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Stephen Toulmin, The Uses of Argument [Los usos de la argumentación], Cambridge

(Cambridge University Press), 1999, cap. III (pp. 94-145) – traducción provisoria.

III. La disposición de los argumentos

Un argumento es como un organismo. Tiene una estructura anatómica gruesa y otra más fina,
podríamos decir: fisiológica. Desarrollado explícitamente y con todo detalle, puede ocupar un cierto
número de páginas impresas, o tomar tal vez un cuarto de hora para ser pronunciado; y dentro de
ese tiempo o espacio es posible distinguir las fases principales que marcan el progreso del
argumento desde el planteo inicial de un problema no resuelto hasta la presentación final de una
conclusión. Estas fases principales ocuparán, cada una, unos minutos o algunos párrafos, y
representan las principales unidades anatómicas del argumento, sus “órganos”, por así decirlo. Pero
dentro de cada párrafo, bajando al nivel de las oraciones individuales, se puede reconocer una
estructura más fina, y ésta es la que ha ocupado principalmente la atención de los lógicos. Es en este
nivel fisiológico donde se ha introducido la idea de la forma lógica, y es aquí donde, en último
término, la validez de nuestros argumentos habrá de quedar establecida o refutada.
Ha llegado el momento de cambiar el foco de nuestra indagación para concentrarnos en este nivel
más fino. Pero no podemos permitirnos olvidar lo que hemos aprendido al estudiar la anatomía
gruesa de los argumentos, porque aquí, igual que en el caso de los organismos, los detalles
fisiológicos resultan más inteligibles cuando se los considera sobre el trasfondo de las descripciones
anatómicas más bastas. Buena parte del interés que presentan los procesos fisiológicos se debe al
papel que cumplen en el mantenimiento de las funciones de los organismos mayores dentro de los
que ocurren; y los micro-argumentos (como podríamos bautizarlos) necesitan ser observados de
tiempo en tiempo con un ojo puesto en los macro-argumentos de los que forman parte; en efecto, la
manera precisa de formularlos y exponerlos, por no mencionar sino lo menos importante, puede ser
afectada por el rol que les toca desempeñar en un contexto más amplio.
En la indagación que sigue estudiaremos el funcionamiento de los argumentos oración por oración,
para ver cómo su validez o invalidez está conectada con la manera de disponerlos, y qué relevancia
tiene esa conexión con respecto a la noción tradicional de “forma lógica”. Ciertamente un mismo
argumento puede ser expuesto [95] de varias formas diferentes, y algunos de estos esquemas de
análisis pueden ser más transparentes que otros, esto es, unos mostrarán la validez o invalidez de un
argumento más claramente que otros, y harán más explícitos los fundamentos en los que se apoya y
la vinculación de éstos con la conclusión. ¿Cómo, entonces, deberíamos disponer un argumento si
queremos mostrar las fuentes de su validez? ¿Y en qué sentido la aceptabilidad o inaceptabilidad de
los argumentos depende de sus méritos o defectos “formales”?
Tenemos ante nosotros dos modelos rivales, uno matemático y el otro jurisprudencial. ¿La forma
lógica de un argumento válido es algo cuasi-geométrico, comparable al contorno de un triángulo o
al paralelismo de dos líneas rectas? ¿O es, más bien, algo procedimental, de manera que un
argumento formalmente válido es aquel que se presenta en debida forma, como dirían los abogados,
más que el que se presenta en prolija y simple forma geométrica? ¿O la noción de forma lógica
combina de alguna manera ambos aspectos, de modo que para presentar un argumento en debida
forma necesariamente se requiere adoptar una cierta disposición geométrica? Si la respuesta
correcta es esta última, de inmediato nos encontramos con un nuevo problema: ver cómo y porqué
el procedimiento correcto exige adoptar una forma geométrica simple, y cómo esa forma garantiza,

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a su vez, la validez de nuestros procedimientos. Si suponemos que los argumentos válidos pueden
ser vertidos en una forma ordenada geométricamente, ¿cómo contribuye ésto a hacerlos más
convincentes, siquiera en alguna medida?
Estos son los problemas que se estudiarán en la presente indagación. Si encontramos el modo de
desenmarañarlos, su solución será de cierta importancia, en especial para una correcta comprensión
de la lógica. Al inicio, no obstante, debemos avanzar con cautela y mantenernos alejados de las
discusiones filosóficas sobre las que esperamos echar luz más adelante, concentrándonos por el
momento en cuestiones sumamente prosaicas y llanas. Si lo que nos interesa son las categorías de la
lógica aplicada, vale decir, la tarea práctica de la argumentación y las nociones que ella nos obliga a
emplear, tenemos que preguntarnos qué rasgos deberá tener la disposición lógicamente transparente
de un argumento. Cuando se establece una conclusión surge un cierto número de cuestiones de
diferentes tipos, y una disposición para el uso práctico dará cuenta de estas diferencias. Por
consiguiente, nuestra primera pregunta es: ¿cuáles son esas cuestiones, y cómo puede hacerse
justicia a todas ellas al someter nuestros argumentos a una valoración racional?
Dos últimas consideraciones pueden hacerse a modo de introducción, la primera de ellas
simplemente agregando otra pregunta a nuestra agenda. Desde [96] los tiempos de Aristóteles ha
sido costumbre, cuando se analiza la micro-estructura de los argumentos, presentarlos de manera
muy simple, de a tres proposiciones por vez: “premisa menor; premisa mayor; por lo tanto
conclusión”. La pregunta que ahora se nos plantea es si esta forma estandarizada es lo
suficientemente compleja o transparente. Desde luego que la simplicidad es un mérito, pero ¿no nos
ha costado muy caro en este caso? ¿Podemos clasificar con propiedad todos los elementos de
nuestros argumentos bajo estos tres títulos de “premisa mayor”, “premisa menor” y “conclusión”, o
el número excesivamente reducido de estas categorías conduce a confusión? Y más aún, ¿hay
suficiente similitud entre las premisas mayor y menor para que puedan ser colocadas juntas bajo el
único nombre de “premisa”?
Sobre estos interrogantes echa luz la analogía con la jurisprudencia. Ella nos conduciría
naturalmente a adoptar una disposición más compleja que lo acostumbrado, ya que los interrogantes
aquí planteados son, nuevamente, versiones más generales de cuestiones ya familiares en
jurisprudencia, y en ese campo más especializado se ha elaborado toda una batería de distinciones.
Un filósofo del derecho preguntaría: “¿Cuáles son las diferentes clases de proposiciones que se
profieren en el curso de una causa judicial, y de qué diferentes modos pueden éstas influir sobre la
solidez de una pretensión de derecho?” Ésta es, y ha sido siempre, una pregunta central para un
estudiante de jurisprudencia, y se percibe rápidamente que para estudiar de manera apropiada la
naturaleza de un proceso legal es necesario trazar un gran número de distinciones. Los enunciados
legales tienen muchas funciones distintas. La presentación de agravios, las pruebas identificatorias,
el testimonio sobre los hechos discutidos, las interpretaciones de una norma o las controversias
sobre su validez, los pedidos de exención de la aplicación de una ley, los alegatos de atenuantes, los
veredictos, las sentencias: todas estas diferentes clases de proposición desempeñan su papel en un
proceso legal, y en la práctica las diferencias entre ellas distan de ser triviales. Cuando pasamos del
caso particular del derecho a la consideración en general de los argumentos racionales, nos topamos
de inmediato con la duda de si éstos no deben ser analizados en términos de un conjunto de
categorías igualmente complejo. Si queremos exponer nuestros argumentos con completa
transparencia lógica y entender correctamente la naturaleza del “proceso lógico”, seguramente
necesitaremos utilizar un esquema de argumento no menos sofisticado que el que se requiere en
derecho. [97]

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EL ESQUEMA DE UN ARGUMENTO: DATOS Y JUSTIFICATIVOS (WARRANTS).

