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Ángel teclea en la computadora compenetrado. Se abre una puerta, entra Lucio.

Ángel
deja de escribir; saluda a Lucio. Éste permanece en silencio, se acerca a la computadora,
observa la pantalla; sin mirar a Ángel, dice: “Parece que ya no estás bloqueado”. Ángel le
explica que en realidad estaba reescribiendo unos diálogos (“tratando de darles más
ritmo”), pero sigue sin poder escribir un final convincente. Lucio se sirve un whisky, le
ofrece uno a Ángel. Éste lo rechaza. A Lucio le parece llamativo que Ángel no tome
mientras escribe, ya que es habitual que escritores y artistas recurran al alcohol “como
lubricante del proceso creativo”. Ángel: “Supongo que hay excepciones”. Lucio se ríe y
acaricia a Ángel en la cabeza: “Siempre supe que eras excepcional”. Incómodo, Ángel se
levanta de su silla y se dirige a la mesa con las bebidas; toma un vaso y se sirve una
medida doble de whisky. Lucio: “Contradictorio como todo buen artista”. Ángel: “Hoy ya no
voy a escribir más”. Lucio: “Me parece muy bien… El trabajo no lo es todo en la vida. Ésta
también debe tener algo de diversión”. Lucio ofrece su vaso a Ángel para hacer un brindis.
Ángel choca su vaso apáticamente. Lucio toma un trago, apoya su vaso en el escritorio,
se acerca a Ángel y empieza a tocarle el cuello de la camisa. Lucio: “Esta camisa, Ángel,
tiene el cuello todo percudido”. Ángel se encoge de hombros. Lucio: “Mañana, después de
desayunar, te llevo a comprar ropa nueva. Ahora que vas a ser un cineasta reconocido,
una figura pública, no podés andar harapiento”. Ángel: “Gracias, Lucio, pero mañana no
puedo. Tengo que hacer un trámite para Isabela”. Lucio: “Ay, mi mujer es una aguafiestas,
no me deja vestir a mi muñeco esponjoso”. Hace el gesto de pellizcar la mejilla de Ángel;
éste lo rechaza fastidiado. Lucio: “Claro que para que tu carrera de cineasta tenga futuro
no te vendría mal cambiar esa actitud”. Ángel: “Tuve un día complicado, Lucio, no estoy
de humor para juegos”. Lucio: “¿Es el bloqueo lo que te tiene afligido?”. Ángel: “Sigo
bloqueado, sí, no puedo avanzar. Pero además Isabela me ha dado una pila de
expedientes para revisar. Siento que abusa de mi benevolencia”. Lucio: “Pobre Ángel,
abusado en su bondad”. Ángel: “Ya te dije que no estoy de humor para juegos”. Lucio: No
te pongas arisco, querido mío. Yo quiero lo mismo que vos”. Ángel: “Lo dudo. La
disparidad de nuestros deseos siempre ha sido uno de los rasgos distintivos de nuestro
vínculo”. Lucio se lleva una mano al pecho mientras contrae el rostro en un gesto de dolor
impostado. Lucio: “Sos incisivo, te gusta picotear mi corazón”. Entra Isabela: “A ustedes
los estaba buscando. ¿Qué hacen los dos metidos acá?”. Lucio: “Yo vine a rescatar a tu
hermano de otra jornada extenuante. No le basta pasarse el día cumpliendo tus encargos.
Ahora sus horas nocturnas las dedica a trabajar en su guión”. Isabela: “Están tomando.
Ángel, ¡vos también!” Lucio la hace callar poniendo el dedo índice sobre sus labios. La
besa. Lucio la besa. Tomándola de la cintura, la dirige hacia la puerta, salen. Ángel vuelve
a sentarse ante la computadora.

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