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De Perspectivas Psicoanalíticas de Pareja y de Familia (Ismail Yildiz)

1- La especificidad de un tipo de elección conyugal

El esquema anterior remite a una elección por un sujeto sometido a sus deseos
y busca un objeto capaz de satisfacerlos, pero no se advierte en ellos la
presencia de una especificidad de tipo conyugal de las elecciones amorosas.
Pero la dimensión conyugal tiene características propias, que generan
modalidades particulares en la organización de esta elección:

Primero, porque supone reciprocidad, y por consiguiente que el presunto


objeto sea a su vez sujeto y que encuentre en la búsqueda del otro,
satisfacciones simétricas o complementarias de las primeras. Para que se
establezca la pareja, y pueda perdurar, es preciso que sus dos componentes
encuentren alguna <hace un siglo probablemente debido a que era más bien el
hombre que cortejaba lo primero y escogía la mujer para casarse, como ocurre
todavía en varias culturas). Por ejemplo, si uno encuentra en el otro el ideal de
su yo, el otro encuentra en el primero la debilidad o la falla buscada (es uno de
los mecanismos de elección de pareja que explicaremos más adelante).

Segundo, la esquematización de una elección de objeto en la relación amorosa


deja de lado el hecho de que lo que se espera del objeto del amor, difiere,
según lo que se espere de la nueva relación principalmente una satisfacción a
corto plazo, o más que nada una contribución al equilibrio personal y a la
organización defensiva del yo frente a un conjunto pulsional jamás
controlado por completo. Este segunda situación se puede acercar a la
“curación por el amor”, donde, a veces, un hombre desequilibrado se casa y
se vuelve “un hombre juicioso”. Es sin duda esta última dimensión la que
confiere su verdadera especificidad a la elección de objeto en la relación
conyugal.

Entonces, la elección del objeto de amor para ambos sujetos debe responder a
estos dos criterios a la vez: debe ser el origen de satisfacciones de la mayor
parte de los deseos conscientes, y al mismo tiempo contribuir a reforzar al yo
y a su seguridad propia (sus mecanismos de defensa).

2- La elección referida a las imágenes parentales


Estas elecciones referidas a las imágenes parentales, muy frecuentes, no
plantean muchos problemas cuando son poco acusadas, parciales y no
masivas; pero cuando la referencia a la imagen parental es muy acentuada, y
exclusiva por demás, aparecen las consecuencias perturbadoras.

La elección a la imagen del padre de sexo opuesto con deseos edípicos no


resueltos puede ser el origen inconsciente de frigidez o impotencia electiva,
es decir que orientada electivamente hacia el compañero elegido y no hacia
otros compañeros (Observación VII.1).

La elección de cierto grado de imagen del padre del sexo opuesto incluye a
todos, sobre todo si se trata de una elección fundamentalmente defensiva. Lo
que debe destacarse es la participación del objeto elegido en la organización
defensiva.

Lo que nos hace hacer nuestro inconsciente, es volver a crear las condiciones
de nuestra niñez y de nuestra educación temprana, a fin de corregirlos
indirectamente, para curar las heridas de la infancia. Porque no hay padres
perfectos; para educarnos no solamente nos frustraron, sino también nos
traumatizaron en grados diferentes.

La clínica permite mostrar con frecuencia otro tipo de elección, referido


también al padre del sexo opuesto, pero referida negativamente a él (Elige
una persona con características supuestamente contrarias). Por ejemplo, un
hombre puede elegir a su mujer, en la mayoría de los aspectos, con referencia
negativa a la imagen materna (VII.2. y 3).

La clínica demuestra también que la relación amorosa, tan pobre como puede
ser a veces, es sin embargo capaz de producir modificaciones importantes en
el compañero al despertar en él las pulsiones reprimidas por el engranaje de la
contraidentificación proyectiva (VII.2). Es decir que el sujeto se identifica
con lo proyectado por el otro y lo actúa.

