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FUNDACIÓN IKAROS

Reconocimiento Oficial Cámara y Comercio de Cali


Nit:900991406-2 del 11 de Julio de 2016
Educación en casa para Niños y Jóvenes con diferentes necesidades educativas.
Convenios con centros educativos del país
E-mail: Fundacionikaros-fika@hotmail.com

Carrera 7HBis # 70-84 B/ Alfonso López Etapa 2, Cel.: 3174656806-3874328


Cali, Colombia

5 abril 2021

HOY VEREMOS

LA CRONICA PERIODISTICA
La crónica es tal vez el género más versátil de cuantos conviven en las páginas de los diarios y
también aquel sobre el que encontramos definiciones más variadas.

La crónica se emplea en todas las secciones del diario, desde la política hasta el deporte y presenta
variaciones según la línea del diario o el gusto personal del cronista.

Crónica viene del griego “chronos” que significa tiempo. Su origen está asociado a la literatura y la
historia (las crónicas de reyes, de viajes, de la conquista de América, entre otros ejemplos). Por
tanto, encontramos definiciones que la considera una presentación ordenada de los hechos y
otras como un relato marcado por las valoraciones e interpretaciones del cronista.

Aunque es un género periodístico, no debemos confundirla con la noticia. Veamos el siguiente


cuadro comparativo:

Sin embargo, a pesar de estas diferencias, la crónica también presenta hechos de actualidad. Un
ejemplo de esto lo vemos en el siguiente fragmento de Hinde Pomeraniec, enviada especial del
diario Clarín a Ucrania durante el proceso que culminó con la elección de Viktor Yuschenko.
Leamos:
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Podemos enterarnos del festejo de la multitud por la elección de Yuschenko, pero, además, la
autora nos “pinta” esa realidad utilizando adjetivos y la descripción logrando ir más allá de la
simple información de los sucesos. Esta es la característica principal de la crónica.

ACTIVIDAD
La crónica de los sentidos

Descripción:  elegir un tema que Te interese o Te cause curiosidad. Posterior a esto tienes que
seleccionar uno de los sentidos y con base en este, hacer un ejercicio de inmersión. Si escogiste el
olfato, debe oler, si escogiste la escucha debes estar atenta y oír cada sonido y así proceder con los
demás sentidos.

Cuando hayas hecho este ejercicio de recolección de información debes enfrentarte a escribir una
crónica sobre el hecho que escogiste.

Instrucciones:

- Investiga que es una crónica periodística y escríbelo en tu cuaderno. importante que hagas
énfasis en el estilo, la estructura y las recomendaciones para seleccionar un hecho noticioso.

– Explora temas cotidianos o que te inspire sensaciones buenas, con el fin de que escribas la
crónica sobre el suceso, hecho o situación que hayas elegido. Ejemplo: un aguacero, el amanecer,
un partido de futbol, un concierto.

– Después que hayas definido qué tema quieres tratar, debes elegir un sentido fisiológico (olfato,
tacto, visita, oído) y hacer la reportería o recolección de datos solamente usando ese sentido.

– Cuando consideres que ya recopilaste suficiente información, debes organizar los datos, luego
jerarquizarlos y define qué quieres contar.
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– Como producto de tu experiencia, debes escribir una crónica mínimo de dos páginas, donde des
cuenta de una historia, pero la narración debe estar en función del sentido fisiológico que
seleccionaste para recopilar la información.

Ejemplo de crónica de los sentidos: observa como el escritor utiliza sentidos tales como la vista, el
oído y el tacto.

Nombre: Árbol caído/ ocupación: oficios varios por Juan Miguel Villegas

http://juanmiguelvillegas.wordpress.com/2010/08/10/nombre-arbol-caido-ocupacion-oficios-
varios/

Nombre: árbol caído / Ocupación: oficios varios

Publicado el agosto 10, 2010 por juanmiguelvillegas

Esta crónica reconstruye la historia póstuma de un caucho gigante que cayó abatido por un
aguacero de mayo en el Parque de Bolívar de Medellín. Nota como usa el sentido del oído, para
ello observa las palabras resaltadas.

Por Juan Miguel Villegas

A Silvita, que se empantanó los zapatos conmigo


persiguiendo el árbol

En medio de la tempestad más potente que descalabró a Medellín durante el 2002 –según los
registros meteorológicos- se escuchó de pronto un crujido en el Parque de Bolívar. Eran las 3:08
p.m. del viernes 24 de mayo, y las personas que nos guarecíamos de la atronadora cascada de
agua en los locales circundantes vimos al gigante girar sobre su tronco, sacudirse como muñeco de
retrovisor con vientos que arrastraban sombrillas y pedazos de cosas, y tras un ruido de madera
rasgada venirse abajo: la cosa viva más grande que muchos hayamos visto caer al suelo. Después
de más de un siglo de estar parado en el mismo sitio, uno de los viejos y descomunales árboles de
caucho del costado sur del Parque de Bolívar se acostó en el pavimento.