“¿Qué hace falta, entonces, para establecer una conclusión presentando argumentos?” ¿Podemos, a
partir de la consideración general de esta pregunta, construir desde cero un modelo de análisis que
haga justicia a todas las distinciones que exige un procedimiento correcto? He aquí el problema que
se nos plantea.
Supongamos que hacemos una afirmación, y nos comprometemos, por consiguiente, con la
pretensión que se encuentra necesariamente implícita en cualquier afirmación. Si esta pretensión es
desafiada, tenemos que poder sostenerla – es decir, saldarla mostrando que era justificable. ¿Cómo
lo haremos? A menos que hayamos hecho la afirmación sin ton ni son y de manera irresponsable,
normalmente tendremos algunos hechos que podamos aducir en su apoyo: si la pretensión es puesta
en duda, depende de nosotros apelar a esos hechos y presentarlos como el fundamento sobre el que
se basa nuestra pretensión. Es posible, desde luego, que no consigamos siquiera que nuestro retador
admita que esos hechos son correctos, y en este caso tendremos que aclarar esta objeción mediante
un argumento preliminar. Solo una vez despejada esta cuestión previa o “lema”, como dirían los
geómetras, estaremos en posición de volver al argumento original. Pero baste aquí con haber
mencionado esta complicación: suponiendo que la dificultad del lema esté resuelta, nuestra cuestión
es cómo exponer el argumento original en la forma más completa y explicita. Afirmamos: “el
cabello de Harry no es negro”. ¿Se nos pregunta con qué elementos contamos para afirmar tal cosa?
Con nuestro conocimiento personal de que en efecto es rojo: ese es nuestro dato, el fundamento que
exhibimos como como soporte para la afirmación original. Peterson, podemos decir, no es católico
romano: ¿porqué? Basamos nuestra pretensión en el conocimiento de que es sueco, lo que hace muy
improbable que sea católico. Wilkinson, afirma el fiscal en la Corte, ha cometido una falta contra
las reglas de tránsito: como base de esta pretensión, dos policías están dispuestos a testificar que
conducía a 45 millas por hora en una zona urbanizada. En cada caso, una afirmación original se
sostiene presentando otros hechos relacionados con ella.
Tenemos aquí, entonces, una primera distinción: la pretensión [claim] o conclusión cuyos méritos
estamos buscando establecer (C) y los hechos a los que apelamos para dar fundamento a la
pretensión – los llamaré nuestros datos (D). Si la pregunta de nuestro retador es “¿Con qué
elementos cuenta?”, presentar los datos o la información en la que se basa nuestra pretensión puede
servir como respuesta; pero esta es solo una de las [98] formas en que puede ser desafiada nuestra
conclusión. Una vez que hemos presentado nuestros datos, podemos vernos confrontados todavía
con preguntas de otro tipo. Se nos puede exigir ahora, no que presentemos más información fáctica
que la que ya hemos aportado, sino más bien que indiquemos cómo se relaciona nuestra conclusión
con los datos que hemos presentado. En lenguaje coloquial, la pregunta podría ser ahora, no “¿con
qué elementos cuenta?”, sino “¿cómo hace para llegar de una cosa a la otra?”. Presentar un conjunto
particular de datos como base para una conclusión determinada nos compromete a dar un cierto
paso; y la pregunta ahora es cuál es la naturaleza y la justificación de este paso.
Si nos encontramos frente a este nuevo desafío, no corresponde que aportemos nuevos datos, ya que
harían surgir de inmediato el mismo interrogante, sino proposiciones de un tipo distinto: reglas,
principios, licencias de inferencia o como quiera llamárselos, en lugar de nuevos ítems de
información. Ya no se trata de fortalecer la base sobre la que construimos nuestro argumento, sino
más bien de mostrar que, tomando esos datos como punto de partida, el paso hacia la pretensión
original o conclusión es apropiado y legítimo. Por lo tanto, en este punto lo que hace falta son
afirmaciones hipotéticas y generales, que puedan actuar como puentes y autorizar este tipo de paso

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al cual nos compromete nuestro argumento particular. Normalmente éstas admiten una formulación
muy breve (de la forma “si D, entonces C”); pero, para mayor transparencia, conviene ampliarlos y
exponerlos de forma más explícita: “Datos del tipo D nos permiten extraer conclusiones, o formular
pretensiones, del tipo C”, o alternativamente “Dados los datos D, puede admitirse que C”.
Llamaré warrants (W) a este tipo de proposiciones, para distinguirlas tanto de las conclusiones
como de los datos. (Se observará que estos “warrants” corresponden a los “estándares prácticos” o
“cánones de argumentación” a los que nos hemos referido en ensayos anteriores). Para retomar los
ejemplos anteriores: el conocimiento de que el cabello de Harry es rojo nos permite dejar de lado
cualquier sugerencia de que es negro, en virtud del warrrant “si algo es rojo, no puede ser también
negro”(la trivialidad misma de este warrant está conectada con el hecho de que se trata a la vez de
una contra-afirmación como de un argumento). El hecho de que Peterson sea sueco es directamente
relevante para la cuestión de su pertenencia religiosa, ya que, como diríamos probablemente,
“puede suponerse casi con certeza que un sueco no es católico”. (El paso involucrado aquí no es
trivial, por lo cual el warrant no se autentica por sí mismo). Lo mismo ocurre en el tercer caso:
nuestro warrant será una afirmación [99] del tipo “si está probado que un hombre condujo a más de
30 mph en zona urbanizada, puede considerárselo culpable de haber cometido una falta contra las
normas de transito”.
La pregunta que surge de inmediato es cuán absoluta es la diferencia entre datos, por un lado, y
warrant, por el otro. ¿Siempre quedará claro si el que desafía una afirmación está solicitando que su
adversario presente datos o que presente los warrants que autorizan su paso? En otras palabras, ¿es
posible trazar una distinción nítida entre el valor de estas dos preguntas: “¿Con qué elementos
cuenta?” y “¿Cómo llega?”? Si examinamos la cuestión sólo desde la gramática, la diferencia
estaría lejos de ser absoluta; la misma frase puede servir para una y otra función, es decir, puede ser
pronunciada en una situación para comunicar una información, en otra para justificar un paso en un
argumento, y tal vez aun, en algunos contextos, para hacer ambas cosas a la vez. (Todas estas
posibilidades serán ilustradas en breve). Por el momento, lo que importa es no es llegar a una
conclusión definitiva ni comprometernos de antemano con una terminología rígida. En todo caso, lo
cierto es que encontramos algunas situaciones en las que podemos distinguir claramente dos
funciones lógicas diferentes; la naturaleza de esta distinción es sugerida por el contraste entre estas
dos oraciones: “Siempre que A, uno ha encontrado que B” y “Siempre que A, uno puede inferir que
B”.
Ahora tenemos los términos que necesitamos para componer el primer esqueleto de un esquema
para analizar argumentos. Podemos simbolizar mediante una flecha la relación entre los datos y la
pretensión que con ellos se busca sostener, e indicar la justificación que permite dar el paso de
aquellos a ésta escribiendo el warrant inmediatamente debajo de la flecha:

D ––––––––→ por lo tanto, C


|
ya que
W

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O, para dar un ejemplo:

Harry nació en Bermuda ––––→ por lo tanto, Harry es un ciudadano británico


|
ya que
Todo nacido en Bermuda es un ciudadano británico.

Tal como indica este esquema, en el argumento, de manera explícita, en apoyo de la pretensión se
apela directamente a los datos que se toman como fundamento para sostenerla: (100) el warrant es,
en un sentido, incidental y explicativo, su función es simplemente registrar explícitamente la
legitimidad del paso involucrado y referirlo a una clase más amplia de pasos, cuya legitimidad se
presupone.
Ésta es una de las razones para la distinguir entre datos y warrant: a los datos se apela
explícitamente; a los warrants, de manera implícita. Además, puede notarse que los warrants son
generales, certifican la solidez de todo argumento del tipo apropiado, y en consecuencia deben ser
establecidos en de un modo muy distinto que los hechos que presentamos como datos. Esta
diferencia, entre data y warrants, es similar a la que se traza en los tribunales entre cuestiones de
hecho y cuestiones de derecho y, en efecto, esta última diferencia no es más que un caso particular
de aquella – podemos argumentar, por ejemplo, que un hombre del que sabemos que ha nacido en
Bermuda es presumiblemente un ciudadano británico, simplemente porque las leyes pertinentes nos
dan un warrant para llegar a esa conclusión.
Hagamos al pasar una última observación general: a menos que, en cualquier campo particular de
argumentación, estemos dispuestos a trabajar con warrants de alguna clase, nos resultará imposible
en ese campo someter argumentos a una valoración racional. Los datos que citamos si la pretensión
es desafiada dependen de los warrants con los que estemos dispuestos a operar en ese campo, y los
warrants con los que nos comprometemos están implícitos en el tipo de pasos que estamos
preparados a dar y a admitir para pasar de los datos a las pretensiones. Pero si suponemos que un
hombre rechaza cualquier warrant que autorice el paso de datos sobre el presente y el pasado a
conclusiones sobre el futuro, entonces para él será imposible una predicción racional; y, de hecho,
muchos filósofos han negado la posibilidad de la predicción racional simplemente porque pensaron
que podían desacreditar por igual todos los pretendidos warrants pasado-a-futuro.
El esqueleto de esquema que hemos obtenido hasta no es más que un comienzo. Pueden surgir
ahora nuevas cuestiones, a las que deberemos prestar atención. Los warrants son de tipos distintos,
y pueden otorgar diferentes grados de fuerza a las conclusiones que justifican. Algunos warrants
nos autorizan a aceptar una pretensión de manera inequívoca si contamos con los datos apropiados;
estos warrants nos permiten, llegado el caso, calificar nuestras conclusiones con el adverbio
“necesariamente”. Otros nos autorizan a dar el paso desde los datos a la conclusión ya sea
tentativamente, ya sea sujeto a condiciones, excepciones, o calificaciones; en estos casos se utilizan
otros calificadores modales, como “probablemente” y “presumiblemente” (101). Por lo tanto, puede
que no baste con especificar simplemente nuestros datos, warrant y pretensión: tal vez necesitemos
agregar alguna referencia explícita al grado de fuerza que nuestros datos otorgan a nuestra
pretensión en virtud de nuestro warrant. En una palabra, tal vez tengamos que poner un calificador.
Además, a menudo es necesario en los tribunales no sólo apelar a un estatuto dado o a una doctrina
del derecho común, sino discutir explícitamente hasta qué punto esta determinada ley se aplica al
caso considerado, si en este caso particular debe ser aplicada inevitablemente o si hay hechos

