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BUMERÁN CHÁVEZ
ISBN-13: 978-1511522830
ISBN-10: 1511522836
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permiso de quien posee el copyright.
A los incrédulos.
Todos, en algún momento, lo fuimos.
Once capítulos de un engaño
Bajar al búnker
Introducción
2. UN DOLOR DE RODILLA
4. EL MONEDERO DE LA REVOLUCIÓN
6. EL DROGADUCTO BOLIVARIANO
***
***
Bumerán Chávez está escrito en Washington. Como
corresponsal del diario ABC en la capital estadounidense tuve
acceso a informes confidenciales sobre el desarrollo de la
enfermedad de Hugo Chávez, que sustentaron una serie de
exclusivas de gran eco internacional. Eso me abrió la puerta a
otras fuentes y contactos y también a nuevos documentos.
Washington es un importante punto de trasiego de información
y de actividad política y diplomática que envuelve a distintos
actores de países de todo el continente.
Los testimonios más sustantivos de este libro corresponden
a personas que en su día estuvieron en el corazón del poder
chavista y que al término de la era Chávez, extendida la
desilusión dentro del régimen y declaradas las rivalidades
internas, huyeron del país y se acogieron a la protección de
Estados Unidos como testigos para encausar a peces mayores.
También se incluyen revelaciones de figuras chavistas que
establecieron contacto con las autoridades estadounidenses,
pero que prefirieron no quemar las naves, al menos de
momento. En algunos casos se citan sus nombres, en otros se
guarda el anonimato requerido. Otras revelaciones proceden
de documentación aportada por altos funcionarios que
trabajaron en oficinas del Gobierno venezolano (cables de
Damasco y de Madrid; informes de la fundación de la que
germinó Podemos) y por una filtración en el seno del Frente
Francisco de Miranda (organizador desde Cuba del fraude
electoral). La información se completa con entrevistas a
numerosos venezolanos, residentes en Estados Unidos y en
Venezuela, y con la aportación de diversos expertos de
institutos y think-tanks. Un viaje a la patria de Chávez y
Maduro fue unánimemente desaconsejado por las amenazas
personales recibidas. Queda confiar que el país encuentre el
camino del entendimiento nacional y del renacimiento
democrático.
Un Ejército tutelado
Militarización y colectivos
Filtraciones y diagnóstico
Nochevieja en vela
Máquinas bidireccionales
Cúmulo de irregularidades
Pozos esquilmados
Alarma nuclear
Boliburgueses y bolichicos
Corrupción judicial
Narcoterrorismo
Fattah trabajó en la isla como recaudador para un grupo de
residentes autoidentificados como parte de Hezbolá y que el
FBI tenía etiquetados como personas de interés, por el lavado
de dinero, especialmente a través de Panamá y Curasao, y por
la introducción ilegal de personas en el país. En ese grupo se
encontraban Abdalá Nassereddine (hermano de Ghazi N.),
Fatthi Mohammed Awada, Hussein Kassine Yassine y Nasser
Mohammed al Din.
El primero de ellos, según las informaciones llegadas al
FBI que estamos siguiendo, organizó la entrada ilegal de una
larga lista de árabes, con la ayuda del director regional de
Identificación y Extranjería. Uno de los que introdujo en el
país fue al parecer Hassan Izz al Din, un terrorista de Hezbolá
al que la Justicia estadounidense reclamaba en relación al
secuestro de un avión de la TWA en 1985, en el que los
atacantes asesinaron a un pasajero. También se le vinculaba
con el secuestro de un aparato de Kuwait Airways en 1988, en
una crisis que duró dieciséis días y en la que los terroristas
mataron a sangre fría a dos personas. Justo tras el 11-S,
George W. Bush le incluyó en la lista de los veintidós
terroristas más buscados por Estados Unidos. Hassan Izz al
Din habría sido visto hacia 2004 en Porlamar, la capital de
isla Margarita, en casa de Nasser Mohammed al Din, una de
las citadas personas bajo el radar del FBI. Había ido allí antes
de partir hacia Ticoporo, reserva natural del estado Barinas,
en la frontera con Colombia. A esa zona forestal también
acudieron miembros de las FARC, en un encuentro en el que
Ramón Rodríguez Chacín, exministro del Interior y Justicia,
actuó como anfitrión.
La conexión de Hezbolá con las FARC y sobre todo con el
narcoestado venezolano, que no solo le protegía sino que
además le daba capacidad de financiación mediante el tráfico
de droga, permitió extender la red de Hezbolá en
Latinoamérica. Hasta la llegada de Hugo Chávez a la
presidencia, el lugar de elección de elementos del radicalismo
islámico era la llamada Triple Frontera, la zona limítrofe entre
Paraguay, Brasil y Argentina. La porosidad fronteriza en ese
punto; la exitosa zona de libre comercio de Punta del Este
(Paraguay), que es la tercera mayor zona franca del mundo tras
Miami y Hong Kong, y el continuo urbano de esa localidad con
las otras dos ciudades vecinas, Foz do Iguaçu (Brasil) y Puerto
Iguazú (Argentina), hicieron del lugar el perfecto enclave para
burlar la seguridad y blanquear fondos.
