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KING
El sol había anunciado la llegada del día, un día cubierto de sangre, cubierto de muerte. Casquillos

adornaban la orilla de la playa. Cuerpos sin vida reposan por doquier. El rojo pintaba la gris arena donde

los caracoles son los únicos dueños. Las balas corrían en todas las direcciones. Las balas….

—Oíte el tiroteo esta madruga Sarah —preguntó Doña Tatica al verla en la paliza.

—Eso anoche parecía el día del cañonazo con tanto tiro —respondió mientras se amarraba el pelo.

Chucho salió ayer en la noche y no ha vuelto.

—Ese muchacho no se quiere amansar. De seguro esta con los hombres que vinieron antier de la capital.

Lo que están en la casa del Guardia.

—Vamos averiguar eso —dijo Sarah mientras cerraba la puerta de su casa.

Las ancianas se marcharon en busca del muchacho rumbo a la casa del Guardia. Así le decían en el

pedazo al cabo Guillermo Martínez. Cuando llegaron a la casa del militar su mujer estaba barriendo el

patio y colando un chin de café.

—Bueno día Yudelka.

—¡Oh doña Sarah!

¿Cómo le amanece?

—Viviendo mija, viviendo.

Mira, no has visto a Chucho que desde ayer tarde salió de la casa y no ha vuelto.

—Él estaba aquí ayer con los hijos de Margo, Juan el de Inés y mi marío. Martín, el que vive por la mata

de jabilla, vino a buscarlos dique que el coronel quería verlos en la casa de Doña Inés.

—¿Coronel? ¿Cuál coronel eh ese?


—Un tal Caamaño, de la capital.

Las doñas se despidieron de la mujer del guardia y siguieron caminando en busca del hijo de Sarah.

Tomaron un caminito por el monte donde se encuentra la gran mata de jabilla, hasta llegar a la casita de

Doña Inés. La casa estaba cerrada. Ellas siguieron caminando y cuando pasaron por la vera un perro

negro con blanco, lánguido y con unas cuantas hambres atrasadas, comenzó a ladrarles. Las doñas se

espantaron con el condenado animal. Cuando, de repente, una voz del interior de la casa preguntó:

—¿Quién eh?

—Inés, soy yo Sarah.

La puerta del bohío se abrió y apareció la figura de la viejita Inés, con un trapo amarrao en la cabeza, los

pies metidos en unas chancletas gastadas y una pipa de fumar cachimbo.

—¡Oh! ¿Y ustedes aquí? —preguntó al ver a Tatica acompañando a Sarah.

—Andamos buscando a Chucho que nos dijeron que él estaba por aquí ayer —dijo Tatica.

—Vengan entren pa' mi casa —respondió Inés en tono sospechoso mientras espantaba al pulgoso de su

perro.

Ayer en la nochecita llegaron unos hombres aquí a mi casa con escopetas de esa largotas y una caja de

pistolas. Yo estaba afuera jerviendo uno víveres para la cena y sólo escuchaba una que otra cosa desde el

patio. El tal coronel, un hombre buen mozo, jabaito y con un bigote grandote, les decía que se

embarcarían en la madrugada para ir a resolver un asunto, allá en la playa donde salen muchos caracoles.

Después que terminaron de hablar, mi hijo y Chucho se fueron no se pa' donde y los demás se quedaron

aquí en el patio en la enrama que está ahí detrás de la casa.

—Pero, ¿Ellos no volvieron para acá otra vez? —Cuestionó Sarah preocupada.
—Al rato se aparecieron los dos muchachos con el hijo de Guancho el que hace yolas.

Se reunieron otra vez en la enrama y el hijo de Guancho, Fermín, le dijo al Coronel que ya estaba hecho

el trabajo que le pidió. Los hombres que estaban reunidos celebraron la noticia. Yo no sabía de qué

estaban hablando solo sentí el alboroto.

Después que se calmaron, el coronel dijo que en una hora se irían, así que el que quería ir a despedirse

de su familia que lo hiciera.

Unos se quedaron en la enrama, unos pocos se fueron a sus casas y mi hijo entró a buscar su cena y se

sentó en mis piernas como cuando era chiquito.

—¿Chucho se quedó aquí? —preguntó Sarah.

—Sí, Chucho y el Guardia, el marío de Yudelka, se quedaron ahí con el Coronel y los otros.

—¿Y después que más pasó? —indagó Tatica con ganas de seguir desenvolviendo el lio.

La señora Inés se levantó de la silla, buscó su pipa, la rellenó con un poco de tabaco, la encendió y le dio

una gran jalada.

Tomó asiento en su mecedora preferida y respondió:

—Bueno, yo me quedé con mi muchacho aquí viéndolo cenar como cuando él era chiquitico. Él

acariciaba mis cabellos y me miraba con ojos como aguados.

Le pregunté qué si le pasaba algo, que porqué estaba cenando encima de mi como cuando él era un niño.

Él me respondió que tenía mucho que no lo hacía y quería recordar que se sentía.