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especiales que puedan hacer del caso una excepción a la regla, o uno en el cual la ley puede ser
aplicada sólo bajo ciertas restricciones.
Si hemos de incluir estas características de nuestro argumento, nuestro esquema se hará más
complejo. Los calificadores modales (Q) y las condiciones de excepción o refutación (R) son ambos
distintos de los datos y de los warrants, y necesitan de lugares separados en nuestro esquema. Así
como un warrant (W) en sí mismo no es un dato (D) ni una pretensión (C), dado que implica en sí
mismo algo sobre ambos, D y C, a saber, que el paso de uno a otro es legitimo; así también, a su
vez, Q y R son distintos de W, ya que comentan implícitamente sobre el comportamiento de W en
este paso: los calificadores (Q) indican la fuerza que el warrant confiere a este paso, las condiciones
de rechazo (R) indican circunstancias en las cuales la autoridad general del warrant tendría que ser
dejada de lado. Para marcar estas nuevas distinciones, podemos escribir el calificado (Q)
inmediatamente a la par de la conclusión que califica (C), y las condiciones excepcionales que
podrían derrotar la conclusión autorizada por el warrant u obligar a rechazarla, inmediatamente
debajo del cualificador.
Para ilustrar: nuestra pretensión de que Harry es un ciudadano británico puede ser normalmente
defendida apelando a la información de que nació en Bermuda, ya que este dato le proporciona
soporte a nuestra conclusión, debido a los warrants implícitos en las leyes sobre la nacionalidad
británica. Pero el argumento no es concluyente en sí mismo si carecemos de certezas acerca de la
nacionalidad de los padres de Harry y acerca de que no cambió de nacionalidad desde su
nacimiento. Lo que sí permite nuestra información es establecer que la conclusión se aplica
“presumiblemente”, y está sujeta a las condiciones apropiadas. El argumento ahora asume la forma:

D ––––––––→ por lo tanto, Q, C


| |
ya que salvo si
W R

(102)Ejemplo:

Harry nació ––––→ por lo tanto, presumiblemente, Harry es un ciudadano británico


en Bermuda | |
| |
ya que |
Todo nacido en Bermuda |
es un ciudadano británico salvo si
Sus dos padres fueron
extranjeros / se ha
naturalizado norteamericano/...

Debemos resaltar, además, dos nuevas distinciones. La primera es la que se da la afirmación de un


warrant, y las afirmaciones sobre su aplicabilidad – entre “un hombre nacido en Bermuda será
Británico” y “esta presunción se aplica con tal de que sus dos padres no hayan sido extranjeros,
etc.”. La distinción es pertinente no sólo para las leyes del país, sino también para entender las leyes
científicas o “leyes de naturaleza”: es importante, en efecto, en todos los casos donde la aplicación
de una ley está sujeta a excepciones, o donde un warrant puede ser apoyado señalando sólo a una

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correlación general, y no absolutamente invariable. Y la segunda es que proporcionar hechos
adicionales puede servir a dos propósitos distintos: o bien pueden servir como nuevos datos, o bien
pueden ser citados para confirmar o refutar la aplicabilidad de un warrant. En consecuencia, el
hecho de que Harry nació en Bermuda y el hecho de que sus padres no eran extranjeros son ambos
directamente pertinentes a la cuestión de su nacionalidad presente; pero son pertinentes de distinto
modo. Uno de los hechos es un dato que por si mismo establece una presunción de nacionalidad
británica; el otro hecho, que hace a un lado una posible refutación, tiende a confirmar la presunción
así creada.
Hay un problema con respecto a la aplicabilidad de los datos que tendremos que discutir con algún
detalle más adelante: cuando presentemos un ejemplo de matemática aplicada, en el cual algún
sistema de relaciones matemáticas se usa para iluminar un asunto (digamos) de física, la corrección
del calculo será una cosa, su pertinencia con respecto al problema planteado será otra. Por lo tanto
la pregunta “¿Este cálculo es matemáticamente impecable?” puede ser muy diferente de la pregunta
“¿Es éste el calculo pertinente?”. Aquí también, la aplicabilidad de un warrant en particular es una
cuestión: el resultado al que llegamos aplicando el warrant es otro asunto, y si nos interrogamos
acerca de la corrección del resultado podemos vernos en la necesidad de indagar uno y otro aspecto
de manera independientemente. (103)

EL ESQUEMA DE UN ARGUMENTO: AVALANDO NUESTROS WARRANTS

Una última distinción, que hemos tocado de pasada, debe ser discutida con alguna amplitud.
Además de la pregunta de si, o en qué condiciones, un warrant es aplicable en un caso particular, se
nos puede cuestionar por qué este warrant debiera ser aceptado en general como dotado de
autoridad. Es decir, al defender una pretensión podemos presentar nuestros datos, nuestro warrant y
los calificadores y las condiciones pertinentes, y encontrar, sin embargo, que no hemos satisfecho
aún a nuestro retador, ya que éste puede dudar no solo sobre este argumento en particular sino sobre
la cuestión más general de si el warrant (W) es aceptable como tal. Puede admitir que, dando por
supuesto la aceptabilidad general de este warrant, nuestro argumento sería sin duda impecable – si
los hechos de tipo D fueran realmente suficientes para apoyar pretensiones de tipo C, todo estaría de
perlas. ¿Pero ese warrant, a su turno, no se apoya en algo más? Desafiar una pretensión en particular
puede conducir, así, a desafiar más en general la legitimidad de una serie completa de argumentos.
“Usted asume que si un hombre ha nacido en Bermuda puede suponerse que es ciudadano
británico”, podría decir él, “pero ¿por qué usted piensa eso?” Detrás de nuestros warrants, tal como
nos recuerda este ejemplo, habrá normalmente otras afirmaciones, sin las cuales los warrants
mismos no tendrían ni autoridad ni aceptación; a éstas las llamaremos el aval o backing (B) de los
warrants. Este aval de nuestros warrants es algo que tendremos que escudriñar muy
cuidadosamente: sus precisas relaciones con nuestross datos, pretensiones, warrants y condiciones
de refutación merecen alguna clarificación, ya que una confusión en este punto puede conducir a
problemas en el futuro.
Deberemos notar particularmente cómo el tipo de aval invocado por nuestros warrants varía de un
campo de argumento a otro. La forma de argumento que utilizamos en los distintos campos,

D ––––––––→ por lo tanto, Q, C


7
| |
ya que salvo si
W R

no necesita variar mucho entre un campo y otro. “Una ballena será un mamífero”, “un bermudés
será un ciudadano británico”, “un árabe saudita será musulmán”: he aquí tres warrants distintos a
los cuales podremos apelar en el curso de un argumento práctico, cada uno de los cuales puede
justificar la (104) misma clase de paso directo de un dato a una conclusión. Podríamos agregar una
variedad de ejemplos de tipos más diversos aun, extraídos de los campos moral, matemático o
psicológico. Pero en cuanto comenzamos a preguntar por el backing en el cual se apoya un warrant
en cada campo, aparecen grandes diferencias: el tipo de aval que debemos exhibir para establecer la
autoridad del warrant cambiará ampliamente al movernos de un campo de argumentación a otro.
“Una ballena será (vale decir: puede clasificarse como) un mamífero”, “Un bermudés será (a los
ojos de la ley) un ciudadano británico”, “Un árabe saudita será (según podrá comprobarse) un
musulmán”; las palabras entre paréntesis indican cuáles son esas diferencias. Un warrant se
defiende refiriéndolo a un sistema de clasificación taxonómica, otro apelando a los estatutos que
rigen la nacionalidad de las personas nacidas en las colonias británicas, el tercero refiriéndose a
estadísticas de distribución de las religiones entre gentes de distintas nacionalidades. Podemos dejar
abiertas por ahora la pregunta más ardua de cómo establecemos nuestros warrants en los campos de
la moral, las matemáticas y la psicología; lo que estamos tratando de mostrar por el momento es la
variabilidad o dependencia de los campos del aval necesario para establecer nuestros warrants.
Podemos hacer lugar para este elemento adicional en nuestro esquema de argumento escribiéndolo
debajo de la mera afirmación del warrant para el cual sirve de backing (B):