Desde la esquina de Junín con Caracas, al otro lado de la Basílica Metropolitana, el paisaje era
vertiginoso minutos antes del desplome. Chorros de agua caían en diagonal, granizo traqueteaba
sobre los carros, y los techos de las casetas de los emboladores se arqueaban. El Ideam registró
esa tarde del viernes 24 de mayo vientos huracanados de hasta 120 kilómetros por hora.

El agua rebosaba el paseo Junín, con oleadas cafés que se metían hasta los locales comerciales
mojando los zapatos de la gente. Sobre un cielo gris chispeante de relámpagos, las ramas de los
árboles ondulaban imitando brazos de locos eufóricos. Una sonora rasgadura hizo girar montones
de cabezas, y cuando la mole vegetal se dejó ir de costado, como gigante desmayado, muchas
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bocas soltaron un amplio “¡Aaah!”. “¡Ay !, ¡ese palote como llevaba de años ahí!”, gritó un tusito
enfundado bajo su capucha, y luego dijo conmovido: “Cien años fueron nada para ese hermoso
palo”. Junto a él, un hombrecito con cara de conejo temblaba espantado: Guelmar de Jesús Marín,
alias “Cocolín”, se salvó de ser aplastado cuando el techo metálico de su puesto de embolador
detuvo uno de los brazos del gigante: “Quedé en estado de coma. Yo pensé que era una bomba”.

El árbol derribado recibió sobre su follaje despelucado y su tronco de ballena media hora más de
aguacero, pero para él apenas comenzaba el “aguacero de palabras” con el que los medellinenses
lo habrían de cubrir durante los ocho días que transcurrieron antes de que en su lugar no quedara
más que un círculo de tierra decorado con basura y nubes de mosquitos.

Cuando dejó de llover, el árbol comenzó a irradiar magnetismo. De todas las calles que
desembocan al Parque llegaba gente atraída por el caído, y en cuestión de minutos estaba tan
rodeado como cualquiera de los hombres que se desploman en las calles de “Medallo”. “¿Ese
árbol se cayó?”, preguntó una niña con la respuesta al frente, “No, se está refrescando las raíces y
ahorita se vuelve a parar”, le respondió un vendedor de chicles.

Un gamín llegó corriendo y anunció: “¡Se ha caído el primer nido de ratas del Parque, y el meadero
municipal!”, con lo que generó una alborotada cadena de conversaciones sobre la planta: “Esas
raíces son un guardadero de chuzos”, “y de drogas”; “ahí debajo se metían los sordos a tomar
trago y manosearse”; “ahí vivía mucho pajarito”, y la lista seguía. Mientras tanto, una savia blanca
y pegajosa comenzaba a gotear entre las ramas fracturadas del caucho.

Cuando la Policía llegó, a las 4:03 p.m., la escena que encontró era la de un siniestro en proceso de
saqueo. Una multitud de curiosos removía los restos de la tragedia. Un grupo de niños reptaba por
el ramaje; una señora y su hijo picoteaban por el reguero de semillas; una anciana vestida de
negro hacía un ramillete con sus hojas; y un hombre barbado salía de la fronda con una carcasa de
aluminio, “¡Hey, no se lleve eso!”, gritó alguien. “¡Quién se lo va a llevar, si eso es robo al Estado!”,
dijo el barbado, poniendo la cabeza de una lámpara de alumbrado público en una jardinera:
porque, vencido como un palillo de dientes, un poste había quedado retorcido bajo el caucho. Los
policías observaron el cuadro, se miraron, y abandonaron el lugar. “Les dio pereza levantar este
cadáver”, escupió un muchacho recostado en un poste.

A las 5:35 p.m. más de 130 curiosos observaban el desplomado. Con el desprendimiento del árbol
no se abrió en la tierra un profundo boquete, como se supondría: lo que había en el sitio en el que
por décadas se aferró al suelo, era un redondel de tierra de menos de metro y medio de diámetro.
Llovían hipótesis: “Estaba pegado de nada, no tenía ni raíces”, dijo un viejito que miraba la base
plana del árbol. “Estaba pegado con pega-loca”, le contestaron.

