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D OCUMENTOS INÉDITOS
1 Viaje a Colombia 1911-1912, Traducción y prólogo de Luis Carlos Mantilla R., O.F.M.,
Biblioteca V Centenario Colcultura, Viajeros por Colombia, Bogotá 1994, 256-257.
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2 AGI: Santa Fe 573: El asunto había sido examinado por el Consejo de Indias en su sesión del
15 de junio de 1789.
3 Ibídem.
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“Idem. Otra al frente de las casas que llaman del Nuncio, inmediata a la
principal, de 20 varas de largo y seis de ancho con sus dos recamaras y
corredor a la calle.
“Nota: aquí no se pone una casa principal de 22 varas de largo, 8 de
ancho, con sus correspondientes corredores a uno y otro lado, con dos recá-
maras y dos cuarticos, en la cual han vivido los sobrinos de Su Excelencia y
por haberse tomado un corto pedazo de terreno correspondiente a la Cofra-
día del Santísimo de esta parroquial iglesia de Turbaco, se destinó a ella para
indemnizarle del dicho terreno, sita en la plaza de dicho pueblo; y así ésta
con las demás que llevo referidas han importado (sin incluir los esclavos y
yuntas del Rey que han servido para arrastrar madera y conducir materiales
algunas veces cinco y otras seis) la cantidad de 18.531 pesos y medio real”4 .
Habiéndose aprobado en 1 de julio de 1789 en Madrid que se vendiera la
casa palacio, a 1 de agosto de 1789 se le notificó al virrey de Santafé: “que se
le admita al arzobispo virrey don Antonio Caballero la casa que tiene en
Turbaco en pago del descubierto que tiene con las Cajas Reales valga más o
menos en venta, cancelándosele la obligación...”5 .
La venta de la casa palacio no resultó fácil, y por ello la respuesta del
Virrey José de Ezpeleta se prolongó casi dos años, fechada en Santafé el 19
de marzo de 1791:
“Por real orden de 1° de julio de 1789 comunicada por ese ministerio a
este virreinato, se previno que desde luego se vendiese la casa que hizo fabri-
car en el pueblo de Trubaco el arzobispo Virrey don Antonio Caballero y
Góngora y cedió a su majestad para habitación de los virreyes, aplicándose
su producto a la Real Hacienda en pago de las cantidades que aquel jefe la
quedó debiendo.
“En esta virtud previne al gobernador y oficiales reales de Cartagena para
que hiciesen reconocer dicha casa y muebles que había en ella por sujetos
inteligentes, que los valuasen en los términos correspondientes y se pusiese
todo en pública almoneda para rematar en el mejor postor. Practicadas con la
debida formalidad estas diligencias en Junta de Real Hacienda resulta de
ellas que el avalúo hecho de la casa y muebles ascendió a la cantidad de
5.353 pesos 4 reales y que habiéndose pregonado su venta por espacio de 30
días no se presentaron más que dos postores ofreciendo el uno 850 pesos y el
4 Ibídem. Este inventario fue firmado en Turbaco el 11 de febrero de 1789 por Antonio Velasco.
5 Ibídem.
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Volcán d e lodo de Turb aco. Impreso p apel ¿Luis de Rieux? Museo Nacional, Bogotá, 2835.
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otro en el acto del remate 1000 pesos de contado: en cuya virtud se remató en
este último antes de que la casa, como era de recelar, se deteriorase más, y
llegase a estado de no poderse absolutamente vender. La junta en cumpli-
miento de su obligación, me remitió el expediente formado sobre el asunto
que queda original en esta secretaría para los efectos que convengan, y por él
se acredita muy bien que en el particular se ha procedido con la exactitud
conveniente; por lo que he aprobado el remate, pues al fin se debe tener por
ventajoso el que se ha hecho respecto a que si se aguardase más tiempo, se
arruinaría la casa y vendría a perderlo todo la Real Hacienda...”6
¿Qué sucedió con el paso de los años con aquel palacio que albergó por
tantos días al arzobispo virrey, sirviéndole de refugio a sus males y de dis-
tracción y olvido de sus pesares?
Creemos haber hallado la respuesta en el libro del referido viajero francés
Félix Serret donde narra con especial detención las experiencias que tuvo en
“la gran población de Turbaco” en 1912:
“Un camino muy abrupto me condujo a la plaza principal, vasto cuadrilá-
tero a cuyo alrededor se levanta una pequeña iglesia maciza pero sin estilo
definido, algunas modestas casas, casi todas de adobe, un amplio edificio
con la fachada adornada con arcadas elegantes y con apariencia de cuartel,
llamado en la región la Casa de tejas, por haber sido durante muchos años la
única construcción de la localidad cubierta con estos materiales”.
