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id=35107 25-07-2006

Sobre la pesca del atún en Sudáfrica y tres libros

Nueva y breve teoría de la clase ociosa

Detrás va Pedro Domecq


con tres sultanes de Persia
García Lorca
1. El origen moderno de la especie
En 1899, el economista y sociólogo norteamericano Thorstein Veblen escribió Teoría de la
clase ociosa, una minuciosa descripción de las características reales y simbólicas de la
clase dominante surgida de la revolución industrial. El libro, que profundiza en los
mecanismos de actuación y modos de reproducción de la burguesía de patrimonio,
patrimonio su 1
historia y conformación como eje de la estratificación social, es uno de los más claros y
feroces alegatos contra la mirada despótica -su forma de estar en el mundo- sustentada
en la ostentación, el ejercicio arbitrario del poder y el desprecio.
Dedicados desde los lejanos tiempos feudales a la política, el juego, la guerra y la
fortificación de sus castillos (hoy añadiríamos la industria de la cultura, la comunicación y
los negocios colaterales, expresión de su identidad), la clase ociosa moderna ha
encontrado acomodo -en esta era de desarrollo tecnológico de la economía-mundo
capitalista- en la sofisticación extrema de los discursos burgueses tradicionales
(arquitectura, diseño, arte, gastronomía, cine, literatura y otras expresiones que requieran
poco o ningún esfuerzo), en el culto enfermizo de la subjetividad, entendido como
búsqueda de placer inmediato y realización de la personalidad (viajes a territorios
desconocidos, descontrol emocional y familiar, consumo de psicofármacos y drogas de
diseño), y en la autoridad absoluta sobre la “producción a máquina y la inversión con
miras a obtener beneficio”.
Más de cien años después, y pese al deslizamiento hacia el abismo del consumo que han
sufrido las clases en la configuración posmoderna de la estructura social, la forma y los
modos de ser de la élite no han variado. Basta releer unas páginas de Veblen para
comprender su terrible actualidad.
La riqueza o el poder deben ser exhibidos, pues la estima sólo se concede a cosas que se
ven. La demostración de riqueza, no sólo sirve para que los demás se den cuenta de
nuestra importancia y mantengan viva y despierta esta impresión, sino que sirve también
para edificar y preservar la propia autocomplacencia (TCO, pág. 61).
Dueños del ocio y el entretenimiento espectáculo hecho mercancía, la clase ociosa, que
funda su esencia vital en la antigua distinción entre las “proezas”, propias de los seres
socialmente superiores, y el “trabajo ordinario”, actividad industrial del proletariado, ha
adquirido en estas últimas décadas un papel primordial debido tanto al incremento del
consumo de bienes de lujo como a la degradación absoluta de las formas convencionales
de trabajo asalariado. Y estos dos factores, pilares de la evolución de la clase ociosa, han
provocado un [abismo semántico y pragmático] en el discurso de los miembros de esta
clase frente a los asalariados. Por decirlo de otra forma, las clases hablan entre sí se 2
comunican a través de códigos fijos establecidos por la democracia formal y sus
diccionarios
diccionarios pero no se entienden, no pueden entenderse, siendo las expresiones
utilizadas por este grupúsculo ocioso una jerga incomprensible para el resto. En este
lenguaje críptico, excluyente, se incluirían constantes alusiones a grandes marcas
minoritarias (frente a las referencias de lujo “cotidiano” que han decidido entrar en el
mass market), artistas plásticos desconocidos, música -preferiblemente con un fuerte
componente étnico o tribal- alejada de los medios de transmisión, establecimientos “up”
de Nueva York o Londres, etc.
Los significados (y los significantes) han sufrido una mutación radical. La clase ociosa ha
extendido tanto sus hábitos que el mundo ha quedado reducido a un gran espacio público
de placer inmediato: el parque temático (privado) de sus sentidos.
El lenguaje tópico de la publicidad canon universal de la mercadotecnia es buena
prueba de ello: los productos ya no se presentan por sus cualidades externas, más bien
“se sienten” como prolongación de uno mismo, del propio cuerpo, y en ese “sentir”
individual, que singulariza al poseedor, anida la clave del éxito social, el reconocimiento (y
admiración) por parte de los demás. La clase ociosa, por tanto, “siente”; el resto consume.
En virtud de un refinamiento ulterior, la riqueza adquirida pasivamente por herencia
recibida de los antepasados o por otros medios se convierte en algo incluso más honorable
que la riqueza adquirida por propio esfuerzo. (TCO, pág. 55).
Vista la rápida evolución de la sociedad de mercado y el incremento exagerado de
patrimonios de “nuevo cuño” (fortunas nacidas de la especulación inmobiliaria, affaires
petroleros o bursátiles) a la clase ociosa, antaño segura de la fuerza de su condición
natural, no le está quedando más remedio que aumentar su tasa de reproducción, creced 3
y multiplicaos, para mantener su papel hegemónico . Para ello es necesario, se impone, la
diseminación de su herencia genética por otras familias de su raigambre, entrelazándose
-en muchos casos- hasta conseguir trusts de empresas, contactos y fundaciones: su mapa
del mundo.
Pero la clase ociosa, manos limpias no ofenden, ha necesitado siempre, para la gestión de
los asuntos prácticos, el apoyo de una férrea guardia pretoriana compuesta, en su
mayoría, por miembros surgidos de la pequeña burguesía de negocio (hijos de
comerciantes, funcionarios y profesionales liberales) que, deseando emular los logros de
sus referentes superiores (sólo son snobs, sin nobleza, en su terminología), sueñan con
acceder al paraíso donde reposan los adalides del modo ocioso-despótico. De esta
manera surge, pues, una clase ociosa subsidiaria o derivada, cuya función es exhibir un
ocio vicario dirigido a resaltar el prestigio de la clase ociosa primaria o legítima (TCO, pág.
82).

