se prolongan hasta una epoca tardia; o bien se los conserva tal cual,
o bien experimentan una renovación en la epoca de la pubertad. Pero demuestran ser
inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la represión, q se situa entre ambas fases.
Sus metas sexuales han experimentado un atemperamiento, y figura únicamente la corriente
tierna de la vida sexual.
La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida
sexual. La elección de objeto de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y
empezar de nuevo como corriente sensual. La no confluencia de las dos corrientes tiene como
consecuencia muchas veces que no pueda alcanzarse uno de los ideales de la vida sexual, la
unificación de todos los anhelos en un objeto.
La excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos
orgánicos, b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como
expresión de algunas pulsiones parciales.
Actividad muscular: en la excitación sexual por medio de la actividad muscular hay que
reconocer una de las raíces de la pulsión sádica. Para muchos el enlace infantil entre juego
violento y excitación sexual es codeterminante de la orientación preferencial que imprimirán
mas tarde a su pulsión sexual.
Diversas constituciones sexuales: las fuentes indirectas se excitación sexual brindan su aporte
en todos los individuos, pero no tienen la misma intensidad en todos ellos, la plasmación
privilegiada de cada una de las fuentes de la excitación sexual contribuye también a diferenciar
las diversa constituciones sexuales.
Las personas que me propongo describir sobresalen por mostrar, en reunión regular, las
siguientes tres cualidades: son particularmente ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Cada uno
de estos términos abarca en realidad un pequeño grupo o serie de rasgos de carácter
emparentados entre sí. “ordenado” incluye tanto el aseo corporal como la escrupulosidad en
el cumplimiento de pequeñas obligaciones y la formalidad. Lo contrario sería: desordenado,
descuidado. El carácter ahorrativo puede parecer extremado hasta la avaricia; la pertinacia
acaba en desafío. El carácter ahorrativo y la pertinacia se entraman con mayor firmeza entre sí
que con la primera, el carácter “ordenado”.
De la historia de estas personas en su primera infancia se averigua con facilidad que les llevó
un tiempo relativamente largo gobernar la incontinencia fecal, y se infiere, en su constitución
sexual congénita, un resalto erógeno hipernítido de la zona anal. Nos vemos precisados a
suponer que la zona anal ha perdido su significado erógeno en el curso del desarrollo, y luego
conjeturamos que la constancia de aquella tríada de cualidades de su carácter puede
lícitamente ser puesta en conexión con el asunto del erotismo anal.
En tres ensayos de teoría sexual he procurado mostrar que la pulsión sexual del ser humano es
en extremo compuesta, nace por las contribuciones de numerosos componentes y pulsiones
parciales. Aportes esenciales a la “excitación sexual” prestan las excitaciones periféricas de
ciertas partes privilegiadas del cuerpo (genitales, boca, ano, uretra) que merecen el nombre de
“zonas erógenas”. De las magnitudes de excitación que llegan de estos lugares sólo una parte
favorece a la vida sexual; otra es desviada de las metas sexuales y vuelta a metas diversas
(sublimación). hacia la época de la vida que es lícito designar como “período de latencia
sexual” desde el quinto año hasta las primeras exteriorizaciones de la pubertad se crean en la
vida anímica a expensas de estas excitaciones unas formaciones reactivas, unos poderes
contrarios, como al vergüenza, el asco y al moral, que a modo de unos diques se contraponen
al posterior quehacer de las pulsiones sexuales. El erotismo anal es uno de esos componentes
de la pulsión que en el curso del desarrollo y en el sentido de nuestra actual educación cultural
se vuelven inaplicables para metas sexuales; y esto sugiere discernir en esas cualidades de
carácter que tan a menudo resaltan en quienes antaño sobresalieron por su erotismo anal –
vale decir orden, ahorratividad y pertinacia – los resultados más inmediatos y constantes de la
sublimación de este.
El aseo, el orden, la formalidad causan toda la impresión de ser una formación reactiva contra
el interés por lo sucio, lo perturbador, lo que no debe permanecer en el cuerpo; en cambio, no
parece tarea sencilla vincular la pertinacia con el interés por la defecación. Sin embargo, cabe
recordar que ya el lactante puede mostrar una conducta porfiada ante la deposición de las
heces y que la estimulación dolorosa sobre la piel de las nalgas que se enlaza con la zona
erógena anal es universalmente empleada por la educación para quebrantar la pertinacia del
niño, para volverlo obediente.
Los nexos más abundantes son los que presentan entre los complejos, en apariencia tan
dispares, del interés por el dinero y al defecación. Como es bien sabido para todo médico que
ejerza el psa, las constipaciones más obstinadas y rebeldes de neuróticos, llamadas habituales,
pueden eliminarse por este camino. En el psicoanálisis sólo se obtiene ese efecto cuando se
toca en el paciente el complejo relativo al dinero, moviéndolo a que lo lleve a su conciencia
con todo lo que él envuelve. Podría creerse que aquí la neurosis no hace más que seguir un
indicio del lenguaje usual, que llama “roñosa” a una persona que se aferra al dinero demasiado
ansiosamente. Sólo que esta sería una apreciación superficial en exceso. En verdad, el dinero
es puesto en los más íntimos vínculos con el excremento dondequiera que domine, o que haya
perdurado, el modo arcaico de pensamiento: en las culturas antiguas, en el mito, los cuentos
tradicionales, la superstición, en el pensar icc, el sueño y la neurosis.
Es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre ah conocido y lo menos valioso
que él arroja de sí como desecho haya llevado a esta identificación condicionada entre oro y
caca.
Otra circunstancia ocurre todavía a esta equiparación en el pensar del neurótico. Como ya
sabemos, el interés originariamente erótico por la defecación está destinado a extinguirse en
la madurez; en efecto, en esta época el interés por el dinero emerge como un interés nuevo;
ello facilita que al anterior aspiración, en vías de perder su meta, sea conducida a la nueva
meta emergente. Es posible indicar una fórmula respecto de la formación del carácter
definitivo a partir de las pulsiones constitutivas: los rasgos de carácter que permanecen son
continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas o bien
formaciones reactivas contra ellas.
A la práctica sexual normal rara vez le falta algún rasgo perverso. Ya el beso lo es, pues
consiste en la unión de dos zonas bucales erógenas y su meta no es la reproducción. Sin
embargo, nadie lo condena por perverso, al contrario.
No tiene ningún sentido excluir de la serie de las personas normales y declarar perversas a las
q exhiben algunos de estos rasgos aislados; mas bien, cada vez q advertimos con mas claridad
q lo esencial de las perversiones no consiste en la trasgresión de la meta sexual, ni en la
sustitución de los genitales, ni siquiera en la variación del objeto, sino solamente en q estas
desviaciones se consuman de manera exclusiva, dejando de lado el acto sexual al servicio de la
reproducción. Las acciones perversas dejan de ser tales en la medida en que se integran en la
producción del acto sexual normal como unas contribuciones que lo preparan o refuerzan.
Entonces, se achica mucho la distancia entre la sexualidad normal y la perversa. La sexualidad
normal nace de algo que la preexistió, desechando rasgos aislados de este material por
inutilizable y reuniendo los otros para subordinarlos a la nueva meta de reproducción. La
sexualidad incluye las prácticas sexuales de la infancia que aspiran al placer de órgano.
Sexualidad normal y sexualidad perversa están notablemente centradas, todas las acciones
presionan hacia una meta. La única diferencia entre la sexualidad perversa y la normal, es la
diversidad de las pulsiones parciales dominantes y, por tanto, de las metas sexuales. Ambos
tipos de sexualidad han nacido de lo infantil. En cambio, la sexualidad infantil carece,
globalmente considerada, de semejante centramiento y organización; sus diversas pulsiones
parciales tienen iguales derechos y cada una persigue por cuenta propia el logro de placer.
Ya desde el tercer año de vida la sexualidad del niño no da lugar a ninguna de estas dudas, por
esa época sobreviene un periodo de masturbación infantil. La elección de objeto es de
preferencia tierna por determinadas personas, y aun la predilección por uno de los sexos, los
celos, he ahí fenómenos comprobados por observaciones imparciales hechas con
independencia del psa y antes de su advenimiento, y q pueden ser confirmados por cualquier
observador. Las metas sexuales de este periodo de la vida se entraman de manera intima con
la contemporánea investigación sexual. El carácter perverso de algunas de estas metas
depende naturalmente de la inmadurez constitucional del niño, quien no ha descubierto aun la
meta del coito.
Desde el sexto al octavo año de vida más o menos, se observa una detención y un retroceso en
el desarrollo sexual, el período de latencia. Las vivencias y mociones anímicas anteriores al
advenimiento de este periodo son victimas de la amnesia infantil, que oculta nuestros
primeros años de vida y nos aliena de ellos como resultado de la represión.
Desde el tercer año, la sexualidad del niño muestra mucha semejanza con la del adulto. Se
diferencia por la falta de una organización fija bajo el primado de los genitales, por los
inevitables rasgos perversos (el carácter perverso de las metas sexuales infantiles depende de
la inmadurez constitucional del niño) y por la intensidad mucho menor de la aspiración en su
conjunto.
La vida sexual no emerge como algo acabado sino que recorre una serie de fases sucesivas. Es
un desarrollo retomado varias veces, cuyo punto de viraje es la subordinación de todas las
pulsiones parciales bajo el primado de los genitales y con éste el sometimiento de la
sexualidad a la función de la reproducción. Antes, había una práctica autónoma de las diversas
pulsiones parciales que aspiran a un placer de órgano. Esta anarquía se atempera por unos
esbozos de organizaciones pregenitales.
Llamamos a la madre el primer objeto de amor. De amor hablamos cuando traemos al primer
plano el aspecto anímico de las aspiraciones sexuales y empujamos al segundo plano los
requerimientos pulsionales de carácter corporal o sensual q están en la base. Para la epoca q la
madre deviene objeto de amor ya ha empezado en el niño el trabajo psíquico de la represión,
q sustrae de su saber el conocimiento de una parte de sus metas sexuales. Es licito ver en el
complejo de Edipo una de las fuentes mas importantes de la conciencia de culpa q tan a
menudo hace penar a los neuróticos.
El varoncito quiere tener a la madre para el solo, siente como molesta la presencia del padre.
Exterioriza su contento cuando el padre esta ausente. Simultáneamente, también da muestras
de una gran ternura hacia el padre. Son actitudes afectivas opuestas, ambivalentes. La madre
cuida de todas las necesidades del niño, y por eso este tiene interés en que ella no haga caso
de ninguna otra persona.
Los 3 rasgos de carácter que surgen debido a los restos de pulsión del erotismo anal son:
orden, avaricia y terquedad. Estas cualidades provienen de las fuentes pulsionales del erotismo
anal.
En las producciones del inconsciente (fantasías, síntomas), “hijo” y “pene” se distinguen con
dificultad y fácilmente son permutados entre sí. Estos elementos son tratados como
equivalentes entre sí en el inconsciente.
La mujer tiene el deseo reprimido de poseer un pene como el varón. En algunas mujeres se
reactiva este deseo infantil (que tiene que ver con la “envidia del pene” dentro del complejo
de castración) y se convierte en el principal portador de los síntomas neuróticos. En otras
mujeres no se registra en absoluto este deseo del pene, sino que en su lugar se encuentra el
deseo de tener un hijo, cuya frustración puede desencadenar la neurosis. En otras mujeres,
ambos deseos estuvieron presentes en la infancia y se relevaron el uno al otro.
Ese deseo infantil del pene, entonces, se muda en el deseo del “varón”, que es aceptado como
un apéndice del pene. El hijo produce el paso del amor narcisista de sí mismo al amor de
objeto. También en este punto, el hijo puede ser subrogado por el pene.
El hijo es considerado como algo que se desprender del cuerpo por el intestino. Así, un monto
de investidura libidinosa aplicado al contenido del intestino puede extenderse al niño nacido a
través de él. Hay identidad entre “hijo” y “caca”. La caca es el primer regalo del cual el lactante
se separa. En torno de la defecación, se presenta para el niño una primera decisión entre la
actitud narcisista y la del amor de objeto: o bien entrega obediente la caca, la “sacrifica” al
amor, o la retiene para la satisfacción autoerótica o, más tarde, para afirmar su propia
voluntad. Con esta última decisión queda constituido el “desafío” (terquedad) que nace de un
porfía narcisista en el erotismo anal.
Entonces, una parte del interés por la caca se continúa en el interés por el dinero y otra parte
se transporta al deseo del hijo. Pero el pene posee también una significatividad anal-erótica
independiente del interés infantil. La materia fecal es por así decir el primer pene, y la mucosa
excitada es la del recto.
Cuando el interés por la caca retrocede de manera normal, este interés se transfiere al pene. Si
durante la investigación sexual se averigua que el hijo nació del intestino, él pasará a ser el
principal heredero del erotismo anal, pero el predecesor del hijo había sido el pene.
