Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Español
Português
English
Índice/Index
I. Español:
I. Bioética Negativa: Acerca del Deficit Existencial de la Bioética 1
1. (La Bioética entre Heidegger y Schopenhauer)
II. Políticas negativas y ética de la liberación 22
i. (Mi encuentro con Enrique Dussel)
III. Comentarios a “Modernidad, Historia y Política”, de Agapito Maestre 63
IV. Conversaciones con afirmativos 71
V. Desvalor de la vida y pena de muerte 155
i. (Reflexiones entre Camus, Tomasini Bassols y ética negativa
VI. Dussel con Zizek169
VII. El pensamiento negativo contra la conocida tesis de la maldad humana 177
VIII. El Spinoza de Nietzsche: ejemplo de una crítica inútil 190
IX. Entrevista con Julio Cabrera en ocasión de la entrega del premio Jaime Roca en Buenos Aires
200
X. Etica Negativa y Ética de la Libertación. 208
XI. Fenomenología y filosofía post-analítica en la cuestión de la intersubjetividad252
XII. Hacia una bioética radical 270
XIII. La ética analítica delante de la cuestión del nacimiento, la muerte y el valor de la vida
275
XIV. Los argumentos sobre aborto y eutanasia dentro de una bioética existencial (heideggeriano-
schopenahueriana) 293
XV. Naturalismo, relación lógico-empírico y espacio objetivo de la eticidad 314
XVI. Nota acerca de las soluciones teórica y existencial del problema de la posibilidad del discurso
metafísico 320
XVII. Problemas bioéticos persistentes entre la lógica y la ética (contribución para un abordaje
negativo de la argumentación en Bióetica) 325
XVIII. ¿Qué es realmente ética negativa? (Aclaraciones y nuevas reflexiones) 374
XIX. Relaciones Entre Ética y Política, Privado y Público, a la Luz de una Filosofía de la Muerte.
(Autodestrucción, Heterodestrucción, Generación). 393
XX. MÍNIMA SCHOPENHAUERIANA (O “No es social, es ontológico) 408
XXI. SER, DEBER-SER Y LA INVIOLABILIDAD DE LA VIDA AJENA (Breve nota acerca del
comentario ÉTICA INTEMPESTIVA. ABC Cultural). 452
XXII. MUERTE Y MORIR – SUICIDIO 455
XXIII. UN ARGUMENTO PESIMISTA EN CONTRA DEL ABORTO 471
II. Português:
I. SENTIDO DA VIDA E VALOR DA VIDA: UMA DIFERENÇA CRUCIAL? (Discussão das idéias
de Julio Cabrera) – Pablo Margutti 485
II. O IMENSO SENTIDO DO QUE NÃO TEM NENHUM VALOR 551
III. A ÉTICA CODIFICADA E A INVENÇÃO DOS VALORES 621
IV. A ética negativa diante do culturalismo 629
V. Impossibilidades da moral: filosofia da existência, naturalismo e ética negativa 712
VI. Para uma defesa nietzschiana da ética de Kant (à procura do super-homem moral) Uma reflexão
semântica 742
VII. A possível incompatibilidade entre culturalismo e filosofias da existência 774
VIII. SENTIDO DA VIDA E VALOR DA VIDA: UMA DIFERENÇA CRUCIAL 785
IX. ÉTICA E CONDIÇÃO HUMANA. NOTAS PARA UMA FUNDAMENTAÇÃO NATURAL DA
MORAL 830
X. O QUE É REALMENTE “ÉTICA NEGATIVA”? (Esclarecimentos e novas reflexões) 882
XI. ENTREVISTA REVISTA SORRIA SOBRE A MORTE 902
XII. ÉTICAS AFIRMATIVAS, ÉTICAS NEGATIVAS. 905
XIII. FILHOS MATAM PAIS 913
XIV. HEIDEGGER PARA A BIOÉTICA 922
XV. IMPOSSÍVEL, MAS NÃO DIFÍCIL (A recolocação da questão moral pela Psicanálise, e sua
relação com a Ética negativa) 934
XVI. INABILITAÇÃO MORAL 941
XVII. O LUGAR DA ÉTICA NEGATIVA NO CONTEXTO DAS ÉTICAS EUROPÉIAS 955
XVIII. O PARADOXO LÓGICO-ÉTICO E A SUA SOLUÇÃO NEGATIVA 960
XIX. O SINGULAR SINGULARISSIMO: A QUEBRA KIERKEGAARDEANA DA
LINGUAGEM 972
XX. Políticas negativas 981
XXI. ACERCA DA SUPERIORIDADE INTELECTUAL E EXISTENCIAL DO PESSIMISMO
SOBRE O OTIMISMO. (REPLICA A MARCUS VALÉRIO) 989
XXII. ROTEIRO MINIMO DA ÉTICA NEGATIVA 1017
XXIII. TERMINALIDADE DO SER CONTRA A ANALÍTICA DO DASEIN. A OCULTAÇÃO
POR TRÁS DO ‘DESOCULTAMENTO’ (UMA CRÍTICA CONTRA HEIDEGGER) 1021
III. English:
I. BETTER THE ASYMMETRY NEVER TO HAVE BEEN 1031
II. NEGATIVE ETHICS: VALUE OF HUMAN LIFE, BIRTH AND SUICIDE. A CRITICAL
REVIEW OF BETTER NEVER TO HAVE BEEN (Oxford, 2006), BY DAVID BENATAR, FROM
THE PERSPECTIVE OF MY OWN PHILOSOPHY. 1048
III. QUALITY OF HUMAN LIFE AND NON -EXISTENCE. (Some criticisms of David Benatar’s
formal and material positions). 1050
IV. SUMMARY OF THE ETHICAL QUESTION IN JULIO C ABRERA’S PHILOSOPHY 1069
V. WHY PHILOSOPHY NOT WRITTEN IN ENGLISH DOES NOT EXIST: HEGEMONIC
LANGUAGE AS ONTOLOGICAL POLICY. THE CASE OF SOUTH-AMERICAN
ANTINATALISM. 1088
1
I.1. La diferencia ontológica. En esta reflexión, me propongo pensar las bases y condiciones de
una bioética, pero en el sentido radical de una bioética para la vida humana en general, y no
solamente para los casos anómalos - iniciales o terminales - , una bioética para el ser humano,
sano o enfermo. Para ello, pienso aprovecharme libremente del pensamiento de dos filósofos que
raramente o nunca son traídos para la discusión bioética: Schopenhauer y Heidegger1 Estos
filósofos dicen cosas crudas sobre la condición humana, cruciales, según creo, para pensar las
cuestiones bioéticas en un nivel de reflexión originario. Creo que si esas cosas no se dicen,
nuestras reflexiones éticas serán siempre reflexiones por la mitad2. Hacer esto, nos aproximará a
lo que sea una “Bioética negativa” o “Bioética radical”, en un sentido que irá aclarándose poco a
poco.
Pero también me propongo presentar, en este trabajo, algunos elementos de lo que llamo
“Bio-argumentación”, en el sentido de apuntar hacia algunos tipos de argumentos que se utilizan
habitualmente en la Bioética acerca del valor de la vida humana, y presentar los argumentos de
lo que sería una visión más existencial de esas cuestiones. Así, éste es un trabajo que oscila entre
la ética y la lógica.
1
Posiblemente el moralismo reinante en las discusiones éticas y bioéticas contemporáneas (aun después de la crisis
de valores religiosos y la laicización de la cultura) impide que un filósofo que sostiene que la vida humana es
siempre mala (Schopenhauer), y otro que tuvo un envolvimiento con el Nacional-socialismo (Heidegger), tengan
algo a decir en el plano de la ética. Espero mostrar que esto es un error a ser subsanado.
2
Es claro que estos dos filósofos no vienen aquí de manera inocente y descomprometida, sino mediados por un
cierto tipo de lectura, la que hago dentro de mi pensamiento ético-negativo, tal como expuesto en la Crítica de la
Moral Afirmativa (Barcelona, 1996).
2
De Heidegger tomo básicamente la idea de la diferencia ontológica entre ser y ente. Esta
distinción es muy complicada y tiene diversos despliegues; cada filósofo que se pone a pensar en
la diferencia ontológica la capta, siente y entiende de modos diferentes. Yo tengo mi manera de
entender la diferencia ontológica, y no adopto todo lo que Heidegger quiere expresar con ella.
Posiblemente, de igual modo, yo agregue cosas que no están en la concepción heideggeriana de
la diferencia. Históricamente, la diferencia ontológica apareció en los más variados contextos
reflexivos: Aristóteles la hace cuando, en la Ética a Nicómaco, diferencia entre las cosas que el
hombre hace en el mundo y lo que él es en cuanto hombre. Kant la hace al sostener que la
existencia no es un predicado: el ser mismo no es una propiedad, y ésta sería la falacia cometida
por la prueba ontológica de la existencia de Dios. Los neokantianos Lotze y Emil Lask también
hacen la diferencia ontológica3. Wittgenstein hace la diferencia ontológica en el Tractatus
(aforismos 3.221, “Una proposición sólo puede decir cómo es una cosa, no lo que es”, y también
en 5.552 y 6.44), y también en la Conferencia de Ética, de 1929.
Por fin, Heidegger plantea la diferencia de muchas formas, por ejemplo cuando
distingue entre la concepción metafísica del hombre, caracterizado por ciertas propiedades
(como la racionalidad) y el verlo como ser en el mundo, como estando ahí. Heidegger expresa la
diferencia ontológica de aproximadamente 12 maneras en “Ser y Tiempo”, pero la más
impresionante reside en la distinción entre miedo y angustia: sentir miedo es siempre asustarse
por algo intramundano, mientras que, en la angustia, nos angustiamos por el simple hecho de ser.
Yo me apropio de la diferencia ontológica dentro de una reflexión radical acerca de la mortalidad
humana. Mi versión de la diferencia ontológica es una especie de “diferencia tanática”, la
diferencia entre una muerte óntico-intramundana y el morir ontológico cotidiano, diferencia
crucial, según sostengo, para plantear la cuestión del valor de la vida humana en términos
contemporáneos.
Muchos filósofos morales, en particular analíticos (como R.M. Hare, Thomas Nagel y
Peter Singer), desconsideran la diferencia ontológica, y reflexionan como si sólo hubiera entes,
sólo intramundo, como si todo lo que pudiésemos decir acerca del ser lo dijéramos acerca de los
entes y sólo de los entes. Esto, creo yo, empobrece las reflexiones sobre la vida humana. En
particular, sostengo que una gran parte del pensamiento bioético actual carece de radicalidad
argumentativa y reflexiva, al plantear la cuestión del valor de la vida humana tan sólo en el plano
3
Cfr. STEIN Ernildo (1968), p. 30.
2
3
intramundano, sin hacer la diferencia ontológica. Filosofar, desde Aristóteles a Wittgenstein es,
de alguna forma, hacer la diferencia ontológica. No hacerla, significa no haber entrado en el
ámbito de la filosofía (y los departamentos de filosofía podrían cerrar, pues los de antropología,
sociología, psicología, biología y geografía serían suficientes, si lo único que hay en el mundo
son entes).
En la literatura bioética, se suele frecuentemente hablar del valor de la vida humana como
piedra de toque y punto de referencia primordial de la reflexión. Pero, muchas veces, se utiliza la
forma verbal “valorizar”, diciéndose que es primordial “dar valor” a la vida humana. Hay que hacer
una enorme diferencia entre esas expresiones, entre “tener valor” y “dar valor” (o “valorizar”), ya
que nada impide que demos valor a algo que no lo tiene, con independencia de las propiedades que
tenga aquello que valorizamos. Podemos decir, inclusive, que ésta parece ser una tendencia regular
del ser humano, la de tratar de crear valores delante de circunstancias adversas, la de conseguir vivir
en un medio que no promueve el vivir, que lo obstaculiza, de encontrar valores en donde no los hay.
Acabamos, así, “dando valor”, o, por lo menos, ocultando el desvalor, de algo que no tiene valor.
De manera que se puede aceptar que, en el intramundo, los seres humanos den valor a sus vidas sin
que tengamos por eso que conceder que esas vidas tienen valor. (Al contrario, tal vez el testarudo y
persistente “dar valor” demuestre, a contrario sensu, la falta de valor de lo que se está tratando de
valorizar. Pues, ¿qué sentido tendría valorizar lo que ya es, de “por sí”, valioso?).
3
4
Los esfuerzos de éticos y bioéticos por definir “valor de la vida humana” tienen, pues, una
ambigüedad: si lo que se quiere decir es que, para ellos, sólo se puede defender el dar la vida a
alguien (en la procreación) o el no impedir un nacimiento (en el aborto) o el no quitar la vida de
nadie (en el heterocidio, la eutanasia, etc) porque le damos un gran valor a la vida humana a través
de un poderoso acto de valorización, lo que se pretende es muy poco, y no es demasiado polémico.
Si, en cambio, se quiere decir que esas actitudes son posibles porque la vida humana tiene un valor,
es “en sí misma” valiosa, con independencia de que nosotros le demos o no un valor, entonces la
afirmación se torna dudosa, o simplemente incomprensible en términos de filosofía moderna
secular.
Esta búsqueda del “valor de la vida humana en su ser” culmina en la famosa noción de
“persona”, central en la Bioética. La “persona” tendría por lo menos dos dimensiones, la dimensión
natural (todo lo relacionado con el cuerpo), y la intersubjetiva (todo lo relacionado con los otros).
Los pensadores espiritualistas y religiosos añaden la dimensión de relación con lo absoluto (Jungues
(1999), p. 74). En general, todos aceptan (aún los pensadores no espiritualistas), que la primera
dimensión, la material-corporal, es como que transfigurada a través de la actividad espiritual
humana, llevándola a un plano de expresividad y de sentido (Id, pp. 102/3). Aún aquí es difícil
entender cómo se pasaría del plano del sentido y la inteligibilidad para el plano del valor: algo
podría tener pleno sentido e inteligibilidad sin ser, por eso, valioso4. La idea parece ser que
debemos respetar, promover, etc, la vida humana, y considerarla valiosa, porque ella es la
transfiguración espiritual de la materia corpórea. Pero no entendemos por qué esta empresa sería
“valiosa en sí misma” sin traer de vuelta el punto de referencia religioso. De la misma manera que
podemos valorizar al ser humano por tener esas propiedades, podríamos valorizar a un ser no
humano por tener otras propiedades. Que esas propiedades sean valiosas “en sí mismas” es
ininteligible; que son “valorizables” es trivial (ya que cualquier cosa es valorizable).
A la luz del pensamiento de la diferencia ontológica, un valor del propio hecho de ser
debería ser visualizable y plenamente comprensible antes del nacimiento de ese ser, ya que todos
los valores posteriores podrían ser vistos como intramundanos: aun aceptándoselos como valiosos,
podríamos considerar que son valorizaciones de algo que, en sí mismo, podría no tener valor. Y éste
es un buen lugar para introducir mi primera cuestión bio-argumentativa. En las argumentaciones
bioéticas, especialmente en el debate sobre el aborto, se hace abundante uso de lo que se llama el
“argumento de la potencialidad”. Miguel Kottow lo define así: “Sostiene que si un ente es
potencialmente capaz de llegar a ser otro ente, habrá equivalencia en el respeto moral que ambos
4
Cfr. CABRERA Julio, “Sentido da vida e valor da vida: uma diferença crucial”. Revista FILÓSOFOS (2004).
4
5
merecen. Aunque el embrión no tuviese status moral en sí, lo merecería porque potencialmente es
un ser humano con derechos, vale decir, es una persona en cierne” (KOTTOW Miguel (1995), pp.
67/8).
Aplicando este argumento, se puede decir que la vida humana sería valiosa en su ser porque
ya antes de nacer sabemos que el humano que nacerá será, por ejemplo, capaz de “auto-
realización”, que su naturaleza corporal no le dará todo, que tendrá que “hacerse a sí mismo”, etc.
Éste sería un valor que la “persona” poseería en sí misma, por el hecho mismo de ser (de venir a
ser). Así, aunque es difícil ver valor en el propio surgir humano, su valor aparecería cuando,
mediante el argumento de la potencialidad, vemos prospectivamente aquéllo en lo que va a
transformarse ese ser surgiente.
Aquí se admite que el presunto “valor en sí” de la vida es más intuitivo que racional, pero
esto no muestra que ese valor sea “básico” en el sentido de alguna “verdad fundamental”. Podría
5
6
tratarse de una falsedad que se precisa postular como axioma, dada precisamente su
problematicidad, y no su carácter “evidente”. Lo más básico no es forzosamente lo más verdadero
(ni lo más moral), sino tal vez, como Nietzsche ha sugerido, lo más ilusorio, lo más engañador, lo
que necesitamos para sobrevivir, lo menos verdadero, lo más inmoral. Lo que es básico de la vida
es, en todo caso, su faktum perfectamente empírico (ya que es trivial que si no estamos vivos no
podemos plantearnos cuestiones morales ni ninguna cuestión), pero no su “valor”, ni siquiera su
presunto “valor premoral”. Algo puede ser básico sin ser valor básico.
II. El desvalor de la vida humana en el plano del ser (La tensión entre la estructura y el intramundo).
Pero en una línea de pensamiento ético-negativo, una sospecha aún más arriesgada e
interesante es la de que, en lugar de simplemente no existir un valor (ni positivo ni negativo) de la
vida humana, se pueda probar – contra el agnóstico - que existe una especie de desvalor de la vida
humana en sí misma, encima del cual se construyen después los valores intramundanos que todos
reconocemos y apreciamos. El filósofo clásico de esta idea no es ya Heidegger, sino Schopenhauer.
De este filósofo interesa aquí la idea de que habría algo de estructuralmente malo en la vida (algo
incómodo, que provoca malestar), con independencia de los contenidos de vidas particulares, con lo
que Schopenhauer también acaba estableciendo, como todo gran filósofo, la diferencia ontológica.
El menguar de la vida humana en la que ésta consiste estructuralmente (ya que toda y
cualquier vida humana, con independencia de su contenido intramundano, inicia su mengua al
comenzar) no es solamente un menguar, sino que va regularmente acompañado de sufrimiento. El
envejecer, el desgastarse, llevan consigo el roce de la vida, la mengua física y psíquica, el
desocupar, el entregar, el abandonar, el no poder más, el desfallecer. Este menguar, en el caso de la
vida humana, es totalmente consciente y vivido, lo que diferencia el menguar humano del menguar
del resto de los seres mortales. Esta plena consciencia del decaer es punto fundamental en la
evaluación sensible del valor de la vida humana. (Schopenhauer observa que el sufrimiento aumenta
mientras vamos subiendo en la escala de los seres, desde los materiales hasta los vivos y a los vivos
conscientes, de tal forma que el humano es el ser más sufriente de todos. Cfr. SCHOPENHAUER
(2001), # 56, p. 325).
Los seres humanos viven siempre y regularmente este decaer con algún recelo y
preocupación (que no precisa ser el usualmente aludido “miedo a la muerte”), y la muerte (aun para
muchos creyentes) se presenta como indeseada, temible, o, al menos, como un obstáculo delante del
cual habrá que “tomar posición”. No sirve aquí decir que, para muchas personas y culturas, la
muerte no es un mal. La creencia de que la muerte no es un mal es ya el resultado de una
construcción valorativa (filosófica o religiosa) que ha “tomado posición” respecto al Gran
Obstáculo, cuestión primordial que ya se ha presentado al ser viviente en toda su originariedad. La
mortalidad que preocupa y deja ansioso ya estuvo allí, y fue lo que obligó a tomar las actitudes que
transformaron, mágicamente, el mal en bien (como cuando se habla de tribus en las cuales “la
muerte no es un problema”, sin verse que para que eso ocurra, ella tiene que haber sido previamente
objeto de una cierta “preocupación” originaria). Parece, pues, difícil defender a la vida humana del
cargo de desvalor sensible. La vida parece – como Schopenhauer dice - estructuralmente dolorosa, a
pesar de los paliativos intramundanos placenteros y de las diversas formas de ocultación, adorno y
olvido.
Pero hay que separarse de Schopenhauer en que él considera que la vida (en general, y la
humana en particular) es estructuralmente dolorosa porque consiste en una poderosa Voluntad de
Vida, deseo insaciable que, una vez satisfecho, lanza al ser humano en el tedio, garantizando una
infelicidad estructural. En este punto, hay que heideggerianizar a Schopenhauer, o sea, hay que
“ontologizar” la voluntad de vida, el deseo, la falta. Como lo expuse antes, creo que la vida (en
general, y la humana en particular) es estructuralmente mortalidad (en el sentido de la diferencia
tanática, del nacimiento mortal, y no tan sólo de la muerte puntual), y que es eso lo que produce el
8
9
deseo insaciable, el tedio, etc. Al instaurarse en el nacimiento, la vida humana pone a la muerte
como temible alternativa, y los seres se lanzan a la vida huyendo de esa alternativa. Su mecanismo
de deseos funciona a todo vapor en el intramundo humano, pero el Gran Deseo, que sería el de no
tener que enfrentar la consumación dolorosa (y, para los más sensibles, moralmente
desconsiderada5) del propio ser, es, internamente, imposible de satisfacer. El paso de los deseos a
los tedios cotidianos no es el problema básico sino, si se quiere, la manera intramundana de
postergar la consideración estructural de la mortalidad del ser, que es, sí, el problema básico.
Contra la prueba del carácter sensiblemente doloroso de la vida humana (sea hecha en la
línea schopenhauereana o en la mía), no sirve decir: “también hay en ella placer”. Pues el placer
parece ser totalmente intramundano, y obtenido siempre a costa del desvalor fundamental del decaer
mortal, en cuanto que el dolor parece caracterizar al propio surgir y al propio tratar de mantenerse
en el ser. Al verse toda vida humana, tanto en la visión de Schopenhauer como en la mía, como un
debatirse contra el trabajo incansable de la muerte, ella se muestra como fundamentalmente
reactiva: “La satisfacción, la felicidad (...) es realmente, en su esencia, tan sólo algo de negativo;
no hay en ella nada de positivo (...) el hecho inmediato para nosotros es tan sólo la necesidad, es
decir, el dolor. En cuanto a la satisfacción o al placer, podemos conocerlos sólo indirectamente
(...) Es preciso perderlos para sentirles el precio...” (Op. cit, # 58, p. 335).
5
Quiero decir que aunque lo más insoportable e inaceptable para la inmensa mayoría de las personas es tener que
soportar el dolor, para personas con alguna sensibilidad moral también debe ser insoportable vivir en un mundo en
donde no es posible ser éticamente considerado con los otros en todas las circunstancias.
9
10
En mis propios términos, no podríamos imaginar, en el nivel humano, un placer del decaer y
del corromperse. Los placeres están todos en el intramundo como en oposición a la estructura
dolorosa del mundo mismo. (No podríamos afirmar la inversa, o sea, que el mundo es
estructuralmente placer, y que sufrimos tan sólo en el intramundo). A lo sumo, podemos admitir un
resignarse o un acostumbrarse a la estructura mortal, lo que muestra, a contrario sensu, que no se
trata de cosas placenteras, pues ¿qué sentido tendría “resignarse” o “acostumbrarse” a algo bueno?
Pero, siguiendo a Kant, con esto no se ha mostrado aún que la vida humana sea moralmente
mala, sino tan sólo dolorosa (en su ser), o sensiblemente mala, tal como lo describe Schopenhauer.
Aquí hay que recordar que, para este filósofo, la vida humana oscila, en realidad, entre el dolor y el
tedio (Op. cit, # 57, p. 327/8, y # 58, p. 338). Siguiendo esta pista schopenhauereana, aquí aún falta
dar un paso, consistente en mostrar cómo la vida, siendo dolorosa y entediante, puede provocar
desconsideración mutua entre los seres humanos, hiriendo la exigencia moral fundamental - en el
sentido moderno - de tomar en cuenta los intereses ajenos además de los propios. En efecto, un ser
acorralado por el sufrimiento y el tedio, en sus diversos despliegues, tiende a disponer de poco
espacio para ejercer la moralidad, en el sentido de la consideración por los otros.
Pero no podemos ser considerados con todos en todas las situaciones y contextos, en todos
los tiempos y lugares; siempre tenemos que desconsiderar a alguien, que dejar de lado o tratar a
alguien con indiferencia o desprecio, o, incluso, en último caso, a mentir o traicionar. Cuando
entramos en el plexo de relaciones sociales, laborales, etc, ya nos encontramos en una serie de
determinaciones intersubjetivas que achican nuestros espacios de consideración. Cada grupo
humano es un nido de conflictos destructivos y descalificantes, de camarillas, grupos de poder,
mentiras, traiciones, pactos, semi-verdades, acuerdos, enemistades, una tela de araña en la que, de
un modo u otro, tenemos que entrar y tomar posición. Este fenómeno se da tanto en el mundo de los
negocios como en el mundo del crimen, en los departamentos de filosofía y hasta en la iglesia.
Tenemos que cuidar de nosotros mismos y de los que nos interesan. En general, los humanos se
10
11
encierran en las relaciones familiares, más guiadas por el amor que por la moralidad, y desde allí
enfrentan al resto del mundo a través de comportamientos de moralidad flexible y adaptable.
Cuando nos toca ocupar cargos públicos, o cuando entramos en instituciones corruptas (de
pequeñas o grandes corrupciones), el elemento afectivo familiar está ausente, de manera que la
exigencia moral se queda sin este importante refuerzo. Pero es casi temerario ser honesto hasta el
fin dentro de la tela de araña de las pequeñas o grandes deshonestidades; nuestra propia integridad
moral, y aun nuestra propia vida, pueden correr serio peligro si asumimos posturas morales
demasiado severas. En estos plexos sociales, ser demasiado honesto puede ser peligroso (Recuerde
el film Serpico, y tantos otros); podremos ser considerados ingenuos o estúpidos.
Antes se dijo que la Bioética suele presentar tres dimensiones de “auto-realización” del ser
humano: el plano material-corpóreo, el plano intersubjetivo y la abertura al absoluto. En realidad,
esas tres dimensiones pueden verse también como tres dimensiones de la “des-realización”, que el
argumento de la potencialidad permite entrever. En el plano material-corpóreo, acechan las
enfermedades interminables, desde la infancia hasta la vejez; en el plano intersubjetivo, acecha la
no menos interminable desconsideración con la que los seres humanos se han tratado regularmente
unos a los otros a lo largo de toda la historia, desde los horrores de la conquista de América, la
esclavitud y la Inquisición hasta el holocausto judío y las modernas formas de explotación
capitalista. Por fin, la abertura al absoluto es la evidencia de que lo que vivimos en este mundo es
tan malo y tan decepcionante, que lleva a los humanos a poner todas sus esperanzas en una
trascendencia, en un mundo mejor idealizado en donde no existan los males que todos reconocen,
6
Schopenhauer no deja de referirse también a la desconsideración moral cuando describe los dolores del mundo. En
verdad, sus fenomenologías son siempre mixtas y de una extraordinaria riqueza, apuntando tanto a enfermedades y
catástrofes naturales como también a los comportamientos desconsiderados de los hombres unos contra otros. Cfr:
“...todo lo que es bueno cuesta a aparecer, todo lo que es noble y sensato se manifiesta o se da a conocer sólo muy
raramente; al contrario, lo insuficiente y lo absurdo en materia de pensamiento, lo sin gracia y sin gusto en cuestiones
de arte, el mal y la perfidia en materia de conducta, dominan sin ser evitados, salvo por instantes” (Op. cit, # 59, p.
340).
11
12
Así, se puede ver, en un análisis riguroso, que la vida humana, por estar edificada
internamente en la mortalidad del ser (en el nacimiento-muerte menguante y consumador), es
regularmente dolorosa y moralmente desconsiderada, tiene estructuralmente un desvalor sensible y
moral. Y esto ocurre en el puro plano del ser, no es algo que aparezca posteriormente en el
intramundo. Así, curiosamente, buscando un valor intrínseco del ser, encontramos no exactamente
un desvalor intrínseco (lo que también sería una ideia metafísica), pero sí lo que podemos llamar
una “situación deventajosa inicial”, provocadora de malestar profundo. Sabemos, antes de que
nazca, que el naciendo va a tener una vida menguante y dolorosa en su estructura, y que se verá
obligado a desconsiderar y a ser desconsiderado con los otros en alguna medida, no porque los
hombre sean “malos”, mas por la típica falta de espacio y de tiempo en que las relaciones
intersubjetivas tienen que desarrollarse.
Si este análisis es correcto, entonces toda la enorme masa de “valor” que podemos admirar y
aprovechar (y sobre la cual la bioética negativa no tiene ningún escepticismo o incredulidad) tiene
forzosamente que provenir toda del intramundo, pero como si fuera en oposición al mundo, o sea,
como respuesta y oposición férrea a una situación desventajosa inicial. Los seres humanos son
enormemente creativos, capaces de instaurar valores en una estructura fundamentalmente
desvaliosa. Pero, por otro lado, su creatividad es siempre peligrosa, aun cuando se trate de una
buena creatividad (como lo son, por ejemplo, las obras de arte). Al instaurar los valores, los
hombres huyen del dolor y el tedio, pero no consiguen huir de la desconsideración, porque la
creación de valores es siempre hecha en espacios pequeños, en donde es imposible no perjudicar a
alguien. La vida humana puede ser vista, entonces, como una especie de incansable interacción
entre la estructura mortal del ser, con su desvalor sensible y moral, y el incesante y variado trabajo
creador de valores del intramundo, valores que postergan el dolor y el tedio, o que lo redistribuyen,
y que instauran el plano de la moralidad, colocando, al mismo tiempo, las bases para su constante
transgresión.
12
13
III. Bases para una Bioética Negativa. Críticas heideggeriano-schopenhauereanas contra Peter
Singer.
Recordando la segunda formulación del imperativo categórico kantiano, se podría decir que
el trabajo valorizador del intramundo es algo que siempre debería tomarse como fin, nunca como
medio; pero que, al contrario, el ser mismo de la vida (o sea, la situación desventajosa inicial)
debería siempre tomarse tan sólo como medio, nunca como fin. No es el surgir mismo (el haber
nacido) lo que es valioso, sino lo que hacemos con él cuando lo utilizamos como medio para alguna
otra cosa, constituída en un intramundo valorizador. La vida humana nunca es bella en su
estructura, sino que la usamos para construir cosas bellas. Y como la estructura no es bella,
finalmente todo lo que los humanos construyen de bello será reabsorbido por la estructura terminal
del ser.
Una Bioética radical tendría que hacer un análisis de la existencia humana que llevase en
cuenta la interacción entre esos dos componentes inseparables de la misma, y no tan sólo uno de
ellos. Antes de considerar a los humanos simplemente como “personas” o como “seres racionales”
y susceptibles de “auto-realización”, debería vérselos como existentes o como seres desamparados y
hacia la muerte;arrojados ahí gratuitamente en medio del dolor,el tedio y la desconsideración
mutua. Es para ese ser arrojado ahí que tenemos que pensar una bio-moralidad.
Pero Singer tiene una singular miopía, tal vez por razones de formación, para ver la crucial
importancia de esta diferencia. Esto se ve claro en el artículo llamado “Desacralizar la vida
humana”, cuando escribe: “Según el diccionario, „humano‟ significa „pertenecer, o ser
característico del hombre‟; o en un sentido ligeramente diferente, „tener o mostrar las cualidades o
atributos propios o distintivos del hombre‟ ” (SINGER (2003), p. 283). “En un sentido ligeramente
diferente” es nada menos que la diferencia ontológica, la diferencia entre ser - por origen, en su
propio surgir - un humano (y no un animal no humano, o una lechuga) y tener ciertas propiedades
(que, presumiblemente, lo definirían como humano). La idea es que alguien es originariamente un
humano, antes de cualquier recuento de propiedades. Esta caracterización ontológica de lo humano
no conviene a Singer, por el uso que él pretende hacer del recuento de propiedades en el plano de
las discusiones éticas y bioéticas.
Haber surgido no es una propiedad entre otras. Habiendo surgido de padres humanos, y, por
tanto, surgientes-murientes humanos, cada humano es surgiente-muriente también, en su propia
hechura, más allá o más acá de “propiedades”. Ser mortal (en el sentido de ser constitutivamente
terminal y consciente de su terminalidad) no es una “propiedad” de los humanos, sino la propia
manera humana de surgir, de ser. Éste podría ser el punto de partida de una reflexión bioética
14
15
Siendo que la condición humana abriga un desvalor (sensible y moral) estructural, el de una
situación desventajosa inicial, el objetivo primordial de una Bioética existencial y negativa debería
ser elaborar estrategias para lidiar con las cuestiones bioéticas radicales del dar y del quitar la vida.
En este sentido, no parece correcto formular la Bioética como una “ciencia de la sobrevivencia”
(Potter, citado por Jungues, op. cit., p. 16. También Kottow, op. cit., pp. 12 y 39/40), en donde la
exigencia moral parece surgir, en gran medida, de los actuales problemas de sobrevivencia de la
especie. La sobrevivencia, aun la de la especie, no es, per se, motivo moral, sino motivo puramente
empírico, una condición empírica de moralidad, pero no moral ella misma. (Es esto, tal vez, lo que
se quiere decir cuando se considera a la vida como un “valor pre-moral”). Así, no es por el peligro
de desaparecer que debemos ser morales. La exigencia moral es algo que debe preceder al mero
deseo de sobrevivencia (¡aun al de la especie!) e inclusive estar dispuesta a prevalecer sobre él, ya
que es obvio que el deseo de sobrevivencia, por sí mismo, puede llegar a oponerse a la moralidad
(no de forma tan sólo “p re-moral ”, sino “anti-mo ral”). La Bioética no debería ser la ciencia de la
sobrevivencia, sino, en todo caso, la ciencia de la decisión vital-mortal autonónoma acerca del
sobrevivir o el no sobrevivir.
Peter Singer ha sido uno de los autores que se ha opuesto a la idea de sobrevivencia a
cualquier costo, vinculada con lo que él llama el principio de la defensa irrestricta de la vida o de la
“sacralidad de la vida humana” (PV). Creo que Singer comete un error factual cuando afirma (Ética
Práctica, p. 98) que nuestras sociedades mantienen la idea tradicional del carácter sagrado de la vida
humana: la mantienen sólo a medias, pues los mismos que hacen manifestaciones en contra del
aborto y la eutanasia, están de acuerdo en linchar delincuentes o acribillar terroristas, como si la
humanidad de éstos fuera mucho menos problemática que la humanidad del embrión. Como el
propio Singer lo dice: “Actualmente, la mayor parte de la población concuerda, por lo menos en
teoría, que dejando de lado los casos especiales como la auto-defensa, la guerra, posiblemente la
pena de muerte (...) es errado matar seres humanos, independientemente de su raza, clase o
nacionalidad” (p. 95). Toda la crueldad del afirmativismo ético7 se deja ver entera en esta
disciplicente descripción, en la que se consideran fríamente y sin comentarios tres excepciones al
7
Cfr. Cabrera Julio. Crítica de la Moral Afirmativa (1996).
15
16
PV tan o más delicados que el aborto y la eutanasia, pero que parecen a la mayoría casos “obvios”
en donde se puede matar moralmente. (Los lectores de diarios se horrorizan delante de la eutanasia,
pero se sienten felices y seguros cuando la policía acribilla delincuentes).
En el caso particular del filósofo moral, él se ha interesado por las estructuras más generales
y abstractas de la vida humana y del actuar dentro de ella (algo así como una lógica de la ética). La
busca de principios generales y de estructuras fuertemente aglutinadoras ha caracterizado desde
siempre la actividad de los filósofos, algo que parece refractario al fragmentarismo, el
perspectivismo y la diversidad irreductible. La Bioética me parece seguir la dirección precisamente
17
18
contraria, o sea, tratar de mostrar cómo las particularidades de los casos pueden modificar los
pretensos universales de la moral. Aquí parece haber problemas: la Bioética, que asume la
diversidad y el estudio por casos, presenta una demanda por filosofía, la disciplina que, por el
contrario, trata de buscar la unificación y lo universal. ¿No estaremos aquí a las puertas de una
enorme decepción mutua?
Aquí parece haber dos caminos: (A) La ética que puede interesarle a la Bioética tal vez
no sea una ética filosófica (estructural y universalista, en el sentido tradicional) sino una ética
antropológica o sociológica, profundamente afectada por la temporalidad, la espacialidad y las
circunstancias. Para esto, bastará a la Bioética trabajar con antropólogos, sociólogos, geógrafos y
otros científicos sociales que se mantienen programáticamente en el plano óntico de reflexión,
manteniendo cautela respecto de universales. (B) El otro camino es que la propia filosofía
cambie de naturaleza en un sentido anti-universalista o “pós-moderno”, que la filosofía misma se
asuma como conjunto de prácticas o juegos o perspectivas irreductibles, en el sentido de las
críticas meta-filosóficas de Nietzsche, el segundo Heidegger y el segundo Wittgenstein. La
filosofía se asumiría, en ese caso, como no universalista, fragmentaria y particularista, contra lo
que se ha venido haciendo hace siglos. Éste es el camino descripto, por ejemplo, por Richard
Rorty en la última parte de La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza, y asumida por una gran
parte de los filósofos contemporáneos, sobre todo en Francia, Italia y EU.
18
19
19
20
ANÁLISIS Y EXISTENCIA 5
JULIO CABRERA
ANÁLISIS Y EXISTENCIA
Pensamiento en travesía
ENSAYO NÚMERO 9
POLÍTICAS NEGATIVAS Y
ÉTICA DE LA LIBERTACIÓN: ¿ES POSIBLE
SER UN PESIMISTA REVOLUCIONARIO?
(MI ENCUENTRO CON ENRIQUE DUSSEL) (2002)
parte final, después de descubrir que su hija adoptiva es, en realidad, hija
de un “subversivo” asesinado, y que el marido colaboracionista sabía de
eso, la protagonista, la profesora de historia Alicia, al irse para siempre de
su casa, abraza al marido instantes después de haber sufrido un brutal cas-
tigo físico por parte de él, en donde éste muestra claramente su naturaleza
brutal de verdugo. En todas las veces que he visto la película en sala gran-
de, el público, invariablemente, en el momento de ver esa escena, lanza
una exclamación de espanto y desaprobación, como diciendo: “¡Y todavía
lo abraza, después de todo lo que ha hecho!”. Pero ése es un abrazo nega-
tivo: víctima y verdugo son, a pesar de todo, lo mismo (la famosa tesis de
Schopenhauer), aunque eso nos indigne. El horror no le pasa menos al que
lo aplica que al que lo sufre. Ése es el aspecto profundo de la idea (tam-
bién presente en Dussel) de que la libertación debería ocurrir libertando, y
no matando, aunque esto sea cada vez menos imaginable.
43
(LGE), p. 143 (mi subrayado). Cfr. “Dussel y el suicidio”, pp. 114 y sgts.
204 Idem, p. 11.
45
208LGE, p. 11. Ver también 141, en donde se insiste en esta idea del
“suicidio colectivo” de la humanidad.
50
5. Políticas negativas
Lo que me inhibe (lo que me da miedo) es que tú tienes preparada tu artillería pesada (¡y qué
artillería! ¡Eres un tirador de primera!) contra todo y cualquier filósofo que pretenda introducir a la
naturaleza en su pensamiento, aun cuando sea con la (para mí) sanísima intención de hacer su
dialéctica con lo político-social. La naturaleza es lo inamovible, lo ahistórico, lo arcaico y, si
continuamos, es lo autoritario, la totalidad dura del dogmatismo, lo inmanejable. Y, si
continuamos, la naturaleza es… ¡pre-moderna! Cuando críticas a Heidegger como filosofo del ser
(Págs. 78, 195, entre otras) y te preguntas cuál pueda ser el lugar del deber-ser en un pensador del
ser, no haces ninguna diferencia entre la finitud y el nazismo, como ocupantes del lugar del ser. No
hay diferencias entre ocupantes y usurpadores. Ambos son entidades que asfixian y achican el
lugar del deber-ser, de lo normativo, de lo moral. Casi diría que el próximo silogismo va a darnos
por resultado que la finitud es nazi, que la naturaleza es nacional-socialista. Creo que el nazismo
usurpó el lugar del ser, se dio a sí mismo una envergadura ontológica que ni por casualidad podía
aspirar a tener. No diría yo eso del ser-para-la-muerte, o del ser-con (hablando con y desde
Heidegger). Claro que tanto el nazismo como la finitud limitan el campo del deber-ser, pero en
cuanto el nazismo la aniquila, la finitud le ofrece el marco de referencia dentro del cual ese deber-
ser será posible. La realidad no es pura efectividad, la realidad es, también, sus posibles. Así, el
poder-ser puede constituirse en una interesante categoría mediadora entre el ser y el deber-ser.
Puedo ser un pensador del ser, y estar profundamente comprometido con la instauración del deber-
ser, pero sólo dentro del marco del poder-ser del ser. Hay categorías heideggerianas que transitan
este camino, y otras no. Pero tu condenación es tan global que me paraliza, y me hace plantear mi
propia “ineptitud moral”.
lo concibo yo tan lejos de la instauración del reino de Dios sobre la tierra, como de la instauración
del nazismo sobre la tierra. El poder-ser humano está tan lejos del deber-ser infra-humano como
del supra-humano. El bien absoluto y el mal absoluto tienen de común su absolutez, y es eso lo
que los torna igualmente invivibles, perversos y absurdos. No precisamos, sin duda, a Hitler, pero
tampoco necesitamos a Dios (aun cuando vuelva envuelto en tules de “acción comunicativa”).
Por último, tampoco puedo ver a Heidegger como un “inepto moral” tan sólo por ser el
pensador del ser (y del ser-para-la-muerte) (aun cuando pueda serlo por otros motivos). Pero quiero
detenerme un poco en este último punto. En varios momentos de la obra, se vincula cierto
reconocimiento de la finitud con una “banalización del mal”. Así: “Los historiadores
neoconservadores llegan a una absolutización del mal a través, paradójicamente, de una extrema
relativización del mismo. No hay épocas históricas mejores ni peores. El período de Bismarck es
comparable al de Hitler. La historia se agota en su propia narración” (95/6). (También: 124, 131
3
66
En el capítulo II, intentas, de algún modo, hacer frente a las críticas de “hiper-racionalismo”
y de “falta de mediación con la realidad” (49/50,etc), mostrar que Habermas reconoce lo negativo,
y que eso lo lleva a un diálogo con la sociología sometiendo a la razón “a los standards propio de
las ciencias y técnicas contemporáneas” (54). Muestras allí (y en otras partes del libro) que hay
“un buen negativo”, un “buen pesimismo”, etc. (Cfr., para esta actitud general, por ejemplo; págs.
10, 142, “hay razones importantes, después de Auschwitz, para mantener una confianza absoluta
en la condición humana?”, 144/5, en donde se habla de “la Ilustración insatisfecha”, y en donde se
presenta un “pesimismo contemporáneo” que “puede que sea una de las grandes esperanzas,
aunque desengañada de este fin de siglo...”. Y en la página siguiente: “Se trata tanto de preguntar
por las razones que pudieran hacernos albergar cierto optimismo sobre nuestra realidad presente,
como de buscar las „mediaciones‟ que hagan posible convertir el pesimismo teórico en un
optimismo práctico”, etc.). En el caso particular de Habermas, él expresa claramente esa
4
67
Ilustración insatisfecha (“el proyecto ilustrado hoy es imposible”, “imposibilidad de superar las
contradicciones producidas por la dialéctica de la ilustración”, 58). “La „desesperación‟
habermasiana busca una mediación que conecte los „autónomos‟ proyectos de la modernidad con
la praxis comunicativa de la vida social cotidiana” (59). Así, la no realización del proyecto
ilustrado – reconocida por este “pesimismo” contemporáneo – no lleva al diagnóstico del fracaso,
sino tan sólo de una “crisis”, y de esta forma el pesimismo se torna, de nuevo, afirmativo.
Habermas es así considerado “si no heredero de la Ilustración, sí aprendiz de sus errores” (58). A
lo largo del libro, hay innúmeros pasajes que testimonian esto. (Cfr: “Según Habermas, Nietzsche
se despide de la „dialéctica de la ilustración‟; en otras palabras, se diría que Nietzsche se ha
olvidado de que „hoy todavía no vivimos en una época ya ilustrada, sino en una época de
Ilustración‟” (29). También: 33,34: “...todos ellos coinciden (Habermas, Kant. JC) en una defensa
de la Ilustración europea, si bien señalando „ilustradamente‟ a cada paso las patologías de esa
modernidad ilustrada o, mejor, de un tipo de modernidad fracasada, pero no agotada” 49/50. En
93, después de comentar el tema del progreso moral: “Parece obvio que el proyecto emancipatorio
de la Ilustración, sobre todo en lo que se refiere a la idea de progreso moral, ha fracasado. Pero
de ello no se deduce que sea el final de la Ilustración”, etc.)
Pero la dialéctica de la ilustración, guiada por este “pesimismo” constructivo, sólo se hace
entre configuraciones de la razón, trabaja tan sólo con “las contradicciones generadas en la relación
de la racionalidad teórica y la racionalidad práctica” (58), nunca se plantea la necesidad imperiosa
de una dialéctica razón/voluntad (y tal vez sea este el punto en el que, como bien lo dices, “la
dialéctica modernidad-postmodernidad está aún por escribir” (82). Por el contrario, son
severamente criticadas todas las tentativas de acometer esa dialéctica, como, en última instancia,
irracionalistas y pre-ilustradas, siendo considerada como “abstracta” la propia crítica, radical de la
razón a la luz de las problematizaciones oriundas de la voluntad. “La figura clásica del
pensamiento de esta sospecha pesimista frente a las teorías de la sospecha es bien conocida: hay
una voluntad de poder encubierta en los ideales universales de la modernidad que, en cuanto la
teoría pretende hacerse práctica, se manifiestan los intereses de sus defensores” (90). “También
es famosa, ya antes de Nietzsche, la afirmación de que poder y razón están en conexión, más allá
de la mera metáfora. Todo lo cual ha llevado a considerar la razón como un acto de voluntad, una
decisión más o menos irracional en favor de la misma” (93). (Ver 74, 77, en donde se habla de “la
doctrina nihilista de la voluntad de poder de Nietzsche”). Y: “No creo, pues, que los problemas
que trae aparejados la modernidad se resuelvan colocándose en un „después‟ más allá del tiempo,
o en una postulación ingenua de la „muerte de la modernidad‟. En ambos casos, se niega la
modernidad de modo abstracto y vacío...” (84). Pero no veo que los elementos volitivos nieguen la
5
68
racionalidad de manera abstracta y vacía: recordando las tres condiciones del conocimiento
ilustrado que citas en la pág. 19 (reflexividad, praxis de comunicación pública, posibilidad de
ilustrar la propia Ilustración), el inconsciente problematiza internamente la reflexividad, al desplazar
al yo en el propio e intencionado ejercicio de la racionalidad consciente; la voluntad de poder y las
ideologías refieren las intenciones comunicativas explícitas a un fondo volicional (del cual la
“mala voluntad” o la “voluntad de no entender” son tan sólo las más familiares), que es
problematizante de manera interna; por su parte, las “racionalizaciones” molestan a la propia
ilustración de la ilustración. No veo estos obstáculos como arbitrarios, externos o vacíos; son, sí,
profundamente irritantes, pero tienen de filosófico y de humano el hecho de que surgen del propio
ejercicio interno de la razón de manera inevitable, más allá del las veleidades y morbideces de los
post-modernos italianos y franceses. Se trata de negaciones internas y dinamizadoras – en
absoluto, “destructivas” – que todo filosofar que no suponga (e imponga) una conciliación a todo
precio, deberia responsablemente asumir. ¿No será que los problemas de consolidación de la
modernidad – esa perpetua “crisis”, esa perpetua “insatisfacción”, tan parecida a la espera de la
palabra divina por parte del creyente – provienen del sistemático rehusarse a realizar la dialéctica
razón/voluntad (por parte de los “ilustrados”) y, al mismo tiempo, de su realización “alegre” (pero
ni siquiera en el sentido de la “ciencia alegre” nietzscheana, sino en el de un carnaval de segunda
categoría) en los suburbios post-modernos?
Una convicción argumentativa de todo el libro es que ese tipo de proyecto – o sea, la crítica
radical de la razón, la dialéctica razón/voluntad, etc. – cae inevitablemente en autocontradicción.
Cfr, “La crítica radical de la razón paga un alto precio por su despedida de la modernidad: no
puede dar cuenta de su propia posición.” (68), “El precio a pagar por los nietzscheanos es
evidente. Una vez más, ese discurso no da cuenta de su propio lugar, de su posición. Se aferran a
una paradoja carente de fundamentación, El „discurso‟ crítico radical de la razón no se
fundamenta a sí mismo… Es un discurso „sin‟ referente, puesto que es imposible definirlo por un
sistema de referencia científica o filosófica; más bien son obras de literatura, imposibles de
ajustar a cualquier „norma‟ institucionalizada del falibilismo” (75/6). En 82, se habla de “la gran
ruptura postmoderna”, “que no puede resolver las continuas paradojas autorreferenciales de
fundamentación…”. En 85, se insiste: “Resta por ver los rendimientos de esa pretendida y
consoladora postmodernidad, es decir, cómo „romper‟ totalmente con la „racionalidad moderna‟
sin caer, otra vez, en continuas paradojas autorreferenciales de fundamentación” Pero: 1) esta
recurrente crítica presupone el concepto absoluto de negativo, o, si se quiere, la versión nihilista
de la negatividad. Es, en todo caso, el nihilismo, y no el pensamiento negativo, quien es capaz de
caer en esta paradoja de fundamentación. 2) .Por otro lado, aun cuando toda negatividad radical
6
69
cayese en paradoja por causa de su radicalidad, esto tan sólo muestra la posibilidad de dos formas
de vida diferentes, igualmente ricas, igualmente serias: dado el conflicto entre radicalidad y no-
contradicción, optar por el rechazo de la radicalidad en beneficio de la no-contradicción es tan
sólo una opción; se puede hacer la opción contraria. Salvo a riesgo de caer en logicismos
popperianos o albertianos, el vivir responsablemente en la brecha de la auto-contradicción puede
ser un precio que aquéllos que no quieren (o no pueden) renunciar a la radicalidad reflexiva están
dispuestos, sin frivolidad, a pagar. La incomprensión de esta forma de vida por parte del filósofo
afirmativo (que sólo puede verla como cínica, frívola e irresponsable) es otro corolario de la
concepción absoluta de lo negativo, que ve toda paradoja auto-referencial como auto-destructiva,
como si lo negativo humano no tuviese consistencia, creatividad y sinteticidad, y sólo se
caracterizase por la desagregación.
con alguna cosa “natural”. Así, son los manejos y distribuciones socio-políticas los que deciden
acerca del valor de la vida humana. A esto llamo yo una politización de la moral, algo que está
claro en la cita de Marcuse (Pág. 133): “El mundo aparece hoy de tal modo que la diferencia entre
inhumanidad y humanidad reside en la diferencia entre los campos de concentración nazi y las
deportaciones, por un lado, y los campos de internamiento (de los aliados) de la postguerra, por
otro. Siguiendo su argumentación (de Heidegger, JC), los aliados tendrían que haber conservado
Auschwitz y Buchenwald...”. Y, en verdad, desde el punto de vista de la inviolabilidad de la vida
humana como tal, esto plantea un problema insoluble para la ética stricto sensu, puesto que tanto
terminando con Auschwitz como dejándolo continuar, violamos la vida humana como tal. En esto
consiste para mí el carácter trágico de la vida ética humana: que en el conflicto, somos obligados a
politizar la moral, o a desarrollar lo que he llamado (en mi ponencia de Almagro) la instauración
de la moralidad dentro de la inmoralidad. Creo que toda la moralidad de la que hablas en tu libro
es moralidad de segundo grado – en el sentido de mi texto – pero, al mismo tiempo, creo que no se
puede hablar de ninguna otra. Sólo que, kantianamente, estoy de acuerdo en decir esto clara y
responsablemente, aceptando que el conflicto puede hacernos salir del plano de lo moral en vez de
siempre tratar de re-calificar como “moral” todo lo que efectivamente hacernos.
8
71
Dirijo, de entrada, una crítica a todos ellos, desde mi particular punto de vista: me
parece que se mantienen en un nivel óntico intramundano de reflexión, y dentro de las
conocidas asimetrías afirmativas. Son, pues, filósofos afirmativos, pero lo son de una manera
sublimada: intentan mostrar, por medios intelectuales, un “valor de la vida humana”, o, de
alguna manera, lo presuponen. Éste es el marco crítico general, antes de ir a los detalles de
cada uno de los filósofos abordados. Pero mi intención no es exegética o de “comentario”.
Ninguno de los autores mencionados será simplemente “expuesto”, ni me considero un
“especialista” en ninguno de ellos. Todos serán convocados para ayudarme a formular mejor
mis ideas éticas.
¿GUERRAS JUSTAS?
(Conversación con Norberto Bobbio). … p. 38
2
73
inhabilitantemente. Nagel afirma: “(...) sea o no gratuita su aparición original, una vez que
existe trae consigo su propio valor, y su sobre-vivencia y su bienestar se vuelven
importantes” (306). Ontico-intramundanamente, él pone el acento en el futuro, en el
desarrollo de la vida, en el hecho de que algo sin sentido en el origen pueda ir “adquiriendo
sentido”. Pero yo acentúo, en cambio, el origen, la mortalidad del ser, que hace que la vida
pierda progresivamente sentido, a medida que la mortalidad original se consuma.
análisis. Aunque trata de ser objetivo, intenta también no “objetivizar” las cuestiones
existenciales (o “mortales”), dejándoles un espacio irreductible. En efecto, todo el abordaje de
Nagel lleva explícitamente en cuenta el punto de vista subjetivo, y, como Searle, se niega a
reducir ese punto de vista a la perspectiva exclusivamente objetiva (o sea, se niega a
considerar que la realidad sea totalmente objetiva).
De los problemas mortales que Nagel trata, yo continúo insensible a la cuestión del
“sentido de la vida”, o del “absurdo”, cuya formulación me parece envolver ansiedades
religiosas. Y las propias conclusiones de Nagel sobre ese asunto parecen ir en esa dirección,
cuando se ve él obligado a conceder el absurdo y a decir que, después de todo, esa absurdidad
es parte de aquello de más profundo que existe en el ser humano. La cuestión de la muerte y
su posición para juzgar el valor de la vida (¡no su “sentido”, sino su valor!), sí es para mí una
cuestión importante. Por qué la vida debería tener un “sentido” no es una pregunta que se
sostenga en estrictos términos filosóficos, pero sí es relevante el “valor” que ella tenga. Dicho
de otra forma: contrariamente al problema del valor, en donde uno tiene que esforzarse
argumentativamente para tratar de mostrar que la totalidad del valor positivo es intramundano,
que no hay valor estructural, eso parece evidente en el caso del sentido. Claro que todo el
sentido es intramundano, no tenemos ni la menor idea de lo que podría ser un “sentido
último”, estructural, de la vida humana, sin aceptar una creación, un creador, un destino, una
misión o alguna otra cosa difícilmente formulable en términos filosóficos.
Sin embargo, creo que hay en el abordaje de Nagel acerca de la muerte limitaciones
viscerales, vinculadas, creo yo, con el modo analítico de filosofar. La cuestión de si el filósofo
existencial ha preferido pronunciar finalmente un sin-sentido, para ser fiel a las experiencias
vitales vinculadas con lo que pretende decir, ha sido más discutida que la cuestión de si el
filósofo analítico, al preferir decir expresiones con sentido, no ha perdido algo importante de
4
75
aquellas experiencias. Yo creo que Nagel presenta un análisis puramente empírico del
nacimiento y de la muerte. Creo que Nagel,, en todo momento, se mantiene no solamente en
el plano óntico-intramundano de reflexión, sino, muchas veces, en el puro sentido común,
siéndole totalmente ajeno cualquier intento de una reflexión radical en el nivel que llamo
ontológico-estructural. Voy a tratar de mostrar esto en el detalle, utilizando dos textos: el
primer capítulo de Mortal Questions (1979) y el último de The View from Nowhere (1986).
Nagel comienza preguntándose “si es malo morir” (MQ, 1). Que Nagel está hablando
exclusivamente de lo que antes he llamado la “muerte puntual” (MP), es absolutamente claro
en todo su texto, ya de inicio, cuando él dice que las personas esperan que su “muerte” no sea
prematura ni dolorosa. Esto no tiene sentido para la muerte estructural (ME). El morir como
ME nunca es prematuro y es siempre doloroso. “Prematuro” e “indoloro” convienen
solamente a la muerte intramundana. En esto ya se deja ver, en las primeras líneas, el carácter
no radical de la reflexión de Nagel. Esto se ve también cuando él expone el punto de vista
según el cual “la vida es todo lo que tenemos y perderla constituye la desgracia más grande”.
Desde el punto de vista estructural, lo que perdemos en la muerte es lo que hemos adquirido
al nacer, de manera que, en verdad, no perdemos nada que no hayamos ya perdido o, por el
contrario, tal vez nunca tuvimos eso que creemos ahora perder.
Todo lo que Nagel afirma sobre la muerte sólo tiene sentido en el plano intramundano
del sentido común, y no atiende a la estructura mortal (desfalleciente) de la así llamada
“vida”. La muerte es puesta por Nagel tan sólo al final, y como siendo una instancia diferente
de la vida, como algo que se opone a ella. Desde el punto de vista estructural, preguntarse si la
muerte es un mal es lo mismo que preguntarse si haber nacido es un mal. La pregunta por la
muerte es la pregunta por la vida. No podemos suponer, a no ser por un prejuicio afirmativo
vigente y no tratado, que la cuestión del valor de la vida está solucionado, y que es solamente
el valor de la muerte lo que tiene que ser tematizado, como si la muerte, constitutiva de la
vida, no fuera un elemento fundamental para juzgar acerca del valor de la vida (o sea, de la
cuestión, que el afirmativo Nagel nunca se plantea, de “si es malo vivir”).
Es típico del pensamiento afirmativo lo que llamo “asimetrías” en favor del polo
positivo. Nagel dice: “Si la muerte es un mal, no puede serlo por sus características positivas,
sino sólo por lo que nos arrebata”. Esto contrabandea la idea de que la “vida” debe ser algo
“bueno”, para poder decir que la “muerte” es “mala”. (La asimetría está claramente expresada
en 4). Aquí se llega al extremo de la separación entre vida y muerte en el sentido
intramundano, y el total rehusarse a conectarlas estructural e internamente. La muerte, si
5
76
entendida como ME, no es mala por oposición o privación, sino positivamente, en el vivir
cotidiano en donde ella es vivida en el decaer, el perder, el abandonar, etc. La ME se vive
positivamente, y esto es el propio vivir del ser humano. Si esto se considera malo, debe
considerarse malo vivir, haber surgido, pues es eso lo que nos hace que debamos vivir ME.
ME no es mala por “arrebatarnos” nada, sino por positivamente consumar nuestra vida
desde siempre mortal1. No podemos decir que la muerte es mala por arrebatarnos los bienes
intramundanos, porque lo mismo podríamos decir, entonces, que la muerte es buena porque
nos libera de los males intramundanos.
Este parágrafo es el que mejor prueba el afirmativismo acrítico de Nagel: “Pero lo que
queda cuando estos elementos se suprimen, no es sólo algo neutral, sino categóricamente
algo positivo. Por ello, la vida vale la pena de vivirse, aun cuando abunden los elementos
malos de la experiencia, y los buenos sean demasiado escasos para superarlos” (2, Mi
traducción del inglés). Es totalmente acrítico que lo que quede en el balance sea algo positivo.
Desde el punto de vista racional, y manteniéndonos en el plano intramundano, es
precisamente algo neutral (simétrico) lo que resta: una ponderación estrictamente racional NO
consideraría que la vida vale la pena de vivirse siendo que los males superan a los bienes, o al
menos podría sostenerse como una posibilidad (creo yo, más racional) frente a la otra, a la de
que la vida vale la pena “a pesar de”. (Este mismo “a pesar de” ya inclina la balanza hacia el
otro lado).
1
En escritos ético-negativos posteriores a éste, he preferido utilizar las expresiones “terminal” y “terminalidad”,
en lugar de “mortal” y „mortalidad”, para apuntar hacia algo más abstracto que la muerte, aun la ME. He
preferido dejar en este texto las palabras “mortal” y “mortalidad” para respetar el momento histórico de esta
reflexión.
6
77
Precisamente para evitar todos estos problemas yo prefiero tratar toda la cuestión en el
plano estructural, en donde las ponderaciones intramundanas de bienes y de males no son lo
principal, porque, desde el punto de vista estrictamente racional, ellas están siempre como
“empatadas”: en esa perspectiva, no se puede excluir que se considere “mala” a la vida por
tener un alto número de males intramundanos y, por consiguiente, como “buena” a la muerte
por liberarnos de ellos. Pero todo esto es el camino que mi pensamiento negativo, y mi
particular tipo de pesimismo2prefiere no transitar.
Otro punto importante es la cuestión Muerte propia/Muerte del otro. Nagel afirma que
la muerte “para la persona que sea su sujeto” es “el caso básico” (2). Pero dentro de una
reflexión estructural acerca del valor de la vida, la muerte de los otros es extremadamente
importante. En realidad, los otros no forman parte solamente del “mundo objetivo”, sino que
están enredados en mi punto de vista subjetivo sobre el mundo. En este punto, Nagel cae en la
psicología superficial. No hace falta leer lo que Freud dice sobre luto y melancolía para darse
cuenta de que la propia muerte está entretejida con la muerte de los otros. Uno de los
elementos a llevar en cuenta para la descripción de la mala calidad de la vida humana es el
hecho de que perderé a las personas que amo, y que seré perdido por los que me aman, de
manera que la muerte de los otros ES relevante para la cuestión del valor de la vida humana.
(También la vida posible (el surgir posible) de los otros es relevante para la cuestión de la
moral de la procreación).
Dentro del planteamiento óntico de Nagel, él podría decir que la muerte “es mala”
porque nos arrebata “lo bueno” de la vida, entre otras cosas a las personas que amamos. Pero
esto es recíproco: debemos pensarnos a nosotros mismos como pérdida para los que nos
aman. Y, lo que es más importante: perder a los otros y ser perdido por los otros NO SON
características intramundanas, sino algo perteneciente a la estructura ontológica de la vida
humana (o sea, informaciones que tenemos acerca de alguien antes de que nazca).
Creo que Nagel parte de la base afirmativa injustificable de que la vida es buena en
virtud de bienes intramundanos (sin ver la contrapartida negativa de esto), y de eso deriva
falazmente la maldad de la muerte. No creo que la muerte sea mala por esos motivos. En
verdad, no creo que la muerte entendida como MP sea “mala” en absoluto, en un sentido
2
Suelo decir que tengo un optimismo óntico-intramundano, al lado de un pesimismo ontológico-estructural. Esto
es perfectamente posible, si se leen con atención mis textos. No considero que ningún mal intramundano sea
decisivo para declarar que la vida humana sea mala o indigna de vivirse. La cuestión es estructural, aun dentro de
una vida plena de agrados, placeres y realizaciones. Los males intramundanos no tienen nada que ver con el
pesimismo estructural. Es la mortalidad del ser –o sea, algo que no es evento intramundano- lo que funda el
pesimismo estructural. (Puedo ser intramundanamente feliz, pero, a pesar de todo, desear no haber nacido).
7
78
diferente de lo que lo sería nuestro nacimiento factual. La catástrofe consiste en haber nacido;
el morir es tan sólo un corolario, la consumación de una muerte anunciada. Lo que es malo es
la mortalidad, y no la muerte, y la mortalidad es algo común al nacimiento y a MP. Ése es el
punto. No se puede considerar “bueno” estar vivo, siendo que estar vivo ES estar-muriendo.
Nagel parece estar pensando tan sólo en el momento intramundano apoyador y estabilizante,
que en cualquier momento puede ser destruido por un momento intramundano aniquilante. No
parecen bases filosóficas profundas para apoyar la “buena calidad” de la vida.
Él dice: “En esencia, lo deseable de la vida son ciertos estados, condiciones o tipos de
actividad, aunque podría haber problemas para especificarlos. (...) Si es bueno estar vivo,
esta ventaja puede atribuirse a una persona en cada momento de su vida. Es un bien que
Bach gozó más que Schubert, sencillamente porque vivió más tiempo” (21/22). Pero el “vivir
más tiempo” es no esencial para la visión estructural. Vivir durante más o menos tiempo los
bienes o males intramundanos no disminuye el hecho de que tanto Bach como Schubert
fueron obligados a vivir-mortalmente. Aquí Nagel está introduciendo el problema de “cuándo
un hombre padece la muerte”, pues sin padecimiento parecería que no se pudiera hablar de
mal. Éste es otro punto en donde claramente se ve que Nagel habla sólo de MP, puesto que
ME es algo que constantemente se vive, y lo único que se vive. Desde el punto de vista de
ME no solamente no es imposible “imaginar estar muerto”, sino que ni siquiera hace falta
imaginarlo. (Recordar el film “El sexto sentido”).
En esta perspectiva, no tiene sentido decir, como Nagel: “(...) hay dificultades
especiales, en el caso de la muerte, sobre cómo la supuesta desdicha se atribuye al sujeto. Se
duda de quién es su sujeto, y de cuándo va a sufrirla” (4). La muerte es, en el abordaje
estructural, una presencia permanente y vivida en la cuenta regresiva de nuestras vidas
siempre en sursis. Es la muerte lo constante y regularmente vivido en las expectativas, los
proyectos y las frustraciones. Es superficial considerar a la muerte como simple hecho puntual
intramundano. No se escapa así al usual tratamiento objetificante de la cuestión. La muerte es
la mortalidad del ser, y no un hecho. Y la mortalidad del ser es plenamente consciente y
sufrida (ver 4/6).
[Pienso que seres de otro planeta que llegasen a la Tierra después de la desaparición de
la raza humana, podrían reconstruir sus vidas y comentar: “La vida de esos seres era
realmente muy mala”, y explicar por qué lo era en términos perfectamente objetivos (“Eran
mortales, frágiles, enfermos”). Esto no depende de sufrir o de no sufrir ese estado o condición.
Claro que se puede decir que algo es malo aun cuando no se sufra: es malo para “cualquiera
8
79
que tenga la estructura de ser de un ser humano”. Cada ser humano va efectivamente a sufrir
esa condición, pero su maldad puede ser perfectamente entendida en términos objetivos, sin
llevar en cuenta el sufrimiento de particulares, sino tan sólo el sufrimiento potencial de
cualquiera que sea puesto en esa situación, o sea, de cualquiera que sea un ser humano].
Nagel dice que la temporalidad es fundamental para analizar estas cuestiones, puesto
que se evalúa la vida en virtud de lo que podría ser en el futuro, o de lo que fue en el pasado, y
a la muerte como cortando esas posibilidades y estados. (Por ejemplo, se evalúa como mala la
vida infantil de un adulto que sufrió una lesión cerebral, aunque no consideramos malo ser
niño, o sea, la vida infantil de un niño). La diferencia sólo puede evaluarse de acuerdo con
algo que las personas fueron en el pasado y que ya no son más, o con algo que podrían ser en
el futuro y que ya no serán. Pero en la perspectiva estructural, esta ponderación relacional y
temporal no corresponde: la degeneración cerebral, tanto como la muerte, son posibilidades
siempre abiertas de la mortalidad del ser, que se abren junto con el nacimiento. Infelizmente,
no hay ningún modo de impedir que ocurran. En el camino de la mortalidad del ser, no hay
ningún contraste o claro-oscuro temporal, que permita decir que la mortalidad es mala “en
relación a algo que ella nos arrebata”: no hay ese contraste (no hay la inmortalidad del ser),
de manera que si la mortalidad puede decirse mala, lo es en sí misma y positivamente, y no
por contraste, no por lo que arrebata, sino por lo que consuma.
Si una persona muere - a cualquier edad - no hay nada que ella “hubiera podido hacer”
si hubiera continuado viviendo, a no ser algo intramundano. Sería diferente si los seres
humanos fueran inmortales, y sólo pudieran morir por accidente o asesinados (como los
vampiros de Anne Rice). En ese caso, sí se puede decir que si Lestat no hubiera sido muerto
por Louis y Claudia, él hubiera continuado viviendo por toda la eternidad. En ese caso, sí, su
muerte sería considerada mala relacionalmente, respecto de la inmortalidad que perdió. Pero
en nuestro caso (infelizmente, no somos vampiros), no hay absolutamente NADA que la
muerte nos arrebate, en el nivel estructural (tan sólo bienes intramundanos, al tiempo que nos
libera de los males). La muerte no nos arrebata ninguna posibilidad estructural, al contrario,
consuma la única que tenemos (por eso, Heidegger entrevió a la muerte como posibilidad
más propia del Dasein). La muerte no arrebata nada estructural ni siquiera cuando mata a los
cinco años, o al nacer, ni tampoco a los noventa o cien años, puesto que la inmortalidad no es
una posibilidad en ninguna de esas edades. La mortalidad del ser es una pérdida que ya
tenemos al nacer, y que sufrimos permanentemente, más o menos mediada por la ocultación,
que va aumentando, conscientemente, a medida que tenemos más edad. (Digo
9
80
“conscientemente” pensando en los juegos y juguetes de los niños, que son esencialmente
ocultadores).
Nagel se refiere también a la falacia de Lucrecio acerca del no-ser previo a nuestro
nacimiento y el no-ser posterior a nuestra muerte, y sostiene, siguiendo su convicción de que
la temporalidad relacional es relevante para la discusión sobre la muerte, que la diferencia
estriba en que el no-ser de la muerte nos arrebata el ser que teníamos en un momento temporal
anterior, en cuanto que el no-ser previo al nacimiento no nos arrebata nada. El insight es
correcto, pero creo que en ninguno de los dos casos se nos “arrebata” nada. Esto supone que
el nacimiento nos da, en el nivel estructural, alguna cosa, algo diferente de la mortalidad. Yo
continúo viendo toda la cuestión en términos de consumación, no de pérdida. El no-ser
posterior a la muerte es malo porque consuma la mortalidad, después de hacérnoslas sufrir
durante un tiempo, lo que no puede decirse del no-ser previo al nacimiento. No naciendo, no
somos colocados en el camino de la consumación de la mortalidad (y esto es relevante para
una apreciación de la moralidad de la procreación y la abstención).
10
81
posibilidad estructural, que la persona tendría que haber realizado, y tal que no haberla
realizado llevaría al infortunio.
incluir algún fuerte elemento emocional. Es malo y pesaroso pensar que decaeremos y nos
reduciremos a cenizas, aun cuando no vamos a sentir nada ni estar allí para presenciarlo. En
verdad, lo sentimos AHORA y lo presenciamos AHORA, y el agnóstico no puede decir que
eso que sentimos no es “ni bueno ni malo”: es rematadamente MALO. También forma parte
de eso malo la total falta de control de la situación. Si fuéramos mortales, pero tuviéramos
algún tipo de control sobre nuestra mortalidad, tal vez fuera mejor. También está el
sentimiento de que nos apagaremos, de que el mundo continuará sin nosotros, de que no
estaremos aquí para “hacer negocios” con el mundo. Es el sentimiento de EXCLUSIÓN
TOTAL lo que nos oprime. Esto es apuntado por Nagel, pero me da la impresión de que no se
da cuenta de que aquí él se aproxima al punto de vista estructural que él ignora, puesto que
todos estos elementos son relevantes para concluir que la vida NO ES buena, contrariamente a
lo que él afirma. Es como si Nagel dijera, a todo momento: “Está muy bien como está. Es tan
bueno que me gustaría que continuase siempre”, sin darse cuenta de que si continuase siempre
todo dejaría de ser “como está”, y si siguiera como está, no continuaría para siempre.
Al final del capítulo, Nagel presenta lo que llamo un tipo de “pesimismo óntico”,
consistente en rechazar el consuelo del carácter “natural” de la muerte (de MP), viéndola
siempre como una interrupción lamentable de nuestras posibilidades: aun cuando todos
sabemos que no vamos a vivir mucho más de cien años como máximo, tenemos delante de
nosotros un tiempo indefinido en el que casi siempre lamentamos morir: “Si no hay un límite
para la cantidad de vida que sería bueno vivir, quizá un mal fin nos aguarda a todos” (32).
Ésto es lo que llamo un tipo de “pesimismo óntico”. Se pasaría para un pesimismo ontológico
en el momento en que Nagel aceptase que ese mal que nos aguarda es el mal que nos fue dado
al nacer, abandonando la premisa afirmativa de que “vivir es bueno”, y que, relacionalmente,
la muerte es “mala”. El único consuelo moral del pesimista ontológico es que “el mal fin que
nos aguarda a todos” puede ser evitado a otros a través de la abstención de procrear. Pero en
esto, ciertamente, Nagel no nos seguiría, dado que él considera que tenemos que alegrarnos de
haber nacido.
En el libro The View from Nowhere, Nagel ubica las cuestiones mortales
(nacimiento, sentido, muerte) dentro del contexto de una reflexión acerca del punto de vista
“subjetivo” y “objetivo” sobre el mundo. El problema fundamental es: “cómo combinar la
perspectiva de una persona particular que se halla dentro del mundo con una concepción
objetiva de ese mismo mundo, incluidos la persona y su punto de vista” (VN, 11). Nagel
enfoca esta cuestión en diversos ámbitos: el problema mente-cuerpo, el conocimiento, la
12
83
Yo no sé si concuerdo con Nagel en que este punto de vista subjetivo “es parte de la
realidad” y no puede ser suprimido. Tal vez lo sea como fenómeno factual (así como se puede
decir: “Hay, de hecho, personas que creen que ya vivieron otras vidas”). Las creencias forman
parte del mundo, pero no los objetos de ellas (por ejemplo, vidas transmigradas). Claro que
concedo que existe un punto de vista subjetivo como un hecho, pero no creo que ese punto de
vista vea, por ejemplo, la condición humana tal como la vivimos y sufrimos (no digo: “tal
como ella es”). Si es objetivo que no podemos vivir mucho más de cien años, no creo que el
objeto de la creencia subjetiva de que, en verdad, podemos vivir 800 años “forma parte de la
realidad”, aun cuando formen parte de ella las personas que creen en esas cosas o en otras, por
más fantásticas que sean.
vista subjetivos, y no simplemente algo objetivo ajeno a los seres humanos, como si se tratase
de un espectáculo externo. El sujeto importa cuando el punto de vista objetivo se impone a él,
perfora la capa ocultante y lo afecta. La cuestión del sufrimiento es fundamental en la
demostración. Yo diría que la mortalidad del ser es una estructura objetiva que, en contacto
con el punto de vista subjetivo, permite hacer reflexiones morales acerca del valor de la vida
humana en un nivel estructural. El punto de vista subjetivo interesa, en mi perspectiva, como
el escenario en donde acontece el drama de la mortalidad del ser, en la estricta medida en que
es plenamente consciente y sujeto a reflexión (ya que la mortalidad afecta al ser mismo, no
tan sólo a este o a aquel ser humano en particular).
Aquí la separación entre vida y muerte es total, mostrando una ceguera permanente
delante de la estructura de la vida humana. (Dicho de otra forma: todos los análisis de Nagel,
y de la inmensa mayoría de los pensadores que hablan sobre la condición humana y la muerte,
nunca consideran que la vida humana tenga una estructura; elaboran sus análisis como si cada
vida humana fuera algo totalmente nuevo y singular, sin ningún elemento que se reitera. La
pura existencia, sin la insistencia).
15
86
intramundanos el problema fundamental para él, sino la estructura mortal de la vida, que, en
ese caso, quedaría abolida.
Si, por el contrario, todos los hombres fueran inmortales, la falta de espacio
aumentaría, puesto que habría que restringir urgentemente la natalidad o matar a los
inmortales de alguna manera. Las relaciones entre inmortales no serían más morales que las
que hay entre mortales, y la falta de espacio aumentaría, puesto que si ya es difícil
compatibilizar deseos finitos, imagine deseos infinitos. (Contabilizando también el hecho,
mostrado por Shaw, de que hombres eternos tendrían un sensible decrecimiento de sus
“sentimientos morales” (realizados o no) que parecen típicos de la finitud). El nacimiento de
más y más inmortales significaría la destrucción del planeta, de manera que también la muerte
espera al hombre en este experimento. Esto me lleva a pensar en un inusitado refuerzo de mi
pesimismo estructural, en el sentido de que el mal de la vida/muerte no tiene alternativas
plausibles que no lleven nuevamente a la mortalidad. La inmortalidad no es un camino
alternativo de la mala calidad del ser, mostrado en el caso de la mortalidad, sino tan sólo otra
de sus formas. Parece que el problema no es la mortalidad o la inmortalidad, sino el SER.
irrelevante que el sujeto sea “incapaz de imaginar su muerte”, o de imaginar “el mundo sin
él”: “Eso es lo que resulta difícil de aceptar: el hecho interno de que un día esta conciencia
se apagará para siempre y el tiempo subjetivo simplemente se detendrá” (322). Y: “Para
comprender nuestra propia muerte desde adentro, debemos tratar de esperarla, de verla
como un prospecto” (323). Ésta fue precisamente la tentativa heideggeriana del ser-para-la-
muerte: una vez que la finitud y la mortalidad han sido plenamente conscientes, la muerte es
asumida como constitutiva del vivir y esperada como la más plena posibilidad. Sólo que esto
debe ser ininteligible para el planteo óntico-empírico-analítico de Nagel. La muerte deja de
ser un hecho para ser llevada a la existencia y a sus posibilidades internas. La muerte deja de
ser la interrupción del punto de vista subjetivo, para incorporarse a su propio desarrollo.
Pero esto es lo que Nagel se rehúsa a aceptar: “La visión subjetiva no admite su propia
aniquilación, pues no concibe su existencia como la realización de una posibilidad” (326).
Pero él es capaz de describir en colores vivos el impacto de lo objetivo sobre lo subjetivo:
“(...) mi existencia parece un universo de posibilidades que se sostiene a sí mismo y no
requiere, por ende, de nada más para continuar. Sobreviene, pues, una fuerte conmoción al
chocar esta autoconcepción parcialmente oculta con el hecho simple de que TN morirá y yo
con él (...) Resulta que no soy el tipo de cosa que inconscientemente estaba tentado a creer
que era (...) La visión subjetiva proyecta hacia el futuro su sentimiento de que hay
posibilidades incondicionales, y el mundo las niega” (326). Ya al borde ya de la visión
estructural, Nagel escribe: “En cierto modo, es como si ya estuviera muerto o como si nunca
hubiera existido realmente” (Id). (Recordar, de nuevo, el film “EL SEXTO SENTIDO”). El
punto de vista objetivo no puede entender la intensidad con la que el punto de vista subjetivo
no cree en su propia muerte (329). Pero él termina predominando, tornando problemática su
integración con lo subjetivo. “En realidad, es imposible domesticar al punto de vista objetivo.
No solamente nos amenaza con rebasarnos, sino que nos da más de lo que podemos cargar
en la vida real” (330). Creo que en este momento de su reflexión, Nagel ha alcanzado el
límite de su punto de vista.
17
88
Creo que una gran parte de la reflexión bioética actual (notablemente, en el caso de
Peter Singer) se apoya en tres cuestiones principales: (1) La tesis de que no toda vida
humana tiene el mismo valor, o la misma “calidad”; (2) La crítica a la “moral tradicional”, en
cuanto basada en la “sacralidad de la vida humana”, o sea, en la tesis de que todas las vidas
humanas tienen el mismo valor; y (3) La apreciación de las técnicas científicas hoy
disponibles, en el sentido de una intervención, guiada por motivos morales, para impedir o
detener a vidas humanas “sin calidad”.
(I). Defiendo el principio de que todas las vidas humanas tienen el mismo valor,
pero no sobre las bases afirmativas de la moral tradicional (la “sacralidad de la vida”), sino
sobre bases negativas (“inviolabilidad de la vida”). Todas las vidas humanas tienen el mismo
valor, o sea: ¡ninguno! (en el nivel estructural, es claro). En segundo lugar, el principio
tradicional de igualdad de valor de la vida humana debe ser entendido como inviolabilidad
de la vida DEL OTRO: cada vida humana debe ser inviolable para el otro, en virtud del
principio de igualdad negativa entre los hombres (y por la mediación de una decisión
facultativa). Defiendo un principio de igualdad de la calidad de la vida humana, aunque
solamente en sentido negativo. (Comparto con la moral tradicional el temor de introducir
diferencias entre “cualidades de diferentes vidas”).
(II). Sin embargo, y ahora en favor de Singer, creo que deben apoyarse las
intervenciones médicas en cuestiones de muerte y nacimiento (y no solamente en casos de
enfermedad, sino en muchos casos en donde la persona manifieste autónomamente, por
ejemplo, el deseo de morir), en la medida en que ellas no ofenden el principio de igualdad
de valor de la vida humana como formulado en bases negativas. El núcleo de la cuestión es
18
89
que, en los casos de aborto y eutanasia defendidos por Singer, y que ofenderían el principio
de igualdad en su formulación afirmativa tradicional, no se ofende el respeto por la vida del
otro al librarlo del dolor inhabilitante en un sentido en el que ÉL MISMO asentiría en ser
liberado. (No creo que (muchos) abortos y eutanasias sean heterocidios, sino “suicidios
indirectos” que, en la forma como Singer los presenta, tienen siempre una mediación de la
autonomía). Tendremos que ver estas cuestiones más despacio y en detalle.
buenos de la vida, a pesar de tener también que vivir los malos” (y, se podría añadir,
utilizando mis términos, a pesar de tener que colocársele en la mortalidad, el dolor, el
decaer, y la inhabilitación moral). Esto es un axioma nunca problematizado y, en realidad, ni
siquiera tratado. Toda la cuestión bioética de la “calidad de la vida” está planteado
integralmente sobre bases óntico-intramundanas y afirmativas. Vivir es como un imperativo,
y se trata solamente de saber CÓMO se va a vivir. Mi punto es, precisamente, que este
abordaje hace olvidar totalmente la cuestión más general del valor de la vida humana, en la
dimensión estructural que trato de abrir en mis reflexiones. Por contraste con las cuestiones
bioéticas, la vida humana parece, en general, “buena”. Pero, vista en su estructura, como
vimos, la vida no es buena, sino que tenemos que esforzarnos constantemente para tornarla
buena, o, por lo menos, soportable. Su calidad estructural es siempre mala, pues consiste en
una mortalidad que avanza inexorablemente y que acabará destruyéndonos
La comparación de la “vida normal” con la “vida enferma”, o sea, con “vida de menos
calidad”, puede ser falaz en la medida en que transmite la idea de que la vida normal es no
problemática y digna de vivirse. Yo creo que la comparación legítima es la que lleva a decir
que, cuando examinamos esos casos “anormales”, adquirimos una dimensión más auténtica
20
91
del profundo desvalor de nuestra vida “normal”: al contrario de valorizarse, creo que se
desvaloriza, o, mejor, se sitúa en su verdadera dimensión. Si la vida de un enfermo continúa
siendo valiosa, si ella, a final de cuentas, no es tan diferente de la vida normal (piénsese en
todo lo que se dice sobre la asimilación de un ciego a la vida social, al mercado de trabajo,
etc), no se quiere decir con eso tan sólo que la vida del deficiente se valoriza por comparación
con la vida normal, sino también que la vida normal se desvaloriza por comparación con la
vida deficiente, en la medida en que, en el plano estructural, toda vida es deficiente. A final
de cuentas, somos todos enfermos, y nuestra vida “normal” es una vida estructuralmente
enferma; ella no está separada por un abismo de la vida de los ciegos, deficientes, etc, como
habitualmente se proclama. (Intramundanamente, existe, es claro, una enorme diferencia.
Estructuralmente, tan sólo un continuum. Y esto debería tener profundas consecuencias
éticas).
La Bioética admite, a veces, las dificultades de definir el valor de la vida humana (un
problema general de las éticas racionalistas). Cfr, por ejemplo: “Hay que reconocer la
dificultad de formular razones para fundamentar el valor ético de la persona humana. Al
tratarse de un valor primario es captado más con la intuición que con el razonamiento (...) La
vida humana es el apoyo fundamental y al mismo tiempo el signo privilegiado de los valores
éticos. En este sentido, el vivir es un valor pre-moral u óntico, como lo son también la salud,
el placer, el conocimiento, la técnica, etc. Por el contrario, el morir, así como la enfermedad,
la ignorancia, etc, es un desvalor pre-moral” (VIDAL Marciano, Bioética. Estudios de Bioética
racional, p. 35). Aquí se admite que el presunto “valor intrínseco” es más intuitivo que
racional, pero yo no creo que eso muestre que ese valor sea “básico”, en el sentido de
alguna “verdad fundamental”. Tal vez se trate de una falsedad que precisamos postular
como axioma, dada precisamente su problematicidad, y no su “evidencia”. Lo más básico no
es necesariamente lo más verdadero (ni lo más moral), sino tal vez, como nos enseñó
Nietzsche, lo más ilusorio, lo que más necesitamos para sobrevivir, lo menos verdadero, lo
más inmoral. Lo que es básico de la vida es, en todo caso, su faktum (en el sentido de la
necesaria referencia de toda reflexión moral a la cuestión de la vida), pero no su “valor”, ni
siquiera su presunto “valor pre-moral”.
una a la otra sin mayores problemas, que la vida puede ser un “valor pre-moral”
fundamental para la reflexión moral posterior. Pero todas estas son suposiciones temerarias.
Tal vez la invención moral avance en contra de la evolución, o coloque la vida en riesgo, y tal
vez la vida coloque la propia empresa moral en riesgo. (Éstas son las intuiciones-guía del
análisis nietzscheano de la moralidad). No hay ningún casamiento armónico entre vida y
moralidad, el precepto moral de la preservación de la vida puede ser una invención extraña
para la dinámica expansiva de la vitalidad. Hay que introducir elementos artificiales, como el
que yo mismo introduje en mi versión del principio de inviolabilidad de la vida como
“preservación de la vida del otro”. Pero esto puede llevar a nuestra propia desaparición. El
artificio de la construcción moral puede decir: “Que lleve”, pero todo esto debe sonar muy
extraño para la dinámica natural de la vida. En el texto de Vidal, es como si rigieran “pre-
moralmente” valores como “vivir es bueno”, “morir es malo”, pero, como traté de explicarlo
ya en la Crítica, esa asimetría no se sostiene: si morir es malo, vivir debe serlo también (al
menos, vivir una vida humana, que es intrínsecamente mortal). Esta simetría, y la cuestión
de la distinción entre mi vida y la vida del otro (¿cuál de ellas sería “buena”?) deben
problematizar profundamente todos estos presupuestos óntico-afirmativos de la mayoría de
las consideraciones bioéticas sobre cuestiones mortales.
Vamos ahora, más propiamente, a Peter Singer. El blanco fundamental de sus críticas
contra la “ética tradicional”, de tinte religioso cristiano, es el que llama “principio de la
sacralidad (o de la santidad) de la vida humana” (De ahora en adelante, PV) (SINGER, Ética
Práctica, 93/4). Sus críticas se basan, precisamente, en argumentos que se refieren a la
“calidad de la vida”. En el caso de bebés o adultos gravemente aquejados por enfermedades
incurables e irreversibles, Singer justifica el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido, dado
que lo que se mata en esos casos no es más una “persona”, definida como alguien que tiene
consciencia, proyectos para el futuro, auto-control, posibilidades de relacionarse, etc, sino
seres cuyas vidas perdieron “calidad”, y no merecen más ser vividas. Singer describe la ética
(afirmativa) vigente vivamente cuando dice: “Actualmente, la mayor parte de la población
concuerda, por lo menos en teoría, que dejando de lado los casos especiales como la auto-
defensa, la guerra, posiblemente la pena de muerte(...) es errado matar seres humanos,
independientemente de su raza, clase o nacionalidad” (95). La crueldad del afirmativismo se
deja ver toda entera en esta displicente descripción, en la que Singer considera fríamente y
22
93
sin comentarios tres excepciones al PV mucho más delicados que el aborto y la eutanasia,
como son la autodefensa, la guerra y la pena de muerte, pero que para él son obvios casos
en donde matar está permitido. Pero es realmente así: los manifestantes contra el aborto o
la eutanasia, tal vez estén de acuerdo en iniciar una guerra o en implantar la pena de
muerte. Tanto Peter Singer como la sociedad que él tan fríamente describe parecen
considerar que debe haber excepciones al PV, o sea, que la sacralidad de la vida, sin
especificaciones, no es un principio absoluto.
Singer menciona algunos de los que llama “indicadores de humanidad” tales como
consciencia de sí, autocontrol, sentido del futuro y pasado, capacidad de relacionarse con
otros, preocupación con los otros, comunicación y curiosidad (96). Estos “indicadores” serán
fundamentales en el momento en que Singer (y muchos otros) determinen que son
moralmente legítimos abortos y eutanasias en donde estos indicadores de humanidad han
desaparecido o aún no se han formado. En ese caso, podemos matar porque lo que
matamos no es estrictamente humano. A mí me interesa destacar permanentemente el
contrapunto, muy ilustrativo, entre las cuestiones bioéticas vinculadas con el aborto y la
eutanasia (en la medida en que puedan considerarse como formas de matar) y las actitudes
más generales respecto del matar, fundamentalmente las cuestiones vinculadas con auto-
defensa, guerra y pena de muerte. Pues, como se vio hace poco, Singer parece no tener
ningún problema en admitir el matar en estos otros casos, y, al mismo tiempo, es favorable a
ciertos tipos de abortos y eutanasias (siendo en esto más coherente que otros, que asienten
a lo primero, pero no a lo segundo). Pero hago notar que los argumentos deben ser
distintos, porque enemigos (en una guerra) y delincuentes (que mandamos para la silla
eléctrica) presentan claramente todos o casi todos aquellos “indicadores de humanidad” que
Singer mencionó, por lo cual no podríamos nunca negar a esas personas su calidad de
genuinos seres humanos a los que podríamos matar sin problemas.
Creo que Singer dice algo temerario (98) cuando afirma que nuestras sociedades
mantienen la idea tradicional del “carácter sagrado” de la vida humana: la mantienen sólo a
medias, pues se hacen manifestaciones en contra del aborto y la eutanasia, pero las mismas
personas pueden hacer manifestaciones en favor de una guerra o de la pena de muerte. Las
mismas personas que quieren salvar embriones y fetos, son las que no tienen ningún
miramiento con delincuentes, por ejemplo. (Aquí tal vez entra el argumento de la “vida
23
94
inocente”, que yo veo como muy delicado: la “vida” del feto sería vida inocente (como la de
los niños pequeños), mientras que se supone que el adulto es plenamente “responsable por
sus actos”. Creo que esto es superficial. Visto estructuralmente, todos los seres humanos son
inocentes, por más monstruoso que sea lo que hicieron. (Por otro lado, Freud mostró que los
niños pequeños no son tan inocentes como se pretende)). Yo veo, contrariamente a Singer,
que nuestra sociedad afirmativa es agresiva con la vida humana, y que la idea de su pretenso
“carácter sagrado” está lleno de paradojas e incongruencias.
24
95
propias posibilidades, etc). Dada esta situación de conflicto, y para evitar la paradoja, yo
enunciaría PV siempre en primera persona, y en términos de la inviolabilidad (¡me niego a
hablar de “sacralidad” y, mucho menos, de “santidad”!) de la vida DEL OTRO, y no de la mía.
Aquí hay, pues, tres elementos: la primera persona, la substitución de la santidad por la
inviolabilidad y la mención explícita del otro. PV sería algo como: “Debo (Yo) considerar
como (negativamente) inviolable la vida del otro”. Ésta es la que yo llamo una “formulación
suicida” de PV. La moralidad del principio consiste en que él se rehúsa a amenazar o poner
en riesgo la vida de otra persona que no sea la mía. ¿Eso significa que mi vida está en
perpetuo riesgo? No, porque el principio está enunciado en primera persona, de manera que
se supone que, dentro de la ética negativa, cada persona x enuncia el principio siempre en
primera persona refiriéndose a ella misma y, con eso, mi vida, como diferente de la vida de
x, queda protegida por el principio. O, dicho de otra forma: cada vida humana es inviolable
para el otro, nunca para sí misma. Cada uno está dispuesto a suicidarse (en sentido amplio, o
sea, a morir) en beneficio de la vida del otro. Mi vida está protegida por la ética negativa del
otro.