Después, se levantó riendo, me dio un abrazo y se fue de nuevo para donde estaba el Coronel y algunos

de sus hombres.
Como a la hora, comenzaron a llegar los que se habían ido, uno por uno. Cuando el grupo estuvo

completo el Coronel dijo que ya era hora de ejecutar. Mandó a formarse todos en fila y el marío de

Yudelka empezó a repartir los fusiles y las armas a todos. Cuando estaban armados se marcharon por el

monte y no supe nada mas de ellos.

—Este asunto está como turuleco ¿no crees Sarah? —dijo Tatica mientras se rascaba la cabeza.

—Sí. Aquí hay gato entre macuto —confirmó la mamá de Chucho.

—Ah, otra cosa —interrumpió Inés.

Después que se marcharon el Coronel y sus hombres, apareció Fermín con un hombre raro, sé que no es

de por aquí porque nunca lo había visto por el pueblo.

Se me acercó y me preguntó que por dónde se había ido el coronel. Yo le enseñe el camino que cogieron

por el monte y ellos sólo sonrieron.

Escuché que el desconocido le dijo a Fermín que gracias por la información, en la mañana si todo sale

como lo planearon le entregaría lo cualto uno arriba del otro y se marcharon.

—¿Usted cree que Guancho esté en su casa a esta hora? —preguntó Sarah.

—No sé. Tal vez sí. Él siempre está trabajando haciendo yolas —respondió Inés.

—Pues creo que deberíamos coger pa' donde Guancho a ver si nos encontramos a Fermín allá. Para ver

si sabe pa' donde cogió Chucho anoche —agregó Tatica al levantarse de su asiento.

—Si saben algo de mi hijo no dejen de avisarme —dijo Inés conduciéndolas a la puerta.

—Está bien —contestó Sarah mientras se despedía con un ademan.


La dupla milenaria retomó el camino que conduce hasta el pueblo hablando de lo enredao que se ve este

asunto, pero lo único que les preocupaba era saber dónde estaba el hijo de Sarah. Cuando llegaron a

pueblo tomaron otro caminito que iba rumbo a la casa de Guancho.

En la casa de Guancho se escuchaba una algarabía, alguien celebraba algo. Las viejitas se acercaron sin

producir ningún ruido y escucharon a alguien decir:

—¡Somos ricos, somos ricos! —con total alegría.

Luego, se escuchó la voz de Guancho.

—¿De dónde has sacado todo este dinero? Muchacho del carajo.

—Papá, yo le dije que ayer vinieron una gente de la capital al pueblo y que había un señor de pelito

bueno que usaba unos lentecitos, que estaba buscando información sobre el Coronel que va mucho a la

Casa de Inés.

—¿Y qué pasó?

—Bueno yo me acerqué a uno de los capitaleños y le dije que yo sabía algo.

Los hombres me llevaron a dentro de un carro y ahí estaba el de pelito bueno. Me dijo que si la

información era cierta me daría dinero para durar hasta 10 años sin trabajar.

En ese momento entró otro hombre al auto, tenía cara de malón. Se sentó al lado mío y me miró de

arriba abajo.

El señor de los lentecitos le ordenó, que verificará la información que yo le daría para saber si es cierta,

y que si es cierta mañana a primera hora me entregará una de las maletas que están en el baúl del carro.

Luego, me dejaron hablar. Yo le dije que había un Coronel que venía de la capital todos los jueves. El

Coronel estaba buscando gente para un asunto, pero no sabía que asunto era. También le dije que el
Coronel mandó hacer dos yolas muy grandes con mi papá y le pagaron hasta por adelantado. Ellos se

reúnen en una enrama que hay en la casa de Doña Inés.

Luego me preguntó que cuándo el Coronel quería las Yolas.

Yo le dije que era para ayer mismo. También le dije que lo único que me encontré raro es que quería que

se las dejáramos amarradas en la playa donde hay muchos caracoles.

El señor del pelito bueno y los lentecitos, me peguntó que si yo vería hoy a Coronel.

Yo le contesté que sí, que tenía que ir a decirle cuando las yolas estuvieran en el lugar que el indicó.

Luego me dijo que llevara a Araujo, refiriéndose al hombre que estaba sentado al lado mío, al lugar

donde estarían las yolas.

Salimos del carro, Araujo y yo, y nos fuimos a la playa donde los caracoles cubren casi todo el espacio.

Le enseñé en donde dejaría las yolas amarradas. Él se apartó del lugar, miró todo el alrededor, como si

estuviera estudiando el terreno. Luego, se me acercó y me preguntó por cuál camino puede llegar el

Coronel más fácil a esta playa.

Yo le dije. Usted ve esa mata de coco que esta doblada como una U por ahí es el camino más cerca, Si

vienen desde la casa de Doña Inés.

Luego me preguntó que si había un camino más corto que ese.

Yo le dije que sí, pero era muy incómodo para un grupo de gente, porque para ocupar las dos yolas que

está terminando mi papá mínimo tienen que ser como 40 gente.

