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Clarice

Lispector entre las travesuras del silencio.


Guillermo Fajardo

Los cuentos completos de la escritora ucraniana-brasileña Clarice Lispector
se tradujeron y publicaron el año pasado en México, en una edición
preparada por uno de sus biógrafos, Benjamin Moser. El siguiente ensayo
nos invita a adentrarnos en la riqueza narrativa de Lispector, a la que delinea
como una escritora plural, subterránea, afín a los rasguños y a las derrotas
de la condición humana.

Clarice, ¿durante cuánto tiempo meditaste la posibilidad de


traducirnos? ¿Te echaste detrás de nuestras cortinas y, ahí,
espiándonos en posición de firmes, memorizaste nuestras fobias
y señalaste a nuestros enemigos? ¿Nos entendiste a partir de
nuestros vaivenes y miserias, fotografiando, con esos ojos tan
tuyos para los claroscuros, los instantes previos a nuestros
desastres?

Espero que estas preguntas encuentren destinatario, sobre todo


porque los Cuentos completos de Clarice Lispector (1920-1977),
recientemente publicados por el Fondo de Cultura Económica,
parecen habitar la porción superficial de la vida, aunque sus
verdaderas lecciones yacen en las profundidades, en los
trastornos, en las difíciles maneras de crecer y madurar. Descifrar
a Clarice Lispector siempre será una tragedia, pues solamente los
más hábiles conseguirán mantener los cirios prendidos para llegar
al final de sus catacumbas.

Es difícil, para mí, vislumbrar una imagen más elocuente que ésta
para Clarice Lispector, la escritora subterránea, la de los rasguños
y las llamaradas, la de la extravagancia de ver en nuestros
anhelos la primera condición de una derrota que nos perseguirá
durante toda la vida. Lispector es una escritora plural que revela,
en sus cuentos, una multitud de niveles capturados por ciertos
códigos insinuados. La infancia, las ansiedades de la clase
media, la familia, y, sobre todo, una preocupación vital sobre la
mujer: son los temas que alumbran su obra.

La de Lispector es una escritura que evoluciona como la puesta


del sol: a ratos crepuscular, por momentos invadida por colores
mil, a ratos expectante ante la noche. El lenguaje de Lispector se
contorsiona conforme sus personajes se transforman: traen las
palabras sobre la piel. En “Obsesión”, por ejemplo, esta cualidad
dúctil acompaña los pensamientos de Cristina, una mujer que
rememora su atracción hacia Daniel, un misterioso hombre que la
obsesiona sobre Jaime, su esposo. Cuando evoca a Daniel, el
lenguaje se vuelve denso y pegajoso, con Jaime, en cambio,
ligero y apagado.
La de Lispector, pues, es una escritura de destellos inopinados,
entre agujas y algodones. Le gusta moverse entre corredores
tenuemente alumbrados. Su “gramática”, como la llama Benjamín
Moser en el estudio introductorio, “puede atribuirse a la fuerte
influencia del misticismo judío en que la inició su padre”. Además,
“sus cuentos están atravesados por una búsqueda lingüística
incesante, una mutabilidad gramatical que no permite que se lean
con demasiada prisa”. Añadiría, con temor, que esta sintaxis de
Lispector, coherente con la ambigüedad de sus historias, es una
escritura desacoplada, clandestina por instantes, pública en otros.
No me atrevería a decir que su literatura es para unos cuantos
iniciados, pero sí requiere de una proeza similar: atender a la
sensibilidad de la escritora como quien zurce un suéter para el
invierno. Las hebras, que serán muchas, lucen infinitas si
pretendemos describirlas. Y Lispector lo sabe, pues escribe, en
“Los desastres de Sofía”:

Mi confusión se debe a que un tapiz está hecho con tantos hilos


que no puedo limitarme a seguir uno solo, mi enredo se debe a
que una historia está hecha de muchas historias. Y no todas
puedo contarlas.

Los inicios de sus cuentos dan testimonio de este desacople


profundo que logra su escritura, mediante una especie de fractura
que nos descoloca. Bastarán estos instantes: “Era una gallina de
domingo. Todavía viva, porque no pasaba de las nueve de la
mañana” (“Una gallina”). En una frase, Lispector le asigna al
animal una cualidad absolutamente original, cuando un día de la
semana, una de las formas más arbitrarias para medir el tiempo,
describe a la gallina con la oportunidad de lo cotidiano.

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Hay más: “En la mañana, temprano, era siempre la misma cosa
renovada: despertar. Lo cual era lento, desplegado, vasto.
Vastamente, ella abría los ojos” (“Preciosidad”). Estar
nuevamente conscientes, después de una noche de sueño, se
transforma en una experiencia en donde todo parece expandirse
a partir del mismo acto repetido. Cada mañana. Distinta. Pero
igual. Hay un dejo de vaguedad en ese trance, casi como si
despertar fuese un misterio necesario.

De esta forma, escritura e historia se conjugan para ofrecer


distintas bóvedas de significados. En los mundos de Lispector,
sus personajes suturan el mundo con sus emociones. Es decir, el
universo y las cosas reciben algo de ellos. Sus protagonistas
producen significados que los atormentan, como sucede en “El
búfalo”, una de las expresiones literarias más pobladas que he
leído. Los cuentos de Lispector podrían describirse como
perífrasis expandidas; en otras palabras: sus historias siempre se
refieren a otras cosas.

