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La evangelización de Japón en los

siglos XVI y XVII

Paola Petri Ortiz


3º Historia + Historia del Arte
Historia del Mundo Moderno I
ÍNDICE

1. Introducción 3

2. Los inicios 3

3. San Francisco Javier 4

4. El éxito inicial 6

5. El cristianismo bajo Toyotomi Hideyoshi (1582-1598)

5. 1. La misión Tensho (1582-1594) 8

5. 2. La entrada de las órdenes mendicantes 9

5. 3. La actitud de Hideyoshi hacia el cristianismo 11

5. 4. El galeón San Felipe y los mártires de Nagasaki 12

6. El shogunato Tokugawa (1600-1868)

6.1. Tokugawa Ieyasu (1600-1605) y Tokugawa Hidetada (1605-1623) 14

6. 2. Tokugawa Iemitsu (1623-1651) 17

6. 3. El cristianismo en la clandestinidad 18

7. Conclusiones 19

Bibliografía 21

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1. INTRODUCCIÓN
En este trabajo abordaremos la historia de la evangelización de Japón desde que el jesuita San
Francisco Javier desembarcara allí en 1549 hasta el cierre definitivo de las fronteras a Occidente en
1638; es decir, lo que algunos autores han denominado “el siglo cristiano de Japón”. Analizaremos
cuáles fueron los métodos empleados por los religiosos y los resultados obtenidos, en medio de un
contexto sociopolítico convulso y cambiante, al principio favorable pero, cada vez más, perjudicial.
El estudio de este tema resulta interesante puesto que la evangelización se desarrolló aquí de una
forma muy especial, diferente al proceso que se había llevado a cabo en otros lugares, como en
América. Dos puntos llaman especialmente la atención en este sentido: la ausencia de cualquier
pretensión de conquista política o militar, y la adaptación de los misioneros a la cultura y usos del
país, separando nítidamente cristianización de europeización. Fue gracias a este doble acierto que la
predicación pudo penetrar y arraigar en una sociedad como la japonesa, de tal modo que incluso
siguió viva tras generaciones de ocultación y aislamiento, sin llegada de misioneros, hasta la
reapertura internacional de Japón a mediados del siglo XIX. Respecto a las fuentes, es un verdadero
privilegio para el estudio de este período el hecho de que se haya conservado una rica
correspondencia entre los misioneros y sus compañeros, superiores y las autoridades políticas y
religiosas. En sus misivas narran su experiencia en primera persona, son testigos y participantes
directos de la realidad que describen. Suelen ser además profusos en detalles. Todos los libros y
artículos consultados para la realización de este trabajo se basan en estas fuentes primarias e
incluyen numerosas citas de las mismas para avalar sus conclusiones.

2. LOS INICIOS
La primera llegada de europeos modernos al Japón se produjo por accidente. Durante la primera
mitad del siglo XVI, los portugueses habían consolidado su presencia en Oriente, monopolizando el
comercio de las especias hacia Europa. A principios de la década de 1540, el mercader portugués
Fernando Mendes Pinto, que acababa de cumplir una condena en China por piratería, fue arrastrado
por un tifón a la isla japonesa de Tanegashima 1 . Allí consiguió impresionar al señor feudal gracias a
los arcabuces que llevaba, arma desconocida en aquellas tierras y que se vio que podría ser muy útil
en las guerras civiles que estaban teniendo lugar entonces. Así lo cuenta en su libro Peregrinación.
Es posible que poco antes de él ya hubiesen pisado Japón otros tres portugueses, Antonio da Mota,

1 BRAVO, A. J. “Primeros encuentros entre España y Japón”, The Journal of Kanda University of
International Studies, vol. 26, 2014. p. 46.
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Francisco Zeimoto y Antonio Peixoto, también a causa de un tifón, pero en cualquier caso fue él
quien lo hizo relevante para nuestra historia. Pocos años después regresó con fines comerciales en
un navío capitaneado por Jorge Álvarez, y cuando se marchó embarcó con él un prófugo llamado
Anjiro (o Yagiro) —que será una figura clave— junto a dos acompañantes.

3. SAN FRANCISCO JAVIER


En 1548, el sacerdote jesuita San Francisco Javier se encontraba en Malaca. Allí le presentaron a
Anjiro, quien para entonces se había convertido a la fe católica y deseaba ser bautizado, algo que le
había negado Alfonso Martínez, vicario de Malaca, por estar casado con una mujer pagana. Jorge
Álvarez le había hablado de Francisco, y el japonés se alegró inmensamente de conocerle y se
convirtió en su discípulo. Fue así como el santo concibió la idea de viajar él mismo a Japón, y por
ello se preocupó en reunir la máxima información posible sobre el país, a nivel geográfico,
antropológico y sociológico. El día de Pentecostés, Angiro y sus compañeros se bautizaron,
tomando los nombres de Pablo de Santa Fe, Juan y Antonio. En junio de 1549, los cuatro, junto a
Cosme de Torres, Juan Fernández, el chino Manuel y el malabar Amador, partieron con destino a
Japón en el barco del pirata chino Aván. Aunque la supersticiosa tripulación pagana pretendía
invernar en China a causa de unos augurios, finalmente llegaron en agosto a Kagoshima, el pueblo
natal de Pablo de Santa Fe. Muchos amigos y familiares de este se convirtieron, y el grupo
consiguió visitar al daimio Shimatsu Takaisa, que les acogió amistosamente. Sin embargo, se
encontraron con la dificultad del idioma. Se esforzaron enseguida en aprenderlo para poder
predicar, y aunque las primeras traducciones tenían muchos fallos, en general los japoneses
reaccionaban bien y apreciaban el esfuerzo. Francisco Javier, recíprocamente, se formó una muy
buena imagen de ellos —sobre todo por ser gente culta y capaz de mantener conversaciones
elevadas, a diferencia de otros pueblos asiáticos más primitivos— y siempre los alaba en sus cartas;
con la excepción de los bonzos, algunas de cuyas prácticas, como la pederastia y la sodomía, le
escandalizaron con razón. De hecho, pronto entraría en conflicto abierto con ellos, pues los
conversos dejaron de darles limosnas y esto provocó que arremetieran violentamente contra los
misioneros y divulgaran toda clase de mentiras como que comían carne humana 2. En consecuencia,
el daimio acabó prohibiendo las conversiones.

