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ANA DE JESÚS (1545-1621)

BEATA
ANA DE JESÚS (LOBERA)
(1545-1621)
Ildefonso Moriones

ANA DE JESÚS
(1545-1621)
BEATA

PAMPLONA 2021
Patrocina Anne de Barsy
© Ediciones “El Carmen”
C/ M. Iradier, 2 B
01005 Vitoria
INTRODUCCIÓN
Ana de Jesús colaboró con santa Teresa durante los do-
ce últimos años de su vida de Fundadora y a su muerte
tomó el testigo difundiendo sus escritos y continuando sus
fundaciones en España, Francia, Flandes y Polonia. Tam-
bién durante los últimos 12 años de vida de san Juan de la
Cruz fue su discípula aventajada, mereciendo de él su co-
mentario al Cántico espiritual.
Pero lo que quizá más caracterizó la vida de Ana de Je-
sús, al menos en la versión difundida por los historiadores,
fue su fidelidad a las Constituciones teresianas y su tesón
por defender la versión impresa en 1581 con plena satis-
facción de la Santa. Sin embargo, conviene tener presente
que, al poner de relieve esta faceta, no siempre se ha teni-
do en cuenta que, más que a la defensa de las normas, ella
miraba a la defensa de la “santa libertad” que con esas
normas la Madre Fundadora quiso garantizar a sus hijas.
Ana de Jesús es un modelo de priora según el corazón
de Teresa. A lo largo de su vida no tuvo mayor deseo que
el de ayudar a sus hijas a encontrarse con la Santa, sabien-
do que ella era la mejor maestra para conducirlas al en-
cuentro con Cristo. La pedagogía teresiana era fruto de
una larga experiencia de vida, y las jóvenes que acudieron
a su escuela alcanzaban en poco tiempo un nivel de per-
fección que a ella le había costado muchos años y muchas
lágrimas. Por eso la Santa, al constatar que su fórmula
era la adecuada, no sólo la defendió de quienes preten-
dían mejorarla, sino que advirtió a sus hijas que no se la
dejaran mudar.

5
Dicho esto, paso a exponer brevemente las característi-
cas de este libro. Reproduce parcialmente el publicado
bajo el título Ana de Jesús Hija y Coadjutora de Santa
Teresa (Pamplona 2019, 574 páginas). He pensado que
sería útil reducir la extensión y el número de textos cita-
dos, sin que por ello se pierda lo esencial de esta historia,
para facilitar las traducciones a otras lenguas con ocasión
de la beatificación de la protagonista.
Después de ver a la madre Ana de Jesús en perfecta sin-
tonía con santa Teresa y sus principales colaboradores, y
de recordar brevemente los puntos fundamentales de las
Constituciones que ella defendió con tesón hasta el final
de sus días, se exponen las novedades que, a partir de
1585, comenzaron a introducirse en el gobierno de los
Descalzos, y que afectaban también a la vida de las Des-
calzas. Las nuevas normas, introducidas por quienes se
creían depositarios del método más eficaz para alcanzar la
perfección religiosa, se desviaban de la pedagogía teresia-
na, basada en la “santa libertad”. Por eso la madre Ana de
Jesús, el 13 de octubre de 1588, obtuvo del Nuncio la con-
firmación las Constituciones de las monjas; y, al constatar
que dicha confirmación no era suficiente para detener los
pasos de los innovadores, recurrió al Papa en 1589. Tras el
oportuno examen en la Congregación de Obispos y Regu-
lares, las Constituciones teresianas fueron aprobadas y
confirmadas por Sixto V en 1590.
La abundante documentación del decenio 1585-1595
permite seguir al detalle la actuación, de la madre Ana de
Jesús y sus colaboradores, por un lado, y, por otro, la de
quienes se sintieron en el deber de oponerse a la iniciativa
de Ana de Jesús. Es un hecho que, por mérito suyo, ade-
más de Sixto V, aprobaron las Constituciones teresianas

6
Inocencio IX, Clemente VIII y Paulo V. Sin embargo, han
llegado hasta nuestros días las dudas de los historiadores
sobre el fundamento con que Ana de Jesús llevó a Francia,
a Flandes y a Polonia las Constituciones aprobadas por el
Papa Sixto V.
En cuanto a las fundaciones en Francia, se clarifican al-
gunos aspectos que ayudarán a comprender mejor el papel
de Pedro de Bérulle en el desarrollo del Carmelo Tere-
siano francés.
Al hablar de las fundaciones en Flandes, en la primera
parte del capítulo, se reproducen numerosas páginas del
epistolario de Ana de Jesús, que manifiestan el realismo
con que ella procedía en su tarea de fundadora; mientras
que, en la segunda, se esclarecen las dificultades que tuvo
que afrontar durante los años 1612-1614 para conservar
intactas las Constituciones teresianas.
El capítulo once nos permite asomarnos al alma de
Ana de Jesús, asociada a la Pasión de Cristo durante su
larga enfermedad y el capítulo doce recoge el testimonio
de la comunidad que acompañó a la madre Ana durante el
último período de su vida (1607-1621).
Finalmente, en el capítulo trece se exponen brevemente
las circunstancias históricas que contribuyeron a prolongar
la duración del proceso de beatificación de Ana de Jesús.
Pamplona, 1 de octubre de 2020.
P. ILDEFONSO MORIONES, O.C.D.

7
Capítulo I
INFANCIA Y JUVENTUD
DE ANA DE LOBERA

1. MEDINA DEL CAMPO


Ana de Lobera nació en Medina del Campo el 25 de
noviembre de 1545, fiesta de santa Catalina. Sus padres
fueron Diego de Lobera, natural de Plasencia y Francisca
de Torres, oriunda de Vizcaya según algunos testigos. Jun-
to con sus padres le esperaba un hermanito llamado Cris-
tóbal. Acerca del nombre que le impusieron, comenta
Manrique que, como se suele poner a los hijos el nombre
de los abuelos, llamándola Ana la declararon hija de María
para que ella la protegiese.
Algunos meses después del nacimiento de Ana falleció
su padre, por lo que doña Francisca tuvo que cargar con
toda la responsabilidad de la familia.
La niña creció sin problemas de salud, pero con una li-
mitación que dejó perplejos a sus familiares, que hasta
dudaron de si sería sordomuda: a la edad en que todos los
niños suelen comenzar a pronunciar las primeras palabras,
o sonidos que lo parecen, ella continuaba en completo si-
lencio. El caso es que, al cumplir los siete años, rompió a
hablar con toda normalidad y nadie supo explicarse el
misterio. Aprendió en seguida las oraciones, a las que se
mostró muy inclinada, y también aprendió rápidamente a
leer, como si quisiera recuperar el tiempo que había pasa-
do sin saberlo.

9
Su madre la preparó para que recibiese el sacramento
de la Confirmación a los siete años, como se acostumbra-
ba, y la niña lo tomó tan en serio que hasta se quiso cam-
biar el nombre y llamarse en adelante Francisca, pero su
madre no se lo consintió1.
Tenía nueve años Ana cuando perdió también a su ma-
dre y la abuela materna recogió en su casa a los dos huér-
fanos. Al perder a su madre, Ana redobló su devoción a la
Virgen, recitando todos los días el Oficio parvo y otros
himnos con ayuda de su hermano, e iniciando la siguiente
práctica que mantuvo hasta su entrada en la vida Reigosa:
cada vez que se despertaba por la noche saludaba a la Vir-
gen María recitando un Ave María de rodillas y con la
mayor devoción2.
A los 12 años (algunos testigos afirman que a los 10)
hizo voto de virginidad. Al enterarse de ello su abuela, que
ya estaba pensando en prepararle un casamiento honroso,
le dijo que era demasiado pequeña para hacer el voto y
que ella, como tutora, se lo podía anular. Ana le respondo:
“Yo le haré tantas veces que valdrá”. Es la única frase de
su infancia que ha llegado hasta nosotros, gracias al testi-
monio de Beatriz de la Concepción, y que revela ya la
firmeza de carácter que la distinguirá durante toda su vi-
da3.
La insistencia de la abuela en buscarle un buen esposo
y la perseverancia de la nieta en mantener su propósito de
no admitir otro esposo que Cristo, creó una situación que

1
Positio, p. 298.
2
Positio, p. 299.
3
BEATRIZ, Lettres choisies, pp.15-16.

10
Ana pensó podía solucionarse solamente cambiando de
ambiente. En 1560, cuando iba a cumplir los 15 años, de
acuerdo con su hermano que compartía su vocación y sus
ejercicios de piedad, le expuso a la abuela de Medina del
Campo el deseo de hacer un viaje a Plasencia para conocer
a la otra abuela, que también había manifestado el deseo
de recogerlos en su casa al quedar huérfanos, y conocer
además al resto de la familia de su padre. Al presentarle la
ida como una visita a los otros familiares y con intención
de regresar, la abuela no pudo decir que no y les dejó mar-
char a los dos, junto con un tío que había venido para
acompañarlos en el viaje.

2. PLASENCIA
En Plasencia se encontró Ana con que el cambio de
ambiente no era suficiente para lograr su principal objeti-
vo. No sólo no pasó desapercibida entre sus coetáneas,
sino que pronto comenzó a sobresalir y hasta le regalaron
el epíteto de “la reina de las mujeres”. Además la abuela
paterna pensaba igual que la materna y todo eran lisonjas
y poner de relieve sus cualidades para procurarle un espo-
so del entorno de la familia. La muerte de una amiga de su
misma edad le ayudó a tomar la decisión de cortar por lo
sano: en el banquete con ocasión de la Primera Misa de un
pariente suyo, el 6 de diciembre de 1560, recién entrada en
los 16 años, cuando todos los invitados estaban ya senta-
dos a la mesa, faltaba sólo ella... La mandaron a llamar
por dos veces y al fin se presentó vestida de beata, con
una túnica negra y un velo hasta las cejas y el pelo corta-
do. Pasada la sorpresa, todo el mundo entendió que la de-
cisión de Ana de entregarse a Dios era definitiva y la deja-
ron seguir en paz su camino. En 1561 Hace voto de entrar

11
en la Orden más estricta y promete no buscar el propio
gusto en nada4.
Justo por esas fechas estaban fundando los Jesuitas un
colegio en Plasencia y su hermano Cristóbal se sumó a
ellos ya en 1560. Entre los fundadores llegó el padre Pe-
dro Rodríguez, santo varón que en 1558 había entrado en
la Compañía ya sacerdote con 34 años de edad. A él acu-
dió Ana a los 17 años exponiendo sus deseos y pidiéndole
fuera su director. Manrique cuenta que se presentó dicien-
do:
“Que arrancase de su voluntad todas las yerbas malas
que conociese haber y la plantase de todas las virtudes;
que supuesto que de parte suya no había de hallar en
nada resistencia, lo que faltase, faltaría por él y le pedi-
ría Dios estrecha cuenta”5.
De los 17 a los 24 años vivió en Plasencia dedicada de
lleno a la vida de oración y de servicio a los demás, visi-
tando enfermos, colaborando en la parroquia, siempre dis-
puesta para cualquier obra buena, a la espera de encontrar
una Orden religiosa que colmara sus deseos de perfección.
La única dificultad que le impide el cumplimiento de su
voto de hacerse religiosa es, que ni ella ni su director lo-
gran encontrar un convento donde reine la “estrechura de
vida” por ella deseada. En estas circunstancias tiene lugar
un hecho providencial: el padre Pedro Rodríguez es desti-
nado a Toledo, donde por medio del padre Pablo Hernán-
dez viene en conocimiento de las fundaciones que por en-
tonces andaba realizando la madre Teresa de Jesús y avisa

4
Positio, pp. 302-304.
5
MANRIQUE, p. 30; Positio, pp. 306-307.

12
inmediatamente a su dirigida: “Aquí he hallado una mujer
santa que con autoridad apostólica funda monasterios con
la religión que vos deseáis. Es natural de Ávila y llámase
Doña Teresa de Ahumada”, añadiendo a continuación un
resumen de lo esencial de la Regla y Constituciones.
“A mí me satisfizo tanto –prosigue la madre Ana, que
es quien nos ha transmitido las palabras de su director–
que luego escribí a este Padre, que se llamaba el P. Pe-
dro Rodríguez, que diese cuenta a la santa Madre de
mis deseos y de la causa por qué hasta entonces no ha-
bía tratado de cumplirlos, porque yo, hasta saber lo que
a la Santa le parecía, y a dónde y cómo, no la escribía.
Él la mostró mi carta, y al punto me recibió, diciendo
que de tres o cuatro casas que entonces tenía fundadas
me viniese a la que quisiese, aunque a ella le daría más
gusto me viniese a tomar el hábito a la de Ávila por ser
la primera que había fundado y ser ella de allí Priora
entonces, que, aunque andaba por allá fundando, se ha-
bía de venir luego allí a Ávila”6.

6
ANA DE JESÚS, Declaración en el proceso de Salamanca, BMC 18, p.
461.

13
Capítulo II
HIJA Y COADJUTORA
DE SANTA TERESA

1. Novicia de santa Teresa.- 2. Superiora de la madre Funda-


dora.- 3. El encuentro con el padre Gracián.- 4. Defensora de
la obra de Teresa.- 5. Un episodio significativo de los primeros
tiempos.- 6. Detalle de la pedagogía de Ana de Jesús.- 7. Dis-
cípula de san Juan de la Cruz.
El título de este capítulo, que sirvió para la versión más
extensa del libro, se lo atribuyeron muy pronto a la madre
Ana de Jesús sus primeras hijas, y vamos a ver brevemen-
te el fundamento con que lo hicieron.

1. NOVICIA DE SANTA TERESA


Ana pensó llamarse de San Pedro, pero santa Teresa le
sugirió que se llamase como ella: de Jesús. Vistió el hábi-
to en Ávila el 1 de agosto de 1570 y a mediados de mes
llegó la Santa como le había prometido. Tuvo, pues, como
maestra desde el principio a la made Fundadora, que a
fines de octubre, marchó a fundar en Salamanca. Inaugu-
rada la fundación con una compañera el 1 de noviembre,
completó la comunidad en los días sucesivos con dos
monjas de Medina del Campo, una de Valladolid y tres de
Ávila, entre las que se encontraba Ana de Jesús (“me trajo
nuestra Madre a la fundación de esta nuestra casa de Sa-
lamanca”, dice ella misma). En Salamanca, la novicia
compartió celda durante un año con la madre Fundadora.

15
La casa estaba todavía dando sus primeros pasos cuan-
do el visitador dominico, Pedro Fernández, nombró a Te-
resa priora de la Encarnación de Ávila (lo fue octubre de
1571 a octubre de 1574), aunque conservando su conven-
tualidad en Salamanca como anota María de San José7.
Ana de Jesús, que profesó el 22 de octubre de 1571, quedó
al cuidado de las novicias, y además la Santa encargó a la
priora que contara con su consejo para el gobierno de la
comunidad. Un detalle importante, que marcó el aprendi-
zaje de Ana de Jesús, nos lo recuerda el párrafo con que la
Santa concluye el capítulo 19 de sus Fundaciones:
“En ningún monasterio de los que el Señor ahora ha
fundado de esta primera Regla no han pasado las mon-
jas, con mucha parte, tan grandes trabajos. Haylas allí
tan buenas, por la misericordia de Dios, que todo lo lle-
van con alegría. Plega a Su Majestad esto les lleve ade-
lante, que en tener buena casa, o no tenerla, va poco;
antes es gran placer cuando nos vemos en casa que nos
pueden echar de ella, acordándonos cómo el Señor del
mundo no tuvo ninguna. Esto de estar en casa no pro-
pia, como en estas fundaciones se ve, nos ha acaecido

7
MARÍA DE SAN JOSÉ, Libro de recreaciones, 8ª recreación, citan-
do las palabras del acta de Pedro Fernández del 9 de octubre de
1571: “... la quito de la conventualidad de la Encarnación y hago
conventual de los conventos de la primera Regla, y ahora la asigno y
hago conventual del monasterio de descalzas de Salamanca, y por
cualquier vía que acabe el oficio de priora de la Encarnación que al
presente tiene, la revoco del dicho monasterio y la hago moradora del
de Salamanca. Y durante el dicho oficio también quiero que, cuanto
a la conventualidad, pertenezca al dicho monasterio de Salamanca,
aunque por esto no le quito el oficio de priora de la Encarnación, que
bien lo puede ser con pertenecer su conventualidad a Salamanca” (en
Escritos espirituales, p. 179).

16
algunas veces; y es verdad que jamás he visto a monja
con pena de ello. Plega a la divina Majestad que no nos
falten las moradas eternas, por su infinita bondad y mi-
sericordia, amén amén”.
De Salamanca la llevó santa Teresa como priora para la
fundación de Beas, que tuvo lugar el 24 de febrero de
1575. Mientras planeaba esta fundación había escrito:
“Llevo para priora a Ana de Jesús, que es una que to-
mamos en San Josef –de Plasencia– y ha estado y está
en Salamanca. No veo ahora otra que sea para allí”8.

2. SUPERIORA DE LA MADRE FUNDADORA


Al inaugurarse el nuevo convento, Ana de Jesús tenía
29 años y se convirtió en “superiora” de la Madre Funda-
dora durante casi tres meses:
“Cuando estaba en alguna fundación –declara la madre
Ana en el proceso de la Santa, pensando sin duda en la
de Beas–, en nombrando Priora por el prelado o elec-
ción, no hacía más oficio de Mayor ni aun una señal en
el coro, y si no estaba presente la Priora y la pedían lo
hiciese, decía: ‘hágala la madre Supriora, que yo no soy
aquí más que una de ellas’; y ni en lugar ni en cosa an-
daba sino como las otras”9.
Sesenta años más tarde recordará Teresa de Jesús, una
de las primeras novicias de Bruselas, que la madre Ana les
había contado cómo, cuando fue elegida priora, “nuestra

8
Carta a María Bautista, fin. septiembre 1574, n. 6.
9
BMC 18, p. 470.

17
Santa Madre Teresa de Jesús fue la primera en prestarle
obediencia”10.
La Santa no iba con intención de quedarse tanto tiempo
en Beas, pero las dificultades que surgieron para alcanzar
la licencia de fundar en Caravaca la detuvieron allí hasta
el 18 de mayo. Ese retraso fue providencial y le propició a
mediados de abril una visita que marcó para siempre el
rumbo de su vida.

3. EL ENCUENTRO CON EL PADRE GRACIÁN


Nacido en Valladolid el 6 de junio de 1545, Jerónimo
Gracián era unos meses mayor que Ana de Jesús y se or-
denó de sacerdote el 25 de marzo de 1570, el mismo año
en que ella tomó el hábito. Su vocación a la Orden de
Nuestra Señora fue una conquista de santa Teresa por me-
dio de sus hijas de Pastrana gobernadas por Isabel de San-
to Domingo. Tomó el hábito de Carmelita Descalzo el 25
de abril de 1572 y el 6 de mayo escribía a su madre doña
Juana: “Las monjas que hay aquí de la misma Orden, cier-
to que nunca tal pudiera creer si no lo viera por mis
ojos”11.
De la misma forma que Pedro Fernández nombró a la
Santa priora de la Encarnación, el padre Francisco Vargas
nombró a Gracián Visitador Apostólico de los Carmelitas
de Andalucía el 13 de junio de 157412; y el nuncio Orma-
neto lo nombró de nuevo visitador de los Carmelitas anda-
luces con fecha 22 de septiembre del mismo año13. Con
10
Positio, p. 368.
11
Carta 2, BMC 17, p. 289.
12
MHCT 1, doc. 71.
13
MHCT 1, doc. 75.

18
ese título, para recibir instrucciones del Nuncio, iba ca-
mino de Madrid y rodeó por Beas para encontrarse con la
madre Fundadora. Como además su compañero tardaba en
llegar, tuvieron tres semanas largas para cambiar impre-
siones. “Ha estado esperando a Mariano, –escribe la San-
ta– que nos holgábamos harto tardase”14. Ana de Jesús y
María de San José estaban entre las que se holgaban del
retraso de Mariano.
La fuente insustituible para conocer la trascendencia
para la historia de la Orden de esos momentos vividos en
Beas al comienzo del priorato de Ana de Jesús, es el capí-
tulo 23 de las Fundaciones, escrito por la Santa antes de
noviembre de 1576. Aunque conviene releerlo por entero,
nos limitaremos a recordar aquí las siguientes palabras:
“Ni me ha parecido (pues esto, si se hubiere de ver, será
a muy largos tiempos)15, que se deje de hacer memoria
de quien tanto bien ha hecho a esta renovación de la
Regla primera. Porque, aunque no fue él el primero que
la comenzó, vino a tiempo que algunas veces me pesa-
ra de que se había comenzado, si no tuviera tan gran
confianza de la misericordia de Dios. Digo las casas de
los frailes, que las de monjas –por su bondad– siempre
basta ahora han ido bien; y las de los frailes no iban
mal, mas llevaba principio de caer muy presto; porque,
como no tenían provincia por sí, eran gobernados por
los calzados. A los que pudieran gobernar, que era el
padre fray Antonio de Jesús, el que lo comenzó, no le
daban esa mano, ni tampoco tenían Constituciones da-
das por nuestro reverendísimo padre General. En cada

14
Carta del 12-5-1575, n. 3, a Isabel de Santo Domingo.
15
Lo hará imprimir Ana de Jesús en Bruselas en 1610.

19
casa hacían como les parecía. Hasta que vinieran u se
gobernaran de ellos mesmos, hubiera harto trabajo,
porque a unos les parecía uno y a otros otro. Harto fati-
gada me tenían algunas veces.
Remediólo nuestro Señor por el padre maestro fray
Jerónimo de la Madre de Dios, porque le hicieron co-
misario apostólico y le dieron autoridad y gobierno so-
bre los descalzos y descalzas. Hizo Constituciones para
los frailes –que nosotras ya las teníamos de nuestro re-
verendísimo padre General, y ansí no las hizo para no-
sotras, sino para ellos– con el poder apostólico que te-
nía y las buenas partes que le ha dado el Señor, como
tengo dicho. La primera vez que los visitó lo puso todo
en tanta razón y concierto, que se parecía bien ser ayu-
dado de la divina Majestad y que nuestra Señora le ha-
bía escogido para remedio de su Orden, a quien suplico
yo mucho acabe con su Hijo siempre le favorezca y dé
gracia para ir muy adelante en su servicio, amén”.
El balance de ese encuentro de la Santa con el padre
Gracián quedó plasmado en su carta del 12 de mayo de
1575 a Isabel de Santo Domingo:
“¡Oh madre mía, cómo la he deseado conmigo estos
días! Sepa que a mi parecer han sido los mejores de mi
vida, sin encarecimiento. Ha estado aquí más de veinte
días el padre maestro Gracián. Yo le digo que con
cuanto le trato no he entendido el valor de este hombre.
Él es cabal a mis ojos, y para nosotras mejor que lo su-
piéramos pedir a Dios. Lo que ahora ha de hacer vues-
tra reverencia y todas es pedir a Su Majestad que nos le
dé por perlado. Con esto puedo descansar del gobierno
de estas casas, que perfección con tanta suavidad yo no
la he visto. Dios le tenga de su mano y le guarde, que

20
por ninguna cosa quisiera dejar de haberle visto y trata-
do tanto”.
La impresión que la Madre Fundadora causó al joven
Comisario Apostólico no fue menor:
“Estuve en Beas –escribe Gracián en 1591– muchos
días, en los cuales comentábamos todas las cosas de la
Orden, así pasadas como presentes, y lo que era menes-
ter para prevenir las futuras; y demás desto, de toda la
manera de proceder en el espíritu, y cómo se había de
sustentar así en frailes como en monjas. Ella me exa-
minó a mí de todo cuanto sabía en esta doctrina, así por
letras como por experiencia. Me enseñó todo cuanto
ella sabía, dándome tantas doctrinas, reglas y consejos,
que pudiera escribir un libro muy grande de lo que aquí
me enseñó, porque como digo fueron muchos días, y
todo el día, fuera del tiempo de misa y de comer, se
gastaba en esto. Diome cuenta de toda su vida y espíri-
tu e intentos. Quedéle tan rendido, que desde entonces
ninguna cosa hice grave sin su consejo”16.
De Beas salió Gracián camino de Madrid, donde, el
Nuncio, como resultado del encuentro personal con él, le
otorgó otro breve más amplio, que extendía su jurisdicción
a todos los Carmelitas de Andalucía y a los Descalzos de
Castilla17.
La Santa, por su parte, dejando para más tarde la funda-
ción planeada en Caravaca, se dirigió a Sevilla como le
había ordenado el padre Gracián con su autoridad de Visi-
tador de Andalucía. Nótese que la fundación de Sevilla
16
Cf. Ana de Jesús, p. 50; J. GRACIÁN, Scholias... en Monte Car-
melo 68 (1960) p. 125, y MHCT 3, p. 571.
17
MHCT 1, doc. 84.

21
tiene lugar precisamente cuando están a punto de tomarse
en el Capítulo general de la Orden las disposiciones para
suprimir las fundaciones de Descalzos en Andalucía (30
de junio de 1575).
Aunque en el nuncio Ormaneto encontraron los Descal-
zos apoyo incondicional, con la llegada del nuncio Sega, a
fines de agosto de 1577, la balanza se inclinó a favor de
los Calzados, que movieron acusaciones contra Gracián
para evitar la visita. En ese contexto escribió la Santa a
Felipe II el 13 de septiembre:
“A mi noticia ha venido un memorial que han dado a
vuestra majestad contra el padre Gracián [...] que, si no
temiese el daño que puede hacer el demonio, me daría
recreación lo que dice que hacen las descalzas, porque
para nuestro hábito sería cosa monstruosa [...] Por amor
de Dios suplico a Vuestra Majestad no consienta que
anden en tribunales testimonios tan infames [...] Por
quitar la visita le levantarán a quien la hace que es here-
je, y adonde no hay mucho temor de Dios será fácil
probarlo. Yo he lástima de lo que este siervo de Dios
padece y con la rectitud y perfección que va en todo”.
Sega depuso a Gracián de su oficio de visitador el 23 de
julio de 157818, y 16 de octubre sometió Descalzos y Des-
calzas a la jurisdicción de los provinciales19.

4. DEFENSORA DE LA OBRA DE TERESA


La nueva situación creada por las disposiciones del Ca-
pítulo general de Plasencia tuvo también su repercusión en

18
MHCT 2, doc. 159.
19
MHCT 2, doc. 165 y 182.

22
el priorato de Ana de Jesús. Su intervención en esas cir-
cunstancias le ganó el título de “capitana de las prioras”.
De esos años se recuerdan en particular dos episodios, uno
sobre la visita de los provinciales y el otro sobre el viaje
de los Descalzos Juan de Jesús Roca y Diego de la Trini-
dad a Roma. Cuando el Provincial de Castilla comunicó
su intención de hacer la visita del convento de Beas, la
madre Ana respondió que, si venía en plan de amistad, le
recibirían con mucho gusto, pero que, si pensaba en una
visita canónica, sentirían no poder recibirlo porque perte-
necían a la jurisdicción de Andalucía. Alguna hermana al
oírlo le preguntó: Madre, si viniera ahora el Provincial de
Andalucía, ¿le daría vuestra reverencia la obediencia? Y
Ana respondió: Le diremos que pertenecemos a Castilla...
La intervención de Felipe II obligó al Nuncio a revisar
sus posiciones y abrió el camino hacia la solución defini-
tiva: la constitución, por parte del Papa, de una provincia
propia para descalzos y descalzas, sujeta directamente al
General de la Orden. Con ello se puso fin a “estos grandes
trabajos –comenta la Santa– que dicho tan en breve os
parecerán poco, y padecido tanto tiempo ha sido muy mu-
cho”20. También en esa fase descuella Ana de Jesús entre
las colaboradoras para correr con los gastos, poniendo los
400 ducados de una dote a disposición de los padres Juan
de Jesús Roca y Diego de la Trinidad enviados a Roma
para solicitar el Breve pontificio.
Con lo dicho hasta aquí queda suficientemente docu-
mentada la relación personal de Ana de Jesús con santa
Teresa durante los meses de convivencia de ambas en
Ávila, Salamanca y Beas. Durante los años siguientes

20
Fundaciones 28, 8.

23
mantuvieron el contacto epistolar característico de la San-
ta con sus principales colaboradoras. Aludiendo al tiempo
en que permaneció en Toledo, desde junio de 1576, cuan-
do por orden del padre General tuvo que suspender su ac-
tividad de Fundadora, dice Ana de Jesús:
“Me escribió muchas veces las grandes mercedes que
Dios allí la hacía, y que la había mandado Su Divina
Majestad nos escribiese para nosotras el libro de Las
Moradas, y que andaba con tanta oración y noticia de
lo que el Señor quería en él escribiese, que hasta el
nombre que había de poner en el libro le había dicho en
particular, y que tenía gran consuelo con el doctor Ve-
lázquez”21.
Por asociación de ideas, pasa Ana del Doctor Veláz-
quez a la escena de Don Cristóbal de Rojas en Sevilla y
prosigue:
“y de esto quedó ella tan confusa, que me acuerdo me
escribió: ‘Mire qué sentiría cuando viese un tan gran
prelado arrodillado delante de esta pobre mujercilla, sin
quererse levantar hasta que le echase la bendición en
presencia de todas las Religiones y Cofradías de Sevi-
lla’”22.
Estos detalles permiten intuir la importancia del influjo
que la madre Fundadora siguió ejerciendo en su discípula
aun después de haberse separado de ella. Fue precisamen-
te la intimidad de su correspondencia epistolar la que nos
ha privado de documentos de tanto valor:

21
Lo escribió entre el 2 de junio y el 29 de noviembre de 1577.
22
BMC 18, p. 469.

24
“Y por haberme tratado de muchas cosas en las cartas
que me había escrito –dice la madre Ana– viendo una
vez algo revuelta la Religión y contienda de prelados,
porque aún no los teníamos de nuestros Descalzos co-
mo ahora, me envió a mandar la Madre quemase todas
sus cartas. Yo lo hice”23.
Cerramos estas breves páginas sobre las relaciones de
Ana de Jesús con santa Teresa con unas palabras de la
misma interesada, que pueden servir de resumen:
“Conmigo, aunque indigna, se sabe la tenía muy estre-
cha [comunicación], y de veinte años que vivió en estas
casas de Descalzas la alcancé los once o más, [...] y de
estos once o más años que digo la alcancé, algunos
tiempos estuvimos juntas en algunos conventos dur-
miendo en una misma celda, y muchos días caminamos
juntas, y hasta la última semana que vivió no cesó de
escribirme, que lo hacía muy a menudo, y así pude sa-
ber mucho más de lo que he dicho ni se me acordará
para decir de sus virtudes, que fueron infinitas”24.

5. UN EPISODIO SIGNIFICATIVO DE LOS PRIMEROS


TIEMPOS
Francisca de la Madre de Dios (Saojosa), novicia de
Ana de Jesús en Beas y profesa de 1578, dejó el siguiente
testimonio sobre un episodio ocurrido al inicio de la fun-
dación. Respondiendo a la pregunta precisa que le hizo la
madre Beatriz de la Concepción cuando estaba recogiendo

23
Ibidem, p. 485.
24
BMC 18, p. 472.

25
noticias para escribir la vida de la madre Ana, describe así
lo sucedido:
“El clérigo se llamaba Alonso de Montalbo y era ma-
yordomo de la iglesia y tenía mucha ojeriza con nues-
tras rejas25. Al fin se fue a Madrid y sacó del Consejo
Real una provisión para hacer cerrar nuestras rejas.
Llegó aquí sábado en la noche, muy ufano con la provi-
sión que traía. Y domingo por la mañana se puso a las
puertas de la iglesia muy contento; y, dándole todos sus
amigos el bienvenido de Madrid con la provisión, y los
demás que se juntaban allí al rededor de él, todos a oír
lo que mandaba la provisión, se la leyó y dijo que dentro
de tres días había de cerrar las rejas con cal y canto.
Díjole uno de los que estaba allí: ‘Pues mire vuestra
merced lo que hace; no se tome con estas santas y le
cierren ellas a vuestra merced los ojos’. Rióse mucho el
clérigo y alzó más la voz y dijo: ‘Sean vuestras merce-
des todos testigos cómo de aquí a tres días verán las re-
jas cerradas y a mí tan sano y bueno como me ven’.
El domingo en la tarde, cuando él pensaba venir a ce-
rrar las rejas, a lo menos a notificar al convento la pro-
visión que traía, le dieron escalofríos y calentura; y el
lunes siguiente, a las cuatro de la tarde, que fue a la
misma hora que le dio el domingo, le dio más recia y
más angustia; y martes siguiente expiró a las cuatro de
la tarde; y miércoles por la mañana le enterraron, con
tan grande asombro y espanto de toda esta villa, que se
les pusieron los rostros desfigurados y todos temblando
decían: ‘No se tome nadie con Dios ni sus esposas, mi-
rá, mirá lo que pasa; escarmentad en cabeza ajena’.
25
La casa en que habían fundado era contigua a la iglesia y tenía una ven-
tana con reja que daba al templo.

26
Madre mía, entrando yo a ver a nuestra muy venera-
ble y santa madre Ana de Jesús me hizo una muy gran-
de venia y me habló con muy grande respeto. Yo, con-
siderando que no merecía tanta honra, me postré a sus
pies y le dije que, siendo mi prelada, que para qué me
hablaba con tanta humildad y llaneza, y díjome: ‘Oh hi-
ja mía, ¿cómo no he de estimar yo a las que son lumbre
de los ojos de Dios? Yo no soy sino basura’. Díjome
entonces: ‘No diga nada a nadie’. Yo le respondí: ‘Yo
se lo prometo a V.R.’ y díjome que cuando vino el ma-
yordomo de la iglesia mayor con la provisión aquel
domingo, acabando de comulgar, le dijo a nuestro Se-
ñor que cómo consentía que unas almas que habían de-
jado todos los pasatiempos y regalos por su amor y que
de noche y de día le estaban amando y sirviendo, una
cosa sola que tenían de alivio, que era oír los sermones,
consentía que se la quitasen; y que entonces la miró con
unos ojos muy hermosísimos y le dijo: ‘Tú y las almas
que están en tu compañía sois la lumbre de mis ojos;
Alonso de Montalbo ¿podrá él cegarme a mí la lumbre
de mis ojos? Por ventura –le dijo más Nuestro Señor–
¿podrá él llegar a la lumbre de mis ojos?’ Y que le res-
pondió la Santa: ‘No, Señor mío’; y entonces le respon-
dió nuestro Señor: ‘Pues menos os cerrará las rejas’. Y
el día que murió hizo que tomásemos toda la comuni-
dad disciplina, y que rezasen mucho por su alma y que
comulgasen por él. Y díjome la Santa, cuando me contó
esta merced que nuestro Señor le había hecho, que ha-
bía menester hacerse fuerza mucha para no mostrar
grande respeto a las religiosas y más amor, porque, de
que consideraba que eran lumbre de los ojos de Dios,
querría besar la tierra que pisaban, y, de que no la
veían, lo hacía, y que después que Su Majestad le hizo

27
esta merced, amaba mucho a las religiosas, mucho más
que a su mismo corazón y que a su vida”.

6. DETALLE DE LA PEDAGOGÍA DE ANA DE JESÚS


Un poco más adelante, en la misma declaración dirigida
a Beatriz de la Concepción, nos ofrece la madre Francisca
el siguiente detalle:
“Madre mía, ya sabe V.R. cómo nuestra santa madre
Ana de Jesús a todas las novicias que entraban en reli-
gión nos hacía luego hacer confesión general y nos de-
cía los pecados que sabía ella que teníamos vergüenza o
encogimiento de confesar y decía: ‘Yo hice este pecado
y le confesé de esta manera’; y así decía todos los pe-
cados que habíamos hecho y de la manera que los ha-
bíamos de confesar. Y yo le dije: ‘Madre mía ¿cómo
dice V.R. que ha hecho estos pecados siendo míos pro-
pios? Sí, que por facilitarnos y enseñarnos cómo los
hemos de confesar nos dice V.R. que los hizo y cómo
los confesó’. Y entonces se rió y me dijo que yo era su
hija y así que mis pecados eran suyos lo mismo que yo.
Me dice nuestra madre Catalina de la Cruz, que así le
pasó a ella y la madre Leonor Bautista y nuestras her-
manas Luisa del Salvador y la santa Isabel de Jesús, a
quien guarde Dios”26.

7. DISCÍPULA DE SAN JUAN DE LA CRUZ


De completar la formación de Ana de Jesús y revelarle
los más íntimos secretos del ideal teresiano se encargó
fray Juan de la Cruz. Ella misma nos ha dicho cómo se
26
Original en las Carmelitas Descalzas de Medina del Campo.

28
conocieron en 1570 cuando todavía los dos primeros des-
calzos no habían cumplido el primer bienio de vida y todo
era entusiasmo por la madre Teresa. El segundo encuentro
tuvo lugar ocho años más tarde: fray Juan viene de la cár-
cel de Toledo con el cuerpo deshecho y el alma llena de
Dios, y en el locutorio de Beas encuentra un oasis de paz
para su espíritu.
Apenas se entera la Santa de que fray Juan ha sido
nombrado prior del Calvario, se apresura a comunicar a
sus monjas de Beas la buena noticia recomendándoles que
se pongan bajo su dirección y encargando a fray Juan que
las atienda:
“Certifícolas que estimara yo tener por acá a mi padre
fray Juan de la Cruz, que de veras lo es de mi alma, y
uno de los que más provecho le hacía el comunicarle.
Háganlo ellas mis hijas con toda llaneza, que aseguro
la pueden tener como conmigo mesma y que les será de
grande satisfacción, que es muy espiritual y de grandes
experiencias y letras. Por acá le echan mucho de menos
las que estaban hechas a su doctrina. Den gracias a
Dios que ha ordenado le tengan ahí tan cerca. Ya le es-
cribo las acuda, y sé de su gran caridad que lo hará en
cualquiera necesidad que se ofrezca”27.
Fray Juan, apenas recobra las fuerzas suficientes, co-
mienza sus viajes semanales del Calvario a Beas para
ocuparse de la dirección espiritual de las religiosas.

27
Carta a las descalzas de Beas, fin. octubre de 1578.

29
Capítulo III
BAJO EL GOBIERNO DEL PADRE GRACIÁN

1. La nueva Provincia.- 2. Las Constituciones teresia-


nas.- 3. Gracián y la historia de la Orden.- 4. Fundación
de Granada.- 5. Un trienio que marcó época.

1. LA NUEVA PROVINCIA
Veinte años habían transcurrido desde que santa Teresa
recibió la autorización de la Santa Sede para iniciar su
aventura de Fundadora, cuando en marzo de 1581 pudo
por fin contemplar agradecida la obra realizada por Dios
por medio de su sierva. La presencia del padre Gracián al
frente de la nueva Provincia era la mejor garantía de que
su obra continuaría según los deseos de su corazón. Los
conventos de sus frailes que, en el momento crítico de los
comienzos, habían estado bajo el gobierno de dos Comisa-
rios apostólicos y tres provinciales diferentes, reunidos en
una única provincia podían –pensaba ella– conformarse
cada vez más a su ideal.
En cuanto a las monjas, el problema de que “en cada
casa hacían como les parecía” no se había presentado. En
la Orden del Carmen las monjas no estaban distribuidas en
provincias como los frailes, sino que dependían directa-
mente del padre General, el cual delegaba a provinciales o
visitadores para que lo representaran cuando era el caso.
Con la bendición de Rubeo, Teresa encontró el camino
abierto para ir multiplicando sus fundaciones por todo el
territorio de Castilla, sintiéndose siempre monja carmelita,

31
aunque dependiera en algunos momentos de los visitado-
res dominicos, nombrados por el Papa, o de los visitadores
carmelitas nombrados por el Nuncio. Al erigirse la Pro-
vincia de los Descalzos en 1581, aunque las monjas, como
los frailes, seguían siendo súbditas del General, de su go-
bierno inmediato se encargó el Provincial, padre Jerónimo
Gracián de la Madre de Dios, como había deseado santa
Teresa. Durante los cuatro años de su mandato las monjas
siguieron en paz el camino que les había trazado la Madre
Fundadora.

2. LAS CONSTITUCIONES TERESIANAS


Cuando santa Teresa, con autorización del papa Pío IV,
redactó las Constituciones en los primeros meses de vida
en San José de Ávila en 1562, introdujo algunas normas
que juzgó convenientes para el buen gobierno de sus ca-
sas. Tras haberlas experimentado durante 20 años, vio lle-
gado el momento de presentarlas al Capítulo en que se
debía instituir la nueva Provincia. Aquí nos limitaremos a
recordar las dos normas más importantes, en cuya defensa
trabajó Ana de Jesús durante más de treinta años28.
Las cartas de la Santa al padre Gracián durante las se-
manas que precedieron al Capítulo son la mejor fuente
para conocer el criterio teresiano a la hora de legislar para
sus monjas. Ante todo defiende con energía su competen-
cia en cosas de monjas y advierte que no es necesario que

28
Para el resumen completo de las Constituciones véase: I. MO-
RIONES, Teresa de Jesús maestra de perfección, pp. 37-46. Téngase
presente que para las hijas de santa Teresa las Constituciones consti-
tuirán –más que la misma Regla– la síntesis jurídica en que veían
encarnado el espíritu de su Madre Fundadora.

32
en el Capítulo de los frailes se trate del tema. Escribe a
Gracián el 19 de febrero de 1581:
“Nuestras constituciones o lo que ordenare para noso-
tras no es menester tratarlo en capítulo ni que lo en-
tiendan ellos […] porque en esto de monjas puedo te-
ner voto, que he visto muchas cosas por donde se
vienen a destruir, pareciendo de poco momento”.
En su carta del 21 de febrero le dice:
“Eso de tener libertad para que nos prediquen de otras
partes me advirtió la priora de Segovia <Isabel de Santo
Domingo>, y yo por cosa averiguada lo dejaba. Mas no
hemos de mirar, mi padre, a los que ahora viven, sino
que pueden venir personas a ser prelados que en esto y
más se pongan. Por eso vuestra paternidad nos haga ca-
ridad de ayudar mucho, para que esto y lo que el otro
día escribí quede muy claro y llano ante el padre comi-
sario; porque, a no lo dejar él, se había de procurar
traer de Roma, según lo mucho que entiendo importa a
estas almas y a su consuelo y los grandes desconsuelos
que hay en otros monesterios por tenerlas tan atadas
en lo espiritual; y un alma apretada no puede servir
bien a Dios y el demonio las tienta por ahí, y cuando
tienen libertad muchas veces ni se les da nada ni lo
quieren”.
Gracián atendió, como siempre, los avisos de la Madre
Fundadora, y en la redacción de las constituciones, que en
la intención de la Santa debían ser definitivas, incluyó dos
párrafos nuevos que condensan el pensamiento teresiano
sobre el gobierno de sus monasterios: el primero se refiere
a la madre priora, el segundo a los confesores. Dice a pro-
pósito de la priora:

33
“Item, que por ser los monasterios de la primera Regla
nuevos y no haber tantas personas para el gobierno de
ellos, damos licencia para que las prioras puedan ser re-
electas en el mismo convento, con tal que la que fuere
reelecta tenga de cuatro partes de votos las tres, sin las
cuales tres partes la reelección sea ninguna. Y para esta
reelección damos licencia, no obstante otra cualquiera
cosa en contrario” (c. I, n. 5).
Respecto a los confesores se establece:
“La priora con el provincial o visitador busque clérigo,
de cuya edad, vida y costumbres haya la satisfacción
que conviene. Y siendo persona tal, con parecer del
provincial, podrá también ser confesor de las dichas re-
ligiosas. Pero no obstante el tal confesor ordinario, po-
drá la priora, no sólo las tres veces que el santo Conci-
lio de Trento permite, pero también otras admitir para
confesar las tales religiosas a algunas personas religio-
sas de los mismos Descalzos y otros religiosos de cual-
quier orden que sean, siendo personas de cuyas letras y
virtud tenga la priora la satisfacción que conviene. Y lo
mismo podrá hacer para los sermones. Y que ni el pro-
vincial que ahora es, o por tiempo fuere, no les pueda
quitar esta libertad. Y a los tales confesores, así Des-
calzos como a los demás, por causa de las confesar les
puedan aplicar cualquier limosna o frutos de capella-
nía” (c. VI, n. 2).
Con razón podía la Santa darse por satisfecha y dar gra-
cias a Dios y al padre Gracián, recién elegido primer pro-
vincial de la Descalcez:
“Jesús sea con vuestra paternidad y le pague el consue-
lo que me ha dado con estos recaudos, en especial ha-

34
ber visto imprimido el Breve. No faltaba, para estar to-
do cumplido, sino que lo estuviesen las Constitucio-
nes”29.
Gracián las hizo imprimir ese mismo año 1581, con una
dedicatoria “A la muy religiosa Madre Teresa de Jesús,
fundadora de los monesterios de las monjas Carmelitas
Descalzas”, cuyo primer párrafo dice así:
“El que es verdadera luz que alumbra a todo hombre
que viene a este mundo, en cuyo divino pecho están to-
dos los tesoros de la ciencia y sabiduría escondidos, no
esconde los rayos del conocimiento de las cosas sobe-
ranas a los entendimientos de las mujeres, ni deja de
darles luz para que ellas alcancen la perfección de la
vida cristiana y resplandezcan como lumbreras en este
firmamento y cielo de la Iglesia católica [...] Pues este
divino Señor, que todos quiere que se salven y vengan
al conocimiento de la verdad, entiendo que ha escogido
a V.R. para dar luz a estas sus hijas de sus monesterios
de Descalzas que ha fundado, dotándola para esto de
tan buen entendimiento y espíritu, prudencia y discre-
ción y aviso, juntamente con cincuenta años de expe-
riencia de vida religiosa; que de esto, y de haber comu-
nicado con los hombres más doctos y espirituales que
ha habido en nuestros tiempos, a quien V.R. ha tenido
por guía, guardándoles siempre obediencia, ha nacido
dar a estas sus hijas tan saludables consejos y amones-
taciones, que, si ellas las guardan y se guiaren por ellas,
alcanzarán el fin de la perfección religiosa que tanto
desean y V.R. pretende, y yo como su prelado estoy
obligado a procurar”.

29
Carta del 23-24 de marzo de 1581 a Gracián.

35
No creo necesario insistir en que las Constituciones te-
resianas ofrecen un cuadro completo de orientaciones y
criterios fundamentales que, aprendidos en el modelo vivo
que era la Madre Fundadora, plasmaron con eficacia
asombrosa la vida de sus primeras discípulas; y la Santa
no cabía en sí de gozo al verlas adelantar con tanta rapidez
por el camino de la perfección. Las novicias hallaban to-
dos estos elementos vividos en síntesis maravillosa por la
Madre Fundadora y sus compañeras, y las nuevas comu-
nidades teresianas fueron propagándose a un ritmo extra-
ordinario: “En comenzándose –dirá la Santa– queda en
quince días asentada nuestra manera de vivir, porque las
que entran no hacen más de lo que ven a las que están”30.
“Nos enseñó con su vida –dirá Ana de Jesús– y nos lo de-
jó escrito con su muerte”.

3. GRACIÁN Y LA HISTORIA DE LA ORDEN


Gracián no se conformó con mandar a la Santa que con-
tinuara el libro de las Fundaciones de la monjas sino que se
comprometió a escribir él las Fundaciones de los frailes.
Para ello pidió la colaboración de los protagonistas de las
diversas fundaciones y llegó a componer un grueso volu-
men, del que sólo ha llegado hasta nosotros un fragmento
que abarca de 1568 a 158831. También a Ana de Jesús le
pidió que escribiese la fundación de Granada, y gracias a
30
Carta del 2 de enero 1575, n. 8, a D. Teutonio de Braganza.- So-
bre la concordancia entre las Constituciones primitivas y las cartas de
la Santa con la edición de Alcalá (1581), cf. O. RODRÍGUEZ, El tes-
tamento teresiano. Burgos 1970 (extracto de Monte Carmelo 78
(1970) 11-83). Ed. italiana: Il testamento teresiano, Roma, Carmelo
«Tre Madonne», 1973.
31
Cf. MHCT 3, pp. 533-694.

36
ello podemos leer la narración hecha por la protagonista en
primera persona. El texto se imprimió en Bruselas en 1610,
al final de las Fundaciones de la Santa (páginas 352-370),
con este encabezamiento:
“Todo lo contenido en este libro hasta aquí, está escrito
de letra de la mesma madre Teresa de Jesús, en el libro
que ella escribió de sus fundaciones, que con los demás
libros de su mano se hallará en la Librería que tiene el
Rey Don Felipe en el Monesterio de S. Lorenzo el Real
del Escurial. Lo que de aquí adelante se sigue, es de la
madre Ana de Jesús”.
En la edición de de las obras completas de Amberes en
1630 se añadió: “que por ser su estilo tan parecido al de la
Santa Madre, y la materia la misma, pareció justo se im-
primiese aquí”. Y así se siguió incluyendo en las ediciones
de Amberes en 1649, de Bruselas y Praga en 1675, de Bar-
celona en 168032.

4. FUNDACIÓN DE GRANADA
En octubre de 1574, el Vicario provincial, Diego de la
Trinidad, pidió a Ana de Jesús que promoviese una funda-
ción en Granada33. Ella, que no se fiaba de las promesas
de ayuda que el superior daba por seguras, le respondió
que se necesitaban más garantías, pero entretanto no estu-
vo ociosa: Juan de la Cruz en persona fue a buscar a la

32
El texto de Ana dejó de incluirse en las ediciones modernas de las Fun-
daciones. Nadie mejor que ella nos puede informar sobre la primera funda-
ción hecha en vida de la Santa sin su presencia física.
33
El 11 de junio de 1581 le había sucedido en el cargo de priora de
Beas la madre Catalina de Jesús (Sandoval y Godínez) de quien ha-
bla la Santa en el c. 22 de las Fundaciones.

37
Santa para la fundación pero, al estar comprometida con la
de Burgos, dijo que donde estaba Ana de Jesús no era ne-
cesaria su presencia, pues ella lo haría bien. Juan de la
Cruz regresó con el permiso del Provincial, la bendición
de la madre Fundadora, y nada menos que con dos monjas
bien experimentadas de Ávila, y una de Toledo, Beatriz, la
sobrina de Teresa, más dos hermanas de velo blanco de
Villanueva de la Jara. Aunque llegaron a Beas el día de la
Inmaculada, Ana de Jesús no quiso moverse hasta que el
Vicario les anunció que ya tenía alquilada una casa. Y el
16 de enero de 1575, con Juan de la Cruz al frente de la
comitiva, se pusieron en camino34. Pero resulta que, cuan-
do ya no les faltaban más que cuatro horas para llegar a su
destino, les avisaron que el dueño de la casa, al enterarse
de que era para convento, se había echado atrás. Don Luis
de Mercado, ante esa emergencia, le pidió a su hermana
que las recibiera provisionalmente en su casa y la noche
del 19 al 20 de enero salieron de Deifontes, llegando a
Granada a las tres de la mañana. A las ocho se celebró la
Misa, con permiso del Arzobispo don Juan Méndez de
Salvatierra, que lo fue de 1577 a 1588, y se dio por funda-
do el convento (Recuérdese que la Santa llegó a Burgos el
día 26 de ese mismo mes de enero, fiándose de don Álvaro
de Mendoza que le garantizaba el permiso del Obispo,
pero no lo consiguió hasta el 19 de abril). Al no caber to-
das en casa de doña Ana de Peñalosa, las dos de Villanue-
va de la Jara volvieron a su convento de origen y las res-
tantes soportaron con paciencia y alegría durante siete

34
Se trataba de un recorrido de 147 km, pasando por Úbeda, Bae-
za, Iznalloz, Deifontes y Albolote, que podía hacerse en unas 32
horas.

38
meses las incomodidades de los inicios. Escuchemos al
menos un pasaje de la relación de Ana de Jesús:
“Yo, en este tiempo, andaba con algún cuidado de ver
la poca ayuda que se nos ofrecía entre esta gente, y to-
das las veces que lo advertía me parecía oía lo que dijo
Cristo nuestro Señor a los Apóstoles: ‘Cuando os envié
a predicar sin alforjas y sin zapatos ¿faltó os algo?’ Y
mi alma respondía: ‘No por cierto’, con una gran con-
fianza de que en lo espiritual y temporal nos proveería
Su Majestad muy cumplidamente. Era de arte que te-
níamos misas y sermones de los más afamados sacerdo-
tes y predicadores que aquí había, casi sin procurarlo;
gustaban mucho de confesarnos y saber nuestra vida. Y
ansí, de la seguridad interior que he dicho que Dios me
daba de que no nos faltaría nada, como fue de una cosa
que luego que aquí vine se me ofreció: fue que, con
gran peso o particularidad, oí interiormente aquel verso
que dice: ‘Scapulis suis obumbrabit tibi et sub pennis
eius sperabis’35. Di cuenta a mi confesor, que era el pa-
dre fray Juan de la Cruz y al padre maestro Juan Bautis-
ta de Ribera, de la Compañía de Jesús, con quien co-
municaba todo lo que se me ofrecía, en confesión y
fuera de ella, y a entrambos les pareció ser estas cosas
prendas que nuestro Señor daba de que esta fundación
se hacía muy bien, como hasta ahora, que ha cuatro
años se ha hecho. Sea su nombre bendito, que en todo
este tiempo, me afirman las hermanas que vinieron a la

35
Salmo 90, 4. Se ve que Ana entendió el latín, pues no añade la
traducción: “Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás”.

39
fundación, traían más presencia y más comunicación de
Su Majestad que habían sentido en toda su vida36”.

5. UN TRIENIO QUE MARCÓ ÉPOCA


Nótese que los principales protagonistas de esta aventu-
ra fundacional, seguirán unidos para siempre con lazos de
amistad y de colaboración. A petición de Ana de Jesús el
Santo comentará el Cántico espiritual, y a petición de Ana
de Peñalosa comentará la Llama de Amor viva37. Don Luis
de Mercado se ordenará sacerdote y merecerá que el Santo
le dedique las siguientes palabras en la última carta com-
pleta que se conserva de él, dirigida precisamente a doña
Ana de Peñalosa el 21 de septiembre de 1591:
“Heme holgado mucho que el señor don Luis sea ya sa-
cerdote del Señor. Ello sea por muchos años y Su Ma-
jestad le cumpla los deseos de su alma. ¡Oh, qué buen
estado era ése para dejar ya cuidados y enriquecer
apriesa el alma con él! Déle el parabién de mi parte,
que no me atrevo a pedirle que algún día, cuando esté
en el Sacrificio, se acuerde de mí; que yo, como el deu-
dor, lo haré siempre; porque, aunque yo sea desacorda-
do, por ser él tan conjunto a su hermana, a quien yo
siempre tengo en mi memoria, no me podré dejar de
acordar de él”.
Los años 1582-1585, en que Juan y Ana son superiores
de sus respectivas comunidades, constituyen el período de
36
En agosto de 1582 encontraron una casa provisoria y el traslado
de las Descalzas de Granada a su sede definitiva tuvo lugar en no-
viembre de 1583, acompañadas por san Juan de la Cruz.
37
Para más detalles cf. EULOGIO DE LA V. DEL C., San Juan de la
Cruz y sus escritos. Madrid 1969.

40
comunicación más intensa entre ambos y son también la
época más fecunda del magisterio escrito de San Juan de
la Cruz, todo ello durante el provincialato del padre Gra-
cián.
Creo oportuno adelantar aquí que el Cántico espiritual
no se editó hasta 1627, en Bruselas, donde lo había lleva-
do Ana de Jesús. En España se comenzó a editar poco
después, suprimiendo el nombre de Ana de Jesús en la
dedicatoria, y lo mismo se hizo en la primera edición ita-
liana. Pero estos detalles se entenderán mejor después de
leer los próximos capítulos. De momento recordemos las
palabras de san Juan de la Cruz sobre la madre Ana de
Jesús cuando estaba en vísperas de ir a fundar el convento
de Madrid.
“Declaración de las Canciones que tratan del ejercicio
de amor entre el alma y el Esposo Cristo, en la cual se
tocan y declaran algunos puntos y efectos de oración, a
petición de la madre Ana de Jesús, priora de las Des-
calzas en San José de Granada. Año de 1584”.
“Por cuanto estas Canciones, religiosa Madre, parecen
ser escritas con algún fervor de amor de Dios (cuya sa-
biduría y amor es tan inmenso, que, como se dice en el
libro de la Sabiduría, toca desde un fin hasta otro fin, y
el alma que de él es informada y movida, en alguna
manera esa misma abundancia e ímpetu lleva en su de-
cir), no pienso yo ahora declarar toda la anchura y co-
pia que el espíritu fecundo del amor en ellas lleva; antes
sería ignorancia pensar que los dichos de amor en inte-
ligencia mística, cuales son los de las presentes Can-
ciones, con alguna manera de palabras se pueden bien
explicar; porque el Espíritu del Señor que ayuda nuestra
flaqueza, como dice San Pablo, morando en nosotros,

41
pide por nosotros con gemidos inefables lo que noso-
tros no podemos bien entender ni comprender para lo
manifestar [...].
“Por haberse, pues, estas Canciones compuesto en
amor de abundante inteligencia mística, no se podrían
declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar al-
guna luz en general, pues V. R. así lo ha querido; y esto
tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor
dejarlos en su anchura para que cada uno de ellos se
aproveche según su modo y caudal de espíritu, que
abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo pa-
ladar. Y así, aunque en alguna manera se declaran, no
hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría
mística (la cual es por amor, de que las presentes Can-
ciones tratan) no ha menester distintamente entenderse
para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque
es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin enten-
derle.
“Por tanto, seré breve; aunque no podrá ser menos de
alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia,
y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algu-
nos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las
Canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algu-
nos. Pero, dejando los más comunes, notaré brevemente
los más extraordinarios que pasan por los que han pa-
sado, con el favor de Dios, de principiantes. Y esto por
dos cosas; la una porque para los principiantes hay mu-
chas cosas escritas; la otra, porque en ellos hablo con V.
R. por su mandado, a la cual Nuestro Señor ha hecho
merced de haberla sacado de esos principios y llevádola
más adentro del seno de su amor divino. Y así espero
que, aunque se escriben aquí algunos puntos de teología
escolástica acerca del trato interior del alma con su

42
Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro del
espíritu en tal manera; pues, aunque a V. R. le falte el
ejercicio de teología escolástica, con que se entienden
las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se
sabe por amor, en que no solamente se saben, mas jun-
tamente se gustan”38.
Ana de Jesús comenzó su vida de oración bajo la direc-
ción del padre Pedro Rodríguez de la Compañía de Jesús y
la continuó en la escuela teresiana bajo el magisterio di-
recto de sus dos principales maestros.
Estaba a punto de cumplir los 41 años cuando inauguró
la fundación de Madrid el 17 de septiembre de 1586. Si
podríamos decir que san Juan de la Cruz la despidió con
las palabras que acabamos de recordar en su dedicatoria
del Cántico Espiritual, fray Luis de León la recibió con
las siguientes palabras en su “Carta-dedicatoria a las ma-
dres priora Ana de Jesús y religiosas carmelitas descalzas
del monasterio de Madrid”, fechada a 15 de septiembre de
1587:
“Yo no conocí ni vi a la madre Teresa de Jesús mien-
tras estuvo en la tierra, mas agora que vive en el cielo la
conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que
nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros; que, a mi
juicio, son también testigos fieles, y mayores de toda
excepción, de su grande virtud [...]. Ansí que la virtud y
santidad de la Madre Teresa, que, viéndola a ella, me
pudiera ser dudosa y incierta, esa misma agora, no
viéndola, y viendo sus libros y las obras de sus manos,
que son sus hijas, tengo por cierta y muy clara. Porque
por la virtud que en todas resplandece se conoce sin

38
SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual, Prólogo.

43
engaño la mucha gracia que puso Dios en la que hizo
para Madre de este nuevo milagro, que por tal debe ser
tenido lo que en ellas Dios agora hace, y por ellas [...].
“Porque –y éste es el segundo milagro– la vida en que
Vuestras Reverencias viven, y la perfección en que las
puso su Madre, ¿qué es sino un retrato de la santidad de
la Iglesia primera? Que ciertamente lo que leemos en
las historias de aquellos tiempos, eso mismo vemos
ahora con los ojos en sus costumbres; y su vida nos
demuestra en las obras lo que ya por el poco uso pare-
cía estar en solos los papeles y palabras; y lo que, leído,
admira y apenas la carne lo cree, agora lo ve hecho en
Vuestra Reverencia y en sus compañeras, que desasidas
de todo lo que no es Dios, y ofrecidas en solos los bra-
zos de su Esposo divino, abrazadas con Él, con ánimos
de varones fuertes en miembros de mujeres tiernos y
flacos, ponen en ejecución la más alta y generosa filo-
sofía que jamás los hombres imaginaron; y llegan con
las obras adonde, en razón de perfecta vida y de heroica
virtud, apenas llegaron con la imaginación los ingenios;
porque huellan la riqueza y tienen en odio la libertad, y
desprecian la honra y aman la humildad y el trabajo. Y
todo su estudio es con una santa competencia procurar
adelantarse en la virtud de contino, a que su Esposo les
responde con una fuerza de gozo, que les infunde en el
alma, tan grande, que en el desamparo y desnudez de
todo lo que da contento en la vida, poseen un tesoro de
verdadera alegría, y huellan generosamente sobre la na-
turaleza toda, como exentas de sus leyes, o como ver-
daderamente superiores a ellas: que ni el trabajo las
cansa, ni el encerramiento las fatiga, ni la enfermedad
las decae, ni la muerte las atemoriza o espanta, antes las
alegra y anima.

44
Y lo que entre todo esto hace maravilla grandísima, es
el sabor, o si lo habemos de decir ansí, la felicidad con
que hacen lo que es extremadamente dificultoso de ha-
cer; porque la mortificación les es regocijo, la resigna-
ción juego, y pasatiempo la aspereza de la penitencia. Y
como si anduviesen solazando y holgando, van ponien-
do por obra lo que pone a la naturaleza en espanto; y el
ejercicio de virtudes heroicas le han convertido en un
entretenimiento gustoso, en que muestran bien por la
obra la verdad de la palabra de Cristo, que su yugo es
suave y su carga ligera.
“Porque ninguna seglar se alegra tanto en sus adere-
zos cuanto a Vuestras Reverencias les es sabroso el vi-
vir como ángeles. Que tales son, sin duda, no sólo en la
perfección de vida, sino también en la semejanza y uni-
dad que entre sí tienen en ella, que no hay dos cosas tan
semejantes, cuanto lo son todas entre sí, y cada una a la
otra: en el habla, en la modestia, en la humildad, en la
discreción, en la blandura de espíritu, y, finalmente, en
todo el trato y estilo. Que como las anima una misma
virtud, ansí las figura a todas de una misma manera; y
como en espejos puros, resplandece en todas un rostro,
que es el de la Madre santa que se traspasa en las hi-
jas.
“Por donde, como decía al principio, sin haberla visto
en la vida, la veo agora con más evidencia; porque sus
hijas, no sólo son retratos de sus semblantes, sino tes-
timonios ciertos de sus perfecciones, que se les comu-
nican a todas, y van de unas en otras con tanta presteza
acudiendo, que –y es la maravilla tercera– en espacio
de veinte años, que puede haber desde que la Madre
fundó el primer monasterio, hasta esto que agora se es-
cribe, tiene ya llena España de monasterios, en que sir-
45
ven a Dios más de mil religiosos, entre los cuales Vues-
tras Reverencias, las religiosas, relucen como luceros
entre las estrellas menores. Que como dio principio a la
reformación una bienaventurada mujer, ansí también
son honra de nuestra nación y gloria de aquesta edad, y
flores hermosas que embellecen la esterilidad de estos
siglos, y ciertamente partes de la Iglesia de las más es-
cogidas, y vivos testimonios de la eficacia de Cristo, y
pruebas manifiestas de su soberana virtud, y expresos
dechados en que hacemos casi experiencia de lo que la
fe nos promete”. [...]
“De Vuestras Reverencias entiendo yo son grandes
testigos, porque son sus dechados muy semejantes;
porque ninguna vez me acuerdo leer en estos libros, que
no me parezca oigo hablar a Vuestras Reverencias; ni,
al revés, nunca las oí hablar, que no se me figurase que
leía en la Madre. Y los que hicieren experiencia de ello,
verán que es verdad; porque verán la misma luz y gran-
deza de entendimiento en las cosas delicadas y dificul-
tosas de espíritu; la misma facilidad y dulzura en decir-
las; la misma destreza, la misma discreción. Sentirán el
mismo fuego de Dios, y concebirán los mismos deseos;
verán la misma manera de santidad, no placera ni mila-
grosa, sino tan infundida por todo el trato en sostancia,
que algunas veces, sin mentar a Dios, dejan enamoradas
de Él a las almas”.
“Ansí que, tornando al principio, si no la vi mientras
estuvo en la tierra, agora la veo en sus libros e hijas; o
por decirlo mejor, en Vuestras Reverencias solas la veo

46
agora, que son sus hijas, de las más parecidas a sus cos-
tumbres, y son retrato vivo de sus escrituras y libros”39.

39
LUIS DE LEÓN, Obras completas castellanas (Madrid 1951) pp.
1311-1315.

47
Capítulo IV
UN NUEVO MÉTODO DE GOBIERNO

1. Repercusión en la vida de las monjas.- 2. Repercusión


en la vida de los frailes.
En octubre de 1585 tomó posesión del cargo el nuevo
Provincial, padre Nicolás de Jesús María, Doria. Nacido el
18 de mayo de 1539 en Génova, profesó en Los Remedios
de Sevilla el 25 de marzo de 1578. En junio de 1579 reci-
bió el cargo de prior de Pastrana y en marzo de 1581 fue
elegido primer definidor en el Capítulo de Alcalá (por de-
lante de los padres Antonio de Jesús y Juan de la Cruz,
segundo y tercero respectivamente). Durante los cuatro
años del gobierno del padre Gracián estuvo ausente de la
Provincia la mayor parte del tiempo, ocupado en sus dos
viajes a Italia: el primero, desde julio de 1582 hasta mayo
de 1583 para informar al General Caffardo sobre el estado
de la nueva provincia, y el segundo, desde noviembre de
1583 hasta octubre de 1585 en que – dejada asentada la
fundación de Génova– regresó a España para tomar pose-
sión del cargo de Provincial40.
Lo primero que hizo fue proponer un nuevo sistema de
gobierno. En adelante, para prevenir los inconvenientes
que –según él– podrían seguirse de los límites personales
del superior, toda la autoridad del gobierno recaerá en ma-
nos de una junta (o definitorio o consulta) en la que el
provincial será un primus inter pares. La responsabilidad

40
Para más detalles cf. I. MORIONES, Teresa maestra, pp.117-147.

49
personal del superior, tradicional en la historia de la vida
religiosa, recaerá en adelante en una junta de cinco miem-
bros que decidirá todo a mayoría de votos, en base a la
información que reciba de los visitadores designados para
cada caso. En octubre 1585 se aceptó experimentar la in-
novación y bastaron 18 meses de prueba para constatar
que tenía más inconvenientes que ventajas. El Capítulo
intermedio de Valladolid, celebrado en abril 1587, pidió
por mayoría de votos, volver al gobierno tradicional, y las
monjas, habían escrito pidiendo lo mismo. Se daba el caso
previsto por la Santa en su Visita de descalzas, n. 9:
“No es posible que todas las que eligieren por perladas
han de tener talentos para ello, y cuando esto se enten-
diere, en ninguna manera pase del primer año sin qui-
tarla; porque en uno no puede hacer mucho daño, y si
pasan tres, podrá destruir el monasterio con hacerse de
imperfecciones costumbre”.
Pero el padre Doria estaba tan convencido de la bondad
de su proyecto que, con el apoyo de Felipe II, y afirmando
que lo pedía en nombre de toda la Orden, obtuvo un Breve
pontificio para imponer en 1588 el gobierno de la Consul-
ta. Compuesta de seis miembros, incluido el Vicario gene-
ral, constituía la autoridad suprema de la nueva Congre-
gación, en que se transformaba la provincia erigida en
1581 y dividida en cinco. Como las monjas en la Orden
del Carmen dependían del General, las Descalzas depen-
derían de la Consulta, que hacía sus veces.

1. REPERCUSIÓN EN LA VIDA DE LAS MONJAS


La introducción del gobierno de la Consulta significó
para las monjas la pérdida del punto de referencia que sig-

50
nificaba la persona del provincial, con el agravante de que
pequeños problemas, que podían resolverse sobre la mar-
cha, se convertían en asuntos judiciales llevados a un tri-
bunal lejano cuya respuesta, aun en el mejor de los casos,
llegaría a destiempo. El que su gobierno se reservase a la
Consulta lo consideraron las monjas desde el primer mo-
mento, y lo experimentaron muy pronto, sencillamente
absurdo. Pero es que, además, en el caso de que se recupe-
rara el gobierno del Provincial, si quedaban sujetas a cinco
provinciales diferentes, ¿qué iba a ser de la familia funda-
da por santa Teresa y crecida en la uniformidad bajo su
mirada y la del padre Gracián?

1.1 Nuevas leyes


El día uno de julio de 1588 tuvo el padre Doria una lar-
ga conversación con la madre Ana de Jesús para tantear el
terreno y ver cómo pensaba ella sobre el contenido de al-
gunas leyes que él tenía intención de cambiar en las Cons-
tituciones de las monjas. Del contenido de la conversación
tenemos noticia de primera mano por la carta que Ana de
Jesús escribió el día siguiente a la priora de Ávila.
El primer lugar de la conversación lo ocupó el gobierno
de las monjas. La madre Ana opinaba que debía seguir
unificado y que no debían quedar sus conventos reparti-
dos entre los cinco provinciales que acababan de nom-
brarse, sino bajo una sola autoridad,
“donde con unidad y conformidad se haga todo lo que
nos toca y se cumpla lo que nuestra Santa Madre deseó
y entendió, que siempre tendríamos un gobierno y esta-
ríamos [sujetas] a un perlado”.
Y el padre Doria, no sólo se dijo perfectamente de
acuerdo, sino que le prometió ocuparse personalmente de
51
ellas, sirviéndose, como brazo derecho, del padre Jeróni-
mo Gracián, por cuyas manos deberían pasar todos los
negocios de las Descalza41.
Esta promesa es la mejor prueba de la habilidad del pa-
dre Vicario para ocultar su verdadera intención; baste re-
cordar que el 13 de febrero había obtenido un decreto del
Nuncio que reservaba a la Consulta el gobierno de las
monjas.
El segundo tema de conversación versó sobre los con-
fesores y la asistencia a las monjas por parte de los Des-
calzos. Doria prometió señalar en cada convento dos pa-
dres, que se encargarían de acudir a confesarlas cuando les
llamasen, y un tercero que cuidaría de sus negocios,
mientras que todos los demás, indistintamente, acudirían
a decirles misa y predicarles, según sus necesidades. A
este propósito, añadió el Vicario, la obediencia impondrá a
los frailes esta obligación y así no necesitarán las monjas
granjearse sus servicios con regalos y cumplimientos. La
madre Ana se mostró de acuerdo sobre este último detalle,
recordando, sin embargo, que es
“caridad, cuando pudiéremos, ayudarnos los unos a los
otros en cosas que no suenen a cumplimientos, sino a
sustancia, que es bien la haya en cuanto hiciéremos”42.
Se habló, por fin, de las injerencias de los superiores en
la vida interna de los monasterios. Doria prometió que

41
MHCT 3, doc. 347.
42
San Juan de la Cruz les ayudó con pan y pescado en los apuros de
los primeros tiempos de la fundación Granada.

52
nunca los prelados darían licencias en cosas de penitencia.
Sobre este asunto no debieron de alargarse mucho, pues
Ana de Jesús se mostró decidida:
“Algunas [veces] me he tentado de manera en este par-
ticular, que he dicho que si, a monja que estuviera en
mi compañía, algún perlado dijera que hiciera o deshi-
ciera, se la enviara a su convento, porque fuera de él no
pueden ellos ver mejor lo que conviene a cada sujeto
que quien le trata y tiene presente siempre. A la verdad,
no tiene la culpa sino la priora que se sujeta a eso”.
En cambio no se habló del sistema de visita canónica
más apto para las monjas –puede darse por descontado
que entre las que escribieron al capítulo de Valladolid el
año anterior pidiendo que nos les cambiaran el modo de
gobierno se hallaba Ana de Jesús–. Tampoco se habló de
la reelección de las prioras (recuérdese que a los frailes les
estaba prohibida cualquier reelección por el Breve que
acababa de promulgarse); quizá no le pareció delicado al
padre Doria hablar del asunto, dado que su interlocutora
llevaba ya 14 años seguidos en el oficio.
Nótese que esta conversación, cuyo contenido hemos
tratado de resumir, tuvo carácter semioficial, y que la car-
ta de Ana de Jesús en que quedó grabada, no tenía el ca-
rácter de mera confidencia entre dos prioras, sino que es-
taba pensada como un mensaje tranquilizador para todas
las comunidades. De hecho la madre Ana encarga a la des-
tinataria:
“mande trasladar este papel y enviarle a esas nuestras
casas, que en algunas he sabido hay necesidad de que
sepan el bien que tenemos y de cuán libres quedamos

53
de pesadumbres, que me han escrito las padecían en
sufrir algo de lo dicho”43.
Pido al lector que tome nota de esta conversación por-
que la primera destinataria, María de San Jerónimo, priora
de Ávila, interpretará al pie de la letra; y al padre Doria le
servirá para demostrar que Ana de Jesús, al principio se
mostró encantada con su gobierno, pero luego se revolvió
contra él porque no le permitió ser reelegida.
María de San José, hablando de la respuesta del Capítu-
lo de Valladolid en 1587 a sus cartas pidiendo que no se
les impusiese el gobierno de la Consulta, dijo:
“quedaron algunas de nuestras hermanas muy conten-
tas, y se dieron ya por seguras; otras, que conocíamos
pechos y veíamos las obras, parecíanos que quedába-
mos más advertidas y de que en nuestros padres no ha-
llaríamos lo que deseábamos”.
Por algo dijo de ella la Santa “esta priora es más sagaz
que pide su estado”44.
De este encuentro entre la sagacidad consumada del
padre Nicolás de Jesús María y la llaneza teresiana, salió
la madre Ana en extremo contenta y segura. Pero resulta
que en menos de una semana cambió completamente el
panorama. Con fecha 5 de julio de 1588 el padre Vicario
general promulgó una Acta para nuestras hermanas mon-
jas Carmelitas Descalzas con las siguientes prescripciones
de inmediata ejecución:

43
I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 157-159; HCD, VI, p. 815-817.
44
Carta del 4-10-1579, n. 6.

54
1. “Mandamos, que, ni nuestro padre Vicario general,
ni los provinciales, ni otro algún religioso de nuestra Con-
gregación se entremeta en el gobierno de ellas, si por co-
misión de la dicha Consulta no le fuere en particular co-
metido”.
2. “La Consulta les señale confesores beneméritos y
procurador para cada monasterio, que trate los negocios
que le pertenecieren. Y […] mandamos que ningún reli-
gioso nuestro hable con nuestras monjas, sin licencia de
nuestra Consulta, o yendo de camino, como permite la
constitución […] y ni den, ni reciban los unos de los otros
cosa que pertenezca a vestido, o comida, o cosa semejan-
te”.
3. “Proveerá la Consulta a su tiempo religiosos de edad
madura y entera satisfacción, a los cuales dé la visita de
las monjas […] y concluida la visita la enviará cerrada y
sellada a la Consulta”.
4. “Y por cuanto el Sumo Pontífice, en el Breve de
nuestra Congregación, nos prohíbe las reelecciones, y
nuestra Congregación, como parece por nuestras Actas, no
permite ninguna, y a nuestras monjas se les permitieron al
principio porque tenían pocos sujetos que pudiesen gober-
nar, por tanto, para que se proceda en esto con más acuer-
do, mandamos que se oiga el parecer de nuestras monjas
sobre este caso en el Capítulo que viene, y en el ínterim no
se puede hacer ninguna reelección, sin haber alcanzado
primero para ello licencia de la Consulta, para que tam-
bién se vea por experiencia lo que más convenga”45.

45
I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 160-162: primera edición de es-
te documento, inédito hasta 1968; MHCT 3, doc. 349.

55
Sobre este último punto téngase en cuenta que, gracias
a esa norma provisoria, cesaron en el cargo todas las prio-
ras nombradas por santa Teresa en las nuevas fundaciones.
Esta Acta, que dos años después, en un Capítulo con-
vocado antes del tiempo establecido por la ley, Doria con-
vertirá en Constitución, convenció definitivamente a las
monjas de que el único modo de salvar la obra teresiana
era el propuesto por María de San José ya en 1586: recu-
rrir al Papa.

2. REPERCUSIÓN EN LA VIDA DE LOS FRAILES


La repercusión que el cambio de gobierno significaba
también para la vida de los frailes nos la describe así el
memorial que, junto con una carta del padre Gracián, fue
presentado a Felipe II a primeros de noviembre de 1588:
“Habiendo 27 años que comenzó la Orden de los Car-
melitas Descalzos que ahora hay, <o sea desde 1561>
y llegado a un verdadero espíritu, paz y quietud, con
gran crédito y aumento, así en virtudes como en con-
ventos, haciendo en la Iglesia de Dios gran fruto con su
doctrina y buen ejemplo, el demonio ha inventado tres
modos para destruir en ella este verdadero espíritu, ca-
ridad, sinceridad y llaneza con que procedía, inquietán-
dola de la paz que tenía para desacreditarla y derribarla
con no poco daño de los que la estimaban. El primer
modo fue un nuevo gobierno en forma de república. El
2º, una pretensión de hacer Capítulo general los Des-
calzos con los Calzados, juntándose, quizá ambiciosa-
mente. El 3º haber publicado algunas faltas de los mis-
mos Descalzos, con descrédito de las monjas
Descalzas, que fueron principio de la Orden y las que
sustentan la mayor parte de virtud en ella”.
56
A continuación se describe cada uno de los tres puntos,
explicando que el gobierno de la consulta se impuso contra
la voluntad del Capítulo de 1587 y que Doria “trata de jun-
tarse otra vez y unirse con los Calzados para hacer General
a su modo: lo cual es total destrucción de la Congregación
de Descalzos” y se pide al Rey “que, antes que pase ade-
lante este gobierno, mande que una o más personas que
entiendan bien cosas de religión (y particularmente de és-
ta) vean y examinen el dicho gobierno y leyes, y todo lo
que por su causa se ha hecho”46.
El recurso a Roma, que vamos a exponer en las páginas
siguientes, no fue una maniobra secreta de las monjas para
conseguir la aprobación unas leyes, “que ellas atribuían a
santa Teresa y que nadie pensaba en cambiar” sino un
intento formal del padre Gracián por salvar la herencia
teresiana en su conjunto. Contaba para ello con el apoyo
del nuncio César Speciano, con la colaboración de los
hermanos Juan Vázquez y Bernabé del Mármol, y con el
parecer de teólogos como Luis de León y Domingo Báñez
que le decían estaba obligado en conciencia a defender la
Orden.
Como en una versión de estos sucesos se dirá que las
monjas recurrieron sin permiso del Vicario general y tan
en secreto que el padre Doria no se enteró de esas nego-
ciaciones hasta que ya estaba cometido el desmán47, tén-

46
MHCT 3, doc. 375, pp. 355-357.
47
Por ejemplo Ana de San Bartolomé seguirá sabiendo en 1622
que “a cabo de un año salieron con este Breve, con favores de algu-
nos grandes que querían al padre Gracián, como eran lo suyos de la
Corte y la Madre que estaba priora en Madrid, y la Emperatriz la
había tomado mucho amor y la ayudó. El prelado no sabía nada ni
los demás conventos, que se hizo muy secreto” (MHCT 5, p. 393).