Un par de botas grulla se detuvieron frente al árbol. El ingeniero Pascual Guerrero dio el “parte
forense”. Nombre común: Caucho. Nombre científico: Fycus Lyrata. Familia: Morácea. Peso
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aproximado: veinte mil kilos de madera, savia, semillas y hojas. Móvil del desplome:
precipitaciones y vientos huracanados equivalentes a los de un vendaval en la selva chocoana. Y
con su índice apuntando hacia la base enunció la causa de su baja: “sus raíces están sanas. En
teoría tenía cómo sostenerse, pero hace muchos años se le cortó su crecimiento a punta de
cemento”.

Mientras estuvo en pie, menos de la mitad de la base del árbol lograba conectarse con la tierra. El
resto se apretaba contra el empedrado con que se le rodeó en una vieja remodelación del Parque,
y que se convirtió en una guillotina de roca que impidió a las raíces nuevas alcanzar la tierra. “Qué
bueno poder escuchar el llanto de los árboles”, dijo un crespo. Y en esas llegaron las cuchillas.

Una cuadrilla de hombres-sierra bajó de una volqueta de las Empresas Varias. Rodearon el tronco,
y con sonido de motosierras comenzaron su trabajo. El árbol sería despedazado. Cada corte
formaba un círculo de savia lechosa que empezaba a gotear. La carne roja del tronco, la corteza
rizada, el tapete de aserrín naranja que se formaba, las raíces curvas… todo era mirado, tocado,
cogido, llevado a otro lugar. Una mujer se agachó, agarró un tronco mediano, lo envolvió en tela y
se fue. Un hombre de pantalón desteñido arrancó una hoja, y comenzó a raspar la savia que salía
de un corte lateral: una bolita de caucho creció con el movimiento de sus dedos. Ángel Rojo
García, un veterano manchado de sol, recolectaba ramas y semillas para sembrarlas en Amagá.

Durante los ocho días que siguieron a la caída del árbol, cuadrillas de hasta quince aserradores
lucharon a machete y sierra por reducirlo a pedacitos. Y la gente no cesó de apoderarse de sus
restos.

La señora Alba Luz Arango cogió dos pedazos de raíz ondulada y los llevó a su apartamento. Los
chinos del restaurante Chung-Wah obtuvieron dos docenas de rodajas de árbol para picar en ellas
todo aquello que los chinos pican. Ana Caballero detuvo un taxi, y llevó tres troncos a su granero
del barrio Castilla. Un embolador llamado César hizo dos recorridos de diez cuadras con pedazos
de tronco al hombro, y los descargó en el consultorio de un médico que pensaba tallarlos. Y en el
puesto de trabajo de ese mismo embolador los clientes comenzaron a posar los zapatos sobre un
rectángulo de madera.

El resto del árbol fue llevado al basurero. O casi todo, porque Hugo, el conductor de la volqueta de
las EEVV que realizaba el trayecto Parque de Bolívar-Curva de Rodas se detuvo en un taller del
Barrio Miranda. Dos de sus amigos treparon al volco, escogieron, y se surtieron de butacos.
Durante los tres primeros días de descuartizamiento del árbol la volqueta ingresó tres veces al
relleno sanitario con el portador lleno, y en el viaje más pesado la báscula marcó 9.970 kilos de
caucho, Fycus Lyrata, descargados cerca de una pila de ataúdes destrozados, y que junto a los
demás cargamentos de madera reposa ya bajo un lodazal custodiado por multitudes de gallinazos.

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El árbol de caucho se fue del Parque de Bolívar hace más de un año, y aún sigue por ahí,
ejerciendo variedad de oficios. Lo han tratado como un mueble, un trasto, un perro, un estorbo, y
hasta lo han tratado con amor.

La señora Alba Luz Arango recuerda sorprendida el día del diluvio. Llovía como nunca y las
ventanas de su apartamento del piso 19 cimbraban con los coletazos del temporal. Su panorámica
del centro de Medellín desaparecía, y cuando el diluvio se aplacó vio derrumbado a su viejo vecino
vegetal. Durante tres días visitó el árbol, embelesada con los colores y las formas. Llevó a su
apartamento dos trozos de raíz, y los puso junto a la misma ventana desde la que lo vio erguido.
Las raíces hicieron parte de su pesebre navideño, sirviendo de leña para un leñadorcito. Y con ellas
en la mano dice que con su hija les encuentra formas secretas: desde cierto ángulo es un sapo. Y
desde otro lado, asegura, es un perro.

