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TEMA 12. LOS GOBIERNOS DEMOCRÁTICOS (1979-2000).

1 INTRODUCCIÓN.

2 LOS GOBIERNOS Y EL DECLIVE DE LA UCD (1979-1982).


2.1 LOS GOBIERNOS DE ADOLFO SUÁREZ.
2.2 EL 23 DE FEBRERO Y SUS CONSECUENCIAS.
2.3 EL GOBIERNO DE CALVO SOTELO.

3 LA ETAPA SOCIALISTA (1982-1996).


3.1 LAS ELECCIONES DE 1982 Y EL CAMBIO.
3.2 REFORMAS Y APERTURA AL EXTERIOR.
3.3 LA FRACTURA SOCIAL.
3.4 EL DECLIVE SOCIALISTA.

4 LOS POPULARES EN EL GOBIERNO (1996-2004).


4.1 LA GESTIÓN DE LOS POPULARES.
4.2 LAS ELECCIONES DE 2000.

5 CONCLUSIÓN.

1 INTRODUCCIÓN.

Desde 1979 hasta el presente, España ha atravesado tres etapas políticas


distintas. La primera, de gobierno de la UCD, se prolongaría hasta 1982, año en que
triunfó en las elecciones legislativas el PSOE, que gobernó durante catorce años, hasta
1996. La tercera comenzó cuando en marzo de ese año triunfó en las elecciones
legislativas el Partido Popular.
La sociedad española ha vivido desde la consolidación de la democracia una época
de cambio, de crecimiento y de modernización sin precedentes. Sin embargo, partiendo y
apoyándose en el desarrollo que trajo la industrialización de los años sesenta.

2 LOS GOBIERNOS Y EL DECLIVE DE LA UCD (1979-1982).

2.1 LOS GOBIERNOS DE ADOLFO SUÁREZ.

En marzo de 1979 se celebraron elecciones legislativas, una vez terminado el


período constituyente. El triunfo de UCD, más ajustado que en 1977, no significó el inicio
de un período de estabilidad, pues las dificultades de la coyuntura eran todavía enormes.
La crisis económica se afrontó con una política de consenso, hilvanada en los Pactos de
la Moncloa, que comportó la promulgación del Estatuto de los Trabajadores (1979) y el
Acuerdo Nacional (1981). Sin embargo, no se emprendió una política de reformas de la
estructura productiva, porque la vida política era la prioridad del gobierno.

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El relativo fracaso de UCD en las elecciones municipales de abril de 1979, a partir
de las cuales se constituyeron ayuntamientos de izquierdas en las grandes ciudades,
anunció las inmediatas dificultades de la UCD. Pero fue el proceso autonómico y las
divisiones internas lo que evidenció la debilidad del partido y precipitó la crisis del
gobierno. El resultado de las elecciones autonómicas en el País Vasco y Cataluña (marzo
de 1980), donde perdió la mitad de los votos conseguidos en 1979 a favor de otras
fuerzas políticas, puso de manifiesto la pérdida de apoyo de la política gubernamental. Al
mismo tiempo, la oposición se consolidaba y se beneficiaba del malestar social y político.
Asimismo, las divisiones dentro de la UCD se acentuaron: existían discrepancias
en los contenidos de las reformas básicas como la de Enseñanza (Estatuto de los Centros
Docentes) y la de Administraciones públicas (Ley de Autonomía Universitaria, Ley de
Incompatibilidades de los Cargos Públicos). También afloraron diferencias ideológicas
entre los sectores más derechistas (democristianos, liberales y el reformismo franquista) y
los de centro-izquierda (socialdemócratas).
Adolfo Suárez, pues, se mostró más eficaz en el desmantelamiento del franquismo
que en la edificación de la democracia, y no consiguió un liderazgo incontestable
dentro de la UCD, ni tampoco como presidente del gobierno. En mayo de 1980 tuvo que
someterse a una moción de censura presentada por el PSOE en las Cortes. Desde
entonces la parálisis gubernamental fue casi total, lo que repercutió en el incipiente
sistema democrático. El gobierno no avanzaba en las reformas que permitían adecuar los
aparatos del Estado a la nueva legalidad constitucional. Además, el terrorismo de ETA,
GRAPO, FRAP, añadió una notable tensión en la construcción de la democracia y situó la
violencia en primer plano de la vida política.
El 29 de enero de 1981 Adolfo Suárez dimitió como presidente del Gobierno y
renunció a la dirección de la UCD.