Del erotismo anal surge, en un empleo narcisista, el desafío como una reacción sustantiva del
yo contra reclamos de los otros. El interés volcado a la caca traspasa a interés por el regalo y
luego por el dinero. Con el advenimiento del pene nace en la niña la envidia del pene, que
luego se traspone en deseo del varón como portador del pene. Antes, el deseo del pene se
mudó en deseo del hijo, o este último remplazó a aquel. Una analogía orgánica entre “pene” e
“hijo” se expresa mediante la posesión de un símbolo común a ambos (el “pequeño”). Luego,
el deseo del hijo conduce al deseo del varón.
Cuando aparece el hijo, la investigación sexual lo inviste con un potente interés, anal-erótico.
El deseo del hijo recibe un segundo complemento de la misma fuente cuando la experiencia
social enseña que el hijo puede concebirse como prueba de amor, como regalo. La serie caca-
pene-hijo son cuerpos sólidos que al penetrar o salir excitan un tubo de mucosa (el recto y la
vagina). El hijo sigue el mismo camino que la columna de las heces.
EL YO Y EL ELLO
La observación que por fin rompe con la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos.
El varoncito, orgulloso de su pene, llega a ver la región genital de la niña. Así, se vuelve
representable la pérdida del propio pene y la amenaza de castración obtiene su efecto con
posterioridad.
El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva.
Pudo situarse de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la
madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido pronto como un obstáculo; o quiso sustituir a la
madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. Ahora bien, la
aceptación de la posibilidad de la castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso
fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, ambas
conllevan a la pérdida del pene: una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina,
como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el
pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del
cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa
normalmente el primero de esos poderes y el yo del niño se extraña del complejo de Edipo.
Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del
padre, o de ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyo, que
toma prestada del padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y asegura al yo
contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas
pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y en parte sublimadas, lo
cual probablemente acontezca con toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas
en su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto salvó una vez a los
genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con
ese proceso se inicia el período de latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del
niño.
El proceso descrito es más que una represión; equivale, cuando se consuma idealmente, a una
destrucción y cancelación del complejo. Acá se tropieza con la frontera entre lo normal y lo
patológico. Si el yo no logró efectivamente mucho más que una represión del complejo, este
subsistirá en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.
El complejo de Edipo, en la niña, culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre,
parirle un hijo. Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después
poco a poco porque este deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el
de recibir un hijo, permanecen en lo inconsciente, donde se conservan con fuerte investidura y
contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual.
En relación a la prehistoria del CE, hay en ella una identificación tierna con el padre, y todavía
está ausente la rivalidad con la madre. El quehacer masturbatorio con los genitales es el
onanismo de la primera infancia, cuya sofocación más o menos violenta, por parte de las
personas encargadas de la crianza, activa el complejo de castración. Este onanismo es
dependiente del complejo de Edipo y significa la descarga de su excitación sexual. Cuando el
varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra poco interesado al
principio y la desmiente diciendo que ya le va a crecer. Sólo más tarde, después de que cobró
influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa.
El niño, así, presenta dos reacciones: horror frente a la criatura mutilada, o menos precio
triunfalista hacia ella.
En el caso de la niña toma como primer objeto de amor a la madre. Por otro lado, la niña vio el
pene, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo. De esto se deriva el “complejo de masculinidad”
en la mujer, que si no logra superarlo pronto, deparará grandes dificultades en el desarrollo de
la feminidad. Así, la esperaza de recibir un pene puede conservarse estas épocas tardías o bien
sobreviene el proceso denominado “desmentida”, que en la vida infantil no es ni raro ni
peligroso, pero que en el adulto podría desencadenar una psicosis. La niña se rehúsa a aceptar
el hecho de su castración y se comporta en lo sucesivo como si fuera un varón. Las
consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la
formación reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. Con la
admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer un sentimiento de inferioridad. Tras
aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del
varón por ese sexo mutilado. Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto, no deja
de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, que predominan en la vida anímica de la
mujer porque reciben un enorme refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada.
Otra consecuencia de la envidia del pene parece ser el aflojamiento de los vínculos tiernos con
el objeto-madre. La madre es responsabilizada por esa falta de pene. El curso histórico sería el
siguiente: tras el descubrimiento de la desventaja en los genitales, pronto afloran celos hacia
otro niño a quien la madre supuestamente ama más, con lo cual se adquiere una motivación
para desasirse de la ligazón-madre. Armoniza muy bien con esto que ese niño preferido por la
madre pasa a ser el primero objeto de la fantasía “Pegan a un niño”, que desemboca en la
masturbación. Hay otro efecto de la envidia del pene. Las reacciones de los individuos de
ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y femeninos. Sin embargo, la masturbación en
el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la
remoción de la sexualidad clitorídea. En la niña sobreviene, tras los indicios de la envidia del
pene, una intensa contracorriente opuesta al onanismo. Esta moción es manifiestamente un
preanuncio de la represión que en la época de la pubertad eliminará una gran parte de la
sexualidad masculina para dejar espacio al desarrollo de la feminidad. Con respecto al
complejo de Edipo en la niña, se establece una ecuación simbólica prefigurada pene = hijo. La
niña resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito
toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene
una pequeña mujer.
En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo
de castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo
de castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el
complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la
niña es posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se
reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su
contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La
diferencia entre varón y mujer en cuando a esta pieza del desarrollo sexual es una
comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación
psíquica enlazada con ella; corresponde al distinto entre castración consumada y mera
amenaza de castración.
Con respecto al complejo de Edipo, en el varón, sus investiduras libidinosas son resignadas,
desexualizadas y en parte sublimadas. Sus objetos son incorporados al yo, donde forman el
núcleo del superyo. El superyo deviene heredero del complejo de Edipo. Puesto que el pene
debe su investidura narcisista a su significación orgánica para la supervivencia de la especie, se
puede concebir la catástrofe del complejo de Edipo (el extrañamiento del incesto, la institución
de la conciencia moral y de la moral misma) como un triunfo de la generación sobre el
individuo.
En la niña, falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya produjo
antes su efecto y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. El
complejo de Edipo, en la niña, puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o
sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer.
El superyo nunca deviene tan implacable, tan impersonal y tan independiente de sus orígenes
afectivos como en el caso del varón.
Freud comienza estudiando el complejo de Edipo simple. Este sería el amor hacia la madre y el
padre vivido como rival. El varón toma a la madre como objeto y al padre como rival. Este sería
el Edipo simple positivo.
Si el varón toma como objeto al padre y a la madre como rival, hay Edipo simple negativo.
Freud dice que se dan los dos. En el positivo, al padre lo vive como rival pero también se
identifica con él (ambivalencia). En el negativo, pasa lo mismo y hay identificación padre y
madre.
La disolución del Edipo cancela la posibilidad de satisfacción de ubicarse en el lugar del padre.
Todas las represiones posteriores al Edipo son secundarias. La represión edípica es una
represión primaria muy fuerte.
En el caso de la niña, esa represión no tiene tanto valor de disolución, ya que no tiene un
órgano tan valorado como el varón.
Las heces pueden ser tomadas como algo valioso o como algo denigrativo.
Parte de los contenidos anales se reprimen y pueden aparecer formando síntomas, parte se
subliman, y parte van a constituir la nueva organización genital.
En algún momento del desarrollo, si bien no hay organización genital todavía, predomina lo
genital. Para ambos sexos desempeñará el papel un genital, el masculino. No hay primado
genital, sino que hay primado del falo.
F lo y genital no es lo mismo: genitales hay dos, aunque en la fase fálica hay uno para ambos
sexos (falo).
Empieza el descuido por la diferencia de los sexos (premisa universal del falo).
El niño descubre que el pene no se le atribuye a todos los seres humanos. Esto provoca que el
niño desmiente la falta de pene en la mujer. Se pone en cuestión la premisa universal del falo.
El niño desmiente o desonoce diciendo: “se lo cortaron”, “le va a crecer”. Hay un elemento
(falo) que puede estar o no estar. El niño inicialmente desmiente la falta de pene en la mujer.
El niño se confronta con la falta de pene en la niña y, luego, tiene la tarea de habérselas con la
pérdida del falo en sí mismo. Este es el momento del Complejo de Castración. La castración
recae sobre el niño.
Sólo puede apreciarse la significatividad del Complejo de Castración si se toma su génesis en la
fase fálica. Si no hay falo, no hay castración. Debe instalarse el falo para que, luego, exista la
posibilidad de castración.
Para llegar a la fase genital, el niño debería conocer el genital femenino y entender el “falo”
como “pene”. La castración es una herida narcisista.
Freud establece una serie de pérdidas que están en relación: el pecho, las heces, el niño (teoría
de las cloacas), el pene (Complejo de Castración). El Complejo de Castración vale como
Castración retroactivamente. Si los elementos anteriores se pueden perder, el pene se puede
perder. El Complejo de Castración vale como pérdida en el momento en que el niño tiene que
habérselas con la pérdida del falo en sí mismo.
El horror a la feminidad, el menosprecio de la mujer, tiene que ver con la falta de pene en la
mujer.
No es tan rápido que el niño generaliza la castración. Las personas respetables para el niño,
como su madre, siguen conservando el pene. La madre perderá el pene cuando el niño
entienda que solo las mujeres pueden parir hijos.
La castración vale para ambos sexos: para la niña como una castración consumada y para el
niño como la amenaza de perderlo.
Angustia realista: reacción que nos parece lógica frente al peligro, a un daño esperado de
afuera. Consiste en un apronte angustiado (estado de atención sensorial incrementada y
tensión motriz), a partir de éste se desarrolla la reacción de angustia. Puede suceder que el
desarrollo de angustia se limite a una señal (y por ende la reacción puede adaptarse a la nueva
situación de peligro) o bien toda la reacción se agota en el desarrollo de angustia y entonces el
estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin para el presente.
Angustia neurótica: enigmática, como carente de fin. Se observa bajo tres clases de
constelaciones: como angustia expectante en la neurosis de angustia, ligada a determinados
contenidos de representación en las fobias y en las angustias histéricas. En la angustia
neurótica, aquello a lo que se le tiene miedo es la propia libido. El peligro es interno en vez de
externo, y no se discierne conscientemente.
Teoría anterior:
Nueva tesis: el yo es el único almácigo de la angustia, sólo el puede producirla y sentirla. Las
tres variedades de angustia (realista, neurótica y la de la conciencia moral) pueden ser
referidas a los tres vasallajes del yo: respecto del mundo exterior, del ello y del superyo. Con
esta nueva concepción, pasa a primer plano la función de la angustia como señal para indicar
una situación de peligro.
No es la represión la que crea la angustia, sino que la angustia crea la represión. Sólo la
angustia realista puede crear represión. Una situación pulsional temida se remonta a una
situación de peligro exterior. El varón siente angustia ante una exigencia de su libido (ante el
amor a su madre), se trata de una angustia neurótica. Pero ese enamoramiento le aparece
como un peligro interno, del que debe sustraerse mediante la renuncia a ese objeto, sólo
porque convoca una situación de peligro externo. Ese peligro real que el niño teme es el
castigo de la castración, la pérdida de su miembro. La angustia frente a la castración es uno de
los motores más frecuentes e intensos de la represión, y de la formación de neurosis.
Pero no es el único motivo de la represión. Ya no tiene sitio alguno en las mujeres, que poseen
un complejo de castración pero no pueden tener angustia de castración. En su reemplazo
aparece la angustia por la pérdida de amor, que puede dilucidarse como la angustia del
lactante cuando echa de menos a la madre.
A cada edad del desarrollo le corresponde una determinada condición de angustia, y por tanto
una situación de peligro como la adecuada a ella.
El yo nota que la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las
situaciones de peligro. Por tanto, esa investidura pulsional debe ser sofocada de algún modo,
cancelada, vuelta impotente. El yo anticipa la satisfacción de la moción pulsional dudosa y le
permite reproducir las sensaciones de displacer que corresponden al inicio de la situación de
peligro temida. Así suscita el automatismo del principio de placer-displacer, mediante la señal
de angustia, que ahora lleva a cabo la represión de la moción pulsional dudosa. O bien el
ataque de angustia se desarrolla plenamente y el yo se retira por completo de la excitación
chocante, o bien el yo le sale al encuentro con una contrainvestidura y esta se conjuga con la
energía de la moción reprimida para la formación de síntoma o es acogida en el interior del yo
como formación reactiva, como refuerzo de determinadas disposiciones, como alteración
permanente.
Mientras más pueda limitarse el desarrollo de angustia a una mera señal, tanto más recurrirá
el yo a las acciones de defensa equivalentes a una ligazón psíquica de lo reprimido y tanto más
se aproximará el proceso a un procesamiento normal.
Lo que crea al carácter es: sobre todo, la incorporación de la anterior instancia parental en
calidad de superyo; luego, las identificaciones con ambos progenitores de la época posterior y
con otras personas influyentes; finalmente, las formaciones reactivas que el yo adquiere
primero en sus represesiones y más tarde con medios más normales a raiz de los rechazos de
mociones pulsionales indeseadas.