De ninguna manera se podría extender el argumento válido para la eutanasia para los
casos de “auto-defensa”. No puedo decir algo como: “Cuando mato al ladrón en defensa
propia, o al enemigo en la guerra, o al condenado en la silla eléctrica, soy tan sólo un
instrumento por el cual esas personas se dan la muerte a sí mismas”. Cada vez que esto
suena absurdo (o cínico), estamos hablando de heterocidio, no de suicidio. Pero, ¿qué pasa
en el caso de bebés sin cerebro, o con dolencias genéticas, o en el caso de viejos que han
perdido la lucidez, y que no pueden ni siquiera manifestar su deseo de morir? Singer
menciona lo que él llama “raciocinios retroactivos” (107), en donde nos ponemos en el lugar
de la persona que no puede manifestarse. Decimos algo como: “Si ellos pudieran ser
consultados, elegirían no continuar viviendo”, de la misma manera en que, según afirmativos
como Hare o Nagel, habitualmente suponemos que los bebés sanos, si pudieran ser
consultados, elegirían vivir. En este sentido, abortos de bebés monstruosos no serían
considerados heterocidios, sino suicidios indirectos: si las personas involucradas pudiesen
elegir, elegirían no vivir.
26
97
(B) Yo creo que esa cuestión de la “calidad de la vida”, Singer la plantea siempre en
el plano sólo intramundano. Él nunca enmarca sus ponderaciones dentro del problema
general de la calidad de la vida humana, aun la no aquejada por enfermedades. En verdad, la
vida humana es estructuralmente enferma, dirigida hacia la enfermedad, en constante
riesgo de enfermar. Y en ese riesgo es colocado el ser que es generado ya en el nacimiento.
En este sentido, creo que Singer nunca piensa radicalmente el problema del nacimiento.
Para él, la vida tiene valor (como para Nagel), tiene “calidad”, es vivible, y de lo que se trata
es tan sólo que ella no sea de hecho aquejada por enfermedades especialmente
inhabilitantes. Pero lo que yo veo es que los casos terribles que él presenta en sus libros, y
que proporcionan argumentos fuertísimos en favor del aborto y la eutanasia, proporcionan
igualmente argumentos fuertísimos en favor de la no procreación, y de eso Singer nunca dice
nada. Pues la posibilidad de enfermedades y monstruosidades, la posibilidad de tener un
mal nacimiento y, lo que es más probable, de tener una mala muerte, son estructuras que
surgen con el nacimiento, y no con la situación óntica de la mortalidad terminal (pues la
terminalidad surge ya en el nacimiento).
27
98
Los casos que Singer relata muestran los horrores de la vida humana de los que la
abstención libra a nuestros hijos posibles. Siendo que vida y muerte son lo mismo, al surgir
se sabe ya que el morir viene junto con la vida: aquello de lo que la eutanasia nos libra, es lo
mismo de lo que nos libraría, más radicalmente, la abstención. (Como en el caso de la
creación divina del mundo, no tiene sentido crear un mundo para después salvarlo, siendo
que la mejor y más radical manera de salvarlo es no crearlo en absoluto. El presupuesto
afirmativo habitual dice que es mejor vivir que no vivir, e inclusive que es mejor vivir mal que
no vivir en absoluto. Así, siempre se está suponiendo que se trata de vivir, de surgir, de
nacer, y después de hacer que la vida y la muerte sean “lo mejor posible” en el plano
intramundano ocultante).
una “buena muerte” podría pensarse, con más sobriedad y dulzura de lo que habitualmente
se hace, en una “buena abstención”. No nacer como la mejor prevención sanitaria: ¡curar en
salud!
Según Peter Singer, y gran parte de las morales afirmativas, uno puede matar en
defensa propia, en una “guerra justa” o por la “pena de muerte”. Fuera de estas
“excepciones” (estas cosas, en particular la guerra, nunca fueron excepciones, en realidad),
no se deben matar adultos o niños pequeños, salvo que la calidad de su vida, por
enfermedades terribles, disminuya de tal forma irreversible que se torne imposible de ser
vivida. Así se justifica la eutanasia. También se pueden matar fetos y embriones, con este
mismo argumento (posibilidades de enfermedad) u otros argumentos que tienen que ver
con la autonomía. Así se justifica el aborto. En oposición a esto, la ética negativa no permite
matar bajo ninguna circunstancia y sea cual sea el motivo aducido, de tal manera que no se
pueden matar adultos, niños, bebés, fetos o embriones, y eso simplemente por motivos
estructurales, porque ellos tienen el mismo desvalor que yo, independiente de sus estados
actuales. Si están muy enfermos, es altamente racional quitarles la vida, o sea, parecen
haber circunstancias en las cuales está plenamente justificado actuar saliendo fuera de la
moralidad.
29
100
Aquí se perfila un problema grave para las éticas negativas, y específicamente para
su tentativa de, al mismo tiempo, defender la prohibición absoluta de matar y la
conveniencia moral de abstenerse de procrear. El punto es si no se puede ver el rehusarse a
procrear como una forma de asesinato, en base al mismo tipo de razonamiento
retrospectivo que sirve para el caso del niño pequeño, el feto o el enfermo de cualquier
edad impedido. Pues el no-ser posible que puede nacer si yo así lo decido podría también
manifestarse hipotéticamente, exponiendo su preferencia por nacer, si es que va a poder
4
He tratado de logo-dramatizar esa “situación” en mi antiguo relato “La Oficina de Informes”.
30
101
llevar una vida “sana y normal”. Negándome a hacerle nacer, ¿no estoy hiriendo su
autonomía y, de alguna manera, quitándole un ser que él desearía tener?
31
102
“(...) si el placer que un hijo posible vaya a experimentar no constituye una razón
para traerlo al mundo, por qué motivo el sufrimiento que un hijo posible vaya a padecer
sería una razón contra el hecho de traerlo al mundo” (114). O sea, si abstenerse de tener
hijos con “vidas agradables” no es una falta moral, ¿por qué sería moral no traerlo cuando
sabemos que no tendrá una “vida agradable”? Singer está pensando aquí en los casos de
niños deficientes, que no podrán tener una “vida agradable” (en todo esto, se supone,
temerariamente, que nuestras vidas normales son “agradables”). Yo generalizaría (u
ontologizaría) su argumento, basándome en el desagrado estructural, no solamente en los
desagrados ónticos de enfermedades imposibilitantes. (La vida humana es una enfermedad
imposibilitante). Singer está preocupado por la “asimetría” expresada en la frase que cité
anteriormente, pero lo que ocurre es que no existe tal asimetría: en verdad, no existe ningún
placer (que no sea intramundano) del hijo posible que se vaya a sacrificar absteniéndose de
procrearlo, mas, por el contrario, el desvalor fundamental. Es el mismo desvalor
fundamental que me hace abstenerme en los dos casos, tanto en el caso del “placer” del hijo
sano como del sufrimiento del hijo enfermo. El “placer” que el hijo posible va a experimentar
no es una razón para traerlo al mundo porque el mismo es puramente intramundano y
ocurre dentro del dolor estructural; su sufrimiento, por otro lado, está garantizado por ese
mismo dolor estructural, de manera que eso constituye un motivo poderoso para abstenerse
de traerlo al mundo en cualquier caso. (Concuerdo plenamente con Singer, pues, en que no
está moralmente justificado traer al mundo un ser miserable. Pero como mi razonamiento
es radical, la solución para esto no es la eutanasia (“la buena muerte”), sino la buena
abstención, el buen no-nacimiento).
32
103
problematizar todos los casos por igual: así como el feto y el niño pequeño, si pudieran
opinar, podrían autónomamente, y aunque reconociendo el desvalor de la vida humana,
querer continuar vivos, así el no-ser posible podría querer autónomamente, y aunque
reconociendo el desvalor de la vida humana, nacer.
Así como suponemos que un bebé sin cerebro elegiría no nacer, así podemos
imaginar que lo decidiría un bebé con cerebro y con “salud” que viese en panorámica el
sentido declinante y desfalleciente de su ser en el mundo. Podríamos imaginar irrelevante
33
104
que el no-ser viese su miseria al comienzo, al medio o al final de su vida: de todas maneras,
se trata de miseria que sería evitada no naciendo en absoluto. De todas maneras, y como en
todos los otros casos, soy yo, en última instancia, y bajo mi responsabilidad, que decido
matar a los seres enfermos y no nacer a los no enfermos, en ambos casos yo deduzco
hipotéticamente sus autonomías y los hago decidir por mi intermedio. Hay, pues, una
responsabilidad moral por la no procreación, que una persona negativa tiene que asumir. Yo
decido, bajo mi responsabilidad, que es mejor para ellos no nacer, y, en este caso, es el
desvalor lo que priva sobre la autonomía, al revés que en el caso de ya vivos adultos (o,
incluso, niños pequeños). Puedo justificar moralmente mi acto de abstención diciendo que
éste, a pesar de herir la autonomía hipotética del no-ser de una manera inextinguible, es sin
duda menos inmoral, menos manipulativo, que el hacer nacer, que el colocar a alguien en la
situación sensiblemente penosa y moralmente inhabilitante. Mi manipulación del otro por
no hacerle nacer es sensiblemente menor a la manipulación del otro haciéndole nacer.
Así, lejos de que la abstención pueda ser colocada en el registro del asesinato, el
motivo estructural para no hacer nacer debe ser el mismo motivo estructural que para no
matar, pues en la medida en que la vida es per se mortal, hacer nacer a alguien es ponerle
en el inexorable camino de su destrucción. Claro que hablamos de asesinato cuando se trata
34
105
35
106
36
107
formales lo que es de temer que prolifere, una vez destruido el principio de inviolabilidad de
la vida humana.
Por otro lado, creo que la asistencia a la muerte, el suicidio asistido, etc, son técnicas
que, en sociedades suficientemente avanzadas y liberadas de los prejuicios tradicionales,
deberían generalizarse para todas las personas que autónomamente decidieran usarlos, y no
solamente para los enfermos terminales. En el sentido estructural, todos somos enfermos
terminales y, en ese sentido, en condiciones de querer morir, en cualquier momento, para
evitar sufrimientos inútiles. Creo que daría más consuelo a muchas personas el saber que
pueden, en cualquier momento en que lo decidan, morir indoloramente y sin peligro,
simplemente para evitar los terrores de los últimos años de vida, sea que esa decisión sea
tomada a los 80 años o a los 23. Tal vez si esos mecanismos estuvieran perfectamente
disponibles, serían, de hecho, muy poco usados. Siendo que estamos bajo el signo de la
mortalidad del ser, y que muerte es lo único que tenemos, deberíamos tenerla más a
nuestro alcance, como un patrimonio (tal vez el único del que realmente disponemos)
accesible, como una puerta siempre tranquilizadoramente abierta.
37
108
¿GUERRAS JUSTAS?
(Conversación con Norberto Bobbio).
Claro que, desde el punto de vista de la ética negativa, toda y cualquier guerra, en la
medida en que se propone la supresión de personas, no tiene la menor posibilidad de ser
moralmente justificada. (Así como, para las morales afirmativas, suicidarse es el mayor de los
absurdos morales, cazar otros seres humanos como si fueran conejos es, para una ética
negativa, el mayor de los absurdos morales). En este punto, asumo el carácter primario de la
moralidad en el sentido más fuerte, y no introduzco ninguna calificación especial entre
guerras. (No hago, por ejemplo, distinciones entre “guerras de expansión”, “guerras de auto-
defensa”, etc). Las guerras, sin calificaciones, no pueden tener ninguna justificación moral.
De esto no se sigue que no debamos hacer esas distinciones, ni que podamos vivir sin entrar
en guerras. Sólo se quiere decir que nuestras vidas no pueden ser regidas exclusivamente por
categorías morales, si éstas continúan siendo afirmativas. Podemos ser seres morales y hacer
guerras, pero no ambas cosas a la vez.
Norberto Bobbio ha escrito mucho sobre guerra y paz. En su libro “El problema de la
guerra y las vías de la paz” (1979. Traducción española: Gedisa, 1982), él desarrolla una vía
argumentativa abiertamente en contra de la guerra en cuanto tal, sin dejar de examinar el
carácter problemático del pacifismo y la no-violencia. Él destaca allí que las habituales
justificaciones de la guerra han entrado en un total colapso delante de la dimensión que hoy
asumiría una guerra atómica de dimensión planetaria (edición española, 35). Declara que no le
gustaría asistir al espectáculo de bombas de 100 megatones, “no porque tenga miedo de
morir, sino porque tendría vergüenza de sobrevivir” (33). Él dice que, siendo el primer
38
109
objetivo de la guerra la victoria, en el caso de la guerra atómica, hoy posible gracias al gran
desarrollo armamentístico, es muy difícil, si no imposible, distinguir entre vencedores y
vencidos, delante de la amenaza concreta de la destrucción total del planeta (35). Aquí parece
valer un tipo de argumento claramente no moral (lo que Bobbio conecta con lo que llama el
“equilibrio del terror”, 41 y 43) para la continuación de la paz tensa en la que vive el mundo:
la simple imposibilidad de destruir rápidamente, y con pocas bajas, al adversario, que, por su
lado, piensa exactamente lo mismo.
Esto señala hacia el hecho de que los seres humanos mortales, acuciados por la
necesidad de su situación mortal, y plenamente convencidos de que son los otros los que le
impiden vivir plenamente, no están dispuestos a utilizar ningún tipo de categoría moral para
solucionar los conflictos, sino puros razonamientos estratégicos: si existe paz, es porque no es
posible hacer la guerra total y definitiva. La paz es, entonces, vista en términos de negocio
redituable, o de tregua hasta que la situación se torne más favorable a los propios intereses.
Sorprende ver cómo ninguna categoría moral es utilizada en este argumento (si es que se trata
de un argumento). Bobbio piensa que en el momento en que sea necesario, la guerra atómica
se desencadenará, en donde se mostrará que cada uno de los combatientes prefiere la
destrucción total antes que el ceder la victoria al enemigo. O sea, el “equilibrio del terror” no
será eterno.
Bobbio dirige buenos argumentos contra la idea tradicional de las “guerras justas”, un
concepto que, según él, ha entrado en crisis con la propia crisis del iusnaturalismo y su
separación entre moral y legal. Los principales argumentos aducidos a favor de “guerras
justas” (la defensa, el castigo, la reparación) asimilan la guerra a un procedimiento judicial
pero, según Bobbio, la guerra ofende características fundamentales de los procedimientos
judiciales, tales como la certeza y la imparcialidad (52/3). En el panorama actual, aun la
visión puramente “positiva” de la guerra, traducido en el llamado ius belli, ha sido
desquiciado por la posibilidad de guerras atómica. En efecto, los cuatro límites aducidos por
las “reglas de la guerra” (distinción entre beligerantes y no-beligerantes, individuación de los
objetivos militares, prohibición de uso de ciertas armas y delimitación de zonas de guerra) no
serán respetados por la guerra atómica, ella “(...) es incontrolada e incontrolable por el
derecho, como un terremoto o una tempestad” (60).
39
110
Bobbio piensa en las líneas de un “pacifismo activo”, que trate de reflexionar sobre
medios no violentos de obtener lo que en todos los tiempos se ha obtenido por la violencia,
pero viendo realista y pesimistamente que muchos de los bienes y valores de los que hoy
gozamos se han obtenido siempre a través de la violencia. Apuesta bastante en la creación de
organismos internacionales, como los que ya existen hoy pero perfeccionados, para limitar la
auto-suficiencia de los estados particulares y servir de árbitros internacionales en caso de
disputas entre naciones. Cree que, llegado el momento actual, en donde la guerra se ha
tornado incontrolable, los hombres deberían direccionar todas sus acciones a suprimirla. Pero
aunque este objetivo es simple, las estrategias a ser seguidas son muy diversas y no hay
señales expresivas de que estemos en el buen camino: “Veo a mi alrededor sólo pequeños
grupos de hombres que se han liberado al fin de los mitos ancestrales de la fecundidad de la
violencia y de la regeneración a través de la sangre. La ética de los políticos es aún la ética
del poder” (93).
40
111
para restablecer el orden...”. Según Bobbio, “no se puede permanecer pasivo delante de una
agresión”.
Creo que este tipo de afirmaciones puede tener pleno sentido solamente fuera del
ámbito de la moralidad. La expresión “guerra justa” es, desde el punto de vista ético, tan
absurda como “cuadrado redondo”, aun cuando no se niegue que una guerra pueda ser
“legal”: si “justo” y “justicia” son utilizadas legalmente, lo que dice Bobbio puede ser
perfectamente sustentable, en la medida en que se observe, pura y simplemente, cuáles son las
leyes vigentes. Por más que las condenemos, son las leyes que están en vigor, y allí acaba la
cuestión. Pero la moralidad no es algo que se reduzca al plano de lo legalmente permisible.
El primer problema que yo veo aquí es que en los motivos que Bobbio menciona para
justificar una guerra (“restablecer el estado de derecho”, “sancionar”, “derecho de reaccionar
delante de una agresión”), se proporciona algo así como un motivo permanente e interminable
de conflictos, en la estricta medida (y éste es casi un problema lógico) en que la otra parte
envuelta en el conflicto puede reproducirlas fácilmente también en su propio beneficio: la otra
parte puede ver (¡y es eso lo que de hecho ocurre!) esa cuestión del “estado de derecho” de
otra manera completamente diferente, o no ver la situación mundial en esos términos en
absoluto; puede pensar, por otro lado, que son los países occidentales (especialmente los EU)
los que deben ser “sancionados” o “castigados”, y que son los occidentales quienes primero
agredieron (por ejemplo, a través de políticas económicas crueles y discriminatorias) siendo,
por lo tanto, legítimo “defenderse contra ellos”. En el reciente conflicto con los musulmanes,
después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, se vio, inclusive, cómo este conflicto de
interpretaciones era colocado en términos claramente morales: mientras los americanos
hablaban de una guerra “del bien contra el mal”, y el presidente George Bush hablaba de Bin
Laden como de “un hombre malo”, la otra parte declaraba a los EEUU como “hijos del
demonio”, que debían ser aplastados para salvar al mundo de la impiedad.
Claro que es simple para occidentales declarar que los musulmanes están equivocados,
que son fanáticos y peligrosos, que representan la barbarie y que, por consiguiente, pueden
legalmente (y moralmente) ser combatidos y destruidos. Un filósofo, sin embargo, no debería
embanderarse de una manera tan acrítica y sumaria (a pesar de que, muchas veces, se pide del
filósofo que haga eso, que “tome posición”, en lugar de quedarse siempre “encima del
41
112
muro”), sino tratar de entender lo que está pasando. El entendimiento de la otridad del otro es
absolutamente fundamental en cualquier reflexión moral. Y debe ser significativo para un
filósofo sensible el hecho de que las dos partes de un conflicto, que están constituidas (por
más increíble que esto sea para los dos lados) por seres humanos (con la misma estructura
ontológica, o sea, con el mismo des-valor), aleguen argumentos parecidos, infinitamente
reproducibles, contra la otra parte. No creo que sea posible solucionar filosóficamente una
cuestión mediante una simple “toma de posición” (al contrario, ésa puede ser una forma de
NO solucionarla filosóficamente).
En cierto sentido muy riguroso, podría decirse que aun cuando, en algún punto del
desarrollo de la humanidad, no hubieran ya más guerras, todos los seres humanos asesinados
y masacrados en guerras anteriores prohibirían, para la eternidad, declarar que el estado actual
deba considerarse genuinamente moral, dada la naturaleza de los procedimientos que llevaron
a aquel estado. (Diferente del caso de vidas suicidas, como la de Gandhi, personas que
aceptaron dar sus vidas para la creación de un estado moral. Pero estamos hablando de matar
y de asesinato, no de suicidio, ni siquiera de suicidio indirecto). Los pueblos y personas
pueden ser castigados por desobedecer pactos firmados anteriormente. Éstos no son
compromisos morales, pues nada moral es algo cuya trasgresión pueda ser castigada.
42
113
Digamos que el respeto por los tratados vigentes sea parte del juego mortal de la guerra, y
dejemos a las categorías morales en paz.
Si los tres presentados por Bobbio son los principales motivos aducidos para entrar en
una “guerra justa”, entonces el estado de guerra se tornará interminable, puesto que la única
manera de ganar una discusión en la que ninguna de las partes está dispuesta a ver lo que
realmente está ocurriendo y entender la raíz del conflicto, en lugar de ver exclusivamente los
propios intereses y transformando en “monstruosa” a la parte adversaria, entonces este
proceso debe necesariamente conducir a la siempre renovada tentativa de destrucción de la
otra parte. En la medida en que esta destrucción no sea posible, o en la medida en que eso
genere nuevos y nuevos conflictos sobre las mismas bases, está asegurado para nuestro
pequeño planeta el Estado de Guerra Permanente, que ya lo ha caracterizado a través de toda
su sangrienta historia. De esta manera, las categorías de Bobbio (que son ampliamente
compartidas en nuestras sociedades afirmativas) son categorías estimuladoras del conflicto
permanente, sin ninguna señal de caminarse en el sentido de la comprensión moral del
fenómeno de la guerra, y de su definitiva erradicación de la faz de la tierra, que es lo único
que moralmente es legítimo desear.
La segunda parte de las afirmaciones de Bobbio pertenecen a lo que antes he llamado
“moralidad secundaria”, típica de las morales afirmativas vigentes. La posición afirmativa
predominante respecto de guerras es que el enemigo debe ser exterminado en beneficio del
bien y la civilización. No obstante eso, que se presenta como verdad incuestionable, se deben
introducir “reglas” en la guerra, para que ella, en la extraordinaria expresión de Bobbio, “no
se transforme en catástrofe”, de lo que se infiere que, para él, Vietnam, Kuwait y, más
recientemente, Bagdad, no son ya catástrofes. Siguiendo sus propias reglas, la guerra debe
mantenerse, pues, dentro de la “eficacia” y la “utilidad”. Estas reglas comprenden cosas
como: (a) No usar ciertos tipos de armas (por ejemplo, biológicas), (b) No bombardear
poblaciones civiles ni, en general, atacar a no combatientes; (b) En el caso de combatientes,
tratarlos bien si son hechos prisioneros (no torturarlos, etc). Es casi cómico señalar hacia el
carácter grotescamente secundario de estas reglas, si se pretende que sean algo como reglas
morales (¿será que alguien aún lo pretende?): lo moral consiste en no usar armas, no en no
usar armas biológicas; en no bombardear, no en no bombardear poblaciones civiles; en no
hacer prisioneros, y no en “tratarlos bien”.
43
114
Es imposible ser moral con personas a las que estoy bombardeando o con personas
que son mis prisioneros. La moral hace mucho tiempo que dejó de ser útil para describir esas
situaciones, no digamos ya para ponderarlas normativamente. Introducir reglas en la guerra
es como introducirlas en un juego, para mejor organizarlo y poder saber quién gana y quién
pierde (Hay, por ejemplo, cálculos objetivos de bajas para determinar quién ha ganado una
guerra), pero la introducción de reglas en actividades humanas, cualesquiera que sean, no
introduce en ellas la moralidad. Que sea “mejor” que civiles no sean bombardeados o
prisioneros maltratados, no puede jamás constituir una ponderación moral, ya que la esfera
moral ha sido ya básicamente agredida, y sólo puede ser convocada en términos secundarios,
lo que es siempre posible, inclusive entre delincuentes (también entre bandidos hay reglas de
buen comportamiento, y hasta de honor).
Pero lo más grave es que las dos partes de lo que Bobbio afirma pueden (y deben,
creo yo) entrar en mutua contradicción: me refiero a la afirmación de que hay motivos legales
y morales para entrar en una guerra, pero, por otro lado, que la guerra debe sujetarse a reglas.
Si lo que realmente interesa a los países “civilizados” es “restablecer el orden”, “acabar con
las agresiones” y “sancionar”, para alcanzar estos nobles fines todos los medios se tornarán
eficaces y recomendables, especialmente cuando la guerra llegue a su mayor auge de conflicto
y de violencia, y cuando la presión nacional o internacional sea muy fuerte. Será imposible,
en la medida en que los fines sean mantenidos sin ninguna concesión a la otra parte, impedir
que los procedimientos no contemplados por las reglas de la “buena guerra” salgan de cauce y
entren en lo que flemáticamente Bobbio llama “estado de catástrofe”. No habrá manera de
mantener la guerra dentro de sus civilizadas reglas en la medida en que los fines se tornen
importantes e irrenunciables: si se trata de librar al mundo de la amenaza de Hitler, y se ve
que la única manera es bombardear también poblaciones civiles y torturar a prisioneros
alemanes, ¿por ventura eso no será hecho? Cuando la guerra comienza, en la medida en que
ella sea conducida por ideales irrenunciables, es absolutamente imposible mantenerla dentro
del dominio de “reglas”. Es mejor decir que el ataque contra Hitler fue una necesidad política
y social, entendida contingentemente de una cierta manera (que no es necesariamente la
verdad absoluta, ni precisa serlo), necesidad que debió conducirse fuera de los límites de la
moralidad, en un “vale todo” justificado por los fines en los que una gran parte del mundo
creía en esa época. La moralidad no tiene nada que hacer aquí. Dejar a la moralidad para los
44
115
tiempos de paz. En caso de conflictos graves, las categorías morales no sirven para nada. Su
uso a ultranza sólo puede despertar la ironía o el horror.
45
116
lugar malo. Parece que también puede ser un lugar inmoral” (Id, cap. 7, pág. 122/3, de la
versión española).
46
117
la violencia fuera del campo de la ética. Si la moral se mantiene afirmativa, si cada parte
quiere vivir, no está dispuesta a morir (lo que parece la formulación misma de la guerra, en las
palabras de Bobbio: “muerte tuya, vida mía”), entonces la aplicación de la moralidad
afirmativa en conflictos bélicos es imposible. Esto debe ser una señal no para tratar de meter a
la violencia dentro de la moralidad, sino de negativizar la moral, haciéndola radicalmente no-
violenta y, consecuentemente, suicida, en la dirección de las diversas militancias negativas
desarrolladas a lo largo de la historia. Esto no es, ciertamente, la solución de los conflictos
bélicos internacionales, ni la formulación de propuestas políticas eficaces, sino, pura y
simplemente, la resolución estrictamente moral de los conflictos en otra relación con la
muerte.
Esto parece inaceptablemente “abstracto” para las éticas politizadas afirmativas hoy
vigentes, de manera que, abandonando el proyecto de negativización de la moral, sólo resta el
camino de la violencia a través de la cual se obtienen los grandes logros de las sociedades
afirmativas, sin que se vea una salida para la situación. Sólo podemos ser morales si estamos
dispuestos a morir por la moralidad. Si pretendemos continuar vivos, es el otro el que tiene
que morir, y el camino de la violencia está asegurada por siglos. Los aparentes “terceros”, los
tribunales anónimos e impersonales que dirimirían los conflictos entre partes en un nivel
“superior”, no son otra cosa que otras estructuras de poder que interactúan con los otros (de
manera semejante a cómo los problemas de la filosofía del lenguaje no se solucionan
apelando para “metalenguajes” que, como Wittgenstein proclamaba, no eran otra cosa que
lenguajes como los otros). No hay, en este sentido, solución “meta-lingüística” para los
conflictos humanos, porque estos niveles “superiores” pasan a interactuar violentamente con
el resto de los elementos involucrados (lo que ya se deja ver cuando muchos países preguntan
de dónde la ONU y los otros organismos internacionales obtienen el poder de fiscalizar y
arbitrar conflictos).
47
118
El absurdo de la guerra, si fuera superable, sólo podría serlo por el absurdo que la (así
llamada) “pena de muerte”. Pues, ¿quién somos nosotros para arrogarnos el inmenso poder de
“condenar a muerte” a otro ser humano? (No tan sólo de matarlo en una guerra cuando nos
amenaza, sino en condenarlo fríamente a morir sin que nos amenace directamente). ¿En qué
podría basarse ese presunto derecho? Las otras excepciones al imperativo de no matar,
basadas en “legítima defensa” y en la influencia de factores emocionales, aún son atendibles,
al menos racionalmente, como motivos fuertemente vinculados a una situación vital
determinada, a un acontecimiento con poder demoledor. La tremenda fuerza de esas
situaciones puede hacer que se olvide la igualdad negativa estructural entre seres humanos, en
la urgencia de la reivindicación de los propios intereses amenazados. La “pena de muerte”,
por el contrario, es el frío dictamen de la falta de dignidad de un ser humano para continuar
vivo, y la administración calculada y competente de cada uno de los pasos que llevará a su
ejecución. No se podría alegar aquí un olvido situacional de la igualdad estructural, sino que
se muestra allí la explícita administración de una desigualdad moralmente injustificable. La
“pena de muerte” es ético-negativamente injustificable sobre las mismas bases que las otras
presuntas excepciones al imperativo de no matar, pero con el agravante de que tampoco es
racionalmente defendible en base a la situación del acontecimiento heterocida, puesto que la
“pena de muerte” se cumple sistemáticamente fuera de la situación que la ha “motivado”.
48
119
burocrática funcional y efectiva. La totalidad de los argumentos que tal vez podían servir, en
parte, para los otros casos, se tornan aquí inviables. Las razones van debilitándose más y más
desde la “legítima defensa” de individuos a la “legítima defensa” de naciones, pasando por las
“guerras justas” de Bobbio y perdiéndose totalmente en las penumbras de la “pena de
muerte”. En este trayecto, vamos de lo menos absurdo a lo totalmente absurdo. En el polo
extremo, la “pena de muerte” debe ser moral y racionalmente injustificable.
49
120
fueron heridos en sus infancias y juventudes por las desconsideraciones de sus padres. La
actitud negativa no acentúa el “merecimiento” intramundano que el delincuente tenga o no
delante de la consideración que se le dispensa, y es plenamente consciente de que, en la
mayor parte de los casos, tal merecimiento intramundano está perfectamente ausente, sin que
nada de eso cambie el motivo estructural de la consideración. No existe ningún ser humano
que sea capaz de “juzgar” comportamientos de tal manera que el resultado de su juicio sea la
muerte de los involucrados. Si fuéramos a considerar todos los elementos, somos todos
inocentes. Pero eso es la mirada de Dios. Los hombres deben hacer articulaciones, leyes y
organizar la convivencia de algún modo.
50
121
irremediabilidad de un posible error, o sea, que una vez que hemos matado al reo, y nos
damos cuenta de que era inocente, no hay reparación. El texto de TB está, por otro lado,
literalmente atravesado por la falacia ad misericordiam, al utilizar el asesinato de niños
pequeños como recurso de efecto: “Si alguien degüella a un niño de, digamos, tres años, lo
más injusto que puede hacerse es dejar al asesino con vida” (40) (Ver 38). Pero dejando eso
de lado, yo creo que él rebate bien (3) y (4) como siendo argumentos no morales en absoluto,
sino jurídicos. Me interesan, pues, (1) y (2). Pero vamos por partes:
Respecto del argumento (1), para mí, como se sabe, la vida humana no solamente no
es “sagrada” en ningún sentido, ni religioso ni laico, del término, sino que ni siquiera admito
que exista ni pueda existir un tal “valor”. Yo baso la inviolabilidad de la vida (incluso la de un
asesino) no en un supuesto valor, sino, precisamente, en la falta de valor que nos iguala
estructuralmente a todos. Precisamente, el desvalor fundamental torna a la vida humana
inviolable, porque indica que nadie tiene derecho estructuralmente basado de eliminarlo; los
que condenan no tienen más valor estructural que los condenados. Esto es profundamente
subversivo e irritante en nuestras sociedades afirmativas, fuertemente basadas en la
reivindicación, la venganza, el castigo, la culpa, el canje, la compensación, y otros términos
económicos e hipotecarios. La pregunta que Tomassini Bassols (TB) nunca se hace es: ¿quién
es el que condena a muerte? Él sólo apunta hacia la degradación del que ha matado perdiendo
así su humanidad, pero nunca hacia el proceso de transformación de quien condena a muerte
o mata. ¿Quién es la persona moral que se arroga el derecho de eliminar a otros seres
humanos?
TB considera que es algo como “la sociedad”. Pero parece que esta entidad no va a ser
nunca sometida a crítica. ¿Su presumida “justicia” está fuera de toda sospecha? ¿Es
simplemente la administración pura e imparcial de un castigo “merecido”? ¿No está “la
sociedad” afectada por el inconsciente, las ideologías, el afecto sado-masoquista, la
reivindicación primaria, la crueldad y el disimulo del poder absoluto? Las relaciones de
captura, juicio y punición están cargadas de todo el extrañamiento, el odio, el temor, la
vergüenza y la crueldad de cualquier otra relación humana. No hay nunca una ponderación
objetiva, impersonal y anónima cuando se trata de la vida y la muerte de otras personas. La
igualación estructural entre la víctima y el verdugo (un tema schopenhauereano, sobre otras
51
122
Pensemos en Cristo, una de las figuras señeras de las sociedades afirmativas. Dejando
de lado que a Cristo le interesaba más andar con ladrones y prostitutas que con doctores, él
mismo fue un condenado a muerte, y tuvo la muerte de un bandido pues lo que él hacía era
repudiado por “la sociedad” de su tiempo. Para Cristo, no había diferencias entre vidas
humanas, y él mismo fue un docto y un bandido, vivió como predicador culto y murió como
bandido al lado de bandidos. Pero los doctos de hoy (como TB) ven como imposible que
puedan transformarse alguna vez en bandidos. Eso, no obstante, sucede (recordar el caso de
Althousser, de renovador del marxismo a asesino de su mujer). En realidad, cualquiera de
nosotros, por estar siempre expuestos a pasiones y afectos, está sujeto a cometer un acto
pasible de castigo y de pena de muerte. El asesino que juzgamos tan duramente no es un
extraño que nada tenga que ver con nosotros, como si tuviera alguna otra “naturaleza”. Las
emociones, la frustración, el acoso del dolor, el amor que tenemos por algunas personas, la
enfermedad, el antagonismo, etc, pueden llevarnos a matar de la manera que nos haría
“merecedores” de la pena de muerte.
52
123
Es ininteligible (y tal vez cínico) alegar que aun así se le respeta “en su humanidad”.
Es un malabarismo semántico-pragmático decir: “No lo estamos matando en cuanto X, sino
en cuanto Y”, puesto que, en el acto de morir, es un solo cuerpo y una sola persona lo que
suprimimos. No hay ninguna otra que vaya a sobrevivir al acto del “ajusticiamiento”. Es un
argumento que ningún condenado a muerte podrá jamás entender, a no ser en el registro del
cinismo: “Lo estamos matando, pero no a usted, sino a la dimensión de usted que ha perdido
la humanidad y que se ha tornado, por ende, suprimible”. Es cierto que el asesino se ha, en
cierto modo, “degradado” al asesinar, pero no ha perdido por eso su humanidad, o sea, su
mortalidad, al contrario, la ha manifestado de un modo terrible. Los que condenan a muerte
dan a su propia mortalidad (y a través de ellos a la mortalidad de la propia “sociedad” que
juzga, condena a muerte y mata) un sesgo de reivindicación no menos “degradante” que el
asesinato que están juzgando. Si hemos de entrar en el mérito de esa reivindicación, en ese
juego de espejos de degradaciones mutuas, es mejor no analizar esas situaciones con
categorías morales, porque ellas, estrictamente seguidas, deben llevar a la total simetría, una
simetría garantizada no por ningún “valor sagrado” sino precisamente por lo contrario, por la
mortalidad, la fragilidad y el desamparo.
El argumento de TB contra la inocencia causal (el argumento (2)) linda con la vileza
(y con un uso vil de Wittgenstein). Él dice que aun cuando sea verdadero que existieron
causas que llevaron X a asesinar a Y (aquí es bueno suponer que Y sea un niño pequeñito,
frágil y gracioso, para ayudar a despertar la misericordia y la ira), lo que el juez, representante
de “la sociedad” va a juzgar son los motivos que llevaron a la acción, y no las causas. (Se sabe
que Wittgenstein tematizó esta diferencia). Las causas psicológicas o sociales son, según TB,
perfectamente irrelevantes para juzgar la acción con justicia, y él las llama “consideraciones
extra-jurídicas”: “Lo que el abogado juzga son las acciones individuales y su racionalidad
desde la perspectiva de las leyes, no desde la perspectiva de sus causas (...) y asumo
dogmáticamente que no se puede simultáneamente ocupar dos puntos de vista diferentes, el
de médico y el de abogado” (25). Así, si delante de la pregunta: ¿Por qué mataron a toda la
familia X? (el tema del libro de Truman Capote, A Sangre fría), la respuesta puede ser doble:
“Porque queríamos robarles, creíamos que tenían dinero guardado, y lo necesitábamos, y no
53
124
queríamos dejar testigos que nos reconocieran”. O bien: “Porque fuimos humillados y
maltratados por nuestros padres, y crecimos viendo cosas horribles, que nos llevaron a
despreciar la vida humana y a querer vengarnos de lo que nos hicieron”. Lo primero es un
motivo, lo segundo, una causa, y lo que el juez juzga es, según TB, lo primero, no lo segundo,
siendo imposible hacer las dos cosas al mismo tiempo, juzgar causas y motivos.
Cuando TB, después de tratar de desactivar los usuales argumentos contra la pena de
muerte, pasa a argumentar a favor de la misma, se hace patente cómo él no mantiene ninguna
actitud crítica respecto a quien condena a muerte (“la sociedad”) (34). Él cree en la
“impersonalidad” de la ley, no ve sus elementos de violencia, ni el hecho de que quien
condena a muerte no tiene ningún mérito para eso (mérito estructuralmente imposible) sino
tan sólo el poder para ejercerlo. TB habla inescrupulosamente de leyes, crímenes y castigos,
dentro de un “balance” de premios y castigos, perfectamente reconciliado con una sociedad
justa, transparente e impersonal. Él llega a considerar el enunciado “El crimen debe ser
castigado” como una tautología (no es la primera vez en la historia que la ética pide auxilio a
la lógica para consolidarse, Kant ya quería que el imperativo categórico tuviera rasgos de
54
125
analiticidad formal). Pero nunca se pregunta si el enunciado: “El crimen de un hombre debe
ser castigado con la muerte por otro hombre” es o no una tautología. Si hubiera fuerzas
parejas, todos los hombres condenarían a muerte a sus antagonistas. Ninguna agresión, ni la
del asesino ni la de los jueces, puede ser generalizada, salvo por convenciones intramundanas
apoyadas por el poder.
TB utiliza la filosofía del lenguaje para embutir la “justicia humana” en los hechos.
Habla de que la pena debe ser “equivalente” al crimen, sin ver eso, precisamente, como
moralmente condenable, que la pena reproduzca equivalentemente el crimen que se está
condenando. En el momento de salir fuera de la moralidad, al practicar la desconsideración
injustificable en términos estructurales, el asesino ha hecho algo absolutamente irreparable en
cualquier plano que no sea puramente simbólico o ritual. El interés del asesino era el de
suprimir a esa persona y, presumiblemente, el no ser descubierto por haberlo hecho, ni, por
ende, castigado. Al prenderle, vamos en contra de sus intereses, pero no lo desconsideramos
porque siempre podemos decir, racionalmente, que estamos simplemente tratando de
defendernos de él porque se ha tornado peligroso. Esto, en sí, no es una argumentación moral,
sino pragmático-jurídica, plenamente justificada. El problema surge cuando se condena a
muerte a esa persona. Esto no puede racionalmente alegarse como la manera necesaria de
neutralizar el peligro que, de hecho, representa el ser humano que ya ha matado a otra
persona, y se ha mostrado como desconsiderado de una manera que no podemos ignorar. El
condenarle a muerte se pone literalmente (no simbólicamente) en el plano en el que la acción
homicida ha acontecido, como si fuera su continuación natural (o la “equivalencia” de la que
habla TB). No hay aquí ningún argumento estrictamente moral, que no esté ya teñido por
elementos jurídicos, que se pueda presentar para distinguir estructuralmente las dos acciones.
Y es, ciertamente, mágico, pensar que la irreparabilidad de un acto pueda ser colocada como
equivalente a la irreparabilidad de otro acto, como si sus estructuras de desconsideración
pudieran ser apareadas de algún modo.
55
126
No es lo que los hombres hacen lo que los torna inviolables, sino lo que ellos SON, o
sea, paradójicamente, aquello que los determina como no teniendo ningún valor intrínseco,
por no tener ningún otro valor que el que ellos sean capaces de construir en el intramundo. Al
contrario, sus acciones pueden intramundanamente estar cargadas de mucho valor, y, no
56
127
obstante eso, sus agentes pueden no ser inviolables en virtud de ellas, puesto que las acciones
diferencian a los hombres, en lugar de igualarlos.
57
128
pena de ser vivida” (37), podrían ser casos de elecciones afectivas compulsivas, que nada
tienen que ver con posibles argumentos en favor del desvalor de la vida humana (y puedo
suponer que la inmensa mayoría de los suicidios nada tienen que ver con argumentos). Por el
contrario, quien se suicida, sobre todo si se entiende suicidio en el sentido amplio expuesto en
mi artículo “Dussel y el suicidio”, puede estar manifestando, en el plano intramundano, que la
vida tiene valor y que, por consiguiente, es bueno morir en función del mismo.
No sé hasta qué punto este argumento usual se vincula con la línea de argumento de
William James, pero este argumento me preocupa. Yo no veo por qué, para evaluar algo, debo
hacerlo contra-positivamente, salvo en el sentido trivial de que ubicamos lo que evaluamos
dentro de un universo de situaciones contrafactuales. Así, puedo ver el dolor en nuestro
mundo en referencia a mundos en donde habría menos dolor o ningún dolor. Critico este
mundo con dolor porque puedo concebir uno en donde el dolor no está presente. Pero eso no
torna menos desvalioso este mundo. Puedo decir: este mundo no tiene valor porque tiene el
dolor que podría no existir (en otro mundo). Decir que un mundo no es valioso en referencia a
otro que lo sería más, no es quitarle al primero ni un ápice de su desvalor. Su desvalor es
relativo, pero perfectamente sostenible. Que su desvalor sea relativo no le quita nada de su
realidad. Yo sé que este mundo es malo porque tiene sufrimiento y dolor (causantes de
inhabilitación moral), y éstos son vividos puntualmente, intensivamente, sin necesitar de
comparaciones en su factor de impacto y padecimiento. Al dolor lo sufro puntualmente, y no
en cuanto lo comparo con otro dolor menor, o con el no-dolor, extensivamente. El impacto del
59
130
dolor, que es lo relevante para evaluar el valor de la vida, es algo que se experimenta sin
necesitar de comparaciones, sé puntualmente que es malo padecerlo, sin que su padecimiento
dependa de comparaciones. Así, puedo perfectamente decir que este mundo es malo porque lo
sufro como malo, y no porque lo compare con un mundo mejor. (No es el pensamiento de un
mundo mejor en donde el dolor no existiera, lo que me hace sufrir, sino el dolor mismo, que
existe aquí y ahora sea que exista o que no exista un mundo mejor, sin dolor, etc).
El pensar que el dolor es extensivo es lo que está contenido en frases como: “Con estas
medidas habrá menos accidentes automovilísticos”, como si eso fuera una gran cosa. A la
persona que ha perdido a su ser más querido en un accidente automovilístico le será
totalmente irrelevante que esa muerte sea una de seis, una de veinte o una de cien muertes por
año. El sufrimiento es siempre intensivo, y no va a disminuir por consideraciones extensivas.
AQUELLA muerte será la misma, vivida con el mismo dolor insoportable, con independencia
de estadísticas. Así, puedo ser pesimista sin comparar este mundo con uno mejor,
apoyándome en la puntualidad intensiva del dolor que me hace sufrir ESTE mundo en su
propio ser como siendo malo. (Cuando lo sufro, cuando lo padezco, no tengo tiempo
extensivo para saber fríamente “cuán malo es”, si lo comparo con algún otro mundo). En
segundo lugar, es aún más inaceptable decir que esos mundos contrafactuales en medio de los
cuales ubicamos el nuestro cuando lo evaluamos, serían mundos que responden a un anhelo
de tipo religioso. ¿Será que nuestro mundo es así tan, tan, tan malo, que el simple desear
vernos libre del dolor se torna de inmediato en un inalcanzable ideal religioso? ¿Es eso pedir
tanto? ¿Debemos concebir un mundo sin dolor como un sublime mundo sobrenatural? ¿Y no
prueba eso cómo es malo nuestro mundo, el hecho de que pedir lo mínimo para poder
conducir nuestras pobres vidas hasta su fin se torna un desmesurado anhelo religioso? Querer
escapar del dolor no es querer abrazar a Dios, aquí se hace un salto injustificable. (No
necesito idealizar un “mundo espiritual” para saber que el mundo puramente natural me hace
sufrir).
60
131
imposibilitados de vivir el dolor como lo viven los animales. (Por aquí van mis respuestas a
demandas vitalistas tipo James o Nietzsche. Los hombres estamos en una situación más difícil
de lo que ellos imaginan). Según James, la melancolía proviene del hartazgo, más que del
dolor: “The sovereign source of melancholy es repletion. Need and struggle are what excite
and inspire us; our hour of triumph is what brings the void” (47). Es cierto que el movimiento
de la vida, en cuanto dura, mantiene a la vida funcionando, mientras que el pensamiento, que
es una parada para reflexionar, puede mejor conducirnos al vacío, a la visualización del
hartazgo, del vaivén cansador de la vida.
Aquí comienza a perfilarse el vitalismo de James, con el que puedo concordar, pero
que no rebate ninguno de mis argumentos sobre la falta de valor estructural de la vida
humana. El vitalismo es una alternativa a la vida pensante, y no otra manera de pensar. Sólo la
vida defiende a la vida, y no argumentos. El apuntar hacia la autosuficiencia de la vida no es
un argumento, sino, si se quiere, el fin de los argumentos. James pretende demostrar que la
vida es digna de ser vivida “a pesar de todo”, pero eso no es una demostración, sino la
descripción de lo que la vida hace, o sea, marchar sin argumentos, o contra ellos. Aun cuando
los enormes sufrimientos de algunos (p. 49) puedan hacernos valorizar nuestra propia vida, el
saldo racional final es de mucho dolor (con la consecuente inhabilitación moral), lo que
racionalmente debería llevar a no desear vivir, a ver claramente que “no vale la pena”. El vivir
“a pesar de todo” (o “con el pesar del todo”) no puede ser racional, no es racional aceptar
vivir con dolor, se trata de una aceptación vital, emocional, una adhesión animal, no basada en
argumentos, por lo menos en los mismos que usamos en las otras cuestiones.
61
132
que nuestra natural razón humana no acepta, ¿no hay una contradicción irresoluble entre las
tendencias a sobrevivir y lo que la racionalidad revela? Creo que, en el nivel humano, hay una
opción, no un determinismo biológico: dado el hecho natural de la razón, creencias optimistas
o pesimistas son una opción, y la propia sobrevivencia se ha tornado, en el nivel humano, en
una opción, después de ser una fatalidad en las especies anteriores.
Por eso, me aparto del “argumento” de James según el cual habría algo como una
tendencia natural hacia las creencias preservadoras de la vida, que la transformarían en “digna
de ser vivida”. Las religiones son opciones de sobrevivencia, a mi ver (como en el de Freud)
muy dudosas en su bárbara eficacia. No creo que el simple uso de nuestra razón natural nos
lleve a una forma de vida “científica”, para la cual sólo la ciencia proporciona verdades (54,
56). Puedo ser escéptico y distante respecto de la ciencia (como yo lo soy), sin querer
renunciar al uso de la simple razón, aquella que uso en la vida cotidiana. El argumento
vitalista no me convence porque la vida se tornó algo especial en el nivel humano. El
argumento de James me parece una imposible tentativa de pacto entre el reino animal y el
reino divino: que el mundo físico es insuficiente, y debe existir también un orden espiritual,
sería algo como una creencia naturalmente incrustada en el ser humano, y que tornaría su vida
“digna de vivirse” (“It is a fact of human nature”). Por lo menos un tipo particular de hombres
(o de ciertos “temperamentos”) serían capaces de dar a la vida este tipo de valor.
62
133
Hay siempre que distinguir el problema del valor de la vida del problema del sentido
de la vida. Soy particularmente insensible a este último “problema” (el problema del
“absurdo”, del “sin-sentido” de nuestra vida) que me parece de corte típicamente religioso.
Preguntar por el “sentido” de la vida me parece pedir por un télos, por una finalidad del
mundo, por alguna providencia, un camino ya trazado, o un derrotero puesto por alguien (o
por Alguien). El “sin-sentido” de la vida humana, en esta acepción religiosa, no me parece
ninguna tragedia, sino, por el contrario, algo apreciable, algo que nos invita a la creación de
sentidos para lo que no tiene ninguno. Se trata de un “buen absurdo”. El problema, para mí, es
el dolor, el sufrimiento, que yo relaciono con la cuestión del valor de la vida, y no con su
“sentido”. Yo no digo: “una vida con dolor no tiene ningún sentido”, sino: “Una vida con
dolor es desagradable, mala, indigna de ser vivida”. Es su falta de valor lo que me importa, no
su presunta “falta de sentido”. Si no hubiera dolor, podríamos vivir alegremente nuestro
absurdo. Pero es la mortalidad, la terminalidad de ese absurdo (de ese sin-sentido) lo que es
terrible. Vivir ese sublime absurdo bajo nuestro control (sin padecer), tendría, sí, un valor. El
“sentido” no vendría con la inmortalidad indolora, tan sólo sería un sin-sentido que se
perpetuaría indefinidamente. Pero la inmortalidad indolora podría darnos algunas chances de
encontrar un valor para la vida (a pesar de que también abriría nuevas posibilidades de
desvalor). En su texto “Filosofía de la Existencia. La muerte, el sentido de la vida y otros
ensayos” (Veracruzana, México, 1997, pp. 11-12), Ariel Campirán salta muchas veces del
problema del sentido al problema del valor de la vida.
63
134
5
Así lo declara explícitamente el protagonista del documental “El equilibrista”, sobre un grupo de artistas que
invadió las dos torres del World Trade Center, antes de que fuera destruidas, para caminar por un alambre
tendido entre ambas torres.
64
135
trata de un valor “deportivo”, que se mide en relación a los riesgos que corremos, y de los que
conseguimos “salvar” nuestras vidas con suceso, pudiendo haberla perdido.
Un presunto “valor” de la vida no forma parte del juego. Al contrario, tal vez la
arriesguemos en juegos y deportes (muchos dicen que la vida es un juego, y que hay que
jugar) porque percibimos y sentimos que no tiene mucho valor, que es mejor no esperar a que
se consume, y que arriesgarse a perderla heroicamente, en uno de los codos del riesgo, es
mucho más interesante. Cuando nos agarramos a una tabla de salvación, no la consideramos,
por eso, valiosa, sino tan sólo importante para sobrevivir. No la valorizamos, sólo la
necesitamos. Podemos odiar, despreciar, desvalorizar aquello que necesitamos. Que nos
agarremos férreamente a algo no implica, por sí mismo, ninguna valorización. Que nos
agarremos a la vida no implica aceptar ningún valor de ella. Es esto lo que llamo un recurso
de sobrevivencia.
El inmenso valor que damos a la vida de ciertas personas (por ejemplo, los padres de
clase media y alta a sus hijos) es intramundanamente construido, y es fuertísimo; el riesgo de
sobrevivencia de esas personas amadas se vive de manera terriblemente aguda, y en el
constante temer por ellos les damos más y más “valor” intramundano. Tejemos nuestras vidas
con las vidas de esas otras personas y, por consiguiente, ellas se tornan inmensamente
“valiosas” para nosotros. Eso no lleva a admitir ningún valor de ellos, en el sentido de que
ellos son existencias dolorosas e inhabilitadas, como la nuestra. Diferentes desvalores se dan
valor unos a otros. Todas esas vidas, aun las vidas de los que más amamos, están
estructuralmente afectadas por la radical falta de valor de una vida dolorosa y moralmente
inhabilitada. Así, pues, nuestras vidas son curiosas entidades super-valorizadas en el
intramundo, pero que carecen de valor estructural. ¿Cómo se ubica la cuestión del “miedo a la
muerte” aquí?
A primera vista, el miedo sería miedo a perder los bienes intramundanos de la vida.
Evidentemente, a una super-valorización del intramundo puede corresponder un gran miedo
de perder todo eso, o de imaginar todos esos bienes existiendo sin nosotros. Padecemos aquí
(y ésta es la gran tortura de los ricos y poderosos) el terrible tormento de perder todos nuestros
bienes, acumulados en tantos y tantos años, en un solo minuto. El argumento de que la muerte
es mala y digna de ser temida porque la vida es algo bueno, sólo puede tener un sentido
intramundano, queriendo decir que la muerte nos arrebata los bienes que conseguimos
acumular, ya que no existe ningún valor estructural que la muerte pueda arrebatarnos. Así, a
65
136
66
137
vinculación interna que las torna inseparables. Mientras que MP es simplemente el cesar de
un ser vivo en algún momento, después que éste existió durante algún tiempo, la ME es algo
que desde siempre se desencadenó a partir de nuestro nacimiento, y que consuma algo que
surgió en aquel momento, sin que presente ninguna novedad. Así, como se trató de mostrar,
vida y muerte son la misma cosa, si muerte se entiende como ME.
67
138
soportando la estructura mortal de nuestro ser. No tememos a la muerte porque nos arrebate
alguna cosa estructural (¿y qué podría arrebatarnos?), sino, precisamente, porque consuma lo
que obtuvimos al nacer, o sea, nuestro ser-mortal y nuestro no poder serlo, nuestro no poder
hacer nada (moralmente, por ejemplo) para evitarlo (precisamente, las religiones han
intentado moralizar a la muerte, darle algún sentido). No tenemos miedo tan sólo de que,
alguna vez, moriremos (de que, alguna vez, llegará nuestra MP); tenemos miedo de la
mortalidad del ser que somos, y del que no podemos desvencijarnos, y que tan sólo se
consumará en la MP.
Todo lo que hacemos y vivimos, lo vivimos en el ámbito de la mortalidad del ser, bajo
la sombra del no-ser constitutivo; tememos la fragilidad de todo lo que construimos. Nuestras
vidas no son inmensas alegrías vividas con el temor de perderlas, como en la visión vulgar
común. En verdad, nunca estamos totalmente alegres, en el fondo vivimos la melancolía de la
mortalidad que somos. En las mayores alegrías está siempre presente, y no podría no estar, el
temor de haber nacido mortales, la certeza de que somos la pérdida constante, permanente e
imparable de todo lo que somos (y no tan sólo de lo que poseemos). No es tan sólo MP el
problema, o aquello a ser temido, sino la propia fragilidad en la que vivimos la anterioridad de
MP. El “miedo a la muerte” es miedo a la anticipación jamás prematura de nuestra condición,
miedo a la consumación, no miedo a un acontecimiento completamente adventicio, del que
tendríamos que preocuparnos solamente después, pero no ahora.
68
139
fundamental. Así, a pesar de que no nos interesa, en sí mismo, el tiempo anterior a nuestro
nacimiento, éste no deja de anegar nuestra existencia ya nacida.
Si fuéramos a pensar óntica y consoladoramente, sería mejor (en una línea negativa)
pensar que MP es buena porque nos librará de terribles males intramundanos (por ejemplo, de
las miserias de la vejez y la decrepitud, algo muy jubiloso en lo que deberían pensar los
pasajeros de un avión que está cayendo, por ejemplo). Los terribles males ónticos, a pesar de
los cuales las personas hacen nacer personas, pueden ser aquéllos en virtud de los cuales
podemos morir mejor. Así como podemos continuar viviendo a pesar de ellos, podemos morir
69
140
en virtud de ellos. Así, lejos de que la pérdida del valor (intramundano) de la vida torne
racional el miedo a la muerte, la liberación del desvalor (intramundano) de la vida torna
racional el no temerle a la muerte, el desearla, el desear que llegue rápido e indoloramente,
antes de tener que sufrir los terrores de la consumación de la mortalidad. Éste es un buen
argumento negativo y consolador, para no temerle a la muerte, y yo lo usaría si tuviese algún
interés aún en pensar la cuestión dentro del plano intramundano. Este argumento no es
solamente consolador, sino que muestra la flaqueza del argumento que llevaría a encontrar un
valor en la vida por el hecho de que tememos perderla.
70
141
racionalidad. Pues siendo el temor a la muerte, en suma, temor a la mortalidad, y siendo que
la vida es mortalidad, el temor a la mortalidad es temor a la vida y, por consiguiente,
visualización de su desvalor estructural. (Una vida en donde es racional temer a la muerte, no
es, estructuralmente visto, una buena vida).
Muerte mía, muerte de los otros. Al diferenciar el punto de vista subjetivo del
objetivo, Campirán declara que los problemas del sentido de la vida se comprenden
plenamente cuando se adopta el punto de vista subjetivo, y se piensa en la muerte como la
propia muerte, como la muerte que me va a acontecer a mí, personalmente (Ver 15, 16 (nota
6)). Él declara que si no se asume el punto de vista subjetivo, se trabaja con un concepto
deshumanizado de hombre, puramente racional y objetivo, y dice que “(...) si el hombre es
visto así entonces resulta poco interesante vivir” (27). Concuerdo plenamente con esto
último, pero creo que un concepto plenamente humanizado de hombre comprende no
solamente el asumir el punto de vista subjetivo, sino el considerar a la muerte de los que
amamos como si fuera nuestra propia muerte. Pues los textos de Campirán sugieren que, al
asumirse el punto de vista subjetivo, la muerte de los otros no tiene nada de terrible, pues yo
me mantengo allí tan sólo “como espectador”. Esto no es verdad. Una parte fundamental del
temor a la muerte (y del desvalor estructural de la vida humana) está constituido,
precisamente, por la muerte de los otros, cuando esos otros son los que hemos amado
profundamente y con los cuales hemos tejido nuestra propia existencia. Sentimos que, cuando
ellos mueren, se han llevado una parte de nosotros, y, en algunos casos, la totalidad de nuestro
ser (puesto que, después de un corto tiempo, morimos también, no aceptamos vivir sin ellos).
muerte. Esto es superficial, además de frío y racional, porque los otros que amamos y que son
terriblemente importantes para nosotros, son parte de nosotros mismos, no hay una separación
nítida entre ellos y nosotros mismos, puesto que nuestro propio ser ha sido constituido con el
ser de esas personas, de manera que sus muertes son mi propia muerte, su mortalidad es
constitutiva de mi mortalidad. (El mejor ejemplo de esto es, creo yo, la muerte de un hijo, que
es la muerte más inaceptable de todas. Precisamente, parte del desvalor estructural de la vida
humana consiste en que perderemos fatalmente a los que amamos (a nuestros padres y amigos
más viejos) y los que nos aman (nuestros hijos y amigos más jóvenes) nos perderán, siendo
siempre posible que se invierta este orden: nuestros padres pueden perdernos, y podemos
perder nuestros hijos. Éstas son algunas de las bellezas que la vida nos regala). El asumir el
punto de vista subjetivo puede, pues, llevar también a una noción deshumanizada de lo
humano, si no incorpora la muerte de los otros en nuestra propia muerte. (Claro que esto es
ocultado en nuestro intramundo inescrupuloso y afirmativo, con su rápido “olvidar a los
muertos” porque, de todas formas, “la vida continúa”, etc).
72
143
por el fin (o la “dirección”, o la “razón de ser”, para usar otros términos de Campirán) es
siempre extramundana, de carácter religioso. Se pregunta, en ese caso, por un objetivo claro
(tal vez absoluto) hacia el cual nuestras vidas se encaminan: no hay ningún sistema filosófico
que pueda dar una respuesta a esta cuestión. A mí me parece que la pregunta por el sentido
que tiene plena significación filosófica es, precisamente, la pregunta por el valor de la vida. A
esta cuestión, pienso yo, se le puede dar también una respuesta intramundana (vinculada con
la “importancia”), pero –y esto es fundamental en mi pensamiento- se le puede dar una
respuesta estructural o mundana (o sea, ni intramundana (psicosociológica) ni extramundana
(religiosa)), que se relacione con la estructura misma de la vida. Esta es la dirección que he
seguido en mi pensamiento, dando una respuesta negativa a la pregunta por el valor
estructural de la vida humana. Yo creo que Heidegger sigue también esta dirección, o sea, la
de una reflexión estructural, que no se reduzca a lo intramundano.
Lo que Campirán parece criticar no es, exactamente, este plano de reflexión (que a mí
me parece que él ni siquiera ve, pues la totalidad de sus análisis sobre el sentido de la vida,
como los de Nagel, son totalmente óntico-intramundanos, en donde la muerte parece una
eventualidad evitable que arruinaría la belleza de la vida), sino la idea heideggeriana de que la
muerte es la que daría, finalmente, un sentido para la vida, en el famoso ser-para-la-muerte.
“El ser individual es temporal, su finitud además es necesaria para que este ser inacabado
pueda por fin realizarse. La temporalidad, así, es algo que viene a mostrarse no como malo
al ser del hombre, sino como aquello que puede darle un sentido, un fin, una realización al
ser individual (...) El ser individual, además, se muestra como mortal en dos sentidos: la
muerte siempre está presente durante la vida como una posibilidad más entre otras, como
aquella posibilidad que cancela las demás posibilidades, y como fin, término, momento final
que da significado a la vida” (40). Campirán comenta la concepción heideggeriana de la
muerte como algo que “permea toda actividad del ser humano; desde que nace, le va en su
ser la posibilidad de „dejar de ser‟, esto es de morir. La muerte no es algo que le sea ajeno
(...) morir significa dos cosas: primero, estar dejando de ser cada momento, y, segundo, dejar
de ser para siempre” (Id). Y después: “En conclusión, el sentido de la vida según Heidegger
consiste en darnos cuenta que el ser individual es esencialmente un ser incompleto que sólo
se realiza en el momento de morir. Nacimos para darnos cuenta que el sentido, el fin, el por
qué nacer, es únicamente morir: ser es ser-para-la-muerte” (41).
73
144
(c) En tercer lugar, no se ve bien cuál de los dos aspectos de “mortal” de Heidegger es
el que Campirán no acepta: si la idea de que la muerte es estructural a la vida (de que
comenzamos a morir al nacer, que estamos dejando de ser a cada instante, etc), o si es la idea
de que, por eso, la muerte sería la plena realización de nuestro ser incompleto. Yo acepto
plenamente lo primero, resultándome inaceptable lo segundo. Precisamente, creo que el
abordaje heideggeriano da respuesta para el problema del sentido de la vida como valor (o,
mejor, desvalor), pero no, ciertamente, para el problema del sentido de la vida como un fin.
Yo pienso que porque la muerte es intrínseca al vivir, y no un elemento ajeno, eso retira valor
a nuestra vida en lugar de otorgárselo (que la muerte sea el sentido último de nuestra vida, y
una posibilidad nuestra, nuestra más genuina posibilidad, y todas esas cosas, me resulta tan
74
145
inaceptable como para Campirán). (Las críticas de Sartre contra Heidegger sobre la muerte
van en esta dirección: la muerte es interrupción, no posibilidad. Yo pienso que ella es
consumación de nuestro ser, pero no, ciertamente, una posibilidad nuestra. Nosotros no
consumamos nuestra muerte, somos consumados – y consumidos – por ella. La consumación
se opera en cada momento, desde que nacemos, el ser se desarrolla permanentemente sin
nosotros, hasta que el “sin” llega a ser total y sin vueltas).
75
146
Casi todos los afirmativos con lo que discuto son, irremediablemente, pensadores
ónticos intramundanos. Hans Jonas es, por el contrario, un pensador estructural, ontológico,
que ve, inclusive, claramente, la posibilidad de una opción ética por el no-ser. No obstante
eso, hace esfuerzos increíbles para tratar de fundamentar filosóficamente la opción moral por
el ser. Es el pensador que más radicalmente ha planteado la afirmatividad en el nivel
ontológico y, por tanto, es un enemigo temible, que, creo yo, sólo podrá ser enfrentado
dignamente por otro pensador negativo tan radical como él. Hans Jonas está
fundamentalmente interesado en una “ética orientada al futuro”, de “responsabilidad por las
generaciones futuras”. La cuestión es que la abstención de procrear, o sea, una opción por no-
ser, puede estar –según mi pensamiento - en sintonía con esa ética orientada al futuro. Jonas
trata de mostrar que una ética orientada al futuro tiene que ser una ética que opta por el ser,
que opta por que la vida sea, en lugar de no ser. Se refiere, en el contexto de las cuestiones
“bioéticas”, a la manipulación genética en el caso de la mera conservación de la especie en lo
que se refiere a su mejora y cambio. Radicalmente visto, existe y existió siempre
manipulación genética, hacer nacer a alguien es siempre manipulación genética. Desde el
punto de vista moral, pueden no haber diferencias nítidas entre conservar y transformar la
vida humana.
76
147
77
148
Creo que en ningún otro caso necesitamos tanto de ese principio como en el caso de la
procreación, en donde estamos hablando del propio ser de la persona que fue traída
unilateralmente al mundo.
Precisamente por ser un pensador radical, Jonas ve claramente el lado de lo que llama
“pesimista concienzudo”: “(...) desde la perspectiva de que no tiene por qué haber
necesariamente hombres, ese pesimista puede hacer depender la deseabilidad o el
mandamiento de que haya una humanidad futura de las previsibles condiciones de su
existencia, en vez de aceptar, a la inversa, que el mandamiento incondicional de hacer
posible tal existencia dicte las condiciones” (86). Y menciona emigrantes diciendo que, en los
tiempos de Hitler, no era lícito traer hijos a un mundo como éste, dictum con el que
concordaría aun sin la mención de Hitler. El argumento de Jonas en este punto es uno de los
mejores con los que me he enfrentado. Pues creo que él concede (como Kant) el carácter
doloroso de la vida (o sea, mi prueba del desagrado sensible y moral de la misma), sin que
conceda que eso sea suficiente para decirle que no a la vida. “(...) lo que consultamos no son
los deseos anticipados de los hombres posteriores –deseos que pueden ser producto nuestro-,
sino su deber, deber que no creamos nosotros y que se halla por encima de ellos y de
nosotros. (...) Esto quiere decir que hemos de velar no tanto por el derecho de los hombres
futuros –por su derecho a la felicidad, que, en cualquier caso, debido a lo fluctuante del
concepto de felicidad, sería un criterio precario- cuanto por su deber, por su deber de
conformar una auténtica humanidad(...)” (86).
Con esto se aparta Jonas de todos los argumentos eudemonistas que apuestan en un
valor sensible de la vida humana, refutada por los hechos o sostenida a duras penas por las
morales intramundanas. La vida no es agradable, ni promete felicidad, pero se la acepta por
deber. Esto ya estaba en Kant. Jonas extiende esto a la responsabilidad por las generaciones
futuras, de las que no debemos cuidar su felicidad, sino el propio deber que ellas tendrán por
la construcción de la humanidad. Pero aquí vuelvo a la carga recordando que la vida humana
no es tan sólo sensiblemente mala, sino también moralmente inhabilitante. SER es haber sido
puesto también en el camino de la manipulación y la destrucción del otro, cosas que no se
pueden evitar. La pervivencia de la humanidad no puede sostenerse como exigencia moral, a
no ser que nuestra moral justifique la manipulación y la destrucción del otro de algún modo.
El “altruismo” de la naturaleza engendra para destruir, la madre naturaleza no solamente
engendra, sino que mata; es ambas cosas a la vez, altruista y egoísta, suicida y asesina. (No
78
149
79
150
En el texto de Jonas hay siempre algo como un sub-texto en donde él expone el riesgo
del “sí” delante de una opción negativa perfectamente plausible. “¿No consistiría
precisamente el cumplimiento del fin de la naturaleza, que fue el que produjo la voluntad, en
el más pleno ejercicio de ésta, lleve adonde lleve? Justo éste sería el valor en sí al que el
movimiento del ser había aspirado; ésa sería su sentencia, que podría exigir acatamiento,
pero que no lo necesita en absoluto” (149). Pues si la naturaleza ha creado al ser humano, y
con él la voluntad, sería tan natural decirle voluntariamente “sí” o “no” a la vida. Cuando
Nietzsche se pregunta, atacando al nihilismo, cómo la vida puede decirle que no a la vida
(puesto que “sólo hay vida”) ignora la índole también suicida de la propia naturaleza, el hecho
de que la vida se encuentra en lucha contra ella misma (idea de Schopenhauer). Y el ser
humano es una de sus vicisitudes. Ocurre que la naturaleza puede engendrar un ser que la
problematice (la naturaleza no teme “caer en contradicción”). Jonas dice que la auto-
conservación no precisa ser mandada, pues no requiere otra persuasión que la del placer que
va asociado a ella (150), con lo que pierde radicalidad en su pensamiento y cae nuevamente
en el intramundo. Pues con el mismo argumento se podría decir que la autoeliminación no
precisa ser mandada, pues no requiere otra persuasión que la del dolor que va asociado a ella.
¿Por qué Jonas no se conforma con que el “sí” sea dado desde un acto moral de la voluntad,
así como el “no”? ¿Por qué quiere fundamentar la opción por el ser en la naturaleza?
80
151
estará desprotegido en caso de que nazca. Se puede pensar en la más primitiva y originaria
responsabilidad como aquélla que me lleva a NO hacer nacer a quien estará desprotegido, en
lugar de hacerle nacer para después prodigarle todos los cuidados. Desde el punto de vista de
esta responsabilidad más originaria con el ser, esos cuidados llegan demasiado tarde. Yo
podría hacer la opción, moralmente justificable, de hacer o no nacer a alguien. La
responsabilidad del cuidado ante la fragilidad del ser es posterior a la responsabilidad de crear
esa fragilidad para tener después que cuidarla. El cuidado es, en mis términos, tan sólo
moralidad de segundo grado.
Muchas personas podrán compartir la sensibilidad descripta por Hans Jonas, pero
niego que ella sea un “imperativo (moral) incondicional”. Otros podrán tener otras
sensibilidades, y tener escrúpulos morales aún más poderosos que los del procreador
responsable, precisamente los escrúpulos morales del no-procreador responsable, que ve este
mundo demasiado siniestro y peligroso como para arrojar una existencia desprotegida en él,
para después hacerme disculpar este acto (frecuentemente egoísta) a través de todos los
cuidados hacia la fragilidad del que ha nacido (como si yo no hubiera sabido desde siempre,
por la información estructural de la que dispongo desde siempre, que el naciente iría a ser
frágil desamparado y necesitado de cuidados). El máximo cuidado negativo, el más eficaz de
todos, podría estar en la abstención, que a veces podrá causarnos mucho dolor e ir fuertemente
contra lo que Jonas llama “instintos de procreación”. Como en muchos otros casos, para ser
morales tal vez tendríamos que resistir la fuerza de ciertos instintos. Que la humanidad se
haya encaminado por el camino del ser no quiere decir, forzosamente, que se haya
encaminado hacia el único camino moral posible, y ni siquiera hacia el más originario.
81
152
Yo creo que la procreación no puede sostenerse sobre bases morales. Tampoco creo
que la humanidad deba guiarse exclusivamente, y ni siquiera prioritariamente, por categorías
morales. Creo que la vida humana sólo puede desarrollarse exuberantemente transgrediendo
principios morales, que la moralidad es algo que la naturaleza ha permitido, en cierto estado
de su evolución, pero que el propio ser natural que se la plantea no consigue realizar. Creo
que generar y destruir son dos impulsos que el ser humano natural no consigue domesticar, y
a través de los cuales la vida misma se impulsa. De ahí que las sociedades afirmativas
fomenten la procreación y permitan tan laxamente la agresividad y la muerte de los otros. La
manipulación generativa y la manipulación destructiva son los pilares de la sociedad
afirmativa, siguiendo en esto la primacía de la vida sobre la moral. La vida está compuesta
por impulsos generadores y destructivos, ella es ambas cosas, y son complementos una de la
otra. La ética negativa es la invitación de pensar cómo sería la vida humana si el principio
moral tuviera la primacía sobre el fomento de la vitalidad como principio absoluto e
82
153
83
154
la responsabilidad no se detiene en ningún lugar, pues cualquier lugar, cualquier punto del
desarrollo de la persona (niñez, juventud, adultez) sería arbitraria. La responsabilidad radical
es hacia el no-ser de ese niño-joven-adulto que vendrá aquí tan sólo para consumar su
mortalidad a través del dolor y la inhabilitación moral, tal vez para nuestra exclusiva
satisfacción (“¡Es tan bueno tener hijos!”). Que esto sea una onerosa obligación pragmática,
para que continúe existiendo humanidad, no puede nunca considerarse como una auténtica
obligación moral. Al no-ser se le prodiga, en una ética negativa, toda la responsabilidad de
primer grado que no podría prodigarse jamás a un ser, en cualquier momento de su desarrollo.
84
155
JULIO CABRERA
1.La pena de muerte defendida por un filósofo mexicano (El argumento de Tomasini
Bassols).
El filósofo mexicano Tomasini Bassols (en su libro Pena Capital y otros ensayos),
desarrolla un argumento en defensa de la pena de muerte. Comienza por examinar cuatro
argumentos tradicionales en contra de la misma. Esos argumentos, bastante famosos, son:
Antes de formular su propia defensa de la pena de muerte, Bassols dice por qué estos
cuatro argumentos le parecen fallidos:
(1ª) Si la tesis del carácter sagrado de la vida humana deriva de alguna creencia
religiosa, Bassols declara que, lo queramos o no, ya no vivimos en una edad teológica, sino
que tenemos una visión laica del mundo. Sin embargo, aun cuando los puntos de referencia
religiosos hayan caído, todavía se puede sostener un principio general del carácter sagrado de
la vida humana en términos inmanentes y sociales. En este sentido no-teológico, que la vida
humana, en general, sea sagrada no es algo que se pueda cuestionar; pero ese principio, según
Bassols, no es distributivo en singulares: a pesar de aceptarse (y Bassols lo acepta), eso no
quiere decir que cada vida humana sea sagrada. Una persona que ahogó con sus propias
manos a un niño para sacarle los ojos y venderlos, perdió su humanidad y puede ser muerto
por lo que hizo, aunque esa persona (ni ninguna persona que haya hecho atrocidades
semejantes y sea condenado a muerte) no derribe el principio general del carácter sagrado de
la vida humana. El valor de cada vida humana es algo que depende de su poseedor, de lo que
él efectivamente hace en su vida, y no del mero hecho de pertenecer a la especie humana.
razones o motivos del acto (usando aquí categorías de uno de los filósofos preferidos de
Bassols: Wittgenstein). Así, delante de la pregunta: ¿Por qué mataron a toda la familia
Clutter? (el tema del libro de Truman Capote, A Sangre fría), la respuesta puede ser doble:
“Porque queríamos robarles, creíamos que tenían dinero guardado y lo necesitábamos, y no
queríamos dejar testigos que nos reconocieran”. O bien: “Porque fuimos muy humillados y
maltratados por nuestros padres, y crecimos viendo cosas horribles que nos llevaron a
despreciar la vida humana y a querer vengarnos de lo que nos hicieron”. Lo primero es un
motivo, lo segundo, una causa, y lo que el juez juzga es lo primero, no lo segundo, siendo
imposible, para Bassols, hacer las dos cosas al mismo tiempo.
3ª) A respecto de la ineficacia de la pena de muerte, Bassols dice que esto alude a las
posibles consecuencias de la pena, siempre aleatorias y fortuitas, y no a la cuestión misma. Es
muy difícil, si no imposible, evaluar si la pena de muerte tiene efectos eficaces o no, pues, por
ejemplo, nunca sabremos todos los crímenes que NO fueron cometidos por miedo de los
potenciales criminales a ser condenados a la pena de muerte. Sólo podemos conocer todos
aquellos crímenes que continuaron siendo cometidos durante la vigencia de la pena de muerte,
y ver que su número continúa alto. Pero, aún así, aunque cuando esto ocurra, esto no probaría,
según Bassols, que la pena de muerte es una medida moralmente mala. Ninguna medida
conseguiría resultados extraordinarios contra la delincuencia a corto plazo, o ni siquiera a
largo plazo. La pena de muerte no es defendida como una panacea universal, sino tan sólo
como un dique de contención, y dentro de esos límites, es efectiva.
(A) En primer lugar, no se trata de una defensa abstracta, sino situada: se trata
de crímenes especialmente horribles (como el ya mencionado), con los
cuales tenemos acceso más directo (no se trata de atrocidades que ocurren
en el otro extremo del planeta), y en un país y una época determinados
(México en la década del 90).
(B) En segundo lugar, no se trata de una demostración matemática, sino de un
argumento de lógica informal, del mismo tipo que los argumentos
contrarios a la pena de muerte.
(C) En tercer lugar, se trata de una argumentación que sigue el sentido común,
o, al menos, que no lo enfrenta ni lo niega. Por ejemplo, no se discutirá si
lo que parece indignante y repulsivo al sentido común podría no serlo en
realidad. El propio uso ordinario del lenguaje muestra que la frase:
“Alguien que mata un niño para vender sus ojos debe ser castigado” es un
enunciado analítico; de tal forma que si alguien lo niega, podemos decir
que él, simplemente, no sabe hablar en español.
(I) La pena de muerte no serviría, como se pretende, de ejemplo negativo para los
que están pensando en delinquir, ya que, a partir de 1939, la ejecución se hace
en secreto, y su publicación es austera, casi silenciosa, aludida con palabras
estereotipadas y evasivas. Es curioso que un acto que se pretende ejemplar sea
ejecutado en secreto, delante tan sólo de especialistas y de manera casi
avergonzada. Si fueran tornados públicos los detalles más morbosos de la
ejecución, posiblemente el efecto podría ser contrario al buscado. (CAMUS
2002, pp. 11-13; también p. 18).
(II) El argumento anterior está evidentemente vinculado con la cuestión de la
eficacia, pero Camus lo usa más explícitamente al declarar que no se sabe que
la pena de muerte haya hecho retroceder a un solo asesino. Él refuerza esto
mediante un argumento de psicología profunda: la intención de matar es
enigmática, la mayoría de los asesinos no sabe que va a matar ese día; alguien
en posición de matar no teje argumentos racionales basados en el temor a las
leyes, sino que actúa de una manera apasionada y misteriosa, auto-suficiente
delante de cualquier amenaza externa, y ni siquiera con una conciencia clara de
que está haciendo algo equivocado. Es superficial y racionalista suponer que la
pena de muerte va a amedrentar a un asesino intima y súbitamente convicto,
que puede ser cualquier ciudadano común, y no forzosamente (o casi nunca) un
“profesional”. (pp. 20-24).
(III) Específicamente contra la idea de que las consecuencias de la pena de muerte
(amedrentadoras o no) son aleatorias, y no deberían pesar (de acuerdo a
Bassols), Camus sostiene que, precisamente, existe una falta de equilibrio entre
la incertidumbre y aleatoriedad de la eficacia de la pena, por un lado, y la
certeza totalmente implacable de la muerte aplicada por la pena, por el otro.
Sería más justo y más modesto equiparar la incertidumbre de las consecuencias
con la propia incertidumbre de la pena. (p. 25).
(IV) La idea de que la pena de muerte establece un equilibrio entre lo que el
criminal hizo y el castigo, es incongruente, pues, si llevada realmente a cabo,
debería obligar a, por ejemplo, arrancar los ojos del asesino del niño y
159
Lo anterior son los argumentos de Camus más o menos contemplados por Bassols; sus
argumentos (I), (II) y (III) responden expresivamente al contra-argumento 3º del pensador
mexicano, acerca de la ineficacia; el argumento (V) responde al contra-argumento 4º de
Bassols, sobre lo irreparable. El argumento (IV) responde al ítem (E) de la argumentación
positiva de Bassols. Pero lo que yo sostengo aquí es que Camus tiene un quinto argumento (al
lado de los cuatro considerados por Bassols) que es su mejor argumento contra la pena de
muerte, el realmente decisivo, y que en ningún momento es siquiera considerado por Bassols.
Este argumento responde de manera significativa el contra-argumento 2ª de Bassols, además
de reforzar los otros argumentos contra 3ª y 4ª y atacar frontalmente su argumentación
positiva (especialmente (D) y (F)).
3.El argumento decisivo de Camus contra la pena de muerte, nunca considerado por Bassols:
QUIEN ES el asesino y QUIEN ES el verdugo.
A lo largo de su texto, Camus desarrolla un argumento mucho más fuerte que los de la
ineficacia y el carácter irreparable, para los cuales Bassols tiene, a pesar de todo, buenos
contra-argumentos. Voy a ir presentando poco a poco los diversos aspectos de lo que
considero un único argumento, sin tratar de definirlo de antemano, lo que sería complicado
debido a la riqueza de despliegues del mismo. Después de presentar los diversos aspectos,
trataré de reunirlos en un único concepto.
conversaciones falsas durante los cortos encuentros con el condenado, las imágenes de la
ejecución, las esperanzas diluidas e irrenunciables.
hemos hecho mal en nuestra vida, aun cuando ese mal, por no caer bajo el golpe de leyes,
permaneciera como un crimen desconocido. No existen justos, sino tan sólo corazones más o
menos pobres de justicia” (p. 49). “El último de los criminales y el más íntegro de los jueces
se reencuentran ahí lado a lado, igualmente miserables y solidarios. Sin ese derecho, la vida
moral es estrictamente imposible” (p. 50). “…nadie entre nosotros puede erigirse en juez
absoluto y pronunciar la eliminación definitiva del peor de los culpables, puesto que ninguno
de nosotros puede pretender la inocencia absoluta. La pena capital rompe la única
solidariedad humana indiscutible, la solidaridad contra la muerte…” (p. 51).
Lo que quiero mostrar en lo que resta de este texto, es que mi teoría ética negativa
proporciona un fundamento filosófico al argumento camusiano de la condición humana contra
la pena de muerte, que yo considero – insisto – como el más contundente de todos.
163
La ética negativa presupone una ontología negativa. De acuerdo con ésta, ser es,
fundamentalmente, ser terminal, o sea, un ser que comienza a acabar desde su propia
instauración. El ser no es algo sublime que existe y después se degrada, como en las
tradiciones platónicas, neo-platónicas y cristianas, sino algo que consiste en su más o menos
rápida degradación. A la terminalidad están sometidas las cosas no vivientes, las vivientes y
entre ellas las humanas; tanto las estrellas como las iglesias, imperios y sociedades; todas
estas cosas comienzan a acabar en cuanto reciben el ser.
Esta triple dimensión de la terminalidad del ser constituye para un ser como el ser
humano una especie de desvalía fundamental; insisto, no de manera absoluta, pero sí para un
ser como el ser humano, una vida con dolor, desánimo y, especialmente, inhabilitación moral,
es una vida des-valiosa en su propia estructura. Es por eso que los seres humanos, desde
siempre y ya pre-reflexivamente, van generando valores en su intra-mundo, valores de todo
tipo (morales, estéticos, afectivos, religiosos, jurídicos, deportivos, etc) para contrarrestar la
desvalía estructural del ser y tratar de postergar la acción aniquiladora de la terminalidad que,
de todas formas, se consumará, en cualquier momento, o en un cierto período de tiempo no
muy largo. Las vidas humanas son, pues, vistas ontológicamente, ansiosos y permanentes
esfuerzos valorizantes y postergadores, en lucha contra el inexorable avance de la
terminalidad del ser. Todos los valores, según mi pensamiento negativo, son reactivos (o
vindicativos), intra-mundanos y onerosos, en el sentido de que pagan precios en su acción
contra la terminalidad, que acaba venciendo en el plano singular de la existencia: cada uno de
nosotros habrá sido, por un cierto tiempo, un esfuerzo postergador de lo impostergable,
valorizador de lo que no tiene en sí valor; y en ese recorrido, habremos sufrido sensiblemente
(enfermedades, accidentes), nos habremos desanimado (desde el sereno tedio de los domingos
hasta las depresiones profundas) y, especialmente, habremos sido desconsiderados con los
otros y sido desconsiderados con ellos en, por lo menos, uno de nuestros muchos escenarios
de acción.
10
otro en lo que se refiere a su condición. A esto llamo inviolabilidad negativa: nadie tiene
derecho a suprimir la vida de otro en la medida en que para eliminar a otro preciso de alguna
prerrogativa, de algún tipo de privilegio o de superioridad que, precisamente, la estructura del
ser no me puede dar. Entonces, no es que la vida humana, en su estructura, tenga un valor
“sagrado” (una “sacralizad”), sino, por el contrario, ella tiene una miseria esencial; pero es
precisamente esa miseria lo que nos torna iguales e inviolables. No es, como para Bassols, la
mera pertenencia a la especie humana lo que nos torna iguales, sino la pertenencia a la misma
condición humana, a la cual él parece perfectamente insensible. Lo que puede llevar a
confusión, además de esa insensibilidad filosófica, es que así como ningún ser humano puede
perder su pertenencia a la especie humana, tampoco puede perder su condición humana. Sea
lo que sea lo que hagamos, aun lo más monstruoso, será un despliegue de la invención de
valores contra el avance inexorable de la terminalidad del ser. Los humanos sólo pueden
“perder su humanidad” en el plano de los valores intra-mundanos (por tener o no tener ciertas
propiedades dentro del juego del poder), pero no en el plano de su obligado pertenecer a la
condición humana terminal.
Esto no constituye, en el plano ético, ninguna disculpa para lo que las personas hacen
en posesión de los elementos con los cuales pretenden enfrentar la terminalidad del ser y de su
propio ser. Por el contrario, sirve para mostrar que, en el plano estructural, somos todos
culpables y no tenemos disculpas que nos exoneren de lo que hacemos. Todos estamos
sometidos a la inhabilitación moral, al daño que causamos a los otros, sea lo que sea lo que
hagamos. El peor de los criminales fue colocado en la terminalidad del ser sin consulta, y
ahora tiene que arreglárselas. El crimen habrá sido su terrible camino de reivindicación y
valorización, pero no quiere decir que su víctima o el abogado que lo acusa a gritos hayan
elaborado sus propias terminalidades de maneras dignas y sublimes. Reitero: esto no pretende
defender la inocencia del delincuente, sino apuntar hacia el vacío del lugar de la inocencia.
Los humanos están huyendo de la terminalidad del ser en todas las direcciones, y acaban
atropellando unos a los otros. No estamos en condiciones de alegar la inocencia capaz de
dotarnos de la capacidad de matar otros seres terminales como nosotros.
Las personas (y filósofos como Bassols) se indignan cuando escuchan esto, porque
parece que delincuentes y personas honestas quedan igualados; pero, precisamente, las
enormes diferencias entre ambos son construidas intra-mundanamente, como toda diferencia;
aun cuando estructuralmente iguales, los humanos son profundamente diferentes dentro del
universo de las valoraciones. Y se podría decir que la moralidad tiene sentido tan sólo dentro
de este ámbito, y no en el plano estructural de la condición humana. La ética negativa, en
cambio, cree que la situación en la que los humanos nos encontramos debe proporcionar un
elemento importante para la reflexión moral; o sea, el hecho de que creamos aquellos valores
que nos diferencian sobre el fondo de una estructura ontológica que nos une brutalmente (y es
esto, creo, lo que Camus quiere decir con “solidariedad frente a la muerte”).
Matar a un niño para vender sus ojos es ciertamente algo cuyo horror es imposible de
ponderar; pero la terminalidad del ser al que estamos todos sometidos es algo cuyo horror es
imposible de ponderar; lo que el criminal hizo fue, sin ninguna duda, horrible, pero no fue él
quien trajo lo horrible al mundo. Un crimen horrible no destruye la “bondad del mundo”, sino
165
11
12
visualizar en esa vida acabada la propia condición humana que él (el verdugo) también tiene
que resolver, y aprovechase la posición desafortunada de la víctima para alejarse de su propia
terminalidad de manera de tornarla soportable, ocultando bajo su horrendo oficio su propia
fragilidad y desamparo. El castigo del otro se transforma, pues, en un acto mágico en donde la
condición humana es, al mismo tiempo, olvidada y transformada en objeto de manipulación
satisfecha y complaciente. Yo creo que es todo esto lo que hace que las pocas personas que
asisten hoy en día a una ejecución, sientan en su foro más íntimo que no tienen el derecho de
colaborar con esa representación horrible; esas personas tienen que hacer esfuerzos para
mantener su ánimo rígido e imperturbable, mientras sus sentimientos hablan más alto que sus
aparentemente inamovibles convicciones de “justicia” y “protección”.
Se trataría aún, para los defensores, de responder a la cuestión de Camus, de por qué
detenerse en algún punto de la pretensa “justa equivalencia” entre el crimen cometido y la
pena impuesta. Si el criminal mató al niño para sacarle los ojos y venderlos, y si lo mató con
refinada crueldad, la pena “justa” ¿no sería entonces condenarlo a una muerte cruel y lenta, y
sacarle los ojos después para venderlos (tal vez a los padres de la víctima)? ¿Cuál podría ser la
justificación de los defensores honestos de la pena de muerte para no hacer eso? ¿Algunos de
ellos no podrían decir: “No se trata de ponerse a la altura de la brutalidad del asesino, sino tan
sólo de hacer justicia, de castigarlo por lo que ha hecho”? Pero esta frase, ¿no podría ser
167
13
Dentro del marco de esta hipótesis argumentativa, creo que tanto Bassols como Camus
tienen razón, y que es posible defender o condenar la pena de muerte si se aceptan los
presupuestos de cada una de las líneas. Hay que elegir entre ellas, y no ver quién tiene la
verdad absoluta; y la elección es, en última instancia, la de ciertas bases conceptuales que se
pueden aceptar o no. Bassols parte de una concepción analítica y pragmática del ser humano
como ser social, sin ninguna atención hacia los aspectos hermenéuticos y existenciales de lo
humano. Él ve tan sólo que el delincuente ha roto un equilibrio social, y que la máquina de las
instituciones funcionará mejor si se empeña en impedir drásticamente esos desequilibrios. No
hay nada de estructural en sus consideraciones, y nociones como “condición humana” le
resultarían llanamente metafísicas.
Camus, por su lado, tiene una concepción de lo humano completamente distinta, que
hace intervenir directamente esos componentes comprensivos no considerados por Bassols.
Para él, hay algo de lo humano, algo profundo, que no se resuelve en lo social, en el
sometimiento a leyes. (Él escribe: “Yo no creo, al contrario de muchos de mis ilustres
contemporáneos, que el hombre sea, por naturaleza, un animal social. Para decir la verdad,
pienso lo contrario”, p. 10). De acuerdo a mi hipótesis argumentativa, no tiene mucho sentido
discutir directamente sobre la pena de muerte en estos autores o en otros, sino que deberíamos
estudiar cuidadosamente las dos concepciones de lo humano que presuponen, decidirse por
una, y después aceptar lo que se infiere de ella.
14
la inhabilitación moral). Tal vez una sociedad menos sensible, más práctica y expeditiva, y
con vigencia de la pena de muerte, tenga más chances de progresar en el sentido afirmativo y
positivo del nuevo orden mundial. En esta visión pragmática, se acepta crudamente que los
hombres son peligrosos para otros hombres, que las sociedades tienen justificaciones para
auto-constituirse de la manera en que lo hacen, y que los elementos nocivos para esas
empresas constructivas deben ser eliminados. La lógica lineal de este razonamiento es
inexorable y difícilmente refutable. Hay que practicar un salto para salir fuera de su
irresistible influencia.
Y es a título persuasivo que quería recordar a los lectores que nuestra sociedad
occidental se basa en las prédicas de dos condenados a muerte: Sócrates y Cristo, que en sus
épocas fueron considerados delincuentes o transgresores. Nuestro saber racional y nuestra
piedad fueron predicados por dos hombres que recibieron de otros la obligación de morir por
oponerse a las leyes vigentes, sin que ninguno de ellos, por lo que sabemos, haya merecido la
pena capital.
REFERENCIAS
BASSOLS Alejandro Tomasini Pena Capital y otros ensayos. México: Interlínea, 1997.
CABRERA Julio. Crítica de la moral afirmativa. Barcelona: Gedisa, 2014 (2ª edición).
CAMUS Albert. Réflexions sur la guillotine. Paris: Folio-plus Philosophie, Gallimard, 2002.