57
gase presente el siguiente párrafo de la carta de Doria a
Pedro de la Purificación, prior de Génova, a primeros de
marzo de 1589:
“Pena me da –le dice– ver al padre Gracián tan rendido
a su pasión, y ayudado (a lo que aquí me dicen) del
doctor Mármol, que ahora va a Italia con el Nuncio
pasado a pretender cosas bien escusadas. Lo que me
huelgo es que el negocio está en manos de su Majestad,
que tiene ánimo que se allane. Todo esto nace del dis-
gusto de la sentencia que se le dio, que no llegó al segu-
ro a la cuarta parte de lo que él merecía. […] Pésame
del daño que se hace a sí mismo; de la Orden no temo,
porque tiene raíces mayores”48.
Doria sabía desde el principio que se quería recuperar,
por medio de la intervención del Papa, el gobierno de toda
la Orden –no sólo de las monjas– tal como estaba antes de
su llegada; pero no se inquietó, pues contaba con el apoyo
incondicional de García de Loaysa, a quien el Rey había
encomendado el examen de los memoriales de Gracián.

48
MHCT 3, doc. 398.

58
Capítulo V
EL RECURSO AL PAPA

1. Negociación de Bernabé del Mármol en Roma.- 2. El


Breve “Salvatoris”.- 3. Ejecutores de Breve.

Las palabras de la Santa: “se había de procurar traer


de Roma”, habrán resonado seguramente más de una vez
en la memoria del psdre Gracián y de las Descalzas, vien-
do cómo el padre Doria seguía atentando contra sus Cons-
tituciones, sin respetar ni la aprobación del Capítulo de
Alcalá en 1581, ni la confirmación otorgada por el Nuncio
el 13 de octubre de 158849.

1. NEGOCIACIÓN DE BERNABÉ DEL MÁRMOL EN ROMA


El elegido para esa delicada misión fue el doctor Ber-
nabé del Mármol Zapata, cuñado de Justina Dantisco,
hermana del padre Gracián, y secretario de monseñor Spe-
ciano, a quien acompañaría en su viaje de regreso a la
Ciudad Eterna al término de su misión como Nuncio en
España en marzo de 1589. En su condición de secretario
del Nuncio había recibido la declaración de Ana de Jesús
en el pleito entre Ávila y Alba sobre el cuerpo de la Santa
en octubre de 1587, y en 1588 había intervenido segura-
mente en la aprobación de las Constituciones concedida
por el mismo Nuncio. Apenas llegó a Roma, el doctor

49
MHCT 3, doc. 372, pp. 349-352. Cf. I. MORIONES, Teresa de Je-
sús maestra de perfección, pp. 173-188.

59
Mármol acudió a la Congregación de Episcopis et Regula-
ribus, competente en el asunto que se le había encomen-
dado50. De su preparación para esa misión no cabía la me-
nor duda; además, a su experiencia como secretario del
Nuncio en Madrid y su conocimiento de la situación de
los Descalzos, se sumaba la recomendación de la empera-
triz María de Austria. Pero no tardó mucho en constatar
que tampoco Doria había estado ocioso. El 9 de julio de
1589 Juan Vázquez del Mármol, hermano de Bernabé,
dirigía a Felipe II un memorial en el que le suplicaba:
“Sea servido mandar al Embajador de Roma que oiga
al doctor Bernabé del Mármol las razones que le diere,
y conforme a ellas pida a Su Santidad lo que conviniere
[...] pues de no hacer esto no se puede seguir sino encu-
brirse la verdad y destruirse esta Orden, o perderse el
espíritu, que es lo que el demonio ha pretendido y pre-
tende, tomando por medio personas a quien ha primero
acreditado para salir con su intento”51.
Por esas mismas fechas escriben dos descalzos a la
Emperatriz pidiendo su intercesión para superar el peligro
que corre la Orden:
“Los Carmelitas Descalzos […] de un año a esta parte,
viven inquietos y diferentes en opiniones y voluntades,
con grandísimo daño del buen espíritu y quietud que
tenían. [...] Este mal tiene un solo remedio, y es que su
Majestad y Su Santidad señalen dos o tres personas re-
ligiosas y doctas y desapasionadas que o visiten esta
Orden o a lo menos sean jueces acerca de estas tres co-
50
Cf. I. MORIONES, Constituciones teresianas: hallazgo importan-
te, en Monte Carmelo 103 (1995) 265-306.
51
MHCT 3, doc. 405, p. 480.

60
sas [...] No conviene en ninguna manera que su Majes-
tad remita esto ni lo comunique con García de Loaysa,
porque la una parte le tiene por apasionado de la
otra”52.
A fines de agosto, el mismo Juan Vázquez del Mármol
envía una circular a varias comunidades de Descalzas ha-
blándoles del
“buen punto en que están los negocios de esta santa Re-
ligión [...] Si acá van bien los negocios, no van menos
en Roma: que mi hermano ha hecho muy buena dili-
gencia y tiene desengañados a los que más hace al caso
[...] Sólo le faltan poderes de religiosos. Y, para el ne-
gocio de las monjas, que aún están en mejores térmi-
nos, poderes de los conventos, porque no tiene poder
sino de solos 4, y ha de ser de la mayor parte para que
le admitan [...] Y pues mi hermano, por servir a vues-
tras mercedes y a esta santa Religión, no rehusó tomar
tan largo camino y con tanto trabajo y peligro como ha
pasado, no quieran que todo esto haya sido en vano, y
que se vuelva sin efectuar nada, después de tenerlo he-
cho, rehusando dar poder por sólo un liviano miedo, y
quedarse en perpetuo trabajo espiritual y corporal por
huir de un poquillo de trabajo corporal [...] y envíen
luego poderes lo más presto que se pueda, que cada día
habrá con quien enviarlos. Han de ser los poderes para
el doctor Bernabé del Mármol Zapata y a quien él susti-
tuyere, para que pueda hacer todos los negocios tocan-
tes a esta Religión, y especialmente para sacar confir-
mación apostólica de Su Santidad y de su Santa Sede
Apostólica de las Constituciones de la santa Madre que

52
MHCT 3, doc. 406, pp. 481-483.

61
el dicho lleva, y para todo lo más que perteneciere para
su debida guarda y ejecución y mejor gobierno de esta
Orden [...] No sé si vuestra merced y esa casa tienen
dado poder para lo de las Constituciones. Si acaso no le
han dado, es menester, porque me escribe el Doctor,
etc.”53.
Entre las cosas, “bien escusadas” –como dijo el padre
Doria– que tenía que negociar Bernabé del Mármol, figu-
raba la anulación del sistema de gobierno de la Consulta y
la confirmación –¡también para los frailes!– de las Consti-
tuciones de 1581; sólo le faltaban “poderes de religiosos”
para ello, ya que las autoridades competentes veían razo-
nable su petición.
Los meses de septiembre-octubre dan tiempo suficiente
para recoger nuevos poderes de las monjas y hacerlos lle-
gar a Roma. Y con ellos pudo el doctor Mármol llevar a
feliz término su negociación, superando los últimos obs-
táculos que el Vicario general le puso valiéndose del Car-
denal Protector.
De la documentación llegada hasta nosotros resulta cla-
ro que ya el 22 de agosto de 1589, mientras se preparaba
la aprobación del texto completo de las Constituciones de
las monjas, había logrado el doctor Mármol que la Santa
Sede pusiese un freno a las innovaciones introducidas por
el padre Doria, pero no fue fácil lograr que la decisión de
Roma se hiciese efectiva. Tanto es así que el doctor Ber-
nabé del Mármol se vio en la necesidad de recurrir de
nuevo al Papa denunciando los manejos de Doria para im-
pedirlo, como resulta de la Súplica presentada por él el 27

53
MHCT 3, doc. 407.

62
de noviembre. Traducida literalmente del original italiano
dice así:
“De parte de las Monjas Descalzas Carmelitas de Es-
paña se pidió a V. Santidad la confirmación de sus
Constituciones que Teresa de Jesús, su Fundadora, les
dejó. […]
Asimismo, por haberse hecho hace poco un nuevo go-
bierno de la Religión de Descalzos, por el cual el Vica-
rio general con seis consejeros deben estar en un lugar,
gobernando con votos decisivos, por relación que se les
hace de los conventos, toda la Congregación de Descal-
zos, lo cual es difícil para las monjas […] suplicaban a
V. Santidad tuviese a bien mandar que sólo el Vicario
general de la Congregación fuese prelado y visitase los
conventos y tratase los negocios de las Monjas; o que,
si por atender a su Congregación él no pudiese, se de-
signase en el Capítulo general un religioso apto, con tí-
tulo de Comisario, para hacer dicho oficio, subordinado
al dicho Vicario general como a cabeza de la dicha
Congregación.
V. Santidad remitió la súplica a la Congregación de
Regulares donde, el día 22 de agosto, se decretaron los
tres últimos puntos, según se pedía de parte de dichas
monjas. Pero no se ha dado la expedición, esperando a
darla junto con la aprobación de las Constituciones, las
cuales están ya corregidas y dadas a traducir para pre-
sentarlas a V. Santidad.
Hallándose el negocio, Beatísimo Padre, en estos tér-
minos, los frailes Descalzos de dicha Orden, por medio
del Cardenal Pinelli, Protector de la Religión, sin venir
a la Congregación de Regulares ni hacer mención de lo
que para las monjas se trataba en ella, han obtenido de

63
V. Santidad confirmación de algunas cosas en perjuicio
de lo que se pedía por parte de las Monjas, ya tratado y
resuelto en Congregación para consultarlo con V. San-
tidad, y tampoco ha sido oída la parte de ellas para esta
concesión que se ha hecho54.
Por tanto se suplica humildemente a V. Santidad, de
parte de las dichas Monjas, sea servido mandar al Car-
denal Santiquatro, que entonces presidía la Congrega-
ción, informe de la verdad de este memorial a V. Santi-
dad, para que, mejor informado, pueda proveer lo que
parezca más conveniente. Y al cardenal Pinelli, que de-
tenga entretanto la expedición de lo que se le ha orde-
nado55, para que la parte de las Monjas pueda ser oída
por V. Santidad. Quam Deus, etc.”.
La súplica del doctor Mármol produjo su efecto, como
resulta de las anotaciones añadidas en la primera página
del documento original: “Al Cardenal Alejandrino, que se
informe, hable sobre ello en Congregación y refiera”. El
Cardenal, por su parte, recibió también una Súplica del
doctor Mármol dirigida a él personalmente:
“De parte de las Monjas Descalzas Carmelitas.
Il.mo y R.mo Señor,

54
Como puede verse en A. ROGGERO, Genova e gli inizi della Ri-
forma Teresiana in Italia (1584-1597), Genova 1984, p. 72, Doria
contó siempre con el apoyo incondicional del cardenal Pinelli, que,
aunque figuraba como protector de toda la Orden, en ese momento
daba mayor crédito a una parte de ella.
55
De hecho, se anotó en el documento original, con letra distinta:
“lll.mus Card.lis Pinellus supersedeat” (“Que el Il.mo Card. Pinelli
no insista por el momento”).

64
Han transcurrido ya algunas Congregaciones desde
que, vistas y corregidas las Constituciones de las Mon-
jas Descalzas Carmelitas se mandaron traducir al latín,
como se hizo, y habiendo sido revisadas por el Secreta-
rio de la Congregación y corregidas por él, no se sabe
la causa por la cual se detiene la expedición. Suplico a
V.S. Il.ma tenga a bien mandar que se dé la expedición,
o se diga el motivo por el que no se da, si no es posible
darla, a fin de que la parte interesada pueda informar o
quedarse tranquila, sin molestar más a Vuestras Seño-
rías Ilustrísimas de la Congregación, cosa que se recibi-
rá como particular favor de V.S. Il.ma.
Este negocio ha sido recomendado a V.S. Il.ma por
monseñor Speciano de parte de la Emperatriz”56.
De otra letra: “Que se traduzcan y se expidan. 20 de
noviembre de 1589”57. La traducción al latín se hizo sobre
un ejemplar de la edición preparada por Ana de Jesús, con
la aprobación del Nuncio Speciano, en 1588.
Las dos súplicas muestran claramente que, para desblo-
quear la tramitación, que en agosto había sido acogida
favorablemente, fue necesario un nuevo recurso al Papa,
quien lo transmitió a la Congregación. El Cardenal Ale-
jandrino por su parte se encargó personalmente del asunto

56
Doña María de Austria, hermana de Felipe II, al quedar viuda de
Maximiliano II en 1576 se retiró a Madrid, donde entabló estrecha
amistad con Ana de Jesús desde su llegada a fundar en 1586. A ella
dedicó la madre Ana la primera edición de las obras de santa Teresa
en 1588 y le facilitó las obras manuscritas de san Juan de la Cruz.
También los frailes recurrieron a ella en julio de 1589, como hemos
visto, pidiendo su intercesión ante Felipe II para conseguir un
visitador que aclarase la situación (Cf. MHCT 3, pp. 481-483).
57
“Traducantur et exinde expediantur. 20 9bris 1589”.

65
y la Congregación de Obispos y Regulares se declaró ple-
namente en favor de las Descalzas: “Vistas las Constitu-
ciones y examinadas atentamente, la Congregación juzgó
que pueden ser confirmadas. 4 de diciembre de 1589”58.
La invitación al Cardinal Pinelli a que no insista en su
apoyo a los frailes es particularmente significativa, y pue-
de explicar, en parte, por qué transcurrieron todavía seis
meses hasta la expedición del Breve Salvatoris, fechado a
5 de junio de 1590. Quizá contribuyó a ello el intento de
hacer confirmar también las Constituciones de los frailes
como estaban en 1581, anulando los cambios introducidos
por el padre Doria, pero en ese terreno la construcción
doriana era ya inexpugnable59.

2. EL BREVE “SALVATORIS”
El Breve contenía íntegro el texto de las Constituciones
teresianas traducidas al latín siguiendo, como hemos di-
cho, la edición realizada por Ana de Jesús en 158860.

2.1 Parte narrativa


El primer detalle que salta a la vista, comparándolo con
el Breve Pia consideratione de 1580, es que aquí, en la
parte narrativa, sí que aparece la madre Teresa, ausente en
la súplica de aquél, pues la presentada de parte de Ana de
Jesús en 1589, ofrecía esta imagen de Orden:
58
“Visis et mature discussis Const.bus, censuit Congr.o posse con-
firmari. 4 Xbris 1589”.
59
Cf. I. MORIONES, Teresa de Jesús maestra de perfección, pp.
183-188.
60
La versión completa, en latín y castellano, puede verse en
MHCT 4, doc. 434.

66
“Habiéndose, de 28 años atrás, una mujer llamada Te-
resa de Jesús, difunta, cuya origen es de la ciudad de
Ávila, así esclarecida por nobleza de linaje como ilustre
por la gloria de sus hechos y por maravillosa opinión de
santidad, despreciados y desechados los deleites de este
siglo, consagrado toda al celestial Esposo Jesús, deba-
jo del dulcísimo yugo de la Religión, y habiendo con su
ejemplo y santísimos documentos atraído al mismo pa-
recer, mientras vivió, muchas doncellas y mujeres, y
edificado cuasi veinte monasterios de monjas en diver-
sas ciudades de España, con nombre de Descalzas de la
Congregación de la Regla primitiva de la Orden de
Santa María del Monte Carmelo, y en ellos introducido
la Regla primitiva de la dicha Orden, según la forma
dada en tiempo pasado por el Papa Inocencio Cuarto.
[...]
Y, como con el ejemplo y persuasión de esta piadosa
mujer, algunos varones religiosos (abrazando la misma
reformación) hayan hecho algunos monasterios de frai-
les de la misma Orden, llamados Descalzos, los cuales,
después, por el olor de la muy buena fama que de sí
dieron, se dice haberse aumentado tanto que al presente
se hallan en toda España sesenta monasterios y conven-
tos, y por ventura más, así de hombres como de muje-
res, los cuales todos reverencian por Madre y fundado-
ra a la dicha Teresa; y en estos hacen a Dios agradable
servicio casi dos mil personas, con oraciones continuas,
meditaciones y otros servicios divinos, con humildad de
espíritu y mortificación de la carne; los cuales, sobre la
confirmación de la dicha reformación y estado, y para
aumento de la dicha Congregación, así de hombres co-
mo de mujeres, han alcanzado muchas letras Apostóli-
cas del Papa Gregorio XIII, nuestro predecesor, y de

67
Nos. Y últimamente (según hemos sabido) en el Capí-
tulo primero de los frailes de la dicha Congregación,
que se hizo en la villa de Alcalá de Henares, Diócesis
de Toledo, en el año de mil y quinientos y ochenta y
uno, para dividirlos de los otros frailes de la Orden de
Santa María del Monte Carmelo, llamados Mitigados,
los amados hijos fray Juan de las Cuevas, Prior que en-
tonces era de la casa de San Ginés de Talavera, de la
Orden de los Predicadores, Comisario Apostólico en el
dicho Capítulo, y fray Jerónimo Gracián de la Madre de
Dios, primer provincial de la dicha Congregación, en-
treviniendo también los Definidores del dicho Capítulo,
para edificación y gobierno de las monjas Descalzas de
la dicha Congregación, publicaron algunas reglas y
constituciones sacadas de los dichos y escritos con que
la misma Teresa acostumbraba instruir a sus discípu-
las, y conformes a la dicha Regla antigua, salvo en el
rezar de las completas y en las elecciones de las prio-
ras, y la redujeron a veinte capítulos.
Las cuales, aprobadas en días pasados por el amado
hijo Nuncio de la Sede Apostólica, que entonces era en
los Reinos de España, y después propuestas a Nos, para
que fuesen confirmadas con autoridad Apostólica, co-
mo Nos las hubiésemos cometido a los amados hijos
nuestros Cardenales de la Santa Iglesia Romana depu-
tados para las consultas de los Regulares para que las
examinasen, los dichos Cardenales, después de haberlas
madura y diligentemente considerado, y examinado, y
enmendado, añadieron a ellas algunos otros capítulos
muy necesarios, según que más largamente se contiene
en las dichas Constituciones, las cuales quisimos que,
palabra por palabra, fuesen puestas en las presentes.

68
Y, como Nos, holgándonos mucho en el Señor de los
dichos principios de esta Congregación, deseemos en
gran manera que se haga cada día más dichoso adelan-
tamiento, mayormente por las dichas monjas, por tanto,
nos pareció que las dichas Constituciones, como muy
buenas y muy saludables, deben ser guardadas perpe-
tuamente.

2.2 Parte dispositiva


Así que motu proprio y de nuestra cierta ciencia y
con la plenitud del poderío Apostólico, y por el tenor de
las presentes, confirmamos y aprobamos para siempre,
con autoridad Apostólica, las dichas reglas y Constitu-
ciones, examinadas, corregidas y aumentadas, según
dicho es, y abajo en las presentes anotadas, comprendi-
das en veinte y cuatro capítulos, y añadimos fuerza de
perpetua y inviolable firmeza apostólica. Y ordenamos
y mandamos que las dichas monjas, y todos los demás a
quien tocan, las guarden firme y inviolablemente para
siempre, so las penas en ellas contenidas, supliendo to-
dos y cualesquier defecto, así de hecho como de dere-
cho, y también de solemnidades que por ventura se re-
quieran, si en cualquier manera ha habido algunos en lo
sobredicho”.
Y a renglón seguido añade el Breve las siguientes cláu-
sulas, que nunca fueron abrogadas, y a las que Ana de Je-
sús se atuvo en su conducta:
“Iten más, porque otras veces se ha concedido por auto-
ridad apostólica por diversas letras apostólicas facultad
al Capítulo de la dicha Orden de frailes Descalzos, o
por ventura a otro cualquier de los superiores, para ha-
cer y publicar, alterar, o declarar Constituciones y Re-
69
glas para el gobierno de la dicha Orden y Congrega-
ción, porque por esto no parezca en algún tiempo ser
hecho y publicado algo contra las dichas Constituciones
publicadas y hechas con tanta diligencia, cuidado y
madurez, y oído también el Procurador que dice ser de
la que llaman Consulta de los dichos frailes, han sido
por nuestro mandado consideradas, examinadas y en-
mendadas en la Congregación de los dichos Cardenales,
y principalmente con mucho consejo y trabajo del ama-
do hijo nuestro Julio Antonio Presbítero Cardenal de
Santa Severina, llamado del título de San Bartolomé in
Ínsula, por la autoridad apostólica y tenor de las presen-
tes, revocamos perpetuamente la dicha facultad cuanto
a las dichas monjas solamente, y no queremos que al-
guno pueda alterar, mudar ni moderar las dichas Cons-
tituciones, ni en cualquier manera hacer otras Constitu-
ciones o Reglas, si no es pidiéndolo ellas, ni aun
entonces sin consultar al Romano Pontífice, aunque sea
en manifestísimo provecho de las monjas.
Y asimismo si hasta aquí por ventura, por virtud de la
dicha facultad, hubieren sido hechas y publicadas algu-
nas otras Constituciones o Reglas, mandamos que no
tengan fuerza alguna cuanto a las dichas monjas, y que
así se juzgue y determine por cualesquier jueces y co-
misarios, de cualquier autoridad que sean, quitándoles
cualquier facultad y autoridad de juzgar y declararlo de
otra manera; y que sea ninguna y de ningún valor cual-
quier cosa que de otra manera acaeciere atentarse sobre
esto por cualquier persona y con cualquier autoridad, a
sabiendas o ignorantemente, etc.”
Se instituía, además, el oficio de Comisario general,
que debería ser elegido en el Capítulo de los Descalzos,

70
ocuparía un lugar inmediatamente después del Vicario
general y se cuidaría de la visita y gobierno de las monjas,
con la misma autoridad que el Vicario general, aunque
dejando intacta su autoridad personal, sin que la Consulta,
ni los provinciales o los ordinarios de lugar puedan en-
tremeterse en nada61.

3. EJECUTORES DE BREVE
Conseguido lo principal, presentó el doctor Mármol una
Súplica al Papa pidiendo que se nombrase un ejecutor del
Breve “para hacer que los frailes hagan lo que V. Beati-
tud les ordena en favor de las Monjas, sin que los dichos
frailes puedan distorsionar las cosas a su manera”62.
Con fecha 27 de junio de 1590 fueron nombrados eje-
cutores “in solidum” don Teutonio de Braganza, Arzobis-
po de Évora, y fray Luis de León, profesor de Sagrada
Escritura en la Universidad de Salamanca, con las faculta-
des necesarias para:
a) presidir el Capítulo, o convocarlo a petición de las
monjas, si el Vicario general lo difería por un mes a partir
de la notificación del Breve;
b) promulgar en él, en nombre de la Santa Sede, las
Constituciones aprobadas con el Breve del 5 de junio;

61
La versión completa, en latín y castellano, puede verse en
MHCT 4, doc. 434.
62
MHCT 4, p. 119.

71
c) presidir la elección del Comisario que había de en-
cargarse del gobierno de las monjas y su socio63.
El correo de Roma a Madrid tardaba alrededor de un
mes, por lo que podemos calcular que el padre Doria, aun-
que conocía las negociaciones del Procurador de las Des-
calzas, no habrá leído el texto íntegro del Breve hasta fina-
les de julio o primeros de agosto. Esto es sólo una
hipótesis, pues Doria tenía hilo directo con Roma, y hasta
sería lícito pensar si, para ocultar la existencia de ese hilo,
se hicieron correr los rumores a que alude fray Luis de
León en su carta del 18 de julio de 1590 a Juan Vázquez
del Mármol:
“Aquí les han dicho [a las Descalzas] que sus Constitu-
ciones están confirmadas en Roma, y que el Papa las
dio al General, y el General las envió al Vicario: no lo
puedo creer, ni que el señor Doctor las haya dejado ve-
nir por otra mano que la suya. Vuestra merced me avise
de lo que en ello hay, y de Lisboa me diga también lo
que pasa, y ponga espuelas a ese lerdo de su deudo
[Gracián!], que vuelva por sí y por la causa pública de
su Orden, que esto que envían en las cartas es un libelo
del infierno. Yo no sé si aquellos Padres, con cuyo con-
sejo se hace y escribe, tienen seso o conciencia; que lo
uno o lo otro falta allí, o ambas cosas para acertar me-
jor. Dios los alumbre...”64.

63
I. MORIONES, Ana de Jesús, p. 191; MHCT 4, doc. 438, pp. 120-
123.
64
I. MORIONES, Ana de Jesús, p. 181.

72
Capítulo VI
REACCIÓN DEL PADRE NICOLÁS DORIA

1. Primeras contramedidas.- 2. Un mes de espera.- 3.


Las monjas llaman a capítulo.- 4. Una herencia en pe-
ligro.

1. PRIMERAS CONTRAMEDIDAS
Al tener noticia de que la expedición del Breve era ya
cosa hecha, el padre Doria reaccionó pidiendo a Felipe II
que ordenara a su embajador en Roma prestase su apoyo
al Procurador que iba a solicitar la revocación, pues era
contrario a los “los Breves que la Orden tenía” 65.
Luego, para persuadir a las monjas a que no recibieran
el Breve que estaba a punto de llegar, les envió el 21 de
agosto una circular explicando los peligros que de él se
podrían seguir y las medidas que había tomado ya para
prevenirlos. Los tres puntos principales los resume así:
1. “Que yo he de ser sólo prelado de ellas durante mi
oficio de Vicario general”.
2. “Que ha de haber reelecciones de prioras y de cre-
cer el número de veinte, que ambas cosas suenan lo
que son, y ya de estas reelecciones las he avisado”.
3. “Y como el que tiene un gran dolor olvida los meno-
res, así el dolor que me da ver la manera del gobierno
de uno solo que han escogido y la libertad de tantos

65
MHCT 4, pp. 455-456.

73
confesores que pretenden tener, y los males que de todo
esto resultan, me hace olvidar lo demás y tratar de solo
esto”.
“En suma: con título de libertad, que santa la bauti-
zan, Vuestras Reverencias desean libertad; con título de
suavidad con un solo en el gobierno apetecen sus de-
seos y mandos en el gobierno; y con título de guardar
sus Constituciones, van contra sus Constituciones, co-
mo se ve claro en el crecer del número, y en el go-
bierno de un solo, y en las reelecciones y en lo de los
confesores, por lo que tengo dicho66.
El día 23 –dos días después de la fecha de la circular
del padre Doria– aceptaron don Teutonio de Braganza y
fray Luis de León su comisión de ejecutores del Breve de
Sixto V, que les había sido presentado en nombre de la
priora y monjas del convento de Madrid. Sin pérdida de
tiempo, el día 25, escribieron los dos ejecutores una carta
al padre fray Nicolás de Jesús María dándole cuenta del
contenido del documento pontificio y advirtiéndole de
que, si en el término de un mes no reunía el Capítulo para
su ejecución, lo convocarían ellos. Esta carta, testifica
Alonso de la Serna: “En veinte y seis de agosto le fue por
mí, el dicho notario, notificada al dicho Vicario general en
persona y a ella dio ciertas respuestas”67.

2. UN MES DE ESPERA
Fray Luis de León escribió una circular a todas las
monjas enviándoles copia del Breve y explicando que,
66
MHCT 4, Doc. 457; I. MORIONES, Ana de Jesús, p. 192-200;
HCD, VI, p. 747-753.
67
I. MORIONES, Ana de Jesús, p. 204.

74
para su aceptación, estaba previsto un Capítulo especial
en el plazo de un mes. Ni a él ni a la madre Ana de Je-
sús les quedaba nada más que hacer que esperar a que el
padre Vicario general lo convocara.
En cambio, para el padre Doria, ese mes constituía el
plazo de que disponía para evitar la promulgación del
Breve pontificio. Aunque contaba con el apoyo del Rey,
que le garantizaba el éxito sus gestiones en Roma, le
faltaba superar un obstáculo importante para dejar asen-
tada definitivamente su obra de perfeccionamiento de la
Orden: persuadir a las destinatarias del Breve de que
eran mucho más convenientes las leyes promulgadas por
él que las que ellas atribuían a santa Teresa.
Al cabo de más de un mes del envío de su circular del
21 de agosto, el padre Doria había logrado la adhesión de
una supriora y seis prioras, de siete conventos en total.
En cambio, quince conventos se mostraron conformes
con el Breve y declararon que preferían continuar por el
camino que les había enseñado su santa Fundadora, y que
el Papa les había confirmado.

3. LAS MONJAS LLAMAN A CAPÍTULO


Transcurrido el plazo de un mes, sin que el padre Vica-
rio general cumpliera lo que en virtud del Breve pontificio
se le había intimado el 26 de agosto, fray Luis de León,
como atestigua el notario Alonso de la Serna,
“usando de la facultad apostólica a su Paternidad por el
dicho Breve concedida, en 2 días de este presente mes
de octubre despachó sus letras convocatorias para los
Provinciales de la dicha Orden de los Carmelitas Des-
calzos, mandándoles so las penas y censuras en el dicho

75
Breve apostólico contenidas, viniesen a esta Corte per-
sonalmente con sus Socios”68.
Para nueva fecha de inicio del Capítulo señaló fray Luis
el 25 de noviembre, fiesta de santa Catalina. Como el
tiempo no es posible detenerlo, llegó por fin el 25 de no-
viembre; en cambio no llegaron los capitulares convoca-
dos, porque Doria sí consiguió detenerlos. Y fray Luis de
León pudo constatar con desilusión que, no obstante la
autoridad apostólica con que había expedido las cartas
vocatorias, sólo tres de los 17 capitulares habían acudido a
la cita. La ausencia de los demás se justificaba con decir
que, por estar tan esparcidos por España, no habían podido
ser hallados a tiempo para comunicarles la convocación, y
que su Majestad les había ordenado expresamente que no
se reunieran.
Entretanto el padre Doria, con la ayuda de Consiliarios
y confesores, había logrado dos adhesiones más para su
causa, mientras que a Ana de Jesús le había llegado la ad-
hesión de cuatro conventos más, sumando 20 con el de
Madrid, del total de los 30 conventos existentes.
Ante esa situación fray Luis se vio obligado a prorrogar
la fecha de citación y lo hizo hasta el 2 de febrero del año
siguiente de 159169.

4. UNA HERENCIA EN PELIGRO


Observando con cuatro siglos de perspectiva histórica
la situación en que se encontraban nuestros protagonistas
en 1590, nos resulta fácil constatar que el padre Doria es-
taba intentando corregir los defectos que él veía en las

68
MHCT 4, pp. 311-313.
69
MHCT 4, p. 348.

76
Constituciones teresianas. Por eso continuó su labor de
persuasión pidiendo a las monjas que le enviasen cartas de
renuncia al Breve, mientras su procurador en Roma siguió
negociando hasta conseguir que el Papa confirmara lo que
el padre Doria había introducido en las Constituciones de
los frailes sobre el gobierno de las monjas. Cinco meses
más (del 25 de noviembre al 25 de abril) le costó vencer la
resistencia de Ana de Jesús, cuyo recurso a Felipe II logró
anular, con ayuda de García de Loaysa, a base de falsas
informaciones y verdaderas calumnias.
Nótese que el Breve Quoniam non ignoramus, concedi-
do por Gregorio XIV el 25 de abril de 1591, era una res-
puesta a la petición del padre Doria, no una abrogación del
Breve Salvatoris concedido por Sixto V, a petición de las
monjas, el 6 de junio de 1590.

77
Capítulo VII
NUEVA CONFIRMACIÓN DE
LAS CONSTITUCIONES TERESIANAS
1. El testimonio de Ana de Jesús.- 2.- El testimonio de
Pedro de Bárcenas.- 3. El hombre propone …- 4. Testi-
monio de María de San José.- 5. La versión del padre
Gracián.- 6. La versión de Ana de Jesús.- 7. La versión
que llegó a Ana de San Bartolomé.- 8. ¿Hijas o madres?

1. EL TESTIMONIO DE ANA DE JESÚS


No se piense que Ana de Jesús, aunque recluida en su
celda, abandonó la causa y renunció sin más a los dere-
chos de las monjas que veía conculcados por el abuso de
poder de la Consulta. Obedeciendo siempre a la legítima
autoridad, siguió fiel a su deber de trasmitir a sus hijas la
herencia teresiana.
En su declaración para el proceso de santa Teresa, he-
cha en Salamanca el 5 de julio de 1597, la madre Ana
ofrece detalles muy importantes para completar el curso
de la historia de sus Constituciones. Aludiendo a los suce-
sos de que nos estamos ocupando, aporta datos que, no
sólo esclarecen la situación que a ella le tocó vivir en Ma-
drid, sino que resuelven el “problema” con que tropiezan
algunos historiadores cuando se preguntan con qué Cons-
tituciones fundó en Francia y en Flandes70. El problema, al

70
S. MORGAIN: “Il est à savoir comment et par quel moyen les
Carmélites de France passèrent de l’utilisation des Constitutions de

79
que no encuentra solución el padre Morgain, nace de una
suposición del padre Fortes71, el cual, siguiendo o reinven-
tando la opinión de autores de fines de siglo XIX, da por
supuesto que la madre Ana observó en un principio las
constituciones de 1592 y sólo más tarde volvió a las de
1588. Pero esa suposición no tiene otra base histórica que
la versión de nuestros cronistas, empeñados en hacer creer
que el padre Doria no se había apartado un ápice de la vo-
luntad de santa Teresa. Para hacer cuadrar esa tesis se
afirmó que también Ana de Jesús, aunque por imprudencia
o por ignorancia se había opuesto a él, acabó acatando sus
disposiciones. Ya es hora de reconocer al grupo fundacio-
nal el peso histórico que se merece y también de encuadrar
en el contexto general del siglo XVI la novedad carismáti-
ca de santa Teresa. El padre Doria y de sus colaboradores
no aceptaron la novedad teresiana y su actuación no pude
considerarse como un modo legítimo de interpretar el ca-
risma teresiano.
Veamos, pues, la declaración de la madre Ana de Jesús,
tan discreta y comedida en sus palabras, que, en este pun-
to, ha pasado casi desapercibida hasta nuestros días. Por lo
demás, es un hecho que esta declaración de Ana permane-
ció inédita hasta que la publicó san Enrique de Osó en
1872. Dice, pues, la madre Ana:

1592 à celles de 1588, publiées à Bruxelles en 1607” (MHCT 16, p.


262).
71
Ibidem, p. 260. Véase también BMC 29, p. 126, donde el padre
Fortes manifiesta su perplejidad, y IHT, Studia 17, p. 906, donde J.
Urkiza hace suya la versión de Fortes. - Cuando Ana dice “sélo tan
cierto como las demás cosas que aquí tengo dichas”, hay que tomar
en serio su afirmación, aunque no nos haya llegado ningún documen-
to escrito que la confirme expresamente.

80
“En Roma causó tanta [devoción] las Constituciones y
forma de vivir que nos enseñó, que llevándolas el año
de 88 a Su Santidad de Sixto V, después de haberlo he-
cho mirar y examinar y pasado grandes dares y toma-
res y contradicciones que hubo para la confirmación
que de ello pedíamos, así a Su Santidad como a los
Cardenales de la Congregación les pareció se nos debía
conceder y confirmar como nuestra Santa nos las había
dejado, diciendo no habían visto Constituciones de Re-
ligión más concertadas y bien ordenadas. Y, al tiempo
de firmar el Breve de la Confirmación, no quiso el Su-
mo Pontífice fuese sola la firma del Cardenal Regente
de la Congregación, sino de todos los de la Congrega-
ción, diciendo que cosa de tan gran servicio de Dios y
bien de la Iglesia convenía la aprobasen y firmasen to-
dos, estimándola en mucho, y así firmaron el Breve
original de la confirmación de nuestras Constituciones
como en él se podrá ver”72.
Sobre lo que Ana de Jesús define como “grandes dares
y tomares y contradicciones”, hemos visto suficiente do-
cumentación en los capítulos anteriores. Hasta aquí llega
su referencia a cuanto ya hemos estudiado, pero su decla-
ración va más allá y ofrece todavía más luz sobre los años
sucesivos. Prosigue en su declaración:
“Y después de muerto Sixto V, por algunas causas y
palabras que vinieron trocadas en la traducción, hubo
alguna contienda y se hizo diligencia con el Sumo Pon-
tífice que sucedió, que fue Inocencio, y las volvió a
confirmar y aprobar con tanta particularidad, que a
cuantos lo supieron hacía admiración”.

72
ANA DE JESÚS, Proceso de Salamanca, BMC 18, p. 484.

81
Para comprender la alusión a los Papas que gobernaron
la Iglesia durante esos años cruciales para la confirmación
de las Constituciones teresianas, ténganse presentes los
siguientes datos: Sixto V murió el 27 de agosto de 1590,
en pleno comienzo de la resistencia del padre Doria a su
Breve. Su sucesor Urbano VII, elegido el 15 de septiem-
bre, murió el 27 del mismo mes, por lo que no pudo inter-
venir en el asunto (ni siquiera se enteraron de su nombre
en España hasta después de su muerte). Gregorio XIV,
elegido el día 5 y consagrado el día 8 de diciembre de
1590, concedió el Breve Quoniam non ignoramus el 25 de
abril de 1591, y murió el 15 de octubre de ese mismo año.
Le sucedió Inocencio IX: elegido el 29 de octubre y con-
sagrado el 2 de noviembre de 1591, murió el 30 de di-
ciembre sucesivo. Si en esos dos meses de pontificado,
dice Ana que “volvió a confirmar y aprobar [las Constitu-
ciones] con tanta particularidad, que a cuantos lo supieron
hacía admiración”73, significa que algún responsable de la
Congregación de Obispos y Regulares le pudo explicar lo
ocurrido durante los meses anteriores y volvió a repetir, al
menos de palabra, la aprobación de Sixto V. Finalmente,
Clemente VIII fue elegido el 30 de enero y consagrado el
2 de febrero de 1592 (La aprobación de las Constituciones
del padre Doria está fechada a 19 de febrero).
Antes de pasar a la intervención de Clemente VIII,
quiero llamar la atención del lector y dar el peso que se
merece a la frase de la declarante: “por algunas causas y
palabras que vinieron trocadas en la traducción”. Es que

73
Por poner un ejemplo de nuestros días: Juan Pablo I, con un pon-
tificado más breve que el de Inocencio IX, tuvo tiempo para respon-
der a las Carmelitas Descalzas de Venecia y concederles lo que le
pedían, aunque la carta no se haya publicado en AAS.

82
el padre Doria, “maestro de embrollos” según los que lo
vieron actuar en este negocio, trató de ocultar su verdadera
intención desviando la atención hacia “los cambios” intro-
ducidos por el Breve, pintándolos como tan numerosos y
tan graves que, si se introdujeran, las Constituciones deja-
rían de ser de santa Teresa. La madre Ana, que ya en 1591
había denunciado la debilidad de ese argumento ante la
Junta, seis años después recuerda el suceso con esa breve
alusión a la respuesta de Luis de León en su Alegato en
favor de las monjas. Como el padre Doria afirmaba que en
Roma habían cambiado la ley sobre la “propiedad y el
uso”,
“por la parte de las monjas –escribe Luis de León– se
dice que la Constitución confirmada que habla de esto
está letra por letra trasladada en latín de la antigua que
las monjas tienen en romance”74.
Pasando ya a la intervención de Clemente VIII, conti-
núa la madre Ana en su declaración:
“Y Su Santidad de Clemente, Papa que hoy tenemos,
con semejante ocasión hizo lo mismo, y pidió al carde-
nal Santa Severina el retrato de nuestra madre Teresa
de Jesús, y su libro y Constituciones, el cual escribió a
Madrid se lo enviasen luego, porque había dado el que
tenía a nuestro señor el Papa, y que él y todos cuantos
Cardenales hay en Roma no querían estar sin ello, que
les hacía consuelo tenerlo en su oratorio, digo ver el re-
trato de nuestra santa Madre, que en sus cartas siempre
la nombraban la bienaventurada madre Teresa de Je-
sús”75.
74
MHCT 4, pp. 377-378.
75
ANA DE JESÚS, Proceso de Salamanca, BMC 18, p. 484.

83
2. EL TESTIMONIO DE PEDRO DE BÁRCENAS
A qué se refiere Ana de Jesús cuando dice “con seme-
jante ocasión” y cuando nombra la figura del Cardenal
Santa Severina, nos lo va a explicar el licenciado Pedro de
Bárcenas, confesor de las monjas de Madrid, desde que
fundaron en 1586, hasta que lo quitó el padre Doria en
virtud del Breve de Gregorio XIV.
El 12 de septiembre de 1592 escribía Bárcenas al Papa
Clemente VIII:
“Beatísimo Padre,
Poco más ha de seis años que vinieron a esta Corte
unas monjas Carmelitas Descalzas a fundar un monas-
terio de su Orden, y algunos siervos de Nuestro Señor
me pidieron acudiese a su consuelo porque eran de
grandísimo ejemplo y santidad, y estaban pobres y so-
las. Y deseando alcanzar la perfección que para mi es-
tado (que es de sacerdote secular) se requiere, y la que
me decían tenían ellas, sacrifiqué mi voluntad y libertad
a Nuestro Señor y comencé a decirlas misa y confesar-
las. En todo este tiempo que las he tratado tan de cerca
y conozco su oración, mortificación y penitencia, puedo
decir que es de la mejor gente que tiene Dios en su
Iglesia. Todos sus monasterios solían ser un alma y un
corazón, suma paz y caridad, que parecía la primitiva
Iglesia, como fundados con un extraordinario gobierno
dado por el mismo Dios a la santa madre Teresa de Je-
sús su fundadora.
Envidioso el demonio de tan grande bien, creo que ha
procurado que los frailes Carmelitas Descalzos muden
el gobierno que con tanto acuerdo había dádolas su ma-
dre y los más doctos y espirituales hombres de España,

84
de lo cual han resultado muy grandes inconvenientes.
Acerca de ellos escribo al Cardenal de Santa Severina
como a Penitenciario Mayor, para que comunicados
con Vuestra Santidad provea de remedio como más
convenga a la mayor gloria de Dios, por cuyo amor ha-
go esto como fiel hijo y ministro de su Iglesia, por ver
la necesidad que tiene de remedio esta cosa, y las mon-
jas oprimidas e imposibilitadas de le poder pedir, y con
esto habré cumplido con la obligación que tengo a Dios
y de acudir como humilde siervo a V. Santidad, a quien
prospere Nuestro Señor con su gracia y enriquezca de
bienes eternos, amén. De Madrid, son 12 de septiembre
1592. Beatísimo Padre, besa los pies de V. Santidad su
más humilde e indigno siervo. Pedro de Bárcenas”76.
Con la misma fecha, pero con más detalles, exponía el
problema el licenciado Bárcenas al cardenal Santa Severi-
na. Téngase en cuenta al leer esta carta que, desde el punto
de vista histórico, el destinatario es tan importante como el
autor. Veamos por qué. El autor es importante por tratarse
de un testigo excepcional, que viene a sintetizar y confir-
mar lo que ya conocemos por la correspondencia de otros
conventos con el de Madrid. No se olvide que, de los 30
conventos existentes en ese momento, nos ha llegado el
testimonio directo de 29 (sólo el de San José de Valencia,
fundado en 1588, no aparece en esta correspondencia).
Ahora bien, de esos 29 conventos, 20 estaban conformes
con Ana de Jesús en su defensa de la herencia teresiana,
mientras que los 9 restantes, en su adhesión al gobierno
del padre de Doria, estuvieron condicionados por la in-
formación que les llegaba del Vicario general en persona o

76
MHCT 4, pp. 502-503.

85
de otros miembros de la Consulta, como Ambrosio Ma-
riano, Antonio de Jesús y Gregorio de San Ángelo.
El destinatario es tan importante, o más, porque en su
condición de miembro de la Congregación de Obispos y
Regulares había intervenido ya personalmente en la apro-
bación de las Constituciones de santa Teresa por Sixto V
en 1589, y ahora se le pedía que interviniese para que las
confirmara de nuevo Clemente VIII. El Penitenciario Ma-
yor, desde febrero de 1592, era Giulio Antonio Santori
(1532-1602), creado cardenal por Pío V en 1570, tenía,
como indican las fechas, 60 años de edad y 22 de expe-
riencia como cardenal. Téngase en cuenta además, que el
padre Gracián estaba en Roma desde junio y que en el mes
de julio había recurrido al mismo cardenal para que le ab-
solviera de las censuras que le habían sido impuestas en la
sentencia de expulsión77.
Y no sólo eso. Entre sus papeles hay una nota de algu-
nas semanas más tarde en que dice Gracián: “Carta a Fe-
derico Mejía cuando fray Juan Bautista habló al cardenal
Santa Severina para que no favoreciese al padre Gracián”.
Resulta que el Papa había recibido en audiencia al padre
Gracián el 16 de agosto y el procurador de la Consulta,
alarmado por la posible anulación de la sentencia, acudió a
parar el golpe poniendo en guardia al Penitenciario Ma-
yor. Dice Gracián:
“Después de esto, supe que fray Juan Bautista, procura-
dor de la Consulta, habló al cardenal Santa Severina
como ellos suelen. Respondióle desgraciadamente. Y
vino a decille al fin el fray Juan que mirase que era ne-
gocio del Rey, como amenazándole. De lo cual el Santa

77
MHCT 9, pp. 124-125.

86
Severina se indignó mucho y toma el negocio muy de
veras”78.
Gracián, en su carta a Mejía, disculpa a Felipe II afir-
mando que, no pudiendo atender personalmente a todo,
deja en mano de sus consejeros asuntos de menor impor-
tancia. Pudo ser muy bien el mismo padre Gracián quien
entregó personalmente al Cardenal estas cartas, cuya copia
conservó y gracias a su copia podemos enterarnos de la
versión de los sucesos que le ofrecía Pedro de Bárcenas y
de la necesidad que veía de informar al Papa y “proveer
de remedio”. Le dice entre otras cosas:
“Con dolores de parto he andado todo este año sin sa-
ber a quién acudir en la tierra que remediase mi pena. Y
leyendo un Breve de Sixto V en confirmación de las
Constituciones de las monjas Carmelitas Descalzas, ha-
llé en él que V.S. Ill.ma y R.ma había sido el que las
había examinado y aprobado y por cuyo buen parecer
se habían confirmado79. Y luego eché de ver que aquí
estaba el alivio de mi pena y el remedio de una grande
enfermedad, peor que de pestilencia, que a toda la Con-
gregación de estos religiosos y religiosas se les ha pe-
gado. [...] Los frailes Carmelitas Descalzos, como co-
rridos de ver que todas las demás Religiones son
señoras, han querido introducir nuevo gobierno y nue-
vas leyes; y las monjas, por no perder las que su Madre
les dejó, suplicaron por la confirmación. Y, como los
frailes la vieron, han ejecutado su saña en estas santas
señoras, privándolas y penitenciándolas y haciéndolas

78
MHCT 9, p. 136.
79
Cf. MHCT 4, p. 45. Significa que el cardenal de Santa Severina
había hecho de Ponente del caso.

87
mil molestias, de donde ha sacado el demonio que, vien-
do la paz y amor de los tiempos pasados, y la guerra y
desabrimiento de estos, muchas se han retirado de no
acudir a ser monjas ni aun a darles limosnas; que si
aquí no se pretendiera ambición y autoridad de poco
momento, sino el bien de las almas, fuera como había
de ir; pero así, todo va torcido y lleno de tantos incon-
venientes que no lo sabré decir. […]
Ahí envío un memorial de algunas cosas; V. Señoría
Ill.ma y R.ma las verá despacio, y procure servir mucho
a Nuestro Señor en este negocio. Y esto no hay para
qué lo sepan los frailes, pues no ha de servir sino de
que empocen a las monjas y las quiten que no tengan
con quien tratar, ni sepan sus males ni se remedien”80.
En el memorial adjunto añade, entre otras cosas, el li-
cenciado Bárcenas:
“Presupuesto que hace ahora 30 años que la santa ma-
dre Teresa de Jesús, fundadora de las monjas Carmeli-
tas Descalzas, fundó el primer monasterio de su Orden
con acuerdo y parecer de los mayores letrados y hom-
bres de religión y espíritu que tuvo España, y que con
las leyes y gobierno que ellos la dieron, y con las que
ella escogió, experimentada y escarmentada de los da-
ños e inconvenientes que sabía y había visto en muchas
Religiones81, se han gobernado sus monjas con suma

80
MHCT 4, pp. 504-505.
81
Este extremo lo confirma la madre Ana de Jesús en la misma de-
claración para el proceso, y explica en parte su tenacidad en defender
el gobierno teresiano: “Cuando iba de camino, posaba en monasterio
de otras Órdenes por gozar de estar en obediencia, como está dicho,
y era las cosas que trataban con ella y con las que la acompañábamos
que nos lastimaban y cansaban mucho, y pedíamosla no posásemos

88
paz y rigor en la observancia de su instituto, se pondrán
aquí los inconvenientes que tiene de que sean goberna-
das por el modo que ahora pretenden llevar y llevan sus
frailes, que las quieren gobernar a su antojo, pensando
que ha de ser más acertado que el que el Espíritu Santo
comunicó a la Santa Madre.
Las monjas presentaron sus Constituciones y Regla al
Sumo Pontífice Sixto V para que Su Santidad las man-
dase examinar; y confirmadas, mandó se guardasen con
Motu proprio. Al tiempo que los jueces le quisieron
ejecutar, los frailes hicieron grande estruendo y acudie-
ron al Rey para que mandase que no se ejecutase, ale-
gando razones bien indignas de la verdad y de su hábi-
to y muy contrarias a la perfección con que viven las
monjas, procurando por este camino alcanzar cartas del
Rey para que Gregorio XIV revocase el Motu de Sixto
V. En un año, poco menos, que duró la suspensión de la
ejecución del Motu de Sixto V, no quisieron los frailes

en monasterios por el gran trabajo que nos era saber el que pasaban
con sus vicarios, y ver el que a ella le daba no poderlas remediar ni
sacarlas del mal en que estaban por no se poder confesar claro; y
así nos decía lo mucho que debíamos a Dios por no estar atadas a
esto de tener un solo confesor, y encargábanos lo agradeciésemos a
Nuestro Señor y lo procurásemos sustentar, que ella sabía nos dura-
ría si nosotras mismas, por aplacer a los de nuestra Orden, no nos lo
quitábamos, aunque estaba segura que no haríamos, y hasta ahora
así es y espera será siempre, porque nuestros Prelados se huelgan
nos confesemos algunas veces con las personas más señaladas en
santidad y letras de otras Órdenes, y nos dan licencia para las que
pedimos, que son tan aventajadas como nuestra Madre Fundadora
quería fuesen los que tratásemos para que nos diesen luz en todo, y
persuadiéndonos la necesidad que había de dar cuenta del alma más
que a uno, nos contaba que en Ávila, cuando las herejías de Caza-
lla...” (BMC 18, p. 471).

89
gobernar las monjas en poco ni en mucho, ni en otra
cosa entendieron más de en recusar a los jueces y en
deshonrar e infamar a sus monjas por sólo haber ido a
Roma a confirmar sus Constituciones, y en persuadir a
todas las monjas que escribiesen al Papa y al Rey que
no les convenía la confirmación y Breve de Sixto V; y a
quien no quería escribir, se lo hacían hacer con amena-
zas.
Gregorio XIV moderó el Breve de Sixto V, a instan-
cia del Rey como el mismo Breve lo dice, en cuatro
constituciones, y en lo demás dejó el Breve de Sixto V
en su fuerza. Y los dichos frailes, como si en todo le
hubieran revocado, se entraron, como quien da asalto,
en todos los monasterios de su Orden, haciendo y des-
haciendo a su voluntad lo que les parecía, sin haber
quien les contradijese. Cosa fue que descubrió bien lle-
varlos la ambición y no la perfección que ellos publi-
can.
Dentro de dos días que notificaron a las monjas el
Breve de Gregorio XIV, trataron de ser ellos sus confe-
sores y mandaron con censuras que no se confesasen
con otros. Luego tratan de visitarlas. Y la visita, que se
ha de hacer en un día, y cuando más dure manda la
Constitución que no pase de cinco, duró un mes, con
mucho escándalo de la Corte, porque en todo este tiem-
po las mandaron con censuras que no hablasen ni escri-
biesen a nadie, aunque fuese deudo suyo. En lo que se
gastó este tiempo de la visita fue en averiguar quién en-
vió a Roma a confirmar sus Constituciones, quién ayu-
dó y dio parecer para ello y quién dio poder y dineros.
Y después de averiguado y acabada la visita, se hizo
capítulo y privaron de voz activa y pasiva y lugar y la

90
pusieron por huéspeda y mandaron con censuras que no
hablase a persona de fuera de casa ni escribiese ni re-
cibiese cartas de nadie; y ésta es Ana de Jesús, priora y
fundadora de la casa de Madrid, tan religiosa que había
veinte años que por obediencia la mandaban comulgar
cada día los mismos que la gobiernan; y por haber ido o
enviado a Roma a confirmar sus Constituciones, la han
hallado indigna de comulgar, con harto escándalo de la
Corte; esto por sospechar que debía tener muy grandes
pecados, habiéndola tenido siempre en reputación de
santa y vivido como tal; y sin haberse hallado cosa
contra ella, la tienen un año ha penitenciada.
Después de privada ésta, privaron a la sazón a la Prio-
ra que entonces era de Madrid, por haber ayudado y
dado poder para la confirmación de sus Constituciones,
con título y apariencia que la privaban por haber dado
el hábito a una novicia sin licencia [...].
En este mismo capítulo que hemos dicho privaron a
estas dos Prioras, –la primera que había fundado este
monesterio, la segunda, que entonces era priora–, man-
dan que elijan priora. Ellas eligieron a dos prioras de
Valladolid y Medina del Campo; digo que habían sido
prioras, mujeres antiguas en la Orden, de mucho espíri-
tu y gran gobierno; y ambas a dos eligieron, en dos ve-
ces, canónicamente, y no se las quisieron admitir, sino
que ellos nombraron tres a su gusto, forzándolas a que
eligiesen la una. Y como vieron que las hacían fuerza
públicamente, nombraron a una que ellos querían, la
cual trajeron fuera de aquí; y no sirve de hacer oficio de
priora sino de verdugo, atormentándolas a todas, por
orden de los frailes, porque dieron poder para ir a Ro-
ma; y a tales prioras como ésta y elegidas de esta suer-

91
te, poca obediencia guardarán y menos amor. A este
modo han ido penitenciando por Valladolid, Medina
del Campo y Salamanca y otros muchos monasterios, a
todas las que dieron poder o ayudaron, aconsejaron o
han hablado alguna palabra en contrario de su parecer
de los frailes; y a quien les ha mostrado voluntad, han
dado cargos de prioras, suprioras y otros oficios, siendo
mujeres de poca edad y menos experiencia y espíritu,
por sólo haber sido de su parte [...]. Y como las anti-
guas defienden sus institutos y gobiernos como tan san-
tos, síguese que ha de haber división y cizaña entre
ellas y que no han de guardar la paz y conformidad que
hasta ahora se ha guardado, y si dura este gobierno, po-
co durará la Religión. […] Quien conoce su vida de
tanta perfección y tan inculpable, duélese de ella y de
que se va acabando esta Religión; quien no las conoce
tanto, sospecha que por grandes pecados las tienen pe-
nitenciadas, en especial que en este tiempo han des-
compuesto a un religioso de su Orden, que es el que los
ha hecho y dado ser y sido Provincial muchos años, el
hombre de mayor reputación, de letras, espíritu...”82.
De todo el contexto podemos deducir que, cuando Ana
de Jesús dice: “Y Su Santidad de Clemente, Papa que hoy
tenemos, con semejante ocasión hizo lo mismo, y pidió al
82
MHCT 4, pp. 506-510. Aquí interrumpió Gracián la transcrip-
ción del memorial, por no referir los elogios que le dedicaba el licen-
ciado Bárcenas, aunque sabía muy bien que, mientras él, por humil-
dad, trataba de ocultar sus méritos, otros, por ambición, seguían
pregonando sus “deméritos” y con la ayuda de Felipe II trataban de
conseguir que el Papa los confirmase, como lo consiguieron el 27 de
enero de 1593 (MHCT 4, pp. 512-513 y 518-519; I. MORIONES,
Rehabilitación pontificia del P. Jerónimo Gracián en 1595, en Mon-
te Carmelo 103 (1995) 463-469).

92
cardenal Santa Severina...” está confirmando que el Papa
acogió la petición de Bárcenas que ya le había informado
en su carta: “Escribo al Cardenal de Santa Severina como
a Penitenciario mayor, para que, comunicados [los incon-
venientes] con Vuestra Santidad, provea de remedio co-
mo más convenga a la mayor gloria de Dios”. El Cardenal
estaba bien informado y, con la aprobación del Papa, pudo
proveer de remedio, aunque no nos haya llegado el docu-
mento escrito con que se comunicó el remedio a la madre
Ana.
No se olvide, a la hora de valorar esta intervención del
cardenal Santa Severina, que el monasterio de San José de
Ávila había sido fundado en base a las facultades concedi-
das por Pío IV al cardenal Rainucio, Penitenciario Ma-
yor83. Y la Penitenciaría tenía su propio Registro natural-
mente. Ana de Jesús pudo seguir con conciencia tranquila
el camino trazado por santa Teresa en sus Constituciones,
sin desobedecer a ninguna legítima autoridad.
Sobre la delicadeza de conciencia de la madre Ana te-
nemos también el testimonio de Bárcenas. Pensando ella
que, si no hubiese procedido mal, los superiores no la hu-
bieran castigado con tanto rigor, se confesaba una y otra
vez de haber obtenido el Breve, pero cuando los confeso-
res le preguntaban en qué creía haber faltado y ella expo-
nía los hechos, no hallaban pecado grave en su conducta,
con lo que le nacía un nuevo escrúpulo de no haberse con-
fesado bien. Un día, que se confesó con el licenciado Bár-
cenas, tuvo lugar el episodio siguiente narrado por Ángel
Manrique:
83
MHCT 1, pp. 4-8. El Breve autorizaba a la fundadora a escribir
“estatutos y ordenaciones” que ninguna autoridad inferior a la Santa
Sede podría mudar o interpretar.

93
“Acusóse de todo, y sucedióle lo que a los demás, que
fue no hallar en nada culpa grave. Habiéndoselo dicho
así, se puso a decir Misa, en que la Madre había de co-
mulgar, y dio en escrupulear, si había juzgado bien, o
dádola por libre no lo estando. Llegó a apretarle el es-
crúpulo de modo, que casi estuvo resuelto de no la co-
mulgar, cuando Dios, que quería asegurar a ambos, to-
mó la mano en quitarle aquel escrúpulo. Oyó una voz
del cielo que le dijo: ‘Recte judicasti. Bien has juzga-
do’. Así visita con trabajos Dios a los que son más su-
yos, pero así los consuela en los trabajos. Esta respuesta
refirió el mismo licenciado Bárcenas en su vida a per-
sonas muy graves y yo la tengo de letra de una de ellas.
Quietóse con esto Ana de Jesús, consolada con no ha-
ber perdido a Dios por Gracia, de la falta que le hacía
en el Sacramento”84.

3. EL HOMBRE PROPONE…
Entre los proyectos acariciados por el padre Doria,
ocupaba un lugar importante reunir, bajo su mando, a to-
dos los carmelitas de la Península Ibérica, Calzados y
Descalzos, independizándose del General de la Orden.
Este proyecto, que para Gracián significaba la total des-
trucción de los Descalzos, no prosperó, por lo que Doria
replegó hacia la independencia total de su Congregación
Descalza. En junio de 1593 celebró la Orden del Carmen
en Cremona (Italia) su Capítulo general para la elección
del sucesor de Caffardo, fallecido el 3 de abril de 1592, y
el padre Nicolás Doria, que asistió en calidad de Vicario
general, con una nutrida representación de la Congrega-

84
I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 364-365.

94
ción Descalza, aprovechó el momento para manifestar, en
forma de petición al Definitorio y al Capítulo general, la
intención de los Descalzos de solicitar del Papa la inde-
pendencia total con respecto a la Orden. El Capítulo aco-
gió favorablemente la petición, y Clemente VIII, el 20 de
diciembre de ese mismo año 1593, con el breve Pastoralis
officii, separó definitivamente de la jurisdicción del Gene-
ral a los “Hermanos Descalzos de la Orden de la Biena-
venturada Virgen María del Monte Carmelo”, cuyo supe-
rior debería llamarse en adelante no ya Vicario sino
Prepósito general. El honor de estrenar el título corres-
pondió al padre Nicolás de Jesús María, a quien se le en-
cargaba de continuar en su oficio hasta que el próximo
Capítulo general ordinario, por Pentecostés de 1594, eli-
giese al nuevo Prepósito85.
Al acercarse la fecha, constatando que la obra del padre
Doria no estaba todavía suficientemente consolidada y que
serían necesarios unos años más para que las nuevas leyes
promulgadas a lo largo de nueve años se convirtieran en
observancia regular, el 16 de marzo de 1594 el Procurador
de los Carmelitas Descalzos pidió al Papa Clemente VIII
que prorrogase su oficio para otros seis años, o al menos
para tres, porque
“como se trata de un oficio nuevo y él comenzó a re-
formar dicha Orden e introducir en ella la observancia
primitiva, de la cual hubiera ya decaído a causa de la
doctrina y costumbres de cierto prelado [Gracián] que
Vuestra Santidad mandó expulsar de dicha Orden, y
quedaría imperfecta si él no continuase, sobre todo por-
que hay algunos, amantes de una vida más relajada, y

85
MHCT 4, doc. 586.

95
especialmente las monjas, que, deseosas de una suavi-
dad más humana y de tener mayor comunicación con
los religiosos, procuran de todas las maneras que sea
elegido un Prepósito general favorable a ellos y más
conforme a sus deseos”.
Con un Breve expedido el 30 de marzo de 1594, Cle-
mente VIII nombraba al padre Doria Prepósito general
para el siguiente trienio y encargaba al Nuncio en España
de imponerle por obediencia la aceptación del cargo,
prohibiendo a los Descalzos elegir otro candidato86.
Cuando el padre Nicolás de Jesús María se dirigía al
Capítulo, convocado para el día 23 de mayo, al llegar a
Alcalá se sintió mal improvisamente. Los síntomas apun-
taban a una insolación o tabardillo, enfermedad grave que
podía ser mortal; de hecho los médicos lo desahuciaron.
La noticia se difundió con rapidez y en los conventos se
comenzó a pedir por su salud. Escribe Manrique en la Vi-
da de Ana de Jesús:
“Encomendándole la Venerable Madre a Dios, entendió
en la oración que viviría si desistía y hacía desistir de
cierto intento, mas que si no moriría infaliblemente.
Mandada, se lo envió a decir contra su gusto, por lo que
sentía dar a entender revelaciones. El efecto que el re-
cado hizo en la intención de quien había de desistir, no
se puede saber, sábese que mejoró casi de milagro; a tal
se atribuyó y se dieron las gracias a Dios en sus con-
ventos, pero volvió a caer y murió de aquel mal últi-

86
MHCT 4, Doc. 589 y 591. El original latino de la petición del
Procurador de los Descalzos se publicó por primera vez en 1968 en I.
MORIONES, Ana de Jesús, pp. 288-289, y la traducción castellana en
I. MORIONES, El carisma teresiano, Roma 1972, pp. 186-187.

96
mamente. Los piadosos interpretaron aquí que, inmuta-
dos del aviso los que lo habían de hacer, mudaron de
propósito, con lo cual mejoró; mas que volvieron, pasa-
do aquel temor, y la muerte a ejecutarle por su deu-
da”87.
María de la Encarnación recordaba haberle oído decir a
la madre Ana: “Lo siento. No verá mi salida de Madrid
nuestro padre fray Nicolás”88. Efectivamente, el padre Do-
ria falleció en Alcalá de Henares el 9 de mayo de 1594,
mientras que la madre Ana salió de Madrid en septiembre.

4. TESTIMONIO DE MARÍA DE SAN JOSÉ


María de San José se expresaba así en su Ramillete de
mirra, compuesto en Lisboa a principios de 1595, a menos
de un año de distancia de los sucesos:
“Estando no poco contentos –se refiere a la Consulta, o
sea padre Nicolás Doria y a sus colaboradores– de ha-
ber salido con cuanto querían, que como buenos nego-
ciadores, astutos y con favor, habían quitado el hábito
al buen padre Gracián. [...] Habían también salido con
que no fuese admitido el Breve de Sixto que en favor
nuestro dio y de las Constituciones que nos dejó nuestra
santa Madre, hasta quitar de él todo lo que les pareció.
[…] Al tiempo que ya se acercaba el de la elección, te-
nían alcanzado otro Breve secreto para tornarse a ele-
gir en los oficios, con favor del rey, que como se le pin-
taban por tan perfectos y celadores de la Religión, y él
lo es tanto, ayudábalos a todo lo que le pedían; y el

87
I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 368-369.
88
Positio, p. 340.

97
mismo Padre, que era italiano, tenía asaz favor en Ro-
ma, con el cual hacía cuanto quería. Y siendo esto de
las reelecciones contra otro Breve que ellos mismos los
años atrás habían sacado, mas iban entendiendo cuán
desengañada estaba toda la Religión, y cuán abiertos
los ojos de que no era todo oro lo que relucía, y que las
grandes perfecciones que predicaban al principio
cuando con esta voz cogieron a todos, habían parado en
una perpetua guerra y confusión; y queriendo continuar
aquel mando y gobierno nuevo (que así le llamaban) de
que ya abominaban todos, buscaban este remedio de
conservarse en los oficios, más por fuerza que por gra-
do, y salieran con ello si Dios no lo remediara.
Digo, pues, para los que están por venir, que los que
ahora viven bien saben esto, y aun admirados de los se-
cretos juicios de Dios tiemblan, y con razón ellos lo
cuentan y yo lo escribo, aunque no seré sola, pues
muestra el mismo caso que Dios quiere que se advierta.
Juntándose a Capítulo para la elección de General, y es-
tando toda la Religión puesta en el mayor aprieto que
otra jamás se vio, y casi sin esperanza de salir del
mando tiránico (porque, aunque no sabían que había
Breve para tornarse a elegir, se temían de las trazas y
mañas y del favor que el rey le daba y a su intercesión
el Papa), fue nuestro Señor servido de dar libertad a
esta su pequeña grey y llevársele en el camino, y luego
tras él murieron otros, y antes habían muerto”89.

89
Ed. en Humor y espritualidad (1966), pp. 422-427. Murieron
también en ese tiempo los padres Ambrosio Mariano y Gregorio de
San Ángelo, de la Consulta, Juan Bautista, procurador en Roma y
Tomás de Aquino y Diego Evangelista.

98
5. LA VERSIÓN DEL PADRE GRACIÁN
El padre Gracián veía así el origen de la Orden de la
que había sido expulsado:
“La madre Teresa de Jesús –con razón llamada funda-
dora de frailes y monjas Descalzos– habiendo fundado
algunos monasterios de sus monjas, parecióle que no
irían adelante si no hubiese frailes Descalzos de la
misma Orden que las administrasen. Y así, alcanzó del
General fray Juan Bautista de Ravena patente para fun-
dar dos conventos de ellos, y persuadió a dos Padres
Calzados de los más santos y espirituales que había,
llamados fray Antonio de Jesús Heredia, que entró en la
Religión de poca edad y toda la vida guardó la sinceri-
dad y bondad religiosa, y fray Juan de la Cruz, cuya
perfección y espíritu fue tan grande como se ve por un
Breve del papa Clemente VIII para trasladar su cuerpo
desde Granada a Segovia –que es casi beatificación–
que se descalzasen.
Dioles la orden de vivir siguiendo la oración, recogi-
miento, aspereza, etc. que seguían sus monjas; y nego-
ció que una señora viuda de Salamanca les diese en un
su pueblo pequeño, llamado Duruelo, una casa vieja
que servía de pajar, en la cual hicieron una iglesia, coro
y alguna oficina como pudieron; y esto fue el primer
manantial y origen de todos los Carmelitas Descal-
zos”90.

6. LA VERSIÓN DE ANA DE JESÚS

90
J. GRACIÁN, Peregrinación de Anastasio, Diálogo 13 (MHCT
19, pp. 213-214)

99
La Súplica del procurador de los Descalzos, pidiendo la
reelección del padre Doria, los argumentos presentados a
la Junta del Consejo Real: tanto el padre Doria como sus
incondicionales se habían identificado con una imagen de
la Orden, fundada por San Elías, cuya reforma iniciada
por el padre Antonio de Jesús en Duruelo ellos se sentían
llamados a perfeccionar. Las monjas, en cambio, seguían
el modelo del primer monasterio fundado por la madre
Teresa en la ciudad de Ávila. El problema surgió cuando
las monjas, en lugar de acomodarse a las leyes y costum-
bres de la “Orden de los Descalzos Carmelitas”, se empe-
ñaban en seguir un estilo de vida diferente, que ellas de-
cían haber recibido de la santa madre Teresa de Jesús, su
fundadora. Ante la obstinación de las monjas, no veían
otra solución que devolverlas al gobierno de los Ordina-
rios. Que la amenaza del padre Doria no había sido mera-
mente retórica lo demuestra la siguiente carta del embaja-
dor, Duque de Sessa, a Felipe II. Nótese que su fecha es el
14 de marzo de 1592, cuando ya estaba resuelto el pro-
blema de las Constituciones de las monjas, y el del padre
Gracián que “las inquietaba”. Dice el Embajador:
“Señor. El cardenal Pinelli, que es protector de los frai-
les Carmelitas Descalzos, me ha enviado a decir que le
aprietan mucho los frailes para eximirse del gobierno
de las monjas, pidiendo que se encomienden a los Or-
dinarios. De que le ha parecido avisarme y entretener el
negocio hasta saber en esto la voluntad de V.M., porque
desea estar bien informado de lo que más conviene al
servicio de Dios y de V.M. y bien de esta Orden; y por

100
la mucha instancia que se le hace, me ha pedido que
suplique a V.M. mande responder con brevedad”91.
Ténganse presentes estos detalles para comprender me-
jor el mérito de la madre Ana de Jesús, no sólo en haber
conservado las Constituciones de las monjas, sino también
en haber contribuido a salvar la herencia teresiana entre
los frailes. Desde esta perspectiva merece particular aten-
ción el pasaje de su declaración para el proceso de la San-
ta donde dice:
“Le era muy fácil [a la Santa] padecer grandes trabajos
por la fundación de estos monasterios de monjas y frai-
les. Sé cierto fue el principio y medio de todos los que
en su vida y después de muerta se han fundado, porque
yo recibí el hábito en la primera casa que hizo de esta
Orden en Ávila, siete años, poco más o menos, después
que se fundó [...] y las [particularidades] que sé cierto
de que fue fundadora de las de frailes, porque el mismo
año que recibí el hábito en Ávila, antes que profesase,
me trajo nuestra Madre a la fundación de esta nuestra
casa de Salamanca; y en Mancera, que está en el ca-
mino, estuvimos las que veníamos en el convento de los
frailes Descalzos, y nos mostraron y dijeron lo que
nuestra madre Teresa de Jesús y su compañera Antonia
del Espíritu Santo les habían trazado y enseñado a
componer en la fundación de aquel convento, en el cual
estaban entonces los primeros dos descalzos que había
habido, que era por prior el padre fray Antonio de Jesús
y por suprior el padre fray Juan de la Cruz, los cuales
habían recibido todo el orden y modo de proceder que
tenían de nuestra santa Madre, y ella nos contaba con

91
MHCT 4, p. 497.

101
gran gusto las menudencias que ellos la preguntaban, y
del arte que cinco años, poco más o menos, después que
hizo la primera casa de monjas, se los había Dios traído
estos dos Padres. Y ellos en particular me dijeron a mí
misma muchas cosas de las que en esto pasaban, con
que sé cierto fue tan fundadora de ellos como de noso-
tras, y en ese lugar la tienen todos ellos y tendrán siem-
pre”92.

7. LA VERSIÓN QUE LLEGÓ A ANA DE SAN BARTOLOMÉ


A María de San José ya la hemos visto, al lado de Ana
de Jesús y del padre Gracián, en su lucha por mantener en
toda su integridad la obra de la Santa como fundadora de
monjas y frailes, sin por ello desobedecer a los preceptos
de los superiores o intentar salirse de la obediencia de la
Orden. Y también hemos visto que no todas las monjas
vieron con la misma claridad las consecuencias que la in-
troducción del gobierno nuevo de la Consulta podía tener
también para ellas. He creído oportuno llamar la atención
sobre este punto, porque nos puede ofrecer una clave de
lectura para entender mejor algunos sucesos de los próxi-
mos años que verán como protagonista, una vez más, a la
madre Ana de Jesús. Por poner un ejemplo concreto, com-
párese con la declaración de Ana de Jesús en 1597 la de
Ana de San Bartolomé 1595, respondiendo a la misma
pregunta:
“En la tercera pregunta dijo que sabe que la dicha ma-
dre Teresa de Jesús fue la que dio principio a la Orden
que llaman de Descalzas Carmelitas. Y le oyó decir
muchas veces a la dicha madre Teresa de Jesús, que el
92
BMC 18, p. 464.

102
motivo que tuvo para hacer este principio fue la gloria
de Dios Nuestro Señor y bien de las almas, y acrecentar
iglesias y dar posada a Cristo nuestro Señor por las que
los herejes y luteranos deshacían y derribaban”93.
La Beata, como otras muchas monjas, no tenía por qué
estar informada del cambio de rumbo que significó para
los Descalzos el gobierno del padre Doria, ni de las conse-
cuencias que de ello podían seguirse para la legislación y
la vida de las Descazas. Claro que la Beata sabía que la
Santa era fundadora y “caudillo de frailes y monjas” como
dirá en 1622; pero, al referirse a estos sucesos en ese mis-
mo escrito, reproducirá al pie de la letra la versión del pa-
dre Doria. Dice, por ejemplo, a propósito de la visita que
hizo el padre Doria al convento de Ávila después del Ca-
pítulo de 1588:
“Y acabado el Capítulo, fue el padre Provincial por los
conventos, y llegando a éste, donde habían visto esta
visión <de San Elías cubriendo con su capa a los capi-
tulares>, díjole la Priora que cómo se había hecho el
Capítulo. Y dijo: «De verdad no sé cómo me lo diga,
porque a todos nos ha parecido cosa del cielo, que, en
entrando, ninguno tuvo parecer en cosa más de lo que
yo decía. Yo también tenía su simplicidad, que no hallé
cosa nueva, que todo estaba llano en los corazones. Só-
lo el Padre <Gracián> pidió licencia para irse a las In-
dias a predicar. Se lo rehusamos con amor, mostrándole
que nos pesaba se nos fuese; mas replicó y le hemos de-
jado a su voluntad». – Así recordaba Ana, a 34 años de
distancia, lo que Doria dijo aquel día.

93
MHCT 5, p. 43.

103
A partir de ahí no es fácil discernir qué palabras corres-
ponden a lo que dijo el padre Doria o a lo que Ana oyó
decir a otros informadores, pero el resultado es el que va-
mos a ver a continuación. Téngase en cuenta, al escuchar
estos recuerdos de Ana de San Bartolomé, que la priora,
María de San Jerónimo, para no turbar la paz, no mostraba
a la comunidad de Ávila las cartas de Ana de Jesús ni de
María de San José; de ahí que admitieran pacíficamente
una versión que no podían contrastar con otras informa-
ciones94. Continúa, pues, Ana de San Bartolomé:
“Mas como él <Gracián> veía que las cosas iban con
más religión, cada día más, y él no podía tanto, en fin,
no sé qué se fue, que se quedó la ida de las Indias. Y en
este tiempo estaba el Archiduque en Portugal y quería
bien al padre Gracián, y él que lo deseaba, y llamóle
que fuese a predicar allá. Y de algunos días que estaba
allá, le mandó el padre Provincial volver. Ya estaba un
poco turbada en él <Gracián> la obediencia, porque de
aquella ida resultaron hartas inquietudes que duran has-
ta ahora, porque estaba allí una Priora <María de San
José> que le quería mucho. Concertaron ella y otros
dos o tres de que sacasen un Breve para que fuese vica-
rio de las monjas y que ese vicario no estuviese, él ni
ellas, sujetas al Provincial. ¡Invención maligna, imper-
fecta!95 En fin, a cabo de un año salieron con este Bre-

94
Cf. MHCT 5, pp. 95-96. “A las monjas, lo que mejor les estaba
era no saber nada, sino estarse en sus celdas y conservar su sinceri-
dad y obediencia”.
95
Estos epítetos se los merecería el que inventó esa mentira, que a
ella le llegó como verdad indiscutible. Lo habían obtenido era que:
“se designase en el Capítulo general un religioso apto, con título de

104
ve, con favores de algunos grandes que querían al padre
Gracián, como eran los suyos de la Corte y la madre
que estaba priora en Madrid, y la Emperatriz la había
tomado mucho amor y la ayudó.
El Prelado no sabía nada ni los demás conventos, que
se hizo muy secreto. Y vino este Breve a Madrid y le-
yóse al Provincial; y mandaba que entrase a presidir en
el Capítulo un padre Agustino, gran hombre de fama,
que se llamaba fray Luis de León. Toda la Orden fue
escandalizada, y el Provincial escribió a los monaste-
rios a ver quién eran las que lo querían; que, si era ver-
dad, él las dejara. Mas como no lo era, ni lo sabían, no
le querían obedecer, sino apelar al Papa aquel Breve; y
ansí se hizo. Y decían que, aunque las matasen, no sal-
drían de la Religión donde la Santa las había dejado, y
que Su Santidad no se lo mandaría sin su consentimien-
to. Y pasó en estos dares y tomares algunos días <es
decir, desde agosto de 1590 hasta junio de 1591>. Lo
que se había hecho secreto era tan público en la Corte,
que todo el mundo estaba escandalizado, porque no sa-
bían de dónde salía esta relajación. En este tiempo de
réplicas se hacían muchas oraciones por todos los con-
ventos y penitencias con lágrimas del dolor que sentían
las pobres hijas de ver que las quisiesen quitar su paz y
perfección. Y a algunas se aparecía la Santa Madre
mostrando qué era echo, que ni ella ni Dios no lo que-
rían. Y ansí fue, que, un día antes que se celebrase este
Capítulo <¡nunca tuvo Doria intención de reunirlo!>,
murió súbitamente este padre agustino que estaba nom-
brado para presidir <Luis de León murió el 23 de agos-

Comisario, para hacer dicho oficio, subordinado al dicho Vicario


general como a cabeza de la dicha Congregación”.