2 RECONDO, J. M. San Francisco Javier. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1975. p. 176.
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En 1550, Francisco Javier partió hacia Hirado, dejando a Pablo de Santa Fe como cabeza de la
comunidad cristiana de Kagoshima. Tan rápido fue el éxito de la evangelización que apenas un mes
después decidió continuar hacia otro lugar, Yamaguchi, quedando en Hirado el padre Cosme de
Torres. Pero allí sucedió todo lo contrario: la población se burlaba de ellos y el daimio Yoshitaka se
sintió ofendido por la crítica a los vicios carnales de los japoneses que realizaban. Viendo que no
había nada que hacer, en diciembre salieron hacia Meaco, la capital. Mas dada la fría acogida de sus
habitantes, y al no conseguir su objetivo principal de entrevistarse con el emperador, emprendieron
el viaje de regreso a Yamaguchi. Francisco Javier había descubierto que el daimio Yoshitaka era el
noble más poderoso de Japón, y estaba decidido a ganárselo, ahora con una nueva estrategia: su
propio despliegue de poder. Se presentó ante él con ricos vestidos, sus credenciales de embajador de
Portugal y nuncio, y una gran cantidad de regalos, algunos de los cuales estaban orientados a
demostrar la superioridad tecnológica occidental, como relojes y lentes. En efecto, el daimio quedó
fascinado y les otorgó su favor e incluso tierras para construir una iglesia 3 . Poco a poco llegaban
las conversiones, y el nivel intelectual que demostraban los jesuitas en sus discusiones con los
bonzos —no debemos olvidar que San Francisco Javier se había formado en la Sorbona— admiraba
a la población. Otro factor de éxito fue la decisión de los padres, ya en este momento tan temprano,
de acomodarse a las tradiciones e ideas de la sociedad japonesa en lugar de intentar imponer una
cultura europeizante. También actuaba a su favor el ejemplo moral que daban con sus obras de
caridad, atendiendo a pobres y enfermos.

En 1551 Francisco Javier partió al principado de Bungo, en la isla de Kyushu, cuyo soberano estaba
interesado en establecer vínculos comerciales con los portugueses. Después, debía embarcarse
rápidamente hacia la India, pues había recibido noticias de que el padre Gómez estaba abusando de
sus funciones y marginaba a los seminaristas indígenas. Llamó a Cosme de Torres y otros dos
jesuitas desde Hirado para que continuaran su misión en Yamaguchi. El daimio Otomo Yoshishigue
quedó impresionado por el espectáculo de poder del santo, y no solo permitió la libertad religiosa en
sus dominios sino que él mismo se convirtió. Durante su estancia en este lugar, recibió una carta de
Cosme de Torres donde le contaba cómo un poder enemigo había invadido Yamaguchi y parte de la
población les culpaban de este desastre, como si la llegada de extranjeros hubiera traído mala
suerte, por lo que estaban escondidos. Esto se solucionó pronto ya que un hermano del daimio de

3 REYES MANZANO, A. La cruz y la catana: relaciones entre España y Japón (Siglos XVI-XVII).
Tesis doctoral. Director: José Luis Gómez Urdáñez. Universidad de La Rioja, 2014. p. 191.
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Bungo ocupó el puesto de Yoshitaka, que se había suicidado, y todo volvió a la normalidad. En
noviembre de 1551 Francisco Javier abandonaba Japón, donde ya nunca volvería, pues murió un
año después. Tampoco pudo emprender la que ya pensaba que sería su nueva aventura: la
evangelización de China, con la que esperaba conseguir de paso un mayor asentamiento del
cristianismo en Japón por las fuertes influencias culturales que China ejercía sobre este.

4. EL ÉXITO INICIAL
En los años posteriores a la muerte de San Francisco Javier, las misiones jesuitas siguieron
multiplicandos sus frutos en el Japón. Los padres continuaron la línea de resaltar las semejanzas
entre los japoneses y ellos mismos, para que el pueblo no los percibiese como extraños y pensase
que el cristianismo era incompatible con su sociedad. Por ejemplo, las prácticas de disciplina de los
jesuitas y su espíritu de piedad religiosa eran muy bien vistas. Incluso se intentaban establecer
comparaciones entre cristianismo y budismo, aunque había que andar con mucho cuidado para que
no se confundiesen conceptos, por ejemplo, que Dios no era lo mismo que el Buda cósmico, o que
el Cielo no se podía asimilar con la Tierra Pura budista. Tan difícil era a veces asegurarse de evitar
las confusiones que los padres acabaron por pensar que el parecido religioso, en lugar de un
adelanto como punto de partida, era obra del diablo. Pese a todo, aprovecharán ciertos aspectos,
como el ceremonial. Comprendieron la importancia que las formas externas de la liturgia tenían
para los japoneses y las cuidaron especialmente, procurando siempre la mayor solemnidad.

Apreciaban asimismo el carácter general de los japoneses, trabajadores, racionales, educados, y con
un elevado sentido del honor. Como respuesta, los jesuitas por su parte se aplicaron a aprender la
lengua y adoptar todas aquellas costumbres compatibles con su religión, desde la forma de sentarse
hasta la higiene personal, que se cuidaba mucho más que en Europa. Un ejemplo muy significativo
es el de la ceremonia del té (chanoyu) 4 . Esta se celebraba en un espacio llamado chashitsu, al que
se accedía tras pasar por un jardín y purificarse las manos y la boca en una pila, el tsukubai. La
entrada al chashitsu era una puerta muy pequeña, que obligaba a agacharse y a que los guerreros
tuvieran que despojarse de sus armas para pasar; invitaba por tanto al recogimiento y la humildad.
Estos significados sin duda recordaban a los padres a la humildad evangélica (ya Jesús había