En muchos casos quizás la moción pulsional reprimida retenga su investidura libidinal, persista
inmutada en el ello, si bien bajo la presión permanente del yo. Otras veces parece ocurrirle
una destrucción completa, tras la cual su libido es conducida de manera definitiva por otras
vias (tramitación normal del complejo de Edipo, que es destruido dentro del ello). En muchos
otros casos se produce una degradación libidinal, una regresión de la organización libidinal a
un estadio anterior.
El yo es endeble frente al ello, es su fiel servidor, se empeña en llevar a cabo sus órdenes. El yo
es la parte del ello mejor organizada, orientada hacia la realidad, y consigue influir sobre los
procesos del ello cuando por medio de la señal de angustia pone en actividad el principio de
placer-displacer. Inmediatamente vuelve a mostrar su endeblez, pues mediante la represión
renuncia a un fragmento de su organización, se ve precisado a consentir que la moción
pulsional reprimida permanezca sustraída a su infllujo de manera duradera.
Existe un origen doble de la angustia: en un caso como consecuencia directa del factor
traumático, y en el otro como señal de que amenaza la repetición de un factor así.
Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor
dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Toma en serio su
juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego es la realidad efectiva. El
niño diferencia su mundo del juego y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados
en cosas del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia ¨jugar¨ de ¨fantasear¨.
El adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales, en vez de
jugar, fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos.
El niño no oculta su jugar. El adulto preferiría confesar sus faltas a comunicar sus fantasías. El
jugar del niño está dirigido por deseos, por el deseo que ayuda a su educación, ser grande y
adulto. Imita en el juego lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores. Diverso es el
caso del adulto: su fantasear lo avergüenza por infantil y por no permitido. Deseos
insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un
cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Estos deseos son
ambiciosos o eróticos. Es importante aclarar que aunque las fantasías del adulto nos fueran
comunicadas, no podrían depararnos placer alguno; de hecho nos escandalizarían, o al menos
nos dejarían fríos.
Una fantasía oscila en cierto modo entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una
impresión actual, una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de
la persona, desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior, infantil las más de las
veces, en que aquel deseo se cumplía, y entonces crea una situación referida al futuro, que se
figura como el cumplimiento de ese deseo. En el caso del poeta: una intensa vivencia actual
despierta en el poeta el recuerdo de una anterior, las más de las veces una perteneciente a sus
niñez, desde la cual arranca entonces el deseo que se procura su cumplimiento en la creación
poética, y en esta última se pueden discernir elementos tanto de la ocasión fresca como del
recuerdo antiguo.
La creación poética, como el sueño diurno, es continuación y sustituto de los antiguos juegos
del niño. El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y
encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal,
estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías.
1) YO REAL PRIMITIVO:
La madre (en tanto función) cumple para el bebé el papel de asegurar la satisfacción de las
necesidades que él es aún incapaz de reconocer más que como urgencias sin nombre. El llanto
al principio es inespecífico e ineficaz para la completa descarga de la excitación. Aparece la
madre y se da un encuentro con un otro que va a poder cualificar lo que para el bebé es pura
cantidad, que va a poder significar su llanto como un llamado, y va a poder vivenciar lo que se
conceptualiza como primer vivencia de satisfacción. Estas primeras experiencias de
satisfacción dejan sus huellas, primeras marcas mnémicas, sobre las que irá a fundarse la
delicada armazón del aparato psíquico. El yo primitivo es pre-psíquico ya que no hay
representaciones. Lo psíquico empieza con las representaciones. El primer sentimiento yoico
se corresponde con un sentimiento oceánico, en el cual el yo no se diferencia del otro. Hay una
indiferenciación yo/objeto. Es el máximo del sentimiento de omnipotencia. Al principio el yo es
omnipotente, cree que creó al mundo. Creencia del “autoengendramiento”. En el YRP se
origina la polaridad afectiva amor indiferencia porque el bebé no reconoce a un otro. Cuando
aparece la mamá para significar lo que le sucede al bebé, sobre la satisfacción de la necesidad
se genera además un plus. Además de bajarle la cantidad de excitación y obtener un equilibrio
de acuerdo al Principio de Constancia, se produce algo nuevo, que es un registro sensorial
sumado a algo placentero (primera vivencia de satisfacción) gracias a ese encuentro entre ese
bebé y otro que desde su subjetividad lo asiste. Pero no basta para la constitución subjetiva la
satisfacción de la necesidad, saciar el hambre, sino que tiene que darse con el otro un juego
libidinal. Con la satisfacción solamente no se forma el aparato psíquico. Ese plus que se instala
tiene que ver con el surgimiento de la pulsión sexual. Busca la repetición del placer ya sin
necesidad biológica sino solamente con la intención de repetir la acción placentera. Las
primeras huellas mnémicas inauguran el polo del placer de lo que después será la serie placer-
displacer. Son estas primeras investiduras, estas primeras transformaciones de cantidad en
cualidad, los basamentos del narcisismo primitivo, el punto de partida de la representación del
yo. Se va constituyendo así un incipiente aparato capaz de procesar la cantidad de excitación
que llega desde las fuentes somáticas, por la activación de las huellas mnémicas vía la
alucinación, que es el primer mecanismo psíquico, un intento de obtener placer sin demora.
Un bebé recién nacido ante la necesidad estalla en llanto. En cambio en esta etapa primero se
representa lo vivido. Son recursos efímeros ya que no calma el hambre, sino que revive la
escena placentera. El bebé no reproduce la experiencia de saciedad. La ilusión lo que provee es
la repetición de la experiencia de satisfacción, nunca podría saciar el hambre de esa manera.
Alucinar la satisfacción también sirve para alejarse de lo repulsivo. Es necesaria una mamá que
venga a satisfacer a ese bebé para la continuidad existencial. Sino se produce un quiebre en el
sentido de si, y se complica la constitución del aparato psíquico. Por eso se dice que el aparato
psíquico tiene un origen traumático. Si no puede tramitar las cantidades se encuentra en un
estado de constante excitación. El estado alucinatorio mantiene el equilibrio.
2) YO PLACER PURIFICADO
- No-Yo: relacionado con el dolor, con aquello odiado que quiere sacarse de si. Depositario de
todo lo displacentero/repulsivo.
3) YO REAL DEFINITIVO
Todo este proceso lleva a que el yo logre diferenciarse de manera estable de su objeto. Antes,
la inmediata producción alucinatoria con que se intentaba cancelar todo aumento de tensión
impedía esta discriminación. Si el yo reproduce al objeto a su voluntad, éste era parte de
aquel: precisamente su parte más valiosa. Pero desde el momento en que se reconoce el
objeto como externo, el yo debe tolerar el doloroso aprendizaje de que esas partes valiosas de
sí mismo se encuentran, en realidad, fuera de él. El yo debe comenzar a esperar. En esta etapa
se hace imperativo el dominio del objeto. Por imposición de la realidad, el yo se vio obligado a
separarse de él, pero al hacerlo, el objeto arrastró consigo algunas de las pertenencias más
valiosas del yo, que queda marcado por la tendencia perpetuamente insatisfecha a recuperar
lo perdido, reincorporando el objeto. Es cierto que la anterior forma de buscar el placer, vía la
alucinación, terminaba siendo frustrante; pero es particularmente difícil renunciar a las
ilusiones. El yo deberá soportar la nostalgia de un objeto perdido que en realidad nunca
poseyó. El mantenimiento de la defensa primaria, que permite el ejercicio del juicio de
realidad, representa un tensionamiento constante que el yo debe esforzarse por mantener;
solo prescinde de él cuando se entrega cada noche al reposo, y las alucinaciones oníricas
reinstalan un primitivo modo de procesar los deseos. Se hace imperioso el dominio del objeto,
si no puede reincorporar el objeto perdido, deberá procurar dominarlo por cualquier medio. Es
la edad del dominio muscular y los caprichos, tienen por finalidad imponer al objeto que se
aleja una conducta determinada por los propios deseos. Es también la edad del sadismo,
porque en el sufrimiento del otro, ocasionado por el yo, se manifiestan la voluntad de dominio
y la ambivalencia afectiva.
Se realiza la primer gran renuncia por amor: el control de esfínteres. Para retener el amor, el
yo renuncia a su placer y a su producto. El YRD es un yo que se hace cargo de su motricidad.
Puede estar sentado, vincularse con el mundo, alejarse y acercarse del objeto. Ha ido
coordinando su motricidad y ahora la tiene a su disposición. Puede caminar, puede pedir lo
que desea, ya no alucina que toma la leche sino que puede pedírselo a su mamá (dos años
aprox.), también gracias a la posibilidad del lenguaje.
La pérdida del objeto implica necesariamente un desgarro vivido como irreparable en el yo.
Para el desarrollo de la angustia señal, el yo debe estar separado del ello, ya que este tipo de
angustia es un sistema de señales que el yo utiliza para dominar la tendencia del ello a la
descarga inmediata. El yo encuentra en la realidad obstáculos para el desarrollo de su sadismo
(educación, control de esfínteres) que determinan la actuación de su forma reflexiva: el
masoquismo, retorno autoerótico de la pulsión que implica la recuperación de un modo
narcisista de satisfacción.
Yo à Corteza del ello que se modifica en contacto con la realidad exterior. Busca la identidad
de pensamiento. Nos permite pensar el no.
En la fase anal el foco está en el DESPRENDIMIENTO de las heces, se separa del objeto.
La defensa primaria ocupa una zona de transición entre la fase oral y la fase anal.
Fase oral
DEFENSA PRIMARIA
Fase anal
Boca
Ano y musculatura
Identidad de percepción
Ser = tener
Ser ≠ tener
Angustia automática
Indiferencia yo-objeto
Yo real primitivo
Yo placer purificado
Yo de realidad definitivo
Fase oral
Fase oral
Fase anal
Principio de constancia
Principio de placer
Principio de realidad
No hay psiquismo.
Angustia automática
Angustia automática
Angustia señal
Amor-indiferencia
Amor-odio
Ambivalencia amor-odio
Identidad de percepción.
Identidad de pensamiento.
Proceso primario
Proceso secundario.
Las teorías desarrolladas por Freud y Piaget encuentran un punto de confluencia al concebir
que el sujeto se constituye a sí mismo en la medida en que construye su objeto.
Freud señala que la producción de afecto, tanto placentero como displacentero, puede
estorbar el curso del pensamiento. El papel del yo consistirá en inhibir los grandes
desplazamientos de excitación en el sentido de la descarga, para permitir que se mantengan
vigentes las ligaduras que garanticen la continuidad del proceso secundario. A mayor cantidad
implicada en la tendencia primaria, cuanto más intenso sea el afecto en juego, tanto mayor
será la dificultad del yo para sostener su propósito.
La perspectiva del otro está presente en el yo desde el inicio. El otro lo funda, el yo es en ese
otro y luego buscará en el otro la confirmación de su ser. Resulta imposible pensar un proceso
complejo como el aprendizaje al margen de las relaciones afectivas que lo sostienen.
DOMINAR Y APRENDER
Junto con la ambivalencia afectiva que supone esa nueva relación, el peso de la cuestión del
dominio se traslada ahora de las cantidades al objeto: será necesario controlarlo para
garantizar la satisfacción. La pulsión de mirar se combina con la pulsión de dominio del objeto.
Este vínculo con una realidad exterior ambivalente, cuya cualidad más inquietante es que
puede desaparecer (como lo indica el predominio de la angustia de pérdida de objeto), corre
parejo con el demonio del lenguaje verbal. Surge anaclíticamente sobre el llanto. La magia de
las palabras es su primer atributo.
La necesidad de ver y dominar conducen al deseo de saber. Para poder dominar la realidad es
necesario integrar lo que se ve en construcciones cada vez más coherentes y abarcativas. Se
producen entonces las primeras teorías sexuales infantiles, que procurarán conjurar los
misterios que presenta la realidad: el origen, la diferencia. Ambos se refieren al daño
ocasionado al narcisismo.
La pulsión epistemofílica (del saber), que se va constituyendo según este proceso, es sensible a
la relación del niño con sus otros significativos. En principio es necesario un yo que se haya
constituido, a partir de sus vínculos iniciales, suficientemente íntegro como para lograr la
inhibición de los procesos primarios. Luego, es preciso que su tendencia al dominio, su
sadismo y su compulsión a mirarlo todo hayan sido tolerados como manifestaciones legítimas.
De lo contrario, es probable que la tendencia al cuestionamiento y la curiosidad no se instalen
como vías facilitadas, lo que puede conducir al raquitismo de la pulsión de saber, al desinterés
por aprender.
Luego, la instalación del drama edípico, su naufragio y la formación del superyo, ocasionan
nuevos avatares para el deseo de aprender y resignifican los anteriores.
La solución ideal consistirá en una sublimación exitosa, que destine la energía de la sexualidad
infantil reprimida a la adquisición y producción de conocimientos. Implica un recurso
narcisista: imposibilitado de destinar su libido al objeto, el yo elige amarse a sí mismo, en la
confianza de que algún día logrará la perfección, cuando se iguale al ideal y el conocimiento
adquirido llegue a ser una “bella totalidad”. Con esto cuenta la escuela: corresponde al
momento en que el niño empieza su tránsito institucional, cuando los padres caen de su
pedestal ideal y otros, fuera de la familia, se acercan a ese lugar privilegiado.