105
to de 1591>; y otro día vino la nueva que el Papa era
muerto también en breve <Sixto V murió el 27 de agos-
to de 1590>. El Rey mandó a su hermana la Emperatriz,
en sabiéndolo, que no se metiese en la Orden con el pa-
dre Gracián, que dejase las monjas como la madre Te-
resa las había dejado. Y en esto vieron todo el mundo
que no quería Dios este hecho tan imperfecto de tanta
ruina para la Religión. El Prelado se hubo tan dulce-
mente, que a las dos Prioras sólo las quitó del oficio, sin
otra penitencia96, y al padre Gracián le dio que estuvie-
se un año en un convento sin salir y que no predicase;
mas no lo quiso aceptar, quiso más salirse de la Reli-
gión. Y sucedióle tan mal, que antes de llegar a Roma
le cautivaron, donde pasó más trabajos, y la Orden
ayudó lo que pudo para rescatarle. Y de que vino, le
ofrecieron si quería tornarse a la Orden y no quiso <la
realidad histórica es que el Papa mandó al Definitorio
general que lo recibieran, pero los suyos no lo recibie-
ron, ni dieron un céntimo para su rescate>”97.
Si este es el resultado de las informaciones que recibió
Ana de San Bartolomé sobre el tema del Breve de Sixto V,
ya se ve la necesidad de no tomar al pie de la letra la ver-
sión que esos mismos informadores ofrecen por su cuenta,
al hablar de la libertad de confesores, recurriendo casi ex-
clusivamente al testimonio de Ana de San Bartolomé,

96
Ya hemos visto que Bárcenas, confesor de la comunidad de Ma-
drid, escribió en 1592: “Privaron de voz activa y pasiva y lugar y la
pusieron por huéspeda y mandaron con censuras que no hablase a
persona de fuera de casa ni escribiese ni recibiese cartas de nadie”.
María de San José probó la “dulzura” de la cárcel, como escribió ella
misma desde dentro.
97
MHCT 5, pp. 386 y 392-395.

106
citando además sus palabras fuera de contexto y haciéndo-
le decir más de lo que ella realmente dice.
Por poner un ejemplo, no se les ocurrió a los mismos
cronistas citar la siguiente visión de Ana de San Bartolomé
referida por María de San Jerónimo y completada por la
sobrina de la Santa:
María de S. Jerónimo Copia de Teresita
“En el tiempo que las mon- “En el tiempo que las mon-
jas acudieron a Roma, vio jas acudieron a Roma, vio
esta hermana que andaba la esta hermana que andaba la
santa Madre al lado del santa Madre al lado del
Prelado pidiéndole no hi- Prelado pidiéndole no hi-
ciese algunas cosas ni diese ciese algunas cosas ni diese
lugar al trabajo que amena- lugar al trabajo que amena-
zaba. zaba,<Teresita añade> por-
que quería mudar algunos
capítulos de las Constitu-
ciones que ella había deja-
do, y de eso se siguió en la
Orden tantas inquietudes
como después hubo. Pues,
Él no la quería escuchar, tornando a la Visión, él no
sino daba de cabeza y mos- la quería escuchar, sino
traba quedarse entero en su daba de cabeza y mostraba
parecer. Y la santa Madre quedarse entero en su pare-
se mostraba afligida, y cer. Y la santa Madre se
apretaba una mano con otra mostraba afligida, y apreta-
y volvióse a esta hermana. ba una mano con otra y
Y díjola que por qué mos- volviéndose a esta hermana,
traba tener pena, pues no la ella le dijo que por qué
podía tener, y díjola: «Hija, mostraba tener pena, pues
no me quieren escuchar ni no la podía tener, y díjola:

107
hacer caso de lo que di- «Hija, no me quieren escu-
go»”98. char ni hacer caso de lo que
digo»”99.

8. ¿HIJAS O MADRES?
De lo visto hasta este momento de nuestra historia, y de
lo que veremos más adelante, se desprende la utilidad de
no olvidar el detalle siguiente: tanto María de San José
como Ana de Jesús, al identificarse con santa Teresa, par-
ticipan de su condición de madres, no sólo de las monjas,
sino también de los frailes. Se desviven por ellos, aunque
les causen disgustos, y procuran ayudarles a seguir el ca-
mino trazado por la santa Fundadora. Con los hijos fieles
(no solo con san Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián) se
entienden de maravilla; con los que no se sienten tan hijos
de Teresa, la relación les resulta más difícil, pero no rom-
pen con ellos. De hecho, como veremos más adelante,
cuando las circunstancias les obliguen a fundar bajo la
jurisdicción de los Ordinarios, pondrán como condición
que pasen a la jurisdicción de la Orden “en queriéndolas
ellos”, como escribirá Ana de Jesús en 1618 a su primo
don Cristóbal de Lobera, Obispo de Badajoz:
“No deje Vuestra Señoría –le dice a su primo– de hacer
la amistad que pudiere a nuestros frailes, que aunque se
muestre ahora seco el General, otro día no lo estará.
No hay que desconfiar, que con el tiempo muchas cosas
se hacen. Entre tanto, no cese Vuestra Señoría de fun-
dar, si hubiere ocasión en alguna parte, aunque sean su-

98
MHCT 5, p. 753.
99
ASV, Fondo Congr. dei Riti, N. 73, f. 184v.

108
jetas del Ordinario, pero siempre con condición que lo
estén a los frailes en queriéndolas ellos”100.
En cambio, el comportamiento del padre Doria con las
“desobedientes”, si se mirara con el criterio del juicio de
Salomón, llevaría a pensar que no se sentía hijo suyo, ni
tampoco padre, aunque lo diga con los labios. De lo cual
se seguiría una consecuencia muy importante: las que más
se proclamaban hijas suyas, corrían el riesgo de ser menos
hijas de santa Teresa. Ya dijo el padre Gracián en 1590
que, si seguían introduciéndose cambios como los promo-
vidos por el padre Doria, “podía venir tiempo en que la
madre Teresa de Jesús no las conozca por hijas, aunque
ellas la llamen madre”101.

100
Ver más adelante, pp. 107, 309 y 317.
101
MHCT 4, p. 229.

109
Capítulo VIII
DE MADRID A PARÍS
PASANDO POR SALAMANCA

1. “Destruyéndoos os edifico”.- 2. Ana de Jesús priora


de Salamanca.- 3. Mirando a Francia: Juan de Quinta-
nadueñas.- 4. Nueva protagonista, Madame Acarie.- 5.
El Breve Pontificio In supremo (13-11-1603).- 6. En
busca de Maestras de novicias teresianas.- 7. La comiti-
va de los Franceses.

1. “DESTRUYÉNDOOS OS EDIFICO”
La madre Ana de Jesús, en un momento de particular
sufrimiento por las circunstancias que hemos visto en el
capítulo anterior, sintiéndose incapaz de mantener intactas
las Constituciones recibidas de la Madre Fundadora, se
dirigió a Nuestro Señor con la confianza con que hablaba
a su Divino Esposo, diciéndole algo así como:
–“¿No veis que nos están destruyendo?” Y el Señor le
respondió:
–“Destruyéndoos os edifico”.
La Madre Ana entendió la lección, y no hizo más pre-
guntas sobre el tema durante el resto de su vida. Seguro
que durante los tres años de reclusión en su celda de Ma-
drid resonaron en su alma más de una vez las palabras de
fray Juan de la Cruz:
“Y porque he dicho que Cristo es el camino, y que este
camino es morir a nuestra naturaleza en sensitivo y es-

111
piritual, quiero dar a entender cómo sea esto a ejemplo
de Cristo, porque él es nuestro ejemplo y luz.
Cuanto lo primero, cierto está que él murió a lo sensi-
tivo, espiritualmente en su vida y naturalmente en su
muerte. Porque, como él dijo [Mt 8, 20] en la vida no
tuvo dónde reclinar su cabeza, y en la muerte lo tuvo
menos.
Cuanto a lo segundo, cierto está que al punto de la
muerte quedó también aniquilado en el alma, sin con-
suelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima
sequedad, según la parte inferior. Por lo cual fue nece-
sitado a clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por
qué me has desamparado? [Mt 27, 46]. Lo cual fue el
mayor desamparo sensitivamente que había tenido en
su vida. Y así, en él hizo la mayor obra que en su vida
con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el
cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por
gracia con Dios” (Subida, II, 7).
También a María de San José le recordó el Señor la
misma lección, que, aunque la sepamos de memoria, nun-
ca acabamos de comprender del todo. Lo cuenta ella mis-
ma escribiendo a primeros de 1597 a una carmelita sobre
las persecuciones sufridas por ella y por el padre Gracián:
“Un día que parecía tener el alma en una grande oscuri-
dad, pues tal acabé, entre dos retratos que tengo en el
breviario de Nuestro Señor y su gloriosa Madre, dije:
–“¡Ay, Señor, cómo nos has desamparado!”. Dijo el
Señor: “Necia, ¿a quien yo aflijo desamparo?”
No se olvide que esta visión de fe es la verdadera clave
para entender nuestra historia, aunque en la narración de

112
los sucesos aparezcan en primer plano protagonistas hu-
manos.

2. ANA DE JESÚS PRIORA DE SALAMANCA


Cumplida con sencillez y humildad ejemplar su peni-
tencia, la madre Ana de Jesús recordó a sus superiores la
orden que había recibido de abandonar Madrid, y, obteni-
do el consentimiento de la Emperatriz, se trasladó a su
convento de Profesión, Salamanca, haciendo un alto en el
camino para venerar el santo cuerpo de la madre
Fundadora en Alba de Tormes.
Salía de la tormenta con el alma en paz y, aunque a los
ojos de sus superiores con fama de rebelde y revoltosa, a
los ojos de sus hermanas e hijas seguía siendo la de siem-
pre, un retrato fiel de la madre Teresa de Jesús. Así lo de-
mostraron eligiéndola priora apenas quedó vacante el ofi-
cio en marzo de 1596. La madre Beatriz de la Concepción,
que entonces era conventual de Salamanca, recordará 30
años más tarde:
“Eligimos a nuestra madre por priora año y medio des-
pués que llegó de Madrid, puntualmente en habiendo
ocasión de cumplir la que lo era. Harto diz que pateaba
el padre General, mas en fin la confirmaron, que ya sa-
be, mi madre, que ellos en su ausencia decían y al cabo
la temían y respetaban, que no hubo quien se le des-
compusiese como aquel bendito visitador”102.
En Salamanca vivió la madre Ana diez años, hasta que
en 1604 don Pedro de Bérulle la consiguió para Francia.

102
A. MANRIQUE, Vida de la V.M. Ana de Jesús, pp. 348-351; cf. I.
MORIONES, Ana de Jesús, pp. 331-332.

113
3. MIRANDO A FRANCIA: JUAN DE QUINTANADUEÑAS
El viaje de Ana de Jesús a Francia, como fundadora, no
fue fruto de una improvisación, ni mucho menos. Estuvo
precedido por veinte años de preparación, en los que cabe
destacar algunos protagonistas y varios episodios impor-
tantes.
Entre los protagonistas descuella sin duda alguna don
Juan de Quintanadueñas, señor de Bretigny103. Nació en
1556 en la villa de Rouen, en el seno de una familia de
mercaderes oriundos de Burgos que se había establecido
allí a principios del siglo XVI. Las revueltas religiosas de
Francia movieron a su padre, don Fernando de Quintana-
dueñas, a enviar a su primogénito a un lugar más seguro, y
de 1562 a 1570 el niño se educó en Sevilla, en casa de su
tío Sancho, hermano de su padre. Al asomarse a la juven-
tud, su padre le inicia en los negocios de la familia y trata
de prepararle un matrimonio ventajoso, pero Juan se siente
más atraído por la vida de piedad y se dedica a obras de
beneficencia, distribuyendo cuantiosas limosnas.
En 1582 vuelve Juan a Sevilla, pero esta vez con el en-
cargo de atender a algunos negocios de familia. Los cuatro
años que Juan pasó en España en esta ocasión marcaron
definitivamente el rumbo de su vida. Entre sus amigos de
Sevilla figuraba el mercader Pedro de Tolosa, hermano de
doña Catalina, la que con cuatro de sus hijas abrazó la
obra teresiana104. Fue precisamente don Pedro quien lo
103
Cf. P. SÉROUET, Jean del Brétigny (1556-1634). Aux origines
du Carmel de France, de Belgique et du Congo. Louvain 1974.
104
Sobre don Pedro escribe la Santa a María de San José el 2-2-
1582: “El que dará a vuestra reverencia esta carta es un hermano de
una señora que nos tiene en su casa y ha sido el medio para que ven-

114
llevó un día al locutorio de las Carmelitas Descalzas para
que saludara a la madre priora, María de San José. De ese
encuentro salió Quintanadueñas con un ejemplar del Ca-
mino de perfección y una disciplina que le regaló la madre
Priora; y con una impresión imborrable de su primer con-
tacto con el Carmelo Teresiano.
Durante los años 1583-1584, impulsado por María de
San José y por otro amigo común y entusiasta de los Des-
calzos, don Pedro Cerezo Pardo, frecuentó Juan asidua-
mente el convento de los Remedios de Sevilla. En la pri-
mavera de 1583 se comenzó a dirigir con el padre
Gracián, que le permitió convivir durante tres meses con
los novicios, aunque no tenía intención de hacerse religio-
so. El maestro de novicios de los Remedios había marcha-
do poco antes con la primera expedición al Congo y su
sucesor en el oficio seguía en la misma línea. Lo que sig-
nifica que la impresión que recibió Juan de la obra teresia-
na llevaba un acento marcadamente misionero.
Instruido y dirigido por Gracián, se dedicó también du-
rante esos años a obras de caridad y de apostolado, ayu-
dando sobre todo a muchas mujeres a liberarse del am-
biente de la prostitución y pagando la dote necesaria a las
que deseaban casarse. Fueron más de 60 las que llegaron
al matrimonio gracias a él, y a los andaluces les faltó
tiempo para bautizarlo con el apelativo de “padre de pu-
tas”105.

gamos a esta ciudad; débesele mucho; y tiene cuatro hijas monjas en


nuestras casas, y otras dos que tiene creo harán lo mesmo. Digo esto
porque vuestra reverencia le muestre mucha gracia, si fuere ahí; llá-
mase Pedro de Tolosa”.
105
SEROUET, p. 45.

115
Cola1orador incondicional
Por Navidad de 1584 se fundó el convento de Carmeli-
tas descalzas de Lisboa, con monjas procedentes de Sevi-
lla. La primera expedición, guiada por los padres Gracián
y Antonio de Jesús, fue acompañada por Pedro Cerezo
Pardo. A Juan se le encomendó unas semanas más tarde el
traslado de las cuatro monjas restantes, corriendo natural-
mente por su cuenta los gastos del viaje.
Durante la consiguiente estancia en Lisboa tuvieron lu-
gar sucesos de importancia. Juan pudo apreciar el entu-
siasmo misionero creado entorno a la expedición al Congo
con las noticias que iban llegando, entre ellas una carta en
que la hija del Rey del Congo D. Álvaro pedía a María de
San José que la recibiera entre las Carmelitas que deseaba
se fundasen en su patria africana. Esta idea de fundar
Carmelitas Descalzas en el Congo seguirá dando vueltas
en la cabeza de Quintanadueñas hasta el fin de sus días,
como veremos más adelante.
En el mes de mayo de 1585 tuvo lugar el Capítulo pro-
vincial de los Descalzos, allí en Lisboa, y a este respecto
podemos añadir un detalle que da todavía mayor realce a
la documentación, de gran interés, aducida por el padre
Sérouet. En su relación al Capítulo, sobre el estado y desa-
rrollo de la Provincia, dice el padre Gracián entre otras
cosas:
“Si la Orden se determina a pasar al reino de Francia,
da casa y comodidad de convento en la villa de Ruán el
muy Ilustre Señor Juan de Quintanadueñas, señor de
Bretani, y descúbrese el gran fruto que se puede hacer
en aquella tierra con nuestro modo de vivir. En los es-
tados de Flandes da casa y renta para principio de

116
convento el señor Pedro Cerezo Pardo, con grandes
esperanzas de mucho fruto en aquella tierra”106.
Como se ve, los dos amigos habían hecho al padre Gra-
cián un ofrecimiento formal para sendas fundaciones en
Francia y en Flandes, y Gracián deja el asunto a la deci-
sión del Capítulo. Como el nuevo Provincial, Nicolás de
Jesús María Doria, se hallaba en Génova ultimando la
primera fundación de los Descalzos en Italia, el Capítulo
se suspendió hasta su regreso, por lo que la decisión sobre
las fundaciones en Francia y en Flandes quedó aplazada
hasta octubre, en que se reanudó el Capítulo en Pastrana.
Pero conviene recordar que, antes de suspender el Capí-
tulo en Lisboa, Gracián, como primer definidor y de
acuerdo con los demás, envió una expedición de 12 misio-
neros a Méjico. Juan de Quintanadueñas contribuyó a los
gastos con 89.610 maravedises.
Aunque había cambiado el Provincial, no cambió la ac-
titud del Capítulo con respecto a los planes de Quintana-
dueñas y, con fecha 19 de octubre de 1585, se extendieron
las patentes en que se nombraba a Juan fundador de los
descalzos en Francia, por lo que podía ya regresar satisfe-
cho a sus negocios y a planear la fundación. En su viaje
hacia Sevilla tuvo por compañero a San Juan de la Cruz,
que apoyaba con entusiasmo sus planes para dilatar el
Carmelo Teresiano107.
A fines de septiembre de 1586 regresaba Juan a Fran-
cia, no sin antes visitar en Madrid el convento recién fun-
dado por Ana de Jesús, a la que también dejó una buena

106
MHCT 3, pp. 57-58.
107
SÉROUET, p. 61.

117
limosna para contribuir a los gastos de la edición de los
escritos de santa Teresa que estaba preparando con la ayu-
da de fray Luis de León. De Madrid salió llevando consi-
go una recomendación del embajador de Francia para su
empresa fundacional, y tras haber recibido muestras de
gratitud de los nuevos superiores de los Descalzos, los
padres Nicolás Doria y su brazo derecho Ambrosio Ma-
riano.

Cambio de actitud en los interlocutores de Juan


Apenas llegado a su tierra, escribe Juan a los descalzos
de los Remedios de Sevilla, lleno de entusiasmo y pidien-
do voluntarios108; pero, en parte por la situación política
de Francia, y en parte, sobre todo, porque el entusiasmo de
los nuevos superiores no era tan sincero como el de los
anteriores, inicia un período de casi 20 años en que se pu-
so bien a prueba la tenacidad de carácter de nuestro prota-
gonista y lo profundamente enamorado que estaba de san-
ta Teresa y de su obra.
De este período de 20 años hay que destacar, en primer
lugar, la correspondencia epistolar mantenida por Juan de
Quintanadueñas, especialmente con las Descalzas. Aun-
que la documentación original se ha perdido en gran parte,
el padre Sérouet recoge, a través de los trozos de cartas
conservados en las crónicas de los primeros carmelos
franceses, elementos de gran valor histórico. Resalta sobre
todo el entusiasmo misionero con que las hijas de Teresa
respondieron a su invitación, lo hondo que había calado en
ellas el deseo de acudir a remediar “los daños de Francia”,
que habían conmovido de corazón de la Madre Fundadora.

108
SÉROUET p. 65.

118
Aparecen voluntarias para Francia (“francesas” se llaman
a sí mismas) en Lisboa, Sevilla, Córdoba, Sanlúcar la Ma-
yor, etc. Al frente de todas ellas figura María de San José,
que estudia asiduamente el francés para prepararse a su
misión, y que llega a escribir a Juan en la lengua de su
segunda patria para demostrarle los progresos que está
haciendo109. Pero mientras en Francia Quintanadueñas
conseguía el permiso del Capítulo de Rouen para hacer la
fundación (5-7-1591) –entre los argumentos presentados
para lograrlo figuraba la traducción de las Constituciones
de la Santa hecha por él mismo– en España los superiores
de los Descalzos sintonizaban cada vez menos con el en-
tusiasmo de los amigos de Juan: habían cambiado el texto
de las Constituciones teresianas y habían emprendido una
campaña contra los padres Juan de la Cruz, que murió “sin
oficio” el 14 de diciembre de ese mismo año, y Jerónimo
Gracián, expulsado de la Orden el 17 de febrero de 1592;
y también contra su favorecedor, y amigo de Quintana-
dueñas, el mercader don Pedro Cerezo Pardo.
En vista de que las dificultades con que tropezaban sus
colaboradores no podían resolverse por carta, Quintana-
dueñas decidió volver de nuevo a España. Ya el 12 de ju-
lio de 1591 había conseguido en Rouen una carta del Ca-
pitán general de la Liga Católica, Carlos de Lorena, para
Felipe II pidiéndole en nombre propio y “de la mariscala
de Joyeuse y de muchas otras personas devotas” que vi-
vían en dicha ciudad, que permitiera al General de los
Carmelitas Descalzos enviar a Francia seis u ocho Descal-
zas para realizar una fundación en Rouen, con la esperan-

109
Ibidem, pp. 67-68.

119
za de que con su ejemplo de vida contribuyan –dice– a
mejorar el nivel espiritual de la población y con su oración
“aplaquen la ira de Dios y obtengan su gracia para el
resto de la afligida Francia, dado que por el mismo
motivo y con la misma intención se fundaron los prime-
ros monasterios de dicha Regla cuando la Iglesia y la
religión católica eran perseguidas en dicho reino como
lo están ahora”110.
Con esta y otras cartas de recomendación para el Gene-
ral y Definitorio, emprendió Juan su viaje hacia España el
13 de diciembre de 1592, pero ni las cartas de recomenda-
ción que llevaba, ni su esfuerzo personal, lograron derribar
el muro que habían levantado ya contra su empresa los
nuevos superiores. No sabemos hasta qué punto Quinta-
nadueñas, experto en el campo de los negocios, llegó a
comprender el abismo que separaba la imagen que se ha-
bía formado el padre Doria de las hijas de Santa Teresa, de
la que tenía el padre Gracián, y no digamos María de San
José o Ana de Jesús. El caso es que perseveró durante
otros diez años hasta salir con intento.
Cuando, tras la muerte del padre Doria, Juan recurrió al
nuevo General, padre Elías de San Martín, perorando su
causa, recibió, en lugar del suspirado permiso, unos esca-
pularios111.
A este momento parece referirse la madre Beatriz de la
Concepción cuando en su Relación de principios de 1627
escribe:

110
Ver en MHCT 4, pp. 486-488, el texto de la carta fechada en
Rouen.
111
SEROUET, p. 105.

120
“Muchos años antes que viniese en Francia, <la madre
Ana de Jesús> hizo que se volviese el señor don Juan
de Quintanadueñas, que había ido en España para pro-
curar viniesen religiosas a fundar en Francia, diciendo
no era entonces tiempo, que cuando sería avisaría; y así
lo hizo a la segunda vez que volvió. Y habiendo seña-
lado otra religiosa para este efecto <Tomasina Bautis-
ta, como veremos más adelante>, dijo nuestra venerable
madre: ‘No se cansen, que si yo no voy, no irá ninguna;
harto habrá que padecer. Mostróselo Dios muy claro y
se vio cumplido. Salió de su convento de Salamanca,
día de san Bernardo <20 de agosto>, año de 1604” 112.

Sugerencias de María de San José y del padre Gracián


Ante la imposibilidad de obtener de los superiores el
permiso para que las monjas fueran a Francia, se pensó en
fundar un convento de Carmelitas Descalzas en París, a
base de las Constituciones de la Santa; pero las hijas de
Teresa señalaron los inconvenientes de semejante solu-
ción. Casilda de San Ángelo (profesa de Valladolid, 22-8-
1578) advertía que su estilo de vida no podía describirse
enteramente, ni en las Constituciones, ni en un libro ex-
tenso, pues se trataba de una experiencia de vida aprendi-
da de la Santa. Las Constituciones eran tan breves preci-
samente porque la vida de las Carmelitas Descalzas tiene
más de espíritu que de ceremonias; su fundamento princi-
pal está en la íntima y perfecta comunicación con Dios y
en una gran desnudez de todo lo creado113.

112
Editada por Julen Urkiza en: Monte Carmelo 84 (1976) 287-301.
113
SEROUET, p. 160.

121
María de San José, por su parte, el 2 de mayo de 1603,
–cuando ya el grupo de fundadores de París, de que habla-
remos enseguida, había tomado la decisión de proceder a
la fundación y estaba tramitando la autorización del Papa–
les sugirió que podrían comenzar organizando el monaste-
rio en base a las Constituciones, y que luego irían ellas a
explicárselas a las novicias, pues la leyes, como son muer-
tas, necesitan lenguas vivas que las expliquen.
“Lo que me parece que conviene en este momento –le
dice María en francés a Juan de Quintanadueñas– es
que, sin esperar ni frailes ni monjas, ni de España ni de
Italia, se proceda a la fundación: de España, por lo que
yo puedo conjeturar, no se darán en absoluto; hacerles
venir de Italia, me parece que no es algo que pueda
resultar satisfactorio, ya que vuestro deseo es comenzar
con discípulas de la santa Madre, y las religiosas de
Roma comenzaron por su cuenta... Comenzad con
valentía, que yo os aseguro que nuestra santa Madre no
os abandonará en absoluto...”114.
De hecho, en el epistolario de Bérulle se encuentra una
carta de Soto, fechada a 11 de noviembre de 1603, en que
le explica que él necesitó mucho tiempo y muchas
recomendaciones para lograr la fundación. Bérulle le
había pedido información sobre el régimen del monasterio
de San José fundado en 1598 con ayuda de Gracián115.
Juan de Quintanadueñas, por su parte, se ordenó de
sacerdote en 1598 y siguió completando su formación
teológica, aprovechando ese período de serenidad y de

114
Ibidem, p. 161.
115
J. DAGENS, Correspondance du Cardenal Bérulle, pp. 20-22.

122
estudio para traducir al francés las obras de santa Teresa
editadas por fray Luis de León en 1588, con su ayuda
económica, como hemos visto.
La edición francesa salió en París en 1601, y en 1602
apareció, también con su colaboración, la vida de santa
Teresa publicada por Ribera en 1590. Y fue precisamente
esta traducción de sus obras el instrumento de que se
sirvió la Santa para entrar personalmente en acción y
acabar de una vez con los obstáculos que Juan no lograba
superar. Y, como no podía ser menos, también en esta
ocasión le echó una mano a la Fundadora su coadjutor, el
padre Jerónimo Gracián, como cuenta él mismo en la
Peregrinación de Anastasio:
“Conocí mucho tiempo había en Sevilla a Juan de
Quintanadueñas Brétigny, natural de Rouen aunque
hijo de español. Trató conmigo por cartas a este tiempo
que yo estaba a Roma, cuán deseado era un convento
de Carmelitas Descalzas en Rouen, y que había
principios para fundarse porque el cardenal Joyosa les
favorecería y unas señoras parientas del doctor
Quesada, ricas y muy siervas de Dios, querían hacer
principio. Y como no hubiese remedio que los Padres
Carmelitas Descalzos quisiesen dar monjas que
viniesen a fundar a Francia, concertamos, también por
cartas, que el Rey y Reina de Francia escribiesen a los
Reyes de España que las mandasen venir; y alcanzóse
un Breve de Su Santidad para ello. Fueron a España el
mismo monseñor de Brétigny y monseñor don Pedro
Bérulle –clérigo muy santo, docto y celoso– que lo
negociaron; y porque se había muerto María de San

123
José, priora de Lisboa que ellos pedían, vino por
fundadora Ana de Jesús con sus compañeras”116.

4. NUEVA PROTAGONISTA, MADAME ACARIE


La nueva protagonista, M. Acarie (en el siglo: Bárbara
Avrillot, y de carmelita descalza: Beata María de la Encar-
nación) fue también una conquista personal de santa Tere-
sa. La lectura de su vida y escritos le abrió nuevos hori-
zontes de vida cristiana y le ayudó a crear un grupo de
personas influyentes dispuestas a colaborar en su proyecto
de llevar a Francia las hijas de la Santa; tanto trabajó en
ello que mereció el título de “madre y fundadora del Car-
melo Teresiano en Francia”.
Nacida en París en 1566, era hija de Nicolás Avrillot,
señor de Champlatreux y de María L’Huillier. Educada en
las Hermanas Menores de la Humildad de Nuestra Señora
en Longchamp, al regresar con catorce años al seno de la
familia, manifestó deseos de hacerse religiosa, pero sus
padres se opusieron y la obligaron a contraer matrimonio,
a la edad de 16 años, con Pedro Acarie, vizconde de Vi-
llemor, señor de Montbrost y de Róncenay.
Durante 30 años se dedicó, con aprecio y admiración de
todos, al cuidado de su marido y de sus siete hijos, admi-
nistrando los bienes de la familia y superando con valentía
la difícil situación en que se encontró al ser desterrado su
marido por Enrique IV en 1589. El destierro del marido
duró cuatro años, al cabo de los cuales la señora Acarie
consiguió recompactar la familia y recuperar sus bienes,
ganándose la estima de todos en su entorno, comprendida

116
Diálogo 13 (MHCT 19, p. 255).

124
la familia real, y contando con el apoyo de su joven primo,
Pedro de Bérulle, futuro cardenal, que la veneraba como
madre, y con el consejo de san Francisco de Sales.
Durante el otoño del año 1601 leyó los escritos de santa
Teresa y se sintió impulsada a introducir sus hijas en
Francia. A partir de ese momento, sobre todo durante los
años 1602 y 1603, dedicará lo mejor de sus energías a lle-
var adelante el proyecto por el que Juan de Quintanadue-
ñas estaba suspirando desde 1585, lo que significa que la
empresa no era tan sencilla. Pero esta vez sonó la hora de
la Providencia y las indicaciones de María de San José y
del padre Gracián ayudaron a ese grupo de personas influ-
yentes de París, a realizar un sueño al que dedicaron con
fidelidad y constancia muchas energías117.

5. EL BREVE PONTIFICIO IN SUPREMO (13-11-1603)


La fundación de las Carmelitas Descalzas en París en
1604 se entenderá mejor teniendo en cuenta su paralelis-
mo con la primera fundación de santa Teresa en Ávila 42
años antes.
El 7 de febrero de 1562, el Penitenciario Mayor, carde-
nal Rainucio, por disposición del Papa Pío IV, concedió a
las señoras Aldonza de Guzmán y Guiomar de Ulloa la

117
M. Acarie quedó viuda en 1613, y el 7 de abril de 1614 tomó el
hábito de Carmelita Descalza en el convento de Amiens, con el nom-
bre de María de la Encarnación, para hermana de “velo blanco”.
Murió con fama de santidad en Pontoise el 18 de abril de 1618. El
proceso de canonización se inició en 1627 y fue beatificada por Pío
VI el 5 de junio de 1791 (Cf. GIOVANNI DI GESÙ MARIA, en AA.VV.
Santi del Carmelo. Biografie da vari dizionari, Roma 1972, pp. 268-
270).

125
necesaria licencia para fundar en Ávila un monasterio de
monjas de la Regla y Orden de la Virgen María del Monte
Carmelo, con los mismos privilegios que los demás con-
ventos de dicha Orden, con la facultad de redactar estatu-
tos propios, bajo la obediencia y corrección del Obispo de
la ciudad; prohibiendo además a cualquier otra persona,
incluidos obispos, prelados y visitadores apostólicos, in-
miscuirse en el gobierno de dicho monasterio o impedir su
fundación118.
Con esta autorización pontificia, y con la ayuda de la
madre Teresa –que se encargó de establecer algunos esta-
tutos propios–, se llegó a la inauguración del monasterio el
24 de agosto sucesivo. Cuando el General Rubeo en 1567
contempló con sus propios ojos lo que había logrado reali-
zar la madre Teresa, bendijo su iniciativa y le animó a se-
guir fundando otros monasterios semejantes, sin límite de
número, bajo la obediencia del General de los Carmelitas.
A partir de ahí no era necesario recurrir al Papa, pues bas-
taba la jurisdicción de la Orden. El problema surgió cuan-
do los sucesores del padre Gracián en el gobierno de los
Descalzos se empeñaron en imponer su criterio a las mon-
jas, y comenzaron a negar el permiso para nuevas funda-
ciones. Ante la obstinada negativa del General de España
a conceder el permiso, no había otra solución que recurrir
al Papa.
La petición para fundar en París, recomendada por En-
rique IV y por el obispo Francisco de Sales, iba firmada
por doña Catalina de Orleans, princesa de Longueville
(1564-1638) que exponía al Papa su deseo, reflejado en la

118
MHCT 1, pp. 9-14.

126
parte narrativa del Breve con estas palabras que traduzco
del latín:
“Nacida de la estirpe de los Reyes de Francia y célibe,
deseando por devoción cambiar las cosas terrenas por
las celestiales y los bienes transitorios por los eternos,
para alabanza y gloria de Dios omnipotente, y para el
aumento de la fe y de la religión católica, y de la Orden
de la gloriosísima Virgen Madre de Dios María del
Monte Carmelo, y de las obras pías y del culto divino”,
y sobre todo para ayuda espiritual de muchas vírgenes y
viudas que desean entregarse a Dios, quiere fundar “en
la ciudad de París o en los suburbios un Monasterio de
monjas reformadas, bajo la Regla primitiva y norma de
dicha Orden recientemente mejorada y establecida por
Teresa de Jesús”.
Para ello se comprometía a correr con todos los gastos
de la fundación y garantizaba desde el principio “como
dote perpetua para el sustentamiento de 15 monjas, una
renta anual y perpetua de dos mil cuatrocientas libras tu-
ronenses”.
Como responsables para la realización del proyecto de-
signaba la Princesa a Santiago Gallemant, Andrés Duval y
Pedro de Bérulle, presbíteros de la diócesis de París, espe-
cificando además que Andrés y Santiago eran Maestros en
Teología por la Sorbona, y Andrés era además Predicador
y regio Rector del Estudio general de la Universidad de
París, mientras que Pedro era limosnero ordinario y conse-
jero del Rey Enrique y profesor de Teología, por lo que se
les podía encomendar con toda garantía el gobierno y ré-
gimen de dicho monasterio.
Pedía luego la necesaria autorización de la Santa Sede
para dedicar a la construcción del nuevo monasterio los

127
bienes de algunos beneficios eclesiásticos y una iglesia
perteneciente a la Orden Benedictina, con los terrenos ad-
yacentes.
Acogida favorablemente la súplica, el Papa determina
que, una vez construido el monasterio, establecida la clau-
sura, y garantizados los réditos, se encarguen de su go-
bierno –mientras vivan– los sobredichos Santiago, Andrés
y Pedro, “el primero de los cuales como Prefecto o cabeza
y los otros dos como asistentes”. En los comienzos se
compondrá la comunidad únicamente de la Abadesa o
Priora y catorce monjas, pero luego podrá crecer el núme-
ro a medida que aumenten las posibilidades económicas
del monasterio. Vestirán el mismo hábito que las monjas
de los otros monasterios de la misma Orden bajo su Regla
reformada, y
“pasado un año de probación, emitirán la misma profe-
sión que ellas acostumbran, prometiendo perpetua clau-
sura y seguir las ceremonias, costumbres y estatutos re-
gulares de la Orden de la Bienaventurada Virgen María
del Monte Carmelo y su Regla reformada, en cuanto
sea posible y dedicándose a las alabanzas y oficios di-
vinos”.
Se concede al monasterio la facultad de administrar sus
rentas y los bienes que adquiera en el futuro, sin necesidad
de pedir licencia al Ordinario diocesano ni a ninguna otra
autoridad; y a continuación añade el Breve una cláusula
que creará problemas a la madre Ana de Jesús:
“Además, el monasterio erigido por las presentes, lo
constituimos en cabeza de todos los demás monasterios
de la misma Orden y Reforma que en el futuro se fun-

128
den en el Reino de Francia, de modo que todos depen-
dan de él como miembros”.
Luego se declara el monasterio exento de la jurisdic-
ción del Ordinario de París y del General de los Carmeli-
tas Mitigados y sujeto directamente a la Sede Apostólica y
a la jurisdicción “del Comisario General de la Orden de
los Hermanos Descalzos o Reformados de la misma Bie-
naventurada Virgen María del Monte Carmelo” <de Ita-
lia>; y, mientras no haya en el Reino de Francia un con-
vento de frailes de la misma Regla, se encargará de hacer
la visita cada año, o cuando se lo pidan los Rectores, por sí
mismo o por la persona por él indicada, el General de los
Cartujos, cuya vida de silencio y soledad es muy conforme
a la Regla primitiva de dicha Orden.
Se permite a los tres Rectores hacer estatutos, ordena-
ciones, capítulos y decretos para el buen gobierno del mo-
nasterio, pero no tendrán fuerza de constitución sin antes
ser aprobados por la Sede Apostólica, o por el General de
los Carmelitas Descalzos de la reforma de la dicha Teresa,
o por el Ordinario en cuanto delegado de la misma Sede
Apostólica.
Además, para la formación de las monjas que entren en
el monasterio erigido por las presentes, se podrán traer, a lo
sumo, cuatro monjas, de la misma Orden de la Bienaventu-
rada Virgen María del Monte Carmelo, si cómodamente
puede hacerse, y, si no, de otra Orden lo más conforme
posible a dicha Regla; que sean monjas profesas, de vida
ejemplar, provenientes de cualquier monasterio y con li-
cencia de sus superiores.
Al final de la parte dispositiva, antes de pasar a las
cláusulas finales, se concedía a la princesa Catalina de

129
Orleans la facultad de entrar en la clausura, acompañada
de una dama, siempre que lo deseara, conversar y comer
con las monjas, e incluso dormir alguna vez dentro del
monasterio mientras permaneciera célibe. Privilegio al que
la Princesa renunció inmediatamente cuando la madre Ana
le explicó que no se acostumbraba en las casas de la Ma-
dre Teresa119.
Teniendo en cuenta estos detalles comprenderemos me-
jor algunas actuaciones de los Rectores, y la reacción de
Ana de Jesús cuando las veía disconformes con el estilo
teresiano.

6. EN BUSCA DE MAESTRAS DE NOVICIAS TERESIANAS


Ya hemos visto lo claro que el 2 de mayo de 1603 veía
María de San José que era una pérdida de tiempo seguir
esperando el permiso del General para hacer una funda-
ción como las que estaban acostumbradas a realizar desde
que comenzaron con la Santa Madre.
Tampoco la madre Ana de Jesús era la más indicada, a
juicio del General, para una empresa semejante. Las dos
habían dado la cara valientemente en 1590 ante los cam-
bios legislativos del padre Doria y habían sido severamen-
te castigadas por ello. Aunque habían cumplido la peni-
tencia, no habían hecho “el propósito de la enmienda”; su
candidatura era inadmisible para los superiores del mo-
mento, por lo que no hubo más remedio que recurrir al
Papa.

119
El texto de este Breve no aparece en el vol. III del Bullarium
Carmelitanum editado por J.A. Ximénez en 1768. He utilizado la
transcripción del padre Hipólito de una impresión realizada por la
Tipografía de la Cámara Apostólica en 1733.

130
Mientras en París se trabajaba en la construcción del
monasterio y en la preparación de las 14 novicias que lo
habían de inaugurar, en Roma se siguió ultimando la do-
cumentación necesaria para el traslado de las tres o cuatro
maestras que deberían instruirlas. Por las anotaciones que
se conservan en el Registro de la Secretaría de Breves del
Archivo Vaticano podemos seguir con todo detalle cuál
era el criterio de los fundadores y los pasos que tuvieron
que dar hasta conseguir unas maestras de novicias con-
formes al corazón de santa Teresa.

6.1 María de San José


La primera candidata presentada al Papa fue, natural-
mente, María de San José, que desde 1585 estaba pla-
neando con Juan de Quintanadueñas la fundación en Fran-
cia. El día 6 de diciembre de 1603 el Papa Clemente VIII
acogió favorablemente la Súplica de Catalina, Princesa de
Longueville, en que le decía:
“sabiendo que en el Reino de Portugal hay todavía al-
gunas Monjas del tiempo de la Madre Teresa de Jesús,
muy hábiles y capaces de establecer la verdadera regla
y observancia en un Monasterio nuevo, de lo cual han
dado muchas pruebas junto con la dicha Madre Teresa,
y entienden y hablan la lengua francesa, desea ardien-
temente hacer trasladar tres o cuatro de ellas al dicho
Monasterio de París […] con sola licencia de sus supe-
rioras, sin que sea necesaria otra licencia de sus supe-

131
riores, y no obstante cualquier impedimento, decreto o
resolución en contrario120.
En conformidad con esta Súplica se expidieron el 23 de
diciembre dos Breves idénticos para el Colector Mayor de
Portugal y para el Nuncio en Madrid, para que ellos, “con
autoridad apostólica y sin necesidad de permiso alguno o
consentimiento de sus superiores”, diesen licencia a las
monjas nombradas en el salvoconducto de Rey de Francia
para que se trasladaran a París121.
Es de notar que estos dos Breves no aparecen en el Bu-
llarium Carmelitanum citado más arriba. Aparece en cam-
bio otro que puede ayudar a resolver algunos enigmas de
los años 1603 y 1604 de nuestra historia.
El General, Francisco de la Madre de Dios, al tener no-
ticia del proyecto de llevar a París a María de San José, la
hizo sacar de Portugal antes de que llegasen los Franceses.
Acompañada de Blanca de Jesús llegó a Talavera de la
Reina el 7 de septiembre de 1603, y ocho días después
recibió orden del General de continuar viaje, ella sola,
hasta el convento de Cuerva, donde murió santamente el
19 de octubre sucesivo122.
Superado el riesgo de que fuese de fundadora a Francia
María de San José, existía el peligro de que en su lugar
fuera otra como ella, y para evitarlo se consiguió otro
Breve, que sí se encuentra en el Bullarium Carmlita-
120
ASV, Secretaria Brevium, v. 340, f. 380. Sigo en mi traducción
la transcripción del padre Hipólito de la S. Familia entregada por él
al Institutum Históricum Teresianum.
121
ASV, Secretaria Brevium, v. 340, f. 480r.
122
Para más detalles, cf. D.A. FDEZ. DE MENDIOLA, El Carmelo
Teresiano en la historia, v. 3, pp. 121-133.

132
num123, donde se dice que está tomado de la página 28 del
Bulario manuscrito del Archivo de Santa Ana de los Car-
melitas Descalzos. El nuevo Breve para el Nuncio está
fechado a 24 de febrero de 1604. Tras reproducir literal-
mente el que se le había enviado con fecha 23 de diciem-
bre del año anterior, añadía:
“Sin embargo, porque hemos sabido que, si dichas
monjas se trasladaran sin licencia de los Superiores de
dicha Orden, –aparte de que resultaría demasiado des-
doro para la autoridad de los mismos Superiores– po-
dría ocurrir fácilmente que se eligieran Monjas menos
aptas para introducir la Regla de dicha Orden en el
Monasterio de Monjas fundado por la dicha princesa
Catalina de Longueville; por eso es más conveniente
que en esto se requiera el consentimiento de los dichos
Superiores, los cuales confiamos se acomodarán a
nuestra voluntad y al deseo de la dicha princesa Catali-
na, ya que conocen mejor que nadie la piedad, pruden-
cia, santidad de vida y otras cualidades de las monjas
de su Orden. Por consiguiente, Nos, por las presentes,
os encomendamos y mandamos que, en la ejecución de
lo contenido en las líneas precedentes, pidáis el consen-
timiento de los Superiores de la misma Orden, de forma
que con su consentimiento se elijan monjas aptas e idó-
neas para la ejecución de lo predicho, y se trasladen a
Francia según lo establecido en las líneas anteriores”.
El padre José de Jesús María, que había ido a Roma el
25 de julio de 1602, regresó a España con la copia de este
Breve del 24 de febrero de 1604, dirigida al General por
cuanto le concernía; mientras que al Nuncio le llegó la

123
Vol. 3, p. 344.

133
“enmienda” del que se le había enviado con fecha 23 de
diciembre de 1603. No olvidemos que nuestros Descalzos
siguieron, en tiempos de Felipe III, el mismo modo de
proceder que hemos visto en tiempos de Felipe II. Tenien-
do en cuenta estos documentos se entenderán mejor los
sucesos de 1604.

7. LA COMITIVA DE LOS FRANCESES


Obtenida la autorización de la Santa Sede, se procedió
al traslado de las maestras que habían de educar en el esti-
lo teresiano a las novicias francesas. Frustrado, por el se-
cuestro de María de San José, el viaje rápido por mar des-
de Lisboa, había que venir a España y viajar por la
Península. La comitiva, guiada por Juan de Quintanadue-
ñas salió de París el 26 de septiembre de 1603, aunque por
diversas circunstancias, y reducida a cuatro personas, no
llegó a España hasta el 20 de noviembre. Quintanadueñas
llevaba de compañero a Jean Navet y completaban el gru-
po Madame Jourdain y su compañera Marie le Prévost du
Pucheuil, que llevaban la misión de acompañar a las mon-
jas durante el viaje124. Ante las dificultades con que trope-
zaron, se vio que era indispensable la intervención de Pe-
dro de Bérulle, y éste salió de París el 10 de febrero de
1604.

7.1 Una negociación laboriosa


Gracias al epistolario de Bérulle, y a diversas relaciones
de los protagonistas, podemos seguir con suficiente in-
formación directa y de primera mano los pasos que se die-
124
Cf. D.A. FDEZ. DE MENDIOLA, El Carmelo Teresiano en la histo-
ria, v. 3, pp. 119-120.

134
ron. Comenzando por el testimonio de Bérulle, en las pri-
meras 80 páginas del primer volumen de su epistolario
encontramos, entre otros, los detalles siguientes125.
El 24 de noviembre de 1603 escribía Bérulle a Quinta-
nadueñas ofreciéndose, si fuera necesario, a ir personal-
mente a España, como realmente lo hizo en febrero del
año siguiente. Entre los consejos que le daba, el primero
era que esperase órdenes suyas y que no hablase con nadie
del asunto: ni con el Rey, ni con el Nuncio, ni con los Pa-
dres Carmelitas... En cuanto a estos últimos, le pedía que
averiguase las dificultades que ponían a la salida de las
monjas, pero sin dar a entender que tenía cartas en el asun-
to, ni que había ido a tratar del negocio. Le explicaba que
el Papa en persona había autorizado ya la fundación, ha-
ciendo firmar la Bula a los 16 Cardenales que habían par-
ticipado en el estudio de la petición126.
También le informó de que la princesa de Longueville
había escrito al General y al Definitorio explicando que
París se convertiría en una nueva Ávila, y que para ello
había pedido discípulas de la Santa Madre.
Con fecha 22 de febrero de 1604, Miguel de Marillac
escribía desde París a Bérulle, que como hemos dicho se
había puesto en camino el día 10, recomendándole enviar
alguno a Cuerva para obtener noticias sobre la muerte de
María de San José.
El día 4 de marzo de 1604 escribe Bérulle a M. Acarie
contándole detalles de su viaje hasta Valladolid: en Bur-
125
J. DAGENS, Correspondance du Cardenal Bérulle, I, París-
Lovaina, 1937.
126
Ya vimos (p. 80), por el testimonio de Ana de Jesús, que tam-
bién la de Sixto V fue firmada por todos los Cardenales de la Con-
gregación.

135
gos había hablado, con ayuda de un intérprete, con Toma-
sina Bautista, discípula de Santa Teresa, recomendada por
el Rector de la Compañía. En Palencia apenas se había
detenido por no tener intérprete.
De su primera conversación con el Nuncio le comenta
que no le había mostrado el Breve que tenían para Portu-
gal, y que el Nuncio le había dicho que los frailes no sol-
tarían las monjas si no iban también ellos a fundar, pues
no las creían capaces de llevar a cabo una obra tan grande
ellas solas... Y añadía que Bretigny le había dicho que las
monjas nacieron antes que los frailes tanto en España
como en Roma. Bérulle comenta que está claro que no se
puede llevar a cualquiera, que se necesitan personas de
valor, y luego pregunta: si todavía vive María de San José,
¿qué hacemos con ella?
Sobre su entrevista con el General dice que no acaba de
entender su obstinación, “que l‘on depeint être d‘une hu-
meur et d‘un sens fort particulier”.
Se hace lenguas, en cambio, de la gran perfección de
las descalzas: obediencia en todo, pobreza en todo.
En respuesta a esta carta, M. Acarie le recomienda que
busque personas de virtud, sobre todo de caridad.
Bérulle le dice que él se inclina por una anciana y vene-
rable, de las primeras, que tiene más de 60 años y que ha
pedido quedar libre de oficios para darse a Dios, pero que
ello sería contra la opinión de todos... Aludía, como vere-
mos luego, a Isabel de Santo Domingo, que hacía poco se
había retirado a Ávila tras su priorato en Segovia.
Ante la dificultad que ponían en conceder el permiso
para Isabel de Santo Domingo, Bérulle replegó hacia To-
masina Bautista, que él tenía pensada como segunda op-
ción, y el Definitorio se la concedió el 20 de marzo; pero,
136
justo cuando iba a pedir las patentes para ella y para las
compañeras que ella eligiera, le llegó la noticia de su
muerte, ocurrida a mediados de abril, por lo que volvió a
insistir en la candidatura de Isabel de Santo Domingo.
El día 20 de mayo escribe de nuevo Bérulle a M. Aca-
rie comunicándole que el Definitorio había accedido a
conceder el permiso para la nueva candidata, pero a con-
dición de que el Nuncio de París confirmara por carta
que le había llegado la Bula de Papa.
Más adelante expresa su opinión de que el Nuncio le
resulta “tímido y formalista”; y que tiene intención de
conseguir de él, para utilizarlo en caso de emergencia, un
mandato imponiendo al General que conceda el permiso.
Le dice también que el General ya había sabido por sus
frailes de Roma que las Bulas habían sido expedidas.
Sobre la persona del General añade que es de lo más
cerruno que ha visto en su vida; que había tenido con él
tres largas discusiones sobre la designación de las monjas
que deberían ir a Francia, “et pas une fois je n‘ai reconnu
un seul trait de l‘esprit de Dieu en lui sur cet oevre”; y
que había tenido que rechazar todas las candidatas que le
había propuesto él. Para dentro de ocho días esperaba las
patentes para las elegidas después de la muerte de Toma-
sina Bautista, pero se habían complicado las cosas. Y ex-
plica, haciendo valer el derecho de los fundadores a elegir
para futuras súbditas suyas a personas que tuvieran las
cualidades necesarias para su misión en Francia, había
insistido en el nombramiento de Isabel de Santo Domingo,
y el General por fin había cedido; pero, cuando ya conta-
ban con ella, tuvo una mala caída, la fiebre no la abando-
naba y su vida corría peligro. Además, la misma Isabel,
por medio de un alma santa de su monasterio, le había

137
informado de que Dios le había hecho entender que no la
quería para Francia.

7.2 Las candidatas del General


Al fallar Isabel de Santo Domingo, el General se empe-
ñó en ofrecer monjas que no eran del tiempo de la Santa
Madre.
En ese contexto intervino José de Jesús María, el Pro-
curador que había vuelto con todas las informaciones de
Roma y con el Breve del 24 de febrero de 1604 que hacía
necesario el permiso del General, y sacaron la excusa de
que se había que elegir pronto el nuevo General y era
conveniente dejar el asunto en sus manos.
Este detalle no suele aparecer en las historias, pero es
digno de tenerse en cuenta. Estamos en mayo y el Capítu-
lo general se inauguró efectivamente en Pastrana el 5 de
junio de 1604, pero el General siguió siendo el mismo de
antes. El misterio lo explica una Instrucción del Protector
de la Orden, Cardenal Pinelli, para ese Capítulo. La traía
consigo, con fecha de febrero de 1604, el padre José de
Jesús María, con orden de tenerla secreta y hacer uso de
ella sólo en caso de necesidad. En pocas palabras: el Capí-
tulo general de septiembre de 1600, de acuerdo con el tra-
bajo de la comisión nombrada por Elías de San Martín
para revisar las Constituciones, había aprobado, entre
otras cosas, que los priores fueran elegidos no en el Capí-
tulo general sino en los Capítulos provinciales, y que el
oficio del General durase tres años. El padre Francisco
había recurrido a Roma para suspender esos cambios de
las Constituciones, pero existía el riesgo de que el Capítu-
lo volviese a aprobarlos de nuevo y, en ese caso, para evi-
tar discordias, el Cardenal Protector declaraba, con autori-

138
dad apostólica, que la autoridad del general habría expira-
do y se debería proceder a la elección del sucesor127.
Terminado el Capítulo sin cambio de General, Bérulle
vuelve a la carga, pero el padre Francisco se mantiene en
sus trece. Navet dirá en su relación que visitaron los con-
ventos de Segovia, Madrid, Toledo, Medina, Cuerva, Alba
de Tormes y Pamplona. Todos ellos con monjas fieles a la
Consulta, incluido el de Madrid tras el cambio de priora y
de varias monjas. Madame Jourdain dirá que los franceses
pedían unas monjas y el General quería darles otras.
El motivo del desacuerdo era sencillamente que, al ca-
bo de 20 años de espera, pocas dudas quedaban ya sobre la
diversidad real entre el estilo teresiano y el que intentaban
mantener los seguidores del padre Doria. El 6 de junio,
justo durante el Capítulo general, escribía Bérulle que el
común de los frailes, a diferencia de las monjas, profesa-
ba más exterioridad que interioridad.
Agotados todos los argumentos y constatada la imposi-
bilidad de hacer cambiar de parecer al General, Bérulle
apeló a la concesión que tenían del Papa, de llevar monjas
que hubieran fundado con santa Teresa, y obtuvo del Nun-
cio, como había previsto en su carta del 20 de mayo, un
decreto imponiendo al General, bajo pena de excomunión,
que concediera las patentes para la madre Ana de Jesús y
las que ella quisiera elegir por compañeras. Sólo así se
abrieron las puertas para el viaje a Francia de la madre
Ana.

127
Bullarium Carmelitanum, v. 3, pp. 341-342. Fueron quizá estos
asuntos los que movieron al General a enviar a Roma a este segundo
procurador, que se encontró con el problema adjunto de la fundación
en Francia.

139
En este contexto adquieren nueva luz las palabras pro-
nunciadas por Tomás de Jesús al final de su sermón en las
honras fúnebres de Ana de Jesús el 6 de marzo de 1621:
“Había grande dificultad –dijo el predicador–, cuando
trató la Orden de enviar religiosas a Francia, en que
viniese la madre Ana de Jesús entre ellas; y así, por
ciertas razones, el padre General y definidores habían
determinado que la Madre no viniese en Francia. No
obstante este decreto, ella me escribió una carta, estan-
do en Pastrana con el padre General <el Capítulo co-
menzó el 5 de junio de 1604>, en que me decía que
Dios quería que viniese en Francia y que así sin falta
vendría; y que se lo dijese al Padre. Todo sucedió des-
pués como la Madre lo había profetizado”128.

7.3 Parecer del padre Domingo Báñez


Para contrarrestar la versión negativa del General sobre
Ana de Jesús pidieron los franceses el parecer a un testigo
imparcial y bien informado, y esta fue su respuesta:
“La madre Ana de Jesús, monja descalza carmelita, fue
compañera de la madre Teresa de Jesús muchos años en
las fundaciones de los monasterios y muy querida hija
suya, por conocer en ella grande humildad y prudencia,
con mucha religión. Y en todas estas virtudes ha ido
muy adelante después que murió la madre Teresa de Je-
sús. Y si alguna ha de ir a Francia a fundar y poner al-
gún monasterio de su orden, a mi juicio es ella la que
más conviene.
Yo puedo dar testimonio de esto, porque traté y con-
fesé por espacio de veinte años a la madre Teresa de Je-
128
BMC 29, p. 408.

140
sús y después acá conozco a todas las religiosas señala-
das en su Orden, por la mucha familiaridad que con to-
das ellas he tenido y tengo. Y porque este testimonio
puede importar para el servicio de Dios, le doy patente
y firmado de mi mano. Hecho en los Padres de Medina
del Campo en cuatro de julio de 1604. Fr. Domingo
Bañes”129.

7.4 Ana de Jesús


Que Ana de Jesús estuviese al tanto de las negociacio-
nes para fundar en Francia era lo más natural, dada su
amistad con Juan de Quintanadueñas, quien al pasar por
Madrid en 1586 le había dejado una subvención para edi-
tar las obras de la Santa; pero, además de la profecía que
nos recordaba poco más arriba la madre Beatriz de la
Concepción, tenemos prueba de ello en las siguientes car-
tas a Diego de Guevara. El 1 de diciembre de 1602 le es-
cribía la madre Ana de Jesús:
“Deseo se acuerde de mí [en la misa], que me mandan
ir a Ciudad Rodrigo. Quizá será antes de Pascua; que
como está ya concedido, dan prisa; y también la dan pa-
ra que me vuelva luego aquí. Dios me tenga donde más
le hubiere de servir. Ruégueselo vuestra paternidad,
que no querría cosa sino darle gusto. Que me le da su
Majestad estos días tan grande, que no sé cómo lo pue-
do sufrir. Y así he suplicado a nuestro padre General,
que le piden monjas para fundar en Francia, que si las
diere, sea yo una de ellas. Y esto es de veras, que en
París está ya concertado. Y oblíganos tanto este gran
Señor con sus misericordias, que se deshace el alma por

129
BMC 29, pp. 368-369.

141
aprovecharse de ellas y hallar ocasión en qué mostrarle
el amor”130.
El 21 de junio de 1603 volvía sobre el tema en carta al
mismo destinatario:
“Yo traigo poca [salud] desde Semana Santa. Creo la
cobraría si me concediesen la ida a París de Francia.
Ruéguelo a Su divina Majestad vuestra paternidad y
crea me olvidaré de mí antes que de cumplir lo que
prometí. Lo que se funda en Dios siempre permanece.
Quédese con Su Majestad, padre mío, y ruéguele mu-
cho por esta mala monja”131.
El 12 de julio de 1604, cuando la expedición francesa
se hallaba en medio del último tira y afloja con el General,
reacio a permitir la ida de Ana de Jesús, ésta bromeaba
sobre los rumores de que, según una monja, los demonios
estaban muy agitados ante su ida a Francia:
“No dé cuidado mi nublado –escribe a Diego de Gueva-
ra que estaba en Alcalá de Henares–, que ya Dios le
aclaró con los gritos que dice la mi Ana de Jesús; reci-
biré caridad le pregunte vuestra paternidad si los dan
<los demonios> porque vaya o porque quede, que es
grande la diligencia que hacen por llevarme los de
Francia; sin dar a entender por allá de mí nada, escrí-
bame vuestra paternidad lo que supiere de esto”132.

7.4.1 El mandato del Nuncio

130
BMC 29, p. 163.
131
Ibidem, p. 168.
132
Ibidem, p. 175.

142
Por fin intervino el Nuncio ordenando al General que
extendiera las debidas patentes para que fueran a Francia:
“la dicha madre Ana de Jesús con otras dos que esco-
giere ella misma del monasterio de Salamanca y otra
francesa que está en el monasterio de las dichas cerca
de Alcalá” 133. Es decir cuatro, como preveía el Breve
de fundación.

7.4.2 La licencia del General


Obedeciendo al mandato del Nuncio el General dio su
consentimiento con una patente fechada a 4 de agosto y
que era del tenor siguiente:
“Por cuanto el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Car-
denal Ginnasio, nuncio y colector general apostólico de
Su Santidad en estos reinos, por carta firmada de Su
Señoría Ilustrísima y sellada con su sello me ha encar-
gado y mandado que, para la fundación de un monaste-
rio de monjas Descalzas de nuestra Orden, que con li-
cencia de su Santidad pretende hacer en París de
Francia la señora Princesa de Longuevilla, se le den por
fundadora a la madre Ana de Jesús, que está en nuestro
convento de Salamanca, y a la hermana Ana de San
Bartolomé, que está en nuestro convento de monjas de
Ávila, con otras dos religiosas, las que dicha madre
Ana de Jesús escogiere. Por la presente, obedeciendo al
acto y mandato de Su Señoría Ilustrísima, doy mi con-
sentimiento y licencia en cuanto puedo a las dichas Ana
de Jesús, con las otras dos que escogiere, y a la dicha
Ana de Santo Bartolomé, para que todas cuatro juntas
puedan ir a la dicha ciudad de París y hacer lo que en
133
BMC 29, pp. 370-371.

143
razón de la fundación del dicho monasterio les fuere
ordenado y mandado por Su Santidad”134.
Parece ser que el General añadió por propia iniciativa, a
las cuatro monjas que en virtud del Breve pontificio le
impuso Pedro de Bérulle, otras dos de su confianza: Ana
de San Bartolomé, de Ávila, e Isabel de San Pablo, que
sabía francés, de Burgos.
Como refleja con claridad el tono de la patente del pa-
dre Francisco, la fundación de Francia no la veía como
cosa de la Orden, tal como la entendía él, sino del Nuncio
y del Papa.
Completan el cuadro los detalles de la carta que el secre-
tario del Nuncio escribió a Bérulle expicando las diferen-
cias entre el mandato y la patente:
“Que todo esto no difiere de lo de la licencia del Padre
General más que en la lega Ana de San Bartolomé, la
cual por bastantes razones pareció al señor Cardenal
que se quedase. De manera que en todas han de ir cua-
tro: la madre Ana de Jesús, dos que ella escogiere de su
monasterio y la francesa del monasterio de Loeches.
[…] Hame parecido de significar esto a Vuestra Seño-
ría, para que entienda que esto ha sido con mucho
acuerdo. Y que por no poner el negocio más en dares y
tomares, y resuelvan de concluir esta materia, porque
de la dilación se puede poco esperar y mucho te-
mer”135.
En efecto, tan convencido estaba el padre Francisco de
su obligación de impedir la fundación de Parí, que todavía

134
BMC 29, pp. 369-370.
135
BMC 29, pp. 370-371.

144
consiguió del Rey un despacho para que Beatriz de la Con-
cepción, de apellido Zúñiga, no saliera de España sin su
permiso, como estaba mandado para los miembros de fami-
lias de su categoría. Pero el mensajero llegó a Irún cuando
la comitiva acababa de atravesar la frontera; Ana de Jesús,
intuyendo lo que podría ocurrir, había hecho continuar la
marcha, contra el parecer de los que querían pernoctar en
España. Beatriz de la Concepción lo cuenta así en su rela-
ción de 1627:
“Fue cosa bien particular que, llegando harto cansadas
a un lugar antes de salir de España, se ofreció poder
descansar en una casa de placer; todos se lo pedían a
nuestra Venerable Madre, dijo que de ninguna manera
había de ser. Si se detuvieran un día más, se hubieran
de volver en sus conventos, porque llegaban patentes
del Nuncio para que no pasasen adelante. Quedaron es-
pantados todos cuando tal vieron; y el padre Provincial,
que era fray José de Jesús María, se santiguaba y decía
había sido acuerdo del cielo. Nuestra Venerable Madre
se reía diciendo que esperaba se había de servir Dios,
pues lo había ordenado así; que nuestra madre santa
Teresa lo alcanzaba todo y se holgaba de este ca-
mino”136.
* * *
Recapitulando: las protagonistas de este grupo definiti-
vo, que abrirá horizontes insospechados al Carmelo Tere-
siano, eran: Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, de 58
y 54 años respectivamente, ambas habían tomado el hábito
en Ávila en 1570; Isabel de los Ángeles, de 39 años, pro-
fesa de Salamanca en 1591; Beatriz de la Concepción, de

136
Monte Carmelo, 84 (1976) p. 288.

145
35 años, profesa de Salamanca en 1593; Leonor de San
Bernardo, de 27 años, profesa de Loeches en 1598; Isabel
de San Pablo, de 44 años, profesa de Burgos en 1590. Al
frente de la comitiva figuraba, en cuanto superior del nue-
vo monasterio, monseñor Pedro de Bérulle, de 28 años,
acompañado de quien durante 20 años había mantenido
encendida la brasa que iba a convertirse en un incendio:
Juan de Quintanadueñas, de 48 años. Téngase presente
este detalle: cuando la madre Ana tiene 58 años, Bérulle
tiene 28; cuando santa Teresa tenía 58 años, Gracián y
Ana de Jesús tenían 28.

146
Capítulo IX
ANA DE JESÚS EN PARÍS

1. Una premisa necesaria.- 2. Primeras impresiones de


Ana de Jesús en su viaje a París.- 3. En el convento de
San José de la Encarnación.

El 29 de agosto partieron de Ávila las 5 primeras com-


ponentes del grupo fundacional, camino de Burgos, donde
se les unió el 5 de septiembre Isabel de San Pablo. La co-
mitiva al completo, al salir de Vitoria hacia la frontera a
mediados de septiembre, se componía de 22 personas, que
llevaban para su servicio 18 mulas137. Para la última etapa
del camino y para entrar en París con la solemnidad debi-
da, Quintanadueñas compró en Burdeos una carroza y
cuatro buenos caballos negros138. Llegaron felizmente a su
destino 16 de octubre de 1604139.

1. UNA PREMISA NECESARIA


La primera parte de mi tesis doctoral, tras reproducir la
declaración de Ana de Jesús en el Proceso de santa Teresa,
terminaba con estas palabras:

137
SEROUET, p. 195.
138
SEROUET, p. 196.
139
“Dos días antes de san Lucas”, dice Ana de Jesús (BMC 29, p.
135). Más detalles sobre el viaje, en D.A. FDEZ. DE MENDIOLA, El
Carmelo Teresiano en la historia, v. 3, pp. 146-152.

147
“La madre Ana firma su deposición, como priora de Sa-
lamanca, a tres años de la muerte del padre Doria. El si-
lencio sobre el Breve de Gregorio XIV, es tan significa-
tivo como las alusiones a Inocencio IX y Clemente VIII.
Las dificultades que por su fidelidad a la madre Funda-
dora encontrará Ana de Jesús después de la muerte del
padre Doria, quedan fuera de los límites del presente
estudio”140.
La primera frase, que subrayo ahora, tiene su explica-
ción en lo que vimos con la ayuda de Pedro de Bárcenas.
No cabe la menor duda de que Ana de Jesús llevaba en su
bolso la edición de las Constituciones hecha por ella mis-
ma en 1588, y en la cabeza y en el corazón la experiencia
de 12 años de vida como hija y coadjutora de santa Teresa.
La segunda frase subrayada necesita una breve explica-
ción. El plan inicial de la tesis abarcaba toda la vida de
Ana de Jesús, incluidas las “dificultades” que tuvo tam-
bién con los superiores de los que dependió más tarde:
Pedro de Bérulle en Francia y Juan de Jesús María en
Flandes. La pregunta a que habría que responder era:
¿También en estas dos circunstancias los superiores se
apartaban del criterio de santa Teresa, o se trataba más
bien de la “terquedad” de Ana de Jesús en aferrarse al tex-
to de las Constituciones como ella las entendía?
La pregunta la tuve presente durante toda la investiga-
ción, estudié las fuentes y tomé nota de los autores que
podían aportar luz para dar una respuesta. Si no la di en-
tonces y se quedó fuera de los límites de mi estudio, fue
porque el General de la Orden, padre Anastasio del Santí-
simo Rosario, me sugirió que no tocase el “tema de Fran-
140
I. MORIONES, Ana de Jesús, p. 322.

148
cia”, pues estábamos en buenas relaciones con las monjas
y se podría estropear el clima.
Como para conseguir el título académico era suficiente
lo dicho en la primera parte, de acuerdo con el moderador
de la tesis, padre Ricardo García Villoslada, hice un salto
de medio siglo y pasé a examinar cómo contaron nuestros
cronistas del siglo XVII los hechos narrados en la primera
parte.
Aprovechando las notas que tomé entonces y las apor-
taciones de los estudiosos que han hablado del tema des-
pués, trataré de esclarecer en las páginas siguientes este
período de la vida de Ana de Jesús, centrando mi atención,
igual que hasta ahora, en su actitud con relación a las
Constituciones de santa Teresa.
Un último detalle, el más importante de esta premisa.
Como decía el profesor Orlandis en su compendio de His-
toria de la Iglesia, por muchos documentos que estudie-
mos, lograremos a lo sumo describir la punta de un ice-
berg; lo más importante de la vida de la Iglesia, que es la
acción del Espíritu Santo, permanece oculto a nuestra mi-
rada. Estas seis discípulas de Teresa, capitaneadas por Ana
de Jesús, llevaban consigo una experiencia de vida y se
convirtieron en testigos, cada una a su manera, de la luz
que irradiaba de la Santa, invitando a seguir el camino
trazado por ella para encontrarse con Cristo. Bajo la mira-
da providente de Dios, que lo gobierna todo a través de las
mediaciones humanas, estaban convencidas de que santa
Teresa era la verdadera protagonista (“Ella lo hace todo”,
solían repetir). En la Historia del Carmelo Teresiano, co-
mo en la Historia de la Iglesia, el protagonista principal es
el Espíritu Santo, cuya actuación no puede vislumbrarla el
investigador más atento. Téngase presente este límite para

149
valorar en su justa dimensión estas páginas de historia que
quieren acercarnos al conocimiento de los protagonistas
humanos. Los detalles “históricos” que podamos recoger,
serán siempre limitados, aunque a veces también pueden
resultar puntas de iceberg que nos inviten a seguir profun-
dizando en la investigación.

2. PRIMERAS IMPRESIONES DE ANA DE JESÚS EN SU


VIAJE A PARÍS
La fuente principal, para conocer las impresiones que
más marcaron el inicio de esta nueva etapa en la vida de
Ana de Jesús, es la carta que ella escribió el 8 de marzo de
1605 al Obispo Diego de Yepes, confesor de santa Teresa
y persona de su entera confianza141.
Ya desde el saludo nos ofrece una pista para compren-
der el ánimo con que abrazó la nueva aventura:
“Bendito sea Dios, que ha querido vea Vuestra Señoría
letra en este destierro, donde estamos con consuelo, por
dar gusto a su Divina Majestad, y esto nos sacó de Es-
paña”.
En cuanto al inicio del viaje, teniendo en cuenta que el
día 14 de agosto les llegó la patente y el día 20 tuvieron
que salir de Salamanca; y que el Provincial que les acom-
pañaba era el padre José de Jesús María, que ya conoce-
mos como brazo derecho del General en la negociación de
Roma para que fuera necesario el permiso de los superio-
res, se entenderán mejor las palabras de la madre Ana, que
no tienen desperdicio:

141
BMC 29, pp. 133-144. Todas las palabras de Ana de Jesús están
tomadas de estas páginas mientras no se indique otra cosa.

150
“Fue con tanta prisa la partida, que no hubo lugar ni
aun de hablar a nuestras propias hermanas que estaban
en casa, ni quisieron que entrásemos en las que estaban
en el camino, sino solo en Ávila y Burgos y Vitoria,
que no se pudo excusar. No sé si fue temor de nuestro
padre General o invención del padre Provincial, que
vino hasta el medio camino con nosotras, que es hom-
bre de grandes trazas”.
El que les acompañó “hasta el medio camino” (en
realidad un par de kilómetros) fue el General, el cual, ha-
ciendo honor al epíteto “de grandes trazas”, querría segu-
ramente evitar que el entusiasmo de las expedicionarias
contagiara a otras que se habían ofrecido a ir a Francia en
años anteriores. No hace falta repetir que Ávila, Burgos y
Vitoria se habían entregado a la Consulta. Sobre la otra
“traza” del General, para hacerles volver antes de pasar la
frontera, ya hemos escuchado el testimonio de Beatriz de
la Concepción.
Pasando por alto las dificultades con que tropezaron en
las “300 leguas que había de camino” de las que anduvie-
ron a pie más de 100, aunque por cierto
“con tan gran facilidad, que nunca nos duraba el can-
sancio ni le sentí hasta que entramos en tierra de Fran-
cia y vi tan maltratado el Santísimo Sacramento. No es
posible decir cómo le tienen en muchas partes. En una
hallamos hirviendo de gusanos la misma hostia, que
había un año no la renovaban; y no se pudo tocar a ella,
sino dejarlo como estaba. Y según la reverencia y amor
y sentimiento que así hacía Su Majestad, pienso estaba
allí alguna parte sin corromper, para que viésemos
cumplido lo que el mismo Señor dijo de sí, que ‘era gu-
sano y oprobio de hombres’. Casi todos los de estos
151
pueblos eran herejes y veíaseles en los semblantes, que
los tienen muy de condenados. Animábanos ver que
veníamos a padecer con nuestro Esposo donde siempre
le están crucificando”.
En cuanto a los “semblantes” a que hace referencia la
madre Ana, téngase presente que a ella le gustaba mostrar
sin disimulo que era monja católica, esperando alcanzar la
palma del martirio, y quizá alguno le miró con deseos de
ayudarle a conseguirla.
Dice luego que algunos obispos fueron a visitarlas y
que ellas aprovecharon el momento para suplicarles
“compusiesen las iglesias y reparasen en el desacato
que se hacía al Santísimo Sacramento. Prometiéronnos
de remediarlo, tomando por escrito la relación que les
dábamos [...] Todos ofrecen de hacerlo con cuidado.
Por sólo esto tengo por bien empleado el trabajo de
nuestro viaje. Grande ha sido ver tantos templos sun-
tuosísimos derrocados [...] Muy mal tratan a Su Majes-
tad, porque los más se precian de ser herejes. Por la di-
vina misericordia se han convertido algunos muy
notables después que vinimos”.
La madre Beatriz de la Concepción confirma lo dicho
por Ana de Jesús:
“Lo que a nuestra Venerable Madre afligía era ver las
iglesias tan maltratadas y el Santísimo Sacramento con
tanta indecencia y desaseo, traspasábala el corazón; y
mientras se aparejaba la gente para caminar, hacía las
limpiasen lo mejor que se podía. Esto la daba gran re-
creación cuando había comodidad de poderlo hacer, y
todo su ansia era cómo se podría remediar. Y, en lle-
gando a ciudades que había obispo, hacía diligencia pa-

152
ra hablarles y encargarles mirasen por el remedio, y con
ser de diferente nación y hablarles con intérprete, la ve-
neraban y mostraban particular devoción y decían a los
franceses mucho de lo bien que les parecía”142.

3. EN EL CONVENTO DE SAN JOSÉ DE LA ENCARNACIÓN


A la llegada a París, dos días antes de san Lucas, dice
escuetamente la madre Ana:
“Salió al camino a recibirnos la Princesa de Longavilla,
que es nuestra fundadora, con otras señoras”.
La madre Beatriz, que asistió a la escena desde un se-
gundo plano, dice que fueron recibidas
“con mucho gusto de la princesa de Longavilla y su
hermana, y de lo más principal de aquella ciudad, y las
hizo particular devoción nuestra Venerable madre; y se
espantaban de ver en una mujer tanto valor y agrado
que siendo fuerza el hablar con intérprete, nada la em-
barazaba”143.
La madre Ana, acostumbrada a las estrecheces de los
comienzos en Salamanca, Beas, Granada, y hasta en Ma-
drid, no pudo menos de manifestar el impacto que le causó
la mansión que les habían preparado en París:
“Luego –escribe– vinimos a nuestra casa, que es de las
que nuestra Santa Madre derrocara, si no la hubieran
hecho seglares con piedad e ignorancia. Porque es
cierto han gastado en ella más de 60 mil ducados y no

142
Monte Carmelo, 84 (1976) p. 288.
143
Ibidem, p. 288.

153
está acabada; y si hubieran de hacer la iglesia que junta-
ron con ella, no la hicieran con 200 mil”.
Describe a continuación la devoción del lugar, por ha-
llarse debajo del altar mayor la cueva en que vivió san
Dionisio, el cual había dedicado la iglesia “a Nuestra Se-
ñora y al glorioso nuestro padre san José”. En cuanto a la
grandiosidad del edificio añade:
“La iglesia tiene diez capillas hermosísimas. Cada una
parece un templo de los muy suntuosos de allá. Y en es-
ta iglesia hay muchos sepulcros de santos [...] En este
puesto estuvo san Martín, obispo de Tours, y fundó un
convento de su Orden. Y hasta ahora tenía aquí un prio-
rato, que nos han comprado, que es casa y hermosísima
huerta y 400 ducados de renta. Estos se han siempre de
distribuir en la iglesia; y así serán para misas y otras
cosas de ella”.

