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La usurpación de Malvinas:

un gobernador indeciso, el
poderío inglés y unas islas
demasiado indefensas
Hace 188 años que Gran Bretaña usurpó las Islas. Los detalles de
aquellos tres días de enero de 1833, en los que comenzaría una larga
historia de reclamos, que hasta incluyó una guerra

Por Adrián Pignatelli
2 de Enero de 2021
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Puerto Luis, en la época de la usurpación


británica.
Lo primero que atinó a preguntar el gobernador interino José María
Pinedo al capitán inglés John James Onslow es si había guerra entre
Buenos Aires e Inglaterra. En definitiva, vivir en las islas lo había sometido
a un alto grado de aislamiento en el que las noticias llegaban con meses de
retraso, cuando llegaban.

Ese miércoles 2 de enero de 1833 por la mañana había aparecido en Port


Louis -45 kilómetros al norte de Puerto Argentino- el buque de guerra Clio, de
bandera británica. La pregunta de Pinedo fue formulada luego que Onslow le
informase que llegaba con órdenes superiores de tomar posesión del
archipiélago, y que lo hacía en nombre del rey Guillermo IV. “No renunciéis
nunca a una cabeza de alfiler que tengáis el derecho de guardar y que creáis
poder guardar”, era un principio del entonces secretario de exteriores Lord
Palmerston.

Onslow obedecía órdenes de la estación naval de su país, asentada en


Brasil. Allí había llegado el mensaje de Inglaterra de que el monarca vería
con agrado el envío de un buque a las islas y que ejerciese la soberanía y
su custodia. Sus instrucciones incluían la construcción de un fuerte, y que tal
vez podría usarse los restos de la fortificación española de 1774. En caso de
encontrarse con habitantes ingleses, debía censarlos.

José María Pinedo, gobernador interino de Malvinas, uno de


los protagonistas de esta historia
Con sus órdenes precisas, Onslow partió de Río de Janeiro el 29 de
noviembre. El 20 de diciembre ingresó a Puerto Egmont. En las ruinas que allí
encontró, el 23 izó la bandera con una inscripción en la que anunciaba la
presencia del buque Clio con el propósito de ejercer la soberanía.

Fue recorriendo la costa sin hallar pobladores y así el 2 llegó a la altura de


Puerto Luis, y ancló en la bahía.
La Clio, la nave
inglesa al mando del capitán Onslow.
El inglés le confirmó al sorprendido Pinedo que no había guerra y lo
intimó a que arriara la bandera argentina, que retirara sus fuerzas y que
abandonara las tierras. En caso de encontrar resistencia, tenía la orden
de actuar con la violencia necesaria.

Pinedo, de 38 años, teniente coronel de la marina, era un veterano de las


guerras de la independencia y de la del Brasil. Desde octubre de 1829 era el
comandante de la Sarandí y había llegado a las islas en 1832 llevando al
gobernador interino, el francés José Francisco Mestivier, ya que Luis
Vernet se hallaba en Buenos Aires. El 30 de noviembre, luego de un
motín, Mestivier fue asesinado y Pinedo quedó como gobernador interino.

Ante el ultimátum, Pinedo reunió a sus oficiales, la mayoría eran ingleses,


salvo cuatro marineros y seis muchachos “capaces de nada”, según
declaró en Buenos Aires; de sus 14 soldados, había tres ingleses, según
remarcó más tarde. El teniente graduado Roberto Elliot lo desmintió en
parte al afirmar que todos eran norteamericanos salvo el piloto práctico, que sí
era británico.
La goleta
Sarandí, el único buque argentino, con dotación extranjera, para defender las islas.
A las cuatro de la tarde, Pinedo los reunió a todos. Propuso resistir, aunque
sea por diez días, esperando que se produciera un milagro y llegasen refuerzos
de Buenos Aires. Todos estuvieron de acuerdo menos Breman, el piloto
práctico, que cumpliría con su tarea pero sin disparar contra sus
connacionales.

Se ordenó zafarrancho de combate, y con el mayor de los sigilos se cargó la


artillería con bala y con metralla. Se repartieron armas y municiones a la tropa
de tierra y a los colonos. Hasta se armó a los detenidos por el crimen de
Mestivier. Elliot diría que “no hubo uno solo que no concurriese gustoso a
desempeñar la parte que le tocaba”.

Decidió ganar tiempo. A las diez de la noche envió al buque inglés al teniente
primero Mason y al propio Breman para comunicarle a Onslow que
resistirían. Pero el mensaje no pudo ser entregado, ya que el capitán
estaba durmiendo y no se lo podía molestar.

Pinedo repartió las municiones entre los hombres que no llegaban a la


cincuentena. La única nave de la que disponía era la goleta Sarandí, imposible
hacerle frente a un buque de guerra.
Decidió ir él a la Clío, pero tampoco fue recibido. Hizo cuentas: con 44
hombres, debía defender su posición en tierra y combatir contra un buque que
tenía el triple de artillería que la suya. Comprendió que todo era inútil.

Portada del primer reclamo de la diplomacia argentina a Gran Bretaña.


El jueves 3 por la mañana embarcó a la tropa. Dejó en tierra al capataz Juan
Simón al cuidado de la bandera argentina, que aún flameaba en el mástil. A
las 9 aparecieron tres botes con ingleses. Se dirigieron al caserío, instalaron un
nuevo mástil e izaron la bandera británica. Luego, Pinedo desde su barco
vio como un oficial, acompañado por un soldado, arriaba la argentina y se la
alcanzaba al buque. Con total descaro, el inglés le dijo que devolvía una
bandera que habían encontrado en territorio de su majestad.

El 4 de enero, a las cuatro de la tarde, sin haber disparado un solo tiro, Pinedo
dejó las islas. Ese atardecer divisó por última vez las costas de Malvinas.

El 14 Onslow también partió rumbo al Río de la Plata. Dejó encomendado al


despensero irlandés William Dickson -a su juicio el súbdito más respetable
que encontró y que originariamente había sido contratado por Vernet- que
todos los domingos izase la bandera o bien lo hiciese en presencia de algún
buque.

El 15 de enero la Sarandí recaló en el puerto de Buenos Aires. “¡Viva la


Fuerza!” tituló la Gaceta Mercantil, comentando que la ocupación había sido
hecha “por el derecho del más fuerte” y que Pinedo había tenido que ceder
ante “la razón de los cañones”.

Por 1833, solo vivían algunos colonos, y sus puertos eran frecuentados por barcos
pesqueros y balleneros.
Pinedo fue sometido a una corte marcial. Se defendió argumentando que no
tenía instrucciones sobre cómo proceder en caso de ser atacado. Entre
fusilarlo y expulsarlo, se decidió por lo último, pero por irregularidades en
el proceso, el fallo fue anulado y meses después reincorporado al servicio.
Falleció en 1885.

Fueron unos fatídicos quince minutos, que es lo que duró el cambio de


banderas, con redobles de tambores incluidos. Quince minutos que para la
Argentina ya llevan 188 años.

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