Ese día aparecieron dos hombres menudos de ojos rasgados, caminando entre los trozos del árbol
derribado como seleccionando pescado. Rato después entregaron seis cajas de alimento chino y
cuatro litros de gaseosa negra a los hombres-sierra, y más tarde, en la cocina del restaurante
“Chung Wah” reposaba una docena de tablas bien cortadas que en adelante se usarían para picar
los ingredientes del Wan Tun o del Chaw Pat Chin. Un año después, bajo una medialuz roja y junto
a la caja registradora, Juan Pablo Cheng resume en una frase el destino de las tablas: “madera no
buena pa’ tabras”. Al secarse, se comenzaron a rajar y casi todas fueron desechadas. Ahora, sólo
una cumple su labor en las preparaciones del “Vieja China”, a cuya cocina –dice Cheng- un peatón
cualquiera “no puede entrar, patrón no gusta”.

Ana Caballero encontró lavado el centro de Medellín. Llegó al Parque de Bolívar y se topó con el
caucho desplomado. Detuvo un taxi, y en la maleta le pusieron tres troncos. Los butacos del
granero La Amistad ya son célebres en una de las lomas de Castilla. “!Cinco mil pesos por traer
esos pedazos en taxi!”, se rió la barra de la esquina cuando Ana llegó con ellos. Pero con el paso de
los días y las partidas de póker, parqués y dominó, los troncos se hicieron indispensables. Cuando
juegan microfútbol cierran la calle con ellos, y si hay rumba en otro lado allá van los troncos, que
siempre regresan. Duermen a la intemperie, fuera del granero, y ni así se van. “Es porque están
mal recortados, y nadie se quiere encartar”, asegura don Silverio. “Y porque lo que es con ellos es
con nosotros”, dice Hércules, y estallan risas.

La mañana brilla en el Parque de Bolívar y César está mal de trabajo: pocos se hacen lustrar. “¿El
médico al que le llevé los troncos? Claro que sí.” Seis cuadras más allá, cerca al Parque San
Antonio, el médico Joaquín Aviar asoma la cabeza tras las rejas de su consultorio en el edificio
Nuevo Mundo, y de medio lado cuenta el destino de sus troncos. Hace un año pasó por el Parque
cuando troceaban un caucho. Tiene el vicio de tallar madera, y le puso el ojo a un tronco. Le pagó
tres mil pesos a un lustrabotas, que lo llevó hasta el consultorio y regresó al Parque con la espalda
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adolorida. Al rato apareció el médico con otro antojo, César se le midió de nuevo a la misión y
transportó el segundo tronco. Volvió al Parque y, dice, se aplicó un Voltarén para el dolor.

Aviar hace una mueca y dice que hace ocho días se deshizo de ellos. Aplazó tanto su talla que le
comenzaron a estorbar, ordenó tirarlos a la basura y no supo nada más. Pero el portero del edifico
sabe que fueron sacados a la calle, los trabajadores de EEVV se negaron a llevarse uno y lo dejaron
tirado en el andén. Ese pedazo de tronco ocupa ahora un rincón oscuro en el sótano del “Nuevo
Mundo”, junto a un arrume de icopor, rondado por un gato arisco.

¿Y el tronquito rectangular en el que ponían los pies los clientes de César? Se lo robaron.
Desapareció.

Hoy poco queda del árbol en el Parque de Bolívar, pero quien quiera puede pararse sobre un
círculo de tierra en el que se comienzan a asomar mechones de hierba, y, si quiere, puede
imaginarse como un viejo árbol de caucho, gigante y erguido, en pleno corazón de Medellín

ACTIVIDAD 2

Lee el titular y el ENUNCIADO de la siguiente crónica periodística y responde a las preguntas.

 ¿Cuál es el hecho sobre el que se informa?

 ¿Dónde sucedió este hecho?

 ¿Quiénes estuvieron involucrados en el suceso?

 ¿Cómo se produjo?

2 Ahora lee todo el texto.

Oslo: en un audaz golpe roban dos famosas obras de un museo

 Pertenecen al pintor Edvard Munch  y  son consideradas un verdadero tesoro nacional en Noruega.
Dos hombres encapuchados se las llevaron a punta de pistola de un museo repleto de visitantes.

                                                                                            OSLO. AP, EFE, OPA Y AFP

 El cuadro El  grito,  una de las mayores obras maestras del expresionismo, valuado en 70 millones
de dólares, fue robado ayer del museo Edvard Munch de Oslo, en Noruega. Por su sencillez, el
golpe merecería ingresar al ranking de los robos más increíbles de la historia. Dos hombres enca-
puchados y armados entraron al edificio ayer a la mañana cuando éste se encontraba repleto de
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público, y gritando amenazadoramente obligaron a una guardia de seguridad a tirarse al piso. Des-
pués, y mientras los visitantes huían asustados, desengancharon el cuadro de la pared.