4 NIVÓN BOLÁN, R. “Sen no Rikyu y Alejandro Valignano. El principio del cristianismo y la


ceremonia del té en Japón en el siglo XVI”, OIU journal of international studies, nº 17 (2), 2004. p.
41.
!6
hablado de la “puerta estrecha” del Reino de los Cielos 5 ), y por ello recomendaron vivamente la
participación en el chanoyu e incluso el Visitador Alejandro Valignano ordenó que todos los
misioneros contasen con la estructura y los utensilios adecuados para celebrarla y aprendieran a
hacerlo. Esta aculturación también influyó en la propia liturgia: por ejemplo, no se ponían de pie
para escuchar el Evangelio, pues mientras que en Europa se considera un signo de respeto, en Japón
se veía como un gesto de mala educación 6. Respecto al lenguaje, se hicieron grandes progresos,
como la redacción de diccionarios en los que aparecían los términos litúrgicos latinos y portugueses
adaptados a la escritura silábica y la pronunciación japonesa. A nivel social, la integración era más
fácil que en otros lugares de Asia por existir una estructura en cierto modo parecida a la europea: el
feudalismo y las relaciones vasalláticas eran sencillas de comprender para ellos. Comprendieron
asimismo que el método más eficaz de evangelización era actuar de arriba abajo, es decir,
empezando por los poderosos, lo cual no solo les permitía obtener libertad de predicación y
privilegios como tierras o rentas, sino que también les cargaba de una nueva autoridad a los ojos de
los súbditos. En ocasiones los daimios que se hacían cristianos obligaban a los gobernados a
convertirse, pero esto no era lo que buscaban los padres; ocurría sobre todo cuando el daimio
actuaba movido por intereses comerciales, y por tanto tampoco era él mismo un verdadero cristiano.
En efecto, el comercio entre Japón y Portugal era cada vez más fluido, y se dirigía preferentemente,
aunque no en exclusiva, hacia los territorios ya cristianizados. Poseer productos occidentales se
volvió un signo de prestigio, y es curioso leer cómo hasta los daimios paganos se adornaban con
rosarios y crucifijos para estar a la moda 7.

Cosme de Torres siguió trabajando incansablemente en la misión hasta su muerte en 1570. Fundó
escuelas para educar a los niños en la nueva fe. Su mayor logro será la conversión del poderoso
daimio Omura Sumitada (que adoptó el nombre de Bartolomé), quien en 1580 cederá a la Compañía
de Jesús el puerto de Nagasaki. Con respecto a este asunto se suscitó un debate, pues los padres
temían implicarse en demasía en asuntos terrenales; finalmente se decidió aceptarlo por tres
razones: podía servir de refugio en caso de persecuciones, permitía asegurar su abastecimiento, y

5 Lc 13, 22-30.
6 LÓPEZ GAY, J. La liturgia en la misión del Japón del siglo XVI. Pontificia Universitate
Gregoriana, Roma, 1970. p. 20.
7 SCHIROKAUER, C.; LURIE, D. y GAY, S. Breve historia de la civilización japonesa. Edicions
Bellaterra, Barcelona, 2014. p. 167.
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además les daba buena imagen ante los daimios de la zona. Asimismo, desde 1552 llegaron a Japón
nuevas remesas de jesuitas. La primera estaba encabezada por el padre Baltasar Gago, que tenía
además la misión de presentarse ante el daimio de Bungo como embajador del virrey de la India.
Este concedió a los jesuitas tierras y una renta anual, y comunicó al virrey sus deseos de establecer
contactos comerciales con él, enviando también sus respetos a su señor el rey de Portugal (lo que
algunos malinterpretaron como una declaración de vasallaje). Las conversiones se sucedían con
rapidez, incluyendo las de un respetable número de aristócratas, y con ello llegaban asimismo los
regalos y privilegios para los padres, proporcionándoles medios para expandir su labor. De hecho,
ahora eran los propios daimios quienes en muchas ocasiones solicitaban el envío de misioneros para
sus tierras, como en el caso del señor de Shimabara en 1563.

Eso sí, no todo era idílico: los bonzos estaban cada vez más furiosos al ver recortados sus ingresos y
azuzaban a la población a rebelarse contra los cristianos. Estos, por su parte, a pesar de que su
conversión fuera muy reciente, resistían con valor y casi nunca accedían a la apostasía, lo que
asombraba a los jesuitas y acrecentaba sus previsiones optimistas. Decía el padre Organtino en 1577
que Japón sería completamente cristiano en 10 años 8 . A ello contribuía la actitud favorable que
mantenía hacia ellos el shogun Oda Nobunaga (1573-1582). Además, observaban la gran calidad
espiritual de los neófitos, muy superior incluso a la tónica general de Europa: mostraban una gran
devoción y no les importaba recorrer largas distancias para acudir a la iglesia para escuchar la
Palabra y recibir semanalmente la Eucaristía, y eran propensos a realizar grandes penitencias y
obras de caridad. Se formaron grupos vecinales de laicos dedicados a profundizar en el estudio de la
doctrina cristiana, que se llaman kambo y suponen el germen de las cofradías. Para 1579 el número
de cristianos en Japón se calcula en 150000, con unos 50 padres jesuitas.

5. EL CRISTIANISMO BAJO TOYOTOMI HIDEYOSHI (1582-1598)


5. 1. La misión Tensho (1582-1594)
En 1582, los daimios cristianos de Arima, Omura y Bungo decidieron enviar una embajada a
Europa con un propósito tanto político-económico como religioso: de ahí que los destinatarios de la
misma fueran Felipe II y el papa Gregorio XIII. Los embajadores fueron cuatro jóvenes nobles del
seminario de Arima: Mancio Ito, Miguel Cingiua, Julián de Nakaura y Martín Hara. Tras un largo y
accidentado recorrido por mar de Japón a China, desde allí a Malaca, a Goa, y finalmente a Europa,

8 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 207.


!8
llegaron a Lisboa en agosto 1584. Fueron muy bien acogidos por la nobleza portuguesa. Por fin, en
noviembre, tuvo lugar la audiencia oficial con el rey Felipe II en Madrid. De nuevo, fueron
recibidos con toda pompa y numerosos detalles de reverencia y respeto, y agasajados con regalos;
así sucedió por todos los territorios por los que iban pasando. Probablemente la aristocracia
española se sentía atraída y llena de curiosidad por el exotismo de los visitantes. Finalmente,
navegaron desde Alicante a tierras italianas, llegando a Roma en marzo de 1585 9. Allí tuvieron la
oportunidad de ser recibidos no solo por uno sino por dos Papas, pues Gregorio XIII murió en abril
y Sixto V fue elegido como su sucesor. Este último les otorgó 3000 escudos y les nombró
Caballeros de la Orden de la Espuela de Oro. Además, ratificó el breve de su predecesor que
concedía a la Compañía de Jesús la exclusividad en la evangelización del Japón frente a otras
órdenes. Antes de emprender el viaje de vuelta aprovecharon para recorrer numerosas ciudades
italianas, y ya en España y Portugal pararon a visitar a todos los nobles que se lo habían pedido la
primera vez que los conocieron; todo ello sumado al tiempo del regreso hasta Japón retrasó su
llegada hasta 1594.

