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Vigilar

y cancelar

Imanol López

El filósofo francés es acusado póstumamente de pedofilia. La discusión
pública gira en torno a si debemos “cancelarlo” o no. Pero ¿cómo afectaría a
su obra esta revelación biográfica? y ¿cuáles son los riesgos de ignorar
deliberadamente sus ideas? El siguiente texto propone algunas respuestas
para ayudarnos, además, a entender las aristas de esta nueva “cultura de la
cancelación”.

Más de uno, como yo sin duda, escribe para perder el rostro. No


me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable:
es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación.
Que nos deje en paz cuando se trata de escribir.
—Michel Foucault, La arqueología del saber1

El martes pasado desperté con la noticia de que Michel Foucault


(1926-1984) había sido acusado de abuso de menores en Túnez,
en 1969. Aparecen varios artículos en diarios nacionales. Todos
cuentan la misma historia: Guy Sorman, un intelectual franco-
americano, visitaba a Foucault en Túnez en 1969 cuando fue
testigo de que éste le pagaba a niños de 9 o 10 años para tener
relaciones con él en el cementerio del pueblo.

“Era de esperarse”, “canceladísimo”, leo rápidamente en tuiter.


#Foucault es trending topic. Acusaciones muy graves para ser
tomadas a la ligera. ¿Qué hacer cuando un referente intelectual
es acusado de actos semejantes? ¿En verdad tenemos que
“cancelar” sus libros, su pensamiento? ¿Debemos renunciar a
utilizar sus conceptos como herramientas para pensar nuestros
propios problemas porque alguien lo acusa de haber cometido
actos imperdonables? ¿Es posible o necesario separar la obra del
autor?

Guy Sorman nos diría que no es posible ni necesario. En su


reciente libro Mon dictionnaire du bullshit, donde aparecieron
originalmente las acusaciones, reduce toda la obra de Foucault a
un esfuerzo por justificar teóricamente sus abusos y perversiones.
Así, nos asegura que Foucault justificó su inmoralidad postulando
que “toda ley, toda norma, era, por esencia, una forma de
opresión por parte del Estado y de la burguesía”.2 Desde esta
perspectiva, se explica que en 1977 Foucault firmara (junto con
otros intelectuales franceses) una petición para cambiar la edad
legal del consentimiento para permitir las relaciones sexuales
entre adultos y menores de 15 años, como la consecuencia lógica
de sus teorías sobre el poder. Asimismo, el periodista británico
Matthew Campbell reprodujo y amplió dicha vinculación entre
perversión sexual y filosofía crítica en un artículo publicado en el
periódico de corte conservador The Times, el cual se viralizó y
provocó la ola actual de cancelaciones de Foucault.

Encontramos un argumento similar en el artículo de Bernardo


Bolaños “Foucault, cancelado”, donde el autor propone
recontextualizar la obra de Foucault a la luz de estas
acusaciones. Bolaños, por ejemplo, retoma la idea foucaultiana
de heterotopía —a través de la cual el filósofo conceptualiza
espacios como los cementerios, los jardines, los burdeles, las
cárceles y las colonias como lugares totalmente “otros”: espacios
fuera de todo lugar— para asegurar que Foucault comparaba las
colonias, tales como Túnez, con burdeles.

Lo que estos tres textos tienen en común es que postulan, de


forma más o menos explícita, una lógica que vincula vida y
pensamiento. Y, aunque los tres autores aseguran que no están
tratando de cancelar a Foucault, el efecto que tienen sus
discursos es justamente ese: afirmar no sólo que la vida del
pensador fue inmoral y perversa, sino que su pensamiento
también, por consecuencia casi silogística, lo es. Esto es lo que
aquí voy a llamar la lógica de la cancelación, es decir, la forma de
razonamiento que justifica la invalidez, la inutilidad, la indignidad
de un pensamiento debido a la presunta inmoralidad de su autor.

Con esto no quiero decir que no podamos criticar la obra de una


figura intelectual al a la luz de su vida; ni que no existan
pensadores (especialmente si son varones cisgénero, blancos y
europeos) cuya biografía haya consistido en abusar
sistemáticamente de su posición de poder. No me consta si es el
caso de Foucault o no. No es esa mi tarea aquí.

Es cierto que las acusaciones por sí solas son graves y, en caso


de ser ciertas, definitivamente tendrían repercusiones en cómo se
lee, se discute y se usa el pensamiento de Foucault. Dicho esto,
la interpretación de Bolaños me parece forzada, ya que quiere
leer, con la carga de las acusaciones, una equiparación entre
colonia y burdel que no es más que una mención simultánea y
accidental en la exposición foucaultiana. En cuanto a las
acusaciones de Campbell, es claro que han sido movilizadas por
un discurso reaccionario y conservador que las ha utilizado para
vincular a Foucault con una perversión sexual que está
secretamente en el origen de la “corrección política”, “las políticas
de la identidad” o “la ideología woke” en la actualidad.3
Ilustración: Patricio Betteo
Más allá de corroborar estos datos, no se trata de justificar los
actos de Foucault ni de condenarlos, ni de reproducir los
argumentos de la derecha quejosa de la cancelación y la
corrección política; sino de ver cómo se pasa de las acusaciones
sobre actos concretos a una imagen esencializada de la persona
entera y de su pensamiento como perversos. En lugar de releer la
obra a la luz de las acusaciones, para desprender de los
fragmentos aparentemente neutrales y teóricos una confesión
autobiográfica, conviene precisamente volver a algunas
herramientas teóricas foucaultianas para repensar el fenómeno.
¿Qué nos puede decir la obra foucaultiana sobre la llamada
cultura de la cancelación?

