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SONETO DE LA DULCE QUEJA

Tengo miedo a perder la maravilla


de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla


tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,


si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado


y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
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LECONTE DE LISLE

De las eternas musas el reino soberano


recorres bajo un soplo de eterna inspiración,
como un rajah soberbio que en su elefante indiano
por sus dominios pasa de rudo viento al son.

Tú tienes en tu canto como ecos de Oceano;


se ve en tu poesía la selva y el león;
salvaje luz irradia la lira que en tu mano
derrama su sonora, robusta vibración.

Tú del fakir conoces secretos y avatares;


a tu alma dio el Oriente misterios seculares,
visiones legendarias y espíritu oriental.

Tu verso está nutrido con savia de la tierra;


fulgor de Ramayanas tu viva estrofa encierra,
y cantas en la lengua del bosque colosal.
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Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente...
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.
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Abre los ojos; mírame con su mirar risueño, 


y en tanto cae la nieve del cielo de París.
El ángel del carbón

Feo, de hollín y fango.


¡No verte!

Antes, de nieve, áureo,


en trineo por mi alma.
Cuajados pinos. Pendientes.

Y ahora por las cocheras,


de carbón, sucio.
¡Te lleven!

Por los desvanes de los sueños rotos.


Telarañas. Polillas. Polvo.
¡Te condenen!

Tiznados por tus manos,


mis muebles, mis paredes.

En todo,
tu estampado recuerdo
de tinta negra y barro.
¡Te quemen!

Amor, pulpo de sombra,

malo.
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Al borrarse la nieve, se alejaron


los montes de la sierra.
la vega ha verdecido
al sol de abril, la vega
tiene la verde llama,
la vida, que no pesa;
y piensa el alma en una mariposa,
atlas del mundo, y sueña.

Con el ciruelo en flor y el campo verde,


con el glauco vapor de la ribera,
en torno de las ramas,
con las primeras zarzas que blanquean,
con este dulce soplo
que triunfa de la muerte y de la piedra,
esta amargura que me ahoga fluye
en esperanza de Ella...
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CAFÉ CANTANTE

Lámparas de cristal
y espejos verdes.

Sobre el tablado oscuro,


la Parrala sostiene
una conversación
con la muerte.
La llama,
no viene,
y la vuelve a llamar.
Las gentes
aspiran los sollozos.
Y en los espejos verdes,
largas colas de seda
se mueven.
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CATULLE MENDÈS

Puede ajustarse al pecho coraza férrea y dura;


puede regir la lanza, la rienda del corcel;
sus músculos de atleta soportan la armadura...
pero el busca en las bocas rosadas leche y miel.

Artista, hijo de Capua, que adora la hermosura,


la carne femenina prefiere su pincel;
y en el recinto oculto de tibia alcoba oscura
agrega mirto y rosas a su triunfal laurel.

Canta de los oaristis el delicioso instante,


los besos y el delirio de la mujer amante,
y en sus palabras tiene perfume, alma, color.

Su ave es la venusina, la tímida paloma.


Vencido hubiera en Grecia, vencido hubiera en Roma,
en todos los combates del arte o del amor.
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¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?
Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen,
cabalgando conmigo, a tus entrañas.
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Madrigal al billete de tranvía

Adonde el viento, impávido, subleva


torres de luz contra la sangre mía,
tú, billete, flor nueva,
cortada en los balcones del tranvía.

Huyes, directa, rectamente liso,


en tu pétalo un nombre y un encuentro
latentes, a ese centro
cerrado y por cortar del compromiso.

Y no arde en ti la rosa ni en ti priva


el finado clavel, sí la violeta
contemporánea, viva,
del libro que viaja en la chaqueta.
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LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene


cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime


por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca


porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos


que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos


en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
MALAGUEÑA

La muerte
entra y sale
de la taberna.

Pasan caballos negros


y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.

Y hay un olor a sal


y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.

La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
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Yo fui

Yo fui

Columna ardiente, luna de primavera,


Mar dorado, ojos grandes.

Busqué lo que pensaba;


Pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
Lo que pinta el deseo en días adolescentes.

Canté, subí,
Fui luz un día
Arrastrado en la llama.

Como un golpe de viento


Que deshace la sombra,
Caí en lo negro,
En el mundo insaciable.

He sido.
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Remordimiento en traje de noche

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;


No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
Vacío como pampa, como mar, como viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora


Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
Es el remordimiento, que de noche, dudando;
En secreto aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente


Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.

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