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Hybris: el enganche con figuras parentales en la elección de pareja

José Luis Martorell

Doctor en Psicología

Profesor Titular de Terapia de Familia en la UNED

Director del Servicio de Psicología Aplicada de la UNED

[Publicado en Cuadernos de Terapia Familiar, 88, 2016, pp. 29-36]

Resumen:
Los factores significativos que llevan a las personas a elegir pareja cuando esta elección
es repetitivamente insatisfactoria es el tema central de este trabajo. Se analizará una
determinada situación de carencia de reconocimiento de las figuras parentales a través
del concepto griego de hybris. Se describen los elementos que originan y componen
el hybris. Se presentan dos casos en terapia de hybris y, finalmente, se describirán las
actuaciones terapéuticas para el abandono del hybris.
Palabras clave: Hybris, elección de pareja, fracaso en pareja, terapia, figuras parentales

Abstract:
The significant factors when choosing a mate, being this choice repeatedly
unsatisfactory, is the aim of this paper. Using the Greek concept of hybris, we will
analyze a specific situation about lack of acknowledgment from the parents. The
elements that originate and compose the hybris will be described. We will present two
therapy cases of hybris and, finally, we will describe the therapeutic interventions
needed to abandon the hybris.
Key words: Hybris, mate choice, couple failure, therapy, parental figures
El estudio de los motivos que llevan a las personas a elegir un determinado tipo de
pareja tiene una larga tradición, no solo en la psicología sino también en la literatura,
el cine y, en general, en lo que podríamos llamar la sabiduría popular. La elección
errónea repetida nos llama siempre la atención, nos preguntamos por qué una
persona tropieza una y otra vez en la misma piedra. En la película de Howard Hawks
“El dorado” John Wayne encuentra a Robert Mitchum alcoholizado y derrotado como
consecuencia de una desastrosa relación amorosa. John Wayne pregunta a un tercero
“¿Cómo era ella?” y este le contesta: “Preciosos ojos verdes y corazón de víbora”´, “sí,
son su tipo” concluye Wayne, resumiendo el tema de este artículo con la concisión y
chulería de un cowboy.

Y ya que estamos en el cine, en otra película, esta vez de Paul Mazursky, “Scenes from
a mall” aparece un personaje que representa a un psicólogo, terapeuta de pareja, que
presenta un libro suyo en el centro comercial donde transcurre la película. El libro
tiene por título “I will, I will, I will” (“Sí, quiero; sí, quiero; sí, quiero”) y sostiene la tesis
de que la pareja humana es una institución creada cuando la esperanza de vida no
llegaba a los treinta años, pero ahora que es casi el triple o tenemos tres parejas a lo
largo de la vida o nos renovamos tres veces con la misma persona. Es una broma, pero
¿de verdad, es una broma? Los datos sobre divorcios varían de un lugar a otro y según
el corte sociológico que utilicemos, pero desde luego el “hasta que la muerte nos
separe” no parece ser la norma. Por no abrumar con datos, en nuestro entorno, en
España, parece que por cada dos uniones hay un divorcio (Aguilera y González, 2003).
El Instituto Nacional de Estadística (2015) señala que en los divorcios que tuvieron
lugar en 2014, el 30% fueron de parejas que habían estado juntas 20 años, el 23,5%
habían estado juntas entre 6 y 10 años y la media de duración de las parejas que se
habían divorciado fue de 15,8 años. Es decir, que el guionista de Mazursky, además de
escribir una buena escena, parece que describió una situación que va a afectar a un
número relevante de personas durante su vida.

Aunque no haya estadísticas, el error repetido, el mismo tipo de error, en la elección


de pareja, no es un caso raro en la clínica. Lo consideramos un error porque la relación
terminó (o continúa) de un modo insatisfactorio para la persona, y parece ser más
relevante para definir esa insatisfacción el perfil psicológico de la pareja (obviamente,
en relación al del sujeto) que otros elementos de la interacción. Como en cierta
ocasión le señale a una paciente: “te enamoras de gatos y luego les pides que te
ladren”.

