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2020
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www.juaneloturriano.com
Diseño, maquetación:
Ediciones Doce Calles S.L.
ISBN: 978-84-948925-9-2
D.L.: M-13125-2020
PATRONATO
PRESIDENTE DE HONOR
PRESIDENTE
VICEPRESIDENTE
SECRETARIO
VOCALES
Desde los tiempos de Leonardo da Vinci a los de Francisco Sabatini, el estudio de la ingeniería en la
Edad Moderna parece no agotar los temas en los que indagar para dar respuesta a preguntas que son
claves para entender la historia de la cultura, de la ciencia, de la guerra, del arte o de la arquitectura.
Si Leonardo se ofreció a Ludovico el Moro como ingeniero especializado en máquinas para la guerra y
para la paz, el poder de Sabatini controlando todas las obras públicas durante el reinado de Carlos III se
sustentó en gran medida en su condición de ingeniero. El carácter poliédrico de la ingeniería a lo largo
de esos tres siglos llevó a las bibliotecas de los mejores profesionales libros de tantas materias, que hoy
nos asombran. Denotan una cultura humanista que se suma a los conocimientos científicos, para ex-
plicar unas ambiciones intelectuales y sociales que se tradujeron en unas remuneraciones y un estatus
social no alcanzados por otros profesionales. En este curso se reflexionó en torno a algunas preguntas
sobre las lecturas a las que se refieren sus escritos y bibliotecas: ¿qué intereses científicos y humanísti-
cos tuvieron? ¿cuál fue el peso de los libros de la antigüedad que manejaron? ¿y los de ciencias que hoy
no asociamos a la ingeniería? ¿los arquitectos tuvieron los mismos intereses en sus bibliotecas? ¿y los
nobles? ¿sus libros y la posesión de bibliotecas ayudan a explicar su triunfo en las redes de poder? ¿qué
papel juegan los libros para entender a sus poseedores en la Edad Moderna?
ÍNDICE
1
Juan de Herrera y los libros que debe conocer el ingeniero..................... 11
MARIANO ESTEBAN PIÑEIRO
2
De compases y libros. Jerónimo de Soto y la construcción de la imagen
de un ingeniero cortesano........................................................................... 35
MARGARITA ANA VÁZQUEZ MANASSERO
3
La biblioteca como autobiografía: Los libros de Teodoro Ardemans,
Maestro y Fontanero Mayor de Obras Reales............................................ 57
BEATRIZ BLASCO ESQUIVIAS
4
Los libros de la Academia de Matemáticas de Barcelona......................... 77
JUAN MIGUEL MUÑOZ CORBALÁN
5
El esforzado camino de la Ilustración hacia una biblioteca de historia de
las obras públicas......................................................................................... 93
DANIEL CRESPO DELGADO
6
La formación intelectual de Sabatini......................................................... 109
J. ANTONIO RUIZ HERNANDO
Por San Lucas de 1583 dos jóvenes hidalgos, uno portugués y otro español, inician
sus actividades –como lector de matemáticas el primero y el segundo como ayudante
en dichas lecturas– en las dependencias de unas pequeñas casas contiguas a la Casa
del Tesoro y, por tanto, muy próximas al Palacio Real de Madrid. Ambos habían sido
nombrados para esas tareas por dos Reales Cédulas otorgadas en Lisboa por Felipe II
el 25 de diciembre de 1582. En una de ellas el monarca ordena al Pagador de las Obras
del Alcázar que se paguen 400 ducados anuales a Joan Baptista de Lavaña para que
Así comenzó su servicio a los Austrias este cosmógrafo portugués1, y que prosiguió
sin interrupción durante más de cuarenta años, hasta su fallecimiento en Madrid en
1624. En la otra Real Cédula el monarca fija las obligaciones del otro joven hidalgo,
el manchego Pedro Ambrosio de Ondériz:
[…], que ayude al dicho Juan Bautista a leer las dichas matemáticas y se ocupe en traduzir
de latín en romance algunos libros de aquella facultad y en todo lo demás que fuere
ordenado[…].
[…] deseando el provecho de nuestros vasallos y que en mis reynos aya hombres expertos
y que entiendan bien las matemáticas, y el arte de la architetura y las otras sciencias y
facultades a ellas anejas […].
Coincidiendo con el inicio de las lectu- que «en un breve volumen» mostrara a
ras el monarca encargó a Juan de Herrera quien estuviera interesado cuál era el ob-
Por mandado de los Señores del Consejo real de su Magestad he visto y examinado este
tratado de la Institución de la Academia Real Mathematica, y me parece muy provechoso y
necesario para que cada uno sepa y entienda lo que debe deprender y estudiar en la sciencia
que destas Mathematicas5 professare y como a obra tan útil se debe dar licencia para que se
imprima.
Ha sido Su Magestad servido que en su Corte haya una lección pública de Mathematicas,
trayendo para ello personas eminentes que las lean y enseñen pública y graciosamente
a todos los que las quisieren oir. Y con esto, por medio de su liberalidad y magnificencia
real, sus súbditos se habiliten y ennoblezcan en estas facultades y en sus reinos haya sin
esperarlos de otros.
Se crea así una lección pública y gratuita, abierta a todo aquel, fuera cual fuera su
condición, que tuviera interés en aprender y en ennoblecerse con los conocimiento
recibidos de profesores eminentes llamados a la Corte por el monarca.
Prosigue Herrera enumerando los distintos «artífices» que en la Academia se podrán
formar. Nos detendremos aquí en los de naturaleza más técnica:
[…] Geómetras diestros en medir todo género de superficies, cuerpos, campos y tierras
[…] Pilotos diestros y cursados que naveguen la mar y sepan guiar con seguridad […]
Architectos y fortificadores […] que con sus fábricas magníficas y edificios públicos y par-
ticulares ennoblezcan las ciudades y las fortifiquen y defiendan asegurándolas del ímpetu
de los enemigos. Ingenieros y Machinistas, entendidos en la arte de los pesos […] Arti-
lleros y maestros de instrumentos y aparatos bélicos y fuegos artificiales para las baterías
y otros usos y necesidades de las guerras. Fontaneros y niveladores de las aguas, para los
acueductos y regadíos […] Y Horologiógraphos de reloxes solares y de movimiento.
GEÓMETRAS Y MENSU[R]ADORES
Y para […] los estudiosos dellas se animen y dispongan con determinación al estudio
dellas, Su Magestad será servido que a los que en esta escuela quisieren aprovecharse y
salir examinados della, se les den sus cartas de aprovación y títulos en forma, conforme
a la facultad que profesaren. Con todas las honras, prerrogativas y preheminencias que
las Universidades aprobadas suelen dar, y algunas más, proveyendo (si conviniesse) por
ley y público decreto, que ninguno sin ser examinado por las personas que para ello se
nombrare, use públicamente, ni exercite profesión alguna de las arriba nombradas.
Este último párrafo del «cuaderno» de Herrera tiene particular importancia, pues
plantea la posibilidad de que la Academia, igual que una universidad, emitiese títulos
de todas esas «especialidades técnicas». Para obtenerlos había que pasar un examen
que se probase que se poseía los conocimientos adecuados de los textos específicos y
fijados en la Institución. Pero lo que es aún más relevante y novedoso es que Herrera
defiende la necesidad de poseer esos títulos para desempeñar cualquiera de todas esas
profesiones. Se propone de manera clara y novedosa la «institucionalización» estricta
[…] en todo el tiempo que ha que sirvo a S. M. siempre he procurado enseñar y criar personas
que con el tiempo aprovechen para su real servicio; y en esto y en recoger y regalar a otros que
andan en él, y que veo que son virtuosos y para servir, he gastado parte de mi hacienda […]
todavía me lo ha hecho continuarlo el ver que en casa de S. M. no hay quien lo haga; y muchos
dellos échanlo de ver, y son extrangeros, y algunas veces no van con el gusto que hombre querría
que fuesen.
Denuncia aquí el Aposentador Mayor dos hechos: por un lado, el que él personal-
mente tuviera que cuidarse de la formación de los servidores reales, y a sus propias
expensas; y, por otro, que por ser extranjeros algunos de ellos no ponían demasiado
entusiasmo en su actividad como técnicos al servicio del monarca10. Este rechazo, más
o menos explícito, a la presencia de ingenieros extranjeros ya lo expresó en el inicio de
la Institución, como se ha recogido en páginas anteriores.
Volviendo a los autores y a las obras elegidas por Herrera, y para facilitar su análisis,
presentamos una tabla en cuya primera columna aparecen todos los autores con sus
obras, tal como los cita Herrera. En la segunda columna se facilita noticia sobre las
ediciones que existían de esas obras y el idioma de ellas y en la tercera sus versiones
en castellano, si había11. En la cuarta columna se detalla para cada texto, según el
criterio del Aposentador, qué técnicos debían «saberlo», total o parcialmente, para poder
ejercer la profesión, y en la quinta qué parte de cada obra se leerá en la Academia por
los encargados de las lecturas.
Artilleros Algo
Niveladores
(Libros 1 a 7)
Perspectivos
(Libros 1 a 6,
11 y 12)
La Geografia di Claudio
Toloemo Alessandrino
Venecia, 1561
Ptolemaei Alexandrini.
Geographie Libri Octo
Ed G. Mercator, 1584
Mecánicos
LA PRACTICA
GNOMÓTICA
El primer dato que se obtiene es que el total de las obras es de veintinueve y que
corresponden a veintidós autores diferentes. Más de la mitad de los tratados son anteriores
al siglo IV y únicamente siete son del siglo XVI, es decir, contemporáneos. También
merece resaltarse que de nueve no se especifica el título (como se puede comprobar
en la columna primera de la tabla) y sólo se dan los datos del autor y de la materia, lo
que puede llevar a pensar que Herrera no tenía conocimiento directo de esos textos y
quizás sólo algunas referencias de ellos a través de otras obras.
En cuanto a los autores, lo que más destaca es la presencia de la mayor parte de los
grandes científicos, ingenieros y arquitectos de la Antigüedad: Aristóteles, Arquímedes,
Ateneo, Teodosio, Euclides [FIG. 4], Apolonio, Vitruvio, Herón, Ptolomeo y el romano
Vegecio [FIG. 5].
AUTORES 10 3 3 6 22
OBRAS 16 3 3 7 29
Como resultado global del examen de esos veintinueve textos hay que decir que
todos, no sólo los escritos por los autores de la época clásica, son de gran calidad
y profundidad y todos están considerados por los historiadores de la ciencia como
obras de particular importancia y relevancia. Pero también hay que hacer notar que
el contenido de la mayoría tiene un enfoque muy teórico y con un nivel muy superior
de lo que podrían necesitar quienes a fines del siglo XVI desearan ser niveladores,
fortificadores, mecánicos, etc. Prueba de ello es que muchos de estos textos, como se
ha dicho más arriba, eran comentados en las universidades, especialmente en la Cátedra
de Matemáticas y Astronomía de Salamanca.
FIG. 6. Dos tratados de arte militar. N. TARTAGLIA, Nova Sciencia, Venecia, 1537; Les douze livres de Robert Valturin touchant
la discipline militaire, París, 1555. Las ediciones están en italiano y francés, respectivamente.
Lo que dize Ambrosio de Ondériz de los libros que tiene traducidos en rromançe los quales
es necesario que se impriman para poder pasar adelante con las leciones mathemáticas
que se leen en dicha lengua, es ansí que él los tiene traducidos pero no posibilidad para
los poder imprimir y ansí sería bien ayudarle siquiera para cortar las figuras de los dichos
libros y para los poder imprimir pues es bien común del Reyno.
Lo que por acá tenemos de nuevo es que su Mag. a instancia y suplicación mía a instituy-
do una cátedra de mathemáticas que se lea en la corte, y ansí se va haziendo desde octubre
acá, y créese que a de ser de grande provecho para muchas cosas, y hasta agora no faltan
oyentes, y entendemos que tan poco faltarán.