5. 2. La entrada de las órdenes mendicantes


Hasta estos momentos, la presencia occidental en tierra nipona había estado monopolizada por los
portugueses, y en particular por los jesuitas en el campo de la evangelización. Ahora la situación se
tornará más compleja por la aparición de los españoles y tres órdenes religiosas más: franciscanos,
dominicos y agustinos. En 1587, el franciscano Martín Ignacio de Loyola y el agustino Francisco
Manrique redactaron un memorial dirigido a Felipe II, en el que intentaban persuadirle para que les
permitiese entrar en Japón. Argüían que los japoneses ya habían solicitado repetidamente su
presencia, pero los padres jesuitas lo habían impedido por su propio orgullo, perjudicando a los
objetivos de la misión. En 1588, Manrique redactó otra carta al rey, en la que narraba cómo cuatro
años antes, a causa de un naufragio, había llegado junto a un grupo de frailes a Hirado. Se detiene
en la descripción de los bienes naturales que producía allí la tierra y las actividades productivas
desarrolladas por sus habitantes —con el objetivo de despertar el interés económico del monarca—
y se lamenta de que todos serían cristianos si hubiera allí algún misionero (los jesuitas eran muy
pocos como para atender todos los lugares). Llega a decir que los reyes de Hirado habían prometido
convertirse sí los agustinos se quedaban con ellos; y que además, se harían vasallos de Felipe II y le

9 SOLA, E. Historia de un desencuentro. España y Japón, 1580-1614. Fugaz Ediciones, Madrid,


1999. p. 21.
!9
ayudarían en una hipotética campaña para tomar China. Seguro que el rey se sintió seducido por
estos alegatos, pero en última instancia él no podía hacer nada, dado que como hemos mencionado
existía un breve pontificio a favor de la exclusividad de la presencia jesuita. La interpretación de
que la bula Dum ad uberes, promulgada por Sixto V en 1586, derogaba el breve al afirmar que los
franciscanos podían predicar en todas las Indias Orientales, era muy discutible, ya que en esta bula
no se hace alusión a Japón en particular, como sí sucede en el breve de 1585, y el sentido estaba
más bien referido a China.

Desoyendo el breve, las órdenes mendicantes comenzaron a mandar misioneros a Japón,


especialmente los franciscanos. Los primeros que llegaron de esta orden, encabezados por el padre
Pedro Bautista, resolvieron no hacerlo abiertamente como misioneros, sino presentarse como
embajadores 10 ; así los jesuitas no podían protestar ante el Papa. Solo que en lugar de regresar
terminada la embajada oficial, se asentaron de forma permanente en Japón. Decidieron establecerse
de manera primordial no en lugares nuevos, donde evangelizar desde cero, sino por el contrario en
las grandes poblaciones cristianas, donde veían que las comunidades quedaban huérfanas ante la
escasez de religiosos: Meaco, Nagasaki y Osaka 11 . Pronto se suscitaron tensiones. Los
franciscanos, recién llegados y desconocedores de la sociedad japonesa, no entendían algunas
prácticas de los jesuitas, como su evangelización de arriba abajo —considerando que habían dejado
de lado a los pobres y sencillos contraviniendo el mandato evangélico— o la “excesiva”
aculturación, por ejemplo en cuanto a la forma de desarrollar la liturgia o el que no tuvieran que
guardar las mismas fiestas de precepto.

En 1593, el padre Valignano presentó un escrito en el que exponía seis razones fundamentales para
oponerse a la penetración de otras órdenes que no fueran la Compañía de Jesús en Japón 12: la
confusión que podían causar ante la población, que quizá los percibiesen como distintas sectas; la
uniformidad de la enseñanza; la experiencia que ya habían adquirido los jesuitas; el hecho de que es

10 LÓPEZ-VERA, J. “Los franciscanos en el Japón del siglo XVI: misioneros vestidos con piel de
embajadores”, Revista Estudios, nº 32, 2016. p. 8.
11 ARIMURA, R. “Trascendencia geográfica e institucional de los métodos de evangelización: una
reconsideración acerca de las empresas apostólicas del Japón moderno temprano”, Revista Grafía,
vol. 10, nº 1, 2013. p. 100.
12 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 245.
!10
mejor permitir que se desarrolle una Iglesia con jerarquías nativas a que lleguen más extranjeros; la
inconveniencia de que vengan religiosos que viven de las limosnas, lo que estará mal visto; y por
último, las sospechas que provocará entre las autoridades japonesas que ahora no solo se envíen
portugueses sino también españoles. Pero no se tomaron medidas, y en 1594 el gobernador de
Filipinas envió a otros cuatro franciscanos; desde entonces, cada vez se fueron sumando más. No
obstante, hay que señalar que también se dio colaboración entre los grupos, que en ocasiones
lograron coordinarse y llegar a acuerdos, incluso a veces los jesuitas cedieron casas y recursos
económicos a los franciscanos. Además, no siempre existía una brecha tan radical entre los métodos
de ambos: con el tiempo los últimos también se dieron cuenta por ejemplo de la conveniencia de
establecer buenas relaciones con las autoridades locales para conseguir su apoyo y asimismo tierras,
lo que redundaba en beneficio de la labor evangelizadora.