Como he comentado al principio, los estudios sobre elección de pareja tienen un largo
recorrido en psicología. Para empezar, como casi siempre, Freud (1905, 1914) ya
apuntó algunas ideas bastante interesantes. A partir del primer objeto infantil de
amor, la madre, se estructuran, o se pueden estructurar, los objetos de amor adulto,
en el sentido de que encontrar un objeto es, de hecho, un reencuentro. Según dónde
se coloquen los rasgos deseados, en el otro o en uno mismo, será un amor anaclítico o
narcisista. Muchos otros estudios han relacionado determinadas experiencias,
vivencias o aprendizajes del pasado, de la infancia, con la elección de pareja: Hazan y
Shaver (1987), Simpson (1990), Epstein y Guttmann (1984), Mates y Moore (1984),
Feingold (1990), Shaver y Brenan (1992), Shaver y Hazan (1993) entre otros, citados
por Tolmacz, Goldzweig y Guttman (2004), han utilizado conceptos como el de imagen
ideal o la teoría del apego (Bowlby, 1990)para investigar esa relación.

Sin duda que nuestras elecciones tienen historia y están motivadas, es cierto también
que experiencia y vivencias intensas y muy tempranas pueden dar lugar a “decisiones”
sobre cómo ha de ser nuestra pareja. Estas “decisiones”, en términos de la teoría del
guión de vida (Bene, 1974, Martorell, 2006) pueden escapar total o parcialmente a
nuestra conciencia y pueden producir efectos pragmáticos tanto positivos como
negativos. Aquí vamos a ocuparnos de este segundo aspecto, cuando el fracaso,
frecuentemente repetitivo, en las relaciones de pareja se debe a la elección de un
determinado perfil de persona.

Para desarrollar nuestra propuesta utilizamos el concepto griego de Hybris, tomándolo


del uso que hace de él el grupo de Selvini Palazzoli (Selvini Palazzoli et. al., 1988) para
describir un aspecto de la interacción en las familias con transacción esquizofrénica y
transportándolo –el riesgo de lo adecuado o no del trasporte es nuestro- al tema de la
elección de pareja.

Definamos primero el Hybris. El concepto griego hace referencia a lo siguiente:

-Desmesura, orgullo o confianza en uno mismo exagerados.

-El impulso por transgredir los propios límites, aunque sea enfrentándose a las leyes
divinas, humanas o de la naturaleza.

- Desear más de la medida que el destino nos asigna.

Los griegos lo utilizaban para caracterizar al hombre que reta a un dios y,


naturalmente, pierde. Selvini matiza que en la aplicación psicológica que hace no es
reductible a orgullo, puesto que este puede ser sano, y lo caracteriza por una tensión
simétrica exasperada hasta el punto de no rendirse a la evidencia, incluso ante la
inminencia de la catástrofe. Es estar enganchado en un pulso eterno, que siempre se
pierde pero que siempre se anhela desesperadamente ganar.

Selvini dice que cada miembro de la pareja de estas familias ha elegido un compañero
“dificil” (las comillas son suyas) y relaciona esta elección con los sistemas originarios de
aprendizaje de cada uno de ellos. Nosotros vamos a proponer el contexto original del
hybris, en la familia de origen, describir las características que se tienen que dar para
que se constituya y las consecuencias de su intento de resolución al elegir un
determinado tipo de pareja. Describiremos algunos casos vistos en terapia que ilustran
diferentes aspectos del hybris.

Comenzamos por proponer el esquema del hybris y luego iremos desarrollando cada
uno de los puntos:

a) Una carencia básica en la relación con un progenitor


b) El esfuerzo del sujeto con el progenitor es sistemáticamente frustrado
c) El progenitor actúa como uno hubiera querido con otra persona real o ideal
d) El sujeto queda enganchado en un hybris, en un pulso eterno.
e) El pulso es después frecuentemente con otras personas: parejas, jefes, amigos
f) Incluso ganando, se pierde.

a) Una carencia básica en relación con un progenitor:

El sujeto siente que falta algo esencial, muy importante, en la relación con el padre o la
madre: puede sentirse no querido, no “visto”, no apreciado en alguna característica
que en el sistema familiar tiene un valor especial, como ser guapo, inteligente,
gracioso, con encanto o, incluso, ser señalado por lo contrario, recibir la atribución de
“normalito” cuando esperaba, o deseaba, la de “listo”. La lista y las combinaciones son
infinitas. Obviamente, este es un tema básico en la construcción de uno mismo, está
en el mismo concepto de seguridad básica. Allí donde espero verme construido como
alguien que está bien de un modo concreto no lo soy, se me niega algo. Además, es
una persona concreta (mi padre o mi madre) quien lo hace. Esta situación, esta
carencia básica en la relación con un progenitor, es la base del hybris.

b) El esfuerzo del sujeto con el progenitor es sistemáticamente frustrado:

El sujeto reacciona ante esta negación de reconocimiento con un esfuerzo, un “lo


intentaré otra vez”, orientado a captar la atención del progenitor en cuestión. Este
esfuerzo puede ser obvio, es decir, son intentos explícitos: “mira mis notas”, “¿te
gustan mis zapatos”?, “hoy he marcado un gol en el recreo”; o pueden ser indirectos o
encubiertos como buscar al padre cuando uno estrena una ropa esperando un
comentario elogioso, pero no pidiéndolo, o hacer un comentario mostrando interés
sobre un tema que sabe que interesa a la madre. Estos intentos fracasan
sistemáticamente, el progenitor nunca da el reconocimiento esperado. La variabilidad
en la respuesta de los padres, en este caso, es enorme, siempre dentro de la ausencia
de reconocimiento: puede ir desde una denigración explícita, “nunca haces nada bien”,
a una encubierta “sé simpática” (implícitamente: “porque guapa no eres”), o puede ser
una falta de atención sistemática en la que el sujeto es “no visto” en su totalidad o en
alguna cualidad o característica importante para él. Por ejemplo, un cierto número de
mujeres relatan que el padre, y en ocasiones también la madre, no las “veía” cuando
se mostraban inteligentes, eficaces o asertivas en contra de un cierto estereotipo
femenino. En los casos de los que estamos hablando el sujeto no se retira, aunque
ocasionalmente se desanime e incluso se desespere, vuelve a intentarlo.

c) El progenitor actúa como uno hubiera querido con otra persona real o ideal:

Con una cierta frecuencia las personas que han pasado por esta experiencia relatan
que veían a su padre o a su madre comportándose con otra persona como hubieran
querido que lo hicieran con ellos. Quizá el caso más común es el de un hermano o
hermana que consigue el reconocimiento que a uno se le niega. Uno de los casos que
presentaremos más adelante tiene que ver con esta situación. A veces, esto sucede
con otros familiares, como primos. Es decir, el sujeto ve a su padre o a su madre
comportarse con alguien de su entorno como querría que se comportasen con él. Esta
situación transmite una imagen de carencia (“yo estoy mal”) contra la que el sujeto
lucha redoblando sus esfuerzos para obtener el reconocimiento. En algunas ocasiones
quien obtiene el reconocimiento deseado de los padres no es una persona real sino
alguien ideal “como me gustaría haber tenido un niño” dicho esto a una niña, o
viceversa. O se trata de alguien idealizado como los hijos de unos amigos que “sí que
son buenos hijos, buenos estudiantes y majísimos”. Digamos que esta es la situación
mítica de Caín y Abel, uno obtiene reconocimiento y otro no. A veces me asombro de
que no haya más asesinatos por quijada de burro.

d) El sujeto queda enganchado en un hybris, en un pulso eterno:

La situación descrita tiene tal carga emocional para el sujeto que se convierte en un
modo de estar en el mundo, es sentida como una solución de supervivencia, es decir,
hay que seguir intentándolo porque se siente que no hay alternativa. Señalemos aquí
que no toda carencia en la obtención de reconocimiento de los progenitores da lugar a
un hybris, puede darse algún otro tipo de resolución como apoyarse en el otro
progenitor o en las personas que sí le reconocen a uno y crear una imagen aceptable
de uno mismo. O puede no ser un hybris propiamente dicho y solamente presentar
alguna dificultad de relación con ese progenitor y luego con las personas que de un
modo u otro se le parezcan, pero solo incidiendo parcialmente en el bienestar y la
adaptación del sujeto. Es la intensidad y centralidad de esta situación en el mundo
mental del sujeto lo que caracteriza al hybris.

e) El pulso es después frecuentemente con otras personas: parejas, jefes, amigos:

Dado que la situación tiene, como se ha dicho, una carga emocional fuerte para el
sujeto, y este siente que lograr su deseo es muy importante, las acciones que tienden a
él quedan incorporadas estructuralmente de un modo que, quizá, el concepto que
mejor lo explica es la freudiana compulsión a repetir, vehiculada por los juegos
psicológicos que propone el Análisis Transaccional (Berne, 2007; Martorell, 2002,
2012). Es decir, el sujeto intenta una y otra vez sus estrategias de obtención de
reconocimiento, y lo hace como si ignorase que han fracasado una y otra vez. La
situación, mucho después del momento histórico en que se generó, cuando el
individuo es adulto es generalizada a las personas que de un modo u otro tienen un
perfil similar al progenitor con quien se estableció el hybris, y se desplaza el objeto de
deseo de tal modo que se siente –pero no se sabe- que con ellas, si se gana, se logará
el bienestar que se buscaba con los padres. Es decir, que estas personas, las parecidas
psicológicamente al progenitor negador, son especialmente atractivas para el sujeto
porque le permiten jugar los propios juegos e intentar, una vez más, el imposible
premio, de ahí que buscar una pareja con estas características tenga mucho sentido y,
cuando se capta ese perfil en alguien –junto con otras cualidades, claro está- resulte
casi irresistible acercarse a él. Es muy importante insistir en que el sujeto no es
consciente de que este es el motivo de la atracción (la terapia procurará que lo sea).
Siguiendo el símil de “El dorado”, Robert Mitchum te dirá que son los preciosos ojos
verdes de la chica lo que le atrajo cuando en realidad fue su corazón de víbora lo que
le enganchó, a ver si esta vez la víbora, por fin, nos quiere y no nos muerde.

g) Incluso ganando, se pierde:

A veces sucede que la persona con la se está en un hybris no es tan rígida en su


negativa de reconocimiento como el progenitor original y, de un modo u otro, termina
por dar el reconocimiento: “me gustas” “estás bien”. Hay entonces un momento de
calma pero en seguida sucede una insatisfacción clara o difusa. Si el hybris original no
está resuelto (más adelante veremos en qué consiste resolverlo) el reconocimiento de
alguien que no sea el padre o la madre no llena el agujero original y por lo tanto no
satisface plenamente (“tengo todo con ella/él para ser feliz pero no estoy bien”)
aunque la persona no sabe por qué. Un elemento que ayuda a este oscurecimiento de
lo que sucede es que, con frecuencia, las personas enganchadas en un hybris, creen
haberlo resuelto “lo de mi padre lo tengo resuelto, ya no me afecta”. A veces es una
falsa renuncia que se revela falsa por la repetición del conflicto con otras personas.

En la terapia, naturalmente, los elementos que conforman el esquema no aparecen en


orden y durante un tiempo puede no estar claro si nos encontramos ante un hybris o
no. Hay algo, sin embargo, que podríamos llamar la señal del hybris, es la respuesta a
la siguiente pregunta:

“¿Qué quisiste escuchar de tus padres que no escuchaste?”


Escuchar incluye recibir, sentir… etc. Es claro que no toda contestación que suponga
una carencia con relación a los progenitores implica necesariamente un hybris pero es
una señal de alerta.

Una vez descrito el esquema general de implantación, vamos a ver dos casos de
terapia que pueden ilustrar diferentes aspectos y variantes de las relaciones basadas
en un hybris.

Caso 1. Aracne. “¿Tú, exactamente, en qué trabajas?”

Aracne es una mujer de 35 años, divorciada, sin hijos, con una titulación universitaria y
que trabaja como ejecutiva en el departamento de comunicación de una empresa. Su
aspecto es claramente sexy, con vestidos cortos y ajustados, escotes y tacones altos y
su lenguaje corporal es coherente con esa imagen, por ejemplo, se sienta siempre con
las piernas cruzadas por encima del brazo del sillón del despacho.

La sintomatología que la lleva a terapia es depresiva, tratada también con fármacos. El


discurso de Aracne en relación con su sintomatología gira en torno al fracaso en sus
relaciones amorosas. Al entrar en este tema describe que además del fracaso de su
matrimonio las sucesivas relaciones, cada vez más cortas, no sólo no prosperan sino
que le dejan una sensación, en sus palabras, de maltrato, de haber sido utilizada por
sus parejas y dejada cuando a ellos les pareció bien. Las últimas relaciones
prácticamente acaban después de que tienen sexo, y terminan con un corte abrupto
por parte de ellos que le dejan esa sensación de haber sido maltratada.

En el relato de su historia aparece un suceso que se revelará significativo: recuerda la


relación con su padre como magnífica hasta los quince años, “era su niñita”. A esa
edad al volver un día el padre a casa la encuentra en el portal besándose con un chico.
Aracne relata que a partir de ese momento el padre se aleja radicalmente de ella y
entran en una espiral de pelea continua que llega hasta la actualidad. Un tema
recurrente en su mala relación es la falta de reconocimiento por parte del padre a su
trabajo. Ella cuenta con dolor que el padre cada tanto le pregunta “¿pero, tú,
exactamente, en qué trabajas?”, al indagar en esto se ve que no es sólo desatención
sino que además hay un mensaje ulterior insultante “¿viajas con hombres?”. Esto
unido al rechazo que Aracne siente sobre su modo de vestir por parte de su padre
remite a la escena original del portal: el rechaza la sexualidad en ella y ella se
hipersexualiza, tanto en aspecto como en costumbres.
Señalemos que aquí aparece uno de los factores de oscurecimiento que señalábamos
más arriba, la actitud de Aracne externamente es de rebelión al padre lo que a ella le
hace pensar que aunque la relación es molesta no se siente influenciada por su padre.

