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Instituto de Música.
Como experiencia personal puedo contar que toco instrumentos desde los 4 años y
he escuchado muchos conciertos en vivo, ya sea en la ópera de Lucca, en el municipal de
Santiago y ensayos de amigos estudiante de música. Siempre es una experiencia nueva, es
algo difícil de explicar.
Me senté en primera fila porque me gusta ir mirando todo lo que pasa cuando de
música se trata, pero sobre todo me senté adelante para mirar los instrumentos, es algo
que me gusta mucho mirar, un instrumento en pleno proceso de entregarse
completamente para dar sonidos increíbles. Duró poco mi ilusión. No pasó mucho tiempo
hasta que me di cuenta de que era todo a capela, es decir, sin instrumentos, solo las voces
de los cantantes. Me pareció interesante escuchar canciones compuestas en 1500, 516
años después en el mismo contexto en que se presentaron originalmente: en una iglesia.
Salieron los cantantes bajo unos aplausos poco convincentes. La iglesia no era de
gran tamaño pero igual había unos 60 espectadores dispuestos a comenzar un viaje
musical por el tiempo. Los cantantes se posicionaron en el orden de sopranos, bajos,
barítonos y tenores (de izquierda a derecha) formando un semicírculo mirando hacia el
público. Se presenció un silencio total, ningún murmullo en la iglesia. El director sacó un
diapasón para escuchar un LA y dar el tono de la canción que iban a interpretar.
Comenzaron con “Vray Dieu d’amours” de Matthaeus Pipelare. Una canción que
parte a dos voces pero que llamó la atención la claridad de la voz de Felipe Ramos,
director y tenor. Alcanzaba unos tonos agudos pero sin esforzar la voz, era un dúo muy
puro. Cuando comenzaron a cantar más voces me di cuenta que de verdad iba a ser un
viaje al Renacimiento. Eran simplemente increíble las voces, cerré los ojos y era estar
escuchando un coro angelical. Fueron aproximadamente 8 minutos de una música que
daba la sensación de estar en paz, era una experiencia muy extraña en el buen sentido.
Los cantos pasaron por seis partes de la misa, el kyrie, gloria, credo, sanctus,
benedictus y agnus dei. Grabe toda la misa y solo en canciones duró 34 minutos lo cual
demuestra lo dicho por el profesor en su primera clase, que al cantar se alargaba más el
tiempo de las misas porque es más lento decir las cosas. Para mí fue el mejor momento
del concierto, el real viaje al pasado. El hecho de estar en una iglesia escuchando una misa
cantada de esa época era algo que no tenía pensado vivir y es realmente una experiencia
que se tiene que vivir, no es lo mismo a que te la cuenten.
Terminó la misa y los aplausos abundaron en una larga duración, merecidamente.
Cada uno de los intérpretes hicieron un trabajo de lujo que al menos yo estoy muy
agradecido de ellos por la entrega que dieron en el concierto. Fue una buena forma de
terminar el día y un gran empujón anímico para lo que quedaba de semana. Esas
experiencias sublimes no se viven todos los días y hay que saber aprovecharlas cuando se
dan. Disfruté el concierto de música sacra desde que salieron los cantantes hasta que
terminó el último aplauso. Esos momentos son los que la música es capaz de regalar y que
voy a recordar para siempre. Gracias a este trabajo pude tener una experiencia increíble
con la música, un regalo cultural. Esa es la magia de la música, su poder de expresar los
sentimientos de la mejor manera y regalarnos momentos sublimes como el que presencié
en estos conciertos.