3.1 La nueva comunidad


Pasa luego la madre Ana a hablar del verdadero motivo
que las había llevado a Francia: colaborar en el nacimiento
de comunidades al estilo de las que fundaba santa Teresa.
“En esta casa, que está junto, estamos mientras se aca-
ba la nueva. Y aquí pusimos el día de san Lucas el San-
tísimo Sacramento y la clausura, que procuramos sea
con más rigor que en España. Y así a la nuestra Prince-
sa, que tiene Breve para entrar por ser fundadora y
meter otra consigo144, se lo hemos quitado. Y aunque lo
ha sentido, se ha conformado, que es muy gran sierva

144
Cf. supra, p. 128.

154
de Dios y pienso tomará nuestro hábito. Hanos cobrado
mucho amor y respeto a la Religión”.
Pasando a las candidatas que les esperaban, como vi-
mos más arriba, el Breve podía interpretarse de manera
que la fundadora estaba autorizada a preparar 14 novicias,
las cuales, al cabo de un año bajo la dirección de la maes-
tra que vendría de Portugal, podrían profesar según la Re-
gla reformada por santa Teresa. Pero cuál era el método
teresiano para iniciar una nueva comunidad lo expresa
Ana de Jesús en la última línea del párrafo apenas citado:
“Luego recibimos tres novicias”.
El convento se puso en marcha inmediatamente y, de
puertas adentro, “mandaba”, mejor dicho, servía, la madre
Priora. En cuanto al “gobierno exterior”, después de decir
que habían despedido –antes que entrase más el invierno–
a los dos frailes que les habían acompañado desde España,
continúa Ana de Jesús en la carta a Yepes que estamos
resumiendo:
“Quedamos con tres sacerdotes doctos, a quien da el
Sumo Pontífice el gobierno de este monasterio y de los
que se fundaren en Francia en lo temporal. Y para la vi-
sita señala al Prior de la cartuja, mientras no hubiere
frailes de nuestros Descalzos en Francia; que en ha-
biéndolos, quiere Su Santidad sean ellos los prelados. Y
de España no hay remedio con nuestro General quiera
vengan; y así ando procurando nos amparen los de Ita-
lia. Pídaselo Vuestra Señoría”.
Para comprender este pasaje de la carta de Ana de Je-
sús, que incluso pide a Yepes que interceda ante el Gene-
ral para que envíe fundadores a Francia, téngase en cuenta
que la división del Carmelo Teresiano en dos Congrega-

155
ciones, sancionada por el Papa cuatro años antes, era cosa
de los frailes, no de las monjas; y que no todos los frailes
estaban conformes con la división. De hecho hubo varios
intentos de reunificación, pero Felipe III apoyó a los que
la impedían145, como su padre había apoyado a los que la
provocaron. Luego, para eliminar de raíz tales intentos,
obtuvo el padre Alonso de Jesús María, con fecha 3 de
abril de 1610, un nuevo Breve Decet Romanum Pontifi-
cem, que confirmaba todos los privilegios concedidos por
la Santa Sede a los Descalzos hasta ese momento, incluida
la total separación de ambas Congregaciones,
“como si profesaran distintas reglas, y tuvieran hábito,
indumentos, leyes y costumbres diferentes [...] y man-
damos expresamente en virtud de santa obediencia, que
ninguno de sus miembros pueda pasar de una a otra de
las dos Congregaciones, ni ser recibido y admitido”146.
No es que Ana de Jesús ignorase la situación jurídica en
que se movía, estaba sencillamente enfrentándose una vez
más al fanatismo de los seguidores del padre Doria. El
“así ando procurando nos amparen los de Italia”, tenía su
fundamento en el Breve de fundación que había puesto el
monasterio bajo la jurisdicción de la Santa Sede y del Co-
misario de los Descalzos de Italia; la dificultad radicaba

145
Cf. HCD 8, pp. 13-14: hubo intentos en 1607 y 1609. “Si algu-
nos intentos más de unión hubo -comenta Silverio- se frustraron,
porque las dos Congregaciones vivieron siempre independientes,
aunque en muy buena armonía”.
146
Sobre el padre Alonso, dice Manuel de San Jerónimo, Reforma,
T. V, c. XI, p. 792, impreso en 1706: “Era este Prelado tan de sí solo
que, aunque honró siempre la virtud, fue según lo alegado por su
propio dictamen”.

156
en el hecho de que los Descalzos de Italia habían conse-
guido que el Papa les prohibiera gobernar monjas147.
En cuanto al General de los Cartujos, cuya misión era
puramente espiritual y podía cumplirla personalmente o
nombrando en su lugar una persona adecuada, añade la
madre Ana:
“Espero en Dios no consentirá entre en ella <en la visi-
ta> sino nuestros frailes, que, a no venir ellos, manda la
Bula se dé a los obispos148; y eso no conviene, que no
son todos católicos. Sonlo mucho estos clérigos que
ahora nos nombró Su Santidad por prelados”.
A renglón seguido hallamos un párrafo que indica con
claridad cuál iba a ser la actitud de Ana de Jesús en Francia
y en Flandes, actitud que ya tuvo ocasión de manifestar en
España:
“Aunque les dan poder <a los Superiores> para hacer y
deshacer Constituciones, conforme a lo que pidiere esta
tierra, no quieren sino lo que nos dejó nuestra santa
Madre. Yo les dije en llegando que en cuanto guardasen
eso, nos tendrían; y en discrepando de ello, nos volve-
ríamos a España. Con esto andan con gran tiento y cui-
dado de no descontentarnos en nada y están muy edifi-
cados de nuestro modo de proceder.
Hemos recibido 17 novicias de lo más católico y prin-
cipal de aquí. No he querido admitir ninguna que haya
nacido ni criádose en herejía; mas ha de ser imposible
147
MHCT 4, p. 635.
148
El Breve establece con claridad que, estando el convento sujeto
directamente a la Santa Sede y al Comisario de los Descalzos, la
Santa Sede interviene por medio del Nuncio y, en su ausencia, por
medio del Ordinario, como Delegado de la misma Santa Sede.

157
excusarlo en este reino, por estar todo mezclado. Heme
afirmado en que no lo he de hacer si no lo manda el
Sumo Pontífice. Quiérenselo consultar. No sé lo que or-
denará. Y así suplico al padre fray Pedro informe allá”.
No creo necesario explicar, después de lo escuchado en
el párrafo anterior, que la actitud de Ana de Jesús era de
apertura a que, en el futuro, se recibiesen candidatas con-
vertidas del calvinismo (“imposible excusarlo en este
reino”), apertura que no estaba reñida con su convicción
de que, si se dejaba abierta la puerta a cambios de leyes
sin el permiso del Papa, volvería a repetirse la experiencia
de los años 1588-1592, y tenía bien aprendida la lección.

3.2 Fundación de San José de Pontoise


Prosigue la madre Ana en su carta a Diego de Yepes:
“Hemos fundado otro convento siete leguas de aquí
<fueron a fundar el 15 de enero de 1605, día de S. Pa-
blo primer ermitaño, dice Beatriz>, en una ciudad que
se llama Pontués, que no se pudo excusar, porque lo
quiso el Arzobispo de allí, que es hermano de este Rey
y vase a ser cardenal a Roma y gustó quedase hecho an-
tes. Dimos aquí el velo negro con solemnidad a la her-
mana Ana de san Bartolomé, para que fuese allí priora.
Fui con ella y otras dos de las de España a fundarlo.
Hallélo tan acomodado, que en llegando se pudo poner
el Santísimo Sacramento y la clausura y dar el hábito a
cuatro novicias muy buenas. Y con otras que di de esta
casa, que hemos recibido ya 17, y con la madre Isabel
de san Pablo, que es la de Burgos, que quedó por su-
priora, me pude volver a París dentro de ocho días, que
deseaban harto mi vuelta, porque es mucho el amor
que nos han tomado”.
158
Aquí tenemos otra muestra más de la flexibilidad de
Ana de Jesús, cuando no están en juego elementos esen-
ciales. Ante el apremio de los superiores, acepta una se-
gunda fundación en la que deja de priora a Ana de san
Bartolomé, aunque luego tenga que echarla de menos en
París, y de quien dice líneas más adelante: “Ella le go-
bierna como santa, que ya sabe vuestra señoría lo es; har-
ta soledad me hace”. La supriora, Isabel de san Pablo, se
encargará del coro y de la liturgia, como mandan las
Constituciones, y, para que instruya a las novicias en el
canto, les deja unos días más a la madre Beatriz, a quien
escribe poco después:
“Dese prisa a componer ese oficio divino, porque quie-
ro se venga para el día de Nuestra Señora <2 de febre-
ro>, que no podemos hacer la bendición de las velas sin
vuestra caridad; estoy solísima y todas sienten su au-
sencia y se le encomiendan”149.
De la vida de Ana de Jesús durante esos días tenemos
sólo un par de alusiones en sus cartas de fines de enero y
principios de febrero. Además de ser sólo alusiones, lo
hace en pocas palabras, aunque la madre Ana suele decir
en pocas palabras más que otros en muchas. En un billete
a Bérulle, se interesa por su salud, le agradece el nombra-
miento de un nuevo confesor y le pide que vaya a hablar
con ella:
“Me pareció tan bueno –le escribe– como vuestra mer-
ced dice, y que podrá bien hacer lo que se me ordena en
este papel; aunque es ya venido el señor doctor Gal-
man, será bueno comience él mañana sábado, porque
algunas veces ayude a vuestra merced que, como se han
149
BMC 29, p. 176.

159
de recibir más novicias, habrá más pecados. Dios nos
libre de ellos y guarde a vuestra merced, que para otras
cosas que importan deseo verle presto en esta su ca-
sa150.
En su carta del 10 de febrero de 1605 a Quintanadue-
ñas, que estaba en Pontoise, es un poco más explícita:
“Nuestro Señor esté siempre con vuestra merced dando
abundancia de su gracia. Mucha es la que recibo con las
de vuestra merced; y por sus santos sacrificios y ora-
ciones ha comenzado Su divina Majestad a hacerme
misericordia. Espero en su bondad se habrá servido de
lo que he padecido; si no me socorriera, yo desfallecía;
bendito sea el que se compadece de los pobres y les da
sustento en el tiempo oportuno. Cierto, señor, no es pa-
ra escrito el estrecho en que me vi un día de estos con
el buen doctor Galman. Muestre vuestra merced ésta a
la mi madre priora, que no la podré escribir, que ando
alcanzada de salud y de tiempo”151.
Recuérdese que el doctor Santiago Gallemant era el
Prefecto nombrado por el Breve de fundación, con Duval
y Bérulle como asistentes. Y casi a renglón seguido añade:
“El padre Gracián, que escribe queda en Valencia y
vendrá presto aquí para ir a fundar en Milán conventos
de nuestra Religión y volverse a ser descalzo; que le
llaman para ello de Roma. Quizá nos iremos con él, de-
jando esto hecho. Dios ordene lo que más conven-
ga”152.

150
BMC 29, p. 178.
151
Ibidem, p. 179
152
Ibidem, p. 179.

160
Como se ve, la madre Ana de Jesús no había ido a que-
darse quieta ni en París ni en ningún otro sitio. Más ade-
lante la veremos dispuesta a ir a África o a Inglaterra,
siempre dócil a la voluntad de Dios manifestada en los
superiores; a Polonia enviará a sus compañeras.

3.3 Pedagogía teresiana


Volviendo a la carta del 8 de marzo a Diego de Yepes.
El motivo por el que Ana de Jesús se detuvo tan poco
tiempo en la nueva fundación de Pontoise, aparte la garan-
tía que ofrecía la nueva priora, fue, dice ella, porque
“deseaban harto mi vuelta, porque es mucho el amor que
nos han tomado”. Y en las líneas siguientes nos va a ex-
plicar el fruto que se seguía de cumplir las Constituciones
a la letra, sin quitar cosa. Recordemos, antes de escuchar a
la madre Ana, las palabras de santa Teresa en el capítulo
14 de sus Constituciones:
“El oficio de la madre Priora es tener cuenta grande con
que en todo se guarde la Regla y Constituciones, y celar
mucho la honestidad y encerramiento de la casa, y mi-
rar cómo se hacen los oficios, y que se provean las ne-
cesidades, ansí en lo espiritual como en lo temporal,
con el amor de madre; y procure ser amada para ser
obedecida”. Y en el Camino de perfección les decía:
“Aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar”.
Escribe, pues, la madre Ana de Jesús en su carta a Die-
go de Yepes:
“Es mucho el amor que nos han tomado, y es milagro,
porque tienen poquísimo a los de España. Y así se han
espantado de ver tan gran amistad y conformidad entre
nosotras y sus francesas; afirman no hay hijas de un pa-

161
dre y madre en este reino que así se amen. Y admíranse
de que, en tomando el hábito, se les mejoran sus almas,
renovándoseles el espíritu con diferente modo de ora-
ción. Procuro miren e imiten a nuestro Señor Jesucristo,
que se acuerdan aquí poco de Él; que todo se les va en
una simple vista de Dios, que yo no sé cómo puede ser
siempre, de que la tuvo el glorioso san Dionisio que es-
cribió la Teología Mística; todos dan en ella por sus-
pensión más que por imitación. Extraño modo es, no lo
entiendo; ni el que tienen de hablar, porque no se deja
leer. Mas hácenos Dios merced que, sin saber su len-
gua ni ellos la nuestra, nos entendemos y vivimos muy
en paz, siguiendo en todo con puntualidad nuestra co-
munidad”153.
Fuerte tuvo que ser el impacto que causó en las france-
sas el encuentro con santa Teresa a través de Ana de Jesús
y de sus compañeras, si 292 años después santa Teresa del

153
A título de curiosidad, y para confirmar la importancia de este
detalle en la vida de las discípulas de santa Teresa, anoto aquí que,
mientras estaba redactando esta página, topé en el Diario de Nava-
rra, 19-4-2019, p. 26, con esta frase del profesor Jaime Nubiola, en
respuesta a Sonsoles Echavarren que le entrevistaba a propósito de su
libro Alma de profesor: “Ya dijo el filósofo griego Platón hace 2.300
años que solo se aprende con gusto. El amor es la relación más edu-
cativa que hay. La educación no tiene nada que ver con esa visión
negativa de la disciplina...”. Abundando en el tema, puedo añadir
que, en unos versos que le dediqué a mi madre con ocasión de mi 50
cumpleaños, le decía: “En archivos y en escuelas busqué la sabiduría,
pero al hacer el balance de lo aprendido hasta hoy día, veo que son
tus lecciones las que me sirven de guía, lecciones que nos enseñas
sobre todo con tu vida y van siempre acompañadas de un beso y una
sonrisa”.

162
Niño Jesús recordaba así, evocándolo en septiembre de
1896, el sueño que había tenido el 10 de mayo:
“Estas cosas se sienten, y no se pueden decir... Varios
meses han pasado desde que tuve este dulce sueño; pe-
ro el recuerdo que ha dejado en mi alma nada ha perdi-
do de su frescura, de su encanto celestial. Aún me pare-
ce estar viendo la mirada y la sonrisa llenas de amor
de la Venerable Madre. Aún me parece estar sintiendo
las caricias que me prodigó. [...] El rostro de la santa
tomó una expresión incomparablemente más tierna que
la primera vez que me habló. Su mirada y sus caricias
eran ya la más dulce de las respuestas. No obstante, me
dijo: ‘Dios no os pide ninguna otra cosa; está contento,
muy contento...’. Después de acariciarme otra vez, con
más amor del que jamás haya tenido por su hijo la más
tierna de las madres, la vi alejarse. Mi corazón estaba
henchido de gozo; pero me acordé de mis hermanas, y
quise pedir alguna gracia para ellas. Mas ¡ay!, me des-
perté...”154.
Esta, que podría parecer digresión en el camino de
nuestra historia, es sólo una indicación de que nos encon-
tramos ante la punta de un iceberg cuya dimensión es in-
calculable. Téngase presente que durante esos mismos
años de l606 a 1616, mientras el grupo de las teresianas
continuaba su misión en Francia y en Flandes, también en
España los Generales Francisco de la Madre de Dios y
Alonso de Jesús María se empeñaban en conducir a las
monjas por el sendero que ellos habían descubierto gracias
al padre Doria, y no cejaron hasta añadir al texto de la

154
Ms B 2º (A sor María del S. Corazón). Traducción de Emeterio
G. Setién, Ed. Monte Carmelo, Archivo Silveriano 5, pp. 337-339.

163
Santa todo lo que necesitaba para asemejarse más al suyo.
El nuevo texto se imprimió, sin la aprobación específica
de la Santa Sede, en 1616. Naturalmente, las monjas de
España se lo enviaron a sus compañeras de Francia, y gra-
cias a ellas nos ha llegado un comentario de primera
mano. Es de Isabel de los Ángeles, que, como vimos, de
supriora de Salamanca había pasado con Ana de Jesús a
fundar en Francia. Escribe desde Toulouse el 2 de junio
1618, manifestando sus impresiones a la priora de su con-
vento de origen:
“Yo confieso a mi Madre que siento el modo con que se
procede ahora en España y que, leyendo los días pasa-
dos las Constituciones nuevas, que dije a mí misma:
‘Mi Dios, ¡no es tratar a vuestras siervas y hijas en ta-
les! Más parecen esclavas que por penitencias y temor
de ellas han de hacer o dejar de hacer las cosas’. Paré-
ceme, mi Madre de mi alma, que no se conservará por
este medio el espíritu de nuestra santa religión, sino
que faltaremos al ir a Dios por el camino que nos ense-
ñó nuestra Santa Madre. Bien sé que es el principal el
de la santa obediencia; mas si en ella no se va por
amor, más que por tantos temores, no sé qué tanto se
aventajan las almas en perfección. En fin, mi Madre de
mi alma, las que son perfectas de todo saben sacar fru-
to, mas las que no lo son, como yo, muchas veces de-
jamos de ver la primera causa y nos detenemos en las
segundas, que nos hacen hacer bien groseras faltas en la
perfección de la santa obediencia, a que estamos obli-
gadas más nosotras que ningunas otras religiosas del

164
mundo. Dénos Dios su amor, mi Madre, que es el que
nos hará fáciles todas las cosas”155.
Para completar el cuadro, tenemos una carta del padre
Alonso de la Madre de Dios (1568-1636), Procurador en
los Procesos de beatificación de san Juan de la Cruz, her-
mano del padre Fernando de Santa María, General de la
Congregación italiana. El 26 febrero de ese mismo año
1618 escribía desde Segovia a Isabel de los Ángeles, que
le había contado lo bien que marchaban las fundaciones de
Francia:
“Sea Dios por mil veces alabado, que ya que permitió
que por acá soplase un poco de aire cierzo en disfavor
de Nuestra Santa Madre, por allá hace sople el austro
favorable. El de acá se mudará y el de allá, prosiguien-
do con la cordura que se camina –la cual acá en esta
ocasión faltó– durará y se aumentará”156.
Tanto Isabel como Alonso conocían el comentario del
Santo a la estrofa 17 del Cántico espiritual; recordándolo
entenderemos mejor también nosotros el significado histó-
rico de esa frase:

155
BMC 21, p. 282. Y en la p. 285 añade: “Dé Dios a Vuestra Re-
verencia, mi Madre, tan buenas novicias, como yo deseo para estas
casas, porque todo es una misma cosa, pues servimos todas a un
mismo Señor”. - También Ana de san Bartolomé se hizo eco de esta
circunstancia: “La condición de nuestra patria es diferente, que van
los superiores con más superioridad y haciéndose temer por rigores
más que por dulzura. Acá sería echarlo todo a perder. Y cierto, yo lo
hallo mejor y más conforme a la condición de Nuestro Señor Jesu-
cristo, que, si lo miramos, andaba con sus discípulos como hermano
y compañero” (MHCT 5, p. 186). Cf. I. MORIONES, El Carmelo Te-
resiano. Páginas de su historia, pp. 249-250.
156
BMC, 21, pp. 303-304.

165
“El cierzo es un viento muy frío que seca y marchita las
flores y plantas y, a lo menos, las hace encoger y cerrar
cuando en ellas hiere”.
“El austro es otro viento, que vulgarmente se llama
ábrego. Este aire apacible causa lluvias y hace germinar
las yerbas y plantas y abrir las flores y derramar su
olor; tiene los efectos contrarios al cierzo”.

3.4 Visita de la Reina María de Medicis


Como última noticia de esos primeros meses en París
cuenta la madre Ana de Jesús:
“La Reina nos vino a ver luego que llegó a París, que
no estaba en él cuando vinimos <llegó tres días des-
pués>. Fue tan aficionada que quería volver. Enviéla a
suplicar lo dejase hasta que pasase el Adviento; hasta
ahora que ella y el rey dicen quieren venir, y ando ha-
ciendo diligencias para que no vengan hasta que este-
mos en la casa nueva, que será de aquí a dos meses.
Con el padre Cotón, de la Compañía de Jesús, que es
confesor y predicador de sus majestades, me envían ca-
da día recados y a pedir oraciones. Muchas ofrecemos
por ellos. Quiera Dios le aprovechen, que harto las ha
menester el Rey, aunque me afirman estar muy católico
y que no es su necesidad en materia de fe”.
La reina María de Médicis (1573-1642) no solo quedó
aficionada a las monjas, sino que facilitó también la llega-
da de los frailes a París 7 años después, y Ana de san Bar-
tolomé le devolvió el favor 20 años más tarde curándola
milagrosamente. Resulta que, durante un viaje a Amberes
enfermó de gravedad, una de sus damas le dijo que se en-
comendase a la madre Ana, fallecida hacía poco con fama

166
se santidad, la cubrieron con su capa, y sin otra medicina
se puso buena. Tanto que los médicos lo atribuyeron a
milagro, se hizo el correspondiente proceso (la Reina con-
tribuyó a los gastos de la Causa) y ese milagro fue sufi-
ciente para la beatificación de Ana de san Bartolomé en
1917.

3.5 Libertad de confesores


Aunque lo dice a la postre, no podía faltar el detalle de
la libertad de confesores:
“Confesores –escribe– son los mismos superiores que
nos nombra la Bula; y a las españolas nos dan un cléri-
go que sabe español. Ya he comenzado a traer otros de
diferentes órdenes para todas, porque gocen de lo que
nos enseña nuestra Madre; voy con tiento, como no les
conozco”.
Va con tiento y los elije ella, como establecen las Cons-
tituciones. ¿Por qué tanto empeño por parte de algunos
superiores en cambiar esa ley para luego ofrecer, como
regalo de su magnanimidad, solo una parte de lo que antes
tenían por derecho? La libertad de confesores, heredada de
santa Teresa y defendida por Ana de Jesús, es el mejor
antídoto contra eventuales tiranos de conciencias, como
demuestran los cuatro siglos que nos separan de aquellas
fechas.
Hasta aquí la carta del 8 de marzo de 1605 al obispo
Diego de Yepes.

3.6 Diálogo con los superiores


Si en su carta del 10 de febrero a Quintanadueñas la
madre Ana se limitó a decir: “no es para escrito el estre-

167
cho en que me vi un día de estos con el buen doctor Gal-
man”, cuando se dirige a los superiores se expresa con
toda claridad para que puedan ayudarla a cumplir la vo-
luntad de Dios, que es lo único que busca. Nos han llega-
do tres cartas suyas, a don Pedro de Bérulle, que nos per-
miten conocer algunos detalles más sobre lo sucedido
durante los meses siguientes a su carta del 8 de marzo a
Diego de Yepes. La primera, de mayo, dice así:
“El Espíritu Santo dé a vuestra merced todos sus dones
y la salud y fortaleza que puede con su gracia. Yo deseo
tenerla para acertar en lo que debo. No sé si ha de que-
rer Su Majestad sea en Francia, pues vuestra merced y
el señor doctor Duvale me hallan tan inútil para ella, y
así pienso me corre obligación de hacer lo que Cristo
Nuestro Señor manda, que, donde nos recibieren, este-
mos, y donde no, no; que bien sabía Su divina Majestad
se nos habían de ofrecer semejantes cosas.
Y decir yo se diese cuenta al Sumo Pontífice de esta
novedad que era menester se hiciese en Francia, no era
falta de orden, que mucho ha, desde el principio de
marzo, lo tengo escrito a Roma, y me han respondido
de allá que con piedad mirarán el caso y le resolverán,
supuesto que estamos en estos reinos; y, si el Papa no
se hubiera muerto, estuviera declarado; mas con bre-
vedad lo declarará el que hoy es”.
Clemente VIII falleció el 5 de marzo de 1605, y su su-
cesor, León XI, el 27 de abril. Paulo V, elegido el 16 de
mayo, fue consagrado el día 29. Por esas circunstancias se
retrasó la respuesta de Roma a la petición de Ana de Jesús,
pero, como los superiores tenían prisa por dar el hábito a
Luisa d’Abra de Raconis en Pontoise, (y de hecho se lo
dieron el 5 de junio), convencieron a la priora, Ana de San

168
Bartolomé, para que la admitiera, tratando de poner una
Ana contra la otra. De ahí la respuesta de Ana de Jesús,
que vamos a escuchar después de ver lo que Ana de San
Bartolomé había escrito a Bérulle en ese mismo mes de
mayo:
“En lo que dice vuestra merced de la monja –le escri-
be–, la recibiremos luego de muy buena voluntad, y
esme consuelo que el Señor doctor Duval tenga ese
sentir, porque le tengo yo también y la madre Supriora
[...] Si Dios no le ha dado a la Madre ese espíritu de
caridad con estas almas, no se han de regir vuestras
mercedes por él”157.
Es más que probable que Bérulle haya querido valerse
de la autoridad de la priora y de la supriora de Pontoise
para conseguir el consentimiento de Ana de Jesús, pero no
le valió, pues ella le contestó:
“La madre Ana de San Bartolomé no ha tenido ocasión
hasta ahora para saber lo que monta el hacer o deshacer
una Regla o Constitución, porque cuatro o cinco años
que nuestra Santa Madre, antes que muriese, la trajo
consigo, no era para que hiciese los negocios, sino para
que la vistiese y desnudase y ayudase a escribir algunas
cartas, porque tenía su reverencia un brazo quebrado, y
las que eran del coro no podían asistir tanto. Y la madre
supriora <Isabel de san Pablo, la de Burgos> aunque se
crió con prelada muy santa <Tomasina Bautista>, no
estuvo jamás obligada a resolver ningún caso. Yo, por
mis pecados, helo estado desde que entré en la Orden,
aun antes que profesase; y después no ha sido posible
excusarme, por haber más de treinta años que han que-
157
MHCT 7, p. 150.

169
rido sea prelada en diferentes fundaciones. En éstas no
debe convenir haga más de haber sido causa de que se
comiencen. Dios las perfeccione y guarde a vuestra
merced como todas se lo suplicamos”158.
La carta siguiente añade nuevos detalles, con una chis-
pa de humorismo. Comienza deseándole aumento de cari-
dad, para que le llegue algo también a ella:
“Jesús, María y José estén en su compañía de vuestra
merced y el Espíritu Santo aumente la caridad, para
que a mí me la haga tan cumplida como viene en este
papel. Por amor de Nuestro Señor suplico a vuestra
merced no me le mande quemar, sino guardar para
memoria de las misericordias que Dios me hace en
Francia, pues en ella he hallado la hospitalidad que to-
da mi vida he deseado. Bendito sea Dios que no hace
cosa en valde y siempre cumple los deseos que da a las
almas. La mía ama entrañablemente a vuestra merced,
y ahora veo claro que se lo debo, pues, teniendo esa in-
formación de mi General, me trajo acá. Diferente es lo
que cada día él me escribe y lo que yo sabía allá de mi
Orden. Esta es del cielo, que en la tierra no hay cosa
que lo merezca”.
Teniendo en cuenta que Ana de Jesús deseaba ardien-
temente los trabajos, y que Dios suele cumplir los deseos
que da a las almas, se puede muy bien leer entre líneas qué
entiende en ese momento por “hospitalidad”: toda su vida
había deseado vivir entre sufrimientos y, finalmente, lo
había logrado. Luego le agradece el haberla traído de fun-
dadora... a pesar de la información que le había dado el

158
BMC 29, pp. 182-183.

170
General sobre ella159. Y termina pidiéndole, como indigna
súbdita, que venga a enseñarle lo que tiene que hacer:
“Por amor de Dios, procure su salud y poder venir
adonde de veras me enseñe y haga acertar lo que debo
hacer, que bien sabe Dios lo deseo. Su Majestad nos
guarde a vuestra merced con la santidad que le suplica
esta su indigna súbdita, Ana de Jesús”160.
En la tercera carta, fechada a 10 de junio, se interesa
por su salud, le pide permiso para celebrar la octava del
Corpus como en España, y le comunica que una señora,
que había ido acompañando al confesor del Rey, padre
Coton, deseaba ver la Regla y Constituciones, pero no se
había atrevido a enseñárselas sin su permiso:
“Yo la respondí que vuestra merced se las mostraría,
que ya que veo acierto tan poco en cuanto hago, pien-
so, en lo que se ofreciere, remitirme a los prelados.
Séalo vuestra merced muchos años y guárdenosle Dios
como deseo. De vuestra merced súbdita. Ana de Je-
sús”161.
También en su carta a Juan Quintanadueñas del 5 de
junio (día de la controvertida toma de hábito) hay una alu-
sión a esa “falta de caridad” que achacaban a la madre
Ana, cuando lo que ella quería era evitar que con color de
“caridad” se cambiaran las leyes sin contar con la autori-
dad competente:

159
El biógrafo Ángel Manrique dirá en 1631 que trabajó “no en es-
cribir la vida de su Santa Madre, sino en granjearle el aplauso de sus
frailes acá, en que ha habido que hacer” (Positio, p. 82).
160
BMC 29, p. 184.
161
Ibidem, pp. 185-186.

171
“Bendito sea el que ha dado a vuestra merced tanta ca-
ridad conmigo, que es mucho tenerla, teniendo yo tan
poca como vuestra merced me escribe. Eso le obliga a
pedir de veras a Dios me la dé y haga humilde, que en
forma lo deseo, y pienso me aprovechará para serlo,
estar – como estos señores dicen– por hospitalidad en
Francia”162.
Aquí tenemos un ejemplo de lo bien que aprendió la
madre Ana de Jesús la lección de santa Teresa cuando les
recomendaba crecer en “humildad y amor unas con otras,
que es lo que hace al caso”.
Cuando Ana de Jesús dice que en estas fundaciones “no
debe convenir haga más de haber sido causa de que se
comiencen”, hay que tomarla en serio. Como sus palabras
van siempre llenas de contenido, viene a decir sencilla-
mente que, de sus conversaciones con los tres responsa-
bles de la fundación, ha sacado la conclusión de que ya no
la necesitan. Ellos tienen sus planes y saben lo que tienen
que hacer. Ella seguirá obedeciendo, sin perder el norte
teresiano que la conduce a Cristo.

3.7 Fundación en Dijon


La madre Ana de Jesús fue priora de París durante once
meses, hasta el día 15 de septiembre de ese mismo año
1605, en que salió camino de Dijon, donde fundaron el día
21. Durante los últimos seis meses se había inaugurado
con toda solemnidad el 24 de agosto la nueva casa, con
sus 48 celdas, y también habían ido madurando los pro-
yectos de los superiores con vistas al futuro. La primera
decisión importante que tomaron fue destinar a la madre

162
Ibidem, p.187.

172
Ana de Jesús para la nueva fundación que se proyectaba
en Dijon, y nombrar a la madre Ana de San Bartolomé
como priora de París. Nos lo cuenta la misma Ana de San
Bartolomé, a menos de tres años de distancia de los he-
chos, con estas palabras:
“Estuve en esta casa [de Pontoise] hasta el día de san
Francisco (ocho meses y medio en total), que a esta sa-
zón salió la fundación de Dijon y mandaron a la madre
Ana de Jesús la fuese a fundar; y ansí fue ella y sus
compañeras [Isabel de los Ángeles y Beatriz de la Con-
cepción]. Puso aquel convento muy bien en lo que era
acomodarle para lo que habían menester y acreditarle
en toda aquella tierra, que lo está mucho, y hacen mu-
cho bien y han entrado muy buenas almas; y a todo les
ha plantado un espíritu de gran perfección y religión.
Y, a esta ocasión, me mandaron volver a París por
priora”163.
“A esta ocasión”, es decir, porque Ana de Jesús había
sido destinada para la fundación de Dijon, fue nombrada
ella priora en su lugar por los superiores franceses el 9 de
septiembre. “No fue ‘elegida’ por la comunidad –anota
Julen Urkiza citando el acta– por falta de religiosas sufi-
cientes, pues casi todas eran novicias”164.
A partir de ese momento comienzan a difundirse las
comunidades teresianas que, a medio siglo de la fundación
de París, alcanzarán el número de 59. Las que llegaron de
España, además de París, Pontoise y Dijon, fundaron per-

163
MHCT 5, p. 183
164
J. URKIZA, Escritos y documentos de Ana de Jesús en Monte
Carmelo 105 (1997) p. 552.

173
sonalmente: Ana de San Bartolomé en Tours (1608)165, e
Isabel de los Ángeles en Amiens (1606)166, Rouen (1609),
Burdeos-S.José (1610), Toulouse (1616) y Limoges (1618).
Si Ana de Jesús y Ana de san Bartolomé habían convi-
vido largo tiempo con santa Teresa, sus compañeras se
habían educado entre teresianas de la primera generación,
y su entusiasmo contagioso producía gran impacto en las
novicias, que nunca se cansaron de agradecerles el don de
haberles llevado el Carmelo Teresiano a su tierra.
Es evidente que estas nuevas comunidades comienzan
con el mismo estilo de las que habían fundado en España
las dos Anas en compañía de la Santa, pues todos los
cambios de leyes introducidos por el padre Doria, y las
circulares que les habían precedido o acompañado, no ha-
bían sido para la madre Ana de Jesús más que una tormen-
ta pasajera, que, no sólo no había dejado huella en su al-
ma, sino que la había confirmado en la necesidad de
transmitir intacto el ideal teresiano.

3.8 Cambios en la configuración jurídica del gobierno de


las Carmelitas Descalzas
Lo que no consiguió Ana de Jesús en Francia fue que
los Descalzos fundasen a tiempo para encargarse del go-
165
El 5 de mayo de 1608 la mandaron a fundar en Tours, donde es-
cribió esta relación “con muchas ayudas de Dios y esperanzas que ha
de ser Su Majestad muy servido y nuestra santa Madre y gran Fun-
dadora, que ansí me lo ha mostrado ella mesma con grande gozo y
alegría, que le tiene ella como siempre y mejor de cada convento que
se hace de nuevo, en particular el día que se pone el Santísimo Sa-
cramento” (MHCT 5, p. 188).
166
Se debió a una sugerencia que santa Teresa hizo en la oración a
Ana de san Bartolomé y ésta se lo comunicó a Bérulle (MHCT 5, p.
185).

174
bierno de las monjas; a ello se opusieron, por razones dife-
rentes, tanto el General de España como los superiores del
convento de París.
En ese contexto nos encontramos con una declaración
de Ana de Jesús, fechada en Dijon el 12 de marzo de
1606, a petición de los superiores. La declaración confir-
ma una vez más, por si hiciera falta, la actitud de la madre
Ana con respecto a las Constituciones teresianas y es una
invitación a recordar el contexto en que fue escrita. Aun-
que los superiores habían renunciado al proyecto de que el
convento de París fuera cabeza de todos los que se funda-
ran en Francia, no podían dejar vacía más que la mitad de
las 48 celdas de que lo habían dotado. Pero las Constitu-
ciones eran tan claras en cuanto al número de monjas para
cada comunidad, que ni habrán pensado siquiera en con-
sultarlo con la priora, Ana de san Bartolomé; y si lo hicie-
ron, pudieron constatar que en esto pensaba igual que Ana
de Jesús. El caso es que esta última escribió lo siguiente el
12 de marzo de 1606:
“Nos ha parecido se suplique a Su Santidad permita se
pueda, en sola aquella casa y no en otra ninguna, au-
mentar el número que por la Sede Apostólica está orde-
nado y limitado en nuestras Constituciones, que no
seamos en cada convento más de veinte; y, una que se
indicó cuando la confirmación, manda Su Santidad que
no se reciba si le faltare algún voto. Y así suplicamos lo
mande en las que ahora aumentare en sólo aquel con-
vento de París, porque hay allí más comodidad espiri-
tual y temporal para instruirlas lo que es menester para
ir a hacer las demás fundaciones, que será forzoso sal-
gan de aquella casa de París a comenzar los otros con-
ventos. Por lo que decimos, y les parece a los señores,

175
deseamos sean por todas treinta y tres: veinte y nueve
del coro y cuatro legas. Y que durante las fundaciones,
ni después, no puedan ser más de estas treinta y tres en
ningún tiempo, ni ninguna de las que excede el número
de veinte se reciba si le faltare algún voto de todas las
del convento de París; que, hasta el número de veinte,
con la mayor parte de los votos pueden ser recibidas
como lo declaran nuestras Constituciones, que desea-
mos en todo se guarden, aunque, por las causas dichas,
nos ha parecido a las que vinimos de España se supli-
que esto a Su Santidad, que verá mejor lo que conviene
para que nuestra religión de Descalzas Carmelitas se es-
tablezca en este reino de Francia con la perfección que
por la misericordia de Dios procede en España. Su Ma-
jestad nos dé que acertemos a hacer su divina voluntad,
en este convento de nuestro glorioso padre San José en
Dijon, 12 de marzo de 1606. Lo firmamos por las cau-
sas dichas y por habérnoslo pedido los comisarios que
Su Santidad nombró en este reino de Francia para el
gobierno de los conventos. Ana de Jesús”167.
Esta declaración se la habrán pedido seguramente los
superiores para evitar tropiezos en sus negociaciones con
la Congregación de Religiosos cuando trataban de perfilar
la configuración del gobierno de las monjas, retocando
algo de lo establecido en el Breve de fundación. Así pare-
ce deducirse de la siguiente súplica que traduzco del ita-
liano:
“Ilustrísimos y Reverendísimos Señores,
Habiéndose fundado los años pasados en la ciudad de
París un Monasterio de monjas de la Orden de las

167
BMC 29, p. 189.

176
Carmelitas descalzas, la feliz memoria del Papa Cle-
mente VIII concedió a dichas monjas que estuviesen
exentas de la jurisdicción del Ordinario y sujetas inme-
diatamente a la autoridad y potestad y visita del Comi-
sario general de los frailes descalzos de dicha Orden; y
porque dicha Orden no había sido aún introducida, co-
mo no lo está todavía hoy, en el Reino de Francia, se
estableció que, hasta que se introdujese, fueran visita-
das por el General de los Cartujos, y estuvieran bajo la
administración de tres nombrados en la Bula de erec-
ción de dicho Monasterio.
Sin embargo, habiéndose decidido en el Capítulo ge-
neral de los Cartujos que no deberían aceptar tal cargo,
se recurrió por parte de las monjas a esta Sagrada Con-
gregación y Vuestras Señorías Ilustrísimas ordenaron a
Monseñor Reverendísimo Nuncio que informase sobre
ello. Ahora bien, habiendo ya Monseñor Nuncio res-
pondido a VV.SS. Ilustrísimas, se vuelve a suplicar de
parte de dichas monjas se dignen ordenar que, no obs-
tante la dicha Bula, los tres nombrados en ella como
administradores puedan presentar a uno de ellos o a
otras dos personas, ante dicho Monseñor Nuncio, y, en
su ausencia, ante el Ordinario de París, el cual elegirá al
que juzgue más idóneo y lo designará por visitador del
Monasterio y de otros Monasterios de dicha Orden. Y
esto se hará de tres en tres años, con este que completa
el primer trienio; si el tal visitador resulta útil para el
monasterio, podrá ser nombrado de nuevo para otros
tres años; y que todo esto deba ser observado para
siempre, no sólo por los tres nombrados en dicha Bula,
sino también por sus sucesores en dicha administración,
quedando dicho monasterio, y los otros monasterios de
monjas de dicha Orden en todo el Reino de Francia pro

177
tempore erigidos, exentos perpetuamente de la visita y
jurisdicción de todos los frailes Carmelitas, tanto des-
calzos como mitigados, bajo la visita del Visitador así
elegido y aprobado, en el modo en que se encuentra
gobernado y exento el Monasterio de las monjas de San
José de Roma, de la misma Orden”168.
La Súplica fue acogida favorablemente por la Congre-
gación de Religiosos, y el 24 de julio de 1606 se redactó el
texto latino del Breve Cum alias, aprobado por el Papa el
30 de agosto y promulgado el 3 de septiembre de 1606 169.
El texto de la minuta, traducido literalmente, dice así:
“Hecha relación a Su Santidad, Su Santidad dio su be-
neplácito para que, por medio de un Breve, se encargue
al que estuviere de Nuncio Apostólico ante el Rey Cris-
tianísimo, que designe para un trienio a un sacerdote
secular, de edad madura, vida y honradez respetable,
elegido entre los tres que le sean presentados por los
administradores del monasterio, el cual visitará las
monjas y sus Monasterios y otros Monasterios de la
misma Orden de las Carmelitas Descalzas que haya en
todo el Reino de Francia, con facultad de corregir y re-
formar dichas Monjas, y con otras facultades oportunas.
La sobredicha designación del Visitador deberá ser
efectuada por el Nuncio en los tiempos establecidos,
mientras no disponga diversamente Su Santidad o la
Sede Apostólica, incluso cuando en París o en otras
ciudades o lugares del Reino de Francia los frailes
Carmelitas Descalzos tengan conventos al presente o
los consigan en el futuro; y podrá el Nuncio revocar a

168
ASV, Secretaria Brevium, vol. 411, f 152r.
169
Ibidem, f. 155v.

178
su arbitrio el nombramiento antes de acabar el trienio, y
también podrá, al acabar el trienio, prorrogarlo para
otro, pero no para más”170.
El 2 de noviembre del mismo año 1606 informaba el
Nuncio Maffeo al cardenal Borghese, Secretario de Esta-
do, que uno de los superiores había recurrido a él en nom-
bre suyo y de los otros dos compañeros diciéndole que:
“al estar limitada la facultad de nombrar Visitador a sa-
cerdotes seculares solamente, puede darse el caso de
que no se encuentre sacerdote apto para este oficio, o
que acepte ser nombrado, y por tanto los Administrado-
res desearían que se ampliara la facultad de forma que
se pueda nombrar para el cargo de Visitador a Sacerdo-
tes Regulares, y me ha pedido que suplique a V.S. Ilus-
trísima se digne favorecer con su autoridad la instancia
que se presentará sobre ello”171.
Ocho años después, con el Breve Cum pridem del 17-4-
1614, se establecía que Pedro de Bérulle fuera visitador
vitalicio y luego sus sucesores en el generalato del Orato-
rio. Pero, a la muerte de Bérulle (1629) el Capítulo general
del Oratorio renunció al encargo y la Santa Sede comisio-
nó al Nuncio (11-4-1632) para que designase cada trienio
un visitador de las Carmelitas Descalzas. Fue la fórmula
que con diversas modificaciones llegó hasta la Revolución
Francesa172.

170
Ibidem, f. 153v.
171
ASV, Nunziatura di Francia, vol. 50, f. 260.
172
Cf. I. MORIONES, El Carmelo Teresiano. Páginas de su historia,
pp. 245-248.

179
No se olvide, al estudiar este capítulo de nuestra histo-
ria, que muchos frailes Descalzos había en Pastrana en
1572, y santa Teresa no permitió que alguno de ellos trata-
ra con sus monjas hasta que llegó el novicio Jerónimo
Gracián. También es un hecho que, en los conventos fun-
dados bajo la jurisdicción de los Obispos, las monjas pu-
dieron mantener el texto aprobado por Sixto V, mientras
que en los sujetos a los frailes se les impuso el texto modi-
ficado por Gregorio XIV. Modificación que ha llegado
hasta nuestros días. La historia, con todos sus límites, no
admite deducciones lógicas sacadas de premisas más o
menos demostradas. Cada caso hay que estudiarlo en base
a lo que refieran los testigos. Es muy probable que Béru-
lle, teniendo en cuenta su experiencia con el general Fran-
cisco de la madre de Dios, temiera que, si llegaban los
Descalzos, podrían volver a repetirse los problemas de
España, y optó por estorbar, primero, que fundaran en
París, y después que se les encomendase el gobierno de las
monjas. Ana de Jesús, en cambio, mantuvo siempre la ac-
titud que aprendió de la Santa: deseaba que las atendieran
los Descalzos, pero respetando sus Constituciones.

180
Capítulo X
ANA DE JESÚS EN FLANDES

1. Fundación de las monjas.- 2. Fundación de los frai-


les.- 3. La libertad de confesores según santa Teresa.

1. FUNDACIÓN DE LAS MONJAS


Estaba Ana de Jesús a punto de cumplir el primer año
de presencia en Dijon, y quizá comenzaba a pensar que
había cumplido ya con su misión de “haber sido causa de
que se comiencen” las fundaciones en Francia, cuando
recibió la invitación de hacer lo mismo en Flandes.
Con fecha 4 de agosto de 1606 le había enviado Isabel
Clara Eugenia, la hija de Felipe II gobernadora desde 1598
de los estados de Flandes, una carta sobre cuyo contenido
le informaría más al detalle su portador, don Juan de
Quintanadueñas. El éxito de la empresa lo ponía la Infanta
en manos de la principal protagonista: “Todo espero nos
lo ha de ayudar a alcanzar la madre Teresa por este ser-
vicio que le hacemos”. Y, antes del saludo final, añadía:
“Yo quedo con mucho alborozo de veros muchas veces,
pues como os dirá Quintanadueñas, el sitio que tengo
para el monasterio es junto a nuestra casa, que es lo que
yo he pretendido siempre, para que se nos pegue algo
de lo bueno que tendréis en la vuestra. Avisadme muy
particularmente de todo lo que se hubiere de hacer y
esto puntualmente como manda que sea la madre Tere-
sa, porque no quiero que se exceda un punto en nada;
que pienso no os desagradará esto, ni la advocación de
181
la casa, que es nuestra intención que sea de ‘Santa Ana
y San José’, que bien se acomodarán la suegra y el
yerno”173.
Como se ve por esta carta, para Isabel Clara Eugenia la
fundación era cosa hecha. Conocía a la madre Ana de Je-
sús desde sus años de fundadora y priora de Madrid y Ana
le había regalado una reliquia insigne de santa Teresa
cuando se marchó a Salamanca en 1594.
La madre Ana de Jesús, por su parte, aprovechó los úl-
timos meses del año para dejar asentada la fundación de
Dijon, nombró priora a la Madre María de la Trinidad
(d’Hannivel), primera novicia de París y colaboradora en
la expedición que llevó a Francia el grupo de las fundado-
ras, y el 30 de diciembre, acompañada de Beatriz de la
Concepción, de Leonor de San Bernardo y de la hermana
de velo blanco María de San Alberto, salió camino de Pa-
rís174.

1.1 Los primeros pasos


El 7 de enero de 1607 parten de París, camino de Flan-
des, Ana de Jesús, Beatriz de la Concepción, Leonor de
San Bernardo y María de San Alberto. Visitan de camino
las comunidades de Pontoise, donde se les une Claudina
del Espíritu Santo, y de Amiens, donde completan el nú-
mero de siete fundadoras con Amanda de Jesús y Ana de
Jesús (Rebours). En Francia quedaban Ana de San Barto-
lomé como priora de París, Isabel de San Pablo, priora de
Pontoise, e Isabel de los Ángeles, priora de Amiens. Nóte-
173
BMC 29, pp. 377-378.
174
Para más detalles cf. MENDIOLA, El Carmelo Teresiano en la
historia, v. III, pp.462-463.

182
se cómo Ana de Jesús, al marcharse, deja las cuatro co-
munidades de Francia encomendadas a sus 3 compañeras
de España y a la primera novicia profesa de Francia, si-
guiendo en esto el estilo de la madre Teresa que, una vez
nombrada la priora, dejaba en sus manos el gobierno de la
casa y ella se colocaba entre las súbditas.
Un último detalle importante. Entre todos los escritos
de Ana de Jesús llegados hasta nosotros, sólo se encuentra
el siguiente billete, del 21 de julio de 1607, dirigido a sus
hijas de Francia:
“Jesús. El Espíritu Santo aumente su gracia en vuestras
caridades, mi queridas hijas y hermanas. Si supiesen lo
que me consuelo con sus letras, más veces escribirían.
Yo no lo hago como sé no han de leer la mía. Con la
voluntad no falto y siempre suplico a Su Majestad me
las haga muy perfectas y que nos junte, en el cielo y en
la tierra, con tanta caridad que ninguna cosa nos apar-
te de Su Majestad. Pídanselo para mí vuestras carida-
des, y encomiéndenme a cada una de las hermanas en
particular, y reciban mi recados y de mi madre Supriora
<Beatriz>. Dios me las guarde con la santidad que
deseamos en Bruselas. Es víspera de la Magdalena, y
yo de vuestras caridades sierva, Ana de Jesús”175.
Así vivía la madre Ana la experiencia de San Pablo (1
Cor, 3, 6): uno planta, otro riega y Dios es el que da el
crecimiento.
Al llegar a Bruselas el 22 de enero fueron acogidas con
todos los honores en Palacio por sus Altezas, Alberto e
Isabel, acompañados de la corte, conversaron largamente

175
BMC 29, pp. 190-191.

183
con ellos y, ya entrada la noche, se retiraron a la casa que
les tenían preparada para vivir mientras se les edificaba un
convento de sana planta. Durante tres días estuvieron sin
clausura, recibiendo el saludo cariñoso de muchísimas
personas, y el día 25 se inauguró solemnemente el conven-
to de las Carmelitas Descalzas de Bruselas, que sus Patro-
nos bautizaron como Carmel Royal.
Las peticiones de nuevas fundaciones llovían desde di-
versas ciudades y en menos de un año fundó la madre Ana
de Jesús otros dos conventos: el primero en Lovaina,
inaugurado el 4 de noviembre de 1607; para priora vino la
que era de Pontoise, madre Isabel de San Pablo, que el 26
de septiembre fue sustituida en el priorato por María de la
Trinidad (d’Hannivel)176, a quien Ana de Jesús había de-
jado de priora en Dijon. El segundo convento se inauguró
en Mons el 7 de febrero de 1608. Para priora habían pen-
sado en Ana de San Bartolomé, como escribe Ana de Je-
sús a la madre Beatriz el 14 de enero:
“Ahora escribe [Juan de Torres] que vendrá a ver a
Leonor. Dígale que allá la verá, que no se inclinan a
ella acá. Habremos de traer a San Bartolomé, que ya
sé no se hace la fundación de Tours, donde decían la
quería llevar <Bérulle>; hasta tener formada ésta no tra-
to de nada”177.
Pero la fundación de Tours fue adelante y se inauguró
el 6 de mayo de 1608, con lo que Ana de San Bartolomé
tuvo que seguir un trienio más en Francia, y para priora de
Mons no quedaba otra opción que Leonor de San Bernar-

176
J. URKIZA, B. Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiempo, p. 761.
177
BMC 29, p. 206.

184
do. Sobre la poliglota del grupo (nacida en Flandes de pa-
dre genovés y madre flamenca, crecida en España y profe-
sa de Loeches), tiene la madre Ana, un par de días más
tarde, también en carta a Beatriz, una de sus frases llenas
de humor y de contenido:
“El libro viejo que me presentaron de Gante envíemele
para tener en español en qué leer un rato; que pensé
traía algunos Leonor, y dice son en francés y italiano;
que habla en todas las lenguas, y con ninguna satisface
por acá; sin duda la volveré allá”178.
Aunque seguían multiplicándose las peticiones, la ma-
dre Ana decidió hacer una pausa, que duró cuatro años, y
ello por dos razones: la primera, porque no disponía de
suficiente número de religiosas formadas, como escribió a
Diego de Guevara el 7 de abril de 1607:
“Si tuviera monjas que me pudieran ayudar, ya estuvie-
ran hechas otras dos en las mejores ciudades de estos
estados, que las desean en Amberes y en Lovaina y en
Gante”179.
Y el 30 de mayo de 1608 escribía a Juan de Quintana-
dueñas:
“Anoche recibí las que van con ésta; y porque me dice
se parte luego el de París, no haré más de ponerlas cu-
bierta, que no hay cosa de nuevo que escribir, sino la
guerra que dan por la fundación de Amberes; mas si
vuestra merced no trae monjas de allá, será imposible
hacerse. Y no pienso las darán esos señores, pues

178
BMC 29, p. 210. Al fin quedó Leonor de priora, pero en octubre
renunció y la madre Ana la sustituyó con Isabel de San Pablo.
179
BMC 29, p. 192.

185
desean tanto llevar las que están acá. Yo me holgara
de poderles obedecer luego en eso; vuestra merced dirá
la disposición que hay. Dios nos la dé para todo lo de
su servicio y guarde a vuestra merced como se lo supli-
camos”180.
El 1 de junio de 1608 escribía a Diego de Guevara:
“Los tres conventos que se han hecho aquí y los cinco
de Francia crecen tanto, que espanta la prisa que Dios
se da a manifestarse en ellos. Mátannos porque funde-
mos más en las mejores ciudades de estos estados; por
falta de monjas hechas en la Religión no lo hago. Y no
tengo remedio de que vengan nuestros padres descal-
zos a gobernarnos y que nos den de las de allá. Que
andar tan a solas es trabajo”181.
La segunda razón fue –como hemos subrayado en el
párrafo anterior– que prefirió esperar a la llegada de los
frailes de su Orden y darles la obediencia, para evitar que
ocurriera algo parecido a lo sucedido en Francia.
“Y de nuestros frailes descalzos –había escrito ya al
mismo Diego de Guerava el 7 de abril de 1607– se ha-
rían hartas si viniesen. Cien veces se lo he escrito. No
me responden. Pienso que en ese Capítulo general se lo
hará Dios determinar. Ordene lo que conviene para su
gloria, y llévenos presto a Inglaterra”182.
Los Descalzos de España, en el Capítulo inaugurado el
4 de mayo de 1607 en Pastrana, eligieron General al padre
Alonso de Jesús María, que se dedicó a cerrar todas las
180
BMC 29, p. 219.
181
BMC 29, p. 220.
182
Ibidem, p. 192.

186
puertas y ventanas de la Congregación, hasta que con el
Breve del 3 de abril de 1610, en que se prohibía el paso de
los miembros de una Congregación a otra, se consumó la
separación definitiva. Ante esa actitud, la madre Ana de
Jesús no tuvo más remedio que recurrir a Roma, como
veremos más adelante. En esta primera fase se hacía cargo
de las Carmelitas Descalzas de Bélgica don Juan de Quin-
tanadueñas, como delegado por los superiores de Francia.

1.2 Edición francesa de las Constituciones


Lo que sí pudo hacer antes de que llegaran los frailes,
fue editar ese mismo año de 1607 las Constituciones de
santa Teresa traducidas al francés por Juan de Quintana-
dueñas ya en 1591. Era el mejor modo de dar a las monjas
la posibilidad de entrar en contacto directo con el texto de
la Santa. A algunos historiadores les llama la atención una
frase del frontispicio de dicha edición, pero la explicación
puede verse en el siguiente texto paralelo:
Edición francesa de 1607 Edición original de 1588
“Constitutions [...] Faites et “Las hizo con espíritu di-
ordonnées avec esprit divin vino Teresa de Jesús [...]
par la Mère Thérèse de primera instituidora y fun-
Jésus, première fondatrice dadora de vuestra Orden”
dudit Ordre...183” (aprobación del Nuncio).
No estará de más recordar también las palabras del
Breve de Sixto V, que no fueron abrogadas por Gregorio
XIV:
183
En la edición hecha en 1865 en Poitiers se incluye por entero la
aprobación del Nuncio y se traduce así la frase: “On été divinement
inspirées à la Fondatrice et Institutrice de votre Ordre feue Thérèse
de Jésus”.

187
“Queremos que ninguno pueda alterar, cambiar ni mo-
derar dichas Constituciones, en cualquier forma que
sea, ni hacer nuevas constituciones o reglas (aunque
sean de manifiesta utilidad a las religiosas), a no ser
que ellas las pidan, aunque no sin consultar al Soberano
Pontífice”184.

1.3 Difusora de los escritos de santa Teresa


Otra tarea a la que se dedicó desde su llegada a Flandes
la madre Ana fue la difusión de los escritos teresianos,
como escribe a Diego de Guevara el 7 de abril de 1607:
“Ahora hago traducir sus libros en Flamenco, porque
aunque muchos o casi todos hablan en francés, no lo
saben leer”185.
Y aprovecha la ocasión para animar a su interlocutor
con su ejemplo y el de sus compañeras:
“Me hace pena verle tan desanimado para trabajar, que
el amor no sufre ociosidad. Mire, padre mío, cuál yo
ando y no me parece he comenzado, y mis compañeras
mueren por trabajos y no descansaremos hasta dar la
vida a quien nos la dio con su muerte. Ruéguele vuestra
paternidad nos lo conceda, mas no sé si será en estos
estados, que desde el mismo día que entramos en ellos
tratan los enemigos de hacer paces”186.

184
Cf. I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 165 y 189. En el frontispi-
cio se dice también que fueron aprobadas por Gregorio XIII, Sixto V
y sus sucesores hasta Clemente VIII, que “aussi les a confirmées et
approuvées avec force et perpétuelle mémoire”..
185
BMC 29, p. 191.
186
Ibidem, p. 192.

188
El 1 de junio de 1608 escribirá al mismo destinatario
interesándose por la traducción latina de los escritos de
santa Teresa que pensaba realizar Basilio Ponce de León y
añade:
“Aquí le he hecho imprimir en flamenco y así estará en
todas las lenguas. Es grande el provecho que hace y la
devoción que por acá tienen con ella”187.

1.4 Cartas de Ana de Jesús a Beatriz de la Concepción


En la fundación de Mons, de cuyos preparativos se en-
cargó Juan de Quintanadueñas, tropezó la madre Ana con
algunos obstáculos imprevistos. La dama de honor de la
Infanta, Madama de Roisin, que vivía de alquiler en la
casa que les habían ofrecido, no encontraba otra apropiada
para mudarse y, lo que Ana de Jesús había pensado dura-
ría unos días, duró unas semanas. Como no hay mal que
por bien no venga, esas semanas de ausencia de Bruselas,
donde quedó de vicaria y responsable la madre Beatriz de
la Concepción, le obligaron a comunicarse con ella por
escrito, y Beatriz conservó algunas de esas cartas, que nos
brindan detalles sobre cómo era Ana de Jesús al cumplir
los 62 años.
Llegó a Mons el 10 de diciembre. Además de su com-
pañera de España, Leonor de San Bernardo, llevaba consi-
go dos francesas: Claudina del Espíritu Santo, que había
tomado en Pontoise, y María de San Alberto, de Dijon;
dos novicias belgas: María de San José y María de Santa
Ana; y una aspirante de Mons, que se llamaba Inés. El día
13 escribía a Beatriz informándole del cuadro con que se
había encontrado:
187
BMC 29, p. 220.

189
“¡Oh si viese qué arrobado está el señor don Juan, y
qué camas nos dejó trazadas! como la casa, que no he
querido ir a verla. En la que estoy me quedaré [...] y
doña Claudia es tan agradable, que nos espanta. Hame
dado una saya que vale más de doscientos ducados y
ella nos sirve y barre el aposento y es nuestra porte-
ra”188.
Del alojamiento pasa a las moradoras que la acompaña-
ban en la aventura fundacional:
“La María de San José, en lo que veo hasta ahora, no
vale nada; alabo a Dios de no se la haber dejado. La
Claudina del Espíritu Santo es más de lo que pensamos;
bien me ayuda y la María de Santa Ana. La Inés se
mostró en llegando tan emparentada, que aínas la quita-
ra el hábito, ya está enmendada; su padre es bonísimo y
anda en todo. [...]
Es la una de la noche y quiere Alberta <María de San
Alberto, que trajo de Dijon> me acueste. Quédese con
Dios, hija mía, y hágame traer jerga, que me dicen hay
muchas de lo más principal para entrar. [...] En Mons, 13
de diciembre, y yo de vuestra reverencia hasta la muer-
te. Su Majestad nos deje gozar en la eternidad. Amén.
Amén”189.
El día 18 le decía:
“Su divina Majestad nos la haga [merced] de darnos un
rincón en que meternos, y me deje ver presto a vuestra
reverencia y a mis hijas. De veras se lo suplico”190.

188
BMC 29, p.196.
189
Ibidem.
190
Ibidem, p. 198.

190
Después de unas Navidades pasadas “a la intemperie”
escribe de nuevo a Beatriz el 28 diciembre:
“Jesús nuestro Señor haya dado tan buenas pascuas a
vuestra reverencia como se lo he suplicado, y a todas
mis queridas hijas, que más estoy allá que acá. ¡Oh, si
viese, mi madre, lo que el demonio procura estorbar es-
ta fundación y con la fatiga que se va haciendo! Espero
en nuestro gran Dios ha de ser en la que más se sirva.
Paréceme lo ha de hacer Su Majestad por lo que padez-
co en verme sin vuestra reverencia, mi querida madre y
amadísima hija, que sólo el imaginarlo me apretaba
cuando decía: ¿qué haré sin la mi Beatriz? No quisiera
haberlo probado, y el aflicción que me da saber está
con ese catarro. Por amor de Dios la pido coma quince
días carne y no se levante hasta prima. Mire que se lo
suplico y en obediencia se lo mando y que se trate muy
bien, que me da más pena su falta de salud; que lo que
aquí se padece no me daría cuidado si supiese estaba
buena vuestra reverencia. Compadézcase de mí y hága-
lo por eso y escríbame, que no puedo sufrir tanto silen-
cio, yo he escrito cada día. Deseo hayan llegado y que
su hermana <= su cuñada Eugenia> esté buena y haya
recibido mis cartas.[...]
Y a los amigos diga lo que quisiere de mi parte, que
no me dan más lugar, en Mons, el día de los Inocentes.
Y yo de vuestra reverencia hasta la muerte, si fuese con
nuestro buen Jesús en su cruz. Ruégueselo, madre
mía”191.
De algún día más tarde, aunque no lleva fecha, es la si-
guiente:

191
Ibidem, p. 199.

191
“Jesús esté siempre con vuestra reverencia, mi querida
madre y verdadera hija de mis entrañas, que a tan buen
tiempo me ha consolado con su carta, echa día de los
Inocentes; en el mismo día escribí a vuestra reverencia
que no me matase con su silencio […] ¡Qué trabajo es
querer bien, y más a quien lo merece como vuestra re-
verencia, mi madre!”.
Luego pasa a hablarle de una candidata:
“¡Oh qué preciosa es aquí la canoniguesa, prima de la
nuestra María de la Trinidad! Deseo sea la primera que
recibamos y, si puedo, la he de llevar allá, que es como
la Presentación de París, y sé dará gusto a vuestra reve-
rencia, que se le deseo más que a mí. Démele, hija, en
mirar por su salud y hacer lo que la he ordenado de que
quince días coma carne y no se levante hasta prima. Y
regáleme a todas mis hijas, que en el corazón las tengo
escritas. Y harto en gracia nos han caído sus canciones
y las de la nuestra Catalina de Santa Ana [...]
Son las doce de la noche, que por eso acabo. Pienso
que mañana hallará casa madama de Resin para dejar-
nos la suya. Con gran amor nos regala su sobrina;
siempre se lo agradezca vuestra reverencia, y envíe de
mi parte las pascuas y los buenos años al Correo mayor
y a su mujer y a la señora Manrique y su hermana con
la nuestra Constanza. Deseo tener nuevas de Lovaina y
lo que se ha hecho en lo de la renta. Aquí me han acon-
sejado suplique a su Alteza nos mande dar leña. No sé
si lo haga; pregúntelo allá vuestra reverencia y enco-
miéndeme a los amigos, y mucho a Dios, que me la
guarde con su divina gracia muchos años, amén”192.

192
Ibidem, pp. 200-201.

192
La siguiente carta es del 4 de enero de 1608 y se conoce
que el frío no apagaba la “chispa” de Ana de Jesús, como
puede verse por algunos ejemplos de las cartas de ese mes
salpicadas de humor:
“Jesús esté con vuestra reverencia, hija mía. Esta es
memoria de las cosas que la he de pedir. Lo primero,
un vocabulario para madama de Resin, que quiere
aprender español. Madre mía, con ésta envío a vuestra
reverencia una saya que nos ha dado la señora doña
Claudia, para que vea con su hermana y Juan de Silva y
el Bordador de Su Alteza si se podrá hacer casulla y
dalmáticas de ella, echando las cenefas de otra cosa que
convenga con el color y bordado. Y si no hubiere para
lo que digo, véase si se podrá hacer bien hecha una ca-
pa. Y seremos como la que no tenía qué se vestir y pe-
día ropa de levantar. [...]
“Háganosla [merced] Dios en dejarnos ver presto a
vuestra reverencia y que sepamos está buena. Yo no lo
estoy hoy, que me tiene el tiempo algo apretada, no es
cosa de cuidado, sólo me lo da el ver no se acaba de ha-
llar casa para esta señora. Hácennos grandes regalos.
Con vuestra reverencia nos entrarán en provecho, aun-
que no sin el Santísimo Sacramento. Ruéguele se nos
dé, y encomiéndeme a todas mis hijas, que las de acá
las quisieran ver; sea en Dios, que me las guarde. Qué-
dese con Dios, madre mía, y guárdemela Su Majestad
más que a mí muchos años con su divina gracia.
¡Oh si viese lo que padezco con la [“gracia”] del se-
ñor don Juan! Cuando le digo mi trabajo de estar así
responde: ‘Calle, madre, que aquí habemos de morir’; y

193
en cosa no hace más que un transportado193, brumada
me tiene. Y, habiéndome dicho no se extendía su facul-
tad más de a Bruselas, dice ahora la ha acabado de leer
y que dice ‘es para poder fundar en todos estos estados
y provincias’. Mire vuestra reverencia la paz en cosa
tan esencial como es la obediencia. Dénosla nuestro
buen Jesús perfecta, que esta virtud he rogado a todas
tomemos <en ejercicio> este año. Dénosla el que la
obró hasta morir en cruz. Pídaselo, madre mía, que no
es bien cansarla más”194.
Del 10 de enero tenemos una, que ha quedado inédita
hasta ahora, y que demuestra que otra carta del mismo día
sigue perdida:
“Jesús esté con vuestra reverencia, hija mía queridísima
de mi alma. Esta mañana escribí muy apriesa y ahora
que anochece me dicen no se ha ido el mensajero, y así
escribo a Toribio <el sobrino de Ana de San Bartolo-
mé> para que trate con su tía si gustará de venir aquí,
por término lo digo195, que pienso lo han de hacer;
véalo vuestra reverencia y escríbale también y envíele
luego las cartas a Juan Simón, secretario del embajador

193
Transportar significa, en sentido figurado: “Enajenarse de la ra-
zón o del sentido, por pasión, éxtasis u otra causa”. El 13 de diciem-
bre dijo lo “arrobado” que estaba el bueno de Quintanadueñas.
194
Ibidem, pp. 202-204.
195
“Término”, en sentido figurado: “Límite o extremo de una cosa
inmaterial”. Con este inciso la madre Ana de Jesús parece indicar
que la otra Ana querría unirse a ellas, aunque Bérulle no la dejaba
marcharse. De hecho, el 25 de septiembre de ese año 1610, Ana ma-
nifiesta claramente a Tomás de Jesús su deseo de que le ordene ir a
Flandes (J. URKIZA, Beata Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiem-
po, pp. 832-833).

194
de Flandes, escribiéndole a él las dé en propia mano y
nos envíe luego por ahí la respuesta. Procúrelo, mi ma-
dre, porque nos veamos pronto, que me muero de estar
sin vuestra reverencia. ¡Oh si viese lo que me cuesta!
Más que cuanto paso. Si Dios me saca de esta, no me
pondré jamás en otra sin vuestra reverencia, que no es
posible decir en carta lo que paso, ni tengo dónde vol-
ver la cabeza. Terrible tormento es la soledad y saber
que mi madre no está buena.
Ya madama de Resin ha comprado aquí cerca casa,
presto nos dejará en esta. Cada día nos regala más,
mucho es lo que hace la buena señora. El que lleva esta
es su criado, que los va despidiendo para disponerse es-
ta. Hágale allá gracia vuestra reverencia y dígame si
llegó el ama con mis cartas y la saya, que más querría
se hiciese casulla y dalmáticas que capa. Procúrelo, mi
madre; pues desea poner siquiera una piedra en cada
fundación, háganos esta, que más está en ella que yo,
que la tengo entrañada en mi corazón; en el de Dios es-
temos siempre entrambas; ruégueselo, madre mía, que
yo le suplico me la guarde y deje ver con mis queridas
hijas. A todas me encomiendo y en particular a las mis
francesas y a su hermana, que se me ha pegado al alma,
en Mons 10 de enero de 608. Verdadera hija mía, de
vuestra reverencia muy sierva. Ana de Jesús. No hubo
más papel, perdone vuestra reverencia.
+ A mi madre Beatriz de la Concepción priora de las
descalzas Carmelitas en Bruselas”196.

196
Nancy, Archives Departamentales de Meurthe-et-Moselle. H.
2515, f. 16 (Autógrafa. Es un folio escrito por ambas partes, 310 x
199 mm).

195
Del día 14 nos ha llegado una carta-retrato de lo que
bullía en la cabeza y en el corazón de Ana de Jesús por
esas fechas, desde el tema principal de la fundación, con
sus dares y tomares, hasta sus relaciones con los persona-
jes de la corte y sus criados, y las alegrías o preocupacio-
nes de las familias de sus monjas, sobre todo de la madre
Beatriz, sin que le faltase tiempo para comulgar y oír tres
misas, a pesar de no tener el Santísimo en casa.
“Jesús. Nuestro Señor dé a vuestra reverencia, mi ma-
dre y amadísima hija, las Pascuas de Reyes, con tanta fe
y reverencia como ellos la tuvieron en Belén, que para
mí lo ha sido su carta. Y así veo el que le dará al señor
don Pedro <Zúñiga, tío de Beatriz que iba de embajador
a Londres>. Por caridad pido a vuestra reverencia no le
deje de escribir ninguna semana, y acepte la limosna
que nos quiere hacer su señoría, aunque no sea sino por
quitarle del cuidado con que está de nuestro frío. Su-
plique nos envíe cincuenta varas del paño que dice.
¡Oh, lo que me he holgado con la del señor don Die-
go, su hermano! Muy en gracia me ha caído cuanto di-
ce, y más las dos cosas porque desea venir. Dios le
guarde, que a los suyos se parece. Y la nuestra Juana
del Espíritu Santo <hermana de Beatriz, monja en Sa-
lamanca> muestra contento de verse en su celda, ¡qué
bien ha repartido lo que se le envió! Luego le haga
vuestra reverencia las cruces que pide, y, lo que viere la
ha de dar contento, se lo envíe, que es lo más bien em-
pleado; y, pues no le falta a vuestra reverencia para mí,
no le falte para esto ni para enviar reliquias, que si no
las tiene, yo se las daré, y mi vida por lo que diere gus-
to a vuestra reverencia; que sola su memoria me enter-
nece y hace llorar como vieja. Harto me escondo de las

196
de acá, mas no lo puedo encubrir. Siempre ando tristí-
sima de verme sin mi verdadera hija, y he prometido a
Dios de no me apartar más de vuestra reverencia, si no
fuere con precepto que me obligue, que he visto claro
no conviene estar la una sin la otra en tierras tan ex-
trañas. ¡Oh lo que lo son estas de por acá! No se puede
creer sino viéndolo. Nunca pensé que tal tibieza y sus-
pensión hubiera en personas. Mátame la de madama de
Resin, que me tiene como encantada: en llegando nos
ofreció su casa y cuanto tenía, y no acaba de salir de
ella ni halla dónde se ir. Cada día dice espera respuesta,
y con esto no hacemos hada, ni hemos hallado, de
cuanto decía, más de una hermosa campana que nos
habían dado de limosna; que nos pueden decir lo que al
rey cuando ganó Granada: ‘Fernán carretero, no tenéis
vaca y ya tenéis cencerro’. Gran desatino fue no tomar
la casa del De Berlamon por los tres meses que él nos la
daba después de vendida, que una vez dentro, en ella
nos quedáramos. [...]
La de La Sao <= La Chaux> ha escrito que está afli-
gida porque no quiere se haga amistad a quien no se la
hizo a ella. ¡Bueno fuera andar en eso nosotras! Aunque
yo no lo sabía y cuando lo supe hice lo que pude por
componerla con su madre y su tía, ellas se cerraron en
campiña; mas, aunque fuera contra mí, no sustentara yo
enemistades, que hemos de ser generales con todos.
Dígolo porque vea los modos que Dios ha tomado pa-
ra hacer él solo esta fundación. Grandes fatigas me
cuesta y es de arte que, ni durmiendo no me deja la
congoja, que siempre sueño algo que me la da, que es
cosa nueva en mí. Mas ninguna cosa llega a cuando
imagino que vuestra reverencia anda sin salud. Por
amor de Dios la procure y haga lo que la he rogado; y

197
ahora la mando que no tome disciplina ni haga género
de penitencia hasta la Purificación; y que regale a mis
hijas cuanto pudiere, que es recio el tiempo y tienen
desabrigada la casa. ¡Mejor estamos acá sin ninguna!
Mucho me cuesta vernos así, aunque cada día recibo a
Su Majestad y oigo dos o tres misas. Algunas ofrezco
por su hermana, que ha días la soñé tan fatigada, que
me rompió las entrañas. Y teniéndola conmigo abraza-
da, estando llorando entrambas, la miré a la cara y la vi
tres señales en un carrillo. Desperté de manera que me
arrojé de la cama con ansia de no querer a persona que
tanta pena me daba. Perdóneselo Dios a quien lo causa
[...] Y a la señora doña Eugenia mil recados, que cuando
soñé lo que digo, la daba muchos besos con hartas lá-
grimas. Sin ellas los diera ahora y a mi lindas nietas, que
me parece las veo, como vuestra reverencia dice, hechas
flores, y el señor don Juan su hermano. Dígame si va el
señor secretario Mancisidor a lo de las paces y si se ha-
cen las del señor don Luis de Velasco.
No sé acabar con mi madre. Mire que la encargo haga
su capítulo, y no consienta se falte de lo que es Orden,
ni deje hablar los días de fiesta; grande será para mí
verme con vuestra reverencia. Conmigo traigo sus car-
tas; si pudiera, cada hora la escribiera, y por eso envío a
vuestra reverencia el traslado de la que va dentro para
su Alteza. Siempre les diga lo que supiere de nosotras y
el cuidado que tenemos de saber de sus altezas y de la
Camarera mayor y de doña Vicenta.
Y mire, hija mía, que no están los caminos para enviar
mensajeros, que hartos hay con portes. Y cuando se
venga el ama, podrá traer la capa; las cenefas que digo

198
encarnadas, si son mejor de carmesí, échelas, aunque
yo más quisiera primavera197.
Hágame caridad, mi madre, de algunas cosillas que
pueda dar a las criadas de estas señoras y a una niña
que tienen muy bonita. Y en lo que recibiré mayor es en
que, si está más abrigada nuestra celda, se pase luego
vuestra reverencia a ella, pues lo ha de estar de noche
en yendo yo. Y ¡cómo que cumpliré mi promesa! Cada
día la vuelvo a hacer.
Encomiéndeme a los Luises y a todos los amigos y
mucho a Manrique y a la nuestra Constanza y a doña
Ana María, con el auditor, y a la de Molina.
He hallado aquí un Salvador que me ha contentado;
envíole a vuestra reverencia, y las dos santas Catalinas
y santa Margarita, para que lo envíe a Salamanca.
Bien habrá en la estameña para Silva y Torres; cum-
pla con entrambos y sobrará para escapularios.
Quédese con Dios, hija mía, que ya no puedo decir
más. Envíeme con el ama algún regalo muy bueno de
cosas de azúcar para Madama, y de la caja de mi arqui-
lla dos vidritos de polvo para doña Claudia, que es mu-
cho lo que les debo. En Mons, 14 de enero de 608. Ma-
dre mía, de vuestra reverencia muy sierva. Ana de
Jesús”198.
Dos días después, el día 16, le vuelve a escribir expo-
niendo los planes de traer para priora a Ana de San Barto-
lomé, como vimos más arriba. Pero no era ese el único
tema de la carta:

197
Primavera: “Tela de seda matizada de flores de varios colores”
(Diccionario de J. Casares).
198
BMC 29, pp. 204-207.

199
“Jesús esté con vuestra reverencia, mi querida madre.
Crea que estamos hechizadas la una con la otra, porque
el día que no hablo con vuestra reverencia no puedo vi-
vir; y así busco que la escribir y comienzo sin cortesía
por tener más papel. ¡Qué más hiciera, hija mía, su pa-
dre, Dios le dé gloria!, que ahora pruebo lo que sentiría
de verse sin su Beatriz, pues con tener yo esperanza de
verla y servirla siento tanto; no puedo significar la dé-
cima parte de lo que en esto siento; perdónemelo Su
Majestad y no permita sea de esta manera en vuestra
reverencia, que estará fatigada.
Helo estado en lo de esta casa, mas ya se muda Ma-
dama y será cierto poner el Santísimo Sacramento el
día de la Conversión de san Pablo, si nuestro Señor no
da lugar a más dificultades, que hartas ha habido. Y la
buena señora se va a una casilla, que espanta a todos se
arrincone tanto; y su sobrina y criadas lo toman tan bien
que es para alabar a Su Majestad el amor que nos tie-
nen”.
Pide le envíe unos regalos para cumplir con ellas y
vuelve al tema personal:
“Con esta envío a vuestra reverencia un poco e zumo de
regaliz cocido, que parece cosa mala y es bonísimo para
el pecho tomándolo cuando se va acostar. Hame hecho
provecho y pienso le hará a mi hija. Tómelo por cari-
dad. Y cuando venga Catalina, tráiganos algunas man-
tas que estamos pobrísimas acá de eso. Con los mantos
que he cortado nos cubrimos. Y dícenme las hermanas
que nunca han tenido tanta oración y consuelo; y así
suple Dios lo que nos falta”.
Pide luego alguna ara para el altar, misal nuevo para los
diáconos, y también algún dinero para no depender dema-
200
siado de la señora Resin, que “aunque suspensa y cerrada,
tiene trato de señora” y les ayuda en sus necesidades, y
vuelve sobre el tema de la casa:
“Sepa, hija, que la Condesa de Berlamon ha enviado
hoy aquí un criado muy honrado, que se llama Oliver, a
preguntarme si quiero su casa, porque, si la quiero, tra-
bajará por dármela. Respondí nos haría gran merced en
ello, porque es la mejor que hay aquí para convento y
en más sano puesto, que no sé dónde estuvieron estos
hombres cuando la dejaron; don Juan siéntelo harto.
También me ofreció la buena condesa trigo y leña; dije
nos la había dado su Alteza, que el trigo recibiría. Dije-
ron lo traerían. Dígaselo, mi madre, a su amiga, que no
la escribo hasta saber si acierta a leer mi letra, y a la de
Berlamon hasta que me vea aquí una mademosela que
ha de venir de parte de Excelencia”.
Y después de decir que piensa hacer volver a Leonor a
Bruselas añade:
“Ya lo deseo por ver a mi madre y doy gracias a Dios
de que hay eternidad en que nos gocemos. Por su mise-
ricordia me lo dé a mí, que de vuestra reverencia cierta
estoy, si mira por su salud, que más importa darse a la
oración. Con ella me sustento ahora que todo me falta.
Mucha hacemos estos días por las paces de Holanda
[...] En Mons, dieciséis de enero de 608. Madre mía y
verdadera hija, de vuestra reverencia más que mía y
sierva. Ana de Jesús”199.
La madre Ana había soñado con poner el Santísimo Sa-
cramento el día de la Conversión de San Pablo (aniversa-
rio de la fundación de Bruselas) pero llegó la víspera y no
199
BMC 29, pp. 208-211.

