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Derechos humanos y pluralismo cultural

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FERNANDO VALLESPÍN
23 DIC 2011

En un esfuerzo de síntesis podemos decir que las diferencias con nuestro propio
entendimiento de los derechos humanos se concretan en una comprensión del vínculo social
más comunitarista que individualista; en contemplar los mecanismos de integración social
más a partir de deberes que de derechos, como ocurre en toda la tradición confuciana,
interesada sobre todo en remarcar las obligaciones asociadas a cada rol social; y en velar
por la cohesión como el valor supremo. La integridad de la sociedad, el evitar su
fraccionamiento a través del pluralismo valorativo, se convierte en el criterio decisivo que
hace pasar a un segundo lugar los derechos individuales. Las cuestiones de interés mutuo,
la preservación de lo propio, se prioriza sobre el discurso que pone al sujeto humano
individual en el centro de la protección otorgada por el sistema de los derechos. De ahí que
algunos, como el propio Huntington o John Gray, acabaran afirmando la
radical inconmensurabilidad entre nuestra tradición y la de aquellos que se resisten a buscar
un consenso universal desde ubicaciones culturales diversas.

La gran cuestión que se abre es si bajo estas condiciones es posible establecer un acuerdo
de mínimos sobre los preceptos de una ética global que sea a la vez respetuoso con la
diferencia cultural; entre aquello que nos une y lo que nos separa. No podremos hacerlo,
desde luego, si nos empeñamos en ver las culturas como "formas de organización de la
existencia en invernaderos" (Sloterdijk). Y si no somos capaces de captar el uso ideológico
que en muchos casos se hace de estas afirmaciones de rechazo a la "imposición" occidental.
Detrás de ellas late muchas veces el encubrimiento de claros intereses de las élites sociales,
religiosas y políticas de esos países, que contrasta con una actitud mucho más próxima a la
nuestra por parte de quienes dentro de ellos aspiran a mayores cotas de libertad. Pero no
deja de ser cierto tampoco que, como ocurre con las identidades religiosas, el significado
moral de una práctica suele atarse a consideraciones contextuales específicas difíciles de
extirpar desde la "fría" abstracción de la gramática de nuestros derechos.

Este debate lleva ya varias décadas sobre la mesa de las organizaciones internacionales y en
foros tales como el de la Alianza de Civilizaciones. Mientras tanto, sin embargo, es ingente
el desarrollo teórico y jurisprudencial de la defensa de los derechos humanos en los ámbitos
español, europeo y del derecho internacional convencional. Como muestra de ello valga
este libro que recoge los avances habidos en "los mecanismos y vías prácticas de defensa"
de los derechos en todas estas esferas. El enfoque aquí es estrictamente jurídico y
sistemático, abarcando desde los más generales a los más específicos. A partir de ahora se
convertirá en una referencia imprescindible para quienes buscan delimitar el significado y
la protección de que se dota a cada uno de ellos. El único pero que cabría ponerle es su
carácter etnocéntrico. La inmensa mayoría de las referencias legislativas y
jurisprudenciales se corresponden con pronunciamientos de instituciones de nuestro
entorno europeo y occidental. Si lo que en realidad se busca es trasladarlos a la "sociedad
global", como se afirma en su título, habrá que esforzarse por ver cómo se pueden asegurar
en ámbitos ubicados más allá de nuestra esfera de influencia, cómo hacerlos globales de
verdad. Pero eso ya no compete solo a la labor de los juristas; deberá ser la tarea de una
nueva política internacional más comprometida con el diálogo intercultural.

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