Y finalmente, para que los hijos de los nobles que en la Corte y palacio de Su Magestad
se crían y se instruyen en el lenguaje y trato cortesano tengan, entretanto que salen a la
guerra y cargos del govierno, ocupación loable y virtuosa en que gastar el tiempo honrada-
mente, sin que por falta de conversación larga y de gusto hayan de dar en entretenimientos
derramados y otras faltas que siguen a la mocedad desocupada.
1. Una breve biografía de Juan Bautista Labaña, escrita por el autor de este trabajo, puede encontrarse en el Diccionario
Biográfico Digital de la Real Academia de Historia. Un estudio mucho más amplio sobre su vida, obras científicas y otras
actividades en ESTEBAN, 2006.
2. Sobre las remuneraciones de los científicos y técnicos en España durante los reinados de Felipe II a Felipe IV ver ESTEBAN,
1993.
3. La Institución de la Academia Real Mathematica de Juan de Herrera fue publicada en facsímil en 1995 por el Instituto de
Estudios Madrileños.
4. Un extenso estudio de esta institución y de las actividades de quienes a ella estuvieron vinculados en VICENTE y ESTEBAN,
1991, pp. 69-214. En la segunda edición de esta obra, VICENTE y ESTEBAN, 2006, pp. 65-219, como resultado de nuevas
investigaciones, se presenta un análisis aún más amplio y detallado.
5. En la época se incluían entre las Matemáticas todas aquellas artes y técnicas que precisaban de la geometría o de la aritmé-
tica. ESTEBAN, 1993.
6. En relación de la enseñanza de las matemáticas y otras ciencias y técnicas ver ESTEBAN, 2000, ESTEBAN, 2003 y ESTEBAN,
2004.
7. GARCÍA, 1993 y ESTEBAN y VICENTE, 2002. En este último artículo se analiza la dificultad de disponer de pilotos experimen-
tados a finales del siglo XVI.
8. ESTEBAN, 1994.
9. Se transcribe parcialmente en ESTEBAN, 1993
10. Algunos aspectos de la presencia de técnicos e ingenieros extranjeros se tratan en GARCÍA, 1997, ESTEBAN y JALÓN, 1998 y
ESTEBAN y VICENTE, 2002
11. Las informaciones de la segunda y la tercera columna no aparecen en absoluto en la Institución herreriana y son aportacio-
nes del autor de este trabajo.
12. Arhivo General de Simancas, GA-165, fol. 249. Esta carta se encuentra transcrita en VICENTE y ESTEBAN, 1991.
13. Sobre las versiones en castellano de las obras de Euclides, ver ESTEBAN y VICENTE, 1989
14. Ambos documentos se hallan en el Archivo General de Simancas, CSR-280, fols. 1244-1245.
15. ESTEBAN, 2007
16. Sobre la indiferencia de la burguesía ante la ciencia y la técnica, ESTEBAN, 1997, pp. 714-719.
17. El conjunto de las estampas Sumario y breue declaración de los diseños y estampas de la Fábrica de San Lorencio el Real del
Escurial se imprimió en Madrid en 1589.
18. Juan de Rojas y Herrera formaron parte del séquito que acompañó durante seis meses a Felipe II en su viaje a los Países
Bajos en 1548
19. Sobre los conocimientos científicos y técnicos de Herrera: ESTEBAN y VICENTE, 1991, GARCÍA, 1997 y VICENTE, 1997
20. Cuando Felipe III junto con sus Consejos se trasladó a Valladolid en 1601 la actividad de la Academia Real se mantuvo con
regularidad hasta el fallecimiento de su catedrático el Dr. Julián Ferrofino en 1604. Posiblemente dejaran en este momento
de leerse las matemáticas, que se reanudó en 1607, al poco de regresar la Corte a Madrid.
21. En los nombramiento de Labaña, Onderíz y Arias de Loyola sólo se indicaba que estaban obligados a «leer matemáticas en
Palacio o donde se les mandara»; en el de Julián Ferrofino de 1595 aparece por primera vez la denominación de Cátedra de
Mathematicas, y en 1607, tras su fallecimiento, en la Real Cédula para cubrir la vacante se nombra «Catedrático de Mathe-
maticas y Cosmografía» a Andrés García de Céspedes, en ese momento Cosmógrafo Mayor de Indias.
22. En relación con los tratados que sirvieron para la formación de los ingenieros artilleros ver ESTEBAN, 2017.
23. Sobre las actividades de estos matemáticos, relacionadas o no con la Academia Real, puede obtenerse información en VICEN-
TE y ESTEBAN, 1991 y VICENTE y ESTEBAN, 2006, tanto en los capítulos III y IV dedicados a esa institución como en otros del
texto
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pp. 665-693.
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En 1530, al día siguiente del asedio de Florencia que puso fin a la República y restituyó el
poder a los Medici, el papa Clemente VII –Giulio Zanobi di Giuliano de’ Medici– encargó
a Benvenuto della Volpaia la realización de un compás en forma de puñal [FIG. 1]1. Con
anterioridad al fin de la contienda, el propio papa había encomendado a Della Volpaia
una acción de espionaje: realizar una planimetría de la ciudad de Florencia y de las
colinas de Oltrarno para construir una maqueta de madera con la que el pontífice pudiera
seguir el desarrollo del asedio desde Roma; una hazaña que sería recogida por la pluma
de Giorgio Vasari2. En ese contexto, el compás ejecutado por Della Volpaia constituye
un artefacto que aúna distintos niveles de lectura y de significación: además de servir
a una función matemática y militar, la proximidad entre el fin del asedio y el encargo
FIG. 1. B. DELLA
VOLPAIA, Compás en
forma de puñal, ca. 1530,
Florencia, Museo Galileo
Galilei.
Buena parte de los libros que reunió Jerónimo de Soto guardaban estrecha relación con
el ambiente científico que se respiraba en la corte filipina durante las últimas décadas
del siglo XVI15. En este sentido, resultan de interés las informaciones recogidas en el
opúsculo titulado Institución de la Academia Real Matemática (1585) redactado por
Juan de Herrera y que contó con la aprobación del ya referido João Baptista Lavanha16.
Considerado como el escrito fundacional de la Academia Real Matemática creada
por Felipe II, en esta publicación, Herrera establecía una clasificación de los saberes
FIG. 2. «Cap. 43. Trata del numero y diffinicion de los cuerpos regulares e irregulares», en J. PÉREZ DE MOYA,
Fragmentos mathematicos, Salamanca, En casa de Iuan de Canoua, 1568, pp. 203-204.
astrólogos, entre otros20. Sin embargo, resultan mucho más escuetas las recomendaciones
que proporciona sobre las lecturas que debían conocer los arquitectos y los «fortificado-
res». En cuanto a los primeros –los arquitectos– los tratados de referencia eran Vitruvio
y Alberti21. Del arquitecto romano, Soto poseía un ejemplar de su De architectura,
mientras que de la obra del genovés, el ingeniero reunió dos; uno de ellos manuscrito22.
Sin embargo, Soto llegó a poseer un número bastante más amplio de lecturas sobre
arquitectura que las estrictamente propuestas por Herrera para la Academia Real. A los
ya citados tratados de Vitruvio y Alberti, hay que añadir I quattro libri dell’architettura
de Palladio [FIG. 3], dos ejemplares de Vignola (uno, grande valorado en 4 ducados y,
otro, en cuerpo pequeño, tasado en 20 reales) y un tratado de arquitectura de Serlio23.
Sobre los segundos –los «fortificadores»– Herrera afirmaba que los buenos profesores
en esta ciencia estaban obligados a saber los principios de la geometría euclidiana,
poseer conocimientos sobre mecánica y artillería, conocer la tratadística básica sobre
arquitectura y aquellos libros inherentes a su propia disciplina (que Herrera no se
detiene a enumerar); quedando así patentes los puntos de contacto entre tales saberes y
proporcionando una visión inclusiva del conocimiento científico-técnico. Si bien Herrera
no indicaba ningún autor ni título específico en materia de fortificación, lo cierto es
que, en la librería de Soto los tratados dedicados a esta disciplina constituían uno de los
conjuntos más numerosos y significativos representados por las obras de Giovan Battista
della Valle, Nicolò Tartaglia, Pietro Cataneo, Giacomo Lanteri [FIG. 4], Carlo Theti [FIG.
5], Diego González de Medina Barba, Cristóbal de Rojas [FIGS. 6 Y 7] o Cristóbal Lechuga,
entre otros24. Asimismo, entre las lecturas de Soto se contaban libros dedicados a la
mecánica –como los tratados de máquinas de Herón de Alejandría o del moderno Jacques
Besson25– y a la artillería –manuscritos o impresos como Lázaro de la Isla, Breve tratado
del arte de artilleria, geometría y artificios de fuego (1595), o Julio César Firrufino, Platica
manual y breue compendio de artilleria (1626)26.
Si Herrera fue parco a la hora de recomendar lecturas en materia de arquitectura
y fortificación en su Institucion de la Academia Real Matemática, otros hombres de
ciencia vinculados a dicha institución como João Baptista Lavanha –con quien Soto
E para ser tal, qual nesta diffiniçao o forma Liao Baptista Alberti (cuja ella he) he neceßa-
rio q dotado de agudo entenho, de conselho maduro, e de prudencia, seja muy estudioso,
e ornado de grandes singulares partes, das quaes serao as principaes, ò Debuxo, e das
Mathematicas, a Perspectiua, a Arithmetica, a Geometria, a Astronomia, e a Mechanica29.
Todas las ciencias que, según Alberti parafraseado por Lavanha, debía poseer el
arquitecto, estaban presentes en la librería de Soto, tal y como se ha expuesto.
En el tercer capítulo de su manuscrito, Lavanha divide en la arquitectura en tres partes:
la arquitectura militar, la civil y la naval, indica su especificidad y enumera en el caso de
las dos primeras –militar y civil– a las principales autoridades que habían teorizado sobre
el tema para llegar en último lugar a la arquitectura naval y recalcar su primacía como
teórico en esta materia señalando que hasta ese momento ningún autor había escrito sobre
ello ni en griego, ni en latín, ni en vulgar30. Así, según Lavanha, la arquitectura militar, se
ocupaba de las fortificaciones para defensa de los enemigos, edificando muros, baluartes,
torres, bastiones, reparos, estacadas trincheras, etc. Siguiendo al cosmógrafo portugués,
los principales autores sobre arquitectura militar eran: Alberto Durero, Girolamo Maggi,
Carlo Theti, Girolamo Cataneo, Giacomo Lanteri, Giovanni Battista Zanchi «e outros
modernos»31. Hemos visto cómo en la biblioteca de Soto se encontraban los tratados de
Cataneo, Lanteri [FIG. 4] y Theti [FIG. 5], junto con los de «outros modernos»; sin embargo,
no estaban presentes las obras de Durero, Maggi o Zanchi.
En cuanto a la arquitectura civil, Lavanha en su manuscrito afirmaba que esta
parte de la arquitectura se encargaba de edificar templos destinados al culto divino,
pero también edificios para la comodidad pública y privada, así como puertos, plazas,
fuentes, acueductos, teatros, casas, etc. Los principales autores en esta materia fueron,
siempre según Lavanha, en primer lugar, Vitruvio e indica que su singular doctrina
fue comentada por autores modernos como Cesare Cesariano, Daniele Barbaro y Gui-
llaume Philandre. Entre los tratadistas modernos, destaca nuevamente a Alberti y, a
continuación, cita a Serlio, Labacco, Cataneo, Palladio, Vignola, De l’Orme, Androuet
«e outros»32. Nuevamente comprobamos cómo, con la excepción de Antonio Labacco y
los franceses Jacques Androuet y Philibert del’Orme, todos los tratadistas mencionados
por el cosmógrafo portugués aparecen en la librería de Jerónimo de Soto.