5. 3. La actitud de Hideyoshi hacia el cristianismo


Al principio, Hideyoshi se mostró tolerante con el cristianismo e incluso mantuvo reuniones
cordiales con los superiores jesuitas. Sin embargo, en 1587 decretó la expulsión de los misioneros y
la prohibición del cristianismo para todos sus vasallos, desterrando a uno de ellos, Ukon Takayama,
bajo el pretexto de que si Dios era su mayor señor, no podía confiar totalmente en su lealtad.
Algunos jesuitas, como Lorenzo Mejía, echan la culpa directamente al padre Gaspar Coelho 13 . Al
parecer, Hideyoshi había planeado un encuentro con él en la bahía de Hakata para conversar sobre
la fe cristiana, pero el padre le recibió haciendo una exhibición de poder con una fusta cargada de
artillería y una muchedumbre que se había agolpado para ver tal espectáculo. Esto molestó a
Hideyoshi, que lo interpretó como una confirmación de sus temores de que los jesuitas fuesen un
caballo de Troya para la entrada de conquistadores portugueses que quisieran tomar Japón. Otra
teoría apunta a motivos más personales: habría intentado forzar a unas doncellas cristianas, que se
resistieron y fueron protegida por los jesuitas, lo que suscitó su cólera. Otras posibles explicaciones
son el miedo a una unión de los daimios cristianos que se pudieran alzar contra él, o sus
pretensiones de ser venerado como un kami, deidad sintoísta. En cualquier caso, el alcance del
decreto fue limitado. Muy pocos misioneros se marcharon, la mayoría se quedaron escondidos y
Hideyoshi no los buscó. Tampoco tomó medidas contra sus vasallos cristianos tras el arranque de
ira de 1587, ni siquiera ante las acusaciones de los enemigos de estos de que escondían a los
sacerdotes en sus territorios. De hecho, prosiguieron las conversiones entre la aristocracia, como la

13 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 277.


!11
de Gracia Hosakawa, esposa del general Hosakawa Tadaoki 14. Puede que la laxitud de Hideyoshi a
la hora de hacer cumplir su mandato se deba a que no quería dañar las relaciones con Portugal, pues
el comercio proporcionaba muchos beneficios. Eso sí, a partir de este momento los jesuitas
decidieron comportarse con mayor discreción, por ejemplo vistiendo a la manera de los bonzos y no
con la sotana.

Entre 1592 y 1594, Hideyoshi llevó a cabo un intento de conquistar Corea. Reunió un ejército de
unos 200000 hombres, en el que se incluían la mayoría de los daimios cristianos importantes; esto
levantó mucha preocupación entre los misioneros, que temían que si estos morían se haría un gran
daño entre la comunidad cristiana nipona. El primer enfrentamiento se saldó con una victoria
japonesa, y lograron penetrar hasta la capital; no obstante, los coreanos practicaron una estrategia de
tierra quemada y continuas emboscadas desde las montañas que hacían difícil la supervivencia de
los invasores. En el mar la situación era aún peor: la flota coreana era técnicamente muy superior y
aniquiló a la japonesa. Durante este tiempo Hideyoshi trató bien a los jesuitas, y hasta les concedió
nuevas casas; el comercio con Portugal resultaba en esos momentos especialmente necesario,
teniendo en cuenta que China se había convertido en su enemigo al prestar ayuda a Corea.
Finalmente, Hideyoshi tuvo que ordenar la retirada, pero en 1597 reanudó las hostilidades; a su
muerte las tropas se retirarán inmediatamente.

5. 4. El galeón San Felipe y los mártires de Nagasaki


En julio de 1596, el galeón San Felipe zarpó desde Filipinas rumbo a Japón con 233 pasajeros, entre
los que se contaban cuatro padres agustinos, dos franciscanos y un dominico. Desde el principio se
desataron tormentas, hasta que definitivamente a partir del 3 de octubre, y durante cuatro días
seguidos, un fuerte temporal hizo que perdieran casi todo el cargamento y la nave quedara
prácticamente destrozada; en esas condiciones llegó a la costa japonesa el día 19, al puerto de
Kochi. Dos de los franciscanos, fray Juan Pobre y fray Felipe de las Casas, fueron a presentarse ante
Hideyoshi junto al embajador fray Pedro Bautista, pero este no quiso recibir a los náufragos, y de
hecho envió a un gobernador suyo, Masuda Nagamori, para que examinase el barco y requisase
todo lo que llevaran. Mientras se realizaban las pesquisas, el numeroso grupo vivía en un corral

14 SANTOS, Á. Las misiones bajo el patronato portugués (I). Publicaciones de la Universidad


Pontifica Comillas, Madrid, 1977. p. 583.
!12
15.
cercado, en condiciones de hacinamiento e insalubridad Incluso tras haber conseguido reunir
entre todos 250 gramos de oro para entregarlos, se vieron obligados a continuar así, sin recibir
noticias de Meaco. Por ello, determinaron enviar una embajada a Hideyoshi, en la que de nuevo
participó fray Juan Pobre, que había regresado dejando a sus otros dos compañeros en Meaco. Por
el camino, varias personas les avisaron de que estos dos padres habían sido condenados a ser
crucificados, junto a otros cuatro franciscanos, diecisiete cristianos laicos japoneses y tres jesuitas
japoneses.

La sentencia de Hideyoshi, recogida en una “Relación del martirio” que se conserva en el Archivo
General de Indias, dice así: “Teniendo yo proivido los años pasados regurosamente la ley que
predicavan los padres (jesuitas), vinieron estos de los Luzones (los frailes) diciendo que eran
envajadores, y se dexaron quedar en Meaco promulgando esta ley. Por lo cual a hellos y aquéllos
que rezivieron la misma ley mando justiçiar […] Así, de aquí adelante mucho más y más proibo esta
ley. Por lo cual hago saver esto, para que lo proiban muy rigurosamente. Y si por ventura huviere
alguno que quebrante este mi mandado, lo mandarán justiçiar con toda su familia” 16. Los 26
detenidos fueron en primer lugar sometidos a escarnio público. Se les cortó la mitad de la oreja
izquierda y se les hizo recorrer toda la ciudad de Meaco para que los habitantes viesen su ignominia
y quedasen disuadidos de hacerse ellos mismos cristianos; sin embargo, ellos aprovecharon para
predicar. Lo mismo ocurría en todos los lugares por los que fueron pasando en su camino hacia
Nagasaki: eran recibidos como héroes y las multitudes se acercaban a besar sus vestiduras 17.

Finalmente, llegaron el 5 de febrero de 1597 y fueron crucificados mientras entonaban cánticos de


alabanza. Antes de morir, San Pablo Miki, en nombre de todos sus compañeros, dirigió unas
palabras de perdón a Hideyoshi.

Se ha especulado mucho sobre las causas que motivaron este martirio, cuando hasta entonces
Hideyoshi no se había preocupado en exceso por el cumplimiento de su decreto anticristiano. Es
conocida la versión según la cual, cuando el gobernador fue a examinar el galeón y sus bienes, el

15 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 344.