A partir de este momento, tanto circunstancias de la vida escolar como familiar podrán
desestabilizar el equilibrio alcanzado, lo que lleva a menudo a la resexualización y, por lo tanto,
al fracaso de las sublimaciones conseguidas.
Para Freud, las circunstancias de la vida escolar comportan fenómenos afectivos sumamente
intensos, que sólo cabe clasificar dentro de los transferenciales. Los vínculos ambivalentes con
los padres idealizados de la primera infancia y con los hermanos según el orden de filiación son
desplazados a las figuras de maestros y compañeros. El hecho de que el acceso a la escolaridad
recurra en la segunda mitad de la infancia, o sea cuando los padres sufren la desidealización,
es de capital importancia: nuestros profesores, dice Freud, se convirtieron en sustitutos del
padre. La ambivalencia que se adquiere en la vida familiar se traslada a los profesores. La
conducta frente a los maestros no podría ser comprendida ni justificada sin considerar los años
de la infancia y el hogar paterno.
La inteligencia es la forma de equilibrio hacia la cual tienden todas las estructuras cuya
formación debe buscarse a través de la percepción, del hábito y de los mecanismos
sensomotores elementales. Con el término genérico “inteligencia” se designan las formas
superiores de organización o de equilibrio de las estructuras cognoscitivas.
El período que va de los 6 a los 12 años, donde se produce el aprendizaje escolar en el ámbito
de la escuela primaria, abarca la transición del período preoperatorio (parte del subperíodo
intuitivo) al operatorio concreto, hasta el comienzo de la transición de éste al período de las
operaciones formales.
Para Piaget, la evolución afectiva del niño obedece a las mismas leyes que gobiernan a los
procesos cognoscitivos. Esto entraña la formación de nuevos afectos, bajo la forma de
simpatías o antipatías duraderas, en lo que concierne a los otros, y de una conciencia y de una
valoración duraderas de sí, en lo que concierne al “yo”. A partir de eso se asiste a un proceso
de socialización progresiva, hasta que al llegar al nivel de las operaciones concretas se
establecen nuevas relaciones interindividuales, de naturaleza cooperativa.
El comienzo del período de las operaciones concretas encuentra al niño apenas después de
iniciado su ciclo escolar. Si el docente comprende el valor de los intercambios afectivos y
percibe, al mismo tiempo, las nuevas posibilidades que el nivel operatorio brinda para la
cooperación, seguramente su labor será fructífera en el sentido de promover un aprendizaje
escolar creativo, es decir, auténtico.
La escuela transmite más de lo que pretende. El estilo es, en parte, también el contenido. Si el
niño aprende que aprender es memorizar ritualmente una serie de cosas inservibles, está
adquiriendo también una actitud hacia el conocimiento. Éste será siempre la palabra de otro,
la única actitud posible ante ella es, entonces, la recepción pasiva y la acumulación. Este
aprendizaje será reforzado por la particular relación afectiva que lo sostiene. Así también se
sanciona una actitud todavía más general y que tiene que ver con el residuo que el aprendizaje
dejará como rasgo estable, como supervivencia identificatoria de lo que fue una vez una
poderosa relación de objeto. Lo que queda así reafirmado es una disposición hacia la
autoridad, ya sea que se la padezca o se la ejerza. Este congelamiento de la libido en formas
rígidas autoritarismo-pasividad implica un regreso a viejas formas de dominio del objeto. Ahí,
no queda espacio para creatividad alguna.
Con respecto a los intensos intercambios afectivos entre pares: relaciones de alianza y de
rivalidad, exclusiones, victimizaciones, envidias, celos, pactos secretos, todos ellos se
entrecruzan con el objetivo formal de la escuela. Al punto de que es habitualmente observable
en la clínica que un trastorno de aprendizaje suele ir acompañado por perturbaciones en ese
nivel de los vínculos sociales. Es también la oportunidad para otro aprendizaje: el que tiene
que ver con el tránsito del sujeto del medio familiar al social, del que la escuela es algo así
como un modelo experimental.
Ya cerca de la finalización del curso de la escuela primaria, para muchos niños llega el acceso a
la pubertad, con los tomentosos cambios que implica. La cuestión madurativo otorga a la
sexualidad un nuevo e inquietante status. El carácter del puber exhibe, regularmente, las
consecuencias de esa repentina lucha entre desbordes pulsionales y mecanismos de defensa.
¿Período de latencia?
El ejemplo ilustra que la falla en el deseo de aprender puede deberse, en primer lugar, a un
fracaso de los mecanismos sublimatorios, con la consecuente resexualización de la pulsión
epistemofílica.
En segundo lugar, si la intensidad del estado afectivo (proceso primario) perturba la posibilidad
de pensar (proceso secundario), el deseo de aprender queda inhibido.
NUEVOS APORTES DEL ESTUDIO DE INTERACCIONES TEMPRANAS Y DE INVESTGACIONES
EMPIRICAS EN INFANTES A LA COMPRENSION PSICOANALITICA DE LA ESTRUCTURACION
PSIQUICA. CLARA SCHEJTMAN
Freud llamó "yo de realidad inicial" a la instancia incipiente que ha distinguido un adentro y un
afuera según una buena marca objetiva: El infans casi inerme muy pronto se halla en
condiciones de establecer un primer distingo y una primera orientación entre estímulos de los
que puede sustraerse mediante una acción muscular (huida) y otros estímulos frente a los
cuales una acción así resulta inútil, pues conservan su carácter de esfuerzo (drang) constante.
A los primeros, los imputa a un mundo exterior y los segundos son la marca de un mundo
interior, correspondiente a necesidades pulsionales. Es en la eficacia de su actividad muscular,
que el viviente humano encuentra un asidero para separar un afuera y un adentro.
La porosidad de los límites del yo narcisista puede llevar a una tendencia en el sujeto a
defenderse de las excitaciones displacenteras provenientes del interior con los mismos
métodos de que se vale contra un displacer de origen externo.
En este encuentro primero entre padres e hijos, los bebés son activos iniciadores de
interacción. Los seres humanos tienen una fuerte necesidad innata de contacto intersubjetivo
y bidireccional. Al menos en el 40 % del tiempo, las interacciones con el medio son iniciadas
por los bebés.
La conducta comunicativa del infante está organizada en configuraciones de cara, voz, gesto y
mirada. Cada configuración (expresividad) comunica claramente el estado afectivo. Las rutinas
interactivas cotidianas tienen una estructura narrativa de acción comunicativa y no de palabras
y van constituyendo un sistema de sentido para el niño basado en una secuencia de mensajes
afectivos. Este sistema de sentido se establece mucho antes de que el niño pueda relacionarse
con una narrativa de palabras.
Sólo el 16% del tiempo de una interacción cara a cara se produce encuentro de miradas y
afecto positivo entre la madre y el bebé. La mayor parte del tiempo los infantes activan
recursos propios de autorregulación, como afecto neutro, atención a objetos distintos que la
madre, exploración del entorno, autoapaciguamiento oral y distanciamiento de la madre. La
regulación diádica y la autorregulación son dos caras del mismo proceso de regulación
afectiva. Los resultados permitieron inferir un puente entre autorregulación y autoerotismo.
En la muestra estudiada gran parte del autoapaciguamiento oral se producía en presencia de
un despliegue de afecto positivo de la madre. De aquí inferimos que el investimiento libidinal
por parte de la madre articula autorregulación con autoerotismo, concebido éste como ligazón
estructurante del exceso de cantidad de excitación. Si el ambiente falla en el acompañamiento
positivo al proceso de autorregulación del bebé, en lugar de autorregulación puede producirse
retraimiento.
Aportes de la teoría del Apego: Estudios de John Bowlby. Bowlby postula una necesidad
humana universal para formar vínculos afectivos estrechos. Se interesó en estudiar una
población de niños pequeños institucionalizados por abandono de sus padres. En el
seguimiento psicológico de estos dos grupos encontró que muchos de estos individuos
padecían una tendencia marcada a la “desafectivización” y construían vínculos mayormente
superficiales.
Bowlby remarcaba los hallazgos de Lorenz según los cuales las especies animales no
necesariamente se apegan a las figuras que las alimentan, y fue pionero en la concepción de
que el infante humano viene al mundo predispuesto para la interacción social.
El infante aprende que la presencia del cuidador actúa como regulador de la activación
neurovegetativa, evitando una desorganización que va más allá de sus capacidades de afrontar
tal situación, y reestableciendo el equilibrio. El infante irá a buscar la proximidad física con el
cuidador con la esperanza de ser calmado y de recobrar la homeostasis. La conducta del
infante hacia el final del primer año adquiere carácter intencional. Sus experiencias pasadas
con sus cuidadores son incorporadas en sus sistemas representacionales a los cuales Bowlby
denominó "modelos internos activos" o "modelos internos de trabajo", que podrían
considerarse antecedentes de la representación.
Otro de los trabajos nodales de Bowlby fue alrededor de los efectos de la separación breve o
prolongada de las figuras de apego y los duelos tempranos.
3- Desapego: En la etapa final, llamada de desapego, los niños empiezan a fijarse en el entorno
inmediato, incluyendo otros cuidadores y otros niños. En las experiencias de Bowlby, los niños
que llegaban a este estado ignoraban y evitaban activamente la figura de apego primaria al
llegar el momento de un eventual reencuentro, y algunos parecían no poder recordarla. El
padre u otros familiares eran fácilmente recordados y saludados. Esta respuesta desapegada
frente a la figura de apego primaria podía durar días, semanas, e incluso meses.
Patrones de apego: Estudios de Mary Ainsworth. Diseñó una situación de laboratorio llamada
“la situación extraña”. El dispositivo experimental de la situación extraña consiste en tres
etapas. En la primera, infantes de 12 meses y sus mamás comparten una situación de juego
libre con un investigador (la persona extraña). Posteriormente, la madre se retira por unos
minutos para luego retornar y reencontrarse con su hijo. Las diferentes reacciones de los niños
frente a la separación y al encuentro posterior dieron lugar a la formulación de cuatro
patrones básicos de apego:
3-Apego ansioso/resistente: estos niños muestran una exploración limitada del ambiente
próximo y poco juego aún antes de la separación. Tienden a ser altamente perturbados por
ésta y presentan dificultad al reencontrarse con su madre, subregulan afectos mostrando
agitación, tensión, llanto pasivo, etc. La presencia de la madre o sus intentos de calmar al niño
fracasan, y la ansiedad y rabia del infante parecen impedir que obtenga alivio con la
proximidad de la madre.
Los niños con apego ansioso/evitativo han tenido experiencias en las cuales su activación
emocional no fue reestabilizada por los padres o que fueron sobrestimulados por conductas
parentales intrusivas; por lo tanto, sobrerregulan su afecto y evitan situaciones que pudieran
ser perturbadoras. Los niños con apego ansioso-resistente subregulan afectos, incrementando
su expresión de malestar posiblemente en un intento de despertar la respuesta esperada por
parte de la madre. El bajo umbral para las condiciones amenazantes lleva al niño a buscar
contacto con la madre, pero al mismo tiempo, a sentirse frustrado aun estando con ella.
Aportes de Daniel Stern. Stern plantea que el desarrollo no se da por cambios progresivos sino
por saltos que describen procesos co-creados entre el infante y sus cuidadores. Estos saltos
son oportunidades para cambios estructurales de consecuencias trascendentes.
Stern se ha interesado en la ampliación del estudio del vínculo temprano más allá de la teoría
del apuntalamiento. Si bien en los primeros tres meses de vida el mantenimiento de la
homeostasis se caracteriza por la regulación fisiológica del bebé, las investigaciones muestran
que más frecuentemente la regulación se sostiene en el intercambio de conductas sociales que
en la satisfacción de la necesidad instintiva.
La exploración y actividad del bebé y sus estados emocionales se producen vía la estimulación
del otro y son una creación mutua. La empatía de la madre para leer los mensajes no verbales
del bebé y las respuestas de éste activan un diálogo interactivo que aporta a la regulación
mutua.
Stern propone que los infantes tienen una vida subjetiva, aun desde los primerísimos
momentos y ubica en el centro de su indagación al sentido de sí mismo, el cual entiende como
un patrón constante de percatación, una experiencia subjetiva organizadora que partiendo de
lo preverbal va adquiriendo sentidos más complejos hasta llegar a la autopercatación verbal.
Las experiencias interactivas son internalizadas como vivencias de “estar con” el otro
significativo y se integran a la memoria episódica relacional, a través de la internalización de
las experiencias de repetidas gratificaciones interpersonales con el cuidador primario quien
tiene a su cargo la regulación afectiva del infante y la transformación de los estados
emocionales negativos en positivos. Esto puede ocurrir con o sin conciencia de ello por parte
del infante.