Las convergencias que se advierten entre los postulados de Lavanha y los libros
que estuvieron presentes en la biblioteca de Soto distan de ser casuales, antes bien
De este corpus de manuscritos reunido por Soto destacan las obras atribuidas en
su inventario a Diego de Prado de las cuales únicamente parece haberse conservado
una de ellas, cuya identificación fue señalada someramente por Ángel Laso36. Se trata
de: La obra manual y platica de la artilleria del cap[it]an don diego de prado ten[enien]
te del capitán general de la artill[eri]a en Cataluña, cuya dedicatoria está fechada en
Málaga el 10 de agosto de 159137 [FIG. 8]. El aspecto más conocido y estudiado por la
historiografía sobre el autor de este manuscrito ha sido su participación en diversas
empresas de exploración del Pacífico38. No deja de ser significativo que, en 1607,
estando en Ternate (Indonesia), a Prado se le encargara reconocer la fortificación de
aquel lugar y estudiar cómo hacerla inexpugnable. De ello, daba cuenta el maese de
campo Juan de Esquivel en una carta dirigida al presidente de la Audiencia de Filipinas,
afirmando que Prado era buen ingeniero y gran experto en trabajos de fundición39. Sin
embargo, con anterioridad a 1605 no se conocen apenas datos sobre este personaje de
vida azarosa que acabaría tomando los hábitos y que aparece registrado en 1621 como
monje en el convento de San Basilio de Madrid40. Entonces, cabe preguntarse cuáles
fueron sus actividades en torno a la década 1590 cuando firmó el referido manuscrito
sobre artillería y cómo pudo este libro acabar en la biblioteca de Soto. Un posible punto
de partida para tratar de responder a ambas cuestiones lo encontramos en el personaje
a quien Diego de Prado dedicó su manuscrito: don Juan de Acuña Vela, miembro del
Consejo de Guerra y Capitán General de Artillería. En tal calidad, en 1589 Acuña fue
en 200 reales; una elevada tasación que contrasta con los escasos seis reales en que se
valoró un tratado de esfera de Sacrobosco o los ocho de la Sphera del Vniverso (1599)
de Rocamora49. Las ediciones iluminadas tanto del Theatrum Orbis Terrarum de Ortelio
[FIGS. 9 y 10] como del Civitates Orbis Terrarum de Braun y Hogenberg constituyeron obras
de lujo que acabarían incorporándose a las principales bibliotecas de la corte española50 e,
incluso, sus mapas acabaron formando parte del alhajamiento de las galerías del monasterio
de El Escorial en tiempos de Felipe II o del Alcázar de Madrid durante el reinado de su
nieto, Felipe IV51. A ello, hay que añadir que son conocidas y notorias las imprecisiones
cartográficas que presentaban algunos de los mapas que conformaron este tipo de atlas;
algo que contrastaba con la precisión y la exacta medida que debía caracterizar el dibujo
de los ingenieros. De ahí que, con toda probabilidad, esos volúmenes de Ortelio o de
Braun y Hogenberg no sirvieran a Soto como un instrumento de conocimiento preciso
del territorio, sino que su tenencia debe ser leída en términos de gusto y lujo e, incluso,
como un signo de distinción social dado su elevado precio.
Los libros religiosos, los escritos de autores clásicos como Virgilio, Tito Livio, Ovidio,
Marco Aurelio, Aquiles Tacio y Herodiano, la historia y la literatura vendrían a completar
el retrato que de Jerónimo de Soto ofrece su librería. Con todo, el conjunto temático
más ampliamente representado en sus anaqueles fueron los tratados científico-técni-
cos, de los cuales un porcentaje muy significativo eran libros con un planteamiento
eminentemente práctico y de clara aplicabilidad en el quehacer de un ingeniero como
Jerónimo de Soto.
Ese carácter práctico y los intereses hacia una ciencia aplicada de Soto no solo quedaban
patentes en los tratados que adquirió, sino también en la abundante cantidad de instru-
mentos matemáticos que poseyó. Así, libros e instrumentos eran dos caras de una misma
moneda. Si los primeros encarnaban la teoría, los segundos representaban su praxis.
Cabe preguntarse cuál de esos dos aspectos de la ciencia primaba en el caso de Soto.
Basta hojear las páginas de estos libros para percatarse de que sus contenidos se
exponen por medio de demostraciones prácticas. Además, en ellos se concede particular
atención a la descripción de instrumentos matemáticos y su utilización para realizar
todo tipo de mediciones. En este sentido, resulta revelador que la Geometria prattica
tratta dagl’Elementi d’Euclide et Altri Autori da Giovanni Pomodoro (1599), del que
Soto poseía un ejemplar, dé comienzo con un grabado donde aparecen representados
los distintos instrumentos utilizados en la geometría y sus disciplinas afines que debían
estar presentes en los «estuches de matemática» de la época [FIG. 11]. Así, en este
libro antes incluso de exponer los elementos de Euclides y de ir desgranando cómo
tales principios se aplicaban a la medición de superficies de territorios, ciudades o
fortificaciones [FIG. 12], los técnicos debían conocer cuáles eran esas herramientas de
trabajo, cuya declaración pormenorizada se incluye en la primera página del libro.
Siguiendo esa descripción del grabado [FIG. 11], aquellos profesionales que se asomasen
al tratado de Pomodoro para aprender los principios de la geometría aplicada tendrían
como instrumentos diversas tipologías de compases –desde compases ordinarios a
compases con funciones más específicas como los de artillería–, la regla, la escuadra,
el nivel, la pluma, el tiralíneas, cuchillos y limas para afilar la plumilla y diversos tipos
de cuadrantes, como el cuadrante geométrico. Todos y cada uno de los instrumentos y
útiles que debían formar parte del estuche descrito en el tratado de Pomodoro fueron
registrados en el inventario y tasación de bienes de Jerónimo de Soto; eso sí, en un
número mucho mayor que los representados en el grabado del libro y, prácticamente
todos ellos, construidos con materiales nobles como el bronce, el bronce dorado e,
incluso, la plata. La materialidad de estos objetos dista de ser una cuestión menor;
más aún si se tiene en cuenta que, por lo general, los instrumentos matemáticos solían
estar realizados con materiales mucho menos nobles como el latón. A este respecto,
resulta significativo el contraste que se advierte entre los instrumentos reunidos por
Jerónimo de Soto y los de Juan de Herrera. Mientras que los instrumentos del ingeniero
fueron realizados principalmente en bronce e, incluso, en plata; por el contrario, en los
instrumentos del arquitecto cántabro primaba el latón y, en menor medida, el hierro y
la madera52. De este modo, los instrumentos (y la mayor parte de libros) de Soto eran
reflejo de una primacía de la ciencia aplicada pero también encerraban en sí otro tipo
de significados: la nobleza de los materiales inherente a estos objetos debía proyectar
una imagen de similar condición del ingeniero.
Los compases constituían uno de los instrumentos que Soto reunió en mayor profusión.
Así lo demuestran algunos asientos de su tasación de bienes como «Vn estuche entero
de conpases con lo demas necesario […] en vna muy buena caja en trezientos reales»
o «doze conPases diferentes en vna caxa de t[er]cioPelo Por de dentro y Uezero Por de
fvera en dvzientos y cinquenta Reales»53. En otros casos y, aunque de manera lacónica,
en los registros de sus bienes se indica cuál era la tipología y funciones de tales compases
como ocurre con los «Seis ConPases medianos y Pequenos Para traçar de ordinario Con
otros demas en trezientos y setenta Reales», «vn conPas Largo de Uronze Para cosas de
frauryca de media uara de largo» valorado en 5 ducados, «Vn ynstrumento de artilleria a
modo de conpas grande con otros Uisos en vna caja negra» que fue tasado de 20 ducados,
dos compases de bronce de «marear» que se guardaban en una caja «muy curiosa» y
otros dos compases de plata «de marcar con puntas de acero» que valían 10 ducados54.
Es decir, Soto poseía compases ordinarios, de artillería o náuticos.
A estos instrumentos, se sumaban una buena regla, dos escuadras, dos niveles
pequeños –todos ellos de bronce– y otros útiles imprescindibles para la traza como una
«Pluma de Uronze dorada Hecha en milan aderezo de laPiz y otra de la misma manera
de Plata» junto con «vnas tijeras cuchillo y lanceta de muy buenas cuchillas y dorados
grandes para azer vn estuche Con las demas cosas sveltas»55. Esas «cosas sveltas» a las
que se hace referencia en el último asiento citado, debían corresponderse con ciertos
objetos de naturaleza afín que se registraron en otra partida de la tasación de Soto bajo
el encabezamiento de «Cosas de yerro y azero» entre las que se contaban cuatro docenas
de limas «curiosas para cosas de Plata y Uronce», siete taladros de acero, un soldador
de estañar, siete pares de alicates, tenazas, martillos, sierras grandes y pequeñas o tres
varas de yerro56. Las características de estas herramientas, en estrecha relación con la
partida de objetos precedente, invitan a pensar que el propio Soto tal vez pudo haber
sido quien construyera algunos de los instrumentos que atesoró.
Existía, como se ha dicho, una estrecha relación entre libros e instrumentos que sería
prolijo recoger en este espacio aunque podemos añadir como ejemplo de ello los casos
del astrolabio náutico de bronce de un pie de diámetro o el planisferio grande de bronce
y nogal que poseía Soto, cuyo uso se explicaba en tratados como la Cosmographia de
Pedro Apiano o en las obras de Pérez de Moya57, que formaban parte de su biblioteca.
Sin embargo, algunos de los instrumentos que pertenecieron a Soto no parece
que gozaran de una divulgación tan amplia en los tratados impresos de la época. El
ingeniero poseía un nivel de borneo de bronce y ébano con su pie cuya descripción no
se ha localizado en los libros impresos, sino en dos manuscritos sumamente interesantes
para la historia de la ingeniería: Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas
[FIG. 13] cuya autoría sigue siendo objeto de debate y el códice titulado De las aguas, sus
Calidades propiedad y generación de Tiburzio Spannocchi58. La estrecha vinculación
entre ambos textos ha sido señalada recientemente por Alicia Cámara y resulta más que
evidente al contraponer los dibujos que ilustran el nivel de borneo incluidos en sendos
manuscritos, si bien el trazo de Spannocchi resulta más hábil que el del ignoto autor
de Los veintiún libros de los ingenios y de las maquinas. En este último manuscrito,
tanto el dibujo como la explicación del uso del nivel de borneo se insertan en el «Libro
plenamente a los gustos de la corte de Felipe III. Así, si bien los orígenes de Jerónimo
de Soto continúan siendo ignotos a día hoy, lo que está claro es que supo asimilar los
modos cortesanos y construir una imagen de sí mismo en tanto que caballero. Por
otra parte, tanto sus objetos como los datos conocidos sobre su trayectoria profesional
ponen de manifiesto que este ingeniero apostó por la seguridad de la corte lejos de los
peligros del campo de batalla, cultivando una ciencia que haría bascular la balanza en
perjuicio de la experiencia sobre el terreno. Frente al plomo se impuso la plata de sus
compases guardados en curiosas cajas de terciopelo.
* Esta investigación se ha desarrollado en el marco del proyecto I+D HAR2016-78098-P (AEI/FEDER, UE), financiado por la
Agencia Estatal de Investigación (Ministerio de Economía, Industria y Competitividad) y el Fondo Europeo de Desarrollo
Regional (FEDER) y parcialmente gracias a la Ayuda Juan de la Cierva-Formación (FJCI-2017-32961) vinculada al Instituto
Universitario La Corte en Europa de la Universidad Autónoma de Madrid (IULCE-UAM).
1. Un interesante trabajo donde se aborda la progresiva transformación, tanto morfológica como simbólica, de la daga en com-
pás en el contexto de los cambios que se produjeron en el arte de la guerra y de la artillería en el siglo XVI es el de: CAMEROTA,
2012. El referido compás de marfil realizado por Benvenuto della Volpaia ha sido recientemente adquirido por el Museo
Galileo de Florencia. En esa misma institución se conserva otro compás en forma de daga ejecutado en acero por el mismo
artífice (inv. 2515). Este tipo de instrumentos no solo fueron producidos en el contexto florentino o italiano, sino también
en otras áreas geográficas como Francia o Alemania a tenor tanto de las referencias que sobre estos instrumentos hallamos
en las fuentes coetáneas como de los ejemplares que han llegado a nuestros días: D’ORGEIX, 2018, pp. 79-80.