D ––––––––→ por lo tanto, Q, C


| |
ya que salvo si
W R
|
en virtud de
B

Esta forma podrá no ser definitiva, pero será suficientemente compleja para el propósito de la
presente discusión. Para tomar un ejemplo particular: para sostener la pretensión (C) de que Harry
es ciudadano británico apelamos al dato (D) de que ha nacido en Bermuda, y el warrant podrá
entonces enunciarse en la forma “Un hombre nacido en Bermuda puede ser considerado un
ciudadano británico”. No obstante, dado que las cuestiones de nacionalidad siempre están sujetas a
calificaciones y condiciones, tendremos que insertar el calificador “presumiblemente” (Q) delante
de la conclusión, y notar la posibilidad de que nuestra conclusión sea refutada en caso de que (R)
ambos padres resultaran haber sido extranjeros o de que él se haya nacionalizado norteamericano.
Finalmente, en caso de que el warrant mismo sea desafiado, (105) puede aducirse qué lo avala: se
enumerarán los términos y las fechas de promulgación de las leyes y demás provisiones legales que
rigen la nacionalidad de las personas nacidas en las colonias británicas. El resultado será un
argumento con el diseño siguiente:

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Harry nació ––––→ por lo tanto, presumiblemente, Harry es un ciudadano británico
en Bermuda | |
| |
ya que |
Todo nacido en Bermuda |
es un ciudadano británico salvo si
| Sus dos padres fueron
| extranjeros / se ha
| naturalizado norteamericano/...
en virtud de
Los siguientes estatutos
y demás provisiones legales:

¿Qué diferencias presenta el aval de los warrants con respecto a los restantes elementos de nuestros
argumentos? Comencemos por las diferencias entre B y W: el enunciado de un warrant, como
vimos, es una proposición hipotética, comparable a un puente, mientras que el backing puede ser
expresado en forma de afirmaciones categóricas de hecho, de la misma manera que los datos a los
que apelamos como soporte directo de nuestras conclusiones. En la medida en que nuestras
afirmaciones reflejen explícitamente estas diferencias funcionales, no hay peligro de confundir el
aval (B) de un warrant con el warrant mismo (W). Tales confusiones surgen solo cuando estas
diferencias aparecen disimuladas por nuestras formas de expresión. En el ejemplo que acabamos de
dar, de todos modos, no tiene por qué haber dificultades. El hecho de que los estatutos pertinentes
han sido sancionados con fuerza de ley, y de contienen las disposiciones que contienen, puede
constatarse simplemente consultando las correspondientes actas del parlamento y los volúmenes
pertinentes del boletín oficial. Lo que allí descubriremos, a saber, que tal y tal ley, sancionada en tal
y tal fecha, contiene una cláusula que indica que las personas nacida en las colonias británicas serán
consideradas británicos si sus padres no son ambos extranjeros, es una simple y llana afirmación de
hecho. Por otro lado, el warrant que aplicamos en virtud de la ley que contiene tal disposición es
lógicamente de carácter muy distinto: “Si un hombre nació en una colonia británica, puede
presumirse que es británico”. A pesar de que esos hechos referidos a la ley pueden proveer todo el
aval que requiere este warrant, la afirmación explícita del warrant mismo es algo más que una mera
repetición de esos hechos: es una moraleja general de carácter práctico sobre los modos de
argumentar que, en vista de esos hechos, podemos emplear sin peligro.
Podemos distinguir asimismo el aval (B) de los datos (D). Si bien tanto los datos a los que apelamos
en un argumento como el backing que presta autoridad a nuestros warrants pueden expresarse como
lisas y llanas afirmaciones de hecho, los roles que estas afirmaciones juegan en nuestros argumentos
son decididamente distintos. Deben darse datos de algún tipo para que exista un argumento: una
simple conclusión, sin datos que la sostengan, no es un argumento. En cambio, el aval de los
warrants que invocamos no necesita ser explícito, al menos no en un primer momento: es posible
que los warrants sean admitidos sin que nadie los desafíe, y su aval quedar como sobreentendido.
De hecho, si insistiéramos en exigir que se acrediten todos los warrants que aparezcan y no
dejáramos pasar uno sin desafiarlo, difícilmente podría comenzar la argumentación. Jones adelanta
un argumento que invoca el warrant W1, y Smith desafía ese warrant. Jones se ve obligado a
ofrecer un nuevo argumento, con la esperanza de establecer la aceptación del primer warrant. Pero

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en el curso de este argumento emplea un segundo warrant W2. Smith, a su turno, desafía las
credenciales de este segundo warrant; y así continúa el juego. Para que un campo dado esté abierto
a la argumentación es necesario que al menos algunos warrants sean aceptados provisoriamente y
sin más desafío. No sabríamos siquiera qué clase de datos tienen algún tipo de pertinencia con
respecto a una conclusión si no tuviéramos al menos una idea provisoria de los warrants aceptables
en la situación que tenemos delante. Las consideraciones necesarias para establecer la aceptabilidad
de los warrants más confiables son algo que tenemos derecho a dar por sabido.
Finalmente, unas palabras sobre las formas en las cuales B difiere de Q y R. Éstas son demasiado
obvias como para que necesitemos extendernos sobre ellas, ya que, claramente, una cosa son las
bases para considerar un warrant como aceptable en general, otra cosa es la fuerza que un warrant
presta a una conclusión, y otra son las clases de circunstancias excepcionales que en casos
particulares refutan las presunciones creadas por el warrants. Ellas corresponden, en nuestro
ejemplo, a las tres afirmaciones, (i) que los estatutos sobre nacionalidad británica tienen de hecho
validez legal, y dicen así:..., (ii) que puede presumirse que Harry es un ciudadano británico, y (iii)
que Harry, habiéndose naturalizado recientemente americano, no está comprendido por estos
estatutos. (107)
Conviene que hagamos una observación al pasar sobre el modo de interpretar los símbolos en
nuestro esquema de argumento; ésto puede echar alguna luz sobre un ejemplo algo confuso que se
nos cruzó cuando discutíamos los puntos de vista de Kneale sobre las probabilidades. Consideremos
la flecha une D a C. De buenas a primeras, puede parecer natural que esa flecha debe leerse en un
sentido como “por lo tanto”, y en el otro como “porque”. Sin embargo, existen otras
interpretaciones posibles. Como hemos visto anteriormente, el paso desde la información de que
Jones tiene la enfermedad de Bright a la conclusión de que él no puede esperar vivir hasta los
ochenta años no se revierte perfectamente: nos parece bastante natural decir: “No se puede esperar
que Jones viva hasta los ochenta, porque sufre de la enfermedad de Bright”. Pero la afirmación más
completa: “No se puede esperar que Jones viva hasta los ochenta, porque la probabilidad de que
viva hasta esa edad es baja, porque tiene la enfermedad de Bright”, nos sorprende como embarazosa
y artificial, puesto que agrega un paso que es trivial e innecesario. Por otro lado, no nos resulta
extraño decir: “Jones tiene la enfermedad de Bright, por lo tanto sus probabilidades de vivir hasta
los ochenta son pocas, por lo tanto no se puede esperar que viva hasta esa edad”, ya que la última
cláusula es (por así decir) una cláusula inter alia – establece una de las muchas moralejas que uno
puede extraer de la cláusula media, que nos indica su expectativa general de vida.
Lo mismo ocurre en nuestro esquema: si leemos a lo largo de la flecha de derecha a izquierda o de
izquierda a derecha, normalmente podremos decir ambas cosas: “C, porque D” y “D, por lo tanto
C”. Pero a veces puede ocurrir que, dado D, sea posible justificar una conclusión más general que
C. Cuando es así, a menudo encontraremos natural escribir, no sólo “D, por lo tanto C”, sino
también “D, por lo tanto C’, por lo tanto C”. C’ es la conclusión más general justificada (warranted)
en vista de los datos D, a partir de la cual, a su turno, inferimos inter alia que C. Cuando éste es el
caso, nuestros “por lo tanto” y “porque” ya no son reversibles: si ahora leemos el argumento de
atrás para adelante, la afirmación que obtenemos –“C, porque C’, porque D”– nuevamente es más
confusa de lo que la situación requiere.

10
AMBIGÜEDADES EN EL SILOGISMO

Ha llegado el momento de comparar las distinciones que, según hemos encontrado, tienen
importancia práctica para el esquema de un argumento y para su crítica con aquellas que se hacen
tradicionalmente en los libros sobre teoría de la lógica: comencemos por ver cómo nuestras
distinciones actuales se aplican al silogismo o al argumento silogístico. A los fines de esta (108)
argumentación podemos limitar nuestra atención a una de las muchas formas del silogismo,
representada por el venerable ejemplo:

Sócrates es un hombre,
Todos los hombres son mortales,
Por lo tanto Sócrates es mortal.