En ese cuento, una mujer que acude a un zoológico busca entre


las jaulas de los animales un odio para compartir. Herida por un
hombre al que detesta, “cuyo único crimen era el de no amarla”,
se lanza a un abismo entre las miradas de los animales.
“Entonces se fue sola a tener su violencia”, dice Lispector. Y la
encuentra. Cavilando ahí, entre ansiosa y desesperada, se topa
con los ojos de un búfalo, quizá él también herido, y se anima a
dar el paso: se clava un cuchillo entre su carne, y muere. Para
algunos, como Patricia Vieira, el búfalo establece una conexión
con la mujer ya que él también odia, detesta a los humanos que lo
han aprisionado, y es esa “fuerza tranquila del animal”, dice la
estudiosa, la que le anima a la muerte. De esta manera, Lispector
da paso a lo que Vieira llama zoofitografía o “escritura
interespecies”. La mirada del búfalo,de algún modo, es otra forma
de la imaginación literaria.

“Narradores marginados” llama la investigadora Claire Williams a


los personajes de Lispector. Y es que, como esta crítica
establece, “los actos violentos” que aparecen en la literatura de la
escritora parecen ser, más bien, ritos para superar ciertas
pruebas que llevarán a sus personajes a entretener actos que
confirmen sus infiernos. “Los desastres de Sofía”, por ejemplo,
cuenta la historia de una niña de nueve años obsesionada con su
profesor por “su silencio y por la controlada impaciencia con que
nos daba clase”. Durante una sesión, el hombre les pide a sus
alumnos que reescriban una historia sobre cómo el trabajo duro
trae, al final, una recompensa. Ella, sin embargo, y apremiada por
“el deseo de ser la primera en cruzar el salón […] y entregarle
insolente la composición” reescribe la historia, pero falla en
entender la moraleja pues, como escribe Williams, “es también
una oportunidad para molestar al profesor al deliberadamente
escribir una historia amoral”, ya que la recompensa, escribe la
niña, puede encontrarse por casualidad. Contrario a lo que
pensaba, al profesor le fascina su historia; ella, horrorizada, se
da cuenta de que “el profesor estaba matando en mí, por primera
vez, la fe en los adultos: también él, un hombre, creía como yo en
las grandes mentiras”.

¿Y no toda ficción es una farsa? Es como si Lispector nos


advirtiera que crecer significa creer en otras mentiras, más
elaboradas, más complejas, para justificarnos ante nosotros
mismos. Que toda ética es una forma organizada de estructurar
una serie de invenciones. Que toda literatura o experimento
filosófico es un intento decoroso para darle sentido a nuestras
creencias, actos, o imposturas. Lo más apabullante de esta
narración es que Lispector logra que una niña de nueve años se
dé cuenta del hechizo del mundo adulto. No exagero si digo que,
de tomarse en serio esta forma de habitar el cosmos, nuestro
colapso sería casi inmediato, pues es imposible organizar
cualquier sociedad sin la estructura de toda esta serie de
falsedades. Gran parte de la historia humana puede ser entendida
como una sucesión de actos conducidos, encaminados, y
ejecutados para darle vida a la ficción de un imperio, a la mentira
de una nueva sociedad, a la esperanza imaginada de un paraíso
repartido entre todos.

Finalmente, en Una historia de tanto amor, el pasaje de la muerte


resulta un episodio necesario para madurar y crecer. Una niña, la
cual posee dos gallinas, Pedrina y Petronilha, “que de tanto
observar (…) conocía su alma y sus más íntimos anhelos”, no
logra entender por qué, después de un viaje, su familia se come a
Petronilha. Comienza a odiarlos, y es entonces cuando su madre
le explica que “cuando nos comemos a los animales, éstos se
vuelven más parecidos a nosotros, porque los llevamos así,
adentro”. Tiempo después, Pedrina sufre una muerte natural,
aunque precipitada por ciertas acciones de la niña. Cuando
obtiene otra gallina, Eponina, su intuición le dice que su destino
es ser comida, y lo acepta, pero no con resignación, sino con “un
amor más realista”. Y así, cuando llega el momento, la niña
“comió más de Eponina que todo el resto de su familia”.

Al mismo tiempo que ella quiere una parte de la gallina dentro de


sí, también entiende la naturaleza básica de cualquier poder: que
nunca es inocente, pero que necesita administrarse para ordenar
y darle sentido al mundo. El cuento, sin embargo, concluye con
una nota más bien siniestra: “La niña era un ser hecho para amar
hasta que se convirtió en una joven, y estaban los hombres”. Su
futuro consistirá en descubrir, una a una, las distintas formas bajo
las cuales unos oprimen a los otros.
La literatura de Lispector ofrece las costuras del mundo y
después las cierra con violencia. Veremos estas cicatrices cuando
pongamos los ojos sobre la piel. Estos cuentos, pues, multiplican
la ansiedad de las miradas.

¿Nos atreveremos a ver?

• Clarice Lispector, Cuentos completos, traducción de Paula


Abramo, prefacio y organización de Benjamin Moser, México,
Fondo de Cultura Económica, 2020, 472 p.

Guillermo Fajardo
Doctorando en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de
Minnesota-Twin Cities. Autor de Los discursos
presidenciales (Editorial de Otro Tipo, 2017).

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