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La fiesta de la Ascensión del Señor

 
El día cuarenta después de la resurrección, de acuerdo al testimonio bíblico, se celebra la fiesta de la Ascensión
del Señor. En los orígenes del Año Litúrgico, la Ascensión y el Pentecostés eran fiestas que se celebraban juntas.
Hacia el año 400 d.C., la Ascensión dejará de ser una manifestación mayor del Resucitado, sin día determinado,
y se convertirá en una fiesta propia.
 
Hechos 1, 1-11 contiene la narración de la ascensión. Los textos en las cartas a los Efesios (1, 16-23) y a los
Hebreos (9, 24-28) destacan la glorificación de Cristo y el envío del Espíritu para capacitar y guiar a la
comunidad de fe en su camino de unidad, edificación mutua y madurez espiritual. La lectura de los Evangelios
afirma la presencia y compañía del Señor a su iglesia por medio del don del Espíritu Santo (Mt 28, 16-20; Lc 24,
44-53).
 
La iglesia como cuerpo de Cristo, resucitado y glorificado, participa de la vida divina. El misterio de la ascensión
está ligado a la inauguración de la misión de la iglesia, las palabras y acciones de Cristo continúan encarnadas
en la historia a través de sus discípulos y discípulas. Los frutos de la vida de Dios en nosotros nos hace
interceder por la preservación de esa vida, y ponernos al servicio de ella.
 
En la semana que continúa a la Ascensión se hace memoria de las promesas de Jesús relacionadas con la venida
del Espíritu. Por eso, se nos invita a orar unánimes en la espera de un nuevo Pentecostés. Las oraciones de esos
días son propicias para alimentar nuestras acciones por la unidad y la comunión con otras tradiciones cristianas y
religiosas, porque Pentecostés nos recuerda como las maravillas de Dios eran proclamadas y reveladas a toda
lengua y nación.
 

Aporte de Amós López Rubio - Cuba


labiblia@enet.cu

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