Este tipo de silogismo tiene ciertos rasgos especiales. La primera premisa es “singular” y se refiere
a un individuo en particular, mientras que solo la segunda premisa es “universal”. Aristóteles
mismo, desde luego, prestó mucha atención a los silogismos en los que ambas premisas son
universales, ya que desde su punto de vista puede esperarse que muchos de los argumentos en la
teoría científica sean de este tipo. Pero a nosotros nos interesan principalmente los argumentos en
los que se aplican proposiciones generales para justificar conclusiones particulares sobre
individuos; de modo que esta limitación inicial será conveniente. Muchas de las conclusiones que
alcanzaremos, en cualquier caso, tendrán una aplicación obvia, mutatis mutandis, a los silogismos
de otros tipos. Comencemos por la siguiente pregunta: “¿Qué corresponde en el silogismo a nuestra
distinción entre datos, warrant y backing?” Si profundizamos esta pregunta, encontraremos que las
formas, aparentemente inocentes, que se usan en los argumentos silogísticos ocultan una alta
complejidad. Esta complejidad interna es comparable con aquella que hemos observado en el caso
de las conclusiones con calificadores modales: tanto allí como aquí nos vemos obligarnos a
desenredar dos cosas distintas: la fuerza de las premisas universales, cuando son consideradas como
warrant, y el backing sobre el cual se apoya su autoridad.
Para iluminar estos puntos con claridad, tomemos en cuenta no sólo las dos premisas universales
sobre las que los lógicos se concentran normalmente, “todo A es B” y “ningún A es B”, sino
también otras dos formas de afirmación que probablemente usemos con igual frecuencia en la
práctica: “casi todo A es B”, y “casi ningún A es B”. La complejidad interna de tales proposiciones
podrá ser ilustrada en primer lugar, y más claramente, en estos últimos casos.
Considérese, por ejemplo, la afirmación, “Casi ningún sueco es católico romano”. Esta afirmación
puede tener dos aspectos distintos, que pueden operar simultáneamente cuando la afirmación figura
en un argumento, pero que sin embargo es posible diferenciar. En primer lugar puede servir como
un simple informe estadístico; en ese caso, puede escribírselo igualmente en forma más completa:
“La proporción de suecos que son católicos romanos es menor al (supongamos) 2%” – (109) a ésto
podemos agregar entre paréntesis una referencia a la fuente de la información, “(de acuerdo con las
tablas de Whittaker´s Almanac)”. Alternativamente, la misma proposición puede servir como una
genuino warrant para una inferencia: en tal caso, sería natural expandirlo de otra forma, para
obtener una proposición más transparente, “puede asumirse casi con seguridad que un sueco no es
católico romano”.
Mientras miremos solo la oración “casi ningún sueco es católico romano” en sí misma, esta
distinción puede aparecer bastante insignificante: pero si la aplicamos al análisis de un argumento

11
en el que aparece como premisa, obtenemos resultados de alguna significación. Por lo tanto,
permítasenos construir un argumento de forma casi silogística, en el cual esta afirmación figura en
la posición de “premisa mayor”. Este argumento podría ser, por ejemplo, el siguiente:

Petersen es sueco
Casi ningún sueco es católico romano;
Por lo tanto, casi con seguridad, Petersen no es católico romano.

La conclusión de este argumento es sólo tentativa, pero desde otro punto de vista el argumento es
exactamente igual a un silogismo.
Como hemos visto, la segunda de estas afirmaciones puede ser expandida en dos formas, de modo
que se convierte o bien en “la proporción de suecos que son católicos romanos es menor del 2%”, o
bien en “un sueco puede tomarse casi con seguridad como no católico romano”. Veamos ahora por
turno qué sucede si sustituimos por una de estas dos versiones expandidas la segunda de las
poroposiciones originales. En un caso obtenemos el argumento:

Petersen es sueco;
Un sueco puede tomarse casi ciertamente como un no católico romano;
Por lo tanto, casi ciertamente, Petersen no es católico romano.

Aquí las líneas sucesivas corresponden en nuestra terminología a la afirmación de un dato (D), un
warrant (W), y una conclusión (C). Por otro lado, si nosotros hacemos la sustitución alternativa
obtenemos:

Petersen es sueco;
La proporción de suecos católicos romanos es menor al 2%;
Por lo tanto, casi ciertamente, Petersen no es católico romano.

En este caso tenemos nuevamente el mismo dato y conclusión, pero la segunda línea ahora
establece el backing (B) del warrant (W), el cual no es mencionado en sí mismo.
Por razones de prolijidad, podemos ahora vernos tentados a abreviar estas dos versiones
expandidas. Si lo hacemos, podemos obtener respectivamente:

(D) Petersen es sueco;


(W) Un sueco casi con seguridad no es católico romano;
Por lo tanto, (C) Petersen casi con seguridad no es católico romano:

Y, (D) Petersen es sueco;


(B) La proporción de suecos católicos romanos es mínima;
Por lo tanto, (C) Petersen casi con seguridad no es católico romano.

La pertinencia de nuestra distinción para la concepción tradicional de “validez formal” debiera ya


estar haciéndose evidente – pronto volveremos a este tema.
Si retornamos a la forma “Ningún A es B” (por ejemplo “ningún sueco es católico romano”),
podemos hacer una distinción similar. Esta forma de afirmación puede también ser usada en dos

12
formas alternativas, como un informe estadístico, o como un warrant de inferencia. Puede servir
simplemente para informar de un descubrimiento estadístico – digamos que, la proporción de
católicos romanos suecos es de hecho cero; o alternativamente puede servir para justificar la
extracción de conclusiones en un argumento, convirtiéndose en equivalente a la afirmación
explicitada, “Un sueco puede tomarse con seguridad como no católico romano”. Tomando esta
afirmación como premisa universal de un razonamiento, podemos, una vez más, interpretarla de los
dos modos expuestos. Considérese el siguiente argumento:

Petersen es sueco;
Ningún sueco es católico romano;
Por lo tanto, ciertamente, Petersen no es un católico romano.

Esto puede entenderse de dos formas. Podemos escribirlo así:

Petersen es sueco;
La proporción de suecos católicos romanos es cero;
Por lo tanto, ciertamente, Petersen no es un católico romano.

O alternativamente de esta forma:

Petersen es un sueco;
Un sueco, ciertamente, no es un católico romano;
Por lo tanto, ciertamente, Petersen no es un católico romano.

Aquí nuevamente la primera formulación equivale, en nuestra terminología, a poner el argumento


en la forma “D, B, por lo tanto C”; mientras que la segunda (111) equivale a ponerla en la forma
“D, W, por lo tanto C”. Así pues, ya sea que consideremos un argumento del tipo “casi ningún...” o
uno del tipo “ningún...”, la forma habitual de expresión tenderá en ambos casos a escondernos la
distinción entre un warrant de inferencia y su backing. Lo mismo ocurrirá en el caso de “todos” y
“casi todos”: también allí, la distinción entre decir “se ha constatado que todos (o casi todos) los A
son B” y diciendo “se puede considerar que un A con certeza (o casi con certeza) es un B” queda
oculta por la expresión demasiado simple “Todo A es B”. Una diferencia crucial en la función
práctica de la proposición puede, así, quedar tácita y pasar desapercibida.
Nuestro esquema de análisis más complejo, en cambio, evita ese defecto. No da lugar a las
ambigüedades: contiene lugares claramente separados para el warrant y para el aval sobre el que
éste apoya su autoridad. Por ejemplo, nuestro argumento “casi ningún...” deberá ser exponerse de la
siguiente manera:

13
D (Petersen es sueco) ––––→ por lo tanto Q (casi , C (Petersen no es un católico romano)
| con certeza)
|
ya que
W (un sueco, casi con certeza,
no es católico romano)
|
en virtud de
B (el hecho de que la proporción
de suecos católicos romanos
es inferior al 2%)

Transcripciones similares serán necesarias para los argumentos de los otros tres tipos.
Por consiguiente, al teorizar sobre el silogismo, en el que juegan una papel central las proposiciones
de las formas “todo A es B” y “ningún A es B”, convendrá que tengamos en mente esta distinción.
La forma de la afirmación “todo A es B”, tal como está, es engañosamente simple: en el uso, puede
tener la fuerza de un warrant o enunciar el contenido fáctico del aval de ese warrant, dos aspectos
que podemos visibilizar expandiendo la proposición de dos formas diferentes. Ésta, si aparece sola,
a veces no puede ser expandida más que de una de estas dos formas, pero a menudo, especialmente
cuando argumentamos, usamos una única afirmación (112) para cumplir simultáneamente ambas
funciones y, por abreviar, pasamos por alto la transición del backing al warrant – de una
información fáctica que estamos presuponiendo a la licencia para inferir que esa información nos
justifica usar. La economía práctica de este hábito puede ser obvia; pero para los propósitos
filosóficos no muestra de manera suficientemente transparente la de nuestros argumentos.
Hay un claro paralelismo entre la complejidad de las afirmaciones de “todo...” y las afirmaciones
modales. Como antes, la fuerza de las afirmaciones permanece invariante en todos los campos de
argumentación. Cuando consideramos este aspecto de las afirmaciones, la forma “todo A es B”
siempre puede ser reemplazada por la forma “puede considerarse con certeza que un A es B”. Esto
será cierto independientemente del campo, y vale por igual para “todos los suecos son católicos
romanos”, “todos los nacidos en colonias británicas tienen derecho a ser ciudadanos británicos”,
“todas las ballenas son mamíferos” y “toda mentira es censurable”. En cada caso, la afirmación
general servirá como warrant que autorice un argumento de exactamente la misma forma, D  C,
ya sea que el paso vaya de “Harry nació en Bermuda” a “Harry es un ciudadano británico” o de
“Wilkinson dijo una mentira” a “Wilkinson actuó de modo censurable”. Tampoco debiera hacerse
ningún misterio acerca de la naturaleza del paso de D a C, ya que toda la fuerza de la afirmación
general “todo A es B”, entendida de esa manera, consiste en autorizar justamente ese tipo de paso.
En contraste, el tipo de fundamentos o avales que apoyen un warrant de esta forma dependerá del
campo de argumentación: he aquí el paralelismo con las afirmaciones modales. Desde este punto de
vista, lo importante es el contenido fáctico, no la fuerza de las afirmaciones de tipo “todo...”. Si bien
en cualquier campo un warrant de la forma de “puede considerarse con certeza que un A es B” tiene
que validarse en virtud de algún hecho o hechos, la clase de hechos en virtud de los cuales un
warrant tendrá efectivamente curso y autoridad variará de acuerdo con el campo de argumentación
dentro del cual opera ese warrant. Por lo tanto, cuando expandimos la forma simple “todo A es B”
con el propósito de hacer explícita la naturaleza del backing que se expresa a través de ella, la
expansión que debamos hacer dependerá igualmente del campo del que se trate. En un caso, la