En la Triple Frontera tuvo su origen la preparación
material de los grandes atentados de Buenos Aires contra
intereses judíos de 1992 y 1994, según concluyó la Justicia
argentina. La oportunidad abierta por Chávez al chiísmo
radical sería después señalada por los sucesivos jefes
militares del Comando Sur de Estados Unidos (consagrado a
América Central y del Sur, al Caribe y, como área de atención
específica, al canal de Panamá). Ya en 2003, el jefe entonces
del Southcom, James Hill, advertía de que los grupos
islámicos estaban operando más allá de la Triple Frontera, en
lugares como la isla Margarita y otros puntos. Esos grupos
generaban «cientos de millones de dólares a través de la droga
y el tráfico de armas traficando con narcoterroristas».
El tiempo hizo pequeñas las palabras del general Hill. El
jefe del Southcom reservaba el término narcoterrorismo a
grupos autóctonos como las FARC. Pero el investigador
Matthew Levitt no duda en aplicarlo a Hezbolá: no son
terroristas que se dedican al narcotráfico como actividad
adicional, sino que han situado el negocio de la droga en el
centro mismo de su acción como grupo terrorista global. Por
lo demás, sus células habrían llegado a la frontera misma de
Estados Unidos, de la mano de los carteles mexicanos.
Esa fue la sorpresa que se llevó un antiguo miembro del
Mossad invitado a dar un curso a la Policía de un condado
fronterizo estadounidense. Según cuenta, cuando le mostraron
el morral que dejó atrás un presunto inmigrante ilegal que
había logrado entrar en el país, no lo dudó: en él había cosidos
escudos de varias unidades de Hezbolá, que conocía bien. En
2010, el diario kuwaití Al Siyasah publicó que la detención de
un residente de Tijuana, Jameel Nasr, por parte de las
autoridades mexicanas, obedecía al intento del supuesto
militante de Hezbolá de establecer «una infraestructura
logística formada por ciudadanos mexicanos de ascendencia
libanesa chií para asentar una base de operaciones». Al
parecer, entre los movimientos sospechosos del detenido se
incluía una estancia de dos meses en Venezuela en 2008.
Venezuela aparecía una y otra vez tras operaciones de
tráfico de drogas y armas atribuidas a Hezbolá. En 2009,
cuatrocientos kilos de cocaína llegaron a las puertas del
Líbano, transportados en el estratégico vuelo de Conviasa que
cubría la ruta Caracas-Damasco-Teherán. Difícil no imaginar
en ello complicidades oficiales: el punto de partida era
especialmente controlado por las autoridades venezolanas, y
la parada en la capital siria era en una base militar. De allí el
cargamento fue trasladado por tierra hasta la frontera libanesa,
donde dos ciudadanos venezolanos y dos libaneses fueron
detenidos. La situación creó zozobra en la embajada de
Venezuela en Beirut, como atestiguaron fuentes diplomáticas.
Ese mismo 2009 hubo otro momento de inquietud para la
embajadora Zoed Karam, aunque los datos que comprometían
al Gobierno de Chávez tardaron en aparecer. Cuarenta
contenedores con más de trescientas toneladas de armas fueron
interceptados por Israel cerca de Chipre en un barco, el
Francop, con bandera de Antigua. Luego se supo que la carga
había sido llevada desde Venezuela hasta el puerto de Bandar
Abbas, en Irán, y que de allí pasó al de Damietta, en Egipto,
de donde salió el barco finalmente interceptado. Su
destinatario era Hezbolá, con entrega prevista de la mercancía
en un puerto de Líbano o Siria. La carga –miles de cohetes
katiushas, proyectiles de mortero, obuses y otras municiones,
de origen ruso– llevaba inscripciones en español e iba en
contenedores marcados con códigos iraníes.
La actividad delictiva de Hezbolá en Venezuela y en el
resto de Latinoamérica no era a gran escala, ni era atribuible
siempre a la propia organización. La financiación que lograba
el grupo era muchas veces a través de compatriotas no
reclutados y que contribuían económicamente por afinidad
ideológica o por presión del entorno en el que se encontraban.
En realidad no existía un único modelo, tal como recoge el
estudio de Matthew Levitt citando oficiales de la DEA.
«Algunos pertenecen a familias vinculadas con Hezbolá,
algunos simplemente pagan dinero a Hezbolá porque
representa la causa [de resistencia contra Israel y Occidente].
Parte de lo que vemos es Hezbolá activamente implicada en
drogas [como grupo], parte son simplemente libaneses chiís
implicados en drogas que sucede que son simpatizantes de
Hezbolá».
En el caso de Venezuela, sin criminalizar lógicamente a la
mayoría de la población musulmana originaria de Oriente
Medio, la financiación del terrorismo de Hezbolá y Hamás
salía muchas veces de residentes con actividad económica en
sus principales lugares de implantación. Era lo que ocurría en
la zona de la ciudad de Maracaibo conocida como Las
Playitas, que había logrado atraer parte de la actividad
comercial que tradicionalmente tenía lugar en la cercana
Maicao, población de Colombia situada justo al otro lado de
la frontera. Maicao, donde se levanta la mayor mezquita del
Caribe, era señalada oficialmente con frecuencia como foco
de contrabando. Los puestos de venta de Maicao y Las
Playitas, muy interconectados, estaban dominados por árabes
musulmanes.
El lavado de dinero que se producía en esos lugares, no
obstante, se quedaba corto con el operado presuntamente en la
isla Margarita, donde una mayor cobertura financiera siempre
levantó grandes sospechas de Estados Unidos.
Rabbani de nuevo
La estafa iraní
Drones criollos
La DEA no duerme
Si Chávez resucitara…
y memoria