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Alicia Genovese, Aguas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2013, 72 pp.

Por María Lucía Puppo


(Universidad Católica Argentina / CONICET)

La poesía de Alicia Genovese guarda un largo pasado común con el agua. El


verso doble de Juan L. Ortiz -“Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”- se leía
como epígrafe en Anónima, el libro de poemas que vio la luz en 1992. Cinco años
después, la insistencia recalaba en el título del siguiente volumen, El borde es un río. Ya
en el umbral del nuevo milenio, Puentes proponía el examen del agua sucia y pesada
del Riachuelo, pero en cambio los poemas agrupados en Química diurna, del 2004,
dibujaban escenas cotidianas de vegetación, pájaros, lanchas, en el paisaje familiar de
las islas del Delta. La hybris se publicó tres años después, en 2007, y en ese texto que
presentaba a una galería de mujeres terribles y cercanas no podía faltar, con su deseo
imponderable, “La sedienta”.

Estos prolegómenos bastan para confirmar que los poemas de Aguas vienen
gestándose desde lejos, como un impulso nuevo que se nutre de una respiración
antigua. Así lo advirtió Marcelo Cohen en su reseña: “Es como si, a la vez que el libro se
anega, la que escribe descubriese lo que ya sabía: que el agua siempre ha sido para ella
el medio para la versatilidad y las repeticiones de la experiencia” (Cohen, 2014, s/n).

Juan Ramón Jiménez vislumbró el mar como “un parto permanente”, mientras
que García Lorca soñaba con escribir “Las meditaciones y alegorías del agua” en lo que
iba a ser su “gran poema” (Piedra 2012: 33-34). Fue la cubana Dulce María Loynaz
quien cumplió ese sueño cuando, en 1947, dedicó un libro entero a desentrañar los
Juegos de agua. A diferencia del de Loynaz, el poemario de Alicia Genovese no busca
cartografiar las transmutaciones de lo que fluye bajo el espejismo barroco o la trampa
modernista. La autora argentina investiga en cambio las resonancias del agua como
medio vital que, en analogía con el aire, rodea, envuelve y sostiene.

Los nadadores son quienes más saben del agua. En los poemas se los observa
de cerca, se los describe hasta insinuar una tipología: algunos emergen “siempre al
borde / de ser tragados” (10), la hablante del poema prefiere flotar, la nadadora de 61

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años se mueve con la fuerza “de los dioses” (19), la que tiene una sola pierna arremete
contra las olas después de haber cruzado sus propios “callados, secretos límites” (13).
El nado se vuelve metáfora de lucha y autoconocimiento, un nombre para exorcizar
ese oscuro “saber del propio cuerpo” (16) que permanecía velado en los versos de
Héctor Viel Temperley.

Desde el punto de vista de la escritura, el agua funciona como un lenguaje


conocido que permite ordenar sucesos, ideas, percepciones. En el libro se incluyen
algunos textos muy breves, resaltados en otra tipografía, que funcionan como nexos
entre las composiciones más largas. Desde estos intersticios la poesía se mira a sí
misma, en una especie de diario paralelo. Los poemas de Genovese hilvanan con
sutileza “la continuidad, la metonimia del agua” (43), pero también persiste en ellos la
“rítmica precisa, casi cortante” que, al decir de Alicia Salomone, favorece “una
condensación semántica elevada” (Salomone 2009: 118). Acaso podamos señalar aquí
un rasgo particular de estilo, si no una declaración de fe poética: cómo potenciar al
máximo los materiales de trabajo, cómo decir mucho con unas pocas palabras
esenciales (agua, marea, lluvia)…

Los poemas de Aguas se inscriben en dos grandes genealogías. Una ancestral y


fundante, tal como aparece en la cosmovisión egipcia, en el río del tiempo de Heráclito
y en las elucubraciones de Thales bajo el sol de Mileto (23-24). Se trata del “agua / del
primer sí” (11) con sus dos orillas, la del líquido amniótico que trae la hija recién nacida
y la del destino de muerte evocado en las Coplas de Manrique. La superficie llana del
líquido con su propensión a alojar los extremos: la dulce entrega de la inmersión o el
veneno punzante de aguavivas. El fluir acuático equivale entonces al del tiempo y la
memoria, donde habitan el residuo y la pérdida tanto en un plano personal como en
una dimensión colectiva.

La segunda tradición tiene que ver con el aprendizaje del agua. El nado exige
perseverancia y paciencia, “acostumbrarse a perder” (38), a dejarse ir, a convivir con la
sed y la soledad. Cada brazada implica aferrarse a un sostén precario -como la
orquídea-, abismarse en el vado liminar donde se funden la claridad y la sombra (42).
El abordaje de estos temas combina “lirismo y reflexión”, dos vertientes que María del

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Carmen Colombo reconoció tempranamente en la poesía de Alicia Genovese (Colombo
1997, s/n). Por nuestra parte relacionamos esta doble tendencia con lo que George
Steiner (2013) ha llamado, en su libro más reciente, “la poesía del pensamiento”. Bajo
esta fórmula el crítico reúne una serie de textos de la cultura occidental que,
trascendiendo épocas y géneros discursivos, combinan agudeza filosófica y
concentración poética. Los textos breves que se entretejen en Aguas comparten la
estética del fragmento propia de los filósofos presocráticos, y también, de los
aforismos de Nietzsche y Wittgenstein, el Adorno de Mínima moralia y el Benjamin del
Libro de los Pasajes.

En un comienzo los poemas se abren paso con claridad intelectual y puntapiés


de ritmo, pero nadar en lo profundo exige luego soltar “la promesa / de permanencia y
control” (22), arriesgarse en zonas de incertidumbre y hasta ceguera. Al final no
quedan puntos de apoyo porque el agua de la poesía nos habla, en definitiva, de todo
lo humano: del hallazgo y la carencia, el deseo y el sudor, la urgencia de intimidad y el
miedo al silencio. Bajo el lecho de estas Aguas, la poesía de Alicia Genovese se revela
poesía del pensamiento porque, en un mismo vaivén de ola, nos enfrenta con lo que
es y nos permite soñar lo que puede ser. Recordemos que, por esa precisa razón,
Aristóteles se atrevió a decir que la poesía es más sabia, más filosófica que la historia.

Obras citadas

Cohen, Marcelo, “Aguas, de Alicia Genovese”. En Otra parte semanal, 16 de enero de 2014.
URL : http://revistaotraparte.com/semanal/literatura-
argentina/aguas/?utm_medium=Email&utm_source=Newsmaker&utm_campaign=Ne
wsmaker+-+actualizacion-16-1+-+16-01-2014. Consultado el 17 de abril de 2014.

Colombo, María del Carmen, Texto de contratapa de Alicia Genovese, El borde es un río,
Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1997.

Piedra, Antonio, “La Dama del Agua”, en Madelín Díaz Monterrey (comp.), Encuentros. Sobre la
obra de Dulce María Loynaz, Ediciones Loynaz, Pinar del Río, Cuba, 2012, pp. 30-39.

3
Salomone, Alicia, “Configuración del yo y políticas de género en La hybris de Alicia Genovese”,
en Revista Chilena de Literatura, 75, 2009, pp. 115-128.

Steiner, George, La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, Madrid, Siruela, 2012.

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