2. VASARI, 1881, pp. 61-63. Para una aproximación biográfica a este constructor de instrumentos y «maestro di levar piante»,
véase: PAGLIARA, 1989.
3. Algunos datos sobre la actividad profesional de Soto fueron publicados por: CÁMARA, 1998, pp. 29, 94, 116, 126, 132, 134,
151-152. Una aproximación biográfica se encuentra en: LASO, 1991, pp. 83-88 y VÁZQUEZ, 2018b.
4. CÁMARA, 2014.
5. CÁMARA, 2016 y 2019.
6. CÁMARA, 2019, pp. 268-271.
7. CABRERA, 1857, p. 195. Archivo Histórico Militar (AHM), Col. Aparici, t. VII, ff. 260r.-261r.
8. ALONSO, 2005, p. 183.
9. PÉREZ, 2002, pp. 71-72.
10. CABRERA, 1857, p. 78 y p. 80.
11. El documento fue dado a conocer por: BARRIO, 1985. Un análisis general de los libros de Soto, junto con la transcripción y
propuesta de identificación y una breve referencia a sus pinturas, se encuentra en: LASO, 1991.
12. Ibíd. En este texto, se citará el documento original conservado en: Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (AHPM), Prot.
5599, ff. 696r.-718v.
13. CÁMARA, 2019.
14. AHPM, Prot. 5599, f. 709v. y f. 706v.
15. Si bien no se han hallado evidencias documentales que atestigüen la implicación directa de Soto en la Academia Real, otros
datos apuntarían a su pertenencia a ese ambiente intelectual como su estrecha relación con la corte y con figuras como
Lavanha, plenamente implicado en las actividades docentes y científicas de la institución fundada por Felipe II desde sus
inicios. Además, según recogía Cristóbal de Rojas en su Teorica y practica de fortificacion (1598), Spannocchi habría asistido
a algunas de las lecciones que el propio Rojas impartió en la Academia. Teniendo en cuenta que por aquellos años la labor
de Soto era la de asistir a fray Tiburzio y que a finales del siglo XVI se sabe que Soto estaba en la corte, resulta plausible que
este último también acudiera a las lecturas de la Academia.
16. HERRERA, 2006. Sobre las enseñanzas propuestas por Herrera en este libro, véase: CERVERA, 2006 y el texto de Mariano
Esteban Piñeiro que se incluye en el presente volumen.
17. AHPM, Prot. 5599, ff. 707v. y 708r.
18. ONDÉRIZ, 1585.
19. AHPM, Prot. 5599, ff. 708r.-v.
20. HERRERA, 2006, pp. 215-219.
21. Ibíd., pp. 224-225.
22. AHMP, Prot. 5599, ff. 707r.-v.
23. Ibíd.
24. Ibíd, ff. 707r.-708r.
25. Ibíd.
26. Ibíd., f. 708v.
27. El códice se conserva en la Real Academia de la Historia (RAH), Col. Salazar y Castro, Mss. N-63 y fue publicado en edición
facsímil: LAVANHA, 1996.
28. RAH, Col. Salazar y Castro, f. 41r.
29. Ibíd., f. 42r.
30. Ibíd., ff. 43v.-44v.
31. Ibíd., f. 44r.
32. Ibíd.
33. AHPM, Prot. 5599, f. 707v.
34. SOBRADIEL, 2015, pp. 138-155.
35. AHPM, Prot. 5599, f. 707r.-v. y 709v.
36. LASO, 1991, p. 88, nota 4.
37. PRADO, 1591.
38. Entre la documentación publicada por C. Kelly relativa al viaje de Pedro Fernández de Quirós al Mar del Sur (1605-1606)
abundan las informaciones relativas a Prado. Para la relación completa de estos documentos véase el índice de la obra: KE-
LLY, 1966, pp. 437-438. Un análisis del papel de Prado en el contexto de estas expediciones es el de: BAERT, 2005.
ANÓNIMO, Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, Madrid, Biblioteca Nacional de España, Mss.
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de la viuda de Alonso Gómez.
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Una vez afianzado en esta posición hegemónica, publicó a su costa dos tratados,
eminentemente técnicos, en los que alardeó de erudición y de referencias bibliográficas,
incluyendo en el primero de ellos una laudatoria autobiografía que confundió a los
Real Biblioteca, a la que tenía acceso en función de sus cargos, o los de otras colec-
ciones de amigos y colegas, pues no era raro que los vínculos familiares con los que se
fortalecían los talleres profesionales reportasen al grupo el considerable beneficio de
nuevas trazas, estampas, herramientas y libros, que pasaban a disposición del colectivo
cuando éste se ampliaba mediante el conveniente matrimonio de uno de sus miembros
con otro perteneciente a un taller afín.
No fue éste, sin embargo, el caso de Ardemans, pues ninguno de sus matrimonios le
procuró lazos profesionales con otros obradores ni grandes bienes, así como ninguno
de sus dos hijos varones siguió sus pasos por el camino de la arquitectura u otro oficio
artístico6. En su primera boda no se hicieron cartas de pago ni recibos de dote y se
consideraron gananciales todos los efectos y propiedades que adquiriese el matrimonio
de aquí en adelante. Diez o doce años después, en 1697, la economía de los contrayentes
parecía ir bien, pues Ardemans compró entonces los libros de su colega José de Arroyo,
en la almoneda pública que siguió a su muerte, por un ventajoso precio de 1.800 reales
frente a los 4.000 en que se habían tasado. En 1707, cuando falleció Isabel, tampoco
se inventariaron los bienes de la pareja, aunque la familia vivía desahogadamente
gracias a los empleos de Ardemans, que ganó sumas considerables de dinero e invirtió
en negocios vinícolas, bienes raíces e inmuebles, entre ellos la casa donde vivió hasta
el fin de sus días. Un año después, para su boda con Felipa de la Lastra, además de
otros muchos bienes dotales, Teodoro aportó 300 libros al matrimonio y, aunque no se
hizo un recuento detallado, se especificó que eran «trescientos cuerpos de Libros de
Arquitectura, matemáticas e Historia de diferentes tamaños, tasados todos en cuatro
mil y ochocientos reales de vellón», algo más que el precio en que se tasó la librería de
Arroyo en 1697. Esta segunda unión tampoco amplió el círculo profesional de Ardemans
ni aumentó su biblioteca, basada en la de Arroyo, quien al morir tenía 237 títulos en
249 volúmenes, es decir, 50 menos de los que declaró Ardemans en 1708. Sobre este
punto, no es posible determinar si los tenía antes de comprar la librería de Arroyo o si
los adquirió después, aunque parece improbable que un arquitecto con sus inquietudes
y su trayectoria no dispusiera de una biblioteca básica, que debió ir formando según
lo permitieron sus ingresos [FIG. 3].
Desde 1708, los únicos datos sobre su librería aparecen en el inventario póstumo
de bienes, 1726, y en la tasación que se hizo, en 1733, para adjudicar la herencia,
cuantificando aquí el valor de cada libro y eliminando aquellos que tenía en su poder
cuando murió, pero no eran suyos. Como Maestro Mayor de Obras Reales, Ardemans
tuvo acceso a ciertos libros y útiles de trabajo propiedad de la corona, como los veintiún
libros manuscritos del Pseudo-Juanelo Turriano, que sólo se anotaron en 1726 y luego
se restituyeron a la biblioteca real. Otros registros eliminados en 1733, hasta un total
de 15, se devolverían asimismo a sus dueños antes de la tasación y reparto, aunque su
posesión circunstancial por Ardemans indica un interés específico, que debe tenerse
en cuenta; por ello, en su momento analicé el monto global de autores y títulos, que
sumaban un total de 244 títulos o registros, excluyendo los volúmenes de sus propios
tratados (Ordenanzas y Fluencias) y varias colecciones de estampas y dibujos indeter-
minados. Descontando estos, sólo se contabilizaron en su librería siete entradas más
que en la de Arroyo, aunque ambas colecciones eran distintas entre sí7.
En la librería del arquitecto José de Arroyo –que Ardemans adquirió a buen precio
y le sirvió para formar la suya propia, intercambiando y vendiendo ejemplares para
comprar novedades y libros de su interés– predominaban los de tema literario, histórico
y religioso, con una representación digna de tratados de arquitectura y materias afines,
que Ardemans, en general, conservó: Arroyo tenía tres ejemplares de Vitruvio, dos
Palladio, un Serlio, Scamozzi, Vignola, Dietterlin, Lorenzo de San Nicolás y los Torija de
bóvedas y ordenanzas; varios tratados de matemáticas, geometría y perspectiva (Euclides,
Oronzio Fineo, Pérez de Moya, Marolois y Zaragoza); los escritos sobre fortificación y
arquitectura militar de Collado, Santans y Tapia, Cassani y tres más sin autor; cuatro
textos sobre ingeniería y máquinas, entre los que destacan el de Fausto Veranzio y el
de Domenico Fontana; las cartografías de Ortelio y media docena más sobre geografía,
navegación, astronomía y cosmografía, que interesaron parcialmente a Ardemans. A partir
de estos libros y asumiendo como propio el ideal del arquitecto moderno descrito por
Leone Battista Alberti, Teodoro formó su propia biblioteca, tratando de cubrir con ella
todas las áreas de conocimiento relacionadas con su actividad artística y profesional, y
supliendo, mediante la lectura y el análisis de textos e imágenes antiguos y modernos,
una formación superior y colegiada que no tuvo y que, sin embargo, insinúa en la
autobiografía intelectual y académica que incluyó en las Ordenanzas8. Su empleo en
la Villa de Madrid le mantenía anclado a la tradición artística local, sumida ahora en
un debate ideológico entre arquitectos especulativos y prácticos en el que Ardemans
participó activamente9, pero su protagonismo en las Obras Reales, donde era Maestro
y Trazador Mayor y Arquitecto Real, le aproximaba también al nuevo gusto artístico
importado por Felipe V de Borbón y por los arquitectos y artistas (primero franceses
y después italianos) que cada día llegaban a la corte de Madrid, lo que le animaría a
adquirir, sin dejar de mirar a la Roma Antigua y Moderna, algunas novedades de Francia
DESCRIPCIÓN DE LA BIBLIOTECA
libros: tras los pasos de Du Cerceau, el «architecte du roi» Pierre Le Muet (Manière de
bastir, pour touttes sortes de personnes, París, 1623) quiso ofrecer distintos modelos de
viviendas urbanas, adecuados en planta y alzado a la categoría social del propietario,
para ofrecer una respuesta adecuada a las circunstancias de cada comitente [FIG. 4].
piedras minerales que se sacan de las minas; previniendo que el humo que de dichas piedras
minerales que se cuecen en los hornos resulta, es el que se coagula en el medio mineral del
azogue…, que hizo en enero de 1718 y hoy se encuentra en paradero desconocido18. Llama
la atención el gran número de libros que tuvo sobre medicina y farmacopea, algunos de
los cuales quedaron en manos de su médico particular tras su muerte; Ardemans pudo
servirse de ellos para aliviar una dolencia fastidiosa y satisfacer su curiosidad en el campo
de la medicina práctica, pero también supo encontrar en algunos (Laguna, Semedo, Limón
y Henríquez, etc.) aportaciones interesantes para su tratado sobre Fluencias de la tierra,
en el que incluye un importante plan de saneamiento integral para Madrid, redactado en
1717, y varias noticias sobre el abastecimiento y calidad de las aguas de la Villa y Corte.