Aunque Serret, como veremos en seguida, no alude para nada a la casa
palacio objeto de este artículo, e incluso afirma expresamente que la Casa de
tejas fue construida por el General mexicano Antonio López de Santa Anna,
por su ubicación que coincide con la que se le daba en 1789, creemos que
sea la misma, o al menos en el mismo emplazamiento en donde se levantaba
la del arzobispo virrey.
Dice Serret:
“La Casa de tejas encierra muchos recuerdos históricos, por lo cual es
necesario que digamos algunas palabras. Fue construida por el general Santa
Ana, antiguo presidente de México, durante el curso de una larga estadía que
este gran aventurero político, muchas veces exiliado de su patria, hizo en
Turbaco, atraído por las ponderaciones que le habían hecho de su clima y
sobre todo de la belleza de las mujeres de la región. Porque este rico general,
que fue uno de los más grandes revolucionarios de su época, fue igualmente
uno de los más grandes disolutos, aunque solamente tenía una pierna, la otra
se la había cercenado una bala de cañón francés en 1838, cuando la toma de
Veracruz por el príncipe de Joinville”.
Aunque no viene al caso que nos ocupa directamente, vale la pena conti-
nuar con las referencias que Serret hace del general Santa Anna en relación
con Turbaco:
“Para dar una simple idea del mal moral que hizo este hombre en la región
de Turbaco se necesitaría todo un volumen. Gracias a la cantidad de
proxenetas que su inmensa fortuna le permitía mantener lo mismo que a los
lujos palaciegos que podía prodigar a su alrededor, este hombre llegó a co-
rromper tan profundamente las costumbres hasta entonces muy puras de aque-
llas gentes, que hoy día, es decir, sesenta años después, Turbaco es considerada
en el país como una pequeña Capua. Un viejo médico de la localidad, el
doctor Anaya, que fue durante mucho tiempo cirujano de Santa Ana, me
contó muchas veces que no había un solo día en que este nuevo Minotauro
no se acostase con una o dos jovencitas vírgenes. No creo que esta cifra
fuese exagerada si se tiene en cuenta el gran número de ancianas del lugar
que presumen haber conocido más o menos íntimamente al célebre aventu-
rero y de los que pasan, con razón o sin ella, por ser sus descendientes. Yo
mismo tuve a mi servicio en 1894, en una estadía que hice, a dos de sus
nietos; además de que llevaban su apellido, uno se parecía tanto a su abuelo,
de quien yo había visto más de 20 retratos en México, que no cabía la menor
duda sobre la autenticidad de su ascendencia”.
Bien se ve que para el año de 1912, que es cuando Serret visitó a Turbaco,
ya no existía ninguna memoria sobre el origen de su construcción por parte
del Arzobispo Virrey, y por ello el francés le atribuye la edificación al Gene-
ral Santa Anna. Pero que ésta era la misma casa palacio de Caballero y
Góngora, según pensamos nosotros, viene respaldada por la siguiente afir-
mación de Pérez Ayala: “La edificación, inmensa, quedaría casi destruida en
1815 a causa del fuego que los patriotas prendieron a todas sus posiciones
para obstaculizar la marcha de las tropas del General Pablo Morillo. Más
tarde el General López de Santa Anna reconstruyó ese edificio”7 .
7 José Manuel Pérez Ayala: Antonio Caballero y Góngora Virrey y Arzobispo de Santa Fe
(1723-1796), Bogotá 1951, 157. Según una noticia reportada por el periódico El Tiempo,
Bogotá, martes 23 de octubre de 1855. “El 25 de septiembre [de 1855] llegó el General Santa
Ana a Cartagena y en la actualidad se encuentra viviendo tranquilamente en su antigua residencia
de Turbaco”.
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“Hoy día la Casa de tejas –escribe Serret en 1912– es una suerte de patio
de los milagros casi abandonada a quien quiera alojarse allí. Algunas de sus
dependencias sirven de habitación a los vagos que no necesitan de nada para
ir a instalarse, otras sirven para almacenar mercancías y el gran salón delan-
tero, que era el salón de recepción del verde-galán mexicano, es utilizado a
veces como cuartel, otras como cárcel municipal”.
Hará un par de años que hallándonos en Cartagena quisimos ir a Turbaco
a verificar los datos hasta aquí transcritos; pero fue tal la impresión negativa
que nos produjo la visita a esta celebrada población de antaño, que no solo
no hallamos el más leve vestigio del “palacio de los virreyes” sino desola-
ción por todas partes, por lo que fuimos invadidos de la congoja y de la
certidumbre de que gran parte de nuestra historia solo existe en los documen-
tos que aún sobreviven, en esos que para algunos son simplemente “el feti-
che documental”.