Stern encontró que los infantes poseen una capacidad general innata para tomar información
recibida en una modalidad sensorial y traducirla a otra modalidad sensorial sin aprendizajes
previos. Los infantes parecen experimentar un mundo de unidad perceptual en el que perciben
cualidades amodales, representan abstractamente esas cualidades y después las trasponen a
otras modalidades. El tipo de representaciones abstractas que el infante experimenta no son
sensaciones visuales, táctiles o auditivas, ni objetos nombrables sino formas, intensidades y
pautas temporales, cualidades más bien globales de la experiencia.
Stern llega a estas conclusiones a partir del resultado de investigaciones microanalíticas con
bebés. Entre ellas, Meltzof y Borton vendaron por unos segundos los ojos a bebés de 3
semanas y les dieron a succionar uno de dos chupetes diferentes. Un grupo recibía un chupete
con tetilla esférica y el otro un chupete cuya tetilla presentaba protuberancias en distintos
puntos de su superficie. Luego de esta experiencia de succión, se colocaban ambos chupetes a
ambos lados de cada uno de los bebés. Al quitarles la venda, los bebés dirigían su vista por un
tiempo más prolongado al chupete que habían succionado. Esta observación cuestionaba,
según los investigadores, las conclusiones de Piaget que planteaba la necesidad de
construcción de esquemas específicos, heterogéneos que recién posteriormente y a partir de
una experiencia reiterada podrían integrarse. Según el enfoque piagetiano el niño debía contar
con un esquema visual, posteriormente un esquema háptico[1] y luego estos dos esquemas
debían intercomunicarse por asimilación recíproca de modo que resulte un esquema visual
háptico coordinado. En el experimento descrito, el resultado obtenido no podía explicarse por
asociacionismo ya que los bebés no habían tenido experiencia visual previa con los chupetes
ofrecidos. Los investigadores concluyeron que esta transferencia de información háptico-visual
se encuentra en las primeras semanas y va mejorando a medida que el bebé crece. Otros
trabajos se hicieron presentando a los bebés sonidos del habla por vía visual y por via auditiva.
Los infantes miraban por más tiempo los rostros cuyos labios coincidían con los sonidos que
escuchaban que aquellos rostros que movían los labios en disonancia con los vocablos
escuchados. Stern considera que los infantes están preconstituidos para realizar este tipo de
equivalencias transmodales, y para forjar ciertas integraciones de su experiencia sensorial. Los
infantes no necesitan tener experiencias repetidas para formar algunas de las piezas del sí
mismo y del otro.
Para Stern, cada etapa es una oportunidad única de desarrollo, pero también lo es de cierre y
autonomía. El desarrollo no implica sólo la ampliación de la recepción de estímulos, también
implica, cierre y selección. El desarrollo implica capacidad de seleccionar estímulos
metabolizables y evitar la inundación. Decir no a la oferta del ambiente es un indicio de
autonomía.
Si bien, los recién nacidos muestran sutiles pero precarios esbozos de autorregulación, a partir
de los 4 meses puede observarse cómo los bebés utilizan la desviación de la mirada para
expresar su deseo de cesar la interacción.
A los 7 meses ya expresan su deseo de autonomía con gestos claros de corte y vocalizaciones.
A los 14 meses ya adquirida la marcha el bebé muestra excitación y placer por huir del adulto.
Disfruta el ejercicio de su nueva motricidad y se regocija alejándose del cuidador del cual, al
mismo tiempo, se siente tan dependiente.
Stern plantea que los infantes comienzan a experimentar desde el nacimiento un sentido del sí
mismo emergente. Están preconstituidos para darse cuenta de los procesos de
autoorganización, para ser selectivamente responsivos a los distintos acontecimientos de la
vida cotidiana. Nunca hay total indiferenciación sí mismo-otro y entre los 2 y los 6 meses van
consolidando un sentido de sí mismo nuclear como unidad separada tendiente a la cohesión, a
un sentido de la propia agencia, logrando un sentido de sí mismo nuclear y de otro nuclear con
continuidad en el tiempo y agente de sus propias acciones. Este logro evolutivo se basa en la
incipiente posibilidad de memoria de la propia experiencia y en un aumento de las distinciones
físicas y sensoriales entre el sí mismo y el otro.
De los 9 a los 18 meses el infante logra un sentido de sí mismo subjetivo a partir del cual se
experimenta a sí mismo y al otro en términos de compartir y diferenciar intenciones. El infante
descubre que tiene una mente y que otras personas también la tienen, dando una nueva
perspectiva organizadora a su vida social en la cual se produce un dominio de relacionamiento
intersubjetivo. En este estadio, el infante comienza a compartir estados afectivos. Stern
desarrolló el concepto de “entonamiento afectivo” que caracteriza este estadio. El adulto no
se limita a imitar o reflejar la tonalidad afectiva del bebé sino que se da un proceso de
acompañamiento activo, como quien se suma a un coro para entonar. Este entonamiento
comprende la lectura por parte del progenitor del estado afectivo del infante y pone en acción
conductas que den cuenta de la correspondencia con el estado afectivo del infante. El infante
lee la acción del progenitor como teniendo que ver con su propia experiencia emocional y
recíprocamente. Muchas veces, la madre desentona deliberadamente para conseguir que el
niño la siga, como “poniéndose a tono”, en una afinación compartida.
A partir de los 2 años se produce el sentido del sí mismo verbal. Si bien el relacionamiento
verbal constituye una ampliación y enriquecimiento de la comunicación y la aspiración a la
autopercatación, Stern advierte que este dominio solo recubre parcialmente las experiencias
del dominio de relacionamiento emergente, nuclear y subjetivo. Estos dominios permanecerán
en parte independientes del lenguaje y provocan una escisión en la experiencia del sí mismo.
De esto se desprende que se producen dos líneas en el desarrollo: el lenguaje como nueva
forma de relacionamiento y el lenguaje como un problema para la integración de la
experiencia del sí mismo y la experiencia con el otro.
Condición doble del lenguaje. El lenguaje brinda una ampliación del relacionamiento y una
nueva forma de autopercatación e integración que expande la experiencia interpersonal, pero
al mismo tiempo introduce el desfasaje entre dos formas simultáneas de experiencia
interpersonal: la vivida y la representada. El lenguaje por su relación con lo inconciente
inaugura también el equívoco y el desencuentro.
PERÍODO DE LATENCIA: CARACTERÍSTICAS TÍPICAS. BOZZALLA Y NAIMAN
Por su ubicación cronológica, se puede decir que se ubica entre el complejo de Edipo y la
pubertad. Se inicia con el sepultamiento del complejo de Edipo, la constitución del superyo y la
instalación de los diques: sentimientos de asco y pudor y barreras éticas y estéticas en el
interior del yo. Se extiende hasta la metamorfosis de la pubertad, en la cual niños y niñas se
encuentran con un nuevo cuerpo, con una nueva exigencia pulsional y con la reanimación de
las aspiraciones e investiduras de objeto de la temprana infancia, así como las ligazones de
sentimiento del complejo de Edipo. Esta definición se correlaciona directamente con las
afirmaciones de Freud acerca de la acometida en dos tiempos de la sexualidad.
Según sus aspectos descriptivos, se puede definir el período de latencia por la disminución del
interés por las actividades sexuales y el ocultamiento de aquellas que permanecen. El deseo de
aprender tomar el lugar de los intereses y las curiosidades sexuales previos y el niño y la niña
invierten su energía, ahora disponible, para descubrir aspectos del mundo en el que viven y
para integrarse en nuevos grupos sociales fuera del ámbito familiar. La exclusividad de la
importancia de las figuras parentales queda acotada por el conocimiento de otras familias y la
relación con otras figuras de autoridad, principalmente los maestros, que heredan la historia
afectiva que tenían con sus progenitores. El lenguaje se vuelve paulatinamente el principal
medio de expresión y comunicación, gracias a la estabilización del proceso secundario. Los
niños/as piensan, reflexionan, se ponen en el lugar de los otros, ganan en autonomía,
desarrollan su propia moral. Entre los 7 y los 12 años se produce un giro decisivo en el
desarrollo mental y afectivo. Aparecen nuevos sentimientos morales como la honestidad, la
camaradería, la justicia, y una organización de la voluntad. El equilibrio afectivo se hace más
estable.
Hipótesis filogenética à esta hipótesis estaría vinculada a la idea de que el complejo de Edipo
es también un fenómeno por la herencia.
En el Sepultamiento del complejo de Edipo, Freud plantea estas dos últimas hipótesis: El
complejo de Edipo cae sepultado, sucumbe a la represión y es seguido por el período de
latencia. Así, el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado
de su imposibilidad interna.
LATENCIA TEMPRANA
En la latencia se produce un gran desarrollo del yo que comienza en este subperíodo. Siendo
característica principal de esta instancia la demora de la descarga inmediata, los niños y niñas
de estas edades mostrarán conductas de postergación y control de la satisfacción de los
impulsos, que durante este primer subperíodo se centrarán principalmente en controlar la
motricidad. Esta nueva posibilidad va a permitirle al niño acceder al aprendizaje. Sin embargo,
si bien es el momento del inicio del aprendizaje de la lectura y la escritura, muchas veces los
niños no cuentan con los niveles de autonomía interior que son requeridos para esta tarea y es
por éste y otros factores que involucran aspectos histórico-libidinales que niños de distintos
niveles socioculturales suelen presentar sus principales dificultades escolares en el acceso al
código de la lectura y la escritura, ya que se encuentra comprometida su actividad simbólica.
Los chicos en esta subetapa siguen disfrutando del despliegue de la actividad motriz como
descarga que le ofrece gratificaciones libidinales y agresivas a la vez que es una contención de
las fantasías masturbatorias e incestuosas.
Otra característica propia de este subperíodo es la ambivalencia del niño frente a mandatos
del superyo y la imposibilidad por determinar si los imperativo categóricos provienen de una
voz interior o exterior. Las conductas manifiestas que se observan frente a las prescripciones y
prohibiciones en estas edades son también ambivalentes, ya que van desde la obediencia
complaciente hasta la rebeldía, aunque culposa.
LATENCIA TARDÍA
En este subperíodo se plasman las características que se conocen como propias del período de
latencia.
Está caracterizado por un mayor equilibrio y una mayor estabilidad de las diferentes instancias.
No aparecen nuevas metas instintivas y se consolidan el desarrollo del yo y del superyo,
ejerciendo un control más eficaz y autónomo sobre los impulsos. La maduración
neurobiológica producida entre los 6 y los 8 años colabora en este proceso.
Los logros obtenidos durante este subperíodo permitirán a los niñoas y niñas afrontar los
aumentos de tensión sexual y agresiva propios de la pubertad y los procesos de cambio
adolescente.
El superyo se afianza como instancia interior fortaleciéndose los procesos de abandono de las
investiduras libidinales y su sustitución por identificaciones.
Los niños de esta edad se evalúan comparando sus habilidades y sus logros con los de los
demás. El equilibrio narcisista es mantenido en forma más o menos independiente de las
figuras parentales y con una cierta dependencia de la aprobación del grupo de pares.
A partir de los 8 años, niños y niñas van logrando una mayor concentración cuando trabajan de
manera individual y una colaboración más efectiva cuando participan en actividades de grupo.
El desarrollo del lenguaje, que deja de ser egocéntrico, da cuenta de las justificaciones lógicas
utilizadas para la conexión entre ideas. Las posibilidades de discusión hacen que las
explicaciones entre los niños se den en el plano de la palabra y del pensamiento y no tanto en
la acción. El cuerpo deja de ser un instrumento privilegiado para la expresión de los estados
internos, en la medida que se incrementaron las posibilidades de expresión verbal. También
logran mayores posibilidades de expresión artística, como concreción de las posibilidades de
sublimación.
Freud afirma que las actitudes afectivas se establecen en los primeros 6 años de vida. Esto es,
que la forma y el tono afectivo que fijó en la relación con los padres y hermanos van a ser
transferidas a todas las relaciones que en el futuro se establezca con otros adultos y niños.
Todas las amistades y vinculaciones amorosas ulteriores son seleccionadas sobre la base de las
huellas mnemónicas que cada uno de aquellos modelos primitivos dejó.
En la etapa de la segunda infancia, el niño amplía sus relaciones, se vincula con otros pares y
conoce otras familias.
Con los padres o sustitutos diversos à en el vínculo con los padres o sustitutos diversos, el niño
pone en evidencia principalmente las defensas frente a los impulsos. En la fantasía
inconsciente del latente, estas figuras mantienen su carácter incestuoso, a la vez que
representan las amenazas de castración. La represión se va estableciendo con el transcurso del
tiempo y no de manera instantánea. La misma se refuerza por medio de mecanismos
obsesivos: la formación reactiva, la anulación, la magia del pensamiento y de la palabra, por
ejemplo. Si bien, frente a los adultos, la vida impulsiva del lactante queda oculta, no ocurre lo
mismo frente a los grupos de pares. Con los adultos, el ocultamiento y los secretos se hacen
frecuentes. De todas maneras, la posibilidad creciente de establecer una demora en la
satisfacción impulsiva, el atractivo que ejerce el mundo social extrafamiliar y el gusto por la
actividad del pensamiento y la producción de símbolos permiten la expansión del deseo de
aprender y la ampliación del mundo de pertenencia.