Poseía, además, numerosos libros y guías de la Roma antigua y moderna, algunos
monumentales como los de Lafrery, Pittoni, Ferrerio/Falda y Angelis19 [FIG. 9]; muy
pocos sobre pintura, entre los que destaca el tratado de Antonio Palomino, cuyo se-
gundo tomo elogió en un laudatorio prólogo fechado a 20 de septiembre de 172320, y
algunos más sobre literatura emblemática, simbólica y trascendente, así como otros
varios relativos a la filosofía y la historia. Más interesantes son los libros sobre fiestas y
ceremonias, algunos de difícil identificación, pero con una tasación tan alta que alerta
sobre su gran formato y la profusión y calidad de sus imágenes; entre los identificables
destacan las Fiestas de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla (Sevilla,
1671), de Fernando de la Torre Farfán; dos libros de exequias de Felipe IV (Milán
y Madrid, 1666), este último con el famoso y revolucionario catafalco de Sebastián
Herrera Barnuevo; el de las honras fúnebres de María Luisa de Orleans (Juan de Vera
Tassis y Villarroel, Madrid, 1690), con el estremecedor y moderno túmulo de José de
Churriguera, y un ejemplar de Gasperius Gevarius, Pompa introitus honori Serenissimi
Principis Ferdinandi Austriaci (Amberes, 1635), con las fabulosas estampas iluminadas
de Rubens, que sólo mereció en 1733 una insólita tasación en 15 reales21; también
1. Este estudio deriva de otro, mucho más amplio y publicado en dos partes, donde analicé pormenorizadamente la librería de Ar-
demans, BLASCO, 1994 y 1996-1997, pp. 7-8 y pp. 155-175, en https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=193211. En la
primera parte pueden consultarse todos los registros del inventario de libros y sus respectivas identificaciones. Sobre la cultura
y formación libresca de Teodoro Ardemans, véase también BLASCO, 2013a.
2. AYALA, 1986.
3. Así lo especifica el propio Ardemans en su «Elogio a Don Antonio Palomino y Velasco», en PALOMINO, Antonio, El Museo
pictórico y Escala óptica, t. II, Madrid [1724], 1988, pp. 34-35.
4. CEÁN, 1829, t. IV, p. 111 y RODRÍGUEZ, 1971.
5. BLASCO, 2020.
6. Para la biografía, véase BLASCO, 1991.
7. En BLASCO, 1994, pp. 76-90, se describen las 244 entradas que componían la librería de Ardemans en 1726 y 1733. El
registro –a menudo muy somero y a veces incomprensible– de cada título y su autor dificulta la identificación de algunos
tratados y, mucho más, de la edición que pudo manejar Ardemans, a lo que nos ayuda la tasación del libro, el tamaño y, si
consta, su estado de conservación. La biblioteca de Arroyo fue publicada por BARRIO, 1978.
8. «Habiendo la divina providencia destinado mi inclinación, desde la primera edad, a las Artes Liberales de la Pintura, y
Arquitectura, me hallé de edad de diez y seis años [1677], con no pequeños rasgos de aquella, empezando a estudiar Mate-
máticas, en que proseguí hasta los diez y ocho [1679], y hasta los veinte [1681] en el estudio de la Arquitectura, Perspectiva
y Óptica, continuando en la práctica de varias trazas doctrinales de esta Arte…», Declaración y extensión sobre las ordenanzas
que escrivió Juan de Torija, Madrid, Francisco del Hierro, 1719, «Dedicatoria», s. p.
9. BLASCO, 2013.
10. Sigue siendo muy útil a este respecto, el ya clásico libro de BOTTINEAU, 1986.
11. Por la forma de registrar el título y su tasación: «Otro Thomo de Arquitectura de feliberto del Olmo en francés», en 45 rs.,
el ejemplar de Ardemans podría corresponder a la edición ampliada, Architecture, Rouen, 1648.
12. Dos tomos de Arquitectura de frutembaq, en 90 rs. Obra rara en las bibliotecas españolas.
13. SKELTON, 2007.
14. BLASCO, 2013c, pp. 99-108.
15. Valorados en 15 rs., BRANCA, Giovanni, Le macchine, Roma, 1629 y Manuale d’Architettura, Ascoli, 1629.
16. DÍAZ, 2004, pp. 157-179.
17. POZZO, A., Perspectiva Pictorum et Architectorum, Pars Prima, Romae, Joannis Jacobi Komarek Bohemi, 1693. Pars Seconda.
S.l., s.i., 1700, y GALLI BIBIENA, F., L’Architettura civile preparata sú la Geometria, e ridotta alle Prospettive. In Parma, per
Paolo Monti, 1711.
18. Su contenido fue extractado por sus divulgadores, que alabaron la precisión gráfica y descriptiva del autor mediante estas
palabras: «es tan exacta la opinión que formó Ardemans de las minas de Almadén y Almadenejos, que no podemos menos
de trasladar algún párrafo respecto de este punto...», MAFFEI y RÚA, 1871, 36-37.
19. LAFRERY, A., Speculum Romanae magnificentiae, omnia fere quaecumque in urbe monumenta extant, Roma, s.a. (1575); PITTONI,
B., Praecipus Aliquot Romanae Antiquitatis Ruinarum Monumenta..., Venetia, Girolamo Porro, 1575; FERRERIO, P., Palazzi
di Roma de’piú celebri architetti, disegnate da..., Libro I, e Gio. FALDA, B., Nuovi disegni, architetture, e piante dei Palazzi di
Roma, Libro II, Roma, per Gio. Giacomo Rossi, s.a. (1655); ANGELIS, P., Basilicae Sanctae Mariae Maioris de urbe a Liberio
Papa I usque ad Paulum V Pont. Max, Romae, Bartholomai Zancretti, 1621.
20. PALOMINO, 1715 y 1724.
21. En el inventario consta: «Un libro de la Pompa de la entrada del Sr. fernando de Austria Su Autor Solís», en 15 rs. En la
librería de Arroyo había un «libro grande Pompa del ynfante Cardenal con láminas», valorado en 250 reales. Aunque es
lógico que Ardemans conservara esta monumental obra, donde se reproducían los arcos y tramoyas inventados y delineados
por Rubens para festejar la entrada del Cardenal Infante don Fernando, el dato del autor (¿Solís?) y la baja estimación que
merece el libro en 1733 parecen contradecir esta idea, a no ser que se hubiesen desprendido gran parte de las estampas.
Entre los editores, recopiladores, grabadores o demás personas implicadas en las distintas ediciones de la Pompa no aparece
nadie con el nombre mencionado, ni existe ningún otro indicio para relacionar a este incógnito Solís con dicha obra. Cfr. MARTIN,
J. R., The decorations for the Pompa Introitus Ferdinandi, t. XVI del Corpus Rubenianum Ludwig Burchard, Bruselas, 1983.
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Image, 23, n.º 1, pp. 25-44.
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Con la entrada del otoño de 1756 el Conde de Aranda lanzaba al secretario de la Guerra
la propuesta de unificar y reorganizar los cuerpos de Artillería e Ingenieros en un misma
entidad bajo su dirección12. Una de las nuevas iniciativas concebidas por el aragonés
para la modernización de los mecanismos de formación disciplinar en las Academias
de ingenieros y de artilleros fue la creación en Madrid de una Sociedad Mathemática
cuya sede sería la denominada Casa de Geografía, en la plazuela de San Francisco. Los
argumentos eran claros y determinantes:
Considerando el Rey que después de los principios tan bien dispuestos que logra la nación
para instruirse en las Mathemáticas en las escuelas establecidas a cargo de los oficiales de
Artillería e Ingenieros, necesitan de los Autores que han escrito en esta ciencia tan noble,
infalible, instructiva, útil al bien común y precisa para la Guerra, cuyas edicciones, sobre
ser antiguas, tampoco se hallan, de modo que carecen los dominios del Rey de las noticias
conducentes a labrar los sujetos que tienen los precisos fundamentos, ha resuelto S. M. Se
nombren cinco oficiales de artillería y otros tantos de ingenieros de los más sobresalientes
en las Mathematicas, y que recogiéndose todas las obras que hay escrito sobre este asunto,
en todas lenguas, se forme un curso matemático extenso y crítico en que se apruebe la
fundado, y repruebe lo falsamente producido, el qual se ha de dividir en tres partes, que
serán la Architectura Civil y Militar, Arte Tormentaria y Maquinaria. Para este efecto,
compra de Libros, instrumentos Mathemáticos y gastos ordinarios ha destinado el Rey
sobre la dotación de Artillería cien mil reales de Vellón más, y manda que con este mismo
coste se forme una Galería Maquinaria con modelos de suficiente magnitud, para benir al
perfecto conocimiento de cada pieza de por sí, destinando la casa que ya corre de quenta
la Real Hazienda con nombre de Geografía13.
El Conde de Aranda propuso a Pedro Lucuze para dirigir la nueva institución, «por
la particular inteligencia que posee en las Mathemáticas, acompañada de no menores
circunstancias». El asturiano tomó inmediatamente las riendas de la Sociedad y se
encargó de coordinar la redacción de los correspondientes cursos que deberían servir
para ordenar las clases en los diferentes centros académicos. Simultáneamente se inició
la compra del material bibliográfico adecuado para la preparación de dichas lecciones,
estructuradas inteligentemente a modo de manuales de cada una de las disciplinas del
plan de estudios. Los libreros establecidos en Madrid que suministraron material para
nutrir la biblioteca de la institución fueron Ángel Corradi, con imprenta en la calle
Carretas; los franceses Joseph Orzel, en su librería de la Puerta del Sol, a la entrada de
la calle de la Montera, y Juan Barthelemy, librero de la Corte, también residente en la
Puerta del Sol; así como Francisco Manuel de Mena, que proporcionó «otra porción
de libros comprados de Authores Españoles» en su establecimiento.
También fue de relieve la misión que llevó a Jorge Juan a Francia e Inglaterra para
realizar labores de información, es decir de espionaje técnico e institucional y de
reclutamiento de personal cualificado que recalara en España para, básicamente, la
mejora de la industria naval. Uno de los menesteres que desempeñó fue encargar «la
se hallan ya en Cádiz y en esta villa; los primeros en poder del Intendente Don Julián de
Arriaga y los segundos en la casa de la Geographia, aunque estos no se hallen completos;
pues faltan todos los latinos, E ingleses, que creo no abra podido recoger aun el librero,
de quien no tengo aviso, ni tampoco del thessorero del Rey que los recivió, y pagó en
París15.
Ya ubicada su nueva sede en dependencias del antiguo convento de los Agustinos Cal-
zados de Barcelona, y tras su actividad durante varios años en unas salas del arsenal
de la ciudadela, la Academia de Matemáticas fue ampliando sus fondos bibliográficos
mediante la adquisición de libros apropiados para el plan de estudios consolidado a raíz
de la Ordenanza de academias de 1739 y su confirmación mediante la Ordenanza de 29
de diciembre de 1751.
También se impulsó la edición de algún tratado que fue considerado de necesario uso
para la formación de los aspirantes a ingresar en los cuerpos de Ingenieros y Artillería.
Los títulos más destacados fueron el Tratado de Fortificación de John Muller (1746),
traducido por Miguel Sánchez Taramas y editado en Barcelona en 176917; los Principios
de Fortificación de Pedro de Lucuze18; y las Nociones Militares de José Ignacio de March
[FIG. 3], a modo de suplemento del tratado del asturiano19. Las necesidades de nutrir
este ambiente disciplinar de títulos afines a las principales materias enseñadas en los
centros académicos también movieron a algunos individuos pertenenecientes al Cuerpo
a proponer traducciones de obras extranjeras, como fue el caso de Luis Marqueli,
pero de un modo tan sencillo y manual como lo demuestra el pequeño Tratado que corre
bajo el nombre del Mariscal de Vauban, y tambien en el compuesto por el difu [sic] Don Se-
bastian Fernandez de Medrano, para evitar y apartar de las Ideas de los Academistas los so-
ñados inutiles sistemas de los innumerables Autores que tratan desta Materia, a la excepcion
en los menos modernos del Conde de Pagan y del Cavallero de Ville, los quales rectificados
por las maximas y observaciones de aquel Ilustre Mariscal que ostentô la fuerça unida a la
magnificencia del Monarca que sirvió, y a que añadiendo en ocasiones oportunas, y tal vez
desde los principios de la Construccion algunas tan utiles como Cautelosas Invenciones de
Coëhorn se pueden lograr maximas seguras para la devida permanencia y existencia practica
de una fortificacion accomodada a la actual capacidad de los Europeos en la Guerra25.
una selecta y quanto possible sea breve compilación destos Autores, de los quales se pueden
construir un Curso regular y excelente y propio para la practica que se anhela, y la Inteligencia
de todos los demas Autores antiguos y modernos, con la cual se lograran principios Theoricos
breves, y practicos universales al posterior perfecto conocimiento de todo lo referido, persua-
diéndose que por los medios de los citados principios del tiempo y de la Experiencia los Acade-
mistas movidos de la emulacion y del natural curiosa aplicacion se iran de por si perficionando
en las partes a que su genio los inclinasse respecto de que se tiene por impossible en el breve
termino de tres años que durará el Curso la possible entera inteligencia Theorica y practica
(mayormente esta no siendo vivamente exercitada en obras de consideracion como en otras Mo-
narquias) que no sea usando el más efficaz modo de obviar lo inutil por deleitoso (que siempre
llega en tiempo) a favor de lo preciso e inexcusable que requiere la Profession de Ingeniero29.