Lo que acabamos de ver, la elección de pareja en función de la imagen


(referida positivamente o negativamente) del padre del sexo opuesto, es lo más
cercano a la conciencia popular, pero está lejos de ser el único y no siempre es
el más importante. En otras elecciones juega un papel importante la imagen
del padre del mismo sexo. Las condiciones de la existencia la sacan a luz a
veces tardíamente en la vida de pareja, o también en ocasión de una terapia.
Una de sus ilustraciones más frecuentes son las mujeres jóvenes que se casan
con un hombre ya maduro, ellas en un estado de relativa inmadurez. Estas
mujeres esperan del objeto elegido no sólo que cumpla las funciones
paternales sino también las funciones más frecuentemente cumplidas por la
figura materna: esperan de su esposo un papel afectivo denso, completo, que
gire en mayor o menor medida en torno a la relación alimentaria, expresada de
modo más o menos simbólico. En estos casos la mujer vigila que su esposo no
pueda descubrir en sí mismo disposiciones homosexuales latentes.

Recordemos aquí la bisexualidad psíquica del ser humano. La organización


estable y poco conflictual de la pareja supone el entrecruzamiento mutuo, no
sólo de los deseos heterosexuales recíprocos, sino también de las tendencias
homosexuales habitualmente latentes, cuya importancia es también conocida
en el establecimiento de relaciones de amistad.

De otra parte, un hombre puede escoger su mujer a la imagen de un padre.


Más exactamente, lo que en vano esperó de su padre y que sigue buscando
nostálgicamente, lo encuentra en su mujer, y de modo inconsciente le pide a
ella que desempeñe ese papel. Un hombre relativamente inmaduro puede
esperar entonces que su mujer cumpla las funciones de protección e
interdicción que él no está en condiciones de asumir por sí mismo.

3- Elección de objeto y pulsiones pregenitales

Estas elecciones se utilizan como un medio de protegerse contra las diversas


expresiones de las pulsiones parciales (oral, anal, fálica).

La reunificación de las pulsiones parciales en la supremacía de lo “genital” no


es jamás completa, ni estable. La imagen de la mujer (madre) castrada aparece
simbólicamente con la mutilación de un dedo en la Obs. VII.3.

El objeto parcial tiene un efecto específicamente erógeno, y su atracción, al


descuidar los otros parámetros de la situación, presenta un carácter impulsivo,
irracional o inmotivado en el plano consciente, difícilmente controlable, sin
relación con la persona portadora de ese objeto.

4- Elección conyugal y organización defensiva

El compañero se elige para que no estimule la pulsión reprimida y deja de lado


la posibilidad de satisfacerla (como en el caso de Obs. VII. 3), y aún más que
contribuya a reprimirla mejor. Hemos ya dicho que, en la elección de tipo
conyugal que corresponde a una duración, confesada o no, la elección del
compañero principal está estrechamente vinculada a la organización
defensiva. Es por esto que el compañero de tipo conyugal sigue siendo el
elegido aun cuando, pasajeramente o de manera duradera, no brinde
satisfacciones en el plano hedonista y en el plano genital. El elegido
contribuye a mantener en el sujeto una cierta seguridad interior para contribuir
así a su organización defensiva.

Entonces, en la relación de tipo conyugal, el objeto elegido debe corresponder


por lo tanto a características positivas, como todo objeto en toda relación
amorosa; pero además debe presentar características complementarias
determinantes, las que le permiten al sujeto mantener su unidad, la coherencia
y defensa de su yo principalmente en los sectores donde se presenta cierta
debilidad. Es por esto que las canciones populares de todas las culturas claman
diciendo: no puedo vivir sin ti; y muchas veces la persona se desorganiza con
la pérdida imprevisible de su pareja: a veces muere sin tardar cuando tiene
edad avanzada; otras veces tienen que hacer un duelo muy largo para empezar
a “vivir” otra vez.

I.4.2.2. Datos psicoanalíticos posteriores

Acabamos de ver que el objeto elegido favorece al yo y sus defensas, por las
satisfacciones que le aporta al sujeto y por las interdicciones que le impone.
No obstante, la noción de elección de pareja no puede limitarse
exclusivamente a un estudio de las características individuales, personales.

Ahora entraremos en las relaciones de objeto. Después de los trabajos de la


escuela kleiniana sobre todo, la relación de objeto debe entenderse en su
sentido profundo, como interrelación, en que los objetos ejercen una acción
propia sobre el sujeto -protector, frustrante, persecutoria, etc. La relación de
objeto sirve de fundamento al sujeto, los sujetos y los objetos coexisten, y no
preexisten los unos a los otros. El concepto de relación de objeto supone que
se tomen sistemáticamente en cuenta la dimensión imaginaria y los procesos
de proyección e introyección, por los cuales el sujeto entra en relación con sus
objetos.