201
se habían completado aún los arreglos de la casa, como
escribe a Beatriz el día 24 de enero:
“Jesús esté con vuestra reverencia, mi madre y queridí-
sima hija. No hablemos en lo que nos queremos que es
no acabar, que las seis semanas se me han hecho seis
años, y cada día lo siento más. Por nuestro grande Dios
bien lo podemos pasar; sírvase Él de ello, pues quiere
que tan de lejos nos entendamos, que es verdad lo que
me dice oyó en maitines, que estaba fatigada de mis do-
lores y otras mil cosas, que son sin cuento las que se
ofrecen en esta fundación. Y nuestro don Juan de todo
se huelga, como el suplicacionero200. Hoy le he dicho:
‘No tiene corazón de padre; báñase en agua rosada de
vernos padecer’. Él y el Navet están muy bien acomo-
dados con aquellos clérigos que me lo pidieron; ahí se
van a mesa puesta y a cama hecha y con buena lumbre,
que es más menester aquí que el comer; no creerá el
frío que hace; es de manera que se han helado los pozos
muy hondos y las cuevas y no hay oficial que pueda
trabajar. Y así ha sido imposible poner el Santísimo Sa-
cramento y clausura, ni se podrá hasta que cese el hielo,
que la tierra y el cielo no nos dan lugar aquí.
No envíe vuestra reverencia el terno que dice, ni pida
la acémila a Juan de Torres, que este carretero lo trae
por menos y con él puede enviar lo que se ofreciere, ro-
gándole lo traya en saco o cofre, porque venga limpio.
¡Oh si viese cuán sucia ando y cuán poco asquerosa es-
toy! Cien porquerías como, y todo lo paso con acor-
darme que no me he de apartar más de mi Beatriz. Dios
me la deje ver presto. [...]

200
“Persona que vendía suplicaciones o barquillos”.

202
Cuando vaya el señor don Juan podrá pedir a Bernal
Cornelio preste la cama, y no antes; dejémosle pasar
alguna incomodidad. Esos jergones y sábanas quédense
allá, y si quisiere envíenos algunas mantas, aunque las
he pedido a la Berlamon y pienso nos las dará. [...]
Y encomiéndeme a los amigos y a Dios, que no ceso
de suplicarle me la guarde con su divina gracia, y a to-
das mis hijas. Las de acá están con salud y padeciendo
con alegría. [...]
Gran bien nos hizo su Alteza con esta leña. Págueselo
Dios a Bernal Cornelio. Y andamos tales de frío que
hoy ha quemado Leonor su manto; yo trayo un colchón
en la cabeza. El que lo es de todos nos remedie. En
Mons 24 de enero de 608. De vuestra reverencia, madre
mía, perpetua sierva, Ana de Jesús”201.
Del 4 de febrero es la última carta a Beatriz desde
Mons. Faltaban tres días para la inauguración de esta fun-
dación que tanto le estaba costando, y todavía no tenía
resuelto el problema de la superiora, mientras Beatriz se-
guía con problemas de salud:
“Jesús, que es nuestra salud y vida, se la dé a vuestra
reverencia, hija de mis entrañas. Por las de Dios, llenas
de misericordia, le suplico me guarde a vuestra reve-
rencia y que cuando llegue ésta a sus manos esté buena;
que me tiene afligida haber ocho días que no he visto
letra suya, digo que los ha que me escribió la última, y
ahora llega don Luis de Bracamonte sin ninguna, que
me dio gran turbación. Dice queda sangrada. ¿Es posi-
ble que lo ha hecho sin decírmelo? Mucho debió de ser
el aprieto del mal. Si no se ha aliviado, envíe luego por

201
BMC 29, pp. 211-213.

203
mí, que, si estuviera puesto el Santísimo Sacramento,
con don Luis me fuera, según siento que esté mala sin
ser yo su enfermera. Por caridad la pido, mi madre, se
regale y coma lo que la envío y me avise luego, aunque
sea de mano ajena, cómo está. Y si vinieren por mí,
traigan una letra del padre confesor del Archiduque que
diga al señor don Juan <de Quintanadueñas> conviene
que yo vaya, aunque después sea menester volver, que
pienso no será, quedando aquí Leonor, porque la casa,
mientras se halla otra, queda bien acomodada y no hay
memoria de entrar monjas; y las que estaban concerta-
das tienen negocios que no se acabarán de aquí a Pas-
cua, y yo deseo ver antes a vuestra reverencia; mas si
estuviese buena, podríamoslo excusar hasta ver si pu-
diésemos traer a la de París <Ana de San Bartolomé> o
de Lovaina <Isabel de San Pablo>, que no creerá el
cuidado que me da esta casa. Tengo por cierto se ha de
servir Dios mucho en ella, pues tanto nos cuesta. [...] Ni
aquí ha sido posible poner el Santísimo Sacramento
hasta esta octava, que en paciencia se hace esta funda-
ción, que en todo ha querido nuestro Señor la tenga;
mas no me la da para estar sin vuestra reverencia. Des-
péneme, madre mía, y haga decir a Bernal Cornelio que
haga plantar el jardín; ahora que es tiempo, no lo es pa-
ra tratar yo de esto ni de cosa hasta saber de mi madre y
de nuestras hijas. ¡Cuáles estarán viendo enferma a
vuestra reverencia! Que si se hubiera, desde que me vi-
ne, curado, no viniera a eso; dígame todo su mal, que
siempre me lo ha callado. Dios se lo perdone y me la
sane. Todas se lo suplicamos con las veras que es me-
nester para su servicio y mi consuelo. El que puede me
le dé en esto y me la deje ver y servir como deseo, en
Mons, 4 de febrero de 608, de vuestra reverencia, ma-

204
dre mía y verdadera hija, como siempre sierva perpetua,
Ana de Jesús”202.
Junto con estas cartas, dirigidas a la madre Beatriz de la
Concepción, se conservó también una misiva para las no-
vicias y jóvenes profesas. Es un texto breve que nos per-
mite ver en síntesis los puntos sobre los que Ana de Jesús
insistía especialmente en su tarea educadora:
“Jesús esté siempre con mis amadísimas hijas profesas
y novicias, que si hubiese de decir a vuestras caridades
el consuelo que recibo con sus cartas, en muchas no
podría. Son tantas las que tengo de personas que no
puedo excusar de responderlas, que me atrevo a faltar
con mis hijas y hermanas, que sé me lo sufrirán y no
me dejarán por eso de hacer caridad. Mucha me hacen
en andar con la perfección que nuestra madre Supriora
me dice, y así pienso, por las oraciones de vuestras ca-
ridades, nos ha de ayudar Dios en todo y ha de ser ser-
vido de lo que aquí se padece. Que basta estar ausente
de tan buenas hijas, que se ve las escogió Su Majestad
para las primeras piedras. Sean muy firmes en sus bue-
nos propósitos; háganlos siempre de imitar a nuestro
Señor Jesucristo, que en padecer por Él está el verda-
dero amor, procurando cumplir en todo su voluntad di-
vina, que es de que nos ajustemos con lo que profesa-
mos, y así le gozaremos aquí y en el cielo. Allá nos
junte Dios y me guarde a vuestras reverencias, que no
me dejan decir más, de que soy su perpetua sierva, Ana
de Jesús”203.

202
BMC 29, pp. 216-217.
203
Ibidem, p. 218.

205
1.5 Cartas a fray Diego de Guevara (1608-1610).
Por una feliz coincidencia, también otra de las personas
de confianza de Ana de Jesús conservó algunas de sus car-
tas escritas durante los años de Flandes. Se trata del agus-
tino fray Diego de Guevara, y Gracias a él podemos reco-
ger en este apartado nuevos detalles sobre la vida de Ana
de Jesús desde la fundación de Mons hasta la llegada de
los Carmelitas Descalzos. Como la correspondencia con
Diego de Guevara continuará también durante el último
decenio de la vida de Ana de Jesús, ténganse presentes los
siguientes datos para valorarla en toda su importancia:
Diego nació en Madrid en 1567 y profesó en los agustinos
el 10 de diciembre de 1584. En Madrid trató con Luis de
León y con Ana de Jesús, pero fue sobre todo durante la
estancia de ambos Salamanca de 1594 a 1604 cuando co-
municaron más. En su declaración para el Proceso de la
Santa (Salamanca, 17 de febrero de 1610) cita a la madre
Ana de Jesús como fuente principal de sus respuestas a
varios artículos, dice haber leído la declaración hecha por
Ana en 1597, y cuenta que posee “un papel original escri-
to de la letra y propia mano de la dicha venerable madre
Teresa de Jesús, que se le dio la madre Ana de Jesús”204.
La primera carta es del 1 de junio de 1608. Ya vimos a
Ana de Jesús colaborando en 1586 en la edición de los
escritos de santa Teresa. Apenas puso pie en Flandes im-
primió sus constituciones y comenzó su tarea de promoto-
ra de las obras de la Santa en diversas lenguas. Pero no se
limitó a los escritos de santa Teresa. También se preocupó
de los de san Juan de la Cruz y de la Exposición del libro
de Job que le había dedicado fray Luis de León en 1591:

204
BMC 37, pp. 189-207.

206
“El Espíritu Santo aumente en vuestra paternidad su di-
vina gracia. Mucha recibí con la que me escribe, padre
mío, y con los papeles de Job que, si fueran todos los
que dejó nuestro padre maestro fray Luis de León, aquí
los imprimiera luego”.
Pasa un poco más adelante a consolar a sus amigos de
Salamanca, en un momento de dificultad, y nos deja de
paso su confesión personal sobre cómo llevó ella los “tra-
bajos” de Madrid:
“Del [trabajo] que padece vuestra paternidad y el santo
padre maestro Antolínez me pesa, aunque veo es para
más bien de vuestras paternidades, que sabrán aprove-
charse de lo escondido de la tribulación, que es más de
lo que se puede imaginar. Por gozarlo querría padecer,
que tantito que probé, me dejó engolosinada; años ha
que pasó en Madrid205, que después no ha sido nada
cuanto se me ha ofrecido. Cierto, señor, si se nos des-
cubriese lo que hay en las injurias y menosprecios,
siempre querríamos hubiese quien nos los causase sin
culpa nuestra. Contados tiene Dios nuestros cabellos y
no nos llevará uno el aire sin su licencia; ni son los
hombres los que nos atormentan, sino el que sabe la la-
bor que han menester estas piedras para estar vivas en
la celestial Jerusalén. Allá lo veremos, padre mío, y lo
poco que importa ser o no ser estimados en la tierra.
Sólo envidio a los que padecen por mi Señor Jesucristo
y procuran imitar sus virtudes. Ya es tiempo de tenerlas
perfectas los que ha tanto que estamos en religión. Digo
esto sin haber comenzado a cumplir la menor de mis
obligaciones.

205
Habían pasado ya 17 años desde los sucesos de 1590-1591.

207
Por las que tengo de servir a vuestra paternidad he he-
cho lo que me manda le envíe; la fundación de Grana-
da va con ésta y un libro que ha impreso aquí el padre
Gracián, en que dice algunas cosas de nuestra santa
Madre206; pienso será bien verlas para la impresión que
se quiere hacer en latín. Suplico a vuestra paternidad,
en estando hecha, me envíe algún libro para el padre
confesor del Archiduque, que es el padre maestro fray
Íñigo de Brizuela, de la Orden de Santo Domingo, gran
siervo de Dios y muy discreto. Yo le canso con mis pe-
cados, que no hago cosa sin su consejo. Mucho le he
menester en estas tierras”207.
El 28 de agosto le vuelve a escribir la madre Ana, com-
partiendo con él sus sentimientos sobre uno de los temas
más característicos de su espiritualidad:
“Jesús nuestro Señor esté siempre con vuestra paterni-
dad y dé lo que le suplico, que deseo el bien de su alma
como el de la mía, y no hallo cosa que tanto me apro-
veche sino acordarme del desprecio con que vivió mi
Señor Jesucristo en la tierra, y hasta hoy lo sufre Su
Majestad en el Santísimo Sacramento del altar, que ha
poco que cerca de aquí le arrastraron y pisaron unos he-
rejes. Y consiéntelo por estarse con nosotros, ¿qué ha-
bíamos de hacer por estar con Él? Vístanos de sí mismo
y ponga nuestro cuidado en imitarle y no en si nos qui-
tan o nos ponen en lo que puede ser más ocasión de ha-
cernos mal que bien. Grande le hay en la propia nega-
ción, que sin ella no seremos perfectos, y estamos
obligados a procurarlo ser. Y no hay memoria en las re-

206
Alude al Dilucidario del verdadero espíritu, Bruselas, 1608.
207
BMC 29, pp. 219-222.

208
ligiones de los que tuvieron mayores oficios, sino de los
que padecieron mayores desprecios. No codicio otra
cosa en esta vida, y por hallarlo salí de España, y no
merezco se me concierte, aunque hay alguna partecilla
en la que se ejercite el sentimiento natural, que así se ha
de llegar a lo celestial, y el salmo que me envía vuestra
paternidad debe animar a esto. No le he podido leer,
que cuando llegó estaba muy mala, ya quedo mejor;
desde que partí de ahí no me había sangrado hasta aho-
ra; harto me he enflaquecido. No sé lo que me digo en
ésta, por obedecer a vuestra paternidad la escribo, dan-
do infinitas gracias de la merced que dice me hace en
sus santos sacrificios. Suplico a vuestra paternidad pro-
cure nos la haga el nuestro padre maestro Antolínez a la
madre Supriora y a mí y le dé nuestros recados, y al pa-
dre maestro fray Basilio de León. Su Divina Majestad
les dé lo que deseo y guarde a vuestra paternidad como
se lo suplico”208.
Estos deseos de padecer, que Ana de Jesús manifiesta
con la sinceridad de quien abre su alma al confesor, en
nada menguaron su fina sensibilidad humana y su atención
a la salud de sus hijas y a que no les faltase lo necesario
para llevar serenamente su vida religiosa. Precisamente
por los días en que escribió la carta que acabamos de leer
habían buscado los superiores una nueva casa para las
Descalzas de Mons, y, después de tener todo concertado
comunicaron la noticia a la madre Ana, que, con un poco
de ironía y con su acostumbrada franqueza, escribe a vuel-
ta de correo a Juan de Quintanadueñas el 25 de septiembre
de 1608:

208
BMC 29, pp. 222-223.

209
“Nuestro Señor esté siempre con vuestra merced y con
nuestro buen padre el santo doctor Galman. Pareciéndo-
le a su merced, y a los que vuestra merced dice, bien
esa casa, no es menester mi parecer, que no se inclina a
casa oscura y húmeda para mujeres que no han de go-
zar de otro aire. Es imposible dejar de ser enferma”209.
Volviendo al tema de la Cruz, la madre Ana encuentra
materia de meditación tanto en la conducta de los herejes,
cuya ceguedad soporta el Señor con paciencia, como en la
generosidad con que el mismo Dios glorifica a la madre
Teresa. Escribe a Diego de Guevara el del 4 de julio de
1609:
“El Espíritu Santo con su gracia fortalezca a vuestra pa-
ternidad, señor y padre mío. Si viere cuán mal tratan en
estas tierras a nuestro buen Dios, no parecería nada lo
que allá se padece. No miramos lo que toca a Su Majes-
tad, que si lo sintiésemos, olvidarnos híamos de noso-
tros y no echaríamos de ver si nos aprueban o reprue-
ban los hombres. Querría hiciesen en mí todo el
desprecio y estimasen al que nos crió, y no hay que ha-
cer caso sino de lo que nos llegare más a Su Majestad,
que fue tenido por peor que Barrabás, y lo es hoy día.
Ya me falta el ánimo para estar donde con tanta publi-
cidad se hace esto y no veo la hora de volverme allá.
Sólo deseo dejar primero el gobierno de nuestra Orden
a estos conventos que, por la divina misericordia, se
sirve Dios mucho en ellos.
Hartas gracias he dado a Su Majestad porque puso en
la cátedra de prima al mi padre fray Basilio de León.
Acuérdele vuestra paternidad el propósito que tenía de

209
BMC 29, pp. 223-224.

210
imprimir en latín el libro de nuestra santa Madre. ¡Oh,
lo que me consolé de que viese vuestra paternidad su
corazón, que tan grandes aflicciones padeció por dar
gusto a nuestro Señor! Con eso se conservó, que no hay
tal bálsamo como sufrir por amor de Dios”210.
Como hemos ido viendo a lo largo de esta historia, la
madre Ana de Jesús era mujer de obras más que de pala-
bras; a propósito de lo que acaba de decir sobre el go-
bierno de la Orden tenemos la prueba en la carta que es-
cribió al Vicario general de Italia, Fernando de Santa
María, el 8 de octubre de 1609:
“Por amor de Dios suplico a vuestra paternidad no haya
dilación en la venida; y que sean de los más hechos en
espíritu y letras y buen ser y parecer. El Nuncio que es-
tá aquí dice cuán aventajados sujetos hay allí, que será
fácil venir quien dé bastante satisfacción. Si la tuvieren
vuestras reverencias de estas tierras, hallarán gran co-
modidad para fundar en ellas de lo temporal, que hartos
lo ofrecen y algunos lo han dado por escrito. Mas a su
Alteza el Archiduque ha parecido no se acepte nada
hasta que mis padres lo vean. Y así no aseguro más de
las buenas hijas y súbditas que hallarán por acá. Para
el camino de vuestra reverencia va un crédito de dos-
cientos ducados. Si hubieren menester más, en llegando
aquí se pagará”211.
La carta del 28 de diciembre a Diego de Guevara ofrece
ulterior información sobre el marco jurídico en que se

210
BMC 29, p. 225.
211
Ibidem, p. 227. - El Definitorio admitirá la fundación de frailes
en Bruselas, y que se encarguen del gobierno de las monjas, en la
sesión del 18 de mayo de 1610 (MHCT, Subsidia 3, p. 15).

211
mueve Ana de Jesús y el cuidado que tiene en mantenerse
fiel a lo que santa Teresa le había enseñado, añade detalles
sobre el grupo de amigos agustinos que le ayudaron en
Salamanca y nos ofrece alguna perla más sobre su estilo
espiritual. La reproduzco sin quitar una coma:
“Al padre maestro fray Diego de Guevara, de la Orden
de San Agustín, en su convento de Salamanca.
Jesús. Nuestro Señor haya dado muy buenas Pascuas
a vuestra paternidad. Por tenerlas yo hago esto, que no
puedo vivir sin amigos de Dios, y harto siento me los
lleve Su Majestad tan aprisa. Dígame vuestra paterni-
dad cómo fue la muerte del nuestro maestro Curiel <†
28-9-1609>, que aunque tengo por cierto está en el cie-
lo, no ceso de hacerle decir misas y cuantas oraciones
puedo. También deseo saber quién le sucede en su cá-
tedra y si el padre maestro Basilio de León pone en la-
tín el libro de nuestra santa Madre, que el que yo le en-
vié de acá no vale nada, y desean muchos por acá verle
bien puesto en latín. Suplico a vuestra paternidad se lo
acuerde y me haga merced de darle mis recados y decir
al nuestro padre maestro Antolínez que estimo en mu-
cho la caridad que su paternidad me muestra; que no
espero yo menos de sus entrañas paternales, sino que
haría con la obra lo que dijo de palabra a la hermana
Juana del Espíritu Santo <la hermana de Beatriz>. Yo
no tengo ánimo para recibir beneficios, que me cuesta
muy caro verme sin tales amigos, y, aunque me han
quedado pocos en España, deseo verme con ellos y he
escrito a nuestro padre General me dé orden de lo que
quiere que haga en llegando aquí nuestros frailes des-
calzos de Italia. Vendrán esta primavera y, en llegando,

212
fundarán casa aquí, y en estos estados mucho los
desean.
Han escrito que vendrán seis y, por superior de ellos,
con orden del Papa, el padre Tomás de Jesús, que ahí
es bien conocido. Estos conventos, y los que se hicieren
de nosotras, darán la obediencia al Vicario general de la
Congregación de Italia; las que vinimos de España no
mudaremos la <obediencia> que profesamos allá. Ansí
lo hemos escrito todas. Dios nos haga hacer su divina
voluntad, que la que tengo a vuestra paternidad me hace
darle cuenta tan en particular; quisiera podérsela dar de
mi alma, que la tengo fatigada de verme donde hay tan-
tos que no conocen a mi buen Jesús. Y esta noche de su
santo nacimiento me deshacía porque todos lo advirtie-
sen. Y al fin me vine a aliviar con ver lo deseaba más
nuestra Señora con su encendida caridad y se confor-
maba con lo que Dios permitía; que en esta conformi-
dad está nuestra paz. Téngala, señor y padre mío, en
cuanto se le ofreciere, que poquísimo es cuanto hay en
la tierra, y cuánto más importa nuestra salvación, que
algunas veces está en lo que más dificultoso se nos hace
llevar, y pensar esto lo hará fácil. ¡Dichosos los que al-
canzan los bienes que duran, y tristes de los que se con-
tentan con los que se acaban!
Mucho me aprovecha lo que vuestra paternidad me
escribe, y me consuelo cuando leo sus cartas, que las
tengo guardadas. Suplícole no me falten, ni sus santos
sacrificios y oraciones, que en las pobres mías siempre
me acuerdo, y la madre Supriora y todas las hermanas
suplicamos a nuestro Señor nos guarde a vuestra pater-

213
nidad, como desea esta su sierva, en Bruselas, 28 de di-
ciembre de 609. Ana de Jesús”212.
Del 15 de enero es la siguiente carta que, además de
ampliar las noticias sobre sus amigos de Salamanca, ofre-
ce detalles importantes sobre su participación en la llegada
de los Carmelitas Descalzos a Flandes, como veremos a
continuación.
“Jesús. Nuestro Señor haya dado a vuestra paternidad
muy buenas pascuas y dé los años llenos de bienes, se-
ñor y padre mío. No es posible decir los que yo he reci-
bido con la de vuestra paternidad de 15 de diciembre.
Todo lo que en ella me dice es de consuelo. Téngole en
que se haga oficio de amigo el que espero en Dios está
en el cielo, y de que le haya sucedido nuestro padre
maestro en su cátedra213; quisiera quedara con la de su
paternidad el padre maestro fray Basilio de León, otro
día se concertará; procúrese asista en esa Universidad,
que me pesa saber anda fuera de ella, y de que no se ha-
llase presente vuestra paternidad a la muerte del buen
maestro; para hartas cosas importara, y algunos papeles
quizá los darían los que llevaron los suyos. Suplico a
vuestra paternidad lo intente en mi nombre, pues a ellos
no les pueden aprovechar y a mí me podrían hacer al
caso para cosas de nuestra Orden. Si dieren algunos,
guárdense allá en poder de vuestra paternidad, y aví-
seme los que son, y si se han cobrado los que tenía del
mi padre maestro fray Luis de León, que esté en gloria,
que la da leer ese papel que hizo en defensa de nuestra

212
Ibidem, pp. 228-229.
213
Se refiere al maestro Curiel, que enseñó Teología y S. Escritura
durante 30 años y murió el 28-9-1609 (BMC 29, p. 232).

214
Santa Madre. Como dice vuestra paternidad que es me-
nester, le envío en recibiendo su carta, que se parte lue-
go el que le lleva y no hay lugar de copiarle. Por amor
de Dios lo haga hacer allá vuestra paternidad y me le
vuelva, y siempre me consuele con sus cartas.
Cuando llegue ésta, habrá recibido vuestra paternidad
otra mía que escribí muy larga, fue por nuestra casa
<las monjas de Salamanca>, como va ésta. Deseo saber
si las recibe, que estoy disgustada de que no se me vol-
vió una larguísima que escribí al señor maestro Curiel,
en que le daba cuenta de todo lo que ha habido en traer
aquí a nuestros frailes214. No sé si iba cerrada o abierta,
que llevaba cubierta con un libro como el que envié al
padre fray Basilio de León. Digo esto porque quisiera
la viera vuestra paternidad; escribirlo he a la madre
Priora, y que me la vuelva como estuviere, que es teme-
ridad decir en carta lo que se desea, y así soy siempre
corta con quien más quiero.
Esta primavera tendremos aquí nuestros frailes des-
calzos de Roma, llamados de sus Altezas y deseados de
estas tierras. Antes que los pidiésemos de acá, los había
mandado Su Santidad viniesen a fundar aquí y a Fran-
cia. Viene por mayor el padre fray Tomás de Jesús, con
recados del Papa y del padre Vicario general de nuestra
Orden. Daránle la obediencia estos conventos; nosotras
jamás nos apartaremos de España y hemos escrito a
nuestro padre General ordene lo que quiere hagamos,
que, dejando aquí gobierno de la Orden, nos podemos ir
sin escrúpulo de que aflojará lo comenzado, que está
muy impreso en las que hemos recibido, y en pocos

214
También esta carta se perdió, como el original del Breve de
Sixto V.

215
años se fundará aquí. Mucho aprovechan los libros de
nuestra Santa Madre, que andan en todas las lenguas,
que desde el cielo lo hace ella todo y así no haremos
falta en Flandes ni en Francia. No veo la hora de verme
en España. Ruéguelo a Dios vuestra paternidad y há-
game merced en sus santos sacrificios y oraciones, que
en las pobres mías nunca me olvido de servir a quien
tanto debo. Y a toda la Iglesia doy la norabuena de la
cátedra que ha llevado nuestro padre maestro Antolí-
nez; que a los que los hombres humillan, ensalza Dios,
que siempre se ilustra en sus siervos. Espero lo hará en
vuestra paternidad y nos le guardará con los bienes que
le suplico, en Bruselas, 15 de enero de 610. Señor y pa-
dre mío, de vuestra paternidad hija y sierva. Ana de Je-
sús”215.
La carta siguiente a Diego de Guevara es del 15 de
marzo de 1610, lunes de la tercera semana de cuaresma, y
nos introduce de lleno en el tema de la fundación de los
Carmelitas Descalzos en Flandes que expondremos a con-
tinuación, y explica cómo se resolvió el dilema de Ana de
Jesús sobre si volverse a España o quedarse en Flandes.
“Jesús. Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con vues-
tra paternidad dándole el fruto de su sagrada Pasión y
haciendo le imite en todo; que ya no es tiempo nos es-
torbe nuestra tibieza, teniendo tantos desengaños. Por
cierto, señor y padre mío, que basta ver cuán acabado
se acabó ahí el señor maestro Curiel. ¡Quién creyera
que tal hombre no se había de echar menos y sentir mu-
cho donde tanto había trabajado! ¡Qué burlado se halla-
ra si no lo hubiera hecho por Dios, que ahora se lo paga

215
BMC 29, pp. 230-231.

216
con gran gloria! Creo la goza por la divina misericor-
dia, mas no conviene dejar de ofrecer sacrificios y ora-
ciones porque se le aumente, que él nos lo pagará en la
divina presencia. Harto me consolara con la de vuestra
paternidad”.
En este punto el destinatario añadió en el margen:
“ojo”, para señalar la importancia que tuvo para él, y la
tiene para nosotros, el párrafo siguiente de la carta de Ana
de Jesús:
“Pienso no será <la presencia> en la tierra, por lo que
me ha sucedido dos días antes de esta cuaresma <el
miércoles de ceniza cayó en 24 de febrero>. Sea para
solo su pecho, que a otro ninguno no lo he dicho ni sé si
lo diré. Y es que, habiendo tenido desde que vine de
España inclinación natural de volverme allá, sólo me
detenía esperar quedasen aquí nuestros Descalzos. Co-
mo vienen ya de Italia, yo me comenzaba a resolver. Y
estando el día que digo oyendo misa, cuando alzaron,
entendí que me decía el Santísimo Sacramento: ‘Donde
estoy yo puedes estar tú. Viniste por mí y ¿quiéreste ir
por ti?’. Y, aunque no fueron más de estas dos palabras
formadas, en ellas entendí tantas, que no he osado más
pensar en ese particular, haga Dios de mí lo que quisie-
re; ruégueselo vuestra paternidad y que dé luz a mi ma-
dre Supriora, que no me conviene decirla que vaya ni
quede, porque no sé lo que la estará mejor; y ella anda
harto perpleja, y más con la ocasión que se ofrece de
poder ir con su tío <don Pedro de Zúñiga embajador en
Londres>. Gran sacrificio sería apartarnos, aunque ando
tan acabada que de cualquier manera será mucho.
Deseaba <Beatriz> saber el parecer del padre Maestro
Antolínez; no escribe cosa clara. Suplico a vuestra pa-

217
ternidad lo procure entender de su paternidad y se lo
escriba a la misma, que no ha de saber lo que aquí digo,
ni persona.
Con veras deseo ver muy acomodado en esa universi-
dad al mi padre maestro fray Basilio de León y servirle
en algo. Dígaselo vuestra paternidad y que me consuelo
de que imprima el Libro de Job, porque salga a luz lo
que nuestro padre maestro que está en el cielo trabajó.
Bien se podría dejar de poner lo que me ha de ser mor-
tificación; basta la que tengo con llamarme fundadora
de Francia y Flandes, siéndolo de todo sola nuestra
Santa Madre. Ella me ayude a alcanzar el premio que
merece la caridad que me hace vuestra paternidad en
decirme lo que se hace de su canonización. Mucho nos
consolamos con estos papeles impresos y de saber la
resurrección del muerto; de los 24 milagros nuevos no
sé más de lo que vuestra paternidad me escribe. Por
acá hace algunos, en que se ve quiere nuestro Señor
manifestarla y ansí espero estará presto canonizada, y
crecerá más su devoción en estos reinos con la venida
de nuestros Descalzos. Vienen siete con el padre fray
Tomás de Jesús. Ya les tengo casa y cuanto han menes-
ter, sin que sus Altezas les den nada, que como nos dan
a nosotras, no se les puede pedir más, ni lo tienen, que
viven con harta necesidad, que todo lo han acabado es-
tas guerras. Y con las treguas se van descubriendo mu-
chos herejes y no se puede excusar de tener aquí ejérci-
to, que estamos entre enemigos. Dios los convierta.
Si dieren a vuestra paternidad algunos papeles de San
Vicente, envíemelos cerrados sin que persona los vea.
Y si quisiere enviarme algunas cartas sin dar cuenta a
nadie, puédelas enviar a Madrid con una cubierta que
diga ‘Martín Martínez caballero del hábito de San Juan

218
y teniente de correo mayor de Madrid’, que, sin que
cueste porte acá ni allá, me las enviará, y libros y cajas
y cuanto hay nos envía de hartas partes, que es mucha
su amistad y la caridad que nos muestra.
Y la carta que decía a vuestra paternidad, dícenme se
quemó. Bien hizo en no preguntar por ella. Creo habría
rompido el buen maestro las que importaban216, Dios le
dé gloria, que desde que se jubiló me escribía se ven-
dría aquí si había en qué servir a su divina Majestad;
entibiábale en ello, pensando irme allá. En el cielo nos
junte el que nos dio acá tanta amistad, y guárdeme mu-
chos años a vuestra paternidad con los bienes que le su-
plico”. Después de la firma añade: “Lo que digo de
fundadora, llámanmelo en las cartas que me hace harto
pesar”217.
Del 25 de abril de 1610 es la siguiente carta en que,
además de la venida de los Descalzos de Italia, asoma el
tema de la fundación en Polonia; tanto que ella toma las
“palabras formadas” que escuchó el 23 de febrero como
una posible premonición de esa fundación, y pide el pare-
cer de sus amigos de Salamanca, a quienes envía los tras-
lados de las cartas de Cracovia:
Jesús. Nuestro Señor Jesucristo con su gloriosa resu-
rrección haya dado muy buenas pascuas a vuestra pa-
ternidad y al padre maestro Antolínez y a mi padre
maestro fray Basilio de León, que con cuidado lo supli-
co a su divina Majestad. Recibiré consuelo se las dé de

216
Se refiere a la que mencionaba en la suya del 15 de enero: “una
larguísima que escribí al señor maestro Curiel, en que le daba cuen-
ta de todo lo que ha habido en traer aquí a nuestros frailes”.
217
BMC 29, pp. 234-236.

219
mi parte vuestra paternidad y les muestre dos cartas
que la madre priora de ahí enviará con ésta; y me es-
criba lo que les parece de ellas, que las recibí cuando
escribí a vuestra paternidad lo que se me había ofrecido
víspera de santo Matía <23 de febrero>, que en forma
me ha parecido pronóstico. No sé lo que ordenará la
obediencia, que no han venido los de Roma, que ha es-
tado el padre fray Tomás de Jesús muy enfermo, y po-
drían enviar otros y no acaban. Que lo deseo por des-
cargarme de cuidados, aunque algunas veces temo los
he de tener doblados. Ruegue vuestra paternidad a Dios
me ayude y por caridad me escriba de su salud y lo que
se ha hecho de nuestra Santa Madre. Aquí ha hecho
ahora un gran milagro; cuando el Nuncio le haya toma-
do por testimonio le enviaré a vuestra paternidad; y
ahora envío dos estampas suyas y una de santa Gertru-
dis que me trajeron de Roma.
Siempre me diga, señor y padre mío, si recibe mis
cartas y si es menester algún dinero para la traducción
que el padre maestro hace de los libros de nuestra santa
Madre, y si le han acomodado en algo las escuelas, que
lo deseo. Hágalo Dios y guárdeme a vuestra paternidad
como se lo suplico”218.

***
De estas pocas cartas, dirigidas a la madre Beatriz de la
Concepción y a fray Diego de Guevara, podemos deducir

218
Ibidem, p. 237. - La fundación de Cracovia se hará realidad el
21 de junio de 1612, con María de la Trinidad, de Bruselas, como
priora, Cristina de San Miguel, de Lovaina, y Margarita de Jesús y
Teresa de Jesús, de Mons (J. URKIZA, Beata Ana de San Bartolomé.
Su vida y su tiempo, pp. 858-859).

220
cuál habrá sido el contenido de las innumerables que escri-
bió a otros muchos destinatarios. Ya hemos visto que algu-
na “se quemó”, porque su contenido afectaba a cuestiones
importantes de la Orden; pero, incluso lo que no se quemó,
tardó en salir a luz, y hemos visto también que su declara-
ción en el proceso de santa Teresa quedó inédita hasta que
la publicó san Enrique de Ossó en 1872. Estas mismas car-
tas se publicaron, en su mayor parte, por primera vez en
1996. No se olvide que la historia la escribieron sus “adver-
sarios”.
Aparte de sus cartas, que venían a ser un diálogo con sus
interlocutores, Ana de Jesús no escribió ni un tratadillo
doctrinal, ni una relación autobiográfica. La explicación de
esta actitud la dio ella, en primer lugar, difundiendo los
escritos de santa Teresa y de san Juan de la Cruz ¿qué ne-
cesidad había de más doctrina y mejor explicada? Pero,
cuando le insistían para que escribiera, tenía también su
respuesta, llena de humor, como recoge su primer biógrafo
Ángel Manrique:
“Aconsejábanla muchos que escribiese, y solía respon-
der: ‘Escrita me vea en el Libro de la vida, que otros es-
critos no los apetezco’. Madre, –la replicaban– para glo-
ria de Dios es bien que haya memoria de las mercedes
que hace a vuestra reverencia y los secretos que le co-
munica. Y respondía: ‘¡Harto buena estuviera la gloria
de Dios si llegara a necesitar de esas memorias! Y en mi
ignorancia fuera más fácil engañarme yo que aprovechar
con mis escritos a otros’”219.

219
A. MANRIQUE, Vida de la Venerable Madre Ana de Jesús, pp.
356-357.

221
2. FUNDACIÓN DE LOS FRAILES
Sólo cuando se convenció de que, con el padre Alonso
de general, no había esperanza de obtener padres de Espa-
ña, se decidió Ana de Jesús a pedirlos a la Congregación
italiana, escribiendo al Papa y haciendo escribir a los Ar-
chiduques para apoyando su petición. Fue en parte mérito
suyo que el Papa concediera a los Descalzos, con fecha 15
de octubre de 1609, un Breve autorizándoles a fundar en
Francia y en Flandes. Nótese que Flandes, al estar bajo el
gobierno del Rey de España, podría considerarse territorio
reservado a la Congregación española.

2.1 Un Breve pontificio con dos versiones


La súplica presentada al Papa en nombre del Archidu-
que Alberto nos ofrece la clave para comprender el tenor
del Breve pontificio y para esclarecer la actitud de Ana de
Jesús cuando el Definitorio general de Roma estuvo a
punto de repetir lo que había hecho la Consulta de Madrid
20 años antes (traduzco del italiano):
“Beatísimo Padre,
Habiéndose fundado en Flandes tres monasterios de
monjas Carmelitas Descalzas, el devotísimo Archidu-
que Alberto, además de la gracia que le ha sido conce-
dida por Vuestra Santidad de religiosos Carmelitas
Descalzos de la Congregación de Italia para fundar en
estos estados, suplica ahora de nuevo a Vuestra Beati-
tud se digne ordenar a dichos religiosos que asuman el
gobierno y la jurisdicción de estos monasterios de mon-
jas, de la misma manera que hacen con los que tienen
en Italia, cosa que recibirá como singular gracia de
Vuestra Santidad, además del gran provecho que se se-

222
guirá para el buen progreso y perfección de dichos mo-
nasterios”.
A continuación de la súplica se halla en el registro este
importante párrafo complementario:
“La Congregación de Descalzos Carmelitas aceptará el
gobierno de dichos monasterios de Monjas conforme a
las Constituciones confirmadas por Sixto V, que es
modo religioso, retirado y cauto para gobernarlas. Y
puesto que, a instancia de la misma Congregación,
Clemente VIII ordenó que no tuviesen gobierno de
Monjas, será necesario dispensar o derogar tal orden,
como ya se ha hecho para otros monasterios”.
Esta súplica fue presentada al Papa “de parte de los
Príncipes de Flandes”, y Paulo V dio su beneplácito el día
10 de enero de 1610, como se anota en latín en el Regis-
tro: “Para las Monjas de la Orden de la Bienaventurada
Virgen María del Monte Carmelo en Bélgica”. “Mandato
a los frailes Carmelitas de la misma Orden de descalzos
para que asuman el cuidado de ellas”. “Su Santidad está
de acuerdo en que se expida”. El Breve Cum sicut acce-
pimus fue expedido con fecha 16 de enero de 1610220, y
está dirigido “A los amados hijos Superiores y frailes de la
Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte
Carmelo, llamados descalzos, de la Provincia de Bélgica”.

220
A este Breve se refiere el General en el memorial citado por Ur-
kiza en esta frase: “Se hacía alusión también al breve del 10 de enero
de 1610, que el general no podía explicar cómo las monjas tenían ese
breve con la eliminación de la mención de Gregorio XIV” (J. URKI-
ZA, Beata Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiempo, p. 914).- Más
adelante se aclara el enigma: el problema no era como se eliminó
sino cómo se añadió la mención de Gregorio XIV.

223
En la parte narrativa se expone que, habiendo tenido
noticia de la fundación de las Carmelitas Descalzas en esa
tierra, se dirige a los Carmelitas Descalzos encargándoles
de su gobierno, con la convicción de que ello ha de ser
para beneficio y prosperidad tanto espiritual como mate-
rial de dichos monasterios.
“Por tanto –dice la parte dispositiva del Breve– con
Autoridad Apostólica por el tenor de las presentes os
encomendamos y mandamos, en virtud de santa obe-
diencia, que, siguiendo las Constituciones y estatutos
de dichos monasterios, aprobados por Sixto V, predece-
sor nuestro de feliz memoria, asumáis y gestionéis el
cuidado, gobierno, régimen, moderación e institución
de dichos monasterios y conventos y de las personas
que habiten en ellos, tanto en lo espiritual como en lo
temporal; y que para ello nombréis y destinéis un sa-
cerdote de vuestra Orden, que pueda ser cesado a dis-
creción del superior, para que con su palabra y ejemplo
de vida y limpieza de costumbres las induzca a la regu-
lar observancia de las Constituciones y pueda dedicarse
a oír las confesiones de las monjas y administrarles los
otros sacramentos con fruto y provecho de las almas y
pueda regirlas y gobernarlas según las Constituciones y
estatutos predichos”.
Luego se manda a las monjas, en virtud de santa obe-
diencia, que obedezcan a los frailes y reciban sus conse-
jos, no obstante la Bula de Clemente VIII que prohibía a
los frailes de dicha Orden ocuparse del cuidado de cual-
quier clase de monjas221. Si hubiera dependido del padre

221
ASV, Secretaria Brevium, vol. 451, f. 359-361. Transcripción del
original por el padre Hipólito de la S. Familia.

224
Doria y de sus colaboradores, las monjas habrían quedado
al cuidado de los Obispos; y fue precisamente Ana de Je-
sús una de las que más trabajaron para evitarlo. Casi po-
dríamos preguntarnos si no se debe a una sugerencia de
Ana de Jesús el hecho de que el Papa mandase bajo obe-
diencia a los frailes de Bélgica que aceptasen su gobierno.
No se olvide que ya con fecha 3 de septiembre de 1606 se
había conseguido del Breve Cum alias, que confirmaba la
continuación del gobierno de Gallemant y sus dos aseso-
res, aun en el caso de que fundaran en Francia los Car-
melitas Descalzos. Y de hecho, cuando éstos llegaron, no
iban con intención de ocuparse de las monjas, como señala
Urkiza:
“El 2 de febrero de 1611 Michel de Marillac se presen-
tó en el colegio de Cluny ante los dos carmelitas fran-
ceses, sacando a relucir los rumores existentes de que
pretendían el gobierno de las religiosas […] Marillac
les pidió por escrito su declaración y el P. Denis escri-
bió de su propia mano: que ellos no habían sido encar-
gados para gobernar a las carmelitas descalzas, ni tenían
intención de entrometerse en sus monasterios, más bien
habían recibido la orden de no aceptar tal gobierno”222.
Recuérdese también que los superiores nombrados por
el Breve de fundación habían tomado tan en serio su en-
cargo que, no sólo no dudaron en poner y quitar superioras
según su criterio en Francia, sino que siguieron conside-
rando súbditas suyas a las que habían ido a fundar en
Flandes. Tanto es así que, en abril de 1608 trataron de lle-
var a Ana de Jesús para la fundación de Tours, según es-

222
J. URKIZA, Beata Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiempo,
pp. 808-809.- El convento de los frailes se fundará el 22 de mayo.

225
cribe Ana de San Bartolomé el día 11 a María de la Trini-
dad (d’Hannivel):
“Yo creo que no nos iremos en estos 15 días, porque
envían vuestros <sic> Padres por Ana de Jesús a
Flandes. Encomiéndelo todo a Dios vuestra reverencia,
y a mí mucho, que, aunque siempre lo he menester, en
esta ocasión más”223.
Y cuando, por fin, en 1610, Ana de San Bartolomé se
decidió a unirse a sus compañeras de Flandes, para poder
entrar bajo el gobierno de la Orden, Bérulle puso como
condición que regresaran a Francia las que habían ido a
fundar allí224.
Volviendo al Breve, puede llamar la atención el hecho
de que vaya dirigido a los Superiores y religiosos “de la
Provincia de Bélgica”, si se toma la expresión en el senti-
do de “provincia religiosa”, pero está claro que el término
latino se refiere al país en cuanto tal, y a los frailes cuya
fundación había sido ya autorizada y se consideraba de
inmediata realización. Por lo demás, también el padre
Tomás de Jesús, en el acuerdo estipulado con el Capítulo
de Amberes para la fundación a que destinó a la madre
Ana de San Bartolomé, se presenta y firma el 29 de sep-
tiembre de 1612 como “superior monasteriorum monia-
lium eiusdem Ordinis in Provincia belgica”225.
Con esta intervención del Papa la madre Ana de Jesús
podía darse por satisfecha. Pero una vez más tuvo que sa-
lir en defensa de los derechos que santa Teresa había deja-

223
MHCT 7, p. 197.
224
J. URKIZA, B. Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiempo, p. 833.
225
Ibidem, p. 867.

226
do en herencia a sus hijas. Siempre, como de costumbre,
obedeciendo a los legítimos superiores, aunque algunos
parece que no tenían el mismo concepto que ella cuando
se trataba de obedecer al Papa.
En efecto, cuando el Breve llegó a conocimiento de los
superiores de la Congregación italiana, recurrieron tam-
bién ellos a la Santa Sede y obtuvieron una nueva versión
del mismo Breve, con fecha 26 de enero, haciendo intro-
ducir en la minuta las variaciones siguientes:
1. Los destinatarios, en vez de los Superiores y frailes
“de la Provincia de Bélgica”, serán “El Prepósito o Vica-
rio General y Definidores generales de la Congregación
de San Elías”.
2. Donde se decía Constituciones y estatutos “aproba-
dos por Sixto V”, se añadió: “y Gregorio XIV”.
3. Hablando del encargado de las monjas, se omitieron
las palabras: “pueda dedicarse a oír las confesiones de las
monjas y administrarles los otros sacramentos con fruto y
provecho de las almas”226.
Esta segunda versión es la que llevaba consigo el padre
Tomás de Jesús cuando llegó a Bruselas el 20 de agosto de
1610, para fundar un convento de Descalzos, en la casa
que les tenía preparada la madre Ana de Jesús, y hacerse
cargo del gobierno de las monjas. El convento se inauguró
el 8 de septiembre y las monjas prestaron obediencia al
nuevo superior el día 18.
Un último detalle, que quiso dejar claro la madre Ana
de Jesús antes de prestar obediencia a los padres de la

226
ASV, Secretaria Brevium, vol. 451, f. 359-361. Transcripción
del original por el padre Hipólito de la S. Familia.

227
Congregación italiana, fue el de su relación con la Con-
gregación española. La experiencia le había enseñado que
algunos superiores tendían a imponer sus opiniones, aun-
que no concordaran con las de la madre Teresa, y, si no se
les obedecía, amenazaban con renunciar al cargo. Peligro,
del resto, previsto por la Fundadora cuando en el n. 54 de
su Visita de descalzas, redactado a petición de Gracián,
escribió: “He miedo que no habrá otro tan humilde como
quien me lo mandó escribir, que quiera aprovechar de
ello”.

2.2 Tutelando los derechos de la españolas


El 21 de septiembre escribía la madre Ana a Diego de
Guevara:
“Ya hemos procurado lo que se nos ha aconsejado de
tener Breve de Su Santidad, para que los prelados de
Italia no nos puedan estorbar el volver a España las que
vinimos, cuando pareciere a cada una, ni los de allá a ir
al convento donde profesamos”. Por todas lo procuré
antes de dar la obediencia227. Dímosla en presencia del
Nuncio, después que el padre fray Tomás de Jesús, con
cinco religiosos que trae consigo, habían fundado su
convento en esta ciudad, que parece ha de ser de gran
gloria de Dios su venida aquí y en Francia” 228.

227
Ya nos dijo antes que su consejero era el confesor del Archidu-
que, padre Íñigo de Briueza, que volverá a aparecer un poco más
adelante, y conociendo lo que había sucedido con María de San José
y otras prioras del tiempo de la Santa, prefirió la madre Ana seguir la
norma del “Más vale prevenir que curar”.
228
BMC 29, p. 243

228
Antes de salir de Burgos le había exigido el Provincial,
José de Jesús María, a Juan de Quintanadueñas, que dejase
un aval para cubrir los gastos de regreso a España de las
Fundadoras si se diera el caso. Y ahora es Ana quien exige
un aval que garantice su derecho a volver. En el acta nota-
rial, redactada en latín229, por la que el convento de Bruse-
las se somete a la obediencia del General de Italia, se in-
cluye el siguiente texto en castellano, presentado al padre
Tomás de Jesús por Ana de Jesús, Beatriz de la Concep-
ción y Leonor de San Bernardo:
“Padre, Nos habemos salido de nuestras provincias de
España por hacer servicio de Dios y fundar la Religión
de Francia y Flandes, con ánimo y determinación de
volver a nuestras provincias cuando aquí no seamos ne-
cesarias, o cuando a Nos pareciese conveniente al ser-
vicio de Nuestro Señor, y con esta condición salimos de
España, y los prelados de Francia que nos trajeron hi-
cieron obligación de volvernos a España siempre que
fuese nuestra voluntad. Y habiendo venido a estos esta-
dos de Flandes, sus Altezas, para consolación nuestra,
hicieron obligación de ello por su embajador en París a
hacer lo mismo. Por tanto pedimos humildemente a
Vuestra Reverencia, pues tiene las veces de nuestro pa-
dre Vicario general, que en nombre suyo y de toda la
Religión nos dé su licencia para que nos podamos vol-
ver a nuestras provincias siempre que nos pareciere
convenir. Y, con esta seguridad y con el ánimo que ha-
bemos dicho, daremos la obediencia a nuestro padre
Vicario general y a Vuestra Reverencia en su nombre”.

229
BMC 29, pp. 305-307.

229
A lo que el padre Tomás de Jesús respondió por escrito
en presencia del Nuncio apostólico:
“Que tenía muy justa la petición de las dichas madres, y
que él sabía que era así lo que en ella se contiene, con-
viene a saber, que las dichas madres salieron de España
con ánimo de volverse; y asimismo le consta de todo lo
demás que en ella se dice. Y así dijo que, en nombre del
padre Vicario general, cuyas veces el dicho Padre tiene
plenamente para el gobierno de los conventos de mon-
jas, y desde luego daba su licencia y consenso para que
las dichas madres se puedan volver a sus provincias
cuando a ellas pareciere convenir. Y que el dicho Padre
procurará y ayudará a esto en todo lo que de su parte
fuere”.
Acto seguido –continúa el acta– el Nuncio se acercó a
la reja del locutorio y declaró que, por el Breve de su San-
tidad, le constaba que el monasterio estaba sujeto a la ju-
risdicción de la Congregación de Italia y, por la carta del
Vicario general, resultaba que éste encomendaba su régi-
men y cuidado al padre Tomás de Jesús; por todo lo cual
ellas debían prestar obediencia a dicha Congregación “y,
abandonando al padre confesor secular que hasta entonces
habían tenido, recibir al dicho padre Tomás como padre
espiritual suyo”230.
A continuación, Juan de Quintanadueñas renunció ex-
presamente al oficio que hasta entonces había ejercido en
dicho monasterio, y la comunidad, unánimemente, prome-
tió obediencia a la Congregación italiana y recibió como
superior y padre espiritual al padre Tomás, que represen-
taba al Vicario general, padre Fernando de Santa María,
230
BMC 29, p. 306.

230
que gobernaba con ese título desde la muerte del padre
Pedro de la Madre de Dios en agosto de 1608.

2.3 Un nuevo protagonista: Tomás de Jesús (Sánchez Dá-


vila) (1564-1627)231
Nacido en Baeza en 1564 (coetáneo de Pedro de la Ma-
dre de Dios y de Juan de Jesús María), frecuentó casi des-
de niño la Universidad de su ciudad natal demostrando
aventajadas dotes de ingenio en el estudio de las Artes y
Teología. A los 19 años, en 1583, se trasladó a Salamanca
para perfeccionarse en Humanidades y Jurisprudencia. Se
hallaba enfrascado en sus estudios cuando un día de 1586
oyó al maestro Céspedes recomendar, entre los libros es-
critos en castellano castizo, los de una monja Descalza...
Se trataba precisamente de la madre Teresa de Jesús. Se
fue, pues, Tomás al colegio de los Descalzos a preguntar
si los tenían, y con un ejemplar manuscrito de la Vida (la
primera edición es de 1588) volvió lleno de gozo a su casa
pregustando ya las finezas de estilo y de lenguaje que pen-
saba aprender. Pero su maravilla y su sorpresa fueron ma-
yores de lo previsto. Abrió el libro por el capítulo 18:
“En que trata del cuarto grado de oración. Comienza a
declarar por excelente manera la gran dignidad en que
el Señor pone al alma que está en este estado. Es para
animar mucho a los que tratan oración, para que se es-
fuercen a llegar a tan alto estado, pues se puede alcan-
zar en la tierra, aunque no por merecerlo, sino por la

231
Cf. Teresa de Jesús maestra de perfección, pp. 350-355. Es im-
portante para comprender la actitud a veces algo “contradictoria” del
padre Tomás con respecto a Ana de Jesús.

231
bondad del Señor. Léase con advertencia porque se de-
clara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de
notar”.
Le causó tal impresión la descripción de la cuarta agua
que la Santa hace en ese capítulo, que al poco de iniciar la
lectura se sintió transformado y comenzó a llorar.
“Sintió descubrir –son palabras del mismo Tomás– un
nuevo reino, un nuevo horizonte de luz y de verdad; y a
pesar de no haberle pasado nunca por la imaginación la
idea de ser religioso, sentía más bien repugnancia a
ello, fue tal la eficacia de dicha lectura que a los 15
días tomó el hábito de la Orden”232.
Hizo su noviciado en Valladolid, profesando el 4 de
abril de 1587 (en manos de Gracián que se encontraba allí
asistiendo al capítulo provincial intermedio de aquel año).
Terminados sus estudios y ordenado de sacerdote, en 1589
fue enviado a enseñar teología al colegio del Santo Ángel,
fundado en Sevilla en 1587.
Estos pocos datos sobre los primeros pasos del padre
Tomás de Jesús entre los Descalzos ofrecen por sí solos
una clave importante para interpretar su figura un tanto
enigmática y aparentemente contradictoria. Nótese que en
su formación se dan cita al menos tres elementos de signo
diverso: en primer lugar el contacto directo con santa Te-
resa que lo conquista con sus escritos; en segundo lugar el
estudio apasionado de la historia y espiritualidad carmeli-
tanas (baste recordar su Libro de la antigüedad y Santos
de la Orden de nuestra Señora del Carmen y de los espe-
ciales Privilegios de su Cofradía publicado en Salamanca
232
El original italiano citado por JOSÉ DE JESÚS CRUCIFICADO, El
padre Tomás de Jesús escritor místico, pp. 11-12.

232
en 1599); y finalmente la nueva orientación que por aque-
llos días estaba imprimiendo a la Orden el padre Doria a
través de su influjo directo, de sus circulares y de los supe-
riores locales. En Tomás de Jesús tenemos quizá el testi-
monio histórico más claro del efecto que la pedagogía do-
riana podía producir en un joven que abrazaba la vida
religiosa con entusiasmo y tamquam tabula rasa. Gracián
se desvivió por defender el ideal teresiano, y pagó con el
hábito su empeño; Juan de la Cruz acabó marginado; las
prioras de la primera generación teresiana nunca se cansa-
ron de defender la herencia de la Madre Fundadora contra
las innovaciones del padre Doria. Pero uno que llegaba sin
otra orientación ni otros “prejuicios”, ¿qué conclusiones
podía sacar de ese nuevo estilo de formación impartido en
la Orden?
Nos lo va a exponer el mismo padre Tomás de Jesús en
las noticias autobiográficas que incluyó en sus Fundacio-
nes escritas en 1615 por orden del general Fernando de
Santa María233. Nos dice hablando de sí en tercera persona:
“Luego que profesó, tuvo particular llamamiento a la
vida solitaria y quieta; y considerando que la profesión
de su Regla primera era toda de ermitaños, deseaba
grandemente que en estos tiempos se plantasen algunos
conventos al modo que antiguamente vivían nuestros
mayores en el Monte Carmelo en ermitas apartadas, va-
cando continuamente a la oración y contemplación, de-
bajo de la obediencia de algún prelado, en que consiste
la seguridad y fruto de la vida eremítica”.

233
Un fragmento importante, donde se halla el pasaje citado, lo pu-
blicó Paulino del SS. Sacramento en Études Carmelitaines 20 (1935)
248-265.

233
Narra a continuación cómo había de pasar por Sevilla
visitando los conventos el padre Nicolás de Jesús María –a
principios de 1589– y añade:
“Parecióle [a Tomás] era buena ocasión, y hizo un pa-
pel que contenía algunas razones con que pretendía
mostrar las utilidades que a la religión se seguían [de]
tener desiertos y casas de yermo, como eran: el ser con-
forme a nuestra Regla y primera profesión; el haber
muchos que lo deseaban en la Religión, y sería quietar-
los para que no se pasasen a la Cartuja; el ser medio
para tener hombres de espíritu y oración; el ser la vida
altísima y perfectísima, por tener todo lo bueno de la
vida cenobítica, que es la obediencia y arrimo del pre-
lado, y lo bueno de la vida solitaria sin el peligro de es-
tar solos y gobernarse a sí mismo; en fin, que sería te-
ner las flores sin espinas. Estas y otras muchas
conveniencias decía en aquel papel. Leyólo el padre
fray Nicolás, y respondió que si se hiciese lo que allí se
pretendía sería destruir la Religión, porque se irían allá
los más perfectos, y quedaría la Religión como desam-
parada de los mejores sujetos”.
Ante la respuesta del padre Doria, dejó caer el proyecto
por entonces. De Sevilla pasó el padre Tomás en 1591 de
vicerrector y profesor al colegio de Alcalá, y allí, revol-
viendo sus papeles, tropezó con el proyecto de desierto.
Comentó el asunto con el Rector de la casa, Juan de Jesús
María (Aravalles), y con sus coetáneos Francisco de Santa
María (futuro cronista) y Alonso de Jesús María (futuro
general), y todos a coro le dijeron que era una idea genial
y le animaron a insistir de nuevo ante el padre Nicolás de
Jesús María. Durante las vacaciones de verano de 1592 se
trasladó Tomás a Madrid, y esta vez no puso el padre Do-

234
ria ninguna dificultad a la realización del proyecto, antes
bien la apoyó plenamente, quejándose de que hubiesen
dudado de él teniéndole por relajado. Delineado el proyec-
to, quedó encargado de su realización el padre Alonso de
Jesús María. El primer Desierto de los Carmelitas Descal-
zos se inauguró en Bolarque el 24 de junio de 1593 234.
Tomás pasó de Alcalá a Zaragoza como prior en 1594,
y en 1597, a los 33 años, fue elegido provincial de Castilla
la Vieja. Obra de su provincialato fue el Desierto de San
José del Monte de las Batuecas (1599). En 1600 fue elegi-
do segundo Definidor general del padre Francisco de la
Madre de Dios. En Batuecas vivió y perfeccionó su ideal
de vida eremítica de 1600 a 1607, pero, a principios de
este último año recibió cartas del prior de Génova, Fran-
cisco del SS. Sacramento, en que le decía “ser amor pro-
pio estarse en aquella soledad mirando solamente por su
consolación, pereciendo tantas almas por el mundo por no
haber quien las ayudase”, y poco a poco fue madurando
en él la vocación misionera.
Descubierto el nuevo ideal, lo tomó tan en serio que,
rompiendo con sus superiores de España, gracias a un
breve de Paulo V, a fines de 1607 estaba ya en Roma en-
tregado en cuerpo y alma a proyectos misionales.
Y, como convenció en 1592 al padre Doria de que el
mejor sistema para crear contemplativos era su “Desierto”,
convenció en 1608 al padre Pedro de la Madre de Dios y
al Papa de que el mejor método para proveer a la Iglesia
de misioneros era fundar una Congregación nueva y dedi-
cada ex profeso a ello. El 22 de julio de 1608 con el breve
Onus pastoralis officii erigía Paulo V la Congregación de

234
Cf. HCD 7, p. 525-529.

235
San Pablo, con Tomás de Jesús de Comisario para los
primeros años de rodaje; luego se irían eligiendo el propio
superior cada tres años. El núcleo inicial lo constituían
Tomás de Jesús y Diego de la Encarnación (el ex-
misionero del Congo que había ido con él a Roma) de la
Congregación de España, más 10 padres y dos hermanos
de la Congregación Italiana. Pero Fernando de Santa Ma-
ría, que quedó de Vicario al morir el padre Pedro de la
Madre de Dios el 28 de agosto, consiguió suspender la
ejecución del Breve y trató de encauzar los entusiasmos
misioneros de Tomás dentro del marco establecido para la
Congregación Italiana.
Retirado en el convento de Santa María de La Scala, se
dedicó el padre Tomás a la composición de sus obras Sti-
mulus missionum y De conversione omnium gentium pro-
curanda, hasta que en 1610 salió para Francia y Flandes, y
el 18 de septiembre se convirtió en superior de Ana de
Jesús, durante el acto solemne presidido por el Nuncio que
acabamos de recordar.

2.4 La edición de las Fundaciones


En la carta del 21 de septiembre de 1610 a Diego de
Guevara que hemos citado poco antes, le decía la madre
Ana:
“Heme acordado me pedía vuestra paternidad la Funda-
ción de Granada. Con ésta irá impresa, que ha convenido
imprimir las que dejó escritas nuestra Santa Madre de
su letra”235.

235
BMC 29, pp. 243-244. Lleva como título: Libro de las Funda-
ciones de las Hermanas Descalzas Carmelitas que escribió la madre

236
Esta edición de las Fundaciones, realizada de común
acuerdo entre Gracián y Ana de Jesús, es de importancia
capital para comprender la actitud de Ana de Jesús en los
momentos que se avecinan. Si este libro de la madre Tere-
sa no fue incluido en la edición preparada por fray Luis de
León en 1588, es porque, en el capítulo 23, la Santa escri-
bió un panegírico del padre Gracián que, no sólo desen-
mascaraba todas las calumnias que se estaban difundiendo
contra él, sino que además contrastaba con la versión de la
historia que se había comenzado a escribir a partir de
1585, presentando al padre Doria como el protagonista
principal de la “Reforma de los Descalzos”236.
Y no sólo eso, la edición contenía además otro detalle
importante: Ana de Jesús incluyó en ella el Breve de Sixto
V, que llamaba a la Santa, con todas las letras, Fundadora,
no sólo de las monjas, sino también de los frailes. Y lo
hizo mientras en España el general Alonso de Jesús María
negaba abiertamente a santa Teresa su condición de Fun-
dadora de los frailes. Como el padre Tomás de Jesús había
tenido un maestro de novicios nombrado por el padre Do-
ria, y había escuchado en el refectorio durante tres años
todas sus circulares, incluida la del 10 de julio 1591 sobre
el Breve de Gregorio XIV, no estaba en condiciones de

fundadora Teresa de Jesús. En Bruselas, Roger Velpio y Huberto


Antonio, 1610.
236
JERÓNIMO DE SAN JOSÉ, Historia del Carmen Descalzo, l. 5, c.
10, n. 6, p. 861 (Madrid 1637) dirá: “No se imprimió ese Libro de las
Fundaciones con las demás obras de la Santa cuando salieron a luz la
primera vez [...] porque se hace mención de muchas personas que
aún vivían [...] le imprimieron la primera vez en Bruselas en un tomo
pequeño en volumen aparte, divididas de las demás obras. Pero, co-
mo fue sin orden de nuestra Religión…”.

237
entender fácilmente a la madre Ana de Jesús, por lo que
ella se vio obligada a dar explicaciones durante varios
años.
Teniendo presente el texto del Breve, reeditado por Ana
de Jesús a 20 años de distancia de su concesión, y que el
padre Tomás de Jesús quizá ni lo había visto hasta que se
lo mostró ella, se entenderán mejor las páginas siguientes.

2.5 Obediencia sí, pero ¿según qué Constituciones?


Tomás de Jesús asumió inmediatamente las riendas del
gobierno, pero las nuevas fundaciones de monjas tardaron
otros dos años más en reanudarse, hasta que, como hemos
visto, el mismo padre Tomás destinó a la madre Ana de
San Bartolomé para la fundación de Amberes, deseada
desde 1608 e inaugurada el 6 de noviembre de 1612.
Se da la circunstancia de que también en España se
suspendieron las fundaciones de las monjas durante un par
de años mientras se discutía sobre su forma gobierno. La
coincidencia no fue casual como veremos luego.
De lo ocurrido en esos dos años entre Ana de Jesús y el
nuevo Superior, con respecto a las Constituciones, no hay
apenas documentos directos, pero, del Proceso ordinario
de 1634, resulta claro que Tomás de Jesús no tardó mucho
en tratar de imponer las Constituciones de Italia. Al hablar
de la obediencia heroica de la Sierva de Dios, dice, por
ejemplo, Juana del Espíritu Santo (traduzco del italiano):
“Cuando nuestros Padres vinieron de Italia a fundar en
estos estados de Flandes, inmediatamente les prestó
obediencia, con increíble gozo, el día de la Exaltación
de la Santa Cruz, el 14 de septiembre del año mil seis-
cientos diez, y nos dijo: «Hijas ¿qué confesores quieren
que pida a nuestro Padre fray Tomás de Jesús? Porque

238
tenemos siempre costumbre en España de tenerlos por
escrito, destinados por el Prelado, y esto lo hemos prac-
ticado siempre allí». [...] Observaba exactamente cuan-
to ordenaba el Prelado, y por nada del mundo habría
hecho lo contrario. Habiéndome dado un día licencia
para confesarme con un confesor extraordinario, de los
que nuestro padre Tomás de Jesús había autorizado pa-
ra ello, habiéndose dado cuenta luego de que nuestro
Padre había dicho que solamente las españolas se con-
fesasen con él, me llamó y me dijo: «Hija yo no he ido
nunca contra la obediencia, nuestro Padre me dijo que
solamente las españolas se confiesen con este confesor;
yo no le puedo dar permiso»”237.
Este testimonio de la hermana Juana del Espíritu Santo
está confirmado por la declaración del padre Orlando Os-
tracio, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, firmada
el 24 de agosto de 1634:
“Conocí a la madre Ana de Jesús desde que llegó a esta
tierra por primera vez, porque siendo ella tan devota de
la Compañía e inclinada a servirse de ella238, viendo
que yo hablaba castellano, me tomó en seguida como
confesor suyo y también de sus hijas, lo cual duró, si
recuerdo bien, hasta que llegaron los Padres de su

237
Positio, pp. 629-630.
238
Téngase en cuenta que Ana, a los 15 años, vio a su hermano
Cristóbal entrar en la Compañía de Jesús, y que ella misma, de los 17
a los 24 años tuvo como director espiritual al padre Pedro Rodríguez,
S.J., a través del cual tuvo noticia de la novedad teresiana aparecida
en el horizonte de la Iglesia. Jesuita era también el padre Francisco
de Ribera, autor de la primera biografía de Santa Teresa (1590), que
Ana presentó ante Consejo Real de Castilla para demostrar su fideli-
dad a la Madre Fundadora.

239
misma Orden; y, aunque yo dejé en ese momento de ser
su confesor, solía sin embargo, llamarme de cuando en
cuando, para ese mismo efecto, para ella misma, o para
alguna de su hijas que lo pedía, y la última vez que me
llamó, fue para hacer una confesión general, que hizo
hallándose ya muy grave de la enfermedad de que fi-
nalmente murió”239.
Esa era la libertad que les quitó el padre Doria cuando
cambió las Constituciones. No es lo mismo decir: “La
consulta les señale confesores...”, que dejar a discreción
de la priora la elección, con la sucesiva aprobación del
legítimo superior. Y no es lo mismo tener esta libertad por
ley, que depender del arbitrio del superior de turno para
poder gozar de ella. Ana de Jesús sabía perfectamente lo
que estaba en juego; contaba con la experiencia de la ma-
dre Teresa y con la suya propia, tras 40 años de hábito y
más de 30 de superiora. Quizá esté ahí la explicación del
retraso en emprender nuevas fundaciones de monjas, a que
alude Ana de Jesús en sus cartas de 1611. Escribe el 21 de
julio:
“Si nuestros frailes no trataren de hacer más fundacio-
nes de nosotras, sin duda nos volveremos, que para lo
hecho no somos menester”240.
Y el 28 de septiembre añadía:
“Aquí trátase de hacer más fundaciones, que eso nos
detiene, que, no habiéndolas, sin duda nos volveremos
a España”241.

239
Copia Publica (Año 1896), v. III, f.1154v.
240
BMC 29, p. 247.
241
BMC 29, p. 248.

240
2.5.1 Un nuevo Breve
Volviendo al año 1612, tenemos un documento que
puede explicar en cierto modo la perplejidad del padre
Tomás de Jesús a la hora de admitir nuevas fundaciones
de monjas. El 2 de junio de ese año se decidió por unani-
midad en el Definitorio general escribir a los frailes de
Bélgica sugiriéndoles la conveniencia de que
“algún personaje ilustre haga llegar al Papa la petición
de que conceda facultad universal a nuestro Definitorio
para erigir monasterios de monjas en dicha provincia;
en cuyo caso dichos Padres manifestaron que acogerían
de buen grado las fundaciones que se ofrecieran, en
conformidad con los breves que los sumos pontífices
habían concedido a nuestros religiosos Descalzos de la
Congregación de España”242.
La gestión del Definitorio tuvo efecto, como resulta de
la siguiente carta que el 20 de julio de 1612 escribió Juan
de Jesús María al Secretario de Estado (traduzco del ita-
liano):
“A propósito de la instancia hecha a Nuestro Señor pa-
ra la fundación de nuestras monjas en Flandes y en las
provincias vecinas, digo que estoy dispuesto a hacer,
por mi parte, todo lo que sirva para el consuelo de
aquellas almas; sobre todo sabiendo que es del agrado
de Su Santidad. Pero, para realizar lo que se desea, no
se me ocurre medio más adecuado que un Breve apos-
tólico, en el que se dé licencia al General y Definidores
de fundar los dichos monasterios en aquellos lugares,
según parezca conveniente para la gloria de Dios, man-

242
MHCT, Subsidia 3, p. 20.

241
dando al General que gobierne a las Monjas según sus
Constituciones y las de los Religiosos”243.
Recuérdese que Bélgica en ese momento era territorio
de la Congregación española. El Papa dio su autorización
el día 6 de agosto, y con fecha 18 del mismo mes, se expi-
dió el Breve: “En favor del General y Definidores de la
Orden de los Carmelitas Descalzos” en el que se les con-
cedía: “La facultad de erigir seis Monasterios de Monjas
de la misma Orden en las provincias de Bélgica”244. Es de
notar que, siguiendo el esquema del Breve de fundación
en Francia, se autoriza al Definitorio a comenzar las fun-
daciones con dos monjas encargadas de instruir a las novi-
cias. También cuando se pidió la fundación de San Egidio
en Roma, el Definitorio concedió que se pudieran sacar
dos o tres monjas del monasterio de Nápoles “para la
erección e instrucción del monasterio de San Egidio que
se funda en Roma”245. El sistema teresiano era comenzar
con una comunidad en marcha que mostrase el camino a
las que llegaban después.
La frase de Juan de Jesús María, que promete hacer, en
cuanto depende de él, “todo lo que sirva para el consuelo
de aquellas almas, sobre todo sabiendo que es del agrado
de Su Santidad”, invita a pensar que en el recurso al Papa
se había pedido su intercesión para que “no les quitaran el
consuelo” que les había dejado su Santa Fundadora. El
nuevo Breve dejaba intacta la situación creada por el del
16 de enero de 1610 y no debió de contentar del todo al

243
ASV, Secretaria Brevium, vol. 599, f. 173r. (Carta autógrafa,
transcripción del padre Hipólito de la S. Familia).
244
Ibidem, f. 171-172, el texto del Breve.
245
MHCT, Subsidia 3, p. 15.

242
padre Tomás, que había comenzado desde el principio a
quererlas gobernar por las Constituciones de Italia.

2.5.2 Carta de Juan de Jesús María a Ana de Jesús


La carta que Juan de Jesús María escribió a Ana de Je-
sús el 15 de septiembre de ese mismo año 1612, basada
naturalmente en la información que había recibido de To-
más de Jesús, refleja claramente el asombro de este último
al descubrir que las monjas de Flandes no seguían la legis-
lación perfeccionada por el padre Doria; con el agravante
de que, sobre ese punto, la madre Ana se mostraba tan
intransigente como decía la fama que le habían puesto en
España desde 1592.
El General, antes de tomar decisión alguna al respecto,
pidió informes sobre cuál era la situación en la Congrega-
ción española, y su Procurador le respondió, como era ló-
gico, con la versión del padre Doria. Al ver que, según
eso, Ana de Jesús estaría “fuera de ley”, le ruega que le
explique con que autoridad y con qué razones cuenta para
justificar esa anomalía.
Las dificultades que le habían llegado contra el modo
de proceder de Ana de Jesús las resume así el padre Juan
de Jesús María en su carta:
“1º. Yo he mirado las Constituciones de España y de
Italia y me he informado de todo, y veo guardan unas
mismas Constituciones, que llamamos ‘Constituciones
de Sixto V con la moderación de Gregorio XIV’, y, su-
puesto esto, saco por evidente consecuencia que VV.
RR. no se conforman con España ni con Italia, que es
cosa admirable.

243
2. Esta diferencia yo no sé quién la ha introducido ni
cómo se conserva. Si se ha introducido sin autoridad de
Su Santidad, no es buen modo ni da buena edificación.
Si hay facultad de Su Santidad, sería razón que nos
constase, para que cesasen los discursos y se diese
buen ejemplo.
3. El decir que Nuestra Santa Madre supo bien lo
que convenía y que por eso no es bien mudar algunas
constituciones, es razón algo flaca y corta [...] porque la
diversidad de tiempos muestra diversa conveniencia.
[...]
5. El Breve de Nuestro Señor Paulo V, en el cual nos
manda tengamos cuidado de VV. RR. y manda que nos
obedezcan, dice clara y expresamente que el gobierno
sea según las Constituciones de Sixto y Gregorio, lo
cual supuesto, no veo cómo se pueden esentar de guar-
dar aquellas cinco e seis constituciones, aunque hasta
que entraron en nuestra Congregación hubiesen cami-
nado con otro estilo246 .
6. Yo holgaré mucho de ver respuestas fundadas para
estas razones que he escrito. Si las hay, envíemelas
V.R. luego, para dar satisfacción a lo menos a los Pa-
dres Definidores, que, como personas de juicio, quieren
ver si la diferencia es excusable”.
Como veremos en seguida, en el definitorio se habían
juntado tres de la “línea doriana”, por llamarla de alguna
manera, que se mantenían fieles a su tradición. No se olvi-
de que, cuando el padre Doria introdujo la Consulta en
1585, estableció que todo se resolviese por votos secretos

246
Ya hemos visto que, en el breve Cum sicut accepimus del 26 de
enero de 1610, se añadió Gregorio.

244
y que el secretario dijese siempre que todo se había apro-
bado por unanimidad. De esa forma, en aquella primera
Consulta, se podían aprobar las cosas por unanimidad
aunque votasen en contra san Juan de la Cruz y el padre
Gracián. En este definitorio estaban a favor de Ana de Je-
sús tanto el General, Juan de Jesús María, como el que le
iba a suceder en el generalato, Fernando de Santa María,
pero el Definitorio aprobó lo que Ana de Jesús no podía
admitir, y por eso recurrirá al Papa, como veremos en se-
guida. Prosigue el texto de la carta de Juan de Jesús María:
“El alegar libertad de espíritu, no es razón de peso, an-
tes les parece a mucha gente cuerda que por esa liber-
tad se pierden algunos grados de humildad y obedien-
cia, sin las cuales cosas no puede haber buen espíritu
[...] La buena razón y bien fundada dice que, llamando
a su albedrío diversos maestros, los cuales es cierto no
son todos tan bien afectos a nuestra Religión o tan inte-
ligentes de nuestra disciplina religiosa como conviene,
quedarán llenas de varias doctrinas y tendrán argumen-
tos para proceder con menos obediencia y humildad
con los Superiores propios. Verdadero es aquel prover-
bio: Que más sabe el necio en su casa, que el cuerdo en
la ajena, y religiosos ajenos, aunque sean cuerdos, tra-
tan en casa ajena. [...]
Lo que se puede alegar, que el Concilio de Trento,
donde asistió el Espíritu Santo, quiso se diesen Confe-
sores extraordinarios, es buena razón para que se les
den en buen hora, y el natural de la gente de esa tierra
es buen argumento para que los Superiores sean fáciles,
no solamente en lo que el Concilio dispone, pero en
más, procurando de dar mucha consolación a las reli-
giosas; mas no veo razón ni argumento bueno para

245
eximirse de la obediencia, ni en este particular de Con-
fesores ni en otro alguno.
V.R. comunicará esta carta con el padre Fr. Tomás y
me responderán luego lo que se les ofreciere, asegurán-
dose que yo gustaré mucho de que tengan tales razones
que las que yo escribo no valgan nada en comparación
de ellas. En el cual caso les doy mi palabra de no darles
un mínimo disgusto en lo arriba dicho. Si no tuviesen
razones eficaces, harán mucho servicio a Dios en con-
formarse con los demás de la Religión.
No se me ofrece otra cosa. V.R. me haga caridad de
tratar con las demás madres y hermanas acerca de este
particular de modo que no se inquieten, porque yo no
les daré ocasión, si ellas no quieren tomársela, y Dios
sacará algún bien de tratar este negocio, en el cual no
pretendo otra cosa sino la gloria de Dios y bien de VV.
RR., que Dios guarde como deseo. De Roma a 15 de
septiembre 1612. Madre Priora de Bruselas”247.
Aquí pudo acabarse el problema, pues Ana de Jesús
respondió, a vuelta de correo, enviando copia del Breve
del 16 de enero de 1610, que establecía las gobernasen por
las Constituciones aprobadas por Sixto V. La copia iba
autenticada por el Nuncio con fecha 12 de octubre de 1612
248
.
Pero, igual que el padre Doria no admitió la aprobación
pontificia en 1590, sus imitadores de veinte años después
tampoco quisieron dar su brazo a torcer. De hecho, como

247
Roma, Archivo general OCD, A/332, o 4.
248
Copia, de letra del padre Sebastián de S. Francisco, en el Archi-
vo General OCD, plút. 334c (cf. J. URKIZA, Beata Ana de San Barto-
lomé. Su vida y su tiempo, p. 907, nota 304).

246
hemos visto en la carta, seguían repitiendo los argumentos
puestos en circulación un cuarto de siglo antes.

2.5.3 Un decreto del Definitorio


El tira y afloja entre el Definitorio, que empujaba a
Juan de Jesús María a expulsar de la Orden a las monjas,
si no obedecían, y Ana de Jesús, que continuaba defen-
diendo la legislación teresiana ante el Papa, duró todavía
un par de años. Veamos los detalles más significativos:
El 27 de abril de 1613 el Definitorio general estudió, en
primer lugar, la cuestión de si se podía conceder (traduzco
del latín)
“a las monjas de Bélgica la exención de las Constitu-
ciones comunes a las demás monjas de nuestra Con-
gregación, teniendo en cuenta que algunas Constitucio-
nes de Sixto V fueron abrogadas por Gregorio XIV, y
que la dificultad que ha surgido acerca de las Constitu-
ciones versa sobre los capítulos que fueron cambiados
por Gregorio XIV. - Decidido negativamente con todos
los votos”.
Se propuso luego “si se debería diferir la resolución
del tema principal de las monjas de Bélgica hasta el
próximo Capítulo general; es decir, si nuestros religio-
sos deben seguir gobernando dichas monjas, aunque
ellas se empeñen en conservar sólo las Constituciones
de Sixto V, sin la moderación de Gregorio XIV. - Deci-
dido afirmativamente con tres votos de cinco”.
Como se ve, había dos definidores dispuestos a zanjar
la cuestión abandonando de inmediato el gobierno de las
monjas, sin necesidad de esperar a que el Capítulo general
estudiase el caso.