Antes de escapar, robaron la otra obra más importante de Munch que había en el
museo: Madonna,  valuada en alrededor de 20 millones de dólares. Luego, los ladrones salieron a
la calle –en todo ese recorrido fueron filmados por las cámaras de seguridad– y se subieron a una
rural Audi A6 de color negro, donde los esperaba un tercer hombre.

La policía, que demoró quince minutos en llegar al lugar, halló horas más tarde el auto pero sin
rastros de los cuadros ni de los asaltantes. Hasta el momento, no hay ninguna pista y se barajan
diferentes hipótesis, entre ellas la de un secuestro.

Edvard Munch –murió en 1944, a los 81 años de edad– es el más reconocido artista del
expresionismo. Tuvo durante toda su vida una tendencia casi patológica a la angustia: El  grito,  por
ejemplo, representa la desesperación de una persona cerca de la baranda de un puente, con el
rostro entre las manos, la boca muy abierta y una expresión de horror en los ojos.

De El  grito  hay cuatro versiones. Una está en el Museo Nacional de Noruega y otra en manos de
un coleccionista privado. Las dos restantes, incluyendo la robada ayer –pintada con ceras, pastel y
témpera sobre papel cartón en 1893– pertenecen al museo Munch.

Según relataron los testigos, los ladrones, que vestían de negro, entraron en el museo a las 11.15 y
fueron derecho a la sala en la que estaban las dos obras y que se encuentra ubicada muy cerca de
la puerta principal. Allí había alrededor de 70 personas.

Es obvio que en Noruega están poco familiarizados con los asaltos: en vez de interpretar la
entrada de los hombres encapuchados y armados como un robo, el público pensó que se trataba
de un ataque terrorista. “La gente empezó a gritar y a correr en todas las direcciones”, recordó la
turista estadounidense Mary Vassiliou.

Un instante más tarde, aquellos que aún no habían logrado huir vieron cómo los encapuchados sa-
caban las obras de las paredes. No necesitaron ningún sistema sofisticado: los cuadros estaban
colgados con unos simples alambres, los mismos que se utilizan en cualquier casa para amurar una
vulgar reproducción.

      “No escuchamos ninguna  alarma y pasaron de 15 a 20 minutos hasta que llegó un patrullero”,
declararon los testigos.

      La  ministra de Cultura de Noruega, Svarstad Haugland, se mostró conmocionada: “No tenemos
suficientemente  custodiados nuestros tesoros artísticos. Todo esto es  terrible y un enorme shock.
Se trata de tesoros nacionales de valor incalculable”.
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      El director del Museo Nacional de Oslo, Sune Nordgren, comparó el hecho con un secuestro y
dijo que es posible que la responsable sea una banda internacional que pedirá rescate.

      También descartó poner guardias armados o colocar cuadros valiosos en un armario


acristalado como ocurre con la Mona Lisa en París. “Entonces ya no habría ninguna experiencia
estética”, argumentó.

      El director del museo Munch, Gunnar Sorensen, consideró el hecho “una tragedia” porque,
además, los desconocidos maltrataron el cuadro. Aunque anunció una revisión de la seguridad,
no se mostró optimista: “Contra los ladrones de arte, con armas no nos podemos proteger”.        

Los ladrones fueron filmados mientras llevaban los cuadros al Audi

Clarín, 23 de agosto de 2004.  (Adaptación.)

Para comprender el texto

3 Luego de releer el titular, el enunciado y los dos primeros párrafos de la crónica, completá el
siguiente esquema.

• Hecho sobre el que se informa:   Un robo.

• Objetos robados: ………………………………………………………….

• Lugar del hecho:  …………………………………………………………..

 
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• Autores del robo:  …………………………………………………………

• Modalidad del robo: ………………………………………………………

• Acciones policiales: ………………………………………………………

• Desenlace del hecho: No hay pistas de los asaltantes  y se barajan diferentes   hipótesis.

Un orden para los hechos

4 Numera estos hechos que aparecen en la crónica en el orden en que los presenta la narración.

 __ Sustracción del cuadro.

 __ Orden al guardia de seguridad de tirarse al piso.

__ Huida de los visitantes del museo.

__ Ingreso de dos hombres encapuchados al museo.

5 Con distintos colores, subrayá en el texto las partes en las que se amplía la información dada al
comienzo de la crónica sobre:

 Las obras robadas.

 Los ladrones.

 El robo.

 Las acciones realizadas por la policía.

 Hipótesis acerca de un posible secuestro.

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