169
En “El Sublime Objeto de la ideología”, Zizek hace un curioso uso de la semántica de Saul
Kripke dentro de un estudio del fenómeno de la ideología. “La primera labor del análisis consiste
(...) en aislar en un campo ideológico determinado la lucha particular que al mismo tiempo
determina el horizonte de su totalidad”. “En otras palabras: ¿cómo formulamos el papel
determinante de un terreno en particular sin caer en la trampa del esencialismo?” (p. 127), o sea
sin caer en la idea de pensar que una lucha (por ejemplo la del proletariado) es la clave para todas
las luchas. “Mi tesis es que el antidescriptivismo de Saul Kripke nos proporciona las herramientas
conceptuales para resolver este problema” (Id).
La idea básica de Kripke es que un objeto puede no tener las propiedades que se le
atribuyen a través de cierta expresión y, no obstante eso, señalar rígidamente hacia ese objeto; y,
por el contrario, cierto objeto puede tener todas las propiedades que la expresión le atribuye y, no
obstante eso, no ser el objeto que quiero señalar. Así, si estoy en el Festival de Cannes y veo un
señor gordo a lo lejos y le digo a mi interlocutor: “¿Ves ese hombre gordo fumando un cigarro? Es
Alfred Hitchcock”, habré tenido éxito en señalar hacia ese hombre ahí, aun cuando él no sea Alfred
Hitchcock y no esté fumando un cigarro (sino, digamos, sosteniendo un lápiz grueso entre los
dedos, como habitualmente se sostiene un cigarro). Ése es el primer caso. El segundo ocurre cuando
alguien me pregunta: “¿No estaba usted buscando a un hombre que fuma cigarro y que se llama
Alfred Hitchcock? Bueno, pues, ahí lo tienes”, y yo le respondo: “Sí, sí, pero ése no es el hombre
que yo estaba buscando”.
Ya en su explicación de la idea de Kripke, Zizek anticipa (p. 128) el núcleo de lo que está
pensando: en el Nacional-socialismo, los “judíos” tienen todas las propiedades de lo humano, y, por
tanto, de lo que debe ser preservado y respetado, pero se apunta a ellos como objetos de
aniquilación a pesar de que satisfacen las propiedades de la humanidad. Es el segundo de los dos
casos mencionados, como si alguien le dijese a un interlocutor nazi: “¿No estabas buscando a un
hombre? Ahí tienes uno”, y señalase a un judío, y el nazi respondiese: “No, no, no es eso lo que
estaba buscando, aun cuando sea un hombre. Ese hombre ahí debe ser aniquilado” (lo que no
hacemos habitualmente con seres humanos). Esto comienza a perfilar la idea de Zizek de la rigidez
referencial de la ideología. Lo que se señala ideológicamente ignora el cumplimiento de las
propiedades y sigue ciegamente lo que la ideología rígidamente indica.
Desde el punto de vista lacaniano asumido por Zizek, en la teoría de Kripke aparece el
problema de la realización del deseo: “(...) cuando encontramos en la realidad un objeto que tiene
todas las propiedades del objeto fantaseado del deseo, necesariamente quedamos a pesar de todo
algo decepcionados; tenemos la vivencia de un cierto „esto no es‟; llega a ser evidente que el objeto
real finalmente encontrado no es la referencia del deseo aun cuando posea todas las propiedades
requeridas. Tal vez no sea accidental que Kripke seleccionara como ejemplos objetos con una suma
connotación libidinal, objetos que ya encarnan el deseo en la mitología común: el oro, el
unicornio...” (131). El caso del deseo siempre frustrado cabe en el segundo caso kripkeano (el caso
del objeto que cumple con todas las propiedades pero no es lo que quiero señalar), pero no en el
primero (el caso del objeto que señalo y elijo aun cuando no cumple las propiedades).
En términos libidinales, este último caso sería no el de “esto no es”, sino el de “esto también
sirve”: no es lo que deseo, pero, así mismo, me quedo con él, lo elijo aun cuando no es lo que
andaba buscando (como Romeo encuentra a Julieta en la fiesta). Si el primer caso es la decepción,
el segundo es la resignación. (Se podría decir que todo amor oscila entre la decepción y la
resignación). De todas maneras, el proceso referencial está mediado por la falta, pero esta falta se
puede expresar de dos maneras, y no de una sola: o es la falta del objeto que señalo y que no tiene
estas y estas propiedades, o es la falta del objeto que tiene estas y estas propiedades, pero que no
señalo. A veces deseo lo que está presente aunque no cumpla las propiedades (es la resignación), y
otras veces deseo lo que está ausente, aunque el objeto presente cumpla con las propiedades (es la
decepción).
Contra el descriptivismo (de Searle, por ejemplo) y contra el antidescriptivismo (de Kripke y
Donnellan), Zizek presenta su idea de “la radical contingencia de la nominación” (p. 131), que sería
2
171
algo que las dos teorías descuidan. Con esto, ambas desarrollan estrategias tendientes a “restringir
la contingencia radical de la nominación –construir un instrumento que garantice su necesidad”
(135), llevando a dos formas de esencialismo. En el caso del antidescriptivismo, no se entiende
cómo se asegura la identidad del objeto una vez que todas las propiedades han fallado:
“Lo que pasa por alto (...) es que esta garantía de la identidad de un
objeto en todas las situaciones que la contradicen con hechos – a través de
un cambio de todas sus características descriptivas - es el efecto retroactivo
de la nominación: es el nombre, el significante, el que es el soporte de la
identidad del objeto. Este „plus‟ en el objeto que sigue siendo el mismo en
todos los mundos posibles es „algo en él más que él‟, es decir, el objet petit a
lacaniano: lo buscamos en vano en la realidad positiva porque no tiene
congruencia positiva – porque es simplemente la objetivación de un vacío, de
una discontinuidad abierta en la realidad mediante el surgimiento del
significante” (134/5).
Lo rígidamente señalado no es lo más rico o valioso, sino algo que, de un momento al otro,
contingentemente, podría transformarse en porquería, en excremento (137). Así, el “judío” es, al
principio, señalado (inclusive denigrado, despreciado) a través de sus propiedades (codicioso,
avaro, intrigante, sucio, etc), pero esto aún no es ideología antisemita. Ésta aparece cuando la
expresión “judío” señala rígidamente a ciertos objetos aun cuando no cumplan con esas
propiedades, o sea, en universos contrafactuales, o “en todos los mundos posibles”. Es en ese
momento cuando el uso de la expresión se torna ideológico (la ideología es rígida, no responde a la
lógica de propiedades). “(...)‟judío‟ en „porque son judíos‟ no connota una serie de propiedades
reales, se refiere de nuevo a esa X inalcanzable, a lo que hay „en judío más que judío‟ y a lo que el
nazismo trató tan desesperadamente de captar, medir, transformar en una propiedad real que nos
permitiera identificar a los judíos de un modo científico y objetivo” (137). O sea, los nazis querían
que ese estúpido designante rígido tautológico, de pura nominación contingente, adquiriese
propiedades interesantes, científicas, que la rigidez arbitraria apuntase hacia algo de manera
necesaria, una forma de esencialismo o de esencialización de la propia contingencia de la
nominación.
“El „designante rígido‟ apunta entonces a ese núcleo imposible-real, a lo que hay „en el
objeto más que el objeto‟, a ese plus producido por la operación significante” (Id). Zizek quiere
aquí hacer una conexión entre la arbitrariedad del acto de nominar (naming) y la arbitrariedad de la
ideología: en ambos casos, las propiedades que definirían esencialmente un objeto como siendo el
adecuado objeto de nominación, quedan suspendidas, y se apunta al objeto rígidamente: es esto lo
que quiero (lo que quiero matar, con lo que quiero dormir, lo que deseo, lo que amo, lo que odio)
aunque no cumpla con las propiedades. “La contingencia radical de la nominación implica una
brecha irreductible entre lo Real y los modos de su simbolización (...) lo Real no contiene un modo
necesario de ser simbolizado” (Id). Lo Real es lo alcanzado a través de una simbolización
contingente y falible, es lo que se muestra a través de la contingencia falible de la nominación,
aquello que nos permite construir. (Para mí, esto es, precisamente, la terminalidad del ser, lo que no
puede ser enfrentado a no ser a través de la simbolización, lo que no conocemos sino a través de su
deformación, de su ocultación siempre fallida).
4
173
Es este Real falible, quebrado, que se muestra a través de brechas, lo que la ética de la
liberación de Dussel no capta, me parece, pues él aún cree en la “realidad” como algo a lo que se
podría acceder a través de una “simbolización apropiada”, privilegiada (por ejemplo, la historia de
la liberación de los pueblos). Esto es, para él, la realidad misma, pero no el Real lacaniano sino una
realidad que está allí, que puede ser captada a través de una simbolización no falible y modificada a
través de una acción justa, etc. Dussel sería uno de los esencialistas criticados por Zizek. ¿Cree
Dussel en la sociedad que Laclau considera imposible? O, en términos más kripkeanos, ¿cree él que
la sociedad puede ser señalada a través del conjunto correcto de propiedades (justa, universal, ética,
que ve el rostro del Otro, etc)? ¿Es fregeana la ética de la liberación?
Tal vez yendo más lejos, Zizek diría que este mismo conjunto de propiedades puede, en
cierto momento, ser olvidado en beneficio de un designante rígido (como, digamos, “pueblo” o
“liberación”) que ya no responde estrictamente a las propiedades asociadas, mas que apunta
rígidamente (y, con esto, ideológicamente) a determinados objetos y no a otros que también tienen
aquellas propiedades). “No es el objeto real el que garantiza, como punto de referencia, la unidad y
la identidad de una determinada experiencia ideológica –al contrario, es la referencia a un
significante „puro‟ la que confiere unidad e identidad a nuestra experiencia de la realidad
histórica” (138).
puramente definicional: “(...) en el universo stalinista –„apoyar el gobierno del Partido‟ está
„rígidamente designado‟ con el término „Pueblo‟ – es, en último análisis, el único rasgo que en
todos los mundos posibles define al Pueblo” (Id)).
Esto se podría aplicar, creo yo, a algunas de las nociones dusselianas, tales como “víctima”,
“excluido”, “dominador” y “violencia”, lo que permite decir, por ejemplo, que “Mato a este
hombre, pero no es violencia, sino legítima defensa, o coacción justificada”, a pesar de que el acto
mismo mediante el cual ejerzo la “legítima defensa” o la “coacción justificada” tiene todas las
propiedades de lo que se llama “violencia”; pero no sería violencia porque la expresión “violencia”
funciona como designante rígido, y apunta rígidamente hacia, por ejemplo, los actos de los
explotadores, pero no a los actos de liberación, que no son, pues, “violentos”, no porque no lo sean
(de acuerdo con el conjunto de propiedades relevantes) sino, pura y simplemente, porque no son
rígidamente apuntados por el significante “violencia”. (A esto no voy a llamar “violencia”, a esto sí,
etc. El mismo acto, con las mismas propiedades, puede ser designado como “violento” o como “no
violento”, como “terrorismo” o “patriotismo”).
El problema es: ¿cómo asociar el principio negativo, sea cual sea (la terminalidad del ser en
Cabrera, la sociedad imposible en Laclau, la imposibilidad de la relación sexual en Lacan, etc) con
el “principio de liberación” de Dussel, o con el propio “proyecto político izquierdista” de Zizek? (El
Espinoso Sujeto, p. 12). Tiene que ser, en mi entender, una manera de tratar con lo imposible, de
negociar la falta, de administrar el patrimonio negativo, pero dentro de una situación negativa
insuperable. Dussel cree que hay grados de aproximación, que la plenitud no puede ser alcanzada,
pero que se puede uno aproximar infinitamente (o indefinidamente) a ella. Pero “imposibilidad” es
6
175
un término modal, y habría que ver si los términos modales admiten grados: ¿Puede algo ser “más o
menos imposible” que otra cosa?
De la respuesta afirmativa a esta cuestión depende que la acción política pueda ganar un
sentido y una positividad, que es lo que Dussel quiere (en sus palabras: “(...) la política como
conflicto y emancipación. Ese es justamente el tema que la Ética de la Liberación se propone
justificar”. Yo estoy buscando, desde mi texto “Ética negativa y ética de la liberación” (2001), una
acción política que aun cuando pueda ser absurda (sin sentido) y negativa (sin positividad), sea
efectiva y liberadora. Dussel cree que toda negatividad lleva al “nihilismo”, o sea, no ve el potencial
revolucionario de la negatividad (de la muerte, del suicidio (en sentido amplio), del repliegue, etc).
Lo que no entiendo del interés de Dussel por Zizek (en 2002 él dio en la UNAM un
seminario sobre El espinoso sujeto, al que asistí) es que éste también está convencido (vía Lacan)
de la imposibilidad de la sociedad, y cree que la acción política sólo puede ser una administración
de la falta que no puede ser llenada (ni siquiera, creo yo, por grados). Zizek da expresión al
imposible en términos de lucha y antagonismo irreductibles: “El psicoanálisis lacaniano da un paso
decisivo más allá del habitual antiesencialismo „posmarxista‟ al afirmar la irreductible pluralidad
de las luchas particulares”. Se puede captar la pluralidad de luchas “como una multitud de
respuestas al mismo núcleo imposible-real” (El Sublime Objeto de la Ideología, p. 27). En mis
escritos, yo expreso el imposible como la imposibilidad de la moral, como la imposible elección
entre mi vida y la vida del otro: tanto si mato como si me mato, parece que atropello el principio
moral mínimo de respeto por la vida humana, pero debo hacerlo en un sentido o en otro.
7
176
Yo prefiero desafiar a la imposibilidad por el lado suicida, pero no por “nihilismo”, sino por
respeto indefinido a la vida del otro, tratando que mi acto sea político (estoy pensando en Gandhi,
Luther King, Cristo, Sócrates, en todos los que eligieron morir generando, de una manera u otra, un
poderoso acto político de influencia devastadora a través de los tiempos). Incluso Zizek hace notar
en seguida, en el mismo texto, los peligros de totalitarismo que conlleva la insistencia en superar el
límite de lo imposible en dirección a una utopía positiva:
Y también:
“La tesis de Laclau y Mouffe de que „la Sociedad no existe‟, de que lo social
siempre es un terreno incongruente estructurado en torno a una
imposibilidad constitutiva, atravesado por un „antagonismo‟ central – esta
tesis implica que todo proceso de identificación que nos confiera una
identidad socio-simbólica fija está en definitiva abocado al fracaso. La
función de la fantasía ideológica es disimular esta incongruencia, el hecho de
que „la Sociedad no existe‟, y compensarnos así por la identificación fallida”
(173/4).
8
177
JULIO CABRERA
totalmente fuera de lo humano y más allá de todo lenguaje. Pues en los personajes de ficción
no hay ninguna génesis que lleve a un humano a hacer cosas terribles, que sí podemos
siempre rastrear en el caso de gente real. Podemos estudiar cómo alguien se transforma en un
nazi, pero no podemos hacer – fuera de la ficción - la génesis de cómo un humano se
transforma en lobo. Hay un corte de la continuidad. En la vida real, lo que impide decir que
Hitler o Videla son “monstruos”, es que se siempre puede trazar una génesis desde lo que eran
cuando niños y aquello en lo que se transformaron. Y es por eso que sí puede haber lenguaje
para expresar eso, mientras que en las obras de ficción, realmente, lo que ocurre es del orden
de lo monstruoso (como la transformación del doctor Brundle en mosca gigante, en la famosa
remake de David Cronenberg), y no hay lenguaje que pueda expresarlo. Jamás la
transformación del joven Adolf, estudiante de arte en Viena en el Führer del Tercer Reich será
como la transformación de Jekyll en Mr. Hyde, por más que la retórica de la ininteligibilidad
así lo pretenda.
particular la noción tal como usada en las teodiceas. Ésta es una noción totalmente afirmativa,
que presenta lo terrible como excepcional, como una emergencia extraña en el corazón del
“bien”, que sería lo corriente y normal.
El ambiguo texto de Arendt sobre Eichmann sirve para estudiar esto porque, por un
lado, ella insiste en el carácter “incomprensible” del holocausto (con lo cual retiene las
categorías afirmativas), pero, por el otro, insiste en la necesidad de entender, y ella consigue
genealogizar Eichmann llevándolo hasta su más vulgar humanidad, con lo cual ella utiliza
también categorías negativas de pensamiento, en un procedimiento de tratar de ver los
horrores como humanos y resistirse a su demonización. Pero su noción de “banalización del
mal” es una vuelta a lo afirmativo, porque ella retiene la noción de “mal” (tiene que haber
algo a ser banalizado). Arendt no se da cuenta del carácter radical de su giro: si Eichmann era
una persona normal que se tornó un criminal, no existe el “mal”, no existe nada a ser
banalizado; simplemente cualquiera de nosotros puede ser convencido de lo más atroz (y el
Nazismo mostró eso), y hay que entender por qué ocurre esto, qué tipo de seres realmente
somos, más allá de las idealizaciones transmitidas durante siglos por el pensamiento europeo
(un pensamiento en donde el espíritu derrota, de una manera u otra, a la materia, a la cruel
naturaleza).
Pero yo quiero ver esta situación como estructural, no como determinante, pero sí
como marco insuperable. No hablo, pues, y Sartre tampoco, de meras situaciones sociales o
psicológicas o antropológicas, o de situaciones empíricas en general, sino de lo que llamo la
situación primordial, que es una situación ontológica a partir de la cual se despliegan todo tipo
de situaciones ónticas, explicables sociológica o antropológicamente. Hay un análisis de la
situación humana primordial – que fue llamada corrientemente “condición humana” - que
debería ser previo a estas otras consideraciones, y es Heidegger el pensador que proporcionó
un análisis de este tipo (Sartre es un derivado poco original). Pero la tragedia es que
Heidegger sería el último pensador, la última fuente, que las personas aceptarían para explicar
fenómenos extremos, porque se piensa que, con eso, serían justificados.
situación; no habiendo Dios, son nuestros progenitores los responsables. Hasta Hitler tuvo su
genealogía, su no escogido linaje). Esta situación consiste básicamente en el avance de un ser
terminal que nos devora y en la imperiosa necesidad de generar valores positivos para
demorar un fin ya garantizado en el nacimiento. En esa fuga valorativa, inevitablemente
atropellamos a los otros. Es esta situación la que pone al humano en condiciones muy
exigentes de acción agresiva y violenta contra los otros, y es un mérito del humano el hacer
que su fuga del ser terminal no perjudique demasiado a los otros. Esto es lo que llamamos,
metafísicamente, “bondad”, y a lo contrario “maldad”. Pero, contra los esquemas afirmativos
europeos, es la “maldad” (usando aún el vocabulario metafísico) lo usual, lo esperable, lo que
los humanos van a hacer, aquello hacia lo cual la forma del mundo los propicia, aunque sin
determinarlos; y es la “bondad” (otro término metafísico) lo excepcional, lo obtenido
ardorosamente por muy pocas personas, y siempre a medias, lo que es obtenible por el mérito.
En una situación como la humana, la ética es tarea de héroes.
Es difícil reconocer el ser mismo bajo la protección metafísico-religiosa de que “el ser
es bueno”, necesariamente bueno, y que el “mal” es ilusión, pura negación, que lo que existe
es el bien y sus desvíos excepcionales. Por el contrario, el pensamiento negativo ve las
barbaries americanas y europeas no como monstruosidades, sino como posibilidades
irreconocibles de lo humano. Entonces, cosas terribles van ocurriendo cotidianamente, de
manera natural, sobre el fondo negativo de la situación humana; a nadie le gusta, todo el
mundo se horroriza, pero lo cotidiano, lo social, tiene una fuerza impositiva completamente
extramoral; es el movimiento mismo de la vida, que Nietzsche había conseguido describir
perfectamente. Leyendo los libros de Nietzsche atentamente, no con esa atención distraída de
sus admiradores, nadie podría decir que Auschwitz era incomprensible, a no ser desde un
profundo desconocimiento de la situación humana. Yo viví personalmente la dictadura militar
argentina, en su cotidianidad perfectamente natural. En Eichmann, Arendt no encuentra
conciencia ni arrepentimiento. (Nietzsche recuerda, inclusive, el caso de los criminales que
son felices). En el fondo de la ansiedad civilizadora está la ilusión, clavada en la condición
humana desamparada, de que la vida es buena, pero que para poder conseguir todo lo mucho
de bueno que la vida ofrece, hay que apurarse, no perder tiempo y no tener muchos
escrúpulos. No me interesa que mi vecino sea judío, me interesa mi bienestar y el de mi
familia. (Mi colega de trabajo, que me envidia y odia, me mandaría a un campo de
concentración, si pudiera; no nos engañemos).
Hay toda una tradición racionalista y moralista, según la cual el bien es lo real, el mal
lo excepcional y ni siquiera plenamente existente; que la virtud se puede enseñar, que quien
peca lo hace por desconocimiento, que quien peca no es feliz y es corroído por el
arrepentimiento, etc; son las fuentes socráticas y cristianas de nuestra cultura. Es claro que
cuando la situación humana muestra una de sus típicas violencias, producirá un profundo
extrañamiento en quien se educó con esas ideas. Creo que son especialmente los intelectuales
los que consideran Auschwitz algo monstruoso e inexplicable; en la conciencia de los
humanos comunes, se ve claramente que esto es simplemente algo que “acontece”, que puede
acontecer, que está previsto por lo humano; es algo que tiene un gran impacto en un primer
momento, pero después que pasan 50 años, 1 siglo o 4 siglos, se tiende a olvidar y a continuar
181
viviendo; éste es el ritmo de la vida, muy diferente del ritmo de la moralidad de los
intelectuales, basada en un recuerdo imborrable y rencoroso.
Esto ayuda a entender por qué el pueblo alemán y las personas en general no querían
gastar tiempo persiguiendo criminales de guerra; cómo fue minimizada toda la cuestión, como
los juicios se transformaron en farsas moralistas, cómo los criminales fueron hasta un poco
admirados y casi ninguno de ellos cumplió la totalidad de sus penas. Éste es el movimiento de
la vida, cruel e indiferente; a esto Arendt llama “banalidad del mal”, e sus términos
incurablemente metafísicos; pero no hay banalidad del mal, sino la crueldad indiferente de la
vida. Antes que los humanos banalizasen el “mal”, ya el ímpetu mismo de la vida lo había
banalizado. Vivir es, fundamentalmente, banalizar la terrible violencia que se precisa para
continuar vivo. La vida siempre banalizó la moralidad. La moralidad hace sufrir, el recuerdo,
el rencor, hacen sufrir (las madres de Plaza de Mayo gritando por memoria).
Escribí en algún lugar lo que reproduzco aquí: “Pero, no proviene esta impresión de
„ininteligibilidad‟ de nuestros imaginarios afirmativos, fuertemente instaurados por el
pensamiento filosófico espiritualista europeo y cristiano, que presenta a los humanos como
seres privilegiados por una racionalidad deliberativa y analítica? La abominable crueldad de
esos heterocidios, el hecho de que estemos tan poco preparados para ellos, que nos parezcan
surgir como brutales y excepcionales anomalías de un ser habitualmente equilibrado,
racional y bueno, no proviene de una idea totalmente equivocada de lo humano, del evitar
una estructura en la cual los humanos no son en absoluto animales racionales, sino animales
que tienen una razón y hacen un uso animal de la misma (como otros animales usan sus
garras y sus dientes, o aún su olor fétido, como el zorrino)?”. Delante de los horrores de la
colonización hay que preguntarse las irritantes preguntas de los niños. Cuando los libros
digan: “El objetivo primordial de los colonizadores era el enriquecimiento rápido”, preguntar,
con el niño: “¿Y por qué los humanos quieren enriquecerse rápido?”, ¿qué es lo que quieren
conseguir con eso? ¿Por qué hacen las cosas más horribles para conseguirlo? ¿Y qué vamos a
responderles? ¿Que esas personas son “malas”? Ni siquiera un niño aceptaría hoy en día una
respuesta tan infantil.
Hay que explicarle al niño que una vida humana no es algo bueno, que lo que sus
padres le dieron no es algo bueno, que la situación humana no es algo maravilloso, una
dádiva, sino un lugar en el cual estaremos muy poco tiempo, dependientes de una salud
siempre frágil e inestable, en donde debemos tratar de vivir intensamente en poco tiempo y en
espacios estrechos; que hay mucho sufrimiento en el mundo por lo que tenemos que
aprovechar y actuar rápido, sin demasiados escrúpulos; tenemos que aprender e darnos valor a
nosotros mismos, a tener una buena auto-estima, porque los otros, ya desde la escuela, van a
tratar de desvalorizarnos; tendremos que aprender a desvalorizar a los otros, a “hacernos
respetar”, a no tratar de ser demasiado digno u honesto, porque en ese caso seremos
destruidos, ya por los propios colegas de escuela, y después por nuestros adversarios
laborales, profesionales, culturales y políticos (y, en el peor de los casos, por un estado
dictatorial, el Nazismo, el Stalinismo, o por las burocracias perversas de alguna democracia
formal).
182
Hitler no se explica tan sólo por la situación económica alemana o por el racismo
europeo (las explicaciones sociológicas habituales), sino también por una situación ontológica
en la que los humanos tienen que hacer algo significativo con sus vidas, sea en la literatura o
en el crimen, darse un valor con el que no nació, que habrá que construir contra todos los que
quieren impedirlo, para no sucumbir a las tinieblas, a la nada, a la insignificancia y al dolor
(Lo que los biógrafos de Hitler presentan como si fuera un problema sólo de él, salir de la
oscuridad, “ser alguien”). Tiene que haber alguien con muchas ganas, con mucha voluntad de
vivir, como Hitler o Hernán Cortez, para hacer que algo ocurra en el hueco de la
insignificancia de la mera vida; el resto viene por contagio y desesperación. Los horrores no
aparecen como excepciones en un mundo esencialmente bueno; ellos surgen en terreno
propicio, y si no lo vemos así, es por nuestra culpa, por la limitación de nuestros mecanismos
de comprensión del mundo, por nuestra persistente tendencia a confundir el mundo con
nuestros deseos (una astuta relectura de Freud en este punto no sería tiempo perdido).
Uma vida humana (qualquer uma) é, pura e simplesmente, a tensão entre a estrutura
terminal do ser, em seus desdobramentos naturais e sociais mutuamente intricados, e a
necessária, premente e variada invenção intramundana de valores. Cada um de nós é projeto
de manter esses dois processos numa relação que se deixe viver e morrer, relação que jamais
será inteiramente equilibrada, mas constantemente perdida e fragilmente recuperada.
Corrente e regularmente, e também nos livros de ética, a “vida” é vista apenas em termos da
183
As coisas terríveis que os seres humanos fizeram e fazem contra os outros – todas as
injustiças, reivindicações, vinganças, trapaças, armadilhas, subterfúgios, mentiras – são o
que eles estão convidados – embora não condenados - a fazer ao tentar comprimir numa vida
curta e incômoda todas as dimensões de um ser-terminal que flui a toda velocidade, e no qual
eles têm que se afirmar (“aproveitar enquanto se pode”). As vidas humanas são
forçosamente atritadas, mas este atrito não é “anomalia” nem é “o mal”, mas a única forma
em que o ser-terminal pode ser vivido dentro dos limites de uma vida humana. O “mal” é o
sintoma afirmativo da estrutura terminal da vida, constantemente escamoteada. O mundo não
foi “contaminado” desde fora pelo “mal” a não ser dentro de uma narrativa na qual o
mundo foi criado como “bom” por algum deus, ou o mundo tem alguma “bondade”
intrínseca que depois foi “prejudicada” pelas ações humanas. Abandonado este referencial
metafísico e religioso, o próprio “problema do mal” tem que desaparecer.
Desde a visão “negativa”, não fomos “caídos” no “negativo”, mas somos nele desde
sempre. Para tentar ser alguma coisa, temos que nos abrir caminho contra uma estrutura que
constantemente nos impede, em lugar de oportunizar ou facilitar. Por isso, nosso conflito com
os outros humanos é estrutural, com independência de conteúdos e motivos concretos; não
podemos não coligir com os outros. Não estorvamos os projetos alheios, e os outros os meus,
por sermos “maus”, mas simplesmente por sermos terminais, limitados e reativos, e termos
um ser ao qual temos que dar algum valor diante dos outros. Estamos desde sempre nessa
situação, não fizemos nada de “errado”, algo que nos fez depois “cair no mal”. O “pecado
original” é, em todo caso, o pecado da origem, o pecado de simplesmente ser, nada que
184
Entonces, cuando nos encontramos con un humano “malo” – como un nazi – hay que
hacer una genealogía a partir de la situación terminal, desamparado, sin ser y sin valor de ese
humano, para entender (no para justificar, ni para aceptar, ni para no defendernos de él) cómo
él se constituyó como un nazi (y es esto lo que no podemos tener en el caso de Mr. Hyde, no
tenemos una genealogía de Mr. Hyde, porque él es un personaje de ficción, él puede ser
absolutamente monstruoso, pero un humano no puede transformarse históricamente en un
monstruo, continuará siendo humano en algún registro de lo humano). En cierta etapa de esta
genealogía, aún puede ser posible hacer a un nazi llorar (leer a Primo Levi); en etapas
avanzadas, él ya se tornó irrecuperable, y no conseguimos más hacerle llorar. Habrá entonces
que defenderse de él; pero no como nos defenderíamos de un monstruo, mas contra un
humano que lleva su genealogía a cuestas, aquélla que lo tornó irrecuperable y peligroso.
Llamamos “buena” (en el lenguaje metafísico) a aquel humano del que pensamos que no
tenemos que protegernos, o alguien que, aparentemente al menos, no necesita imperiosamente
destruirme para conseguir protegerse de su terminalidad.
Los humanos no son buenos o malos “por naturaleza”, pero sí son desamparados y
tienen miedo por naturaleza. La reivindicación delante de la propia terminalidad puede ser
excesiva, aterrorizadora (como el modo en que el nazi encontró de protegerse de ella). Pero
185
Pienso que para entender estos fenómenos extremos hay que trasladar el foco de la
cuestión desde el humano – con un presunto interior malvado, una alma corrupta, un mal
radical, una libertad envenenada, instintos agresivos, cerebro enfermo, o cualquier otro rasgo
interno - a la situación estructural en la que el humano fue arrojado por sus progenitores. El
animal humano tiene un cerebro grande, pero eso no lo torna racional. La razón es un mero
sustantivo que a-ún hay que adjetivar, verbalizar, adverbializar, y esto los humanos no
consiguen. El animal humano tiene razón así como el tigre tiene garras y el tiburón fauces. Es
una herramienta de expansión y dominación vital. La situación en la que se encuentra – una
vida terminal – no le da tiempo ni oportunidad para hacer con su razón otra cosa a no ser
186
10
defenderse, darse valor y atacar. Para ser genuinamente racional, él tendría que hacer un uso
equilibrado y menos ansioso (con menor amor a la vida) de su razón.
Por todo esto, no es bueno nacer en este mundo y procrear no es un acto moral, sino
tan sólo un acto vital, ansioso y reivindicador (y muchas veces depredador; no creador sino
destruidor). La estructura del mundo no recomienda el “bien”, sino lo contrario, la
depredación del otro en propio beneficio. El mundo se mantiene en pié gracias al mérito de
algunos dentro de una situación que simplemente consuma la terminalidad del ser (y
socialmente son los peores los que quieren estar en el poder, los “dirigentes”). El mérito es
raro, excepcional, y se mantiene dentro de la manera como los dirigentes lo conducen. Por eso
es tan injusto que el esquema teodiceico condene al humano como culpable del “mal”, ya que
el poco “bien” y belleza que existe en este mundo horrible es aportado por puro mérito
humano dentro de una situación sistemáticamente desfavorable.
Hay una escena de la película “La lista de Schindler” en donde una prisionera dice de
su amo y verdugo, el comandante Amon: “No hay nada que se pueda hacer que uno pueda
decir: estoy a salvo, estoy segura”. Pero ésta es exactamente nuestra situación delante de la
naturaleza; sea como sea nuestro modo de vida, nuestros hábitos, nuestra alimentación,
nuestra vida afectiva, nada de eso nos protege del ataque de la naturaleza de una forma
realmente segura, nada nos garantiza una vida pasable ni una muerte tranquila. La naturaleza
misma es nazi. La naturaleza está presente en todas las salas de tortura; pues ella hizo un ser
que, si se queda quieto, muere; un ser que tiene necesidad de muchas cosas para continuar
viviendo, para que sostenerse y evitar deslizarse hacia la muerte, un ser que siente hambre,
sed y necesidades constantes. Cualquier torturador, antes de traer sus fierros, cuerdas y
electroshocks, ya cuenta con el sistema nervioso y las necesidades humanas, que la tortura va
a exacerbar. Pues ya somos regularmente torturados por ellas en la vida normal. (Reyes Mate
dice que el comer y el defecar eran momentos infernales en los campos de concentración,
pero en realidad ya lo son en la vida ordinaria, sólo que cubiertos y ocultados, que es lo que
no se permitía en Auschwitz).
187
11
Desde el punto de vista del movimiento de la vida, los indígenas tuvieron su chance y
la desperdiciaron; eran en número muy superior a los conquistadores y no supieron
expulsarlos; ellos deberían haberlos puesto nuevamente en sus carabelas y mandarlos de
vuelta, y continuar desarrollando su propia cultura. Todo el clamor de la ética de la liberación
son clamores éticos, no son clamores de la vida. (Por eso, una “ética de la vida” es una
expresión contradictoria). Hay, claro, una diferencia ética importante entre la ocupación
bélica de un territorio con la imposición de los propios valores, y el asesinato, la violación y la
tortura. Pero desde el punto de vista de la vida exuberante, ambas cosas son comprensibles
(así como, desde el punto de vista ético, ambas cosas son condenables).
La idea nazi de que eran los judíos los que envenenaban y ensuciaban el mundo, que
sin ellos la felicidad sería posible, representa un poderoso mecanismo de olvido de la
situación sin salida de la terminalidad del ser, proporcionándole ahora una solución
intramundana: la expulsión de los judíos, sea por la deportación o la eliminación física. Pero
esto que el Nazismo hizo, es lo que la vida humana hace en general. Pero es primariamente
nuestra situación lo que nos obliga a ser anti-éticos, y no nosotros. Es algo externo, no
interno, no una perversidad del alma, sino una perversidad de la situación en la que los
humanos son arrojados, y que –a la luz de la ideología de la “bondad del ser”, de la que no
conseguimos desvencijarnos después de la caída de la religión - se nos vende e impone como
dadivosa, y a la que nosotros, con nuestra alma perversa, arruinamos.
Bauman dice que las condiciones que dieron origen al Holocausto no fueron
radicalmente transformadas, y es verdad; pero él, como mero sociólogo, cree que el mundo
termina en donde acaba el alcance de sus categorías ónticas. Él no ve la situación estructural,
para él todo es social. Es cierto que el peligro acecha en el hecho de que el Estado esté
siempre potencialmente por encima de cualquier moralidad, pero lo que hace que los Estados
implantados por los humanos se tornen tan peligrosos para otros humanos, no es enteramente
sociológico, puesto que atravesó todas las formas de gobierno a lo largo de siglos. No es una
esencia humana lo que fue mantenido, sino una situación, a respecto de la cual se crean
Estados y otros mecanismos para tratar de resolver el problema irresoluble del ser-terminal
del ser, en pocos años y con muchas víctimas.
188
12
Pero el capítulo más perturbador del libro de Bauman para la presente reflexión, es el
número 5, sobre la colaboración de las víctimas con su propio exterminio, y que es una
respuesta vigorosa a las acusaciones de Hannah Arendt a la colaboración de los judíos durante
el Holocausto. Estas críticas se rebelan moralistas, y también insensibles a la situación terrible
en la que fueron puestos los comandos judíos, obligados a colaborar so pena de muerte, en
decisiones horrorosas, en donde colaborar era lo más ético que se podía hacer, en donde
aceptar la muerte de algunos era la única manera de demorar la ejecución de otros muchos. Es
muy fácil verlo ahora, desde afuera, y exigir coraje. Pero lo que está por tras de todo esto es
que muchos de los judíos que colaboraron lo hicieron como una forma de sobrevivencia, de
preservar la propia vida, y no tan sólo la de otros. Y aquí surge la cuestión de si mantenerse
vivo a cualquier costo puede ser ético; Bauman acepta que eso es racional, pero esto no es
suficiente. Hace ver que la ética, en situaciones radicales, puede exigirnos morir, y no
sobrevivir a cualquier costo.
Bauman muestra que Hitler, en la etapa de la Solución Final, no tenía destino para los
judíos, no quería esclavizarlos, ni integrarlos en el sistema, ni aprovecharse de su cultura.
Quería, simplemente, que desaparecieran. Él quiso, primero, ponerlos en algún lugar (fundar
prematuramente el estado de Israel). Si hubiera vivido en las épocas imaginadas por Ray
Bradbury, tal vez los hubiera enviado a la Luna. No tenía lugar para ellos, inclusive porque
los rusos y otros adversarios le cerraban el camino hacia Europa, que Hitler imaginaba como
un gran camp. No los mató por sadismo, sino porque no tenía adonde ponerlos. Trató de
matarlos de la manera más higiénica posible, lo que se mostró inviable. La tarea era
gigantesca y llena de problemas técnicos (contra Agatha Christie, matar no es fácil, por lo
menos si se es un asesino ambicioso). Entonces, la única utilidad que tenían los judíos, el
único trabajo en el que aún eran necesarios, era trabajar en la propia empresa de su propia
destrucción; colaborar era demorar la propia destrucción trabajando para ella, sabiendo que
los últimos trabajadores serían ejecutados cuando el último horno fuera vaciado y limpiado.
Durante este macabro proceso, los judíos tuvieron que ser inmorales en grado extremo.
Arendt denuncia esta inmoralidad (innegable), pero no se sensibiliza delante de la situación en
la que esas personas fueron puestas, una situación social, pero ubicada dentro del marco de
una situación ontológica: los judíos eran víctimas del ávido darse valor de los nazis; ellos
eran, esta vez, el carbón para alimentar la llama de la auto-estima de otros, de una nación, de
un partido, de un individuo. El problema ético fundamental es que la propia sobrevivencia no
puede ser valor ético, en el sentido de la ética estructural; los que fueron mandados a hacer
cosas abominables deberían haberse matado (como muchos hicieron), o haberse negado
enfrentando o peor. Todo el resto es moralidad de segundo grado. La vida no puede ser valor
ético supremo, sino siempre medio para otra cosa mejor que la vida. Bauman admite
abiertamente que la racionalidad de la auto-preservación se reveló como enemiga del deber
moral; pero esto ocurre siempre; el nazismo sólo ayudó a visualizarlo.
Dije algunas veces que vida y ética están en conflicto porque la ansiedad de “vivir
intensamente” de cada uno de nosotros (en la medida en que esté envenenado por la ideología
de “la vida es buena”) atropella los proyectos de otros y los perjudica. Pero Bauman muestra
cómo, en el Nazismo, los humanos no fueron inmorales para “vivir intensamente”, sino, pura
189
13
y simplemente, para vivir, para continuar viviendo. Pero creo que esto, a la luz de la ética
estructural, es una cuestión de grados. En la vida cotidiana, actuamos incorrectamente, y de
manera totalmente inaceptable, cuando perjudicamos a los otros, inclusive poniendo sus vidas
en riesgo, como en el tránsito, en virtud de nuestro deseo de vivir intensamente (por ejemplo,
corriendo a toda velocidad). Toda “vida intensa” tiende a la desconsideración moral.
190
Julio Cabrera
Nietzsche leyó apresuradamente a casi todos los filósofos de la historia europea, pero su
pecado capital como lector fue su lectura de Spinoza. Veamos algunas afirmaciones
nietzscheanas sobre Spinoza.
Sin embargo, Nietzsche criticará a las éticas contra natura (Crepúsculo de los ídolos,
cap. 5). Nietzsche considera la Ética spinoziana contra natura por la cuestión del dominio racional de
las pasiones, sin recordar teoremas de la ética en donde se dice que el hombre está siempre
191
sujeto a pasiones, y que una pasión sólo puede refrenarse con otra. Nietzsche se quedó con una
lectura de manual, con el intelectualismo, el cartesianismo, la geometría de las pasiones, con los gestos
estilísticos de la obra de Spinoza, sin penetrar en la problematización spinoziana de la racionalidad.
Nietzsche coincide con la crítica de Schopenhauer contra la intelectualización spinoziana de
la voluntad de vivir - claro que sin la paciencia de Schopenhauer para leer los textos que
critica -, pero las críticas de Schopenhauer son dirigidas sobre todo al conatus, a la
perseverancia de vivir sin voluntad. En cambio, las críticas de Nietzsche van en contra de la
filosofía spinoziana de las pasiones (libros III y IV de la Ética), y en ese plano Spinoza es
mucho más sutil de lo que él consiguió captar.
De aquí, a la famosa cita: "Los fisiólogos tendrían que pensar antes de considerar que
el instinto de conservación es el instinto cardinal de un ser orgánico. Lo viviente quiere, ante
todo, descargar su fuerza - la misma vida es voluntad de poder, la conservación de sí mismo es sólo
una de las consecuencias indirectas y más frecuentes de ello. En suma: aquí, como en todas
partes, ¡precaución con superfluos principios teológicos! - uno de ellos es el instinto de
conservación (se lo debemos a la inconsecuencia de Spinoza) - Así, en efecto, lo ordena el método,
que tiene que ser esencialmente economía de principios" (Ídem, aforismo 13). Aquí hay una
discordancia sobre lo que sea "natural" lo que implica que no basta con postular una ética
natural, también eso estará sometido a una interpretación. Según Nietzsche lo vivo no tiende
necesariamente a conservarse, sino a sentir su propio poder. ¿Pero acaso ese sentir su propia potencia no
es la manera en que los seres vivos pretenden preservar su ser (conatus)? ¿La voluntad de potencia
podría llevar a la destrucción del ser vivo? Cuando el ser vivo ejerce su potencia, él quiere
vivir máximamente, pero en un sentido intensivo, y no extensivo; por tanto él continúa siendo
voluntad de vivir, aunque no, claro está, de durar, sino de vivir máximamente.
Spinoza no es ajeno a que la voluntad de vivir del ser vivo se manifieste en forma de
una potencia maximalizada. Cfr. "El alma se esfuerza tanto como puede por imaginar las cosas que
aumentan o facilitan la potencia de actuar en el cuerpo" (Prop. XII, Libro III). "Cuando el alma
imagina cosas que disminuyen o reducen la potencia de actuar del cuerpo, se esfuerza tanto
como puede por recordarse de cosas que excluyen la existencia de las mismas" (Pro. XIII,
mismo libro). Estas proposiciones están colocadas a continuación de la presentación del conatus (Prop.
VI del mismo libro) y tienden a esclarecer mejor el concepto de "perseverar en su ser". Eso, Nietzsche no
leyó. Es evidente que Spinoza no iba a colocar como ideal ético el puro durar. El ser vivo
humano ético tiene una manera especial de “perseverar en el ser”, que pasa por la potencia.
El descargar tensiones es una manera de sentirse vivo, y la muerte que podría sobrevenir por causa de
2
192
esa actividad, es simplemente parte de la vida intensa, parte de la perseverancia; ésta es la paradoja.
(Siempre sentí que no podía haber un principio más general que la voluntad de vivir). Como
Schopenhauer lo mostró, aún el que se suicida afirma profundamente su voluntad de vivir. No hay,
pues, inconsecuencia ninguna en Spinoza en este punto. La voluntad de potencia de Nietzsche es
una especificación del principio de la voluntad de vivir, no su refutación o su superación; lo que
Nietzsche ha hecho es agregar algunos teoremas al libro III de la Ética de Spinoza, que éste debería
haber demostrado dentro de su Geometría ética.
Estas críticas parecen más justas: de las tres características hipotéticas de las "éticas
clásicas", el revolucionario Spinoza respetó la tercera, la sistematicidad, la universalidad, y pensó
que su ética podía generalizarse para todos, y, en ese sentido, generalizó en donde no se
puede generalizar. También es justa la crítica de que la moral de Spinoza aún está en busca
de la felicidad, la calma, la beatitud, la paz de conciencia. Nietzsche no quiere que la vida se
transforme en el aquietamiento de las pasiones; en la negación de la voluntad, la guerra y el conflicto
son fundamentales e indispensables para esculpir la estirpe de un hombre auténticamente ético. Es
evidente que, a pesar de su problematización, la razón aquietante y calmante continúa siendo
un valor radical para Spinoza. Aun cuando él acepta que esa razón debe ser una pasión también,
3
193
una pasión racional. (Éste es el aspecto que Nietzsche no entiende, porque para eso habría que
haber leído profundamente la Ética de Spinoza, y no quedarse en su aspecto exterior). De
todas maneras, no se puede negar que la ética spinoziana es una ética de la sobriedad y de la
calma.
Nietzsche mira con desconfianza y sospecha los discursos éticos manifiestos, y los
acusa de haber sido hechos como descomprometidamente, "objetivamente” y por puro "amor
a la verdad", y no como textos-proyección de la propia relación que los autores tenían con sus
propios miedos, sobre todo con los miedos de sí mismos: si nosotros somos los creadores de los
valores, qué será de nuestra sociedad, todo se volverá un completo caos, ése es el miedo fundamental,
el miedo de que el hombre no puede obedecer leyes que no sean divinas y sobreimpuestas,
que él no consiga ser ético en la libertad, sin imposiciones teológicas. La puerilidad y
candidez de los filósofos (Más allá del bien y del mal, aforismo 5.) "La gazmoñería a la vez
rígida y decorosa del viejo Kant, con la que nos atrae a seguirlo por los rodeos dialécticos
que conducen a su „imperativo categórico‟, más exactamente seducen... este espectáculo nos
hace sonreír, a nosotros, los exigentes, que no encontramos ningún placer en vigilar las
delicadas perfidias de viejos moralistas y predicadores morales. O acaso ese juego de manos
con forma matemática con el que Spinoza como acorazó con bronce y enmascaró su filosofía - en
última instancia "el amor por su sabiduría", interpretando la palabra correcta y adecuadamente -
para intimidar por anticipado el ánimo del atacante que se atreviera a echar morada a esta
virgen insuperable, a esta Pallas Atenea.. ¡Cuánta timidez propia, y debilidad, traiciona esta
mascarada de un enfermo ermitaño!" (Más allá, aforismo 5). Pero Spinoza se opone tanto como
Nietzsche al ascetismo y a la vida contemplativa de castigos y sufrimientos. Nietzsche malinterpreta
el espíritu de Spinoza como débil y resentido, como enfermo. Pero la diferencia entre la
parálisis y la tuberculosis no es la diferencia entre la salud y la enfermedad.
Estas son las cuatro veces que Nietzsche menciona a Spinoza en ese libro.
La Ética, según Nietzsche, ha intentado siempre ser la negación de la voluntad de vivir, en vez
de ser su liberación, su sofisticación, su educación. Nietzsche piensa que la voluntad debe ser
investigada, no negada o suprimida. Pero eso lo aproxima al proyecto spinoziano que detesta.
Cfr. “¿Qué es entonces conocer? Non ridere, non lugere, neque detestati, sed intelligere!, dice Spinoza
con esa simplicidad y elevación que le son propias. Este intelligere, ¿qué viene a ser en última
instancia en cuanto forma por la cual las otras tres cosas se nos tornan sensibles de una sola
vez? ¿El resultado de diferentes instintos que se contradicen, del deseo de destrozar, de
4
194
lamentar o de maldecir? Antes de que el conocimiento sea posible, fue preciso que cada uno de
estos instintos apreciase incompletamente el objeto o el evento; entonces comienza la lucha
entre esos juicios incompletos y el resultado es por veces un medio término, una pacificación,
una aprobación de las tres facciones, una especie de justicia y de contrato; pues a través de
la justicia y del contrato todos esos instintos pueden conservarse en la existencia y tener
razón al mismo tiempo. Nosotros que solamente encontramos en nuestra conciencia rasgos
de las últimas escenas de reconciliación, las regias definitivas de las cuentas, pensamos
consecuentemente que intelligere es conciliación, justicia, bien, algo esencialmente opuesto a
los instintos, cuando en verdad es simplemente determinada relación de los instintos entre sí”. (La
Gaya Ciencia, aforismo 333).
Y sigue sin piedad: “Por mucho tiempo se consideró el pensamiento consciente como
el pensamiento por excelencia; solamente ahora comenzamos a entrever la realidad, quiere
decir, la mayor parte de nuestra actividad intelectual se efectúa de un modo inconsciente y sin que lo
percibamos, pero creo que esos instintos que luchan entre sí si se entienden muy bien
tornándose perceptibles y en hacerse recíprocamente mal, puede ser que ese formidable y
repentino agotamiento por el cual todos los pensadores son atingidos tenga aquí su origen
(agotamiento en el campo de batalla). Sí, tal vez en nuestro interior existan heroísmos
ocultos en combate, pero ciertamente nada de divino, nada que repose eternamente en sí mismo,
como pensaba Spinoza. El pensamiento consciente y sobre todo el de los filósofos es 1a menos
violenta y por consiguiente también, relativamente, la más suave y la más tranquila
categoría del pensamiento; porque acontece que el filósofo se engañe acerca de la naturaleza del
conocimiento"
Nietzsche hace ver que el comprender también es una vicisitud de los instintos, que entra en
juego con las otras vicisitudes, el intelligere como instinto no necesariamente lleva a la
conciliación y a la paz calma y comprensiva, como en el prejuicio cosnciencialista cartesiano.
En este sentido, Nietzsche denuncia en Spinoza la pervivencia de esa estructura. Intelligere
es, para Nietzsche, una determinada relación instintiva, y para Spinoza algo que tiene la
fuerza de una afección. No hay, pues, privilegio para el intelligere dentro de la economía de los
instintos. La idea de Spinoza es que la ética ha proyectado valoraciones en vez de tratar de
comprender. "... tuve todo el cuidado en no ridiculizar las acciones de los hombre, ni
lamentarlas, ni detestarlas, sino de adquirir de ellas verdadero conocimiento" (Tratado
Político, 4). Nietzsche dirige una crítica contra el intelectualismo, pero no está clara su relación con la
racionalidad ya que una racionalidad parecida a la de Spinoza es manifiesta en su idea de una
5
195
psicología de la voluntad de poder, que también tendría como objetivo suspender las
proyecciones valorativas, tratando de adentrarse en las profundidades de las reales
motivaciones humanas.
Hay en Nietzsche un espíritu científico, de vivisección de las motivaciones, muy siglo XIX, que
se da mal con sus críticas internas en contra de la ciencia y del intelectualismo. En una palabra: hay
un intelectualismo de Nietzsche. El aforismo "Lo que hacemos nunca es comprendido,
solamente elogiado o condenado", no es de Spinoza, sino de Nietzsche (La gaya ciencia,
aforismo 264). Hay que dialectizar el "irracionalismo" de Nietzsche, éste consiste, pura y
simplemente, en asumir la razón como un instinto, la búsqueda de la verdad como forma de la
búsqueda de placer, una revolución en la jerarquía de las actividades del hombre. La voluntad
no puede ser negada, sólo puede ser transformada. No puede, pues, haber una ética basada, como
la de Schopenhauer, en una presunta negación de la voluntad. Aun cuando se decidiera negarla, eso no
sería posible. (Paradoja de la voluntad, querer no querer). La psicología genealógica debe
comprender las transformaciones de la voluntad de potencia, debe promover el
reconocimiento de la voluntad de potencia debajo de sus múltiples disfraces.
Las morales han nacido como tentativas (paradojales) de negar la voluntad de potencia:
cristianismo, budismo, pesimismo schopenhauereano, coinciden en esa negación radical, en la
renuncia como base de la moralidad. Mataban aquello que no conseguían educar y estetizar. Era
una manera bárbara de posicionarse respecto de las pasiones y los instintos. Es una muerte
imposible: ni el ascetismo ni el arte, los dos asesinos mencionados por Schopenhauer, pueden
consumar ese crimen. El arte es puro erotismo reproductor, nada como la negación provisoria
de Schopenhauer (Cfr. Crepúsculo de los ídolos, aforismo 22). Pero la psicología genealógica
no puede limitarse a enunciar el principio, deberá dar una estructura a la voluntad de potencia
(aunque no construya una geometría de ella). Eso está concientizado en el aforismo 19 de Más allá del
bien y del mal. No concuerda Nietzsche con Schopenhauer en que la voluntad sea tan íntima de
nosotros que la conozcamos inmediata y acabadamente.
6
196
hacia sí, querrá adquirir supremacía - no a partir de alguna moralidad o inmoralidad, sino porque
vive y porque vida es justamente voluntad de poder". Y después; "La „explotación‟ no es propia de
una sociedad corrompida, o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo viviente,
como función orgánica básica, es una consecuencia de la voluntad de poder, que es justamente
la voluntad de vivir" (Más allá, aforismo 259). Nietzsche engloba (injustamente, a mi modo de
ver) a Spinoza dentro de esta crítica al intelectualismo en moral, a la negación de la voluntad,
a la sujeción de las pasiones a la racionalidad, todo lo cual se basa en un autodesconocimiento
de la propia racionalidad como instinto y voluntad de potencia.
"Se promovió el avance de la ciencia en los últimos siglos... porque se pensaba poseer
y amar en la ciencia una cosa desinteresada, inofensiva, auto-suficiente y con la cual los
malos instintos del hombre nada tenían que hacer - motivo principal de Spinoza, que se sentía
divino en la alegría del conocimiento" (La gaya ciencia, aforismo 37).
7
197
"... todos los judíos se tornan melosos cuando moralizan..." (Ídem, af 357). "... es vieja
superstición del filósofo creer que toda música es música de sirena. Ahora, seriamos tentados de juzgar
diferentemente en nuestros días (lo que podría ser también falso), de creer que las ideas serian una
seducción más peligrosa que los sentidos, con su aspecto frio y anémico y a pesar de ese aspecto, las
ideas viven de la „sangre‟ de los filósofos, roen siempre los sentidos de los filósofos y hasta, si nos
creyeran, su „corazón‟. Esos filósofos antiguos no poseían corazón: filosofar era para ellos una especie
de vampirismo. ¿No tenéis frente a figuras como la de Spinoza la impresión de algo profundamente
enigmático e inquietante? ¿No veis el espectáculo que se desarrolla, la palidez que aumenta
incesantemente, la pauperización de los sentidos interpretada de un modo idealista? ¿No presentís la
presencia en los bastidores de un chupasangre largamente escondido, que comienza por prenderse a
los sentidos y que deja solamente la osamenta y el entrechocar de los huesos? - quiero decir, categorías,
fórmulas, palabras (pues, que se me perdone, lo que restó de Spinoza, amor intellectualis dei, es
entrechoque de huesos y nada más! - ¿qué es amor, qué es dios cuando no poseen ni siquiera una gota
de sangre?)" (Ídem, af 372).
“
Nada menos griego que consagrarse a tejer telas de araña solitariamente con las
ideas, amor intellectuallis dei, a la manera de Spinoza. Mejor sería definir la filosofía como la
practica Platón, como una especie de palestra erótica.” (Crepúsculo de los ídolos, af. 23).
este sentido, de nuevo por la intelectualización, ya criticada antes. Pero la ética spinoziana es
una ética de la alegría y de la potencia de actuar, de repudio de toda forma de impotencia. (Spinoza es,
pura y simplemente, un Nietzscheano pré-kantiano, un Nietzscheano que no tiene miedo de confiar en la
razón, un Nietzscheano pre crítico).
Nietzsche y Spinoza se separan respecto de la cuestión del suicidio. "... aquellos que se
suicidan son impotentes de espíritu y completamente subyugados por causas externas, en
oposición a su naturaleza" (Ética, IV, escolio de la proposición. XVIII). Como Nietzsche
coloca la esencia del mundo en la voluntad de potencia, admite un suicidio heroico, descrito
exactamente en Crepúsculo de los ídolos, af. 36. Schopenhauer también ve que el suicidio es una
voluntad de vivir. Spinoza no entiende esa idea, a pesar de ver los componentes de potencia
en la perseverancia del conatus.
Sirva lo anterior como ficha de estudio para alguien que tenga el interés y la paciencia
de escribir un artículo sobre Nietzsche y Spinoza, interés y paciencia que yo no tengo. Dentro
de mi filosofía, este ejercicio tiene tan sólo la triste utilidad de mostrar, una vez más, cómo un
gran filósofo jamás es buen lector de otro gran filósofo.
9
199
10
200
Presentamos un diálogo con el Dr. Julio Cabrera, quien obtuvo el Premio Bioética
2014 Fundación Dr. Jaime Roca por su trabajo “Problemas bioéticos persistentes entre la
lógica y la ética”, en el que propone una reflexión limítrofe entre ética y argumentación sobre
problemas éticos persistentes (aborto y eutanasia), a la luz de una lógica y una ética negativas,
llevando al plano de la Bioética algunas propuestas ya surgidas en libros anteriores del autor.
Julio Cabrera: Sólo aplico esa distinción en ética y bioética, de manera que no sabría
reconocerla en un plano más general. Se trata de una distinción muy usada (sino nacida) en el
curso de Bioética de la Universidad de Brasilia, y específicamente de los trabajos de Volnei
Garrafa y colaboradores, que la aplican para referirse a problemas bioéticos que ya vienen del
más remoto pasado de la humanidad (como, típicamente, aborto y eutanasia, a las que yo
agrego suicidio y procreación), y problemas bioéticos que surgieron en el siglo XX como
consecuencia de los modernos desarrollos tecnológicos (reproducción artificial, trasplante de
órganos, clonación, etc).
Sin embargo, es fácil observar que esta distinción es más heurística y auxiliar que
nítida o absoluta, porque en el panorama actual ambos tipos de problemas se entrecruzan y
mezclan de variadas formas. La idea rectora de esa “imbricación” es evidente: aborto y
eutanasia son tipos de intervención humana en procesos naturales del nacer y el morir. En la
medida en que cambios tecnológicos afecten los modos de nacer y morir, se producirá una
mezcla de situaciones persistentes y emergentes. Siendo más específicos, la alta tecnología
201
puede hoy permitir efectuar abortos y eutanasias de maneras completamente indoloras; esto
vuelve a plantear la importante cuestión ética de si una acción que no causa sufrimiento a
alguien, puede, aún así, considerarse inmoral en relación a esa persona.
Esta diferencia entre “perjudicar” y “ser ético” ya viene de la tradición (por ejemplo,
puede leerse en el opúsculo de Kant sobre la mentira), pero gana luz diferente en el actual
panorama tecnológico y puede replantear en nuevas bases todas las relaciones entre la ética y
el sufrimiento. Una conexión muy interesante es la que se establece entre la cuestión
persistente del aborto y la cuestión emergente de la retirada de células de un feto abortado
(habiendo consentimiento de la mujer y demás responsables) para efectos terapéuticos en
beneficio de terceros. A primera vista, este hecho nuevo parecería reforzar los argumentos
pro-aborto, pero, por otro lado, si fueran encontrados argumentos fuertes en contra de la
retirada de células fetales, ellos podrían valer, por contraposición lógica, como nuevos
argumentos en contra del aborto.
Pregunta: Afirma que el abordaje negativo de la argumentación en el plano ético genera una
“deflación” de los conceptos de nacimiento y muerte, lo que tiene por efecto la duplicación
del número de problemas bioéticos persistentes. ¿Qué podemos entender por “deflación”, un
término generalmente utilizado en economía, al aplicar ese significante a los conceptos de
nacimiento y muerte? ¿Y por qué eso duplicaría la cantidad de problemas bioéticos
“persistentes”?
Julio Cabrera: En el abordaje afirmativo usual en ética y en lógica (que es, según creo, el
hegemónico), no se considera que hacer nacer a alguien constituya un problema. Vivimos en
una sociedad afirmativa en la cual reproducirse es visto como un acto evidentemente ético,
inclusive sublime, fuertemente recomendado socialmente (tan sólo atento a obstáculos
económicos o demográficos) y, según se cree, basado en la naturaleza. En el abordaje
negativo, la vida humana es considerada como sensible y moralmente problemática, por lo
cual reproducirse pasa a constituir un problema ético, que plantea el dilema de si debo o no
reproducirme. En esta visión, pues, aumenta el número de problemas bioéticos persistentes
porque procrear pasa a ser un problema bioético, obviamente persistente (un problema que no
precisa del alto desarrollo de la tecnología para plantearse).
por lo cual eliminar la propia vida pasa a constituir un problema ético, que plantea el dilema
de si debo o no continuar viviendo (especialmente cuando cuestiones éticas son relevantes
para la decisión). En esta visión, pues, vuelve a aumentar el número de problemas bioéticos
persistentes porque eliminarse pasa a ser un problema bioético, obviamente persistente.
Julio Cabrera: Aquí, como en otras cuestiones, quiero insistir en un tema que puse de relieve
en mi alocución durante la entrega del premio: el lugar de la filosofía y del filósofo dentro de
la Bioética. Si en el equipo bioético va a estar presente un filósofo, los otros profesionales
tienen que estar preparados para lo insólito y lo inhabitual, para lo anti-intuitivo e, inclusive,
para lo no previsto en el plano jurídico (y esto yo lo aplicaría, incluso, al filósofo del
derecho). Pues el filósofo – tal como yo lo entiendo – es aquél que piensa las cuestiones
humanas de manera radical y general (lo que no quiere decir abstracta), y los resultados de sus
investigaciones no tienen por qué encuadrarse en las ideas y valores vigentes. La filosofía
puede apuntar a la conveniencia de cambiar valores y actitudes fuertemente enraizados en
nuestra sociedad, por más difícil que esto sea.
Pregunta: Hay un párrafo de su trabajo que dice: “tan sólo buscamos argumentos cuyos
contra-argumentos puedan ser respondidos razonablemente dentro de la red de argumentos,
y cuyas fallas (indicadas por los contra-argumentos) seamos capaces de soportar, lógica y
psicológicamente”. ¿Cuál es el significado que le asigna al significante “soportar” en este
párrafo? ¿Supone este “soportar” de la búsqueda un tolerante consenso entre las partes
argumentativas, aceptando lo mejor que seamos capaces de lograr? ¿Cómo arribar a ese
consenso o tolerancia mutua en discusiones habituadas a una lógica y ética afirmativa?
Julio Cabrera: Lógica y ética van siempre juntas, tanto en el abordaje afirmativo como en el
negativo. Según la lógica negativa, para cualquier argumento hay siempre por lo menos un
contra-argumento, lo que torna las discusiones interminables, contra las expectativas de la
lógica afirmativa, que piensa que hay argumentos mejores que otros de modo absoluto, y que
algunos quedan refutados (en general, los del adversario) y otros comprobados (en general,
los propios). En el abordaje negativo ya renunciamos a refutar argumentos, pero también
defendemos los nuestros como plausibles. Al mismo tiempo, sabemos que tendrán fallas
(como cualquier argumento), y que esas fallas serán notadas y denunciadas por el adversario
(y si es nuestro enemigo, él procurará exagerarlas al extremo).
libros sobre Cine y Filosofía; es intelectual y afectivo al mismo tiempo; no se trata tan sólo de
flemáticos cuestionamientos en los que no estamos involucrados).
Por eso utilizo el término “soportar”, no de manera metafórica, sino literal. Los
contra-argumentos nos duelen como contrariedades existenciales. Cuando asumimos una
posición, tenemos que estar equipados para enfrentar los cuestionamientos que nos provoquen
menos dolor, y es mejor no adentrarse en discusiones para cuya oposición no estemos
preparados, lo que puede llevar a irritaciones, desgastes y enfermedades. Pero es claro que no
se pueden consensuar impactos afectivos provocados por las argumentaciones; no puedo
prometer que presentaré tan sólo argumentos con los que el otro sea capaz de lidiar sin que su
vida desmorone; y él tampoco tiene esa capacidad respecto a mí. La tolerancia deberá
aparecer en otros sectores del proceso argumentativo, por ejemplo dándonos cuenta de que la
postura del otro es perfectamente sustentable aun cuando yo sea capaz de presentarle muchos
contra-argumentos. Como lo sugiere su pregunta, esto es terriblemente difícil en un ambiente
dominado por el afirmativismo lógico (así como argumentar contra la reproducción o a favor
del suicidio es terriblemente difícil en un ambiente dominado por el afirmativismo ético), ya
que cada parte entra en la discusión con la firme intención de ganarla, y de refutar al
adversario.
Pregunta: En otro escrito define la ética negativa y afirma que “la pregunta tradicional de la
ética ha sido: “¿Cómo podemos vivir éticamente?” (…) “Cómo debemos vivir”, en las éticas
deontológicas, o “cómo podemos ser felices éticamente”, en las éticas eudemonistas o
hedonistas). Las éticas habituales son, pues, éticas del cómo”. ¿Piensa Ud. que ante la
consideración de un problema bioético los participantes deben acordar previamente la línea
que seguirán? ¿Cómo encarar esa discusión cuando las normas de la Medicina son
absolutamente deontológicas y las jurídicas radicales, como cuando decretan que toda persona
lo es desde la fecundación o penaliza la eutanasia y el suicidio asistido?
Julio Cabrera: Creo que la mayor parte de las discusiones filosóficas, y las bioéticas en
particular, son mal conducidas debido a que los adversarios no concuerdan en los
presupuestos, temáticos o metodológicos. No deberíamos discutir sobre aborto, eutanasia,
reproducción o suicidio cuestionando afirmaciones muy avanzadas de la posición adversaria,
sino que deberíamos ir directamente a la discusión de presupuestos, lo que incluye
definiciones, conceptos básicos, herramientas lógicas que serán usadas, teorías éticas que
serán aceptadas, etc. Entonces, realmente, si yo acepto una ética deontológica pero usted es un
utilitarista, tendremos posiciones diametralmente opuestas respecto de todos los problemas
bioéticos. En algunos casos, ni siquiera vale la pena iniciar la discusión, por ejemplo, si no
hay acuerdo básico en la teoría ética que se va a adoptar durante la contienda.
205
Ahora, en lo que se refiere al plano jurídico, vale lo que dije en la respuesta número
3: tenemos que decidir si la filosofía que hacemos acepta encuadrarse dentro de lo vigente o
no. Hay filósofos que piensan que no tiene sentido reflexionar fuera de lo vigente. Yo no
tengo esa concepción. Por ejemplo, la ética negativa no acepta como éticos los dos tipos de
aborto admitidos por las leyes brasileñas, pero admite como ético ayudar a alguien a morir, si
así lo pide, lo que es considerado ilegal. Si la filosofía no va a poder cuestionar, en algún
nivel, estas reglas deontológicas, entonces es mejor sacar al filósofo del equipo bioético, pues
un filósofo no sirve para nada si no se lo deja pensar.
Julio Cabrera: Me refiero a la finitud del existente humano como tal, al individuo tanto como
a la especie como un todo. Pero la finitud no coincide con la muerte, sino con lo que llamo la
terminalidad del ser (de todo el ser, no sólo del humano). La finitud tiene más que ver con el
nacimiento que con la muerte, ya que todo lo que nace, nace mortal; la muerte es sólo una
consecuencia tautológica del nacimiento mortal. Es claro que, dentro de este panorama,
nuestras argumentaciones también son terminales, también ellas nacen y mueren (en general,
asesinadas por sus contra-argumentos). Por lo tanto, en lógica negativa no es posible llegar a
conclusiones definitivas y absolutas sobre nada (el aborto es perfectamente admisible en
ciertas líneas de argumentación y totalmente inmoral en otras, y así con todos los problemas
bioéticos); pero eso no impide llegar a ciertas conclusiones provisorias y débiles, vinculadas
con la plausibilidad y sustentabilidad de la línea de argumento que estemos defendiendo. Ellas
son débiles y provisorias porque esa plausibilidad y sustentabilidad ocurre solamente dentro
de la red holística de líneas argumentativas en donde otras líneas, inclusive diametralmente
contrarias a la nuestra, también son plausibles y sustentables. Todo ocurre como si el conjunto
de todas las otras líneas constituyese el carácter débil y provisorio de mi propia línea
argumentativa; como si las argumentaciones de los otros constituyesen la finitud de mi
argumentación.
buscándose una decisión “consensual”. Pero habría que definir mejor este consenso, pues la
lógica negativa trata de mostrar que los puntos de vista de estas personas son inconciliables,
ya que parten de presupuestos diferentes e irrenunciables. Científicos y religiosos tienen
visiones del mundo opuestas y no van a cambiarlas; a lo sumo pueden asumir (o incluso
fingir) actitudes tolerantes, pero conservando sus perspectivas, lo que es perfectamente
comprensible. Al final, las decisiones serán tomadas por voto, o por fuerzas de poder más o
menos implícitas, y no por consenso.
En esta misma línea de reflexión, tampoco se trata, como se dice, de que “cuestiones
complejas” exijan la existencia de comités, delante de “dilemas éticos”. La lógica negativa
intenta mostrar que no se trata estrictamente de “complejidad”, sino de imposibilidad.
Problemas como el desligamiento de un aparato de sobre-vida o la interrupción de un
embarazo no son “complejos”, sino que simplemente no tienen ni pueden tener solución
única. Se le llama “complejo” a un problema que no tiene solución única, pero un problema es
complejo cuando tiene una solución difícil de descubrir. Cuando un problema no tiene
solución única, él no es “complejo”, él es imposible, y lo único que se puede hacer es tratar de
resolverlo dentro de una línea de argumento, lo que implica todo lo contrario del “pluralismo”
de los comités. Lo que se puede hacer es entrar en un camino argumentativo y ser fiel al
mismo hasta el final, sin cruzamiento de otras posiciones; tal vez, a lo sumo, el pluralismo
pueda consistir en unas veces entrar por un camino, otras veces en otro. Pero esto es lo
contrario de lo que ocurre. En los comités se exige, por ejemplo, que se comience por
presentar una formulación “clara”del problema abordado, pero esto, desde el punto de vista
negativo, es imposible; la presentación siempre será “gestáltica” y parcial; sólo será clara
dentro de una línea de argumento, y oscura en otra; inclusive una determinada forma de
presentar el problema ya sugerirá una solución también determinada.
A la luz de una lógica negativa, los comités tendrían que admitir el carácter parcial e
interminable de las discusiones y el carácter siempre provisorio y frágil de las decisiones. Lo
que implica “soportar” la injusticia y el dolor que ciertamente derivarán, para alguien, de la
solución adoptada, en decisiones de suspensión de tratamiento, de embarazo, conflictos
familia-médico, sigilo (Sida), bebés anencefálicos, donación de órganos, etc. Los comités
deberían, adoptando el abordaje negativo, estar plenamente conscientes de las características
de la argumentación humana finita. Lo que ocurre en la realidad es, por el contrario, una
especie de politización de la finitud.
Pregunta: ¿Cuáles son sus objetivos actuales y sus proyectos en el área de la Bioética?
Julio Cabrera: Feliz o infelizmente, soy un filósofo multifacético que se dedica a muchas
cosas, aunque todas entrelazadas de maneras complejas, que tal vez alguien descubra algún
día. Escribí recientemente un libro auto-biográfico (tiene un título dramático: “Testamento”)
que, al igual que “Recuerdos de provincia”de Sarmiento, está destinado a cien lectores en
todo el mundo (ojalá sean más). En ese texto trato de entender las correlaciones entre éticas y
bioéticas negativas, lenguaje del cine y filosofía latino-americana, mi última gran pasión. En
este momento, motivado por mi transferencia del departamento de filosofía al curso de
207
NOTA: Este texto es la versión integral del Ensayo 9 de mi libro Análisis y Existencia
(Pensamiento en travesía) (Ediciones del Copista, Córdoba, 2010), llamado “Políticas
negativas y ética de la libertación (Mi encuentro con Enrique Dussel)”.
INTRODUCCIÓN:
Politización de la ética negativa y la dimensión negativa de las éticas de la libertación.
En mis reflexiones morales, siempre me he interesado por las cuestiones mortales (valor de
la vida, derecho de hacer nacer a otras personas, derecho de matarse, derecho de matar a otras
personas, etc), y he sido visceralmente un pesimista. Pero ya Robson Reis escribía, en su prefacio a
nuestros Textos de Filosofía Subjetiva (Porto Alegre/Santa Cruz, 1985), que mientras
desarrollábamos nuestra filosofía pesimista de la existencia, nos continuaba preocupando la
cuestión social. La alternativa que se abre aquí es la siguiente: (A) la politización de la ética
negativa, a través del rescate de los elementos subversivos de la negatividad, dado el carácter
claramente afirmativo y optimista de la sociedad vigente; o: (B) el mantenimiento de la ética
negativa en el ámbito privado, como muestra de la convicción de que la miseria humana no puede
ser socialmente solucionada (Schopenhauer), o como una muestra de autonomía, con un valor de
utopía (Rorty). En este artículo, yo intento claramente la alternativa (A), continuando los textos
contenidos en la Parte III de mi Crítica de la Moral Afirmativa (Gedisa, Barcelona, 1996.
La preocupación por la cuestión social viene reforzada por la lectura, en los últimos años, de
algunas obras de mi compatriota Enrique Dussel (él mendocino, yo cordobés), en torno de la
cuestión de la ética de la libertación, sobre todo después de asistir a su participación en el simposio
de la Unisinos, en 1993. Igual que él, yo he intentado, en mi ética negativa, una consideración
ontológica inspirada en Heidegger como marco reflexivo para una ética del existente humano que
sufre: los dos estamos interesados en saber cómo puede ser formulada una moral para el existente
humano en su desnuda facticidad. Nuestras visiones sobre eso son, empero, diferentes. Tengo
cuestiones ontológicas y morales que me diferencian de Dussel, aunque no creo – en virtud de la
lógica negativa que sostengo en el ámbito de las discusiones filosóficas – que nuestros
pensamientos puedan refutarse mutuamente, sino, como máximo, mantenerse ambos en tensión,
lado a lado.
209
Concretamente, desde mi perspectiva, la ética de Dussel sería aún, en parte, una de las éticas
afirmativas criticadas en mi libro de 96. Pero, por otro lado, continúo viendo la tremenda e
inescapable propiedad y oportunidad de las cuestiones planteadas por Dussel acerca de justicia y
opresión, y no quiero renunciar a ellas. Me gustaría continuar siendo un filósofo negativo y
pesimista y, no obstante, lúcido y políticamente activo. ¿Cómo hacer? ¿Es posible ser un pesimista
revolucionario?
Una de las tesis fundamentales de Schopenhauer (y una de las que mi ética negativa hace
también un uso fundamental) es el carácter estructural (no histórico) del dolor. En su obra magna, él
escribe: “Pero la mayor parte de las veces nos negamos a aceptar esta idea(...) de que el dolor es
esencial a la vida y no proviene del exterior, sino que cada uno de nosotros lo lleva dentro de sí,
como un manantial que no se agota. Siempre buscamos una causa o un pretexto exterior del dolor
1
SAFRANSKI Rüdiger, Schopenuaer y los años salvajes de la filosofía. Alianza, Madrid, 1991, pág. 443/4.
2
210
Richard Rorty tiene una solución democrático-liberal para esta cuestión, con su distinción
entre “filosofías privadas” y “filosofías públicas”, y con su idea alegre de que no deberíamos tener
que elegir una de ellas excluyendo a la otra. Él es escéptico acerca de que se puedan tornar
simultáneas, en una misma filosofía, lo que él llama el anhelo por la autonomía y el interés por la
emancipación. Acusa a Habermas por considerar a Nietzsche, Heidegger y Derrida como filósofos
no preocupados con la cosa pública, creando filosofías políticamente inútiles, y con eso atribuyendo
a los filósofos una especie de tarea impositiva en el sentido social-emancipatorio. Rorty plantea su
disidencia afirmando: “(...) yo leo a gente como Heidegger y Nietzsche como buenos filósofos
privados, mientras que él los interpreta como malos filósofos públicos”3. El valor social, indirecto,
de filosofías privadas sería, para Rorty, la enorme capacidad que éstas tienen para tornar más vívida
la utopía, y dar una mejor expresión de la autonomía, lo que pone a estas filosofías en un pie de
igualdad (o tal vez en desventaja) con otras actividades humanas como la novela, el periodismo, la
antropología, la sociología, las artes plásticas y el cine. Esta “revelación del mundo” permitida por
las filosofías privadas puede perfectamente coexistir con la tarea de “resolver problemas” que
interesa a las filosofías públicas4.
La única vinculación entre ambas sería lo que él llama “la susceptibilidad compartida frente
al dolor y la humillación”, sensibilidad que puede ser trabajada dentro de una filosofía privada y
transformarse más tarde en un elemento de cambio social, sin que por eso deba esa filosofía privada
ser politizada, o tornada pública de manera forzada, ni, por otro lado, pensarse que una filosofía
pública deba generar sus propias imágenes de autonomia y utopía. “(...) decir que ese dolor y esa
humillación son ahora innecesarios quiere decir que ahora se dispone de una forma alternativa de
vida social – una forma que habríamos sido incapaces de vislumbrar de no haber sido revelado un
posible mundo feliz mediante la innovación lingüística, una innovación que puede haber sido
causada por alguma turbulencia meramente privada”5. En este camino, la filosofía de
2
SCHOPENHAUER Arthur, El Mundo como Voluntad y Representación I, Parte IV, LVII.
3
RORTY Richard, “Habermas, Derrida y las funciones de la Filosofía”. Mimeo, pág. 4.
4
Id, pág. 11.
5
Id, pág. 13.
3
211
Schopenhauer sería considerada por Rorty (si alguna vez la mencionase) no como mala filosofía
pública, reaccionaria e inoperante, sino como buena filosofía privada, logrando, por ejemplo,
formular luminosamente la utopía de la compasión y la disminución del espacio en relación al Otro,
a través de un compartir originario (por más que el hombre concreto Schopenhauer no haya sido
capaz de llevar eso a su propia práctica).
Habrá sido, en parte, mérito de Enrique Dussel haber tornado para mí esta posibilidad en una
especie de exigencia. Pero hay el otro lado de la cuestión. Yo critico a Dussel, al marxismo en
general y a la totalidad de los proyectos revolucionarios sociales, por una particular ceguera delante
de los problemas estructurales de la vida humana, tal como presentados en las filosofías de
Schopenhauer, Nietzsche, Freud y Heidegger. Sostendré aquí que cualquier acción de este tipo debe
concebirse y realizarse dentro de lo que denomino la terminalidad del ser, dentro de un pleno
6
Id, pág. 17.
4
212
asumir la finitud humana y sus limitaciones insuperables. A pesar de tematizar de vez en cuando
estas cuestiones, Dussel no las sensibiliza de la misma manera que yo. A la politización de las éticas
negativas, pesimistas y privadas, creo que debe corresponderle algo como la radical finitización y
mortalización de los proyectos públicos de renovación, revolución o insurgimiento, incluído el
proyecto de Enrique Dussel. Estas son las dos cosas que me propongo tratar de hacer aquí.
Tal vez "mortalidad" sea un término inapropiado para lo que quiero decir (así como Wille
(voluntad) es un término inapropiado para lo que Schopenhauer quiere expresar, pues tanto
"voluntad" como "mortalidad" están vinculadas tan sólo con seres vivos). Si no se va a aceptar el
grado altamente metafórico de la expresión "Las estrellas mueren" (así como el de "Las aguas
quieren anegarlo todo"), sería mejor responder –si la pregunta de Pilatos me fuera formulada por
tercera vez- que la verdad es la terminalidad, la vacilación, la mengua, el desfallecimiento, el
acabamiento, el finalizar, el desaparecer, uno de cuyos tipos es la mortalidad. Esto - la mortalidad,
el acabamiento, el finalizar - es lo trivialmente último. Lo que resta a un filósofo que no renunció
aún a la filosofía primera (o sea, un filósofo radicalmente no rortyano, pero, como veremos, no por
eso alemán) es - a partir de esta base - reconstruir el resto. ¿Cómo es el mundo - y cómo es la
filosofía - a partir de la verdad trivial de que la verdad es la muerte (en el sentido del acabamiento)?,
7
El contenido de esta sección está más amplia y cuidadosamente expuesto en mi libro aún inédito LA FORMA DEL
MUNDO. ENSAYO SOBRE LA MUERTE DEL SER.
5
213
Pero a la muerte, como ha quedado claro por todo lo anterior, la considero idéntica con el
surgir, con el venir a ser. No considero a la muerte como un acontecimiento, o como algo puntual y
datado, que ocurra alguna vez a las cosas. La muerte es exactamente lo que se le ha dado a un ser al
hacerle surgir. Por tanto, la muerte es exactamente la mortalidad, el ser-mortal del ser. El ser-mortal
es caracterizado por la fragilidad (aun de las naturalezas "fuertes", como las de un tiburón o una
montaña), la destrucción paulatina, el roce (en el caso de los seres vivos, el dolor) y la aniquilación
final. La muerte no está vinculada aquí con el mero “morir”, sino con el ser-mortal del ser, de
manera que decididamente es mejor hablar de “mortalidad” que hablar , estrictamente, de la
“muerte”.
La mortalidad del ser es el límite de todo lo que puede ser pensado, y se trata de un límite
interno, definidor, no adventicio. No se trata de un fenómeno psicológico o empírico, sino
mundano estructural, al mismo tiempo factual y necesario, contingente e interno. El mundo podría
no haber sido mortal, pero desde el momento en que lo es, la mortalidad del mundo informa e
influye estructuralmente todo lo que se hace en él, todo lo que se es en el mundo y todo lo que
puede pensarse sobre el mundo. La mortalidad atraviesa el mundo, lo ES, lo constituye, es
insuperable e inextirpable, todo la manifiesta. El morir no es tan sólo un hecho biológico o material,
sino el próprio haber surgido del ser-mortal del ser. Es por eso importante distinguir entre estas dos
dimensiones de la muerte. Por más aterradora que pueda ser la idea de nuestro morir puntual, eso es
(por importante que sea desde el punto de vista psicológico) irrelevante desde la perspectiva de la
meta-filosofía primera. El filósofo está interesado en la mortalidad, no en el “morir” en sí, está
interessado en la pasmosa identidad entre morir y surgir, desde que el morir biológico es tan sólo
una posible consumación de la mortalidad del ser desde siempre ahí.
Sea lo que sea una cosa, sea cual sea su contenido específico, su situación, su hechura, ella
es mortal, aun cuando lo sea de manera contingente. "Ser mortal" es la misma cosa que,
simplemente, "ser", y la naturaleza redundante, pleonástica de esa expresión la evidencia como el
fundamento último, como la insuperable trivialidad. Aun cuando no sepamos de qué se habla, aun
cuando no hayamos visto o escuchado nada, aun cuando sepamos de cierto planeta desconocido o
de ciertos seres con los que aún no nos hemos encontrado o familiarizado, ya sabemos de todas esas
cosas que son mortales, que tienen un principio de destrucción, que así como surgieron
desaparecerán, sean cuales sean sus características, sean cuales sean los tejidos de su particular
6
214
modo de ser y su particular demora en fenecer. Porque si no, no podrían haber surgido. El surgir las
ha puesto ya desde siempre en el camino de su mortalidad constitutiva. La única manera en que un
ser podría ser inmortal es exactamente como muchos imaginaron que fuera Dios, o sea, como
alguien que nunca surgió, que siempre estuvo allí. Surgiendo es ya mortal, porque ser y ser-mortal
son una y la misma cosa.
Por eso, es pertinente decir que la verdad primitiva y original del ser es su mortalidad, y que
la mortalidad es la hechura misma del ser. La Metafísica espiritualista afirmativa tiene una
respuesta automática a esto: "La mortalidad afecta tan sólo a los seres, a los entes, pero no al ser
mismo". Pero esta réplica es ocultante de la mortalidad, el intento afirmativo de "salvar" alguna
cosa de la mortalidad (como si la mortalidad, o sea el ser, fuese algún tipo de mal, de maldición, de
caída), sea Dios, sea el Ser, sea alguna otra entidad. Es sin duda irónico y terrible que se trate de
salvar al ser de la mortalidad, siendo que la mortalidad es la hechura misma del ser. Salvar al ser de
sí mismo es lo absolutamente inviable. Se debe decir que la diferencia ontológica, la distinción
entre los entes intramundanos y el ser mismo del mundo, la mundanidad del mundo en cuanto tal, es
perfectamente pertinente, y debe hacerse (y mi ética negativa no podría funcionar sin ella). Ser y
ente SON diferentes; pero ambos están afectados por la mortalidad, por el ser-mortal del ser, en una
misma y única afección.
Hay una versión materialista de la permanencia del ser: la materia es eterna, tan sólo se
transforma, pero no muere. Los átomos se conservan, no hay nada que se destruya totalmente, todo
se transforma. Pero aquí hay que entender la terminalidad, precisamente, en su sentido más
abstracto. La materia continúa siendo terminal, aun cuando aceptemos la tesis de su eternidad. Su
particular tipo de terminalidad consiste en su imposibilidad de no tener que constantemente
trasnformarse, y en su imposibilidad de no poder producir entes sin tener que destruir otros,
provocando terribles impactos en los entes (especialmente en los entes conscientes humanos). Los
entes mueren en su propio ser material, no porque la materia misma muera, sino porque la materia
misma mata transformándose. (Y es pobre consuelo para un humano saber que sus átomos podrán
subsistir en una flor, o en algún lugar menos noble). (Trato más detenidamente de esta importante
cuestión en mi libro “La Forma del Mundo”).
La mortalidad constituye la mundanidad del mundo, o sea, el propio ser, afectando sin
mediación a la totalidad de los entes intra-mundanos en la estricta medida en que ellos simplemente
son (no importa qué). El ser-mortal del ser es algo que afecta fundamentalmente a los entes, en la
medida en que los entes son lo que ES, o sea, lo que es en la forma del ser-mortal del ser. La
7
215
mortalidad del ser no es alguna cosa supra-natural o supra-mundana, una especie de maldición que
se hubiese abatido sobre el mundo (pues, en ese caso, sería de nuevo Dios, ahora bajo ropajes
negativos o demoníacos) sino pura y simplemente su hechura ontológica, su tejido, su estructura, la
manera como está fabricado. Los entes son mortales no por esta o por aquella circunstancia, sino
porque el propio ser es mortal, porque ser y ser-mortal son una y la misma cosa.
Los entes no mueren en cuanto son tales o cuales entes, o en cuanto son entes así o asá, o en
cuanto son entes que están aquí o allá, etc, sino que ellos mueren en cuanto SON, encuanto son
entes, no tales o cuales entes, sino entes, cosas que son. Mueren en su ENTIDAD, en su ser-entes en
cuanto tales. EL ENTE EN CUANTO ENTE MUERE. Lo que es mortal es el siendo-de-los-entes,
el que-los-entes-sean. No hay un ser profundo o invisible que no se manifieste en el efectivo ser-
ente de los entes. Los entes mueren en cuanto SON. El siendo-de-los-entes es mortal, o, mejor aún,
el modo de ser-ente de los entes es ser-mortal, los entes no pueden ser si no es mortalmente, o sea,
terminando, terminándose.
Pero la muerte (la mortalidad) se dice de muchas maneras. Las cosas tienen diferente manera
de terminar, de finar, de no-ser su ser. Son finandas (la conciencia, una estrella, un libro, un animal,
la inspiración, el mar, la paciencia), todo termina, pero de manera diferente. (En términos jocosos:
dime cómo terminas y te diré quien eras). Fuego, la muerte por quemadura. Agua, la muerte por
sequedad o ahogamiento. Aire, la muerte por asfixia. El principio "físico" debe ser abstracto y
descriptivo-científico (no "causal-metafísico"). Desde el punto de vista del principio, importa que
las cosas mueren, no importa cómo. Cómo los seres mueren depende de las características de cada
mundo. Pero la muerte está presente en todo mundo, en todos los mundos posibles, en la propia
posibilidad de un ser-mundo, de un mundo ser. La muerte no es algo que aparezca dentro de un
mundo sí, dentro de outro mundo no, porque la muerte es lo que los mundos son, en la medida en
que surge como mundo (como un mundo cualquiera). Dentro de su posibilidad anida esencialmente
su mortalidad: los mundos posibles son esencialmente mundos mortales, transportan su propio fin
junto con su posibilidad. La realidad es combustible, asfixiable, inundable, etc. (Los “filmes-
catástrofe” muestran esto portentosamente. Ver mi libro Cine: 100 años de filosofía, capítulo 3).
Diciéndolo con una pésima y peligrosa metáfora: la muerte no muere. Esta expresión es
peligrosa porque la muerte no es cosa, sino el modo de ser de las cosas. La muerte es el fundamento
natural abstracto, el comportamiento de las cosas, el modo como las cosas son. Pero la mortalidad
no es "origen" ni "causa", ni "fin", sino tan sólo el modo de ser de las cosas, su adjetivación
8
216
primordial. Cualquier principio natural que se tome (agua, aire) sirve para exponer la mortalidad del
ser.
Cuando el hegeliano respondía que la verdad última es Dios, estaba respondiendo desde la
tradición afirmativa, espiritualista-culturalista ocultante. Desde el comienzo del pensamiento
occidental, y no tan sólo en la era cristiana, hay la continua tentación de interpretar al ser como
Dios. Dios es exactamente el nombre más augusto para la afirmatividad del ser, o sea, para el
crecimiento sin decaer, para la abertura sin cierre, la ocultación de la des-creación, el desmentido, lo
desfalleciente y la limitación. Puede no tratarse de un explícito Dios, como en el caso de los
filósofos medievales. Aun en pensadores fuertemente laicos como Heidegger (y como el gran
metafísico cordobés Nimio De Anquin), hay continuamente el peligro de sublimación del ser,
haciendo del ser un fundamento del tipo "hacer que los entes sean", "aquello por lo que los entes
son, y son lo que son", etc, o sea, transformándolo en un ser que "hace", en un sujeto de
operaciones, en una mediación que "hace que los entes sean”. Según esta tradición, el fundamento
debe tener un cierto tipo de perfección o de completitud, para poder ser el fundamento de lo que es
más imperfecto o incompleto. Para ser principio, es necesario ser lo mejor, lo más perfecto, lo más
luminoso. Esto supone que el fundamento, esté fuera o dentro del mundo, no se deja mancillar por
él.
La mortalidad es fundamento en el sentido de que todo lo que ocurre es una cierta actividad
de los seres (diferente si se trata de un ser inmaterial, de un ser vivo o de un ser vivo humano)
delante del hecho irrebasable de su ser-mortal. Por eso, el ser de los entes es de naturaleza reactiva,
es aquello delante de lo cual los seres tienen que “arreglárselas”. En este sentido, todo lo que ocurre
está anegado de mortalidad. La filosofía primera estudia al ser en tanto que surgido-como-mortal, y
no puede olvidar este origen definidor en ningún momento. Los seres, vistos por esta filosofía, son
constante y regularmente remitidos a su origen o surgir definidor, con independencia de sus
determinaciones específicas. La ocultación (en el plano humano) trabaja constantemente, día y
9
217
noche, en el sentido de desvincular a los seres de su surgir original, estudiándolos como seres que
están ahí y que pueden ser descritos, y en donde su mortalidad es olvidada.
Ciertamente, esto está situado en la tradición del platonismo y el neoplatonismo, y tal vez
sea Platón el inaugurador del pensamiento ocultante, al presentar el ser-no-siente como aparente e
ininteligible, si comparado con el Mundo Verdadero, en donde las características del ser son
alteradas de manera afirmativa, transformadas en eternidad, permanencia, inmutabilidad, etc.
(Dewey y otros pragmatistas norteamericanos criticaron estas características del pensamiento
antiguo, pero mantuvieron el afirmativismo, ahora en el plano de lo cambiante, dinámico, creativo,
etc. De un afirmativismo de lo Inmutable se pasó a un afirmativismo del Cambio). Con Platón
comienza la larga historia de la depreciación de la mortalidad esencial, como siendo,
paradójicamente, lo inesencial.
La ontología sublimada de Heidegger no da una respuesta al motivo del “olvido del ser”. El
olvido es simplemente constatado en una experiencia perpleja, casi en un agradable arrebato místico
que hace que se le olvide a uno el tal olvido. Pero, ¿cuál es el motivo de ese olvido? ¿Por qué
olvidarse de algo absolutamente positivo? El ser es, en los textos de Heidegger, tan hóspito,
abrigante y definidor (casi diría, materno), que no se entiende por qué debería ser olvidado en
beneficio de los meros entes, tan más dignos (en expresión de Borges) de “prodigioso olvido”.