14
afirmación se convertirá en “se ha constatado que la proporción de A que son B es de 100%”; en
otro, “la ley determina incondicionalmente que un A es B”; en un tercer caso, “la clase de los B
incluye taxonómicamente la clase de los A”; y en un cuarto, “la práctica de realizar A conduce a las
intolerables consecuencias siguientes, etc.”. No obstante, a pesar (113) de las llamativas diferencias
entre ellas, todas estas elaboradas proposiciones son expresadas ocasionalmente en la forma
compacta y simple “todo A es B”.
Distinciones similares pueden hacerse en el caso de las formas: “casi todo A es B”, “casi ningún A
es B”, y “ningún A es B”. Si se las usa para expresar warrants, éstas difieren de “todo A es B” en un
solo aspecto: que donde antes escribíamos “ciertamente” ahora debemos escribir “casi con certeza”,
“casi con certeza no” o “con certeza no”. Lo mismo ocurre cuando las estamos usando para afirmar
no warrants sino backings: en caso de estadísticas tendríamos simplemente que reemplazar “100%”
por (digamos) “al menos 95%”, “menos del 5 %” o “cero”; en el caso de un estatuto, reemplazar
“incondicionalmente” por “excepto en condiciones excepcionales”, “sólo en circunstancias
excepcionales” o “en ninguna circunstancia”; y reemplazar en el caso taxonómico “la totalidad de la
clase de los A” por “todos menos una pequeña subclase...”, “sólo una pequeña subclase...” o
“ninguna parte de...”. Una vez que hemos llenado de este modo las formas esqueléticas “todas...” y
“ninguna...”, la dependencia de campo de los avales en los que se apoyan nuestros warrants queda
perfectamente clara.

LA NOCIÓN DE “PREMISAS UNIVERSALES”

Para aclarar plenamente lo que implica la distinción entre fuerza y backing, tal como la hemos
aplicado a las proposiciones de la forma “todo A es B”, será necesario introducir una nueva
distinción, entre argumentos “analíticos” y “substanciales”. Esto no puede hacerse de inmediato, de
modo que por el momento todo lo que podemos hacer es dar pistas sobre cómo la forma tradicional
de esquematizar nuestros argumentos bajo la forma de dos premisas seguidas de una conclusión,
pueden conducirnos a error.
En el aspecto más obvio, este esquema de análisis es propenso a crear un exagerado aspecto de
uniformidad entre argumentos de distintos campos; pero probablemente tenga igual importancia su
poder de disimular las grandes diferencias entre las cosas que se clasifican tradicionalmente como
“premisas”. Consideremos nuevamente ejemplos de nuestro tipo estándar, en el cual una conclusión
particular se justifica apelando a un dato particular sobre un individuo (la premisa singular o
menor) tomada junto con alguna información general que sirve como warrant y/o backing (la
premisa universal o mayor). Si interpretamos las premisas universales como expresión no de los
warrants, sino de sus avales, ambas premisas, la mayor y la menor, son en todo caso categóricas
(114) y fácticas: en este aspecto, la información de que no se ha registrado un solo sueco que fuera
católico romano está a la par de la información de que Karl Henrik Petersen es sueco. No obstante,
los roles diferentes que cumplen en un argumento práctico los datos y el aval del warrant hacen que
sea desafortunado etiquetarlas por igual como “premisas”. Pero suponiendo que aceptemos la
interpretación alternativa de las premisas mayores, tratándolas en cambio como warrants, la
diferencia entre premisas mayores y menores será aún más notable. Una “premisa singular” expresa
una pieza de información a partir de la cual estamos extrayendo una conclusión; una “premisa
universal”, bajo esta segunda interpretación, no expresa en modo alguno una pieza de información,
sino una garantía de acuerdo con la cual podemos dar con seguridad el paso de nuestro dato a
nuestra conclusión. Tal garantía, a pesar de su backing, no será fáctica ni categórica, sino hipotética

15
y permisiva. Una vez más, la distinción dicotómica entre “premisas” y “conclusión” aparece
insuficientemente compleja y, para hacer justicia a la situación, es necesario adoptar en su lugar
como mínimo la cuádruple distinción entre “datum”, “conclusión”, “warrant” y “backing”.
Para ver cómo la diferencia entre las interpretaciones posibles de la “premisa universal” puede
cobrar importancia para los lógicos, cabe tomar como ilustración un viejo enigma de la lógica. Se
ha debatido muchas veces la cuestión de si la forma de afirmación “todo A es B” tiene o no
implicaciones existenciales, es decir, si su uso obliga a la creencia de que existe algún A. Las
afirmaciones de la forma “algún A es B” no han suscitado ese tipo de dificultades, ya que el uso de
esta última forma siempre implica la existencia de algún A, pero la forma “todo A es B” parece ser
más ambigua. Se ha argumentado, por ejemplo, que una afirmación como “todos los hombres con
pies deformes tienen dificultades para caminar” no necesariamente debe ser tomada en el sentido de
implicar la existencia de hombres con pies deformes: se trata de una verdad general ―se afirma—,
que continuaría siendo necesariamente verdadera a pesar de que, ocasionalmente, no hubiera ningún
hombre vivo que tuviera los pies deformes, ni dejaría de pronto de ser verdad que el pie deforme
ocasiona dificultades al andar simplemente porque el último hombre con esa característica hubiera
sido liberado de su deformidad por un hábil cirujano. Pero aún esto nos deja incómodos: ¿no tiene
nuestra aserción ninguna fuerza existencial? ¿No tienen que haber existido al menos ―sentimos—
hombres con pies deformes si es que podemos hacer tal afirmación?
(115) Esta perplejidad ilustra muy bien la debilidad del término “premisa universal”. Supongamos
que confiamos en el modo tradicional de analizar los argumentos:

Jack tiene pie deforme;


Todos los hombres con pie deforme tienen dificultades para caminar;
Por lo tanto, Jack tiene dificultades para caminar.

Mientras así lo hagamos, nuestra perplejidad tenderá a reaparecer, dado que que este esquema de
análisis no deja claro si la afirmación general “todos...” debe interpretarse como un warrant o
permiso de inferencia o como un informe fáctico de nuestras observaciones. ¿Debe interpretárselo
como “un hombre con pie deforme tendrá (i.e. puede esperarse que tenga) dificultad para caminar”,
o como “todos los hombres con el pie deforme de quienes tenemos noticia tuvieron (i.e. se encontró
que tenían) dificultades para caminar”? No estamos obligados, excepto por un viejo hábito, a
emplear la forma “todo A es B”, con todas las ambigüedades que involucra. Estamos en libertad de
desecharlo y reemplazarlo por modos de expresión más explícitos, aunque sean más fatigosas; si lo
hacemos, el problema de las implicaciones existenciales, simplemente, no nos preocupará más. La
afirmación “todos los hombres con pie deforme de quienes tenemos noticia...” implica, por
supuesto, que ha habido en algún momento algunos hombres con pie deforme, ya que de otra
manera no tendríamos noticia a que referirnos; mientras que el warrant “un hombre con pie deforme
tendrá dificultad para caminar”, de modo igualmente obvio, deja la cuestión existencial abierta.
Podemos decir de manera veraz que el pie deforme sería una desventaja para cualquier caminante,
aún si supiéramos que en este momento todas las personas yacen de espaldas y ninguna tuviera tal
tal deformación. Por consiguiente, no estamos obligados a contestar, tal como fue formulada, la
pregunta de si “todo A es B” tiene implicaciones existenciales: ciertamente podemos rehusarnos a
un sí o un no terminantes. Algunas de las afirmaciones que los lógicos representan bajo esta forma
más bien cruda sí tienen tales implicaciones; otras no. No es posible dar una respuesta
completamente general a la pregunta, puesto que lo que determina si en un caso dado hay o no