La imagen que ella transmite del padre es la de un hombre fuerte, autoritario, seguro,
conservador ideológicamente, con poder, admirado en su pueblo natal por sus éxitos
económicos. Cuando le pido que haga la lista de cualidades de su pareja ideal aparece
prácticamente la descripción de su padre con algún añadido encubridor: guapo, alto,
con pelo, pero después aparece: con éxito, seguro de sí mismo, del PP (literalmente lo
puso así), con una profesión socialmente admirada (el último era médico), en fin, su
padre con pelo. Es decir, Aracne simultáneamente se rebela y se somete a su padre
para obtener su reconocimiento y sistemáticamente es frustrada en ello. El
acercamiento es tan sexual (rebelión) a hombres que la atraen por tener el perfil de su
padre (sometimiento) que solo recibe atención en ese terreno y fracasa en la
aceptación y reconocimiento que anhela.

La terapia giró sobre la conciencia y relación de todo ello, su significado personal, su


implantación (fue interesante la devolución de la transferencia en términos de su
posición seductora en la terapia). Hay algún aspecto más, importante, tanto en la
resolución de este caso como en general, que veremos más adelante.

Caso 2. Efialtes. “Los hermanitos de los cojones”

Efialtes es un hombre de 35 años, casado, con dos hijos de 4 y 2 años, no terminó los
estudios universitarios y es un pequeño empresario.

Tiene un accidente de tráfico en la ciudad al quedarse dormido “por agotamiento”; la


mujer le pide que vaya al psicólogo porque ve en él un alto nivel de estrés (y más
cosas, como se verá más adelante). Tiene erupciones y eccemas en la piel, igualmente
atribuidas por el dermatólogo al estrés. Él describe su vida como “insana”, una
permanente agitación para sacar adelante su negocio que le lleva doce tensas horas
diarias, fumando, comiendo mal, “un pincho y un vino en el primer bar que pillo” y
presentando un estado de permanente ansiedad. Sin embargo, cuando se permite
descansar disfruta en su casa de sus hijos y su mujer con quien relata tener una muy
buena relación.

Un elemento peculiar de esta terapia fue el papel de la esposa en ella, no hubo ningún
tipo de comunicación con ella pero Efialtes aportaba su opinión sobre cada uno de los
temas que trataba. La voz de la mujer resultó ser la parte sana del sistema
(recordamos que ella le pide que vaya a terapia). Con respecto a la exigencia del
trabajo Efialtes contaba que su mujer decía que no lo necesitaban, les iba bien, tenían
la casa pagada y su empresa funcionaba razonablemente bien, pero que él no lo veía
así y que necesitaba asegurar el futuro de su familia.

En el relato que Efialtes va haciendo de su vida aparece su familia de origen con una
presencia actual muy fuerte. Es el tercero de cuatro hermanos, su padre es un
triunfador en una profesión con reconocimiento social, así como sus tres hermanos en
otras profesiones. El brillo y el éxito de Efialtes es claramente mucho menor. Una
cuestión muy relevante es que todos los domingos, todos, comen los hermanos en
casa de sus padres. Así los esfuerzos de Efialtes por presentarse como alguien valioso
fracasan en un entorno cortés y educado pero donde en palabras del paciente “mi
Renault no puede competir con sus Mercedes BMWs”. La mujer va a estas comidas
pero las considera insanas, las nombra como las comidas con “los hermanitos de los
cojones”. La autoimagen de Efialtes, su conducta y, finalmente sus síntomas
responden a un hybris con el padre y no al mundo que ha creado junto a su mujer. Los
síntomas, que apuntan al colapso físico dan la razón al grupo de Selvini cuando dice
que el desafío se continúa incluso ante la inminencia de la propia muerte. Es
interesante señalar que en este caso el hybris se mantiene en su lugar original, la
familia de origen, y no se desplaza a la elección de pareja –este es el interés de
presentar aquí este caso- pero está amenazando su estabilidad y la percepción de la
pareja: aunque Efialtes se daba cuenta del discurso “sano” de su mujer no podía evitar
sentir que ella también le despreciaba si no conseguía el triunfo social, es decir, la
colocaba en el otro polo del hybris independientemente, en este caso, de como fuera
realmente la persona. Si finalmente la intensa orientación de Efialtes a su familia de
origen hubiera acabado en una separación él hubiera cerrado el círculo del hybris con
una nueva prueba de su inadecuación frente al padre, a diferencia de los “hermanitos
de los cojones”.