2.2 EL 23 DE FEBRERO Y SUS CONSECUENCIAS.

La amenaza al sistema democrático provenía fundamentalmente de la reacción


militar, de contenido ultra y corporativo. Un parte del Ejército era franquista y
decididamente hostil al proceso democrático. En este sector la reivindicación del
franquismo convivió con la alarma provocada por la legalización del Partido Comunista,
por el desarrollo autonómico, por el terrorismo y por la anunciada reforma del propio
Ejército. Estos factores precipitaron una acción subversiva que cristalizó en el golpe de
Estado de 23 de febrero de 1981. Otros sectores de la extrema derecha, organizaron
grupos de pistoleros como los Guerrilleros de Cristo Rey, la Triple A o el Batallón Vasco
Español.
La trama golpista, con conexiones civiles, que pretendía la destrucción de la
democracia aguardaba el momento propicio. Los golpistas aprovecharon la dimisión de
Suárez y mientras se votaba la investidura del nuevo presidente en Las Cortes, Leopoldo
Calvo Sotelo, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero entraba y anunciaba
la llegada de una nueva autoridad militar y mantenía como rehenes a todos los diputados.
El capitán general Milans del Bosch se sublevaba en Valencia y sacaba los tanques a la
calle mientras se constataba el temor de la población civil y la división de los militares.
Hasta que el Rey no compareció por televisión, de madrugada, y descalificó a los
sublevados, no hubo seguridad del fracaso del golpe de Estado. Sólo un civil y 32
militares, con el general Alfonso Armada como oficial de mayor rango, fueron juzgados en
un Consejo de Guerra: las penas fueron mínimas. Sin embargo, el Tribunal Supremo
intervino, previo recurso del gobierno, y aumentó sensiblemente las condenas.
El fracaso del 23 de febrero representó el principio de la desaparición de la

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amenaza militar, aunque ésta tardaría algunos años en desvanecerse. La intentona militar
había puesto de relieve la fragilidad del sistema democrático. El monarca, que había
salido fortalecido de la sublevación a causa de su actuación contra la misma, convocó al
día siguiente a los líderes parlamentarios a fin de reafirmar la lealtad de todos para con
las instituciones. El 25 era investido Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del gobierno.
El 27 se celebraban en toda España manifestaciones multitudinarias en defensa de la
democracia.

2.3 EL GOBIERNO DE CALVO SOTELO.

Calvo Sotelo inició una política de cierto consenso con el PSOE. El 22 de junio de
1981 se aprueba la Ley de Divorcio. El 30 de junio de 1982 se aprobaba la LOAPA (Ley
Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico), ley pactada con el PSOE. Ambos
partidos pretendían limitar las competencias de las Autonomías. Los nacionalistas la
recurrieron ante el Tribunal Constitucional, y en parte, fue rectificada.
La política exterior recibió un impulso notable. Los objetivos básicos eran la
integración en la Comunidad Europea y la OTAN, y las relaciones con América Latina. El
gobierno no obtuvo el apoyo socialista respecto a la entrada de España en la OTAN. El
29 de octubre de 1981 -con los votos en contra de las fuerzas de izquierda- el Congreso
de los Diputados autorizaba la tramitación para la adhesión de nuestro país al Tratado del
Atlántico Norte.
Los conflictos internos en el seno de UCD continuaban a pesar de que estaban
llevando al partido a su destrucción. Los mayores problemas del gobierno se localizaban
en su propio grupo parlamentario. Calvo Sotelo disolvió las Cortes y convocó elecciones
para el 28 de octubre de 1982. La UCD se desmoronó.