16
implicaciones existenciales no es la forma de la afirmación en sí misma, sino más bien el uso
práctico que se hace de esa forma en cada ocasión.
¿Podemos decir, entonces, que la forma “todo A es B” tiene implicaciones existenciales cuando se
la usa para expresar el backing de un warrant, pero no cuando se la usa para expresar el warrant en
sí mismo? Incluso esta forma de plantear la cuestión resulta ser demasiado tajante. Pues el otro
elemento que la excesiva (116) confianza en la forma “todo A es B” tiende a ocultarnos son las
diferentes clases de backing que pueden exigir nuestras creencias generales, y aquí estas diferencias
son relevantes. Sin duda, la afirmación de que todo hombre con el pie deforme de quien tenemos
noticia encuentra en su deformidad una desventaja para caminar, que hemos citado aquí como
backing, implica que deben haber existido algunas personas con ese rasgo. Pero también podemos
avalar el mismo warrant apelando a otra clase de consideraciones, por ejemplo, con argumentos que
expliquen a partir de principios anatómicos por qué puede esperarse que el pie deforme implique a
una discapacidad, es decir, de qué manera precisa esta forma del pie resulta una desventaja al andar.
En estos términos teóricos podríamos discutir las discapacidades que resultarían de cualquier clase
de malformación que quisiéramos imaginar, incluso las que jamás nadie se sepa haya tenido: esta
clase de backing, por consiguiente, deja abierta la cuestión existencial.
Por otro lado, si consideramos warrants de otro tipo, encontramos bastantes casos en los que el aval
para un warrant, tal como se lo presenta, no tiene ninguna implicación existencial. Esto puede darse,
por ejemplo, en el caso de los warrants avalados por disposiciones legales: la legislación puede
referirse a personas o situaciones que no se han dado aún (por ejemplo, a todas las mujeres casadas
que alcanzarán la edad de 70 después del 1º de Enero de 1984), o alternativamente a clases de
personas que acaso nunca lleguen a existir, por ejemplo, condenados por homicidio en diez
ocasiones diferentes. Los estatutos que se refieren a personas de estos tipos pueden avalar warrants
de inferencia que nos permiten tomar toda clase de pasos en un argumento, sin que los warrants o su
backing impliquen nada sobre la existencia de tales personas. En resumen: si atendemos con algún
detalle a las diferencias entre warrants y backing, y entre las diferentes clases de backing para uno y
el mismo warrant, así como entre el backing para warrants de diferentes clases, y si nos negamos a
enfocar nuestra atención, como hipnotizados, en la forma tradicional “todo A es B”, no sólo
llegaremos a ver que a veces “todo A es B” tiene implicaciones existenciales y otras no, sino que
además comenzaremos a entender por qué esto debería ser así.
Una vez que uno se acostumbra a expandir las afirmaciones de la forma “todo A es B” y a
reemplazarlas, según la ocasión lo requiera, por warrants explícitos o por explícitas afirmaciones de
backing, resulta sorprendente que los lógicos se hayan aferrado a esta forma de afirmación durante
tanto tiempo. En un ensayo posterior indagaremos las razones que han llevado a ello. (117) Baste
con señalar, por ahora, que sólo han podido hacerlo a costa de empobrecer nuestra lengua y
despreciando gran número de indicios que hubieran podido ayudarlos a resolver sus galimatías. En
efecto, la forma “todo A es B” aparece en argumentos prácticos con mucho menos frecuencia de lo
que uno podría suponer a partir los textos de lógica, y de hecho, hace falta un esfuerzo considerable
para entrenar a los estudiantes en reformular de esta manera específica las afirmaciones idiomáticas
a las que están acostumbrados, y lograr de ese modo que esas declaraciones idiomáticas se vuelvan
aparentemente susceptibles de un análisis silogístico tradicional. No hay necesidad, al quejarnos de
esto, de sostener que el lenguaje es sacrosanto o provee por sí mismo conocimiento de un tipo
anteriormente inaccesible. Sin embargo, en nuestra forma normal de expresarnos encontraremos
muchos puntos idiomáticos que pueden servir como indicios muy claros, y que en este caso pueden
guiarnos en la dirección correcta.

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Allí donde el lógico solía encorsetar toda afirmación general dentro de su forma predeterminada, el
discurso práctico ha empleado habitualmente una docena de formas diferentes, como “todos y cada
uno de los A son B”, “cada A es B”, “un A será un B”, “los A generalmente son B” y “el A es B”,
por mencionar solo algunas. Si los lógicos, en vez de ignorar estos giros idiomáticos o insistir en
que todos se adecuen al mismo molde, los hubieran comparado, hace tiempo habrían llegado a las
distinciones que aquí hemos considerado cruciales. El contraste entre “todo A” y “ningún A”, por
un lado, y “cualquier A” o “un A”, por el otro, sugiere inmediatamente la distinción entre datos
estadísticos y los warrants a los que pueden servir de aval. Las diferencias entre los warrants de
distintos campos también se reflejan en los giros idiomáticos. Un biólogo difícilmente usaría las
palabras “toda ballena es un mamífero”, a pesar de lo cual oraciones como “las ballenas son
mamíferos” o “la ballena es un mamífero” pueden surgir naturalmente de sus labios o de su pluma.
Los warrants son una cosa, los backing otra; el backing por observación enumerativa es una cosa, el
backing por clasificación taxonómica, otra; y nuestra elección de giros idiomáticos, aunque tal vez
sutil, refleja estas diferencias con bastante exactitud.
Aun en un campo tan remoto como la ética filosófica, algunos antiguos problemas se generaron
justamente en esta forma. La práctica nos fuerza a reconocer que las verdades éticas generales, en el
mejor de los casos, pueden aspirar a ser válidas en ausencia de pretensiones opuestas efectivas: los
conflictos entre deberes son un aspecto ineludible de la vida moral. Por ello, donde la lógica
demanda la forma “toda mentira es reprensible” o “todo cumplimiento de promesa es correcto”, el
giro idiomático responde: “la mentira es reprensible” y “el cumplimiento de una promesa es
correcto”. El “todo” de los lógicos implica expectativas desafortunadas, que se verán
ocasionalmente defraudadas en la práctica. Aun los warrants más generales en argumentos éticos
están sujetos a sufrir excepciones en situaciones inusuales, y por consiguiente pueden autorizar a lo
sumo conclusiones presuntivas. Si insistimos en el “todo”, los conflictos de deberes nos harán caer
en paradojas, y gran parte de la teoría moral tiene por objeto sacarnos de ese pantano. Pocas
personas insisten en tratar de llevar a la práctica las consecuencias ese “todo” que se añade, ya que
para ello es menester recurrir a medidas desesperadas: su realización implica adoptar una posición
moral excéntrica, tal como pacifismo absoluto, en el cual un principio, y solo uno, se admite como
genuinamente universal, y este principio se defiende contra viento y marea frente a todos los
conflictos y pretensiones contrarias que normalmente calificarían su aplicación. El camino que lleva
de las agudezas de lógica y lenguaje a los más difíciles dilemas de conducta no es, después de todo,
tan largo.

LA NOCIÓN DE VALIDEZ FORMAL

Las principales enseñanzas que pueden extraerse de este estudio sobre la argumentación práctica
nos ocuparán en los dos ensayos finales. Pero hay un tópico, que fue el punto de inicio de este
ensayo, sobre el cual ya estamos en condiciones de decir algo, a saber, la idea de “forma lógica” y
las doctrinas que tratan de explicar la validez de los argumentos en términos de esta noción de
forma. Se sostiene a veces, por ejemplo, que la validez de los argumentos silogísticos es una
consecuencia del hecho de que las conclusiones de estos argumentos son simplemente
“transformaciones formales” de sus premisas. Si la información de la cual partimos, expresada en
las premisas mayor y menor, conduce a la conclusión a través de una inferencia valida, ello ocurre
―así se nos dice— porque la conclusión resulta de mezclar elementos de las premisas y
reordenarlos de otra manera. Al extraer la inferencia, reordenamos los elementos dados, y las

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relaciones formales entre estos elementos, tal como aparecen primero en las premisas y luego en la
conclusión, nos asegura de algún modo la validez de nuestra inferencia.
¿Qué queda de esta doctrina si aplicamos nuestra distinción central (119) entre los dos aspectos de
la forma afirmativa “todo A es B”? Consideremos un argumento de la forma:

X es A;
Todo A es B;
Por lo tanto, X es B.

Si desarrollamos la premisa universal de este argumento como warrant, se convierte en “cualquier


A puede tomarse con certeza como B” o, más breve, “un A es, con certeza, B”. Sustituyendo esto en
el argumento, obtenemos:

X es A;
Un A, con certeza, es B;
Por lo tanto, con certeza, X es B.