En éste campo, la clínica demuestra que la referencia determinante de la


elección de pareja se hace fundamentalmente en función del conjunto de la
relación de objeto, mucho más que en función de las características muy
personales del objeto mismo.

De otra parte, se observa que el sujeto tiende a reproducir un cierto tipo de


relación gracias a los mecanismos de repetición de las relaciones con su o sus
objetos primarios, de las que él conserva en el inconsciente el modelo
imborrable. El compañero de pareja no se elige únicamente por su parecido u
oposición a tal figura parental. Hay que agregar otro elemento a estas
características personales: el tipo de interrelación sujeto-objeto está referido a
un tipo de interrelación de la pareja parental y sobre todo de la imagen de
la pareja parental o de las fantasías que se tienen sobre ella. Referencia
que puede ser positiva o negativa, aunque generalmente se caracteriza por su
ambivalencia; esto es, referencia positiva en unos planos y negativa en otros.
Todas maneras, es en torno a la organización de las relaciones parentales
donde se construye la referencia que llevará al sujeto a modelar su propia
organización diádica.

Además de tomar en cuenta la repetición del pasado olvidado y los procesos


de proyección e introyección en las relaciones de objeto, dos últimas décadas
ha surgido una teoría vincular en psicoanálisis que suplementa las
explicaciones de las teorías anteriores de relaciones interpersonales (Puget,
Berenstein, Moreno). La teoría vincular muestra que en una relación
significativa (vínculo) la alteridad de cada sujeto (ajenidad) afecta
necesariamente al otro. Estas afectaciones mutuas crean nuevos orígenes en
cada sujeto y en el vínculo, y modifican a los sujetos participantes al vínculo.
Yo he añadido a esos cambios en el vínculo y en los sujetos participantes la
creatividad personal de cada sujeto en soledad o en cooperación con el otro
del vínculo (Yildiz, en prensa).

1- Escisión, idealización y elección de compañero de pareja

En el momento de establecer el vínculo amoroso, el adolescente o el adulto


repite los mecanismos psicológicos de adaptación y de defensa del bebé.
Porque no desaparece la nostalgia del pecho bueno, del objeto bueno. Para
hacerlo, la persona utiliza de nuevo masivamente los procesos de escisión
(disociación) y de idealización. Así, el mundo de lo amoroso se divide en un
objeto totalmente bueno, que pertenece al sujeto, y el resto del mundo en cuyo
interior aparecen los objetos malos, perseguidores y amenazantes, tanto con
respecto al sujeto como al objeto introyectado.
En el momento del flechazo, o de la luna de miel, se busca suprimir
radicalmente, mediante la negación, todas las situaciones de disgusto, así
como todos los aspectos insatisfactorios del objeto.

La aplicación de esta interpretación rige para todos los individuos, pero antes
que nada para los sujetos inmaduros, ya se trate de la formación de parejas
muy jóvenes o de embriones de pareja, como en los adolescentes, o bien, más
adelante, de sujetos cuya inmadurez afectiva forma parte del cuadro clínico.

Es muy conocido, durante la rebeldía del adolescente, los padres se vuelven


objetos malos y el adolescente en busca de un objeto idealizado puede escoger
como compañero de pareja a cualquiera de los candidatos, sin ninguna crítica.

Este tipo de elección se perpetúa en algunos sujetos, a pesar de la experiencia


de fracasos repetidos, y deja flotando una duda sobre su capacidad de
madurar. En estos casos, la persona es incapaz de establecer una relación de
carácter ambivalente con respecto al objeto, rechaza totalmente toda relación
con quien, después de haber sido idealizado, muestra alguna falla en la
perfección de la imagen que el sujeto se había forjado de él. Sigue
funcionando una especie de “todo o nada”: el objeto es totalmente bueno, o si
no lo es, forma parte desde entonces de los objetos malos que deben ser
inmediatamente rechazados. Se trata de sujetos frágiles e incapaces de
soportar los procesos normales de la posición depresiva, especialmente la
culpabilidad y el duelo. Este trabajo de duelo debe entenderse como el duelo
por el objeto idealizado. Lo que se pierde no es entonces la realidad del objeto
global, sino su realidad psíquica interna, tal como es vivida por el sujeto. Este
trabajo de duelo supone una energía considerable, puesto que se trata de
renunciar a la escisión y a la idealización tan fácil del compañero de pareja, y
al mismo tiempo una renuncia por una representación totalmente buena,
idealizada, de sí mismo. Aceptar el reconocimiento de la imperfección del
objeto, su carácter no totalmente satisfactorio, es aceptar el reconocimiento de
los sentimientos ambivalentes que él inspira, y por lo tanto aceptar y aguantar
que nacen sentimientos hostiles en el seno mismo de un verdadero apego por
él. Por lo tanto, también el sujeto tiene necesidad de percibir en sí mismo un
aspecto de odio con respecto a un objeto reconocido, por otro lado, lo bastante
satisfactorio para no rechazarlo.

