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Capítulo 12

Coyote iguana
Tercero
Al día siguiente compramos los tiquetes de bus para regresarnos de
nuevo vía Querétaro. Nos iríamos a la madrugada siguiente. No
volvimos a saber nada de Antoine. Una de las hermanas Gastélum
nos dijo que él había regresado a Haití esa misma noche. Dos
réplicas telúricas indicaban que de pronto la isla estaba sometida a
temblores y quizá, de nuevo, a terremotos.

Esta vez pedimos los asientos delanteros, los primeros, pues


sabíamos que los grandes ventanales lo protegían a uno un poco
del mareo y las ganas de vomitar. Con una carretera tan
serpenteante, lo mejor era ir adelante,
—¿No se golpean al entrar con tanta fuerza? — pregunté yo
sorprendido de ver una bandada detrás de la otra cayendo del cielo
como si fueran balas o misiles.
—Hay corrientes que vienen desde abajo y por eso deben vencerlas
para poder entrar hasta los sótanos donde pernoctan —dijo el tío de
las Gastélum.
Vimos que algunos de los pájaros se estrellaban con fuerza allá
arriba, en la carretera donde habíamos dejado parqueada la
camioneta. Sonaban los golpes como si fueran piedras que alguien
estuviera lanzando desde el cielo. Era una escena brutal.
—Alguien encendió las luces de su carro. Eso está prohibido a esta
hora. Los pájaros se confunden y por eso se precipitan y se chocan
confundidos contra los árboles y los techos de las casas.
De repente, sin que ninguno de nosotros nos diéramos cuenta de
dónde había salido, la anciana bruja de la tarde pasada apareció
frente a nosotros.
—Me alegra verte, espíritu puro, —me dijo con una reverencia.
—Buenas noches —dijimos los tres en grupo, pues la luz del sol
desaparecía ya en el horizonte.
—Te necesitábamos aquí —dijo ella acercándose unos pasos más.
—Yo soy solo un turista —dije a la defensiva.
—Tú eres Coyote Iguana Tercero —afirmó la bruja sin quitarme los
ojos de encima—. Las profecías son claras. Hablan de un joven
apuesto que vendría desde el sur y que se encontraría con el
espíritu femenino del chamán James en su jardín. Eres un
mensajero.
No dije nada, me quedé callado. Coyote Iguana Tercero era un
nombre imponente, y la verdad era que me encantaba.
La bruja me tomó de la mano y me condujo hasta el mismo borde
donde las piedras terminaban y empezaba el abismo. Mi tío se
quedó inmóvil. Por un recodo que había a un costado, una pequeña
senda conducía hacia un poco más abajo. Los últimos pájaros
seguían entrando a gran velocidad en la gruta.

La bruja se quitó del cinturón una botella con un líquido adentro y


me la dio para que rociara su contenido en la cueva. Mientras tanto,
en lengua indígena, ella empezó a recitar una retahíla
incomprensible. Yo esparcí el líquido y entonces, allá abajo, en las
profundidades inescrutables de la caverna, se escucharon unos
gemidos, unos aullidos, como si animales estuvieran siendo
quemados o torturados. Y por entre la neblina espesa y compacta,
entre las tinieblas que parecían enormes nubes de algodón
aposentadas entre el precipicio, alcancé a ver las sombras que tanto
conocía, las sombras espantosas que habían rondado a James
durante sus fases depresivas, los seres mitad animal mitad hombre
que habían perseguido al escritor Edgar Allan Poe, a los pintores
Van
Gogh y Gauguin, a la cantante Amy Winehouse. Esos individuos
con caras de reptil que estaban dibujados en el castillo por todas
partes. ¿Qué diablos era eso? ¿Qué era en realidad esa gruta
espantosa, una entrada a los infiernos? ¿Estaba yo viendo y
escuchando acaso a los mismos demonios retorciéndose de dolor
debido a la pócima mágica que les estábamos arrojando a través
del aire helado de esa noche fantasmal?

Terminamos el ritual y regresamos al lugar del que no se habían


movido ni el tío ni el hermano de las Gastélum.
—Esto mantendrá a los malignos lejos de nosotros por un tiempo —
dijo la hechicera inclinando la cabeza en señal de agradecimiento—.
Ahora podremos descansar en las horas de la noche.
No pronuncié una sola palabra. Hice una reverencia, la hechicera se
internó en la montaña y desapareció de nuestra vista. Empezamos a
trepar de nuevo la montaña, escalón por escalón. Yo iba muy
impactado por la escena.
Y no me podía quitar de encima el nombre con el que me había
nombrado la mujer: Coyote Iguana Tercero. Me gustaba, me parecía
que, de una manera extraña que no podía explicar muy bien, se
ajustaba a la perfección a mi personalidad.

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