Desde el punto de vista adoptado aquí, Heidegger no escapa del ámbito de la ocultación, porque su
visión del ser es - en su propia "abertura" - ocultante, escamoteante de su mortalidad constitutiva.
(Y esto tendrá que ver, ciertamente, con la interpretación dusseliana de la ontología de Heidegger).
10
218
La mortalidad del ser es una dificultad insuperable especialmente para seres humanos, si
entendemos que ser-mortal no es, simplemente, morir, sino surgir, rozar, sufrir, ser sometido a la
contingencia y a lo imprevisto, no poder hacer previsiones, ser continuamente sorprendido, herido,
mancillado, no tener tiempo, no poder llevar adelante los propios planes, no poder comportarse
como se desearía, no poder amar ni ser amado, no poder conservar lo que se ama, ser sometido al
envilecimiento moral y físico paulatino e inevitable. Ser-mortal es ser frágil, incompleto,
inhabilitado, no idóneo, desajustado, funcionar mal, andar a destiempo, errar, deambular, sentir
miedo, sentir dolor, ser sometido a fuerzas que no se comprende. Al mismo tiempo, ese saber
fundamental acerca del mundo parece llanamente insoportable. Parece que el ser, el hacer y el
pensar se han ocupado, regularmente, de ocultar la mortalidad del ser, en lugar de evidenciarla, o la
han evidenciado sólo en la ocultación.
A pesar delo que pueda proclamarse, no hay ninguna cultura que se constituya según la
naturaleza, siguiendo su dupla dirección generante/degenerante. En los ónticos "vivir de acuerdo
con la naturaleza" (por ejemplo, vegetarianos, etc), la naturaleza ya está interpretada de una manera
solamente generante, espiritualizada, que atiende a las demandas de los humanos, que los escucha, y
cuyo elemento degenerante ha sido elaborado de tal forma que ya no dañe. Todas las diferencias
etnográficas provienen de diferentes maneras de tomar posición respecto a la verdad fundamental,
11
219
La naturaleza es nombrada como "la generación de lo que nace", mucho menos como la “de-
generación de lo que fenece" por el mismo hecho de nacer. Es nombrada como "el elemento
primero de donde emerge todo lo que crece", no como "el elemento último en donde se sumerge
todo lo que muere", etc. La naturaleza es fuente y tumba, emergir y sumergir, nacimiento y
abatimiento, desenvolverse y envolverse, evolucionar e involucionar, y es ambas cosas a la vez y de
manera inextricable e inseparable. "Nacer" no es "surgir", sino "surgir-mortalmente", surgir como
"muriente" (o también: "menguante". La luna es creciente-menguante (y sus gamas), y la luna es
TODO ESO, su crecer y su menguar. Admitimos eso de la luna, porque no nos causa dolor su
mengua (tal vez sólo a algunos poetas románticos ultra-sensibles)). Si el término "naturaleza" se
refiere al puro surgir, es menester disponer de otra palabra para referirse a la dupla inseparable
surgir-fenecer, emergir-sumergir, la "natumortaleza".
La naturaleza es aquello que haciendo surgir, mata, aquello que poniendo en el ser, desgasta
y expulsa. No se debe concebir a la naturaleza como una madre generosa caracterizada solamente
por un movimiento de ida, un movimiento creativo, instaurador, como pura abertura. Esta es una
concepción religiosa de la naturaleza (y de la maternidad), embebida de presupuestos culturales,
atravesada de afirmativismo y de ocultación original. (El mito del “amor materno”: ¿un error del
mismo tipo que la creencia pre-freudeana en la ausencia de sexualidad en los niños? Se trata de dos
mitos vinculados com una presunta “pureza”, sin deseo sexual, sin agresión, algo de santo, de
etéreo, de supra-mundano, de divino. La tardía creencia en un unilateral “amor materno”, creencia
en la parte exclusivamente positiva de la naturaleza, es uno de los grandes prejuicios del
12
220
pensamiento filosófico moderno. Dussel no está completamente libre de eso en su reflexión sobre la
“proximidad originaria”, como se verá más adelante).
Lo que pasa con el término "naturaleza" (que el propio término conlleve ya una
interpretación afirmativa, de puro "nacimiento" o "surgimiento", sin el fenecer-ontológico, o con el
fenecer inmediatamente ocultado) ocurre también con otros términos, como "existencia". Concebir
a los entes como "existentes" es ya concebirlos afirmativamente (o sea, parcialmente, sin la
componente negativa), en la medida en que "existir" significa "ec-sistere", "surgir", "salir hacia
afuera"8. La palabra "existencia" oculta el momento del "hundirse", del "cerrarse", del "irse a
pique", lo que podríamos denominar la "insistencia", en el sentido del sumergirse en el no-ser.
(Insistir significa repetir. Recordar la vinculación que el último Freud establece entre la repetición y
la muerte. Existir significa lo nuevo, lo irrepetible. Insistir, en cambio, es lo viejo, lo antiguo, lo
siempre igual, lo muerto). Los entes existen/insisten, así como pertenecen a la natumortaleza, y sólo
con ambos elementos inseparablemente unidos comprenderemos la esencia del ser, algo
sistemáticamente impedido por la ocultación afirmativa).
8
Ver García Astrada Arturo, Tiempo y Eternidad, Gredos, pág. 17.
9
Véase mi artículo “Acerca da expressão DAS NICHT NICHTET. Uma leitura analítica”. Revista Philósophos,
Goiania, 1998”
13
221
Entender a la naturaleza tan sólo como ser, como surgir, como nacer, sin la componente de
no-ser intrínseca a ella, es entender a la naturaleza "por la mitad". Y éste ha sido el procedimiento
ocultante habitual, ya desde la propia acuñación de términos como "naturaleza","existencia","ser",
etc. Que no se pueda hablar acerca de la muerte, que no se la pueda vivir en el registro del "estoy
muerto ahora", etc, nada dice contra la muerte como concepto captado en el padecimiento de los
seres que nacen terminales. En este plano, el no-ser es absolutamente indispensable, más allá de los
laudables esfuerzos de Kierkegaard, Heidegger y, posteriormente, Sartre, para mostrar que la nada,
de alguna manera, se vive, por ejemplo en la angustia y otros stimmungen. Pero aun cuando no se
viviera nunca, aun cuando fuera inexprimible por los recursos habituales del lenguaje, el no-ser
podría ser descubierto por la fuerza de la reflexión, aunque ignorado por la experiencia y
rechazado por el lenguaje. En la tradición afirmativa-ocultante, se ha hecho de todo para
aprovecharse de los argumentos analítico-lingüísticos y psicológico-experienciales para intentar no
abrir la esfera ontológica del no-ser, para concebir al ser tan sólo como nacimiento, surgir, abertura,
como si el morir fuese una especie de eventualidad.
y mal-habita, vive mal (es “malviviente”), vive estrecho, carente y angustiado. O, se podría decir, el
ser aloja y desaloja a todos los seres por igual, en una misma y única inhospitalidad, en la
intemperie universal. La natu-mortaleza, la naturaleza entendida plenamente, con sus componentes
emergentes-submergentes, afirmativos y negativos, no podría habitar en una casa, nunca podría
tener un habitat. En cambio, Dios, sí, El necesita de un abrigo, de un Da-Gott, de un recepcionista
humano obsequioso y acojedor. La naturaleza se acomoda en cualquier parte.
Tampoco tiene el ser humano, como Sartre lo afirma, el privilegio de "traer la nada al
mundo". Para Sartre, la nada está vinculada con la conciencia, con la distancia que el ser humano es
capaz de poner entre sí y sí, con la no-identidad. Sin duda, esta específica nada conciencial es
aportada por el modo humano de ser. Pero el no-ser constitutivo del que se ha hablado aquí no
necesita particularmente del humano para ser introducido en el mundo. Nada (no sólo el humano)
puede ser de otra manera que no-siendo. El ser humano no ha introducido absolutamente ninguna
novedad en el ser. El ser humano tan sólo sabe lo que hace, pero lo que hace es lo mismo que hace
cualquier otro ser-no-siente. La mortalidad, la terminalidad, determina un no-ser más fundamental
que el no-ser de la conciencia, que el “para-sí” sartreano. Al surgir el humano, la nada ya había sido
traída al mundo, pero no por nadie sino por el propio mundo, en la estricta medida en que se
constituyó como mundo (como un mundo cualquiera).
En una tribu en donde los nacimientos fuesen recibidos con llanto y la muerte con alegría,
no se escamotearía menos la mortalidad del ser; ella sería enfrentada bajo la forma del desafiarla,
del manifestarla plenamente, y con eso, precisamente, se la ocultaría. La mortalidad del ser es
fundamento en el sentido de que todo lo que humanos, animales, plantas y objetos hacen en el
16
224
mundo es una elaboración de su naturaleza insuperablemente mortal, un hacer algo con lo surgido-
muriente, un tornar complejo, un demorar, un replantear, un tornar interesante. Se entienden las
cosas, en última instancia, si se las visualiza como elaboraciones de la mortalidad del ser. (Esto es
fundamental para pensar las cuestiones sociales y políticas, como será visto).
Mientras que en la segunda mitad del siglo XIX nacían la historia, la psicología, la biología,
la lógica matemática, y había una discusión plural, en el plano de la filosofía de la ciencia y la teoría
práctica, que involucraba psicologistas, idealistas, pragmatistas y pre-fenomenólogos, en la segunda
mitad del siglo XX la fascinante disputa se da entre universalistas alemanes y "post-modernos"
franceses y norte-americanos, un gracioso litigio en donde estos últimos asumen "tesis relativistas"
y los primeros tratan de combatirlos con dispositivos afirmativos (del tipo de la famosa "auto-
contradicción pragmática" de Apel, o los recursos del "actuar comunicativo" de Habermas). Rorty,
frente a ellos, sostiene que no se precisa pensar fundacionalmente, y que todo se reduce al uso de
ciertos “vocabularios” vinculados con la satisfacción de nuestras necesidades. "...somos
antiplatónicos, antimetafísicos, incluso, antifundacionistas" (RORTY R., "Relativismo: Encontrar e
Fabricar"), con lo que él muestra que el fundacionismo debe ser siempre "metafísico", en algún
sentido suficientemente difuso. La investigación humana sería, según el neo-pragmatismo "no una
tentativa de describir perfectamente la naturaleza intrínseca de la realidad, sino la de alcanzar
objetivos transitorios y resolver problemas transitorios" (122. Cfr, también 125/6).
Aquí campea la ideología vastamente difundida en estos tiempos, de que todo lo fijo y
permanente es dañino y perjudicial, en tanto que lo dinámico, variable y revisable es humanizante,
bueno y aconsejable. Enfrentando la alegación de que ciertas cosas como las jirafas son naturales,
en tanto que otras cosas, como cuentas bancarias, son creadas por la cultura, Rorty replica que
tampoco las jirafas son lo que son independientemente de las necesidades e intereses humanos.
"Todas las descripciones que hacemos de las cosas son descripciones que sirven para nuestros
propósitos"(126). Delante de este displiscente tratamiento de problemas (que elimina de un tincazo
la reflexión filosófica de muchos siglos en favor de una gran Feria de Utilidades Conceptuales), los
alemanes sólo tienen para oponer su fundacionalismo social-demócrata, las reglas del Diálogo
Ilimitado y los Aprioris de toda Comunicación, con lo que se exponen fácilmente a las críticas
maliciosas de los relativistas. (Cfr. mis argumentos contra Habermas y Tugendhat en la última parte
de la Crítica de la Moral Afirmativa).
En todo lo que se refiere al ámbito de lo intramundano, las actitudes relativistas son
difícilmente rebatibles. Hay que recordarles, a los relativistas rortyanos, que todos los proyectos son
mortales. Y, como contra-ataque, mostrarles que sus propios proyectos relativistas consisten en un
remanejamiento de algo del tipo que ellos niegan. Rorty desarrolla su pensamiento como si la
17
225
muerte no existiese, como si la mortalidad fuera tan construíble como cuentas bancarias y jirafas.
Pero la mortalidad es exactamente lo infabricable, lo que no se puede constituir y, sobre todo,
aquello que nos des-constituye y des-constituye nuestros proyectos, aquello que, fundamentalmente,
no sirve a nuestras planificaciones instrumentales, a nuestros fines y propósitos, aquello que
sistemáticamente se opone a todo eso.
2.1.El carácter mortal de la transformación social. La cuestión del Otro en ontologías afirmativas y
negativas.
Dussel asume su filosofía como una opción fundamentalmente ética. Él parte de una
consideración ontológica basada en Heidegger, como yo también lo he hecho en la ética negativa.
18
226
Está preocupado por una “eticidad del fundamento”, en el sentido de una vinculación entre ética y
ontología, y continúo, en este punto, coincidiendo con él. Creo, sin embargo, que su ontología es
afirmativa, que él importó toda la “luminosidad” heideggeriana para el plano de las relaciones éticas
(que no interesaron a Heidegger directamente). Mi ontología, como el lector ya se ha dado cuenta,
es menos luminosa.
A respecto de esto, quiero observar, de inicio, que los filósofos negativos no tenemos
nuestra visión tenebrosa del ser y de la vida humana por un motivo de morbidez gratuita, o porque
seamos “crueles” y no seamos capaces de ver “el lado bueno del ser humano”, y cosas de ese tipo,
que ya me fueron dichas muchas veces (Fueron dichas a Sartre también). Creo que una ontología
filosófica, sin elementos religiosos, sagrados (Gabriel Marcel) o laicos (Heidegger), descubre
naturalmente la mortalidad del ser y sus trabas fundamentales, con el consecuente estrechamiento
de las posibilidades morales del humano. Nosotros, filósofos negativos, tenemos que sufrir
constantemente acusaciones de “maldad”, como si nosotros hubiéramos introducido la negatividad
en el mundo, como si decir lo malo lo constituyese, en lugar de tan sólo denunciarlo. Toda la
historia de la humanidad es una siniestra serie de horrores, de torturas indecibles, indescriptibles,
que los humanos han descargado encima de otros humanos, en la inútil tentativa de librarse del no-
ser constitutivo, culpando otros humanos de haber traído la terminalidad del ser al mundo.
19
227
Pero Dussel quiere, él sí, colocar una opción ética dentro de este ambiente de pensamiento:
la eticidad consistirá en la aproximación o alejamiento del fundamento ontológico. La ética capaz
de superar a la metafísica de la subjetividad, y recolocar la cuestión ética en el plano ontológico, es
aquélla capaz de responder esta pregunta: “¿Cuál es el fundamento de la ética si el tema de la
misma es el hombre en situación existencial?” (Dussel Enrique, Para una Ética de la libertación
latino-americana (EL), pág. 43). Esta pregunta es la misma que la ética negativa quiere responder.
Lo que es dudoso es si Dussel ha expuesto la totalidad de la situación existencial humana, también
con sus elementos negativos, desde la cual quepa hacer legítimamente la mencionada pregunta. Si
no, la propia pregunta no habrá sido formulada en toda su radicalidad y desgarramiento. Tratemos
de mostrar mejor esta posible incompletud del planteo de Dussel.
Precisamente, uno de los factores del des-hacerse los proyectos y el ser mismo de los
humanos, son los otros humanos: los explotadores cohartan los proyectos humanos de otros
humanos excluyéndolos, empobreciéndolos, persiguiéndolos, etc, y des-hacen el ser que éstos
estaban tratando de edificar. Pero a mí no me parece que esto constituya una eventualidad, sino uno
de los elementos factuales recorrentes, cual sea la agresividad de unos seres naturales contra los
otros. Tratando de pintar la situación humana fundamental, hay que decir, pues, algo como lo
siguiente: “la práxis es el modo por el cual el hombre se trasciende usando pragmata, en vista a
realizar su propio ser, siendo éste constante y regularmente des-hecho por la acción de los otros
seres que tratan de realizar práxicamente su propio ser”.
20
228
La oposición del otro a mis proyectos, la presencia de ese otro negativo (más próximo de
Sartre que de Heidegger) es un elemento estructural de la situación existencial humana, y no una
eventualidad intramundana. Continuamente somos manipulados, invadidos y explotados por el
Otro, de las más diversas formas, y de manera completamente espontánea, inclusive de manera
cotidiana y en las situaciones más vulgares, y ni siquiera como uma decisión plenamente consciente
por parte del otro. La pregunta es: ¿cómo debe ser la ética cuando se cuenta con esa sistemática
oposición a la edificación práxica del propio ser?
21
229
“Dueño y señor de la facticidad” parece excesivo, aun con la salvedad entre paréntesis, y
otras que Dussel agrega para aminorar el impacto de sus afirmaciones. En verdad, ni siquiera
nuestra incompletud nos pertenece, nuestros proyectos están carcomidos por la negatividad, y
nuestra nada es simplemente nuestra hechura, no nuestra “posibilidad”. En gran medida, somos un
poder-ser que no es el nuestro. Nuestros proyectos están esencialmente tendidos hacia el futuro,
pero nosotros no podemos inclinarnos demasiado hacia el futuro, pues nuestro diminuto futuro
individual es demasiado corto. No estamos en condiciones de extender nuestro futuro demasiado
lejos, y muchos de nuestros proyectos están ya inhibidos por esa futuridad demasiado próxima y
mezquina.
Nos vemos obligados a medir nuestros proyectos, a lanzarlos en los proyectos de otros
(hijos, discípulos, correligionarios más jóvenes) o en cosas (libros, filmes). Nuestra libertad está
carcomida de negatividad, no somos libres de haber nacido y no parece buena antropología poner a
la libertad y al proyecto de ser como fundamentales, en un mundo en donde somos hechos y des-
hechos. Ni siquiera el proyecto de ser lo asumimos libremente, dada la facticidad del nacimiento:
somos obligados a ser el hacerse-des-hacerse de “nuestro propio” ser.
todavía-no del ser en la temporalidad, o a la exigencia que el mismo ser impone a las mediaciones
que pretenden realizarlo. El fundamento es, entonces, la eudaimonia, la perfectio, el bonum
commune universalis, el deber-ser (...) Por eso, la dignidad del hombre consiste en el „ser llamado
por el ser en salvaguardia de la verdad del ser” (EL, 63).
Creo que esta formulación está prejudicada, en primer lugar, por la no acentuación de los
límites de lo adviniente. Transmite la idea de que todo está por hacerse, de que todo puede ser
construído. De una disminución de ese poder-ser originario deberán surgir importantes
consecuencias, por ejemplo, en lo que se refiere a lo que puede moralmente ser exigido de un
humano, a la cuestión de la violencia, etc. (Ver más adelante). Dentro del abordaje negativo, no es
ciertamente la “felicidad” o la “perfección” lo que se busca, ni la “dignidad” en términos puramente
afirmativos (vocativos), sino, en todo caso, la dignidad negativa basada en la inviolabilidad,
igualmente negativa, de los humanos, basada en la compartida falta de valor estructural. Desde el
punto de vista ético-negativo, felicidad y perfección son lujos existenciales que no pueden ser
esperados ni previstos. Se apuesta mejor en la capacidad que el humano tiene de tomar plena
conciencia de no ser mejor que nadie, y de obrar en consecuencia (pudiendo, como es usual, obrar
en el sentido de la inmoralidad, o sea, contra el fundamento, contra el poder-ser originario).
mortalidad, ya presente en los estadios anteriores. Tal vez es en la etapa terminal en la que
finalmente vemos a la vida humana en su ser más propio. (“Es al final de la vida cuando vemos
cómo ella realmente es”). ¿De qué valdrá ocultarlo? ¿Qué tiene que ser un proyecto de
transformación social hecho por y dirigido hacia seres “finantes”? ¿Cómo la terminalidad del ser
debe influenciar en los proyectos sociales y políticos? ¿Valdrá el hacerlos como si los proyectos
fuesen sólo ascendientes, sin demolición?
De hecho, la visión dusseliana del surgimiento originario, del nacimiento humano, está
sobrecargada ya de afirmativismo, especialmente en lo que se refiere a su noción de la
“proximidad”. Dussel habla del privilegio de la relación hombre-naturaleza en el pensamiento
europeo, acentuando, en cambio, la relación hombre-hombre: “El hombre no nace en la naturaleza.
No nace a partir de los elementos hostiles, ni de los astros, ni de los vegetales. Nace del útero
materno y es recibido en los brazos de la cultura. El hombre, por ser un mamífero, nace en otro y
es recibido en sus brazos. Si fuéramos ovíparos, como los peces, por ejemplo, se podría decir que
la experiencia hombre-naturaleza es la primera” ((DUSSEL, Filosofía de la Libertación, 24).
Él habla como si la relación hombre-hombre no fuera un caso de la relación hombre-
naturaleza. Nuestra madre humana es, ciertamente, un pedazo de la naturaleza. En el mismo
sentido, se podría alegar que la jirafa no viene al mundo unica y exclusivamente por la naturaleza,
sino dentro de una cultura animal bastante específica. Lo que parece acentuarse es, tal vez, la
acojida amorosa de la madre humana, pero eso también se da entre animales no humanos. Las
madres, humanas o no, reciben al hijo en sus brazos, lo defienden ferozmente delante de enemigos,
etc. Esto parece formar parte de un cierto tipo de mistificación de la madre (de los orígenes) que
puede ser altamente perjudicial para la reflexión moral. Pero, por otro lado, también es dudoso que
el nacimiento humano esté libre de “elementos hostiles”.
Dussel concede que la “proximidad” a otro ser es siempre riesgosa (Id, 23). Después de
Freud, es difícil sostener sin problematizaciones (y sin que eso tampoco nos obligue a aceptar toda
la parafernalia freudeana) que el acojimiento materno del hijo sea incondicionado (a veces, parece
casi divino), que la relación madre-hijo no esté tan problematizada como cualquier otra relación
humana, inclusive proporcionando a esas otras relaciones, tal vez, su matriz fundamental. El mismo
Dussel afirma: “Antes del mundo, entonces, estaba la proximidad, el cara a cara que nos recibió
con una sonrisa cordial o nos alteró con la rigidez, la dureza, la violencia de las reglas
tradicionales, el ethos del pueblo” (24). La ética negativa trata de mostrar que aun en los buenos
recibimientos, y a pesar de las sonrisas, hay ontológicamente elementos de manipulación y
objectivación en el propio hecho de un nacimiento. El niño ya nace dentro de la manipulación y la
24
232
Las relaciones humanas reales, aún en el plano más originario, ya son relaciones de conflicto
y de dominación (el niño aprende tempranadamente, por ejemplo, el poder de su llanto, que
convoca despóticamente figuras borrosas y deseables en torno de su cuna). Dussel quiere rescatar la
proximidad como una relación originaria, ontológicamente fundada, a la que la ética, mucho
después, tendría que intentar regresar, una proximidad dada por el nacimiento y que después se
pierde. La felicidad es vista en términos arcaicos (heideggerianos), como un regreso a los orígenes
perdidos. Para eso, según él, se debe desarrollar una práxis de la aproximación, del encortamiento
de distancias con el Otro. Pero ese paraíso concebido como perdido parece, en una ontología más
descriptiva, como un paraíso nunca sido. Negativamente visto, no hemos podido perder nada que
nunca tuvimos. Las relaciones de conflicto y dominación son una reproducción de relaciones
originariamente conflictivas, ya acontecidas dentro del seno materno y en los primeros días de vida.
La visión de Dussel de la “proximidad” parece más religiosa que estrictamente fenomenológica o
descriptiva.
La cuestión social es vista por Dussel como introduciendo perversamente los elementos del
distanciamiento: no es el nacimiento originario, sino la dominación (por ejemplo, capitalista) la que
los introduce. Desde el punto de vista negativo, no es el explotador (capitalista o no) el que ha
colocado el distanciamiento, sino que él tan sólo ha desarrollado al paroxismo el distanciamiento
originario, el conflicto del surgimiento, la violencia del nacimiento: todo el no-ser de la muerte es
25
233
siempre el mero espejo del no-ser del nacimiento; nada puede morir que no tenga nacido, nada
puede volverse malo sin haberlo sido desde siempre.
Pero, como fue visto, la mortalidad del ser es negativamente vinculante, y, por tanto,
posible fundadora de eticidad. El vínculo negativo entre humanos los torna, precisamente,
inviolables unos a otros, en su común y radical falta de valor, en su igualdad originaria en el
desvalor. Aquí no hay ninguna orgullosa valorización positiva de la “persona humana”, sino, al
contrario, una especie de des-valorización igualizante y originaria. La violencia del nacimiento, el
desamparo originario, nos reúne a todos en el terreno negativo. Después vendrá un momento
facultativo en el que decidiremos si a partir de esa situación originaria vamos o no a ser morales.
(Pues siempre podremos aprovecharnos del desamparo del otro para perjudicarle o matarle). La
pregunta de Dussel ha sido, inicialmente, la correcta: ¿cómo debe (o puede) ser la ética de un
existente? Pero el modo exclusivamente afirmativo de describir la situación existencial humana ha
achicado el horizonte de respuestas posibles.
Dussel tiene razón cuando hace la distinción entre “fenomenología” y “epifanía” en relación
al surgimiento del otro: el otro no puede ser fenomenológicamente descripto, puesto que no existe
para el fenomenólogo (especialmente para el fenomenólogo europeo). El otro tiene que surgir
inesperadamente, entrar en la fiesta sin haber sido invitado: tiene que surgir-en, que insurgirse. El
otro es siempre, y por definición, un insurgente. También es muy importante, en relación a ese
tema, el análisis dusseliano de las ontologías de la Totalidad, y la necesidad de considerar
ontologías de la distinción, y no meramente de la diferencia interna a la Totalidad, ontologías que
den acogida a la distinción del otro.
Esto es fundamental, inclusive para analisar por qué no se nos deja filosofar en y desde
América Latina. Dussel muestra, con su propia tarea filosofante, que para pensar en el Tercer
Mundo es necesario hacerlo desde el no-ser, desde el total desamparo, desde la exclusión. El
pensar desde América Latina debe ser un pensar excluído, marginalizado, negado, ilegítimo e in-
surgente, y sacar de allí las propias fiuerzas reflexivas, en lugar de remedar malamente, y siempre
de segundo mano, precisamente las prácticas reflexivas que nos excluyen.
Los humanos son entes complejos que, en sus comportamientos efectivos y no idealizados,
están siempre sirviendo-dominando, dominando para servir, sirviendo para dominar, siendo
adversos-conversos, convergiendo-divergiendo, acercándose-alejándose, amando y odiando. El
humano es una criatura oscilante, y los dos polos de su oscilación lo constituyen. Se trata de
mostrar que se puede retirar una moralidad de la ontología negativa si tenemos el coraje de
transitar el camino negativo del des-valor del ser, y si somos capaces de formular una
26
234
inviolabilidad negativa entre humanos unos frente a los otros. La mortalidad del ser reúne a los
hombres en su miseria fundamental, y les muestra el absurdo de darse a sí mismos el derecho
inexistente de transformar la vida de los otros en infierno.
En varios lugares de sus obras, Dussel ha tematizado el pensamiento negativo, por ejemplo
como se dió en la Escuela de Frankfurt o en los pensadores pulsionales (Schopenhauer, Nietzsche,
Freud). También ha reconocido un momento negativo en su propio planteo, pero siempre
diferenciándolo de la negatividad que critica, vinculada con las ontologías de la Totalidad. Cfr: “La
noción de „negatividad‟, que indica simplemente un cierto „no‟, es equívoca, ya que hay una
27
235
negatividad que se juega en la Totalidad (aquélla que, originándose en Hegel, por ejemplo, llega
hasta Sartre, Marcuse o Adorno) y aquélla que superando el horizonte del mundo afirma al Otro
„como otro‟ („negatividad‟ afirmada como „filosofía positiva‟ por Schelling posterior a Hegel, por
Feuerbach hasta llegar a un Lévinas, por ejemplo)” (EL, 108). Habría, pues, una negatividad
interna a la Totalidad, y cuyo carácter crítico es siempre limitado, y una negatividad que abre una
brecha en la Totalidad, superándola hacia el Otro excluído, momento negativo indispensable para
una crítica más radical del sistema.
da su no-ser, tan sólo lo consumo. Ninguno de ambos es el autor del no-ser del otro, tan sólo
ejercemos una negatividad ya desde siempre allí. Yo puedo matarlo (¡y puede ser necesario
hacerlo!), pero, en la perspectiva negativa, no puedo justificar eso moralmente. La ética negativa
sugiere que hay un camino abierto hacia la moralidad en la misma posibilidad del reconocimiento
de esta “comunidad negativa primordial”, antes de la distinción patrón/obrero, precisamente esa
negación primordial que hoy los separa. Puede tratarse de una moralidad difícil, casi imposible,
pero lo que es cierto es que no hay ninguna otra moralidad (que no sea meramente estratégica,
encubierta, en todo caso, con categorías morales) por el otro camino.
Dussel insiste mucho en el “¡No matarás!”, pero su dictum permanece ambiguo: “El no-al-
otro es negación de exterioridad, esa afirmación totalitaria de la Totalidad, es matar al Otro. Por
eso, el „No matarás‟, negación de la negación, es afirmación suprema del Otro como otro y
abertura de la clausura” (Id, 28). Él habla igualmente del Sí-al-Otro como “(...) bien supremo del
hombre, la eticidad positiva desconocida por el pensar trágico o moderno de la Totalidad sin
Alteridad (...)” (40), definiendo el bien como “afirmación del Otro”. Pero estos principios son
auténticamente morales si son formulados de manera completamente simétrica e indistinta, si se
refieren al Otro como tal, en el orden del ser y de la estructura, y no a través de alguna cualificación
intra-mundana.
La ética negativa trata de colocar la moral en el nivel del ser, y a veces pareció que Dussel
trataba de hacer lo mismo. Cfr: “El profeta instaura una analética pedagógica de la libertación, de
la cual no está excluída cierta violencia, pero en la cual nunca puede figurar la muerte del Otro”
Id, 46). Mas en otras partes él distingue, por ejemplo, entre la “primera violencia”, la que causa la
opresión, y la “segunda violencia”, la de la resistencia liberadora (60, nota 152). O: “La guerra, que
es siempre un mal, tiene carácter de pecado, culpa y merece castigo como práxis dominadora, ya
que ella la declara y ejerce. Aquél que sufre la guerra, que entra en ella defensivamente y como
respuesta obtiene en ella dignidad, mérito y honra (...)” (96). De todo lo que Dussel dice acerca de
violencia, la siguiente es la más profunda y verdadera: “El tema es extremadamente complejo (...)”
(DUSSEL E., Ética de la Libertación en la época de la globalización y la exclusión (LGE), 545).
¡Y realmente lo es! El hecho primordial es que siempre podemos estar equivocados, por más
convencidos que estemos de nuestros ideales, por más que nos emocionen y parezcan confirmarnos
en nuestra postura. Podemos estar ofendiendo cuando tan sólo creemos defendernos. ¿Cómo se
podrían “seriar” las formas de violencia para poder hablar de “primera violencia”, “segunda
violencia”, “quinta violencia”? ¿Cuál es el cero que se usa para construir esa serie? En términos
29
237
finitos, se pueden construir diversas historias, diversos puntos de partida, definiendo “ofensas” y
“defensas”, “acciones” y “reacciones”. En su situación estructural, los humanos se amenazan
mutuamente, y cualquier organización de las cuestiones es conjetural. Los humanos simplemente se
expanden y afectan a otros humanos, y las “direcciones” que se pueden atribuir a esas expansiones
es diversa y complicada.
Desde mi punto de vista negativo, me parece mejor conceder que toda la cuestión de la
opresión, exclusión y libertación tienen pleno sentido, pero que no puede tratarse sólo con
categorías morales. Hay una tendencia a extender la moralidad como si toda la significación de los
comportamientos humanos tolerase un tratamiento moral. Disponemos de otros tipos de categorías
racionales para entender y evaluar comportamientos humanos, al lado de las categorías morales. La
moralidad no tiene el monopolio de la racionalidad categorial. No me parece conveniente tratar de
extender el ámbito de la moralidad para abarcar también todo el ámbito de lo racional, de lo
político, de lo pragmático, etc.
Parece más trágico y auténtico admitir que una gran parte de lo que los humanos son
obligados a hacer cae fuera del ámbito de la moralidad, transgrede la obligación de noperjudicar al
otro (e inclusive de matarle), en lugar de tratar de formular una moral política, una moral
pragmática, dentro de las cuales matar pueda ser moralmente legítimo, e inclusive una virtud.
Prefiero admitir que siempre que matamos salimos fuera del ámbito de la moralidad, pero también
10
En la película La Historia Oficial, de Luiz Puenzo, en la parte final, después de descubrir que su hija adoptiva es, en
realidad, hija de un “subversivo” asesinado, y que el marido colaboracionista sabía de eso, la protagonista, la profesora
de historia Alicia, al irse para siempre de casa, abraza al marido, inclusive instantes después de haber sufrido un brutal
castigo físico por parte de él. En todas las veces que he visto la película en sala grande, el público, invariablemente, en
el momento de ver esa escena, lanza sistemáticamente una exclamación de espanto y repulsión, como diciendo: “¡Y
todavía lo abraza, después de todo lo que ha hecho!”. Pero éste es un abrazo negativo: víctima y verdugo comparten el
mismo patrimonio negativo, olvidado en las transacciones intramundanas. El horror no le pasa menos al que lo aplica
que al que lo sufre. Ése es el aspecto profundo de la idea (también presente en Dussel) de que la libertación debería
ocurrir libertando, y no matando, y que el verdugo también debe ser liberado.
30
238
que podemos tener poderosos motivos racionales, pragmáticos y políticos para cometer un acto anti-
ético, y que eso establece una diferencia en relación a los casos en que no podemos ofrecer esos
motivos. Pero los hombres tienen una enorme dificultad en admitir que obraron anti-éticamente, y
nada los ofende más que escuchar eso (y los más corruptos son los que más suelen hablar de
“moralidad”, y ofenderse mortalmente cuando se sugiere que han mentido o cometido alguna “falta
moral”). En ningún caso, ni cuando tenemos ese tipo de razones ni cuando no las tenemos, hemos
justificado moralmente el matar. No necesitamos de argumentos morales para enrolarnos en la
Resistencia contra Hitler o en la lucha para juzgar a Videla. Es mejor considerar a la moral como
una pequeña teoría que justifica muy pocas cosas, y aceptar que la moral no agota el entendimiento
y la valoración de una vida humana.
La asimetría no es el peor problema para las ideas de Dussel acerca de vida, muerte y
heterocidio, sino la paradoja. El mejor punto de partida para ver esto (e inclusive un punto
enriquecedor, porque permite introducir el tema del suicidio) me parece ser lo que él denomina el
“principio material universal de la ética”, que él formula de la siguiente manera: “Aquel que actúa
éticamente debe (como obligación) producir, reproducir y desarrollar auto-responsablemente la
vida concreta de cada sujeto humano, en una comunidad de vida, a partir de una „vida buena‟
cultural e histórica(...) que se comparte pulsional y solidariamente, teniendo como referencia
última a toda la humanidad(...)” (LGE, 143). El específico punto que me interesa aquí es el que se
refiere a la “producción, reproducción y desarrollo de vida” en la medida en que eso sea
considerado como “principio moral”, o, puesto de otra manera, la cuestión, ya anunciada en las
primeras páginas de esa obra, de si es posible, sin caer en inconsistencia o, al menos, en paradoja,
una “ética de afirmación total de la vida humana” (Id, 11) que sea, al mismo tiempo, una “ética de
la libertación”. Esto supone que la libertación no implica ninguna lesión de la afirmación total de la
vida humana, o, por el contrario, que la obediencia plena de esta afirmación total de la vida humana
no perjudica el proyecto libertador.
31
239
Por otro lado, creo que es conveniente diferenciar entre suicidios literales (como el de
Ernest Hemmingway o Walter Benjamin) y suicidios no-literales. No es completamente
descabellado considerar a las muertes de Luther King, Gandhi, Sócrates o Cristo como cierto tipo
de muertes voluntarias, vecinas al suicidio literal, desde que se trata de personas que, como se dice
popularmente, “se metieron en la boca del lobo”, asumieron tareas que ellos sabían ser
extremadamente peligrosas, y murieron en su ejercicio. (Popularmente, las personas suelen decir:
“Esos individuos son suicidas”, o “Hacen una política suicida”). También debe destacarse que a
veces es difícil diferenciar entre suicidios literales y no-literales, como en el caso de Wittgenstein,
que fue a la guerra para que le dieran un tiro (Imagine lo difícil que habría sido clasificar su muerte
si hubiera sido baleado). O piense en el caso de los ascetas que ayunan, buscando la perfección y la
mortificación de la voluntad, y mueren por inanición: ¿se suicidaron, o murieron “naturalmente”?
11
Para otros argumentos disponibles en favor de una moralidad del suicidio, cfr. KAMLAH Wilhelm, Antropologia
Filosófica, COMTE-SPONVILLE André, Impromptus.
32
240
Una de las ideas más interesantes en lo que se refiere a una moralidad del suicidio es la de
los efectos beneficiosos y transformadores causados por un suicidio literal (Benjamin) o por uno no-
literal (Gandhi, o los héroes de la libertación), lo que torna ligera y necesitada de profundización la
aserción de Dussel de que, al suicidarse, el suicida “se niega como sujeto de toda acción posterior”.
El suicida no necesita estar físicamente presente para ser sujeto moral de muchísimas acciones que
son desencadenadas a partir de su suicidio (por el efecto moral de la ausencia, tal como explicado
en mi libro). Hay una subjetividad in absentia, que no necesita de la presencia para desarrollarse; al
contrario, la ausencia es mucho más eficaz de lo que lo sería la presencia (imagine si Sócrates o
Cristo hubieran aceptado la oportunidad de huir y salvar sus vidas; toda la eficacia de su prédica
proviene de que ellos aceptaron morir). Permanecer vivo no puede constituir ningún principio
material de moralidad y, por el contrario, muchas veces ausentarse, morir, abre caminos
insospechados para la libertad y la autonomía.
hacer un gran suicidio colectivo para no dejar que la esclavización ocurriese: ¿no consideraríamos
esta conducta auto-destructiva como, por lo menos, éticamente defendible?).
libertación”: resistir a la opresión y matar a los opresores debe entenderse, sin paradoja, como una
posible conducta, plenamente ética, de “producción, reproducción y desarrollo de la vida
humana”!). Creo que el mantener la condenación a ambas al mismo tiempo, al suicidio y al
heterocidio, supone situaciones no extremas, en donde la oposición y el conflicto aún pueden
negociarse, o sea, contextos que no interesan, al menos prioritariamente, a una ética de la
libertación.
35
243
Yo creo que uno de los primeros deberes de los no-suicidas es el de ocuparse con la cuestión
social de los excluídos y oprimidos, pues si no se ha suicidado, el filósofo tendrá que rebajar sus
niveles críticos para que la vida sea posible de la mejor manera posible dentro de la mortalidad del
ser, pero preservando siempre la vida del Otro, sin cualificaciones. El filósofo negativo debe traer a
la sobre-vivencia los elementos negativos consistentes en cambios de actitud respecto de la muerte:
estar dispuesto a morir, a no defender incondicionalmente su propia vida, en considerar la
inviolabilidad negativa de los otros, en ser plenamente consciente del costo de continuar viviendo,
en no poner al otro en el lugar del no-ser, etc. (Crítica, 132). En el caso de que el filósofo negativo
adopte una ética de la libertación estilo Dussel, no intentará, ciertamente, justificar moralmente su
matar enemigos, opresores, e inclusive a los inocentes que haga falta sacrificar en una lucha armada
de reivindicación y libertación. La tragicidad deberá acompañar todas las acciones de libertación.
Siempre que mato a otros debo ser consciente de que realizo un acto terrible. Para no ser un asesino,
un revolucionario tiene que recordar siempre que es un no-suicida.
personas deben morir, o que el matar seres humanos es una manera de “producir, reproducir y
desarrollar auto-responsablemente la vida concreta de cada sujeto humano”, sin tener que gastar
más reflexión filosófica y agregar más premisas de justificación. Desde mi perspectiva, es claro que
la ética de la libertación es típicamente una ética “de segundo grado”, en donde la vida humana ha
dejado de ser inviolable en sí misma, en la medida en que ella ha sido articulada, de algún modo, en
“vida que se debe respetar/vida que se puede suprimir”. Así, el “principio material universal” no se
puede aplicar, o hay otros principios que están siendo aplicados, y que relativizan el principio
material, hasta un punto en el que éste pierde su calidad de principio y se transforma en una norma
negociable.
Toda la tematización dusseliana de la violencia (en LGE, 6.4) está conducida siempre al
borde de la paradoja: para permitir “reproducir y desarrollar la vida de cada sujeto ético”, no se
podrá “evitar el uso de instrumentos que pueden incluso producir la muerte de muchos” (545. Véase
también 555, en donde se introducen diferencias éticas entre ejércitos). Si la muerte de seres
humanos sirve para reproducir y desarrollar la vida, hay que trazar una distinción interna en el
término “vida”, y restringir el alcance del principio. Pero restringiéndolo, no se ve cuál es su
utilidad. ¿No es mejor removerlo? El principio parece útil e importante si es irrestricto; si no lo es,
es mejor substituírlo por otros, que son los que verdaderamente están siendo seguidos. No estoy
criticando ninguna “justificación ética de la violencia”, sino tan sólo apuntando a los mecanismos
ocultantes del carácter secundario de la “ética de la libertación”, a sus peligros de paradoja e
inconsistencia, a los cuales Dussel es sensible.
37
245
A veces Dussel ataca el pensamiento negativo como si el mismo se pusiera cínicamente “del
lado de la muerte”, como lo hacen, por ejemplo, los artífices del actual desastre ecológico y su
explotación “suicida” de los recursos naturales. Dussel dice no argumentar “(...) contra el escéptico
que pone en duda la razón en general, sino contra el cínico que pretende justificar un orden ético
fundado en la aceptación de la muerte, del asesinato o del suicidio colectivo, como cuando un
Friedrich Hayek justifica la eliminación de los que son vencidos por la „competición‟ del
mercado(...)” (LGE, 144). Pero esta crítica no solamente NO alcanza a una ética negativa en mi
sentido, sino que puede afectar a la propia posición de Dussel. Pues en una ética negativa no se trata
de “justificar la muerte” o de propagandizarla, o de “estar de acuerdo con ella”, o de ser algún
“agente de la destrucción”. Los éticos negativos no somos “necrofílicos (amantes de la muerte de
las víctimas...)” (Id, 94). Al contrario, en la ética negativa se trata de ver la heroicidad y la
politización de la muerte, incluyendo las muertes de suicidas literales y no-literales, en beneficio de
los oprimidos, viendo el potencial subversivo de la propia muerte, y no el provecho que se puede
sacar de la muerte de los otros.
Lévinas ha escrito: “Mas la justicia solamente tiene sentido si conserva el espíritu del des-
interés que anima la idea de la responsabilidad por el otro hombre. (...) Podemos mostrarnos
escandalizados por esta concepción utópica y, para un yo, inhumana. Pero la humanidad de lo
humano – la verdadera vida - está ausente. La humanidad en el ser histórico y objetivo, la propia
abertura de lo subjetivo, del psiquismo humano, en su original vigilancia o calma, es el ser que se
deshace de su condición de ser: es el des-inter-esse. (...) Ser humano significa: vivir como si no se
fuese un ser entre los seres” (Id). En ese mismo capítulo, Lévinas habla de la categoría de “rehén”.
Y concluye: “De modo alguno quiero enseñar que el suicidio deriva del amor al próximo y
de la vida verdaderamente humana. Quiero decir que una vida verdaderamente humana no puede
permanecer una vida satisfecha en su igualdad con el ser (...) que el ser nunca es su propia razón
de ser, que el famoso conatus essendi no es la fuente de todo el derecho y de todo el sentido” (Id,
X).
Según la ética de Dussel, y las éticas de la libertación en general, se debe hacer una opción
por los excluídos, oprimidos y marginalizados. Pero la ontología negativa muestra en qué
condiciones se encuentra (o se des-encuentra) el ser que pretendemos ayudar, y en qué condiciones
estamos nosotros mismos cuando nos disponemos a ayudar. Todo y cualquier ayudar debería ser
adecuadamente mediado por la consideración de la situación ontológica negativa, y por las
consideraciones éticas derivadas de ella. Las preguntas relevantes son: (a) ¿Qué es lo que tenemos
39
247
para dar a los más pobres y excluídos? y (b) ¿Cuáles son las condiciones estructurales de ese “dar”?
A la cuestión (a), la ética negativa respondería: no tenemos nada en el nivel ontológico, en el que
todos somos menesterosos, carentes y desprotegidos, igualmente mortales y decadentes, sin
condiciones de ayudar a nadie, y sin que nadie pueda ayudarnos. Esto, que parecería inicialmente
una afirmación cohibidora y paralizante, puede generar eticidad (negativa, ciertamente), liberando
una dimensión del dar apoyada en nuestra común situación de desamparo. En las palabras de
Bernanos, dar lo que no tenemos.
Todo nuestro ayudar efectivo se concentra en el intramundo: podemos obrar para dar a los
más pobres y excluídos “mejores condiciones de vida” en el sentido óntico habitual (alimentación,
vestimenta, morada, estudios). Sabemos que ninguno de esos bienes intramundanos detendrá la
caída estructural de una vida humana, de manera que la satisfacción de esos necesitados nunca será
completa, sus ansiedades y esperanzas jamás serán saciadas; su fatal desengaño deberá ser
adecuadamente previsto y contrarestado, para que no se transforme en frustración incontrolable y
peligrosa, que incluso salpique a los propios benefactores (el pueblo ejecutando al revolucionario
que los liberó). Es absolutamente fundamental, y esto ya toca a la cuestión (b), que el ayudar sea
debidamente encuadrado en la situación negativa insuperable, de tal manera que quien ayuda sepa
perfectamente que jamás saciará la insatisfacción, y que quien es ayudado sepa que la no saciedad
no es culpa de nadie, y específicamente no es culpa de sus benefactores. No colocar al otro en el
lugar del no-ser.
En realidad, lo único que estamos en condiciones de dar a los otros, es precisamente el pleno
saber de su mortalidad constitutiva, la plena conciencia y manejo de su condición humana, sin
tapujos ni ocultaciones. De cierta forma, la visión negativa del mundo desarrollada en mis textos,
incluyendo la ontología negativa, puede considerarse, en la situación social actual, como lujo, como
parte de un patrimonio cultural refinado (algo en este sentido es desarrollado, por ejemplo, por
Ludwig Marcuse, en su libro “Pesimismo”, y también por Thomas Nagel en “Mortal Questions”).
La tristeza, la melancolía, el humor crepuscular, son cualidades elevadas que solamente el ser
humano libre puede cultivar. Los miserables están condenados al optimismo, al buen humor, a la
sonrisa obsecuente, a la falsa alegría, a lo que ellos mismos llaman, a menudo, “reír para no llorar”.
(Es común en el Brasil ver a los obreros mal pagos y sobrecargados de trabajo (basureros,
barrenderos, obreros de la construcción) riendo a carcajadas y jugando, a veces como niños, en sus
trabajos pesados, insignificantes y mal pagos). Los muy ricos, en general, están tensos,
preocupados, enfermos y sin esperanzas, ni siquiera en sus fastuosas fiestas se divierten, y son tan
feos como Pasolini los muestra en su film “Teorema”. La capacidad de diversión y auto-engaño de
40
248
los más pobres es inmensa. Pero el optimismo del pobre es parte de su miseria, y hay que liberarlo
de él. (No se trata, en un registro schopenhauereano, de omitir cualquier acción liberadora de los
más pobres, ya que éstos –según él argumenta- no saben que su miseria es ontológica, y que la
misma no terminará cuando sean liberados de sus cadenas)13.
Una ética negativa no busca la “felicidad”, sino la más plena consciencia de la mortalidad
del ser, sin ocultaciones, y obrar éticamente en consecuencia. El contacto con la mortalidad del ser
debe, en una acción social negativamente orientada, ser parte del patrimonio estable de todo ser
humano, en el sentido de que todos deberían superar el estado de penuria económica que les impide
ver su desvalor ontológico y la inviolabilidad del otro basada en él. La melancolía del saber, la
lucidez y la consciencia, no debería ser escamoteada paternalísticamente a nadie, todos tienen pleno
derecho a ella. (La “infelicidad común” de la que hablaba Freud). La infelicidad es algo que se
manifiesta en la capacidad de tener tiempo para sí y para la reflexión plenaria de la condición
humana en su desnudez, en su último límite reflexivo. Los pobres y desheredados están condenados
a postergar toda y cualquier indagación filosófica más plena, completamente ocupados por la
sobrevivencia más elemental, viviendo y muriendo dentro de un horizonte puramente económico de
existencia, en donde la mera sobrevivencia adquiere la indebida importancia de un ideal supremo.
No es para tornarle “feliz” que se debe sacar al miserable de su miseria, sino para que pueda
establecer otras relaciones con su condición, más allá de la mera “felicidad”.
A la cuestión (a), pues, se responde: podemos dar a los otros los bienes intramundanos
elementales (alimentación, etc) para contribuir a que se aproximen a la hechura de su ser, sin los
obstáculos de la penuria intramundana. Mostrarles que son iguales a cualquiera, y que su igualdad
no habrá sido obtenida, como los dominadores lo pretenderían, por haber sido capaces de “subir en
la vida”, como se dice. Esto debe dar a la acción de ayudar un marco trágico y negativo de
referencia, que indica el grado de expectativas que se debe tener, tanto con respecto al efecto de la
ayuda cuanto a la capacidad de recibirla. No ayudar dentro de una esperanza ilimitada y luminosa,
que escape mágicamente a la mortalidad del ser.
13
En la extrema penuria se procesa una ilegítima ultra-valorización de las cosas más insignificantes (por ejemplo, un
balde de agua en el Nordeste brasileño, o un pedazo de palo para el niño pobre que no tiene juguetes). Esto no significa
que esas cosas sean valiosas, que la vida sea valiosa. Al contrario, la sobre-valorización de la vida (eso que maravilla al
rico alienado, el hecho de que los pobres “se contentan con poco”) es una mistificación que debe terminar cuando el
pobre sea rescatado de su situación miserable. En ese momento verá él que la vida no es, en absoluto, maravillosa, que
un balde de agua no es ninguna maravilla, sino meramente algo necesario que debería estar garantizado, y por lo cual no
se debería tener que luchar tanto. El “valor de la vida” es algo en gran medida constituído a partir de la miseria (los
sobrevivientes de campos de concentración tienden a ver como maravilloso cualquier detalle de su vida actual), como si
el “valor de la vida” surgiese solamente por contraste com algún horror intra-mundano. Yo concibo a la libertación
también como el libertar al pobre de todas estas mistificaciones, del mito del “valor de la vida”.
41
249
Pero, se podría replicar, ¿no sabe ya instintivamente el más pobre todo lo que debe saber
sobre mortalidad? ¿Acaso no sabe el pobre que está sufriendo y que va a morir? La pobreza tiene
dos ejes en los que la cuestión de la muerte se plantea: por un lado, el pobre tiene la fuerte
impresión de que el dinero soluciona las cuestiones mortales, la fuerte tendencia a pensar que el
dinero puede absolutamente todo. Su situación miserable le hace transformar el dinero en valor
supremo. Por otro lado, en el otro eje, la pobreza desprotege al pobre y lo pone en mayores riesgos
de morir (a través del hambre, las enfermedades, y la vida dura de la calle, con sus continuas peleas,
desentendimientos y muertes). Pero yo creo que en ambos ejes, aun, paradójicamente, en el
segundo, se oculta al pobre su mortalidad constitutiva. También en la muerte cotidiana de las calles
oscuras (por ejemplo, del Brasil, pero también del Bronx), las clases pobres no visualizan la
mortalidad, sino tan sólo la muerte óntica y fechada (lo que he llamado antes la “muerte puntual”,
MP), tan absurda como el hambre y la sexualidad ansiosa de los oprimidos.
Esa terrible familiaridad con la muerte, el alto índice de mortalidad juvenil en las clases m´s
pobres, oculta el ser mortal del ser en lugar de manifestarlo, trivializa a la muerte, la saca de su
contexto estructural, la transforma en una eventualidad que podría no ocurrir. El mismo carácter
prematuro de esas muertes las pone en su contingencia de manera superficial y apresurada, obliga a
decir cosas como “si no lo hubieran matado, podría haber vivido muchos años”, “podría haber
hecho esto o aquéllo”. La mayor capacidad para esperar por una “muerte natural” pone al ser
humano más en contacto con su terminalidad constitutiva, que el continuo peligro de morir en las
calles (en luchas por drogas, bebidas, por celos, o, a veces, por motivos completamente banales)
oculta y disfraza con los colores de la eventualidad. Las clases pobres se apoderan de la muerte, la
viven en su plena onticidad, no se trata de algo indeterminado que los define, mas de un peligro
intramundano con rostros definidos (el traficante del “morro” carioca, el jefe de la pandilla, el tipo
al que le se le dió una zurra y juró venganza, etc).
En lo que se refiere a la cuestión (b): en cualquier acción social de libertación, están los que
pretendemos ayudar y aquéllos a los que debemos atacar para conseguir eso. En la visión trágica del
filósofo negativo, no podemos ayudar a todos al mismo tiempo, y es inevitable atacar a alguien para
ejercer cualquier acción social renovadora. En la dimensión del ayudar, encontramos un fenómeno
nunca tematizado, a lo que me parece, por Dussel: el des-agradecimiento, la posibilidad siempre
abierta, y explicable por la mortalidad del ser, de que el ayudado no se quede satisfecho con la
ayuda recibida, o incluso que piense que habría sido mejor no recibirla, transformándose en odio lo
que, en el plano de la afirmatividad vigente, se habría esperado ser gratitud y alivio. En la filosofía,
ha sido Nietzsche quien mejor trató de describir la dialéctica infernal de la actitud asistencial, por
42
250
(En el cine, fue Luis Buñuel quien mostró esto mejor, especialmente en el filme “Viridiana”,
en donde ambos fenómenos de odio están extraordinariamente bien expuestos. La monja Viridiana
vehicula todo su odio a la vida y a la sexualidad a través de un programa asistencial hipócrita y
reprimido (cobijando a un grupo de mendigos en la casona de su tío suicida), y los “pobres” (la
“opción” de Viridiana) no solamente no agradecen (a pesar de su superficial obsequiosidad) la
asistencia, sino que la retribuyen com una orgía de violencia, invadiendo la casa, robando todo lo
que encuentran y agrediendo incluso a su ingenua benefactora. En otro momento del film, el primo
de Viridiana se apiada de la suerte de un perro, obligado a caminar atado a la trasera de un carro, y
se lo compra al dueño, creyendo con eso aliviar la suerte del animal. Pero cuando el cruel dueño
parte, el perro llora desconsoladamente, y no quiere quedarse en la “buena vida” que generosamente
se le ofrece. Para acentuar más aún el pesimismo de la opción, pasa en ese momento otro carro con
otro perro atado a la trasera, en las mismas condiciones que aquél que fué antes “liberado”).
La moraleja de la historia es que es siempre muy peligroso ayudar a los otros, no porque los
otros sean “malos”, o porque tengan una “naturaleza perversa”, o porque haya un “mal radical” en
el ser humano, mas simplemente por la facticidad de su situación ontológica insuperable, que le
deja poco espacio para la moralidad.
43
251
¿No habrá sido la superficialidad psicológica una de las causas del fracaso del
asistencialismo marxista? Sin el adecuado estudio de esta dialéctica infernal (¡claramente negativa!)
del “ayudar”, no creo que se pueda plantear seriamente, y sin ingenuidad psicológica y social, la
cuestión de la asistencia y del “oír la voz del Otro”. En una asistencia encuadrada en la mortalidad,
la expectativa negativa substituirá a la esperanza afirmativa. No estamos en condiciones de tener
esperanzas, tan sólo expectativas, cautelosas, minimales y pesimistas. Así, tal vez, nuestra acción
encuentre eco y tenga alguna eficacia. Ella deberá ser desarrollada con un elaborado grado de des-
esperanza.
44
252
En los textos de la década del 20, recogidos en el segundo tomo dedicado a la fenomenología
de la intersubjetividad, Husserl ha ofrecido su solución al problema del otro dentro de su fenomenología
trascendental, de una manera tal vez más profunda y más rica de lo que después va a hacerlo en la
famosa 5ª Meditación Cartesiana, publicada al final de esa década (1929).
La base de la solución es egológica, por lo cual Husserl ha denominado a su doctrina del otro
como monadología trascendental, evocando la doctrina metafísica de Leibniz, según la cual, el
mundo está compuesto de mónadas incomunicables ("sin ventanas"), que sólo pueden comunicarse por
el concurso divino, en la famosa "armonía pre-establecida". Husserl intenta construir el idealismo de
Leibniz sin metafísica, como un puro idealismo lógico-epistemológico: esto significa que, en el caso
del otro, las mónadas continuarán sin ventanas y ahora sin concurso divino. ¿Cómo se comunicarán?
una perpetua ausencia, alguien que no está allí, que no puede estar, que jamás estará, que sólo puede ser
presentificado (ya que no presentado) a través de la reducción dupla. Los servicios divinos son
perfectamente dispensables: la propia subjetividad transcendental pre-establece la armonía. Los
otros son originarios no en el sentido de serme originariamente dados (eso supondría un “nosotros”
inconstituible) sino en un sentido secundario opcional. "... el mundo es mundo de todos nosotros; en
cuanto mundo objetivo tiene, en su sentido propio, la forma categorial de 'ente verdadero una vez por
todas', no sólo para mí sino para cualquiera... Experiencia del mundo en cuanto experiencia
constituyente no significa tan sólo mi experiencia enteramente privada, sino una experiencia
comunitaria..." (“Lógica formal, Lógica trascendental” (LTF), p. 247).
2
254
espejo. "Mi" imagen no es mía, o ella es mía tan sólo en la estricta medida en que pasa por las
condiciones en el que el otro decide reflejarme, quedarse con mi imagen en su espejo. No puedo
modificar el espejo del otro, tan sólo puedo reflejar al otro en mi propio espejo (y no puedo evitar
hacerlo). Si hubiera ventanas, tendría yo un acceso transparente al otro. No habiéndolas, soy
obligado a conjeturarlo.
Si, según Frege, los sentidos son entidades abstractas que me presentan las referencias de cierto
modo, entonces el otro nunca es referencia sino puro "modo de presentación", opacidad, oblicuidad
(exactamente lo que Frege quería evitar, la confusión de los objetos con sus modos de representación).
El otro es ausencia vivida. Las experiencias de "no consigo ponerme en su lugar", "no puedo
imaginarlo”, “es imposible sentir lo que él siente", 'Es imposible imaginar lo que significa para
él”, etc., son aproximaciones a lo que Husserl entiende por empatía, que, a diferencia de la simpatía
(Max Scheler) es la propia "imposibilidad de transferirse". (A favor de Sartre, la categoría de
"empatía” es, en este sentido de la ausencia, mucho más negativa de lo que Husserl tal vez logró
pensarlo).
3
255
En la lógica, el otro deja de hablar por sí mismo, y, por tanto, todo lo que del otro interesa
está ya incluido dentro de las operaciones de la lógica. La lógica no soluciona la comunicación,
sino que la torna dispensable. En la matemática, el otro es "cualquiera", y yo también. El
problema de la comunicación se plantea para éste, para aquél, para nosotros, pero no, ciertamente,
"para cualquiera". "A pesar de las variaciones, es posible sostener la idea de la cosa misma, que es
elevada a su más alta expresión en la objetividad lógico-matemática" (Id, 383). La objetividad se
alcanza (como “mundo común”), pero intersubjetivamente. La lógica no me sirve para comunicarme
con el otro, sino para alcanzar un ámbito en el que no necesito más comunicarme con él. Si nos
alejamos poco a poco de la lógica, en dirección al polo de las disciplinas sociales,
podemos imaginar lo que ocurre con la dinámica de los espejos enfrentados. Somos llevados a un
ámbito en donde la comunicación es máximamente necesaria y vital, pero en el cual sólo tenemos
conjeturas basadas en reflejos y sombras, un mundo en donde estamos con alguien y no, como en la
lógica, con cualquiera.
.2. Post-Análisis.
4
256
5
257
sino que, más bien, pregunta bajo qué circunstancias la forma en cuestión fue introducida en el
lenguaje y qué papel, qué utilidad tiene la práctica de introducirla de ese modo. Las circunstancias
para introducir „Yo tengo dolor‟ y „Él tiene dolor‟, acaban de ser descritas..." (135). Wittgenstein
substituye el problema del sentir el dolor del otro, por el problema del uso de las palabras
dentro de un juego de lenguaje que habla acerca de sensaciones de otros y de las propias. "El hecho de
que ya no demos una teoría del lenguaje en términos de condiciones de verdad y los argumentos
escépticos acerca de la significatividad de las adscripciones de sensaciones a otros son
importantes…de ninguna manera es fatal a la concepción de que es significativo atribuir sensaciones a
otros la falta de tales 'hechos correspondientes', sino las condiciones bajo las cuales introducimos esta
terminología, así como los papeles que desempeña" (136/7). Se trata del dominio del juego de
lenguaje que consiste en la atribución de sensaciones a otros.
6
258
el lenguaje podría ni siquiera ser necesario. En el caso de las disculpas, perfectamente podría
disculparme colocando mi mano en el hombro de alguien, o dirigiéndole una mirada profunda, y es
tan sólo cuestión de convención admitir casamientos y bautismos silenciosos. Si continuamos
insistiendo en la cuestión de la significación como esencial para enfrentar la problemática de la
intersubjetividad, deberá admitirse que el propio problema de la significación no queda ya confinado
dentro de los límites del lenguaje.
7
259
Pero quiero sostener, en la última parte de este texto, otras tesis de carácter escéptico que
aparecen después de solucionado, a la manera fenomenológica o a la manera (post-)analítica, el
problema de la intersubjetividad. He afirmado que las dos filosofías examinadas solucionan la
intersubjetividad apelando a conceptos vinculados con la acción y la interacción. Sin embargo,
sostengo que la intersubjetividad es tan sólo una condición minimal de comunicación, yo
diría la condición transcendental última, pero que solucionado tal problema, hemos dado tan
sólo un paso muy tímido en dirección a una solución de los problemas de comunicación entre
humanos. En este sentido, creo que Apel y otros confunden sistemáticamente esos dos niveles, al
hablar, por ejemplo, de los aprioris de comunicación, o de una comunidad de comunicación. Me
parece que lo que ellos llaman tal, sólo puede ser defendido, en todo caso, como los grandes y básicos
aprioris de la intersubjetividad, que son tan sólo condiciones necesarias, pero no
suficientes, de comunicación.
8
260
Lo que quiero insinuar aquí es más fuerte: que la aceptación de cualquiera de las dos
soluciones aquí examinadas del problema de la intersubjetividad, es perfectamente compatible
con una tesis de la incomunicación radical entre humanos, una incomunicación que no se
basa en eventualidades removibles, sino en lo estructura misma de la otridad. Esta tesis de la
incomunicación radical choca con un curiosísimo obstáculo inicial: mientras que todas las teorías
de lo comunicación son interesantes, la teoría de lo incomunicación radical es trivial, y los
argumentos que la sostienen se encuentran a menudo en el hombre de la calle menos
intelectualizado. Eso la torna muy débil en los medios académicos.
La respuesta automática contra una teoría de la incomunicación radical es: "Todo depende de
lo que entienda usted por comunicación". Pero creo que todas las nociones, por más problemáticas
que sean, deben cumplir un conjunto de requisitos básicos o minimales, sin los cuales nos
quedaríamos sin la noción de comunicación. Como estamos situados en un contexto pragmático, en
el ámbito de la solución del problema de la intersubjetividad, es razonable que incluyamos en esas
condiciones minimales algunos ítems pragmáticos, y no tan sólo semánticos. Llamo aquí semánticos
a los puros requisitos de entendimiento de lo que se presenta, en el sentido de entender señales,
interpretarlas, poder repetirlas, reproducirlas, enriquecerlas, dominar ciertas técnicas, etc. No creo
que la teoría de la incomunicación radical pueda plantearse en el plano del puro
entendimiento. En este plano, yo sería plenamente optimista, dados los niveles sofisticados de
construcción de sistemas de señales de que hoy podemos disponer. Si de eso dependiese, nuestros
problemas de comunicación estarían resueltos. El plano en el que la comunicación comienza a
distorsionarse sistemáticamente, me parece ser el plano volitivo, el plano de la voluntad, o lo que
voy a llamar el plano del "querer entender", o de la voluntad de entendimiento.
9
261
Estos dos planos son distinguidos en el habla común. Cuando, en caso de conflicto, las
personas hablan de un "mal entendimiento" y también de una "mala voluntad", como cuando se dice:
"No sirve de nada insistir, él no quiere entender", o "Ha decidido no entender". Todo el mundo sabe
que cuando existe un obstáculo volitivo, el plano del entendimiento y de los signos puede funcionar a
maravillas, y la comunicación empacar, a veces para siempre. El gran lógico alemán Wilhelm
Kamlah ha escrito lo siguiente (lo que me parece un buen comentario al nivel que estamos aquí
presentando): "... hasta las leyes de la lógica, que son consideradas como un ejemplo paradigmático
del conocimiento científico „que se impone por sí mismo‟, apelan al espíritu abierto de un
interlocutor que no ha de ser 'ni de mala voluntad ni imbécil'. Quien no entiende voluntaria e
independientemente que dos más dos son cuatro no puede ser obligado a reconocer la verdad de
esta proposición." (Kamlah, Antropología filosófica y ética, pág. 100 de la versión española).
10
262
En realidad, además de no poder entenderlo todo, tampoco somos capaces de quererlo todo.
Sólo queremos lo que podemos querer (y este es el 3° nivel). En la base egológica de la solución
husserliana de la intersubjetividad, está la idea de que el ego tiene un contacto inmediato consigo
mismo, y que por eso puede construir al otro a partir de él. La idea es que, como el otro es constituido
y no es originario, jamás puedo comunicarme con el otro como me comunico conmigo mismo. Una
filosofía no consciencialista piensa que el propio ego es tan constituido y mediato como el ego de los
otros (el alter ego) y que así como jamás puedo comunicarme con el otro, tampoco puedo
jamás comunicarme con mi propio yo. Mi ego está tan ausente como el ego del otro, y mal
podría ser un referente absoluto de la constitución del otro. Las bases egológicas sólo pueden
funcionar bien dentro de los límites de filosofías consciencialistas cartesianas, como la de Husserl.
Pues Husserl dice que el otro es construido como "alguien como yo". En verdad, en una filosofía
no consciencialista, no existe en el mundo absolutamente nadie como yo... ni siquiera "yo
mismo". La tesis de la incomunicación radical se basa, pues, en la imposibilidad humana de cumplir
la tercera condición minimal de la comunicación, aun cuando se cumplan las dos primeras.
11
263
referencia. En la filosofía alemana contemporánea (Habermas, Apel, etc.) reina una especie de
tentativa de creciente recuperación - cultural, transcendental - de la naturaleza. (Ya en Husserl, ¡hasta
el propio nacimiento es "recuperado" por la fenomenología transcendental!). La idea de que todos los
vínculos con la naturaleza pueden ser redefinidos por la cultura, o por el trabajo del espíritu, me
parece filosóficamente excesiva (tal vez sólo satisfecha por estructuras religiosas de
pensamiento).
Husserl menciona algunas evidencias negativas de esa diferencia insuperable: "no consigo
imaginarlo", etc. A ellas se podrían añadir una muy fundamental: "No consigo defenderlo como él
mismo se auto-defiende", "no consigo dejarlo a salvo como él mismo se deja a salvo". El
otro organiza el mundo para su propia defensa, pero con eso me pone en peligro, y vice versa. Esta es
la estructura del conflicto, descripta por Sartre en "El ser y la Nada". No puede haber acuerdo entre
dos organizaciones del mundo una de las cuales precisa de la destrucción de la otra para auto-
constituirse. Esta es la última consecuencia de la concepción husserliana del otro como
ausencia. Tengo que constituirlo porque, de por sí, él no es nada. Pero el otro hace lo mismo
conmigo, yo soy nada para él. Eso que yo constituyo no tiene capacidad de auto-defensa, de
auto-sustentación infinita; puedo ver la esencial fragilidad de esa ausencia que yo debo rellenar
con mi propio esfuerzo constitutivo, y de la misma manera el otro ve mi fragilidad. Soy para el otro
algo que podría desaparecer en cualquier momento, por más "indispensable" que le sea en el plano de
lo empírico eventual removible. El otro es, para sí mismo, inconcebible, aun cuando sea
objetivamente tan simple. La mejor evidencia del otro es ese auto-defenderse infinito que soy
estructuralmente incapaz de asumir.
12
264
Si la tesis de la incomunicación radical es verdadera, hay sólo dos actitudes posibles para poder
continuar viviendo con esa verdad: la violencia y la negociación infinita. Los humanos echan mano
a una u otra de estas soluciones, de acuerdo con su posición social y cultural, recordando, sin embargo,
que las negociaciones nunca están completamente exentas de una componente de violencia. Esto es
consecuencia de la imposibilidad de romper completamente los vínculos con la naturaleza: la
violencia de las especies continúa reproduciéndose en el mundo humano, al nivel del lenguaje
articulado, la argumentación y las instituciones. La negociación política o diplomática jamás
podrían conseguir la comunicación, sino tan sólo un acuerdo completamente externo de
intereses, en el marco de una supersimplicación de los patterns de comunicación. En cierta
manera, como la lógica, también la política consigue, por otros medios, que el problema de la
comunicación no se plantee. Hay, en ambos casos, una drástica simplificación de la otridad del
otro, de su forma, un tratamiento externo de la ajenidad. La categoría de "solidaridad", me parece,
puede colocarse también en este nivel. Me solidarizo no con alguien con quien he conseguido, por fin,
“comunicarme”, sino como último recurso humanizante para aún considerar éticamente al otro con el
que no podré comunicarme jamás. Pero este plano "público" de la negociación o la solidaridad (y de la
violencia, que también es pública) no agota la otridad del otro, ni mi propia yoidad.
Hannah Arendt, en "La condición humana", ha expresado como nadie la realidad de esa esfera
privada no eliminable, presentando el dolor como el núcleo mismo de lo privado: "... el
13
265
sentimiento más intenso que conocemos - intenso hasta el punto de eclipsar todas las otras
experiencias, o sea, la experiencia del gran dolor físico - es, al mismo tiempo, el más privado y el menos
comunicable de todos... ella nos priva de nuestra percepción de la realidad hasta tal punto que
podemos olvidar esta última más rápida y fácilmente que cualquier otra cosa" (La condición humana,
versión portuguesa, cap. II, 7). No hay ninguna ética de la comunicación “pública" que un
hombre que está siendo sometido a electrochoques pueda asumir. Ese es el momento en el que
cualquier ética discursiva fracasa, como lo ha mostrado genialmente George Orwell en su novela
"1984". En un momento de la misma, la pareja protagonista ha recitado aquel viejo lugar común
edificante: "Sea lo que sea lo que puedan hacer con nosotros, no pueden modificar nuestras ideas ni
cambiar nuestros sentimientos". Sí pueden. Todo depende de la intensidad de la tortura. El Gran
Inquisidor de la novela de Orwell maneja un aparato que administra tortura eléctrica por grados. A 40
grados, el torturado aun admite que dos más dos es igual a cuatro, pero a 60, o a 120, ¿quién sabe? La
ética de lo comunicación es objetiva, ella puede medirse en voltios.
Epílogo.
Denomino "moralista” a toda actitud filosófica que sostenga que el escepticismo, el nihilismo, el
pesimismo, el solipsismo, el agnosticismo, el relativismo, etc., son posiciones que deben ser superadas
por el pensamiento, posiciones de acuerdo con las cuales no es posible vivir ni pensar. Considero "no
moralista" a la actitud filosófica consistente en examinar los argumentos en favor y en contra de esas
actitudes, y en aceptarlas como sostenibles si los argumentos en favor parecen más fuertes que los
argumentos en contra, sin auto-imponerse ningún tipo de “deber moral” de combatirlas per se,
como enemigos absolutos. Todas estas actitudes están vinculadas con la finitud, y es curioso que los
moralistas consideren a la finitud humana como algo inmoral, o, mejor dicho, consideren
inmoral a toda filosofía que presente argumentos favorables a actitudes vinculadas con la finitud
humana. Parece que la finitud es algo que debe sistemáticamente ocultarse. Si la filosofía trabaja,
fundamentalmente, en dos ámbitos, el ámbito teórico de la lógica y el ámbito práctico de la ética, habría
que re-examinar cuidadosamente la ideología de la filosofía como "desinteresada buscadora de la
verdad". Pues, a partir de Kant, la ideología de la "razón práctica" nos hace sospechar fuertemente que
muchas de las "verdades" que la razón teórica alcanza, la "razón práctica" las oculta, para la edificación
del hombre o para su consuelo. Esta fue, como se sabe, la raíz de la crítica de Schopenhauer contra la
ética kantiana, el haber transformado el ámbito de la “voluntad de vivir” en un nuevo ámbito "racional",
14
266
no teórico, sino "práctico". A una auténtica ética contemporánea, post-freudiana, post- nietzscheana y
post-marxista, corresponde esforzarse para hacer avanzar la reflexión ética más allá de la referencia
kantiana, criticando el moralismo implícito en la noción de "razón práctica", y proponiendo formas
de vida humana que no se basen en la sistemática ocultación de lo que la razón teórica
descubre.
Por último, quiero referirme a una conocida objeción de Apel y otros en contra del escepticismo
de la comunicación, en el sentido de que quien lo sostiene comete lo que él llama una "auto-
contradicción performativa", ya que al hablar el propio escéptico está pretendiendo comunicarse. Esto
podría aplicarse, así corre la objeción, a esta misma conferencia. Si estoy frente a ustedes exponiendo
mis ideas, es porque he confiado en conseguir comunicarme. ¿Si no, para qué habría yo venido aquí?
Pero si estoy aquí hablando, no es en absoluto porque confié en alcanzar el tercer grado de
comunicación, que creo inalcanzable. Al contrario, este propio texto puede servir de ilustración de la
tesis de incomunicación radical defendida en el mismo. Precisamente, si mi propio texto fuese
radicalmente comunicable, en ese caso estaría contradiciéndome. Si he pretendido comunicarme, lo ha
sido dentro de los límites que este texto ha pretendido colocar a toda y cualquier tentativa de
comunicación. No hay auto-contradicción performativa si afirmo: “No existe nunca comunicación
genuina, ni siquiera en esto que digo; pues ustedes no están pudiendo querer entender lo que yo quiero
decir realmente con eso”. No se trata, pues, de auto-contradicción performativa, sino de auto-
confirmación performativa.
Hablo con alguien. Percibo que me escucha con una atención distraída, y que sólo de cuando
en cuando lo impacto. A veces, disimula un bostezo, o ensaya un gesto de cortesía, o pone una actitud de
extrema atención, como si estuviese actuando, desempeñando a la perfección el papel de oyente
interesado. Pero tanto empeño pone en el papel, que mucho de lo que digo ni siquiera llega a sus oídos.
Después, a través de su respuesta, me llegarán mis propias informaciones pero reproducidas de otra
manera, insertadas en contextos de interés personal, re-interpretadas, re-manejadas, y muy lejos de la
intención que tenía yo al proferirlas. Percibo lo que él dice como algo fundamentalmente
“corrido" respecto de lo que realmente me interesa, y cuando me toque hablar, trataré de traer la
cuestión, de nuevo, al foco de mis propios intereses, tal vez aprovechando algún fragmento de lo que
15
267
dijo él. Es que cada uno de nosotros está - y no puede no estar - profundamente interesado en sí mismo
(“el ensimismamiento”, el ser-sin), y eso está más acá de todo y cualquier "egoísmo". Lo que el otro dice
sólo puedo escucharlo en cuanto puedo aprovecharlo, siempre parcialmente, para mi propio
ensimismamiento, para continuar propulsando mis intereses, mi auto-estima, mi reconocimiento,
aunque sea sólo un poquito más. ¿Podemos llamar a esto una "comunicación"?
16
268
Aquí hay interacción y reciprocidad, aunque sea bajísima, porque ambos están moviéndose
en el plano de las preocupaciones y el insomnio, pero, ciertamente, si esto es una comunicación,
cualquier cosa lo es. Si ese intercambio continuase así:
A: Así que se drogan, eh? Si yo tuviera un hijo de esa edad, ya les habría hablado claramente
del problema.
17
269
18
270
La idea del nacimiento y la procreación como problemas éticos y bioéticos nace dentro
de un proyecto más amplio llamado “Bioética radical”, consistente en analizar las cuestiones
tradicionales de la bioética – como aborto y eutanasia – y las emergentes, especialmente las
ligadas con nacimiento – inseminación artificial, clonaje, etc – a la luz de categorías
ontológico-existenciales y no tan sólo médicas o sociológicas. Situar esos problemas dentro
de la situación humana de desamparo, fragilidad, finitud y escasez de alternativas, y no tan
sólo dentro de las agendas sociales y médicas de esos problemas.
La Bioética Radical se indaga acerca de las dificultades que los seres humanos
enfrentan para llevar adelante planes de desarrollo plenamente justos para todos, por qué las
sociedades humanas se han basado, tradicionalmente y desde los tiempos más remotos, en la
desigualdad y la exclusión. La Bioética Radical se pregunta si la desigualdad y la exclusión
no serán, trágicamente, la única base sobre la cual seres humanos desamparados y acorralados
por una situación angustiante consiguen edificar la sociedad. (La idea, de raíz benjamineana,
y mostrada también, por ejemplo, por Bauman en un ámbito sociológico, de que siempre la
civilización ha llevado consigo una carga de barbarie). Por ejemplo, el sistema de la salud se
basa en manejos y estratagemas comerciales que impiden que ciertos medicamentos y
técnicas sean públicamente presentados por perjudicar el gran negocio de la salud; toda la
organización de la salud está mediada por una humanidad que actúa de manera cruel y egoísta
en base a su desamparo y su miedo a la finitud. (Todo esto sin contar con las catástrofes
naturales, siempre en interacción con lo social, como la creciente resistencia de las bacterias a
la acción de los antibióticos, por ejemplo).
Las éticas y bioéticas centradas en la vida deben ser indagadas a respecto de cuál es la
vida a la que se refieren, y a la vida quienes se trata. Pues si se dice que se trata de la vida “de
todos”, habrá que analizar si todos están legítimamente cubiertos por el criterio ético (si es
ético, por ejemplo, luchar por el desarrollo de la vida plena de tiranos, torturadores y
discriminadores, o de comerciantes inescrupulosos de la salud). Una Bioética Radical hace
notar que una ética no puede centrarse en “la vida” pura y simplemente, sin cualificaciones o
condiciones, sino que se debe especificar la vida de quienes se trata de proteger. No puede
concederse “vida intensa” para todos, pues la vida intensa de algunos impide o destruye la
vida plena de otros.
Cuando se defiende “la vida” en un sentido abstracto, incluyendo todo tipo de vida no
solamente humana, se olvida que la muerte de otros animales, e inclusive de otros humanos,
puede ser condición de sobrevivencia o de vida plena de la humanidad. Podemos cultivar
respeto por la vida de las bacterias, pero las bacterias no tienen ninguna lástima de nosotros y
nos destruyen a cualquier edad; matar bacterias puede significar la salud y la vida. (Si las
bacterias crean mecanismos para protegerse de los remedios humanos, eso también es una
actividad de la naturaleza en favor de la continuidad de la vida, de la vida de las bacterias en
ese caso, que también quieren continuar viviendo, aun a expensas de la vida de humanos). En
el plano social y político, puede ser útil para la vida matar otros humanos: matar a Hitler
puede significar progreso y desarrollo de la sociedad humana. La Bioética Radical ve a la vida
humana como producto de la destrucción, la discriminación, la exclusión y la injusticia (una
visión nietzscheana de la vida. Nietzsche sería un autor que los bioéticos deberían incluir más
expresivamente en sus agendas).
sobre la teoría; la preocupación sobre el destino humano prevalecía sobre las verdades
científicas; el idealismo alemán post-kantiano llevó esta idea al paroxismo. Encontramos la
misma idea en el Tractatus de Wittgenstein, cuando afirma que aun cuando resolvamos todos
los problemas científicos, el problema de la vida no habría sido siquiera tocado.
La situación humana está ubicada en lo que llamo la “terminalidad del ser”, con tres
despliegues fundamentales: el dolor, el desánimo y la inhabilitación moral. A la luz de esto, la
muerte debe entenderse en una doble dimensión, en una diferencia entre la muerte puntual y
la muerte estructural, o muerte-nacimiento. La Física, la Química y la Medicina proporcionan
elementos sobre el cuerpo humano que permiten verlo como un “cuerpo-tragedia”, en donde
lo que hace bien a un aspecto perjudica a los otros. Siempre salimos perdiendo y la
terminalidad gana. Valores positivos de resistencia y postergación son construidos, para ser
finalmente derrotados. Tenemos reyectivos más que objetivos, cosas que queremos evitar más
que cosas que queremos alcanzar.
Todo esto, es claro, no es verdad absoluta, sino tan sólo una posible línea de
argumento a partir de cierta perspectiva; pero lo mismo pasa con todas las posibles objeciones
274
Esta Bioética Radical de base negativa puede ser capaz de lidiar con los problemas
bioéticos persistentes y emergentes que categorías puramente afirmativas – metafísicas y
religiosas - no consiguen enfrentar. (a) Suprime el punto de referencia metafísico a partir del
cual surgen las depresiones; un ser humano negativo no se decepciona, no espera nada de
especial más allá de su mero existir (recordar la novela “El extranjero”, de Camus). (b)
Suprime la idea opresiva del “valor intrínseco” y supremo de la vida, lo que crea todo tipo de
ansiedades y tensiones a respecto del conservarla, vivirla intensamente, aprovecharla,
apreciarla, venerarla, sacralizarla, etc. (c) La ética negativa acepta una inviolabilidad negativa
en el sufrimiento y la miseria, capaz de unir por abajo a todos los humanos. Una “solidaridad
negativa”, delante de la finitud y la terminalidad del ser. (d) Modifica las relaciones con la
muerte y el morir, transformando el morir en tranquila posibilidad de la existencia, lo que
alivia, incluso, los dolores intramundanos. La disponibilidad de una muerte dulce, calma y
hasta agradable mejoraría la calidad de la vida humana de manera extraordinaria. El
pensamiento negativo está preocupado en humanizar el suicidio, en retirarlo de su aura
mórbida, excepcional y extraña. (e) El pensamiento negativo critica éticamente a la
procreación, promoviendo, al menos, sobriedad en la procreación, disminución de la usual
frivolidad del acto procreador; en el caso extremo, la total abstención puede verse como acto
ético máximamente responsable.
JULIO CABRERA
1. INTRODUCCIÓN.
4. La crítica de los "descriptivistas" y otros filósofos morales analíticos (Peter Geach, Stephen
Toulmin, Philippa Foot, G.J. Warnock, etc) a la teoría de Hare.
5. Los estudios en torno del "razonamiento práctico" (Hare, Anthony Kenny, etc).
6. Las tentativas de formalización lógico-matemática de problemas morales, por Franz Von
Kutschera.
A partir de aquí, Hare desarrolla un experimento hipotético, según el cual estamos en una
situación en que podemos comunicarnos con nuestros posibles progenitores, y de pedirles, si
así lo queremos, que nos traigan a la existencia. "Mi afirmación es que, si tenemos algo más
que felicidad-cero (zero happiness) (si nuestras vidas son, al menos, dignas-de-vivirse (worth-
living), todos les pediríamos eso"(71). "...en la cuestión de considerar el traer un nuevo ser a
la existencia, debo examinar la cuestión como si yo fuera a ser esa persona, o como si esa
persona fuera a ser yo mismo. De tal manera, será relevante en qué consistirá, para esa
persona, existir;y, por supuesto, en que consistirá para ella no existir.(...) si...su existencia
fuese moderadamente agradable para él, entonces pienso que soy obligado, por la
universabilidad, a considerar ese hecho tan relevante para mi pensamiento moral como lo es
277
un hecho similar para mi existencia factual efectiva; y hemos visto que la mayoría de nosotros
tiene razones para estar agradecido de su propia existencia efectiva" (73).
Hare admite que "Lo que torna nuestra vida digna-de-vivirse (worth-living) es algo muy
difícil de decidir, algo que cada uno habrá de decidir por sí mismo"(75). Y da algunos
ejemplos de su propia experiencia: no consideró "indignos de vivirse" los momentos en que
pasó como prisionero durante la guerra, pero consideró "indignos de vivirse" los momentos en
los que sufría por los errores que cometían algunos de sus hijos: "En esas épocas llegué cerca
del deseo de no haber existido nunca".(Id). En el caso de la guerra, comenta: "Pienso que,
enfrentando la posibilidad de que tal existencia se prolongase por toda mi vida, preferiría no
existir. Pero es difícil estar seguro"(Id).
En el capítulo del mencionado libro dedicado al problema moral del aborto, Hare se pregunta
acerca de lo que podemos saber acerca del feto (una típica "persona posible"), para poder
reflexionar acerca de si es moral o no impedir su desarrollo. "Sabemos, por ejemplo, que él
tiene una potencialidad de transformarse en un ser humano adulto -es decir, que si el
embarazo llega a término, se transformará en un bebé, y que si el bebé sobrevive se
transformará en un adulto más o menos igual a nosotros"(Id, 168. Subrayado mío). De
manera inmediata, Hare pide al lector suponer que entre las características del feto -relevantes
para aquella consideración- no se incluya la capacidad de sufrir. "...podemos ignorar esta
propiedad si nos confinamos...a los casos en los cuales podemos estar seguros de que no
sufrirá" (Id, 171).
Examinando el caso de los derechos morales del feto, Hare reafirma aquí sus ideas anteriores:
si hubiera alguna manera de que ese feto fuese yo mismo, y yo pudiese comunicarme con mi
futura madre, "Estoy seguro que yo no diría 'Vamos, aborte; es indiferente para mí'. Porque
mi existencia es valiosa para mí ahora, no voy a querer -si todo el resto permanece igual- que
ella aborte, privándome así de la posibilidad de la existencia. Yo doy valor a mi existencia, no
por sí misma, sino en función de las cosas buenas que me acontecen, y que no acontecerían si
yo no existiese...esto no muestra que la mera existencia es en sí misma buena; pero sí muestra
que es buena al menos como un medio para otras cosas buenas que aquellos que existen
pueden tener. De esta manera, enfrentada a la posibilidad de existir ahora o no existir ahora, la
persona normalmente feliz (the normally happy person) dirá a su madre que no aborte"(Id,
173/4. Subrayado mío). Debe notarse que, a lo largo de su argumentación, Hare utiliza,dentro
de su teoría utilitarista "preferencial" elementos de tipo "gratificacionalista" (si no
"hedonista"),al hablar,por ejemplo, de "los que disfrutan de la vida","felicidad mayor que
cero", "existencia moderadamente agradable","persona normalmente feliz",etc.
2. Lo que es fundamental aquí es que, en toda esta consideración de Hare acerca de los
derechos morales hacia personas posibles, y sus consecuencias para problemas prácticos
como el aborto, no se utiliza una diferencia que considero fundamental para abordar con
profundidad la cuestión del valor de la vida: la diferencia que se puede hacer entre lo que
ocurre en el mundo (llamaré a este plano, "intramundano") y lo que sabemos acerca del
mundo mismo en su estructura (y que llamaré plano "mundano"). Sostengo que desconsiderar
278
esta diferencia, condena todo el análisis de Hare (y, tal vez, como veremos, de cualquier
abordaje analítico) a una básica falta de radicalidad reflexiva.
Quiero decir ab initio que esta distinción no es "heideggeriana", aun cuando la terminología
("mundano/intramundano") lo sea, sino que fue señalada, por ejemplo, por filósofos como
Kant(1) y Wittgenstein, filósofos cuyos argumentos, ciertamente, Hare estaría mucho más
dispuesto a escuchar que los provenientes de Heidegger o de Lévinas. En el Tractatus Logico-
Philosophicus, por ejemplo, leemos "Una sentencia sólo puede decir cómo es una cosa, no lo
que ella es"(3.221), "En el mundo todo es como es y ocurre como ocurre; no hay en él
ningún valor..."(6.42). "Lo Místico no es cómo el mundo es, sino que él es"(6.44) (Todos los
subrayados son de Wittgenstein). Mientras que en el Tractatus esta diferencia se hace de
manera sumaria, en la Conferencia sobre Etica, de 1930 (aproximadamente) ella es
absolutamente fundamental.
La cuestión del valor del ser se plantea,pues, si queremos hacerlo dentro de una reflexión
filosófica radical, en el ámbito de una valoración del mundo mismo en cuanto tal. La
cuestión del valor del ser debe plantearse en el mismo nivel en el que Heidegger ha abordado
el análisis del sentido del ser, y en el nivel de lo que Wittgenstein llama el "asombro ante la
existencia del mundo".
En el plano del análisis de la estructura y valor del ser humano, el no-ser es,
fundamentalmente, tres cosas: el morir, el matar y el abstenerse de procrear, o sea, el dejar-
de-ser-el-propio-ser, el-hacer-no-ser-el-ya-ser-de-otro y el guardarse-de-hacer-ser-a-otro. En
nuestra sociedad afirmativa, la ética óntica habitual (o ética del ente) ha interpretado
sistemáticamente como "negativas" algunas de esas posibilidades del ser humano, bajo la
forma de "condenaciones morales", tanto del morir voluntario como, más atenuadamente, de
la negativa a reproducirse y, más atenuadamente aún, del homicidio (nuestras sociedades
modernas condenan fuertemente el suicidio, condenan algo menos la abstinencia, pero dejan
amplios márgenes de justificación para el matar personas, por ejemplo a través de "guerras
justas" o de ejecuciones jurídicamente legalizadas). El morir (respecto de la propia vida o de
la del otro) es una actitud del ser humano delante de la vida actual y dada, en tanto que el
abstenerse es una actitud del ser humano respecto de la vida posible. La vida posible no puede
morir, pero puede abstenerse de surgir. Si es planteada la cuestión del nacimiento, la
estructura existenciaria no debería traducirse solamente, como ocurre en Heidegger, en un
"ser-para-la-muerte", sino, en general, en un "ser-para-el-no-ser", incluyendo un ser-para-la-
abstención, un ser-para-el-no-haber-nacido y un ser-para-el-no-hacer-nacer. El estar referido a
la muerte de manera estructural es, al mismo tiempo, estar referido al no haber nacido nunca,
como forma complementaria del no-ser, pues nacimiento y muerte son inseparables en una
analítica existenciaria del Dasein, en su relación estructural con el sentido y el valor del ser.
La falta de radicalidad de la habitual ética del ente, se traduce en el hecho de que su pregunta
fundamental ha sido, en toda la historia de la filosofía, cómo se debe vivir, sin plantearse de
manera positiva la propia eticidad del morir y del abstenerse. Preguntarse, en el plano ético,
cómo se debe vivir, es admitir acríticamente que no hay ni puede haber ningún problema
moral en el hecho mismo de ser, sino que todos los problemas morales surgen "después", en
280
el plano del cómo. Si la pregunta ética inicial es cómo vivir, se supone ya de antemano que
vivir no tiene, en sí, problematizaciones morales, o que vivir es, per se, éticamente bueno, o
que, por algún motivo que debería aclararse, la cuestión del bien/mal no se plantea para el ser,
sino sólo para los entes. La afirmatividad es la forma histórica que adoptó la falta de
radicalidad de la reflexión ética. (Ciertamente, también sería no radical una reflexión que
respondiese acríticamente "no" a aquella pregunta inicial). ¿De dónde podría surgir la
justificación filosófico-racional de que vivir es éticamente bueno (valioso), y que lo único que
éticamente importa es cómo vivir, o sea, cómo transformar en éticamente buena a esta o a
aquella vida óntica?
Comenzamos a ver por qué el poner la cuestión del valor del ser, y no tan sólo la de su
sentido, puede ayudar a comprender mejor las razones del célebre "olvido del ser" y de la
"ocultación"(estudiada por Freud, Marx y Nietzsche). ¿Por qué el ser sería regularmente
ocultado en los entes? En términos de valor, se podría preguntar: ¿Por qué sería regularmente
ocultado algo "valioso"? ¿Por qué los problemas ético-ontológicos de la procreación son
simplemente ignorados en la barullenta recepción del recién nacido y, posteriormente, en los
detalles ónticos de su educación? No hablamos del evidente valor de los entes. Tenemos
diversos criterios para valorar entes, tanto autos y muebles como acciones humanas y
actitudes. Hablamos aquí del valor del ser mismo.