16 GIL, J. Hidalgos y samurais: España y Japón en los siglos XVI y XVII. Alianza Editorial, Madrid,
1991. p. 71.
17 CORREA, J. Testigos de santidad en la Compañía de Jesús. Santos, Bienaventurados y Siervos
de Dios. p. 122.
!13
capitán le habría enseñado un mapa del mundo en el que aparecían señalados todos los dominios de
Felipe II; esto habría inquietado nuevamente a las autoridades japonesas respecto a las posibles
intenciones de conquista de españoles y portugueses. Por su parte, los franciscanos llegaron a echar
la culpa a los propios jesuitas, acusándoles de conspirar contra ellos. No obstante, lo cierto es que
estos también sufrieron las consecuencias; no solo tres miembros de su orden habían sido
martirizados, sino que tras el suceso se rompió definitivamente el clima de relativa tolerancia hacia
ellos y fueron obligados por Hideyoshi a marcharse de Japón, excepto unos pocos que habían de
quedar en las zonas portuarias con una función de intermediarios comerciales.

6. EL SHOGUNATO TOKUGAWA (1600-1868)


6. 1. Tokugawa Ieyasu (1600-1605) y Tokugawa Hidetada (1605-1623)
Hideyoshi murió en 1598, cuando su hijo y heredero Hideyori solo contaba con cinco años de edad.
Esto fue aprovechado por varios señores para intentar incrementar su poder, triunfando finalmente
Tokugawa Ieyasu tras su victoria en la batalla de Sekigahara en 1600. Fue proclamado shogun, e
inaugurará una dinastía. Los misioneros esperaban que la persecución cesara y volviera la libertad
religiosa. Después de todo, el panorama del cristianismo en Japón no era nada desalentador: había
18 .
unos 300000 cristianos, y al menos catorce daimios habían sido bautizados Eso sí, estos no
formaban un bloque compacto a nivel político, y por ello tras la batalla de Sekigahara algunos
habían perdido sus tierras; los religiosos que se habían escondido en ellas tuvieron que trasladarse a
las de quienes las habían conservado. El shogun al principio se mostró benevolente con los padres.
De hecho, recibió en audiencia oficial al jesuita João Ruiz y le confirmó el permiso de residencia
para la Compañía en Osaka, Meaco y Nagasaki. Sin embargo, el verdadero problema fue la
influencia que los comerciantes ingleses ejercieron sobre Ieyasu. Encabezados por William Adams,
le convencieron de que españoles y portugueses solo buscaban expandirse a su costa, y que ya en
América y Filipinas habían empleado esa estrategia de mandar primero misioneros para después
entrar militarmente. A ello se sumaban las presiones de algunos daimios paganos, que le instaban a
aplicar las disposiciones de Hideyoshi, buscando enriquecerse con la caída de sus enemigos
cristianos. Estos, temerosos de perder sus propiedades o incluso la vida, dejaron de arriesgarse tanto
protegiendo a los padres, al tiempo que aquellos iniciaron persecuciones contra los cristianos de sus
territorios. Los jesuitas reaccionaron incrementando al máximo su discreción y prudencia, pero no

18 PALACIOS, H. “Los primeros contactos entre el Japón y los españoles: 1543-1612”, Análisis,
vol. 11, nº 31, 2008. p. 48.
!14
así los mendicantes, que seguían actuando sin el menor recato y cada vez venían en un número
mayor.

En diciembre de 1600, el papa Clemente VIII promulgó un breve por el que, aunque admitía la
presencia en Japón de religiosos de todas las órdenes, decretaba la obligación de que fueran por la
vía de la India, y no desde Filipinas. Esto disgustó a los mendicantes de Manila, que en 1604
redactaron una larga misiva en forma de preguntas y respuestas para pedir la revocación de dicho
breve. En ella afirmaban que los franciscanos, dominicos y agustinos estaban desarrollando una
labor de gran significación en el Japón, enseñando no solo con palabras sino con obras: tanto con su
atención a los enfermos y moribundos como con su modo de vida austero y mortificado
(indirectamente, acusaban a los jesuitas de no actuar de ese modo). Además, argumentaban la
necesidad de un número cada vez mayor de sacerdotes conforme aumentaban las conversiones; los
cristianos japoneses quedarían huérfanos si ya no podían llegar más padres que los jesuitas, que
sería la consecuencia real de cerrar la vía de Filipinas. No dejaron de señalar que, de producirse una
vuelta hacia atrás en la cristianización, el comercio se vería asimismo perjudicado. Por si esto no
bastase, enviaron todavía otro memorial al Papa y a Felipe III, con doce condenas directas a la
conducta de los jesuitas en Japón, que se pueden agrupar en: ambiciones terrenales (se enriquecen
con el comercio, les gusta que la gente se arrodille a su paso), conversiones forzosas (cuelgan de los
pies a los paganos) y permisividad de prácticas contrarias a la religión cristiana (como el repudio)
19. Por su parte, los jesuitas respondieron remitiéndose a la máxima “por sus frutos los conoceréis”:
los franciscanos, en los 15 años que habían pasado desde que entrasen por primera vez, solo habían
conseguido unas 500 conversiones; los dominicos se habían limitado al reino de Saxuma, y los
agustinos enseguida se habían desalentado y abandonado la misión, volviendo a Manila. Ellos eran
pocos, pero eficaces. En 1608, Paulo V revocó el breve de Clemente VIII, permitiendo al fin que los
religiosos de las órdenes mendicantes pudieran entrar abiertamente en Japón desde Filipinas.

Ieyasu acabó por enterarse de que habían seguido llegando misioneros ocultos en barcos
comerciales o disfrazados de mineros 20; esto no solo le enfadó como una desobediencia, sino que le
alarmó, pues si con tanta facilidad habían conseguido introducir los españoles y portugueses a estos
religiosos, ¿no podrían hacerlo igualmente con soldados, que ayudarían a los daimios que

19 GIL, J. Op. cit. p. 130.


20 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 369.
!15
conspiraban en su contra? En 1605 Ieyasu abdicó en favor de su sucesor Hidetada, pero siguió
ejerciendo en gran medida el control político hasta su muerte en 1616. En 1606, tras haberse
desatado una persecución en Meaco incitada por el descaro de los franciscanos, que evangelizaban
en lugares públicos como si tal cosa, el shogun decretó que los padres que ya se encontraban en
Japón podían permanecer allí, pero no predicar el cristianismo; además, se prohibieron las
conversiones en Meaco. En 1612 Hidetada tomó una resolución más radical: ninguno de sus
vasallos podía ser cristiano, bajo pena de muerte. El golpe más duro al cristianismo vino en 1613. El
ministro de minería Okubo Nagayasu, que favorecía a los cristianos, fue acusado de fraude y
malversación y condenado a muerte. Cuando se registraron sus pertenencias, se encontraron unas
cartas en las que se ponía de manifiesto una conspiración junto a otros daimios cristianos, que
solicitaban la colaboración de las fuerzas militares españolas en Manila para asesinar a Hidetada. La
respuesta fue una gran persecución, dirigida en un primer momento no tanto hacia los padres sino
hacia los cristianos japoneses. Pero cuando se dio cuenta de que estos se ofrecían al martirio antes
que renegar de su religión, vio que lo que debía hacer a toda costa era impedir nuevas conversiones,
por lo que decretó la expulsión de los padres.