* Este texto forma parte de la actividad desarrollada como investigador en el proyecto El Dibujante Ingeniero al servicio de la
Monarquía Hispánica. Siglos XVI-XVIII. II. Ciudad e Ingeniería en el Mediterráneo (DIHMCIM), dirigido por Alicia Cámara
Muñoz (HAR2016-78098-P; AEI/FEDER, EU). Además, dentro del mismo proyecto, esta aportación se integra en un estu-
dio más amplio bajo el título El ingeniero militar y su formación académica en el siglo XVIII, el cual, a su vez, estará incluido
en la iniciativa personal de investigación que inicié con motivo de mi estancia como Visiting Scholar en el Office for History
of Science and Technology de la University of California, Berkeley durante el curso 1992-1993, bajo el título Iconografía,
cartografía, bibliografía científico-estratégica y mecanismos institucionales en la España de la época moderna. Producción y
difusión para la seguridad del reino durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
1. «Para conseguir la enseñanza, segun esta idéa, deberá el Director General elegir los Tratados mas utiles de las Matematicas,
ordenandolos con succesivo método para el pronto aprovechamiento de los Academicos, escribiendo las materias que se
han de dictar, como doctrina suya, que ha de ser quanto en la Academia se explicáre, estendiendose en cada parte, segun lo
halláre por conveniente». Ordenanza e instrucción para la enseñanza de las Mathematicas en la Real, y Militar Academia que
se ha establecido en Barcelona, Barcelona, Francisco Suriá, 1739. PORTUGUÉS, 1764-1768, tomo VI (1765), p. 867.
2. ZARAGOZA, 1674.
3. TOSCA, 1707-1715.
4. CHAFRIÓN, 1693.
5. ROJAS, 1598.
6. CARAMUEL, 1670; CARAMUEL, 1679.
7. José María López Piñero indicó en su momento la existencia de una dicotomía endémica entre «la mentalidad positiva,
progresista y laica», por un lado, y «la ideología conservadora, clerical y clasicista», por otro, a la hora de seguir determinados
criterios de análisis por parte de la historiografía en España (LÓPEZ PIÑERO, 1979, p. 24).
8. LARRANDO, 1699, “Soneto, que dedica el aficionado Don Fernando de Villaroel y Prado, Capitàn de Infanteria Española del
Tercio de que es Maestro de Campo Don Francico Pimienta”.
9. CAPEL, SÁNCHEZ y MONCADA, 1988; MUÑOZ CORBALÁN, 2015.
10. MUÑOZ CORBALÁN, 2012.
11. RODRÍGUEZ de la FLOR, 1991; MUÑOZ CORBALÁN, 2004.
12. Conde de ARANDA a [Sebastián de ESLAVA]; Madrid, 21.9.1756. Archivo General de Simancas (AGS). Secretaría de Guerra
(SGU), leg. 3005, 1-2-0001/0022.
13. [Sebastián de ESLAVA] al Conde de VALPARAÍSO; Buen Retiro, 30.10.1756. AGS.SGU, leg. 3005-1-1-0008/0010.
14. Francisco Ventura de LLOVERA al Marqués de la ENSENADA; París, 18.6.1753. AGS. SGU, leg. 572.
15. Jorge JUAN al Marqués de la ENSENADA; París, 29.4.1754. AGS. SGU, leg. 572.
16. Relacion de los Caudales que se han cobrado de Thesorería en los tres meses de Octubre, Noviembre y Deziembre del presente
año â quenta de la dotación de cien mil Reales de Vellon, consignados por S.M. para gastos de la Sociedad de Mathematicas esta-
blecida en esta Corte, con su distribución por menor, y el caudal existente en caxa. Pedro de LUCUZE (director), Lorenzo LASSO
de la VEGA (comisario extraordinario de artillería) y Juan GARLAND (ingeniero ordinario), con vºbº del Conde de ARANDA;
Madrid, 31.12.1757. AGS. SGU, leg. 3005-2-1-1-0029/0034.
17. MULLER, 1769.
18. LUCUZE, 1772.
19. MARCH, 1781.
20. MAIGRET, 1725. Luis MARQUELI a Juan Gregorio MUNIAÍN; Ceuta, 26 de septiembre de 1767.AGS. SGU, leg. 3003.
21. SALA, 1743; GUTIÉRREZ, 1991.
22. CONDE, 1753; CENTURIÓN, 1757. CÁMARA, 2005, p. 249.
23. RIERA, 1977; RIERA, 2009. Mi intención es realizar un seguimiento exhaustivo y razonado de la biblioteca de la Academia
de Matemáticas de Barcelona y sus fondos bibliográficos dentro del susodicho estudio El ingeniero militar y su formación
académica en el siglo XVIII.
24. Proyecto o Idea sumaria para la formacion, Govierno y permanente establecimiento de Academias Reales y militares de Mathe-
maticas y Fortificaciones en los parages que S.M. destinasse de sus Dominios… Madrid, 7 de agosto de 1730, p. 3. AGS. SGU,
leg. 2994.
25. Ibíd., pp. 21-22.
26. Ibíd., pp. 43-44. Juan Tous Melià realiza un minucioso análisis de toda esta documentación existente en el Archivo Gene-
ral de Simancas. TOUS, 2018.
27. Ibíd., p. 44.
28. Ibíd., p. 45.
29. Ibíd.
30. Ibíd., p. 46.
31. Índice, 1790.
32. Minuta de despacho al Inquisidor General; Aranjuez, 8 de mayo de 1790. AGS. SGU, leg. 3004.
33. Pedro LUCUZE a Ricardo WALL; Madrid, 12 de marzo de 1761. AGS. SGU, leg. 3004.
34. Manuel QUINTANO BONIFAZ a Ricardo WALL; Madrid, 22 de abril de 1763.Ibíd.
35. BELANDO, 1733-1740.
36. Acta, 1682-1782.
37. DIDEROT y D’ALEMBERT, 1751-1772.
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la publication savante (1750-1850)», en I. WARMOES y E. D´ORGEIX (eds.), Les savoirs de l´ingénieur militaire
(1751-1914), París, INHA, pp. 61-70.
Índice último de los libros prohibidos y mandados expurgar para todos los Reynos y Señoríos del Católico Rey de las
Españas, el Señor Don Carlos IV. Contiene en resumen todos los libros puestos en el Índice expurgatorio del año
1747, y en los edictos posteriores, asta fin de diciembre de 1789… (1790), Madrid, Antonio de Sancha.
LARRANDO de MAULEÓN, F. (1699), Estoque de la guerra, y Arte militar. Primera y Segunda Parte, que cada una
contiene quatro Tratados, Barcelona, en casa Cormellas por Tomás Loriente.
LÓPEZ PIÑERO, J. M. (1979), Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, Barcelona, Labor.
LUCUZE, P. (1772), Principios de Fortificación, que contienen las definiciones de los terminos principales de las obras
de Plaza, y de Campaña, con una idea de la conducta regularmente observada en el Ataque, y Defensa de las Forta-
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Juan Muller. Traducido en castellano, dividido en dos Tomos, y aumentado con notas, adiciones y 22 Laminas finas
sobre las 26, que ilustran al Original, por D. Miguel Sanchez Taramas, Capitan de Infanterìa, è Ingeniero Ordina-
rio de los Exercitos de S.M., actualmente empleado en la enseñanza de la Real Academia Militar de Mathematicas
establecida en Barcelona, Barcelona, Thomas Piferrer Impresor del Rey nuestro Señor.
MUÑOZ CORBALÁN, J. M. (coord.) (2004), La Academia de Matemáticas de Barcelona. El legado de los ingenieros
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taire. Manuels, cours et cahiers d’exercices. 1751-1914, París, INHA, pp. 113-126.
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La Ilustración se mostró preocupada por la falta de una memoria propia, por la ausencia
de un relato histórico que se adaptase a sus principios y horizontes. Todavía emociona
la lectura del inicio de la Filosofía de la Historia (1756), en la que Voltaire, evocando un
paseo a orillas del mar, se refirió a la necesidad de contar con un nuevo relato no sólo de
la creación de la Tierra y sus accidentes, sino también del pasado y la evolución de las
sociedades. Desde tales aspiraciones, se puso en marcha una revolución historiográfica
que aportó renovados discursos, intereses y metodologías. Todo ello también afectó a las
obras públicas, unas disciplinas que precisamente a lo largo del siglo XVIII y principios del
XIX protagonizaron una interesante redefinición de su autonomía profesional e intelectual.
Incluida tradicionalmente la construcción de puentes, caminos, canales, acueductos o
puertos en el genérico ramo de la arquitectura, en el siglo XVIII se produjeron intentos
de especialización que en España y en el caso de la ingeniería civil culminaron con la
creación, en 1799, de la Inspección General de Caminos y Canales. Este fenómeno
no se dio únicamente por un incremento de la complejidad técnica en la realización
de dichas obras, sino también por la creciente importancia de las políticas de fomento.
Esto estimuló un interés por compilar noticias sobre ingeniería civil, puesto que ya
existían grupos profesionales y sectores intelectuales y políticos influyentes interesados
en su promoción, en el prestigio y los contenidos ideológicos que podía aportar el relato
histórico. De hecho, al final de las Luces, se contó con una incipiente biblioteca sobre
historia de las obras públicas.
FIG. 1. Plano, perfil y elevación del puente de Almaraz, en J. MULLER, Tratado de fortificación… aumentado por Miguel
Sánchez Taramas, Barcelona, t. II, 1769.
Schramm, basándose en fuentes tan diversas como eran viajeros, geógrafos o eruditos,
dedicó igualmente varias páginas a los puentes españoles (ya no solo de la Antigüedad
clásica) en su Historischer Schauplatz in welchem die Merkwürdigsten Brüken (1735)6.
La información que Sánchez Taramas manejó provino en ocasiones de fuentes impresas.
Por ejemplo, para el puente de Alcántara citó el Supplement au livre de l´antiquité expliquée
et representée en figures (1724) de Bernard de Montfaucon7. En el caso del puente de
Martorell, la atribución cartaginesa se basó, según apuntó el propio Sánchez Taramas,
en la información contenida en el pie de una lámina estampada en Viena a principios
del siglo XVIII por Matías Antonio Weiss8 [FIG.3]. No obstante, la mayoría de las noticias
que aportó las debió a informantes. Quien fuera profesor de la Escuela de Matemáticas
de Barcelona, institución que apoyó la impresión del Tratado, no tendría demasiados
problemas para recopilar información sobre los puentes de Martorell y Molins de Rei [FIG.3].