4. Pero cuando planteamos el problema fundamental del valor del ser en un contexto de
indagación ética,¿nos estamos preguntando si el ser mismo tiene un valor ético intrínseco?
Esto sonaría completamente absurdo para muchos filósofos que concordasen con Wittgenstein
(¿como Hare, presumiblemente?) en que "En el mundo todo es como es y todo ocurre como
ocurre. En él no hay ningún valor". Parece que los valores son siempre trascendentes al
mundo. Entonces, ¿qué sentido tendría nuestra pregunta inicial?
Aunque el mundo mismo no sabría tener ningún tipo de "valor ético intrínseco", sí tiene él,
inevitablemente, algunas características que mantienen una relación con la particular
receptividad y elaboración de los estímulos sensibles por parte del ser humano. Kant,
siguiendo una tradición estoica, nos ha habituado a diferenciar nítidamente el orden de lo
placentero o agradable, por un lado, de lo éticamente bueno por otro, y lo doloroso o
desagradable de lo éticamente malo. Del mundo mismo sólo podemos obtener algo así como
un "valor de repercusión sensible", en el sentido del impacto. Las éticas utilitaristas se han
preocupado mucho más que las aprioristas por establecer vínculos entre esos dos planos, sin,
al mismo tiempo, confundirlos. La vinculación más importante para mis propósitos aquí entre
el plano sensible-natural y el plano ético, es la siguiente:
El dolor intenso (en un sentido relativo a la cantidad y fuerza de dolor que cada persona sea
capaz de resistir), entendido como el propio dolor (no como el dolor de otra persona, por más
"próxima" que sea) y entendido como dolor físico estricto (no como algún tipo de "dolor
moral") puede tener un inevitable efecto de inhabilitación moral. Ciertamente que el dolor no
rebaja éticamente al hombre (¿y quién podría alguna vez haber sostenido un absurdo
281
semejante?), pero sí que podría ponerlo en una situación de inevitable inhabilitación moral.
(Esto se muestra magistralmente, por ejemplo, en la novela "l984" de George Orwell). Un
hombre en situación de tortura podrá aceptar la humillación, la delación, la corrupción y el
rebajamiento moral extremo, hasta el propio desprecio de los que ama, etc. Se trata tan sólo,
como lo dice el Gran Inquisidor de la mencionada novela, de alcanzar el grado de intensidad
adecuado de tortura, aumentar los voltios o apretar un poco más las cuerdas. Todo hombre
tiene su medida delante de los instrumentos de tortura, y el tormento es el final de toda
organización ética del mundo, al sustituirla compulsivamente por una organización empírica y
urgentemente actual, de integral adaptación a las estimulaciones del momento, sin ninguna
posibilidad de introducir las "postergaciones" tan típicas de la organización conceptual del
mundo.
Cuando sufrimos el propio dolor físico, nos quedamos completamente solos, inhabilitados
para practicar cualquier clase de moralidad, kantiana, utilitarista o estoica, y somos
urgentemente lanzados a nosotros mismos sin nadie que nos acompañe. Al mismo tiempo,
tampoco los que están fuera de la situación pueden condenar éticamente a quien delató o
mintió bajo situación de tortura, aun cuando se continúe condenando, abstractamente, esas
acciones como malas. Aun considerando que X es moralmente malo, no podremos considerar
moralmente malo al hecho de que a, bajo situación de tortura, haga X. Aquí, quisiera yo
hablar de un plano post-moral, o sea, de un plano en el cual la moralidad ya fue alcanzada,
pero no puede ser efectivizada por motivos estructurales. El propio dolor físico intenso es, así,
el punto terminal de la moralidad, en el sentido de que podemos estar siempre dispuestos a "ir
en contra de nuestros propios intereses" (exigencia moral fundamental) siempre y cuando la
integridad del propio cuerpo no sea drásticamente amenazada. La ética no está en condiciones
de pedirme que esté yo dispuesto a "ir ilimitadamente en contra de la integridad de mi
cuerpo". La situación de dolor intenso me obliga a "defender ardientemente mis propios
intereses". (Hannah Arendt apunta que el dolor intenso saca brutalmente de la esfera pública y
soterra irrescatablemente en lo privado. "... el sentimiento más intenso que conocemos -
intenso hasta el punto de eclipsar todas las otras experiencias, o sea, la experiencia del gran
dolor físico- es, al mismo tiempo, el más privado y el menos comunicable de todos... ella nos
priva de nuestra percepción de la realidad hasta tal punto que podemos olvidar esta última
más rápida y fácilmente que cualquier otra cosa" (ARENDT Hannah, The Human Condition,
cap. II).)
Como consecuencia de esto, huir del dolor no es una conducta meramente sensible, que el
hombre practique simplemente para satisfacer su "amor propio" o su "egoísmo",como parecen
pensar las éticas kantianas, o bien para incrementar la gratificación o felicidad de todos, como
ocurre en las éticas utilitaristas, sino que puede constituírse,cuando se trata del propio dolor
físico intenso, en una huída hacia la pura y simple recuperación de la habilitación moral de la
persona. No todo lo que el hombre hace en beneficio de sí mismo lo hace para satisfacer sus
bajos egoísmos sensibles, o en beneficio de su felicidad. Entre la pura busca del placer
sensible y la estricta obediencia de la ley moral pura o de los principios de felicidad del mayor
número, se ubica simplemente el plano minimal en el que huímos del dolor simplemente para
conservar nuestra condición de personas éticas. No será "benevolente" con el egoísmo
sensible humano (Kant) ni un simple procedimiento para aumentar mi felicidad en armonía
282
5. Ahora bien, se puede pensar, ciertamente, que la situación de tortura es eventual y, como
tal, un "dolor inútil", que podría ser evitado en cierto desarrollo de la civilización humana,
ética o políticamente constituída. Aunque esto es altamente dudoso, podemos admitirlo. Pero
no parece ser eventual la agresividad recíproca entre seres naturales en general, una de cuyas
manifestaciones es la tortura, pero que podrá tener otras cuando la tortura no exista más.
Estar regularmente sometido a la agresividad de los otros, bajo sus diferentes estilos, no
parece, ciertamente, una eventualidad, sino uno de los rasgos de nuestro ser-en-el-mundo.
Podemos suponer una civilización mítica en la cual se haya suprimido totalmente la
agresividad mutua entre seres naturales como los hombres. Aun así, todos ellos estarían
sometidos a la situación de desgaste y de enfermedad, dada la fragilidad del organismo
humano frente a las suscitaciones del mundo, y la consecuente dificultad de protegerse de
manera estable. Una enfermedad puede llevar a grados de dolor tan intenso como la situación
de tortura. Y la enfermedad no es, tampoco, una eventualidad, mas un acompañamiento
regular de cualquier vida humana (más allá de los progresos de la Medicina y del aumento de
las "expectativas de vida") y, por tanto, parte del ser-en-el-mundo mismo. La enfermedad y
su consecuente amenaza de dolor físico intenso, es una estructura vinculada con la condición
humana, y no algo que les suceda a ciertas personas y no a otras.
(En el plano estructural, no existen personas "sanas", a pesar del discurso intramundano que
hace esa distinción, ontológicamente insostenible. Se administra ónticamente la disfunción
que nos mantiene regularmente enfermos, ése es el punto. La administración óntico-política
del dolor no puede obnubilar un análisis ontológico más radical. Ciertamente, en la
alternativa más optimista, también podemos imaginar una sociedad en la que la enfermedad
sea totalmente suprimida, pero en seguida percibimos que lo que hacemos es, continuamente,
"trasladar" la finitud de un lugar de la reflexión a otro).
La sospecha aquí reside en que no es que en el mundo exista dolor, sino que el mundo
mismo "duele", que él es dolor situado en niveles diferentes de intensidad y de compromiso.
Parece que es posible mostrar la dolorosidad del mundo como tal y, por ende, su consiguiente
abertura de la inhabilitación moral (una tesis mucho más débil, sin ninguna duda, que la tesis
gnóstica de una posible "maldad ética del mundo", o que la tesis de un "mal radical de la
naturaleza humana"). El así llamado "mal" es un resultado inevitable de la fundamental "falta
de espacio" y "falta de tiempo" de nuestra condición humana estructural, y no de una
"naturaleza intrínsecamente mala". Tradicionalmente, se ha pensado que o bien el hombre era
"naturalmente malo" o bien su situación -las "circunstancias"- lo volvían malo. En el primer
caso, él sería necesariamente malo, en el segundo, empírico-circunstancialmente malo. Pero
abriendo la dimensión mundano-estructural, vemos que el hombre se vuelve malo no "por su
naturaleza" ni "por las circunstancias", sino en virtud de la situación mundano-estructural en
la que se encuentra desde siempre. Es "situacionalmente malo", pero en el registro de una
"situación" en la que no puede, de manera alguna, dejar de estar.
El dolor no es, claro está, ni bueno ni malo éticamente, pero, como se vio, puede quitarle
totalmente el espacio a la moralidad, y, en ese sentido, ser la condición empírico-natural de lo
malo (no en el sentido mezquino, denunciado por Kant, del hombre que proclama, auto-
benevolentemente, "no poder hacer nada contra" la tentación del mal, como el alcohólatra o el
adúltero). El hombre en situación de tortura o el hombre atado a la cama de un hospital
sufriendo una enfermedad terminal, no pueden, literalmente, hacer absolutamente nada para
continuar siendo personas éticas. Todos los aparentes contra-ejemplos de esto están siempre
imaginados en un nivel de dolor no extremo, contrariamente a lo exigido por mi reflexión.
A través de esta misma reflexión, se perfila, asimismo, una manera de pasar del ser al deber
ser, de la naturaleza a la teoría ética, sin "falacia naturalista" (en el sentido de G.E. Moore y
filósofos analíticos posteriores). En primer lugar, se muestra que el dolor es estructural, o sea,
que forma parte del mundo natural mismo. En segundo lugar, se prueba que el dolor, en
cuanto intenso, físico y propio, puede inhabilitar éticamente. De esto se sigue que "es
éticamente bueno huir del propio dolor físico intenso", y no tan sólo "sensiblemente
ventajoso". Esto último es una regla moral que ha surgido de dos hechos. Así, cuando se
pregunta radicalmente si el propio ser es bueno, independientemente de las preguntas
tradicionales acerca del cómo ser, o del buen ser, ahora se puede responder que el propio ser
284
10
no es ni bueno ni malo, pero sí que se puede mostrar que el propio ser es doloroso, y que en la
medida en que la intensidad del dolor puede inhabilitar éticamente, el propio ser puede
inhabilitar éticamente, con independencia de cómo decidamos "serlo".
6. Volvamos ahora a la cuestión de Hare. ¿Qué fundamentos racionales podría tener el "estar
agradecido por la propia existencia" al que Hare se refiere? ¿Sobre qué fundamentos se puede
decir, en cada caso, que "mi existencia es valiosa para mí ahora"?
Hare afirma que este sentimiento surge cuando consigo hacer en la existencia cosas que hacen
que mi vida alcance un nivel que la torna "worth-living", "digna de ser vivida". Pero, por los
ejemplos que él presenta, parece que él no diferencia entre, al menos, dos cosas:
Esto es relevante dentro de una consideración moral que -como la de Hare- ya ha renunciado
a demostrar el "valor intrínseco" del existir, pero que alega que, aún así, el mismo debe ser
elegido, en la situación hipotética, en virtud de que el existir proporcionaría condiciones o
"medios" para que ocurran cosas buenas en el plano intramundano. Pero si tampoco esto
ocurre, los argumentos en favor del existir parecen debilitarse drásticamente. ¿Qué
argumentos racionales ,y no tan sólo sentimientos puntuales, tendrían las personas que
disponen de las informaciones acerca de la vida de,por ejemplo, los sobrevivientes de
Auschwitz para elegir el existir en la situación hipotética, siendo que la vida no parece poder
mostrar ningún tipo de "valor intrínseco", y, además, se dispone de elementos para saber que
ni siquiera existen garantías racionales de que la vida, intramundanamente, vaya a incluir
aquellas gratificaciones a las que Hare se refiere, y que motivarían de manera fundamental la
decisión afirmativa, en el caso del experimento hipotético?. La vida no parece tener valor en
285
11
¿En qué sentido racional un viejo debería estar "agradecido" por su decadencia? ¿En qué
sentido debo estar "agradecido" por desgastarme, desfallecer y por, finalmente, morir?
Cuando se considera que el existir -no siendo "valioso en sí mismo"- es al menos "valioso
como medio" para cosas que considero buenas, ¿no es relevante considerar que en el existir
no solamente habrá cosas eventuales desagradables (como campos de concentración tipo
Auschwitz) sino también un desagrado estructural, completamente garantizado por la propia
condición humana (o sea, el decaer, el desfallecer y el morir)? ¿Es aquel "agradecimiento",
entonces, algo racional? ¿ No debe ser ese "agradecimiento", al final de cuentas, algo que se
siente "a pesar de todo", y no "en virtud de"? ¿No será todo Sí a la vida de orden emocional
(como lo sugiere Nietzsche)?
12
morir", que todos tenemos. Este miedo es algo que debimos construir a lo largo de la
evolución...Todo esto es, de todas maneras, irrelevante para nuestra cuestión, porque el así
llamado "miedo a la muerte" es un miedo a morir , o, usualmente, a ser muerto. Por el
contrario, lo que estoy preguntando no es si yo prefiero continuar vivo a morir o ser muerto,
sino si yo prefiero existir ahora a no haber existido nunca. Desde que, si yo nunca hubiera
existido, no podría morir, el miedo a morir no entra en la cuestión, aun cuando es
extremadamente difícil prevenirnos de ser irrelevantemente influenciados por eso"(70/1).
Elegir el existir tan sólo en virtud de un cierto quantum muy inseguro de satisfacciones
intramundanas, al lado de la siempre abierta posibilidad de un quantum -que puede ser muy
elevado- de dolores y desagrados intramundanos y,además, teniendo que contar con
desgastes, enfermedades y desfalleceres completamente asegurados pela estructura misma de
la condición humana, que terminan con mi aniquilamiento, no parece, ciertamente, una
decisión racional muy equilibrada. La opción por la vida tiene que incluir algún elemental
emocional. Así, parece dudoso, y tal vez simplemente falso, decir que "la mayoría de nosotros
tiene razones para estar agradecido de nuestra propia existencia efectiva" (73, subrayado mío).
El Utilitarismo de Hare, mediante el cual ha analizado él la cuestión del valor de la vida, es,
según creo, un Utilitarismo minimal que sólo utiliza la componente "anestésica" del Principio
287
13
De la vida no se da, así, un "valor de gratificación", sino, tan sólo, un "valor anestésico", pues
nada hay en la argumentación de Hare que descarte la posibilidad de una vida intramundana
repleta de infortunios (como la de los prisioneros de Auschwitz), vida que sería aún, para él,
"digna de ser vivida" en el sentido de "soportable". Así, parecen exageradas las afirmaciones
de Hare acerca de que se puede decir que "mi existencia es valiosa para mí ahora" o de que
"podemos estar agradecidos por nuestra existencia", siendo que lo único que se puede ofrecer
para la misma, según su teoría, es un "valor anestésico", o sea, un valor de puro "soportar".
Creo que la visión de Hare es esencialmente correcta (el mundo no tiene un valor intrínseco, y
la vida puede tan sólo ser soportada, a la luz de la tenue esperanza de alguna gratificación
intramundana sin ninguna garantía), sólo que no me parece correcto presentar eso como una
razón para preferir la existencia en contra de la no-existencia. Agregando los elementos de
juicios estructural-mundanos, claramente la balanza se inclina hacia el otro lado, y aparece la
posibilidad (no, ciertamente, la necesidad) de razonar del siguiente modo alternativo:
(4) en cuarto lugar, porque no parece tener sentido racional dar la existencia a alguien siendo
que la misma no puede tener un valor "gratificante" positivo, sino tan sólo un valor
"anestésico" o de protección: ¿para qué hacer nacer a alguien para anestesiarle, para
protegerle contra el dolor (¿para que retirarle de donde, por decirlo así decir, está con
"anestesia total"?) Tendría pleno sentido hacerle nacer para gratificarle, que es lo que ,
intramundanamente, no podemos hacer bajo garantía , y lo que , mundanamente, no podemos
hacer de ninguna manera en absoluto".
288
14
(a) Total escepticismo acerca de la existencia legítima del plano reflexivo-argumentativo que
he denominado aquí "mundano", aceptando que todas las afirmaciones con sentido se refieren
tan sólo al plano que he denominado "intra-mundano". Por tanto, cualquier referencia global a
algo como la "condición humana estructural" carece de sentido racional, teniendo sentido tan
sólo lo que pueda decirse acerca de problemas determinados.
(En el caso de la Moral, son problemas legítimos, por ejemplo, las cuestiones de la dignidad
humana, el respeto y auto-respeto, la justicia, la auto-determinación, los derechos humanos,
etc, siempre tratados en relación a determinaciones internas al mundo. Dentro de este tipo de
filosofía, tiene pleno sentido preguntarse si tal padre es o no un buen padre, pero no tiene
sentido preguntarse, en general, si la paternidad es buena; tiene pleno sentido preguntarse si
tal o cual vida es buena o mala, pero no tiene sentido preguntarse si, en general, vivir es
bueno, etc).
(b) Por consiguiente, hay también una desconsideración de todos los cuestionamientos y
problematizaciones de carácter radical (Marx, Freud, Nietzsche), en la medida en que los
mismos utilicen precisamente el nivel estructural-mundano negado en (a). La supresión de
este nivel de análisis retira del filosofar analítico todo y cualquier carácter trágico, ya que
nunca son visualizadas las insuperables dificultades de nuestra condición. (El optimismo
popperiano puede ser un buen ejemplo de este tipo de actitud).
15
Presumiblemente, todas estas características están muy vinculadas entre sí. Si una filosofía
incluye el elemento histórico-vital, posiblemente tienda a hacer más afirmaciones globales
acerca del sentido del mundo, que si no lo incluye. De manera que la exclusión de la
dimensión mundana de reflexión (a) y la exclusión de lo histórico-vital (c) deben estar, sin
duda, vinculadas de maneras complejas.
Pero lo que se ha percibido en el caso de esa argumentación (como muestra representativa del
modo de pensar analítico) es que, además del método, también asume la "metafísica analítica"
caracterizada por (a)-(c). Y no hay nada en la aceptación plena del procedimiento analítico de
filosofar que lleve obligatoriamente a aceptar también esa "metafísica". Se puede filosofar
analíticamente acerca de las cuestiones filosóficas y éticas de carácter radical, vinculadas con
la condición humana estructural. (Es lo que ha hecho, en parte al menos, un autor como
Thomas Nagel, en su libro Mortal Questions). O sea, lo ideal sería adoptar la metodología
analítica sin comprometerse con su "metafísica intramundística".
A veces ha sido dicho, contra la "Ética Analítica", que su problema consiste en hacer tan sólo
"Meta-ética", sin nunca abordar "problemas substantivos". Creo que esa cuestión está
esencialmente mal planteada. Franz Von Kutschera, Thomas Nagel y Ernst Tugendhat son
claros contra-ejemplos de ese tipo de afirmación. Lo que ocurre es más profundo: tanto si
hacen Meta-ética como si abordan "cuestiones morales substantivas", la Filosofía Analítica
continúa manteniéndose dentro de la "metafísica" regida por las características (a)-(c).
Si es cierto que la aceptación de la "metafísica" (a)-(c) caracteriza a las filosofías morales
analíticas en general, se debería probar que ella está asumida por el Intuicionismo de Moore,
el Emotivismo de Stevenson, el Prescriptivismo de Hare, y por todas las otras teorías listadas
al comienzo del presente trabajo. Me parece que todas ellas, efectivamente, excluyen los
elementos mundano-estructurales vinculados con la condición humana, y las
problematizaciones de carácter radical, pero no puedo demostrar eso detalladamente en este
lugar. Sólo quisiera decir algo sobre una de esas "morales analíticas" en particular, en relación
con lo expuesto en este trabajo. Pues se podría argumentar que existe al menos una "Ética
Analítica" que aceptaría, al menos parcialmente, los resultados de la contra-argumentación
desarrollada en la sección anterior, contra Hare: el "Emotivismo".
En efecto, mi contra-argumentación llevó al resultado de que no hay argumentos racionales
inequívocos e indiscutibles en favor de la vida humana, sino que la aceptación de la vida debe
290
16
incluir elementos emocionales de algún tipo. Dije eso explícitamente, en algún punto de mi
contra-argumentación anterior. Precisamente, la tesis emotivista consiste en afirmar que los
términos éticos no son usados descritivamente, sino emotivamente, de tal modo que, al decir
"Esto es bueno", la referencia de la expresión es esto, y la adición de "es bueno" no introduce
ninguna diferencia en ella, sirviendo tan sólo como signo emotivo que expresa nuestra actitud
hacia esto. Un emotivista podría aceptar entonces que los argumentos de Hare tratan de
mostrar que los enunciados morales (acerca de la "vida posible" y el valor de la vida, en ese
caso) tienen un sentido descriptivo-referencial, lo que el Emotivista niega.
Pero hay aquí dos cuestiones fundamentales, que diferencian el Emotivismo de la actitud
asumida por mí en mi contra-argumentación, y que confirma al "Emotivismo" como una
"Ética Analítica" como las otras, según la caracterización dada antes.
(2) En segundo lugar, y como consecuencia de esto, el emotivista aceptaría tal vez la
conclusión obtenida por mí, pero no lo haría sobre la base de la aceptación de la distinción
mundano/intramundano, que sería, para él (y con toda razón) un desdoblamiento interno del
elemento "descriptivo" que él está problematizando con su teoría. El emotivista, de esta
manera, continuaría comprometido con la "metafísica" (a)-(c) antes expuesta.
3. Quiero decir, por último, que lo paradójico de atribuir a la Filosofía Analítica una
"metafísica" es que eso justifica decir que, a pesar de su propio programa, esa filosofía hace,
finalmente, afirmaciones globales acerca del mundo, aunque tan sólo lo haga en un nivel
meta-filosófico implícito y nunca tematizado. Pues si el nivel mundano de reflexión y el plano
histórico-vital, así como las problematizaciones radicales, son radicalmente negados, eso
equivale a una afirmación igualmente radical acerca de la estructura del mundo(4).
NOTAS
17
(2)Wittgenstein cree que estas expresiones "carecen de sentido" (según los criterios de la
teoría semántica desarrollada en el Tractatus), pero eso no afecta al hecho de que él cree
importante hacer esta diferencia para poder trazar los límites de la Ética: "Voy a describir la
experiencia del asombro ante la existencia del mundo diciendo: es la experiencia de ver el
mundo como un milagro. Me siento inclinado a decir que la expresión lingüística correcta del
milagro de la existencia del mundo- a pesar de no ser una sentencia en el lenguaje -es la
existencia del lenguaje mismo"(Id, 42. Subrayado de Wittgenstein). Para Wittgenstein, no
carece de sentido hacer la diferencia, sino que, haciéndola, percibimos que las afirmaciones
acerca del mundo mismo acaban cayendo fuera de los límites del lenguaje como reglamentado
en el Tractatus, que sólo consigue captar la lógica de afirmaciones que se hacen dentro del
mundo. Para desactivar la importancia de la diferencia, Hare tendría que probar que la misma
"carece de sentido" dentro del contexto de su propia teoría ética, ya que la "falta de sentido"
de la diferencia según la semántica de Wittgenstein es algo mucho más fuerte: ciertamente,
Wittgenstein consideraría igualmente como "sin sentido" todas las argumentaciones morales
desarrolladas por Hare en todos sus libros.
(3) Escribo actualmente un libro (La forma del mundo), de carácter metafísico y meta-
filosófico, en donde trato de desarrollar una noción contemporáneamente plausible de
"naturaleza", que soluciona drásticamente -según sostengo- una gran cantidad de problemas
epistemológicos y éticos. En la crítica contemporánea a las nociones metafísicas tradicionales,
creo que la naturaleza fue ilegítimamente desclasificada, al lado de instancias metafísico-
dogmáticas y teológicas que, ciertamente, debían ser criticadas.
(4) El filósofo argentino Carlos Parajón ha visto esto ejemplarmente, al criticar el análisis
disolutorio del llamado "último Wittgenstein": "La finalidad disolutoria como tarea ideal de
la Filosofía, por muy plausible que sea, sólo justifica cómo han sido tratadas determinadas
cuestiones, y si la persuasión juega algún papel en la fundamentación teórica, tendrá que ser
por dependencia de una reflexiva, y por eso explícita, afirmación en la cual la razón
interpreta originariamente lo que la realidad es. En este sentido, la consideración de certeza,
evidencia y verdad respecto al fundamento, para derivar de allí la imposición de límites de
explicación posible, es, se acepte o no, una cuestión esencialmente metafísica..."(PARAJÓN
Carlos, Tres proposiciones de Filosofía Analítica sobre fundamentación de límites teóricos,
pág. 31. Subrayado mío).
292
18
BIBLIOGRAFIA.
1.ARENDT Hanna, The Human Condition. University of Chicago, 1958.
2.CABRERA Julio, Projeto de Ética negativa. Mandacarú, São Paulo, 1990.
6.HARE R.M, The language of Morals. Oxford, 1952. (Hay traducción española: El lenguaje
de la Moral. Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México, 1975).
7.HARE R.M, Moral thinking,Its levels, Method and Point. Clarendon Press, Oxford, 1981.
8.HARE R.M., Essays on Bioethics. Clarendon Press, Oxford, 1993.
9.HUDSON W.D., La filosofía moral contemporánea. Alianza, Madrid, 1987 (1a reimpr).
10.JONAS Hans, Das Prinzip Verantwortung. Versuch einer Ethik für die technologische
Zivilisation. Suhrkamp, 1984.
11.KAMLAH Wilhelm, Antropología filosófica. Alfa, Buenos Aires, 1976.
12.KAMLAH Wilhelm, Meditatio Mortis. Ernst Klett Verlag, Stuttgart, 1976.
13.KANT Immanuel, Werke in Zwölf Bänden. Theorie-Werkausgabe. Suhrkamp, 1956.
JULIO CABRERA
(1) Condición humana y bioética. La vida humana como tensión entre la estructura terminal
del ser y el intramundo.
1
Históricamente, la diferencia ontológica apareció en los más variados contextos reflexivos: Aristóteles la hace
cuando, en la Ética a Nicómaco, diferencia entre las cosas que el hombre hace en el mundo y lo que él ES en
cuanto hombre. Kant la hace al sostener que la existencia no es un predicado: el SER mismo no es una
propiedad, y ésta sería la falacia cometida por la prueba ontológica de la existencia de Dios. Los neokantianos
Lotze y Emil Lask también hacen la diferencia ontológica1. Wittgenstein hace la diferencia ontológica en el
Tractatus (aforismos 3.221, “Una proposición sólo puede decir cómo es una cosa, no lo que es”, y también en
5.552 y 6.44), y también en la Conferencia de Ética, de 1929. Por fin, Heidegger expresa la diferencia ontológica
de aproximadamente doce maneras en Ser y Tiempo, pero la más impresionante reside en la distinción entre
miedo y angustia: sentir miedo es siempre asustarse por algo intramundano, mientras que, en la angustia, nos
angustiamos por el simple hecho de SER.
294
“auto-realización” (una propiedad cara a la bioética). Éste sería un valor que la persona
poseería en sí misma, por el hecho mismo de ser (de venir a ser). Así, aunque es difícil ver
valor en el propio surgir humano, su valor aparecería cuando, mediante el argumento de la
potencialidad, vemos prospectivamente aquello en lo que va a transformarse ese ser que está
surgiendo.
En este segundo sentido, terminalidad tiene que ver más directamente con nacimiento
que con muerte. La muerte puntual es la consumación de algo ya dado en el nacimiento; es en
el nacimiento en donde se instaura lo que la muerte después simplemente consuma. Así,
nuestro ser es terminal en su misma hechura. Retomando el “argumento de la potencialidad”,
que fue utilizado para decir que, antes de nacer, sabemos que el humano naciente va a poder
“auto-realizarse”, “hacerse a sí mismo”, etc, podemos decir que, antes de nacer, sabemos que
el humano naciente va a ser un ser “falleciente”, un ser que irá “des-realizándose”, des-
haciéndose a sí mismo, siendo des-hecho y finalmente eliminado, consumándose la
terminalidad de su ser, no solamente en la muerte final, sino literalmente día tras día.
El menguar de la vida humana, en la que ésta consiste estructuralmente (ya que toda y
cualquier vida humana, con independencia de su contenido intramundano, consiste
básicamente en eso) no es solamente un menguar, sino que va regularmente acompañado de
roce que provoca algún tipo de padecimiento. Y este menguar, en el caso de la vida humana,
es totalmente consciente y vivido, lo que diferencia el menguar humano del menguar del resto
de los seres mortales. Esta plena consciencia del decaer es punto fundamental en la evaluación
sensible del valor de la vida humana. Schopenhauer observa que el sufrimiento aumenta
mientras vamos subiendo en la escala de los seres, desde los materiales hasta los vivos y a los
vivos conscientes, de tal forma que el humano es el ser más sufriente de todos. (Cfr.
SCHOPENHAUER (2001), # 56, p. 325). Parece, pues, difícil defender a la vida humana del
cargo de desvalor sensible. La vida parece – como Schopenhauer dice - estructuralmente,
dolor. Contra la prueba del carácter sensiblemente doloroso de la vida humana, no sirve decir:
“también hay en ella placer”. Pues el placer parece totalmente intramundano y obtenido
siempre de manera ardua y a costa del avance del decaer terminal, mientras que el dolor
parece caracterizar al propio surgir y al propio mantenerse en el ser.
Pero, siguiendo a Kant, con todo esto no se ha mostrado aún que la vida humana sea
moralmente mala, sino tan sólo dolorosa (en su ser), o sensiblemente mala, tal como lo
describe Schopenhauer. Hay que recordar que, para este filósofo, la vida humana oscila, en
realidad, entre el dolor y el tedio (Op. cit, # 57, p. 327/8, y # 58, p. 338). Aquí aún falta dar un
paso, consistente en mostrar cómo la vida, siendo dolorosa y tediosa (el famoso tedium vitae),
297
puede provocar desconsideración mutua entre los seres humanos, hiriendo la exigencia moral
fundamental - en el sentido moderno - de tomar en cuenta los intereses ajenos además de los
propios. En efecto, un ser acorralado por el dolor y el tedio en sus diversos despliegues, tiende
a ser un ser con poco espacio para ejercer la moralidad, en el sentido de la consideración. El
caso de los humanos abiertamente desconsiderados (los bandidos, los corruptos) no debe ser
el único a ser observado; al contrario, es más instructivo observar la conducta de aquéllos de
buena voluntad que tratan de comportarse éticamente y no lo consiguen porque tienen que
lidiar con la dolorosidad tediosa de su propia existencia y la de los otros, que les ha sido dada
como faktum, y a través de la cual deben tratar de tener relaciones consideradas con los otros.
No podemos ser considerados con todas las personas en todas las situaciones y
contextos, en todos los tiempos y lugares; siempre tenemos que desconsiderar a alguien, que
mentir o traicionar o dejar de lado o tratar a alguien con indiferencia o desprecio. Cada grupo
humano es un nido de conflictos destructivos, de camarillas, grupos de poder, mentiras,
traiciones, pactos subterráneos, semi-verdades, acuerdos, enemistades, una tela de araña en la
que, de un modo u otro, tenemos que entrar y tomar posición. Tenemos que cuidar de
nosotros mismos y de los que nos interesan. En general, los humanos se encierran en las
relaciones familiares, más guiadas por el amor que por la moralidad, y desde allí enfrentan al
resto del mundo a través de comportamientos de moralidad flexible y adaptable. Es temerario
ser honesto hasta el fin (Recuerde el film Serpico, y tantos otros). La historia del ser humano
en este planeta es tanto la historia del dolor cuanto la historia de la descomunal
desconsideración. Esto lleva a ver que la vida humana no es tan sólo sensiblemente
desvaliosa, sino también moralmente desvaliosa, y que ambas cosas están internamente
vinculadas, pues es el dolor-tedio lo que nos torna desconsiderados2.
Si este análisis es correcto, entonces toda la enorme masa de valor que podemos
admirar y aprovechar (y de la cual yo no tengo ningún tipo de escepticismo) tiene
forzosamente que provenir toda del intramundo, pero como si fuera en oposición al mundo, o
sea, al desvalor estructural del ser. Los seres humanos son enormemente creativos, capaces de
instaurar valores en una estructura fundamentalmente desvaliosa. Pero, por otro lado, su
creatividad es siempre peligrosa, aun cuando se trate de una buena creatividad (como la de
obras de arte). Al instaurar los valores, los hombres huyen del dolor y el tedio, pero no
consiguen huir de la desconsideración, porque la creación de valores es siempre hecha en
espacios pequeños, en donde es imposible no perjudicar a alguien. La vida humana puede ser
vista, entonces, como una especie de incansable interacción entre la estructura terminal del
ser, con su desvalor sensible y moral, y el incesante y variado trabajo creador de valores
positivos en el intramundo.
2
Schopenhauer no deja de referirse también a la desconsideración cuando describe los dolores del mundo. En
verdad, sus fenomenologías son siempre mixtas y de una extraordinaria riqueza, apuntando tanto a enfermedades
y catástrofes naturales como también a los comportamientos malvados de los hombres unos contra otros. Cfr:
“...todo lo que es bueno cuesta a aparecer, todo lo que es noble y sensato se manifiesta o se da a conocer sólo
muy raramente; al contrario, lo insuficiente y lo absurdo en materia de pensamiento, lo sin gracia y sin gusto en
cuestiones de arte, el mal y la perfidia en materia de conducta, dominan sin ser evitados, salvo por instantes”
(Op. cit, # 59, p. 340).
298
Aborto y eutanasia no son cuestiones bioéticas básicas. Las básicas son: (1) ¿Es
moralmente bueno o malo hacer surgir vida humana? (2) ¿Es moralmente bueno o malo hacer
desaparecer vida humana? (3) ¿Es moralmente bueno o malo modificar vida humana? Se trata
de tres tipos de manipulaciones: manipulación generativa, eliminativa y transformadora. (2)
puede subdividirse en: (2.1) ¿Es moralmente bueno o malo hacer desaparecer (o no dejar que
surja) vida ajena (Heterocidio)? y (2.2.) ¿Es moralmente bueno o malo hacer desaparecer la
propia vida (Suicidio)? El aborto, la matanza de “enemigos” en la guerra, la eutanasia sin
consentimiento del muriente (como en el nazismo) y la pena de muerte, parecen, en principio,
casos especiales de (2.1), o sea, heterocidio. La eutanasia con consentimiento del muriente,
parece un caso de (2.2), o sea, de suicidio. Los trasplantes de órganos y la inseminación
artificial son un caso de (3). (No voy a ocuparme de (3) en este trabajo). Aborto es un tipo
particular de abstención, y eutanasia es un tipo particular de heterocidio-suicidio. Esto es lo
que quiero decir cuando afirmo que aborto y eutanasia no son los problemas bioéticos
básicos3.
3
En este artículo, escrito a comienzos del siglo, yo vinculo bastante aborto y abstención, dos situaciones que yo
voy a distinguir nítidamente en mi pensamiento posterior. Yo no diría hoy que el aborto es un tipo de abstención.
Son dos cosas diferentes, con lógicas y éticas diferentes.
299
(2) Un intramundo desde el cual se pueden generar todo tipo de valores que tienen
chances de lidiar con la estructura terminal del ser, intramundo que puede ser
inmensamente dramático y angustiante (es el caso de la mayoría de la población
del planeta, que sufre hambre, privaciones, persecuciones, etc, mancillados por el
dolor natural de las enfermedades (desvalor sensible) y por la desconsideración de
los otros (desvalor moral), y las interacciones entre ambas cosas (la
desconsideración de unos hombres por los otros hace que éstos estén más sujetos a
enfermedades, por ejemplo). Se puede estar en un intramundo o agradable y
gratificante (para una minoría, en la que cobarde e injustamente me encuentro),
pero sin ninguna garantía de conseguir tener éxito, dentro de él, en la empresa de
ocultación de la estructura terminal del ser necesaria para vivir, para no descargar
la propia frustración en los otros, despreciándolos o matándolos, o para no adquirir
alguna enfermedad nerviosa, o para no eliminar la propia vida, etc.
Tanto en las cuestiones bioéticas básicas como en las derivadas, las consideraciones
estructurales (existenciales) deben ponderarse junto con consideraciones sobre la autonomía
de los involucrados, un tema caro a la bioética. Pues hay una crucial asimetría en el
tratamiento de la moralidad del dar la vida y de la de quitar la vida, que es ab initio totalmente
trivial pero de la que se derivan cosas no triviales: la manipulación generativa está creando la
vida que manipula, en tanto que la manipulación eliminadora está eliminando vida ya
existente. Como la vida del que nace no existe aún y va a ser creada en la procreación, la
consideración estructural es fundamental, ya que es información de la que disponemos antes
de que el ser humano nazca. Antes que el niño nazca, sabemos que nacerá en el desvalor, o
sea, terminal, destinado al dolor, al tedio y a la desconsideración; que se verá obligado a crear
valores positivos en el intramundo para contrarrestar su terminalidad y consumarla de la
mejor manera posible. Aquí no se plantea directamente una cuestión de autonomía, porque no
hay nadie que pueda elegir autónomamente su propio nacimiento. Tan sólo podríamos hacer
lo que Singer y otros llaman un “razonamiento retroactivo” en el que, contrafatualmente,
suponemos lo que la persona diría si pudiera opinar, con lo que reconstruimos
hipotéticamente su “autonomía”.
Voy a presentar en esta sección tres esquemas argumentativos que se refieren al dar y
al quitar vida (ajena o propia) en el plano estructural. El primero se refiere a lo que llamo
“abstención estructural de dar la vida”. Es el siguiente:
300
(Z1)
(1) Al hacer nacer a alguien, lo hemos colocado en la estructura terminal del ser,
sensible y moralmente mala, sometido al dolor y la desconsideración, tan sólo
provisto de un intramundo continuamente amenazado por la consumación de la
estructura, lo que acontecerá plena e inexorablemente en un cierto momento t,
generando dolor e inhabilitación moral para él y para los otros.
(2) En general, es moralmente malo manipular a alguien poniéndolo – pudiendo
evitarlo - en una situación que nosotros reputamos como mala, sin garantías de que
el otro humano consiga vivir o arreglárselas bien en tal situación4.
(3) El que aún no nació es un no-ser, que no detenta ningún tipo de autonomía que se
pueda ofender5.
Por lo tanto: Es moralmente bueno no hacer surgir vida humana (aún no existente).
(Note que esta conclusión es mucho más fuerte que otra afirmación, habitualmente aceptada,
que dice: “No es moralmente malo no hacer surgir vida humana”).
Este argumento es chocante y, por eso, lógicamente interesante. Quienes lo escuchan
están siempre ávidos por descubrir en qué falacias o falsedades se apoya. Veamos, ¿de qué
maneras podría este argumento ser enfrentado?
(I) “Si considerásemos moralmente malo el procrear, la humanidad acabaría. Así, de las
premisas, aun aceptadas, no debería seguirse esa conclusión”. Pero en general, la reflexión
ética desvincula moralidad y sobrevivencia (sobrevivir puede ser inmoral, morir puede ser
moral), y la sobrevivencia de la especie es motivo empírico, no moral. La conclusión del
razonamiento no dice que sea empíricamente bueno no hacer surgir vida humana. A rigor, la
desaparición de la humanidad, dependiendo de los motivos que la permitiesen o exigiesen,
podría no plantear ningún problema moral (al contrario, tal vez podría consumarse
moralmente)6; tan sólo desaparecería la condición empírica para que los humanos pudieran
continuar siendo agentes morales.
(II) “Podemos suponer, con bastante certeza, que el naciendo tendrá un intramundo que le
permitirá lidiar con la mortalidad del ser. Eso es suficiente para negar que la situación
4
En verdad, no estaríamos moralmente justificados de colocarlo en una situación que reputamos mala aun
cuando tuviéramos alguna garantía de que se las arreglaría bien. Que el padre de Anna Frank consiguiese
sobrevivir en el campo de concentración no libra de culpa moral a quienes lo enviaron allá, bajo la alegación de
que ellos sabían que el sr. Frank se las arreglaría bien para sobrevivir al final de la guerra.
5
Si se concede, en las discusiones bioéticas, que el embrión, que es un tipo de ser, no tiene ninguna autonomía,
imagine si un no-ser podría tenerla.
6
Imagine, como en el caso del filme Independence Day, que la Tierra fuera invadida por seres que tuvieran la
intención de esclavizarnos y someternos a terribles sufrimientos físicos y morales, y que se viera que es
imposible vencerlos. Podría ser moralmente justificable que los países más poderosos del mundo, en acuerdo
com el resto del planeta, decidiesen explotarlo y exterminarse para evitar aquella terrible alternativa. La historia
está llena de casos en que la moralidad exigió NO sobrevivencia.
301
descrita en la premisa (1) se encuadre dentro de la ley de la premisa (2). Está errado quien
considere la situación humana como mala”. Este contra-argumento discute las premisas
existenciales de que se parte. Es verdad que la situación humana es considerada mala bajo
nuestra responsabilidad y en base a argumentos que siempre pueden discutirse. Lo mismo se
puede decir de todos los argumentos que dicen que la vida humana es buena. Una decisión
moral entraña siempre una responsabilidad. Dada la descripción (schopenhauereana u otras)
de la vida humana, hay buenos elementos empíricos y conceptuales para considerarla como de
dudoso valor. Claro que “aflojando” este escrúpulo moral (que es lo que habitualmente se
hace), la conclusión no sale.
(III) Alguien podría impugnar la premisa (3) alegando lo siguiente: “Como en el caso del
embrión, también podríamos reconstruir „retroactivamente‟ la autonomía del ser aún no
nacido, de la siguiente manera: “Si fueras a nacer mortal, sujeto a enfermedades en
cualquier momento de tu período de vida, sin ninguna garantía sobre tus años de vida, sujeto
a ser atacado por los otros y a tener que atacarlos, obligado a construir valores para huir de
tu mortalidad constitutiva ¿consentirías en nacer?”. Podríamos imaginar que el no-ser
respondiese que sí, que, “a pesar de todo”, le gustaría probar. Absteniéndonos de hacerle
nacer, estaríamos, en ese caso, pasando por encima de esa “autonomía” así reconstruida. El
no-ser podría querer nacer, a pesar de la consideración estructural”. Pero aquí, la diferencia
entre ser y no-ser parece relevante. El embrión ya es, y sólo de un ser puedo reconstruir, con
sentido, su autonomía. Sólo de un ser puedo decir: “Dejémosle que viva él mismo la tensión
estructura-intramundo”. Si esta réplica no convence, podemos conceder la objeción (es, sin
duda, la mejor de todas), pero haciendo notar que la visión trágica de la vida humana
presentada por la bioética existencial se confirma mejor si comprobamos que somos
desconsiderados tanto cuando hacemos nacer a alguien como cuando nos abstenemos de
hacerle nacer. Significa que no hay escapatoria: estamos siempre en falta con el otro, como
sugiere Lévinas.
El caso del quitar la vida es diferente del caso del caso de darla, puesto que quien va a
ser privado de la vida es alguien que ya vive y, por tanto, tiene plena autonomía en acto. En
ese caso, es su autonomía lo que tiene que ser considerado prioritariamente, y no la estructura
mortal de su ser. Pues, de otra forma, se podría razonar así: “Ya que las personas están
colocadas en la estructura terminal del ser, que es dolorosa y desconsiderada, es moralmente
justificado matarlas”. Esto es incorrecto porque, como recordamos, cada vida humana ya
existente es la tentativa (muchas veces fallida) de interacción exitosa entre la estructura y el
intramundo, y no tenemos derecho a interferir en la manera en que cada uno intenta conseguir
esta interacción, por más absurda que nos parezca. A lo sumo, podríamos defendernos de ella
en caso de que nos amenace, aunque aún habría que ver cuánto de esta auto-defensa sería
acogida por una justificación genuinamente moral. (Ver más adelante). Así, en el caso del dar
la vida, la consideración de la estructura priva sobre la autonomía, mientras que en el caso del
quitar la vida (ajena o propia), la autonomía priva sobre la consideración de la estructura.
302
10
(Z2)
Nótese que aquí la prohibición moral de matar nada tiene que ver, como
habitualmente, con “privar a la víctima del goce de la vida”, que supondría que la vida
humana es buena, o que tiene estructuralmente un valor positivo, lo que niego rotundamente
(por los argumentos presentados aquí y en muchos de mis escritos). Habiendo partido del
desvalor estructural, este argumento no está disponible. En verdad, en la bioética existencial,
matar es moralmente malo no porque la vida sea buena, sino porque nadie tiene derecho a
ofender la autonomía de cada uno en su tarea de tratar de equilibrar el mal-estar del mundo
con los valores intramundanos.
Las conclusiones de (Z1) y (Z2), tomadas juntas, no son paradojales, como podría
parecer, ya que la bioética existencial indica que es moralmente bueno no hacer nacer
personas, pero que, una vez nacidas, las mismas deben ser respetadas en su interés por
continuar viviendo. La paradoja se disuelve si se recuerda que, en la bio-argumentación, son
dos las consideraciones relevantes: aquéllas que se refieren a la estructura, y aquéllas que se
refieren a la autonomía. La diferencia viene dada por la autonomía sólo potencial de los no-
seres y la autonomía ya constituida de los seres. Para no-seres, la consideración estructural
debe predominar sobre una autonomía aún no existente, mientras que para seres ya existentes,
el respeto por la autonomía debe predominar sobre la consideración estructural.
¿De qué maneras este argumento podría ser atacado? Nótese que aquí la tensión
disminuye, porque los valores vigentes en nuestras sociedades admiten mucho mejor la
conclusión de (Z2) que la de (Z1), que debe sonar simplemente monstruosa para la mayoría,
por lo menos hasta que motivos de sobrevivencia empírica lleven a aceptar la abstención en
bases intramundanas (la mayoría de los humanos son incapaces de llegar a este resultado tan
sólo mediante el argumento estructural). De todas formas, es interesante ver que la actitud
usual hacia el matar es mucho más tranquila que la actitud hacia el hacer nacer. Hay una
303
11
prohibición moral de matar, pero muchas excepciones (legítima defensa, guerra, pena de
muerte, etc), vinculadas con la matriz heterocida dominante en nuestras sociedades
afirmativas (para las cuales el pecado mortal es siempre el suicidio, nunca el heterocidio.
Desde mi punto de vista, no existe locura mayor que la guerra – como lo muestran
pálidamente tantos y tantos filmes – o sea, salir matando otros humanos como si fueran
conejos. Esto es locura total. El suicidio más demencial no es más demencial que una guerra).
Una objeción heterocida de este tipo podría ser la siguiente:
(Z3)
(1) Al nacer, hemos sido colocados en la estructura terminal del ser, sensible y
moralmente mala, sometidos al dolor y a la desconsideración, tan sólo provistos de
un intramundo continuamente amenazado por la consumación de la estructura, y
que acontecerá plena e inexorablemente en un cierto momento t, generando dolor e
inhabilitación moral para mí y para los otros.
(2) Al darnos la muerte, salimos del dominio de la estructura terminal del ser
consumándola en base a nuestra propia autonomía, evitando todas las desventajas
mencionadas en (1).
(3) En general, es moralmente bueno hacer algo para evitar las situaciones que pueden
convertir a los agentes morales (a nosotros y a los otros) en seres afectados por el
dolor y la desconsideración e inhabilitación morales.
(4) En el momento t, de extrema consumación de la estructura terminal de nuestro ser,
podemos no estar en condiciones de darnos la muerte. (Y no podemos pedirle a
otro que lo haga sin comprometerle moral y legalmente).
Por tanto: Es moralmente bueno quitarse la vida en un momento t – 1, anterior al
tiempo t. (O: No es moralmente malo quitarse la vida, etc).
304
12
Note, por otro lado, que mientras en el caso de la abstención, era la consideración
estructural lo que privaba sobre la autonomía (aún no constituida, del no-ser), y en el
heterocidio era la autonomía lo que privaba sobre la estructura, en el caso del suicidio, ambos
componentes son esenciales: quien se suicida estructuralmente (o sea, para evitar los
sufrimientos de la estructura consumada) lo hace tomando en cuenta los datos estructurales y,
al mismo tiempo, ejerciendo su autonomía de una de las maneras más expresivas en que un
humano puede hacerlo8.
(3) Los esquemas argumentativos del aborto y la eutanasia estructurales. El suicidio como
matriz argumentativa.
Ahora veamos cómo esto se aplica a los problemas bioéticos no básicos. Comencemos por
el aborto. Los tipos más conocidos en la literatura son:
(a) No se deja ser a otro simplemente porque no se quiere tener hijos (por comodidad,
por “preservar la libertad”, o porque “no se está preparado para la paternidad”, o
por razones económicas (“sin condiciones para mantener hijos”, etc);
(b) No se deja ser a otro porque el embarazo es producto de una violación, de un acto
violento no permitido por la madre;
(c) No se deja ser a otro para salvar la vida de la madre;
(d) No se deja ser a otro porque el naciente está grave e irreversiblemente enfermo
(por ejemplo, sin cerebro).
7
Suelo decir que la vida humana puede ser, con mucha suerte, un agradable viaje en un tren que, al final de la
línea, cae inexorablemente en un abismo en el que nos precipitaremos sin vuelta; de tal manera, es perfectamente
racional que alguien quiera bajarse en una estación anterior a la caída del tren.
8
Para quien niegue esto, e insista en que quien se suicida está obnubilado, o que su autonomía está confusa, etc,
respondo que lo mismo se puede decir de quien decide continuar viviendo. Creo que existe más ilusión, opacidad
y auto-engaño en la decisión de continuar viviendo cuando el sufrimiento aprieta, que en la actitud contraria. Las
decisiones humanas (sean de continuar viviendo, sean de no continuar) están siempre afectadas por la opacidad.
Nuestra autonomía nunca se ejerce “limpiamente”.
305
13
Como el aborto está ubicado dentro del registro bioético radical de la procreación (del
dar la vida), es, a principio, la consideración estructural la que debe privar sobre la
consideración de la autonomía. En el caso (d), el aborto parece moralmente justificado de
manera clara, pues, siendo que el ser humano surge terminalmente en su propio ser, el bebé
sin cerebro ha consumado ya tempranamente la terminalidad de su ser, la misma que a otros
llevará muchos años consumar. Parece moralmente justificable no dejar ser a un ser humano
en esas condiciones. Aquí no hay autonomía a ser considerada, excepto aquélla que
podríamos obtener artificialmente mediante el recurso al “razonamiento retrospectivo”: “Si
fueras a nacer sin cerebro, ¿consentirías en que tu madre abortase?”. En realidad, el aborto
en el caso (d) se parece extraordinariamente a una eutanasia, o sea, a un suicidio indirecto.
(Ver más adelante). Llamo al aborto de tipo (d), “aborto estructural”, y pienso que es el único
moralmente justificado, en base al siguiente bio-argumento:
(Y1)
(1) Al hacer nacer a alguien irreversiblemente enfermo, lo colocamos
inevitablemente en un grado avanzado de la consumación de la estructura
terminal de su ser, de gran desvalor sensible para él, y sensible y moral para los
que le asisten.
(2) En general, es moralmente malo manipular a alguien poniéndolo – pudiendo
evitarlo - en una situación que nosotros reputamos como mala, sin garantías de
que la persona consiga vivir o arreglárselas bien en tal situación.
(3) El ser enfermo que aún no nació no detenta ningún tipo de autonomía que se
pueda ofender, y, retroactivamente, podemos suponer que él mismo no aceptaría
vivir irreversiblemente enfermo.
Por tanto: Es moralmente bueno no hacer surgir vida humana irreversiblemente enferma).
(Note que esta conclusión es preferible a la más débil: “No es moralmente malo no hacer
surgir vida humana enferma”).
Todos los otros casos de aborto anteriormente citados ((a)-(c)), son moralmente
problemáticos, en la línea aquí presentada. En el caso (c), hay que recordar que la exigencia
moral preserva la vida del otro (en cada caso), y no la propia, en el sentido de la no
manipulación (segunda formulación kantiana del imperativo categórico). Aceptamos que
actuamos no moralmente cuando, por ejemplo, mentimos a alguien aunque no le
9
Hoy ya no diría una frase como ésta, por el peligro de aproximar demasiado aborto y abstención.
306
14
perjudiquemos10. Esto significa que tener consideración es algo más que no perjudicar. En el
caso del aborto, el otro al que debemos consideración es el naciente. Y se la debemos aun
cuando no pueda él (o ella) saber nada acerca de nuestras decisiones y actitudes. En el caso
(c), sería aceptable que se abortase para salvar la vida de la madre si el feto fuera gravemente
enfermo, o no tuviera chances de vivir, con lo que se volvería al claro caso (d). Pero si el hijo
fuera a nacer perfectamente, o sea, si la estructura de la terminalidad de su ser ha sido ya
instalada pero no se ha consumado (en una enfermedad o grave inhabilitación, que no
permitiría ninguna interacción posiblemente exitosa con el futuro intramundo), parece
moralmente incorrecto salvar la vida de la madre matando al feto. (En esto, soy más
conservador que los conservadores, pero en rigurosa consecuencia de mis premisas).
El feto es un ser que surge terminal y que va a tener un intramundo para lidiar con la
estructura terminal de su ser, de manera que debemos preservar su autonomía potencial hasta
que esté en condiciones de vivir esa tensión como le convenga. Esto no envuelve ninguna
consideración acerca de si el feto es o no “persona”, lo que nos mantendría aún en la
metafísica de propiedades. Los humanos son efectivamente Dasein en su ser (surgió terminal)
desde que son generados: si no hay enfermedad, el embrión es potencialmente Dasein, y sólo
un humano puede swer Dasein. Por tanto, embriones, fetos y niños pequeños recién nacidos
(y, en general, adultos, humanos cualesquiera) son intocables en cuanto estén tratando de
consumar la estructura terminal de su ser. Se puede moralmente abortar en el caso (d) (y sólo
en él) no porque el feto enfermo haya dejado de ser “persona” (éste sería el diagnóstico dentro
de la metafísica de propiedades), sino, al contrario, porque él ha consumado plenamente la
mortalidad de su ser: aunque le “falten propiedades”, no le falta absolutamente nada para
consumar su ser, o sea, para morir, para consumar, con motivos plenamente justificados, lo
que ganó al nacer.
Por otro lado, en las discusiones usuales sobre aborto, siempre se pregunta si el feto o
el bebé son o no personas, son o no conscientes, etc, sin nunca preguntarse si los que van a
practicar el aborto son personas, conscientes, etc, punto que me parece de la mayor
relevancia: tal vez la prohibición de matar provenga no de lo que sea o no sea aquél que se
mata, sino de lo que el matador es. El punto es que aquél que va a morir (o que no va a ser) y
aquél que se dispone a matarlo, son estructuralmente iguales, tienen el mismo valor
estructural o sea: ¡ningún valor! La madre y el hijo son estructuralmente iguales, ambos
surgen terminales en su propio ser, de manera que ella no tiene derecho a destruirlo para
salvarse. Aquí ya hay un Dasein (por hipótesis, no aquejado por ninguna enfermedad) y, por
tanto, la consideración de la autonomía priva sobre la consideración de la estructura (Y, claro
está, sobre cualquier consideración intramundana, como, por ejemplo, la importancia de que
10
Me acuerdo de un ejemplo, del padre que compra una bicicleta para el hijo, pero no se lo dice; y le
miente diciéndole que ganará una bicicleta solamente si se aplica en los estudios cuando, en verdad,
piensa dársela de todas formas; pensamos que el padre no actúa correctamente con el hijo si le
regala la bicicleta el día en que éste aprueba todas sus disciplinas en la escuela, haciéndolo creer
que fue eso el motivo por el que ganó la bicicleta. Todo esto fue decidido sin el hijo, que fue
simplemente manipulado, aun cuando no fue con eso perjudicado; al contrario, fue gratificado.
307
15
La vida de la madre es algo que ella, dentro de una consideración dramática, realista y
negativa de la existencia, ya ha puesto en riesgo desde siempre en el momento en que quedó
embarazada (aun cuando haya sido por accidente, ya que tener relaciones sexuales lleva
siempre el riesgo de embarazo). Ahora no hay por qué penalizar al producto de esa acción, en
caso de que haya que optar por una u otra vida. Éste es un resultado de considerar al ser
humano en su ser, y no en sus propiedades, siguiendo la diferencia ontológica, contra la
metafísica de propiedades (los “indicadores de humanidad” de Singer). Si la madre quedó
embarazada, uno de los riesgos a ser asumidos cuando se tienen relaciones sexuales es quedar
embarazada, y uno de los riesgos de parir es llegar a una situación de elección entre la propia
vida y la vida del naciente. Esto ya es previsible, no hay por qué pensar que “todo saldrá bien”
(pensamiento afirmativo). Llegados a esa situación, la elección moral, es la que elige por la
vida del otro, y no por la propia11.
Parece obvio que este mismo razonamiento se aplica, con mayor razón aún, a los casos
(a) y (b) de aborto, que presentan justificaciones meramente sociales e intramundanas para
abortar. Una violación es, muchas veces, un acontecimiento ambiguo: hasta qué punto la
mujer provocó o facilitó o no se exentó de lo ocurrido. (Vea las películas Town without pity y
The accused). Pero supongamos que se trate de un claro caso de violación. En ningún caso,
aun en uno muy claro, se podría justificar moralmente el aborto, de acuerdo a la Bioética
existencial. Puede ser simplemente frívolo que se ofenda la autonomía potencial del naciente
(o sea, su tentativa de equilibrar exitosamente la estructura e su intramundo) simplemente por
conveniencias sociales de la madre, porque ella tenga que enfrentar la mirada acusadora o
despreciativa del entorno social. No se puede decidir la vida de alguien en esos términos. Que
ella tenga el hijo, aun cuando no lo crie (como en el caso del cuento de Pirandello, del film
KAOS, de los hermanos Taviani, llamado “El otro hijo”). (También aquí las consecuencias de
haber obrado moralmente pueden ser malas).
11
Que se elija o no la opción moral, es otra historia. Por otro lado, las consecuencias de haber
obrado moralmente pueden ser malas: el hijo nace, la madre muere, y mucho más tarde, el hijo
sobreviviente acusa a los que le hicieron nacer de haber matado a su madre. Bueno, esto es
inevitable. Hay que conceder un “momento kantiano” a toda moralidad, sea afirmativa o negativa, el
momento en que las consecuencias deben dejarse de lado en la ponderación moral, pues nunca
podemos prever todas las consecuencias de nuestras acciones.
308
16
pertenezca con exclusividad. En el caso del embarazo por violación, es cierto que la mujer no
quiso quedar embarazada, pero el naciente no tiene por qué pagar por eso: aun cuando la vida
humana no tenga un valor estructural, más aún, aunque cuando ella sea estructuralmente mala
(sensible y moralmente), ya se generó allí un ser humano potencial normal (en la hipótesis de
que no haya ningún problema de salud inhabilitante) que tiene derecho a lidiar con la
estructura mortal del ser con su propia autonomía. Él no es un residuo que se pueda tirar a la
basura para atender intereses intramundanos de los procreadores. Por último, el caso (a) es
abiertamente egoísta y moralmente injustificable. No tener un hijo para no “perder la libertad”
es tan moralmente injustificable como tenerlo “para que nos cuide en nuestra vejez”. Es pura
manipulación. Dejo al lector la tarea de construir todos estos bio-argumentos.
En la bioética existencial encontramos, pues, una defensa moral del aborto de tipo (d)
y un rechazo moral de todos los otros ((a)-(c)). La diferencia con los abordajes usuales
proviene de la perspectiva existencial adoptada, con su descripción desencantada de la
condición humana, que ve al ser humano como existente arrojado en una situación primordial
de desvalor con la que tiene que arreglárselas. (Estructura y autonomía). Nadie tiene derecho
moral a no dejar ser a un Dasein que no consumó a su manera su terminalidad estructural. Él
mismo tiene que consumarla, salvo que no sea capaz de hacerlo (enfermedad). En el abordaje
analítico-racionalista habitual, se define “persona” de manera no existencial, como debiendo
ya tener propiedades muy desarrolladas, como racionalidad, auto-consciencia, lenguaje, etc.
El celebrado Michael Tooley escribe, sin temblar, y dentro de la más plena metafísica de
propiedades: “Volvamos ahora a la primera pregunta, que es la fundamental: ¿Qué
propiedades debe tener una cosa para ser una persona, es decir, para tener serio derecho a
la vida? La afirmación que deseo defender es la siguiente: Un organismo tiene serio derecho
a la vida sólo si posee la idea del ‘yo’ como sujeto continuo de experiencias y otros estados
mentales, y cree que es en sí mismo una entidad continua” (“Aborto e Infanticidio”, p. 78).
En esto él basa su defensa del aborto: ¡pueden matarse tranquilamente seres que no tengan
“yo”! En el abordaje existencial, esto es inadmisible, pues aunque el bebé pequeño no es un
ser racional autoconsciente, es ciertamente Dasein, en el sentido existencial pre-predicativo de
que él ya está-en-el-mundo, lidiando con la estructura terminal de su ser a un nivel pre-
predicativo, pre-proposicional (llorando, pataleando, etc). Es como existente que es digno de
respeto (y cuando está enfermo y se le mata, se ratifica ese respeto por su humanidad
terminal, lamentablemente consumada).
17
asumirnos como sujetos nos vemos como Dasein, como existentes, nos veremos como siendo
de la misma naturaleza que aquello sobre cuya vida pretendemos decidir, sólo que en
diferentes etapas de desarrollo. Los humanos son existentes mucho antes de ser personas y lo
son mucho después de haber dejado de ser personas.
¿Qué decir acerca de la eutanasia? En el quitar la vida del otro, también podemos
distinguir varios casos:
(a) Se quita la vida de otro simplemente porque nos incomoda, porque está en nuestro
camino, porque pone en riesgo nuestra libertad, o por razones políticas o
económicas;
(b) Se quita la vida de otro en virtud de la violencia ejercida por él, bajo la forma de
enemigo (en la guerra) o delincuente (en la pena de muerte);
(c) Se quita la vida de otro por legítima defensa, porque nos amenaza directamente;
(d) Se quita la vida de otro porque está grave e irreversiblemente enfermo.
Estrictamente hablando, tan sólo el último es un caso de eutanasia, de “buena muerte”
(así como tan sólo el caso (d) de aborto, visto más arriba, era un caso de “buena
abstención”)12. Como la eutanasia está ubicada dentro del registro bioético radical de la
muerte de seres ya vivos, es, a principio, la consideración de la autonomía la que debe
predominar sobre la consideración de la estructura mortal del ser. Así, debemos siempre
preguntarnos si el afectado consentiría en morir, con lo que el heterocidio va claramente para
el plano del suicidio. Note que los cuatro casos de quitar la vida de otro son estrictamente
paralelos a los cuatro casos de abstenerse de dar la vida a otro. Esto sugiere que las
consideraciones morales a ser realizadas aquí pueden ser semejantes a las presentadas en el
caso del aborto. El caso (d) parece plenamente justificado moralmente, en el caso de que el
muriente consienta en morir para huir de la consumación de la mortalidad de su ser, dada en
el nacimiento. El bio-argumento de lo que podríamos llamar “eutanasia estructural”, es el
siguiente:
(Y2)
(1) Al nacer, hemos sido colocados en la estructura terminal del ser, sensible y
moralmente mala, sometidos al dolor y a la desconsideración, tan sólo provistos de
un intramundo continuamente amenazado por la consumación de la estructura, y
que acontecerá plena e inexorablemente en un cierto momento t, generando dolor e
inhabilitación moral para mí y para los otros.
(2) Al aceptar que alguien nos dé la muerte, siendo que su terminalidad ya se consumó
plenamente, nos retiramos del dominio de la estructura terminal del ser
consumándola en base a la propia autonomía, evitando todas las desventajas
mencionadas en (1).
12
Tampoco diría eso hoy en esos términos, aunque mantengo mi posición respecto de los dos casos (d).
310
18
(3) En general, es moralmente bueno hacer algo para evitar las situaciones que pueden
convertir a los agentes morales (a nosotros y a los otros) en seres afectados por el
dolor y la desconsideración e inhabilitación morales.
(4) En el momento t, de extrema consumación de la estructura terminal de nuestro ser,
la persona enferma puede no estar en condiciones de darse la muerte a sí misma.
(Y no puede pedirle a otro que lo haga sin comprometerle moral y legalmente).
Portanto: Es moralmente bueno que alguien decida que otro le quite la vida en el
momento t. (O: No es moralmente malo que lo haga, etc).
Note cómo este bio-argumento sigue casi paso a paso la estructura del suicidio
estructural. En verdad, la eutanasia estructural es la supresión de un ser que ha consumado
tardíamente su estructura terminal (la misma que el bebé sin cerebro consumó rápidamente),
mientras que el suicidio estructural es el rehusarse a continuar siendo un ser que tendrá que
consumar su estructura terminal. De hecho, uno de los riesgos del continuar viviendo es
transformarse en un enfermo terminal. El suicidio estructural es el caso polar de la eutanasia
estructural, la eutanasia radical y absoluta.
Igualmente, todos los otros casos de quitar la vida del otro antes mencionados son
moralmente problemáticos (caen bajo la estructura del bio-argumento Z2). En el caso (c),
aquél que me ataca, presumiblemente, no consiente en ser muerto, de manera que, cuando le
mato, ofendo su autonomía. Él quería continuar viviendo, y su tentativa de matarme puede
verse, inclusive, como una parte de esa intención suya. El otro me ataca de una manera
semejante a cómo el feto ataca a la madre cuando se pone en juego la vida de ella o la de él.
Uno de los dos tiene que morir. Cuando la madre aborta en el caso (c), ella también puede
alegar “legítima defensa”. Desde el punto de vista del principio moral, en su formulación
moderna, no se puede tratar a los otros como objetos. Eliminarlos porque nos perjudiquen o
amenacen, es objetivarlos. En el eliminar a alguien, lo desconsideramos más profundamente
que en el caso del aborto de tipo (c), porque no solamente lo objetivamos, sino que lo
perjudicamos directamente (le impedimos que continúe viviendo). Aun cuando me ataque, eso
no suprime el hecho de que, matándole, yo realmente impido que él continúe tratando de
equilibrar la estructura terminal de su ser y el intramundo, que es lo que él quería continuar
haciendo.
Pero – se alega, con toda razón – aquí el otro me amenaza de una manera mucho más
explícita y literal que en el caso de la amenaza de la madre por parte del feto; el feto no tiene
ninguna intención de perjudicar a la madre. En el caso presente, hay alguien concreto que me
ataca efectivamente. ¿Por qué mi legítima defensa no podría ser moralmente justificada?
Primero, porque la propia noción de “legítima defensa” no es clara: todos los involucrados en
conflicto piensan estar tan sólo “defendiéndose” (aun los nazis pensaban estar haciendo un
trabajo “defensivo” contra los judíos y marxistas). Tómese cualquier contienda, parroquial
(una pelea de bar) o mundial (la relación entre naciones), y cada una de las partes alegará
estar tan sólo en actitud “defensiva”. Es obvio que hay allí un poderoso elemento de auto-
engaño que necesita ser analizado, en lugar de tomar partidos dogmáticos apresurados. En
segundo lugar, la propia sobrevivencia – como ya fue visto - no es motivo moral, sino
311
19
Parece obvio que este mismo razonamiento se aplica, con mayor razón aún, a los
casos (a) y (b), que presentan justificaciones meramente sociales o intramundanas para el
heterocidio. La transformación de alguien en “enemigo” (en una guerra) o en “desviado” (en
la lucha contra la delincuencia) es un proceso complejo de mediaciones sociales,
institucionales, políticas, policiales, económicas, etc. La lucha en una guerra o en una cruzada
contra la delincuencia son realidades aún más opacas que una violación: hasta qué punto
nosotros mismos provocamos la enemistad de una nación, o la rebeldía de un grupo de
marginalizados. (Las propias anomalías sociales crean aquello que después van a destruir,
como en ve en la novela (y film) La Naranja Mecánica). En ningún caso de guerra o ejecución
(pena de muerte) se podría justificar moralmente el heterocidio, si por moral entendemos la
consideración de la estructura terminal del otro y su derecho a consumarla como quiera o
pueda. No se puede decidir la vida de alguien en esos términos puramente intramundanos. El
otro (aún el otro que yo soy) no tiene por qué pagar por la complejidad de las relaciones
humanas en conflicto, dadas en la propia estructura de la condición humana: el dolor y la
mutua desconsideración por la falta de espacio no son responsabilidad de nadie, sino parte del
desvalor estructural que todos tenemos que vivir. El conflicto bélico y la delincuencia son
fenómenos altamente derivados de otros hechos más básicos sobre la condición humana. Por
fin, el caso (a), como en el aborto, es claramente manipulativo: matar a alguien porque nos
incomoda es como no dejar que alguien nazca porque podría incomodarnos.
Los dos únicos casos moralmente legítimos de aborto y eutanasia tienen, en verdad,
estructura suicida, no heterocida, y es por eso que son moralmente legítimos. Suicidio y
autonomía están conceptualmente próximos. El enfermo inicial (bebé sin cerebro) y el
enfermo terminal aceptan, real o hipotéticamente, morir, de manera que aquéllos que no le
dejan nacer y aquéllos que le suprimen, respectivamente, se transforman, en verdad, en parte
de un arma suicida. Precisamente porque todos los otros casos no pueden adoptar la estructura
suicida, porque son lisa y llanamente heterocidio, es por lo que no pueden justificarse
moralmente. Ya en el plano bioético más básico, la abstención estructural no es menos suicida
que el suicidio estructural, pues el no tener hijos, el cortar la posibilidad de la propia
descendencia, puede verse también como una especie de actitud suicida a nivel de la especie.
De esta manera, el suicidio funciona como una especie de matriz argumentativa, en el sentido
de que representa la autonomía en el plano de las mortal questions.
312
20
Una observación final, que no desarrollaré aquí: la nítida separación entre los casos
(d), moralmente justificables, y los otros casos (de aborto y eutanasia) impide, en el
tratamiento existencial (estructural-ontológico) aquí presentado, el peligro de la famosa
“pendiente resbaladiza”. Pues existe un hiato muy amplio entre (d) y los otros casos,
precisamente los elementos de autonomía suicida que no están presentes en (a)-(c), lo que
impide trazar cualquier analogía entre ellos. El consentimiento (actual o potencial) del
afectado por el no dejar ser o del parar de ser es fundamental para que la estructura de la
decisión sea suicida y no heterocida, y, por tanto, moralmente aceptable y legítima. Esto
sugiere que un principio de autonomía fuerte, e instituciones adecuadas, tornan simplemente
imposible el riesgo de “pendiente resbaladiza”.
(4) El gran Non Sequitur: de “x es bueno” no se sigue lógicamente “Debo hacer x”.
Dentro de una visión de la condición humana como la que fue aquí presentada, la
consideración de la estructura terminal del ser parece adecuada para pensar, de manera sobria,
el acto de la procreación, no como una fiesta desbordante e irresponsable, sino, tal vez, como
una necesidad factual, o una exigencia social, no tan sólo como un placer personal, o como un
uso del hijo como medio. Asimismo, la consideración de la autonomía parece moralmente
adecuada para pensar, de manera sobria, el acto de la eliminación, no como una carnicería
jubilosa (guerra, pena de muerte) sino, tal vez, como una necesidad factual, o una exigencia
social (matar a Hitler), no tan sólo como un placer personal, o como un uso del “enemigo” o
del “desviado” (delincuente) como medio. Lo que (Z1) y (Z2) concluyen es que es
moralmente problemático tanto el dar la vida como el quitarla, en base a los argumentos
esgrimidos. Pero no se niega que podamos ser obligados (empírica o pre-moralmente) a hacer
nacer humanos (porque si no, la humanidad acabaría) y a matar a otras (porque si no,
dejaríamos, por ejemplo, que un tirano dominase el mundo, o que un ladrón matase a nuestra
familia). Lo que (Z1) y (Z2) sugieren es que estos actos no son nunca morales en el sentido
radical, sino actos que debemos, dramáticamente, realizar saliendo fuera de la moralidad, por
313
21
necesidades factuales (la sobrevivencia o la auto-defensa no son, como vimos antes, motivos
morales per se, pero pueden ser fuertemente defendidos por razones pragmáticas, políticas,
organizativas, etc). A la luz de estas consideraciones estructurales, procrear y matar (o sea,
dar la vida y quitarla) pueden tornarse actos parsimoniosos y austeros, y no maximalistas,
como lo son actualmente.
JULIO CABRERA
alguien - si la ética debe ser cognitivista, como Von Kutschera quiere1, ese juego descubierto
por la genealogía pondría en primer plano la lucha por el poder, y no la busca de la verdad de
los enunciados éticos; no la instauración de un plano axiológico honesto, sino la mezquina
lucha por el poder, disfrazada con terminología ética".
Alguien (llamémosle A) podría responder a esto así: "Se pondría pensar esa 'lucha
por el poder' no como mezquina, sino como ética, sólo que ética en el nivel de lo que los
hombres realmente son y hacen. El motivo ético, con plena existencia objetiva,
involucraría también la intervención del interés por el incremento de potencias. Eso no
eliminaría el plano moral, sino que lo enriquecería con otras motivaciones, del tipo que
Kant dejaba - por moralismo - sistemáticamente afuera En una palabra, el juego ético
continúa en la genealogía, la genealogía no termina con él, sino que lo enriquece".
Otra línea de respuesta seria la siguiente: "Se debe distinguir los planos lógico y
empírico. La genealogía se desarrollaría en el plano del deber-ser. La ética trataría de
describir el deber-ser con independencia de lo que los hombres hacen en el plano empírico.
Entonces, la genealogía afectaría tan sólo a esto último, y no propiamente a la construcción
moral como tal".
B (Interlocutor): "Pero las relaciones entre la construcción ética en el plano lógico
del deber ser, y lo que los hombres efectivamente hacen, es complicada v diversificada.
Alguna consideración acerca de esto último debe hacerse, so pena de construir una pura
ficción. (Kant, que lleva hasta el último extremo esta diferencia, determina la eticidad en el
plano de los ideales platónicos, o sea, en cierto modo en el plano de la ficción, admitiendo
que nunca nadie actuó solamente de acuerdo a la ley moral. No obstante eso, tal como lo
muestra Lacan en el "Seminario de la Ética del Psicoanálisis", también Kant echa mano a
ejemplos de conductas humanas ordinarios para explicar su teoría moral, y esto parece
absolutamente inevitable). O sea: cuál es la relación entre el real y el ideal (tema clásico de
la filosofía, desde Platón a Schopenhauer). ¿No debo, necesariamente, construir el ideal
con algunos elementos de lo real? ¿No es lo ideal una "idealización"? Y, en ese caso,
¿"idealización de qué?
Idealización es siempre selección, abstracción, dejar algunas cosas de lo real fuera
y otras dentro de la idealización. Por tanto, ¿por qué no sería el caso que las genealogías
spinoziano-nietzscheana propusieran, simplemente, introducir en la idealización elementos
psicológicos más profundos que los habitualmente incorporados en la misma? (Por
ejemplo, una psicología que introdujese más profundidad en el análisis de las motivaciones
para el suicidio, de lo que el simple "desagrado de vivir" que Kant insinúa Ya hay en
Schopenhauer una paradoja profunda al respecto, cuando él sostiene que el suicida
manifiesta máximamente su voluntad de vivir). ¿Cuáles son los límites de la idealización,
o sea los límites entre ser empírico y deber ser lógico-normativo? Esos límites son difusos.
Por tanto, la genealogía podría no destruir el plano ideal del deber- ser, sino que se
permitiría modificar sus límites enriqueciendo el lado del análisis empírico (del ser).
Volvamos a leer lo que Von Kutschera dice sobre naturalismo, y veamos si lo que
Nietzsche afirma, su tipo de discurso, puede ser catalogado como naturalista, algo que el
propio Von Kutschera debería hacer y no hace (de acuerdo con los usos y costumbres de la
1
Von Kutschera Franz. Fundamentos de Ética. Cátedra, Madrid, 1989.
316
ética alemana contemporánea, que no habla jamás de Nietzsche). El dice "Toda teoría
naturalista debe ofrecer definiciones de los términos normativos fundamentales como "deber"
o "bueno" mediante términos no normativos" (Fundamentos de Ética, pág. 61). El presunto
naturalismo de Nietzsche sería un "naturalismo psicológico-biológico". En "Genealogía de la
moral", Nietzsche afirma que bueno y malo es lo que es determinado como tal por los
señores, por una clase bella y dominante. Esto parece una clara naturalización. Aquí cabrían
dos actitudes: a) Al saber eso, continuar - ahora conscientemente - haciendo ética en el nivel
de la dominación, convencidos de la inexistencia de un ámbito objetivo de valores, b)
Continuar haciendo la idealización en el plano del deber-ser, y comparándola con esa
instauración del bien/mal por parte de los dominadores, como parte del ser empírico, de lo
que efectivamente ocurre, pero no de lo que debe ocurrir.
No parece haber en los datos de la propia genealogía ninguna recomendación para
suprimir o mantener el plano del ideal moral. (Esto también se aplica a Freud: uno puede
continuar siendo religioso en el plano ideal después de las argumentaciones de "Futuro de una
ilusión", considerando todo lo que se dice en ese texto simplemente como análisis empírico-
histórico de lo que los hombres efectivamente hacen con la religión. En cierto sentido, el
ideal - como Kant lo visualiza - parece indestructible, en la medida en que es construido en el
puro inteligible. O sea que el análisis genealógico, por si mismo, no sería necesariamente
naturalista: sus datos podrían utilizarse para acabar con el ideal o para enriquecerlo con nuevo
material empírico, pero la opción (naturalizante o no) seria posterior a la toma de
conocimiento de tales datos. (G. E. Moore, a través de la argumentación contra la "falacia
naturalista", proporcionaría un procedimiento para mantener el ideal después de cualquier
definición naturalista, mostrando que nunca el ser y el deber-ser "emparejan", porque
siempre, después de la definición, se puede colocar de nuevo el deber-ser: "puede haber una
cosa que sea A y que no sea buena (de acuerdo con el ideal)". Podemos utilizar Moore de esta
manera para mostrar esta inadecuación perpetua).
¿Qué fuerza tiene el plano empírico con respecto al ideal? En el caso de las mortal
questions, esa fuerza debería ser absoluta: los ideales morales deberían aparecer como una
pura ocultación; cualquier ideal moral, aun aquél enriquecido por el análisis empírico, en la
medida en que el análisis empírico invadiría completamente el propio espacio de
construcción del ideal. Sería una especie de subversión de la experiencia contra la tiranía del
inteligible kantiano, pero, en ese sentido, un colapso de la razón práctica en la razón teórica.
Pero para que esa destrucción del inteligible fuera posible, habría que demostrar que esas
cosas que los hombres hacen no son contingentes (intramundanas) sino necesarias
(mundanas), y, por tanto, incorporables al propio análisis estructural de la eticidad. O sea, que
el análisis genealógico arroja resultados universales, y no meramente descripciones.
Los datos sobre guerra nuclear, sobre la posibilidad de una guerra total, el dato de que
el hombre, por primera vez, tiene poder sobre la naturaleza, poder para destruir la naturaleza
(está en igualdad de condiciones, ya que la naturaleza siempre pudo y puede destruirlo), es
simplemente factual. Lo importante es cómo juega esa información factual en el mundo
humano, qué hacemos con la información, una vez obtenida. (Es un prejuicio del filósofo que
es siempre mejor saber que no saber, que la sabiduría es, siempre y sin dialéctica, preferible a
la ignorancia Allí hay valores acríticos envueltos. Elogio de la filosofía. El filósofo como
esclarecido, la vida filosófica con la mejor, etc. Esto es un tema recurrente en la historia de la
317
filosofía europea). Si sabemos que los hombres no podrán hacer nada con la información,
¿cuál es la capacidad liberadora (ética) de esa información? ¿Por qué que la ignorancia no
podría tener mayor eticidad que la información? (Sartre diría que es siempre posible hacer
algo, porque la libertad es originaria; o sea, el decir esto que estoy diciendo ya es una postura
delante de la información, una decisión libre).
Lo que importa es lo siguiente, no que el hombre posea factualmente el poder de
destruir, sino cómo es que él va a administrar ese poder, basado en qué valores (y en qué
información objetiva) va a mantener, a pesar de todo, la paz, sobre qué bases va a decidirse la
mayor o menor inminencia del desastre total, cuáles serán los precios que estarán dispuestos a
pagarse y cuáles no (siendo que en una guerra nuclear, destrucción implica autodestrucción).
En este sentido, no hace falta más que información global sobre la misma, sobre el
Holocausto (Castoriadis), el Desastre, el Apocalipsis, conocer las dimensiones del mismo y
sensibilizarse delante de el. ¿Para que agudizar la información numéricamente, etc? Por otro
lado, se habla de la guerra nuclear como si su ocurrencia fuera absolutamente segura, se dice,
por ejemplo "Cuando se produzca la guerra nuclear, acontecerán los efectos tales y cuales", y
eso es pensar pura y simplemente en la dimensión del poderío factual que se posee, y no en el
de su implementación, en el de su uso social y político y en la base de valores (monstruosos,
si se quiere) que está dirigiendo esa implementación. Los humanistas, pacifistas, etc., tratan
de idiotas o de locos a los que se envuelven en una guerra nuclear, pero hay también una
lógica de la destrucción, a pesar de ser una lógica absurda, y tal lógica absurda es más
interesante que una valoración global y emocional ("son unos idiotas").
La lógica de la destrucción no la justifica (yo me posicionaría contra la guerra y
contra su lógica, todo junto), pero quiero decir que ella existe, se basa en una filosofía de la
defensa, en una teoría del enemigo, en una teoría del blanco a ser afectado, etc. Aunque
parezca una locura y un absurdo para una razón analítica unidimensional, las guerras tienen
sentido (un sentido monstruoso) dentro del mundo humano, si se estudia cuidadosamente lo
que lleva a las guerras, aun a las más sangrientas y autodestructivas, se comprenderá su
porqué (y se estará en mejores condiciones para posicionarse contra). Así, me parece lírico, o
melodramático el discurso sobre el poderío nuclear en sí mismo, la cantilena (que es cantada
hasta por filósofos conservadores como Gabriel Marcel) de que ahora el hombre puede
destruirlo todo si él quiere. Pero este "si él quiere" es muy complejo y es posible que no lo
quiera precisa y paradójicamente porque existe ese poderío factual de una manera equilibrada
No creo que nuestra situación, con la cuestión nuclear, sea peor que la situación de los
hombres de la antigüedad. Lo que sea "el mundo" cambia a través de las épocas, y lo que sea
"destrucción del mundo". También en la época de los romanos los hombres vivían con
angustia la posibilidad de una total destrucción del mundo, de lo que era el “mundo” en
aquella época. No creo que debamos exagerar los datos objetivos, en una reflexión filosófica
sobre la destrucción y el horror de la guerra en este mundo de hoy, el nuestro.
Cuando se habla de los valores básicos que estarían rigiendo la administración del
poderío nuclear, se suele decir que ahora ya no son valores los que deciden esas cosas, sino
números, informaciones objetivas, y que el estado actual cierra toda discusión racional y todo
discurso, que es el fin de los discursos y las argumentaciones. Yo no creo eso, creo que las
argumentaciones continúan en otros niveles. Creo que hay una conversación o una
argumentación antes de la bomba y otra después? pero no creo que la bomba acabe con las
318
3. Cuando, en el plano puramente teórico, se dice que el concepto “Dios” (por ejemplo)
es necesario para organizar la experiencia religiosa y moral, no se quiere expresar
nada práctico, nada como que ese concepto sea necesario “para orientar la acción” o
para “aliviar la angustia de estar vivo”. Organizar es, aquí, organizar teóricamente. El
concepto es importante para comprender el mundo moral-religiosamente, más allá o
más acá de su capacidad para impartir normas de conducta. Por eso se trata, en el
primer trabajo (“Posibilidad del lenguaje metafísico”, Buenos Aires) de una solución
puramente teórica del problema.
321
4. Kant pensó por primera vez que la cosa en sí, realmente, no podía nunca ser alcanzada
en el plano intelectual del conocer, pero sí podría serlo, de algún modo, en el plano del
querer. Sin embargo, creo que Kant mismo no construyó esa solución, pues las
categorías desarrolladas por él en la segunda Crítica, por ejemplo la de “postulado
práctico”, no determinan positivamente a la cosa en sí, ya que el querer es violentado,
se le colocan exigencias racionales e intelectuales al querer humano, transformando
así a la voluntad en un objeto aún colocado por la representación. La libertad, que era
obscura en el plano teórico entendida como idea regulativa, continúa obscura en el
plano práctico entendida como “postulado”. Lo que Kant hizo, en mi terminología, fue
presentar dos soluciones teóricas: la de la primera Crítica, para presentar los objetos
metafísicos necesarios para construir la Física y la Matemática; la de la segunda
Crítica, para presentar los objetos metafísicos necesarios para construir la Moral. Pero
se trata de objetos metafísicos teóricos, en el sentido del artículo de Buenos Aires. En
la segunda Crítica, Dios no es nunca objeto del querer real, sino un postulado de la
razón. La cosa en sí no es algo que sentimos o experimentamos (no intelectualmente)
sino algo que entendemos de otra manera.
6. La solución teórica era puramente representacional, ella se hace una idea de la cosa en
sí, una idea regulativa de las elucidaciones teóricas. Ésta es la manera clásica de
visualizar la cosa en sí, siempre desde la representación, por tanto como algo
incognoscible, lejano, que continuamente se nos escapa, etc. El viraje
schopenhaureano consiste en que, por primera vez, vemos a la representación desde la
cosa en sí, pero, claro está, no intelectual sino vitalmente. La vemos siendo
fundamentada, y no fundando. Estamos instalados en la voluntad, y vemos la
2
322
7. Dios apareció, pues, varias veces como objeto metafísico, pero en diferentes sentidos:
como idea trascendental, o sea, como parte de la estructura conceptual necesaria para
organizar un cierto tipo de experiencias; ahora aparece como objeto ocasional del querer
vivir, de la voluntad. Lo que la voluntad quiere es, simplemente, vivir, y Dios es uno de
los rostros que esa voluntad adopta.
8. El hecho de que la cosa en sí sea concebida como una fuerza vital sirve, lateralmente,
para realizar una especie de “psicoanálisis” de la problemática de la cosa en sí. En
efecto, esa imagen inalcanzable de la cosa en sí, habitual en la tradición intelectualista,
es, precisamente, una imagen de la fuerza vital elaborada en la representación. La cosa
en sí es, en cierto modo, una imagen racional de la frustración, al ser aquello
inalcanzable lo que es siempre perseguido, y que una vez alcanzado no interesa (ciclo
tedio-dolor en Schopenhauer). Evidentemente, para una visión intelectual del mundo,
la fuerza vital suele ser lo infinitamente lejano, aunque, paradójicamente, sea el
médium en el cual vive inmersa la mayoría de las personas, y el propio intelectual.
Así, el hecho de concebir la cosa en sí como fuerza vital explica esa imagen de
“inalcanzable” que el punto de vista intelectual hizo de ella. (Por eso, concebida
teóricamente, la cosa en sí no deja de ser una ilusión psicológica; en el fondo, no había
nada que alcanzar. Si el fenómeno no nos satisface, si siempre queremos algo más que
-según pensamos- nunca alcanzamos completamente, es porque la cosa en sí es una
fuerza no intelectualizable, pues cualquier categoría intelectual es, por definición,
alcanzable por la razón).
3
323
voluntad está, toda entera, en cada una de sus “objetivaciones”, desde la más inferior
hasta la más suprema.
10. Tomemos una vez más el ejemplo del lenguaje ordinario. Para la solución teórica, el
lenguaje ordinario es, simplemente, la referencia en bruto de las elucidaciones, un
conglomerado de usos entrecruzados. (Para Kant, el “caos de sensaciones”, ahora
lingüísticas). Para la solución “existencial”, el lenguaje ordinario es la manifestación
de una fuerza vital. (El paso del “primer Wittgenstein” al “segundo Wittgenstein” es,
en parte al menos, el paso desde la solución teórica a la solución vital, desde el
lenguaje como estructura formal al lenguaje como conglomerado de formas de vida).
El lenguaje como fuerza vital no puede ser conocido, pero sí experimentado, todos
vivimos inmersos en el lenguaje, en cuanto no pretendamos conocerlo.
12. El artículo de Portugal trata sobre valores porque, en el rechazo del discurso
metafísico por parte de la analítica clásica, los analíticos (Carnap, Ayer) rechazaron
también los enunciados de valor como sin-sentido. Puede probarse – y es eso lo que he
intentado - que los valores son condiciones de posibilidad de estructuración de ciertas
experiencias (algo como lo normativo fundamental de Hans Kelsen, en el Derecho) y,
en ese sentido, “existen”. En mi artículo “Speaking about aesthetic objects”
(presentado en el Congreso de Filosofía del Lenguaje de Campinas, en 1981) se
muestran valoraciones como estructuras a priori. Para el planteo trascendental, lo
importante y fundamental es la estructuración, y no que ella organice experiencias
físicas o normativas.
metafísico: los valores como parte del lenguaje teórico de carácter fundamental. Pero,
¿qué serían los “valores en sí”? ¿Pueden legitimarse los valores de acuerdo con la
legitimación “volitivo-existencial”?
5
325
JULIO CABRERA
TABLA DE CONTENIDOS
INTRODUCCIÓN Y RESUMEN
BIBLIOGRAFIA
326
INTRODUCCIÓN
con nacimiento y muerte (aborto y eutanasia, pero también abstención y suicidio), aun
tipo afirmativo: en esta concepción, cada parte de la disputa presenta sus argumentos y
se supone que existen métodos lógicos disponibles que permiten determinar el resultado
Contra esta visión, en este trabajo se presenta una visión negativa, consistente en
que para cada argumentación existe siempre por lo menos una contra-argumentación
nunca ganamos o perdemos una argumentación en términos absolutos, sino que tan sólo
RESUMEN
tercer capítulo presenta el abordaje negativo tratando de mostrar las insuficiencias del
(I). En una primera aproximación, podemos entender una argumentación como una
o gestos), tal que algunos de esos elementos se siguen de otros en virtud de algún
el detective Hercule Poirot infiere a partir de dos hechos que la víctima, la señora
Inglethorp quemó su testamento anterior: (1) Que ella mandó ese día encender el fuego
del hogar; y (2) Que ese día estaba muy caluroso. Esto es un argumento – dejando de
lado todas las dudas que nos deja – pues algo pretende seguirse de otra cosa anterior. En
la película inglesa “Billy Elliott”, el pequeño Billy, viendo agotados sus recursos
verbales para convencer a su padre de que puede tornarse un gran bailarín de ballet, no
dice una palabra sino que, delante del rostro pétreo del padre, baila enardecidamente.
328
Esto puede considerarse un argumento, en el sentido amplio que quiero presentar aquí,
ya que Billy quiere convencer a su padre de algo y para ello presenta otros elementos
sino con frases y expresiones lingüísticas, como “La señora Inglethorp quemó su
premisas a conclusiones. Es claro que no todos los pasos inferenciales son legítimos, y
la lógica existe, como ciencia normativa, precisamente para tratar de evaluar la buena o
mala calidad de la inferencia, sea lingüística o visual. Habrá que ver hasta qué punto la
lógica es capaz de cumplir esta tarea satisfactoriamente en un terreno tan peculiar como
el de la Bioética.