Después de eso el hombre me dijo vámonos para el pueblo. Cuando llegamos mandó a buscar a un tal

Remigio. Después que apareció Remigio me dijo, inmediatamente regreses de decirle al Coronel lo de

las yolas ven a buscar a Remigio, él te va a estar esperando aquí en esta casa que alquilamos.
Yo dijo que estaba bien. Y luego, me dejaron ir para mi casa con la promesa de que si todo era verdad

me darían el dinero que me prometieron.

—Muchacho que has hecho. Dice Guancho.

—Papá a mí no me gusta verlo cogiendo tanta lucha para ganarse la comida. Mire todo el dinero que

ahora tenemos —respondió Fermín mientras lanzaba un puñado de dinero al aire.

—¿Y entonces en que paró el asunto con el Coronel?

No sé. Yo sólo sé que ayer cuando usted me mando a llevar las yolas en la nochecita, me fui para la casa

de Doña Inés a avisarle al Coronel. En el camino me encontré Con el hijo de Inés y con Chucho, el de

Sarah. Cuando llegamos había como 60 hombres reunidos. Los muchachos me llevaron directamente

hasta donde estaba el Coronel. Le dije que ya el asunto estaba listo. Los hombres hicieron una algarabía

al escuchar la noticia. Yo me quedé un ratico ahí para no irme solo por el monte. Después, el Coronel

dijo que le daría una hora a todo el mundo por si alguien quería ir a despedirse de su familia. Yo

aproveché, pa' no venir solo de por ahí, y me fui con los que venían para el pueblo. Cuando llegué al

pueblo dejé que todo el mundo cogiera su camino y después fui a buscar a Remigio. Entré a la casa que

habían alquilado y le dije que ya le había entregado al Coronel las yolas y que él había dicho que en una

hora se irían para la playa.

Él me dijo que esperáramos, aunque sea una hora en su casa para después ir a confirmar si en verdad el

Coronel se había marchado para la playa. Esperamos una hora, más o menos, y después nos dirigimos a

la casa de Doña Inés. Remigio cargaba una pistola enganchada en la cintura y un rosario colgado en el

cuello. Llegamos a la casa de Doña Inés y no había nadie. Le pregunté a la doña por los hombres que

estaban aquí y me dijo que acababan de marcharse todos por el camino que va por el monte,

precisamente el camino que sale por la mata de coco que tiene forma de U.
Nosotros escogimos el otro camino que hay para llegar a la playa, es más incómodo, pero es más rápido

que el otro. Llegamos a la playa primero que ellos y Remigio antes de adentrarse al monte que estaba

próximo a la playa imitó un sonido de un ave revoloteando en la vegetación. lo hizo tres veces y después

continuamos caminando. Lo llevé al lugar donde estaban las yolas amarradas, luego, de la nada, apareció

Araujo con un traje militar que se camuflagiaba en la oscuridad de la noche.

Remigio le contó a Araujo que todo estaba saliendo según lo planeado. Luego, Araujo me dijo que me

fuera para mi casa y de ahí pa'lante no supe nada más hasta que esta mañana, como a las seis y media de

la madrugada, vino Remigio y me trajo esta maleta de cualto.

La vieja Sarah y la vieja Tatica escucharon atentamente aquella historia que contaba Fermín a su padre y

retrocedieron poco a poco hasta alejarse de aquella casa sin que notaran su presencia.

—Yo sé en dónde está la playa donde los caracoles gobiernan la orilla —le comentó Tatica a Sarah.

¿Quieres ir?

—Claro que sí —respondió la otra anciana intrigada por saber el desenlace.

Aquellas milenarias señoras caminaron rumbo al lugar donde se iban a encontrar los hombres del

coronel y los hombres del Mayor Araujo. Llegaron al sitio y se llevaron un gran horror al ver aquella

escena. Luego comprendieron la razón de los estruendos de aquella madrugada.

Cuerpos sin vida decoraban la playa y su alrededor, señales de un enfrentamiento a tiros, los hombres de

aquel Coronel fueron emboscados. Todos estaban muertos. La sangre cubría los caparazones de aquellos

caracoles que reclamaban como cada mañana su territorio. Sarah buscó el rostro de su hijo entre los que

habían fallecido, pero no lo encontró. Allá, lejos de la pila de cuerpos que está en la cercanía de la playa,

hay un cuerpo de un hombre. Un hombre que según su postura murió luchando hasta su ultimo soplo de

vida. Su arma aún estaba en sus manos, su cuerpo tenía 8 impactos de bala.
Doña tatica y doña Sarah caminaron hasta el cuerpo de aquel hombre y se percataron que detrás de él

había otro cuerpo.

—Este ha de ser el Coronel —dijo Sarah al mirar el gesto de aquel cuerpo intentando proteger al otro

hombre que está detrás de él.

—Y este es tu hijo Chucho. Al que al parecer el Coronel intentó proteger acosta de su propia vida.

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