2. Hábitos de reproducción y costumbres

Las familias de la clase ociosa heredan apellidos que atraviesan siglos y guerras, con o sin
guión, con o sin preposición, cuyo origen no siempre es conveniente averiguar; sillones en
consejos de administración que se traspasan como canonjías, masters y cursos de idiomas
en el extranjero, escuelas de negocio privadas que funcionan como agendas ocultas,
jornadas repletas de comidas, cenas y desayunos, fiestas, encuentros, seminarios,
convenciones; escogidos nombres de pila que se suceden, repiten, insisten, hasta afianzar
su identidad de marca (por utilizar conceptos neoliberales), hasta grabarse en la memoria
colectiva de la sociedad. La clase ociosa, desde los años ochenta, construyó, antiguas
maderas nobles, un altivo mirador de cristal desde el cual contemplar su obra: ellos
mismos y su ser-en-el-mundo. Consolidaron la eficacia de los procesos de producción con
las externalizaciones y deslocalizaciones, elevaron la industria del ocio y el
entretenimiento hasta unos beneficios desconocidos y diseñaron la ideología
contemporánea y sus ramificaciones tecnocráticas creando el negocio universal de la
cultura de masas.
La novela Cuarteto, de Manuel Vázquez Montalbán, publicada en 1988, teje una compleja
red de relaciones de clase y perversiones “de estilo” entre unos personajes absortos en su
propia contemplación, que encajan en la descripción de la clase ociosa de Veblen: gusto
“formado” de sofisticada apariencia, rivalidades y envidias que simulan antiguos duelos de
honor, la comida como goce sensorial (deconstrucciones, emulsiones, fusiones e
influencias orientales) y como telón de fondo, por debajo de la espuma de la frivolidad, la
idea de la reproducción de la clase, de su especie. Una reproducción necesaria, ineludible, 4
para la preservación de “su” modo histórico de producción y para afianzar, en tiempos
convulsos, su propia identidad fundamental: el culto al ego (la ostentación) y a la riqueza
(la acumulación de patrimonio).
El drama, en la obra de Vázquez Montalbán, se planteará con la inesperada presencia de
un embarazo. El asesinato, casi ritual, desatará la tensión entre los personajes. La
investigación policial será testigo mudo, coro silencioso. Se sabe, se conoce lo ocurrido,
pero no se puede actuar ya que no se puede nombrar. La clase ociosa resulta absuelta y
hace las maletas: hija, en parte, de la primitiva casta sacerdotal, ha conseguido mantener
el valor de cambio y uso del apellido, es decir, hacer del nombre un conjuro, una eximente
completa ante cualquier procedimiento judicial, ante cualquier contratiempo. La reiterada
conducta autoritaria, impredecible, desvergonzada, que emana de su condición de
“hacedores de la lluvia” extenderá -por miedo- la admiración religiosa a las clases
subordinadas hasta llegar al fanatismo de la forma: un examen detallado de lo que según
el sentir popular se estima como apariencia elegante demostrará que tiende a dar en todo
momento la impresión de que el usuario no se dedica habitualmente a realizar ningún
esfuerzo útil (TCO, pág. 181). La clase ociosa subsidiaria -esa que disfruta por delegación
soñando alcanzar la categoría social de sus modelos de virtud e ingresos- cree que el
cambio de clase (si acaso esto es posible, sin sufrir daño psicológico irreparable) es sólo
una cuestión de renta.
Para ellos su mundo social era un paisaje predestinado del que podían esperar algún
cheque de vez en cuando, un respaldo económico inicial para el negocio de antigüedades y
algún día una herencia suficiente que les permitiera seguir siendo lo que eran hasta el fin
de sus días, es decir, seguir siendo importantemente nadie, considerablemente nada
(Cuarteto, pág. 38)