247
“Se propuso si se debe mandar a las monjas de Bélgi-
ca y de Polonia que no se confiesen con otros, tanto re-
ligiosos como presbíteros seculares, sino solo con los
confesores de nuestra Congregación que les hayan sido
asignados, o con otros externos con licencia de los su-
periores de la Congregación. - Decidido afirmativamen-
te con todos los votos”.
“Se propuso si hay que amonestar a las monjas de
Bélgica y de Polonia que no hablen con otros religiosos
de cualquiera orden sin licencia de los superiores de
nuestra Congregación. - Decidido afirmativamente con
todos los votos”249.
Estas decisiones fueron comunicadas por el General a
las interesadas, en castellano, el 4 de mayo sucesivo:
“En este Definitorio, que ha pocos días se celebró, se
ha tratado muy de veras de las Constituciones de VV.
RR. y en particular de las de Gregorio XIV, en que al-
gunas de VV. RR. reparaban, y, después de mucha ora-
ción y largos discursos, se concluyó que yo ordenase a
VV. RR. dos cosas:
La una, que no se confiesen con otros religiosos, sin
licencia de los Padres de nuestra Congregación a quien
se ha dado el cuidado del gobierno [en esas partes].
La otra que, sin esta misma licencia de nuestros Pa-
dres, no hablen con religiosos de otras religiones.
Así se lo ordeno y mando a VV. RR. como cosa de-
terminada de todo el Definitorio general, el cual desea
hacer experiencia de esto que se ordena y manda, para

249
A. FORTES, ed., Acta Definitorii Generalis, v. III, p. 22; BMC
29, p. 388.

248
que VV. RR. vean si se pueden conformar con las her-
manas de Italia, como se conforman las de España, para
tener unas mismas leyes, pues son de una misma Con-
gregación. Y, hecha esta experiencia, se determinará
en el Capítulo general lo que fuere de más gloria de
Dios y bien de VV. RR.
Acerca de los puntos remito al Padre fr. Tomás el de-
clarar a VV. RR. todo lo que quisieren saber, porque a
él escribo más largo y la enfermedad me hace ahora ser
breve. Nuestro Señor guarde y consuele a VV. RR. co-
mo deseo. De Roma a 4 de mayo 1613”250.
La carta más larga está dirigida a los Padres Tomás y
Martín, priores respectivamente en Flandes y en Polonia,
lleva la misma fecha de 4 de mayo de 1613, les informa
sobre las decisiones del Definitorio acerca de las Constitu-
ciones de las monjas y les encarga de hacerlas observar.
Es un documento importante para comprender a qué se es-
taba enfrentando Ana de Jesús. He aquí el texto completo:
“Yo voy cayendo y levantándome con harto corta sa-
lud. He tenido la que era necesaria para celebrar en dos
días el Definitorio, en el cual se ha tratado exactamente
del negocio de las Monjas y se ha concluido lo que
V.R. verá en el papel incluso. Los puntos decisos son:
Que el Definitorio no puede conceder excepción de
leyes, esto es, que las monjas de allá tengan leyes dife-
rentes de las de acá, siendo leyes hechas por el Papa.
No se trata en este punto si el Definitorio puede dispen-
sar o no, por algún tiempo, sino si puede quitar leyes
puestas por el Papa, como son las de Gregorio XIV, que
son las que valen.
250
Archivo general OCD, A/332, o6; BMC 29, 387.

249
El segundo punto fue que se dilate la decisión del ne-
gocio principal hasta el Capítulo general. Por negocio
principal ha entendido el Definitorio el decidir si se ha
de perseverar en el gobierno de las monjas, si ellas
perseveran en querer tener solas las constituciones de
Sixto V, las cuales, al parecer de acá, no son ya consti-
tuciones en aquellos puntos que moderó Gregorio XIV.
En este punto se habla en universal, dejando aparte lo
que dicen que no se aceptó o que no está en uso el abs-
tenerse de hablar a otros religiosos, acerca de lo cual
hay varios sentimientos.
El tercer punto es, que se mande a las monjas de
Flandes y Polonia que no se confiesen con otros reli-
giosos sin licencia de nuestros superiores; lo cual se en-
tiende pidiendo licencia en los casos particulares, y no
dándola de una vez en general, porque este modo ha pa-
recido al Definitorio que para la práctica equivale al
quitarles la ley. Verdad es que no es contra el parecer
del Definitorio que en monasterios donde no hay frailes
nuestros, como en Mons y Amberes, se dé licencia de
una vez para si sucediese algún caso apretado, y que és-
ta dure por algún poco de tiempo.
Ha movido mucho a hacer esta decisión el ser los Pa-
dres Definidores de opinión que son inválidas las con-
fesiones hechas a otros religiosos; lo cual parece del
estar abrogadas las Constituciones de Sixto V en ese
particular. Y no bastante el Breve sacado para gober-
nar las monjas que será de solo Sixto V, porque para
dar valor a las Constituciones abrogadas por Gregorio
XIV, era necesario hacer mención específica y dero-
garlas expresamente, lo cual no se halla en el dicho
Breve, como acá todos han advertido, por ser cosa tan

250
sabida y notoria251. De esta nulidad de confesiones (sci-
licet si subesset materia culpae gravis) avisará V.R. a
las hermanas, porque así es la voluntad del Definitorio.
El cuarto punto, que escriba a los Monasterios de
Flandes y Polonia que no hablen a otros religiosos sin
licencia de nuestros Superiores. Este punto 4 y el 3º
servirán para hacer experiencia de la dificultad que hay
en obedecer en estas materias, que acá nos parecen po-
co dificultosas y que, con la suavidad y prudencia que
se procurará proceder, les dará satisfacción a las her-
manas, de manera que vean que no hay en qué reparar
en el conformarse con las de acá en las leyes, como se
conforman las de España; y si con este poco de tiempo
de experiencia les pareciere cosa dura, se habrá acla-
rado más perfectamente el negocio que se ha de decidir
en el Capítulo general.
El 5 punto toca a V.R. para que lo ejecute y para que
lo haga saber a las hermanas. Esto es, que no se trate de
nueva fundación de Monjas hasta el Capítulo general
<previsto en abril de 1614>, porque esta suspensión de
ánimos, y el no saber lo que se resolverá, lo pide así.
Estos son los puntos que se han decidido, de los cua-
les dará V.R. parte a todas las hermanas de estos Mo-
nasterios de Flandes y lo escribirá a las de Polonia, de
manera que queden bien informadas del estado de las
cosas, y me avisará V.R. de todo con claridad y breve-
dad de tiempo. Las dos cosas que se ha decretado se

251
En cambio, el hecho de que también habían confirmado las
Constituciones Inocencio IX y Clemente VIII era “sabido y notorio”
para Ana de Jesús y pocos más. Nótese además que Gregorio XIV no
hizo mención específica ni abrogó las de Sixto V.

251
manden y amonesten a las monjas según la intención
del Definitorio, se han de intimar primero suavemente
sin precepto formal, y, si esto no bastare, se procederá
con más vigor, lo cual mando a V.R. lo tenga secreto
para sí solo, hasta que yo le escriba otra cosa. Yo escri-
bo y hago esta intimación a los Monasterios, inclusa
con una carta común, y la prudencia y diligencia de
V.R. acompañará la carta, haciendo lo que arriba he es-
crito en darles información del estado de las cosas, para
que se haga lo que a los Padres pareciere de mayor ser-
vicio de Dios” 252.

2.5.4 Nuevo recurso de Ana de Jesús al Papa


El paralelismo con lo ocurrido entre 1588 y 1590 es tan
evidente que Ana de Jesús necesitó agotar todos sus recur-
sos para que no se repitiese el mismo desenlace. Recor-
demos una vez más que Doria, en 1588, propuso sus leyes
como Acta provisoria para que se viera por experiencia si
eran mejores que las que tenían, pero ya en el capítulo de
1590 las convirtió en Constitución sin contar para nada
con las monjas. Y, aunque ellas recurrieron a Sixto V, y el
Papa aprobó las Constituciones de santa Teresa, el padre
Doria, valiéndose del apoyo de Felipe II, impidió la ejecu-
ción del Breve pontificio y obtuvo de Gregorio XIV otro
Breve más conforme a sus deseos.
Pero la concesión de Gregorio XIV no impidió que
Inocencio IX, Clemente VIII y Paulo V volvieran a con-
firmar la aprobación de Sixto V y permitieran seguir las
Constituciones de santa Teresa. Otra cosa es que la histo-
252
Archivo general OCD, plút. 332 a; Positio de Juan de Jesús Ma-
ría, Doc. 23 (Copia Pubblica, v. III, pp. 156-157).

252
ria la hayan escrito los “vencedores” del momento y se
haya tardado algo en aclarar estos hechos.
A medio siglo de distancia de la fundación de San José
de Ávila, donde en 1570 había tomado el hábito Ana de
Jesús, la afirmación de que el Definitorio general, “desea
hacer experiencia de esto que se ordena y manda” para
que luego el Capítulo decida lo más conveniente, tuvo que
resonar en sus oídos como una alarma que otros no supie-
ron o no quisieron escuchar.
Tan previsible era la reacción de Ana de Jesús que, de
ese mismo mes de mayo de 1613, tenemos un “Memorial
entregado al Señor Cardenal Millino sobre el asunto de
las Monjas de Flandes”, en que se dan a conocer al Pro-
tector de la Orden, como “puntos importantes en el caso”,
los siguientes:
“1. Que los Padres Descalzos no pidieron el gobierno
de las monjas, sino que Su Santidad se lo impuso a pe-
tición de otros” [...]
2. Que los Padres no han conocido nunca como Cons-
tituciones de sus monjas, más que las que contienen la
moderación Gregorio XIV, que son las mismas de Es-
paña, traducidas del español al italiano, y, según esta
inteligencia común, no tuvieron los Padres intención de
recibir otro gobierno para la monjas de Flandes, que el
de las Constituciones vigentes en Italia y en España.
3. Que el Breve de Nuestro Señor, con el que encargó
a los Padres Descalzos del cuidado dichas monjas, con-
tiene la moderación de Gregorio XIV. Y que lo que
alegan las monjas, de haber sido aceptadas por los Pa-
dres sin tal moderación, parece cosa poco fundada, por-
que, dado el caso que en el acto de recibirlas no se hi-
ciera mención de Gregorio XIV, jurídicamente hablado,
253
se debía suponer, pues, para gobernarlas según las
Constituciones de Sixto V, sin la moderación de Grego-
rio XIV, se necesitaba derogación expresa de los puntos
de Gregorio XIV”253.
Al margen se añade:
“Alegan que el Breve que se mandó a Flandes no con-
tenía la moderación de Gregorio XIV, pero el duplica-
do que quedó en Roma, y que concuerda con la minuta,
hace mención de Sixto V y de Gregorio XIV, y los dos
Breves tienen la misma fecha, y en todo lo demás con-
cuerdan ad verbum”.
Ya vimos más arriba que el “duplicado” que quedó en
Roma no era tan inocente como se quiso hacer creer, y que
además no concordaba con la minuta original, sino con la
minuta corregida. Si no tuviéramos el precedente de 1597,
en que el Breve de readmisión del padre Gracián entre los
Descalzos fue escrito de nuevo según la minuta corregida
a petición del Procurador de los Descalzos254 y, sin ir tan

253
Sixto V había derogado expresamente las novedades introduci-
das por el padre Doria, pero ya vimos la importancia que él dio a esa
derogación.
254
Cf. I. MORIONES, Rehabilitación pontificia del Padre Jerónimo
Gracián en 1595, en Monte Carmelo 103 (1995) 453-491. N.B.- J.
URKIZA, en la biografía del año 2015: Beata Ana de San Bartolomé.
Su vida y su tiempo, dando por buena la versión de Roma, en la p.
814 escribe: “Manipulación importante (llevada a cabo en 1612) (De
este hecho hablaremos en su momento)”. Y, al llegar el momento,
pp. 905-907, titula el apartado: “4.1.2: El nuncio confirma un breve
‘manipulado’ ”, pero no demuestra que el Breve estaba manipulado.
- Abundando en el tema de la metodología, creo útil añadir otro deta-
lle: en la p. 817, Urkiza titula el apartado “6.5.4 Un breve que no
existió”. En historia se puede demostrar la existencia de un docu-
mento, pero demostrar la “no existencia” ya es otra cuestión. En el

254
lejos, el Breve del 24 de febrero de 1604 al Nuncio de Es-
paña, que vimos en el capítulo anterior, nos resultaría más
difícil entender este detalle de las dos versiones. Lo que
resulta claro es que Tomás de Jesús llegó a Flandes con la
versión doriana del problema, y tenía que resultarle muy
difícil entender a Ana de Jesús que había hecho un novi-
ciado teresiano, cosa que a él le faltó.
El memorial continúa enumerando las razones que Do-
ria expuso en su tiempo para justificar su intento de dejar
el gobierno de las monjas al cuidado de los Ordinarios:
“4. Los Padres difícilmente gobernarán monjas con
Constituciones diferentes; se mezclarán en su dirección
religiosos de otras órdenes con el consiguiente peligro
de división”; “perderán la confianza en los propios su-
periores, dejándose llevar por las opiniones de otros re-
ligiosos de profesiones diferentes”.
“5. Las monjas de Flandes han sido gobernadas por
sacerdotes seculares y están acostumbradas a la que
ellas llaman libertad de espíritu. Y quizá sería de más
servicio de Dios que, sin hacer más ruido, volviesen al
gobierno de los sacerdotes seculares [...] porque esta li-
bertad, cuando sea publicada, hará daño a las monjas de
Italia y de España, sobre todo autorizándola con letras
Apostólicas, porque el decir que fue cosa aprobada por
la B. Madre Teresa no obsta, después de la moderación
de Gregorio XIV, hecha a instancia de Felipe II y de la

caso de nuestra historia en concreto, no aparecen en el Bullarium


Carmelitanum muchos documentos de cuya existencia tenemos noti-
cia por otras fuentes. En el Registro del Archivo Vaticano tampoco
están anotados todos los documentos que se expidieron; y no todos
los registrados se hallan en el lugar en que -según nuestra lógica-,
“deberían estar”, pero de ahí no se sigue que no existieron.

255
Congregación de España [...] Y en este particular los
Padres Descalzos no tratan de introducir novedad, sino
de mantener las Constituciones del modo que se obser-
van en las dos Congregaciones de Italia y de España,
con propósito, sin embargo, de atender a las de Flandes
con toda clase de caridad en los puntos controversos, en
los cuales, sin diferencia de leyes, se puede dar satis-
facción, lo cual corresponde a la caridad y prudencia
de los superiores”255.
Ana de Jesús, tras la experiencia de lo que había suce-
dido 20 años antes con el Breve de Sixto V, recurrió de
nuevo al Papa para evitar que se repitiera. Y lo hizo con el
apoyo de los Archiduques, mediante el Embajador de
Flandes en Roma, Philip Maes. De la correspondencia que
el Embajador recibe de Bruselas, con las explicaciones de
Ana de Jesús, y del Definitorio general, con los argumen-
tos que ya conocemos, resulta claramente que la misión
del Embajador consistió, en un primer momento, en tratar
de convencer al Definitorio general para que dejara en paz
a las Monjas de Flandes y, al no conseguirlo, informar
directamente al Papa, el cual lo recibió en audiencia en el
mes de agosto. El Papa, naturalmente, le invitó a entender-
se con el General, de cuya prudencia y virtud tenía perfec-
to conocimiento, y el General le comunicó al Embajador
lo mismo que había dicho al Cardenal Millini en el mes de
mayo, pero con algunos detalles más, como resulta de la
carta que le escribió el 5 de septiembre de 1613. Le dice
Juan de Jesús María al Embajador de Flandes:
“Ill.mo Señor. Envío a V.S. Ill.ma copia del Breve de
Gregorio XIV, del cual será bien tenga noticia su Alte-

255
Roma, Archivo General OCD, A/332, o17.

256
za, como también de los puntos siguientes, para que,
pues tiene la información de la causa que se trata de
parte de las Monjas, la tenga también de parte de los
Religiosos, lo cual parece necesario para juzgar perfec-
tamente en el caso.
1. Se ha de suponer que los Padres de esta Congrega-
ción, a quienes su Santidad encomendó el gobierno de
las Monjas, no han tenido intención de recibirlas en su
Congregación sino según las Constituciones que corren
en España y Italia256, las cuales son unas mismas, tra-
ducidas de Español en Italiano, y todas contienen la
moderación de Gregorio XIV, y prohíben el confesarse
con otros Religiosos y hablarles, si no es con licencia
de los Superiores de la Religión.
2. Según este sentido, no se ha de creer que los Padres
de esta Congregación hayan querido quitar ni poner en
lo que tenían por cierto; principalmente siendo la mode-
ración de Gregorio XIV cosa hecha con autoridad
Apostólica, a instancia de Philippo II y de la Congre-
gación de España, y teniendo los dichos Padres por nu-
las las Constituciones de Sixto V en lo moderado o mu-
dado por Gregorio XIV.

256
Para llegar al fondo del problema de nuestra historia y de nues-
tra historiografía, es necesario tener presente el punto de visa del
testigo. La “Orden” de que hablaba el padre Doria no era la misma
“Orden” de que hablaba Ana de Jesús en 1590. Y la “Orden” a la que
Ana de Jesús sigue empeñada en obedecer un cuarto de siglo des-
pués, tampoco era idéntica en todo a la “Orden teresiana” que ella
llevaba en su mente y en su corazón. La frase: “Los Padres de esta
Congregación, a quienes Su Santidad encomendó el gobierno de las
Monjas, no han tenido intención de recibirlas en su Congregación
sino según las Constituciones que corren en España y Italia”, sinteti-
za perfectamente lo que no acabamos de entender.

257
3. Siendo esto así, el quererse fundar las Monjas de
Flandes en las Constituciones de Sixto V ya derogadas,
particularmente en el punto del confesarse con otros
Religiosos, es cosa que se debe considerar, y toca a las
monjas el mostrar con qué fundamento se confiesan
con otros Religiosos, pues aquella constitución ya no es
válida.
4. Por ventura dirán que el Breve con que entraron en
nuestra Congregación no hacía mención de Gregorio
XIV, sino de Sixto V. Pero esta respuesta parece inefi-
caz, porque el Breve que quedó en Roma hace mención
de Sixto y Gregorio, mandando su Santidad a los Reli-
giosos que las gobiernen según las Constituciones de
estos dos Pontífices, y se ha de notar mucho, que, el
Breve que quedó en Roma, concuerda con la minuta
original, y el que se llevó a Flandes no, siendo la data
de los dos Breves de un mismo día.
5. No obsta a esto que las Monjas de Flandes hayan
tenido intención de entrar en nuestra Congregación
con esta o aquella condición en particular, pues la in-
tención no hace ley, y es necesario que haya ley, según
la cual puedan revalidar lo que está anulado por Grego-
rio XIV. Tampoco obsta que quien las recibió, esto es,
a quien se dio el cuidado de recibirlas, no se acordó de
especificar y nombrar a Gregorio XIV, porque de sí se
está nombrado, pues está inserto en las Constituciones
de España y Italia, que son las que los Padres tienen por
Constituciones de Monjas; y también porque no basta el
no haber nombrado a Gregorio XIV, para dar valor a
los puntos de Sixto V revocados por el dicho Gregorio,
siendo cosa cierta que se requiere para eso expresa de-
rogación de la moderación de Gregorio. Tampoco obsta

258
el decir que en España no se guarda lo de el confesarse
con otros Religiosos, pues los Padres de España, de los
cuales V.S. Ill.ma se podrá informar, dicen lo contrario.
6. Las cosas arriba dichas muestran el fundamento
que hay para no apresurarse en juzgar del caso presente
sin oír las dos partes. Pero, fuera de lo legal, hay otras
razones que considerar, fundadas en prudencia y expe-
riencia:
La 1ª es el haber sido de este parecer nuestro Philippo
II, que era tan celante de las Religiones, y nuestros Pa-
dres que entonces gobernaban la Congregación de Es-
paña, que eran de los más píos y prudentes que han flo-
recido en ella.
La 2ª, que, aunque en Flandes no se tema sucederán
escándalos en materia de castidad con la libertad que
las Monjas pretenden, pero en materia de disciplina re-
ligiosa es cosa cierta que sucederán cosas no buenas
con la diversidad de pareceres de Religiosos de otras
profesiones, como han comenzado ya a suceder en Po-
lonia, a donde han ido Monjas de las que estaban en
Flandes, sirviéndose de esa que llaman libertad de es-
píritu.
La 3ª, que, para quien bien entiende cosas de Reli-
gión, el poner en mano de una Priora el dar a sus Mon-
jas Confesores y llamar a quien le da gusto para hablar
y comunicar sus dudas, es darle la mayor parte del go-
bierno espiritual de las Monjas, y no dar a los Superio-
res gobierno de sustancia, principalmente en lo que toca
a la dirección de las almas y aprovechamiento espiritual
de las Monjas, que es la mejor del gobierno.
La 4ª, que la obediencia y fe con los Superiores pro-
pios pierden mucho de su valor con esta libertad, pues

259
es cosa cierta que en los puntos que no acertaren a ser
conforme al gusto de las Monjas (que en fin son muje-
res) luego se recurrirá a este o al otro Padre de diversa
Religión, para que juzgue lo que los Superiores propios
ordenan; de manera que la última resolución será de
gente extranjera; y, dado este principio, ni hay ejercicio
de obediencia, ni humildad, que son los fundamentos
principales de la vida religiosa, antes hay materia de
discordia entre las mismas Religiosas, pues siempre hay
algunas que quieren obedecer sencillamente y otras que
quieren saber de los de fuera si deben obedecer. Hay
también difidencia con los Superiores propios, con la
cual no puede haber verdaderas virtudes.
Por estas razones los Padres de la Congregación de
España se opusieron muy de veras a las Monjas que
habrá más de 20 años pretendieron lo que ahora pre-
tenden las de Flandes. De donde se infiere que esta pre-
tensión no se funda en lo nacional, pues la nación Es-
pañola es diferente de la Flamenca y la pretensión fue y
es una misma257. Pero fúndese en lo que se fundare y
aleguen las Monjas lo que quisieren, porque importa
poco, pues ha tantos años que a gente tan Santa y sabia
pareció que no convenía la libertad que ahora se pre-
tende, sobre la cual los Padres de nuestra Congregación
no hacen novedad ninguna, antes tratan de mantener lo

257
Es de notar cómo se había perdido ya la memoria de que había
sido precisamente la misma Ana de Jesús quien pidió en 1589 lo que
seguía defendiendo en 1613, es decir, que se respetara lo establecido
por la Santa Madre Teresa no 20, sino 50 años antes. No estaba en
juego “la nación española” sino la pedagogía teresiana y su visión
sobre el gobierno de las monjas: “Ningún remedio tienen monaste-
rios de monjas, si no hay de las puertas adentro quien guarde” (Carta
del 13 de diciembre de 1576, n. 9, a Gracián).

260
que ha más de 20 años está determinado por la Sede
Apostólica, que supo bien mirar y ponderar que no era
bien durase aquella libertad, que por ventura no hizo
daño al principio, y pareció al Papa lo haría de allí
adelante. Que no es cosa nueva que algunas cosas or-
denadas por santos, y aun por Concilios donde asiste el
Espíritu Santo, sean provechosas por algún tiempo y
después hagan daño y por eso se muden. Y se tiene por
cosa cierta que, si la Beata Madre Teresa viviera, lo
mudara y se rindiera a cualquier obediencia de sus Su-
periores, pues así lo hacía en vida, aun cuando tenía re-
velación en contrario. En fin, lo que se ha mudado del
tiempo de la Beata Madre Teresa ya el Vicario de Cris-
to lo mudó, y los que han estado en lugar de Cristo, y
no sabemos con cuánta seguridad caminan las Monjas
en guardar cosas contrarias a esto258.
Consideradas estas razones, se reparará más en lo que
se ha comenzado a tratar. Y, si las Monjas de Flandes
sienten tanta dificultad en obedecer a lo que se les ha
ordenado, que no se puedan quietar, por ventura será
mejor que, sin hacer más ruido, tornen a estar como es-
taban con el gobierno de Sacerdotes seculares; porque,
según yo veo, los Padres de esta Congregación no go-
bernarán de buena gana las Monjas, con el modo que
ellas quieren, ni con el fruto y satisfacción que se desea;
en lo cual imitarán a nuestros Padres antiguos de Es-
paña, que, en la ocasión arriba dicha, trataron de dejar
las Monjas por el mismo respecto. Creo será bien que
su Alteza considere todas esas cosas, en lo cual me re-
mito al parecer de V.S. Ill.ma, que Dios guarde como

258
Ana de Jesús estaba obrando con el consejo del dominico Íñigo
de Brizuela, confesor del Archiduque Alberto

261
deseo. Del convento de la Escala a 5 de septiembre
1613”259.

2.5.5 Se aplaza la decisión hasta el Capítulo general


Dos semanas después, el día 21, escribe Juan de Jesús
María a la madre Ana de Jesús una nueva carta, en la que
aparece ya con claridad la clave de solución del problema
elegida por el Papa, viendo que ninguna de las dos partes
estaba dispuesta a ceder.
“Acerca del negocio de las Monjas –le dice Juan de Je-
sús María–, discurrí largamente ayer, con el Cardenal
Millino y con el Embajador del Archiduque, de orden
de su Santidad, y pareció a todos que no apretásemos
en decidir nada, sino que se diese tiempo para que de
allá se responda a ciertos apuntamientos que se han en-
viado al Archiduque para que los considere. Yo sola-
mente dije que deseaba viniese a manos de otro Supe-
rior la decisión de este negocio, en caso que la haya de
hacer la Religión, y que, en el tiempo que yo fuese Pre-
sidente, procedería con la suavidad que muchas veces
he escrito, y que sería cosa de edificación si las Monjas
ejercitasen la paciencia y la obediencia hasta el Capí-
tulo260, en el cual se habrán ya considerado más cosas y
vendrán los Padres de allá y se hará determinación
más prudente. Esto pareció bien. Yo sé cierto cuánto
les está mejor a las Monjas mostrar esta docilidad, que

259
Roma, Archivo general OCD, A/332, o7.
260
Resulta claro que el padre Juan de Jesús María no había vivido
de cerca la experiencia de Ana de Jesús sobre leyes “provisorias”, de
“sólo hasta el capítulo para ver por experiencia lo que más conven-
ga”, con que Doria engañaba a quienes no entendían sus marañas.

262
hacer instancia porque se dispense en el Decreto del
Definitorio, porque, si aprietan en eso, forzarán a los
Padres Definidores a tratar de dejarlas, y, si se humi-
llan, puede ser que vengan a manos de otros Definido-
res de diversa opinión que correspondan más a su de-
seo261. En lo que tocare a mí, les procuraré dar toda
consolación, como ya he escrito muchas veces, en estos
seis meses que hay de aquí al capítulo; esto se entiende
dentro de los límites de lo decretado en Definitorio.
A todas las hermanas me encomiendo mucho. Dios
guarde a V.R. como deseo. De Roma a 21 de septiem-
bre 1613. Siervo de V.R. Juan de Jesús María”262.
Hasta aquí el texto de la carta en su versión definitiva
enviada a Bruselas. Pero, en el borrador conservado en el
archivo de Roma, se halla un párrafo tachado, que podría
muy bien ser obra de un definidor, y que muestra hasta la
evidencia la dificultad de los frailes del siglo XVI (no solo
los descalzos) en aceptar el criterio teresiano sobre la li-
bertad de confesores. Dice así:
“Esta servirá para decir a V.R., con mi claridad acos-
tumbrada, la poca satisfacción que los Padres Definido-
res tienen de la instancia que de allá han hecho al Pa-
pa por medio del Archiduque y para salir con su
intento, no teniendo sufrimiento para obedecer senci-
llamente estos pocos meses que faltan hasta el Capítu-
lo. Esta diligencia en negociar ha hecho diligentes a los
261
En el decreto tres votaron a favor de esperar al Capítulo y dos
en contra; pero en un Definitorio posterior podría cambiar la mayoría
de los votos. La Madre Ana defendía la herencia teresiana para no
tener que solicitar, como una benévola concesión, lo que santa Tere-
sa les había garantizado por ley como un derecho.
262
Archivo General OCD, A/332, a; BMC 29, p. 390.

263
de acá para oponerse, y, habiendo considerado todas las
cosas que pueden hacer provecho o daño, ha parecido
será bien se deje el cuidado y gobierno de VV. RR.,
pues ya nuestros Religiosos no gobernarán, con el afec-
to y confianza que conviene, a personas que quieran te-
ner tan abierta la puerta para llamar Confesores y Con-
sultores de otras Religiones, que serán los que darán la
última resolución de lo que la obediencia ordenase; ni
VV. RR. tendrán la confianza que es razón con sus Su-
periores, cuyas resoluciones han de ser comunicadas
con gente extranjera, en fin, ese modo de gobierno a
medias, y la mejor parte de lo espiritual toca a la Priora,
y, si hoy no suceden inconvenientes, sucederán mañana.
Acá los Padres no quieren gobierno a medias, sino
que o se den todas VV. RR. totalmente a la obediencia,
fiándose de ella en lo que toca a darles licencia para
confesar y consultar y cualquiera otra cosa, o se vuel-
van al gobierno de sus clérigos como estaban antes. La
causa está ya en manos de Su Santidad. Presto sabrán
la resolución de ella”263.
Como el Embajador envió a sus superiores la carta del
5 de septiembre, también el dominico, padre Íñigo de Bri-
zuela, confesor del Archiduque Alberto, tenía el cuadro
completo de la situación. Algunos definidores no sabían
“con cuánta seguridad caminaban las Monjas en guardar
cosas contrarias” a lo concedido por Gregorio XIV, pero
el padre Brizuela, que era el consejero de la madre Ana de
Jesús, le confirmó que las concesiones de Sixto V y de los
otros Papas seguían siendo válidas. Y, en cuanto a los pa-

263
Archivo General OCD, A/332, o6; BMC 29, p. 389.

264
sos a dar en lo sucesivo, aconsejó al Archiduque que po-
dría responder al Embajador
“que por ahora no haga más diligencias en este nego-
cio hasta que en el Capítulo general, que celebrarán es-
tos Padres, se vuelva a tratar de él, que para aquel
tiempo guarde las cartas que se han escrito sobre esto
por si acaso fuere necesario hacer nuevo oficio por es-
tas religiosas, y ayudarse de las razones que a favor de
ellas se han representado”264.
El mérito del aplazamiento de la decisión del Papa has-
ta después del Capítulo general, puede repartirse en partes
iguales entre los tres protagonistas de la reunión que, por
disposición de Su Santidad, se celebró el 20 de septiembre
de 1613: el Embajador de Flandes hizo llegar al Papa las
razones de Ana de Jesús, avaladas por la recomendación
de los Archiduques; Juan de Jesús María, con su prudencia
y apertura al carisma teresiano consiguió frenar el impulso
de algunos de sus definidores; el cardenal Pietro Millini, a
su autoridad de Protector de la Orden, unía su experiencia
como Nuncio en Madrid en 1591-1592, lo que le permitía
conocer de raíz el problema y el método con que se había
conseguido impedir la ejecución del Breve de Sixto V.
Juan de Jesús María resistió a la presión de sus conseje-
ros, que hubieran preferido expulsar de la Congregación,
en que acababan de entrar, a esas las monjas “rebeldes”, y
consiguió que la cosa quedara en manos del Papa, para
que él determinara lo que juzgase más oportuno después
de escuchar a ambas partes. Su carta de despedida a las
monjas de Bruselas el 22 de febrero de 1614, llena de res-
264
J. Urkiza, Beata Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiempo, p.
917, nota 339.

265
peto, invitándolas cortésmente a la obediencia y pidiendo
disculpas si no les había servido lo suficientemente bien,
muestra un corazón lleno de Dios, que busca únicamente
Su gloria y el bien del prójimo265.

2.5.6 La decisión del Capítulo general


El Capítulo general se celebró del 18 al 28 de abril de
1614, y en él salió elegido General el padre Fernando de
Santa María, que había tomado el hábito en Mancera
1577, conquistado precisamente por el ejemplo de las
monjas de Salamanca. En la sesión del día 22 por la ma-
ñana se votó la siguiente proposición, n. 28:
“Se propuso si el gobierno de las monjas de Bélgica y
de Polonia de debe conservar según las Constituciones
de Sixto V y de Gregorio XIV, con la moderación que
establezca el Definitorio general. - Decidido afirmati-
vamente con 35 de 36 votos”266.
Y el Definitorio general estudió el tema en la sesión del
día 30 de abril:
“Se propuso si debía ejecutarse el decreto del Capítulo
general, por el que se remitió al Definitorio la causa de
las monjas de Bélgica y de Polonia, y si debía conce-
derse que el religioso al que el reverendo padre nuestro
Prepósito General encargue del cuidado de las monjas,
pueda asignarles, además de los confesores nuestros,
tres o cuatro confesores extraños, de entre los que él
encuentre de plena garantía en cada ciudad o pueblo

265
Positio, pp. 183-186. Cf. I. MORIONES, Teresa de Jesús Maestra
de perfección, p. 359-368.
266
MHCT 11, p. 53.

266
donde tenemos monasterios, con los que las mojas pue-
dan confesarse, de manera que, cuando lo juzgue con-
veniente dicho religioso, pueda quitarlos o cambiarlos y
suplir dicho número con otros idóneos. - Decidido
afirmativamente con todos los votos”267.
El Capítulo, como puede verse, mantuvo la posición
adoptada desde el principio por el Definitorio, aunque
templándola un poco para evitar que Ana de Jesús volvie-
ra a insistir. De esa forma la madre Ana pudo mantener
hasta su muerte las Constituciones que había recibido de la
Madre Fundadora.
***
Pero, apenas murió Ana de Jesús (4-3-1621), comenzó
el Definitorio general a trabajar para imponer su criterio.
Ya en la sesión del 18 de enero de 1622 estableció:
“Las Constituciones de las monjas, traducidas al fran-
cés y corregidas según la versión italiana actual, deben
proponerse a las monjas de Bélgica para que las obser-
ven, en cuanto que fueron aprobadas por Gregorio XIII
y Gregorio XIV, añadiendo sin embargo lo que falta en
el capítulo segundo”268. – Nótese que aquí falta Sixto V.
Como la comunidad de Lovaina y la de las llamadas
“inglesas” de Amberes, habían hecho voto de conservar
las Constituciones que habían recibido de Ana de Jesús, y
se mantuvieron firmes en su voto, la Orden renunció a su
gobierno. Gregorio XV aprobó tal decisión el 17 de marzo
de 1623, poniendo las dos comunidades bajo la jurisdic-
ción de los Ordinarios.
267
MHCT, Subsidia 3, pp. 23-24.
268
MHCT, Subsidia 3, p. 84.

267
La comunidad de Bruselas pudo experimentar los efec-
tos del cambio ese mismo año 1623, como resulta de la
sesión celebrada, del 28 de noviembre al 6 de diciembre,
por el Definitorio general (del que formaba parte Tomás
de Jesús), en que se aprobó la siguiente proposición:
“En obsequio a la Serenísima Archiduquesa de Flandes
(Isabel Clara Eugenia) pídase a Su Santidad que la ma-
dre Beatriz de la Concepción, priora del Monasterio de
Bruselas, pueda ser reelegida al mismo oficio por esta
vez”269.

3. LA LIBERTAD DE CONFESORES SEGÚN SANTA TERESA


El tema de la libertad de confesores ha sido objeto de
controversia durante siglos en el seno de la Iglesia. En el
momento en que santa Teresa tuvo que afrontar el pro-
blema de la dirección espiritual, primero suya y luego de
sus hijas, encontró en su camino personas de diversas opi-
niones y, después de madura reflexión y de mucha ora-
ción, tomó la decisión que le pareció mejor para favorecer
el crecimiento espiritual de sus hijas. Y Ana de Jesús, la
“Capitana de las prioras”, había asimilado bien la lección
de la Madre Fundadora. Recordemos algunas de sus pala-
bras. En el Camino de perfección (c.4, n.14) escribe ha-
blando del amor espiritual:
“Del que es espiritual, sin que intervenga pasión ningu-
na, quiero ahora hablar, porque, en habiéndola, va todo
desconcertado este concierto; y si con templanza y dis-
creción tratamos personas virtuosas, especialmente con-
fesores, es provechoso. Mas si en el confesor se enten-

269
Ibidem, p. 107.

268
diere va encaminado a alguna vanidad, todo lo tengan
por sospechoso, y en ninguna manera, aunque sean
buenas pláticas, las tengan con él, sino con brevedad
confesarse y concluir. Y lo mejor sería decir a la prela-
da que no se halla bien su alma con él y mudarle. Esto
es lo más acertado, si se puede hacer sin tocarle en la
honra”.
La Santa partía, ante todo, de su experiencia, enriqueci-
da con la experiencia de otras monjas que se confiaban
con ella. Luego, tras consultar con confesores y teólogos,
tomó una decisión que se apartaba de la que era la opinión
más común en el ambiente en que había crecido.
En efecto, la legislación canónica de la época establecía
que las monjas se confesasen con el confesor ordinario, y
la costumbre les obligaba prácticamente a elegirlo dentro
su propia Orden. La madre Teresa, rompiendo con la cos-
tumbre, daba más importancia en los confesores a la com-
petencia que al hábito; y, en cuanto a la legislación, obtu-
vo la innovación necesaria para que sus hijas hallaran, en
el campo de la dirección espiritual, menos dificultades de
las que ella había tenido que superar.
En la primera redacción del Camino (1562) escribió
una frase, omitida en la segunda, que permite pensar en un
intercambio de opiniones de la Santa con personas que la
pusieron en guardia contra los peligros a que podía expo-
ner a sus hijas con esa libertad:
“El daño que puede haber es ninguno en comparación
del grande y disimulado y casi sin remedio, a manera
de decir, que hay en lo contrario” (Camino, 8, 5).
Luego aclara:

269
“Esto se determinó después de harta oración de muchas
personas y mía, aunque miserable, y entre personas de
grandes letras y entendimiento y oración” (Ib. 8, 6).
Y concluye, mirando al futuro:
“Paréceme que los prelados que vinieren después no
querrán, con el favor del Señor, ir contra cosa que tan
mirada está y tanto importa para muchas cosas” (Ib. 8,
6).
En la segunda redacción (1569), afronta el tema en el
capítulo quinto, titulado: “Prosigue en los confesores. Di-
ce lo que importa sean letrados”:
“1. No dé el Señor a probar a nadie en esta casa el
trabajo que queda dicho, por quien Su Majestad es, de
verse alma y cuerpo apretadas. ¡Oh, que si la prelada
está bien con el confesor, que ni a él de ella ni a ella de
él no osan decir nada! Aquí vendrá la tentación de dejar
de confesar pecados muy graves, por miedo de no estar
en desasosiego. ¡Oh, válgame Dios, qué daño puede
hacer aquí el demonio y qué caro les cuesta el apreta-
miento y honra! Que porque no traten más de un confe-
sor, piensan granjean gran cosa de religión y honra del
monasterio, y ordena por esta vía el demonio coger las
almas, como no puede por otra. Si piden otro, luego pa-
rece va perdido el concierto de la religión; o, que si no
es de la Orden, aunque sea un santo, aun tratar con él
les parece les hace afrenta.
2. Esta santa libertad pido yo por amor del Señor a la
que estuviere por mayor: procure siempre con el obispo
o provincial que, sin los confesores ordinarios, procure
algunas veces tratar ella y todas y comunicar sus almas
con personas que tengan letras, en especial si los con-

270
fesores no las tienen, por buenos que sean. Son gran co-
sa letras para dar en todo luz. Será posible hallar lo uno
y lo otro junto en algunas personas. Y mientras más
merced el Señor os hiciere en la oración, es menester
más ir bien fundadas sus obras y oración”.
En vísperas del Capítulo de Alcalá, en que estaba pre-
vista la aprobación definitiva de las Constituciones, des-
pués de 20 años de experiencia, escribe la Santa al padre
Gracián el 21 de febrero de 1581:
“Eso de tener libertad para que nos prediquen de otras
partes me advirtió la priora de Segovia <Isabel de Santo
Domingo>, y yo por cosa averiguada lo dejaba. Mas
no hemos de mirar, mi padre, a los que ahora viven,
sino que pueden venir personas a ser prelados que en
esto y más se pongan. Por eso vuestra paternidad nos
haga caridad de ayudar mucho, para que esto y lo que el
otro día escribí quede muy claro y llano ante el padre
comisario; porque, a no lo dejar él, se había de procu-
rar traer de Roma, según lo mucho que entiendo impor-
ta a estas almas y a su consuelo, y los grandes descon-
suelos que hay en otros monasterios por tenerlas tan
atadas en lo espiritual; y un alma apretada no puede
servir bien a Dios y el demonio las tienta por ahí, y
cuando tienen libertad muchas veces ni se les da nada
ni lo quieren”270.

270
Recuérdese, por ejemplo, que el 8 de octubre de 1754, el Defini-
torio general tendrá que mandar “en virtud de Espíritu Santo y Santa
obediencia” que se dé libertad de confesores a las monjas en obse-
quio a la Bula “Pastoralis Curae”, del 5 de agosto de 1748, de Be-
nedicto XIV. La legislación de la Iglesia no había llegado todavía a
donde había llegado santa Teresa dos siglos antes (Cf. I. MORIONES,
Ana de Jesús, p. 454).

271
El padre Gracián, en 1591, en sus escolias a la biografía
de la Santa publicada por Ribera en 1590, añadió la si-
guiente aclaración, titulada: “La preciosa libertad para
sermones y confesiones”, que no vio la luz hasta 1960:
“Lo que más me encomendó la santa Madre viviendo,
fue que hiciese lo que pudiese mientras la vida me du-
rase en esta Religión para conservar la santa libertad
que puso en sus monjas para que pudiesen buscar sier-
vos de Dios que las guiasen a la mayor perfección; y
así, todo el tiempo que las goberné, yo mismo iba a
buscar padres de la Compañía y religiosos de otras Ór-
denes y clérigos siervos de Dios y espirituales para que
las predicasen y confesasen; y siempre me dijo la Ma-
dre que mientras esta libertad les durase, se conservarían
en perfección, y en quitándosela los prelados, se perde-
rían. Y era eso tantas veces y con tantos encarecimientos
y muchas veces con lágrimas, que no se podía creer. Yo
le di palabra de ello. Y de aquí nació sentir mucho que
los prelados que ahora gobiernan, quisiesen entrar con
título de nuevas leyes sujetándolas a solos los confeso-
res que ellos pusiesen, y no me pareció mal que muchas
de ellas hayan alcanzado de su Santidad del papa Sixto
V las confirmase sus leyes. Y sintiendo los prelados es-
ta confirmación, porque les ataban las manos para no
andar quitando y poniendo leyes a las monjas como han
hecho a los frailes, que en cinco años han escrito 380 y
tantas leyes unas contrarias de otras, quitando unas y
poniendo otras, les ha sabido tan mal, que no supieron
con qué impugnarle sino con imprimir una carta contra
esta santa libertad, la cual les dejó la santa Madre en las
leyes y confirmándoselas el Papa, que les atajó los pa-
sos que debían de tener en quitársela.

272
Y porque se entienda de qué manera es esta libertad, y
no piense alguno que podían las monjas llamar a quien
quisieran, de suerte que pudiera haber algún peligro, lo
que se usaba en tiempo de la madre Teresa de Jesús era
nombrar el prelado, con consejo de la misma madre, en
cada pueblo donde había convento, tres o cuatro perso-
nas de las más graves y santas de aquel pueblo, o decir:
pueden las hermanas confesarse con padres de la Com-
pañía, o Descalzos Franciscos, si allí los había. Y a
ninguno otro podían llamar. Y entre estos mismos así
nombrados, se acaecía cualquier mínima inquietud por
causa del confesor, luego al punto les mandábamos que
no le llamasen otra vez para confesar. Y es bien se en-
tienda esto, con otras muchas cosas que acerca de ello
se podrían decir. Bien sé que son prelados los que es-
cribieron aquella carta contra el Breve, mas mientras
me durare la fe, antes creeré, obedeceré y reverenciaré
al Vicario de Jesucristo que a cualquier otro prelado
inferior que quiera impedir la ejecución de sus Letras
Apostólicas”271.

271
J. GRACIÁN, Scholias, en Monte Carmelo 68 (1960) 111-112; I.
MORIONES, Ana de Jesús, p. 250.

273
Capítulo XI
ÚLTIMOS DIEZ AÑOS
LA EXPERIENCIA DE LA CRUZ

1. Hija de obediencia.- 2. En la salud y en la


enfermedad.

Ana de Jesús, como discípula predilecta de san Juan de


la Cruz, salió aventajada, tanto en la teoría como en la
práctica, en la ciencia que vino a enseñarnos el Único a
quien debemos llamar Maestro. Santa Teresa y san Juan
de la Cruz no se cansaban de repetir que Cristo es el único
ejemplo y modelo, y todo su afán era ayudar a las almas a
encontrar el modo de imitarlo. Ya hemos visto la insisten-
cia con que Ana, a lo largo de su vida, recordó la lección a
sus amigos, y cómo la ponía en práctica cuando se le pre-
sentaba la ocasión.
Quizá por la dificultad y el misterio que lleva consigo
el sufrimiento, el Señor suele reservar para el final de la
vida, y para los momentos de mayor madurez espiritual,
las pruebas más difíciles. Por eso santa Teresa advierte en
sus Constituciones:
“Las enfermas procuren mostrar entonces la perfección
que han ganado y adquirido en salud, teniendo pacien-
cia, y dando poca importunidad cuando el mal no fuere
mucho” (c. 12).
El tema de la Cruz se presenta en el epistolario de Ana
con la persistencia de una idea central en su concepción de
la vida espiritual. Repite su convicción, trata de confirmar

275
en ella a sus interlocutores y, al llegar el momento de la
prueba suprema, abre su alma con una sencillez y un rea-
lismo tales que muestran bien a las claras la sinceridad de
sus expresiones.
Hasta ahora hemos seguido los pasos de Ana de Jesús a
través de su historia, siempre movida y apasionante, la
hemos contemplado como protagonista intrépida y entu-
siasta de empresas encaminadas a extender el reino de
Cristo en las almas. Este capítulo trata de recoger la lec-
ción de vida que nos ofrece Ana de Jesús en sus últimos
10 años, de 1611 a 1621. Período tan importante que en
los procesos de canonización se considera suficiente para
instruir una Causa.
La fuente, casi única pero de incalculable valor, que
nos permite asomarnos a su alma y escuchar el testimonio
vivo y sincero de su participación en la Cruz de Cristo, la
constituye un puñado de cartas conservadas por personas
de su entera confianza, como son, entre otros, el agustino
fray Diego de Guevara y la hermana Juana del Espíritu
Santo, ambos conocidos desde su estancia en Salamanca.
En su diálogo con ellos describe con sereno realismo sus
dolencias, pero sobre todo, manifiesta la actitud espiritual
con que las acepta, sin cerrarse en sí misma, pensando
continuamente en los demás y siguiendo el ejemplo de los
santos, con Cristo como modelo definitivo.

1. HIJA DE OBEDIENCIA
El marco jurídico en que vivió sus últimos años, sin
moverse de Bruselas, es el de la obediencia al Prepósito
General de la Congregación de Italia, representado por
Tomás de Jesús, 20 años más joven que ella, en cuanto
superior de los Descalzos de Bruselas hasta 1617 y como
276
Provincial de la nueva Provincia de Bélgica hasta 1620;
siempre según las Constituciones de santa Teresa, aproba-
das por Sixto V y confirmadas después por Inocencio IX,
Clemente VIII y Paulo V.
Sin embargo, no faltaron contemporáneos de la madre
Ana de Jesús que dudaron de su obediencia, ni autores
que, dando crédito a esos testigos, mantuvieron durante
mucho tiempo una opinión, desmentida por los testigos
del proceso de Canonización y por otras fuentes históricas
dignas de crédito. Quizá ello se debió a que Ana no obe-
decía “sin discurso del entendimiento” como hubieran pre-
ferido algunos superiores. Además, en caso de “conflicto”,
ella se atenía a la jerarquía de las autoridades y de las le-
yes, obedeciendo antes a Dios que a los hombres, y antes a
las leyes de la Iglesia que a las de la Orden. “Por respetos
humanos no deje los divinos”, aconsejaba a fray Basilio
Ponce de león el 1 de junio de 1610272. Ella obedeció al
padre Doria en España cuando le impuso preceptos, obe-
deció a Bérulle en Francia cuando le mandó con autoridad,
y obedeció a Tomás de Jesús en Bélgica cuando, imitando
a los dos anteriores, impuso su criterio en algunas cuestio-
nes prácticas.
En relación a este último, ya hemos visto que obedeció
a sus mandatos sobre los confesores, sin dejar por ello de
defender las Constituciones de la Santa; pero hay también
otros detalles que confirman su obediencia a los superiores
de Flandes, como lo había hecho con los de Francia. Si las
Fundaciones de Pontoise y de Dijon las hizo por indica-
ción de los superiores, en Flandes dejó la iniciativa en
manos del padre Tomás de Jesús. Escribe la madre Ana a
Diego de Guevara el 29 de julio de 1611:
272
BMC 29, pp. 240-241.

277
“Huélgome piense su paternidad hemos de volver allá.
Cierto lo deseo, aunque la mi madre Supriora no acaba
de determinarse a ello. Mas, si nuestros frailes no tra-
taren de hacer más fundaciones de nosotras, sin duda
nos volveremos, que para lo hecho no somos menester;
y es bien ir a morir entre católicos”273.
Ya hemos visto en el capítulo anterior cómo trataron
los frailes de resolver el problema con el Breve del 18 de
agosto de 1612, que les concedía la facultad de erigir “seis
monasterios de Monjas de la misma Orden en las provin-
cias de Bélgica”. Y cómo, siguiendo el modelo de Francia,
estaba previsto incluso comenzar las fundaciones con dos
monjas encargadas de instruir a las novicias. La Santa, en
cambio, comenzaba con una comunidad en marcha, para
que las nuevas vocaciones encontraran el camino trazado,
“porque, como hallan el camino, por él se van las de des-
pués”274. A Polonia consiguió la madre Ana enviar a sus
monjas, pero sus anhelos de fundar en Inglaterra y en el
Congo no encontraron ya el respaldo necesario.

2. EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD
“Hemos menester los que hemos ya edad llevar estos
cuerpos para que no derruequen el espíritu”, escribió santa
Teresa a su hermano Lorenzo el 19 de febrero de 1577. Y
ella supo gobernar el suyo de forma admirable para que no
le impidiera realizar su misión de Fundadora. También en
este aspecto Ana de Jesús le salió discípula aventajada.
Ella misma cuenta que les gustaba observar a la Santa en

273
BMC 29, p. 247.
274
Fundaciones, 9, 1.

278
los momentos de mayor sufrimiento para aprender cómo
comportarse, y que de la Santa heredó la devoción al santo
Job que Teresa, a su vez, había heredado de su padre. Dice
en la declaración para el Proceso de la Santa en 1597:
“La vimos tener grandes trabajos de muchas maneras, y
los llevaba con tanta paz y serenidad que nos admiraba,
diciendo siempre cuán dichosos habían sido los que ha-
bían padecido mucho por amor de Dios; y en cualquiera
adversidad que se la ofreciese la oíamos decir aquellas
palabras del santo Job: «Si recibimos de mano del Se-
ñor los bienes, ¿por qué no recibiremos los males? Él lo
dio, y Él lo quitó; como se ha placido lo ha hecho, sea
su nombre bendito» (Job 1, 21). Y afirmábanos que
desde que era niña, que había oído esto a su padre, que
era gran cristiano, he había aprovechado para pasar con
conformidad cuando se le ofrecía. Más era mucho su
rendimiento y sujeción a la divina voluntad, y por hacer
la de cualquiera en lo que no era malo, negaba la propia
suya con facilidad [...] Sus enfermedades fueron gran-
dísimas, y llevábalas con tanta paciencia, que de propó-
sito la íbamos a ver cuando más apretada estaba de
ellas para aprender cómo habíamos de llevar las nues-
tras. Era muy amiga de hacer penitencia, y decía que
sólo sentía en la enfermedad estorbarle esto, que lo pro-
curaba recompensar con la obediencia y mortificación;
que en lo poco y en lo mucho veíamos la tenía”275.
Y no sólo lo dijo Ana en su declaración en el Proceso.
Diego de Guevara declaró en la suya del 17 de febrero de
1610, respondiendo al artículo 67:

275
BMC 18, p. 473.

279
“Que oyó decir a la madre Ana de Jesús, que con haber
sido las enfermedades de la dicha venerable virgen Te-
resa de Jesús grandísimas, las llevaba con tanta pa-
ciencia, que de propósito la iban a ver cuando más
apretada de ellas estaba para aprender cómo habían
de llevar las suyas”276.
Ya vimos alusiones a su falta de salud en la correspon-
dencia epistolar de los años de Madrid y de las fechas pre-
vias al viaje a Francia. Son también conocidas las dos in-
tervenciones milagrosas de santa Teresa, en Granada y en
Dijon, cuando ya los médicos habían perdido la esperanza
de curarla. El invierno de 1607 a 1608, con el frío que pa-
deció en Mons, debió de afectar bastante a su salud, y
también pudieron influir los “trabajos” que el 15 de abril
de 1610 temía se le habían de doblar con la llegada de los
frailes277.
Las páginas que siguen, brotadas más de los labios que
de la pluma de Ana de Jesús (la pluma será casi siempre la
de Beatriz de la Concepción), constituyen, quizá, la mejor
lección de vida que nos dejó Ana de Jesús, y la prueba
más fehaciente de su santidad, aunque nos haya costado
cuatro siglos llamarla Beata.
1 de junio de 1610
La primera manifestación explícita sobre su estado de
salud la encontramos en la carta del 1 de junio de 1610 a
Basilio Ponce de León, religioso de su entera confianza; al
darle consejos sobre cómo guiar a una persona con pro-
blemas de salud, manifiesta algo sobre la propia. Pidiendo
disculpas “por esta mala letra”, explica el motivo:
276
BMC 37, p. 198.
277
BMC 29, p. 237.

280
“Que me levanto tan flaca de una enfermedad, que me
tiembla mucho la mano; y no quise escribir de ajena, y
de la mía no podré decir ahora lo que quisiera a vuestra
merced. Sólo digo que no desconfíe del remedio de la
indisposición que me escribe de aquella persona. Con-
suélela, padre mío, con afirmarla que es humor natural,
y que, cuando aflige sin causa de nuestra parte, es más
pena que culpa, que no la hay en enfermedades natura-
les; y no se cura con rigor, sino con paciencia y humil-
dad, pidiéndoselo a Dios, y dejando de comer lo que
sospechare le ha de hacer mal o que sabe se le ha hecho
alguna vez. Que así puedo yo pasar con este mi mal de
gota, dejando muchas cosas regaladas que me envían
sus Altezas, que me daría gusto comerlas y no oso, por-
que no me crezcan los dolores y me tulla, como otras
personas que de ordinario están impedidas con este
mal, que es peor cuando le regalan y dejan de hacer
ejercicio y trabajar. Desde que salí de España no me
había sangrado hasta ahora. Mire vuestra merced cuán-
to importa el buen regimiento y el quitarnos nuestros
gustos. A mí me le diera poder hablar en esto sin carta.
Y a renglón seguido pasa a hablar de la edición que es-
tán planeando de los libros de la Santa en latín, y de la paz
que gozan
“en estas tierras y más ahora que hemos estado a punto
de perdernos con esto rumores de guerra; aunque nunca
lo creí, por la paz que en mí sentía, y así lo decía y se
reían los que me oían. También se reirá vuestra merced
si digo habrá paz en la guerra de allá. Con las oraciones
de estas hermanas espero la habrá. Ayúdenos, señor y
padre mío, con ser muy devoto de nuestra Santa y ejer-
citarse mucho en predicar. Por ninguna manera de es-

281
tudio deje de hacer sermones, que quiere Dios que,
ayudando a los otros, se ayude a sí. Su Majestad se lo
haga hacer y me guarde a vuestra merced como se lo
suplico”278.
Nótese el realismo con que alude a sus achaques, pero
manteniendo al mismo tiempo la mente abierta a la paz de
que están gozando en Bruselas y a la guerra que amenaza
a su interlocutor; y aún le queda humor para darle un con-
sejo: que no se centre en sus estudios hasta olvidarse de la
predicación, y que la predicación la prepare de tal modo
que le sirva para su provecho espiritual.
De una carta de Ana de Jesús a Beatriz del Sacramento,
priora de Salamanca (30-7-1610), se salvó medio folio,
utilizado para hacer de relleno en el relicario de una carta
de santa Teresa, y que el restaurador devolvió a las monjas
entre otros trozos de papel. Cuando, en mi recorrido por
los conventos en busca de documentación para la tesis
doctoral, las hermanas me mostraron aquellos papeles,
reconocí la letra de Ana y recuerdo que les dije: Ya veréis
que dice algo hasta en un fragmento, pues sus escritos no
suelen llevar “paja”. Y la primera frase entera que leí de-
cía: “Nunca escribo cosa que no se pueda ver; si eso no
fuera, harto dijera en ésta”. Para nuestro tema se salvaron
dos frases también importantes:
“Siento el no poder hacer esto, que me es imposible por
mi poca salud y muchas ocupaciones. No sé cómo vi-
vo, según me traen Dios y las gentes, Su Majestad se
sirva de ello”.

278
BMC 29, pp. 240-241

282
“Recibo ahora la que va con ésta del padre fray Tomás.
Y, aunque dice se vendrá luego, no lo creo, porque con
el señor Quintanadueñas y unas cartas de favor que le
he enviado, pienso ha de acabar una fundación”279.
Como la fundación de París tropezó con nuevos obs-
táculos, Tomás de Jesús dejó allí a dos padres franceses
para que negociaran y cumplió su promesa presentándose
en Bruselas el 20 de agosto; y el 18 de septiembre le pres-
taron obediencia como hemos visto. La actitud con que
vivía Ana de Jesús en esos momentos se trasluce en este
pasaje de la carta del 21 de septiembre a Diego de Gueva-
ra:
“A lo que me escribió en la pasada vuestra paternidad
no respondo. He suplicado a nuestro Señor lo haga con
el efecto que se desea por darle gusto. Quítese, mi pa-
dre, cualquiera que tenga, que hemos de vivir siempre
muriendo y así gozaremos de vida eterna”280.
Y aquí se interrumpe durante un año la correspondencia
con los amigos. El 21 de julio de 1611 escribe a Diego de
Guevara explicando el motivo:
“La causa de tanto silencio es la falta de mi salud: ha
más de tres meses que no la tengo un solo día, y así no
puedo acudir a Dios ni a los amigos; falto a todos y a
mí, de manera que pienso algunas veces vivo como sin
alma según la poca cuenta que tengo de lo que debo.
Háyame lástima vuestra paternidad y pida a nuestro Se-
ñor me dé su gracia. Espero por la merced que me hace
en sus santos sacrificios la he de tener. Esme gran con-

279
BMC 29, p. 242.
280
BMC 29, p. 244.

283
suelo saber se acuerda de mí vuestra paternidad y nues-
tro padre maestro Antolínez. Huélgome piense su pa-
ternidad hemos de volver allá [...].
Y, olvidándose de sus enfermedades, vuelve a intere-
sarse por otro de los temas que trae entre manos desde
hace tiempo:
“Heme consolado de que se pueda imprimir el Libro de
Job. No sé qué orden tenga para ayudar a eso, buscán-
dola ando y hasta hallarla no escribo la padre maestro
fray Basilio Ponce de León; suplico a vuestra paterni-
dad se lo diga y dé mis recados. Recíbalos, padre mío,
de la madre Supriora, que es muy su sierva; yo hasta la
muerte. Suplico a Dios me guarde a vuestra paternidad
con la salud y santidad que deseo”281.
De un mes más tarde, 28 de septiembre de 1611, tene-
mos una larga carta a María de las Llagas, priora de Con-
suegra. Profesa de Madrid (21-10-1590) había sido trasla-
dada a Consuegra, al igual que María de San José y María
de la Encarnación, en la tarea de la Consulta para reducir
el convento a su obediencia. La importancia especial de
esta carta se debe a la confianza con que trataba Ana de
Jesús con sus hijas de Madrid y al hecho de que ella mis-
ma llevaba ya un año bajo la obediencia directa de Tomás
de Jesús y estaba experimentando las consecuencias del
“nuevo gobierno”. Esta carta nos ofrece una visión pano-
rámica del mundo en que vivía Ana de Jesús a mediados
de 1611:
“Jesús María. El Espíritu Santo con su divina gracia
fortalezca y consuele a vuestra reverencia, madre mía.

281
BMC 29, p. 247.

284
Anímese mucho, pues ha querido Su Majestad dejarla
tan sola, sin la compañía de las dos Marías. La tercera
es fiel amiga y se la hará a vuestra reverencia buena, y
en el cielo nos juntaremos todas282. Pídaselo a Dios,
madre mía, que harto sentimiento es para mí estar en la
tierra sin las que tanto quería, que aunque lejos, me
consolaba de saber estaban vivas y que con su ejemplo
aumentaban la Religión.
Por su divina misericordia mucho crece por acá y de
veras parece se sirve Su Majestad en estos trece con-
ventos que están ya fundados. Hay profesas más de
doscientas y tantas monjas en Francia. Y aquí trátase
de hacer más fundaciones, que eso nos detiene, que, no
habiéndolas, sin duda nos volveremos a España; si no
fuese que la señora doña Luisa de Carvajal con sus ora-
ciones alcanzase de Nuestro Señor fuésemos a Inglate-
rra. Cada día está más santa y muy a menudo nos escri-

282
María de San José (Dantisco) había fallecido el 7 de mayo de
ese año. En carta a su sobrino Tomás Gracián decía el día 15 la ma-
dre Francisca: “Yo, mi Padre, he perdido hermana, amiga, compañe-
ra, madre y maestra y todo mi gobierno y consejo, que con éste acer-
taba, y el alivio de mis cuidados espirituales y temporales, que para
todo era buena y agradable [...] Por ella me tiene Dios en la Religión,
y le he debido más que a mi propia madre” (MHCT 9, pp. 632-637).
La segunda era María de Santo Domingo, natural de Consuegra, que
había profesado el 29-6-1598 (MHCT 9, p. 286). La tercera es María
de la Encarnación, la primera que recibió el hábito en Madrid de
manos de Ana de Jesús. A partir de esta fecha aparece con regulari-
dad en el encabezado de las cartas el nombre de María, unido al ana-
grama de JHS. Antes había aparecido únicamente en la carta del 24-
11-1610 al señor Prats (BMC 29, p. 345). Quizá el recuerdo de las
tres Marías tuvo algo que ver con ello, pues la madre Ana siempre va
a la fuente y le gusta repetir que hay que amar lo que dura para siem-
pre.

285
bimos. Con esta irá una de sus cartas; no será de las
mías, que como trata de negocios luego las rompo.
Al reino de Polonia procuraban que fuésemos a fun-
dar a Cracovia. Como están allá nuestros Descalzos y
he sabido que las nuestras monjas de Génova están más
cerca, nos hemos excusado.
De los libros de las Fundaciones y de los Cantares
que imprimimos de nuestra Santa Madre he enviado a
ese convento y a todos los de España. Por si no hubieren
llegado procuraré que nuestro padre Gracián con ésta
envíe otros para vuestra reverencia”.
Luego pasa a interesarse por la familia de la destinataria:
“Deseo saber, mi madre, cómo está el señor Marqués
de Almazán, su hermano, y si ahí la hacen amistad, y
esas mi señoras sus hermanas, y qué se ha hecho la se-
ñora doña Juana Puertocarrero, si quedó en ella el con-
dado de Medellín; que ya sabe vuestra reverencia cuán
sierva soy de todos los suyos. Dios los dé el bien que
desean, madre mía”.
Y pasa a informarla de su salud:
“Encomiéndeme siempre a Su divina Majestad y hága-
me la caridad de encargarlo a sus hijas, y reciba de las
de acá muy particulares recados, en especial de la Su-
priora, que es la que me escribe, por quitarme del gran
mal que hace a mi cabeza el hacerlo. Yo siempre ando
cargada de mi gota y no ha más de ayer que la tuve en
la cabeza, de arte que no podía sufrir la toca. Mas ando
levantada y esfuérzome cuanto puedo, que es menester
en estos principios”.
Y se olvida de sus males:

286
“Con harta perfección comienzan las francesas, que al-
gunas veces me parece me enseñan ellas más a mí, que
yo a ellas. Las que están puestas por prioras gobiernan
muy bien. Son grandes sujetos las que han entrado, de
lo mejor de estas tierras, que ya sabe, mi madre, soy
amiga de gente honrada.
En viendo a su Alteza de la Infanta haré lo que vues-
tra reverencia me manda. ¡Oh, si viese qué linda casa
nos han hecho aquí! No tiene otra falta sino ser tan de-
masiada para nosotras. Ha desde el día de nuestro padre
San José estamos en ella, aunque la iglesia no está aca-
bada; eslo ahora la que ha de ser después nuestro coro,
que bastaba por iglesia. Toda la vida hacemos coro en
el que ha de ser ‘de profundis’. De renta y capellanes
está bien dotada. Y nuestros Descalzos ya han comen-
zado a edificar su casa en el mejor sitio que ningún
convento de los que hay aquí.
Nuestro padre Gracián los quiere y ayuda harto. Él es-
tá en su convento de Calzados siempre predicando y
haciendo bien a las almas imprimiendo libros; los de
nuestra Santa Madre hemos traducido en tantas lenguas,
francesa, flamenca, inglesa, alemana y latín e italiana,
que todas las naciones se aprovechan de lo que Dios
obró y obra por nuestra Santa. Ella nos alcance ser sus
verdaderas hijas. Por acá lo procuramos en guardar
sus Constituciones sin faltar una letra. Si tiene vuestra
reverencia algunas de las que imprimí en Madrid y allá
no las aprovechan, envíemelas por camino que no se
pierdan.
Y otro día, madre mía, no me escriba que la tengo ol-
vidada; enojarme he si sé tiene tal pensamiento la que-
ridísima hija Francisca de las Llagas, que en mi alma la
tengo entrañada y allí estará hasta que delante de Dios

287
nos veamos. Su divina Majestad me guarde a vuestra
reverencia y dé mucha gloria a las difuntas, que de to-
das tenía noticia, si no era de Magdalena del Espíritu
Santo. Luego le haremos el oficio.
Ha gran tiempo que no escribo ni me escribe la nues-
tra Catalina de San Francisco, mucho me pesa esté tan
sorda. También parece está muda Mariana de los Ánge-
les desde que volvió por conventual de Talavera, que
fue harto disparate quitarse de la casa donde había pro-
fesado. El mayor alivio que tengo cuando estoy cansa-
da es acordarme que puedo volver a ella; siempre me
escriben que lo desean. Dios lo ordene y dé a vuestra
reverencia la salud y el bien que le suplicamos”283.
De pocos días después, aunque en el registro falta la fe-
cha, es la siguiente carta a Diego de Guevara, con nuevos
detalles sobre su salud y sobre su actitud, siempre llena de
ánimo y de proyectos:
“Esme confusión el caso que allá y acá se hace de mi
salud, gastándola yo tan sin provecho. Creo me la ha
dado Su Majestad por consolar a los que me hacen
merced, y que los santos sacrificios y oraciones de
vuestra paternidad lo han alcanzado y la visita que hizo
a nuestra santa Madre. Presto se la enviaré pintada con
todas sus revelaciones, que hemos hecho imprimir un
libro entero de ellas.
El de Job deseo se imprima luego, que de Madrid me
han prometido prestarán doscientos ducados a la madre
Priora de ahí, que dé para ello, con condición que en es-

283
BMC 29, pp. 248-249.

288
tando impreso se los vuelvan en libros o en dineros284;
suplico a vuestra paternidad lo diga al padre fray Basi-
lio, que no los he hallado de otra manera, y aun esta
cuesta hartas cartas y haber de esperar que allí se venda
un censo de una viuda de aquí, que no piensa hace poco
en prestarlo. Si yo pudiera, fuera dado, mas no se pue-
de en este estado, que aun nos limitan el dar limosna.
Mucha les han hecho aquí a nuestros Descalzos y en
Francia. Bien los aceptan en estas tierras; y harto que-
rrían más fundaciones de nosotras. Mas el nuevo Ge-
neral de Italia no sé cómo lo determinará, que comienza
con tanta prudencia que le he escrito: «Si no se ha de
fundar más, no tenemos qué hacer acá»”285.
El nuevo General, Juan de Jesús María, que ya hemos
encontrado en el capítulo anterior, fue elegido en abril de
1611, y, como hemos visto por su carta de 15 de septiem-
bre de 1612, estaba condicionado por la información que
le enviaba Tomás de Jesús. Esta carta de Ana confirma
que el padre Tomás resultó un freno para las fundaciones
de las monjas.
Bajo el gobierno de Juan de Jesús María, escribe su
biógrafo, padre Strina, “se fundaron nuevos conventos y
monasterios y se amplió el territorio de las misiones en-
comendadas a la Congregación. Gracias a sus gestiones
siendo Procurador General, se fundó el 22 de mayo de
1611 el Convento de París. Siguieron luego las fundacio-
nes de monasterios en Cracovia, Amberes, Aviñón y Cre-

284
Ya hemos visto en la carta anterior que “andaba buscando” el
modo de contribuir a la empresa. No perdió el tiempo.
285
“La carta de la m. Ana no se halla en el Archivo General”, anotan
los editores.

289
mona; y de conventos en Lovaina, Nancy, Bolonia, Colo-
nia, Lublín, Leópolis y Fossombrone. El 7 de diciembre
de 1613 se funda el Seminario de Misiones en San Pablo
del Quirinal. Una larga negociación, llevada a cabo perso-
nalmente por él durante su Generalato con el Cardenal
Federico Borromeo, hizo posible la fundación del conven-
to de Milán en 1614”286.
Como puede verse por estos datos, en esos momentos la
Congregación italiana era más bien cosa de hombres. No
se olvide que se hicieron cargo de los monasterios de
monjas ya existentes porque se lo impuso la obediencia.
Más que de promover nuevas fundaciones, parecen preo-
cuparse de reducir las ya existentes al carril de sus Consti-
tuciones. Volviendo a la carta de Ana de Jesús, continúa:
“Querría <el General> fuésemos a Cracovia; y helo ex-
cusado por no salir de los términos de España y porque
he sabido están más cerca las nuestras de Génova, que
ha 26 años que profesaron y han dado buena cuenta de
dos conventos que han fundado, después que vinimos,
en Nápoles y en Roma287. Y otras cosas que no digo me
detienen. Paréceme que harto hemos andado nosotras,
bastando ahora asistir en estos estados para conservar lo
hecho, como dice vuestra paternidad.
La mi madre Supriora con su buen espíritu se querría
desterrar, mas no querrá Dios que nos apartemos hasta
que me lleve consigo. Poco ha faltado según he estado.
He quedado con tanta salud que me espanto. Ha costa-
do muchas lágrimas a las de dentro y fuera de casa. No

286
G. STRINA, Juan de Jesús María (1564 - 1615). El Calagurri-
tano. Arenzano 2016, p. 68.
287
Nápoles en 1607 y Roma S. Egidio en 1610.

290
sé para qué me quieren, que no aprovecho nada. Bendi-
to sea Dios que me sufre”288.
21 de enero de 1612
La siguiente página autobiográfica de Ana de Jesús está
fechada a 21 de enero de 1612, y nos muestra cómo el Se-
ñor la va acercando, también espiritualmente, a la expe-
riencia de su Pasión. Escribe a Diego de Guevara:
“El Espíritu Santo esté siempre en el alma de vuestra
paternidad aumentándole la caridad. Muy particular la
recibo con las de vuestra paternidad, y mi falta de salud
no me da lugar a hacer esto las veces que lo deseo.
Sírvase Dios de ello. Cada día me aprietan más mis
achaques y ansí tengo gran necesidad de la merced que
me hace vuestra paternidad con sus santos sacrificios y
oraciones.
Muy de veras me encomiendo en las de nuestro padre
maestro Antolínez y en las del padre maestro fray Basi-
lio de León, que me fuera consuelo poderle servir con
lo que es menester para la impresión del Libro de Job,
mas no es posible sino, como he dicho, por mano de la
madre Priora de ese nuestro convento, que la he escrito
no los dé sino con seguridad de que se hará luego la
impresión, y que de ella se pagarán en dineros esos
doscientos ducados; que no piensa ha hecho poco quien
nos los prestó con esta condición. Harto fue hallarlos y
enviarlos ahí; deseo hayan llegado, que mucho ha los di
al padre fray Pedro Manrique para que los enviase, por-
que no acaban en Madrid de vender un censo de donde
decían me los prestarían. No importa se sepa lo que se
hace con seguridad de conciencia. En la de vuestra pa-
288
BMC 29, pp. 251-252.

291
ternidad encargo la seguridad de la paga; y, si le parece
no la ha de haber, aconseje a la madre Priora no los dé,
que no conviene hacernos mal por hacer bien. Yo se lo
escribo y pido un libro de los que han quitado algo, que
no lo he visto. Con esta envío a vuestra paternidad otro
de los Cantares.
Y acabe ya, señor y padre mío, de decir males de sí y
resuélvase a gozar del bien que hay en la tierra, que es
padecer por amor de Dios. ¡Oh, si supiésemos lo que
valen los desprecios! El corazón se me va por estas
imágenes de nuestro Señor Jesucristo en pasos de la Pa-
sión, viendo que yo por Él nunca he estado así. Tanta
fuerza me hace pintado como hiciera en revelación, y
aun no sé si más, como lo asegura la fe. Si la tuviéra-
mos viva, haría maravillas en nosotros; y en los religio-
sos más, por la obligación que tenemos. Dios me la ha-
ga cumplir y guarde a vuestra paternidad como deseo,
en Bruselas, 21 de enero de 1612. Señor y padre mío,
de vuestra paternidad muy sierva. Ana de Jesús”289.
El 26 de febrero de 1612 escribía todavía de su puño,
con letra grande y recia, un billete para la priora de Sala-
manca, Beatriz del Sacramento, y terminaba con estas pa-
labras:
“A todos los amigos y amigas nos encomiende, madre
mía, que no puedo escribir más, que estoy acabadísima
la vista. Dios nos dé la suya y me guarde a vuestra re-
verencia y a todas con los bienes que deseo”290.

13 de noviembre de 1613

289
BMC 29, pp. 253-254.
290
BMC 29, p. 255. Cf. Salamanca, C. Descalzas, Carpeta 7ª, n. 21.

292
Después de un salto de más de 20 meses tenemos unas
líneas de Ana de Jesús a Luisa de Carvajal y Mendoza,
que le invitaba a fundar en Inglaterra:
“Gracias a Dios que en cuarenta y cuatro años y más de
carmelita descalza, aunque indigna, no hemos merecido
gozar de lo que en nueve que ha que está vuestra mer-
ced en ese reino, pues ya se ha visto dos veces encarce-
lada. ¡Oh, mi señora, que de envidia he derramado har-
tas lágrimas! Cierto que la que falleció en el alboroto de
la prisión goza de la corona de mártir, como nuestra
santa Leocadia de Toledo. Sus compañeras deseo estén
ya libres; y que, si ejecutan el destierro de vuestra mer-
ced, se nos venga acá, pues sabe con el amor que aquí
la serviremos y el que la tiene la Infanta nuestra, a
quien luego se lo he de escribir. Envidia he tenido a
esas señoras que han acompañado a vuestra merced”291.

25 de noviembre de 1615
Al cabo de otros dos años, nos encontramos con una
nueva página autobiográfica de Ana de Jesús. Quizá sea la
carta más elocuente de las dictadas por ella, coincidiendo
precisamente con el día de su 70 cumpleaños. Le dice a
Diego de Guevara el 25 de noviembre de 1615:
“¡Cuán mayor consuelo me fuera hablar a vuestra pa-
ternidad que escribirle! Que no se puede decir lo que se
quiere, ni en lo que ha parado la devoción que yo tenía
con el santo Job. Es imposible entender la distancia que
hay entre el desear y el obrar, y qué corto queda nues-
tro conocimiento de lo que es la pura virtud y propio
desprecio. ¡Oh, cómo sabe Dios hacer y deshacer! No
291
BMC 29, p. 355

293
hay injurias ni trabajos ni desprecios que lleguen a ver
cómo estaba el corazón de mi Señor cuando dijo de Sí:
«Soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y
deshecho del pueblo»292. Quien se ve en esto, no le pa-
rece dijo nada Job cuando se quejaba de que se mostra-
ba la divina potencia en perseguir una astilla seca. Es-
toilo de manera, padre mío, que lo que entiendo dejo en
silencio. Es imposible pronunciar del arte que Dios me
tiene; solíale yo llamar encubridor de mis pecados; aho-
ra digo que los manifiesta con el castigo, que es tan las-
timoso e inquieto, que me escondo de las que están de
la puerta adentro. De día y de noche me hago pedazos y
no hay un punto de sosiego. Sólo me dejan oír misa ca-
da día y recibir a Su divina Majestad, llevándome en
peso a la ventanica de comulgar, y allí me estoy des-
membrando de dolores y temblores.
Y ansí quieren que sea priora y me fuerzan acudir a
cuanto se ofrece. Y son tan bobos estos príncipes, y los
que me hablan, que luego les parezco santa, y para
condenada no me falta más de estar en el infierno.
Suplico a vuestra paternidad, con sus santos sacrifi-
cios y oraciones, me alcance de nuestro Señor perdón y
no entre en juicio conmigo (Salmo 143, 2), mas por su
misericordia me salve. Quedo segurísima de que vues-
tra paternidad lo hará esto con el amor que me debe,
que pienso es más del que me muestra. Mas, como ya
no puedo escribir de mi mano, en muchas partes falto
la correspondencia que solía.

292
Salmo 22, 7. Este versículo lo recordó y lo vio cumplido al vivo
en su viaje por Francia en 1604 al encontrarse en un sagrario con
partículas agusanadas (cf. p. 149).