Para Melanie Klein, renunciar a esta primera escisión en el interior del yo y


reintroyectar los objetos malos o las malas cualidades del mismo objeto en el
interior del yo, es el proceso que conduce a la posición depresiva. Esto
proceso integra los objetos parciales (buenos y malos) en un objeto total
aceptable, con sus cualidades y defectos.

2- Diferentes maneras de limitar la relación para mantener la idealización


de un objeto bueno

Numerosos individuos intentan sistemáticamente limitar su vida amorosa a un


aspecto, como si tendieran ante todo a idealizar y a mantener así su relación
con el objeto de su elección, aunque tengan que reducir su relación a un
aspecto completamente limitado y parcial. Estas personas no alcanzan a
establecer una relación ambivalente suficientemente sólida con el objeto,
debido a una fragilidad psíquica de orígenes diversos, pero sobre todo por
razones vinculadas a su primera historia (estados preedípicos): carencia
afectiva, vivencia de abandono a corta edad, pérdida precoz o insuficiencia de
madre, cambio de cuidadora en la fase depresiva, madre “enferma”, etc.

Algunas de estas personas conservan tendencias depresivas constantes o


cíclicas; otros luchan constantemente contra ellas mediante mecanismos de
idealización. También se encuentran en esta categoría las personas que
experimentan dificultades para establecer una relación amorosa satisfactoria y
estable. Otros ni siquiera se arriesgan para iniciar un vínculo emocional
(carácter esquizoide).

La idealización, cuyo carácter defensivo se aprecia aquí, puede aplicarse


también a toda clase de “proyectos”. El compañero, la pareja, el casamiento, la
familia, la profesión, la institución, etc. pueden convertirse en objeto de esta
idealización, contra la que se estrellarán las olas de la realidad.

De otra parte, no hay casi vínculo amoroso sin esta forma de sobrevaloración
del compañero, sin esta euforia, que anula la ansiedad y que acompaña al
proyecto inicial de la pareja y borra todo espíritu crítico y autocrítico.

En términos kleinianos, es una verdadera defensa de maníaco que anula e


invierte la depresión: euforia, entusiasmo, desborde de actividad y proyectos,
dinamismo inagotable, impresión de transformación de sí mismo y del mundo,
de omnipotencia por la posesión de ese objeto todopoderoso, gratificante y
protector a la vez.
La intensidad de procesos identificatorios proyectivos puede conducir
paradójicamente a la elección de un objeto cualquiera. Cuanto mayor es la
idealización más insignificante es su soporte. Cuando termine por desaparecer
la reacción maníaca, reaparece la ambivalencia, el objeto corre el riesgo de ser
descubierto en su pobreza, y al no mostrarse lo bastante bueno, será rechazado
de manera radical como enteramente malo, por no corresponder a la imagen
primitivamente amada que se había idealizado.

Ciertas personas, para conservar esta idealización del objeto totalmente bueno,
anulan la perspectiva del tiempo. El objeto será elegido y la relación
definida con exclusión de toda duración. Así, se puede considerar que los
sujetos que se comportan en tal forma que no se comprometen en una relación
amorosa profunda y prolongada, se protegen contra los grandes riesgos
depresivos (Obs. VII.4).