(1).Existencia del argumento. Antes de todo, hay que ver si hay un argumento. Pues
podríamos estar delante de un texto que hace una serie de afirmaciones, pero en donde
nada se sigue de nada. Podría ser un texto meramente descriptivo, o una declaración de
pero hay textos argumentativos en donde esas palabras no aparecen, o textos que
parecen totalmente descriptivos pero que, a pesar de eso, pretenden demostrar alguna
cosa. (Por ejemplo: puedo tan sólo describir las condiciones de vida en una cárcel; pero
329
la descripción es tan horrible que mis oyentes se dan cuenta de que quise demostrar algo
haber también alguien que lo presente y lo defienda, que acepte el fardo de la prueba,
criterios; uno de ellos podría ser el carácter anti-intuitivo de lo que se pretende probar,
algo muy alejado de los valores vigentes (como, por ejemplo, defender que es inmoral
tener hijos, o que puede ser legítimo matarse). También es importante que el
responsabilizó por él (paso 2), entonces esa persona tiene que tratar de reconstruirlo
adecuada, etc. Éste es un paso hasta cierto punto artesanal, como el del escultor que saca
una estatua de una piedra en bruto; la piedra es aquí un texto real dado, y la estatua es el
argumento reconstruido.
(4). Claridad de los términos y valor de verdad de las premisas. Hay que preguntarse si
cuáles son las premisas específicas cuya verdad será aceptada. Ambas cosas están
conectadas, porque podemos aceptar la verdad de una premisa cuando un cierto término
330
otra manera. También hay que ver si las premisas que se establecen no tienen más
fuerza que la conclusión que se pretende obtener a partir de ellas. (Por ejemplo, en una
discusión sobre la legitimidad del aborto, alguien no puede pretender que su adversario
las premisas y conclusiones, sino la relevancia de su conexión, para poder afirmar que
unas se siguen de las otras. (Las maneras de seguirse de han sido múltiples en la historia
(6).Propósito del argumento. Podría pensarse que el paso 5 debiera ser el último, pero
no es así: el argumento puede haber pasado con éxito el paso 5, y ser un buen
argumento, y, sin embargo, no conseguir realizar el propósito que fue establecido para
alcanzar con él. Si esto no se logró, el argumento fracasó, aun cuando sea en sí mismo
un buen argumento.
asumir dos actitudes diferentes, que llamo abordaje afirmativo y abordaje negativo de la
Tal vez fue el matemático, jurista y filósofo alemán del siglo XVII Gottfried
tal forma de poder descubrir nuestros errores a primera vista; así, cuando hubiera una
disputa entre dos personas, podríamos simplemente decir sin más: ¡Calculemos!, para
ver quién tiene razón. En este pensamiento tenemos algunas de las características más
un lado errado; la lógica puede proporcionar los elementos para detectar claramente los
errores; y es posible, al final del proceso, determinar perfectamente quien tiene razón y
quien no la tiene.
tenía razón, la lógica informal se instala en un terreno efímero, pues la lógica formal
llegará algún día a los argumentos que hoy reciben tratamiento informal, y la lógica
afirmativos que los formales; a pesar de no contar con los instrumentos ultra-precisos de
estrictamente con formas lógicas), ellos también creen que sus reconstrucciones deben
contrario, lo que, en terreno informal, puede ser una tesis más difícil de sostener que en
la lógica formal.
su libro “Lógica Informal”, él declara: “El objetivo de este libro es ayudar al lector a
usar métodos críticos para evaluar de forma imparcial y razonable los puntos fuertes y
flojos de los argumentos”1. Se sugiere aquí que podemos ser imparciales y razonables
entre los participantes”2. Aquí se visualizan los participantes como pudiendo ser
diálogo racional esté sujeto a reglas, a las cuales adhieren todos los participantes: éstos
tienen que ser claros, no digresivos, no agresivos, etc. Los diálogos pasan por etapas
sucesivas y alguna vez acaban, pues son evaluados según puedan ser o no refutados por
Walton declara que: “Las reglas positivas del diálogo persuasivo propician una
1
Walton (1989), p.1. Esta traducción del inglés y las siguientes son mías.
2
Walton (1989), p. 4-5.
333
pueden ser juzgados”3. En este punto, nos encontramos con una distinción crucial en la
descriptivo y normativo. Una cosa es formular lo que debería ser una argumentación
efectivamente ocurre. Esta cuestión es mucho más crucial en la lógica informal, ya que
ésta declara abiertamente que el paso de la lógica formal a la informal se justifica, entre
laboratorio. En una lógica informal, el peso de lo descriptivo debe ser, pues, mucho
mayor que en la lógica formal, aun cuando ambas lógicas mantengan fuertemente una
por aceptar una diferencia nítida entre el bien y el mal, en el plano de la lógica la visión
(III). Las anteriores fueron observaciones generales acerca del abordaje afirmativo. Para
3
Walton (1989), p. 22.
4
Van Eemeren (1995), p. 1. Todas las traducciones del inglés de este texto son mías.
334
10
en disputa; se supone también que una de las partes convencerá a la otra mediante un
juego de justificaciones.
En esta teoría se reconocen ciertas etapas dentro del proceso argumentativo que
establecen su diferencia de opinión; etapa de apertura, en donde las partes deciden tratar
del oponente; y etapa de conclusión o cierre, en donde las partes evalúan los resultados
consecuencia de lo cual una de las partes se considera derrotada y retira sus argumentos.
Este modelo incluye una serie de reglas que se ubican en diferentes momentos
por ejemplo: (R1) Las partes no deben impedir a las otras presentar puntos de vista o
ponerlos en duda; (R2) Una parte que presenta un punto de vista está obligada a
defenderlo si la otra parte así lo solicita; (R3) El ataque contra un punto de vista debe
referirse realmente a lo que fue avanzado por la otra parte; (R4) La parte que defiende
un punto de vista debe referirse realmente al punto de vista en cuestión; (R5) Una parte
no puede suponer falsamente que el otro acepta implícitamente cierta premisa como
punto de partida, ni puede negar una premisa que él mismo aceptó implícitamente; (R6)
Una parte no puede presentar falsamente una premisa como un punto de partida
aceptado, ni negar una premisa que represente un punto de vista que fue aceptado como
335
11
punto de partida; (R7) Una parte no puede considerar un punto de vista como
argumentativo apropiado correctamente aplicado; (R8) Una parte sólo puede utilizar
argumentos que son lógicamente válidos; (R9) Una defensa fallida de un punto de vista
debe resultar en que la parte que lo presentó lo retire; y una defensa conclusiva de un
punto de vista debe hacer que la otra parte retire sus dudas respecto de él.
informales son revisables y cancelables (en los textos se usa bastante la noción de
resolver argumentos. Esto sugiere que, delante de problemas como aborto y eutanasia,
un argumentador afirmativo entra en esas disputas convencido de que ellas tienen una
aborto y eutanasia6. Veremos más adelante que, en la visión negativa, los problemas
5
Capacidad de ser descargado o cancelado.
6
Estos problemas son persistentes pero adoptan figuras históricas muy diversas a lo largo del tiempo; no
son lo mismo ni motivan los mismos argumentos en el siglo VI que en el siglo XVIII o en el actual. En
particular en los siglos XX y XXI, estos problemas persistentes ganan nuevas facciones a la luz de
336
12
Suponga que alguien defiende que el aborto es siempre asesinato mientras que la
otra parte sostiene que el aborto no es nunca asesinato, y que, además, puede estar
moralmente justificado en un número muy grande de casos. Una de las partes puede
etapa, la de apertura, hay que decidir quién va a argumentar. Alguien podría considerar
que el término “asesinato” es demasiado fuerte, por lo cual el peso de la prueba sería del
que condena al aborto en esos términos. Pero el anti-aborto podría replicar que si ambas
partes aceptan – como parece plausible aceptar - que es éticamente malo matar
personas, parecería que el peso de la prueba debería ser asumido por la parte anti-
aborto, que está tratando de abrir una excepción a una regla moral a la que ya adhirió.
literal (no sólo prima facie) del “¡No matarás!”, se correría el riesgo de estar asumiendo
una premisa más fuerte que la conclusión buscada: si es siempre anti-ético matar, sin
la conclusión sale trivialmente. Esto sugiere que la cuestión del “¡No matarás!” es
parecen problemáticos, como el propio término “aborto”; las dos partes estarían de
embarazo con la consecuente muerte del feto, no incluyendo, por tanto, los llamados
cuestiones emergentes, como la inseminación artificial y las máquinas de suicidio. En el presente texto,
por razones de espacio, tendré que atenerme a los argumentos básicos más recurrentes sobre estos dos
problemas.
337
13
“abortos naturales”. Hay otros términos que pueden ser problemáticos a cierta altura del
proceso argumentativo, como la noción de “ética”; a veces una de las partes puede
asumir una ética que acentúe la felicidad y la otra parte una ética que acentúe los
deberes. Parece conveniente, en la etapa de apertura, aceptar una noción bastante amplia
de ética, y arreglar los desacuerdos más específicos sobre esta noción en la etapa de la
argumentación. Por fin, hay otros términos que no son nada pacíficos en la discusión
más habitual sobre aborto, como la noción de “persona”. Ambas partes pueden
concordar en que es prima facie éticamente malo matar personas, pero la discusión se
todo el mundo aceptaba que Dios hablaba para todos los humanos, pero el problema era
anti-aborto (suponiendo que esta parte aceptó iniciar la discusión, lo que podría
(P1) Es éticamente errado matar personas inocentes; (P2) El feto es una persona
Dentro de la lógica informal, además de saber si las premisas van a ser aceptadas
justificado matar personas inocentes; por ejemplo, al abortar un feto para salvar la vida
incesto, se estaría actuando éticamente aun cuando todos acepten que una vida inocente
338
14
está siendo, en esos casos, eliminada7. También en caso de guerras cuyo resultado es
éticamente correcto un bombardeo que sabemos que costará muchas vidas inocentes; o
invadir una villa sabiendo que las familias inocentes de traficantes podrán morir.
que el feto es un inocente muy especial. Él podría decir que las personas inocentes que
mueren en guerras o en ataques policiales, son todas personas actuales; ellas podrían
como indefenso, ya que es el propio ser del feto lo que está siendo generado. Por lo
tanto, los fetos, según esta línea de argumento, son seres especialmente inocentes, y las
premisa (2), pues precisamente lo que el pro-aborto alega es que los fetos no son
personas en absoluto, y por tanto no puede decirse que sean “más o menos
desamparados” que otras personas. El rechazo de la premisa (2) viene dado porque se
define persona mediante ciertas características que el feto no cumpliría: (a) ser racional;
(b) ser autoconsciente; (c) ser capaz de elegir y de tener proyectos de vida. Sólo de seres
con estas características se puede decir que tienen “derecho a la vida” y que son
“agentes morales”. Es suficiente probar que un feto no tiene estas características para
mostrar que él no es persona y que, por tanto, no está protegido por la premisa (1) y
7
Cfr. Fogelin (2002), p. 463.
8
Fogelin (2002), p. 464.
339
15
momento t, las características de una persona, las tendrá algún día si el aborto no es
practicado. (De la misma manera que, al quemar un bosque del cual se iba a sacar el
material para fabricar libros, no destruimos libros, pero sí el material que iba a
semilla de una persona, y que no lo será plenamente, con todas sus propiedades exigidas
oponente – salvar la vida de la madre y estupro, incluso contemplados por las leyes de
varios países - el proponente podría argumentar que precisamente por ser el feto el
exigencia ética tendría que llevarlo especialmente en cuenta, dado que él no existe aún
como persona actual y no tiene a nadie que lo represente. En caso de embarazo por
estupro – que es siempre una acción éticamente reprobable10 – el proponente alega que
no parece justo deshacerse simplemente del feto – que será un humano - como si fuera
9
El proponente podría aún apuntar aquí que la alegación – de relevancia ética - de que el feto será alguna
vez persona debe distinguirse de los problemas técnicos en determinar ese momento, dos cosas que
constantemente se confunden en las discusiones sobre aborto. Pero la tesis filosófica puede formularse de
manera formal: “No se puede matar un feto porque en el momento M – sea como sea determinado – él
empezó a ser una persona”.
10
Éste podría verse como un caso bastante frecuente de transgresión de la regla R3 de VE: en muchas
discusiones sobre aborto, una de las partes insiste en el acto monstruoso y traumático del estupro, lo que
nadie pone en duda; pero con esto se suelen olvidar las articulaciones del argumento central,
aprovechando el enorme poder retórico y emotivo del hecho.
340
16
dueñas de sus cuerpos y de todo lo que hay en ellos; el aborto se refiere a algo que está
en el cuerpo de una mujer y es ella la que tiene que decidir sobre esa propiedad suya. El
proponente anti-aborto puede alegar que el derecho que las personas tienen sobre sus
dinamitarlas, alegando que tienen pleno derecho sobre ellas, aun perjudicando a millares
suicidio. Por otro lado, el proponente podría pensar así: dada la asimetría del
introducido allí unilateralmente y sin consentimiento; con eso él gana derechos que no
del más desamparado, parecería ser tener ese hijo (en la hipótesis de que sea saludable;
si fuera un feto enfermo, el aborto podría ser, sí, favorable para el más desamparado) y
después tratar de darle una vida en la que pueda tomar sus propias decisiones. Esto
puede ser enormemente difícil, pero no siempre la ética indica caminos fáciles.
ocurriera por estupro, el proponente podría sostener – pero en una línea muy impopular
para los valores vigentes- que las cosas no cambian desde el punto de vista ético
sano, pero para eso la madre tiene que morir, el proponente anti-aborto podría alegar
11
Fogelin (2002), p. 467.
341
17
le amenaza la vida, como un “cuerpo extraño”, pero que acepte que su hijo es parte de
la madre una conducta santa o heroica, mucho más allá de lo exigido por la ética.
ajedrez, la manera de comenzar puede ser decisiva). Tener la opción de comenzar tiene
sus ventajas: si bien es cierto que el oponente está siempre en posición más cómoda (ya
que él tiene tan sólo que tratar de destruir lo que el proponente plantea, y destruir parece
más fácil que construir), el proponente tiene, por su parte, la ventaja de poder darle a la
discusión el rumbo que parezca más conveniente a sus propósitos (puede “dar las
personas; (C) Por lo tanto, el aborto es, en muchas situaciones, éticamente bueno.
Recordemos que en la etapa de apertura, las dos partes no discutieron demasiado sobre
la noción de ética que iba a ser asumida. Ahora este presupuesto se torna importante,
porque el pro-aborto asume otra noción de ética diferente, según la cual abortar, aun
18
rechazar la premisa (1) mostrando que no siempre la busca del bienestar – aun cuando
sea el de la mayoría – es compatible con las exigencias éticas; y de que hay necesidad
de aclarar de qué tipo de bienestar se trata. Pero voy a detenerme aquí porque el
VE, defiende la idea de que, en una controversia como la presentada aquí, es posible
resolver una argumentación a favor de una de las partes derrotando a la otra. Peter
corriente, de que la cuestión moral del aborto es un problema sin solución, voy a
mostrar que, por lo menos dentro de los límites de una ética no religiosa, existe una
respuesta inequívoca, y que los que asumen un punto de vista diferente están
idea, de fondo religioso, del carácter “sagrado” de la vida, o la idea del carácter
“especial” de la vida humana, que él desafía a partir de una comparación con los
derechos de otras especies (como los animales): no tendría ningún sentido, según él,
reivindicar un supuesto privilegio de pertenecer a la especie humana (y, por otro lado, el
tan declamado respeto por la “sacralidad de la vida” no impide a sus cultores matar y
humanidad que lo tornarían persona, de manera que es absurdo alegar que el feto pueda
tener derechos; alega también que el feto no sufre en el momento del aborto. El núcleo
del argumento es que, no teniendo la vida humana ningún “valor intrínseco”, la vida
12
Singer (1999), capítulo 6, p. 137. Traducción mía del inglés.
343
19
metafísico; en el caso del feto, él no tiene deseos, ni consciencia ni planes para el futuro,
impide que se le elimine, con tanto que sea sin sufrimiento. Mostraremos en la próxima
sección que este argumento, además de no tener ninguna originalidad, está lejos de ser
pretendiera serlo).
Por una serie de motivos, la discusión sobre eutanasia parece mucho más
sencilla que la del aborto. Suponga que alguien defiende que la eutanasia es siempre
asesinato, mientras que la otra parte declara que la eutanasia no es nunca asesinato, y
que puede estar justificado en un número muy grande de casos. Ésta es una situación
que motiva una argumentación, y que, en la visión afirmativa, debe resolver la cuestión
de la eutanasia para un lado o para el otro. Pero, ¿quién va a argumentar? Igual que en el
caso del aborto, si ambos aceptan que, en general, es éticamente malo matar, parece que
el fardo de la prueba tendría que ser asumido por el pro-eutanasia, que defiende que, a
veces, es bueno matar. Pero al pro-eutanasia le podría parecer tan obvio que alguien que
está sufriendo horriblemente tiene que ser aliviado, que eso lo llevaría a sostener que es
considera que cualquier eutanasia es una especie de asesinato. Como en el caso del
¿Cuáles son aquí los términos cruciales que deberían ser esclarecidos en las
20
sufrimientos físicos y psicológicos, tanto para el enfermo como para terceros, y que
posible. No parece que este acuerdo terminológico sea problemático (pero sirve para
ahuyentar las consabidas asociaciones gratuitas entre la eutanasia así entendida y los
experimentos nazis). Como en el caso del aborto, el término “ética” puede ser entendido
de una manera amplia en estas primeras etapas. Tal vez la noción de “persona” no
parezca aquí tan crucial, pero también los participantes pueden concordar en que, en
prueba (aceptando que siempre es un hecho muy grave quitar la vida de alguien), él
hacerlo; (P2) Los enfermos terminales desahuciados son personas que sufren
eutanasia puede tratar de impugnar alguna de las premisas. La premisa (1), siendo de
345
21
carácter ético muy general, parece fuertemente aceptable; sentimos que ni siquiera el
peor de los criminales merece ser sometido a tortura o sufrir inútilmente. La premisa (2)
fáctico. Para impugnar la premisa (3), parecería que deberían traerse a cuento elementos
que la entrega a Dios es una solución alternativa a la eutanasia. Pero como la premisa
hace alusión al consentimiento, si el propio sufriente, aunque sea religioso, admite que
le maten, parece que esta premisa también es inatacable. Al oponente le queda la chance
abordaje afirmativo, que piensa que las discusiones tienen una “resolución” definitiva.
Inhibir el comienzo de una vida, aunque sea sin sufrimiento para una “persona
potencial”, parece más problemático que acabar una vida ya vivida que provoca
desamparados, no tanto como los nacientes (ya que no es su ser lo que está siendo
manufacturado, sino tan sólo un estado), pero sí en el sentido de que están totalmente en
manos de otros. La categoría de desamparo es, pues, central para ambos casos, aunque
las situaciones – inicial y terminal – sean muy diferentes. Por eso, en el caso del aborto,
hay tan sólo el obstáculo del no consentimiento y las creencias del interesado.
22
retrospectiva. Dentro de esa historia, el feto clama por vivir y el enfermo terminal clama
por morir, pero son diferentes clamores; el clamor del feto es por autonomía, clama para
que le dejen decidir; el clamor del enfermo terminal es por sufrimiento, clama para que
decidan favorablemente por él. En ambos casos, alega el pro-eutanasia (que puede haber
sido el anti-aborto de la discusión anterior), hay que favorecer al más desamparado: por
ser puro potencial o puro impotencial, ambos precisan de quien los represente. Pero
aunque la discusión sobre eutanasia parece mucho más favorable al abordaje afirmativo
que la del aborto, lo que quiero mostrar en lo que resta de este ensayo es que los
afirmativo.
plano normativo, en lo que la argumentación debería ser. Tan sólo quiere aproximarse a
23
significa que nunca los participantes se comporten de acuerdo con el modelo afirmativo,
pero deberían especificarse mejor las relaciones de las argumentaciones efectivas con el
a ser argumentado puede ser algo empíricamente absurdo, pero los argumentos estarán
argumentación está siempre abierto, aun cuando las puertas a lo empírico estén cerradas,
13
Esto es lo que sucede, por ejemplo, en los discursos de algunos psicóticos, pero también de ciertos
fanáticos religiosos o políticos, en donde se percibe la tremenda coherencia argumentativa que puede
adquirir lo empíricamente absurdo. (Se puede recordar aquí, como ilustración, la película “Hombre
mirando al sudeste”, de Eliseo Subiela).
348
24
considerar. Si las discusiones parecen terminar, esto ocurre más debido a contingencias,
sumisión a alguna autoridad, o por amor ciego (aceptamos una conclusión por afecto, no
piensa que las personas se enfrentan con argumentos y una de ellas predomina sobre la
otra por tener los argumentos más fuertes y contundentes, en el abordaje negativo todos
siempre poner de manifiesto. Esto señala que el hecho de que se le presenten contra-
argumentos no desautoriza ni refuta a un argumento, sino que tan sólo lo sitúa en una
red de argumentos dentro de la cual criticará argumentos y será criticado por otros. En
otros, de tal forma de no admitir más contra-argumentos; tan sólo buscamos argumentos
Contra la objeción de que “no todas las argumentaciones son igualmente buenas
menos”, el abordaje negativo responde que para afirmar eso se necesita ya contar con
corrección” y decidir en base a ellos que unos argumentos son mejores que otros. Que
estos criterios son objetivos y neutrales es una convicción firme del abordaje afirmativo.
Pero lo que ocurre es que los propios criterios de corrección de argumentos también
25
organización (una cierta Gestalt) de la situación problemática que está siendo discutida
configuraciones remiten a una específica red holística que nunca coincide totalmente
con la de los otros participantes. Así, durante una discusión, términos, premisas,
presupuestos, intereses, etc, que uno de los argumentadores vincula con ciertos
elementos, la otra parte vincula con otros y viceversa. (Utilizo, por ejemplo, en una
un enfermo terminal que no tiene cura, pero mi interlocutor vincula ese término con
las mismas conclusiones, pero mientras que para uno de ellos éstas son importantísimas,
comunicación estricta entre ellos, sino tan sólo, en todo caso, una especie de
que la otra parte dice – a la que no consigue acompañar también por falta de fuerzas, o
porque no consigue concentrarse durante tanto tiempo, etc – y ambos van tejiendo una
26
para decir que en lo que el otro dice; para el otro activamos mecanismos de urbanidad y
cortesía). Todo esto, empero, no lleva a un “relativismo subjetivo”, sino, en todo caso, a
(en el famoso dibujo, tanto el pato como el conejo son objetivos, aunque relativos a
perspectivas: sólo pueden ser vistos si se asume una cierta perspectiva, pero eso no los
problemática. Cada organización descubre algún aspecto del mundo pero no refuta
otros; tan sólo invita a ver las cosas desde otra perspectiva.
los argumentadores piensa que tiene razón de manera absoluta, que su Gestalt coincide
con lo que el mundo realmente es, que es el otro quien se equivoca, o es incompetente o
expresado bien”, cuando lo que se querría decir es: “Usted no ha entendido nada” (o
cosas peores). Hay una poderosa impresión que lleva a cada uno a pensar que el otro no
lo entiende o lo interpreta mal. Podemos pensar, en una vena negativa, que esta
impresión es una ilusión, que ambos participantes tienen razón relativamente a sus
sentido, ser permanentemente mal interpretado por la otra parte; si no, la discusión no
avanzaría, quedaría empacada en lo idéntico y sin desarrollo. Todo esto tendrá, sin
duda, impacto en la teoría de la verdad que vamos a asumir en las discusiones en que
351
27
Los que están leyendo dirán que, en este preciso instante, estamos argumentando
y tratando de imponer nuestro punto de vista sobre las argumentaciones. Esto debe
preferible, a lo cual responderé con nuevos argumentos, y así indefinidamente. Pero esta
(II) Ahora trataré de explicar de qué maneras surgen concretamente las argumentaciones
referencia el método de los seis pasos y la teoría pragma-dialéctica de Van Eemeren, los
referenciales utilizados por el abordaje afirmativo. Ésta será una forma de criticar este
abordaje. La idea inicial es que si el método de seis pasos es utilizado para evaluar una
argumentación bioética determinada, en cada uno de los seis pasos durante el proceso de
del hecho de ponerse en duda algo que uno de los pasos pretendía establecer sin
14
El abordaje negativo será vehementemente rechazado por representar una postura fuertemente anti-
vital, en un sentido nietzscheano; a los humanos les agrada y excita el conflicto, la lucha, la competencia
y la posibilidad de vencer de manera absoluta, de humillar al adversario. También los argumentadores se
sienten guerreros cuando entran en una discusión. Cfr. Lakoff e Johnson. Metáforas de la vida cotidiana,
p. 40.
352
28
enfrentarlo es abriendo nuevas argumentaciones (la manera racional, pues es claro que
siempre podría tratar de imponer mi punto de vista por autoridad o coacción; pero
estamos dejando de lado estas posibilidades). Todo ocurre como si una argumentación
en consecuencia de las exigencias de los seis pasos. A este fenómeno lo llamo absorción
argumentativa.
escultor, que saca la estatua de la piedra. Podríamos preguntar: ¿Ya hay una estatua
dentro de la piedra? ¿Se podría decir que el famoso pensador estaba dentro de la piedra
que Rodin esculpió, esperando por él? Parece obvio que la escultura del pensador fue
surgiendo a través de las maniobras del escultor. Podemos pensar algo semejante del
“problema del aborto”, pues para él la práctica del aborto es evidentemente criminal; él
no cree que haya una argumentación a ser realizada; en ese caso, el liberal no tendrá
discutir. El problema comienza cuando la otra parte no acepta esto y trata de convencer
a la primera de que sí, de que hay una cuestión a ser argumentada; en ese caso, él tendrá
que presentar argumentos para tratar de mostrar que hay argumento, o sea, tendrá que
29
Mostremos esto mejor en el paso 2 del método: hay que ver quién es el que va a
argüir, quien aceptará asumir el peso de la prueba; y también cuál será el propósito del
aceptar una versión fuerte del principio de “¡No matarás!”, mientras que el oponente
acepta tan sólo una versión prima facie, para poder más tarde argumentar a favor del
aborto. Si, a pesar de todo, el proponente quiere convencer al oponente de que es mejor
discusión sobre aborto propiamente dicha – para probar que la versión fuerte del “No
matarás” es mejor que la versión prima facie. Y aquí tenemos otra muestra del principio
tratando de mostrar que no soy yo quien debe argumentar sobre X, sino el otro. Para
mostrar eso, tengo que entrar en una discusión previa sobre el principio subyacente; esto
abre una argumentación previa que me impide llegar a la discusión central; y lo más
asustador es que nada garantiza que las nuevas argumentaciones no se abran en otras y
otras. (Suponga que digo: “Eres tú el que debe argumentar porque sostienes un punto de
vista anti-intuitivo”, y que el otro desafíe mi noción de “anti-intuitivo”; ahora tengo que
generar una nueva argumentación para convencer al otro de que mi noción de anti-
intuitivo es adecuada).
pero sí gestáltica, organizadora). Por ejemplo, para el pro-aborto, puede haber un paso
ética de eliminarlo, mientras que la parte anti-aborto puede ver esto como una
354
30
el paso 4, el oponente puede declarar que no entiende lo que significa un término (por
para él, los términos están perfectamente claros y que no los entiende quien no quiere.
perspectiva del problema; pero lo crucial es que, en una discusión sobre el carácter ético
o no ético del acto eutanásico, habrá tal vez que gastar un tiempo previo durante el cual
En cualquier paso del proceso puede surgir la necesidad de transformar lo que eran
configuración del problema de cada participante acepte como adecuado; no hay una
“contundencia objetiva”. Por ejemplo, las dos partes pueden envolverse en una
apoya fuertemente en el criterio del desamparo para diferenciar la inocencia del feto de
otras inocencias; pero el oponente puede desafiar ese criterio, y el proponente tendrá
que justificarlo mediante otro argumento, previo a la discusión central, en donde grados
15
Es una experiencia muy común en clases de lógica, en la hora de hacer ejercicios, que diferentes
estudiantes esquematicen de maneras sensiblemente distintas “los mismos” argumentos.
355
31
del milagro. La discusión sobre aborto puede demorarse en las etapas anteriores si, por
ejemplo, es abierta una larga discusión sobre la corporalidad de la mujer o sobre las
16
Es notable percibir cómo buenos filósofos, como Singer son malos meta-filósofos, totalmente incapaces
de salir de la propia piel y ver sus propios argumentos en panorámica, en medio de otros argumentos que
también merecen respeto. Él debería tomar consciencia de que existen varias líneas de argumento sobre el
aborto, y que su argumento es contundente dentro de ciertas líneas, pero no en todas ellas. Haber
descubierto un argumento contundente no es, pues, suficiente; hay que comprender esa contundencia
dentro de la red holística de argumentos. Es siempre una contundencia dependiente.
356
32
En cuanto a las reglas del método de VE, en cada una de ellas pueden abrirse
nuevas argumentaciones. El problema inicial es que a pesar de que tenemos una serie de
reglas para conducir un proceso argumentativo, para justificar que la regla se aplica a un
caso tendremos que argumentar. Suponga que discutimos sobre aborto y queremos
formar una mesa redonda sobre el artículo de Judith Jarvis sobre el tema. La R1 estipula
mujer del ingeniero abortó hace dos meses, tal vez alguien sostenga que sería bueno
invitarlo; pero si los organizadores no aceptan, habrá que generar una argumentación
podrá discutir sobre el tema central. La Regla 2 estipula que alguien A está obligado a
argumentar. Pero puede ocurrir que A tenga buenos motivos para pensar que B está
controversias: A puede considerar que no salió del asunto, mientras que B piensa que sí
lo hizo (Por ejemplo, el proponente puede querer abrir debate sobre si el estupro es
acepta pensar en esa posibilidad, alegando que ésa es “otra discusión”). Puede también
La regla 5 establece que no se puede atribuir al otro una premisa implícita que
no aceptó, ni negar que uno mismo aceptó implícitamente una premisa; pero no es
unívoco ni claro saber cuándo una premisa está implícita y cuando no. Esto es
implícito en una argumentación a favor de la eutanasia que ésta tiene que ser realizada
357
33
con consentimiento autorizado? ¿Esto tiene que ser demostrado o puede aceptarse como
un presupuesto? Sobre la regla 7 se puede preguntar qué se entiende por “un esquema
esquemas argumentativos analógicos por ser inapropiados, ya que la situación del feto
al cierre de la discusión: una parte debe estar dispuesta a retirar su punto de vista cuando
su defensa fue “fallida”, y una parte debe retirar su desafío de un punto de vista que fue
“defendido conclusivamente”; pero esto está sujeto a las más vehementes controversias;
una de las partes, dentro de su configuración del problema, podrá estar convencida de
que la argumentación a favor del aborto fue conclusiva, y que el adversario está
equivocado y debería retirar su punto de vista; pero la otra parte puede no aceptar que se
trate de una prueba conclusiva (en el caso mencionado, el proponente puede dudar, por
ejemplo, de que un ser humano pueda ser definido mediante “propiedades” objetivas).
momento de su cierre, en donde, por lo general, las partes mantienen sus puntos de
vista, y raramente conceden que estaban equivocadas (es difícil ver tal cosa ocurriendo,
único impacto de una lógica negativa en la ética; hay también lo que llamaré “deflación
hechos del mundo, algo que “le ocurre” a los humanos tal como “le ocurren” otras
cosas. Se supone, por ejemplo, que estamos en general saludables y que de vez en
17
Fogelin (2002), p. 468.
358
34
completamente nuevo; y en la muerte como una catástrofe lamentable que siempre llega
una cierta visión tradicional de lo humano, según la cual existe entre nacimiento y
muerte un espacio seguro para desarrollar actividades y proyectos (al menos si tenemos
tener un futuro). Esto también va ligado a la visión del humano como un ser racional,
capaz de lidiar con sus pasiones de manera libre y responsable, de atender exigencias
morales y llevar una vida digna; este agente racional, libre y responsable ha sido, en
concebir otras nociones de lo humano, viéndole, por ejemplo, como un ser vital en
expansión, escenario de fuerzas naturales de las que es mucho más objeto que sujeto
(Nietzsche), o como un existente lanzado al mundo sin un ser definido, teniendo que
garantías, en donde haber nacido y tener que morir son problemas inmanentes, y no
moralistas, sino visto en su desnuda y cruda vida o en una existencia gratuita y mínima.
35
bioéticas muestra cierta ceguera hacia lo estructural de la vida humana; sólo consigue
visualizar los problemas internos a la vida, pero no a la vida misma como un problema.
manera minimalista. La salud, por ejemplo, no sería un bien del cual gozamos la mayor
parte del tiempo, sino que somos seres estructuralmente enfermos; el hombre sano no
existe18. El primer efecto que esto tiene es que el número de problemas bioéticos
enfermo, que tendrá que construir su ser y luchar - no siempre éticamente - por una
bebés sin cerebro, o el nacimiento de hijos por estupro, sino el nacimiento sin más). En
vinculada al nacimiento (por ser todo nacimiento un nacimiento ya mortal), inicio y fin
Aborto y eutanasia no son, pues, desde el punto de vista negativo, las cuestiones
bioéticas persistentes básicas. Las básicas son: (1) ¿Es éticamente bueno o malo hacer
18
Orgaz Jorge, “La vida como enfermedad”. En: Orgaz (2007), pp. 21-35.
360
36
surgir vida humana? (2) ¿Es éticamente bueno o malo hacer desaparecer vida humana
(propia o ajena)? Aborto y eutanasia presuponen estas dos cuestiones más originarias.
que argumentos pueden ser buenos o malos de acuerdo a las perspectivas asumidas, y
que no hay resolución final para argumentos. A esto llamo una noción deflacionaria de
abierto: tal como la propia vida, la argumentación no tiene solución definitiva. Veremos
afirmativo de las cuestiones bioéticas. En esta última sección, hay que mostrar cuál es la
alternativa ofrecida por el abordaje negativo, cómo propone asumir esas discusiones
argumentos sin caer en una especie de nihilismo argumentativo. Una segunda tarea del
361
37
abordaje negativo consiste en entender cómo lidiar con las dos nuevas situaciones
del ámbito bioético; no son situaciones nuevas, sino algo que siempre estuvo allí, y que
utiliza el criterio del desamparo aceptando que predomine sobre el bienestar de los
“seres potenciales”, se concede que el humano puede definirse por propiedades, que el
bienestar tiene primacía sobre el desamparo, y que la propiedad de algo (del propio
ninguna manera en que se pueda demostrar que una de estas dos líneas de argumento es
inviable, absurda o que deba ser eliminada. La preferencia por una u otra no puede ser
19
Cuando uno agrega, por ejemplo, la inseminación artificial o la clonación a los problemas bioéticos de
la reproducción humana, lo hace ampliando el ámbito de esos problemas; pero cuando se agrega el mero
nacimiento, no se amplía ese ámbito de la misma manera, sino que, en cierta forma, se lo amplia por
estrechamiento. Es precisamente esto lo que el término “deflación” pretende transmitir.
362
38
contra el propio narcicismo (en este caso, tener que aceptar que el propio punto de vista
convencerse de que, en otras líneas argumentativas, los resultados podrán ser otros, y
que esos resultados también pueden ser aceptables; renunciar a toda palabra final;
lugar de decir: “Con esto te refuto”, aprender a decir: “Ya he jugado; ahora juegas tú”.
argumentar para tratar de hacer que las reglas funcionen; ellas no van a funcionar solas
rectificativa, tratar de convencer a las personas, por ejemplo, de que vale la pena dejar
tratamos con seres que no son cien por ciento racionales, la intervención de los afectos
será fundamental, sin que se deje de lado la fuerza lógica de los argumentos. No se trata
argumento, el apoyo de los afectos puede ser fundamental; la pura razón no conseguirá
que un buen argumento sea aceptado por cualquier platea. Tal vez sea este elemento
afectivo lo que lleva a las personas a finalmente encerrar procesos argumentativos: amor
y odio pueden terminar lo que la pura argumentación no consigue; los afectos no son
interminables.
363
39
famoso acertijo de la flecha que nunca alcanza el blanco, o el de Aquiles que nunca
si, en la práctica, parece que concluimos es porque las personas creen que tienen la
desarrollar una buena línea de argumento, siendo incapaces de ver que hay otros
argüidores que hicieron lo mismo, que también razonaron bien, pero en una línea
opuesta.
posibles (que él prefiere no ver); por ejemplo, la cuestión de un “privilegio” del ser
basado tan sólo en creencias religiosas; toda la cuestión de la relación de lo humano con
existentes (en el sentido del para-sí de Sartre, por ejemplo, que no utiliza ninguna
40
(religiosa o laica) del “carácter sagrado de la vida humana”. Simplemente se alude a que
nadie tiene ningún privilegio éticamente sostenible en el que apoyarse para quitar la
vida de otro. Es una inviolabilidad que se puede expresar en términos éticos y jurídicos,
que no precisa comprometerse con ninguna tesis fuerte de “sacralidad de la vid a”. En
rigor, para sostener la premisa (1) ni siquiera se precisa aceptar que la vida tenga un
“valor”; lo único que la premisa (1) dice es que no podemos quitar la vida de otro, sea
ésta valiosa o no20. La vida del otro es inviolable no porque sea valiosa, sino porque es
sostiene que todas las líneas argumentativas, tanto las pro-aborto como las anti-aborto,
son plausibles y transitables. Si elegimos una de estas líneas y no otras no es porque tal
cosa no sea posible, sino porque por nuestra formación intelectual, nuestro cuadro de
de esas líneas y la abrazamos ardorosamente, mientras que atacamos a las otras con
que cada una de ellas se enriquece dentro del conflicto; pero ninguna posición puede ser
Mientras que en el abordaje afirmativo tan sólo ciertos nacimientos son vistos como
20
Cuando le quitas a un niño un juguete de las manos, su llanto y su rabia serán las mismas sea que se
trate de una locomotora carísima, o de un pedazo de palo sucio recogido del suelo. Lo que está errado en
esa acción no es el valor de lo que le quitas al niño, sino el hecho de arrebatarle algo que estaba
simbólicamente asimilado a su juego y a su vida.
365
41
problemáticos, el abordaje negativo – como fue anunciado al final del capítulo anterior -
propone ver al nacimiento como tal como un problema bioético a partir de una
justifican un recelo ético en procrear: (a) Una vida humana posee una estructura
tratando de mantener a la estructura terminal bajo un cierto control inestable; (c) Esta
tiene constantemente que luchar por su propio valor en una situación que tiende a
desvalorizarlo, las relaciones con los otros humanos, en la misma situación que él, se
torna conflictiva y agresiva; no hay espacios muy grandes para la consideración hacia
Esta situación estructural proporciona informaciones fidedignas con las que contamos
antes de que un ser humano nazca; no son eventualidades que sólo conoceremos
después del nacimiento; (e) El hecho de que nunca podemos estar seguros de que no
estaremos generando un ser que no tendrá fuerzas para soportar los rigores de la vida.
Todo esto parecería ofrecer un panorama de la vida humana que justifica no, es claro, la
21
El clásico europeo del carácter estructural del dolor (que permite considerar el mero nacimiento como
problema bioético) es Arthur Schopenhauer. En la filosofía analítica actual, existe vasta literatura sobre el
366
42
sino otra cosa, debido a la diferencia entre seres actuales y seres posibles. Se puede
asumir una postura anti-natalista y abstencionista, y, al mismo tiempo, una postura anti-
aborto: no debemos generar nuevos seres, pero si algo ya fue generado, tiene sentido
hablar de una autonomía futura (ni siquiera precisamos hablar de una “autonomía
potencial” que el feto ya tendría) que no deberíamos inhibir. A partir de ese algo,
podemos argumentar en el sentido de permitir que la futura autonomía de ese ser decida
consideración estructural sobre el valor de la vida lo que priva sobre la autonomía, pues
un no ser no tiene autonomía, ni siquiera potencial (para ser algo en potencia antes es
preciso ser)22.
estructura terminal que se consumará inevitablemente algún día; éste puede ser un
motivo ético para abstenerse. Pero esto también permite tener otra visión sobre el aborto
de fetos enfermos: él sería negativamente permitido por suprimir una vida en la cual la
tema del valor de una vida humana y de las condiciones éticas de la reproducción humana, analizadas
sobre todo desde un punto de vista empírico y utilitarista. Por ejemplo, David Benatar, en su libro “Better
never to have been” (2006), sostiene que en un cálculo de bienes y de males, los males de la vida
predominan claramente sobre los bienes. En un artículo titulado “An analysis of some arguments for and
against human reproduction”, incluido en el libro Arguments and analysis in Bioethics, pp. 167-175,
Matti Häyry, profesor de Bioética en la Universidad de Manchester, sostiene que procrear puede ser
mostrado como un acto irracional e inmoral.
22
Esto permite también responder a las conocidas objeciones de los pro-aborto, de que si somos contra el
aborto como inmoral, también tendríamos que considerar inmoral tomar anticoncepcionales o ser
abstinente sexual. La diferencia entre abortar y abstenerse (o cuidarse para que no ocurra) es la diferencia
entre algo y nada; algo ya tiene una autonomía futura, mientras que nada no la tiene. Los pro-aborto
suponen que la diferencia crucial sea entre nada y todo (en donde la autonomía se entiende siempre como
plena). Toda la cuestión reside en sacar a la noción de “posible” de la teología y levarla al plano de la
lógica modal.
367
43
una futura autonomía a ser respetada ahora. Esto indica que, en el abordaje negativo,
Sería ahora muy simple ver cómo todo lo dicho acerca de la visión negativa
sobre aborto se aplica, sin ningún cambio, a la eutanasia. También esta discusión se abre
en nuevas argumentaciones en cada uno de sus pasos. Vimos antes que la línea
la línea pro-aborto, y que eso favorecería la idea afirmativa de que, a veces, es posible
“resolver” una cuestión bioética definitivamente. Pero esto no es así. Es claro que
controversiales, etc; o dudar de que el enfermo terminal dejó de ser “persona”. Así,
aunque el fin de la vida pueda plantearnos, tal vez, menos dudas que su inicio, vemos
interminablemente.
el ser humano está situado. Esto justifica una preocupación ética por el mero morir de
alguien (de mí mismo o de otro). Así como en el caso del nacimiento se examinaban las
44
importante ver al enfermo terminal no como otra cosa, como un extraño, sino algo en lo
tiempo, y un ser humano nada desea más fervientemente que una muerte tranquila,
indolora y, si es posible, feliz. Para los que no tienen creencias religiosas, es muy difícil
que una “muerte natural” posea esas características. Y es muy posible que, en etapas
la vida. Todo esto lleva a la conclusión de que el suicidio puede ser un acto ético si
ser ético pedir a alguna otra persona que lo haga por ella más adelante)25. Esto
nosotros.
terminales: sería permitido suprimir una vida en la cual la estructura terminal del ser ya
23
Singer P (2003), pp. 23, 68, 137 e cap. 9, pp. 185 en adelante.
24
“Cuando se habla en los libros de filosofía moral de los enfermos o de quienes padecen alguna lesión o
sufren alguna discapacidad, se les trata exclusivamente como individuos que pueden ser objeto de
benevolencia por parte de los agentes morales, quienes aparecen en cambio, como sujetos continua y
constantemente racionales, con buena salud y que no padecen alteración alguna. De ese modo, al
reflexionar sobre la discapacidad, se invita a pensar en los ‘discapacitados’ como ‘ellos’ diferentes de
‘nosotros’, como un grupo de personas distintas y no como individuos como nosotros, en cuya situación
nos hemos visto alguna vez, o nos vemos ahora o probablemente nos veremos en el futuro”. MacIntyre
(2001), p. 16.
25
En el momento en que escribía este ensayo, ocurría inesperadamente el suicidio del actor Robin
Williams, precisamente en las condiciones que estoy describiendo.
369
45
respetar ahora. Un resultado notable de este estudio es que, a pesar del fuerte rechazo
del suicidio en nuestras sociedades afirmativas, los dos casos de aborto y de eutanasia
que pueden ser éticamente justificados de manera menos discutible, tienen claramente
consiente en que le maten en etapa terminal, su muerte no es homicidio sino suicidio (en
donde los otros se transforman en parte del arma suicida). En el caso del aborto de
situación hipotética (que se utiliza para evaluar el aborto: “Si pudieras opinar, ¿querrías
que tu madre abortase?”) y preguntar: “Si fueras a nacer sin cerebro o gravemente
situación absurda, el pro-ser diría que prefiere no nacer en esas condiciones; pero esto
podría verse como una forma de suicidio (en donde quien aborta sería parte del arma
suicida). Todos los otros casos de eutanasia se mostrarían como éticamente dudosos.
por las personas en nuestras sociedades afirmativas. En las Conclusiones quiero mostrar
El último objetivo de este ensayo era examinar de qué manera la discusión de las
46
abstención o suicidio son legítimos o no; serán legítimos en ciertas líneas de argumento
y no en otras. Las diferentes líneas pueden discutir y es bueno que se opongan, pues de
puede hacer es no elegir una línea o hacer ver sus limitaciones y criticar sus
cuestiones bioéticas persistentes no se debe al hecho de que esas cuestiones sean muy
los problemas que no se llega a una solución final de esas cuestiones, sino por
unidad.
Del presente estudio también se deriva que no tiene sentido impugnar los
Así, no tiene sentido demonizar los argüidores pro-aborto alegando que son insensibles
al desamparo del naciente; lo que hay que impugnar no es eso, sino la base utilitarista
371
47
El hecho de que las controversias sobre aborto y eutanasia sean tan apasionadas
y agresivas es también un efecto del abordaje afirmativo; pensar que estos problemas
tienen una solución única y que hay que derrotar a las otras, introduce una gran tensión
estas cuestiones no habrá reimplantado la justicia o descubierto la verdad; habrá tan sólo
impuesto una línea de argumentación sobre otras tratando, en el mejor de los casos, que
esa imposición surja de cierto consenso social y no de decisiones despóticas. Pero cierto
elemento de coacción racional será admisible, en medio del juego político de fuerzas.
agresivo y excluyente, pretende acabar las discusiones con su propia victoria y con la
derrota total del adversario. El abordaje negativo propugna una actitud más distanciada
y tolerante, en donde argumentar sea visto como una contribución y no como una
esto, hay que decir que la tesis de la argumentación interminable no obstruye las
48
por ejemplo, el carácter moralmente problemático del aborto sin que eso haya
ámbito de lo normativo; otros elementos pueden tener que considerarse. Y aun cuando
necesitamos de otra línea de argumentación que nos convenza de que, a veces, puede ser
abordaje negativo enseña que también los argumentos bioéticos tienen derecho a la
49
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BENATAR David. Better never to have been. Oxford University Press, 2006.
HÄYRY Matti et alia. Arguments and analysis in Bioethics. Rodopi, New York, 2010.
ORGAZ Jorge. “La vida como enfermedad” (En: ORGAZ J. Escritos sobre Medicina.
SINGER Peter. Practical Ethics. Cambridge University Press, 1999 (2nd edition).
Hans, PINTO Robert (Eds) Fallacies: Classical and Contemporary Readings. The
I
En 1989, publiqué en San Pablo un pequeño libro llamado “Proyecto de ética
negativa”1. Había una ambigüedad intencional en este título: por un lado, se daban en él
recursos para negar la propia posibilidad del punto de vista moral sobre el mundo, so
pena de tener que aceptar la moralidad del suicidio o, lo que era peor aun, el carácter
moralmente problemático de la procreación, el darle la vida a alguien. (A esto, Jorge
Alam, un ex estudiante de Brasilia, hoy profesor, lo llamó, precisamente, la “reductio ad
absurdum” de la moralidad). Negar el punto de vista moral sobre el mundo no era lo
mismo que simplemente abandonarlo, como pienso que había hecho Nietzsche; mi
pensamiento negativo estaba en las antípodas del afirmativismo vitalista nietzscheano;
en realidad, estaba situado en el medio del nihilismo moral criticado por Nietzsche
llevado a sus últimas consecuencias; mi invitación para salir de la moralidad era, pues,
marcadamente antinietzscheana. La salida hacia fuera de la moralidad se hacía, en mi
perspectiva, radicalizando el propio punto de vista moral, en lugar de destruirlo por el
lado de afuera. Esto era ética negativa en el sentido de una negación (interna) de la
moral.
Pero, por otro lado, aquella radicalización, además de negar la moralidad, proponía
negativizarla, en el sentido de sugerir la manutención del punto de vista moral, pero
ahora en un registro negativo; o sea, preguntarse cómo llevar adelante una ética que
acepte, por ejemplo, la moralidad del suicidio y la problematicidad de la procreación,
entre otras cosas. Esto significaba también hacer una teoría moral dejando de lado (por
lo menos en sus afirmaciones habituales) todos los habituales anhelos afirmativos (tales
como libertad, personalidad, dignidad, responsabilidad, al menos en sus formulaciones
usuales), y, en especial, la idea de un “valor” intrínseco o “en sí” de la persona humana,
por el hecho de simplemente ser, ideas que yo encontraba presente en todas las teorías
morales, de manera explícita o no. Nietzsche ya había bombardeado todas estas
1
Este libro acaba de ser reeditado por la editorial Rocco con el título de “La Ética y sus negaciones”
(2011)
375
Yo diría, entonces, que ética negativa fue, ya desde el comienzo, esta tensión entre
negación y negativización de la moralidad. En mis últimas investigaciones he asumido
la siguiente actitud: o la ética se negativiza, o desaparece2.
2
MacIntyre, en After Virtue, proclama el fin de la moralidad moderna (en las huellas nietzscheanas),
pero aun mantiene sus esperanzas en la posibilidad de rehabilitar a Aristóteles para nuestra época, con la
ayuda providencial del “segundo Wittgenstein”. En mis cursos de ética en la Universidad de Brasilia ya
he insistido bastante en que las críticas de Nietzsche contra la moralidad son lo suficientemente fuertes
como para derribar también cualquier tipo de aristotelismo, ya que el blanco primordial de Nietzsche es el
intelectualismo greco-moderno en bloque, y no apenas las éticas deontológicas post-kantianas. De manera
que acepto el diagnóstico apocalíptico de Mac Intyre sin su salida neo-aristotélica. En esas condiciones,
la moralidad no tiene más posibilidad dentro del ámbito afirmativo tradicional (incluyendo aquí la teoría
de las virtudes de MacIntyre): ella debe exacerbarse y aceptar los elementos negativos que, según pienso,
aun pueden sustentarla.
376
Después de pasados tantos años desde que comencé a esbozar mis ideas ético-negativas
por primera vez, en la lejana década de 80, en gran parte en un estilo literario (en la
olvidada e inédita narrativa “La Oficina de Informes”), me pregunto ahora hasta que
punto realicé el “proyecto” anunciado, o hasta que punto “ética negativa” es algo que no
puede ni debe ser “realizado”; o sea, hasta que punto es algo que no podía ni siquiera ser
“proyectado”. En la época del “Proyecto...” me parecía que aquello debía quedar
efectivamente en proyecto, que no podía haber ética, ni afirmativa ni negativa. A lo
largo de los 90 sufrí una cierta influencia de la filosofía académica, y en la Crítica de la
Moral afirmativa, de 96, publicada en Barcelona, traté de esbozar como sería una vida
negativa (lo que denominé una “supervivencia”): el proyecto tenía que ser realizado en
una forma de vida. Pero los dos resultados principales de la ética negativa (la
problematización moral de la procreación y la disponibilidad del suicidio) negativizaban
(o “mortalizaban”) adecuadamente aquel proyecto, mostrándolo mucho más como una
forma de colocarse en el registro de la muerte y del morir que como una “forma de
vida”, en el sentido afirmativo usual.
Así, en otro registro, la ética negativa podía ser vista como aquella ética asumida por
alguien que acepta plena y radicalmente este desvalor de la vida humana (del que
hablaremos más dentro de poco), y lo incorpora en una forma de vida y muerte, cesando
de realizar los habituales esfuerzos de las filosofías afirmativas en pro de una
formulación de un valor positivo de la vida humana, y extrayendo todas las
consecuencias morales de estas decisiones para nuestro comportamiento. La
imposibilidad inicial de la ética en general, y de la ética negativa en particular, ahora se
transformaba en algo así como una posibilidad mortal. Se podía ser ético solamente si se
estaba dispuesto a exponerse hasta el extremo final. La ética había sido declarada
imposible (por ejemplo, en el diagnóstico de Mac Intyre) porque había sido concebida
como un generador de “vida buena” para ser vivida. Pero nada aseguraba que la ética
debía ser algo para ser vivido; tal vez ella sea, fundamentalmente, algo para ser muerto
y consumado (como en los casos de Cristo, Sócrates, Séneca, Kennedy, Luther King,
Benjamin, Gandhi, y de muchos otros menos conocidos o tal vez totalmente
desconocidos). Una auténtica personalidad ética corre tantos riesgos como un
exuberante vitalista nietzscheano. En última instancia, se trata de dos formas intensas de
resolver una situación imposible. Yo pensaba que solamente así el camino ético aun
estaba abierto.
Entonces, ética negativa es, por lo menos, estas dos cosas: el ambiente de pensamiento
donde es reflexionada y vivida la tensión entre la negación y la negativización de la
moralidad, y aquel donde se procesa el más radical juzgamiento de la vida por parte de
la moralidad, en los extremos reflexivos de la procreación y el suicidio, a la luz (o a la
sombra) del desvalor estructural de la vida humana. Pero, en tercer lugar, comencé a
entender también por ética negativa todo aquello que ella obliga a las otras posiciones
éticas a escribir en contra de ella, sea por reacción sobria, sea por indignación, dada la
manifiesta impopularidad de sus tesis: desvalor de la vida humana, cuestionamiento
moral de la procreación, aceptación de ciertos suicidios, etc. Este aspecto se compone
3
Schopenhauer, El mundo como Voluntad y Representación, secciones 56-59. Este escritor coloca un
tercer roce que es menos acentuado en mi pensamiento: el tedio, pero al cual he dedicado alguna atención
más recientemente.
378
II
Pasando los años, muchos estudiantes empezaron a interesarse por mis ideas. Varios de
ellos empezaron a incluirlas en sus disertaciones y artículos, especialmente Jorge Alam
Pereira y Marcos Paiva, de la UnB. Otros entraron en discusiones que fueron publicadas
en un volumen con respuestas mías, por la editora de la UFG, con el título de “Ética
negativa: problemas y discusiones”: Gabriela Lafetá, Klayton Ramos y Wanderson Flor,
además de los dos mencionados. En 2002 ofrecí un curso de ética negativa en Veracruz,
en México, en una estadía de 4 meses en aquel país. Jacob Buganza, uno de mis
alumnos mexicanos, escribió textos donde la ética negativa era mencionada y discutida4.
Entre los profesores, Paulo Margutti, de Belo Horizonte, escribió un texto criticando
mis ideas sobre sentido y valor de la vida, en un simposio organizado por la UnB en
20035, a las cuales respondí posteriormente en el texto “El inmenso sentido de lo que no
tiene ningún valor”, publicado en la misma revista. Más recientemente, Marcus Valério
XR escribió largamente contra mi posición pesimista, en el texto “Optimismo x
Pesimismo”, y Diógenes Coimbra defendió la primera disertación de maestría sobre
temas éticos-negativos llamada “Suicidio meritorio”.
Pero, al mismo tiempo que crecía el interés por el asunto, aumentaba el número de los
usuales malentendidos de las discusiones filosóficas, en particular dos, muy recurrentes,
que me preocupaban no por su importancia, sino, precisamente, por su superficialidad,
por su tremenda capacidad de simplificación. Yo pensaba que, precisamente por ser
4
Buganza Jacob, “Ensayo de una ontología del mal”. Revista de Humanidades, Tecnológico de
Monterrey. En el 18, primavera de 2005.
5
Margutti Paulo, “Sentido de la vida y valor de la vida: ¿Una diferencia crucial? Discusión de las ideas
de Julio Cabrera”. Revista Philósophos, Volumen 9, en el 1. Goiânia/Brasília, 2004.
379
ideas vulgares, ellas podían hacer mucho daño. Esas ideas eran las siguientes: (a) Las
personas pensaban que la tesis del “desvalor estructural” de la vida humana significaba
que a los negativos “no les gustaba la vida”, en el sentido de que ellos no apreciaban
cosas como amor, amistad, arte, ciencia, creatividad, deportes, comidas, bebidas, viajes,
etc. Personas que rechazaban el evidente valor de esas cosas sólo podían ser enfermas e
incapaces de apreciar el sabor de la vida, de amar y ser amados, insensibles a los valores
humanos, depresivos y desagradables. (b) Las personas les preguntaban a los negativos:
¿Ya que no les gusta la vida, porque no se suicidan? (Una especie de versión popular
de la famosa pregunta de Camus en “El mito de Sísifo”).
Antes de tratar de aclarar estas dos cuestiones, tal vez sea el caso de hacer aquí un
pequeño excursus metodológico. Las cosas que estamos empezando a exponer aquí
deben parecer muy comunes y poco “técnicas” a los ojos de la filosofía profesional hoy
dominante en el mundo. Bueno, esto es intencional. Las cuestiones a debatir dentro del
ambiente de la ética negativa tienen este aspecto poco técnico y superficial, y pienso
que una gran parte de las cuestiones que aquí interesan se perderían si comenzásemos a
introducir tecnicismos y sofisticaciones y nos alejásemos de nuestras intuiciones y
sentimientos. La profundidad de la ética negativa, si la tiene, habrá de ser alcanzada de
otra manera. Existe un antecedente interesante de esta situación dentro de la filosofía
alemana del siglo XIX, en la relación entre Schopenhauer y los filósofos idealistas
(Fichte, Schelling, Hegel). En cuanto estos utilizaban toda la terminología técnica
disponible, y se hundían en cuestiones lejanas al sentido común, Schopenhauer se
jactaba de hacer una filosofía siempre próxima a la intuición, filosofía fácil y bien
escrita, como la de sus amados empiristas ingleses (sobre todo Hume), que no
precisaban de galimatías o tecnicismos abstrusos para exprimir sus pensamientos y ser
profundos. Desde el inicio de mi filosofar ético-negativo, siempre me sentí afiliado al
modo schopenhauereano de hacer filosofía, un método analítico claro y explícito. Nunca
me sentí cómodo hablando filosofés o asimilando jergas de cualquier tendencia.
Realmente, me interesa sumergirme en lo cotidiano, en cosas que todo el mundo se
pregunta, y procurar ser lo más claro posible. No aspiro a cualquier tipo de
“profundidad” que pase por el dominio competente de una jerga o por el tratamiento de
problemas técnicos.
380
Después de ese excursus metodológico, quiero tratar de responder a las dos cuestiones
antes colocadas, que me parecen enormes malentendidos.
Me intereso por hacer esa diferencia en el ámbito de la cuestión del valor de la vida
humana (o sea, en un ámbito dejado intencionalmente de lado tanto por Wittgenstein
como por Heidegger, aunque no, ciertamente, por Schopenhauer): es diferente
preguntarse por el valor o desvalor del simple haber-surgido que preguntarse por el
valor o desvalor de las cosas que hacemos y vivimos después de haber surgido, aunque
lo primero sea, como es obvio, condición empírica para lo segundo. De este
condicionamiento no se sigue, a mi entender, que si consideramos, digamos, valioso el
haber-surgido, debamos forzosamente considerar como valiosas las cosas que vivimos
en el intramundo, o viceversa (que debamos aceptar el haber-surgido como bueno por el
hecho de apreciar las cosas intramundanas). Aquí me parece que hay una ruptura
fundamental, que muchos lectores de la ética negativa no consiguen visualizar. La idea
381
6
Esta idea ya se encuentra en Séneca; en lengua portuguesa, el padre Antonio Vieira (admirador explícito
de Séneca) formula claramente la idea en sus dos sermones del Miércoles de Cenizas, de 1672 y 1673.
382
influencia todo lo que hacemos en el intramundo (aun lo más agradable, o tal vez
especialmente eso), y que simplemente se consuma en la muerte. Hay personas que
preguntan: “¿Por que considerar eso como malo? Morir nada tiene de malo”. No es
malo, ciertamente, el mero hecho de no ser algún día (a pesar de que, en muchas
personas, este es, de hecho, un pensamiento arrasador), sino el hecho de que ese no-ser
posea un fuerte elemento de “fricción”, que llamamos sufrimiento, tanto físico como
moral, que vuelve esta nuestra más o menos lenta consumación un proceso doloroso,
descendente (aunque tal vez – con alguna suerte - pleno de halagos y realizaciones
intramundanas), en el cual nuestro cuerpo, mente y relaciones van desocupando
espacios y deteriorándose. Vivir es siempre degenerativo y esto no puede ser nunca
enfrentado como algo bueno.
Encontré ambas referencias después de haberlas pensado por mí mismo, dentro de un itinerario de
pensamiento personal, diferente de esas otras fuentes.
7
Lo que constituye un punto fundamental para la cuestión de la evaluación moral de la procreación, tema
que no puedo desarrollar aquí. Véase nuestro libro Porque te amo, no nacerás (LGE, Brasilia, 2009),
escrito en colaboración con Thiago Lenharo.
383
Que las personas se hayan “habituado” a estos hechos estructurales (¡si es siquiera
posible habituarse a ellos sin perder la propia humanidad!) no les retira su carácter de
desvalor, sino, por el contrario, muestra una de las estrategias más comunes para lidiar
con ella. Tampoco apuntar al desvalor significa necesariamente caer en la
desesperación. Más allá de la aceptación o de la desesperación, se trata de ver y de
entender cual es la situación en la que nos encontramos. Se trata de la fría constatación
de que las cosas intramundanas pueden ser extraordinariamente valiosas (lo que el
hombre negativo nunca negó), pero no ser valiosa su constitución ontológica, dada al
nacer. (En el medio de una fiesta muy agradable, podemos percibir accidentalmente
nuestro rostro envejecido en un espejo y quedarnos angustiados; lo que no le va a quitar
su valor a la fiesta, pero va a situarla en un contexto más adecuado).
La segunda cuestión vulgar se hace más fácil de responder ahora: ¿Por que el hombre
negativo no se suicida de una vez y nos deja en paz, ya que la vida es así tan mala para
él? La decisión del suicidio, que es siempre singular e intransferible como cualquier otra
decisión existencial, depende de la manera como cada ser humano consiga mantener el
equilibrio inestable entre los valores intramundanos y la terminalidad estructural del ser.
Es un error pensar que la decisión del suicidio va a resultar, pura y inertemente, de los
hechos estructurales (directamente del hecho de haber-surgido mortal). Esa decisión, en
verdad, va a resultar de una ponderación acerca de si los bienes intramundanos son o no
suficientes para soportar la estructura mortal del ser. Un joven de 25 años (como Otto
Weininger) puede decidir que no, un viejo de 80 años (como Pedro Nava) puede decidir
lo mismo; y alguien podría llevar esa ponderación hasta el final natural de su vida, sin
tomarla nunca (como Wittgenstein y Cioran, que pensaron en suicidio...hasta la muerte).
Así, es temerario y agresivo invitar al negativo a suicidarse simplemente en base a la
constatación de la estructura terminal del ser, ya que la decisión de suicidarse debe
resultar de la confrontación de esa estructura con los valores intramundanos,
confrontación que debe ser hecha por cada uno de nosotros en cada caso. También el
negativo debe decidir hasta cuando los valores intramundanos soportan la estructura
mortal del ser, y esa decisión podría ser postergada indefinidamente, o tomada apenas in
extremis (como en los casos de suicidio asistido en enfermedades terminales).
El pesimismo del hombre negativo se basa en el hecho de estar condenados a tener que
hacer esta dolorosa y dramática ponderación, pues nuestras vidas deben ser decididas
384
dentro del temible radio de influencia del ser-terminal del ser. Pero eso no significa que
“suicidio ya” deba ser la decisión fatalmente resultante de esa constatación. El suicidio
no es nunca el resultado directo y sin mediaciones del ser-terminal del ser, sino el
resultado de una ponderación sobre la influencia, decisiva o postergable, de esa
estructura en la creación intramundana de valores. (Es claro que nada excluye la
posibilidad de que alguien se suicide después de tomar plena conciencia de la situación
de tener que huir permanente e inevitablemente de la estructura mortal del ser (o sea, de
ser centrífugos); pero ni siquiera en ese caso la decisión habrá resultado inmediatamente
de esa estructura, sino de una decisión que la juzgó decisiva y ejecutable sin
postergaciones. Pero el negativo no se contradice si no lo hace nunca y continúa
viviendo indefinidamente).
III
En cierto sentido, el problema no consiste en no-ser, sino en ser, en haber-surgido
(terminales), en estar expuestos a los rayos mortales del ser. Ser es algo que no
soportamos sin la mediación de los entes (y, en este sentido, es comprensible el “olvido
del ser” así entendido, ya que sin ese olvido no podríamos continuar viviendo). Nuestras
vidas son como una constante tentativa de equilibrio entre ser y entes, entre estructura
mortal y creación intramundana de valores; lo que nos hace sufrir no es algo que
advenga al ser (el “mal” en la tradición moralista de la filosofía), sino el ser mismo;
estar el menor tiempo posible expuesto a los rayos mortales del ser es lo que intentamos
todo el tiempo, colocando entes en el medio para protegernos (de nuestro nacimiento,
podríamos decir). Aun entes malos son preferibles a ningún ente. Algunos humanos
logran, mediante su poder económico, hacer que otros humanos queden más expuestos a
la luz mortal del ser, sin entes protectores (esclavos, operarios, empleadas, funcionarios
y subalternos de todo tipo constituyen entes protectores para que sus dueños y patrones
se abriguen mejor contra el ser mortal, transformándose ellos mismos en entes
protectores que se hieren, arruinan su salud o mueren por los poderosos. En realidad, los
pobres están expuestos al ser, y muy lejos de poder reflexionar sobre él; mientras que
los ricos están resguardados de él, y con mucho tiempo para pensarlo). La mayor de las
torturas, en prisiones como Alcatraz, era la “solitaria”, donde el prisionero no era
lastimado ni sometido a ninguna tortura explícita, sino dejado totalmente sólo en una
385
celda, sin entes (sin nada para leer, sin nadie para hablar, etc.), apenas con su ser. Si el
ser fuese algo bueno, esta no sería la mayor de las torturas imaginables.
En este sentido, lo que los humanos realmente quieren es no ser, o sea, no estar
expuestos al mero ser; ellos quieren entes, alguna forma de no-ser, entes salvadores, el
no ser salvador; quieren mantener su haber-surgido en una situación mínima, como
mero sustentáculo de entes agradables y realizadores, sin que el ser mismo aparezca.
Pero los humanos acabaron llamando “ser” a los entes que interponen entre ellos y el
ser; acabaron llamando “vida” (esa vida que se dice “bella”, “buena”, objeto de amor) a
aquello que, en realidad, oculta la verdadera vida, la vida-muerte que nos constituye.
Nadie ama la vida (nadie ama el ser), sino aquello que la vida (el ser) permite hacer (con
los entes). “Muertos que no recuerdan que están muertos”, como en la película “El sexto
sentido”, o mejor aun: nacidos que no recuerdan que nacieron.
“Oh, no me preocupo con eso - alguien podrá decir - ahora no me voy a quedar
pensando todo el tiempo en la muerte”. Es curioso decir eso, porque esa respuesta es ya
una actitud frente al centro de fuga de la vida humana, una actitud centrífuga como otra
cualquiera: “no preocuparse”, “no pensar en eso”, es uno de los muchos tipos de actitud
frente al ser-terminal del ser, tal vez la más común. Actitud destinada al fracaso, porque
el ser-terminal ser piensa en nosotros a pesar de que nosotros no pensemos en él (¡si tal
cosa es siquiera posible!); llegará un momento en que atender al ser-terminal del ser
será un hecho impostergable para cada uno de nosotros (en la vejez, los humanos tienen
que atender a los llamados dramáticos de sus cuerpos, sin más postergaciones; y hay
personas que son reducidas a la situación de tener que ocuparse de su cuerpo las 24
horas del día). Ese momento, contra lo que piensan afirmativa - y inadecuadamente - las
personas, no está situado “en el final de la vida”, “dentro de mucho tiempo”, etc., sino
puntualmente en absolutamente cualquier momento de la vida; y sería una pena no estar
preparados para ese momento, por lo menos si somos filósofos, se queremos vivir una
vida filosófica.
El olvido del ser proviene, en gran medida, de la descomunal fuerza que los entes
pueden adquirir, lo que he llamado el “asalto del ser por los entes”, el fenómeno del
total olvido del ser en beneficio del manejo intramundano de entes que se vuelven
totalmente esenciales, importantísimos, impostergables y absorbentes. (La obra maestra
386
del “asalto del ser por los entes” son, por ejemplo, los campeonatos mundiales de fútbol,
un acontecimiento intramundano absolutamente banal que adquiere una importancia
absoluta y definitiva, tomando el lugar del ser-terminal). En la vida corriente de
regateos y postergaciones existenciales que usualmente vivimos, el ser-terminal del ser
es literalmente enterrada debajo de problemas familiares, económicos y de prestigio
social; el ser-terminal acaba asomando por las ranuras e incomodando, manifestándose
en los lugares en donde más se gustaría ocultarlo.
Otro aspecto de lo mismo son el enredo de las relaciones humanas, que no pueden
funcionar en la proximidad sino solamente a la distancia, de tal forma que cuando los
otros están presentes son objeto de repudio y ofensa, y sólo son valorizados cuando
están distantes (cuando han partido, cuando han muerto). Otro aspecto es que, en la
situación en que nos encontramos, nunca disponemos de una “sabiduría de la vida”
(como las éticas afirmativas han intentando siempre formular); en verdad vivimos sin
saber vivir, como instalados en un empleo para el cual nunca estamos debidamente
8
Debo este neologismo al profesor Fernando Bastos, de la Universidad de Brasília.
387
Esta es la situación general en donde surge la necesidad reflexiva de una ética negativa.
Creo que el error capital en la apreciación del valor de la vida ha consistido en la
separación radical entre vida y muerte que las personas habitualmente hacen (pero
también los filósofos), como si fuesen cosas diferentes y antagónicas, lo que crea
insostenibles asimetrías afirmativas como “vivir es bueno, morir es malo”, “debemos
pensar en la vida, no en la muerte”, etc., como si el vivir no cargase el morir, como si el
morir fuese un fenómeno adventicio y extraño al ser. Se creó intramundanamente la
extravagante idea de que “la vida es bella” o “la vida es buena”, a través de la
ocultación de su momento estructural, y se atiende ciega y exclusivamente al
intramundo; la invención intramundana de valores, que es lo que precisamos para
soportar el ser, acaba “tomando el ser por asalto”, pretendiendo substituirlo.
9
Cabrera Julio. Crítica de la Moral afirmativa (1996), Parte I, sección 2.
389
doloroso, sin que exista nada de equivocado en eso. (A esto llamo mal-estar-en-el-
mundo)
En segundo lugar, nada que suceda en la esfera intramundana, aun lo más agradable y
digno, puede resolver el desamparo y fragilidad del origen; de manera que es normal
sentir que nuestras acciones son desarrolladas con mucho esfuerzo y de manera
modesta, como avanzando muy poco en un terreno empinado y resistente. Pues nuestras
invenciones intramundanas de valores deben constantemente luchar contra la brutal
resistencia de la terminalidad del ser. No sentirse, pues, culpables o fracasados por no
conseguir, pues no sólo ninguna “victoria” podría estar garantizada, sino que el no
conseguirla es lo más probable, dada la estructura del mundo (más allá de triunfalismos
ónticos). El ser mismo es frustrante, la relación con él es imposible, y el fracaso es la
más viable posibilidad de la existencia (un fracaso mucho más patético, mucho menos
noble que el apuntado por Jaspers). Tercero, no existe nada como “vida buena” a ser
vivida, sino apenas rechazo de la ofuscación de la luz del ser; la vida no puede tener
grandes objetivos, sino tan sólo grandes rejectivos; no existe nada que debamos buscar
por sí mismo, sino tan sólo cosas de las cuales debemos huir y alejarnos lo más posible;
cosas de las cuales debemos huir por sí mismas, anti-objetivos.
A pesar de no ser claros los objetivos (el esfuerzo vano de los filósofos en definir lo que
es “el bien supremo”, los “fines últimos”), los rejectivos kafkianos, lo que debemos
evitar, son perfectamente claros10. Por el lado negativo, la vida se entiende, pues, mucho
mejor. Como seres que procuran algo, estamos como perdidos en una nube de
especulaciones; el “bien” no aparece por ningún lugar. Como seres que rechazan y
huyen, en cambio, todo parece claro. Tampoco hay nada como “el problema del mal”:
los humanos simplemente fueron nacidos terminales y colocados en una estructura
donde el fracaso está más garantizado que el éxito, donde constantemente se debe huir
de lo que lastima y hace mal, donde somos constantemente obligados a enfrentarnos con
los otros. Cualquier “vida ética” en el sentido afirmativo habitual es imposible dentro de
ese ámbito, y nadie debería sentirse culpable por no conseguir realizarla. Los humanos
no son “malos”, apenas no tienen el menor recurso para llevar adelante una genuina
10
“No sé adonde voy, me interesa salir de aquí; ese es mi objetivo: salir de aquí”. (Kafka, “La partida”).
390
“vida moral”, en el sentido de ser correctos y considerados con todas las personas, en
todas las circunstancias, en todo tiempo y lugar, etc.
La ética negativa piensa que vamos a vivir y morir mejor si nos deshacemos de la idea
de que nuestro nacimiento fue algo bueno, de que la vida es bella o de que tenemos un
derecho a una “vida buena”, de que debemos evitar el fracaso, encontrar un fin y un
sentido claro para nuestras vidas, sentirnos culpables por no conseguir ser morales, y de
que debemos huir de toda y cualquier idea de suicidio; de que hay algo de errado con
nosotros cuando sentimos que nuestra vida no tiene ningún sentido o que no es algo
bueno. Tampoco debemos pensar que hay algo de equivocado con nosotros cuando tal
constatación nos deprime, pues la condición humana, sin las vestimentas afirmativas, es
en realidad deprimente y si no nos deprime más frecuentemente es debido al incansable
trabajo de la ocultación. (No hay nada de errado, pues, en la depresión, y debería
aceptarse como un pathos perfectamente adecuado a la estructura del mundo, al lado de
la angustia y el tedio heideggerianos. Solamente desde la perspectiva afirmativa la
depresión se vuelve “enfermedad”, en lugar de simple pathos existencial viable). La
depresión, el fracaso existencial, la falta de éxito, la desconsideración y la muerte, no
son “desvíos”, patologías o males excepcionales, sino los constituyentes más propios de
cualquier existencia humana.
Lo que también debe ser pensado es como quedan las relaciones cotidianas con los otros
cuando es asumido el punto de vista negativo. Pues abstención de procrear y suicidio no
son, ciertamente, actitudes cotidianas. Entre tanto, ambas parecen derivar, de manera
extrema, de dos movimientos fundamentales de un vivir negativo, que llamo:
minimalismo vital y disponibilidad para la muerte. Dadas las sombrías perspectivas del
planeta Tierra en los próximos años, en lo que se refiere a la superpoblación y todos los
problemas derivados (hambre, violencia, agotamiento de recursos energéticos, etc.),
pensamientos filosóficos minimalistas, austeros y responsables serán cada vez más
bienvenidos, sobre todo en lo que se refiere a la procreación. El dar la vida deberá ser
retirado de su contexto afirmativo habitual de dádiva y euforia, y transformado en sobria
y ponderada acción de supervivencia (o sea, sin justificativas morales, sino puramente
empíricas), en un mundo cada vez más aparentemente facilitado, pero cada vez más
difícil de ser vivido. (La actual tarea de los medios de comunicación: suprimir toda y
cualquier conciencia de la creciente dificultad de vida en el planeta Tierra cambiándola
por una aparente “viabilidad”). Pasará mucho tiempo hasta que los que se preocupan
con la vida en el planeta vean en la familiaridad con la eutanasia, por ejemplo, otro
medio para la sobriedad.
En este sentido, muchas (tal vez todas) las críticas contra una ética negativa en el
sentido expuesto, al restituir, de un modo o otro, la referencia afirmativa, atrasan este
proceso del pleno asumir aquello que, hasta ahora, fuimos obligados a llamar
“negativo”. La sujeción a categorías afirmativas (y especialmente religiosas) de
pensamiento tenderá, por esa vía, a perpetuarse, ya que el punto de vista afirmativo
transita la línea exactamente contraria a la aquí presentada, aceptando la existencia del
“mal”, colocando un fuerte ideal para la vida humana, generando un indefinido acervo
de culpas y expiaciones ontológicas. No se trata tan sólo de esperar por leyes, decretos y
actitudes gubernamentales; una gran parte del esfuerzo debe partir de los individuos y
de las filosofías que cualquiera puede leer en los libros, sin esperar todo de medidas
públicas. Si aguardamos eso, podemos esperar sentados; pues ideas que los individuos
llevan pocas horas en aceptar, pueden llevar siglos hasta ser socializadas. La
392
Relaciones Entre Ética y Política, Privado y Público, a la Luz de una Filosofía de la Muerte.
(Autodestrucción, Heterodestrucción, Generación).
Julio Cabrera
(NOTA: Este texto fue leído en la Semana de Filosofía Política sobre "Futuro intelectual-
político de Europa", en Almagro, Ciudad Real, La Mancha, España, el día 4 de julio de
1991).
1.Ética mínima
Para formular lo que entiendo por "ética mínima", voy a aceptar que la actitud ética está
caracterizada por la posibilidad de “ir contra sí mismo”, o contra los propios intereses. (No se
afirma, claro, que toda actitud de “ir contra sí mismo” sea ética). Tampoco esta hipótesis inicial está
mortalmente afectada por la hipótesis nietzscheana sobre la moralidad, porque no se afirma aquí
que la actitud ética se evada del ámbito de la “voluntad de poder” hacia un cierto ámbito "superior".
Ocurre, simplemente, que existe una cierta vicisitud de la voluntad de poder consistente en una
voluntad de “ir contra sí mismo”.
Parece típico de la ética el hecho de que ella pueda pedirme que muera en su ejercicio.
Pues la muerte puede verse, en algún sentido, como cierta forma del "ir en contra de sí mismo". La
vida de las personas auténticamente éticas (Cristo, Luther King, Gandhi, Giordano Bruno y tantos
otros) parece caracterizarse por su brevedad, fragilidad y constante riesgo. La persona ética no es
una personalidad "suicida", en el sentido de una persona que quiere no ser, sino una personalidad
que se arriesga, en el sentido de una persona que no quiere ser, al menos de determinada manera, o
en determinadas circunstancias, y que se pone, digamos, "en la boca del lobo". Este tipo de
394
personalidad, frecuentemente, se deja matar por otros, y de esa manera ejercita la autodestructividad
típica de la actitud ética, dentro de la perspectiva asumida: se trata de una autodestructividad por
abstención, y no por acción, como sería el caso del suicida1. Esto muestra que a la autodestrucción
de la actitud ética, le acompaña inevitablemente, como otra cara de la misma moneda, un absoluto
rehusarse a todo tipo de heterodestrucción, a la destrucción de otro humano.
No es que tal ética "mínima" sea algo que nunca pueda realizarse en el mundo. La ética
"mínima", por su propia tendencia, puede realizarse en el mundo, pero ella podría no ser simultánea
1
Es importante esta diferencia entre suicidio (querer no ser) y vida riesgosa (no querer ser) porque filósofos morales
como Kant y Dussel condenan vigorosamente la primera, pero justifican éticamente la segunda.
2
395
con la existencia del propio agente: si la ética es efectivizada, lo es por medio de mi ausencia, de
una manera mía de morir, y no de alguna manera de continuar viviendo. Esta ética no plantea un
ideal inalcanzable para los humanos, sino tan sólo un ideal inalcanzable para los humanos que
quieren, a cualquier costo, continuar viviendo.
Esta "ética mínima" no lleva, pues, a la inacción, sino a la acción moral extrema, que
puede, sin incongruencias, ser también una acción mortal. Sólo llevaría a la inacción si quebrase el
principio fundamental del "poder ir contra de sí mismo".
En este momento, o bien decimos que estamos saliendo de la ética tout court, o bien
decimos que estamos saliendo de una "ética mínima". Yo defiendo aquí la idea de que cuando le
damos un contenido determinado a la voluntad humana, cuando dividimos el mundo y
determinamos un conjunto de hombres que pueden ser legítimamente muertos, salimos fuera de la
moralidad. No, ciertamente, de la racionalidad, ya que podemos tener poderosas razones,
defendibles mediante argumentos sólidos, para mostrar que no podemos continuar siendo morales
en ciertos conflictos, de los que sólo podemos salir, incluso, dejando de lado la moralidad. Pero
estoy completamente en contra de hablar de "moralidad" fuera de los límites de la "ética mínima";
creo que debemos tener el coraje y la buena conciencia de decir que nuestra racionalidad puede
llevarnos, de vez en cuando, a dispensarnos de la moralidad, en vez de tratar de "moralizar" todo lo
que efectivamente hacemos.
3
396
Cuando la razón nos invita, a veces, a abandonar la moralidad, uno de los lugares a
donde nuestra razón puede llevarnos es, precisamente, a la política.
2. Política
En este texto, pretendo distinguir el punto de vista ético y el punto de vista político,
pero no desde una perspectiva sociológica o empírica, sino desde el punto de vista de las relaciones
que esos dos ámbitos establecen con la muerte.
Los desastres sociales como el Nazismo son los que tienen en mayor grado ese efecto
intramundanizante, de olvido de la muerte y, al mismo tiempo, de (aparente) control de la misma.
(No es sólo una figura literaria decir, como habitualmente se dice, que los sobrevivientes del
Holocausto "nacieron de nuevo". La tragedia social intramundana los hizo nacer de una manera
indestructible, como su nacimiento meramento biológico no había conseguido hacerlo (y nunca lo
conseguiría). Los sobrevivientes de Auschwitz habrán sido rescatados para poder morir felices en
una cama de hospital, hostigados por los dolores insoportables de una buena y dulce "muerte
natural").
5
398
3.Ética y Política
Se ha concedido que el ser humano puede verse obligado, por motivos racionales (o sea,
defendibles mediante argumentos) a salir fuera del ámbito de la moral. Esto se ve claramente en el
eje de la heterodestrucción, mucho mejor que en el eje de la generación: Hitler o Saddam Hussein
parecen motivos suficientes para abandonar por unos tiempos el plano de la moralidad, y decidirse a
matar seres humanos para salvar la continuación de la vida de otros. En un sentido radical - en lo
que puedo llamar el nivel ético 1 - la ética es suspendida durante ese período. Pero los seres
humanos poseen una curiosa - y, como veremos, no exenta de humorismo - capacidad de
reconstitución de la moralidad dentro de la inmoralidad, o, como diré también, de reconstitución de
la moralidad en el nivel secundario.
6
399
7
400
determinada, en ese caso, por ser acciones o actitudes inmorales, sino por ser acciones o actitudes
morales situadas en contextos anti-éticos.
Admitido que existen o pueden existir motivos racionales para salir fuera de la
moralidad, lo correcto sería aceptar esto, sin dejar que la artimaña de la reconstitución de la
“moralidad dentro de la inmoralidad” esconda ese hecho humano fundamental. Por eso es que ni
siquiera es estrictamente legítimo hablar de una moralidad dentro de la inmoralidad. Lo máximo
que puede constituirse dentro de la inmoralidad son ciertas reglas - políticas, guiadas por la
heteroagresividad - de tolerancia, o de negociación de tratamientos y actitudes. Simplemente, no se
pueden tener relaciones morales con un prisionero, aun cuando se puedan respetar ciertas reglas de
convivencia, dictadas asimétricamente por aquél que domina la situación.
Para acentuar las relaciones de exterioridad entre la actitud ética y la actitud política, se
puede reconocer que la ética es políticamente reaccionaria; desde el punto de vista de la
heterodestrucción, la actitud ética debe ser vista como heterodestructivamente reaccionaria. Sólo
que la actitud ética instaura, por su vez, la radical subversión de lo auto-destructivo, que no puede
ser políticamente manipulada, como puede serlo cualquier subversión heterodestructiva. El tirano
no puede hacer absolutamente nada contra un humano que decidió, auto-destructivamente, ser ético,
ni siquiera matarlo, ya que morir es la consumación de la ética mínima. La subversión de la muerte,
no en la forma de no-ser sino en la de dejarse morir, es la más impresionante, poderosa e
indestructible de las subversiones de lo establecido.
Es claro que ese tipo de actitud debe ser considerada como estúpida, absurda, ingenua,
idealista e inoperante desde el punto de vista político heterodestructivo. Por eso, jamás se debería
tratar de justificar políticamente a la ética, puesto que eso ofende la básica diferencia de sus
respectivas instauraciones. Esto no debe impedir ver el carácter revolucionario, perturbador, utópico
y heroico de la propia actitud ética fiel a sí misma. No hay, pues, tampoco posibilidades de
"politización de la ética", y definir dentro de la ética su poder subversivo en términos políticos, sería
tan problemático como tratar de definir dentro de la política los valores morales.
9
402
He estado hablando, casi exclusivamente, de las relaciones de la ética con uno de los
mecanismos instauradores de la esfera política, como se la entiende aquí, que es la
heterodestrucción, y he criticado las tentativas de reconstitución del punto de vista moral dentro de
la misma (dentro de la guerra, por ejemplo). En esta sección, quiero referirme al otro mecanismo
instaurador de la esfera política, aquél destacado por Hannah Arendt, o sea, la generación de
personas, que parece todo lo contrario de destruirlas.
Ahora bien, la actitud general delante de estos hechos fundamentales está fuertemente
influenciada por la problemática de la "madurez", kantianamente basada, y puesta de nuevo en
acción en la reflexión ética contemporánea, por causa de la famosa teoría de las etapas morales de
Kohlberg. Hay una intuición inicial acerca de la "madurez", que se vincula directamente con las
relaciones entre ética y política tratadas en la sección anterior. En general, se considera "adulto" el
paso desde las preocupaciones con el nacimiento, la muerte y las cuestiones puramente naturales, a
10
403
las preocupaciones con "los grandes problemas de la humanidad", que son sociales y políticos, tales
como el hambre en el mundo, el bienestar, los problemas ecológicos, la justicia social, etc, y, en
general, la preocupación "por las generaciones futuras" que, evidentemente, el niño aún no tiene.
Parece algo típico del niño el testarudo preguntar acerta del origen de la vida, de su surgimiento en
el mundo, de la legitimidad de ese surgimiento, del destino último, de la muerte, etc, y algo típico
del "adulto" abandonar el plano de esas inquietudes para ocuparse totalmente con problemáticas
sociales y políticas ancladas en el futuro, no en el origen. Las preguntas de los niños suelen ser
solamente compartidas por los poetas, y por algunos filósofos marginalizados (pero no, sin duda,
por filósofos “profesionales” como Habermas o Apel).
Si se quiere, el niño habla aún con la naturaleza, en tanto que sus educadores tratan de
que, paulatinamente, él hable y se comunique exclusivamente con el mundo socio-político que los
adultos han construído para él. Yo no dejo de ver en el proceso de socialización y politización del
niño una tentativa de ocultarle la injustificabilidad ética de su origen, ya que, en el plano socio-
político, el nacimiento de las personas tiene numerosas justificaciones (de nuevo, la tentativa de
construir la moralidad dentro de lo moralmente injustificable). El proceso de "maduración" del niño
se apoya en que él "olvide" los problemas de su origen, y plantee toda cuestión moral desde allí
hacia adelante, como si él hubiera surgido ex nihilo, y como si no hubiera cuestiones éticas en torno
de su surgimiento, sino tan sólo en el plano intra-mundano que ya está en marcha. Así, resulta
paradójico que Kant haya caracterizado a la "madurez" en términos de autonomía e independencia,
como la capacidad de “pensar por sí mismo y liberarse de la tutela de otros”, siendo que nuestro
propio ser (y no lo que somos) ha sido decidido, inevitablemente, "bajo la tutela de otro".
Pero, ¿qué es un niño pequeño? ¿Un niño, digamos, de cinco años? Mediante un truco
lógico perfectamente plausible, si vamos quitándole años al niño hasta llegar a 0, tendremos un ser
humano aún-no-nacido, con el cual, a fortiori, tampoco se pueden tener relaciones morales, sino tan
sólo relaciones autoritarias. Un nacimiento sólo puede decidirse autoritariamente. La pregunta
fundamental es, aquí: ¿cómo es posible "madurar", en el sentido de: cómo es posible superar la
etapa del autoritarismo original, que inevitablemente impregna el propio surgir al mundo de
cualquier humano? ¿Es esa etapa siquiera superable?
La sospecha es que la etapa autoritarista sea sólo políticamente superable, puesto que el
humano que crece puede ir apoderándose de todo el caudal de lo intramundano socializado. Pero es
mucho más difícil admitir que tal etapa autoritaria sea también superable éticamente, o sea no
intramundanemente, sino mundanamente. Contra Kohlberg se pueden alegar todas las teorías
psicológicas que han sostenido que las estructuras fundamentales de la vida humana se construyen
en la infancia, y que nada fundamentalmente nuevo acontece después. Específicamente, el
pensamiento de Freud está fuertemente inclinado, a través de categorías como "regresión",
"repetición", etc, a la idea de que la vida humana se caracteriza, precisamente, por la constante
tentativa de recuperación de un estado anterior, y su concepción de las patologías se basa,
fundamentalmente, en la creencia del regreso inconsciente a una situación infantil. Se supone,
entonces, que si cada momento de la historia del desarrollo humano está acompañado por una cierta
"etapa moral", en nuestra vida, continuamente, estamos retrocediendo a etapas morales anteriores y,
12
405
en última instancia, al autoritarismo a partir del cual ella fue generada, contra la concepción
completamente lineal y sin matices de Kohlberg.
A través de este pensamiento alternativo (que no se presenta aquí como la verdad, sino
como problematización fructífera – o sea, aplicando el método MAN 2- de las teorías lineales del
desarrollo moral, aceptadas sin discusión por Habermas y compañia), se puede concebir que - en el
plano ético mundano - hay algo como una dependencia infinita del ser humano respecto del origen y
de la infancia (y del autoritarismo que define a ambas), y que su "maturación" y "liberación"
posteriores, a pesar de ocurrir, se efectivizan tan sólo en el plano intramundano regido por las
relaciones políticas (estratégicas y violentas). Como se desprende de los análisis anteriores, no es
posible recuperar un componente ético mediante categorías políticas. La violencia y unilateralidad
del nacimiento y la educación, marcadas por el signo de la autoridad inapelable, son éticamente
irrescatables, y debemos asumir tal cosa responsablemente, sin pasar al plano - político - en el cual
la estrategia y la violencia reciben justificaciones aceptables desde cualquier punto de vista racional,
exceptuado el ético.
Por eso, el humano ético, el poeta, y ciertos filósofos y artistas, presentan todo el caudal
subversivo de la infancia nunca superada: la crueldad del niño que pregunta testarudamente por sus
injustificables orígenes se da cita de nuevo en esas personalidades extraordinarias que la sociedad
destruye sin piedad, simplemente porque ya no consigue responder a sus preguntas. La sociedad
mata a aquéllos a quienes no consigue hacer "madurar". La "madurez" - lejos de su elogio
iluminista kantiano - puede ser vista, en esta perspectiva, como el proceso mediante el cual se roba
al ser humano su potencial crítico más demoledor, sustituyéndolo por relaciones socio-políticas
intramundamente controlables dentro de las cuales será reconstruído un “sentido crítico” tolerable.
5.Público/Privado
2
Cfr. “El método analítico de niveles (MAN)”. Este método es el antecedente directo de lo que, años más tarde,
llamaré “Lógica negativa”. (Nota de 2016).
13
406
De nuevo quiero abusar aquí de Hannah Arendt, quien me da el cincuenta por ciento de
lo que quiero afirmar sobre cómo entiendo la esfera privada. Ella destaca el dolor como algo
privado: "... el sentimiento más intenso que conocemos - intenso hasta el punto de eclipsar todas las
otras experiencias, o sea, la experiencia del gran dolor físico - es, al mismo tiempo, el más privado
y el menos comunicable de todos... ella nos priva de nuestra percepción de la realidad hasta tal
punto que podemos olvidar esta última más rápida y fácilmente que cualquier otra cosa." (La
condición humana, cap. II, 7). El propio dolor físico, lo vinculo yo con el más fuerte rechazo
imaginable contra la heterodestrucción, o sea, contra el dolor del otro. Después de pasado el dolor,
puedo tratar de hacer sufrir a otro todo lo que sufrí yo, pero no en el momento mismo del dolor, que
es lo que Hannah Arendt enfoca.
