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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes


Programa de Literatura
Tarea: Ensayo comparativo Baudelaire y Rimbaud
Estudiante: Dharma Maité Martínez Vargas
Docente: Guillermo Zuñiga
Curso: Poéticas y estéticas II.

El desencanto, el infierno y la belleza: Ensayo comparativo de “Las flores del

mal” de Baudelaire y “Una temporada en el infierno” de Rimbaud.

Los poetas malditos. Aquellos hombres cuyo genio artístico fue una bendición para la

literatura universal y de muchas maneras, un suplicio para ellos mismos. Decir esto, es

condenar a las personas sensibles a creer que su capacidad de percibir la belleza de muchas

diversas maneras y en los más insospechados resquicios, necesariamente los llevará a una

vida de sufrimiento. Como si el dolerse y el sufrir fuesen lo mismo. Como si la vida

tormentosa de Baudelaire y de Rimbaud, fuese la poesía que sus parecientes corazones

crearon, como el único refugio en el que poder expresar la belleza.

Es cierto, que tenemos la maravilla de sus obras gracias a que los dos hombres eran

personas altamente sensibles, con una afinidad divina para expresar las verdades de su

espíritu a través de las palabras; cuya noción fina del ritmo y la valentía del espíritu, les

permitió ser rebeldes para explorar más allá de los confines de la forma definida de su época.

Pero, el genio de su creación que se inspiró en la melancolía, el tedio, la vocación para la

muerte, la necesidad de emociones fuertes y contrastadas; pudo haberse encaprichado, en

cambio, con las musas de la luz. Puesto que, lo que los llevó a la corriente de éter del río de

las palabras libres, fue el contexto en el que sus vidas sucedieron, no la creatividad y la

sensibilidad con la que vinieron al mundo, aisladas. De manera que, el arte, la carne y el

espíritu con el que están hechos sus versos, deben su belleza irregular a todos los genios del

desencanto y la oscuridad predecesores, tanto como al sufrimiento que acumularon sus

creadores, tal como cuentas de un rosario.

De acuerdo con lo anterior, comparar “Las flores del mal” (1999) de Baudelaire, con

el libro “Una temporada en el infierno” (1970), de Rimbaud, implica partir de esa


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semejanza esencial: ambas obras son manifestación latente del cuerpo etérico que fue

al infierno. En medio del fuego, de los círculos llenos de sufrientes, ellos encuentran

el erotismo que, en el mundo de arriba, donde el “pueblo se inspira en la fiebre y el

cáncer” (Rimbaud,1970, p.32), es locura. La belleza los acompaña y los alimenta en el

averno, porque “el arte es largo y el tiempo corto” (Baudelaire, 1852, p.31). Rimbaud

muere al inicio de su obra, se enfrenta a sus raíces, a la “mala sangre” que lo ha

llevado hasta ahí. Pasa la noche en lo profundo, recuerda al demonio que le dijo en su

último sueño: “Gana a la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos tus

pecados capitales” (Rimbaud,1970, p.22). Por su parte, Baudelaire, “para quien Dios

ofreció siempre la figura del mal” (Rodríguez Monegal, E, 1957), ve a Satanás asumir

distintas formas, sus queridos demonios se deslizan dentro de él y le hacen cumplir

sus deseos, que se convierten también en los suyos, porque, “¿Qué le importa la

eternidad de la condena a quien ha encontrado por un segundo la infinitud del goce?”

(Baudelaire, 1967). El deseo eterno y culpable que lo lleva a “las llanuras del hastío,

profundas y desiertas” (Baudelaire, 1855, p.160), es inoculado en él por la presencia

de un demonio, que se aprovecha de su amor al arte. El espíritu de Baudelaire busca la

eternidad y en esa búsqueda encuentra el infierno. Mientras Rimbaud, baja allí luego

de que una noche sentó a la belleza en sus rodillas y la injurió, entonces, logró

desvanecer de su espíritu toda esperanza humana. En ambos autores, el ritmo adjetivo

de los versos evoca una tensión entre la esperanza y la vida eterna.