Con los integrantes de la escuela (adultos y pares) à toda la conducta de los niños en las
escuela, tanto con los adultos como con sus pares, debe ser comprendida a la luz de las
relaciones establecidas durante la primera infancia dentro del ámbito familiar. Antes los
maestros y figuras de autoridad escolar, los niños también ponen en juego las defensas
obsesivas y el ocultamiento. Les trasladan la ambivalencia correspondiente a la temprana
relación con sus progenitores o cuidadores. De este modo, la escuela, con su oferta de
conocimientos y de ideales, puede constituirse al mismo tiempo para el latente en un atractivo
y un nuevo campos de lucha, desplazamiento de las rivalidades y luchas conectadas con el
conflicto edípico. El grupo de convivencia entre pares en la escuela, está caracterizado por
intenso intercambio afectivo entre los compañeros que se caracteriza por: competencia por
lograr la atención y la satisfacción de los adultos, solidaridad y cooperación, pactos secretos,
exclusiones, envidia, celos, todo ellos se entrelaza con la función formal de la escuela.
Con el grupo de pares (sin supervisión del adulto) à se caracteriza por la búsqueda de lealtad.
Se establece una identidad, basado ya no en la pertenencia familiar, ni en la aprobación o
desaprobación de los adultos, sino en la inserción en un grupo de sujetos de la misma edad,
con un conjunto de normas y costumbres diferentes de los de la cultura general del entorno.
Se presentan liderazgos marcados (con reconocimiento y valoración del líder) y también suelen
destinar a algún/a compañero/a roles desprestigiados, facilitando la depositación en ellos de
los propios aspectos desvalorizados.
REALIDAD Y JUEGO. WINNICOTT
CAPÍTULO 1
Primera hipótesis: los recién nacidos tienden a usar el puño, los dedos, los pulgares, para
estimular la zona erógena oral, para satisfacer los instintos en esa zona y además para una
tranquilización. Al cabo de unos meses, los bebés encuentran placer en jugar con muñecas y la
mayoría de las madres les ofrecen algún objeto especial y esperan q se aficionen a ellos. Existe
una relación entre estos dos grupos de fenómenos, separados por un intervalo de tiempo.
La primera posesión:
Se advierte una amplia variación en la secuencia de los hechos q empieza con las primeras
actividades de introducción del puño en la boca por el recién nacido, y que a la larga lleva al
apego a un osito, una muñeca o un juguete, blando o duro. Aquí hay algo importante, aparte
de la excitación y satisfacción oral, aunque estas puedan ser la base de todo lo demás. Se
pueden estudiar muchas otras cosas de importancia, entre ellas:
La capacidad del niño para crear, idear, imaginar, producir, originar un objeto.
Ningún ser humano se encuentra libre de la tensión de vincular la realidad interna con la
exterior, y el alivio de esta tensión lo proporciona una zona intermedia de la experiencia que
no es objeto de ataques. Además de un mundo interno y uno externo, la tercera parte de la
vida de un ser humano es una zona intermedia de experiencia a la cual contribuyen la realidad
interior y la vida exterior. A esta zona no se le presentan exigencias, salvo la de que exista
como lugar de descanso para un individuo dedicado a la perpetua tarea humana de mantener
separadas y a la vez interrelacionadas la realidad interna y la exterior. En la infancia la zona
intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el niño y el mundo, y la
posibilita una crianza lo bastante buena en la primera fase crítica. Para ello, es esencial la
continuidad en el tiempo del ambiente emocional exterior y de determinados elementos del
medio físico, tales como los objetos transicionales.
En cada individuo se reconoce un exterior y un interior, pero además existe una tercera parte
de la vida, una zona intermedia de la experiencia a la cual contribuyen la realidad interior y la
vida exterior. Tiene la función de descanso para el individuo, y de mantener separadas e
interrelacionadas la realidad humana interna y la exterior. Es habitual la referencia a la
“prueba de realidad”, y se establece una clara distinción entre la apercepción y la percepción.
Existe un estado intermedio entre la incapacidad del bebé para reconocer y aceptar la
realidad, y su creciente capacidad para ello. La sustancia de la ilusión, lo q se permite al niño y
lo q en la vida adulta es inherente del arte y la religión, pero se convierte en el sello de la
locura cuando un adulto exige demasiado de la credulidad de los demás cuando los obliga a
aceptar una ilusión q no les es propia. Winnicott no se refiere al osito del niño pequeño, ni al
uso del puño o pulgar por el bebe. No estudia el primer objeto de las relaciones de objeto, su
enfoque tiene q ver con la primera posesión, y con la zona intermedia entre lo subjetivo y lo q
se percibe en forma objetiva.
con la otra mano el bebé toma un objeto exterior, una parte de la sábana, y lo introduce en la
boca junto con los dedos.
desde los primero meses el bebé arranca lana y la reúne y usa para la parte acariciadora de la
actividad.
Las pautas establecidas en la infancia pueden persistir en la niñez, de modo q el primer objeto
blando sigue siendo una necesidad absoluta a la hora de acostarse; o en momentos de
soledad, o cuando existe el peligro de un estado de ánimo deprimido.
No existe una diferencia apreciable entre los varones y las niñas en su uso de la primera
posesión “no-yo”, es decir, del objeto transicional.
Cuando el bebe empieza a usar sonidos organizados (mam, ta, da) puede aparecer una palabra
para nombrar al objeto transicional. Es frecuente q el nombre q da a esos primeros objetos
tenga importancia, y por lo general contiene en parte una palabra empleada por los adultos.
1) El bebé adquiere derechos sobre él. Los padres lo aceptan y conocen su valor.
2) El objeto es acunado con afecto y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación.
4) Tiene que sobrevivir al amor instintivo así como al odio o agresión pura.
5) Al bebé debe parecerle que irradia calor o que se mueve o que posee cierta textura o que
hace algo que parece demostrar que posee vitalidad o realidad propia.
6) Proviene de afuera desde nuestro punto de vista, pero no para el bebé. Tampoco viene de
adentro, no es una alucinación. No es un concepto mental, es una posesión. Tiene
vinculaciones con el objeto exterior (el pecho) y con los objetos internos (el pecho
mágicamente introyectado), pero es distinto de ellos.
7) Su destino sufre una descarga gradual, de modo q a lo largo de los años queda no tanto
olvidado, sino relegado. En un estado de buena salud el objeto transicional “no entra”, ni es
forzoso q el sentimiento relacionado con el sea reprimido. No se lo olvida ni se lo llora. Pierde
significación, y ello pq los fenómenos transicionales se han vuelto difusos, se han extendido a
todo el territorio intermedio ente la “realidad psíquica interna” y el campo cultural.
Es cierto que un trozo de frazada, o lo q fuere, simboliza un objeto parcial, como el pecho
materno. Pero lo q importa no es tanto su valor simbólico como su realidad. El q no sea el
pecho (o la madre) tiene tanta importancia como la circunstancia de representar al pecho
materno (o a la madre). Cuando se emplea el simbolismo el niño ya distingue con claridad
entre la fantasía y los hechos. El termino OT deja lugar para el proceso de adquisición de la
capacidad de aceptar diferencias y semejanzas. Creo que se puede usar una expresión que
describa el simbolismo en el tiempo, que describa el viaje del niño entre lo subjetivo hasta la
objetividad.
ESTUDIOS TEORICO.
El objeto transicional no es un objeto interno, es una posesión, pero para el bebe tampoco es
un objeto exterior.
Ilusión-desilusión:
El recuerdo, el revivir experiencias, las fantasías, los sueños; la integración del pasado,
presente y futuro.
Si todo va bien, el bebe puede incluso llegar a sacar provecho de la experiencia de frustración,
puesto q la adaptación incompleta a la necesidad hace q los objetos sean reales, es decir,
odiados tanto como amados. La adaptación exacta se parece a la magia y el objeto q se
comporta a la perfección no es mucho mas q una alucinación.
La ilusión y su valor.
Al comienzo, gracias a una adaptación de casi el 100 por ciento, la madre ofrece al bebe la
oportunidad de crearse la ilusión de q su pecho es parte de el. Por así decirlo, parece
encontrarse bajo su dominio mágico. La omnipotencia es casi un hecho de la experiencia. La
tarea posterior de la madre consiste en desilusionar al bebe en forma gradual, pero no lo
lograra si al principio no lo ofreció suficientes posibilidades de ilusión.
El bebe crea el pecho materno una y otra vez a partir de su capacidad de amor, o de su
necesidad. Se desarrolla en el un fenómeno subjetivo, q llamamos pecho materno.
La tarea posterior de la madre consiste en una DESILUSIÓN gradual del bebé, en consonancia
con la capacidad de su hijo para encarar ese retroceso. Tiene condiciones para soportar el
alejamiento de la madre. El niño tiene mayor percepción de ese proceso, utiliza satisfacciones
autoeróticas, comienzan las fantasías. Si las cosas salen bien en ese proceso, queda preparado
el escenario para las frustraciones denominadas destete. Si todo va bien, el bebé puede
incluso sacar provecho de la experiencia de frustración, ya que la adaptación incompleta a la
necesidad hace que los objetos sean reales, es decir tanto odiados como amados.
En la infancia la zona intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el niño y
el mundo, y la posibilita una crianza lo bastante buena en la primera fase crítica. Para todo ello
es esencial la continuidad en el tiempo del ambiente emocional exterior y de determinados
elementos del medio físico, tales como el o los objetos transicionales.
Si la madre continua siendo mágica en su aparición es una madre q pasara a ser irreal. Esa
madre tiene q dejar de ser “mágica”. La madre no puede permanecer como mágica y
omnipotente. Tiene q poder apartarse. Dejar q el niño pase un tiempo de espera y de
frustración necesaria en el q se comienza a dar la ilusión. Esto permite q el niño desarrolle
procesos creativos. Si hubo fallas en el primer momento de dependencia absoluta y hubo fallas
en la instalación de obj transicionales puede haber derivaciones patológicas.
CAPÍTULO 9:
El espejo en el sentido de mirarse y reconocer el propio rostro. El espejo del niño es el rostro
de la madre. Cuando el niño se está amamantando, mira el rostro de su madre y en el se ve a si
mismo. La madre le devuelve la mirada y lo q parece la mama cuando lo mira al bebe se
relaciona con lo q se ve del niño. Se miran, se sonríen, y se establece un lenguaje propio entre
ellos. Lenguaje amoroso y rico en sensaciones. En ese momento el papel de la mirada es
esencial. Hay casos en q esto no se instala. Es la base del mirar creador. “Cuando miro se me ve
y por lo tanto existo”. “Ahora puedo permitirme mirar y ver, ahora miro en forma creadora. Y
lo q miro lo percibo y lo apercibo. No me importa ver lo q no esta presente para ver”.
En las primeras etapas del desarrollo emocional del niño desempeña un papel vital el
ambiente, q en verdad aun no ha sido separado del niño por éste. Poco a poco se produce la
separación del no-yo y el yo, y el ritmo varía según el niño y el ambiente. Los principales
cambios se producen en la separación de la madre como rasgo ambiental percibido de manera
objetiva.
- Aferrar
- Manipular
- Presentar el objeto
¿Qué ve el bebe cuando mira el rostro de la madre? Winnicott sugiere q por lo general se ve a
si mismo. La madre lo mira y lo q ella parece se relaciona con lo q ve en él.
Muchos bebes tienen una larga experiencia de no recibir de vuelta lo q dan. Miran y no se ven
a si mismos. Surgen consecuencias. Primero empieza a atrofiarse su capacidad creadora, y de
una u otra manera buscan en derredor otras formas de conseguir q el ambiente les devuelva
algo de si. Es posible q lo logren con otros métodos. Una madre cuyo rostro se encuentra
inmóvil puede responder de algún otro modo. La mayoría de ellas saben responder cuando el
bebe esta molesto o agresivo, y en especial cuando se encuentra enfermo. En segundo lugar,
este se acomoda a la idea de q cuando mira ve el rostro de la madre. Este, entonces, no es un
espejo. De modo q la percepción ocupa el lugar de la apercepción, el lugar de lo q habría
podido ser el comienzo de un intercambio significativo con el mundo, un proceso bilateral en
el cual el autoenriquecimiento alterna con el descubrimiento del significado en el mundo de
las cosas vistas. Algunos bebes no abandonan del todo las esperanzas y estudian el objeto y
hacen todo lo posible para ver en el algún significado. Otros, atormentados por este tipo de
fracaso materno relativo, estudian el variable rostro de la madre, en un intento de predecir su
estado de ánimo. En dirección de la patología, se encuentra la predecibilidad, q es precaria y
obliga al bebe a esforzarse hasta el limite de su capacidad de previsión de acompañamientos.