La filósofa Natalie Wynn señala, en “Cancelling”, uno de sus


video-dramas, el proceso que normalmente sigue la cancelación
de figuras públicas: se parte de algunas acusaciones concretas
que resultan problemáticas (ej. Foucault pagó a niños por sexo en
Túnez en 1969), que se presuponen como ciertas (Sorman es
una fuente fiable, de primera mano), que posteriormente se
transforman en los medios de comunicación en generalizaciones
y abstracciones (la obra de Foucault no es más que
autojustificación teórica de la pedofilia), para terminar por
construir una identidad esencializante de la persona a partir de las
acusaciones (ej. Foucault era pedófilo).

Con este movimiento sinecdótico, que toma la parte por el todo,


se dificulta la tarea de escudriñar las acusaciones en concreto y
dilucidar su posible veracidad. Se trata de un ejercicio
argumentativo que tendría la siguiente forma: 1) X acusa a Y de
haber cometido Z en tal momento, en tales circunstancias; 2)
seguramente Y cometió Z, porque mira lo que dijo y escribió en
otros momentos y circunstancias; 3) Y cometió Z; 4) Y es
cancelable por perverso, mientras que X desaparece del plano.
Y bien ¿de dónde proviene esta lógica? Es, ante todo, una lógica
punitiva. Viene del sistema penal. Precisamente Foucault analizó
una lógica análoga en el curso lectivo de 1974-1975 en el Collège
de France titulado Los anormales. Foucault sostiene que la
psiquiatría del siglo XIX introduce en la práctica penal la noción
de la perversión, que reviste y acompaña a la culpabilidad. La
labor de un psiquiatra no era determinar si el acusado era un
enfermo mental y, por lo tanto, no podía tener responsabilidad
legal de los actos que cometió; sino que, en calidad experto
médico, debía de elaborar toda una biografía de la perversidad
como prueba de una criminalidad posible (los traumas infantiles,
los abusos parentales, los patrones de violencia) y calificar al
acusado como un individuo peligroso que bien podría haber
cometido los actos que se le imputan. Nos dice Foucault sobre la
función de las pericias psiquiátricas:

¿Qué es lo que se pone de relieve a través de esas pericias? ¿La


enfermedad? En absoluto. ¿La responsabilidad? En absoluto. ¿La
libertad? En absoluto. Son siempre las mismas imágenes, los
mismos gestos, las mismas actitudes, las mismas escenas
pueriles: “jugaba con armas de madera”, “les cortaba la cabeza a
los insectos”, “afligía a sus padres”, “faltaba a la escuela”, “no
sabía las lecciones”, “era perezoso”. Y: “concluyo de ello que era
responsable”.4

Perversidad y peligro, moralidad y miedo. No se trata de


demostrar la veracidad de las acusaciones, sino de trazar los
rasgos perversos de una vida para comprobar lo que se asumió
desde el comienzo: la culpabilidad. Es esa misma la lógica que
opera en la cancelación: se pinta el retrato de un presunto
culpable que es, por esencia, perverso, y se deriva la credibilidad
de las acusaciones de este retrato a posteriori que proviene de
las propias acusaciones. Una tautología.
En sus efectos prácticos, la cancelación en redes sociales se
parece mucho a lo que Foucault apuntaba sobre el panoptismo
en Vigilar y castigar.5 Como recordarán, el Panóptico—una
propuesta arquitectónica carcelaria del filósofo británico Jeremy
Bentham— consiste en una torre central desde donde se pueden
vigilar celdas colocadas alrededor. Desde la torre se pueden
vigilar todas las celdas, pero desde éstas no se sabe si alguien te
está observando o no, aunque las personas encerradas en las
celdas se asumen como siempre vigiladas. Foucault estudia este
diseño para explicar el funcionamiento de nuestra sociedad, a la
que califica como “disciplinaria”; es decir, la exigencia de
vigilancia permanente no se limita a la cárcel, sino que atraviesa
el tejido social.