Ahora bien, la obra de Rimbaud es admirable en la creación de espacios

desconocidos, el recorrido que hace por las profundidades nos recuerda mucho a los versos

de la divina comedia. Las imágenes verbales son feroces, fuertes y rítmicas. La rima no se
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puede definir fácilmente, pero sí sus arrepentimientos y pecados. Por momentos parece una

confesión sincera a las puertas de la eternidad, pero en otras, la ironía sobresale, lo que rompe

la ilusión del muchacho inocente y en penitencia. Desde otro punto, el versado de Baudelaire

es una trampa de sentidos, todos parecen uno y cuando se separan, queda un pálpito

desesperado que le ruega a la muerte que no le deje solo, pues en la vida la soledad fue el

tedio, la existencia enemiga: “el singular aspecto de esta soledad/y de un gran retrato

lánguido/con ojos provocadores como su actitud/revela un amor tenebroso” (Baudelaire,

1857, p.161). El amor a lo infernal es en Baudelaire un júbilo bizarro, en Rimbaud es una

atracción tormentosa como su relación con Verlaine, culposa, como el fantasma de su madre.

Por otra parte, no se puede hablar de poesía sin hablar de belleza y precisamente, este

concepto en los dos libros marca la dirección significativa de la mayoría de los poemas. En

“Las flores del mal”, Baudelaire nos brinda una nueva manera de sentir y ver la realidad, las

cosas feas, tristes o dolorosas son dichas con una maestría audaz, que generan el sentimiento

de lo bello, el cual, difícilmente sería posible en la contemplación de esos mismos objetos. En

el poema, “Himno a la belleza”, dice: “¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo, /Oh

belleza? Tu mirada infernal y divina/ vuelca confusamente el beneficio y el crimen/ Y se

puede, por eso, compararte con el vino” (Baudelaire, 1860, p.42), de manera que, son la

moralidad ambigua, la ambivalencia y la subjetividad en el contraste, los aspectos que guían

la mirada estética de Baudelaire. Luego, en “Alquimia del verbo”. Rimbaud presenta sus

gustos tempranos a través de la explicación sinestésica de los mismos. La belleza es en sus

letras, el desarreglo medido de los sentidos, la disonancia que convoca a la experiencia de la

percepción: “me jactaba de inventar un verbo poético, accesible, un día un otro, a todos los

sentidos” (Rimbaud, 1970, p.56), escribe lo inexpresable. Además, lo que le inspira belleza es
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finito: mortal como él; mientras que, para Baudelaire la belleza es una deidad a la que los

poetas estudian y rinden tributo. Por eso, el punto de encuentro más importante en el

concepto de belleza de los dos textos es la relación estrecha entre sufrimiento y belleza.

Puesto que, Rimbaud, siguiendo el espíritu maldito de Baudelaire, expresa que no existe

hermosura sin desdicha.

En ese sentido, la desdicha es la columna vertebral de las dos obras. Esta es

simbolizada de muchas maneras, se encarna en personajes viles, en la indiferencia de entes

pasajeros, en el peso de los errores, en el arrepentimiento y la culpa. Es ella de donde surge el

delirio, la energía que nace del tedio. Rimbaud expresa, “La desdicha fue mi dios” (Rimbaud,

1970, p.21), en la primera parte del libro. Las imágenes que describen el sufrimiento de su

viaje son densas, con un ritmo intenso, como si el tiempo fuese a terminar. Sus teorías

estéticas se apilan como sueños rotos; de manera que, la desdicha se convierte en un lugar

desde donde ver el mundo, la altura necesaria para poder contemplar lo raro e irrepetible. En

cambio, en “Las flores del mal” es predominante la exaltación del spleen: la melancolía sin

razón aparente.

En ambas obras la desdicha es creadora de una estética, sin duda, es la base de la

belleza, en tanto que, se manifiesta como necesidad de quiebre en la emoción: innovación en

las formas de lenguaje. Las que rescatan al poeta perdido en búsqueda de la diosa que se

niega a sentarse en su regazo; o al arrepentido que lamenta haberla injuriado porque las

musas del amor ahora lo castigan; quizás también a quien se queda en una esquina del

púlpito, aterrado porque el coro tiene imperceptibles disonancias, por la piel gris del

sacerdote o porque reconoce en su disfraz a una persona terrible de los mundos bajos, más

condenada que el mismo.


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Referencias

Baudelaire, C. (1867). Pequeños poemas en prosa, El mal vidriero.

Baudelaire, C. (1999). Las flores del mal. Madrid: Unidad Editorial.

Rimbaud, A. (1969). Iluminaciones. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

Rimbaud, A. (1970). Una temporada en el infierno. Buenos Aries: EDICOM.

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