La clínica de las dificultades amorosas subraya la frecuencia de los fracasos en


quienes han tenido importantes carencias en sus primeros años de vida. El
sujeto que ha sufrido carencias y ha sido herido repetidamente, se protege del
desgarramiento previsible y se priva del afecto del que está sediento; pero es
una sed tan inextinguible que jamás el objeto la podría aplacar, de modo que
éste resultará siempre decepcionante, insuficiente, malo. El sujeto prefiere
entonces “quedar fuera”, no comprometerse, pasar por insensible, o frío, o
egoísta, privado de todo sentimiento, en una búsqueda desenfrenada de
satisfacciones puramente sensuales, o tan sólo materiales, o también
exclusivamente intelectuales.

Las consultas psiquiátricas de los adultos, sobre todo en los barrios menos
favorecidos, están llenas de hombres y mujeres que jamás tuvieron a tiempo
las condiciones para una plena expansión humana. Como en otros planos de su
penosa existencia, se conforman con poco, reducidos a una vida en que la
satisfacción del sentimiento parece un lujo reservado a clases más favorecidas.
Los que cuentan con recursos económicos, encuentran compensaciones en el
consumo, a riesgo de embrutecerse en el trabajo y la producción, y a
abandonarse en la famosa alienación social. Otros, peor equipados desde el
principio, no tienen esta posibilidad mediocre y se ven reducidos a “ir al
trabajo-volver-dormir”. No se busca la felicidad, ni la expansión afectiva o
sexual, todavía menos la cultural.

La resistencia de estas personas a la emoción no les permite desarrollar su


sensibilidad, y si a pesar de este blindaje son heridos, el riesgo de suicidio es
muy grande. O si un día logran establecer una relación amorosa que les resulta
satisfactoria de veras, y ésta se rompe, ellos mueren auténticamente (Obs.
VII.5).

3- Racionalizaciones justificadoras de la idealización

Otras personas de la misma estructura psicológica, es decir limitadas en su


capacidad de vivir intensamente una relación de carácter global, utilizan
racionalizaciones tomadas del orden cultural. Así, algunos se convencen de
que sólo rechazan “la institución matrimonial” en nombre de una idealización
de la vida amorosa, de la que el matrimonio sería de alguna manera su
antítesis. En nombre de una vida amorosa ideal rechazan los obstáculos
institucionales y sociales del matrimonio.

Cuando se rompe esta forma de vínculo, se le plantean problemas al sujeto. Lo


obliga en general a un olvido total, a un rechazo masivo. Muchos sujetos
frágiles creen entonces que su mejor defensa consiste en otro compromiso
precipitado, en una nueva relación amorosa, que puede ser idealizada
nuevamente. Este modo de vida existió siempre, pero en los últimos años
tiende a extenderse más, sobre todo entre la población juvenil.

4- Elección de tipo de relación y lucha contra la depresión

Las personas con tendencias depresivas vivas cuentan con el apoyo de la


incorporación de un objeto bueno, gratificante, poderoso, que ellos no pueden
permitirse perder sin peligro vital. En otras personas con la depresión latente,
como consecuencia de varias experiencias existenciales (entre las cuales la
experiencia amorosa) se produce un proceso de maduración. En otros
términos, la incorporación sucesiva de objetos buenos consolida un yo
inicialmente débil y frágil, y hace posible las defensas de la posición
depresiva. Esto le permite hacer frente poco a poco a sus tendencias
depresivas sin tener ya necesidad de sus ideales.

En otros casos, la persona dispone de varios objetos con los cuales el sujeto
establece modos muy distintos de relación, con límites estrictos; se permite así
hacer frente más fácilmente a la pérdida de uno de ellos.

Personas aisladas afectivamente tienen más probabilidad de un compromiso


demasiado precoz a formar pareja, sin que haya podido efectuar una verdadera
elección recíproca. Así, manifiesta un estado de necesidad afectiva que lo
coloca en una estrecha dependencia con relación a su compañero, que con
frecuencia lo ha “aceptado” más que “elegido”, lo que aumenta el riesgo de un
sufrimiento mayor en los conflictos del futuro.

De otra parte, la elección de una persona que se muestra constantemente como


víctima de terceros permite al sujeto ser protector y el salvador, así valorarse
a sí mismo como defensa contra una depresión latente y al mismo tiempo
satisfacer su sadismo con una persona masoquista.

5- Elección de un compañero de pareja como protección contra el riesgo


de un amor intenso

Acabamos de ver que limitar la relación en el tiempo, o en su profundidad, o


limitarla a un aspecto exclusivo, o elegir un compañero que fue víctima son
maneras diferentes de conservar una imagen idealizada de sí mismo y de la
relación con el otro: esta escisión permite que la relación amorosa funciona y
sea satisfactoria en un primer período.