El q es así tratado crecerá con desconcierto en lo q respecta a los espejos y a lo q estos pueden
ofrecer. Si el rostro de la madre no responde, un espejo será entonces algo q se mira, no algo
dentro de lo cual se mira. “Cuando miro se me ve y por lo tanto existo”.
Sentirse real es mas q existir; es encontrar una forma de existir como uno mismo, y de
relacionarse con los objetos como uno mismo, y de tener una persona dentro de la cual poder
retirarse para el relajamiento. La importancia del papel de la madre, de devolver al bebe su
persona, tiene la misma importancia para el niño y la familia. Reviste la contribución q puede
realizar una flia en lo q se refiere al crecimiento y enriquecimiento de la personalidad de cada
uno de los integrantes.
Se da en la mujer embarazada una creciente identificación con el niño, a quien ella asocia con
la imagen de un “objeto interno”, que imagina se ha establecido dentro de su cuerpo y que
pertenece allí. El bebe significa tmb otras cosas para la fantasía icc de la madre, pero tal vez el
rasgo predominante sea la disposición y la capacidad de la madre para despojarse de todos sus
intereses personales y concentrarlos en el bebe; aspecto de la actitud materna q Winnicot
denomina preocupación materna primaria. Esta disposición otorga a la madre su capacidad
especial para hacer lo adecuado: ella sabe exactamente cómo se siente el niño, y nadie más lo
sabe pq están fuera de esta área de experiencia.
Es parte del proceso normal que la madre recupere su interés por sí misma y que lo haga a
medida que el niño vaya siendo capaz de tolerarlo. La forma en que la madre normal supera
este estado de preocupación por el bebé equivale a una especie de destete.
Los niños atendidos en terapia están atravesando fases en las q retroceden y vuelven a
experimentar las relaciones tempranas q no fueron satisfactorias en la historia pasada.
Podemos identificarnos con ellos tal como la madre lo hace con su hijo.
Sólo si el niño tiene una madre lo suficientemente buena puede iniciar un proceso de
desarrollo que es personal y real. Si la actitud materna no es lo bastante buena, el niño se
convierte en un conjunto de reacciones frente a los choques, y el verdadero self del niño no
llega a formarse o queda oculto tras un falso self q se somete a los golpes del mundo y en
general trata de evadirlos.
En el caso del niño q tiene una madre bastante buena y q realmente se inicia en este proceso,
su yo es a la vez débil y fuerte, todo depende de la capacidad de la madre para proporcionar
apoyo al yo del niño. El yo de la madre esta sintonizado con el del niño y ella puede darle
apoyo si logra orientarse hacia su hijo-
Cuando la pareja madre-bebé funciona bien, el yo del niño es muy fuerte, porque está
apuntalado en todos los aspectos. El yo reforzado y fuerte del niño puede, desde muy
temprano, organizar defensas y desarrollar patrones que son personales. Es precisamente este
niño con un yo fuerte gracias al apoyo yoico de la madre el q se convierte desde temprano en
él mismo, real y verdaderamente. Cuando el apoyo yoico de la madre no existe, es débil o
tiene altibajos, el niño no puede desarrollarse en forma personal, y entonces el desarrollo esta
condicionado mas por una serie de reacciones frente a las fallas ambientales q por las
experiencias internas y los factores genéticos. Los niños que reciben una atención adecuada
son los que con mayor rapidez se afirman como personas, cada una de las cuales es distinta de
todas las demás, mientras q los bebes q reciben un apoyo yoico inadecuado o patológico
tienden a parecerse en cuanto a los patrones de conducta (inquietos, suspicaces, apáticos,
inhibidos, etc.). En la situación terapéutica de cuidado infantil a menudo se tiene la satisfacción
de ver surgir a un niño como individuo por primera vez en su vida.
En el mundo de los bebés, nada se ha separado aun como no-yo, de modo que no existe un yo.
La identificación es el punto de partida del niño. Todavía no existe un self. El self del niño en
esta etapa temprana solo existe en potencia. El self infantil no se ha formado todavía de modo
que no puede decirse que esté fusionado con el de la madre, pero los recuerdos y las
expectativas pueden comenzar a acumularse y a tomar forma, siempre y cuando la madre,
identificada con su bebé, pueda y quiera proporcionarle apoyo en el momento preciso en que
lo requiere. Estas cosas solo ocurren cuando el yo del niño es fuerte pq se lo ha robustecido.
La no-integración. Conocemos tmb la despersonalización, de la cual pasamos sin dificultad a la
idea de q existe un proceso por el cual uno se transforma en una persona, se establece una
unidad entre el cuerpo y la psiquis. Pero al considerar el crecimiento temprano debemos
pensar q el niño aun no tiene problemas en este sentido, pues en esa etapa la psiquis a penas
esta comenzando a elaborarse en torno del funcionamiento corporal.
Relaciones objetales. Establecer la capacidad para relacionarse con objetos. Pero el concepto
de objeto aun no tiene ningún significado para el niño.
Es posible agrupar en tres categorías la función de una madre suficientemente buena en las
primeras etapas de vida de su hijo:
SOSTENIMIENTO (HOLDING). La forma en que la madre toma en sus brazos al bebé está
relacionada con su capacidad para identificarse con él. El hecho de sostenerlo de manera
apropiada constituye un factor básico del cuidado, en el que el bebé encuentra la seguridad
necesaria para constituirse. Cualquier falla provoca una intensa angustia en el niño, porque
cimienta:
- La sensación de desintegrarse
MOSTRACIÓN DE OBJETOS o realización (hacer realidad el impulso creativo del niño). La madre
tiene que poner el mundo a disposición del bebé, aproximárselo para que pueda apoderarse
de él. Promueve en el bebé la capacidad de relacionarse con objetos. Las fallas bloquean el
desarrollo de la capacidad del niño para sentirse real al relacionarse con el mundo concreto de
los objetos y los fenómenos.
Winnicott al igual que Melanie Klein, habla de un desarrollo emocional temprano. Sosteniendo
que el bebé nace con una capacidad innata al desarrollo y de maduración, potencialidad que
tiene para crecer, desarrollarse y adaptarse desde las funciones biológicas hasta las
psicológicas.
Hace referencia a las condiciones del medio ambiente postulando que si éstas son las
adecuadas, el niño podrá iniciar un proceso gradual de su desarrollo emocional primitivo y es
durante éste proceso que irá pasando a través de distintos estados:
Dependencia total o absoluta, donde el niño se encuentra dependiendo tanto del medio físico
como emocional.
Es mediante estos estados que el niño irá desarrollando lo que se denomina proceso de
integración, ya que desde un comienzo el niño se encuentra en un estado de no integración
primitivo y el niño se vivencia como una serie de fragmentos, una serie de fases de motilidad y
percepciones sensoriales.
Durante este momento el niño se encuentra integrado mediante su madre y el medio y son
estas condiciones las que permiten que el niño desarrolle su propia integración psique-soma.
Es así que se desarrolla el sentimiento de que la persona se halla en cuerpo propio y es al
establecerse esto que nos encontramos frente a lo que se denomina personalización.
El falso self: es una estructura de defensa que asume prematuramente las funciones maternas
de cuidado y protección, de modo que el niño se adapta al medio a la par que protege a su
verdadero self, la fuente de sus impulsos más personales, de supuestas amenazas, heridas o
incluso de la destrucción.
Se necesita fortaleza yoica de la madre para q el bebe vaya construyendo su yo. Si hay fallas en
el medio ambiente (la madre, el padre), no se puede formar el yo del niño. En casos de psicosis
por ejemplo la mujer no siente al bebe como parte de ella, sino como un cuerpo extraño q no
forma parte de si, y q la daña (al patear dentro del útero) etc.
El ambiente facilitador, facilita los procesos del desarrollo
El sostén no solamente es sostén físico, no tiene q ver con q tdv no puede sostener el tronco,
sino q tiene q ver con hacerlo sentir sostenido, cuidado, ambiente facilitador de los cuidados q
este bebe necesita imperiosamente del otro. El sostén tmb tiene q ver con el establecimiento
de una rutina con el bebe, de sus horarios, sueños, etc. estar atento a sus cambios. Preservarlo
de los ruidos, de los sonidos excesivos, del frío, del calor… Todo aquello q lo protege, todo esto
el bebe lo recibe. Primeramente, sin saber q lo recibe. En ese momento la dependencia del
bebe hacia la madre es absoluta.
Dsp la madre debe permitir q en algunos momentos el bebe este solo. La madre debe
recuperarse de ese estar pendiente al 100% de la preocupación materna primaria. En ese
momento la dependencia es relativa. Y el objeto es transicional. Es un momento de vías de
diferenciación del yo/no-yo. Para W se instala la pauta transicional entre los 4 y 6 y los 8 y 12
meses. El objeto transicional le permite tener algo para no necesitar todo el tiempo a la mama.
La primera posesión.
Sentirse real es mas q existir. Es poder organizar una existencia entre los objetos con uno
mismo y poder crear una persona interior para poder alejarse de los objetos externos. En el
sostén se van dando los procesos de integración. Cuando hay una falla en el ambiente hay
desintegración, pq no hubo integración. Entonces, se parte de un estado de no-integración.
El juego es una expresión del discurso infantil, de este modo se puede conocer el mundo
interno del niño, ininteligible de otro modo.
Las expresiones sensoriales del bebé (vocalizaciones, llantos) son emitidas hacia el entorno y al
mismo tiempo generan respuestas, asi se inicia el intercambio ludico que luego llevara al
lenguaje y a la simbolizacion. La busqueda del reconocimiento del propio cuerpo instalan los
primeros juegos y el adulto responde al intercambio sensorial y ofrece sentidos y juguetes del
mundo externo.
Freud
Distintas actividades ludicas pueden ser indicios de conflictos inconcientes y esta es unba via
privilegiada de abordaje al inconciente del niño
La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Todo niño que juega se comporta
como un poeta, pues crea un mundo propio o inserta las cosas de su mundo en un nuevo
orden que le agrada. Toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. El
niño diferencia muy bien de la realidad efectiva su mundo del juego y tiende a apuntalar sus
objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real. Sólo ese
apuntalamiento es el que diferencia su jugar del fantasear.
El adulto deja de jugar, aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego.
Pero lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto. El adulto
cuando cesa de jugar sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora
fantasea. Construye castillos en el aire, creo sueños diurnos.
El niño juega solo o forma con otros niños un sistema psíquico cerrado a los fines del juego,
pero así como no juega para los adultos como si fueran su público tampoco oculta de ellos su
juegar. El jugar del niño estaba dirigido por el deseo de ser grande y adulto, imita en el juego
lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores. No hay razón alguna para esconder
ese deseo. En cambio, al adulto su fantasear lo avergüenza por infantil y por no permitido.
Deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un
cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Los deseos pueden ser
ambiciosos o eróticos.
Una fantasía oscila en cierto modo entre tres tiempos. El trabajo anímico se anuda a una
impresión actual, a una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de
la persona; desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior, infantil la más de las
veces, en que aquel deseo se cumplía; y entonces crea una situación referida al futuro (la
fantasía) en que van impresas las huellas de su origen en la ocasión y en el recuerdo.
Tanto la creación poética como el sueño diurno son continuación y sustituto de los antiguos
juegos del niño. De ello se deriva la insistencia sobre el recuerdo infantil en la vida del poeta.
Juego del Fort-da: asocia este juego con la partida de la madre, y dice que es la elaboracion de
esa situacion con la madre, si la ausencia de la madre le provoca angustia, el reencuentro con
el carretel le provocaría placer. Lo que le provoca displacer al niño no es la ausencia de la
presencia de la madre sino la perdida de dominio del niño frente al sometimiento de la
realidad externa, es decir no poder dominar lo displacentero, entonces estructura el juego
como dominio de eso displacentero, y le permite ademas ligar la angustia y la simbolización de
la ausencia de la madre. La repeticion en el juego responde a la pulsion de apoderamiento
independientemente de lo placentero o no de lo recreado. Construir un juego lo pone en una
posicion activa a diferencia de su pasividad originaria debido a su desvalimiento.
El juego es considerado como producto de una cultura que exige la renuncia pulsional.
Ana Freud
El niño debe poder desplazar la satisfacción obtenida en el juego por la satisfaccion del
producto final de las actividades realizadas, indisplensable para el éxito de la tarea escolar.
Implica la sublimación de las pulsiones con fines adaptativo.
Melanie Klein
En el analisis de niños hay que diferenciar creatividad del juego y complusión a la repetición.
Lo constitutivo del juego son las transformaciones de la pulsión y el riesg que conlleva las
posibles inhibiciones por exceso de escitacion sexual o por prohibiciones externas excesivas. La
escena originaria determina tambien la fantasía que recreara el juego
Inaugura la técnica del juego en análisis para niños, los temas centrales a interpretar son:
La sexualidad guia su interpretación, y quiere hacer conciente las fantasías que se expresan a
traves del juego.
La primera plantea que la escuela fuera promotora de sublimaciones que lleven al niño a un
buen desarrollo de las pulsiones bajo un predominio yoico.
