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Es difícil, para mí, vislumbrar una imagen más elocuente que ésta
para Clarice Lispector, la escritora subterránea, la de los rasguños
y las llamaradas, la de la extravagancia de ver en nuestros
anhelos la primera condición de una derrota que nos perseguirá
durante toda la vida. Lispector es una escritora plural que revela,
en sus cuentos, una multitud de niveles capturados por ciertos
códigos insinuados. La infancia, las ansiedades de la clase
media, la familia, y, sobre todo, una preocupación vital sobre la
mujer: son los temas que alumbran su obra.
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Hay más: “En la mañana, temprano, era siempre la misma cosa
renovada: despertar. Lo cual era lento, desplegado, vasto.
Vastamente, ella abría los ojos” (“Preciosidad”). Estar
nuevamente conscientes, después de una noche de sueño, se
transforma en una experiencia en donde todo parece expandirse
a partir del mismo acto repetido. Cada mañana. Distinta. Pero
igual. Hay un dejo de vaguedad en ese trance, casi como si
despertar fuese un misterio necesario.
Guillermo Fajardo
Doctorando en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de
Minnesota-Twin Cities. Autor de Los discursos
presidenciales (Editorial de Otro Tipo, 2017).