En el desinterés por el otro y por su destrucción, provocado por el dolor físico ("dolor
físico" es, para mí, pleonástico), me rehúyo al ámbito de lo político en uno de sus dos ejes
fundamentales. Pero yo diría que el placer, el intenso placer físico (¿otro pleonasmo?), puede
concebirse como el más fuerte rechazo imaginable contra el otro eje instaurador de la esfera
política, la generación. Después de pasado el momento de placer, puedo pensar en reproducirme, en
14
407
procrear, pero no en el mismo momento del placer, en el cual éste es un fin en sí mismo y una
performance que se consuma.
A la luz de una filosofía de la muerte, yo veo a la esfera pública como una gigantesca
empresa de sobrevivencia, guiada por la doble necesidad de matar y de procrear. En el mundo
moderno, la esfera privada debe arrebatarse y reivindicarse en plena ilegitimidad, constituyéndose
como el derecho de sentir dolor sin matar y sentir placer sin procrear. Se trata de una especie de
“patrimonio autodestructivo”, dadas las conexiones entre dolor, placer y muerte. Por el registro
autodestructivo, la ética está profundamente vinculada a esa esfera privada, y también lo está el
niño. (También Hannah Arendt ha dedicado algunas páginas al carácter esencialmente privado de la
"bondad" moral). El placer, el dolor, la ética mínima y el negarse a "madurar" (o a dejar de ser niño)
tienen fundamentalmente la misma vinculación con la muerte. Lo privado es una apropiación
ilegítima de la muerte, a través del placer y del dolor. Sólo sufriendo y gozando puede el humano
soportar ser salvado, juzgado y curado en la esfera pública.
Lo privado es, pues, la reivindicación ilegítima y perversa de la polimorfía, de lo
candoroso, de lo ingenuo, de lo que aburre por su irrelevancia para la empresa "grandiosa y adulta"
de la preservación y multiplicación incesantes de la vida, basadas, paradójicamente, en la
agresividad y destructibidad que caracterizan - hoy y siempre - a nuestro mundo.
15
408
JULIO CABRERA
MINIMA
SCHOPENHAUEREANA
(O: “No es social, es ontológico”)
409
PRESENTACIÓN
Durante los extraordinarios años 80, viviendo en Santa María, en contacto con
el entonces filósofo Robson Reis, leímos una gran parte de la obra de Schopenhauer y
yo escribí un enorme volumen literario-filosófico, una especie de miscelánea caótica,
monstruosa, llamada “Schopenhauereana”, en la cual las referencias a este filósofo
constituían el único hilo más o menos conductor.
3.Buscando lectores.
5. Moral/Inmoral
Como la voluntad humana es parte de la Voluntad ciega que rige toda la Naturaleza,
ella no es una voluntad con capacidad de fundar un “orden moral”. El carácter de los
hombres particulares, su cosa en sí, es una fuerza natural de la que ellos no son autores ni
responsables, y la única moral posible podrá ser formulada, a lo más, en el nivel de los
fenómenos, en el plano de los meros motivos. Nada puede modificar mi carácter ni impedir
que él sea como es. En la seca superficie del globo, nosotros, pequeños seres
desprotegidos, construimos, con gran alharaca, nuestro pomposo mundo moral. El mundo se
transforma en una enorme fábrica a nuestro entero servicio, a disposición de nuestras
necesidades materiales y metafísicas. Los dioses son parte de ese funcionalismo generoso,
producto eficiente de la burocracia humana, dioses multiuso adaptables a todas las
estaciones, temperaturas y expectativas. (Cuando dos países cristianos van a la guerra, sus
oraciones invocan, necesariamente, un Dios mentiroso). En este globo, en nuestro pequeño
submundo moral, en nuestro antro de valoraciones flojas, arrojados unos contra otros,
vivimos la ilusión de que discutimos sobre cuestiones morales “objetivas”, no soportamos
"el egoísmo" de Fulano, la "insolencia" de Mengano, en tanto que adoramos "la amabilidad
y el altruismo" de Zutano. Son los hilos de las marionetas. Dado mi carácter, y dado el
tuyo, es fatal que, en ciertas circunstancias apropiadas, vayamos a la guerra o nos
amemos. Pero lo que hace el otro, aquello que nos irrita, no está ni mal ni bien, ni siquiera
lo más atroz que pueda hacer. El mundo moral sólo puede ser construido en la reconocida
mentira, pero no por eso podrá dejar de ser creado. Cuando condenamos a otro, somos un
pedazo de él. La moralidad deberá estar basada puramente en la menesterosidad a la que la
Naturaleza la condena, al negarle cualquier tipo de fundamentación. Ese determinismo de la
Fuerza Natural, paradójicamente, nos libera en el plano fenoménico, lo que nos da ciertas
pautas para armar nuestra pequeña moral de juguete en el mundo sublunar, en el plano de las
puras apariencias.
6. Schopinoza
7. Sólo el conflicto.
8. El banquete
ilusión perdida. Ese segundo camino, está, en parte, bloqueado por Schopenhauer,
específicamente por su teoría de la insaciabilidad de la voluntad, de su incapacidad para
hartarse. Pero, en punto a ejercitación espiritual, habría que ponderar qué es más
dificultoso: abstenerse o ser capaz de llegar a un hartazgo sublime y perfecto.
la circunstancia de que todo nuestro ser es voluntad de vivir. La existencia, aun con su
brevedad e inseguridad, y aún tan amarga como es, es su bien supremo... La inteligencia no
patrocina semejante amor a la vida, sino que, por el contrario, trabaja para combatirla,
poniendo de manifiesto el escaso valor de la existencia y contradiciendo de este modo el
temor a la muerte" (514).
Más: "Si el hombre fuese, por el contrario, una inteligencia pura, la muerte no sólo
le sería indiferente, sino apetecible" (552). "Resultado de esto es que en nosotros, la única
facultad que teme la muerte es la volición, a la cual no puede alcanzar la muerte, y que, en
cambio, el elemento expuesto a perecer es aquél que por su naturaleza no es susceptible de
sentir ni de temer, ni, en general, de deseo o de emoción; aquél a quien es indiferente ser o
no ser; en suma, el puro sujeto conocedor, la inteligencia, cuya única existencia consiste en
su relación con el mundo representado y objetivo... Si la conciencia individual perece con
la muerte, la voluntad, que es la única que la teme, sobrevive” (553). "Los filósofos han
demostrado en todos los tiempos y con excelentes razones desde el punto de vista
intelectual, que la muerte no es un mal; y, sin embargo, no se ha conseguido terminar
con el terror que inspira; y la causa de ello precisamente está en que ese terror no viene de
la inteligencia, sino de la volición" (553). Un filósofo analítico diría que Schopenhauer
"comete una serie de equívocos" en estas observaciones. Pero no se trata de "equívocos", él
estaba pensando “lo de él”, en el sentido de que cada uno que lo lee deberá reescribirlo,
completarlo, proseguir la dialéctica (¿hegeliana?) de su pensamiento.
10
es una manera vaga de hablar, que no recoge ese momento. Esa afirmación quiere decir
que, fríamente considerado, la vida no tiene valor, no que, fríamente considerado, la vida
no deba ser temida. Precisamente, el dato de que la vida no tiene valor (proporcionado
por la inteligencia), unido a nuestro instinto animal de conservación, esas dos cosas juntas,
es lo que constituye nuestra mayor desdicha respecto de los otros seres vivos. Es la
amarga broma de que nos matamos unos a otros salvajemente, luchando por algo que no sirve
para nada, que no vale la pena, algo que el animal ignora. Por tanto, se debería tener cuidado
al decir que "la inteligencia trabaja para combatirla (a la vida), poniendo de manifiesto el
escaso valor de la existencia y contradiciendo de este modo el temor a la muerte". Que la
inteligencia ponga de manifiesto la falta de valor de la vida no es algo que contrarreste el
miedo a morir, sino algo que lo intensifica, lo adorna con nuevos elementos.
Decir que el miedo "no viene de la inteligencia", es, pues, dudoso. El miedo humano
a morir viene de la voluntad intensificada, estimulada por los argumentos impecables de la
inteligencia; ella tiene, pues, participación en ese miedo. El motivo por el cual los filósofos
no han conseguido vencer el terror a morir mediante argumentos intelectuales, no es el que
el miedo venga, todo él, de la voluntad, sino que el miedo viene de la voluntad y de
excelentes argumentos de la inteligencia que ella misma no consigue refutar: no toda la
fuerza del miedo viene de la voluntad de vivir, parte de esa fuerza es también la fuerza de los
argumentos. El filósofo no puede acabar con el miedo a morir mediante argumentos
intelectuales, porque existen argumentos intelectuales mejores y más fuertes a favor del
miedo a morir. Inclusive una inteligencia pura podría aún estremecerse ante sus propios
argumentos. Los argumentos de los filósofos para demostrar que la muerte no es un mal,
nunca fueron convincentes. El producto no se vende. La inteligencia debería enfrentar su
parte de responsabilidad en nuestra empresa de tener miedo de morir.
11
No quiero quitar razón a Schopenhauer o a Adorno; quiero sólo decir que el asunto
tiene su dialéctica. La rebelión en contra de la Naturaleza que nos condena brutalmente a
morir en poco tiempo, puede ser terriblemente justificada, hacer rechinar los dientes de
amarga impotencia, haciéndonos preguntar mil veces "¿por qué? ¿por qué?". Ciertamente
que, para una mentalidad positivista, tales preguntas son absurdas, pero su lógica es la
fuerza que las hace salir de nuestra boca de manera tan natural. No quiero quitar ni un ápice
de horror a los asesinatos en masa, pero cuando encuentro la muerte a mano de otros
hombres, aun en medio del horror y del sentimiento de injusticia, es una fuerza familiar lo
que me mata, mi muerte tiene no un sentido, pero sí un funcionamiento (demoníaco, si se
quiere) dentro del mundo humano. Esa muerte no me arranca del mundo de los hombres, ella
me hace vivir lo inhumano del hombre, pero aún esa inhumanidad es humana, es mía, es
nuestra, la reconozco en mi miedo y mi impotencia. Alguien está ejerciendo su libertad
cuando aprieta el botón que me producirá la muerte, y yo reconozco, macabramente, esa
libertad. La fuerza que me sacude es mi propia fuerza. Precisamente su contingencia, la
certeza de que podrían no haber sido cámaras de gas, por ejemplo, también puede
inquietarme; no es una fuerza ciega lo que me arrebata, yo podría haber hecho algo, jugué y
perdí, habiendo tenido posibilidades de ganar.
12
universo moral, de las valoraciones, de lo mejor y de lo peor, para retrotraerme sin piedad
a mi facticidad más rasa. Me devuelve, como desecho, al seno de la naturaleza, sin ningún
tipo de miramientos., me vomita. Cuando morimos de “muerte natural”, en medio de dolores,
somos profundamente humillados. Hay algo de heroico en la imagen de personas que fueron
asesinadas, y algo de perturbador cuando sabemos que murieron de enfermedades largas y
dolorosas. Así como niego absolutamente la tesis de Schopenhauer de que saber que un mal
es natural e inevitable nos lleva a resignarnos y aceptarlo, tampoco creo que un mal
contingente sea más insoportable que aquél. Hay cierta frescura en la contingencia, y mucha
sordidez en las fuerzas ciegas de la naturaleza. Mi muerte a manos de un hombre puede tener
un sentido absurdo (Eres judío, luego, tienes que morir), pero mi muerte natural no tiene
absolutamente ningún sentido. A ese absurdo, el hombre lúcido responde con una
insurgencia no menos absurda. Prefiero mil veces que alguno de mis hermanos de
infortunio me elimine, sacándole a la Naturaleza, siempre ávida, una víctima de la boca.
13. Culpa.
13
culpa. Esté en donde esté, nuestro cuerpo molesta, nuestra existencia incomoda, nuestra
mirada es indiscreta, nuestro hablar es barullento y hartante.
En el corazón del amor (de eso que llaman amor) hay tanto odio como para
paralizar de terror. Nuestro trabajo se hace sobre las ruinas del trabajo ajeno. Aquello que
nos acompaña en nuestro camino, son necesariamente los despojos del otro. La buena
vecindad ni siquiera es guerra fría, es asesinato en masa. Quien está vivo representa la
farsa, y no puede no representarla. Puedo, sin duda, "ayudar" ónticamente a los otros,
"exigir agradecimiento", encolerizarme por la "ingratitud" y, en fin, desplegar toda la
alegre parafernalia de los valores humanos. Pero un desesperado no sabe nada de
“agradecimiento". La virtud, la honestidad, la generosidad, son lujos. Alguien puede tener,
por mimesis, esas virtudes que no comprende y que no surgen de su naturaleza, pero nadie
podría exigírselas. Perfectamente el otro puede hacerme dar cuenta de que no lo estoy
ayudando, de que no puedo ayudarlo, de que la ayuda misma manifiesta la monstruosidad de
nuestra situación. El amor por el otro ha de ser total, aguantarle sus egoísmos e ingratitudes,
sus patadas, sus calumnias, sus chismes, su incomprensión. No exigirle absolutamente nada.
Pues no hago sino arrugarlo con mis necesidades primarias, con mis solicitaciones molestas.
Y si alguien me ama, deberá también amarme así, sin exigirme nada. Lo que me exija será
simplemente parte de un juego cuyas reglas estoy en mi pleno derecho de desobedecer.
En el aforismo 96 de los "Mínima Moralia", llamado "La prueba del oro", Adorno
presenta un ejemplo claro de sociologización de un tema ontológico schopenhauereano. Se
cita allí un párrafo en donde Schopenhauer se refiere a la doble naturaleza del individuo,
por un lado sujeto de la representación, por el otro objeto de la voluntad. El individuo
humano es, simplemente, una de las formas de "objetivación de la voluntad" y, por tanto, en
la metafísica de Schopenhauer, es inesencial, nace y perece, en tanto que la voluntad misma
no nace ni perece. Por tanto, dice él, será inútil que el individuo se investigue a sí mismo, en
lo más hondo, pues no hallará nada allí, ya que él no es una totalidad, sino algo efímero y
pasajero, un fantasma nómade. La aseveración tiene sentido ontológico, pero Adorno la
reinterpreta en términos sociales: "Lo que se presenta como entidad primaria - dice él - como
421
14
mónada, resulta tan sólo de la separación social que se aleja del proceso social.
Precisamente como algo absoluto el individuo es mera forma refleja de las relaciones de
propiedad... El Ego no solamente está complejamente entretejido en la sociedad, sino que
a ella debe su existencia en sentido literal" (Mínima Moralia, 175). ¡Oh, Schopenhauer
martirizado y marximalizado! La totalidad de la que el individuo está radicalmente
excluido, exclusión que transforma su existencia en no verdad, es la totalidad de la
Naturaleza, de la Voluntad de vivir, que considera al individuo dispensable para sus
designios. ¡No se trata tan sólo del individuo abstracto estudiado fuera de las relaciones
sociales!
15
fuerza que atraviesa toda la Naturaleza, incluido el hombre como ser natural, es lo que
hace de los meros particulares fenoménicos, espacio-temporalizados, meras apariencias,
pero exactamente en el sentido platónico en que los particulares son solamente la sombra de
sus arquetipos en el Cielo. Es así de metafísica la idea. Esa Fuerza cósmica, que
relativiza el particular, está literariamente descrita en numerosos pasajes
schopenhauereanos. (Cfr. I, 323, 332). De que el individuo es insignificante e inexplicable
delante de esa fuerza metafísica, que se manifiesta en todos los fenómenos, hay testimonios
suficientes, irónicamente, en el mismo párrafo al que pertenece la nota favorita de Adorno:
"
Es verdad que vemos al individuo nacer y morir, pero el individuo no es más que para el
conocimiento sometido al principio de razón, que es también el "principium
individuationis"; para éste el individuo recibe la vida como un don; sale de la nada, sufre
luego por la muerte la pérdida de aquel don y vuelve a la nada de donde salió. Pero
nosotros queremos considerar la vida filosóficamente, es decir, según su Idea, y ya veremos
que ni la voluntad, cosa en sí de todos los fenómenos, ni el sujeto del conocimiento,
espectador de éstos, son afectados en nada, ni por el nacimiento ni por la muerte. El nacer
y el morir son cosas que pertenecen al fenómeno de la voluntad, y, por lo tanto, a la vida, y a
ésta es esencial manifestar, en individuos que nacen y perecen, como fenómenos efímeros que
aparecen en la forma del tiempo, lo que en sí no conoce el tiempo, pero debe
necesariamente manifestarse en el tiempo para objetivar su verdadera naturaleza" (I,
501/2). A continuación, viene la nota de Schopenhauer, citada por Adorno, y que está
dedicada "a aquél para quien no sea demasiado sutil" comprender el asunto y que,
evidentemente, continúa el pensamiento del texto, o sea la total inesencialidad del individuo
frente a la Voluntad universal, a la eterna vida de la Especie.
No hay, ni ningún lector encontrará por más que busque, el menor atisbo de factores
sociales interviniendo allí. (Inclusive, allí en donde Schopenhauer señala fenómenos
sociales, como por ejemplo guerras y conflictos, se ocupa de aclarar que esos conflictos
acompañan la vida de la Naturaleza desde sus formas más primitivas, llegando finalmente
al hombre. Cfr. I, 363 y sgts). La nota quiere decir, en el contexto schopenhauereano, que
por más que el individuo se adentre en sí mismo, buscando su esencia que es la voluntad, no
la encontrará dentro de sí, pues es una fuerza que no le pertenece a él, como individuo (como
Julio Cabrera, como Adorno, como Schopenhauer), sino como miembro de la Especie, y de
toda la Naturaleza. Y que la única manera que tendrá de conocerse a sí mismo, será a través
de los objetos concretos de su voluntad individual, de sus motivos, etc.
423
16
17
El vacío sin fondo soy yo, soy realmente yo en mi esencia, que tampoco es mía, pero
que me constituye. En vez, toda esa plenitud externa, ese plenum del conocimiento, es
precisamente lo que no soy o, a lo más, lo que soy fenoménicamente, lo que soy en cuanto me
conozco a través de mi aparato categorial. En definitiva, aunque el conocimiento de sí
mismo no es posible sino en contacto con el mundo, interpelado por la personalidad de
los objetos, ese conocimiento nunca nos da lo que somos. Tratar de hallarnos a “nosotros
mismos” sin mediación de categorías sólo puede dar en el vacío sin fondo. Pero es
aplicando las categorías como nos alejamos de lo que somos “en sí”. El vacío sin fondo
anuncia lo que somos y, al mismo tiempo, lo incognoscible. No debemos confundir lo
incognoscible con lo inesencial.
425
18
"... el individuo es tan sólo apariencia, no la cosa en sí" (Adorno, Minima Moralia,
174). Pero lo es no precisamente cuando intenta hundirse en sí mismo, sino cuando
renuncia a su esencia para conocerse a través de categorías. El individuo sólo puede
conocerse como apariencia, y ésa es la apariencia con la que Adorno se conforma. Por
tanto, para él, la frase citada arriba no puede ser peyorativa, sino encomiástica. Quien no
posee sensibilidad metafísica, glorifica las figuras de la apariencia, celebra ese yo sucio de
mundo. Dejando de lado a Schopenhauer, que - creo yo - nada tiene que hacer aquí, la idea
de Adorno es interesante y parcial. La culpa de Adorno es el reduccionismo
sociológico, un reduccionismo del que mucho hemos aprendido, pero que, al mismo
tiempo, también nos desorienta. Simpatizo con él cuando critica el hundirse en la propia
individualidad en aras de la "autenticidad", si por tal se entiende el oscuro concepto
heideggeriano. Si por autenticidad, en cambio, se entiende, simplemente, mi propio
carácter, defendería la idea de que, en nosotros mismos, hallaremos nuestra autenticidad, en
ese sentido. "La autenticidad - dice Adorno - no es otra cosa sino el terco y cerrado
empecinamiento en la forma monadológica que la opresión social imprime en el hombre"
(Minima Moralida, 175). La huida hacia la interioridad (el ascetismo de Schopenhauer)
resulta de una lectura de1 mundo.
El mundo es eso que hace exclamar a Adorno, en otro aforismo del mismo libro:
“Ya no existe nada inofensivo. Las pequeñas alegrías, las exteriorizaciones de la vida que
parecen excluidas de la responsabilidad del pensamiento, no sólo acusan un momento de
obstinada tontería, sino que de manera inmediata pasan al servicio de la más extrema
contradicción... hasta el inocente "Qué lindo!" del habla común se convierte en excusa del
oprobio de la existencia, la cual es otra cosa que linda, y ya no hay más ni belleza ni
consuelo como no sea en la mirada dirigida hacia lo espantoso..." (Ídem, 22). "El trato
social mismo constituye una participación en lo injusto, en la medida en que dicho trato
refleja el mundo endurecido y congelado como un mundo en cuyo seno cabe todavía hablar
con alguien, y la suelta palabra del trato social contribuye para perpetuar el callar, ya
que a través de las concesiones hechas al interlocutor éste resulta nuevamente humillado
en el curso de la charla" (23). “Para el intelectual, la soledad absoluta es la única forma en
la que puede todavía conservar algo de solidaridad." “Todo hacer como los demás, toda
426
19
La monadología puede, tal vez, no ser una elección, sino el último refugio y, en ese
caso, no es imputable a quien se aísla. Discrepo, pues, de Adorno cuando dice: "... la
prioridad del Ego es tan falsa como la de todos los que están muy cómodos dentro de sí
mismos" (176). La vida dentro de la mónada puede llegar a ser todo menos cómoda, pero si es
la última morada para la virtud, si, como Adorno mismo lo dice tan bien, la soledad absoluta
puede llegar a ser el último reducto de la solidaridad, no tengamos la ilusión de que
tendremos libertad para elegir otra cosa. La capacidad de asco, inmoralidad y deshonestidad
que un hombre lúcido puede tolerar, no es ilimitada. El ensuciarse inútilmente en el mundo,
aunque despierte el aplauso fácil (¿quién no se enternece leyendo la biografía de Bertrand
Russell?), puede no ser el mejor camino. A veces, dar una imagen individual de la
perfección, tal vez la única posible, puede ser menos infame que la elogiada lucha por el
alivio.
427
20
Toda la filosofía de Schopenhauer está hecha para el hombre medio, en absoluto está
él pensando en el tiempo libre de una clase privilegiada. Está hablando de la desilusión
frente al mundo, algo que, infelizmente, está al alcance de cualquiera. Seguramente, por lo
dicho antes, el explotado no percibe el máximo absurdo, el máximo hastío, pero retazos de
ese mismo absurdo son cosas que él come todos los días junto con el pan y los huevos.
428
21
Todo lo que Adorno dice en ese aforismo es exacto, en cuanto aplicado a ese tedio
intramundano, completamente orquestado por una cierta sistematización social, pero,
simplemente, ése no es el tedio schopenhauereano. Decir que la saciedad es tediosa puede
ser un truco para mantener los privilegios: es mejor trabajar que tener mucho tiempo libre,
pues éste es tedioso. Pero acontece que no por el hecho de que esto sea dicho para fines
de dominación, deja de ser verdadero como característica de la desilusión ontológica
frente al mundo; y, por otra parte, no por el hecho de describir aplicadamente el círculo
dolor/tedio deberemos dejar de luchar por la consecución del gran ideal humanitario,
bosquejado por el pesimismo radical: la igualdad de todos los hombres en el tedio, es decir
en la elevada consciencia de la nada. En donde más se manifiesta la actual alienación de la
humanidad es en su incapacidad de reconocer los rasgos de su propia situación estructural,
y, en este sentido, los teóricos críticos participaron también de esa alienación.
También la filosofía de Schopenhauer fue una filosofía afirmativa, tal vez una
especie de filosofía afirmativa-límite, pero que no le impidió caer bajo las agudas críticas de
su único lector idóneo (Nietzsche, Genealogía de la moral). Lo que Nietzsche no hizo - pues
él no tenía ni el cuidado del profesor universitario ni la vanidad ilustrada del buen discípulo
- fue especificar esos elementos afirmativos en su maestro de toda la vida. Tales elementos
son, a mi entender, los siguientes:
1) II, 530 y sgts. "Este es el destino de todos los seres, duran un instante, y corren
hacia la muerte... ¡La muerte esgrime su guadaña sin descanso! Y, sin embargo, como si
nada de esto sucediese, todo se encuentra en todos los momentos en su lugar, como si todo
fuese inmortal. Por toda la eternidad verdea y florece la planta., zumba el insecto, existen
el animal y el hombre con juventud inalterable y cada estío vuelve a traernos las cerezas
que- mil veces hemos gustado". La imagen es arrebatadora, fascinante. El dice en otro lugar
429
22
que, en el fondo de su propio ser, el hombre se sabe eterno en su principio, más allá del
carácter perecible de su particularidad. El principio metafísico de la "Voluntad" confiere,
pues, al hombre, su eternidad. Si el hombre consiguiese alcanzar esa intuición fundamental,
su horror a desaparecer mermaría. ¿Es posible este ejercicio mental?
3) Además, uno de los hitos hacia ese estado es la neutralización del dolor en
nombre de su carácter inevitable (I, 545). "Por mucho que nos abatan estas consideraciones,
quiero, sin embargo, poner la atención en uno de sus aspectos, del cual podemos obtener
un consuelo y quizás una estoica indiferencia ante nuestras propias desdichas. Pues la
impaciencia con que las conllevamos depende, en gran parte, de que las consideramos
contingentes, es decir como traídas por una serie de causas que muy bien pudiera haber
sido otra. Pues los males que consideramos como necesarios y generales, la vejez y la
muerte y muchas molestias de la vida diaria, no suelen preocuparnos. La consideración de
que se trata de una circunstancia casual es precisamente lo que nos proporciona dolor, lo
que da al hecho su aguijón".
4) Por fin, Schopenhauer cree que existe un "... grado a partir del cual la voluntad
propia se convierte en negación de la ajena.” (I, 572). La justicia y la injusticia tienen
sentido, y sirven para dividir el campo moral, pues se puede indicar, de acuerdo con él, el
punto en el cual la voluntad comienza a negar la voluntad ajena. Eso indica que hay cierto
estado en el cual la propia voluntad no realiza esa negación y, por tanto, hay un
respiro en el conflicto universal, que consistiría precisamente en alcanzar, mediante cierto
esfuerzo, ese punto neutral.
430
23
1) El momento del particular es muy fuerte y de nada sirve saber que es una ilusión,
que nuestra esencia "verdadera" es, "en realidad", eterna. Pues es en esa ilusión, y no en
aquella realidad, en donde tenemos que vivir. La verdad es éticamente inoperante;
Schopenhauer mismo admite la dificultad de elevarse hasta ella. Hasta comenzar a
filosofar, nuestra vida particular fue consolidándose, cerrándose a nuestro alrededor; fuimos
aprendiendo los detalles más nimios de nuestra peculiaridad, encariñándonos con los
mínimos tics de nuestro pensamiento, con las graciosas manías de nuestra sensibilidad;
criamos un gusto, un sentido del humor, un tipo particular de sonrisa, una acabada
excepcionalidad, cierto saber, en fin una personalidad absolutamente insustituible; y
cuando acabamos ese gozoso trabajo de identificación de nosotros mismos, ¡aparece un
filósofo (pesimista, para colmo) que nos dice que todo eso es una ilusión! ¡Es demasiado! La
eternidad de nuestra esencia sirve muy poco de consuelo.
24
4) Por último, por el hecho mismo de existir estamos ya incomodando a los otros,
quitándoles sus lugares, entrando en conflicto con ellos, robándolos y siendo robados. Pero
eso no es una causalidad, una contingencia, el conflicto no es una opción, no es que primero
se exista y luego se entre o no en conflicto, sino que existir consiste en estar en conflicto; no
se puede criar una individualidad si no es afianzándola en otras individualidades, sin
utilizarlas para autoconstruirnos. Por tanto, visto desde el punto de vista de la
justicia/injusticia, vivimos en un estado de "injusticia universal".
Ahora bien, ¿es posible hacer una filosofía creyendo en estas cuatro contra-
verdades? ¿Es posible hacer una ética creyendo que no podemos huir de nuestra
individualidad, que ella es mortal, que el dolor no puede ser evitado, que la justicia es
imposible y que no podemos huir del infierno de nuestra insaciable voluntad? No, sin
duda, no podemos vivir con estas contra-verdades. Por tanto, debemos huir de ellas. Es lo
que toda la filosofía afirmativa hizo siempre, incluida la de Schopenhauer. Pero lo que
ningún auténtico filósofo puede dispensarse de saber es que la filosofía es el producto de
esta huida, y no el producto de una libre y espontánea decisión de “descubrir la verdad”.
25
en la trampa, respondiendo: "Mi estima por su felicidad conyugal es inmensa, sabiendo lo rara
que es en este planeta" (ídem, 142). ¡Pero aquí hay un completo equívoco! Un pesimismo
filosófico no excluye, de manera alguna, matrimonios bien avenidos, experiencias exitosas y
placeres ónticos de toda especie. ¡Nada de eso puede ser presentado como contra-ejemplo de
una teoría pesimista ontológica! Lo que hay que estudiar es: cuáles son los sacrificios, las
concesiones, las redistribuciones de la voluntad de vivir que deben ser hechas para poder
construir esos momentos de "felicidad". (Habría, también - claro está - que ver la vida de
Van Doss después de esos seis años con una buena lupa). La “felicidad" tiene un lugar en
este mundo, sólo que, en un sistema pesimista, ella siempre paga un precio. Ese precio, si es
puntualmente pagado, puede asegurar una "felicidad duradera". A veces, lo que es más
común, lo que es sacrificado grita de repente por sus derechos, y todo el esfuerzo se
desmorona, (Cfr. "Escenas de un matrimonio", de Ingmar Bergman). El pesimismo es
ontológico, se refiere a las últimas estructuras del mundo, y a las fuerzas que lo comandan.
Sentimos que hay una inmensa humillación en morir, pero tenemos trabajo en
descubrir delante de quién nos sentimos tan humillados. ¿Nos sentiremos, acaso,
humillados delante de los otros, que son tan condenados a muerte como nosotros, y a
quienes fatalmente les llegará también el momento de desaparecer? ¿Nos resultará
humillante morirnos delante de los que van a vivir diez, veinte, cincuenta años más que
nosotros, que verán el mundo que nosotros no veremos? ¿Será ese horror de
vernos excluidos de los proyectos futuros lo que nos humilla delante de nuestros
semejantes? Supongamos que hicimos ruidosamente un proyecto y una enfermedad nos
mata en pocos días. Los otros comentarán: "Tan ilusionado que estaba con su
proyecto..." Habrá lástima, pena, burla, desprecio, dolor, miedo, todo junto, en esa
exclamación. Eso nos hiere, nos ofende, nos humilla, pero nos humilla ahora, puede
humillarnos durante toda nuestra enfermedad previa al morir, y podemos experimentar
la humillación bien cerca de nuestra cama. Nuestro vivir con la muerte no es apenas ese
miedo permanente de no acabar lo que estábamos haciendo, de no vivir todo lo
intensamente que gustaríamos de vivir; tampoco es meramente miedo del dolor físico,
sino esa gran humillación que es morirse delante de los otros, impúdicamente, con un no
buscado exhibicionismo. (Si yo fuera dueño de mi propia muerte, la provocaría, trataría
433
26
Schopenhauer comprendió bien que esa miseria que nos constituye proviene de
nuestro “apego” a la vida. Una de las primeras convicciones del sobreviviente debería
ser la de que es conveniente vivir muy poco, y entregar con desprecio el resto de vida
"aprovechable", saliendo del escenario sin volver la cabeza. Ante la enorme
humillación de haber sido engendrados, de haber nacido dentro de una trampa, nos queda,
como única dignidad, hacer algo rápido y bien hecho con algunos de los años que
nos dieron, y entregar el resto no usado, entregar, digamos, veinte o treinta años que
cualquier persona se desesperaría por vivir hasta la última gota. No salir de la vida
acorralados, no permitir que la Naturaleza nos dé empujones desconsiderados para dejarle
nuestro lugar a otro; salir a tiempo, despacito, tranquilo, con dignidad, suficiencia y algo de
desprecio. El sobreviviente, inclusive, debería hacer un cálculo del tiempo de su vida,
debería decidir vivir treinta, cuarenta años, tal vez, no muchos más, y cumplir con su palabra
de manera honorable. Debería hablar de eso con total naturalidad con sus amigos y
enemigos; debería, por ejemplo, negarse a abrazar ciertos planes que sobrepasen el plazo
determinado, o tareas que le robarán el tiempo suficiente para terminar la obra que está
realizando. Una persona digna jamás debería dejar algo tan importante como su total y
definitiva desaparición en manos del azar, debería ser, de cabo a rabo, una decisión suya.
Las cosas cotidianas de las que necesito para sobrevivir, en el nivel material,
nunca funcionan bien. Tengo miedo de ver cómo acontecimientos importantes de mi vida
están ligados, a veces, a la nimiedad, a una llave que se extravía o a un caño de escape que
se tranca. Seguramente aparecerá una solución, pero ella me insumirá tiempo, esfuerzos,
cierto desgaste. Sé que se trata tan sólo de esperar: lo que ayer funcionaba, hoy no
funcionará, y viceversa. Nuestras máquinas reflejan toda nuestra propia ineficiencia. Ellas
434
27
se quiebran en el minuto menos pensado, nos traicionan. Somos esclavos de nuestro propio
entorno, rehenes de las cosas. No creo que eso se explique, simplemente mediante las
categorías de la “sociedad de consumo”. Esta cotidiana tragicomedia parece parte de nuestra
condición: que para llegar al Cielo más sublime necesitemos de una escalera a la que, sin
lugar a dudas, se le quebrará un peldaño cuando intentemos subir por ella.
No hace falta ser filósofo para ser pesimista Basta con ser un médico lúcido, un
abogado lúcido, un ingeniero agrónomo lúcido. Lo negativo aparece en todas partes,
asoma su cabeza bajo la forma de enfermedades, agotamiento de los recursos naturales,
envenenamiento de los ríos, extinción de especies animales, injusticia sistemática El hombre
puede hacer lo que quiera, entrar en cualquier profesión: si es lúcido, será pesimista.
Pues el mundo está, definitivamente, bien hecho: él es regular y armónicamente horroroso.
24. Esclavos.
Cuando amamos, estamos cubiertos de culpa. ¿Es posible, siquiera, escapar de esa
trampa? ¿Qué acontecería si tratásemos realmente de suprimir nuestro yo, nuestra voluntad?
Algo que Schopenhauer no trata en relación al tema de la "negación de la voluntad" son las
modificaciones que se producirían, en ese caso, en la estructura del para-otro. La
voluntad del otro, al no hallar resistencias de mi parte, se agigantaría. En una relación
de amor, yo sería hundido en una situación de total esclavitud. Un amor verdaderamente
despojado de toda voluntad posesiva sería algo así como el amor del esclavo hacia su
amo, sólo que, en términos contemporáneos, esa esclavitud sería libremente elegida, no
impuesta por condición social, nacimiento, etc. Pero la única manera de amar a alguien
así, es simplemente amarlo en la contemplación de sus maldades y egoísmos, sin pretender
cambiarlo. Tampoco nuestra conducta esclava lo cambiará. (Pretender, secretamente, que
nos ame al percibir nuestra esclavitud, es aún no haber suspendido totalmente la voluntad.
El amor de esclavo debe ser completo y sin esperanza, un amor que se consume en el placer
de amar, y es en ese sentido en que, amando así, él puede después "hacer lo que quiera",
435
28
El esclavo parece estar, como oprimido, fuera de toda culpa. Sin embargo, él, por su
condición de explotado, precisa aún tirar más basura a la cara de los que lo rodean; siempre
estará al borde de la delincuencia, de la corrupción, del robo y la delación. El tipo de
renuncia del amor esclavo es enormemente derivado. (Se dirá que el esclavo odiaba al amo, y
que muchas veces intentaba matarlo. Pero todo amor, aún el más aparentemente altruista, está
anegado de ese mismo odio). En el amor esclavo, el otro es Dios. La negación de mi
voluntad trae aparejado el gigantesco desarrollo de la voluntad del otro. Si yo no quiero
nada, algún otro se quedará con lo que yo no quiero, y eso no es pacífico, eso puede
modificar sustancialmente mis relaciones con el otro. Eso es parte de lo que hago con el
otro al transformarlo en amo. Lo que hay que pensar es la moralidad de esa transformación.
Al auto-perfeccionarme, ¿acaso no corrompo a los otros? La máxima virtud del esclavo, ¿no
coincidirá con la máxima corrupción del amo? Esto es importante porque, en sus orígenes,
mi acto quiere ser de máxima generosidad. El otro puede despreciarme, o ser indiferente, o
resultarle todo esto muy divertido.
29
27.Animales en extinción.
30
31
Hacemos, pues, la “versión definitiva”. Pero como nuestras obras, aun las más
aparentemente "divinas", son productos tan naturales como la baba de los insectos, en el
momento de entrar en el mundo será despiadadamente atacada, insultada, despreciada y
destruida por toda la masa del ser; será desfigurada, reinterpretada, recolocada dentro de
esquemas dentro de los cuales será calumniada, ganando una imagen delante de la cual
nosotros mismos nos repugnaremos de lo que escribimos. Nos sentiremos aterrados como
si la hija criada con tanto ahínco y virtud acabase entregada a la prostitución. Pero, ¿qué es
lo que esperábamos? No existen "versiones definitivas" de nada de lo que hacemos. Los
otros, tan desesperados como nosotros, están aguardando la menor señal de nuestra parte
para saltar sobre lo que hacemos. Tal vez sufra menos quien menos hace, quien menos
alimento da para los lobos. Curiosa, irónicamente, inesperadamente, quien hace una obra lo
más perfecta posible, la hace más frágil y vulnerable, siendo en cambio mucho más fuerte
aquélla que acepta la mácula dentro de sí. La naturaleza no se resuelve; ella, en cualquiera
de sus niveles, acaba en el conflicto universal. Sea lo que sea lo que hagamos, tendremos
todo en contra. Nada de lo que hagamos habrá sido aguardado con comprensión, aun
cuando seamos elogiados.
29.Lazare.
32
simplemente, ridículo. Nadie puede tener por mucho tiempo lucidez no elaborada en las
manos. Es como explosivo.
1) Ser confuso (o, más finamente, estar abierto "a múltiples interpretaciones").
2) No intentar comprender bien a ningún filósofo del pasado, citarlos mal y
comprenderlos peor (así como cuando Nietzsche habla de Kant o de Spinoza, sin haber
entendido nada).
3) Crear una "jerga", una terminología. (En vez de decir concepción errada de lo
infinito, hablar de una "mala infinitud", en vez de decir asuntos o ítems, hablar de
"mediaciones”, y en vez de decir que es preciso estudiar más, decir que se precisa
"ejercitar la paciencia del concepto").
Los analíticos son los eunucos del pensamiento, han sacado a la muerte fuera de su
filosofía. Ellos, por un lado, mueren y, por otro, escriben sus obras y dan sus clases. La
muerte los sorprenderá demostrando un teorema.
33
¿Es pesimista solamente quien tiene esperanzas en algo mejor? ¿Sólo tiene derecho
de no gustar de este mundo aquél que se imagina otro? ¿Es el pesimismo el producto de una
esperanza frustrada?
34
elegante que la del asceta. El héroe nietzscheano no tiene razón de ser si la tragedia
pintada por Schopenhauer fuera falsa. Para transformar la tragedia en aventura, es preciso
antes reconocerla. Pero, por su parte, el pesimista radical también acepta el mundo como
es, no se hace otras imágenes del mundo (no hace falta hacerlas para describir lo malo
de este mundo), con la diferencia de que su actitud frente a este mundo (único,
insustituible) es la tragedia y, en segundo lugar, el intento de renuncia. Quien acepta el
mundo como es, concibe los otros mundos posibles como equivalentes al presente, no
como mejores que él. Por tanto, el pesimista radical no tiene un mundo mejor en la cabeza,
sólo tiene mundos peores o equivalentes al actual. Puedo no gustar de este mundo porque me
imagino como posible otro mejor (optimismo) o porque lo veo como un ejemplo más de un
conjunto de mundos igualmente malos. No necesito verlo malo por contraste con uno
bueno, puedo verlo como malo por pertenecer a una familia de posibilidades todas malas.
Por el mismo motivo, puedo no ver este mundo como bueno sólo porque puedo
imaginarme otro aún peor. Aun cuando me presenten la imagen de un mundo peor
que el presente, no por eso dejaré de considerar éste como pésimo. Yo puedo rechazar
como malo algo, sin, no obstante, haber tenido expectativas de que sería bueno. Mi
pesimismo no proviene de que yo imagine un mundo en donde los hombres serían todos
buenos (eso sería optimismo) sino del hecho de que, a pesar de lo malo que este mundo
es, no puedo tener esperanzas en un mundo mejor, en donde los hombre fueran
buenos, etc.
Veo este mundo como malo no por comparación con un mundo posible que es
bueno. No todo pesimismo es una desilusión, consecuencia de una expectativa (Tal vez el
pesimismo proviene de que un mundo mejor es lógicamente posible, y lo que es
imposible es producir el camino que podría llevar del actual a ese mundo mejor.) El
pesimista construiría un mundo mejor en su cabeza (por ejemplo, un mundo en donde no
hubiera torturas y persecuciones), pero, acto seguido, lo declararía inalcanzable,
imposible, y es este segundo acto lo que hace de él un pesimista, y no el primero. ¿Es
pesimista solamente quien conserva una esperanza? No, es pesimista quien ve un
mundo mejor y, al mismo tiempo, la imposibilidad de alcanzarlo. Sólo tiene derecho a
no gustar de este mundo aquél que no sólo se imagina otro mejor, sino que elimina la
posibilidad de alcanzarlo. ¿Es el pesimista el producto de una esperanza frustrada? No.
El pesimista radical nunca llega siquiera a darse el lujo de frustrar una esperanza.
442
35
36
Kant no podía tener una teoría del deseo, porque para él todo lo estructurado y
universal estaba en el plano racional (teórico o práctico). Para él, la “voluntad de vivir”
schopenhauereana pertenecería, pura y simplemente, a la “facultad inferior de desear”.
Schopenhauer, en cambio, trata de mostrar la dinámica del deseo como una estructura,
no tan sólo como un sentimiento particular. Pero la insurgencia schopenhauereana no
consiste tan sólo en mostrar una dimensión de lo humano irreductible a la
representación, sino también en mostrar una revuelta del deseo contra la tiranía de la
representación, y especialmente contra su pretenso derecho de ubicar tópicamente otros
discursos (la ética, la metafísica). La noción clave de esta revuelta es: “objetivación de
la voluntad”. No es que la representación encuentre a la voluntad como otro objeto para
ser representado, sino que el representar aparece como una vicisitud – al nivel humano –
de la voluntad de vida.
37
38
testes de calidad representacionales. Para que un concepto gane legitimidad tiene que
poder ser representado claramente; si no, es mitología. Discursos sospechosos o
merecedores de cautela, que deberán someterse a la humillación de un proceso de
“legitimación”. Una elucidación meta-filosófica debería mostrar los límites de la
representación, precisamente indicando su Otro. Se deberían identificar las opciones
básicas del referencial representacional, a veces ideológicamente ocultas, y relativizar la
contundencia de los testes de calidad basados en ese referencial. Habría que mostrar la
posibilidad de un filosofar no representacional y la validez de los “discursos malditos”,
validez no obtenida a través del pasar exitoso por los testes representacionales.
39
40
lo deseado (es conocido el odio de Schopenhauer hacia ellos) a los idealistas alemanes
de la época (sobre todo Fichte y Schelling). Kant, a quien los mencionados PBF
consideran como un divisor de aguas al que forzosamente hay que atender (un divisor
entre la tradición metafísica y la “filosofía crítica” que cumpliría una heroica función
“liberadora”), habría condenado como carentes de sentido todas las afirmaciones que
traten de decir “cómo realmente es el mundo”, siendo que todo el conocimiento, según
reza la cartilla kantiana, está siempre atenido tan sólo a los fenómenos. Al afirmar
Schopenhauer que la “voluntad de vida” es la cosa-en-sí kantiana, él habría transgredido
ese límite y producido una obra enteramente sin sentido. Vista con los anteojos
kantianos, la vida filosófica de Schopenhauer habría sido, toda ella, en vano.
41
Para reforzar esto, es bueno recordar que fue el propio Kant quien mostró que la
teoría del fenómeno debía admitir una realidad volitiva extraña, y sin embargo legítima,
aun sin poder categorizarla con conceptos fenoménicos. Las diferencias comienzan
desde ese punto en adelante. Kant dará una interpretación racional-moral de ese acceso
volitivo al mundo, mientras que Schopenhauer ofrecerá una interpretación pulsional-
inconsciente del mismo. Precisamente por ser una concepción no cognitiva de la
voluntad es que ella no transgrede los límites kantianos. En rigor, al tratarse de dos
concepciones radicalmente diferentes de voluntad, se podría decir que se trata de dos
desarrollos filosóficos paralelos, ninguno de los cuales puede ser una “transgresión” con
449
42
Los PBF minimizan totalmente esta diferencia capital entre Schopenhauer y los
idealistas alemanes, concentrada en la distinta manera de concebir la voluntad, de una
manera intelectualizada o de la manera pulsional. En los sistemas idealistas (pensemos,
por ejemplo, en el “Sistema del Idealismo transcendental” del joven Schelling), nunca el
componente volitivo tiene la última palabra, siempre hay un elemento intelectual que
retoma el proceso y le da acabamiento en un sentido cognitivo. (Habría, en este punto,
que zambullirse en una larga y tediosa discusión académica con los PBF, textos en
mano). En la filosofía de Schopenhauer, por el contrario, la “voluntad de vida” no tiene
ninguna síntesis intelectualista, ni la mínima posibilidad de tal síntesis. Ella permanece,
como una sombra, estrictamente paralela al acceso representacional al mundo, sin
ninguna fuerza cognitiva, pero sin que tampoco pueda ser desactivada desde el acceso
representacional y cognitivo.
Cuando se declara que así como, para Hegel, la realidad es razón, mientras que
para Schopenhauer la realidad es voluntad irracional, apagan totalmente la diferencia
entre ambos. Es cierto que ambos pretenden decir lo que es el mundo (ésta era la
manera de hacer filosofía hasta el siglo XIX, y nada que ocurriera en el XX desautoriza
esa manera), pero mientras Hegel habla en términos de un saber (lo que sí transgrede,
450
43
Resulta pasmoso ver cómo la famosa frase inaugural del libro de Schopenhauer
(“El mundo es mi representación”) es leída como una afirmación absoluta, que guiaría
todo el pensamiento del autor y lo colocaría al lado de los filósofos intelectualistas que
critica. Pues a pesar del odio de Schopenhauer contra Hegel, su libro “El Mundo como
Voluntad y Representación” sigue un desarrollo en cierta forma dialéctico (aunque no
triádico, sino cuadrático), comenzando con una frase inicial que aún deberá ser
desarrollada a lo largo de la obra. Se trata tan sólo de un punto de inicio del
pensamiento, y no de un axioma inconmovible. Por el contrario, todas las partes de la
obra serán relativizaciones y cuestionamientos de esa afirmación inicial. Se parte de “El
mundo es (primero) mi representación”, para después, en el Libro II, afirmarse que “El
mundo es (también) voluntad”, y, en los dos libros restantes, sostenerse que “El mundo
es ambas cosas, mi representación y una objetivación de la voluntad”. El pensamiento
schopenheureano es todo eso, cada uno de esos pasos, y no tan sólo aquella afirmación
inicial, “abstracta” en un sentido hegeliano.
44
Julio Cabrera
Dos observaciones críticas -muy bien planteadas por J.A.M, en su comentario ÉTICA
INTEMPESTIVA- se presentan como posibles "fallos" de mi argumentación, en la CRÍTICA
DE LA MORAL AFIRMATIVA (Gedisa, Barcelona, 1996). Quiero decir tan sólo que ambas
son respondidas en el propio libro.
Primera Cuestión. "En primer lugar, su salto del ser al deber ser. Una cosa es que el dolor
sea estructural e inevitable, y otra afirmar que existir sea 'una transgresión moral
básica'(pág. 139) o que 'el ser mismo sea inmoral'(pág. 141)".
La respuesta a esta cuestión está en las páginas 41 y siguientes de mi libro. Hay, claro está, un
paso del ser al deber-ser, pero, según sostengo, un paso legítimo, que no comete la famosa
"falacia naturalista" de G. E. Moore.
En efecto, la conexión entre ambas esferas es la que existe entre el dolor estructural (que es un
hecho, y pertenece a la esfera del ser, como ya Schopenhauer lo mostró, El Mundo como
voluntad y representación, I Volumen, Libro IV) y lo que llamo la "inhabilitación moral" (que
pertenece a la esfera del deber-ser). El dolor, si cumple con tres características ("ser el propio
dolor", "ser físico" y "ser intenso") puede tener un poderoso e irresistible efecto de
inhabilitación moral. (Así, un enfermo terminal o un torturado, en la medida en que sufren
extraordinariamente, no pueden ni siquiera ser "estoicos" y hasta podría ser inmoral
exigírseles que lo fuesen).
la ética sólo puede ser afirmativamente ontologizada desde una perspectiva teológica,
implícita -según me parece- en el tratamiento de Jonas.
Segunda Cuestión: "Cabrera, después de haber negado el valor de la existencia, afirma que
'en una ética de primer grado, la vida del otro es absolutamente inviolable'(pág. 164). He
repasado el libro para ver cómo justificaba esta afirmación, pero no he conseguido
aclararme. Igual que todo sistema formal se basa en un axioma, me temo que la ética
necesita conceder algún valor a la vida humana para iniciar su construcción teórica. Si se
niega, no encuentro ninguna razón para mantener la inviolabilidad de la vida ajena".
La respuesta a esta cuestión está en varias partes de mi libro, pero sobre todo en el capítulo
sobre Ernst Tugendhat, y específicamente en la pág. 198: "...para declarar inviolable a la
persona humana no necesitamos de la idea de que ella es 'valiosa' o 'digna' o de que es
poseedora de un 'fin en sí misma'. Para construir la noción de la inviolabilidad, sólo
necesitamos una idea de la igualdad entre todos los hombres. Pero no estamos obligados a
concebir esa igualdad en términos afirmativos, puede tratarse de una igualdad negativa. Un
universo en el cual todos los hombres sean iguales - y, por tanto, inviolables unos para otros
- es lógicamente compatible con un universo en el cual los hombres no tengan absolutamente
ningún "valor en sí" o "intrínseco". La inviolabilidad se basaría tan sólo en el hecho de que
no existen ni pueden existir argumentos racionalmente defendibles en los que una persona
pueda legítimamente apoyarse para torturar, perseguir o matar a otra persona básicamente
igual a ella".
No hay aquí -ni precisa haberla- ninguna concesión a un supuesto "valor" de la vida humana,
para "iniciar la construcción teórica". La inviolabilidad no necesita de la idea de un "valor",
sino que necesita tan sólo de alguna idea de "igualdad". A pesar de que es difícil (como lo
muestra, por ejemplo, Rawls) formular esa igualdad en términos afirmativos, podemos
fácilmente percibir que somos todos negativamente iguales, en el sentido de que todos
nosotros carecemos, igualmente, de cualquier "valor intrínseco", de que el valor que seamos
capaces de obtener, lo obtendremos siempre "extrínsecamente". Esto es suficiente para
declarar la absoluta inviolabilidad de la persona del otro. (Ver Crítica, págs. 196/201).
En realidad, las dos Cuestiones presentadas en el comentario apuntan hacia dos aspectos que
parecen irrenunciables para el pensamiento afirmativo criticado en mi libro: la primera, que el
mundo no es ni bueno ni malo; la segunda, que para respetar a alguien hay que atribuirle un
2
454
valor positivo. Espero que uno de los méritos de mi libro consista, precisamente, en haber
conmovido estas dos fuertes convicciones.
3
455
Julio Cabrera
Pero los procesos de auto-identidad son tan complejos como los procesos motivacionales:
en qué momento puedo decir “yo mismo” no es algo simplemente dado sino una tarea a
cumplir. Tenemos que ganar el derecho de decir: “yo mismo”. Nuestra auto-identidad está
profundamente tejida con la piel y la sangre de los otros, y es por eso que, cuando alguien
próximo muere (sea o no por suicidio), se lleva una parte de “nosotros mismos”. Así,
cuando alguien se suicida, nunca se mata tan sólo a “sí mismo”,o, mejor dicho, mata
precisamente a ese “sí mismo” en donde ya está, desde siempre, el otro.
La trayectoria del tema del suicidio a lo largo del pensamiento filosófico ha sido, en
su inmensa mayoría, una historia de condenaciones. En la Grecia antigua, los suicidas eran
privados de honras fúnebres y mutilados, y sus bienes confiscados. Los dos más grandes
filósofos griegos condenaron, en general, el suicidio: Platón, por disponer de algo que
pertenece a los dioses, huyendo de la prisión en donde ellos nos pusieron (Fedón, 62c,
Leyes, IX, 873 c) y Aristóteles, por significar una injusticia hacia el Estado (Ética a
Nicómaco, V, 11, 1138 a). Plotino lo considera contrario al destino e incapaz de separar
adecuadamente el alma del cuerpo (Enneadas, I,9); San Agustín (La Ciudad de Dios, I, 20-
23 y 27) como pecado inaceptable en cualquier circunstancia. Santo Tomás (Summa
Theologica, II, 2, questio 64, artículo 5), como contrario a la naturaleza y pecado mortal,
ofensa a sí mismo, a la comunidad y a Dios. En la filosofía moderna, Locke lo condena en
passant al negar que pueda existir una libertad para auto-destruirse (Segundo Tratado sobre
457
el Gobierno Civil, II, 6). Spinoza lo rechaza por ir contra el conatus o “perseverancia en el
ser”, como acto cometido por espíritus impotentes guiados por ideas inadecuadas (Ética,
IV, Proposición XVIII, Escolio). Rousseau lo considera un crimen contra el derecho natural
y el Estado (Contrato Social, II, cap. V, y en La Nueva Heloisa, parte III, carta 22). Kant,
por constituir una acción no universalizable, en la cual la persona se usa a sí misma como
medio, ofendiendo la dignidad y desobedeciendo la ley moral autónoma que el ser humano
se da a sí mismo (Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, II, BA 54, y BA
66/7, Metafísica de las costumbres, Segunda Parte, I, par. 6, y Lecciones de Ética, “Del
suicidio”). Hegel admite que el hombre es el único ser que puede querer matarse
(Principios de la Filosofía del Derecho, Introducción, 5 y Primera Parte, I, 47), pero realizar
esta posibilidad es un “desequilibrio moral”, sólo admirable en “sastrecillos y criadas”,
porque el hombre, como miembro de una comunidad ética, no es dueño de su vida. (I, 70).
Hasta el ultra-pesimista Schopenhauer condena al suicidio por no conseguir negar la
voluntad de vivir que nos somete y esclaviza, siendo, por el contrario, la mayor
manifestación de esa voluntad (El Mundo como Voluntad y Representación I, sección 69).
De manera sumaria, en uno de sus carnets de anotaciones, Wittgenstein escribe: “Si el
suicidio está permitido, todo está entonces permitido (...) el suicidio es, por así decirlo, el
pecado elemental” (Diario Filosófico (Notebooks), anotación de 1.1.1917).
Una cuestión relevante para este tipo de tratamiento empírico de las “motivaciones”
del suicida, es la de si las mismas están vinculadas a componentes endógenos e innatos, o
tan sólo a acontecimientos psico-sociales exógenos perturbadores, o a ambas cosas. En su
libro clásico “El suicidio”, Émile Durkheim parte de esta diferencia entre lo que él
denomina “factores extra-sociales” y “factores sociales” del suicidio, poniendo entre los
primeros tanto a los factores hereditarios, que él trata en relación a los “estados
psicológicos normales”, cuanto a los que, genéricamente, él denomina “psicopáticos”.
Todos estos, según sostiene, tienen influencia nula o muy restringida en la cuestión del
suicidio. Su tesis central es que el suicidio es un fenómeno vinculado a la constitución y
organización de cada forma social. Desde el punto de vista sociológico, el suicidio debe
considerarse como un tipo de anomalía social. Sin embargo, Durkheim es cuidadoso en no
transformar esa anomalía en algo extraño: “(Los suicidios) no constituyen (...) una clase
aislada de fenómenos monstruosos (...) Son tan sólo la forma exagerada de prácticas
usuales” (Introducción)). Contra el punto de vista médico y psicológico, él se opone a la
idea de que el suicida deba ser un alienado mental. “Personas normales” también se
suicidan, mas tomando en cuenta “causas objetivas”, a diferencia del alienado, llevado por
fantasías y delirios (Id, cap. 1, II). El primer motivo estrictamente sociológico para el
460
suicidio sería, según Durkheim, el desprendimiento del individuo con respecto a un grupo
cohesivo y preservador, por ejemplo religioso o familiar (Id, cap. 2, IV; cap. 3, II). Pero así
como un deficit de integración lleva al “suicidio egoísta” del individuo aislado, un exceso
de integración lleva al “suicidio altruísta” de aquél que se inmola en nombre de la sociedad
que representa, anulándose como individuo (Id, cap. 4, I). Un tercer motivo de suicidio
sería la “anomía”, la crisis (económica, familiar, etc) de una sociedad que deja al individuo
confuso y sin puntos de referencia (cap 5, I).). En el abordaje sociológico, el suicidio es
visto siempre en función del espacio de acción y decisión que la estructura social deja al
individuo.
Desde hace mucho tiempo, las personas, simplemente, se suicidan. No lo han hecho
excepcionalmente, sino regularmente: hasta 1985, las estadísticas constataban que más de
2000 personas se suicidaban diariamente en el mundo, y que este número iba aumentando
gradualmente. En una estadística de 2005, se comprueba que más de 1.000.000 de personas
se suicidan por año, calculándose que este número llegue a 1.500.000 en 2020. Se pueden
buscar explicaciones psicológicas, sociológicas o antropológicas para estos números. Aquí
interesa explorar filosóficamente la idea del suicidio como “posibilidad de la existencia”.
Sin esta reflexión, tendemos a ver al suicidio con una actitud de profundo extrañamiento,
como algo que viene “de afuera”, creando miedos, culpas y supersticiones. No analizaré
aquí los argumentos, ya suficientemente conocidos, en pro y en contra de una posible
moralidad y racionalidad del suicidio (Ver bibliografía). En un abordaje de filosofía
existencial, no se trata de colocarse “en favor” o “contra” del suicidio, aun cuando de tal
análisis puedan derivarse actitudes a este respecto. Esta indagación se ubica dentro de lo
que llamo una “bioética existencial”, como aspecto de una apropiación latino-americana de
la filosofía europea de la existencia (sobre todo Heidegger y Sartre).
Para pensar la cosa misma “suicidio”, interesa señalar hacia las relaciones entre
suicidio y “valor de la vida humana”, tratando de romper el prejuicio de que quien se
461
suicida “no da valor a la vida”, y quien continúa viviendo se lo dá. Ninguno de los
denigradores del suicidio lo ha condenado en nombre de un presunto “valor de la vida”:
Platón, Aristóteles, Plotino, Agustín, Tomás, Rousseau y Hegel lo condenaron porque los
humanos no podían decidir algo que estaba en manos de los Dioses, el Cuerpo Político, el
Estado ético o Dios, y no porque la vida fuera algo “valioso”: sería posible que los Dioses,
el Cuerpo Político, el estado ético y Dios exigieran al ser humano conservar algo malo, por
deber o respeto. A lo largo de la filosofía clásica hasta el siglo XIX, encontraremos relatos
de la condición humana pintados en colores negros, como lugar de dolor, sufrimiento,
agonía, caída, pecado, falta, expiación y penitencia. El rechazo del suicidio dentro de este
marco no proviene, pues, de las “bondades” de la vida, sino, en todo caso, de la esperanza
de una vida mejor, fuera de este mundo. Esta “galería nihilista” parte, por lo menos, de
“Los trabajos y los días”, de Hesíodo, y aún muestra sus resonancias en los escritos de Kant
y Schopenhauer. Después de la “muerte de Dios”, anunciada por Nietzsche, los filósofos
del siglo XX dejan de denigrar el mundo. Así, la historia de la filosofía parece rebatir la
idea de que el suicidio deba ser rechazado porque la vida humana sea algo valioso, pues la
época en la que el suicidio fue más condenado (la era cristiana), también fue la época de
mayor denigración del mundo y glorificación del otro, mientras que en la época en la que el
suicidio comienza a ser más aceptado (siglo XIX), la revalorización de la vida no lo
excluye como una de sus posibles formas.
10
Existen, de hecho, suicidas delirantes (y delirantes que no se suicidan), pero esto no puede
considerarse definicional. El propio recurso al delirio y la fantasía (sea que lleven o no al
suicidio) también puede estar profundamente motivado en lo real (o en su “falta de
sustentación”): es algún aspecto de lo real (del ser-mortal del ser) lo que lleva a la
depresión, al fantasear o al suicidio.
Bibliografia.
ALVAREZ A (1974). The Savage God. A study of Suicide. London: Penguin Books.
CABRERA Julio (1996). Crítica de la Moral Afirmativa. Barcelona: Gedisa, Barcelona.
CAMUS Albert (1942) Le Mythe de Sisyphe. Paris: Gallimard.
COMTE-SPONVILLE André (1996). Impromptus. Paris: PUF.
DURKHEIM Émile (1960). Le Suicide: étude sociologique. Paris: PUF.
FAIRBAIRN Gavin J (1995). Contemplating suicide: the Language and Ethics of Self-
Harm. London: Routledge.
GUEDES VENEU Marcos (1993). Ou não ser. Uma introdução à História do Suicídio em
Ocidente. Brasilia: Editora da UnB.
465
11
SCHNEIDMAN Edwin (1996). The Suicidal Mind. New York: Oxford UP.
Algunos abordajes no filosóficos del suicidio. Según una cierta concepción de lo que sea la
filosofía, se ha considerado que las cuestiones importantes del pensamiento pasan por una
primera etapa filosófica de carácter metafísico, hasta que reciben un tratamiento científico
que las pone “en el buen camino”, soterrando para siempre su pasado especulativo, como si
la reflexión fuese una especie de arcaísmo superable. El suicidio no ha sido una excepción a
este punto de vista: abordajes médicos, psicológicos, sociológicos, antropológicos,
biológicos, jurídicos, históricos, económicos y estadísticos han sido presentados para
explicar el “fenómeno” y ofrecerle “salidas”, sean sanitarias o legales. Pero las actitudes
científicas hacia el suicidio han conservado, en diferentes grados, la actitud
substancializada y moralista ya presente en el abordaje filosófico (Ver Suicidio: aspectos
filosóficos), considerándolo como enfermedad, anomalía social o crimen, según el punto de
vista adoptado. Es problemática esta concepción de la filosofía como mero antecedente
reflexivo de la ciencia, que sugiere que la cuestión del suicidio se resuelve o es mejor
tratada cuando se abandona la reflexión filosófica en beneficio de un tratamiento
“objetivo”. Al contrario, con eso puede perderse de vista la carne y la sangre de la cuestión
misma, en la medida en que vivencias y auto-determinaciones pueden resistir al tratamiento
objetivo. La filosofía aún debería ser mantenida como farol crítico del abordaje científico
objetivo mismo. Desde el punto de vista médico y psicológico, el suicidio, o ya sus meras
tentativas, ha sido visto como patológico, como enfermedad que precisa de observación,
diagnóstico y prevención. La idea de matarse aparecería en personas que atraviesan algún
tipo de “crisis”, sea o no orgánicamente apoyada, durante la cual pierden el control de sí
mismas (están “fuera de sí”), caen en estados depresivos, pierden el contacto con la realidad
(alucinan y son presas de fantasías), y practican auto-agresión en consecuencia de ese
estado mórbido. Se trata de personas que precisan ser asistidas, como en el caso de
cualquier otra enfermedad. Las motivaciones del suicidio suelen vincularse con diferentes
manifestaciones de la frustración y la decepción, traducidas en deseos de fuga de una
realidad penosa y acesso a una realidad mejor (en donde se reencuentran personas y objetos
466
12
Una cuestión muy relevante para este tipo de tratamiento empírico de las
“motivaciones” del suicida - lo que nos lleva naturalmente del abordaje psicológico al
sociológico - es la de si las mismas están vinculadas a componentes endógenos e innatas
tendencias a estados depresivos, virtualmente conducentes al suicidio, o tan sólo a
acontecimientos psico-sociales exógenos perturbadores, o a ambas cosas. Expresado con
categorías modales, se trataría de la diferencia entre un cierto tipo de “necesidad”
endógena del estado depresivo pré-suicidio, o de un encaminarse a él a través del puro
467
13
dejarse afectar por las “contingencias” del mundo (rechazos afectivos, problemas laborales,
oscilaciones económicas y de prestigio, enfermedades graves propias, enfermedades y
muerte de personas próximas, etc). Este “dejarse afectar” parece siempre mediado por la
particular receptividad de cada individuo (por aquello que cada individuo es capaz de hacer
con esas “contingencias”), lo que impide trabajar con categorías de una universalidad omni-
abarcante. El depresivo “exógeno” sería una especie de mal administrador de aquellas
“contingencias”, alguien que ya no consigue solucionar problemas en el mundo exterior y
los transfiere al (o los mantiene en el) plano intrapsíquico, consumiendo una gran parte de
su yo y desistiendo de la lucha con el mundo. En su estudio clásico sobre el suicidio -
paradigma, hasta hoy, del abordaje sociológico de la cuestión - Émile Durkheim parte de
esta diferencia entre lo que él denomina “factores extra-sociales” y los “factores sociales”
del suicidio, pero poniendo entre los primeros tanto a los factores hereditarios e innatos,
que él trata en relación a los “estados psicológicos normales”, cuanto a los que,
genéricamente, él denomina “psicopáticos”. Todos ellos, según sostiene, tienen influencia
nula o muy restringida en la cuestión del suicidio. Su tesis central es que el suicidio es un
fenómeno vinculado a la constitución y organización de cada forma social. Los factores
“endógenos” (orgánicos o psicológicos, como la imitación, que tornaría al suicidio
“contagioso”) son insuficientes para explicar el fenómeno. Desde el punto de vista
sociológico, el suicidio debe considerarse como un tipo de anomalía social. Sin embargo,
Durkheim es cuidadoso en no transformar esa anomalía en una monstruosidad extraña:
“(Los suicidios) no constituyen, como se podría creer, un grupo totalmente aparte, una
clase aislada de fenómenos monstruosos (...) Son tan sólo la forma exagerada de prácticas
usuales” (El Suicidio. Estudio de Sociología. Introducción)). Esto lleva a Durkheim a
aceptar una noción muy amplia de “suicidio”. Contra el punto de vista médico y
psicológico, él se opone fuertemente a la idea de que el suicida deba ser un alienado mental.
“Personas normales” también se suicidan, mas tomando en cuenta “causas objetivas”, a
diferencia del alienado, llevado por fantasías y delirios (Id, cap. 1, II). Utilizando
exhaustivamente estadísticas y cuadros sinópticos, el autor muestra amplios grupos de
suicidas en donde el factor locura está ausente: “La tasa social de suicidios no
mantiene...ninguna relación definida con la tendencia a la locura...” (Id, IV). El primer
motivo estrictamente sociológico para el suicidio sería, según Durkheim, el
468
14
desprendimiento del individuo con respecto a un grupo cohesivo, por ejemplo religioso o
familiar: mientras más iniciativa y libertad se deja al individuo, menos amparo e
integración le ofrece el grupo (Id, cap. 2, IV). La religión, en particular, protege al hombre
contra el deseo de destruirse, por ser ella una sociedad cohesiva. La familia constituye otra
sociedad en este mismo sentido integrador y preservador (Id, cap. 3, II). El segundo motivo
sociológico para el suicidio es, si se quiere, contrario al anterior. Así como un deficit de
integración lleva al “suicidio egoísta” del individuo aislado, un exceso de integración lleva
fácilmente al “suicidio altruista” de aquél que se inmola en nombre de la sociedad que
representa, anulándose como individuo (Id, cap. 4, I). Las muertes de héroes y guerreros
son consideradas como suicidios, siguiendo la noción amplia que fue adoptada antes. Un
tercer motivo sociológico de suicidio es la “anomia”, la crisis (económica, familiar, etc) de
una sociedad que deja al individuo confuso y sin puntos de referencia, aun cuando se trate
de una crisis de buenos resultados (cap 5, I).). En el abordaje sociológico, el suicidio es
visto siempre en función del espacio de acción y decisión que la estructura social deja al
individuo.
Crítica a los abordajes empíricos del suicidio. El equilibrio siempre inestable entre la
mortalidad del ser y los valores creados en el intra-mundo (Ver: Valor de la vida,
Mortalidad y Suicidio), común a todos los humanos, suicidas o no, instaura lo que se puede
llamar una condición de “falta de sustentación del ser”, o de su “insuficiencia”, en el
sentido de que el “continuar viviendo” necesita siempre de algo como de un refuerzo muy
fuerte (altamente fantasioso) para efectuarse: el ser “no alcanza”. No podemos,
simplemente, “dejarnos vivir”, porque, en ese caso, el ser nos mataría instantáneamente:
debemos, permanentemente, hacer un gasto de entes suficientemente alto para poder
soportar el ser. (Bien que lo han sabido los torturadores de Alcatraz y otras famosas
prisiones del mundo, en donde la mayor tortura no consistía en lesionar el cuerpo del
prisionero, sino en simplemente dejarlo solo en una pequeña celda, sin nada para hacer, en
contacto con el puro ser, sin entes. Si el ser fuera algo bueno, esto no sería, para un ser
humano, la peor de las torturas). Nacemos ya en esa radical “falta de auto-sustentación” que
no puede sino constituirse como ocultación y fuga, nunca como algo positivo, mas como
469
15
reacción. Dentro de este cuadro, el suicidio puede verse como una respuesta posible a la
falta de auto-sustentación del ser.
Los “motivos” de suicidio, estudiados por los tratamientos empíricos (deshonra,
venganza, dolor insoportable, etc) pueden ser vistos como despliegues de la situación
estructural (ME) proporcionada por la “mortaleza”, tanto los estrictamente naturales
(enfermedades) como los humanos (desconsideración). No son, pues, puramente
“circunstanciales”. La “depresión” o la “des-adaptación social” se apoyan, en última
instancia, en el Gran Motivo Estructural, desde siempre presente, que hace del suicidio una
posibilidad de la existencia al lado de otras. La “depresión”, tan estudiada por psicólogos y
psicoanalistas, es particularmente interesante dentro de esta cuestión de las “motivaciones”
del suicidio, puesto que, vista estructuralmente, la condición humana debería considerarse
como profundamente “deprimente”, siendo enigmático que no nos deprimamos más
frecuentemente por causa de ella. Por el contrario, vemos a la depresión como una
enfermedad eventual, cuando, en verdad, deberíamos verla como una reacción bastante
natural hacia la estructura mortal del ser, que constituye nuestra condición en el mundo.
Tan sólo el poderoso e incansable trabajo de la ocultación del ser, a través de la creación
intra-mundana de valores, impide verlo de esa manera. Siendo así, es discutible lo que a
menudo se ha dicho del suicida, en general, de que él estaría como “fuera de sí”, sufriendo
una “pérdida del sentido de realidad”, alucinado y dominado por “ilusiones y delirios”.
Existen, de hecho, suicidas delirantes (y delirantes que no se suicidan), pero esto no puede
considerarse definicional. El propio recurso al delirio y la fantasía (sea que lleven o no al
suicidio) también puede estar profundamente motivado en lo real (o en su “falta de
sustentación”): es algún aspecto de lo real (del ser-mortal del ser) lo que lleva a la
depresión, al fantasear o al suicidio.
Para continuar viviendo sí necesitamos, imperiosamente, de ilusiones, fantasías y
cautelosos distanciamientos de la estructura mortal del ser, para que la misma no nos hiera.
Si la condición humana es tan trágica como la tradición filosófica siempre la presentó,
mucho más que “condenaciones” al suicidio serían plausibles elogios a quien consigue
continuar. (Si matarse no es, casi nunca, heroico, sobrevivir siempre lo es). Entre esas
ilusiones sustentadoras, las más eficaces son, posiblemente, las prácticas religiosas, el
ejercicio de las artes y la formación de una familia. Ellas funcionan competentemente como
470
16
protecciones contra el ser. Durkheim muestra cómo las personas que no tienen estos
vínculos están más desprotegidas delante de la posibilidad del suicidio. Suponiendo que
esto sea verdad, religión, arte y familia no niegan el carácter problemático del mundo, sino
que lo confirman: el mundo es algo que se soporta mejor a través de algún tipo de delirio
sustentador (artístico o religioso) y mejor acompañado que solitario (familia). Estas cosas
alejan del ser, hunden en los entes, tranquilizan, y hacen la vida “llevadera”. Durkheim, de
alguna forma, así lo reconoce en las partes más filosóficas de su famoso libro, por ejemplo
cuando se refiere a la dificultad que los individuos tienen de “soportar con paciencia las
miserias de la existencia” fuera de comunidades cohesivas (El Suicidio, cap. 3, VI). “El
individuo, por sí solo, no es un fin suficiente para su actividad. Es muy poca cosa. (...) aun
cuando sea posible ocultarnos, en cierta medida, la visión de la nada, no podemos
impedirla existir; sea lo que sea lo que hagamos, ella es inevitable” (Id). Las tesis
principales del libro ya muestran que si los humanos se alejan demasiado de la sociedad,
corren el riesgo de suicidarse, pero que si se adaptan demasiado a ella, también; y si la
sociedad sufre crisis, el riesgo del suicidio aparece nuevamente. Durkheim acaba
mostrando que casi no hay ningún momento social en que el suicidio no esté plenamente
motivado, que el “punto no-suicida” es inextenso. Aquí asoma la estructura mortal del ser,
en medio de estadísticas y gráficos: a final de cuentas, cualquiera que sea la dirección de la
organización social, el suicidio continúa allí, precisamente porque ella no es una posibilidad
de tal o cual estructura social, sino que puede verse como una posibilidad de la existencia
misma.
471
JULIO CABRERA
(a) La vida es mala por estar marcada por su terminalidad estructural y por tres
tipos de sufrimiento: dolor físico, desánimo psicológico e inhabilitación moral. De esto
se sigue una tesis antinatalista: mejor no procrear; (b) En el caso de la abstención no hay
nada para posicionarnos, positiva o negativamente; en el caso del aborto, hay algo; (c)
Para decidir si ese algo es alguien, en lugar de adoptar los “indicadores de humanidad”
como criterios adoptamos una perspectiva hermenéutico-existencial (heideggeriano-
sartreana) de lo humano: el embrión y el feto tienen actualmente (no potencialmente)
estatus existencial; son modos de ser finitos, contingentes y absurdos, arrojados en la
facticidad de la existencia y con una forma peculiar humana de ser-para-la-muerte; (d)
Cuando no hay nada, podemos abstenernos de procrear basados en que la vida es mala,
pues no hay ninguna autonomía a ser ofendida; pero una vez generada una existencia,
no podemos terminarla pues cada existencia tiene derecho a consumar su propia
terminalidad; (e) Aunque el naciente no tiene autonomía de primera persona para
decidir, los posibles abortadores sí la tienen y pueden entender que esa existencia deberá
decidir qué hacer con la terminalidad de su ser. Los abortadores tienen el mismo estatus
existencial del posible abortado y no tienen legitimidad moral para decidir sobre su
simple descarte para el propio beneficio; (f) Esta línea de argumento prueba que el
aborto es moralmente ilegítimo, pero la decisión de abortar debe dejarse a los
involucrados. En la complejidad de las acciones humanas puede ser moralmente
justificado hacer algo inmoral, que no se volverá moral por eso. Del argumento no se
desprende, pues, ningún tipo de penalización del aborto.
Preliminares
4. Mi línea de argumento nada tiene que ver con la usual controversia entre
“liberales” y “conservadores”, o entre los “pro-vida” y los “pro-elección” (esto
es el inconveniente de tener que filosofar y pensar dentro de comunidades que
ya le dieron una dirección determinada al tratamiento de un problema, de tal
forma que, por ejemplo, si uno ataca al aborto, lo van a clasificar, de inmediato,
entre los conservadores, religiosos y retrógrados). Se verá que mi línea de
473
argumento concuerda, a veces, con los liberales, otras veces con los
conservadores, y que no es ni pro-elección ni, mucho menos, pro-vida.
Es claro que una pregunta intuitiva inicial ya es: por qué un abordaje negativo, que
tiene una visión pésima del valor de la vida humana, no sería pro-aborto, ya que esto
salvaría una persona de los horrores del mundo. Pero prefiero dejar para más adelante la
explicación de por qué el abordaje negativo es a favor de la abstención pero contra el
aborto.
Mi argumento no es totalmente original en su contenido ni estructura, pero sí lo es
en la tentativa de ofrecer una especie de deflación del argumento tradicional anti-aborto.
El argumento tiene dos premisas éticas bien generales, y dos premisas específicas sobre
el feto. Es el siguiente:
El argumento
Acerca de (P1).
Esta premisa es una versión deflacionada del “¡No matarás!”. (Se encontrará otra
formulación un poco diferente en mi artículo del libro “Bases conceptuales de la
bioética”, como la matriz Z1 del matar otro humano).
Aquí “eliminar” incluye, en principio (pues habría que ver casos concretos) tanto el acto
de matar como la omisión de auxilio posible que culmina con la muerte de alguien. La
omisión también es un acto, en el sentido de que es decidido por alguien y tiene
consecuencias. Quedarse quieto es una forma del moverse, no actuar, una forma del
actuar. (Aquí pueden traerse a colación fuentes tan diversas como el análisis sartreano
de la acción y las lógicas deónticas de Von Wright). De tal forma, el “dejar morir” es
tan culposo como el matar activo, si existen formas de actuar que fueron omitidas (y si
no hay ningún pedido por parte del interesado). (Yo creo que este acento en el “dejar
morir”, que no sería un matar activo, es una tentativa de disminuir las propias culpas en
la muerte de alguien, ya que la omisión oculta su carácter de acto elegido y con
consecuencias; pero el matar no es sólo activo; los que dejamos morir pudiendo ser
salvos son también nuestras víctimas).
Ser un ser existente no tiene ningún valor especial, ni ningún privilegio o distinción o
cualidad especial. Matar a otro existente no le quita nada de especialmente valioso (al
contrario, posiblemente lo libere de mucho sufrimiento), pero quita algo que el otro
prefiere conservar y administrar a su manera. La inviolabilidad de un existente se basa,
pues, en la tenencia de algo sobre lo cual es auto-determinado, y no en la tenencia de
475
algo particularmente “valioso”. (Esto, espero, se aclarará mejor con las explicaciones
del paso crucial (P3)).
Acerca de (P2).
Esto, como (P1), es una regla general, por tanto, válida tan sólo prima facie. Entiendo
por “desamparo” la situación en que alguien o un grupo o un país están fragilizados,
debilitados, o en posición de desventaja de cualquier tipo, numérica o cualitativa.
Ancianos y niños están más desamparados que adultos de media edad o jóvenes,
personas enfermas están más desamparadas que sanos, y personas con ciertas
características discriminadas (como negros, mujeres o homosexuales) están a principio
más desamparados que blancos, hombres y heterosexuales en sociedades que los
favorecen, o que no los discriminan. Parece razonable ponerse al lado del más
desprotegido, aun cuando ésta sea una posición funcional que puede cambiar; el más
desamparado puede transformarse en amparado, o inclusive en dominador y causador de
sufrimiento de otros (un buen ejemplo de esto es Israel, que comenzó desamparado y
ahora adquirió un poderoso predominio). Hay quienes pueden aprovecharse de su
propio desamparo para dominar o perjudicar. (El caso de ancianos y niños tiránicos).
Podemos mantener la regla aun cuando critiquemos o ataquemos a aquellos que ayer
defendíamos como los más desamparados; se trata, pues, de una regla flexible, pero su
sentido general parece muy razonable. También puede ocurrir con las reglas éticas en
general, como P1 y P2, que las dos partes la acepten, pero que no acepten que, en el
caso particular X, a o b sean los más desamparados (por ejemplo, quien es el más
desamparado en una situación de guerra puede ser muy difícil de decidir).
Acerca de (P3)
La objeción más común a este paso – en las argumentaciones que usan la noción de
“persona”, “potencia” y demás términos metafísicos, que no se usan aquí - es que es
difícil, o tal vez imposible, determinar el momento preciso en el que ese algo que surgió
después del acto sexual se transforma en alguien, en una “persona” (en el abordaje
tradicional), en un “ser humano”, dicho más en general, o en un existente, en el abordaje
heideggeriano que se sigue aquí.
(En el abordaje negativo, no usamos la expresión “tener derecho a la vida” (que aparece
en preguntas como: “¿En qué momento podemos decir que ese ser tiene derecho a la
vida?”), porque eso pasa la idea de que la vida es un bien o un privilegio. En una
filosofía pesimista tal vez sea más razonable defender un derecho de no nacer, a
continuar no siendo. Lo que nos interesa es en qué momento ese ser se torna inviolable
(lo que no implica que su vida sea un bien, sino, en todo caso, un mal que es sólo de él,
y sobre el cual él mismo tendrá que decidir)).
476
(Esto tiene como corolario algo que Heidegger trata en otro libro, de la misma época
que Ser y Tiempo, Conceptos fundamentales de la Metafísica: los animales no son
existentes, ellos tienen otra forma de ser. Para ellos – por ejemplo, para el aborto o
infanticidio de animales – tenemos que introducir otras líneas de argumentación. Ser
humano no es ningún privilegio, ni, mucho menos, marca ningún tipo de superioridad;
al contrario, la forma de vida humana es, posiblemente, la más miserable de todas; pero
el humano tiene un peculiar modo de ser, que es la existencia; eso es todo. Un existente
podrá o no transformarse en un ser moral, pero no precisa de eso para ser respetado; aun
cuando no sea un ser moral y represente un peligro para nosotros, podremos
defendernos de él, pero esto no implica desconsiderarlo o tratarlo como no humano,
porque aún ser un monstruo o un animal es una posibilidad existencial del humano y
sólo de él. Los animales no tienen la posibilidad existencial de ser animales.
Aunque ese algo que está siendo generado demore algunos días, semanas o meses en
transformarse en viable; y aunque después de eso, el ser humano demore muchos años
en adquirir sus “indicadores de humanidad” y tornarse un ser auto-consciente, con
sentido del pasado y del futuro, preocupado con los otros, con preferencias, deseos
conscientes, pensamientos, decisiones morales, comunicación con los otros, etc, él ya
es, desde que es generado, un Dasein primitivo y elemental, un ser arrojado ahí, para la
muerte, finito, que padece, que tiene que defenderse, o sea, un Dasein de punta a punta.
(Ver mi artículo de “Bases conceptuales de la Bioética”). No importa que no sea Dasein
para sí mismo, pero es Dasein para los otros que pueden observarlo de afuera y en
tercera persona. El hecho de que ese existente elemental no tenga consciencia y no sepa
que es inviolable no significa que su inviolabilidad no pueda ser entendida por los otros
desde el comienzo. (La inviolabilidad es una cuestión social, no subjetiva; son los otros
los que me consideran o no inviolable, desde afuera, sin que yo necesite tener
consciencia de eso).
478
El problema habitual, que se coloca en la versión del argumento que usa la noción de
“persona”, es: ¿a partir de cuándo ese algo que fue puesto en el cuerpo de la mujer se
torna un existente, un Dasein? Bueno, desde siempre; ese “algo” es un algo humano, no
es un algo gatuno o perruno, es un algo que fue puesto por un humano (por métodos
naturales o artificiales) en otro humano, y que es algo que se desarrollará como humano;
al ser humano extensivo con ser existente, o ser Dasein, ese algo es ya un algo existente,
en cierta etapa muy primitiva de su desarrollo.
Éste es el núcleo del argumento “conservador” que interesa retener aquí, sólo que no
necesitamos utilizar la noción metafísica de “potencia”, que nos obliga a decir algo tan
enigmático como que el feto es, actualmente, un “ser potencial”, o un ser que tiene “en
potencia” ciertas “propiedades”. El abordaje heideggeriano no es de propiedades, sino
de modos de ser; ese algo que fue puesto en el cuerpo de la mujer no es evaluado como
humano por sus propiedades, sino por su modo de ser; y ese modo de ser ya está
originariamente en ese algo. El feto no tiene nada existencialmente “en potencia”; el
feto es, ya, actualmente, un existente, en el sentido de algo arrojado ahí; irá adquiriendo
las otras dimensiones de su modo de ser poco a poco. El feto está colocado en una
continuidad monótona, determinada científicamente (no es especulación), que establece
que, de no haber intervención externa, atravesará facetas perfectamente previsibles y
terminará siendo un existente tan infeliz y tan preocupado como nosotros somos ahora,
con todas sus características nada animadoras.
puede tratar de convencer a mis obreros de que no me ayuden (diciéndoles que no les
voy a pagar), o puede destruir las paredes que ya conseguí levantar, o puede quemar la
casa entera si fue terminada. En los primeros tramos, no hay aún una casa (así como no
hay humanidad plena en un feto), pero hay los materiales con los cuales,
monótonamente, construiré mi casa; si alguien roba o destruye ese material, no está
ciertamente destruyendo ninguna casa, porque no hay casa para destruir, pero sí está
destruyendo las condiciones para construir la casa; me está perjudicando, me está
haciendo un daño aun cuando la casa todavía no exista; esa persona está cometiendo una
falta moral conmigo aunque no esté destruyendo mi casa, porque no hay casa todavía. Y
eso se puede decir de cualquier punto de ese proceso. Con el agravante de que la
gestación de una vida humana es mucho más monótona que la gestación de una casa. De
esta forma, no es sólo éticamente errado perjudicar el producto terminado de un proceso
(aquello que sabemos plenamente humano), sino la damnificación de cualquier
momento del proceso que monótonamente conduzca a ese producto.
El argumento de la continuidad monótona es muy fuerte, y por eso desagrada mucho a
los pro-aborto. Pero es claro que en el abordaje negativo de la argumentación es siempre
posible rechazar cualquier argumento, y construir otra línea de argumento que funcione
sin el argumento de la continuidad. Pero es significativo que autores como Tooley
tengan que sofisticar enormemente sus argumentos para enfrentarlo. El grado de
sofisticación de la objeción puede estar mostrando que una línea de argumento, aunque
siempre contestable, tiene mucha fuerza. Por contraste, por el grado de sofisticación a la
cual se obliga a la otra parte, el carácter “rebuscado” y técnico del contra-argumento
puede mostrar que el argumento criticado es muy bueno.
El hecho de tratarse de un feto humano viable, del que se sabe que nacerá “saludable”
(en el sentido totalmente frágil de nuestra inestable salud, como presentada por Jorge
Orgaz), es importante, porque si el feto fuera “enfermo”, o tuviera cualquier tipo de
anomalía, (P3) no se aplicaría, puesto que, en la situación monótona, él no llegaría a ser
un ser como nosotros, sino algo mucho peor; y tampoco se cumpliría (P1), porque al
eliminarle en ese caso (como veremos mejor después) no estaríamos actuando
exclusivamente en nuestro beneficio, sino en el suyo propio; al eliminarle en esas
condiciones, también estaríamos aplicando correctamente el (P2), ya que estaríamos
tomando la mejor decisión a favor de la perspectiva del más desamparado.
Creo que asumiendo el punto de vista existencial, desaparece ese problema, tan
declamado, de en qué momento podemos decir que tenemos delante un ser humano; la
respuesta en mi argumento es, como vimos: desde siempre. Lo que es generado es ya un
existente. Pero si hubiera alguna manera de traer de nuevo esta objeción a cuento,
sosteniéndose que es difícil apuntar un momento en que eso en el cuerpo de la madre se
torna un existente (no imagino cómo se pueda argumentar esto, pero las líneas de
argumento son muchas y hay que prever esto), yo tengo tres respuestas.
10
(3). En medio de esta discusión acerca de la humanidad del que va a ser abortado,
habría que gastar algún tiempo preguntándose por la humanidad de quien aborta. Pues
tanto en el abordaje tradicional de los “indicadores de humanidad” como en el abordaje
existencial heideggeriano, estas propiedades y modos de ser no están garantizados sino
que tienen que ser constituidos históricamente a través de proyectos y acciones.
Tomando los “indicadores de humanidad”, uno siente, delante de las listas de Tooley o
Singer, que ellas son tan exigentes que posiblemente la mayoría de los adultos que están
pensando en abortar no consiguen satisfacerlos a todos. Esto torna plausible preguntar
hasta qué punto las personas adultas que deciden abortar están siendo plenamente auto-
conscientes, preocupados con los otros, tienen preferencias conscientes, pensamientos
racionales, decisiones morales, comunicación con los otros, etc. ¿En qué etapa de su
humanidad se encuentran los que abortan? ¿Son plenamente humanos esos que están
permitiéndose decidir sobre la humanidad del feto, los que toman fríamente la decisión,
los que se someten a abortos increíblemente crueles? ¿No son personas particularmente
frías e insensibles las que pueden llegar al acto de abortar? ¿O no se tornan frías e
insensibles después de practicarlo? (Me parece notar mucha culpa en los que abortaron,
y los argumentos utilitaristas pueden ser recursos para tratar de disminuir ese
sentimiento de culpa, al convencerse de que lo que fue eliminado no era realmente
humano).
Acerca de (P4)
El feto es el más desamparado en la situación de procreación porque es su propio ser lo
que está siendo manufacturado; todos los otros involucrados también pueden ser
481
11
desamparados, pero sus desamparos adultos son menores, porque siempre se refieren a
algo que ya no es su ser mismo, sino alguna propiedad o situación delante de la cual
sería posible defenderse o contra-atacar. Alguien siempre puede alegar que un montón
de células no puede tener una perspectiva, y es cierto; no puede tener una perspectiva de
primera persona; pero nosotros, que estamos aquí con todas nuestras propiedades y todo
nuestro modo de ser, y especialmente los abortadores, sí podemos entender que hay una
perspectiva del feto que él no está en condiciones de defender; hay, sí, una perspectiva
del feto de tercera persona, que no existirá si los existentes maduros deciden que no van
a considerarla.
A veces se habla del feto como de un intruso en el cuerpo de la madre, para afirmar o
sugerir que ésta puede librarse de él sin problemas. Judith Thompson, afirma: “A final
de cuentas, no podemos olvidar que la madre y el naciente no son como dos inquilinos
de una casa pequeña que, por causa de un engaño lamentable, fue arrendada a ambos; la
casa pertenece a la madre” (Jarvis, p. 33). Sobre todo en caso de estupro, se dice que la
madre no abrió voluntariamente su casa, sino que ella fue invadida; el hijo producto de
estupro parece doblemente intruso en el cuerpo de la madre (p. 38). Pero no sólo en caso
de estupro: cuando los padres tomaron todo tipo de precauciones para no tener hijos, y
los métodos fallaron y ella quedó embarazada, no existirían, según esta posición,
deberes para con hijos indeseados, que también serían vistos como intrusos o invasores
(p. 47-48).
En su artículo, Schwarz ataca la teoría del carácter intruso del feto. Él dice que si la
madre ve al propio hijo como un intruso, eso habla mal de la mentalidad de la madre; el
hijo está en donde debe estar. Yo añadiría: en donde lo pusieron involuntariamente, en
donde él tal vez ni siquiera quería estar. Hay aquí un elemento de asimetría muy
importante, que diluye la idea de “intrusión”. Yo no me introduje como un intruso en el
cuerpo de mi madre, yo fui traído a ese lugar a la fuerza sin ninguna posibilidad de
consentimiento; así, de la misma manera desconsiderada en que fui traído, ahora soy
desechado como un obstáculo. (Aquí Schwarz hace alusión a la “dádiva” o “privilegio”
de ser madre; aquí, claro, ya no lo acompaño; no preciso de esos elementos). Si alguien
se refugia en mi propia casa y precisa de mi ayuda (como ocurría tanto en épocas de
guerra), no puedo expulsarlo alegando que se trata de mi casa (inclusive, en ciertas
circunstancias, no es éticamente admisible que lo expulse, aun cuando albergarlo
represente un gran peligro para mí; aunque pueda ser éticamente comprensible que lo
expulse, o sea, que haga algo anti-ético.