3 LA ETAPA SOCIALISTA (1982-1996).

3.1 LAS ELECCIONES DE 1982 Y EL CAMBIO.

Las elecciones legislativas de octubre de 1982 se saldaron con un triunfo


espectacular del PSOE, el hundimiento de la UCD, el importante descenso del PCE, el
ascenso relativo de AP y la consolidación de los grandes partidos nacionalistas (PNV y
CIU). Hacía 46 años que la izquierda no accedía al poder, y ahora, lo conseguía con la
mayoría absoluta (202 escaños).
El PSOE había sido capaz de recoger las aspiraciones de cambio de una mayoría
de la población y de configurarse como un partido moderno, con un núcleo dirigente
cohesionado y con un líder indiscutible, Felipe González. Otro factor que contribuyó a su
éxito fue la evolución, desde 1979, hacia un moderantismo socialdemócrata que se
tradujo en el abandono de cualquier referente revolucionario y en la apuesta por la
modernización de la sociedad y la reforma del Estado.
El cambio socialista no se propuso nacionalizar las industrias, ni socializar los
medios de producción, sino que se presentó como un proyecto de liquidación definitiva de
la herencia del franquismo, aunque siempre por cauces moderados, para intentar evitar
bloqueos y enfrentamientos en la sociedad española. Ello se concretó en un amplio
programa de reformas, que tenía como prioridad la lucha contra la crisis económica, la
reconversión industrial, la racionalización de las administraciones públicas y el avance
hacia el Estado de bienestar. Asimismo, impulsar un sistema de protección social
(pensiones, Seguridad Social, sanidad pública) requería un sistema fiscal que permitiera

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soportar el consecuente aumento del gasto público. Finalmente, la reforma del Estado
comportaba la del ejército, la de la seguridad, la de la justicia y la de la administración
central y de las autonomías. El horizonte de las reformas se fijaba en la integración en la
Comunidad Económica Europea. La conflictiva integración en la OTAN quedaba
pendiente.
La propuesta de los socialistas eran ambiciosa, y más si tenemos en cuenta, en
primer lugar, la herencia de los años anteriores (crisis económica) y en segundo lugar, las
limitaciones del propio partido para atender la gran tarea de gestión a la que debía hacer
frente. Y en tercer lugar al declive de la socialdemocracia europea y el aislamiento del
PSOE frente a la ofensiva conservadora: Gran Bretaña (Margaret Tatcher) y EEUU
(Ronald Reagan).

3.2 REFORMAS Y APERTURA AL EXTERIOR.

Para llevar a cabo el programa reformista, el PSOE huyó de la confrontación con


los poderes procedentes del franquismo, que aún estaban instalados en el apartado del
Estado, y con los llamados poderes fácticos (Iglesia, ejército y grupos económicos). Optó
por pactar con ellos, lo cual representó frecuentes renuncias sobre los objetivos que en
un principio habían anunciado pero, por otra parte, reforzó el poder del Estado como
promotor de los cambios.
La economía constituyó el ámbito prioritario de actuación del PSOE, con una
política de ajuste y reconversión destinada a animar la inversión privada y reestructurar el
aparato productivo, reducir la inflación, fomentar los beneficios empresariales e intervenir
en los mercados financieros. Esta primera etapa de ajuste en la que se buscó el acuerdo
con los sindicatos, daría paso al final de la década de los 80, aprovechando la favorable
situación económica internacional, al desarrollo del Estado del Bienestar, con la
extensión del sistema de pensiones, la universalización de la sanidad pública gratuita y el
aumento de la protección a los parados.
En el campo educativo se introdujo una serie de proyectos de envergadura: La
LRU (Ley de Reforma Universitaria, 1983), que reconocía la autonomía de las
Universidades permitiendo la creación de universidades privadas; la LODE (Ley Orgánica
Reguladora del Derecho a la Educación, 1985), ley básica en la reforma de todo el
sistema educativo preuniversitario; y la LOGSE (Ley Orgánica General de Ordenación del
Sistema Educativo, 1990), que cambiaba el sistema de estudios y prolongaba la
escolarización obligatoria hasta los 16 años.
Otras medidas: despenalización de ciertos supuestos del aborto, y sobre todo, la
reforma del ejército, por la cual el ejército quedaba definitivamente sujeto al poder civil.
España entró en la Comunidad Económica Europea el 1 de enero de 1986, con
el consenso de todos los partidos. Pero fue mucho más comprometida la incorporación de
España a la OTAN. El PSOE se opuso a ella cuando el gobierno de Calvo Sotelo la
formalizó el 10 de diciembre de 1981, y había proclamado que cuando llegara al poder
convocaría un referéndum para rectificar esta decisión. Aunque el referéndum se convocó
en marzo de 1986, Felipe González abandonó su neutralismo para convencer a la opinión
pública de las ventajas de la incorporación a este organismo. A pesar de que AP propugnó
la abstención, el sí triunfó.