Cuando se pone el argumento en esta forma, las partes de la conclusión son manifiestamente las
mismas que las de las premisas, y la conclusión puede ser obtenida simplemente mezclando las
partes de las premisas y reordenándolas. Si eso es lo que queremos significar cuando decimos que el
argumento tiene una “forma lógica” apropiada, y que es válido gracias a ese hecho, entonces podría
decirse que éste es un argumento “formalmente válido”. Sin embargo, enseguida debe notarse lo
siguiente: con tal que se use el warrant correcto, cualquier argumento puede ser expresado de la
forma “datos; warrant; por lo tanto conclusión”, y así convertirse en formalmente válido. Vale decir
que mediante la correcta elección de las frases cualquier argumento de este tipo puede expresarse de
manera tal que su validez sea visible simplemente en virtud de su forma. Esto es igualmente
verdadero para cualquier campo del argumento, independientemente de que la premisa universal
sea “todos los múltiplos de dos son pares”, “todas las mentiras son reprensibles” o “todas las
ballenas son mamíferos”. Cualquier premisa de este tipo puede escribirse como un warrant
incondicional, “una A, con certeza, es B”, y ser usada en una inferencia formalmente válida; o, para
expresarlo de un modo menos desconcertante, puede ser usada en una inferencia expresada de tal
modo que su validez se vuelva formalmente manifiesta.
Por otro lado, si colocamos el backing en lugar del warrant, es decir, si interpretamos la premisa
universal del segundo modo, ya no habrá lugar para aplicar la idea de validez formal a nuestro
argumento. Un argumento de la forma “datos; backing; por lo tanto conclusión” puede ser
perfectamente aceptable a los fines prácticos. Aceptaríamos sin dudarlo el argumento:

Petersen es sueco;
La proporción registrada de suecos católicos romanos es cero;
Por lo tanto, ciertamente, Petersen no es católico romano.

(120) Pero ya no puede pretenderse que la corrección de este argumento sea una consecuencia de
cualquier propiedad formal de las expresiones que lo constituyen. Dejando de lado otras
consideraciones, los elementos de la conclusión y de las premisas no son los mismos; por lo tanto,
el paso involucra algo más que mezclar y reordenar. Por cierto, desde luego que tampoco la validez

19
del argumento “D; W; por lo tanto C” es realmente una consecuencia de sus propiedades formales,
pero al menos en ese caso era posible exponer el argumento de una forma particularmente ordenada.
Esto no es posible en el segundo caso: un argumento “D; B; por lo tanto C” no será formalmente
válido. Una vez que expresamos abiertamente el backing sobre el cual reposa (en último instancia)
la corrección de nuestros argumentos, la sugerencia de que la validez habrá de explicarse en
términos de “propiedades formales”, en cualquier sentido geométrico, pierde su plausibilidad.
Esta discusión sobre validez formal puede arrojar alguna luz sobre otro punto idiomático, en el cual
el uso habitual de los que argumentan se aparta, una vez más, de la tradición lógica. El punto surge
de la siguiente manera. Supongamos que contrastamos lo que podemos llamar argumentos “con uso
de warrant” con los argumentos “establecedores de warrant”. La primera clase incluirá, entre otros,
todos aquellos en los que se cuenta con un solo dato para establecer una conclusión, apelando a
algún warrant cuya aceptación se da por sentado Son ejemplos: “Harry nació en Bermuda, por lo
tanto presumiblemente (ya que las personas nacidas en colonias tienen derecho a la ciudadanía
británica) Harry es un ciudadano británico”; “Jack dijo una mentira, por lo tanto presumiblemente
(ya que la mentira es, en general, reprensible) Jack se comportó de forma reprensible”; y “Petersen
es sueco, por lo tanto presumiblemente (dado que apenas si hay suecos que sean católicos romanos)
Petersen no es católico romano”. Los argumentos establecedores de warrant serán, en contraste,
argumentos como los que uno encuentra en un escrito científico donde se aclara la aceptabilidad de
un nuevo warrant aplicándolo sucesivamente a un número de casos en los cuales tanto los “datos”
como la “conclusión” se han verificado independientemente. En este tipo de argumentos es
novedoso el warrant y no la conclusión, y por tanto lo es aquel el que se somete a juicio.
El profesor Gilbert Ryle ha comparado los pasos involucrados en estos dos tipos de argumento con,
respectivamente, un viaje por una vía férrea ya construida y la construcción de una nueva línea: ha
argumentado de manera convincente que sólo la primera clase de argumentos debiera ser referida
como “inferencias”, sobre la base de que el elemento esencial de innovación en la última clase no
puede sujeto (121) a reglas y que la noción de “inferencia” involucra esencialmente la posibilidad
de unas “reglas de inferencia”.
El punto idiomático que ha de notarse aquí es el siguiente: la distinción que hemos señalado por los
aparatosos términos “con uso de warrant” y “establecedores de warrants” es comúnmente indicada
en la práctica con la palabra “deducible”, y otras emparentadas. Fuera del gabinete de estudio, la
familia de palabras, “deducir”, “deducible” y “deducción” se aplica a argumentos de distintos
campos; basta con que se trate de argumentos “con uso de warrant”, que apliquen warrants
establecidos a datos nuevos para obtener nuevas conclusiones. No hace ninguna diferencia para el
uso apropiado de estos términos que el paso de D a C en algunos casos involucre el paso de un tipo
lógico a otro, pasando, por ejemplo, de información sobre el pasado a una predicción sobre el
futuro.
Serlock Homes, al menos, nunca dudó en decir que dedujo, por ejemplo, que un hombre había
estado recientemente en East Sussex a partir del color y la textura de los fragmentos de polvo que
dejó en la alfombra del estudio; y en esto se expresaba como un personaje de la vida real. Un
astrónomo diría, con igual decisión, que ha deducido cuándo ocurrirá un futuro eclipse a partir de
las posiciones presentes y pasadas y los movimientos de los cuerpos celestes involucrados. Como
insinúa Ryle, el significado de la palabra “deducir” es efectivamente el mismo que aquel de
“inferir”; de modo que, donde haya warrants establecidos o procesos de cálculo fijos mediante los
cuales se pasa de los datos a la conclusión, podemos hablar con propiedad de “deducciones”. Una
predicción común, hecha de acuerdo con las ecuaciones estándar de dinámica estelar, es en este

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sentido una deducción incuestionable; y mientras Sherlock Holmes sea capaz de producir warrants
razonables y bien avalados para justificar sus pasos, podemos aceptar que él también ha estado
haciendo deducciones... excepto si hemos estado recientemente leyendo un texto de lógica formal.
Las protestas de otro detective de que Sherlock Holmes estaba en un error, al tomar por
deducciones argumentos que en realidad no eran más que inductivos, nos chocarían como huecas y
equivocadas.
Vale la pena echar un vistazo al otro lado de la moneda, y específicamente, al modo en que la
palabra “inducción” puede ser usada para referirse a argumentos “establecedores de warrants”. Sir
Isaac Newton, por ejemplo, habla regularmente de “volver general una proposición por inducción”.
Con ésto se refiere a “usar nuestras observaciones de regularidades y correlaciones como aval para
un warrant nuevo”. Según explica, comenzamos (122) por constatar que una relación particular vale
en un cierto número de casos, y entonces, “volviéndola general por inducción”, continuamos
aplicándola a nuevos ejemplos tantas veces como podamos hacerlo satisfactoriamente. Si nos
topamos con dificultades ―explica— tendremos que encontrar modos de hacer la afirmación
general “sujeta a excepciones”, vale decir, descubrir las circunstancias especiales en las cuales las
presunciones establecidas por el warrant pueden ser rechazadas. Una afirmación general de la teoría
física, como nos lo recuerda Newton, debe ser entendida no como un informe estadístico sobre el
comportamiento de una gran cantidad de objetos, sino más bien como un warrant abierto o principio
de cálculo: se lo establece probándolo en situaciones ejemplares donde tanto los datos como la
conclusión se conocen independientemente, luego se lo vuelve general por inducción, y finalmente
se lo aplica como regla de deducción en nuevas situaciones para derivar nuevas conclusiones desde
nuestros datos.
En muchos tratados de lógica formal, por otra parte, el término deducción se reserva para
argumentos en los cuales los datos y el backing implican efectivamente la conclusión, esto es, en los
cuales establecer todos los datos y el backing y negar, sin embargo, la conclusión nos llevaría
efectivamente a una inconsistencia o contradicción. Éste, desde luego, es un ideal de deducción al
que ninguna predicción de un astrónomo podría esperar aproximarse; y si es eso lo que los lógicos
formales van a exigir de cualquier “deducción”, no resulta sorprendente que se muestren renuentes
a aplicar ese nombre a tales cálculos. No obstante, los astrónomos se resisten a cambiar sus hábitos:
han venido llamando “deducciones” a sus elaboradas demostraciones matemáticas desde hace
mucho tiempo, y usan el término para señalar una distinción perfectamente genuina y consistente.
¿Qué haremos con estos usos en conflicto? ¿Debemos dejar que cuente como deducción cualquier
argumento que aplique un warrant bien establecido, o tendremos que exigir además que se apoye
efectivamente en una implicación? Todavía no estamos preparados para decidir esta cuestión. Todo
lo que podemos hacer por el momento es registrar el hecho de que en este punto el uso de la lengua
fuera del gabinete tiende a separarse del uso profesional de los lógicos. Como veremos, esta
separación particular es solo uno de los aspectos de otra mayor, que nos ocupará durante gran parte
de nuestro cuarto ensayo, y cuya naturaleza resultará más clara cuando hayamos estudiado una
última distinción. A esta distinción, entre argumentos “analíticos” y “sustanciales”, debemos volver
nuestra atención ahora.

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