Además del incremento de la conciencia sobre la situación y su significado, la terapia


aprovechó la certera lectura de la mujer y, sobre todo, la buena relación de la familia
que había creado. El trabajo sobre cómo era él visto por sus padres y hermanos y cómo
era él visto por su mujer e hijos resultó de mucha utilidad. Centrarse en el mundo de
su propia familia en lugar del de su familia de origen fue un objetivo y un logro
terapéutico. Aquí, igual que en el caso de Aracne, hubo que trabajar un duelo como
parte central de la terapia, trabajo de duelo del que hablaremos más adelante.

Después de presentar estos dos casos que presentan dos casos, con sus peculiaridades
de hybris, vamos a sistematizar los pasos que en un contexto terapéutico constituyen
el abandono del hybris.

a) Concienciar la carencia (su existencia y su importancia) con respecto a la


actuación de un progenitor
b) Ver la repetición de la secuencia en la propia vida, frecuentemente en
contextos diferentes de la familia de origen
c) Asumir la imposibilidad de ganar el pulso
d) Realizar el duelo
e) Buscar, ahora sí, lo querido con otros

La conciencia de la carencia en relación a la actuación de un progenitor es el primer


paso para abandonar el hybris. Esta conciencia no es sólo conciencia del hecho sino
también de la importancia central que tiene en la vida de la persona. Esto supone
entrar en contacto con algo que ha sido incorporado como una solución de
supervivencia, con todo lo que esto supone de inversión de energía y, muy importante,
de desplazamiento de otros intereses a la periferia. Además, como se ha señalado,
esta centralidad del hybris está oscurecida por la creencia de que el conflicto con ese
progenitor se ha superado.

Aunque lo anterior es desde un punto de vista lógico el primer paso para abandonar el
hybris, frecuentemente es el que hemos señalado como segundo punto el que lleva a
la persona a la terapia: la repetición de una determinada forma de fracaso o malestar
en la propia vida. A partir de ver la similitud de lo repetitivo se abre, en muchos casos,
el acceso a una situación estructuralmente similar en la familia de origen.

Una vez centrado el tema en su origen y en la relación que verdaderamente tiene


enganchada a la persona se abre la posibilidad de analizarla y enfrentarse a ella en la
terapia. Hay que pensar que en no pocas ocasiones estamos hablando de progenitores
fallecidos o muy mayores, pero en cualquier caso el trabajo consiste en ver que es
imposible obtener lo que se quería. Esto puede ser un trabajo muy penoso en la
terapia porque es enfrentarse a aquello que más ha temido uno durante su vida: que
ese reconocimiento no va a llegar (en algún caso sucede que al salir de la compulsión
del pulso el sujeto ve que en realidad era más querido de lo que pensaba y que más
que a la negación de reconocimiento de sus padres debe enfrentarse a la torpeza
comunicativa o emocional de estos). La asunción de la imposibilidad de ganar el pulso
avoca al punto crucial del abandono del hybris –junto la conciencia intensa y clara de lo
que sucede-: el duelo.

Hay que realizar un duelo por el progenitor que se deseo y no se tuvo y ya no se tendrá
nunca. La sola descripción de la tarea nos remite al esfuerzo, dolor y dureza de las
sesiones en que se realiza. Pero es un trabajo necesario para pasar a otro tipo de vida.

Después del duelo es cuando una persona puede reorganizar su experiencia para
buscar, ahora sí, lo que es verdaderamente importante para ella en términos de
reconocimiento, trato o amor. Probablemente suceda que empieza a “ver” otros tipos
de personas de los que veía hasta ahora y que, también, se deja “ver” por gente que
hasta ahora la parecían “sosos”, es decir, la gente que nos quiere, nos aprecia, nos
admira y nos acompaña porque sí, porque les gustamos sin necesidad de matarnos por
ello. En fin, que si es feliz con los ladridos, no se case con un gato tenga los ojos como
los tenga, invite al cine a un perro.

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