294
A nuestro padre maestro Antolínez beso las manos y
suplico me encomiende a Dios; y al padre maestro fray
Basilio que, si su paternidad no acaba de imprimir el
Libro del santo Job, que enviándomele acá con las li-
cencias y aprobación que tiene para imprimirle, le haré
imprimir sin que se mude una letra; que muy bien sacan
aquí las impresiones españolas, y es lástima se esté tan-
to tiempo escondido ese tesoro. Dios dé gloria a quien
le escribió, y me guarde a vuestra paternidad con los
bienes que deseo, en este convento de Bruselas, 25 de
noviembre 1615. Ana de Jesús”293.
Y un mes más tarde, el 23 de diciembre, escribe a Juana
de Espíritu Santo, hermana de Beatriz de la Concepción,
que le hace de secretaria. Juana, que había sido novicia de
Ana de Jesús, sufrió también largas enfermedades y se
consolaba con su antigua maestra; eso explica, en parte, el
tono de la carta:
“Nuestro Señor Jesucristo nazca en su alma de vuestra
reverencia, porque con su divina presencia tenga tan
buenas Pascuas como suplico a Su Majestad, y esos se-
ñores sus hermanos, hija mía. Déselas de mi parte, que
muy de veras les deseo el descanso y acrecentamiento
que merecen, y aquí se las procuramos al señor don
Diego. [...] Y crea tengo muy presente el día de santa
Catalina, que, si en él nació en la Religión, yo nací en
el mismo en la tierra; y me huelgo de haber nacido por
haber conocido y servido a vuestra reverencia. Cada día
la amo más, y sobre esto tengo contienda con mi madre
Supriora. Y ella me ama de manera que me atormenta
por lo mucho que siente mi enfermedad; es tanto, que

293
BMC 29, pp. 256-257.

295
algunas veces me enojo y la echo de la celda, que anda
tan llorosa que es lástima. Ansí me vengo de la poca
que me tuvo cuando, por no ser priora, quiso lo fuese
yo. Que tenía casi vencido a nuestro padre general para
que me dejase libre, mas grandes y chicos dieron en es-
te montón de tierra y quien anda arrastrando en ella. Si
Dios, por su misericordia, me sacare de esta cárcel, le
suplicaré me deje ver a vuestra reverencia, que deseo
aquí o en el cielo nos veamos juntas. Ruégueselo, hija
mía, y agradézcale lo que le debe y no se deje melanco-
lizar con sus penas, que es gran bien estar en estado
que nos llegue más a Su divina Majestad. [...]
Yo hago lo que me manda con la de su nombre <Jua-
na del Espíritu Santo>. Es milagro el estar tan buena
que puede ser portera, que aquí es trabajo serlo por la
grandeza de la casa. Como es fundación real, hay tanto
en ella que andar, que digo perdemos el mérito de la
clausura viviendo en tanta anchura de jardines y fuentes
y estanque de pescado. ¡Qué gusto me fuera de ver en
ella a vuestra reverencia y en unas vistas de la torre que
alcanzan muchas leguas! De todo estoy privada, que en
mis pies no puedo dar un paso, y algunas veces pienso
hemos de volver a España. Harto lo desea el obispo de
Badajoz <su primo Cristóbal de Lobera>. Si él puede,
no se irá sin ver a vuestra reverencia”294.

2 de marzo de 1616
Gracias a Diego de Guevara tenemos una página más
del diario de la enfermedad de Ana de Jesús. Nótese el
realismo con que cuenta a las personas de su entera con-

294
BMC 29, pp. 258-259.

296
fianza los detalles de su falta de salud, y al mismo tiempo
el interés que mantiene por cuanto la rodea y por las em-
presas que trae entre manos. Le escribe el 2 de marzo de
1616:
“Nuestro Señor esté siempre con vuestra paternidad
dando el premio de la merced que me hace con sus san-
tos sacrificios y oraciones, que cada día tengo más ne-
cesidad de ser ayudada de Dios y de sus siervos. Heme
holgado de que nuestro padre maestro Antolínez se
compadezca de mí. ¡Oh, si me viera, cómo sé que se
enterneciera más que los amigos de Job! Que él podía,
con su teja, limpiarse, y yo, con mi impedimento, no es
posible.
Y son estas hermanas tan bobas, que se alegran de te-
ner una priora que la traen en peso. No sé, señor y pa-
dre mío, para qué quiere Dios esto y estarme siempre
desmembrando. Sírvase Su divina Majestad de ello, que
mil veces me canso de quejarme, y así procuro, cuanto
puedo, estar en soledad y silencio. En él me acuerdo de
vuestra paternidad, que nunca me olvidaré de quien tan-
to quiero.
El padre maestro fray Basilio de León no me escribió
ni sé del Libro más de lo que vuestra paternidad me di-
ce. Si quieren le imprima aquí, envíenmele luego, que
haremos vaya de muy buena letra y papel. [...] Para que
el libro venga seguro no es menester más de darle en
nuestro convento ahí a mi madre Priora, que ella o la
hermana Juana del Espíritu Santo, que con cada ordina-
rio nos escriben aquí, nos le enviarán a buen recado,
que con cuidado y amor nos envían las cosas el correo
de Madrid, como se verá en una que va con ésta. Bien
me holgara yo quedara allá lo auténtico y que sólo un

297
traslado verdadero viniera acá, por si acaso sucediese
alguna mala fortuna en el camino, aunque ninguna nos
ha sucedido desde que salimos de España. Y ansí pien-
so vendrá esto con seguridad por la vía que digo. Será
menester avisarme de qué tamaño quieren el libro y lo
demás que fuere menester, para que se haga a gusto del
mi padre fray Basilio de León, que en el alma tengo
siempre a su tío <fray Luis de León>; déle Dios infinita
gloria, que no ceso de suplicar se le aumente, y a vues-
tra paternidad la divina gracia, con muchos años de vi-
da para que sirva a Su divina Majestad como deseo”295.

11 de julio de 1616
Ahora es Juana del Espíritu Santo, la hermana de Bea-
triz de la Concepción, quien conservó las páginas de este
“diario”. Ella, ante la noticia de los sufrimientos de Ana
de Jesús, había reaccionado ofreciéndose a cargar con
ellos para que la Madre se viera libre, pero el 11 de julio
de 1616 obtuvo esta respuesta:
“Jesús y María estén con vuestra reverencia, hija mía.
Mucho me consuelo con sus cartas, mas no me cae en
gracia que quiera mis dolores, que la matarían en un
día, que a mí, por mis pecados, me duran tantos; y de-
seo que vuestra reverencia viva y sirva muchos años al
que la escogió para sí y la sacó de tanta malaventura
como en el mundo se pasa. Si no, pregúnteselo a nues-
tra Reinita de Francia, que nos tiene lastimadas lo que
allí pasa296. ¡Dichosas las monjas descalzas, que todos

295
BMC 29, pp. 260-261.
296
Ana de Austria, hija de Felipe III de España y de Margarita de
Austria, nacida en 1601, se casó en 1615 con Luis XIII de Francia,

298
sus trabajos paran en bienaventuranza! Ruegue a Su
Majestad me vea yo en ella. Y no me agradezca lo que
la quiero, pues se lo debo y no la puedo servir en nada,
ni a esos señores sus hermanos” [...]
Y después de la firma añade Beatriz por su cuenta:
“Las imagenitas que van en el cartón envía Juana del
Espíritu Santo; harto temo que ha de llegar todo moli-
do. Dígamelo, mi hermana, y si la dan abierto el pliego
o si le diezman primero. En dos pedazos de quijadas
van sus muelas, digo una o dos en cada una”297.

4 de septiembre de 1616
Del 4 de septiembre del mismo año 1616 se conserva
otra carta a Juana del Espíritu Santo, que sigue con la poca
salud acostumbrada. Entre enfermas se consuelan y ani-
man mutuamente:
“Jesús María estén siempre con vuestra reverencia, hija
mía. Y ¡qué creído creo yo todo lo que me dice, y mu-
cho más que no puede pronunciar! Acabe ya, no se due-
la tanto de mí ni de sí. No quiera descansar. Cuando se
vea en mayores trabajos, acuérdese de san Lorenzo, que
decía cuando estaba en las parrillas abrasándose: «Gra-
cias te hago, Señor, porque así me abres las puertas del
cielo», que están tan fuertemente cerradas, que fue me-
nester para entrar por ellas que el mismo Señor de la
gloria padeciese. Esto lindamente se dice y se piensa,
mas cuando aprieta, cierto me hacen gritar, y véome
toda descoyuntada, tan impedida, que no me puedo ser-

pero no fue feliz en su matrimonio. Vivió aislada en la corte y con


poderosos enemigos, como el cardenal Richelieu, hasta 1666.
297
BMC 29, p. 262.

299
vir ni ayudar de ninguno de mis miembros. Y la Secre-
taria se enoja porque digo que no me sabe sonar, y si
una lágrima me cae de los ojos, no me puedo limpiar.
Mire en qué estado está su pobre madre, que para
echarla la bendición no puedo menear la mano. Échose-
la con el corazón, que ha más de tres años que no me
persigno, y no se me acaba la esperanza de que nos
hemos de ver. Poderoso es Dios para resucitar los hue-
sos secos; no lo están los míos, sino tan hinchados. Y
luego quise hacer el remedio que me escribió. Y tomé
azúcar con vino tinto, que me abrasó, aunque era bien
poco. No es posible beber sino agua muy fría. Harto le
pesa al doctor Paz, que es nuestro médico. Ahora me ha
dado una purga, con que he echado mucho mal humor,
mas quedo tan desfallecida que parece me ha quitado
diez años de vida. No sé para qué me lamento con
quien tanto lo siente.
Quédese con Dios, hija mía, y espere una gran gloria
por sus diez y ocho años <había tomado el hábito en
1598 siendo priora Ana de Jesús>. Bien contados los
tengo, y muy agradecida estoy a la merced que me ha-
cen esos señores sus hermanos. Bésoles las manos y de-
seo servirles en algo. Con mis pobres oraciones lo ha-
go. [...] Encomiéndeme a todas mis madres y hermanas,
dando a cada una particular recado, que se le diera yo
con un abrazo”. Y añade después de la firma:
“Todo lo puede el amor, hija mía; sin él no pudiera
hallar azahar. Yo apostaré la costó más diligencias y
cuidados que granos tiene. No busque más, que es muy
caliente y por acá se halla; que siempre riño con su
hermana porque no cesa de buscarme demasiado rega-

300
lo; que me cansa tener tanto y ver que no me aprove-
cha”298.
1 de noviembre de 1616
La siguiente carta a Diego de Guevara nos ofrece una
nueva página de este diario de la enfermedad de Ana de
Jesús, en el que podemos admirar el realismo sereno con
que ella describe su situación y cómo, no obstante la difi-
cultad de la prueba a que el Señor la está sometiendo, sabe
encontrar fuerzas para continuar sus proyectos e interesar-
se por los demás. Le escribe el 1 de noviembre de 1616:
“Jesús María. El Espíritu Santo esté siempre en el alma
de vuestra paternidad haciéndole hacer en todo su divi-
na voluntad, que creo lo es el caso en que ahora se ve,
aunque me lo escribe con tanta brevedad y oscuridad
que no se deja entender. Mas, encomendándolo a Dios,
me ha parecido hará lo que conviene a vuestra paterni-
dad, para obligarle a servirle más y más, con mucha fi-
delidad y gran confianza de que Su Majestad le ha de
ayudar, haciendo de su parte, lo que pudiere, con paz.
Señor y padre mío, ruéguele la tenga yo en las fatigas
tan grandes que padezco con estos dolores tan terribles
que me tienen descoyuntada. Que, aunque los apetezco
y veo claro es muy poco para el castigo que merecía el
menor de mis pecados, quéjome tanto y siéntolo de ma-
nera que me lamento como el bienaventurado Job. ¡Oh,
qué al vivo me le han ahora traído pintado, con su mu-
jer y amigos, que todo parece que está hablando! Es un
gran retablo. Harto quisiera fuera impreso ese su libro.
Solicítelo vuestra paternidad con el padre maestro fray
Basilio. Si me le hubiera enviado, ya estuviera hecho;

298
BMC 29, pp. 263-264.

301
es lástima obra de tan buen autor no salga a luz. Nues-
tro Señor nos la dé en todo y me guarde a vuestra pa-
ternidad con los bienes que deseo.
Suplico me haga merced de decirme tres misas de la
Santísima Trinidad con conmemoración de Nuestra Se-
ñora y del apóstol san Pedro.
De las cosas de por acá, de nuestras hermanas, sabrá
vuestra paternidad que, por la misericordia de Dios, ca-
da día van mejor. No cesamos de fundar”.
Y añade después de la firma: “Suplico a vuestra pa-
ternidad dé recados de nuestra parte y de la secretaria,
que es muy sierva de vuestra paternidad, a nuestro pa-
dre maestro Antolínez y al padre maestro fray Antonio
Pérez, cuando le vea; que no querría me olvidasen tan
buenos amigos en tiempo de tanta necesidad como ten-
go de ser ayudada con sus santos sacrificios y oracio-
nes”299.
13 de diciembre de 1616
La siguiente carta, del 13 de diciembre de 1616, resulta
un diálogo a tres entre Ana de Jesús, que dicta, Beatriz de
la Concepción que escribe, y su hermana Juana del Espíri-
tu Santo que es la destinataria.
“Jesús María. Bendita sea la providencia paternal de
Dios que con tanta misericordia nos previene para lo
que Su Majestad quiere hacer de nosotros. Claro lo he
visto en haber llevado consigo al señor don Antonio,
que esté en gloria. Fue al mismo tiempo que vuestra re-
verencia, hija mía, me mandó pidiese a nuestro Señor la

299
BMC 29, p. 265.

302
llevase el día de Santa Catalina300. Supliquéle muy de
veras muriésemos entrambas juntas; y con la mayor cla-
ridad que he tenido en mi vida se me ofreció nos hará
merced muriésemos a todo lo que tiene fin, y que no
quería amásemos ni gustásemos de cosa que se ha de
acabar. Esta es la «muerte preciosa de sus santos», que
cada día decimos en Prima. Luego aquel mismo día, en
acabando la misa, pedí a la Secretaria lo escribiésemos,
por ponerlo por el mismo término que se me había
ofrecido, que quiso se lo dijese, que como estoy tan
atormentada de mis dolores y fatigas, temí se me olvi-
daría. Respondiome, que es la misma que lo escribe:
«Madre, a mí se me acordará y a su tiempo lo dire-
mos». Y es que sabía Dios era menester para lo que
ahora sentimos la muerte del que está en el cielo. En el
punto que lo supimos, yo le hice el oficio como si fuera
mi padre; hice decir muchas misas en altares privilegia-
dos, que los hay en tres a cuatro partes en esta ciudad, y
no cesamos de pedir se le dé infinita gloria; y a vuestra
reverencia toda la gracia y salud que deseo.
Mire, hija mía, que en el cielo es donde nos hemos de
gozar, y no donde a vuelta de cabeza se desaparece lo
que queremos. Pongamos todo nuestro querer en lo que
dura para siempre, que lo de acá como aire pasa. ¡Oh,
qué consuelo me fuera que nos viéramos siquiera un
día! Poderoso es Dios para ordenarlo, y hay algunas
profecías de que he de volver a España. Por ver a vues-
tra reverencia es lo más que me holgaría; y cuando lo

300
Véase la carta del 23 de diciembre de 1615. Se ve que volvió a
escribir por Santa Catalina de 1616 y a esa carta está respondiendo la
madre Ana, comenzando con el pésame por la muerte de su tío An-
tonio, capitán general de Portugal.

303
digo, la estoy abrazándola con mis entrañas. En las de
Dios nos gocemos.
Querida mía, solicite con mi madre Priora dé a todas
lo que me dice en su carta y lo demás que hubieren me-
nester sanas y enfermas, que de muy buena gana se to-
mará en cuenta. Téngala vuestra reverencia con su sa-
lud y no sufra tanto sin quejarse. ¡Con qué amor la
regalara, y con qué amor lo recibiera! Y no como esta
secota de su hermana, que no como bocado que bien
me sepa que no quiera que le pruebe, y hácelo con tanta
dificultad que me cansa. Harto gusto me daría si vuestra
reverencia le tuviese de alguna cosa para su salud y lo
pidiese en mi nombre a la madre Priora; o, si quiere que
le enviemos dinero de acá, metido en las cartas, será
con facilidad, siendo para sí misma, que para dar a
otros no podemos en conciencia, que si esa no estuviera
de por medio, yo diera al señor don Diego cuanto ha
menester. Llegó aquí anoche, sin saber la triste nueva,
con negocios de mucha importancia de su ejército, que
es tan cuerdo y honrado, que es el capitán de quien más
se fían. Persuadímosle vaya luego a España, porque con
el nombre que aquí ha cobrado y la ocasión que allá
hay, sin duda le hará el rey merced, que su buen tér-
mino lo merece. Quiéramele mucho, hija mía, y ayúde-
le en cuanto pudiere. Nosotras siempre lo haremos y yo
serviré a esos señores sus hermanos, que estimo en mu-
cho la merced que me hacen. Hágamela Dios en darles
mil bienes y guardarme a vuestra reverencia con los
que le suplico.
En hallando comodidad enviaremos las imágenes que
se han hecho del santo padre fray Juan de la Cruz y la
lámina con que se hicieron. Costóme todo quinientos
reales. Irá para que disponga vuestra reverencia de ello

304
a su gusto; pues fue la que me lo mandó hacer, sea la
que lo reparta. Y haga decir algunas misas por nuestros
difuntos a los padres a quien las diere, y muchas por la
lámina. Quédese con Dios, hija mía, que más quisiera
verla que escribirla. Encomiéndeme muy en particular
a cada una de mis madres y hermanas, que no puedo
ahora decir más”.
Y la secretaria añade por su cuenta después de la firma
de Ana:
“Cierto, mi hermana, que cuando he escrito esta carta
tocante a las estampas, que era cosa que me hacía reír y
regañar. Yo pensaba enviar cincuenta, mas esperaré
hasta ver las que quiere que vayan; digo que sabemos,
que yo la enseñé; hasta ahora no ha mentado que mi
hermana se lo ha pedido, y ¡mire si se le acuerda la
santa mujer! En fin, con esto irán cuando fuere servida;
el correo pasado fueron cincuenta. En fin, saldrá mi
hermana con su honra y hará gusto al Padre. Todo nos
lo pagarán junto, con la ayuda de Dios”301.

22 de marzo de 1617
Del 22 de marzo y del 27 de abril de 1617 son las si-
guientes de esta correspondencia de Ana de Jesús con
Juana del Espíritu Santo. Le dice en la primera:
“Jesús María estén siempre con vuestra reverencia, hija
mía. Pues la trata Su divina Majestad como a fuerte,
procúrelo estar en todas las ocasiones y no baste ningu-
na a entristecérmela; mire que así hace Dios los santos,
que cuantos le gozan en el cielo han pasado antes traba-

301
BMC 29, pp. 266-268

305
jos. Y, como si yo lo fuera, los paso los más rigurosos
que hemos visto en persona humana. Desde la cabeza
hasta los pies estoy aprisionada de manera que no me
puedo ayudar de ninguno de mis miembros, y tan fati-
gada que muchas veces se me quita el habla; no es po-
sible estar un punto desnuda en la cama; por estos sue-
los me echan y me levantan descoyuntada. Harto
padecen las que me ayudan y peso más que un cuerpo
muerto. Con deseo lo deseo no esté ya el mío. Pídaselo
a Dios y que me fortalezca con su gracia. Siempre le
suplico se la dé a vuestra reverencia y me la guarde y
deje servir, que mientras viviere lo haré en cuanto me
mandare y a esos señores sus hermanos; que me he hol-
gado de que Dieguito sea tan agradable; ya querríamos
saber de su padre. Ayúdele, hija, cuanto pudiere, que lo
merece.
De las demás cosas, de acá y de allá, dirá la secretaria,
que yo no estoy para decir más de que me parece que
sólo ver a vuestra reverencia me fuera alivio en la tie-
rra. En la de los vivos nos junte el Todopoderoso, guar-
dándome a vuestra reverencia y dando a mis madres y
hermanas de ese convento los bienes que deseo, en este
de Bruselas, 22 de marzo 1617. Hija mía, de vuestra re-
verencia perpetua sierva. Ana de Jesús”.
En el margen izquierdo del primer folio se añade:
“Hija mía, esos tomos que me pide que nuestro padre
fray Tomás ha hecho, no hay tal cosa. Él está camino
de Roma a su capítulo. Partirá día de Pascua de
aquí”302.

302
BMC 29, pp. 268-269. Pascua cayó en 26 de marzo. En ese Ca-
pítulo, celebrado del 12 al 17 de mayo, se dividió la Congregación

306
La carta del 27 de abril es casi una continuación de es-
ta, pues las circunstancias en que se encuentran las inter-
locutoras han cambiado poco. Dice Ana de Jesús:
“Jesús María estén siempre con vuestra reverencia, hija
mía. Mucho me pesa de verla tan caduca y tan ganosa
de morir. Si hemos de ir juntas, no se dé prisa, que ten-
go que hacer; antes que partamos es menester cumplir
la voluntad de nuestro Dios. Bendito Él sea, que como a
hijas nos trata en no nos dejar cosa en la tierra que nos
ocupe el pensamiento, sino para más y más mortifica-
ción. Por eso venimos a la religión. No hay sino unirnos
con Cristo nuestro Señor, que fuera de ella mayores
cruces se padecen, y la que tiene ahora el señor don
Diego en la corte, con tan poco favor, me pesa; pienso
le ha de ayudar si le halla allá don Baltasar de Zúñiga,
que se lo encargó mucho la secretaria; vuestra reveren-
cia por su parte haga lo que pudiere.
Y las túnicas y cuanto hubiere menester para su per-
sona pídalo a nuestra cuenta, que en eso estará muy
bien gastado; ya lo escribo a nuestra madre Priora. A la
madre Beatriz del Sacramento y a todas me encomien-
do y deseo las regalen, cuando estuvieren enfermas, a
nuestra cuenta.
A esos señores hermanos de vuestra reverencia beso
las manos y querría poder servir en algo. El de Siete
Iglesias no me toca sino por su mujer que es de Plasen-
cia, parienta de parientes. El de Badajoz <don Cristóbal
de Lobera> ha mucho no me escribe. No sé lo que sea
la causa, que yo le he respondido a todas sus cartas.

italiana en 6 Provincias y Tomás de Jesús fue elegido Provincial de


la de Bélgica.

307
Quizá no se las han dado y de eso estará enfadado, que
me ha escrito muy largo cuanto hace y pasa en su obis-
pado. Procure, hija mía, saber lo que pudiere de esto y
dígaselo a mi madre Priora, que quizá lo podrá saber su
reverencia y avisarme cómo está.
La secretaria y yo estamos de manera cuando esta es-
cribe que es harto poderla acabar. Dios se sirva de no-
sotras y me guarde a vuestra reverencia como se lo su-
plico”303.
Su primo, don Cristóbal de Lobera, también conservó
las cartas de su santa prima y se las pasó a Ángel Manri-
que, que las cita en su biografía. A él está dirigida la últi-
ma que conocemos, escrita el 25 de febrero de 1621, una
semana antes de su muerte, como veremos más adelante.

8 de septiembre de 1617
La carta del 8 de septiembre de 1617 a Diego de Gue-
vara contiene una lección sobre el gobierno de una comu-
nidad religiosa impartida por una maestra con más de 30
años de experiencia:
“Jesús María. El Espíritu Santo esté siempre en el alma
de vuestra paternidad, fortaleciéndole con su divina
gracia y a todo ese santo convento donde le ha puesto
por prelado, que deseo lo sea sin fatiga y no se aflija,
como me dice en la última de junio. Que no nos pide
Dios en este oficio hacer más de lo que podemos, ni
mudar las condiciones naturales. Cúmplese con pedirles
cumplan lo que han profesado y gusten de vivir como
católicos, pues Dios les ha hecho merced de no estar en

303
BMC 29, pp. 270-271.

308
tierras donde tantos religiosos están estragados, que por
su perdición se han pervertido los seglares.
Díceme vuestra paternidad que Su divina Majestad le
ha dado propio conocimiento; mucho le aprovechará
para tolerar los trabajos y compadecerse de sus herma-
nos. Si, haciendo con caridad y suavidad lo que pudiere
por ellos, no aprovechare, renuncie el oficio, que hartos
habrá que le quieran, y sin él nos salvaremos mejor, que
a nadie le parecerá mal contentarnos con el rincón de
nuestra celda y descargarnos de lo que tanto pesa. Mas
primero procure vuestra paternidad acomodarse y alla-
narse con mucha igualdad, sin querer más de lo muy
esencial; que, si una vez se ponen en eso, todo se com-
pondrá. Hágalo nuestro Señor como se lo suplico. Y
comience en vuestra paternidad lo que quisiera que los
otros hagan; es una regla que siempre me ha aprove-
chado, y procurar yo primero lo que quería hiciesen las
demás; que hartas veces, sin pronunciar palabra, lo al-
canzo con el ejercicio de la obra. Muy imperfecta debía
ir de mi parte, pues me han puesto de manera que ya no
puedo sino dar trabajo a estas hermanas con la grave
enfermedad e impedimento que tengo, que no mando
ninguno de mis miembros. Y el interior está tan pasma-
do que, a fuerza de consejos de hombres santos, me lle-
go a comulgar de manera que parece indecencia. Como
a señor y padre mío lo digo a vuestra paternidad para
que me alcance perdón de Su divina Majestad y miseri-
cordia, que es menester para vivir en tanto tormento.
Cúmplase la divina voluntad; haciéndola me guarde a
vuestra paternidad con los bienes que deseo”304.

304
BMC 29, pp. 271-272.

309
13 de diciembre de 1617
Del 13 de diciembre tenemos una de las pocas cartas
que han llegado hasta nosotros de las dirigidas a personas
de su entorno en Flandes. La destinataria es Madame de
La Chaux, de apellido de familia Richardot, igual que su
hermana Margarita, que figura como madame de Dumpré,
y el hermano de ambas, Jean Richardot, que fue Arzobis-
po de Cambrai de 1609 a 1614. Las dos hermanas apare-
cen junto a Ana de Jesús desde el comienzo de la funda-
ción de Mons y mantuvieron la amistad durante toda su
vida. Margarita tenía dos hijas monjas en Amberes y en
ese monasterio conservaron la carta:
“Jesús María estén siempre con vuestra señoría hacién-
dola presencia y compañía, que es mucha pena pasar
trabajos con soledad. Harto he yo sentido los del ca-
mino; bendito sea Él, que los ha acabado con salud. Es-
pero en su misericordia nos sacará bien de los de Dola.
Estando escribiendo esta me dicen la buena esperan-
za. Dígame luego, señora mía lo que hay y si se abre-
viará la vuelta. Acá solisísimas estamos y yo tan apre-
tada que casi no puedo hablar, y así no diré mil cosas
que deseaba.
A madame De Dumpré, que la quiero como a mi alma
y a las lindas hijas. Dios me deje ver a vuestra señoría
presto con los buenos sucesos que suplico a Su divina
Majestad, y me guarde muchos años a vuestra señoría
con la perfección que dice el papel que va con esta. A
la secretaria me remito en lo que yo falto”305.

De las cartas a Cristóbal de Lobera en 1617


305
BMC 29, p. 273.

310
Como hemos recordado más arriba, el primo de Ana de
Jesús, don Cristóbal de Lobera, entregó al biógrafo Ángel
Manrique las cartas de ella que había conservado. Los edi-
tores han reproducido las citas textuales hechas por Man-
rique, que nos ha conservado las siguientes frases extrac-
tadas de la correspondencia del año 1617, aunque no
indica el día. Recordemos que don Cristóbal está de obis-
po en Badajoz los años 1615-1618. Gracias a lo que he-
mos escuchado hasta ahora de labios de la madre Ana es
fácil intuir el contexto cuando se refiere a sí misma y
apreciar los detalles que son exclusivos de estas cartas a su
primo306:
“Nuestro padre General ha comenzado a hacerme cari-
dad de efectuar la fundación de Toro, que ha muchos
años que la concerté estando en Madrid”. – Se inauguró
en 1619, con el padre Alonso de Jesús María elegido
General en abril de ese año. Se hizo reuniendo seis
monjas de seis conventos diferentes.
“Ahora, Señor, todo es padecer con tan excesivos dolo-
res y males, que espanta poder vivir. Más ha de cuatro
años que no es posible estar una hora en la cama, ni
dormir, sino muy de cuando en cuando, ni andar, sino
arrastrando como culebra por el suelo; y siempre me es-
toy quemando, aunque sea tiempo de mucho hielo, sin
poder sufrir ropa ninguna. Tiénenme encogidísima los
dolores. No me puedo servir de ninguno de mis miem-
bros, porque se ha juntado la gota con hidropesía y ciá-
tica y perlesía universal, que siempre estoy temblando.
Y muchos ratos la lengua tan impedida, que no puedo
hablar palabra”.

306
Se encuentran en BMC 29, pp. 174-275.

311
“No hay que reparar en ninguna dificultad. Sólo procu-
re Vuestra Señoría le den monjas que comiencen. Si no
estuviéramos tan lejos, de acá se las diéramos, que ten-
go muy buenas españolas de las damas y criadas de la
Infanta, que fueran de buena gana. Yo la tengo de que,
como se pudiere, se funde luego”.
De la misma carta es la frase siguiente: “Hágame Vues-
tra Señoría merced de hacerme decir las cincuenta mi-
sas que me promete para después de muerta, que cierto
lo estoy. Que sólo para oír misa y recibir a Nuestro Se-
ñor me dan lugar, llevándome en peso en una silla, por-
que no mando ninguno de mis miembros. No sé por qué
quiere Dios que viva así tan a costa de estas hermanas,
que han menester siempre asistirme como a una criatura
acabada de nacer. Más ha de cuatro años que no puedo
acostarme ni dormir en cama. Mucho dicen del purga-
torio, pero es tal el que tengo con este cuerpo, que rue-
go me lleven allá a penar lo que me falta. Pídaselo
Vuestra Señoría al Señor”.
“La fundación de Plasencia deseo infinito; el que puede
lo haga. Bien podrían comenzar a pasar con las hereda-
des, descargadas de los censos que ahora tienen”.
“En Jerez ha años que hay gran dotación para un con-
vento nuestro, y en otras partes, mas ha querido Dios lo
comience Vuestra Señoría. Sea siempre con la condi-
ción que me dice que, en queriéndolas gobernar nues-
tros frailes, se los deje cualquier obispo que los tenga a
su obediencia, que mejor nos la harán guardar los que
la profesan, e importa mirar a lo esencial”.

312
“No sé cómo fue que las fundaciones que más deseó
hacer la Santa no se le concertaron en su vida; que las
de Andalucía a porfía mía se hicieron”.
“No acabo de encaminar unas reliquias. Pienso que, si
las ve Vuestra Señoría, las ha de querer para cuando
fundemos en Plasencia. Espero en Dios lo ha de hacer
Vuestra Señoría y emplear en ello las casas de nuestros
pasados”.
30 de marzo de 1618
Del año 1618 tenemos sólo tres breves cartas a Juana
del Espíritu Santo, y algunas frases de las cartas a don
Cristóbal de Lobera que salvó Ángel Manrique. Dice a
Juana el 30 de marzo:
“Jesús María estén siempre con vuestra reverencia, hija
mía. Más quisiera verla que escribirla. ¡Qué consuelo
me diera! Mucho recibo con sus cartas. Con cada una
me parece tan espiritual, que veo le hace provecho el
padecer y que ha de ser para más gozar en la eternidad.
Páselo con alegría y valor, pues le dio Dios tanto natu-
ral. Quisiera yo tener alguno para servir a esos mis se-
ñores, sus hermanos; beso las manos a sus mercedes y
deséoles mucho bien. Su divina Majestad se le hace por
acá al señor don Diego; comienza de manera que ha de
ser de los más señalados de su linaje. Téngale Dios de
su mano. Hágame a su hijo algún regalo en mi nombre,
cueste lo que costare, que yo lo tomaré en cuenta; y de
lo que ha escrito mi madre Supriora se haga; y avisar-
nos desde cuándo comenzó a correr la renta, cuánto es,
y a qué tiempo se paga, que lo hemos menester saber.
Encomiéndeme mucho a las hermanas, en particular a
la madre Supriora, y a Dios, hija mía, que me guarde a
vuestra reverencia como deseo. Si viese el tormento
313
que tengo, la inquietud con que vivo sin poder tomar
ningún alivio, ni aun confesarme, sino muy de tarde en
tarde, habríame mucha lástima. Hija mía, dé de mi parte
muchos recaudos a nuestros padres Rector y Vicerrec-
tor”307.
13 de septiembre de 1618
Y el 13 de septiembre, sin perder el hilo, continúa la
conversación con su misma interlocutora Juana del Espíri-
tu Santo:
“Jesús María, que tanto padecieron, que se compadez-
can de mí. Ruégueselo, hija mía, que estoy apretadísi-
ma, y aunque deseo hacer esto, no puedo. Dígalo a mi
madre Priora, y que de eso que montare la renta de este
año, compre luego a cada una lo que más necesidad tu-
viere y nos envíe a decir lo que cuesta; y si fuere nece-
sario hábito o túnicas o manta para la cama y faldellín o
saya, en fin, de lo que cada una estuviere más necesita-
da; que quiere saber quien lo da la parte que da a cada
una. Y vuestra reverencia para sí tome lo que quisiere,
pero para dar fuera de las del convento no hay licencia
para tomar nada. A las enfermas ya hemos dicho se les
dé lo que fuere menester para su regalo. Grandísimo
fuera para mí poderles servir a todas y en particular a
mi madre Priora y a la madre María de Jesús, que tanto
me ayudó el tiempo que estuvimos juntas. En el cielo lo
estemos. Muchísimo lo deseo y verme fuera de este
cuerpo. Es increíble lo que padezco. Sírvase Dios de
ello y de guardarme a vuestra reverencia con todos los
amigos y amigas. Dígaselo, hija mía, y a esos señores
sus hermanos que me tengan por muy sierva. Siempre

307
BMC 29, pp. 276-277.

314
sirvo a sus mercedes con mis pobres oraciones, que son
harto doloridas, y al padre fray Juan de la Madre de
Dios, que pienso me ayuda con sus santos sacrificios
mucho. Mucho me encomiendo en ellos y en las ora-
ciones de mis madres y hermanas. De Bruselas 13 de
septiembre 1618. Hija mía, de vuestra reverencia muy
sierva Ana de Jesús”.
Y añade después de la firma, siempre autógrafa aunque
las cartas se las dicte a Beatriz:
“Hija mía, diga a mi madre Priora que envíe un papel,
firmado de su reverencia y las clavarias, cómo se obli-
gan a pagar el censo, digo los réditos de ese censo, y
desde qué día corre y lo que es lo que monta; y que
quede otro papel en el arca de las tres llaves, y venga
uno acá en que digan lo pagarán a mí o a la madre su-
priora Beatriz de la Concepción. Que es necesario dar
satisfacción a quien se fía de nosotras, que es harta la
caridad que nos hacen. Y también diga que no sé rastro
de la caja de las imágenes, que escriban a quien se dio
que lo encamine.
¡Oh, hija mía, y qué lástima me tendría si me viese
cual estoy y lo que me cuesta cada palabra que digo! Es
cosa increíble, yo se lo prometo”308.
Leyendo este epistolario, sin las alusiones que la directa
interesada hace a su enfermedad, nadie sospecharía la cruz
escondida tras esa vida llena de interés por los demás. La
firma autógrafa de Ana de Jesús aparece en los libros de
cuentas desde septiembre de 1607 hasta febrero de 1621
inclusive, y falleció el 4 de marzo.

308
BMC 29, pp. 277-278.

315
22 de septiembre de 1618
El 22 de septiembre vuelve a escribir a Juana del Espí-
ritu Santo:
“Jesús María. El Espíritu Santo esté siempre en el alma
de vuestra reverencia, hija mía. En gracia me ha caído
su carta, y ansí he hecho me la lean dos veces. Con me-
nos palabras creyera cuanto me dice en ella y todo lo
que no puede pronunciar, que yo más amo a vuestra
reverencia de lo que digo, y sólo pensar en si me viese
en esa casa me da alivio. No parece quiere Dios que le
tenga en esta tierra. El día que recibí las cartas me sentí
del todo fuera de ésta, de un desmayo mortal que me
dio, de manera que claramente vi el alma apartada del
cuerpo más de media hora. No sé lo que significó. He
quedado desde entonces mortalísima, y tan resignada,
que no oso tratar de nada, sino esperar lo que Dios or-
denare, deseando nos junte en Sí mismo y ampare
siempre esa casa. Mucho me pesa que saquen de ella a
la madre priora, y más con las trazas que la sacan.
A todas me encomiendo muy de veras, y a esos mis
señores sus hermanos de vuestra reverencia beso las
manos y deseo me manden algo en que les pueda servir,
que lo haré con mucho amor.
Hablo con tanta dificultad, que no digo lo que quisie-
ra, ni a vuestra reverencia, hija mía. El que me la dio
me la guarde con la santidad que le suplico en Bruselas,
22 de septiembre 1618. Ana de Jesús”.
Después de la firma añade Beatriz por su cuenta:
“Siempre vienen estas cartas cuando está hecho el plie-
go, y estos desmayos muy a menudo se le figuran estar

316
muerta a la Santa. Cierto no se pasa poco. Dios nos
ayude, que mucho lo he menester, hermana mía”309.

A don Cristóbal de Lobera en 1618 310


El primer fragmento nos muestra el enojo de Ana de Je-
sús cuando se entera de que la secretaria añade algo a lo
que ella dicta; luego descubre sus intentos fallidos de libe-
rarse del cargo de priora:
“Estoy enojada con la secretaria, que no quiero diga de
sí nada, aunque es muy sierva de Vuestra Señoría. Está
contentísima de que de nuevo me han mandado los pre-
lados de Roma y los de acá que tenga ese cansado ofi-
cio de priora. Y sus Altezas y todos han dado en este
frenesí, que cierto lo es, querer gobierne una fantasma,
y sin duda en todo estoy así”.
Pero en otra carta explica que es Dios quien gobierna la
comunidad:
“Nunca creí que los males del cuerpo atormentaban tan-
to. Y lo que más siento es tener quitada el habla; con
gran dificultad pronuncio; para confesarme no puedo
decir palabra. Y no basta esto para que me descarguen
de este oficio. Si Dios por su misericordia no le hiciese
con estas hermanas, ¡cuál estaría la Religión!”.
“Sólo me dejan oír misa y comulgar; mas tan sin espíri-
tu, como si no tuviera alma”.
En otro fragmento habla de las dificultades que ponen
los Descalzos a las fundaciones de monjas. En ese mo-

309
BMC 29, pp. 284-285. La fecha correcta es 1618, no 1620.
310
BMC 29, pp. 179-280.

317
mento era General el padre José de Jesús María (el Pro-
vincial que les acompañó en su viaje a Francia) y le suce-
derá en abril de 1619 Alonso de Jesús María, que era de la
misma tendencia que el Francisco de la Madre de Dios
que no la quería dejar salir de España:
“No deje Vuestra Señoría –le dice a su primo– de hacer
la amistad que pudiere a nuestros frailes, que aunque se
muestre ahora seco el General, otro día no lo estará.
No hay que desconfiar, que con el tiempo muchas cosas
se hacen. Entre tanto, no cese Vuestra Señoría de fun-
dar, si hubiere ocasión en alguna parte, aunque sean su-
jetas del ordinario, pero siempre con condición que lo
estén a los frailes en queriéndolas ellos”.
“Deseo saber cómo se llama el fundador de Talavera.
En haciendo buen tiempo le enviaré reliquias y le escri-
biré”. – Talavera se fundó en 1618.
“Cada día se van haciendo más en estas tierras. Si en
Inglaterra se abriese puerta para entrar, así como estoy
iría, y es verdad que no me puedo mover; mas, con las
ayudas que tengo, probaría. Ordénelo Su divina Majes-
tad”.
Luego, en una línea, muestra una vez más cómo nunca
puso en discusión que el deseo de la Santa era que la di-
rección espiritual de sus hijas la asumiesen sus hijos, claro
que según la normas establecidas por ella. Dice hablando
de la obediencia a la Orden:
“Que, hasta que consigan esto, se persuadan a que
aquello no está aún hecho”.
En un último fragmento de este año habla de la noticia
que había tenido del paso por el Purgatorio de un primo

318
suyo, hermano del Obispo. Nótese que, por esas mismas
fechas, la madre Francisca del Santísimo Sacramento, de
Pamplona, tuvo infinidad de comunicaciones de Almas y
dejó escrito sobre ellas un libro enero.
“Creo cierto goza de Dios el nuestro Gómez de Torres.
Mas no por eso hemos de dejar de hacer por los difun-
tos todo el bien que pudiéremos, pues se vuelve en glo-
ria de Dios y de ellos. Y aunque se tenga alguna satis-
facción, no se puede hablar de ello por escrito ni aun de
palabra, ni es bien haya facilidad en decir ni en creer”.

A don Cristóbal de Lobera en 1619 311


De todo el año 1619 se conocen, por el momento, sólo
fragmentos de cartas a su primo. Como siempre, la madre
Ana dice mucho en pocas palabras:
“Más ha de treinta años que, estando en Madrid, con-
certé la fundación de Toro y ahora la hace nuestro Ge-
neral; y lleva monjas tan señaladas de nuestra Orden,
que siempre harán guardar lo que nos dejó nuestra
Santa Madre”.
“Buen aviso es que miremos cómo son las inglesas. Es-
tá ya hecho su convento y las que entran son tan católi-
cas que no hay que temer. Ténganos Dios de su mano”.
– Al no poder ir a fundar en Inglaterra prepararon en
1919 en Amberes un convento para las inglesas que
deseaban entrar. Como dijimos más arriba, las inglesas
hicieron voto de guardar las Constituciones que les dejó
la madre Ana de Jesús y lo cumplieron.

311
BMC 29, p. 281.

319
El siguiente fragmento habría que colocarlo en el año
anterior, si don Cristóbal era ya Obispo de Osma (1618-
1622) como dice Manrique. Pero más que la fecha interesa
el contenido. Se trata de una confidencia a su primo, que
le había consultado sobre el tema de la comunión:
“Por cierto, Señor, –le dice Ana– que un día me sucedió
no poder pasar la forma, sino que la tenía con grande
suavidad pegada al paladar, y estuve casi todo el día sin
osar salir de la oración y sin comer, hasta que ya quería
anochecer; que entonces envié a llamar un padre prior
de [...] y le dije mi sentimiento y cuán congojada estaba
de no poder con ningunos tragos de agua despegar la
forma. Él era gran letrado, mas no tan espiritual, y me
mandó que luego comiese y no hiciese caso de aquello.
Yo le obedecí en comer, que lo demás no estuvo en mi
mano. Y al cabo de un año, en el mismo día, me volvió
a suceder. Y, deseando saber qué sería aquello, entendí:
«Porque te asegures de que estoy contigo, más me de-
tengo aquí». Supliquéle mucho se entrañase en mi áni-
ma”.
“En los conventos que hasta ahora se han fundado por
acá proceden con mucha perfección, unos gobernados
por tres doctores de París, otros de los obispos; mas to-
dos con condición que se den a la Orden. Y con el
tiempo así será”.
Del año 1620 tenemos sólo una carta para Diego de
Guevara y dos fragmentos de las escritas a don Cristóbal
de Lobera.
23 de abril de 1620
A Diego de Guevara, el 23 de abril, le da consejos so-
bre cómo hacer una vista canónica:

320
“Jesús María. Nuestro Señor Jesucristo con su gloriosa
resurrección haya dado y dé muy buenas Pascuas a
vuestra paternidad, señor y padre mío. Si mi alma, junto
con la salud, no hubiera renunciado al consuelo, mucho
me diera esta última en que me dice vuestra paternidad
está para ir a hacer su visita. Vaya en nombre de Dios;
espero en Su Majestad le ayudará mucho, poniendo los
ojos en el recato, que es de lo que más necesidad hay en
todos los conventos de hombres y mujeres. Andando en
esto con veras, todo se compondrá.
Tengo tan quitado el poder hablar, que querría decir
en media palabra lo que deseo. De mi salud no hay que
tratar, que experimento, en vivir así, lo que puede el
Todopoderoso. Ando resistiendo a una tentación de pa-
recerme no ha habido dolor semejante a mi dolor (Jer.
1, 12). A Job dejáronle lengua, mas a mí todo me lo han
quitado, que ni aun confesarme no puedo. Hácenme
comulgue cada día; llego como una bestia. Alcáncenme
de Dios que guste de ello, suplícolo a nuestro padre
maestro Antolínez.
Y al padre maestro Basilio de León, que, así como es-
toy, si me enviase el libro, le haría luego imprimir, que
es lástima esté tanto tiempo sin aprovechar. Venga con
todas sus censuras, que sin mudar letra se hará312. Con
esta envío el de las Fundaciones que pide vuestra pa-
ternidad. Si quisiere otra cosa, no tiene sino mandar; ya
sabe mi voluntad. Háganos Dios hacer siempre la suya
312
La Exposición al libro de Job no se imprimió hasta 1779. Nóte-
se la insistencia incansable de Ana de Jesús, hasta el final de sus
días, y su valoración de la obra de fray Luis de León. Ella no quiso
escribir, pero trabajó como pocos en difundir lo escrito por los maes-
tros que tuvo la fortuna de encontrar en su camino. En la frase si-
guiente, sin ir más lejos, tenemos una prueba.

321
y guárdeme a vuestra paternidad con la santidad que
deseo”313.
El siguiente fragmento de la carta a don Cristóbal de
Lobera es una prueba más de que la enfermedad no consi-
guió hacer mella en su sentido del humor:
“Héchome ha reír –le escribe– la devoción del hábito.
Por eso no enviaré yo el mío, que con él me querría en-
terrar, en pago de que me ha servido cuarenta y ocho
años; y, si llego a la Víncula de San Pedro, entraré en
los cincuenta <lo tomó el 1 de agosto de 1570>. Rue-
gue Vuestra Señoría a Dios me jubile antes y me saque
de este cuerpo”.
Y en dos líneas explicaba en otra carta cómo resolvió el
problema de las mangas, que se le habían quedado dema-
siado largas al irse encogiendo ella. Las intercambió con
las del hábito de la madre Beatriz que era de menor estatura:
“Ahora he trocado unas mangas con la que escribe esta,
porque no son tan grandes, que me voy haciendo chica.
Encogidísima me tienen los dolores”314.
25 de febrero de 1621
La última carta de Ana de Jesús llegada hasta nosotros
es del 25 de febrero de 1621. Ese año era bisiesto y coin-
cidió con el Miércoles de Ceniza. El 24 de febrero de 1575
habían inaugurado la fundación de Beas y alrededor de esa
fecha le había dicho el Señor en Flandes: “Viniste por mí
y ¿quiéreste ir por ti?”. Sabemos con qué intensidad vivía
los misterios del año litúrgico y es muy probable que co-

313
BMC 29, pp. 286-283.
314
BMC 29, pp. 283-284.

322
menzara a prepararse una vez más para la Pascua, que caía
en el 11 de abril, pero el Señor se la llevó a la Pascua
Eterna el jueves 4 de marzo, a las 9 de la mañana. La me-
jor recapitulación de las páginas que nos han traído hasta
aquí podría ser esta carta a su primo don Cristóbal de Lo-
bera, que él guardó como un tesoro y sus hijas de Bruselas
evitaron que cayera en el olvido. Así vivía Ana de Jesús
durante sus últimos días en este mundo, con los pies en la
tierra y el corazón en el Cielo:
“Jesús María. El Espíritu Santo esté siempre en el alma
de Vuestra Señoría, ilustrándola con sus divinos dones.
Harto se lo suplico le fortalezca con su gracia, y no deje
dar oídos a esas beatas, que entre sus revelaciones hay
muchas desvelaciones. Para lo que Dios permitiere al
demonio que nos tiente, el mayor remedio es: «cui re-
sistite fortes in fide»315, porque él anda por ponernos en
cuidados excusados. Y así no hay que hacer caso, aun-
que sean muy santas las que lo dicen. Señor, de esto no
hay tratar más.
Consuélome de que esté Vuestra Señoría con la salud
que le deseo y que le haya caído en gracia la postura de
las reliquias. Sólo la Supriora y una española las hicie-
ron; hasta que estuvieron hechas yo no las vi. Todas es-
tán bien empleadas en quien las quiere hacer iglesia.
Comiéncelo luego Vuestra Señoría, que nuestra santa
Madre le ayudará; es parienta del Duque de Lerma y él
se preciará de que se haga316. Yo, si no me muero, ayu-
daré desde acá, que sólo eso nos falta en Plasencia a los

315
“Resistidle firmes en la fe” (1 Pedro, 5, 9).
316
El duque, don Francisco de Sandoval y Rojas, había fundado el
convento de Lerma en 1608.

323
Loberas: juntar las memorias que están repartidas de
nuestros pasados. Para eso ha Dios hecho obispo a
Vuestra Señoría y le dará con que lo haga, aunque no se
venda el trigo. Y haciendo iglesia de santa Teresa, se
hará convento, que la santa Madre no quiere estar sin
sus hijas; y así es menester hacerla donde tengan vistas
de campo y anchura para huerta y agua. Esto se me ha
encajado de manera que parezco a la Beata.
Estoy apretadísima con mis dolores, en mi vida los he
tenido tan grandes como hoy. Suplico a Vuestra Seño-
ría que diga algunas misas, por muerta o por viva, y
encomiende a Dios a las dos que hicieron las reliquias.
Tienen tanto amor, que se holgarían de hacer otras tan-
tas, en particular la Supriora, que como a señor y padre
ama a Vuestra Señoría.
Yo, primo mío, no tengo cosa en esta vida que tanto
quiera y desee ver en la tierra o en el cielo. Ordénelo
Dios por su misericordia y haga nos escriba más a me-
nudo Vuestra Señoría, que siempre nos hace desear sus
cartas, habiendo tantas vías por donde enviarlas, con
dárselas al arquero que dio la caja; iba pagada el porte
de todo el camino, y escrito, al que la recibió en Ma-
drid, que de acá se le pagaría lo que faltase. Dícenme
que de la gente de Vuestra Señoría recibió no sé qué
tanto, que ahora anda por devolverlo. El arquero dirá lo
que es. Llámase Juan Lorenzote. Es muy honrado caba-
llero de acá, de Borgoña, y quiérenos mucho. Y así
puede Vuestra Señoría encomendarle lo que quisiere.
Señor, las cosas de nuestra Religión crecen mucho en
estas tierras. Deseo saber cómo procede lo de Bada-
joz317, y de mis señoras primas, no se acuerda Vuestra
317
La fundación de Badajoz no se hizo realidad hasta 1733.

324
Señoría de decirme de sus mercedes; envíelas mis re-
caudos. Déles Dios lo que le suplico y a Vuestra Seño-
ría me guarde muchos años con el aumento de sus divi-
nos dones. Todas se lo pedimos, en Bruselas, 25 de
febrero de 1621. Señor y padre mío, de Vuestra Señoría
Ilustrísima muy sierva y súbdita. Ana de Jesús”318.
Tras la firma autógrafa de su prima, añadió el Obispo:
“† Madre Ana de Jesús. 25 de febrero 1621. La postrera
carta que me escribió”.

318
BMC 29, pp. 285-286.

325
Capítulo XII
ANA DE JESÚS CANONIZABLE

1. El primer milagro después de su muerte.- 2. Testigos


del milagro.- 3. Testigos de sus virtudes.

1. EL PRIMER MILAGRO DESPUÉS DE SU MUERTE


Ana de Jesús murió el 4 de marzo de 1621, a las 9 de la
mañana, y cuatro horas más tarde hizo un milagro tan so-
nado que el Nuncio de Su Santidad autorizó al predicador
para que lo publicase en el sermón de las honras fúnebres
el día 6. El predicador era Tomás de Jesús, exprovincial de
Flandes, y lo hizo abriendo el discurso con estas palabras:
“Hoy celebramos las exequias, o por mejor decir el fe-
liz tránsito y muerte, y juntamente las singulares virtu-
des, de la madre Ana de Jesús, priora de este convento,
madre y fundadora no sólo de este convento, sino de
otros muchos que ha fundado en España, Francia y es-
tos estados. Religiosa verdaderamente digna de que to-
do el mundo conozca y sepa su vida, la cual toda ha si-
do santa y de singular ejemplo. Y, para que podamos
decirlo sin escrúpulo, ha sido nuestro Señor servido,
después de su muerte, confirmar la santidad de su vida
con un singular y manifiesto milagro, que ha sucedido
después que su muerte, que es lo que yo contaré ahora.
Había en esta casa una religiosa tullida de pies y bra-
zos y finalmente de todo el cuerpo. Habíanla curado los
doctores y aplicádole sudores y otras medicinas, según
el arte, pero sin efecto ninguno. Estaba de suerte que, si

327
había de venir a comulgar, la traían en un carretón por
la casa. Diole gran deseo de venir al coro a besar los
pies a la Madre. Trajéronla con su carretón. Alzó la ca-
beza, no sin grande trabajo, besó los pies y luego sin-
tió en su cuerpo una alteración y mudanza maravillo-
sa; diole nuestro Señor a entender que estaba ya sana.
Levantóse luego de su carretón, anduvo por sus pies por
el coro y por la casa. Cantaron las religiosas, viendo un
milagro como este, un Te Deum.
Yo no permití que este milagro se publicase hasta que
el doctor Paz, protomédico de Vuestras Altezas319, que
antes la había curado y dejado ya por incurable, la viese
y examinase. Él lo hizo, no sin grande admiración suya,
y me ha dicho que lo tiene por manifiesto milagro; y
por tal lo digo yo en este lugar, dando gracias a nuestro
Señor que así honra sus siervos. Porque los milagros,
como dice santo Tomás, se hacen para la confirmación
de la fe, cuando hay falta de ella, o para confirmación
de la santidad de alguna persona, como parece que
Dios ha hecho este presente. Gersón dijo que los mila-
gros eran unos sellos pendientes para que se aparezca la
santidad, por cuyo medio Dios los honra. Y así el día de
hoy diría de hacer oficio de rogativa de la vida, virtudes
y acciones de la madre Ana de Jesús de feliz memo-
ria”320.
Como es natural, todos los asistentes quisieron ver lue-
go a la hermana Juana del Espíritu Santo, que así se lla-
maba la que había sido curada, y el milagro se hizo públi-
319
El doctor en medicina por la Universidad de Valladolid, Fran-
cisco Paz, de 58 años de edad, servía también a la comunidad de las
Carmelitas Descalzas.
320
BMC 29, pp. 401-402.

328
co en toda la ciudad. La noticia se extendió con rapidez
por la Orden y la “fama de santidad y milagros” acompañó
ininterrumpidamente desde ese momento a la madre Ana
de Jesús. Pero se da también la circunstancia de que, quie-
nes no habían logrado su colaboración para mejorar las
Constituciones de santa Teresa, la tacharon de “desobe-
diente, tozuda e imprudente”, con lo que pusieron en mar-
cha una fama paralela que la acompañó durante dos siglos
y medio. Hasta el predicador mismo que acabamos de es-
cuchar contribuyó a ello, como escribía la madre Beatriz
de la Concepción el 4 de junio de 1626 a María de la En-
carnación:
“El padre fray Tomás predicó un sermón en su entierro,
canonizable, y después contradijo todo lo demás hasta
matar candelas; cosa que si Dios no me hubiera tenido
de su mano, me quitaba el juicio tal mudanza. Ahora es
Definidor general en Roma”321.
Pero, como las palabras vuelan y las noticias se disuel-
ven con el tiempo, para evitarlo en este caso, el Nuncio de
Su Santidad, Juan Francisco Bagni, instruyó y presidió
personalmente un proceso canónico (“Processiculum” es
el nombre técnico) sobre el hecho. El Nuncio, como se
sabe, es el representante del Papa en las iglesias locales y,
en cuanto tal, a él le correspondía en aquel momento reco-

321
I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 336-337. La carta continúa:
“Helo dicho a mi madre con la llaneza que con V. Reverencia trato y
en confesión, que no servirá de nada el decirlo, sino de más irritar. El
que es ahora General allá <Juan del Espíritu Santo> nunca me ha
hablado de ella, digo escrito, ni tratado de los papeles. Sólo el padre
fray Francisco de Santa María dijo a mi hermana que le diesen mate-
ria, que él escribiría la vida; y ¡confesóla diez años en Salamanca y
sabía más que nadie y la quería harto!”.

329
ger la información sobre el milagro. El proceso se abrió el
8 de noviembre del mismo año 1621 y se cerró el 17 de
diciembre. Fueron interrogadas ocho monjas profesas y
los dos médicos que habían atendido a la enferma. La
conclusión a que llegó el Nuncio después de escuchar a
los testigos fue la siguiente (traduzco del latín):
“Todos pueden piadosamente creer que la curación de
parálisis o enfermedad que aquejaba a Juana del Espíri-
tu Santo [...] (después que dicha Juana besó el cuerpo
de la madre Ana de Jesús, Priora de dicho Monasterio)
ocurrió de modo extraordinario, y no natural, sino más
bien milagroso, salvo sin embargo el juicio de la Santa
Sede Apostólica”322.
Este Processiculum fue incluido en el Proceso Ordina-
rio de 1635, en el Proceso Apostólico de 1890 y en la Po-
sitio super miráculo de 2013. Tanto pudo influir en su
Proceso de canonización la “fama de desobediente” que se
atribuyó sin motivo a la Sierva de Dios.

2. TESTIGOS DEL MILAGRO


Como el tribunal que interrogó a las testigos en 1621
comenzaba preguntando a cada una por su edad y tiempo
de profesión, el Processiculum nos ofrece un retrato de la
comunidad que dejó Ana de Jesús en Bruselas al morir a
la edad de 76 años y 51 de hábito.
Quedó de priora la madre Beatriz de la Concepción,
con 50 años de edad y 28 de profesión. Las siete restantes
que prestaron declaración dan una media de 33,57 años de
edad, profesaron con 21,43 años de media y llevaban,
322
Summarium super miráculo, pp. 4-20.

330
también de media, 12,14 años de profesión. Si se añade el
año de noviciado que precedía a la profesión, resulta que
todas ellas tomaron el hábito en los dos primeros años.
Como en el Proceso de 1635 sobre las virtudes se les
preguntó además “cuándo y cómo habían conocido” a la
madre Ana de Jesús, las declarantes añadieron algunos
detalles significativos que no habían dicho en 1621 porque
no se lo habían preguntado. De las noticias recogidas en
ambos procesos resulta el cuadro que tratamos de dibujar
en el presente capítulo.

2.1 Mariana de San José


Por ejemplo, Mariana de San José respondió (traduzco
siempre del italiano mientras no se indique otra cosa):
“Conocí a nuestra venerable madre Ana de Jesús desde
que llegó a los estados de Flandes, que fue el día de san
Anastasio, 22 de enero del año 1607, cuando vino a
fundar este primer convento de Bruselas, apeándose en
el Palacio, donde fue recibida por sus Altezas, de buena
memoria, y por toda su corte con gran placer, contento
y devoción que les causó su sola vista; y a mí en parti-
cular por el bien que se me siguió de ello, pues desde
aquel instante me vino el deseo de hacerme religiosa
Carmelita Descalza, aunque no quería serlo de ninguna
orden. No me atrevía a encomendar a Dios la cosa y le
pedía únicamente que me diese el estado más conve-
niente, con tal de que no me inspirase ser monja.
Pero el Señor se dignó hacerlo de modo que, con solo
ver a nuestra Venerable Madre, me determiné a serlo
en seguida, en aquel mismo instante, recibiendo luego
el hábito y la profesión de sus venerables manos en el
mes de agosto del mismo año en que llegaron, en la oc-
331
tava de la Asunción de Nuestra Señora, y pude gozar de
su santa compañía hasta que murió”323.
Mariana de San José, nótese el “apellido”, fue la se-
gunda en tomar el hábito, profesó con 19 años. Le había
precedido el 26 de julio, fiesta de santa Ana, María de
Santa Ana, de 16 años, que en 1635 estaba en Cambrai y
por eso no figura en el grupo que presenció el milagro324.

2.2 Margarita de Jesús


Margarita de Jesús, que fue supriora con la madre Bea-
triz Beatriz y le sucedió en el priorato, responde a la pri-
mera pregunta en 1635, con 49 años de edad:
“Conocí a nuestra venerable madre Ana de Jesús desde
el primer día en que llegó a esta ciudad de Bruselas,
acompañada de otras religiosas de su misma Orden de
Carmelitas Descalzas; y también, algún tiempo antes de
que llegase, tuve noticias de su venida porque, desean-
do sus Altezas serenísimas el Archiduque y la Infanta
doña Isabel Clara Eugenia, fundar esta Orden en estos
sus estados de Flandes, mientras enviaron a Francia pa-
ra que trajeran a nuestra venerable madre Ana de Jesús,
ordenaron a mi madre que arreglara y dispusiera, en
forma de convento, la casa en que debían entrar las re-
ligiosas mientras se construía el gran convento, y que se
cuidara de que todo estuviese a punto, como efectiva-
mente se hizo. Por eso tuve ocasión de venir algunas
veces con mi madre a ver cómo se acomodaba la casa,

323
Summarium super miráculo, pp. 33-34.
324
Positio, p. 277. Significativos son también los demás apellidos:
de Jesús, del SS. Sacramento, del Espíritu Santo, de la SS. Trinidad,
de la Madre de Dios... Y hay dos con Teresa de nombre de bautismo.

332
y yo misma me las ingeniaba para adornarla con algu-
nos objetos de devoción.
Fundaron sus Altezas este convento de Carmelitas
Descalzas junto a su Palacio Real [...] y habiendo oído
las muchas virtudes y grandes cualidades de nuestra
venerable madre Ana de Jesús, que entonces se encon-
traba en Francia, donde había fundado algunos conven-
tos [...] pareció a sus Altezas que no podían tener per-
sona más capaz que ella, ni de mayor mérito, para el
gobierno de este su convento. Escribieron, pues, a nues-
tra venerable Madre con muchas expresiones de amor y
de satisfacción, pidiéndole que viniese a fundar; y esta
carta fue vista por mí. Enviaron coches y las personas
necesarias de su palacio para acompañarlas. Llegó ella
a esta ciudad de Bruselas con otras seis religiosas el día
de san Anastasio, mártir, santo de nuestra Orden, el día
22 de enero de 1607.
Ordenaron sus Altezas que las religiosas fueran direc-
tamente conducidas a Palacio, donde demostraron
abiertamente con cuánto agrado las recibieron, conver-
sando largamente con ellas, y la estima que tenían de su
santidad y de su persona.
Despidiéndose de sus Altezas vinieron a este conven-
to, avanzada ya la noche, y entrando en la iglesia canta-
ron un “Laudate Dominum omnes gentes”, como tenían
costumbre, con gran espíritu, causando gran devoción
el verlas; a mí especialmente me hizo tal impresión, en-
contrándome allí presente en aquel preciso momento,
que me pareció cosa totalmente celestial.
Estuvieron sin clausura tres días, y en ese tiempo hu-
bo un gran concurso de gente, causando notable devo-
ción en el pueblo, siendo esto también causa de que
muchas señoras se inclinaran a ser religiosas para ser

333
súbditas de nuestra venerable Madre y encontrarse en
su compañía.
El día de la conversión de San Pablo se puso el Santí-
simo Sacramento, con grande solemnidad, asistiendo
sus Altezas Serenísimas.
Pero lo que hace grande y sumamente ilustre esta su
regia fundación es el haber gozado de esta santa y vene-
rable Madre nuestra Ana de Jesús durante tantos
años”325. Margarita de Jesús profesó a los 23 años en
1608.

2.3 Margarita de la Madre de Dios


Margarita de la Madre de Dios, profesa con 21 años en
1608, respondió a la primera pregunta en 1635:
“Conocí a nuestra venerable madre Ana de Jesús desde
el primer día en que llegó a esta ciudad de Bruselas,
acompañada de otras religiosas de su misma Orden, a
fundar este convento, que fue el primero fundado por
ella en estos estados de Flandes, de Carmelitas Descal-
zas. Y también algún tiempo antes de su venida, sin que
yo supiera nada de su llegada a esta ciudad, siendo se-
glar, con deseo de ser monja y encontrándome afligida
por no saber en qué Orden, se me apareció un día Nues-
tra Señora con el Niño Jesús en brazos y me dijo: “Que
tuviese buen ánimo, que sería monja de su Orden”, y
con esto desapareció, dejándome consolada con lo que
me había dicho.
Poco tiempo después se me aparecieron en sueños dos
religiosas vestidas de nuestro hábito de Carmelitas
Descalzas, con el rostro cubierto, y no me dijeron quié-

325
Summarium super miráculo, pp. 28-29.

334
nes eran, pero me desperté contenta de haberlas visto
con aquel hábito y se me imprimía cada día más el de-
seo de ser monja. Llegaron algún tiempo después las re-
ligiosas de Francia, y nuestra venerable madre Ana ve-
nía como fundadora en estos estados de Flandes,
habiéndolo sido ya en Francia; esto fue el día 22 de
enero de 1607.
Quiso Dios que en compañía de otra señora fuese yo a
visitar a las religiosas que habían llegado apenas dos
días antes, y se encontraban en una casa que les habían
hecho preparar sus Altezas. Habiéndonos hecho nuestra
venerable madre Ana de Jesús el favor de levantarse el
velo, al ver su rostro me acordé de aquellas dos religio-
sas que había visto en sueños antes de su venida, y me
di cuenta claramente de que ella era una de las dos. Así
que le pedí el hábito y nuestra venerable Madre me re-
cibió en seguida”.
Ese fue el primer encuentro de Margarita de la Madre
de Dios con Ana de Jesús, pero también su respuesta a la
cuarta pregunta tiene interés para conocer el ambiente que
la Fundadora sabía crear a su alrededor en los últimos
años de su vida:
“A la cuarta pregunta digo que nuestra venerable madre
Ana de Jesús fue religiosa Carmelita Descalza, pues
ella misma me dijo muchas veces cómo nuestra Santa
Madre Teresa la recibió, y cómo tomó el hábito en el
convento de Ávila, que fue el primero fundado por
nuestra Santa Madre, y cómo, siendo ella todavía novi-
cia, la llevaron a la fundación de Salamanca, donde
profesó; y, de cómo perseveró en nuestra misma orden
de Carmelitas Descazas hasta la muerte, soy testigo de
vista por haber vivido en su compañía los últimos 13

335
años de su vida, hallándome presente a su beata muerte,
pudiendo incluso decir que casi murió en mis brazos,
pues cuando volví a colocarla en un pobre colchoncillo
extendido en el suelo, apenas la había acomodado bien,
expiró”.
Y en la respuesta a la pregunta 42 nos da la clave para
entender el milagro realizado por Ana de Jesús pocas ho-
ras después de su muerte:
“Algunos días antes de morir, nuestra venerable Madre
dijo: ‘¡Qué pena me da el ver a sor Juana del Espíritu
Santo tan encogida e impedida! Si Dios me lleva consi-
go, le pediré la salud para esta hermana’. Y así suce-
dió, el mismo día en que murió, cuatro horas después,
al besarle los pies sanó milagrosamente”326.

2.4. Juana del Espíritu Santo


La destinataria del milagro, Juana del Espíritu Santo,
declaró a sus 48 años en 1635. Como es natural, la testigo
añade detalles que no conocen las que observaron la esce-
na “desde fuera”, y que a nosotros nos ayudan a conocer
un poco mejor a la madre Ana de Jesús. Dice la hermana
Juana, comenzando por la primera pregunta:
“Conocí a nuestra venerable madre Ana de Jesús desde
que llegó con otras seis religiosas a estos estados de
Flandes, el día después de su llegada a esta ciudad de
Bruselas el día 22 de enero del año 1607, para fundar el
primer convento de las Carmelitas Descalzas.
Dada la grande estima y veneración en que vi era te-
nida, me vino un grandísimo deseo de verla, y así pro-

326
Summarium super miráculo, pp. 46-47.

336
curé que fuera lo antes posible, visitándola al día si-
guiente de su venida. Fue grande el concurso de gente
que venía al convento para visitarlas, todos los más
conspicuos señores y señoras de la corte, durante los
tres días en que las religiosas estuvieron sin clausura.
Fue grande la devoción que nuestra venerable Madre
causó en todos, y en mí particularmente más, hacién-
dome mil gentilezas desde la primera vez que le hablé,
alzándose el velo y abrazándome con grande amor y
gracia, quedando desde aquel momento su aspecto y
sus palabras profundamente grabadas en mi alma”.
“Durante mi larga enfermedad –dice respondiendo a
la sexta pregunta–, cuando me veía más afligida por
mis achaques, decía a las hermanas: ‘Echadle agua
bendita, que ya sabéis la eficacia que tiene’”327.
“Con sus hijas y súbditas –responde a la nona pregun-
ta– se mostraba como tierna madre de cada una, incluso
más que si hubiera sido su propia madre; se cuidaba del
consuelo de todas, tanto sanas como enfermas, y a estas
últimas las asistía con singular amor y caridad.
Esto lo he experimentado yo misma, a lo largo de los
ocho años de mi enfermedad, de manera muy particu-
lar, acudiendo ella misma con gran diligencia a mis ne-
cesidades, preparándome con sus propias manos algu-
nas comidas especiales y, con toda su edad avanzada y
sus enfermedades, me traía ella misma algunos paños
calientes; apenas podía caminar y se le veía venir car-
gada con un brasero de fuego para calentar la enferme-
ría; de noche se levantaba y venía con su bastoncito a
327
El Papa Francisco recordó, hablando a las contemplativas en
Antananarivo el 7-9-2019, que Santa Teresita, enferma: “Llamaba a
las hermanas para que echaran agua bendita …”

337
visitar a las enfermas; luego, si veía que dormíamos,
acomodaba el farolillo cercano y se volvía despacito
para no despertarnos.
Venía a visitarnos con mucha frecuencia y nos pre-
guntaba si había algo que comeríamos más a gusto y,
en diciéndoselo nosotras, nos lo hacía preparar con
grande premura”328.

2.5 Teresa de Jesús


Teresa de Jesús tenía 42 años y era priora de la comu-
nidad de Bruselas cuando declaró en 1635:
“Conocí a nuestra venerable madre Ana de Jesús desde
el día de san Anastasio, el 22 de enero de 1607, cuando
vino de Francia para fundar su Orden de las Carmelitas
Descalzas en estos estados de Flandes, a petición del
Serenísimo Archiduque Alberto y de la Serenísima In-
fanta Doña Isabel Clara Eugenia, de gloriosa memoria,
siendo el primer Monasterio el de esta ciudad de Bruse-
las. Habiendo ido nuestra venerable Madre a apearse en
Palacio, para besar la mano de su Alteza, entonces me
hallaba yo al servicio de la Infanta y así tuve la dicha de
verla y conocerla.

2.6 Teresa de Jesús María


Teresa de Jesús María era supriora del convento de
Bruselas y tenía 40 años cuando declaró en 1635:
“A la primera pregunta, digo que conocí a nuestra vene-
rable madre Ana de Jesús poco tiempo después de ha-
ber fundado en esta ciudad de Bruselas su primer con-

328
Summarium super miráculo, pp. 42-44.

338
vento, o sea del año 1607, hasta el 1621 en que murió,
que fueron 14 años.
La primera vez que la vi, le hablé con mucha estima y
respeto y le pedí su bendición, viniendo yo muchas ve-
ces a este convento acompañando a su Alteza la Serení-
sima Infanta Doña Isabel Clara Eugenia, y sé que por
respecto a ella venía a este convento, teniéndola en
grande veneración.
Hablaba y trataba con ella sabiendo que era religiosa
santa, grave y anciana, contemporánea de nuestra Santa
Madre Teresa de Jesús y compañera suya, y una de
aquellas con las que más contaba, y estimada siempre
por ella más que ninguna otra.
Y su Alteza hacía mucho tiempo que la tenía en opi-
nión de santa en España y aquí de haberla tratado.
De esa manera la conocí desde el primer año en que
llegó a estos estados de Flandes hasta el de 1614, y
luego como súbdita suya y religiosa, aunque indigna de
su compañía, hasta el año 1621 en que nos dejó por me-
jor vida”329.

2.7 Juana de Jesús


Juana de Jesús, de 46 años cuando declara en 1635, y
18 cuando conoció a la madre Ana, se limitó a decir:
“Conocí a nuestra venerable madre Ana de Jesús duran-
te 13 años menos cinco meses; un año y algunos meses
antes de ser religiosa, y el resto en la religión, en este
convento de Bruselas, que fue desde el año 1607 hasta
que murió”330.

329
Summarium super miráculo, p. 39.
330
Summarium super miráculo, pp. 40-41.

339
2.8 Isabel del SS. Sacramento
Isabel del Santísimo Sacramento tenía 37 años cuando
declaró en el proceso de 1635, lo que significa que fue la
vocación más precoz del grupo; tenía 9 años cuando cono-
ció a Ana de Jesús como nos lo cuenta ella misma:
“A la primera pregunta digo, que conocí a nuestra vene-
rable madre Ana de Jesús al poco de llegar de Francia a
estos estados de Flanes y a la ciudad de Bruselas, y esto
porque la casa de mis padres les sirvió de monasterio
por espacio de cuatro años y dos meses menos cuatro
días, mientras se estaba completando el suyo, que cons-
truyeron sus Altezas, el Serenísimo Archiduque Alberto
y la Serenísima Infanta Doña Isabel Clara Eugenia, de
feliz memoria”331. La inauguración tuvo lugar el 19 de
marzo de 1611 e Isabel entró cuando tuvo la edad.
* * *
Si algo resulta claro de estos testimonios es que no exa-
geró Luis de León al colocar a la madre Ana entre las
“imágenes vivas que nos dejó de sí” santa Teresa de Jesús,
y que la imagen producía el mismo efecto que produjo el
original en María de San José (Salazar):
“Me llamó el Señor a la Religión viendo y tratando a
nuestra Madre y a sus compañeras, las cuales movían
las piedras con su admirable vida y conversación. Y lo
que me hizo ir tras de ellas fue la suavidad y gran dis-
creción de nuestra buena madre. Y creo verdaderamen-
te que, si los que tienen oficio de llegar almas a Dios,

331
Summarium super miráculo, p. 40.

340
usasen de la traza y maña que aquella santa usaba, lle-
garían muchas más de las que llegan”332.

3. TESTIGOS DE SUS VIRTUDES


Las mismas religiosas (excepto la madre Beatriz que
había regresado a España) y cuatro nuevas más, fueron
interrogadas en 1635 durante el Proceso Ordinario sobre
las Virtudes. En sus respuestas van desgranando episo-
dios, anécdotas, confidencias recibidas directamente de la
Madre, o a través de sus compañeras más cercanas, para
demostrar que la madre Ana de Jesús había practicado en
grado heroico todas las virtudes en general y las virtudes
teologales y cardinales en particular. Es lo que se proponía
demostrar en el Proceso y la Santa Sede debería corrobo-
rar con el Decreto sobre las Virtudes. Aquí nos limitare-
mos a recordar algunos detalles que nos ayuden a vislum-
brar la imagen que de Ana de Jesús se habían formado las
hijas que le acompañaron en sus últimos 14 años de vida
en la tierra. Cuando declararon en el Proceso de 1635
eran, como hemos visto, Teresa de Jesús la Priora y Tere-
sa de Jesús María la Supriora del convento de Bruselas.
Madre
El primer aspecto que destacan es su condición de ma-
dre. El cariño con que se sintieron acogidas desde el pri-
mer encuentro, como hemos podido ver en las páginas
precedentes, era verdadero. Dice Teresa de Jesús:
“A sus hijas y súbditas les tenía un amor tan entrañable
que parecía ser la verdadera madre de cada una de ellas,

332
Libro de recreaciones, 2ª Recreación.

341
asistiéndolas con suma diligencia y atención, tanto en
lo espiritual como en lo temporal.
En cuanto a las enfermas, procuraba con grande com-
pasión prestarles toda asistencia, consuelo y limpieza,
más que si fuera para sí misma. Incluso tratándose de
enfermedad contagiosa, como la viruela que yo padecí
y me venía a visitar y a traerme los regalillos que podía.
Lo mismo hacía con otra que tenía el mismo mal.
Iba a la cocina a ver y arreglar lo que había para co-
mer, y esto lo hacía con frecuencia.
Venía incluso por la noche a la enfermería, cuando
casi no podía caminar, a cuidar de la lamparilla. Y sé
que se quedaba un buen rato alrededor de mi cama,
consolándome y animándome; siempre nos exhortaba
mucho a la caridad y amor que debíamos tener unas con
otras”333.
Margarita de Jesús testifica:
“Era talmente madre de cada una que, más que si hu-
biese sido la propia madre, trataba de consolar a todas,
tanto sanas como enfermas; a estas últimas las asistía
con singular piedad y amor, se preocupaba mucho de su
bienestar y limpieza y de su consuelo espiritual, más
que si se hubiera tratado de ella misma”334.
Juana del Espíritu Santo, que experimentó el amor de
Ana de Jesús en vida, y particularmente el día de su muer-
te, declara:
“Con sus hijas y súbditas se mostraba como tierna ma-
dre de cada una, incluso más que si hubiera sido su

333
Positio, p. 502.
334
Positio, p. 506.

342
propia madre; se cuidaba del consuelo de todas, tanto
sanas como enfermas, y a estas últimas las asistía con
singular amor y caridad.
Esto lo he experimentado yo misma, a lo largo de los
ocho años de mi enfermedad, de manera muy particu-
lar; acudía ella misma con gran diligencia a mis nece-
sidades, preparándome con sus propias manos algunas
comidas especiales y, con toda su edad avanzada y sus
enfermedades, me traía ella misma algunos paños ca-
lientes; apenas podía caminar y se le veía venir cargada
con un brasero para calentar la enfermería; de noche se
levantaba y venía con su bastoncito a visitar a las en-
fermas; luego, si veía que dormíamos, acomodaba el fa-
rolillo cercano y se volvía despacito para no despertar-
nos.
Venía a visitarnos con mucha frecuencia y nos pre-
guntaba si había algo que comeríamos más a gusto y,
en diciéndoselo nosotras, nos lo hacía preparar con
grande premura”335.
Un poco más adelante añade la hermana Juana:
“Tenía particular y gran cuidado de consolar a las que
estaban afligidas o tentadas [...] Y así me decía: ‘Hija
yo no pienso más que en ayudar y consolar a las que
tienen más necesidad’. Y esto lo hizo hasta la hora de
su muerte. Quince días antes de morir se hizo traer has-
ta delante de mi cama en la enfermería para consolar-
me, y ella se encontraba tan mal que apenas podía pro-
nunciar una palabra, y sin embargo se esforzó de tal
modo que me habló bastante inteligiblemente y me dijo
estas palabras: ‘No te preocupes, hija, que pronto aca-

335
Positio, p. 516.

343
barán estas penas y por ellas tendrás mucha gloria’; con
lo que me dejó consolada, y esta fue la última visita que
me hizo”336.