En 1614, Hideyori y sus partidarios declararon la guerra a los Tokugawa desde Osaka. Muchos
cristianos se unieron a su causa porque habían prometido beneficiarles si salían victoriosos: les
concederían la libertad de profesar abiertamente su fe y también de predicarla, amén de
subvencionar ellos mismos la construcción de iglesias por todo Japón. Pero finalmente fueron
derrotados y masacrados. Este episodio contribuyó a acrecentar la ojeriza de los Tokugawa hacia el
cristianismo, considerado tendente a la sedición. Muchas casas, iglesias y colegios fueron
destruidos. En 1616, tras la muerte de Ieyasu, se excluyó a los españoles del comercio japonés.
Poco después promulgó un decreto por el cual todo aquel que diese asilo a un misionero sería
condenado a la hoguera junto a su familia. En 1622, cincuenta y dos cristianos fueron martirizados
21.
en Nagasaki Por esta época comenzó a aflorar también una literatura fuertemente anticristiana,
de manos de autores como Fabián Fukansai, que anteriormente había sido jesuita, o los bonzos
Shôsan Suzuki y Sessô Sôsai. Según los datos proporcionados por un informe conservado en el
Archivo Franciscano Ibero-Oriental, entre 1613 y 1624 murieron mártires en Japón 528 cristianos,
entre los cuales se cuentan 33 religiosos europeos y otros 17 japoneses 22.

21 HUGHES, P. Síntesis de Historia de la Iglesia. Editorial Herder, Barcelona, 1976. p. 301.


22 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 512.
!16
Mención aparte merece el episodio de la misión Keicho. El daimio cristiano Daté Masamune
decidió enviar una grandiosa embajada a Europa. En ella participarían, junto al embajador
Hasekura, unos franciscanos encabezados por fray Luis Sotelo, unos españoles dirigidos por
Sebastián Vizcaíno, y un grupo de unos ciento cincuenta japoneses 23. Partieron en octubre de 1613
embarcados en el San Juan Bautista, un navío de 500 toneladas construido expresamente para la
ocasión. Primero fueron a España. Pasaron por Sevilla, Córdoba y Toledo y en enero de 1615 fueron
recibidos en Madrid por el rey Felipe III. Hasekura se bautizó en el monasterio de las Descalzas
Reales, tomando —significativamente— el nombre de Felipe Francisco. Pese a la buena acogida de
la embajada en la corte, sus frutos fueron escasos. El rey les concedió recursos y apoyo diplomático
para continuar el viaje hacia Roma, pero por el momento, a instancias de las recomendaciones del
Consejo de Indias, decidió no responder a la mayoría de las peticiones planteadas: creación de
nuevos obispados en Japón no controlados por los jesuitas, dinero para construir un seminario,
estrechamiento de las relaciones comerciales para evitar la penetración de los holandeses, etc. En
agosto salieron de la ciudad y en noviembre fueron recibidos en Roma por el papa Paulo V. Se
repitió la situación de Madrid: un recibimiento lleno de pompa y actos simbólicos, como la
concesión a Hasekura del título de senador de Roma a nivel honorífico, pero sin repercusiones
prácticas reseñables. Regresaron a España y se disponían a salir desde Sevilla, pero en 1616 solo se
embarcó parte de la comitiva. Hasekura y Sotelo hubieron de posponer el viaje por problemas de
salud, y junto a ellos se quedaron un buen número de sus acompañantes. Finalmente marcharon en
julio de 1617, aunque algunos japoneses del séquito de Hasekura se quedaron en Sevilla y se
mezclarían con la población local. Sin embargo, al llegar a Japón en 1622 se encontraron con el
panorama de hostilidad que hemos descrito. Hidetada consideró que Sotelo y sus compañeros
franciscanos estaban violando sus leyes contra la entrada de misioneros, y los mandó encarcelar.
Serían quemados en 1624.

6. 2. Tokugawa Iemitsu (1623-1651)


La escalada de tensión llegó a un punto de no retorno con el siguiente shogun. En 1624 cortó gran
parte de las comunicaciones con el mundo occidental: solo quedaron abiertos ciertos puertos, como
el de Nagasaki a los portugueses y el de Hirado a los ingleses y holandeses. A pesar de todo, las

23 FERNÁNDEZ GÓMEZ, M. “La misión Keicho (1613-1620): Cipango en Europa. Una embajada
japonesa en la Sevilla del siglo XVII”, Studia historica. Historia moderna, nº 20, 1999. p. 282.
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24.
conversiones no cejaban y para 1625 había en Japón unos 600000 cristianos Eso sí, solo
quedaban ya unos cuarenta padres, la mayoría jesuitas. Iemitsu reforzó la prohibición de la entrada
de nuevos misioneros, y para asegurar que se cumpliese se examinaban atentamente todas las naves
que arribaban a las costas. Pese a ello los misioneros siguieron intentando entrar, en algunos casos
con éxito. Por ejemplo, en 1634, hasta 34 jesuitas pasaron empleando diversos ardides 25. En 1628
promulgó una ley por la que desterraba a todos los cristianos de Japón, permitiéndoles volver solo si
apostataban.