No sólo se encontraban cerca de la Ciudad Condal, sino que el primero fue restaurado
por el ingeniero militar Juan Martín Zermeño, mientras el segundo fue proyectado por su
hijo, el también ingeniero militar Pedro Martín Zermeño. De hecho, el Tratado se publicó
siendo Juan Martín Ingeniero General de Su Majestad, por lo que se incluyó una carta
suya al inicio del libro aprobando sus contenidos. Este apoyo oficial al Tratado facilitó a
Sánchez Taramas tener colaboradores entre sus compañeros de profesión, es decir, entre
los ingenieros militares. De ahí la abundancia de datos sobre puentes extremeños, que se
explicaría por su relevancia constructiva e histórica, pero también porque contó, como el
mismo Sánchez Taramas confesó, con la generosidad del Coronel de Infantería e Ingeniero
Director Pedro Bordán, destinado en las plazas y fronteras de Extremadura. Bordán le
envió noticias de los puentes de Alcántara, Almaraz, Mérida y Badajoz, encomendando a
los también ingenieros Pedro Navas y Pedro Beaumont los diseños, respectivamente, de
las dos primeras obras9. En cuanto al puente de Aranjuez, al haberse levantado en fecha
reciente cerca de la capital y ser una suerte de contra-modelo de Molins, imaginamos
que no le resultaría difícil hacerse con el material que incorporó a su libro. En todo caso,
es interesante subrayar que Sánchez Taramas no estuvo tan interesado en proporcionar
noticias eruditas sobre los puentes, como en las de tipo estructural: medidas, número
y forma de arcos, tipología, materiales, etc. Algo que resulta comprensible en un libro
escrito por un profesor de ingeniería y que aspiraba a convertirse en un libro usado por
los profesionales, como sabemos que así fue10.
Un caso distinto fue el del valenciano Antonio Ponz en el Viaje de España. Compuesta
por dieciocho tomos publicados entre 1772 y 1794, fue una obra que gozó de una
FIG. 4. Playa artificial de Cádiz, en A. PONZ, Viaje de España, t. XVII, Madrid, 1792.
para un elogio que Diego Clemencín se encontraba redactando27. Señalar que en 1820
Clemencín publicó un Elogio de la Reina Católica Doña Isabel donde, entre encendidos
elogios a su tarea de gobierno, subrayó que su «amor ilustrado y sabio del bien público»
le llevó a dictar providencias «sobre construcción de caminos y puentes para facilitar
las comunicaciones interiores y comerciales del reino»28.
Contamos con un par de casos de colaboradores mucho más sustanciosos. El primero
que comentaré es el del marino José de Vargas Ponce [FIG.8]. Su estrecha relación con
Ceán y la colaboración en sus proyectos historiográfico-artísticos es de sobra conocida29.
No por casualidad, en el prólogo del Diccionario histórico de los más ilustres profesores
de las bellas artes en España (1800) Ceán citó a Vargas entre los «amigos y literatos»
que le habían franqueado apuntamientos, en concreto sobre Murcia y Cartagena30. Tras
la publicación del Diccionario, Vargas siguió en contacto con Céan. A principios del
siglo XIX, Vargas fue destinado al País Vasco. Visitó distintas localidades y de muchas
de ellas recogió y mandó a Ceán las noticias artísticas que iba consiguiendo, tanto por
sus propias pesquisas como por las que le facilitaban eruditos o personajes locales.
En una carta firmada en Sevilla el 23 de marzo de 1803, Ceán le comentó a Vargas
que le enviase las noticias arquitectónicas conjuntamente. Al mandárselas de manera
escalonada le resultaba difícil integrarlas en su relato, que no era un diccionario sino un
discurso histórico, siendo «harto difícil entremeter nuevos párrafos»31. A esta petición,
Vargas le contestó que era imposible cumplirla, pues se las iba enviando según iba
visitando pueblos e iba consiguiéndolas: «lo que está en mí… es ir enviando cuantas
hay en cada pueblo», lo que hacía «cuando acabo de visitarlo y reconocer sus papeles».
La consulta documental queda probada en algunos casos. Por ejemplo en Motrico,
donde señaló que no podía recoger más referencias sobre sus construcciones pues «en
los libros [parece que se refiere a los del ayuntamiento pues está hablando de empresas
municipales] no se conserva más noticia, porque de ellos se conservan pocos en Motrico,
milenta veces quemado»32. Advertir que de Motrico, a pesar de estas dificultades, Vargas
le remitió referencias sobre la construcción de su muelle y del puente de Mendaro.
Lo cierto es que de la mayoría de pueblos y localidades de las que conservamos cartas
de Vargas informando de sus monumentos a Ceán, se encuentran referencias a obras de
ingeniería civil. Entre otras razones porque la documentación sobre ellas, muchas veces
vinculada a instituciones del gobierno local, no era difícil de localizar, o al menos no tanto
como de otro tipo de construcciones. En Vergara le informaron a Vargas que los cinco
puentes modernos de su jurisdicción fueron dirigidos por Francisco de Ibero33. Sobre
Deva anotó que Juan Ortiz de Olaeta levantó a principios del siglo XVII un puente de
un solo ojo, volado en 179434. Mayor enjundia tuvieron las noticias sobre Guetaria y su
puerto, del que ofreció copiosas informaciones sobre su construcción en el siglo XVI35.
De hecho, la calzada que unía la isla de San Antón con el muelle de Guetaria, realizada
por Juan Ugarte Velsua, le permitió a Vargas referirse a la trayectoria de este maestro,
a quien calificó de «hidráulico e infanzón vizcaíno»36. También le remitió abundantes
noticias de las obras del arquitecto Manuel Martín Carrera (fallecido en 1804), entre las
que se encontraban distintas obras públicas como el puente de Ibarra o el camino real
en la provincia de Guipúzcoa37.
Ceán hizo buen uso de estas noticias, pues las incluyó en su historia sin prácticamente
variarlas. Es más, en las propias cartas que mandó a Vargas expresó su interés en las
relativas a las obras de ingeniería. Le agradeció las referencias al muelle de Guetaria y
sobre las de Juan Ugarte Velsua le comentó «que producirán un buen artículo» (183). Así
fue y en el tomo II ordenó los apuntamientos que le había facilitado Vargas sobre este
maestro, anotando que «todo consta» en «los libros del ayuntamiento de aquella villa
[Guetaria]»38. También le dedicó un artículo a Martín Carrera, incorporó las noticias
* Este trabajo se ha desarrollado en el marco del Proyecto de Investigación I+D “La creación de un nuevo relato: críticos
e historiadores del arte (1772-1838). Escritos e imágenes”, ref. PID2019-107170GB-I00, financiado por el Ministerio de
Ciencia e Innovación.
1. CÁMARA, 2000 y 2008; ARCINIEGA, 2019; CRESPO, 2019, pp. 67-71.
2. CRESPO y CERA, 2019.
3. MULLER, 1769, t. II, p. 57.
4. AGUILAR, 2012; CRESPO, 2017.
5. BERGIER, 1736, t. II, pp. 287-291.
6. SCHRAMM, 1735, pp. 188-194.
7. MULLER, 1769, t. II, pp. 62-63. En la segunda parte del tomo IV de L´Antiquité expliquée et representée en figures, Mont-
faucon hizo una breve referencia al puente de Alcántara. Fue en el citado Supplement en el que incluyó una más extensa
descripción (MONTFAUCON, 1724, pp. 91-95).
8. MULLER, 1769, t. II, pp. 58-59.
9. MULLER, 1769, t. II, pp. 65 y 71.
10. CRESPO, 2017; LEÓN, 2019.
11. CRESPO, 2012.
12. CRESPO, 2008.
13. CRESPO, 2019, pp. 103-107.
14. ROMERO, 2015.
15. LARRUGA, 1789, pp. 9-10.
16. MIÑANO, 18126-1829, t. II, pp. 318-326.
17. Gazeta de Madrid, 15 de mayo de 1809.
18. CERA, 2019.
19. CRESPO, 2018.
20. LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. II, p. 100.
21. CEÁN, s.a., f. 12v.
22. PERDICES y GOROSTIZA, 2019, pp. 157-158.
23. LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. IV, p. 92.
24. JOVELLANOS, 1998.
25. VARGAS, 1900, p. 303.
26. LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. I, pp. 139 y 284-285.
27. VARGAS, 1900, p. 281.
28. CLEMENCÍN, 1820, p. 32.
29. ABASCAL y CEBRIÁN, 2010; GARCÍA, 2016 y 2020.
30. CEÁN, 1800, t. I, p. XVI.
31. VARGAS, 1900, p. 227.
32. VARGAS, 1900, p. 204.
33. VARGAS, 1900, p. 140.
34. VARGAS, 1900, pp. 192-193.
35. VARGAS, 1900, pp. 160-161.
36. VARGAS, 1900, p. 164.
37. VARGAS, 1900, pp. 219-220.
38. LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. II, p. 96.
39. Respectivamente LLAGUNO y CEÁN, 1829, IV, p. 230 y II, p. 15.
40. LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. III, p. 191.
41. JORDÁN, 2007.
42. Carta de CEÁN a Bernardo de IRIARTE, Sevilla 18 de marzo de 1807. Biblioteca Fundación Bartolomé March, ms. B-101-A-13.
43. Carta de CEÁN a Bernardo de IRIARTE, Sevilla 15 de abril de 1807. Biblioteca Fundación Bartolomé March, ms. B-101-A-13.
Advirtamos que este impreso se reeditó en 1818 (Valencia, Benito Monfort).
44. LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. III, pp. 10-15.
45. Cartas de CEÁN a Bernardo de IRIARTE, Sevilla 8 de abril y 6 de mayo 1807. Biblioteca Fundación Bartolomé March, ms.
B-101-A-13.
46. Carta de CEÁN a Bernardo de IRIARTE, Sevilla 27 de mayo de 1807. Biblioteca Fundación Bartolomé March, ms. B-101-A-13.
47. Biblioteca Fundación Bartolomé March, ms. B-101-A-13.
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antigua Posidonia, colonia griega fundada en el 600 a. C., ofrecía a la vista una serie de
templos muy bien conservados. En 1746, el arquitecto Mario Gioffredo le informaba
de su existencia. Se propuso entonces dibujarlos y medirlos. Fue pues, el primero en
«los trabajos de limpieza, consolidación y salvamento de los templos de Pestum».
Los arquitectos franceses J.G. Souflot y G.P. Dumont viajaron a Nápoles en 1750, para
conocer los edificios y visitaron a Gazzola, quien les dejó los dibujos que se habían obtenido
y que ellos, sin su permiso, editaron con ligeras correcciones5. El abate Barthélemy, ante
la noticia de que Dumont iba publicar un libro sobre Pestum, escribió al conde de Caylus
en los siguientes términos: «Es preciso que sea usted informado [que] Gazola es el primero
que ha tenido conocimiento exacto de estas ruinas», que las visitó y llevo allí arquitectos
que levantaron los planos bajo su dirección. El Padre Paoli amplia la información:
La venida de Carlos III a España, en 1760, forzó la de Gazzola, quien se olvidó del
proyecto de publicar los trabajos sobre Pestum para atender otras obligaciones. Otros
interesados en el tema lo harían, entre ellos Thomas Mayor, The ruins of Paestum, Otherwise
Posidonia, in Magna Grecia (Londres, 1768). Por fin Gazzola, aliviado de sus tareas, y
movido por varias razones, publicaría Rovine de la citta de Pesto ancora Posidoni (Roma,
1784). La edición fue supervisada por el P. Paoli y costeada por Carlos III6 [FIG. 3].
Entiendo que su trabajo en Pestum fue el detonante de su amor hacía la cultura
clásica. Tenía ediciones de los escritores latinos, no de los griegos, curiosamente, y
(Roma, 1693) y el muy curioso del editor Dominici de Rubeis, Romanae Magnitudinis
Monumenta […] [FIG. 4], con numerosos grabados de desigual calidad, algunos más finos
de P. Bartoli, pero interesante porque reproduce construcciones romanas sorprendentes,
por ejemplo el circo de Nerón con el obelisco que hoy se yergue en la plaza de San Pedro o
una deliciosa interpretación de la isla Tiberina. Del arqueólogo y erudito crítico de pintura
Bellori, Veteres arcus Augustorum, (Roma, 1690), con minuciosos grabados de los relieves
que les exornan. Otra cosa son los magníficos de Piranesi De Romanorum Magnificentia
et Architectura (Roma, 1761) [FIG. 5]. Sabatini adquirió este libro, y no el famoso Carceri
d´invenzione, movido no tanto por la belleza de los grabados –las Prisiones son un paradigma
a este respecto– sino por su valor testimonial, aunque en los edificios reproducidos, frente
a las estampas realistas de Stuart y Revett, haya un tanto de fantasioso.