“Importantemente nadie, considerablemente nadie”. En estas palabras subyace uno de


los principios capitales de la clase ociosa, uno de sus más preciados secretos, el motor
inmóvil de su condición. Ser por sí, por encima de su inserción en la escala social; ser para
sí, con independencia de sus capacidades o cualidades. Por decirlo con Hegel, la clase
ociosa ha conseguido elevar lo particular a la categoría de universal hasta convertirse en
cancerbero de las esencias de toda la sociedad con la imposición, por la fuerza, de su
mirada escéptica.
Desde la infancia. La Historia que se enseña en los colegios (públicos, concertados y
privados, funcionan igual) tiende a reproducir el modelo de desigualdad existente, un
esquema donde la clase ociosa y la clase ociosa subsidiaria ordenan y dirigen el mundo. Es
en la educación propiamente dicha, y de modo particular en la educación superior, donde
la influencia de la clase ociosa se hace más patente (TCO, pag. 356). Sin este orden
coercitivo, asumido por la ciudadanía como norma tras siglos de opresión, reinaría el caos:
el terror. Y aunque la violencia ejercida en nombre de los intereses económicos de la clase
dominante, la guerra, sea buena para sus balances anuales, tampoco hay que abusar. La
guerra tiene que estar lejos, a ser posible con un componente religioso, siempre a la
moda, para poder ser retransmitida, analizada con lupa de observador imparcial.
Desatado el conflicto, la clase ociosa mira hacia otro lado, sonríe con una mueca de asco y
hace las maletas: equipaje, dirían.
La clase ociosa como obra de arte (burgués) que, lejos de cosificarse como el resto de las
clases en el proceso productivo, se hace presente como rito en la tradición cultural
hegemónica de Occidente dando entidad llenando de contenido al falso
cosmopolitismo imperante y a las nuevas identidades. Es, por tanto, en esta fase evolutiva
de la civilización donde la alianza del capital transnacional y la clase ociosa se ha hecho
más firme ya que ésta, con su disposición a legitimar la condición posmoderna, ha
convertido la globalización capitalista en una fiesta transcultural, interétnica. El siglo XXI
se presenta como la época del disfrute interclasista, de la relajación, del triunfo de la
mujer y de las tecnologías superiores de la comunicación cuyos valores hegemónicos
serán los principios livianos de la posmodernidad aderezados con el descrédito absoluto
del socialismo. Vencidas las fuerzas de la resistencia, a la clase ociosa sólo le queda 5
procrear, reproducirse y garantizar su supervivencia al verse acosada, de manera
indirecta, por la irrupción del capital especulativo sin origen histórico, sin apellidos, sin
blasones. Quizá sea en el enfrentamiento entre la clase ociosa originaria y la clase
derivada, deseosa, anhelante, impaciente, donde se halle el fin de su identidad igual que
las tensiones económicas entre la aristocracia y la burguesía (desde finales del XVIII)
culminaron con la desaparición del modo de vida aristocrático.

De acuerdo con el texto:

 ¿Qué entiende usted por REPRODUCCIÓN DE LA CLASE OCIOSA?


(subrayados # 1,3,4,5)

 ¿Qué significa la frase las clases hablan entre sí se comunican a través de códigos fijos
establecidos por la democracia formal y sus diccionarios? (subrayado # 2)

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