Entre 1637 y 1638 se produjo una rebelión en Shimabara en la que se entremezclaron motivos
económicos y religiosos: el daimio sangraba a la población a impuestos, y además perseguía el
cristianismo. Por ello, los insurrectos portaban símbolos cristianos en su lucha; murieron unos
37000 26 . Esto no hizo sino convencer más a Iemitsu de que el cristianismo era un elemento
potencialmente subversivo del orden social, y por tanto un peligro que debía ser extirpado.
Sospechaba además, aunque nunca logró reunir pruebas que apuntaran a ello, que los rebeldes
habían actuado inducidos por las autoridades españolas o portuguesas, por lo que decidió cortar
toda relación diplomática con estas naciones, sin importarle ya las pérdidas que ello supusiera a
nivel comercial. Así pues, en este año se decreta el cierre definitivo a Occidente y a todo lo que
venga de allí, incluida la religión cristiana. Los comerciantes europeos ya no podrán acceder a
Japón; los pocos que consiguieron una excepción a esta regla serán obligados antes a hacer escarnio
público del crucifijo y una imagen de la Virgen. Tampoco a los japoneses les estaba permitido salir
al exterior. Los intercambios regulares solo se mantuvieron con los holandeses, confinados en una
pequeña isla artificial. A nivel interno, se institucionalizó el budismo: cada familia fue adscrita a un
templo budista y el padre debía repetir anualmente un juramento de que no había cristianos en su
casa.

6. 3. El cristianismo en la clandestinidad
Las comunidades cristianas no desaparecieron del todo en Japón a pesar de la persecución a la que
se vieron sometidas y las dificultades para vivir su fe, tanto por el hecho de tener que reunirse y

24 LORTZ, J. Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del pensamiento. Tomo II: Edad
Moderna y Contemporánea. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1982. p. 258.
25 SANTOS, Á. Op. cit. p. 624.
26 SCHIROKAUER, C.; LURIE, D. y GAY, S. Op. cit. p. 169.
!18
realizar todos sus ritos y celebraciones en secreto, jugándose la vida, como por la ausencia de
padres. Ciertamente algunos se quedaron a escondidas, y las diversas órdenes siguieron durante
bastante tiempo intentando introducir religiosos, pero la situación cada vez era peor y la mayoría de
las veces eran detenidos y ejecutados. Las cofradías desempeñaron en este sentido un papel muy
relevante, sobresaliendo las dos de Nagasaki: la del Rosario y la del Nombre de Jesús 27 , con miles
de miembros. Estas organizaciones se encargaron de mantener viva la llama de la fe en su área, de
custodiar las reliquias de los que morían mártires, y de reevangelizar aquellas zonas donde las
comunidades se estaban disolviendo y los cristianos apostataban. Conocemos a estos cristianos que
perseveraron en su fe de forma oculta durante dos siglos como kakure-kirishitan.

La ruptura del aislamiento internacional de Japón se produjo a partir de la llegada de las naves del
estadounidense Matthew Perry en 1853. Un año después, impuso al shogun Tokugawa Iesada el
Tratado de Kanagawa, que obligaba a abrir los puertos al comercio estadounidense (y más tarde
también ruso, francés y británico). En 1865, el vicario francés Petitjean 28 entró en contacto con un
grupo de kakure-kirishitan, que le informaron de que, aunque durante mucho tiempo habían estado
sin sacerdotes y por tanto privados de los sacramentos (excepto el Bautismo), eran católicos,
reconocían al Papa y veneraban a la Virgen. En todo el país serían unos 30000. En 1868 cayó el
shogunato Tokugawa, y el nuevo gobierno estableció la libertad religiosa en 1875. Desde entonces
se pusieron en marcha nuevamente las labores apostólicas a gran escala y el número de cristianos
comenzó a crecer, llegando a 54000 en 1898. Según los datos oficiales, en 2014 había 1951000
cristianos en Japón 29.

7. CONCLUSIONES
La empresa de la evangelización de Japón fue dura desde el principio. Los primeros jesuitas que
llegaron, liderados por San Francisco Javier, se encontraron con una sociedad muy distinta a todo lo
que habían visto en su recorrido por Oriente. Sus elevados niveles de civilización, educación y
estructura religiosa eran por un lado prometedores, pero por otro amenazadores, ya que había que
desarrollar nuevos métodos que permitiesen la discusión intelectual —para lo cual era necesario

27 REYES MANZANO, A. Op. cit. p. 482.


28 HERTLING, L. Historia de la Iglesia. Editorial Herder, Barcelona, 1989. p. 457.
29 Japan Statistical Yearbook 2017. Statistics Bureau, Ministry of Internal Affairs and
Communications, Japón, 2016.
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subsidiariamente todo un esfuerzo de traducción de términos y conceptos— y que además
perturbasen lo menos posible las sólidas y arraigadas tradiciones japonesas, de modo que se optó
por una adaptación a su cultura, en lugar de intentar, como era habitual, que los neófitos adoptaran
la europea. Pese a todo, los jesuitas sortearon los obstáculos y fueron consiguiendo cada vez
mayores resultados. A ellos se fueron sumando otras órdenes religiosas, lo que por una parte
permitía expandir y consolidar la misión, pero por otro la perjudicó en ocasiones al suscitarse
tensiones entre los distintos grupos, ya fuera por cuestiones del modo de predicación, o meramente
políticas (portugueses contra españoles). Desde finales del siglo XVI comenzaron las persecuciones
por parte de las autoridades políticas de Japón, que se fueron recrudeciendo a medida que nos
adentramos en el XVII, hasta que definitivamente fue prohibido. El elevado número de mártires y el
hecho de que, aun sin sacerdotes, miles de cristianos se mantuvieran fieles durante dos siglos
organizándose por su cuenta, revelan la calidad de las conversiones, que sin duda tenían que ver a
su vez con la calidad de quienes les llevaron a convertirse. Hemos de concluir por tanto que el
proceso de evangelización de Japón fue sorprendentemente exitoso, teniendo en cuenta las
condiciones bajo las que se desarrolló, y que —exceptuando a algunos señores que solo estaban
interesados por los beneficios comerciales— las conversiones fueron sinceras. Esto fue
fundamental; si los religiosos se hubiesen contentado con bautizos masivos, como había ocurrido en
conquistas de los siglos pasados, el cristianismo hubiese desaparecido por completo de Japón. Pero
gracias a que los misioneros se preocuparon por conocer y comprender la sociedad y aprendieron a
amarla, y a que ellos mismos dieron valiente testimonio y ejemplo de su fe y de su preocupación
por sus comunidades jugándose la vida por seguir en Japón, logró mantenerse y su larga espera se
vio finalmente recompensada a partir del siglo XIX.


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