A. Virtudes Teologales
a) Mujer de Fe
Margarita de Jesús declara:
“En las virtudes teologales brillaba mucho nuestra
venerable Madre Ana de Jesús poseyéndolas en sumo
grado. Hablaba de las cosas y misterios de nuestra santa
Fe de tal manera que parece la transmitía a cualquiera
que tratara con ella.
Tenía suma veneración a todos los Sacramentos y a
las cosas de la santa Iglesia, y a la menor ceremonia de
la misma, como verdadera hija.
Al llegar a esta ciudad de Bruselas, al inicio de esta
fundación, antes de encerrarse en el claustro, sus Altezas
le preguntaron si no quería ir a visitar el Santísimo
Sacramento del milagro, en la iglesia primacial de Santa
Gúdula, en esta ciudad; respondió con fe viva: ‘que no
necesitaba ver milagros para creer que Nuestro Señor
está en el Santísimo Sacramento’. Fue devotísima de
este misterio, y así tuvo muchas luces acerca del mismo
y recibió gracias muy señaladas en la Santa Comunión.
Tenía especial devoción al Símbolo y a la profesión
de Fe, y hacía que las hermanas se la leyeran cuando la
velaban de noche y se encontraba en los momentos de
mayor angustia, recibiendo grande alivio. Realizaba
este acto con tanta reverencia y atención, que reprendía
a quien se la leía sin ponerse de rodillas, diciendo: ‘que
336
Positio, p. 517.

344
cualquier artículo de la fe vale más que muchas
oraciones’.
Luego recuerda Margarita que: “en todos los
conventos que fundó y en los que fue priora ordenaba y
establecía que se celebrase la octava del Santísimo
Sacramento con grande solemnidad, teniendo Nuestro
Señor expuesto los ocho días”337.
Teresa de Jesús María declara:
“Tuvo en grande veneración todos los Ritos y
Ceremonias sagradas y, como me dijo a mí misma,
procuraba acompañar a la Iglesia en los Misterios que
celebraba. Y me aconsejaba que hiciera yo lo mismo,
que era la mejor cosa, y también que nosotras
uniéramos todas nuestras obras con las de nuestro
Señor Jesucristo.
Me exhortaba y recomendaba que tuviese grandísima
devoción al Santísimo Sacramento del Altar, y que
durante el día fuese a hacerle algunas visitas en el coro,
en agradecimiento y correspondencia a su amor.
Era devotísima de la Sagrada Escritura, y en particular
de las Epístolas y de los Evangelios de todo el año, y
por la devoción que le causaban se los hacía leer
muchas veces, lo mismo que el Símbolo de san
Atanasio y la profesión de Fe; esta devoción le duró
hasta el fin de su vida, pues con ella murió, mientras se
la recitaba una religiosa”338.
Juana del Espíritu Santo dice:

337
Positio, pp. 444-445.
338
Positio, p. 442. La recitaba Teresa de Jesús, que testifica ade-
más que en ese momento se le apreció la Santa Madre y sonriendo
tres veces con grande dulzura expiró (Positio, p. 705).

345
“Me examinaba sobre el modo y la disposición con que
me acercaba a la comunión, diciéndome que procurase
ir siempre con viva fe y gran pureza, evitando las
mínimas imperfecciones; y que, si faltaba en eso, Dios
me pediría estrecha cuenta del poco fruto que hubiera
sacado de este divino sacramento”339.
Isabel del Santísimo Sacramento declara:
“Tenía una fe grandísima y la conservó hasta la muerte,
cuando expiró escuchando la profesión de fe que
ordenó se la leyesen en aquella hora, y antes, para ese
fin, la había hecho escribir con buena letra.
Estando un día reunidas con ella algunas monjas, nos
dijo que cada una diese gracias a Dios en particular
por alguna de las gracias que nos había hecho y,
mencionando unas una y otras otra, nuestra venerable
Madre dijo por última: ‘Yo le doy gracias por haberme
hecho nacer hija de la Iglesia’.
Un día, preguntándole yo por qué tenía tanta devoción
al Apóstol San Pedro, me respondió: ‘porque él es la
piedra fundamental de la Iglesia’.
En cierta ocasión, a propósito de lo que yo le decía,
me respondió: ‘Hija, no sea curiosa, ni quiera escrutar
las cosas de nuestra santa Fe, crea sencillamente que
Dios lo puede todo’.
Le oí también a mi padre contar que cuando ella vino
de Francia y entró en Bruselas, antes de encerrarse en
su monasterio, le ofrecieron si quería visitar el
Santísimo Sacramento del milagro, en la iglesia de
santa Gúdula; nuestra venerable Madre respondió: ‘que

339
Positio, p. 174.

346
para creer que Dios estaba en el Santísimo Sacramento,
no necesitaba ver milagros’”340.
El padre Hilario de San Agustín, su confesor durante
los últimos años, hace resaltar, en su declaración en latín,
que su fe viva iba acompañada de un deseo igualmente
vivo de propagarla:
“Deseó ardientemente ir a misiones, y frecuentemente
trataba con gran deseo de fundar la Orden en el norte y
en el sur, en Etiopía incluso. Ya casi septuagenaria y
privada totalmente de salud, se ofrecía a llevar el
nombre de Jesús a Inglaterra, Alemania, Polonia y
otras partes. Y, como no se lo permitieron los
superiores, ni los príncipes, que querían retenerla en
Bélgica, envió de entre sus súbditas, con la aprobación
de los superiores, algunas monjas, con todo lo necesario
para el viaje, para que fundaran la Orden en el reino de
Polonia”341.

b) Mujer de Esperanza
Declara Teresa de Jesús:
“Digo que era grande la esperanza que tenía en Dios.
Lo demostraba con el ardiente deseo que tenía de salir
de la cárcel de su cuerpo. Estos deseos de ver a Dios
eran tan vivos que crecían de día en día, de modo que
siempre anhelaba este fin y decía con grande
sentimiento: ‘Hijas, pidan a Dios que me lleve pronto
consigo, que es larguísimo este destierro’. Muchas
veces se hacía llevar hasta su sepultura y decía: ‘Si, sin

340
Positio, p. 449.
341
Positio, pp. 452-453.

347
ofensa de Dios, pudiera meterme en esta fosa, ¡oh qué
de buena gana lo haría!’342.
Declara a ese respecto Juana del Espíritu Santo:
“Un día me dijo con gran placer alzando los ojos al
cielo: ‘¡Ah hija, si nos muriésemos las dos ahora, qué
afortunadas seríamos de ir a gozar de Su divina
Majestad! ¡Oh qué largo es este exilio! pida a Dios que
me lleve pronto consigo, ¡qué largo es este
destierro!’”.343
Teresa de Jesús María recordaba:
“Poseía nuestra venerable madre Ana de Jesús una
esperanza certísima y firme; recuerdo que, hallándome
yo muy afligida y oprimida por la fatiga, me decía:
‘¡Ay, hija, por cuántos dolores me siento oprimida, ya
no parezco persona, me estoy deshaciendo! ¡Cómo le
place a Nuestro Señor tenerme! Pues bien, aunque me
mate, ¡esperaré en él y le amaré!’.
Otras veces se hacía llevar a su sepultura, se
consolaba de verse en aquel lugar y decía con grandes
deseos: ‘¡Oh qué largo este destierro! ¡Oh seguro
Purgatorio! ¡Oh almas afortunadas que allí se
encuentran, pues tienen la seguridad de ver a Dios!
Dios me lleve allí por su misericordia’.
De esta firme esperanza en Dios nacían en ella la
libertad, el ardor y la confianza con que hacía las
fundaciones y vivía donde gobernaba, esperando que
nunca le faltaría lo necesario, diciendo: ‘Que había
hecho un pacto con Nuestro Señor: que ella se cuidaría

342
Positio, pp. 463-464
343
Positio, p. 488.

348
de todo lo que fuese de su servicio, y Su divina
Majestad proveería a sus casas de lo necesario’ y se lo
cumplió”344.
Margarita de Jesús, después de haber referido, también
ella, los detalles que acabamos de escuchar de labios de
Teresa de Jesús María, añade una referencia personal:
“En una ocasión, estando con ella le dije: ‘No sé, cierto,
Madre, dónde se ha quedado mi esperanza’. Me
respondió con grande fervor: ‘Hija, yo siempre la
tengo, nunca me falta’. Y bien que lo ha demostrado a
lo largo de toda su vida, tanto en emprender cosas
grandes y difíciles como en proseguirlas hasta alcanzar
el fin de la empresa, con tal que fuera del servicio de
Nuestro Señor”.
Margarita de la Madre de Dios refiere un detalle que
repiten varias de las declarantes y que a ella se lo
confirmó la misma madre Ana:
“Faltando algo en el convento, a la provisora que iba
pedírselo le respondía: ‘Vaya, hija, y pídaselo a Dios’,
y haciéndolo así la provisora, muchas veces aparecía lo
que necesitaba sin saber quién lo había enviado o de
donde venía. Muchas veces encontraban también en el
torno lo que necesitaban, sin saber quién lo había
dejado. Esto le he oído yo decir a nuestra Venerable
que le sucedió en España”345.
El padre Hilario de San Agustín declara que, al entrar
con el Viático dos o tres horas antes de su muerte, le dijo:

344
Positio, p. 464.
345
Positio, pp. 470-471.

349
“Mire, Madre, Cristo el Señor viene a llevar consigo su
alma al cielo; tome como dirigidas a vuestra reverencia
las palabras que dijo al buen ladrón en la cruz: ‘Hoy
estarás conmigo en el Paraíso’. Inmediatamente le miró
con admirable gozo y rostro alegre, e hizo señal con la
cabeza, pues ya no podía hablar aunque conservaba
pleno conocimiento, de que estaba de acuerdo y
confirmaba lo que le había dicho”346.

c) Toda amor de Dios y del prójimo


Amor de Dios
Declara Teresa de Jesús:
“Nuestra venerable madre Ana de Jesús tenía una
inflamada caridad y amor a Dios, como pude
experimentar en muchas y variadas ocasiones. Con
mucha frecuencia, encontrándome con ella,
experimentaba una particular presencia de Dios, como
quien siente el calor acercándose al fuego, de modo que
estaba más recogida y con mayor devoción que si
estuviera en el mismo coro. Sucedió una vez que, al
mandarme para algún encargo, antes de levantarme
besé el suelo sin darme cuenta de lo que hacía, como
acostumbramos cuando entramos o salimos del coro. Al
preguntarme nuestra venerable Madre ‘por qué me
postraba’, le respondí: ‘Ciertamente, Madre, pensaba
que estaba en el coro y por eso me he postrado’. Veía
claramente que sentía esto por hallarme en su
compañía, pues no lo sentía cuando no estaba con ella.
Lo mismo que digo de mí, lo sé de otras hermanas de
la casa, las cuales dicen que sentían palpablemente la
346
Positio, pp. 462-463.

350
presencia de Dios; con lo cual se da bien a entender que
ella lo tenía de manera especial en su alma.
Lo mostraba bien en las palabras que de ordinario
decía, refiriendo algunas cosas de la Sagrada Escritura,
que explicaba tan espiritualmente que causaba
admiración el ver cómo, estando tan aquejada y
oprimida por las grandes enfermedades y dolores que
padeció en estos últimos siete años de su vida, tenía su
interior talmente puesto en Dios; traía también, muy a
propósito de lo que requería la necesidad del momento,
algunos versículos de David.
Poseía un vivísimo sentimiento de los dolores y de la
Pasión de Cristo, causado por una ilustración que tuvo
algunos años antes de su muerte, que me dijo que había
sido tal que, todo lo que se ha escrito y se predica de los
púlpitos, no alcanzaba a expresar cuanto Nuestro Señor
le había hecho sentir. [...]
Me dijo también que una vez en Granada el venerable
padre Juan de la Cruz su confesor quiso mortificarla
quitándole la comunión. Cuando luego volvió a darle
permiso fue tan grande la alegría que probó al acercarse
a recibir a Nuestro Señor, que el corazón se le salió de
su sitio, y que nunca después se había vuelto como
antes. Luego, dándole ella cuenta de lo que había
sentido, él le dijo: ‘No se maraville, hija, y sepa lo que
hizo su espíritu: como los pajarillos, al alborear, parece
que quieren consumirse alabando al Señor, lo mismo
hizo su corazón por el gozo de recibir al Señor’”347.
Teresa de Jesús María ofrece el siguiente testimonio,
en el que añade a su propia experiencia lo que supo por la

347
Positio, pp. 477-479.

351
relación de María de la Encarnación, que vivió con Ana de
Jesús en Madrid de 1586 a 1594, y trató además con san
Juan de la Cruz:
“De mi trato con nuestra venerable madre Ana de Jesús
pude conocer muy bien que era un alma muy fervorosa
y unida a Dios. De cuando en cuando se le oían algunos
suspiros y actos de amor de Dios que inflamaban el
corazón de cuantos la escuchaban.
Sus palabras nunca eran ociosas, antes bien muy útiles
y de gran provecho, como dice la madre María de la
Encarnación haberlo constatado, viéndola en un trato
continuo con Dios; y eso mismo se lo dijo nuestro
padre santo fray Juan de la Cruz su confesor, y que la
mayor parte de los achaques y enfermedades que tenía
nuestra venerable Madre provenían de grandes ímpetus
de amor de Dios; y decía que era un alma seráfica, toda
inflamada de amor de Dios, y muy semejante en todo a
nuestra santa madre Teresa de Jesús en talento,
gobierno y oración; pudo él decir esto con gran
fundamento habiendo sido confesor de ambas y en
particular de nuestra venerable Ana de Jesús durante
muchos años.
También en los últimos años de su vida demostró
cuán grande era su unión con Dios, pues decía a su
enfermera, Margarita de la Madre de Dios: ‘¿Cree, hija,
que duermo porque tengo los ojos cerrados? Pues no lo
hago sino para estar tratando con Dios, por vuestra
caridad y por mí’. Igualmente, por muchas ocupaciones
que tuviera, no le distraían de la familiaridad que tenía
con Dios Nuestro Señor.
No era en ella ocioso este amor de Dios, pues le
causaba grandes deseos de padecer, y se deleitaba

352
hablando del martirio, y con grande gusto, como dice
sor Margarita de la Madre de Dios, a veces mirándose
las manos y señalando las coyunturas deseaba que se
las cortasen de una en una mientras estuviera viva, para
sentir mejor la acerbidad del dolor, y decía que hubiera
deseado hicieran picadillo con su carne, animándonos
también a nosotras a sufrir el martirio, e indicaba a cada
una lo que mayor dificultad le producía”348.
También Margarita de Jesús añade a su propia
experiencia lo que supo por la relación de María de la
Encarnación, añadiendo algunos detalles sobre el episodio
del corazón de Ana y la confidencia de una hermana de la
comunidad:
“Me ha asegurado una hija suya de Madrid, la madre
María de la Encarnación, que cuando la oía en el
locutorio hablar de Dios con nuestro santo padre fray
Juan de la Cruz, parecían dos serafines grandemente
encendidos de amor de Dios. Dicho padre le solía decir
que se tuviese por dichosa de servir a tal Prelada, que
era un serafín en la tierra, y cómo las enfermedades y
achaques que tenía nuestra venerable madre Ana de
Jesús, procedían de grandes ímpetus de amor de Dios”.
Refiere a continuación la prueba a que la sometió el
Santo, privándola de la comunión durante varios días, y
añade:
“Desde entonces no sólo le cesaron las palpitaciones
que solía tener, sino que hasta los mismos latidos
ordinarios dejó de sentirlos, y ni siquiera notaba ella

348
Positio, pp. 479-480.

353
señal de que tenía corazón, como si de hecho se lo
hubieran arrancado.
Y esto se pudo comprobar en este convento. Nuestra
madre Beatriz de la Concepción, entonces supriora, y
otras religiosas que le pusieron la mano sobre el
corazón, no sintieron ningún movimiento ni pulsación,
más que si no lo tuviera.
Y no es de maravillar, pues Nuestro Señor de tal
manera lo tenía por suyo y lo poseía enteramente
poniendo en él su trono, como Él mismo lo manifestó a
una hija suya: el día en que hizo su profesión lo vio ella
sentado en el corazón de nuestra venerable madre Ana
de Jesús, muy glorioso y resplandeciente, y desde allí le
dio su bendición. Esto lo sé de la misma hermana a
quien sucedió, con la confianza que tenía en mí y me
hablaba, me confió entre otras cosas este secreto”349.
Mariana de San José recuerda un episodio que puso a
dura prueba el amor de Ana de Jesús:
“Siempre conocí en nuestra venerable madre Ana de
Jesús un encendido y ferviente amor de Dios en todas
las cosas relativas a su servicio, probando grande pena
por las ofensas que contra Él se hacían, como sucedió
aquí en Bruselas cuando robaron el Santísimo
Sacramento de la iglesia de nuestros Padres Descalzos,
pues fue tan grande el dolor que le causó y las lágrimas
que derramó por la gran ofensa que se hacía a Dios, que
a nosotras nos daba grandísima compasión verla en
aquel estado.
De este mismo amor que tenía a Dios le derivaba el
gran dolor y sentimiento que tenía de la Pasión de

349
Positio, pp. 481-482.

354
Nuestro Señor; y así se la hacía leer muchas veces en sus
mayores dolores y en las enfermedades, pareciéndole
poco lo que ella padecía por Él”350.
Sobre este último aspecto es particularmente rica en
detalles la madre María de la Encarnación. Dice:
“Fue devotísima del Santísimo Sacramento y del
misterio de la Santísima Trinidad y de la Pasión de
Cristo nuestro Redentor, tanto es así que los viernes
sentía en su alma y en su cuerpo intensos dolores, y
principalmente el Viernes Santo. Yo la vi en alguno de
estos Viernes tan absorta y desfigurada, que parecía
muerta; en particular una vez que la observé más
detenidamente, y vi que, en dando las tres de la tarde de
aquel Viernes Santo, se le puso el color del rostro
inflamado y más alegre y volvió en sí llena de júbilo.
Yo entonces le dije: ‘Válgame Dios, Madre! que hace
poco parecía que vuestra reverencia estaba a punto de
morir y ahora se encuentra tan alegre que parece ha
resucitado ¿qué será eso?’ Y la Santa, como me quería
tanto, me dijo: ‘Hija mía, como ahora terminaron los
dolores de Cristo nuestro Señor y Su Alma Santísima
está ya toda gloriosa, estoy contentísima’”351.
Beatriz de la Concepción declara, en su relación escrita,
que la madre Ana de Jesús:
“Le contaba algunas misericordias que Dios le hacía,
que eran muy frecuentes, y en especial la luz singular
que tenía para entender los versículos de David y la
Sagrada Escritura, que dejaba maravillados a los

350
Positio, pp. 483-484.
351
Positio, p. 492.

355
padres Maestros fray Luis de León, fray Domingo
Báñez, Juan Alfonso Curiel y otros hombres respetables
y doctos de esta dicha Universidad, los cuales todos
reconocían y confesaban que esa su luz y sabiduría era
cosa celestial que Dios le comunicaba.
Un día, mientras se cantaba el Credo en la Misa, a las
palabras Cuius Regni non erit finis, que son a las que
nuestra santa Madre Teresa de Jesús tenía particular
devoción, nuestra beata Madre hizo hacer pausa grande,
se conmovió grandemente al oírlas, prorrumpiendo en
palabras exteriores y diciendo: ‘¡Oh Señor, cuánto
gozaba vuestra Sierva, que vuestro Reino no tendrá
fin!’ y causó en todas las presentes una ternura y
devoción admirable”352.
María de Jesús, de la comunidad de Salamanca, refiere
que el padre Francisco de Santa María, rector del colegio
y más tarde cronista de la Orden, le dijo hablando de Ana
de Jesús
“que estaba siempre tan unida a Dios y encendida en su
amor, que algunas veces tenía necesidad de hablar de
cosas indiferentes, lo cual creo se lo debía ordenar su
confesor”.
Y también recuerda María de Jesús que la madre Ana
solía decir:
“Me río cuando en mis trabajos y dolores me dicen que
me consuele con los de Cristo Nuestro Señor, porque
siento aquellos mucho más y me traspasan el
corazón”353.

352
Positio, pp. 493-494.
353
Positio, p. 495.

356
Amor del prójimo
De su amor al prójimo más cercano, como eran sus
hijas, no creo necesario aducir más pruebas. Veamos
algunos detalles de cómo su amor al prójimo llegaba
mucho más allá de la clausura de su monasterio.
Comencemos con la declaración de Teresa de Jesús:
“Nuestra venerable Madre tenía un amor entrañable al
prójimo y lo socorría en todo lo que podía, sintiendo
tan profundamente en su alma cualquier trabajo y
aflicción que sufriese, que la vimos derramar muchas
lágrimas de compasión. Así, cuando ocurrió la
desgracia del incendio en esta ciudad de Bruselas del
convento de las Clarisas, ella procuraba que vinieran a
nuestra casa mientras se reparaba la suya, y esto con
notable afecto; aunque luego los superiores no lo
consintieron.
Procuraba con gran solicitud socorrer a los necesitados,
particularmente a los pobres encarcelados, por los que
sentía particular afecto; por eso obtuvo de sus Altezas
que se les dijese Misa y se les proveyera de cuanto era
necesario para ello, y de este convento se les proveía de
ropa de sacristía, albas y corporales, y todo lo demás. Y
se sigue haciendo así hasta el día de hoy.
Pidió a su Alteza la gracia de que el día de san José,
en que entramos a tomar posesión de este real
convento, se diese libertad a tres detenidos, lo cual le
fue concedido y se siguió repitiendo siempre cada año
en ese día.
Era nuestra Madre muy pobre para sí misma en su
persona y muy liberal en socorrer las necesidades de los
demás. Tenía un corazón ancho y grande; nunca le
faltaba nada para practicar la caridad, y ella misma,
357
para ese fin, pedía algunas limosnas a los que la
visitaban”354.
Y no sólo se preocupaba de las necesidades materiales,
pues su principal preocupación era la salud espiritual y la
salvación de las almas, como refiere la misma Teresa de
Jesús:
“Producía con pocas palabras grandes efectos. Una
mujer, a la que le habían asesinado el marido, no quería
de ninguna manera perdonar al asesino, por mucho que
se empeñaron muchas personas. La venerable Madre,
apenas lo supo, la hizo llamar al locutorio, le hizo decir
el Pater noster y, al llegar a las palabras ‘Perdónanos,
Señor’, le dijo: ‘¿No quiere que Dios le perdone?’ La
mujer respondió que sí. Entonces añadió nuestra
Madre: ‘Pues ya ve que tiene que perdonar a aquel
hombre’. Fue tal el efecto que le hicieron estas palabras
que en el mismo instante dijo: ‘Le perdono, le
perdono’. De modo que la madre obtuvo de ella lo que
otros no habían conseguido con súplicas y promesas, y
se marchó mansa como una cordera la que había venido
como una loba”355.
Enseñaba con el ejemplo y también con la palabra,
como declara Teresa de Jesús María:
“Deseaba que esta misma caridad estuviese impresa en
el corazón de sus hijas. Algunas veces preguntaba, a las
que tenían más confianza con ella, si en aquel día
habían hecho alguna obra de caridad a sus hermanas y,
si decían que no, lo ponderaba mucho y le daba gran

354
Positio, pp. 501-502.
355
Positio, p. 503.

358
importancia. Y, si eso ocurría al final de día, decía:
‘Salga, hija, vaya al dormitorio a ver si Dios quiere que
se ofrezca alguna ocasión para que pueda ejercitar la
caridad, para que no le sea inútil este día’”356.
Isabel del SS. Sacramento es también testigo excepcio-
nal de que Ana de Jesús se preocupaba del bien espiritual
y material del prójimo. Aunque era una niña de 9 años
cuando Ana y sus compañeras se instalaron en la casa de
sus padres, mientras se les edificaba el nuevo monasterio,
tenía 37 años cuando declaró en el Proceso:
“Tenía grande caridad para con el prójimo y practicaba
muchas obras de misericordia espirituales y corporales;
muchas personas recurrían a ella en sus angustias y
nuestra venerable Madre las consolaba mucho y les
ayudaba todo lo que podía.
Procuraba con sus Altezas que se liberasen algunos
presos de la cárcel, y particularmente cada año era ya
cosa establecida que el día de nuestro Padre San José
salieran tres.
Sé también que algunas veces les suplicaba que orde-
naran moderar las penas de los delincuentes para que
no se desesperaran a causa de los suplicios.
Asimismo mandaba a pedir a su Alteza por medio de
mi padre, como yo misma se lo oí decir a él, y también
que nuestra venerable Madre lo ponía en embarazo,
llamándolo y mandándole muchos memoriales, impul-
sada por la caridad. [...]
Puedo asegurar, no solamente por haberlo oído decir,
sino también por haber conocido algunas personas, que
por el trato con nuestra venerable Madre mejoraban en

356
Positio, p. 504.

359
la virtud y en la devoción, confesando y comulgando
con más frecuencia, y oyendo Misa; particularmente
advertí esto en la persona de mi padre desde que co-
menzó a tratar con nuestra venerable Madre”357.
Beatriz de la Concepción precisa:
“Como su caridad y deseo de ganar almas para Dios era
tan grande, no descuidaba hablar a toda clase de perso-
nas, aunque fuesen de ínfima o baja condición. Así
convertía a muchas mujeres de mala vida, con amor y
benevolencia, y procuraba remediarlas”358.
Ana María del Espíritu Santo declara:
“Tenía grandísimo celo por la salvación de las almas
[...] A nosotras nos decía que, cuando no pudiéramos
recogernos en la oración mental, sería buena oración
para nosotras pedir por la conversión de las almas y por
los que trabajan para convertirlas y por los predicado-
res, y decía: ‘que no cumpliríamos con el fin para el
que nuestra Santa Madre Teresa de Jesús había fundado
estos conventos, si no lo hacíamos’”359.
Su amor al prójimo la llevaba a acompañarlo en sus ne-
cesidades también después de la muerte, como certifica
María de la Encarnación:
“Para los vivos y para los difuntos obtenía mil bienes
en favor de sus almas, y así muchas de estas que se ha-
llaban en el Purgatorio venían a pedirle socorro, como
lo hizo el buen Marqués del Vallés, que en Madrid fue

357
Positio, pp. 212-514.
358
Positio, p. 526.
359
Positio, pp. 521-522.

360
nuestro vecino y bienhechor. Enfermó de muerte, y un
día, a las ocho de la tarde, hallándose ya cerrado el
torno y habiendo tocado a Completas, nuestra venerable
Madre nos avisó que, las que no habían recitado la Es-
tación del Santísimo Sacramento, no la recitaran hasta
que ella se lo dijese. Estando la comunidad recitando
Completas, oímos un rumor, y yo sentí como si me hu-
bieran dado en la espalda un golpe terrible con la palma
de la mano, de manera que se me erizaron los cabellos;
todas las demás que se hallaban tanto en el coro como
fuera de él dijeron que habían experimentado la misma
sensación que yo. Al final de Completas nuestra vene-
rable Madre Ana de Jesús dijo: ‘Hijas, reciten la Esta-
ción al Santísimo por nuestro bienhechor, el buen Mar-
qués del Vallés, que acaba de expirar y ha venido a
pedir socorro’. Al día siguiente, cuando se abrió el
torno, se supo cómo había expirado en aquella misma
hora”360.

B. Virtudes Cardinales
a) Prudencia
La “carta terrible”
Como premisa sobre esta virtud, creo oportuno recordar
que la carta de santa Teresa a la madre Ana de Jesús (Bur-
gos, 30 de mayo de 1582) que alguno calificó de “terri-
ble”, y podría hacer pensar que la fundadora de Granada
cometió “imprudencias en su gestión”, leída con criterio
histórico, ni es terrible ni demuestra que Ana fuera impru-
dente. He aquí el párrafo que más hace al caso:

360
Positio, pp. 524-525.

361
“Ha sido gran indiscreción haber estado tantas; que,
como tornaron a enviar a esas pobres tantas leguas,
acabadas de venir –que no sé qué corazón bastó– pu-
dieran haber tornado a Beas las que vinieron de allá, y
aun otras con ellas; que ha sido terrible descomedi-
miento estar tantas –en especial sintiendo daban pesa-
dumbre– ni sacarlas de Beas, pues sabían ya que no
tenían casa propia. Cierto me espanto de la paciencia
que han tenido. Ello se erró desde el principio”.
La Santa, estando en Burgos, se hace idea de lo que
ocurre en Granada por cartas que ha recibido y que noso-
tros no conocemos, pero ya hemos visto que en la dicha
fundación la madre Ana no cometió ninguna imprudencia.
Viniendo ya al testimonio de sus hijas de Bruselas, dice
la madre Teresa de Jesús:
“Nuestra venerable madre Ana de Jesús poseía una par-
ticularísima prudencia, discreción y gran talento, de
manera que jamás vi en sus palabras y obras cosa que
no fuese acompañada de esta virtud.
Era habilísima en gobernar la casa, tenía una gracia
particular para hacerse amar y temer de sus hijas y súb-
ditas. Yo experimenté en mí misma muchas veces lo
diestra que era para llevarme por el camino que necesi-
taba. Esta destreza vi que la usaba con las demás, cuan-
do, después de haberlas corregido y mortificado, si lo
creía oportuno, las llamaba con mucha gracia y amor y
les decía algunas buenas palabras con que quedaban
tranquilas y en paz.
Era notable su habilidad para dar consejos; sé que
muchas personas graves, obispos y letrados, venían a
consultarla y, cuando no podían hablar con ella, lo ha-
cían por carta.
362
Oí decir a nuestra madre Beatriz de la Concepción,
que fue priora de este convento y compañera de nuestra
venerable Madre, cómo estando en Salamanca de torne-
ra supo que de más de sesenta leguas venían a pedirle
consejo y a consolarse tratando con ella cosas de la
propia alma”361.
Teresa de Jesús María dice, entre otros muchos deta-
lles:
“Eran las palabras de nuestra venerable madre fáciles
de entender, si bien llenas de espíritu y muy eficaces de
virtud y humildemente graves, y nos reprendía si las
nuestras no eran claras y simples, diciendo que no hi-
ciésemos uso de términos delicados ni curiosos, porque
eso había que dejarlo para los que escriben libros; nues-
tras palabras y discursos deben ser simplicísimos, decía,
como se expresa nuestra Santa Madre Teresa de Jesús.
En particular deponen sor Ana del Espíritu Santo y
sor Margarita de la Madre de Dios, que aunque era muy
rigurosa nuestra venerable Madre en reprender las fal-
tas, era también muy suave y amorosa en consolar y
confortar el espíritu, y tenía un trato tan amable y agra-
dable que se hacía querer mucho.
Le descubrían sus súbditas su interior y sus imperfec-
ciones, y ella daba tan buenas respuestas a lo que le
preguntaban que quedaban muy satisfechas, y algunas
veces más que de lo que les decían los propios confeso-
res; y todo esto con pocas palabras, pero muy sustancia-
les; y producía tal efecto en las almas que operaba en
ellas lo que les decía; muchas, además, han notado y
experimentado que las palabras de nuestra venerable
361
Positio, pp.529-530.

363
Madre eran graves y profundas; particularmente las que
decía en los Capítulos producían tal efecto que persua-
dían muchas veces cuanto ella quería. Sucedía que al-
guna de sus súbditas entraba turbada, y al salir era otra,
persuadida y consolada por lo que había dicho, afir-
mando que nuestra venerable Madre tenía palabras de
vida.
Tenía una gracia toda particular para referir algunas
cosas de espíritu y de devoción o de otras cosas indife-
rentes y ejemplares de nuestra Santa Madre Teresa de
Jesús, y de cosas que le habían sucedido a ella, con las
cuales nos consolaba y recreaba mucho a nosotras sus
hijas”362.
Todas están de acuerdo en acentuar la habilidad con
que la Madre se acomodaba al momento que estaban vi-
viendo, para exigirles más o menos según su capacidad, y
consolarlas cuando lo necesitaban. Isabel del Santísimo
Sacramento añade:
“Así lo pude experimentar algunas veces en mis tenta-
ciones. Era muy circunspecta en todas sus palabras,
nunca le oí una imprudente o indiscreta, le oí a mi pa-
dre alabar esta su virtud de prudencia, y también a otros
caballeros y personas seglares”363.

b) Justicia
Es significativo que lo primero que ponen de relieve
sus hijas al ser interrogadas sobre la virtud de la justicia,
es que era muy agradecida. Declara Teresa de Jesús:

362
Positio, pp. 534-535.
363
Positio, pp. 538-539.

364
“Fue siempre muy agradecida, nunca faltaba de su boca
esta palabra: ‘¡Dios se lo pague, hija!’. Conservaba
buen recuerdo de cuantos le habían hecho algún bien y
caridad por mínima que fuese.
Decía que lo primero que iba a pedir a Dios cuando se
hallase en su presencia sería en favor de las que la cui-
daban; algunas de estas han sentido el efecto de esta
promesa suya, como me sucedió a mí en un particular
que luego referiré364.
Margarita de Jesús recuerda entre otras cosas:
“Era muy recta, bien regulada y observante de la Ley
de Dios, que por nada del mundo se habría desviado de
lo que fuese más perfecto y justo. Reprendía severa-
mente a sus súbditas por la menor falta que veía en
ellas y no permitía que, por ejercitar una virtud, faltaran
a otra. Así vi que a algunas monjas les quitó el oficio
que ejercían por haberse excedido en alguna cosa, cre-
yendo que hacían una obra de caridad cuando estaban
faltando a la pobreza”365.
Cuenta Isabel del Santísimo Sacramento:
“Oí decir y lo experimenté que era de ánimo extraordi-
nariamente agradecido, pues cualquier cosa, por pe-
queña que fuera, la agradecía mucho y nos reprendía
cuando no nos demostrábamos hijas suyas; a mí espe-
cialmente me reprendía porque no mostraba gratitud
por cierto regalo que me hacían mis padres, diciéndo-
me: ‘Acuérdese que Nuestro Señor promete por un tra-

364
Positio, pp. 547-548.
365
Positio, p. 551.

365
go de agua el reino de los Cielos, y vuestra caridad no
quiere ser agradecida’. [...]
“Vimos que nuestra venerable Madre Ana de Jesús
fue siempre de corazón hija de la Iglesia, obedientísima
a sus preceptos y mandamientos con grande puntuali-
dad; decía también que por la menor ceremonia de la
misma daría mil vidas si las tuviera.
Me interrogaba si sabía los mandamientos de la ley de
Dios, y decía que el Catecismo de la doctrina Cristiana
era el mejor libro que podíamos leer, y nos lo hacía
aprender de memoria para decirlo.
Era muy observante de la Regla y de las Constitucio-
nes, estimándolas mucho y dando gran importancia a
cualquier punto de las mismas. Esto nos lo recordaba y
recomendaba con frecuencia en sus Capítulos, y tam-
bién fuera de ellos, y decía que con eso solo nos haría-
mos santas y que era la mejor devoción. Nos recordaba
también cómo, en la hora de su muerte, lo que más re-
comendó nuestra Santa Madre Teresa de Jesús era la
observancia de la Regla y de las Constituciones.
Cuando se estaba construyendo nuestro monasterio, al
no poder impedir que el monasterio fuera grandioso,
por ser fundación de sus Altezas y por quererlo ellos
así, al menos procuró que los techos fueran bajos y las
celdas pequeñas; las mesas y otras cosas, groseras, con-
forme a nuestras Constituciones. En ese tiempo le oí
algunas veces a mi padre decir: ‘En mi vida he visto
cosa igual, no parece sino que la madre Ana de Jesús
tiene siempre las Constituciones en la mano, pues para
cualquier cosa que ocurre me las saca diciendo: ‘Con-
forme a nuestras Constituciones no podemos hacer esto

366
o lo otro’; y de nada sirve que yo le diga: ‘¡Pero que es
Casa Real!’”366.
Hablando de la Justicia declaraba su confesor, Hilario
de San Agustín, que en alguna ocasión, no hallando mate-
ria suficiente para darle la absolución,
“le sugirió que, una vez manifestados los pecados ac-
tuales, añadiese al final: ‘También me acuso de las
mentiras cometidas en mi vida pasada’, que suele ser
una falta bastante común; y, viendo que no hacía lo que
yo le había sugerido, le pregunté por qué no seguía mi
consejo, y ella me respondió: ‘Padre, no recuerdo haber
dicho una mentira en toda mi vida’”367.

c) Fortaleza
Las 20 páginas que ocupan en el Summarium de la Po-
sitio las declaraciones de sus hijas son la mejor prueba de
la admiración con que recordaban la Fortaleza de la ma-
dre Ana de Jesús. Reproduzco por extenso la declaración
de Teresa de Jesús y añadiré algunos detalles aportados
por las demás. Dice, pues, Teresa de Jesús:
“Nuestra venerable madre Ana de Jesús estaba dotada
de grande fortaleza y magnanimidad, como se vio en
las grandes cosas que emprendió por el servicio de
Dios, superando con ánimo varonil, sin abatirse, todas
las dificultades que se le ofrecían, hasta alcanzar el fin
que se había propuesto al emprender la obra.
Decía que, por grandes que fueran los trabajos y los
peligros interiores y exteriores en que se había encon-

366
Positio, pp. 553-555.
367
Positio, p. 547.

367
trado, jamás había sentido pusilanimidad o debilidad de
ánimo.
En todos sus trabajos, fatigas y enfermedades siempre
la vi con un ánimo varonil y superior a todo.
Tenía nuestra venerable madre Ana de Jesús una pa-
ciencia rara y admirable en todas sus angustias y en-
fermedades, las cuales fueron bien grandes.
La ejercitó Dios en cosas bien contrarias a su natural,
pues, siendo inclinada a obrar cosas grandes por su ser-
vicio, Dios la redujo a ser como una criatura en los úl-
timos cinco años de su vida, de modo que no podía mo-
verse ni llevar un bocado a la boca con sus manos, sino
por mano ajena, y tampoco vestirse ni dar un paso, y ni
siquiera secarse una lágrima, mientras sufría también
dolores indecibles, y un fuego o calor que la inflamaba
toda. Solía decir que, por cuanto fuesen intolerables sus
dolores, no los cambiaría por cosa alguna del mundo,
pues sus pecados merecían mucho más que aquello.
Cuando se encontraba mayormente oprimida por los
mismos, pedía internamente a Dios le diese todavía más
que padecer. De ordinario decía: ‘Aunque Dios me ma-
tase, esperaría en él’. Lo que sufrió en los últimos siete
años de su vida era de tal suerte que a veces nosotras
decíamos que no se podría creer, de no haberlo visto.
Jamás en los últimos cinco años pudo dormir en la ca-
ma, pues al acostarse se le hinchaba la garganta de tal
manera que parecía ahogarse, y era tal la hinchazón que
se vía exteriormente, con angustias tan grandes que no
podía estar echada. Y así pasaba todo el día y la noche
sentada en una silla de paja, y a ratos tumbada en un
colchoncillo en el suelo, y con tanta inquietud que pa-
recía imposible que un ser humano pudiera sufrir tanto,

368
que nos veíamos obligadas a levantarla solo con los
brazos para acostarla y levantarla.
Había horas en que era necesario hacer esto más de
ocho o diez veces y, como pesaba tanto, sufría mucho
más que las otras. Cuando la veía tan fatigada, algunas
veces le decía: ‘Madre, bien podría Nuestro Señor, si Él
quisiera, por piedad dejar descansar a vuestra reveren-
cia un par de horas’. Respondió: ‘Hija, me conformaría
con media, pero hágase lo que Él quiera’. Con todo su
mal, era tan afable que se hacía llevar al lugar donde se
encontraban las hermanas en tiempo de recreación.
Hacía muchos años que tenía gota y un tumor en el
costado izquierdo, que le causaba grandísima molestia;
sufría de parálisis y de grandes temblores por todo el
cuerpo; era hidrópica; tenía una llaga cerca de la rodilla
y otra debajo de la cintura que le causaban muchísimo
dolor.
En cuanto a mí, puedo decir que al verla me venía
muchísimas veces a la memoria la Pasión de Jesucristo
Nuestro Señor, como un vivo retrato. Y soportaba tan
bien todo este mal que algunos años antes de su muerte
decía: ‘Mucho me queda todavía por sufrir’. Y esto con
tanto gusto que parecía deleitarse en los trabajos y su-
frimientos, más que si fuera cosa de mucho descanso y
agrado. Quería que le cantase algunas estrofillas a este
propósito y ella se esforzaba en repetirlas, particular-
mente esta: «Vengan también los dolores, labren esta
piedra dura trabajos y disfavores, angustias y amargu-
ra, mientras la vida me dura».
No solamente padecía en el cuerpo, sino también en
el alma por la gran aridez que sufría. Muchas veces me
decía: ‘Dios y el alma se quedaron en España. Aquí to-
do es sufrir. Parece que Dios ha dado poder a mis

369
enemigos para que me atormenten. ¡Oh hija, cómo me
encuentro! El que me hizo, me deshace ahora. Padezco
tanto que, si mi estado no es el del Infierno, me parece
que no puede ser peor. Pero hágase la voluntad de
Dios’.
Como yo la asistía de ordinario en estos últimos años,
puedo decir con verdad que jamás vi en ella una falta
de resignación, sino más bien mucha paciencia en todos
sus trabajos y enfermedades”.
Describe a continuación su amor a los que la persiguie-
ron o la hicieron sufrir de manera especial, y afirma que
jamás le oyó una palabra contra ellos; incluso decía que, si
tuviera que elegir entre dos personas, una amiga y otra
enemiga, a quien hacer un favor, elegiría la segunda, y
refiere, como ejemplo, el caso que le ocurrió en Madrid:
“Me contó –dice la madre Teresa– que una vez le vinie-
ron a hacer un gran proceso de cuanto se decía sobre
ella, de parte del Capítulo. Escuchó, y pidiendo el Padre
que respondiese a ello, no dijo más que esto: ‘Que
Nuestro Señor, estando en la Cruz, pidió a su Padre que
perdonase a sus enemigos, porque no sabían lo que ha-
cían; que ella pediría al Señor les perdonase, porque
sabían lo que hacían’. Y añadió: ‘Padre, si vuestra reve-
rencia no ha dicho misa, vaya a celebrarla y dénos la
comunión’. Y esto con mucha paz. Así de poco la tur-
baban estas persecuciones” 368.
Pero no fue Teresa de Jesús la única a quien la madre
Ana contó esa experiencia dolorosa. También María de
Jesús declaró:

368
Positio, pp. 572-576.

370
“Mostraba un afecto especial a los que la perseguían.
Le oí decir que una vez llegó al convento un Padre, de
parte del Capítulo, llevando consigo un gran proceso de
lo que habían dicho de ella, y, después de habérselo leí-
do, le pidió la respuesta; y ella respondió: ‘Que les dije-
se que, como Nuestro Señor estando en la Cruz pidió a
su Padre que perdonase a sus enemigos, porque no sa-
bían lo que hacían, ella iba a pedir a Dios que les per-
donase, porque sabían lo que hacían’. Luego le dijo al
mismo Padre estas palabras: ‘Si vuestra reverencia no
ha dicho misa, venga a decirla y a darme la comunión’,
de lo que el dicho Padre quedó maravillado viendo tan-
ta paz y serenidad en semejante ocasión. No le oí hablar
mal de nadie”369.
El episodio a que se refieren las dos declarantes, y que
relata también María de la Encarnación que en ese mo-
mento se hallaba en Madrid, tuvo lugar en el contexto del
Capítulo general de 1591 en que se trató de procesar a
Gracián; para ello se había recopilado una serie de calum-
nias que salpicaban también a María de San José y a Ana
de Jesús. Por lo que respecta a la madre Ana, dice Gracián
en un memorial, escrito por julio de ese año 1591, titula-
do: “Memorial de los falsos testimonios que le han levan-
tado al padre Gracián sus mismos religiosos”:
“25. Dicen que siendo él Provincial, y aun no sé si di-
cen que en su presencia, Ana de Jesús, que fue priora

369
Positio, pp. 582-583.

371
de aquí de Madrid, bailó y cantó la zarabanda370, los
brazos y pernas descubiertas.
– Respondo que se habría de hacer muy verdadera in-
formación de eso y hallando ser mentira tan abomina-
ble, como lo es, castigar gravísimamente, con el rigor
que nuestras leyes mandan se castiguen los infamado-
res, al que eso levantó”371.
Volviendo a la Fortaleza mostrada por Ana de Jesús en
Bruselas veinte años después de esos tristes sucesos, testi-
fica Margarita de Jesús:
“Siempre la vi con ánimo varonil y superior a todas las
penas y trabajos que pudieran presentarse. […] Solía
decir que todos los sucesos que se ofrecen en esta vida,
sea de prosperidad o de adversidad, no son más que ba-
gatelas y juegos de niños, y que por eso no se debía ha-
cer ningún caso de ellos, pues tan pronto como comien-
zan, se terminan y desaparecen.
Decía también a este propósito con grande constancia:
‘No temo, ni amo, ni aborrezco, ni deseo, ni me da pe-
na, ni placer, ninguna cosa creada. Solo Dios me bas-
ta’”372.
Margarita de la Madre de Dios declara:
“Tenía nuestra venerable madre Ana de Jesús una forta-
leza y constancia admirable, con las que dominaba to-
das las enfermedades y trabajos que se ofrecían; los pa-

370
El diccionario de Casares da esta definición: “Danza picaresca y
de movimientos lascivos que se usó en España antiguamente. - Mú-
sica de esta danza, que solía acompañarse con las castañuelas”.
371
MHCT 21, p. 243.
372
Positio, p. 578.

372
saba todos sin lamento ni murmuración. Con ánimo in-
vencible apoyaba su fortaleza en Dios, y así me decía
cuando había comulgado, cosa que hacía todos los días:
‘Ahora que tengo a Dios conmigo, que venga lo que
quiera’”373.
Mariana de San José, confirma lo que dicen las demás
hermanas sobre la fortaleza de Ana de Jesús y añade este
detalle:
“No podía sufrir que nosotras nos quejáramos por pe-
queñas cosas, y decía: ‘que fuésemos varoniles de áni-
mo en todo; y, pues el reino de Dios puede encerrarse
dentro de nuestras almas, no deberíamos mostrar exte-
riormente la pena o tentación que sufriéramos’; y nos
reprendía cuando veía lo contrario”374.
Cuenta la madre Beatriz de la Concepción que
“Encontrándose una vez muy enferma y teniendo la al-
mohada rellena de paja, se la cambió por una de lana, y
le reprendió, pareciéndole una delicadeza exagerada, y
diciéndole que lo pagaría en el Purgatorio”375.

d) Templanza
De las diez páginas que llenan en el Summarium los
elogios con que recuerdan sus hijas haberle visto practicar
esta virtud, bastará evocar el testimonio de Teresa de Je-
sús:

373
Positio, p. 587.
374
Positio, p. 581.
375
Positio, p. 592.

373
“Nuestra venerable Madre poseía la virtud de la Tem-
planza en su verdadero punto, de tal manera que jamás
la vi obrar con pasión, tan dominadas las tenía, ni mu-
dar el rostro por cualquier cosa que le sucediera; pare-
cía como si no las tuviera, dada la igualdad y equidad
de ánimo que en todo guardaba.
Jamás reprendía con desdeño ni daba un castigo con
disgusto ajeno.
En el comer y beber era muy moderada, de forma que
causaba maravilla ver con qué poco se alimentaba es-
tando tan enferma.
Afligió continuamente su cuerpo por haber hecho fir-
me propósito de no darle gusto en nada, incluso en las
cosas más lícitas. Así me lo dijo ella misma, y esto des-
de sus primeros años. Hizo también grandes mortifica-
ciones, incluso siendo seglar, comiendo en tierra en
presencia de muchas personas, y esto lo hizo repetidas
veces.
Luego en la Orden las hizo muy extraordinarias. No
obstante sus muchos años y sus enfermedades, se esfor-
zaba en hacer lo que podía, como sucedió un día de
Semana Santa que se postró en cruz en medio del coro
con grande fatiga y pena, de modo que fue necesario
ayudarle a levantarse del suelo; y ella luego comentaba:
‘Ya no lo puedo hacer, pero no acabo de entenderlo’.
Después de describir los cilicios y otras clases de peni-
tencia que usó Ana de Jesús, añade Teresa:
“A nosotras nos exhortaba a hacerla diciendo: ‘Hijas,
hagan pendencia mientras son jóvenes, que, cuando
sean viejas, no la podrán hacer aunque quieran’”376.

376
Positio, pp. 596-598.

374
El Summarium contiene todavía más de 40 páginas377
sobre cómo vieron a la madre Ana de Jesús practicar las
virtudes objeto de los tres votos y la virtud de la humildad,
pero puede ser suficiente lo dicho hasta aquí para justificar
el título de este capítulo, y hacernos una idea de la impre-
sión que dejó la madre Ana de Jesús en las personas que
tuvieron la dicha de convivir con ella.

377
Positio, pp. 608-652.

375
Capítulo XIII
ANA DE JESÚS
Y SU HISTORIOGRAFÍA

1. Censura del libro de Ángel Manrique.- 2. Proceso de


Canonización.

Fue la madre Beatriz de la Concepción, testigo fiel de la


vida de Ana de Jesús durante sus últimos 30 años, quien
más de cerca pudo observar el peligro que corría la memoria
de la fundadora de Francia y Flandes si ella no salía en su
defensa. A nivel oficial de la Orden había prevalecido la
línea impuesta por el padre Doria, y, como consecuencia, la
versión oficial de la Historia tenía que justificar la situación
por la que atravesaba la Orden en esos momentos (1620-
1650) y silenciar cuanto pudiera redundar en menoscabo de
la grandeza y mérito del verdadero responsable de esa situa-
ción. Por ese motivo Beatriz comenzó inmediatamente a
recoger el testimonio de personas amigas, y a preparar el
material para una biografía bien documentada que hiciera
justicia a la madre Ana y sacara a luz la verdad de todas las
actuaciones que la habían visto protagonista378.

1. CENSURA DEL LIBRO DE ÁNGEL MANRIQUE


Al cabo de diez años, y gracias al apoyo incondicional
de Isabel Clara Eugenia, había conseguido Beatriz que el
Maestro fray Ángel Manrique concluyera su obra: La V.M.

378
Cf. I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 331-348.

377
Ana de Jesús, discípula y compañera de la S.M. Teresa de
Jesús y principal aumento de su Orden. Fundadora de
Francia y Flandes.
El manuscrito estaba concluido a principios de 1631, pe-
ro se retrasó un año la publicación porque se daba el caso de
que ya se había pronunciado sobre el tema el primer Histo-
riador de la Orden, José de Jesús María Quiroga, en su vida
de san Juan de la Cruz en 1618 y 1628; y, además, Jerónimo
de San José y Francisco de Santa María estaban preparando
la Historia general con el mismo criterio. Por eso, los Des-
calzos, para evitar que la obra de Manrique desmintiera su
versión, pidieron revisar el manuscrito. Manrique, para evi-
tar males mayores, se acomodó a sus exigencias y aceptó
correcciones hasta donde la conciencia se lo permitió.
Como las Carmelitas Descalzas de Bruselas conservaron
el manuscrito original en que se introdujeron las correccio-
nes, junto la correspondencia del Autor que explicaba su
proveniencia y el lugar en que debían incluirse, disponemos
de una auténtica radiografía del método con que se escribió
la primera versión de nuestra historia sobre el recurso de
Ana de Jesús a la Santa Sede. Lo que no sabemos es la parte
que en ello tuvo cada uno de los autores que figuran en las
portadas: Quiroga, Jerónimo de San José y Francisco de
Santa María, con la colaboración de Tomás de Jesús, que en
1625 les envió su biografía de Ana de San Bartolomé, junto
con seis capítulos de la vida de Catalina de Cardona; y tam-
poco sabemos lo que se debió a censores anónimos, cuyo
influjo en el campo de nuestra historia duró hasta el Conci-
lio Vaticano II.
Del análisis de todas las correcciones impuestas a la ver-
sión de Manrique, que estaba fundada en la documentación
recogida por la madre Beatriz de la Concepción, y que ex-

378
puse detalladamente en la segunda parte de mi tesis doctoral
en 1968 379, llegué a la siguiente conclusión:
“La intervención de la censura de la Orden demuestra
con evidencia que los responsables de la historiografía
oficial del Carmelo Teresiano tienen algunos cánones fijos
que desean imponer a los extraños, y que, por supuesto,
como veremos en los capítulos siguientes, ellos observa-
rán con fidelidad ejemplar:
Ante todo, no exagerar los méritos ni la santidad de
Ana de Jesús. El insistir en su semejanza con la madre
Fundadora, hasta les parece injusto.
Cuando la figura del padre Doria pudiera quedar deslu-
cida, no dudan en suprimir un pasaje, aunque conozcan el
documento que demuestra su historicidad. Sobre su padre
y fundador, prefieren no se diga toda la verdad; ellos se
encargarán de escoger y explicar el material que ha de
publicarse. Este criterio vale también para las revelacio-
nes.
Cuando una revelación divina favorece a la madre Ana
hasta darle plenamente razón, intentan suprimirla; y al no
poder conseguirlo, transforman su contenido.
Desean ocultar a toda costa el contraste existente entre
la legislación postdoriana y lo establecido por la madre
Fundadora, y persuadir a las monjas y a todo el mundo de
que la sentencia definitiva de la Madre está reflejada en
las ideas de los que gobiernan. Y, como inventaron el
cambio de parecer de la Santa, quisieran hacer creer que
también Ana de Jesús y las demás cambiaron; aunque los
documentos les digan lo contrario.

379
Cf. I. MORIONES, Ana de Jesús, pp. 349-386.

379
Para contrarrestar el influjo de Ana de Jesús, procuran
exaltar la intimidad que con la Santa gozó Ana de San
Bartolomé, presentando a ésta como la intérprete fiel del
pensamiento teresiano.
En una palabra, saben que Ana de Jesús, de acuerdo
con Gracián, María de San José y las principales prioras,
recurrió a la Santa Sede por salvar del celo reformador del
padre Doria la legislación de santa Teresa, pero prefieren
presentar a Doria como el intérprete fiel del pensamiento
teresiano y a la madre Ana de Jesús (y por consiguiente a
todos los que estaban de su parte) como un caso de rebel-
día imprudente –si bien con todas las atenuantes posibles–
reprimido enérgicamente por el celoso Vicario general”380.

2. PROCESO DE CANONIZACIÓN
2.1 La versión de nuestros cronistas resumida por el Pro-
motor de la Fe
Remitiendo a la segunda parte de mi tesis doctoral a
quienes deseen leer en su integridad la versión ofrecida por
nuestros cronistas del siglo XVII381, me limito a reproducir
aquí la más autorizada de las síntesis. Está firmada nada
menos que por el Promotor de la Fe, Monseñor Lorenzo
Salviati, el cual, al examinar en 1878 si era el caso de intro-
ducir en Roma la Causa de Ana de Jesús, replicó que, según
la información en su poder, tenía pocas probabilidades de
éxito positivo, y que por tanto sería mejor no comenzarla. A
dos siglos y medio de la muerte de Ana de Jesús, mientras
sus devotos confiaban verla canonizada, el “Abogado del
diablo” respondía con un retrato bastante poco conforme a

380
Ibidem, pp. 385-386.
381
Ibidem, pp. 387-462.

380
los cánones de la verdadera santidad. Le fue suficiente repe-
tir las palabras de nuestros cronistas382:
“1. No puede menos de llamar la atención –escribe en la-
tín el Promotor de la Fe– el hecho de que la causa
de esta eximia compañera de la Santa Madre Teresa no
haya sido presentada antes en la Congregación, teniendo
en cuenta sobre todo el dato de que ya en 1636 se inicia-
ron varios procesos ordinarios. Aunque también puede
interpretarse como indicio de confianza por parte de los
Postuladores...”
Después de algunas dificultades de índole más bien jurí-
dica o procesal, expone la que considera como la objeción
básica y tal que podría constituir un impedimento insupera-
ble para la Causa. Traduzco literalmente del latín:
“10. Paso ahora a considerar el impedimento por el que
las Monjas de Bruselas temían con razón por el feliz éxi-
to de la Causa. El hecho se halla referido en el Summa-
rium (N. 13 § 14 ad 33) tomado de la vida del padre
Manrique antes citada y que resumió luego el Autor de la
Informatio (§ 102 ad 110). Pero dado que esta biografía
tiene más visos de alabanza panegírica que de verdad his-
tórica, será necesario completar la narración con otros
Autores. Hemos elegido para ello la Vida de San Juan de
la Cruz escrita por el padre José de Jesús María en 1628
y la Crónica de la Orden de los Carmelitas Descalzos,
obras a las que se dio mucho peso al tratar de las virtudes
heroicas del mismo Siervo de Dios en la sagrada Con-
gregación”.

382
«Animadversiones R.P.D. Promotoris Fidei Super dubio “An sit
signanda Commissio introductionis Causae in casu et ad effectum de
quo agitur?”»

381
Y cita a continuación a nuestros cronistas reproduciendo
entre comillas las palabras del original castellano. Dice así:
«11. El Padre Nicolás de Jesús María Doria, Pro-Vicario
General de los Carmelitas Descalzos de España, había
elegido seis varones prudentes de su misma Orden, entre
los que se encontraba S. Juan de la Cruz, como Conseje-
ros para tratar de los negocios más graves de los conven-
tos tanto de hombres como de mujeres a él sujetos. Estos
consejeros decidieron, en primer lugar, frenar la excesiva
libertad por la que cada Priora podría designar los Confe-
sores que ella creyese convenientes. Es cierto que esto lo
había permitido la Madre Teresa al principio de sus fun-
daciones, pero después dijo que estaba muy preocupada
porque quizá “lo que había ordenado para medicina de
sus Monjas podía convertirse en veneno, e incluso que
esta Constitución podía ser ocasión de relajación en sus
Monasterios” (Summ. N. 13 § 17); y en el manuscrito
original se añade a continuación: “y aun dicen que hay
carta de la Santa escrita a la Priora de Sevilla, María de
San José, que confirma esto mismo y que esta carta se
conserva original en el monasterio de Valladolid”. Cierto
que todo esto no podía ignorarlo Ana de Jesús, ya que,
según se dice, tuvo íntima comunicación con Teresa y
fue heredera de su espíritu. Sin embargo, disgustada por
estas prescripciones, hizo todo lo posible por oponerse a
ellas. “Puso en su ánimo –se lee en las Crónicas– buscar
el remedio, con más satisfacción de su buen celo, que
consideración de que era mujer y encerrada y que se
oponía a una religión ya hecha, docta, santa, poderosa
con el Rey y venerada en toda España”. Por eso procuró
conseguir de la Sede Apostólica la confirmación de las
Constituciones “que ella entendía ser de N.S. Madre, y en

382
especial la que da facultad a las prioras para elegir, sin
dependencia de los prelados (así lo entendía ella) los con-
fesores que le pareciesen oportunos para las monjas. Y
porque en sus conventos (según ella decía) no había tan-
tos sujetos hechos que pudiesen gobernar, intentó que por
espacio de 25 años el Sumo Pontífice diese licencia para
que hubiese reelecciones de prioras en el oficio en que
acababan. Y últimamente, que se aumentase el número
de las religiosas, por parecerle muy corto el de veinte,
imposibilitando el tiempo y edad a muchas para el traba-
jo y observancia. Para dueño de todo esto, supuesto que
huía del gobierno de la Consulta, eligía en su mente al
padre Vicario general por prelado propio, pero sin asis-
tencia de los Definidores. Y porque él, estando siempre
fijo en la Consulta, no podía visitar por su persona a las
monjas, trazaba que el Capítulo general eligiese un Co-
misario, dependiente del Vicario general, para que las
gobernase y visitase conociendo a cada una en particular
y midiendo los méritos de las personas [...] Y para dar
buen principio a este gobierno, nombraban a nuestro ve-
nerable padre fray Juan de la Cruz, o al padre fray Jeró-
nimo Gracián de la Madre de Dios, con que los hizo sos-
pechosos de cómplices” (Crónicas lib. VIII, Cap. 35, N.
4 et 5). Está claro, desde luego, que el Padre Gracián, que
luego fue expulsado de la Orden, estaba de acuerdo con
estas maquinaciones; en cambio no se puede decir lo
mismo de san Juan de la Cruz, como veremos.
12. Todo esto hizo la Sierva de Dios, que por ese motivo
apoyaba imprudentemente los proyectos de algunos per-
turbadores, es decir “algunos clérigos y religiosos graves
de otras Órdenes, que deseaban ver más cortesanas y tra-
tables a nuestras monjas, que contemplativas y retiradas,
sentían mucho que los Prelados de la Orden cuidasen tan-
383
to de conservarlas en los buenos medios que nuestra ma-
dre santa Teresa había puesto en su acertada dirección,
particularmente en el retiro de visitas, aunque fuesen de
sus deudos, y de toda otra comunicación humana [...]. Y
por tener más mano, así en su comunicación, como en su
gobierno, procuraban inducirlas a sacudir de sí este yugo.
Y, como no podían huir del todo el gobierno de sus pre-
lados [...], inventaron un medio estos interesados conseje-
ros, para que, sin apartarse las monjas del todo de la obe-
diencia de la Orden, estuviesen como no sujetas a
ninguna, que es lo que el demonio pretendía. Para esto
trujeron a su opinión tres monjas de las que tenían más
autoridad en el monasterio de la corte, para dar con esto
nombre de parte a su diligencia, y enviaron a Roma un
clérigo muy confidente de estos consejeros, para que eje-
cutase sus intentos” (Vita cit. lib. III, Cap. 12)».
Y, tras estas palabras tomadas de Quiroga en su Vida de
San Juan de la Cruz de 1628 añadía el Promotor de la Fe la
siguiente breve síntesis tomada del padre Francisco de Santa
María:
“La madre Ana de Jesús, priora del convento de Madrid,
pasando los límites de su sexo y estado, con más celo que
prudencia, intentó por caminos secretos y eficaces eximir
las monjas del gobierno de la Consulta y reducirlas al de
un Comisario general; para esto, y sacar confirmación de
las leyes que ella llamaba de nuestra Santa Madre, y en
particular para elegir confesores de dentro y fuera de la
Orden sin licencia de los prelados, enviaron a Roma ella
y las de su facción al Doctor Mármol, bien prevenido de
favores y dineros, donde después de año y medio de difi-

384
cultades, consiguió Breve, como más a la larga queda di-
cho en otro lugar”383.
Si además tenemos en cuenta que, como dijo el Promotor
de la Fe, a esos libros se les había dado crédito en la Con-
gregación de Ritos para probar las virtudes de san Juan de la
Cruz, era impensable introducir la causa de Ana de Jesús sin
responder a una pregunta muy lógica: si esos autores mere-
cieron fe cuando hablaban de las virtudes del Santo, ¿por
qué no habían de merecer la misma fe cuando hablaban de
los defectos de la nueva candidata?384

2.2 La respuesta del Abogado de la Causa


El Abogado Luigi Baccelli, en su respuesta redactada en
base al estudio del padre Bertoldo Ignacio sobre documen-
tos y testimonios recogidos en los procesos, pudo demostrar
que los Cronistas de los Carmelitas Descalzos no merecen
fe cuando escriben sobre el tema de Ana de Jesús y las
Constituciones teresianas. Y la Causa fue introducida el 2
de mayo de 1878385.
Alguno podría preguntarse ¿por qué hubo que esperar
hasta 1878 si los procesos se concluyeron en 1636? La res-
puesta, aparte la oposición de los seguidores del padre Do-
ria, denunciada por la madre Beatriz y por sus sucesoras en
el priorato de Bruselas, se debió a un detalle técnico que
supieron aprovechar bien los opositores. Resumo brevemen-
te los hechos.

383
Reforma, t. II, l. 8, c. 78, n.6, p. 695.
384
Cf. Positio super introductione Causae, Roma 1878, Animad-
versiones, p. 1-16.
385
Ibidem, Responsio ad Animadversiones, pp. 1-235.

385
Durante el año 1635 se concluyeron los cinco procesos
ordinarios celebrados en Bélgica: Malines-Bruxelles, Am-
beres, Tournai, Cambrai, Duoai (Arras). Para los demás lu-
gares donde había vivido la Sierva de Dios, o donde se en-
contraban monjas que habían convivido con ella, se
pidieron relaciones juradas, entre los años 1625 y 1633, a
los conventos de España (Beas, Granada, Madrid, Jaén, Sa-
lamanca, Osma, Toledo, Consuegra) y de Francia (París,
Pontoise, Dijon...); en los de Flandes se recogieron noticias
entre 1621 y 1636. Se puede afirmar, pues, que los Procesos
ordinarios se instruyeron diligentemente y que no se descui-
dó ninguna fuente de información; todo ello dentro de los
primeros quince años a partir de la muerte de la Sierva de
Dios.
Los Procesos fueron enviados a Roma en agosto de 1636,
pero, en obsequio a las normas de Urbano VIII que estable-
cían una pausa de 50 años antes de pasar al estudio de las
virtudes, no se abrieron hasta 1680. Fue entonces cuando se
tropezó con un obstáculo imprevisto, que detuvo la marcha
de la Causa durante otros 198 años más. Resultó que, mien-
tras para los procesos de Malines, Amberes, Tournai y
Cambrai se pudo confrontar la firma de los respectivos
Obispos con sus firmas depositadas en Roma en el docu-
mento de la profesión de fe con ocasión de la elección, para
el proceso de Douai, concluido Sede vacante bajo la presi-
dencia del Vicario capitular, no se pudo encontrar en Roma
el modo de confrontar su firma. Por lo cual la Congregación
de Ritos, el 31 Agosto de 1680, devolvió a Bélgica el Pro-
ceso, para que averiguaran de quién era aquella firma des-
conocida. Pero sucedió que el Vicario capitular que había
concluido el proceso no había muerto en Douai, porque ha-

386
bía sido transferido a otra iglesia, y se había perdido su re-
cuerdo386.
Sólo en 1875, por pura casualidad, o porque así lo tenía
dispuesto la Divina Providencia, se resolvió el enigma con
el hallazgo de la tumba del canónigo Gaspar van Laureten
(† 11-10-1648) en la catedral de Tournai y, gracias al escu-
do grabado en la tumba, se pudo identificar la firma. En la
Postulación se conserva todavía un calco completo de la
lápida sepulcral, gracias a la cual se puso en marcha la fase
romana del Proceso de Ana de Jesús. Se comenzó, pues, por
pedir la Introducción de la Causa, y ya hemos visto la reac-
ción del “Abogado del diablo”. El padre Bertoldo Ignacio
tuvo que trabajar durante dos años enteros para recomponer
la verdadera historia y ofrecer al Abogado los argumentos
necesarios para superar las Animadversiones. Nótese tam-
bién la coincidencia de la introducción de la Causa de Ana
de Jesús en Roma con la supresión de la Congregación es-
pañola en 1875387.
Entre 1878 y 1898 se instruyeron los Procesos Apostóli-
cos y se completaron los demás procedimientos del íter de
la Causa. El 17 de mayo de 1904 se concedió el Decretum
super validitate processuum, y se procedió a la preparación
de la Positio super virtutibus, impresa en 1905. Pero, mien-
tras se esperaban las Animadversiones, para responder a
ellas y celebrar la Congregación antepreparatoria, llegó el
nombramiento del Postulador, padre Antonio Intreccialagli
386
Positio super introductione Causae (1878), Animadversiones, p.
16. - Hubiera sido suficiente pedir la dispensa del reconocimiento de
la firma y abrirlo junto con los demás, pero no se tuvo en cuenta esa
posibilidad.
387
Cf. I. MORIONES - D.A. FDEZ. DE MENDIOLA, Un hito en la historia
del Camelo Teresiano. Marquina 1868 (Pamplona 2018), pp. 353-360.

387
(hoy Venerable) como Obispo de Caltanissetta (24-7-1907),
y las 60 copias de la Positio quedaron en el depósito de la
Postulación, hasta que el Postulador, padre Ildefonso Mo-
riones, la presentó junto con una Introducción de 125 pági-
nas firmada el 4 de marzo de 2012. Aprobada por el Con-
greso Histórico el 14-11-2013, la Positio fue examinada con
éxito positivo en el Congreso Peculiar de Consultores Teó-
logos (9-10-2018), y en la Congregación Ordinaria de Car-
denales y Obispos (5-11-2019), con lo que se abrió el paso
al Decreto sobre la Virtudes (28-11-2019) y al estudio del
milagro cuyo Processiculum fue instruido por el Nuncio de
Bélgica en 1621.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Fuentes:
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2013. - Summarium super miráculo… Roma 2013.
Monumenta Historica Carmeli Teresiani (=MHCT):
Vol. 1-4: Documenta primigenia (1560-1600). Ed. preparada por E.
Pacho, I. Moriones, B. Edwards, Hipólito de la S.F., O. Rodrí-
guez, F. Antolín, J.L. Astigarraga, G. Maioli. Roma 1973-1985.
Vol. 16: Constituciones de las Carmelitas Descalzas (1562-1607).
Ed. preparata da T. Álvarez, A. Fortes, F. Antolín, S. Giordano,
S-M. Morgain, B. Velasco. Roma 1995.
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Carmelitarum Discalceatorum 1567-1600. Roma 1968.
ANA DE JESÚS, Escritos y documentos, ed. Antonio Fortes y Restituto
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BMC).
BEATRIX DE LA CONCEPTION, Lettres choisies. Ed. Pierre Sérouet.
Brujas 1967.
GRACIÁN, JERÓNIMO, Obras del Padre Jerónimo Gracián de la Madre
de Dios, ed. Padre Silverio de Santa Teresa (Burgos 1932-1933)
(BMC, v. 15-17).
– Scholias y addiciones al libro de la Vida de la M. Teresa de Jesús.
Ed. Carmelo de la Cruz, en Monte Carmelo 68 (1960) 86-156.
MARÍA DE SAN JOSÉ (SALAZAR), Escritos espirituales, ed. Simeón
de la S.F., Burgos 1966 (reimpresión en 1982) y nueva ed. Roma
1979.
Estudios:
FERNÁNDEZ DE MENDIOLA, D.A., El Carmelo Teresiano en la
Historia. Roma 2008-2011. (I.H.T., Studia, 9, 10, 12).
HIPÓLITO DE LA S.F. (LARRACOECHEA), Jerónimo de la Madre de
Dios Gracián coadjutor de Santa Teresa. Estudio histórico
jurídico. Vitoria 2016.

389
JOSÉ DE JESÚS CRUCIFICADO, El padre Tomás de Jesús escritor
místico. Roma 1951 (Tesis doctoral en Teología).
MANRIQUE, A., Vida de la V. M. Ana de Jesús discípula y
compañera de la S. M. Teresa de Jesús y principal aumento de su
Orden. Fundadora de Francia y Flandes. Bruselas 1632.
MORIONES, I., Ana de Jesús y la herencia teresiana. ¿Humanismo
Cristiano o Rigor primitivo? Roma 1968 (Citado: Ana de Jesús).
– Juan de Quintanadueñas (1556-1634) y la difusión del Carmelo
Teresiano, in Ephemerides Carmeliticae 28 (1977) 158-165.
– El Carmelo Teresiano. Páginas de su historia. Vitoria 1978.
– Constituciones teresianas: hallazgo importante, in Monte Carmelo
103 (1995) 265-306.
– Rehabilitación Pontificia del Padre Jerónimo Gracián en 1595, in
Monte Carmelo, 103 (1995) 453-491 (Traducción italiana, Roma
1995).
– Constituciones teresianas: nueva empresa editorial, in Monte
Carmelo 104 (1996) 147-170.
– Teresa de Jesús maestra de perfección, Roma 2012 (I.H.T., Studia
13).
– MORIONES, I. - D.A. FDEZ. DE MENDIOLA, Un hito en la historia
del Camelo Teresiano. Marquina 1868. Pamplona 2018.
SÉROUET, P., Jean del Brétigny (1556-1634). Aux origines du
Carmel de France, de Belgique et du Congo. Louvain 1974
(Bibliothèque de la Revue d’Histoire Ecclésiastique 6).
STRINA, G., Juan de Jesús María (1564 - 1615). El Calagurritano.
Arenzano 2016.
URKIZA, J., Beata Ana de San Bartolomé. Su vida y su tiempo en
España, Francia y Flandes (1549-1626). Roma 2015 (I,H.T.,
Studia 17).

390
ÍNDICE GENERAL

Introducción ......................................................................... 5
Capítulo I: INFANCIA Y JUVENTUD DE ANA DE LOBERA ......... 9
1. Medina del Campo ...................................................... 9
2. Plasencia ..................................................................... 11

Capítulo II: HIJA Y COADJUTORA DE SANTA TERESA ........... 15


1. Novicia de santa Teresa .............................................. 15
2. Superiora de la madre Fundadora ............................... 17
3. El encuentro con el padre Gracián .............................. 18
4. Defensora de la obra de Teresa .................................. 22
5. Un episodio significativo de los primeros tiempos .... 25
6. Detalle de la pedagogía de Ana de Jesús .................... 28
7. Discípula de san Juan de la Cruz ................................ 28

Capítulo III: BAJO EL GOBIERNO DEL PADRE GRACIÁN ........ 31


1. La nueva Provincia ..................................................... 31
2. Las Constituciones teresianas ..................................... 32
3. Gracián y la historia de la Orden ................................ 36
4. Fundación de Granada ................................................ 37
5. Un trienio que marcó época ........................................ 40

Capítulo IV: UN NUEVO MÉTODO DE GOBIERNO .................. 49


1. Repercusión en la vida de las monjas ......................... 50
1.1 Nuevas leyes ......................................................... 51
2. Repercusión en la vida de los frailes .......................... 56
391
Capítulo V: EL RECURSO AL PAPA ....................................... 59
1. Negociación de Bernabé del Mármol en Roma ......... 59
2. El Breve “Salvatoris” .................................................. 66
2.1 Parte narrativa .................................................... 66
2.2 Parte dispositiva .................................................. 69
3. Ejecutores de Breve ................................................... 71

Capítulo VI: REACCIÓN DEL PADRE NICOLÁS DORIA .......... 73


1. Primeras contramedidas ............................................. 73
2. Un mes de espera ....................................................... 74
3. Las monjas llaman a capítulo ..................................... 75
4. Una herencia en peligro ............................................. 76

Capítulo VII: NUEVA CONFIRMACIÓN DE


LAS CONSTITUCIONES TERESIANAS .............. 79

1. El testimonio de Ana de Jesús ................................... 79


2. El testimonio de Pedro de Bárcenas ........................... 84
3. El hombre propone… ................................................. 94
4. Testimonio de María de San José .............................. 97
5. La versión del padre Gracián ..................................... 99
6. La versión de Ana de Jesús ........................................ 99
7. La versión que llegó a Ana de San Bartolomé ......... 102
8. ¿Hijas o madres? ...................................................... 108

Capítulo VIII: DE MADRID A PARÍS PASANDO


POR SALAMANCA .................................. 111

1. “Destruyéndoos os edifico” ..................................... 111


2. Ana de Jesús priora de Salamanca ........................... 113
3. Mirando a Francia: Juan de Quintanadueñas ........... 114

392
4. Nueva protagonista, Madame Acarie ....................... 124
5. El Breve Pontificio In supremo (13-11-1603) ......... 125
6. En busca de Maestras de novicias teresianas .......... 130
6.1 María de San José ............................................. 131
7. La comitiva de los Franceses ................................... 134
7.1 Una negociación laboriosa ............................... 134
7.2 Las candidatas del General .............................. 138
7.3 Parecer del padre Domingo Báñez ................... 140
7.4 Ana de Jesús ...................................................... 141
7.4.1 El mandato del Nuncio .............................. 142
7.4.2 La licencia del General ............................. 143

Capítulo IX: ANA DE JESÚS EN PARÍS ................................ 147


1. Una premisa necesaria ............................................. 147
2. Primeras impresiones de Ana de Jesús en su viaje
a París ...................................................................... 150
3. En el convento de San José de la Encarnación ........ 153
3.1 La nueva comunidad ......................................... 154
3.2 Fundación de San José de Pontoise ................. 158
3.3 Pedagogía teresiana ......................................... 161
3.4 Visita de la Reina María de Medicis ................ 166
3.5 Libertad de confesores ...................................... 167
3.6 Diálogo con los superiores ............................... 167
3.7 Fundación en Dijon .......................................... 172
3.8 Cambios en la configuración jurídica del
Gobierno de las Carmelitas Descalzas .............. 174

Capítulo X: ANA DE JESÚS EN FLANDES ............................ 181


1. Fundación de las monjas ......................................... 181
1.1 Los primeros pasos ........................................... 182
393
1.2 Edición francesa de las Constituciones ............ 187
1.3 Difusora de los escritos de santa Teresa .......... 188
1.4 Cartas de Ana de Jesús a Beatriz de la
Concepción ......................................................... 189
1.5 Cartas a fray Diego de Guevara (1608-1610) ... 206
2. Fundación de los frailes ............................................ 222
2.1 Un Breve pontificio con dos versiones .............. 222
2.2 Tutelando los derechos de la españolas ............ 228
2.3 Un nuevo protagonista: Tomás de Jesús
(Sánchez Dávila) (1564-1627) ............................ 231
2.4 La edición de las Fundaciones .......................... 236
2.5 Obediencia sí, pero ¿según qué Constituciones? 238
2.5.1 Un nuevo Breve ......................................... 241
2.5.2 Carta de Juan de Jesús María
a Ana de Jesús ........................................... 243
2.5.3 Un decreto del Definitorio ......................... 247
2.5.4 Nuevo recurso de Ana de Jesús al Papa .... 252
2.5.5 Se aplaza la decisión hasta el Capítulo
general ....................................................... 262
2.5.6 La decisión del Capítulo general .............. 265
3. La libertad de confesores según santa Teresa .......... 268

Capítulo XI: ÚLTIMOS DIEZ AÑOS. LA EXPERIENCIA


DE LA CRUZ ................................................ 275

1. Hija de obediencia .................................................... 276


2. En la salud y en la enfermedad ................................ 278

Capítulo XII: ANA DE JESÚS CANONIZABLE ...................... 327


1. El primer milagro después de su muerte .................. 327
2. Testigos del milagro ................................................. 330
2.1 Mariana de San José ......................................... 331
2.2 Margarita de Jesús ............................................ 332

394
2.3 Margarita de la Madre de Dios ........................ 334
2.4. Juana del Espíritu Santo .................................. 336
2.5 Teresa de Jesús ................................................. 338
2.6 Teresa de Jesús María ...................................... 338
2.7 Juana de Jesús .................................................. 339
2.8 Isabel del SS. Sacramento ................................. 340
3. Testigos de sus virtudes ........................................... 341
A. Virtudes Teologales ........................................... 344
a) Mujer de Fe .................................................... 344
b) Mujer de Esperanza ....................................... 347
c) Toda amor de Dios y del prójimo .................. 350
B. Virtudes Cardinales ............................................ 361
a) Prudencia ....................................................... 361
b) Justicia ........................................................... 364
c) Fortaleza ........................................................ 367
d) Templanza ...................................................... 373

Capítulo XIII: ANA DE JESÚS Y SU HISTORIOGRAFÍA ........ 377


1. Censura del libro de Ángel Manrique ..................... 377
2. Proceso de Canonización ......................................... 380
2.1 La versión de nuestros cronistas resumida por
el Promotor de la Fe ......................................... 380
2.2 La Respuesta del Abogado de la Causa ............. 385
Nota bibliográfica............................................................. 389

395
396

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