La sumisión precoz a las exigencias externas conduce a la constitución de un


falso “self” (Winnicott), que acompaña de un sentimiento de futilidad, y, en
último grado, de no existencia. Estas personas pueden parecer “muy
equilibradas”: los que más fácilmente se pliegan a los imperativos sociales, y
se someten al deseo de los otros, sacando de ello el mejor partido mediante
una forma de conformismo hábil y con frecuencia disfrazado, lo que facilita el
éxito social. Algunos de estos individuos con falso “self” pueden reservar para
su vida íntima los aspectos arcaicos de su ser autentico-secreto, lo que se
traduce en una gran dependencia con respecto a su compañero de pareja. Otras
de estas personas se sienten amenazadas y llegan a protegerse del riesgo de
amor intensa, valiéndose de diferentes procedimientos dilatorios.

Personas que no concretizan una vida de pareja viviendo largos años de


noviazgo, hasta, excepcionalmente, la “no consumación” del matrimonio,
podrían sufrir del miedo a abandonarse por completo al otro en la relación
sexual. Para algunos, el riesgo de un amor intenso sentido como un peligro va
acompañado de síntomas, ya de orden psíquico, en particular ansiedad,
inseguridad afectiva, manifestaciones neuróticas, etc.; o de orden somático:
impotencia, frigidez, dolores diversos, cefaleas, gastralgia, etc. En otros, esta
percepción de un riesgo en el compromiso amoroso, también inconsciente, se
traduce en un comportamiento casi preventivo: por ejemplo, ponerse a
distancia del objeto elegido, manteniendo un gran número de actividades o
participaciones emocionales y afectivas aparte del compañero principal.
Frente a este peligro de amor intenso, la estrategia defensiva lleva al sujeto a
elegir un objeto que presente sin saberlo sentimientos análogos. También
puede presentarse bajo modalidades diferentes, por ejemplo, la reducción
masiva de la comunicación con el otro, teniendo secretos personales. Se casa,
porque hay que casarse por relaciones sociales, o la soledad es más difícil que
la vida de la familia para estas personas, aunque sea superficial. Estas parejas,
a veces declaran que se entienden bien, puesto que no discuten jamás (Obs.
VII.6).

6- Elección de pareja y reacción ante la intrusión

Hay personas que se sienten constantemente amenazadas y obligadas a


conservar su insuficiente identidad y su vida mal diferenciada. Los afectan
toda clase de acontecimientos -o corre el riesgo que así sea-, y más que buscar
satisfacción en su relación con el otro, se siente impulsado antes que nada a
conservarse. No buscan a ser entendidos, comprendidos, amados; porque
sienten como un riesgo de ser tragado por el amor. Como se dice
popularmente: “están todo el tiempo sobre sus

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defensas”. El odio es menos temido y hasta puede considerarse a veces como


protector. Se piensa que es el resultado de una madre demasiado buena,
intrusa, que no permitió a estar solo a su hijo. La maniobra defensiva consiste
con frecuencia en elegir un futuro compañero de pareja con el cual sólo
compartirán algunos aspectos de su vida. La preservación de su seguridad y de
su existencia predomina sobre la búsqueda del placer.

Estas personas corren el riesgo de una descompensación de su equilibrio, si


por el juego de circunstancias se ven obligadas a una cercanía excesiva con su
prójimo, y entonces se despiertan la amenaza de intrusión y el riesgo de
“implosión” (destrucción).

Estos riesgos de intrusión y de descompensación no son solamente propios de


la vida amorosa. También pueden ser provocadas por experiencias
emocionales muy densas, como testimonian algunos clientes de los diversos
métodos de “liberación” en grupo. Experiencias que, aunque no resulten
traumatizantes para todos, pueden descompensar algunas personas no
preparadas o no capaces para este tipo de intrusión (Obs. VII.7).
Soy entregado.
Soy exigente.
Soy esquizoafectivo.

Amo esquizoafectivamente.

eròticamente.

no importa más elegir


como ser elegido.

La hembra elige al hombre...


Así es la semilla
sembrada
del soplo de Isis
eligiendo la danza
que conquistará su infinito.
el perdón ardiendo

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