Le segunda plantea que el niño esta atrapado en el conflicto pulsional y el psicoanalisis infantil
es un modo de superarlo.
Donald Winnicott
El juego tiene función estructurante para la constitución psíquica, su riqueza amplia las
posibilidades simbólicas y creativas del sujeto en constitución.
El bebé es activo y con iniciativa desde el nacimiento. Gesto espontaneo: el bebé debe
desplegar la agresión que forma parte del impulso amoroso primitivo para arribar al objeto
objetivo del mundo externo. Cuando la madre ilusiona al bebé tiene que soportar también el
ataque agresivo e instintivo del bebé e ir de a poco poniendole resistencia, para que empiece a
haber una distincion yo-no yo. Es un proceso transicional.
El jugar superpone dos zonas transicionales, la del niño y el terapeuta, la del niño y la madre.
Agressivity: agresión
Niño y objeto fusionados (obj subj): juegos de interacción caracterizados por la fusion corporal.
Etapa de constitución del objeto transicional (madre que participa, oscila entre lo que el niño
quiere encontrar y ser ella misma): muñecos blandos y suaves provenientes del exterior que
representan algo del bebé y algo de la madre. Acompañan al niño en momentos del soledad.
El niño puede jugar solo sabiendo que la persona que ama puede estar cerca: en el juego se
despliega la agresión y confrontación entre en deseo de la madre y del niño. La madre acepta
la agresión del niño pero tambien impone límites que provienen del ambiente. Romper
juguetes es una manera de elaborar la frustración por la pérdida de la fusión con la madre.
Por placer: los niños gozan con todas las experiencias físicas y emocionales del juego.
Para expresar agresión: el niño valora la comprobación de que los impulsos de odio y de
agresión pueden expresarse en un ambiente conocido, sin que este ambiente le devuelva odio
y violencia. El niño siente que un buen ambiente debe ser capaz de tolerar los sentimientos
agresivos, siempre y cuando se los exprese en forma más o menos aceptable. La agresión
puede ser placentera, pero inevitablemente lleva consigo un daño real o imaginario contra
alguien, de modo que el niño no puede dejar de enfrentar esta complicación.
Para adquirir experiencia: así como la personalidad de los adultos se desarrolla a través de su
experiencia en el vivir, del mismo modo la de los niños se desarrolla a través de su propio
juego, y de las invenciones relativas al juego de otros niños y de los adultos. Al enriquecerse,
los niños aumentan gradualmente su capacidad para percibir la riqueza del mundo
externamente real.
Para establecer contactos sociales: los niños se hacen de amigos y de enemigos durante el
juego, mientras que eso no les ocurre fácilmente fuera del juego. El juego proporciona una
organización para iniciar relaciones emocionales y permite así que se desarrollen contactos
sociales.
Para permitir la comunicación con la gente: un niño que juega puede estar tratando de exhibir,
por lo menos, parte del mundo interior, así como del exterior, a personas elegidas del
ambiente. El juego puede ser “algo muy revelador sobre uno mismo”. Sin embargo, el juego
sirve para ocultar pensamientos. Es posible mantener oculto el inconsciente reprimido, pero el
resto del inconsciente es algo que cada individuo desea llegar a conocer, y el juego, como los
sueños, cumple la función de autorrevelación y comunicación en un nivel profundo.
Jean Piaget
El juego es el reflejo de la experimentación del niño con el mundo, transformación activa entre
sujeto y objeto, a través de la asimilación y acomodación.
Juego de Ejercicio: en el sm, hay juegos relacionados con la construcción del objeto
permanente. Juego de aparecer y desaparecer van ayudando a que éste se constituya.
Juego simbólico: en el po, con el juego hay asimilacion de lo real al yo, sin tanta adaptación al
mundo de los adultos. Tambien hay juegos de imitación que es pura acomodación a lo
exterior.
Brazelton
Los juegos de los primeros meses apuntan a la reciprocidad y sincronía estableciendo ritmos
en un diálogo interactivo con el otro significativo.
La interaccion temprana satisfactoria permite regular las posibilidades homeostáticas del bebé.
Stern
Hay un sí mismo emergente desde el nacimiento, los infantes estan preconstituidos para ser
responsivos a los acontecimientos sociales externos y no hay una total indiferencia si mismo –
otro. Es un bebé activo iniciadorde inteacciones con su medio.
El bebé no busca disminuir la excitación (como dife Freud) sino que la aumenta, por eso es
activo buscador de interaccion. La interacción genera un aumento de estimulación placentra
en el nosotros de esa diada. Cada bebé tiene un nivel óptimo de excitación que busca alcanzar.
Es una regulación mutua.
A los dos años, el sí mismo adquiere lo verbal con lo cual empieza a representarse cosas en su
mente. Ubica aquí el juego simbólico, el niño empieza a compartir significados, y a ejecutar
conductas nuevas.
Lenguaje como fenómenos transicional, porque no pertenece a sí mismo ni al otro, sino que es
intermedio entre la subjetividad del infante y la objetividad de la madre. Permite
relacionamiento mental a traves del significado compartido.
Investigaciones realizadas en paises desarrollados muestran que a partir del segundo año de
vida hay grandes diferencias entre el desarrollo motriz, cognitivo y afectivo entre niños de
distintos niveles socioculturales, los grupos desaventajados tienen un desarrollo cognitivo muy
inferior al promedio.
Distintos autores coinciden en el efecto determinante que tiene el semejante (auxilio ajeno) en
el comienzo de la vida, ya que mediatiza entre el mundo externo y la precariedad psiquica del
infans. En este momento los estímulos externos heterogéneos son muy traumáticos debido a
que la capacidad metabolizadora del infans esta aún en desarrollo.
El adulto mediatizador tiene que sostener la inmadurez afectiva del infans y cuidar sus
umbrales perceptuales para no exponerlo a estimulos que no pueda metabolizar, la
informacion externa heterogenea asi se transforma en informacion representable. Entonces
hay que preservar los intercambios del bebé con el mundo circundante bajo el dominio del
principio de placer.
La díada madre-bebé de los primeros tiempos esta inmersa en un mundo tecnológico, pero
muchos autores dicen que el contenido intenso, sin intermediaciones, reciproco y sincrónico
entre el bebe el otro es requisito para un desarrollo saludable
Los adultos son quienes deben guiar la presentacion de juegos a los niños para introducir
enriquecimiento.
La imagen obliga a captar un todo indiviso de significados y sentimientos, sin poder aislar ni
discernir, ni tomar una postura crítica.
Una comunicacón para convertirse en una experiencia cultural exige una postura crítica. La
comunicación visual coloca al individuo en un receptor pasivo, dificultando el juicio crítico.
La percepción del mundo tiende a hacerse masiva, este aumento de experiencia por via
sensorial y no conceptual disminuye la imaginación, la sensibilidad y la racionalización, afecta
la actividad de representación y puede provocar intoxicación.
Las nuevas tecnologías nos colocan en un punto de “estar”, debido a que la subjetividad actual
es fugaz, y tiene que lograr permanencia para que el sujeto se sostenga, para que sea un punto
de “ser”
Una información puede convertirse en una experiencia cultural si encuentra una postura
crítica, lo adultos tienen que acompañar para lograr la apropiacion de la estimulación, los
padres tienen que evaluar las propuestas consumistas y la adquisicion de juguetes y juegos y
horas pasadas frente a las pantallas.
Un niño nace en un mundo de palabras y es en relación con otros que erogeinizan, prohiben,
que su psiquismo se va constituyendo.
Frente a la tensión de la necesidad, así como frente al dolor, el bebé grita o llora. La madre es
la que va a otorgarle a esa descarga el sentido de un llamado.
Las palabras de los adultos, vividas en principio como ruidos, van siendo ligadas al placer y al
displacer, tomando el valor de caricias o palizas. El cuerpo va siento erotizado, se abren
recorridos, zonas privilegiadas del placer. Hay un ritmo que se va construyendo a través de los
cuidados maternales. El niño emite sonidos que le producen placer en su repetición misma. No
hay palabras ni sentido. Es la emisión vocal, ligada a la audición del sonido, lo que es reiterado
en un juego autoerótico. Hay un juego madre-hijo que pasa de la repetición de sílabas a un
laleo que imita la melodía de una frase. El niño, identificándose primariamente con el otro que
lo libidiniza, va constituyendo un yo, yo de placer purificado que, regido por el principio de
placer, no se diferencia claramente del funcionamiento pulsional. Es un yo de placer purificado
que se define por el desconocimiento del otro como generador de la satisfacción.
Hasta acá el niño no nombra, pero es nombrado. El placer narcisista preside su producción
sonora en una suerte de fusión con un semejante que no es reconocido estrictamente como
tal.
El niño se va diferenciando y a la vez intenta anular las diferencias. En ese sentido, la palabra
separa y liga. Nombrando a la madre, la tiene mágicamente, a la vez que la posibilidad de
nombrarla supone el establecimiento de una distancia. Las primeras palabras son palabras-
frases, es decir, condensan todo un sentido en una sola palabra. Se puede decir que son
palabras-actos, en tanto presuponen una acción, son equivalentes a acciones y generalmente
son acompañadas de éstas.
Hay ya un intento de diferenciación yo-no yo. El niño va a intentar dominar todo aquello vivido
como afuera, exterior a sí, y por ende, hostil. La palabra tiene entonces el valor de expulsar lo
vivido como displacentero y a la vez de recuperar el objeto amado.
De la palabra-frase se pasa a dos palabras, núcleo y predicado, algo que permanece igual y
algo variable.
El niño cuenta con acciones y esto muestra ya esbozos de representaciones preconcientes que
se van instaurando (“nena-apumba”)
En resumen: del grito como pura descarga se pasa a la repetición autoerótica de sonidos, y
luego (en una secuencia lógica) a la repetición de melodías. Pero hasta allá no hay palabras.
Estas solo aparecen posibilitadas por la identificación, en el movimiento mismo de acercarse y
alejarse del objeto investido libidinalmente. Podemos pensar esto en relación a ese juego tan
universal como es el juego de aparecer y desaparecer (juego presencia-ausencia) acompañado
del “atá” que marca el reencuentro. O sea, para que un niño hable tiene que haber alguien con
quien se identifique y cuyos sonidos repita. Pero ese alguien tiene que poder estar ausente
para que el niño intente recuperarlo con la palabra. Esto es a la vez que ese lenguaje,
totalmente ligado a la acción, le posibilita poner afuera y contar a otro su vivencia,
transformando en activo lo pasivo. Estas palabras son tratadas como parte de la cosa. No son
representación-palabra. Así, cuando el niño nombra “gato”, “mesa”, “mamá”, son su gato, su
mesa, su mamá.
La madre nombra al mundo. Y se establece así un lenguaje íntimo. Pero la madre también
prohibe, dice “no”, símbolo de la negación del que el niño se apropia por identificación y que
le posibilita la transformación del acto expulsivo, de la agresión, en un juicio.
Identificado con la omnipotencia materna, el niño esgrime su no frente a los mandatos de los
otros. Domina y se domina. El que la madre comprensa su lenguaje y le otorgue valor de
comunicación posibilita la creencia del niño en la omnipotencia de sus palabras y en la ligazón
de éstas con el mundo. Pero a la vez, la madre deberá desear que ese niño se inserte en un
mundo social, para lo cual será imprescindible que acepte normas.
Aquella que le da el lenguaje como un don posibilita entonces la adquisición del lenguaje como
sistema de normas regladas, leyes que preexisten al niño. Esto supone una apertura de ese
vínculo narcisista.
La madre deja de ser fuente del lenguaje pero las leyes del mismo son atribuidas ahora al
padre, investido de todo el poderío (en tanto se lo supone ejecutor de la castración materna).
Es en la relación con otros que el aparato psíquico se va constituyendo. Ellos son los
destinatarios del amor del niño, los primeros objetos hacia los que se dirige la libido.
Se escenifican fantasías y vivencias a través del juego. Y tanto cuando hablan como cuando
juegan toman rastros de vivencias y lo reorganizan de acuerdo a sus fantasías.
Esto es en plena conflictiva edípica y el niño puede hablar en primera persona, acepta
dolorosamente normas consensuales y su omnipotencia nominativa trastabilla.
[1] "El sistema háptico (tacto activo) es un sistema perceptivo complejo, encargado de
aprehender y codificar la estimulación que llega a los receptores cutáneos y cinestésicos
(Loomis y Lederman 1986). Por percepción háptica se entiende la combinación de la
información adquirida a través de la piel que recubre el cuerpo humano, y la información
obtenida a través del movimiento, o sentido cinestésico". "Se trata de un sistema perceptivo
complejo que incorpora y combina información a partir de distintos subsistemas táctiles, como
el sistema cutáneo (percepción de la presión y de la vibración), el sistema térmico y el
subsistema del dolor. Además el sistema háptico incluye también el sistema cinestésico que
procesa información sobre la posición y el movimiento a partir de los receptores existentes en
articulaciones, músculos y tendones".