Junto a los tratadistas «clásicos» también encontramos los del momento. Del editor
Domenico de Rossi, Studio d´architettura Civile di Roma[…] (Roma, 1702), con alzados
de iglesias y palacios barrocos9; Guarino Guarini, Architettura Civile […] (Turín, 1737),
tratado en cinco partes; Margaritis, Proposizioni teorico-pratiche d´architettura civile (Milán
1766); y Luigi Vanvitelli, Dichiarazione dei disegni del Reale Palazo di Caserta (Napóles,
1756), un libro sobre el palacio donde el propio Sabatini había intervenido, de gran
tamaño e ilustrado con magníficos grabados de planos, secciones, alzados, etc. [FIG. 8].
Sabatini hubo de conocer a Filippo Juvarra, el prestigioso arquitecto que trabajó en
España y murió en Madrid en 1736. Su obra debió de interesarle, ya que tenía un libro
sobre la iglesia de San Felipe de Turín y un enigmático Casa de recreo del rey de Turín,
folio, pasta (sic), que deduzco pueda tratarse de La Venaria Reale. Palazzo di piacere e
di caccia […] (Turín, 1674), del arquitecto A. Castellamonte, quien había intervenido
en el palacio proyectado por Juvarra.
Esta selecta biblioteca de arquitectura italiana se complementa con dos obras que
se adentran en problemas de técnica y estabilidad, cual son: Domenico Fontana, Della
trasportatione dell´obelisco vaticano et delle fabriche di nostro Signore Papa Sisto V (Roma,
1590), y Carlo Fontana, Il Tempio Vaticano e sua origine (Roma, 1694).
El obelisco egipcio, transportado a Roma desde Egipto hacia el año 40 fue instalado
en el circo de Nerón, en la colina Vaticana, lugar del martirio de San Pedro10. Mide 25
Pestum. Su vida transcurrió en España, al servicio del rey, pero nunca olvidó Italia. Poseía
libros sobre arquitectura veneciana, saboyana, y piamontesa y sobre todo de la ciudad de
Roma, la hacedora del mundo barroco, además de monografías sobre edificios de París o
Ámsterdam. No le eran ajenos los postulados del renacimiento italiano, ni la obra de los
grandes arquitectos barrocos y, como veremos, aunque la cultura en el siglo XVIII se desplace
a Francia y en París se impriman los famosos tratados sobre arquitectura y fortificación,
siempre contará en su biblioteca con algún libro italiano sobre estos temas.
En enero de 1784, el rey, en agradecimiento a los servicios prestados, nombraba a
Francisco Sabatini «director comandante del ramo de Fortificaciones», con las prerroga-
tivas del decreto de 1774, por el que se había establecido «la nueva planta del cuerpo de
ingenieros». Habría de dejar la dirección de las academias y «entregarse a los planos».
El ingeniero Sabatini contaba con una sólida formación en matemáticas y geometría;
conocía a Euclides, Newton [FIG. 10], Euler, etc. Las matemáticas eran necesarias para
entender las nuevas formas de arquitectura militar, pero, además, sabía de física, de
hidráulica y de materias afines. Y, aunque no considerara «necesario» el dibujo para
un ingeniero, tenía libros sobre perspectiva e incluso sobre ornamentación (Berain),
y él mismo dibujó a la aguada los candelabros para el altar mayor de la catedral de
Segovia, amén de los proyectos para éste. Así pues, antes de adentrarnos en el capítulo
de ingeniería y fortificación, detengámonos un momento en los libros de perspectiva.
Durante el siglo XVIII la enseñanza de la perspectiva en las academias militares
tuvo un valor similar a las matemáticas y otras disciplinas15. El dominico y matemático
E. Danti editó Le due regole della prospettiva (Roma, 1583), de Barozzi da Vignola,
en el que se explican los métodos de ejecución de perspectivas mediante teoremas y
demostraciones16. El tratado de A. Pozzo, Perspectiva Pictorum Architectorum (Roma,
1693), tuvo una enorme influencia en la España del siglo XVIII, a través de la enseñanza
en los colegios de La Compañía17. Otros dos tratados, el de F. Galli Bibiena (1753), y
el de S. Jeurat (1750) se abren al mundo de escenografía y de la pintura. Este último
enlaza, sin embargo, con La science des ombres par raport au dessin» (París, 1750), de
Dupain de Montesson [FIG. 11]. Está dedicado a un gran mando del ejército francés, a
quien le dice que le será de gran utilidad. Su objetivo era formar buenos dibujantes,
en el ejército o en el cuerpo de ingenieros, capaces de manejar el color y apreciar la
sombra como generadora del volumen.
Las matemáticas eran esenciales, –tesis sostenida por Deidier que la consideraba la
más abstracta de las ciencias18– y en menor medida la física –«de todas las ciencias la física
es la más perfeccionada por la experiencia y sus observaciones» (Musschenbroek)– en la
formación del ingeniero. En la biblioteca de Sabatini se registran cerca de un centenar
de publicaciones científicas si añadimos los de hidráulica y otras materias similares. Del
famoso, y mil veces citado Euclides, Euclidis Elementorum (Roma, 1589); del conocido
astrónomo Cristóbal Clavio, La prospettiva di Euclide, (Florencia, 1623), I. Danti, Elementi
d´Euclide (Pesaro, 1619), y A. Tacquet, Elementa euclidea geometriae (Basano, 1781).
Escoger entre este cúmulo de obras científicas es un riesgo, sobre todo si se es ajeno
a estas disciplinas. He seleccionado las siguientes: Isaac Newton, Philosophiae naturalis
principia matemática (Génova, 1739), en latín, y Arithmetica universalis (Lyon, 1732);
Belidor, Nouveau cours de mathematique a l´usage de l´artillerie et du genie (París,1725);
L. Euler, Institutiones calculi differentialis cum eius usu in analisi finitorum (San Pe-
tersburgo, 1755); en latín, C. Wolfii, Elementa matheseos universae, (Génova, 1743)
[FIG. 12], y R. J. Boscovich, Elementorum universae mathesos, (Roma, 1754); M. l´Abbe
Deidier, La mesure des surfaces et de solides […], (París, 1740) y Éléments generaux […]
Si se consideran todos los diferentes trabajos donde los Ingenieros llevan la dirección se
convendrá que no hay profesión que exija más conocimientos que la suya […] en fin, se
puede decir que un buen ingeniero es un hombre universal, que nada honra más a Francia
que tener un gran número capaz de todas las cosas a las que me he referido.
Emplea las matemáticas para calcular el espesor de los muros y expone su teoría
completa de bóvedas con ejemplos de aplicación. De hecho, el libro II de este importante
compendio (el primer manual de ingeniería) está dedicado enteramente a la «Mecánica
de las Bóvedas»19. Pero, así mismo el cap. II «Del conocimiento de los cinco órdenes
en general», con láminas donde se reproducen monumentos de la antigua Roma, con
referencias a Vitruvio, Serlio, Vignola, Scamozzi…, y el Libro V a la decoración. En
suma, un libro para ingenieros y también para arquitectos.
El segundo autor es el matemático Gillaume Le Blond. En el Traité de l´Artillerie
ou des armes[...] (París, 1763) [FIG. 17], trata del cañón, de los morteros, de las balas,
granadas, de las minas; «de las municiones necesarias para formar el asedio o ata-
que de una plaza». Escribe en el prólogo de Elementos de fortificación […] (Madrid,
1776): «Una de las partes más esenciales del Arte Militar es la Fortificación, cuyo
conocimiento no solo interesa a los Ingenieros y Artilleros, sino también a los Oficiales
generales que pueden tener a su cargo el ataque y defensa de las Plazas». El objeto
del tratado es proporcionar ideas exactas sobre la fortificación y mantener sus reglas y
principios fundamentales para que cualquiera, por sí solo, pueda aplicarlas útilmente
a la construcción de toda especie de obra. «Nos parece no haber omitido en esta obra
cosa alguna esencial a los Elementos de Fortificación y aunque se hayan escrito otras
Habrá cuatro meses que me encontré con carta de Sabattini con quien no tenía yo más
relación que haberle tratado ahí cuatro o seis veces, en la que me decía, que habiendo el
Rey determinado erigir una nueva Academia de Cadetes en Segovia, y preguntándole el
Conde de Gazzola al mismo Sabattini si tenía noticia de algún sujeto hábil para maestro
de la nueva Academia, le respondió que en España no hallaría otro más a propósito que yo.
1. En el testamento se registraron los libros. A veces, el escribano no entendía bien el nombre del autor por ejemplo Chambru
por Chambers, o el título, Las Lógicas de Rafael por Las Logias de Rafael, otras no se anotaban el lugar y fecha de edición.
Los títulos abreviados y siempre en castellano. Todo dificulta la búsqueda del libro en el idioma original. En ocasiones, las
menos, no lo he encontrado. Por lo general los títulos son muy largos, por lo que he optado por transcribir las primeras y
últimas palabras. La relación íntegra de los libros en RUIZ, 1993.
2. RODRIGUEZ, 1993.
3. LLAGUNO, 1829.
4. El manuscrito no se registró en el inventario, frente a otros de los que se tomó nota, lo que me hace pensar si no fue escrito
por el propio Sabatini. Afirma que las conversaciones con personas en las cortes de Roma, Nápoles, Ginebra, Turín y Francia
y en los puertos de Marsella, Génova y Livorno, y «por último en nuestra Nación y Corte española y los abusos y defectos
que he notado en algunos facultativos contrarios a más fija experiencia y a lo que nos enseñan diversos autores sobre el
modo de hacer el Chocolate […] me estimuló todo ello a formar esta corta obrita». Narra la procedencia del cacao, que fue
descubierto, en 1520, en Nicaragua, Guatemala y confines de Méjico, por un soldado, llamado Benzu, que le dio el nombre
de Cacavi. Los españoles denominaron a estas regiones «Paraíso de Mahoma», por ser «un país abundante de exquisitos y
regalados árboles, entre los cuales se distinguió como otro leño de la vida el Cacavele y de Mahoma porque no tenía más ley
que la del apetito».
5. DUMONT, G.P.M., Suite des plans. Coupes, profiles […] de Pesto […] mesurés et dessines par J.G. Souflot architecte du roy en
1750, París, 1764.
6. MOLEON, 2002.
7. El manuscrito fue depositado en la Real Academía de Bellas Artes de San Fernando y editado por vez primera en 2014.
8. VENTURI, 1979.
9. RODRÍGUEZ, 2013. Según éste el libro de Rossi fue un verdadero manual para la enseñanza de la arquitectura en la Academia
de San Luca, en Roma, y contó con una amplia difusión en España.
10. Sabatini tenía un ejemplar de Rubeis (1699) en que el grabador P. Bartoli inserta un fino grabado con la reconstitución del
circo presidido por el obelisco.
11. LÓPEZ, 1998.
12. En este sentido de la atracción por la cúpula florentina es interesante recordar que a Sabatini se debe la fachada de San
Francisco el Grande de Madrid (1784), edificio cuya cúpula –la cuarta más grande de Europa- había cerrado en 1770 Plo
y Camín, un «maestro de obras» no reconocido oficialmente como arquitecto, del que poseía un ejemplar de El arquitecto
práctico. Civil, militar y agrimensor, Madrid,1767.
13. LÓPEZ, 1998.
14. BAILS, 1983.
15. GALINDO, 2008.
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Una de las finalidades de Lecciones Juanelo Turriano de
Historia de la Ingeniería es la publicación de conferencias
impartidas por especialistas reconocidos, en el marco de
cursos vinculados al ámbito universitario y que pretenden
contribuir al conocimiento del pasado y el patrimonio de
la ingeniería.