3.3 LA FRACTURA SOCIAL.

La política económica del gobierno, aunque con un coste social muy elevado,

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consiguió la lenta recuperación de la crisis y, desde 1986, cierta aceleración del
crecimiento económico. En esta situación, los asalariados reclamaron una redistribución
más equitativa de los beneficios que hasta aquel momento habían ido a parar, sobre todo,
a manos empresariales y bancarias.
Los sindicatos CCOO y UGT reivindicaban la revisión de la política social del
gobierno constatando la distancia que existía entre el ajuste salarial de los trabajadores y
el insuficiente gasto social. Así, reclamaban un verdadero cambio de política económica y
social del gobierno. La intransigencia del ejecutivo a estas peticiones provocó como
respuesta una huelga general el 14 de diciembre de 1988. El creciente malestar de los
trabajadores había conducido a una verdadera fractura social y al reinicio de la
conflictividad.
Sin embargo, en 1989 el PSOE volvió a ganar las elecciones, mientras que se
fortalecía la oposición: Alianza Popular se transformó en el Partido Popular, con una
importante renovación generacional y un nuevo líder, José María Aznar, que trataba de
romper la identificación con el franquismo y que se propuso redefinir una política centrista
propia.
El gobierno pactó con los sindicatos y reorientó la política social. Se accedió a los
aumentos de las pensiones y de la cobertura de desempleo, se revitalizó la política de
empleo y se aprobó una ampliación de los derechos sindicales. Concesiones que
provocaron el descontento de la élite patronal y de algunos sectores de las clases medias.

3.4 EL DECLIVE SOCIALISTA.

Las rectificaciones de finales de los 80 no impidieron que se iniciara el declive del


PSOE. Colaboraron a ello una serie de factores, que en algunos casos tenían su origen
en actuaciones de gobiernos socialistas anteriores.
En primer lugar, hay que citar el escándalo que se produjo al conocerse que la
política antiterrorista del ministerio del Interior había sido tolerante con las actividades
de los GAL, grupo de pistoleros relacionados con sectores de la policía, que habían
perpetrado más de una treintena de atentados contra presuntos miembros de ETA.
En segundo lugar, los escándalos de corrupción económica demostraron cómo
determinadas personas se habían aprovechado ilegalmente de sus cargos para obtener
beneficios personales: fue el caso de Juan Guerra, hermano del vicepresidente del
gobierno; de Mariano Rubio, gobernador del Banco de España; y especialmente, de Luis
Roldán, director de la Guardia Civil. A estos escándalos hay que añadir el de la
financiación ilegal de los socialistas a través de una red de empresas-pantalla (caso
Filesa). Esta situación fue aprovechada por la oposición de derechas para realizar
durísimas campañas de denuncia política que fueron desgastando a los socialistas ante la
opinión pública.
Por último, desde 1992, el crecimiento económico se había desacelerado, lo
que produjo un giro de las clases medias hacia la oposición conservadora. Además, la
pugna por ocupar el centro político provocó graves diferencias de criterio entre Felipe
González y el vicepresidente Alfonso Guerra lo que provocó un grieta de cohesión del
núcleo dirigente del PSOE, que cristalizó con dos corrientes internas que llegaron a un
elevado grado de beligerancia sobre cómo se debía resolver la evidente crisis política del
partido y si identidad.
En las legislativas de 1993 el PSOE perdió la mayoría absoluta y se vio
obligado a pactar con CIU y el PNV. El pacto con los nacionalistas supuso un giro hacia la
derecha en su política social y económica, aunque también significó un cambio en su
política autonomista, que se hizo más sensible a las demandas nacionalistas. En 1994, el

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PSOE perdió las elecciones europeas frente al Partido Popular. Era el anuncio de su
irreversible descenso, que se concretó con la victoria de José María Aznar en las
elecciones de 1996.

4 LOS POPULARES EN EL GOBIERNO (1996-2004).

4.1 LA GESTIÓN DE LOS POPULARES.

En las elecciones de 3 de marzo de 1996 el PP consiguió la victoria, pero con una