Autores como Byung-Chul Han sugieren que este modelo


panóptico ya resulta inoperante en el mundo actual, porque en la
sociedad mundial del siglo XXI somos nosotros mismos quienes
nos vigilamos mutuamente y no una instancia exterior.6 Sin
embargo, lo que Foucault quiso señalar del Panóptico es que no
tiene que existir una entidad personalizada y externa de vigilancia
para que el dispositivo tenga sus efectos de poder. Nadie es Big
Brother ni el gobierno nos vigila con microchips; no es necesario,
ya todo está dispuesto para que cualquiera pueda fungir de
vigilante de quien sea:

Un individuo cualquiera, tomado casi al azar, puede hacer


funcionar la máquina: a falta del director, su familia, los que lo
rodean, sus amigos, sus visitantes, sus servidores incluso. Así
como es indiferente el motivo que lo anima: la curiosidad de un
indiscreto, la malicia de un niño, el apetito de saber de un filósofo
que quiere recorrer este museo de la naturaleza humana, o la
maldad de los que experimentan un placer en espiar y en
castigar. Cuanto más numerosos son esos observadores
anónimos y pasajeros, más aumentan para el detenido el peligro
de ser sorprendido y la conciencia inquieta de ser observado. El
Panóptico es una máquina maravillosa que, a partir de los deseos
más diferentes, fabrica efectos homogéneos de poder.7

Nuestra sociedad sigue siendo panóptica en tanto que nos


vigilamos todos mutuamente a través de las redes sociales. Los
algoritmos son panópticos virtuales, móviles, donde todos
estamos al mismo tiempo dentro de la torre y en una celda.
Fiscalizamos likes, damos soft block, subtuiteamos, bloqueamos,
doxxeamos, cancelamos. Y aunque lo hagamos partiendo de
preocupaciones genuinas y con el objetivo de señalar la
intolerancia, los abusos de poder, los prejuicios o la
discriminación, los mecanismos que usamos son los mismos
mecanismos del poder, las mismas estrategias punitivas. Eso es
lo que Foucault llamó la ironía del dispositivo: “nos hace creer que
en [él] reside nuestra ‘liberación’”.8

No pretendo asegurar que Foucault jamás habría cometido los


actos “perversos” que se le imputan. No lo idealizo, pero tampoco
lo cancelo. Simplemente, me parecen cuestionables tanto la
lógica punitiva detrás de la cancelación como las consecuencias
que traería cancelar a Foucault. Privarnos de las herramientas
críticas de su obra es peligroso, ya que nos dejaría cegados ante
el poder, especialmente ante el poder que nosotros mismos
reproducimos. Para Foucault este peligro se llama fascismo,
palabra tan malgastada en las redes hoy, como lo apunta en su
introducción a la versión estadunidense de El Anti-Edipo de Gilles
Deleuze y Felix Guattari:

En fin, el enemigo mayor, el adversario estratégico […]: el


fascismo. Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y
Mussolini […], sino que también el fascismo que está en todos
nosotros, que atormenta nuestros espíritus y conductas
cotidianas, el fascismo que nos hace amar el poder, desear
aquello mismo que nos domina y que nos explota.9

No quiero releer la obra a la luz de una vida ahora revelada como


perversa. Las posibilidades de pensamiento que inaugura un
concepto o una filosofía no están sobredeterminadas por la
moralidad o inmoralidad de su autor o autora. Sin embargo, esto
no significa que no debamos tomar en cuenta la relación entre
pensamiento y vida. Tal vez la cuestión no es separar a la obra
del autor, sino aprender a pensar la relación entre pensamiento y
vida fuera de la lógica del castigo.

Las preguntas urgentes son: ¿cómo es que un pensamiento nos


puede empujar hacia otras formas de vida?, y ¿cómo es que una
vida, con todo lo que implica, inaugura nuevas posibilidades de
pensar? La relación entre vida y pensamiento no ha de ser moral
o punitiva (lógica de la cancelación), sino política, dado que es en
la vida misma donde se juegan las apuestas del poder político, y
es sobre la vida donde se implementan sus tácticas y estrategias.
Entre vida y pensamiento se abre un campo estratégico donde se
juega lo político. Ser capaces de pensar la vida como práctica
política, he ahí la apuesta. Quisiera cerrar con una de las
indicaciones que Foucault dio, en su prefacio a Deleuze y
Guattari, para hacernos de una vida no fascista:

No utilice el pensamiento para dar a una práctica política un valor


de verdad; ni la acción política para desacreditar un pensamiento,
como si no fuera más que pura especulación. Utilice la práctica
política como un intensificador del pensamiento, y el análisis
como un multiplicador de las formas y de los dominios de
intervención de la acción política.10


Imanol López
Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de
Querétaro. Actualmente imparte cursos de Prácticas filosóficas
para no-filósofos. Twitter: @imanollopezb.

1 México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p. 29.

2 Guy Sorman, Mon Dictionnaire du Bullshit, Paris, Grasset, 2021,


p. 287.

3 Publiqué al respecto en un hilo de Twitter.

4Michel Foucault, Los anormales, Buenos Aires, Fondo de Cultura


Económica, 2000, p. 44.

5Michel Foucault, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión,


Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 199 y ss.

6Véase Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Barcelona,


Herder, 2012, p. 17 y ss.

7 Michel Foucault, Vigilar y castigar, ob. cit., pp. 205-206.

8Michel Foucault, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber,


México, Siglo XXI, 2005, p. 194.

9Michel Foucault, “Preface” en Dits et Écrits. III, Paris, Gallimard,


1994, p. 134.

10 Idem, p. 135.

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