ventaja sobre el PSOE muy reducida. La organización socialista había demostrado tener
una resistencia muy superior a la que en principio cabía esperarse. La escasa distancia
que separaba a los dos grandes partidos en votos -unos 300.000- se tradujo por efecto
del sistema electoral en una diferencia algo mayor en el número de diputados: 156 frente
a 141.
El Partido Popular, al igual que había ocurrido con el PSOE en la anterior
legislatura, precisaba para gobernar del auxilio de algún otro partido. CIU volvió a cumplir
con ese cometido tras acordar con el PP la cesión del 30% del IRPF a las
Comunidades Autónomas. Apoyó a los populares en el Parlamento, pero siguió
negándose a participar directamente en el ejecutivo. Asimismo, el PNV y Coalición
Canaria pactaron con el PP sus respectivos apoyos.
El triunfo electoral del PP significó el inicio de una nueva gestión política. Sin
embargo, no supuso una ruptura sustancial con la línea del PSOE. La alternancia había
funcionado, signo de una democracia estable.
La recuperación económica que se inició en 1995 se consolidó en los años de
mandato de los populares. Una política antiinflacionista y de rigor presupuestario
practicada por Rodrigo Rato desde el ministerio de Economía y Hacienda y la buena
coyuntura económica internacional dieron como resultado un crecimiento medio por
encima del 3% y permitieron cumplir con los requisitos de convergencia: 2% de inflación,
tipos de interés en el 6,9%, déficit público en el 2,9% y la deuda pública en el 68,1% del
PIB. El paro también cayó al 15% al final de la legislatura. El 1 de enero de 1999,
España pudo incorporarse al grupo de países fundadores del euro.
El gobierno del PP aceleró considerablemente el proceso de privatización de
empresas públicas (Repsol, Endesa, Telefónica...) y prosiguió la liberalización de los
mercados del gas, electricidad y petróleo. Así mismo, pactó con los sindicatos cambios
que tendían a flexibilizar el mercado laboral, pero también a incrementar la estabilidad
en el empleo.
La política exterior se asentó sobre las mismas coordenadas anteriores. En 1997
España se incorporó a la estructura militar de la OTAN. En 1999, participó en las
operaciones de bombardeo de la Alianza Atlántica contra territorio yugoslavo en la guerra
de Kosovo. En América Latina, Aznar tuvo que reconsiderar la política de firmeza que
aplicó con Cuba en los primeros momentos de su mandato.
En política interior el gobierno culminó el proceso de profesionalización de las
Fuerzas Armadas. Quedaban reducidas a 150.000 efectivos y se suprimía el servicio
militar obligatorio a partir de 2003. Mantuvo una posición firme ante la dinámica abierta en
el País Vasco con la firma del Pacto de Estella/Lizarra en septiembre de 1998, cuando
ETA declaró una tregua indefinida a la que puso fin un año después.
El PP vio cómo al final de la legislatura el resto de los partidos aprobaba en las
Cortes contra su voluntad la Ley de Extranjería.

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4.2 LAS ELECCIONES DE 2000.

Las dificultades que encontraba el PP para ensanchar su base electoral tenían más
que ver con la imagen de partido situado muy a la derecha que con la oposición que
realizaba el PSOE. Desde 1998 el PP inició un viraje al centro y esperó que la buena
coyuntura económica diera sus resultados.
El PSOE se mostró bastante desorientado después de tantos años de ejercer el
poder. Dejar de ser un partido de gobierno para convertirse en un partido de oposición no
le resultó fácil. La renuncia de Felipe González a seguir dirigiendo la organización creó un
grave problema de liderazgo. La situación de Joaquín Almunia como su sucesor en la
secretaría general tardaría en normalizarse. Con todo, el apoyo electoral del PSOE
parecía no reducirse. La confusa política que llevaba a cabo IU le beneficiaba.
El hecho de que el PP no contara con mayoría absoluta en el Parlamento había
dado a los partidos nacionalistas la posibilidad de disponer de una amplia capacidad de
influencia en la gobernación del país. Paradójicamente, en esta situación se radicalizaron.
Para marzo de 2000 fueron convocadas las elecciones a Cortes. El avance de los
populares y la derrota de los socialistas -que provocó la dimisión de Joaquín Almunia-
resultaron considerablemente más amplias de lo previsto. El PP con 183 diputados,
lograba la mayoría absoluta, acababa con sus tradicionales dificultades electorales y
podía gobernar cómodamente.

5 CONCLUSIÓN.

La experiencia democrática en España cuajó definitivamente. Después de un siglo


y medio luchando por conseguir las libertades democráticas, los españoles, aprobada la
Constitución de 1978 hemos podido participar en la política de nuestro país. En los
últimos 30 años diversas fuerzas políticas han gobernado en nuestro país, de una
ideología y otra, con mayor o menor resultado, pero democráticamente al fin y al cabo.
Ahora habría que mirar hacia el futuro que nos espera. Todo pasaría por un
aumento en las decisiones políticas que pasen, cada vez más, por consultar al pueblo, no
sólo con la celebración periódica de elecciones cada cuatro años, sino por una
participación activa, día a día, en la política española, mediante la celebración de
referéndums para las cuestiones más importantes, y fomentando la colaboración de todos
los ciudadanos-as en la vida municipal.

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