Si esta línea de argumento prueba que el aborto es anti-ético en general, con las únicas
excepciones apuntadas, de esto no se sigue que el aborto deba ser legalmente
criminalizado. Abortar o no continúa siendo una opción personal de los existentes
maduros. Pero lo que pretendo haber demostrado es que esa opción no es una opción
entre dos tipos de moralidad, sino una opción entre lo que es moral y lo que no lo es.
482
12
Usted puede abortar si quiere, pero no podrá llevarse a la moralidad consigo, si mi línea
de argumento es sostenible. Y lo que interesa aquí es que, en esa línea de argumento, el
aborto es anti-ético; no necesitamos tornarlo ilegal.
Esta conclusión no permite decir que quien comete aborto es un asesino (un término
excesivo que sólo se usa retóricamente y del cual no precisamos; el asesinato tiene una
problemática propia y peculiar, sus propios términos y problemas; aborto no es
asesinato; tiene que ver con una forma particular de cohibir el desarrollo de un humano
existente, de la cual el asesinato es una modalidad peculiar que el aborto, en la mayoría
de los casos, no cumple. Sin embargo, es conveniente ver el acto de abortar en toda su
violencia, inclusive cuando es producto de omisión. “…abortar es matar al niño,
desmembrándolo o quemándolo con veneno (…) “Otro aspecto de esta relación es el
hecho de que A tiene poder absoluto sobre B, el poder de destruir B. El aborto es el
ejercicio de ese poder” (Schwarz), en donde el autor acentúa la cuestión de la asimetría
y el desamparo, que también yo acentúo.
Esta conclusión establece que el aborto es anti-ético en todos los casos en que el feto es
viable. En mi artículo de “Bases”, se presenta esta cuestión con más detalle. (Es bueno
ver antes la matriz de la abstención, para ver las diferencias con la situación de aborto).
Dos de los casos que los “liberales” defienden como siendo legítimos, incluso por ley,
aborto por estupro y para salvar la vida de la madre, no son aceptados por la presente
línea de argumentación. (Tooley argumenta bien que sería incoherente por parte de los
anti-aborto abrir una excepción en esos casos). La dispensa de un feto viable tan sólo
porque estorba parece el colmo de la manipulación. En el caso del feto inviable, esto no
ocurre, porque en este caso el aborto es hecho, por única vez, en beneficio del feto, y no
dispensado como estorbo para los otros. Y en esto, me separo de los “conservadores”.
Aquí parece interesante introducir algún tipo de cálculo (pero esto no nos transforma en
utilitaristas; el utilitarismo es algo más complicado). Cuánto sufrimiento es posible
soportar en el cumplimiento de la ética. En el caso del sufrimiento del más
desamparado, el que fue concebido, podemos cuidarle o compensarlo aun cuando nazca
en la mayor pobreza, pero no podremos hacerlo si nace en cautiverio, en medio del
exterminio y la esclavitud. Y aún en el caso del menos desamparado, la madre, aun la
madre violada (que no es desamparada en su ser-ahí, sino sólo en su ser-así, aunque lo
sea mucho), parece plausible ponderar en los sufrimientos terribles, de todo tipo, que
una mujer puede tener que enfrentar para criar un hijo producto de violación; o el precio
de pagar con la vida un parto accidentado, dejando, tal vez, muchas otras personas
desprotegidas. Hay que ser sensible a estas observaciones, no asumir un principialismo
rígido y sin excepciones; hay que ver si el esfuerzo y el sacrificio de no abortar van a ser
483
13
inmensos, y traer mucha infelicidad a otras personas. Las personas que aceptasen esos
sufrimientos y sacrificios son ciertamente meritorias, pero no estarían éticamente
obligadas a hacerlos. La ética no puede obligar hasta extremos de sufrimiento
insoportable.
Aquí lo crucial parecen ser los siguientes sequitur, en general aceptados: “Si algo es
éticamente correcto, entonces tenemos que hacerlo”, “Si algo es éticamente errado,
entonces tenemos que evitarlo”. Pero en un abordaje negativo, estos sequitur también
pueden ser cuestionados. Podemos haber mostrado, en una línea de argumentación, que
algo es anti-ético, pero ser éticamente comprensible que, en ciertas circunstancias,
cuando el sufrimiento es insoportablemente alto, sea comprensible hacer algo anti-ético.
Esto parece absurdo, pero es un reflejo del absurdo de nuestra condición; no es un
absurdo lógico; nuestra vida es trágica. También puede ser comprensible robar y matar,
aun cuando estas acciones continúen siendo anti-éticas. Lo trágico es que tal vez no
podamos vivir sin cometer actos anti-éticos. Esto es lo trágico que no deberíamos evitar
reconocer.
14
hay algo – aunque no sepamos lo que es – ese algo es diferente de nada; a un algo se le
aplica el argumento de la continuidad monótona: habrá allí una autonomía plena, porque
el algo es un existente, un modo de ser: ese algo ya fue arrojado ahí. En este caso, priva
la consideración de la autonomía sobre la consideración estructural: aquel algo (bajo el
supuesto de que no sea enfermo o que no vaya a nacer bajo el Nazismo o la esclavitud)
va a tener que decidir qué hacer con la estructura terminal de su ser.
Yo tiendo a pensar que existe una gran falta de escrúpulo en el nacimiento de seres
humanos. Hay una gran manipulación en la procreación, cuando ésta es agradable para
progenitores; se tienen hijos como se tienen muebles u objetos, y se los trata de manera
totalmente manipuladora; pero cuando no se los quiere, se los desecha, igualmente,
como objetos. En la procreación no se manipula menos que en el aborto; por eso, ser
contra la procreación tiene que ir contra el aborto, porque en ambos hay la misma
manipulación, en un caso, la manipulación de tener el hijo, de moldarlo a nuestro gusto;
en el otro, de eliminarlo cuando nos incomoda; es la misma falta de escrúpulo el que es
atacado en el argumento anti-procreación y en el argumento anti-aborto. Cuando él no
existe, déjelo no existir; pero cuando él existe, déjelo existir. En ambos casos, se trata de
un principio de respeto por el estado en el que el existente ya se encuentra.
485
DOSSIÊS
Resumo: No presente texto, faço uma discussão das idéias de Júlio Cabrera, apresentadas
no artigo “Sentido e valor da vida: uma diferença crucial”. Procuro mostrar, contra Cabrera,
que a questão sobre o sentido da vida está imbricada com a questão do valor da vida.
Argumento que, a favor de Cabrera, podemos identificar um valor negativo na vida, mas,
contra ele, podemos identificar também um valor positivo. Seu pessimismo advém de uma
visão parcial da realidade, uma vez que ele rejeita, sem uma justificativa adequada, a
possibilidade de uma experiência mística redentora. Na discussão do vitalismo de tipo
nietzschiano com que Cabrera termina seu texto, argumento que a tese segundo a qual a
vida se auto-sustenta em seu desvalor envolve um contrabando filosófico nessa constatação
vital básica. Tento mostrar também que filosofia e vida não se opõem radicalmente, como
pensa Cabrera, e que nisso segue o espírito da oposição estabelecida por Nietzsche entre
verdade e vida. A complexidade do real só pode ser sugerida pelo discurso racional, através
do apelo à complementaridade descritiva, que envolve a combinação de uma pluralidade de
descrições do mesmo domínio do real. Isso revela as limitações do discurso racional, que só
pode ser superado pela intuição silenciosa. Esta última não parece ter sido devidamente
considerada por Cabrera.
I OBSERVAÇÕES INICIAIS
la nesses termos tem a ver com uma questão diferente e não cons-
titui argumento para desligá-la radicalmente da questão sobre o
valor da vida humana.
O problema da existência ou não de parâmetros racionais
para responder a uma dada questão merece algumas considerações
adicionais. A análise de Cabrera possui parentesco com uma
distinção que Wittgenstein faz na Conferência sobre a Ética.1 Ali,
Wittgenstein nos diz que, de maneira geral, podemos fazer uma
pergunta em sentido relativo ou em sentido absoluto. No primeiro
caso, encontramo-nos no plano intramundano e admitimos a con-
tingência dos elementos envolvidos pela pergunta. Assim, quando
indagamos se uma determinada pessoa é boa em sentido relativo, o
que desejamos saber é se ela é tratável, se cumpre seus deveres, se
respeita seus semelhantes etc. Todos esses aspectos, porém, são
reconhecidos como culturalmente determinados, podendo variar
com a sociedade e com o tempo. Nessa acepção empírica, a pergunta
se apresenta suficientemente determinada para obter uma resposta
dentro de parâmetros racionais mais ou menos consensuais. Assim
entendida, a questão sobre o sentido da vida não precisaria ser
rejeitada, pois poderia ter uma resposta contingente e falível. Isso
acontece com as conjeturas cosmológicas atuais, que tentam
explicitar o sentido da vida através de alguma forma de finalidade
natural. Em que pese a ambição totalizante de tais conjeturas, elas
não são tão difusas e injustificadas assim. Consideremos as hipóteses
da grande explosão e da expansão do universo, da formação das
estrelas e planetas pela ação da gravidade, do aparecimento da vida
por meio das estruturas dissipativas, do princípio antrópico em
sentido fraco etc. Parece plausível afirmar que a articulação de todas
essas hipóteses num sistema explicativo unitário pode oferecer uma
resposta concreta, filosoficamente inteligível e empiricamente
analisável, satisfazendo aos requisitos estabelecidos por Cabrera. Ele
poderia replicar que o grau de especulação dessas hipóteses é muito
elevado e que tais requisitos não foram satisfeitos. Mas basta ver os
enormes avanços da cosmologia experimental e da abordagem
500
sistêmica nos séculos XIX e XX para concluir que eles estão sendo
satisfeitos de maneira crescente.
No segundo caso, quando a pergunta é feita em sentido
absoluto, procuramos abandonar o plano intramundano e buscamos
por elementos necessários e atemporais. Desse modo, quando nos
interrogamos se uma determinada pessoa é boa em sentido absoluto,
o que desejamos saber é se ela possui, em sua essência, a propriedade
da bondade. Todos os aspectos considerados aqui são da ordem do
necessário e do atemporal, valendo para qualquer sociedade e
qualquer época. Nessa acepção metafísica, as exigências da pergunta
não podem ser satisfeitas pela linguagem contingente de que
dispomos para respondê-la. Faltam parâmetros racionais consensuais
para que seja possível uma resposta satisfatória. Daí a diversidade
de opiniões que encontramos a esse respeito entre os filósofos, sem
que haja ao mesmo tempo um critério que nos permita fazer uma
escolha efetiva entre elas. Entendida assim, a pergunta pelo sentido
da vida pode ser rejeitada. Conseqüentemente, é só na acepção
relativa que pode haver alguma discussão racional. No sentido
absoluto, a linguagem é limitada e só pode funcionar por sugestão
ou aproximação, sem critérios efetivos de decisão. A filosofia se
revela possível quando fornece conjeturas modestas, em sentido
relativo. Ela perde o contato com a realidade quando começa a se
preocupar com explicações de caráter absoluto. Embora concorde
com essa posição, não vou defendê-la aqui. Essa tarefa envolveria
um imenso desvio e, além disso, a abordagem de Cabrera converge
para o meu ponto de vista suficientemente para que eu possa
continuar a discussão sem ter de defendê-lo.
Continuando sua argumentação, Cabrera afirma que, quando
nos instalamos no plano da pergunta pelo valor da vida humana,
sem confundi-lo com o da pergunta pelo sentido, a diferença entre
ser e ente se torna crucial. A pergunta pelo valor da vida se divide
em duas: a primeira, sobre o valor do ser mesmo da vida; a segunda,
sobre o valor dos entes que vivem. Em contraste com a pergunta
sobre o sentido do ser mesmo da vida, que só é admissível no caso
502
Admito que essa decisão possa ser subjetiva, mas, no caso de Cabrera,
ela só possui uma alternativa racionalmente viável: a escolha do
não-ser. Mesmo supondo que Cabrera esteja querendo dizer que,
embora haja uma única via racional a ser escolhida, que nossa carga
emocional pode prejudicá-la, tornando subjetiva a decisão, ainda
temos, contra o pessimismo de sua abordagem, a possibilidade de
superação dessa carga através da experiência redentora.
Um aspecto digno de nota na abordagem de Cabrera está
em que ela não explica racionalmente por que as pessoas parecem
estar satisfeitas em viver, apesar dos sofrimentos. Este talvez seja o
ponto mais fraco de sua perspectiva.
Na discussão do vitalismo de tipo nietzschiano com que
Cabrera termina o texto, argumentei que a tese segundo a qual a
vida se auto-sustenta em seu desvalor envolve um contrabando
filosófico nessa constatação básica. Com efeito, o poder extra-
ordinário de auto-sustentação da vida, que independe de argu-
mentos contra ou a favor de si, não pode ser afetado pela afirmação
do desvalor da vida, que foi obtida argumentativamente.
No que diz respeito à dissolução do problema do sentido da
vida no final do texto, procurei, no Projeto de Ética Negativa,
elementos capazes de tornar mais claro esse movimento paradoxal.
Identifiquei os aspectos suicidas da abordagem de Cabrera,
mostrando, entre outras coisas, que, continuando vivo o filósofo
negador da vida, seu próprio discurso contra a vida se dissolve. Mas
tentei mostrar também que a premissa fundamental em que se
baseia o movimento argumentativo de Cabrera não é correta.
Filosofia e vida não se opõem radicalmente, no mesmo espírito da
oposição estabelecida por Nietzsche entre verdade e vida. A filosofia
faz parte da vida, do mesmo modo que a verdade. Elas não podem
ser colocadas em oposição global à própria raiz de onde provêm, de
modo a permitir a conclusão de que uma filosofia autêntica só pode
levar à destruição da vida.
Espero ter deixado claro também que a filosofia, como parte
da vida, jamais conseguirá uma abordagem suficientemente
544
reality. This puts in evidence the limitations of rational discourse, that can only be
surpassed by silent intuition, a possibility to which Cabrera does not pay sufficient
attention.
Notas
Referências
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
claro que eu não quero dizer que a vida de Hitler não tinha
possibilidade de ser avaliada em absoluto, mas que ela tinha
um valor negativo, como habitualmente pensamos que teve. A
idéia é que podemos desqualificar alguma coisa em seu valor
(como a vida de Hitler) entendendo-a perfeitamente (compre-
endendo como surgiu, como se desenvolveu, etc). Se não for
assim, toda a questão do “valor da vida humana” perde-se: a
questão importante é perguntar se a vida tem valor num sentido
positivo, se ela “vale a pena”.
Ainda na mesma página, Margutti continua confun-
dindo as duas teses antes mencionadas (“Sentido e valor são
crucialmente diferentes” e “sentido e valor não têm qualquer
conexão”), algo que ele faz cada vez que se refere à questão.
Quando Tolland explica o anti-semitismo de Hitler, esse co-
bra sentido, porque podemos entender a sua gênese, como
ele foi desenvolvendo-se, etc, sem que, em nenhum momen-
to, devamos considerá-lo como algo bom. Eu creio que se essa
distinção se perde, simplesmente tudo está perdido. Margutti
afirma: “Mesmo assim, a pergunta pelo sentido na vida envol-
ve não apenas uma explicação, mas também alguma forma de
legitimação” (p. 35). Precisamente, Tolland esclarece que fará
a sua famosa biografia tentando entender o fenômeno Hitler
sem julgá-lo. O marxismo acostumou-nos com a idéia disso
ser impossível, de não existirem descrições isentas e essa é a
tese retomada por Margutti (na sua terrível formulação: “não
há sentido sem valor e não há valor sem sentido”, p. 38). Mas
dizer que a explicação de Tolland envolve alguma forma de
legitimação do nazismo é, pelo menos, algo que se deveria pro-
var com melhores recursos argumentativos que os marxistas!
Eu creio que, mesmo que se admita uma mútua impregnação
entre descrições e valorações, isso não leva direto para a tese
forte de sua “indistinção”.
566
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
3. a Saída ReligioSa!
Júlio Cabrera
tência humana” (p. 47). Meu enfoque seria, por isso, “parcial”,
já que a vida humana é algo mais rico do que a racionalidade
ocidental dá conta de entender.
A minha primeira resposta a isso (a minha resposta ins-
tintiva, digamos) poderia ser tão simples e brutal quanto à de
John Searle em seu livro “Redescoberta da mente”. Ao referir-
se à visão científica do mundo, ele defende que não se trata
de uma opção ao lado de outro montão de visões do mundo
disponíveis. “Nosso problema não é que tenhamos fracassado de
alguma forma em apresentar uma prova convincente da existência
de Deus ou que a hipótese de uma vida após a morte permaneça
envolta em muita dúvida; na verdade, trata-se de que, em nossas
reflexões mais profundas, não podemos levar a sério tais crenças.
Quando nos deparamos com pessoas que afirmam acreditar em
tais coisas, podemos invejá-las pelo conforto e segurança que de-
claram derivar dessas crenças, mas no fundo continuamos conven-
cidos de que ou eles não tomaram conhecimento das novidades ou
estão nas garras da fé” (p. 134, meu sublinhado).
Em seguida, ele conta uma experiência pessoal: “Quando
palestrei sobre o problema mente-corpo na Índia e diversos mem-
bros de meu público asseveraram que minhas concepções deve-
riam estar erradas, porque pessoalmente eles tinham existido em
suas vidas anteriores como rãs ou elefantes, etc,...não pensei: ‘Eis
aqui um indício para uma visão de mundo alternativa’, ou mes-
mo: ‘Quem sabe...talvez estejam certos’. E minha sensibilidade era
muito mais do que mero provincianismo cultural: dado o que sei de
como o mundo funciona, não poderia considerar suas concepções
como candidatas sérias à verdade” (p. 135, meu sublinhado).
Confesso que a minha primeira resposta seria mais ou menos
essa. Não acredito que nem Searle nem eu estejamos dizendo
essas coisas por estarmos presos ao paradigma “iluminista”,
mas por motivos mais profundos. Mas eu vou demorar-me um
580
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
concluSõeS.
Júlio Cabrera
NOTAS
Júlio Cabrera
REfERêNcIAS
JULIO CABRERA
1.1 O referencial desses filósofos: Descartes e o Método racional, Kant e a Razão a priori,
Wittgenstein e a lógica das proposições. A Ética como discurso impossível significa
então, respectivamente: aquilo que não pode ser submetido a método, aquilo que não
pode ser construído sistematicamente na experiência, e aquilo que não pode ser
exprimido dentro da linguagem das funções veritativas. Trata-se sempre de um
“impossível relativo a”.
2. Esse discurso impossível, não obstante, ele é falado, escrito, apresentado, posto. Trata-se
do discurso sobre o mérito, o bem e o mal, nosso mundo habitual de valores. Estamos
mergulhados nele. Kant, dos três autores mencionados, é quem tenta construir um
discurso ético racional, embora para isso tenha que modificar toda a sua anterior teoria da
racionalidade, a sua teoria do discurso, a sua teoria da experiência (Primeira Crítica). A
Ética bem valia esse esforço. Paralelamente a essa construção do impossível, outros
pensadores europeus – alguns anteriores, outros posteriores a Kant - começam a fazer
uma desmontagem dessa construção: Spinoza foi o precursor da psicologia genealógica,
Nietzsche coloca claramente a questão de uma história natural da moral, e Freud
contribui, a seu modo, para a dissolução do discurso ético racional de tipo kantiano.
2.1. Há uma leitura vulgar de Spinoza como sendo um ultra-racionalista, que inclusive
Nietzsche (que leu mal todos os filósofos) fez (Ver meu texto “O Spinoza de
622
2.2. “Por bem entendo aqui todo o gênero de alegria e tudo o que, além disso, a ela
conduz,e principalmente tudo o que satisfaz ao desejo, qualquer que ele seja. Por
mal, ao contrário, entendo todo o gênero de tristeza,e principalmente o que frustra o
desejo.(...) Cada um julga, assim, ou estima,segundo a sua afecção, o que é bom,o
que é mau, o que é melhor,o que é pior,o que é ótimo,o que é péssimo” (Livro III,
proposição XXXIX, escólio).
2.3. À luz desta “geometria das paixões”, Spinoza começa a sua crítica contra as virtudes
tradicionais, a mostrar que aquilo que parecera bem em si mesmo (e, portanto,
determinável, codificável) são apenas jogos de paixões. “As afecções de esperança e
de medo não existem sem a tristeza. Com efeito, o medo é uma tristeza, e a esperança
não existe sem o medo...estas afecções indicam deficiência de conhecimento e
impotência de alma; e,por esta razão, também a segurança o desespero, o
contentamento e o remorso de consciência são sinais de uma alma impotente”.
(Proposição XLVII). (IV). Spinoza começa a desenhar o rosto do homem forte, do
super-agente moral. “A compaixão, no homem que vive sob a direção da Razão por si
mesma é má e inútil” (LIV). “A humildade não é uma virtude, por outras palavras,
não nasce da Razão” (LIII). “O arrependimento não é virtude... aquele que se
arrepende do que fez é duas vezes miserável ou impotente” (LIV). “A felicidade não é
o premio da virtude, mas a própria virtude; e não gozamos dela por refrearmos as
paixões, mas ao contrário, gozamos dela por podermos refrear as paixões” (Livro V,
XLII).
2.4. O discurso sobre ética, mérito, etc., tem sido um discurso antropomórfico e de
ocultação da natureza, um discurso parasitário. Spinoza descobre o mundo e o
mecanismo do desejo e da potencia, temas que serão desenvolvidos mais tarde por
Freud e por Nietzsche. O ético vai sendo desmascarado como discurso não autônomo,
como mero discurso manifesto, ilusório e superficial. E é por isso que Descartes não
623
conseguia edificar uma Ética racional, porque pensava que o mérito podia ser descrito
mediante categorias racionais (em seu sentido), e é claro que, nesse nível, a ética
novamente escapa das mãos.
4. Freud tenta explicar a origem psicanalítica dos ideais morais, a partir da noção de ideal
do ego. “O superego retém o caráter do pai, enquanto que quanto mais poderoso o
complexo de Édipo e mais rapidamente sucumbir à repressão (sob a influência da
autoridade, do ensino religioso, da educação escolar e da leitura), mais severa será
posteriormente a dominação do superego sobre o ego, sob a forma de consciência ou,
talvez, de um sentimento inconsciente de culpa. (...) apresentarei uma sugestão sobre a
fonte de seu poder de dominar dessa maneira – isto é, a fonte de seu caráter compulsivo,
que se manifesta sob a forma de um imperativo categórico” (O ego e o id, cap. III).
“A psicanálise frequentemente foi censurada por ignorar o lado mais elevado, moral,
suprapessoal da natureza humana. A censura é duplamente injusta, tanto histórica quanto
metodologicamente, Em primeiro lugar, porque já desde o inicio atribuímos as tendências
morais e estéticas do ego a função de incentivar a repressão, e depois houve uma recusa
geral em reconhecer que a pesquisa psicanalítica não podia, tal como um sistema filosófico,
produzir uma estrutura teórica completa e já pronta, mas teve que encontrar seu rimo passo
a passo...” (Idem).
Enquanto tivemos de nos preocupar com o estudo do que é reprimido na vida mental, não
houve necessidade de aderir a quaisquer apreensões agitadas quanto ao paradeiro do lado
mais elevado do homem. Mas agora que empreendemos a análise do ego, podemos dar uma
resposta a todos aqueles cujo senso moral ficou chocado e que se queixaram de que,
certamente, deveria haver uma natureza mais alta no homem. ‘Muito certo’, podemos dizer, e
aqui temos essa natureza mais alta, neste ideal do ego o superego, o representante das nossas
relações com nossos pais. Quando éramos criancinhas, conhecemos essas naturezas mais
elevadas, admiramo-las e tememo-las, e, posteriormente, colocamo-las em nós mesmos. O
ideal do ego, portanto, é o herdeiro do complexo de Édipo (...)” (Idem)
624
5. Embora existam gritantes diferenças teóricas entre Spinoza, Nietzsche e Freud, os três
pensadores foram aqui convocados apenas para mostrar a humilhação do discurso ético
como pretenso discurso autônomo, e o aceno, nos três, de um mundo natural, pulsional,
volitivo, cuja linguagem pode operar uma espécie de tradução perversa, de machine à
traduire do discurso sobre o mérito moral, o bem e o mal, etc.
A empresa ética clássica tem estado caracterizada pela tentativa de formular uma Ética
sistemática. A partir desse projeto fundamental, outros conceitos se tornaram indispensáveis:
o conceito de um modelo moral, a questão da moralidade por hábito, a exigência de
universalidade e a questão da coerência moral.
Mas examinemos um exemplo: as éticas tradicionais têm pensado que a liberdade era
condição de moralidade. Elas fixaram, pois a liberdade como “lugar” da moralidade. Sartre é
um bom exemplo da idéia de que enquanto mais liberdade, mais responsabilidade, e enquanto
mais responsabilidade, mais moralidade. Assim, ele deu ao homem – em “O Ser e o Nada”
(1943) - uma liberdade quase infinita. Max Horkheimer, um de seus críticos, fez notar que
essa liberdade podia ser fonte de imoralidade; por exemplo, quando dela se deriva que os
judeus escolheram livremente seu próprio genocídio. Esta discussão prova que a liberdade não
é um lugar seguro e garantido de moralidade, que a liberdade também pode ser fonte de
moralidade e de imoralidade, como qualquer outro conceito, ideia ou imagem. É típico da
Ética sistemática o fato dela querer fornecer um lugar fixo para a moralidade, tirar a
moralidade da sua indeterminação. Mas a experiência moral é muito rica e cheia de nuanças; é
impossível simultanear todas as vantagens morais; não é possível evitar o mal ou a injustiça
mediante um sistema moral.
625
6.1. Porque todos devem obedecer às mesmas “leis”? (Pode-se falar sequer em “leis
morais”?). Tampouco a universalidade das leis pode constituir-se num lugar da racionalidade.
Por que pensar, com a Ética tradicional, que as leis morais devem ser universais e as mesmas
para todo mundo? Considerar todo mundo igual (assim como antes considerar todo mundo
livre) pode ser fonte de moralidade quanto de imoralidade. Intuitivamente, sabe-se que nem
roubar, nem matar nem suicidar-se são valores era si mesmos maus. A pergunta das Éticas
sistemáticas é: mas que aconteceria se essas ações fossem erigidas em leis universais? Uma
ação só pode ser moral se ela pode ser universalizada; ela não poderia ser moral apenas numa
situação. Talvez aplicar sistemática e universalmente a mesma lei em situações muito
diversas, seja uma poderosa fonte de imoralidade. (A exigência de codificação universal deve
ser, pois, radicalmente analisada). A imoralidade poderia surgir da ideia de que todos os
homens são desiguais ou da idéia de que todos os homens são iguais, precisamente porque a
eticidade não tem um “lugar” (direi que ela é “atópica”).
Uma ação moral não pode nunca ser a aplicação automática de uma regra ou de uma
lei, assim como tampouco pode ser o resultado de um hábito. (Posso me habituar a fazer as
coisas mais monstruosas).
A ideia de “modelo moral”, de guias espirituais, de mestres, etc., pode ser moralmente
desnorteante, e mesmo perigosa. Porque uma ação minha deveria servir de modelo estático
para outros? Quem precisa de modelos tem sua própria inventividade moral dormindo. A
pergunta “Mas, o que aconteceria se tudo mundo fizesse o mesmo?” carrega essas estruturas
de fundo. Uma ação poderia ser situacionalmente moral e não obstante não servir como
modelo universal; poderia ser imoral como modelo. O suicidar-se poderia ser um ato ético em
certas circunstâncias, mas poderia ser imoral que esse ato fosse imitado por outros de maneira
inerte.
“Que seria do mundo se todos mentissem?” Mas, que seria do mundo se todo mundo
falasse a verdade? A Ética não tem lugar.
Por isso, a coerência moral, que tão propagada está no discurso corrente e nas Éticas
clássicas, encerra perigos para a moralidade. A coerência com um código fixo de leis morais
pode ser abundante fonte de ações imorais. Sustento mais: que a coerência pode ser um
conceito formalmente antiético; pois não interessa com que se guarde coerência, qualquer
código obedecido coerentemente por um tempo considerável gerará imoralidade, dada a
riqueza da experiência, de situações, de sujeitos, etc. Qualquer código, mesmo o mais moral
em seus termos literais, se tornará imoral depois de um tempo de aplicação coerente. São os
perigos da coerência. A coerência, tanto como a incoerência, pode ser fonte de moralidade.
Porque a moralidade não tem lugar.
7. Quando um código é feito, as normas que ele contém são muito gerais e completamente
formais, (Por exemplo, Código de Ética, princípios fundamentais), ou, pelo contrário,
normas muito específicas (Art. 7º, pág. 7). No primeiro caso, a norma é sempre aplicável,
626
7.1. Um código pode fiscalizar e punir. (Cfr. págs. 12/3, 29, 31, 32, etc.). Mas a punição é
completamente alheia ao plano moral. Como poderia ser ética uma ação realizada sob ameaça
de punição? A idéia mesma de um “código moral” parece contraditória. Se a eticidade está
baseada na criação de valores e na indeterminação, como poderiam existir “leis éticas”
fiscalizadas por um “código”? Pode haver uma jurisprudência profissional, mas não uma ética
profissional. O bem e o mal ético são escolhidos pelos agentes morais, somente o bem e o mal
civis podem ser regimentados e codificados. De fato, no momento mesmo em que algo é
codificado, deixa de ser ético, no sentido da criação de valores.
Quando um jogo ético é codificado, a invenção dos valores fica reduzida a uma
infração.
8. A Filosofia tradicional pensa que nenhuma eticidade e possível sem regras de coação,
distribuição de penalidades, castigos, recompensas, etc. Eu sustento uma abordagem
interativa da eticidade em favor da formação de um super-agente moral, que assuma a
criação de valores na plena indeterminação e para o qual sejam inúteis códigos, normas e
regras. Um humano capaz de brincar moralmente, de jogar o jogo da atopía da
moralidade, que seja capaz de improvisar em situação, de ser concentradamente moral
levando em conta todos os elementos possíveis; um humano que não dependa do “hábito”
para ser moral, que pudesse fazer qualquer coisa sem risco para a moralidade, mas
também sem correr o risco de ser imitado, de que se generalize essa sua ação para toda e
qualquer circunstância. A eticidade não pode depender de um supercontrole central, mas
deve ser pactuada, negociada e constituída na interação. Um sujeito ético que não precise
da teoria moral para agir eticamente (que não precise acreditar que Hitler é um monstro
moral para tentar matá-lo).
8.1. Um exemplo. Um médico prossegue um tratamento para o qual não se sente capacitado,
só para receber o dinheiro do cliente. Isso se considera antiético no Código. Mas essa visão
das coisas é completamente não interativa e estática. A ação do médico é estaticamente
declarada “imoral” e o cliente é tratado como uma coisa inerte. Suponhamos que o tal médico
627
prossegue o tratamento de forma natural, sem sentimentos de culpa, e que o cliente sinta que
aquele tratamento está sendo proveitoso para ele. Onde estaria a imoralidade da ação? A
imoralidade de uma ação deve ser constituída interativamente. O engano não existe sem um
enganado; como pode um código determinar por cima dos indivíduos que alguém está
enganando e que alguém está sendo enganado? (Paternalismo, as leis nos “protegem”). Nada
impede que uma conduta considerada “ética” faça dano, e uma antiética faça bem; porque a
moralidade não tem lugar. Os códigos determinam valores dispensando a interação
constituinte do fato moral. (Um código como máximo, poderia ser uma força jurídica para
defender um sujeito particular quando este não possui a força suficiente como para continuar
interagindo, mas o código nunca pode determinar o que é moral ou imoral fora das escolhas
dos participantes)
9. No diálogo, eu não recebo castigos ou recompensas, mas somente alternativas. Se para mim
“X é um mal agradecido”, e ele não se reconhece como tal, eu posso agir de determinada
maneira, mostrar-lhe com a minha ação que a sua me desagrada ou me prejudica. Ou posso
ser violento com ele, ou romper relações totalmente. Com isso, eu estou construindo
interativamente o mau agradecimento de X. Ele também contribuirá para isso, pois ele poderá
não assumir essa imagem, mas ele terá que responder de uma ou outra maneira, as ações com
as quais eu respondo ao que eu chamo seu mau agradecimento. É assim que vão sendo criados
ou inventados os valores na relação, e não existe nenhum código que possa regimentar isso.
.9.1. A educação de um jovem não deve ser a administração dosada de códigos e regras, mas a
formação de um ser humano forte, potente, criativo, imaginativo, crítico, capaz de ser um
agente moral super-qualificado.
.10. Os Códigos de Ética continuarão vivos enquanto não sejamos capazes de sermos seres
humanos éticos por nossas próprias forças, enquanto não formos capazes de inventar a
moralidade.
628
Authorization granted to the author by the publisher to deposit the article in the
Repository of the University of Brasília (RIUnB) on April 8, 2014.
REFERÊNCIA:
Resumo: Assumindo as categorias da ética negativa, uma corrente de pensamento que comecei há mais de
duas décadas, apresento críticas contra a noção de cultura sustentada pelo culturalismo brasileiro. Após
mostrar, de passagem, que não se trata de movimento apenas brasileiro, mas latino-americano, tento mostrar
que essa noção de cultura é, por um lado, exclusivamente afirmativa, deixando de lado o caráter necessário
reativo e moralmente oneroso da criação de valores; por outro lado, a noção pode ser tão abrangente até o
ponto de incluir os elementos negativos indesejados para a própria visão culturalista.
exclusivamente da segunda questão. Mas para melhor enquadrar meu assunto, eu exprimo
rapidamente a tese central do primeiro ensaio.
2. Culturalismos latino-americanos
O culturalismo brasileiro é muito variado, mas podem formular-se as suas ideias centrais da
seguinte maneira:
1 “...os culturalistas precisaram ocupar-se dos limites do saber científico (...) eles foram levados a examinar os
paradigmas da ciência, sobretudo no século passado, quando estiveram às voltas com o referencial positivista (...) não
era legítimo reduzir a realidade à sua dimensão de objeto material, como postulava o positivismo” (CARVALHO,
Antologia do Culturalismo brasileiro, p. 12-13). “Esta forma de tratar o progresso humano foi formulada recentemente e
aparece historicamente na superação da filosofia positivista” (CARVALHO, Ética, p. 96).
2 “Em seus diversos ciclos os tradicionalistas adotaram o modelo ético católico que teve pequenas variações conforme o
perfil dos diferentes ciclos. Seguindo trilha diversa, a escola culturalista representa um esforço bem sucedido de
superação da herança moral católica herdada de Portugal...” (CARVALHO, Ética, p. 80). “Não é de surpreender que, em
meio destas considerações, acabemos sempre recordando o velho Immanuel Kant. Estas lembranças não serão fruto do
acaso, o pai do criticismo é o esteio do culturalismo. Ele tratou (...) dos motivos que nos levam a pensar o mundo,
modificando-o e aperfeiçoando-o continuamente” (CARVALHO, Antologia, P. 6). “Depois desta orientação, o homem
compreendeu-se criador das representações, identificou o peso da sensibilidade neste processo e entendeu que tudo que
existe assim o é porque ele próprio criou. No meio a tudo isto o homem tomou consciência de sua autonomia e de sua
liberdade. A solução de Kant foi o elemento de aproximação dos homens entre si com a idéia da subjetividade
transcendental...” (CARVALHO, Antologia, P. 112). Cf. PAIM A, Problemática do culturalismo, p. 54.
3 “...é desta forma que enfrentam (os culturalistas) o significado da transcendência. A existência é uma forma de
criação, de expressão de um modo de ser, da tentativa de elaborar um sentido para a vida (...) o homem faz isso quando
ele projeta seu modo de ser no mundo que edifica, o seu mundo, o espaço da cultura” (Carvalho, Antologia, p. 4). “É
próprio do culturalismo tomar o homem em contínuo processo de superação...O homem não se satisfaz apenas em viver,
a transcendência é a expressão de um desejo de fazê-lo cada vez melhor” (CARVALHO, Antologia, p. 6). “O principal
esforço da filosofia culturalista dirige-se (...) para o exame da criação humana” (Idem, 15).
4 “...os temas a que essa corrente filosófica (o culturalismo) dá preferência estão centrados em torno da pessoa humana”
(PROTA L, Prefácio da Antologia do Culturalismo brasileiro, de José M. De Carvalho). “A liberdade tornou-se
proposta de criação de uma ordem de existência que não se prende nos acontecimentos, mas os transcende” (Antologia,
8).
dever-ser5.
f. A finitude como pano de fundo, horizonte e limite da livre criação de valores6.
5 “Para que os ideais humanos possam enfrentar as ameaças da violência e se apresentem como força modificadora do
futuro é necessário que se formulem na esfera da moralidade” (CARVALHO, Antologia, P. 13). “o sonho milenar de
desenvolvimento material, afetivo e intelectual (...) somente se formula com sucesso na esfera da moralidade”
(CARVALHO, Ética, P. 96).
6 “É que fazendo cultura o homem exterioriza valores e isto está diretamente relacionado à consciência da sua finitude,
à compreensão de suas carências, ao esforço de conviver com elas” (CARVALHO, Introdução à Antologia, p. 4). Cfr
Ética, p. 104-105.
7 Há algumas declarações explícitas de exclusividade. Por exemplo, depois de referir-se ao problema da pessoa
humana, no prefácio à Antologia do Culturalismo, Leonardo Prota escreve: “Não foram os culturalistas que o
inventaram. A própria filosofia brasileira é que estabeleceu esse caminho” (xiv).
positivos. Só se considera cultura aquilo que constrói, que eleva o espírito, que potencializa a vida
humana em direção ao bem, aquilo que ajuda ao convívio, a construir uma sociedade mais justa e
elevada, etc. Ao expor o pensamento de Miguel Reale em seu estimulante livro Ética, publicado em
2010, José Mauricio de Carvalho salienta que:
Roque Spencer Maciel de Barros, em esplêndido ensaio, defende fervorosamente esta noção
afirmativa de “cultura”, contra a atitude de “cultura é tudo” de certa reflexão atual (Ética e cultura,
em: Razão e Racionalidade, p. 59). Contra a visão demasiado inclusiva do antropólogo, Roque
Spencer defende uma noção de cultura não desligada de
Mas, por outro lado, nos escritos culturalistas encontraremos caracterizações tão genéricas
de cultura que o perigo de incluir os casos indesejados (do “tudo é cultura”) aparece claramente. Por
exemplo, no momento de tratar do Tobias Barreto em seu livro Ética, Mauricio de Carvalho
caracteriza “cultura” como “capacidade de estruturar projetos racionais”, como “expressão de
valores”, e como “uma forma de controle e aperfeiçoamento do homem como o resultado da ação
humana sobre o mundo material” (p. 99). “Devemos compreender a cultura como um elemento
capaz de impor ao sujeito o auto-aperfeiçoamento. A cultura é guiada por “uma finalidade
impossível de ser reduzida à causalidade eficiente...” (p. 100). Na sua Antologia do Culturalismo
brasileiro, Mauricio de Carvalho escreve:
Ao expor Tobias, Antonio Paim diz que aquele “...afirmava que a cultura correspondia ao
sistema de forças erigidas para humanizar a luta pela vida” (Problemática do culturalismo, p. 47).
Citando o próprio Tobias: “O homem tem a capacidade de realizar um plano por ele mesmo
traçado, de atingir um alvo que ele mesmo se propõe” (PAIM, p. 49).
Como é bem sabido, Tobias traçou uma diferença nítida entre natureza e cultura, colocando
a imoralidade do lado da natureza, a moralidade do lado da cultura. Se é natural que exista
escravidão, é cultural que não exista; a existência de ladrões é natural, mas é cultural que não
existam; é natural que existam fortes e fracos, os primeiros tentando dominar os segundos; mas é
cultural que todos sejam iguais, etc. Em conhecidíssima citação, Tobias escreve: “Logo, o seguir a
natureza, em vez de ser o fundamento da moral, pelo contrário, é a fonte última de toda
imoralidade”8. Mas se cultural se opõe à natural, teremos que incluir dentro da cultura muitas mais
coisas das que uma noção puramente afirmativa de cultura estaria disposta a incluir.
Pensemos juntos: o Nazismo teve capacidade de “estruturar projetos racionais” e “expressar
valores”; instaurou “critérios de auto-aperfeiçoamento”; o que o Nazismo fez é irredutível a
qualquer causalidade eficiente da natureza; ao construir o Nacional-socialismo, seus executores se
afastaram da natureza tanto quanto Mozart quando fez suas sinfonias: nem as sinfonias de Mozart
nem o Terceiro Reich poderiam nunca ter sido feitos pela natureza; trata-se de poderosos atos de
vontade cultural, de criação de valores. Na medida em que ergueu um certo tipo de dever-ser que
não podia ser gerado pela natureza, o Nazismo foi, em termos tobiáticos, totalmente antinatural, não
seguiu os ritmos da natureza, foi uma construção cultural. O Nazismo também humanizou a luta
pela vida, pois criou formas completamente novas de exclusão não encontradiças no mundo animal
não humano; por mais brutal que nos pareça, o Nazismo não pode ser dito de animalesco; isto seria
uma ofensa ao animal, pois nenhum animal é capaz de tamanho horror; o Nazismo é obra exclusiva
da cultura humana. Ela foi também uma intencionalidade objetivada e instaurou uma certa forma de
dever-ser. Nada nestas formulações exclui o Nazismo da definição de cultura. Mas este resultado
8 Num ensaio exclusivo sobre Tobias (que valeria a pensa escrever!) haveria que lidar com alguns problemas óbvios
que esta tese da imoralidade da natureza coloca; por exemplo, como salvar desse estigma as tendências sexuais
consideradas “naturais” como o heterossexualismo? Também existe uma tendência “natural” a seguir vivendo;
deveríamos considerá-la imoral e tentar, através da cultura, de encurtar as nossas vidas contra a tendência natural de
continuá-la? (Tobias como favorável ao suicídio e à eutanásia?). Por último, parafraseando Tobias, se poderia dizer: é
natural que os humanos sintam tendência natural a reproduzir-se, mas é cultural que não o façam, colocando Tobias
como um precursor precoce do anti-natalismo contemporâneo. Numa palavra, levando à risca sua premissa da
imoralidade da natureza, Tobias apareceria como um bom ético negativo.
3.2. Para analisar criticamente, numa reflexão radical, a noção de cultura, a ética negativa
começa pelo fato primordial da condição humana: o nascimento. Nascer não é uma ação, mas uma
paixão, um padecimento, uma ação que fazem conosco (somos nascidos), e a respeito da qual
somos passivos, nem livres nem responsáveis. A nossa situação primordial não é, pois, de liberdade,
mas de sujeição, subordinação e manipulação. Em segundo lugar, ao sermos nascidos, somos
lançados numa estrutura natural caracterizada pelo que chamo “terminalidade do ser”, um processo
de desgaste gradativo caracterizado por três tipos principais de padecimentos, ou de atritos: dor (já
expresso no choro primordial do bebê recém-nascido diante da agressão da luz, dos sons, do
desconhecido, do desamparo); tédio (o não saber o que fazer consigo mesmo, com o próprio corpo,
os próprios desejos) e a premente preocupação consigo mesmo, a necessidade de usar aos outros
para o próprio benefício (tudo isto já se faz presente no bebê, um ser forçosamente egocêntrico).
9 Na discussão que seguiu à conferência no Colóquio Luso-brasileiro, alegou-se que o respeito pela pessoa humana
seria uma característica do culturalismo que totalitarismos jamais poderiam satisfazer. Na verdade, no texto eu estava
me referindo exclusivamente às relações entre natureza e cultura: os totalitarismos pareceriam preencher todas as
exigências do “anti-natural” que Tobias exige dos objetos culturais. No que se refere à noção de pessoa, ainda se
poderia replicar que também os totalitarismos apresentam uma noção muito elevada de pessoa humana, até o ponto de
serem poucos os que conseguem atingi-la (eles pensavam estar exterminando não-pessoas). Tudo isto leva a pensar que
a noção de cultura teria mesmo que incluir algum elemento ético muito forte para, realmente, deixar de fora claramente
esses casos indesejáveis.
10 Este que considero, em minha modesta opinião, como um déficit descritivo da condição humana nos culturalismos,
se manifestou de maneira irônica na própria história do culturalismo alemão, como brilhantemente narrada por Antonio
Paim no primeiro capítulo do livro Problemática do culturalismo. Ali se conta como o culturalismo, com sua noção
afirmativa de cultura, viu-se impedido de agir pela ascensão do Nazismo ao poder. O que estava acontecendo na Europa
nesse momento, com toda a sua violência, não foi uma sombria resposta que o mundo deu para o próprio culturalismo?
Tudo isso que estava acontecendo não era o que aparecia no conteúdo da filosofia culturalista, mas tudo o contrário.
Estava realmente o culturalismo descrevendo o mundo, ou apenas dizendo como ele deveria ser? Para uma noção do
humano como terminal, reativa e moralmente onerosa (como a sustentada pela ética negativa) todos esses
acontecimentos terríveis ficam, pelo contrário, tristemente claros.
A partir desta situação primordial, somos compulsivamente obrigados a criar todo tipo de
valores para poder sobreviver; este é o momento existencial da vida, tal como descrito por
Heidegger, e culturalista, tal como visto por Cassirer, Reale, etc. ; mas que vale apenas para o que
fazemos dentro da estrutura terminal do ser, sem poder modificá-la com nossos manejos ec-
sistenciais e culturais. Esta situação leva a afirmar que todos os valores positivos – aqueles
acentuados pelos culturalistas - são criados dentro de uma estrutura negativa e em reação a ela, o
que os influi de maneira radical. Estamos inicialmente numa situação de des-valor radical; mas não
somos primariamente nós os que carecemos de valor, mas a situação em que nos encontramos, que
nos maltrata e nos obriga a sobreviver de formas mesmo não corretas com os outros. O que não se
visualiza na formulação puramente afirmativa de cultura é precisamente o caráter terminal das
nossas ações, a sua inserção na condição humana, o momento descendente dos valores, a luta contra
a desvalia que destrói o que construímos, do tempo que avança inexorável sobre nossas construções
e nos impele a gerar valores afirmativos de maneira constante, reativa e (isto é essencial)
moralmente onerosa.
Com efeito, a questão ética primordial é que esta maneira reativa e compulsiva de criar
valores é também onerosa do ponto de vista moral, porque, para sobreviver, precisamos muitas
vezes ofender as exigências morais e atropelar os projetos dos outros; mesmo quando criamos
valores positivos, temos que gerar outros negativos e desconsiderados, dentro de uma complexa
rede holística de ações. Os valores são apresentados pelos culturalismos num espaço de plena
liberdade e realização, como se escolhêssemos livremente criar valores para a glória do espírito
humano; não se consegue vê-los como um premente elemento de sobrevivência: se não criamos
valores, desaparecemos. A criação de valores culturais não é ativa e livre, mas reativa,
compensadora, reivindicativa e onerosa.
Não se trata apenas de apontar para o fato dos humanos gerarem tanto objetos culturais
positivos quanto negativos, mas ao fato mais radical de que mesmo a criação positiva de valores
gera forçosamente negatividade, que o humano, ao criar valores dentro do espaço da sua finitude,
não consegue positivar totalmente a geração de valores sem acarretar negatividades, mesmo
involuntárias. No início do capítulo IV da Ética, Maurício de Carvalho escreve: “Na sua história o
homem construiu coisas maravilhosas, mas também fez coisas das quais se envergonha. Exemplo
dos primeiros são as pirâmides do Egito e o Código de Hamurabi e do segundo as guerras étnicas e
religiosas” (p. 95). Mas a construção das pirâmides de Egito não foi menos bárbara que as guerras,
não deixaram menos vítimas do que as perseguições étnicas e religiosas, e nem sequer é possível
separar ambas coisas, pois os escravos que foram obrigados a construir essas “coisas maravilhosas”
(maravilhosas para quem?) eram também, entre outras coisas, vítimas de segregações étnicas e
religiosas11. Aqui vemos claramente a impossibilidade de diferenciar nitidamente valores
afirmativos e valores negativos, e o caráter oneroso mesmo do mais nobre.
Tampouco se trata, numa tentativa de compreender a condição humana, de ver a construção
escrava das pirâmides como um ato de “maldade” dos egípcios, mas simplesmente como uma das
suas tentativas de sobre-vivência: os valores em torno das pirâmides foram necessários para esse
povo, não constituíram simplesmente um recurso de tormento gratuito sobre seus submetidos; mas,
de fato, os prejudicou. Qualquer valor cultural positivo é artificialmente “destacado” de uma
complicada rede de ações holísticas. Estas são algumas das questões levantadas pela ética negativa.
Se poderá replicar que o culturalismo, na sua característica f, reconhece os terrores da
condição humana, apenas se recusando a cair na sua morbidez12. Mas, parece-me que o culturalismo
vê a finitude humana apenas como limite longínquo ou mero horizonte de uma atividade positiva e
bem-sucedida de criação de valores, que nos indica que não podemos fazer tudo o que quisermos. A
ética negativa, pelo contrário, visualiza a finitude como a condição que perpassa a existência de
lado a lado, de maneira constante e presente, fazendo com que a criação de valores culturais fique
afetada estruturalmente, e impedindo que os valores positivos se realizem sem um considerável
custo negativo. A finitude não é, pois, mero horizonte ou limite, mas algo presente nas ações do
nosso cotidiano. É o que denomino, em meus livros, inabilitação moral. Não temos tempo para
desenvolver aqui as linhas de ação ético-negativas diante deste fato primordial13.
11 Aqui há inevitáveis ecos benjamineanos: “Nunca houve um monumento da cultura que não fosse também um
monumento da barbárie” (“Sobre o conceito da história”, em Obras escolhidas, p. 225).
12 Cfr. Carvalho, Antologia, Introdução, p. 4, e Ética, pp. 105, 113.
13 Algumas seriam: tomar plena consciência da condição humana e da inabilitação moral, recusar-se a culpar aos
outros pela mortalidade do ser, sobriedade na procriação e disponibilidade para um morrer meritório. Cfr. Crítica de la
Moral Afirmativa, Parte III, seção 2.
14 A filosofia da existência de origem heideggeriana também proporciona categorias para criticar frontalmente a noção
de pessoa como noção metafísica; disto eu me ocupo no meu terceiro ensaio sobre culturalismo brasileiro na medida em
que este tem pretendido uma aproximação à filosofia heideggeriana da existência, aproximação que eu acho
problemática.
15 Aqui há novamente ecos negativos tobiáticos, na concepção da natureza como imoral; de acordo com isto, o mero
Estas frases devem ser cuidadosamente re-pensadas além dos sentimentos nobres que
desperta, pois ser “fonte de valores” não pode ser considerado um mérito per se, por dois motivos:
(a) porque uma fonte de valores também gera valores abomináveis, e inclusive monstruosidades; e
(b) porque uma fonte de valores, mesmo que gere sempre valores positivos, poderá gerar valores
melhores que a própria fonte. As sinfonias de Mozart podem ser melhores que Mozart. A luz de uma
vela pode ser condição empírica para escrever um livro sagrado, mas isso não torna a vela mesma
sagrada. Por isso, o fato do humano ser “fonte de todos os valores” não lhe outorga valor “em si”,
mas apenas um valor de condição, e sempre incerta. A objeção está certa: o valor tem que ser
conquistado, ele não é dado primário; o valor supremo pode estar no resultado, não na fonte.
Assim, contra a réplica de Reale, e em favor da objeção, a ética negativa diria que no
momento de criar os valores, não “tomamos consciência” de um valor anterior, pois não existe esse
valor, mas, pelo contrário, um desvalor, como foi mostrado; no melhor dos casos, se conseguirmos
algum valor positivo, é porque o criamos nesse momento; não há nenhum “valor prévio” do qual
nascer natural do ser humano não poderia ter nenhum valor, mas o que de cultural o humano seja capaz de construir em
cima disso. É natural padecer um nascimento incômodo, mas é cultural que nosso nascimento seja valioso (ou se torne
tal).
16 Curiosamente, Reale não diz quem lhe dirigiu tal crítica, mas menciona Émile Durkheim para formular a objeção.
possamos “tomar consciência” depois, pois a fonte não pode dar nenhuma garantia de valor a partir
de seu desvalor fundamental, independentemente dos resultados obtidos.
Na ética negativa, nada é bom simplesmente por ser; nada é bom só por ter surgido; pelo
contrário, tudo é mau por ser17, por surgir-terminal; os entes tentam melhorar o ser, mas só podem
fazê-lo intra-mundanamente; a busca incessante de entes é a tentativa de inventar o bem contra a
maldade do ser; o bem não é a vida, mas o que se faz dentro dela e contra ela. (No filme italiano “A
vida é bela”, não é a vida o que é belo; a vida é terrível, é o nazismo, é a intolerância, é o
extermínio; o que é belo é tudo o que Guido faz para tornar belo para seu filho aquilo que é
terrível). Se a pessoa fosse valiosa em seu ser, ela não precisaria construir o valor positivo tão
ardentemente, não teria uma necessidade tão premente de ter seu valor reconhecido. Os humanos
não são como Deus, que só pode criar coisas piores ou menos boas do que Ele, transmitindo Seu
valor a seus produtos; pelo contrário, o ser humano cria coisas melhores que ele (melhores que a
fonte); extrai todo seu imenso valor da sua mais profunda miséria.
Referências:
BARROS, Roque Spencer Maciel de. Razão e racionalidade. Ensaios de Filosofia. São Paulo:
Queiroz, 1993.
BENJAMIN, Walter. Sobre o conceito da história. In:Benjamim W. Obras escolhidas. São Paulo:
Brasiliense, 1994).
. Dussel y el suicidio. Revista Dianoia, volume XLIX, número 52, México, 2004.
. Sentido da vida e valor da vida: uma diferença crucial. Revista Filósofos, volume 9,
número 1, Goiânia, 2004.
CARVALHO, José Maurício de. Antologia do culturalismo brasileiro. Londrina: Cefil, 1998.
17 Para fugir de teses metafísicas acerca do “mal”, seria mais correto dizer: “tudo causa mal-estar – ou atrito – por
simplesmente ser”, nas formas da dor, do tédio e, sobretudo, da inabilitação moral. Mas não posso expor melhor tudo
isto neste curto espaço.
REALE, Miguel. Cinco temas do culturalismo. São Paulo: Editora Saraiva, 2000.
RAMOS, Samuel. Hacia um nuevo humanismo. 3 ed. México: Fondo de Cultura Econômica, 1997.
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
claro que eu não quero dizer que a vida de Hitler não tinha
possibilidade de ser avaliada em absoluto, mas que ela tinha
um valor negativo, como habitualmente pensamos que teve. A
idéia é que podemos desqualificar alguma coisa em seu valor
(como a vida de Hitler) entendendo-a perfeitamente (compre-
endendo como surgiu, como se desenvolveu, etc). Se não for
assim, toda a questão do “valor da vida humana” perde-se: a
questão importante é perguntar se a vida tem valor num sentido
positivo, se ela “vale a pena”.
Ainda na mesma página, Margutti continua confun-
dindo as duas teses antes mencionadas (“Sentido e valor são
crucialmente diferentes” e “sentido e valor não têm qualquer
conexão”), algo que ele faz cada vez que se refere à questão.
Quando Tolland explica o anti-semitismo de Hitler, esse co-
bra sentido, porque podemos entender a sua gênese, como
ele foi desenvolvendo-se, etc, sem que, em nenhum momen-
to, devamos considerá-lo como algo bom. Eu creio que se essa
distinção se perde, simplesmente tudo está perdido. Margutti
afirma: “Mesmo assim, a pergunta pelo sentido na vida envol-
ve não apenas uma explicação, mas também alguma forma de
legitimação” (p. 35). Precisamente, Tolland esclarece que fará
a sua famosa biografia tentando entender o fenômeno Hitler
sem julgá-lo. O marxismo acostumou-nos com a idéia disso
ser impossível, de não existirem descrições isentas e essa é a
tese retomada por Margutti (na sua terrível formulação: “não
há sentido sem valor e não há valor sem sentido”, p. 38). Mas
dizer que a explicação de Tolland envolve alguma forma de
legitimação do nazismo é, pelo menos, algo que se deveria pro-
var com melhores recursos argumentativos que os marxistas!
Eu creio que, mesmo que se admita uma mútua impregnação
entre descrições e valorações, isso não leva direto para a tese
forte de sua “indistinção”.
656
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
3. a Saída ReligioSa!
Júlio Cabrera
tência humana” (p. 47). Meu enfoque seria, por isso, “parcial”,
já que a vida humana é algo mais rico do que a racionalidade
ocidental dá conta de entender.
A minha primeira resposta a isso (a minha resposta ins-
tintiva, digamos) poderia ser tão simples e brutal quanto à de
John Searle em seu livro “Redescoberta da mente”. Ao referir-
se à visão científica do mundo, ele defende que não se trata
de uma opção ao lado de outro montão de visões do mundo
disponíveis. “Nosso problema não é que tenhamos fracassado de
alguma forma em apresentar uma prova convincente da existência
de Deus ou que a hipótese de uma vida após a morte permaneça
envolta em muita dúvida; na verdade, trata-se de que, em nossas
reflexões mais profundas, não podemos levar a sério tais crenças.
Quando nos deparamos com pessoas que afirmam acreditar em
tais coisas, podemos invejá-las pelo conforto e segurança que de-
claram derivar dessas crenças, mas no fundo continuamos conven-
cidos de que ou eles não tomaram conhecimento das novidades ou
estão nas garras da fé” (p. 134, meu sublinhado).
Em seguida, ele conta uma experiência pessoal: “Quando
palestrei sobre o problema mente-corpo na Índia e diversos mem-
bros de meu público asseveraram que minhas concepções deve-
riam estar erradas, porque pessoalmente eles tinham existido em
suas vidas anteriores como rãs ou elefantes, etc,...não pensei: ‘Eis
aqui um indício para uma visão de mundo alternativa’, ou mes-
mo: ‘Quem sabe...talvez estejam certos’. E minha sensibilidade era
muito mais do que mero provincianismo cultural: dado o que sei de
como o mundo funciona, não poderia considerar suas concepções
como candidatas sérias à verdade” (p. 135, meu sublinhado).
Confesso que a minha primeira resposta seria mais ou menos
essa. Não acredito que nem Searle nem eu estejamos dizendo
essas coisas por estarmos presos ao paradigma “iluminista”,
mas por motivos mais profundos. Mas eu vou demorar-me um
670
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
Júlio Cabrera
concluSõeS.
Júlio Cabrera
NOTAS
Júlio Cabrera
REfERêNcIAS
Este trabalho está licenciado sob uma Licença Creative Commons Attribution 3.0.
Fonte: http://revistas.unisinos.br/index.php/filosofia/article/view/fsu.2012.132%28suppl%29.06.
Acesso em: 07 jan. 2014.
712
Filosofia Unisinos
13(2-supplement):296-310, oct 2012
© 2012 by Unisinos – doi: 10.4013/fsu.2012.132(suppl).06
Impossibilidades da moral:
filosofia da existência,
naturalismo e ética negativa
Impossibilities of Morals: Philosophy of Existence,
Naturalism and Negative Ethics
Julio Cabrera1
Universidade de Brasília
Resumo
Este texto dedica-se a defender a tese da impossibilidade da moral. Para isso,
discute diferentes posições sobre a moralidade, como a naturalista de Adriano
Naves de Brito e a existencialista de Zelijko Loparic, estudando seus aspectos
de diferenciação, mas igualando-as entre si e com perspectivas metafísicas
tradicionais por defenderem uma posição afirmativa da moral, cada uma a
partir de suas próprias coordenadas. O propósito do artigo será defender a
posição negativa. A partir dela, não faz sentido falar em existência da moral,
pois os seres humanos estão moralmente inabilitados. Ela defende que,
uma vez que a questão da moralidade implica que o dever moral deva ser
observado em todas as situações pelas pessoas, não há possibilidade de os seres
humanos cumprirem deveres morais. O que determina a impossibilidade de
comportamentos genuinamente morais é a desvalia da condição humana, pois
ela está sujeita originalmente ao sofrimento e a inúmeros fatores desfavoráveis
para que a moral seja possível.
Abstract
This text is dedicated to defend the thesis of the impossibility of morals. For
this, it discusses different positions concerning morality, like the naturalistic
position of Adriano Naves de Brito and the existentialist position of Zelijko
Loparic, concerning to identifying each other from the point of view of the
defense of an affirmative position on morals. The purpose of the text is to
defend the negative position. From it, doesn’t make any sense defending
the possibility of morals, because human beings are morally disqualified.
It says that, once moral is an issue that ought to be observed by people in
all situations, there is no possibility for the human beings to observe moral
obligations. What determines the impossibility of genuine moral behavior
is the moral and sensitive worthlessness of the human condition, originally
1
Professor titular Departamento de Filosofia, Universidade de Brasília. Atualmente pesquisa em éticas
negativas, filosofias da linguagem (conceitos e imagens, cinema e filosofia) e filosofia latino-americana.
Autor de “Margens das filosofias da linguagem” (2003), “O cinema pensa” (2006) e “Diário de um filósofo
no Brasil” (2010). Universidade de Brasília. Campus Universitário Darcy Ribeiro, 70910-900, Brasília, DF, Brasil.
E-mail: kabra7@gmail.com.
713
297
2
Não devo ser criticado por falar em “filosofia europeia”, sendo que os próprios filósofos europeus falam em
“Niilismo europeu” (Nietzsche), “Crise das ciências europeias” (Husserl). De todo modo, creio ser importante
usar a expressão “filosofia europeia” para mostrar que ela não é redundante, que existe filosofia em toda a
extensão do globo terrestre.
714
Julio Cabrera
ser; um ser, pois, que terá de constituir-se através de escolhas; ao mesmo tempo,
Dasein está lançado gratuitamente nesse mundo que ele terá que constituir (“mun-
do” não é, para Heidegger, um espaço objetivo, mas já o habitat de ações e atitudes
existenciais no qual Dasein se constitui); mundo não é lugar tranquilo, mas inóspito,
onde Dasein terá que fazer seu próprio ser através de escolhas dramáticas e inseguras,
sem qualquer referencial transcendente que lhe guie de maneira segura e confiável;
estas decisões vão constituindo a própria singularidade de Dasein, resolvendo-o
em seu ser-para-a-morte, naquilo que ninguém poderá fazer por ele; mas trata-se
de uma singularidade fluída e passageira, nunca plenamente constituída por um
suposto “mundo externo”, nem referida a uma “interioridade” insondável. Desta
forma, Dasein jamais esteve numa situação cartesiana, trancafiado num cogito e
pensando em como chegar ao mundo; ele é ser-no-mundo desde sempre, está ai
desde sempre, jogado no meio das coisas; tampouco é consciência intencional
apontando para correlatos intencionais, como em Husserl (1970), mas um ser que
se cuida, que se compreende e fala, que se faz a si mesmo no compreender e falar;
e, especificamente, um ser que se comporta a respeito de si, que faz projetos, que
é projeto.
Um ser assim concebido nunca conseguiria subordinar-se a qualquer nor-
matividade extrínseca a seu fazer-se; e especificamente, a qualquer normatividade
moral. Não que Dasein se comporte imoralmente, porque isto seria manter-se ainda
dentro do rádio de influência da moralidade; tampouco significa que Dasein não
leve em conta articulações morais – bem, mal – em sua empreitada de fazer-se a sim
mesmo em seu projeto singular; elas podem ser consideradas no meio de outros
elementos existenciais, mas sem que elas ocupem lugar de privilégio ou de tribunal
externo de última instância das suas ações, como uma espécie de normatividade
absoluta e mandatória – tal como a moralidade tem sido regularmente concebida.
O prioritário será o ter de ser, a autodeterminação e a autoconstituição, e não a
submissão a normas como sistemas de comportamento, ou regras de ouro, ou
códigos de conduta padrão, na forma de imperativos categóricos ou de regras
que visem à felicidade do maior número. Se a determinação do humano mediante
estas categorias constitui uma “pessoa humana”, vê-se claramente como a noção
de Dasein deve afastar-se radicalmente desta noção tradicional.
Tampouco é, portanto, Dasein capaz de sustentar qualquer “dignidade”; pois,
de certa forma – e isto pode contribuir bastante para a impopularidade do pensa-
mento de Heidegger - seu estar jogado já ai no mundo constitui, de alguma forma,
uma situação desde sempre “indigna”; também Dasein é, certamente, criador de
valores, mas não como fonte livre e plenamente responsável, mas como ser finito
desde sempre obrigado a gerar valores apenas para poder desenvolver-se como
existência projetiva, não como uma “opção livre”, nem para criar o mundo superior
da “cultura”. (Aqui pode-se lembrar a famosa polêmica de Heidegger com Cassirer
em Davon na década de 1930, tão bem narrada por Safranski na sua biografia de
Heidegger). Nenhum “bem cultural” poderia isentar Dasein da sua árdua tarefa de
fazer-se na sua solidão compreensiva de si mesmo.
Creio que fica claro, nesta sucinta exposição, que concebendo o humano como
Dasein, ele não pode ser agente moral no sentido da moral tradicional; não apenas
porque seu agir projetivo pode fazer Dasein transgredir normas morais, mas, de
modo radical, porque um ser empenhado nessa empreitada de auto-fazer-se e se
autocompreender não está em condições de deixar sua conduta ser determinada
por qualquer norma externa ao próprio procedimento de autoconstituição; Dasein
298
não se comporta imoralmente; ele simplesmente não pode ter a moralidade – em
sentido tradicional – como horizonte. Estas ferramentas reflexivas devem conduzir,
pois, à impossibilidade da moral tal como foi antes apresentada (não como uma
716
3
Cfr. Nietzsche (1992, cap. 5), “Contribuição à história natural da moral”.
299
718
Julio Cabrera
Se o leitor desejar, como eu, construir uma sociedade em que os indivíduos cooperem
generosa e desinteressadamente para o bem-estar comum, ele não deve esperar grande
ajuda por parte da natureza biológica. Tratemos então de ensinar a generosidade e
o altruísmo, porque nascemos egoístas (Dawkins, 2007, p. 40).
300
A vida em grupo, com seus comportamentos cooperativos é, neste viés, uma
estratégia de sobrevivência mais do que um anseio moral: “Os benefícios que um
indivíduo egoísta pode supostamente extrair da vida em grupo constituem uma
720
lista muito variada” (Dawkins, 2007, p. 291); para muitos animais, caçar em grupos
é mais vantajoso e menos dispendioso do que caçar sozinho, embora tenha depois
que dividir o alimento; a proteção contra os predadores comuns pode ser outro
motivo da formação de grupos. “Podemos esperar, portanto, que o altruísmo recí-
proco tenha desempenhado um papel importante na evolução humana” (Dawkins,
2007, p. 323). Dawkins mostra como a competitividade no nível genético continua
a mesma no mundo dos “memes”, um novo tipo de replicador que funciona como
uma unidade de transmissão cultural: “Se um meme dominar a atenção de um cé-
rebro humano, tem que fazê-lo à custa de memes ‘rivais’” (Dawkins, 2007, p. 337).
Mas ele insiste em que não há aqui determinismo: “Temos o poder de desafiar os
genes egoístas que herdamos e, se necessário, os memes egoístas com que fomos
doutrinados [...] Somos os únicos na Terra com o poder de nos rebelar contra a
tirania dos replicadores egoístas” (Dawkins, 2007, p. 343).
Steven Pinker descreve em cores vivas a “impossibilidade da moral” em termos
naturalistas, embora num viés crítico:
301
aram diante destas consequências extremas e desagradáveis das suas respectivas
empreitadas, e tentaram reconstruir algum tipo de projeto moral agora não mais
em bases tradicionais, mas em suas próprias bases (existenciais ou naturais).
722
Julio Cabrera
302 4
Cf. especialmente: “Heidegger, um pensador ético?” e “Origem e sentido da responsabilidade em Heidegger”
(in Loparic, 2003), e “Ética no morar no mundo-projeto” e “Ética no morar no mundo-quadrindade”
(in Loparic, 2004).
724
as normas morais são para Darwin inseparáveis dos sentimentos, dada a sua função
como supressoras do egoísmo [...]. Darwin atribui um papel muito importante ao
arrependimento ou remorso que acompanha a consciência de ter violado uma norma
moral. Também o papel que atribui ao elogio e à repreensão (Rosas, 2011, p. 299).
Trivers, por sua parte, como exposto por Rosas, estuda o altruísmo como ca-
tegoria biológica: “Sua explicação do altruísmo apela para a reciprocidade, ou seja,
para o benefício mútuo ou a troca de benefícios” (Rosas, 2011, p. 300). Apesar de
deserções individuais serem, em grupos grandes, mais vantajosas que a cooperação, a
cooperação universal é preferível à deserção universal. Trivers explica minuciosamente,
em artigos rapidamente convertidos em clássicos, os mecanismos de recriminação,
castigo e reciprocidade, sempre muito ligados a sentimentos; Rosas comenta que
5
Publicado no volume: Ecos de Darwin, organizado por Regner e Brito (2012).
303
726
Julio Cabrera
uma “ilusão”, na trilha de autores como E. Wilson. Naves considera que esta tese
é indigesta para as ciências humanas, que exigem que se ofereça uma explicação
não falaciosa da passagem dos genes para a geração dos valores culturais. Depois
de uma longa discussão crítica do contratualismo, que teria sido a teoria moral
preferida dos naturalistas, Naves passa a expor a sua proposta positiva do que seria
uma ética evolucionista. O naturalismo não deve adotar a noção absoluta de valor
que vem da tradição, mas tampouco deve renunciar ao universalismo; deve focar
com especial atenção o funcionamento de interesses e de afetos; trata-se de “dar
um sentido mais substantivo à intuição humeana de que valores morais remontam
ao que agrada ou desagrada os indivíduos da espécie”; estes valores não nos en-
frentam contra a natureza, como na visão tradicional, posto que surgem dela, de
“forças com as quais ela dotou a espécie para garantir-lhe a vantagem evolutiva
da vida em sociedade. Isso implica em ter dotado os indivíduos dessa espécie com
um irrefreável interesse pelos demais [...]” (Naves, 2012, p. 304).
Naves prossegue:
De qualquer modo, o ponto de partida para uma moral naturalizada tem de ser o
grupo, unicamente face ao qual se pode explicar como a evolução fez o seu trabalho
de selecionar os indivíduos mais aptos à interação e, por conseguinte, mais aptos para
a vida cooperativa... Nosso aparato afetivo está montado para favorecer a vida em
grupo e não somos indiferentes aos demais (Naves, 2012, p. 305).
Pelo interesse do indivíduo de fazer parte do grupo, ele aceita entrar num
sistema de exigências mútuas que não são ilusórias (como E. Wilson pretende), mas
perfeitamente concretas e efetivas: “compreende-se que, perante o grupo a repres-
são dos impulsos meramente egoístas seja valiosa e valha mesmo para o indivíduo
que a exerce, pois ao fazê-lo, ele atende aos interesses e preferências sociais que a
evolução lhe imprimiu” (Naves, 2012, p. 307-308).
Aqui também, parafraseando o que foi dito acerca da tentativa de Loparic,
se poderia dizer que Naves pensou as coisas para que aquilo que parecia conduzir
a uma impossibilidade naturalista da moralidade tornasse possível uma moralida-
de naturalizada. Em ambos os casos, a tese forte da impossibilidade da moral foi
evitada. As categorias que poderiam ser usadas, em viés de reflexão radical, para
questionar a moralidade em suas próprias bases, são utilizadas, pelo contrário,
para tentar construir outros tipos de moralidade não tradicionais, com o qual é
demorada a entrada franca num território de pensamento abertamente pós-moral.
Na última seção deste trabalho, tentarei descrever como seria o pleno assumir da
impossibilidade sem este tipo de tentativa de ainda construir uma moralidade após
a sua crítica radical.
As condições ético-negativas da
impossibilidade da moral.
A tese da inabilitação
A ética negativa6 tenta mostrar a tese (muito mais impopular ainda que
as teses heideggerianas) da desvalia sensível e moral da condição humana como
motivo fatual primordial da impossibilidade de comportamentos genuinamente
304 6
Cfr. Cabrera (1996) e escritos contidos em: http://filosofojuliocabrera.blogspot.com
728
305
Na abordagem ético-negativa, nada como “o mal” existe. Aquilo que no jargão
metafísico tradicional foi considerado como “o problema do mal”, é simplesmente
o ser mesmo da condição humana, e não algo adventício que teria acontecido a ela
730
Julio Cabrera
306
problemático das relações entre vida e moralidade que o pensamento de Nietzsche,
entre outros, colocou em evidência. Numa ética negativa, tem que se examinar, de
tempo em tempo, quais são os custos morais do continuar vivendo – mesmo levando
732
um tipo de vida negativa mínima e austera (tal como descrita no “Pequeno Manual
de sobrevivência”, em Cabrera (1996)) sem desconsiderar aos outros de maneiras
inaceitáveis; mesmo num sobreviver lúcido, que se cuide de não machucar, não
matar, não procriar, que se coloca em risco, que não culpa aos outros pela condição
humana, mesmo assim a “falta de espaços” da condição humana fará com que
prejudiquemos os interesses de outros. (Mesmo o não procriar, mesmo o próprio
suicídio, ao serem ainda ações humanas, são ações inabilitantes que prejudicam).
Então, pareceria que já o mero continuar vivo coloca em perigo ao outro, tanto
em éticas afirmativas quanto negativas, o que prova a força da tese da inabilitação
moral. Aqui parece que estamos no próprio coração da impossibilidade.
307
naturalistas aludem ao hiato ou abismo que apareceria tentando passar direta-
mente dos genes para uma “ilusão da moralidade”. Naves sustenta em seu artigo
que a tese da “ilusão da moralidade” “é fatal ao naturalismo porque aceita que a
734
Julio Cabrera
308
do caminho; dentro da rede holística de ações, as moralidades naturalizadas são
tão impossíveis quanto as morais tradicionais, porque ambas estão submetidas às
vicissitudes do triplo atrito da condição humana e seus desdobramentos morais.
736
Epílogo
É claro que a “impossibilidade da moral” aqui exposta não significa apenas
uma determinada “crise de valores” que estaria ligada com a “crise da moderni-
dade”, no sentido de MacIntyre (2003), ou com um “colapso das categorias éticas
tradicionais”, como a apontada por Peter Singer, mas algo de muito mais básico
e primordial; tratar-se-ia de uma impossibilidade estrutural e conceitual referida
a um agente humano capaz de conceber ou imaginar a ética, mas incapaz de
309
torná-la moralmente viável; uma estrutura teórica-prática feita para ninguém, um
mero objeto de estudo (mesmo fascinante) mas não de práxis. MacIntyre viu a
impossibilidade da moral no seu livro After Virtue, mas apenas como fracasso de
738
Julio Cabrera
um projeto moderno; segundo ele, moral, metafísica e religião vão juntas e teriam
que cair juntas; o projeto moderno fracassou, segundo ele, por tentar livrar-se da
metafísica e da religião preservando a moralidade, o que é impossível. Tudo isto
está muito bem; o problema é que ele mesmo tenta reabilitar a moralidade dentro
de um projeto neo-aristotélico auxiliado por Wittgenstein; ele não capta, assim, a
virulência e radicalidade da sua própria tese, que não afeta apenas o projeto da
modernidade mas o inteiro projeto da moralidade, incluída a sua fonte grega; por
tanto, sem “saídas” neo-aristotélicas. Em meus termos, uma teoria de virtudes
aristotélica não escapa do fenômeno radical da inabilitação moral, mas apenas o
encena de uma maneira peculiar.
Referências
CABRERA, J. 1996. Crítica de la Moral Afirmativa. Barcelona, Gedisa, 235 p.
CABRERA, J. 2007. Ética e condição humana: notas para uma fundamentação
natural da moral (contendo uma crítica da fundamentação da moral de Ernst
Tugendhat). In: A. NAVES (org.), Ética: problemas de fundamentação. Brasília,
Ed. da UnB, p. 47-97.
DAWKINS, R. 2007. O gene egoísta. São Paulo, Companhia das Letras, 547 p.
FARIAS, V. 2010. Heidegger y su herencia. Los neonazis, el neofascismo y el funda-
mentalismo islámico. Madrid, Técnos, 328 p.
HEIDEGGER, M. 2006a. Ser e Tempo. Petrópolis, Vozes, 600 p.
HEIDEGGER, M. 2006b. Os conceitos fundamentais da metafísica: mundo, finitude,
solidão. Rio de Janeiro, Forense Universitária, 432 p.
HUSSERL, E. 1970. Logical investigations. London, Routledge/K. Paul, 877 p.
LOPARIC, Z. 2003. Sobre a responsabilidade. Porto Alegre, Edipucrs, 143 p.
LOPARIC, Z. 2004. Ética e Finitude. São Paulo, Escuta, 120 p.
MACINTYRE, A. 2003. After virtue. Notre Dame, University of Notre Dame Press, 304 p.
NAVES, A. 2012. A moral e os valores numa perspectiva naturalizada e evolucionista.
In: A.C. REGNER; A. NAVES (orgs.), Ecos de Darwin. São Leopoldo, Editora da
Unisinos. [E-book].
NIETZSCHE, F. 1992. Além do bem e do mal. São Paulo, Companhia das Letras, 248 p.
PINKER, S. 2004. Tabula rasa. A negação contemporânea da natureza humana. São
Paulo, Companhia das Letras, 688 p.
REGNER, A.C.; NAVES, A. (orgs.). 2012. Ecos de Darwin. São Leopoldo, Editora da
Unisinos. [E-book].
ROSAS, A. 2011. Ética evolucionista: o enfoque adaptacionista da cooperação huma-
na. In: P. ABRANTES et al., Filosofia da biologia. Porto Alegre, Artmed, p. 296-314.
SAFRANSKI, R. 2005. Heidegger. Um mestre da Alemanha entre o bem e o mal.
São Paulo, Geração Editorial, 518 p.
SINGER, P. 1997. Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradi-
cional. Barcelona, Paidós, 255 p.
310
740
Authorization granted to the Repository of the University of Brasília (RIUnB) by the editor of
the journal, at March, 21, 2014, with the following conditions: available under Creative
Commons License 3.0, that allows you to copy, distribute, publish, create derivative works
provided that such part of the same license and that the author and licensor is cited. Does not
permit commercial use.
CABRERA, Julio. Para uma defesa nietzschiana da ética de Kant (à procura do super-homem
moral): uma reflexão semântica. Cadernos Nietzsche, São Paulo, v. 6, p. 31-69, 1999.
cadernos N ietzsche 6, p. 31-69, 1999 742
Julio Cabrera**
Resumo: Este texto é desenvolvim ento de meu livro Crítica de la M oral A firm ati-
va (Barcelona, 1996). Trata-se de uma defesa nietzschiana da moral kantiana,
contestando certa leitura nietzschiana standard da mesma, da qual surgiria a
sua radical rejeição como “vitalm ente decadente” . Esta defesa nietzschiana da
ética de Kant deverá provar, a contrario, a pertinência da perspectiva filosófica
aberta por Nietzsche. Este exercício está pontuado por três teses sem ânticas: a
contrafatualidade do mundo inteligível, a rigidez sem ântica do im perativo cate-
górico e o caráter dual dos juízos sobre a vida. Este tipo de procedim ento insere-
se num projeto de leitura analítica de pensadores não-analíticos (Nietzsche, Freud
e Heidegger).
Palavras-chave: vida - afirm ativo- negativo - trágico - linguagem.
* A g rad ecim en to s especiais para Scarlett M arton, pela sua cordialid ade e estím ulo, e para
José N icolao Julião, M árcia Z ebina e Bolívar, por com ent ári os, i ndi cações bib li ográficas
e atitudes existenciais, que em muito m elh oraram a versão final deste texto.
** Profes s or do D ep artam ento de F i losofia da U ni versid ade de Brasília.
32 Cabrera, J„ cadernos Nietzsche 6, p. 31-61, 1999 743
2.1.1. Começo por um ponto nada controverso, que já foi salientado por
muitos autores: existe na filosofia moral kantiana uma espécie de “ge
nealogia”, um exercício de suspeita endereçado a desmascarar interes-
ses empíricos espúrios, ocultos por trás de aparentes “motivos morais”.
Este procedimento seria “genealógico” apenas na medida em que pre-
tenderia remontar os motivos pretensamente morais para as suas reais
origens empírico-sensíveis. Um dos elementos primordiais desta
“genealogia” kantiana seria a distinção entre ações feitas por dever e
ações feitas conforme ao dever, com uma oculta intenção empírica (Kant,
Grundlegung, Werke, Band 6, BA 8,9). Algumas ações, “...embora mui-
to conformes ao dever, embora muito dignas de amor, elas não têm,
entretanto, um verdadeiro valor moral e andam juntas com outras incli-
nações, por exemplo, com o anseio de honrarias...” (BA 11). Ao falar do
imperativo categórico, Kant insiste: “deve-se suspeitar sempre que al-
guns imperativos aparentemente categóricos podem ser no fundo hipo-
téticos” (BA 49), e novamente, ao falar da autonomia (BA 73), Kant
concorda com Nietzsche que a moral tem sido regularmente uma cober-
tura, não uma realidade efetiva.
Mais ainda, tanto Kant quanto Nietzsche concordam que não hou-
ve no mundo, estritamente falando, autênticas ações morais. “Na verda-
de, é absolutamente impossível determinar por meio da experiência e
com absoluta certeza um único caso em que a máxima de uma ação, e
além do mais conforme ao dever, tenha se sustentado em fundamentos
exclusivamente morais e por meio de uma representação do dever” (BA
26, 27). “Não se precisa ser um inimigo da virtude: é suficiente com
observar o mundo com sangue frio, sem tomar rapidamente por realida-
des os vivíssimos desejos em prol do bem, para duvidar em certos mo-
mentos (...) se realmente se encontra no mundo uma virtude verdadei-
ra” (BA 28. Ver também BA 71, 72). Kant quer frisar que a constatação
34 Cabrera, J„ cadernos Nietzsche 6, p. 31-61, 1999 745
motivo, não são dadas no mundo atual, mas que podem ser logicamente
concebidas a partir dele, sem “sair” nunca para fora do mundo, como
numa “viagem”. Podemos conceber o “mundo inteligível” kantiano como
um “mundo possível”, neste sentido puramente contrafatual e relacional.
Certamente, Nietzsche e os nietzschianos poderiam ter bons moti-
vos (e até algum argumento!) para querer derrubar um “mundo inteligí-
vel” teologicamente concebido, que pretendesse ter alguma realidade
efetiva fora do nosso mundo, como se se tratasse de uma terra prometi-
da ou de um reino supranatural. Mas por que deveriam eles querer der-
rubar um “mundo inteligível” apenas logicamente concebido? Seria
questão de minutos encontrar ao longo da própria obra de Nietzsche
usos abundantes e inevitáveis de situações contrafatuais: todo o discur-
so sobre o além-do-homem e o último homem, ou sobre os filósofos do
futuro que seriam capazes de filosofar tragicamente, ou o discurso so-
bre o eterno retorno como imperativo moral, etc, são todos eles discur-
sos contrafatuais, onde os modos subjuntivos de exposição são indis-
pensáveis. A antimoral nietzschiana mantém permanentemente uma re-
ferência contrafatual, só que com um outro conteúdo, diferente do
kantiano, mas conservando a mesma estrutura lógica. Por outro lado, o
“mundo inteligível” kantiano, por ser apenas logicamente (relativa e
contrafatualmente) concebido, não se constitui como “depreciador” do
mundo sensível, nem está particularmente interessado em “caluniá-lo”.
Uma possibilidade lógica não se configura como a destruição daquele
mundo do qual é possibilidade, antes pelo contrário, o precisa de ma-
neira indispensável. Na contrafatualidade não há qualquer “deprecia
ção” do fatual, mas apenas a exploração curiosa de uma possibilidade
que os fatos deixam entrever.
Cabrera, J., cadernos N ietzsche 6, p. 31-61, 1999 37
748
ra), porque não há conexão entre estes dois fatos, dado que não estão no
mesmo plano. Há como uma desconexão fundamental entre ambas as
coisas. Contra Constant, Kant afirma que só é possível mentir por amor
a algum homem em particular: por amor à humanidade, jamais.
A primeira Tese semântica, a contrafatualidade do mundo inteli-
gível, serviu para mostrar a referência lógica do inteligível ao sensível.
A segunda Tese semântica, que denomino a rigidez semântica do impe-
rativo, servirá, eu espero, para melhor mostrar o caráter trágico desta
distinção. Na verdade, ambas as questões (contrafactualidade e rigidez)
estão fortemente vinculadas dentro da teoria de Kripke, já que, pelo
fato de certas expressões da linguagem serem aquilo que Kripke deno-
mina designadores rígidos, estas expressões mantêm todas as possibili-
dades lógicas como atreladas ao mundo atual (ou a um mundo conside-
rado como tal). Se os designadores não são rígidos, os objetos por eles
designados deveriam ser concebidos como pertencendo a “mundos” num
sentido não-relacional, desvinculado do mundo atual, exatamente como
Nietzsche concebeu insistentemente o inteligível kantiano. Kripke sus-
tenta que pode haver uma total desconexão entre a condição descritiva
de uma certa expressão e o objeto à qual ela se refere, na medida em que
a expressão seja utilizada como designador rígido. Por exemplo, se usar-
mos rigidamente uma expressão como “O diretor de Titanic” , podere-
mos perfeitamente utilizá-la para referir-nos com ela a, digamos, Alfred
Hitchcock, embora este diretor não seja o diretor de Titanic. O referen-
te real de uma expressão rígida não precisa ser o referente próprio da
expressão, de acordo com seu conteúdo descritivo. Podemos ainda refe-
rir-nos a esta pessoa como “O diretor de Titanic'’, mesmo após saber-
mos que esta pessoa, realmente, não dirigiu Titanic. A desconexão se
dá entre o conteúdo descritivo da expressão e o objeto para o qual ela
rigidamente aponta: este, para ser referido, não precisa preencher aque-
le conteúdo descritivo.
O imperativo categórico, na exposição kantiana, possui um certo
tipo de rigidez semântica, embora não exatamente a mesma que possu-
em os nomes e outras expressões na teoria de Kripke. Em primeiro lu-
gar, o imperativo não é um nome nem uma descrição, nem, em geral,
Cabrera, J„ cadernos Nietzsche 6, p. 31-61, 1999 41 752
ral kantiano precisa ser uma espécie de herói moral, aquele que conse-
gue viver de acordo com o puro ideal do que possivelmente nunca se
realize.
No que se refere à finalidade, Nietzsche a interpreta como tendo
tradicionalmente sido propósito doador de sentido último das coisas,
fundamento de um sentido moral para o mundo. A finalidade seria a
apoteose da visão moral-racional do mundo, e fundamento da sua de-
preciação niilista. Mas não há finalidade deste tipo na ética de Kant.
Esta finalidade objetiva e constatável aniquilaria a moralidade livre,
fornecendo-lhe um conteúdo teórico que a reduziria ao plano natural. O
“Reino dos Fins” é apenas uma construção experimental (não mais do
que o “Eterno Retorno” !), espécie de substantivação metodológica da
subjuntividade do imperativo. A moral kantiana só pode funcionar num
mundo cujo radical sem-sentido e falta de finalidade já foram concedi-
dos desde o início. A ação livre se realiza num mundo cegamente regido
por leis naturais necessárias e inexoráveis, sem qualquer tipo de finali-
dade ou sentido últimos. O pessimismo ateleológico atravessa toda a
construção kantiana do prático, tanto em seus escritos políticos quanto
no livro sobre religião. Qualquer suposto sentido final do mundo seria
perfeitamente supérfluo e prejudicial para o exercício da liberdade.
Problematicidade da existência, criação de valores, periculosidade
e falta de finalidade estão, pois, todos presentes como elementos essen-
ciais da moral kantiana. Mas, certamente, os defensores de Nietzsche
dirão que se trata de um grande equívoco, que cada um destes itens é
entendido de maneiras completamente diferentes em ambos filósofos.
Isso ficaria definitivamente claro no momento de considerar-se a última
característica do trágico, a afirmação incondicional da vida, que parece
claramente ausente da filosofia kantiana. “O dizer Sim à vida inclusive
em seus problemas mais estranhos e duros, a vontade de vida, regozi-
jando-se em sua própria inesgotabilidade no sacrifício de seus tipos mais
elevados, a isso chamei de dionisíaco, isso foi o que eu adivinhei como
ponte que leva para a psicologia do poeta trágico. Não para desfazer-se
do espanto e da compaixão, não para purificar-se de um afeto perigoso
mediante uma veemente descarga do mesmo - assim Aristóteles o en-
46 Cabrera, J., cadernos Nietzsche 6, p. 31-61, 1999
757
tendeu - mas para, mais além do espanto e da compaixão, ser nós mes-
mos o eterno prazer do devir, esse prazer que inclui em si também o
prazer de destruir...” (EH/EH, “O nascimento da tragédia”, 3. Cf: GD/
Cl, “O que eu devo aos antigos”, 5). A afirmação trágica liga-se com o
mito do eterno retorno do mesmo: “...pensar é vontade de potência en-
quanto ‘dionisíaco dizer-sim ao mundo, tal como ele é...’. “...pensar
implica em acolher tudo o que vem-a-ser. Terá de ser, por isso, uma
superação trágica, visto ocorrer como afirmação incondicional de todo
o vir-a-ser” (Nascimento 3, 46). Trata-se, pois, de uma concepção afir-
mativa do trágico.
Mas nesta linha de raciocínio, cabe perguntar-se qual deveria ser a
noção nietzschiana de “vida”, a partir da qual possa justificar-se esta
vinculação interna entre o trágico e o afirmativo, que recusa de maneira
tão drástica o caráter trágico para a ética kantiana.
Deus é tão pouco sensacionalista, que custa não aceitá-la como desen-
volvimento completamente natural da vida racional de um homem. A
pureza da religião consiste, segundo Kant, na sua vinculação com a ação
moralmente regrada, e não com a existência de figuras históricas deter-
minadas (como a de Cristo), das que só as pessoas fracas precisam, como
reforço de sua ação. De todas formas, embora não seja moralmente ne-
cessária, a figura de Cristo aparece na obra de Kant vestida com as co-
res do mais extraordinário heroísmo moral (Cf. Kant, Die Religion
innerhalb die grenzen der blossen Vernunft, Werke, Band 7, B 79, A 73,
e B 108, 109, A 101, 102). Embora Nietzsche se oponha à apresentação
de Cristo como um herói (AC/AC, § 29), precisamente aquilo que
Nietzsche admira em Cristo acaba sendo o fato dele ter sido um mestre
da restrição vital, do momento minguante da vitalidade: “O que distin-
gue o cristão não é uma fé: o cristão age; distingue-se por um outro
modo de agir. Distingue-se em que não oferece resistência, nem com
palavras nem com o coração, a quem lhe faz dano (...) aquele que não
fica bravo contra ninguém nem despreza ninguém, que não se deixa ver
nos tribunais nem reclama de nada...” (idem, § 33). Kant e Nietzsche
concordam em que é Cristo quem viveu e morreu segundo essa força
exuberante e subversiva da vitalidade, e não, certamente, os cristãos
(idem, p. 208, 211).
A auto-sustentação da ação moral é a peça-mestra do ateísmo
kantiano, ao mostrar que Deus é totalmente dispensável, que a sua exis-
tência não possui a menor influência na motivação interna da vontade,
no sentido indicado pela lei moral (Die Religion, Band 7, B 215, A 202,
B 233, 234, A 219, 220). Aqui acontece algo mais radical do que a mor-
te de Deus: a prova da sua não-necessidade. Não há afirmação nem pré-
via nem posterior a esta morte transcendental: trata-se de uma negação
radical, que afeta a própria origem da crença em Deus, na medida em
que ultrapasse a esfera prática do dever. Como grande crítico do cristi-
anismo estatutário e mediocrizante, o homem forte kantiano não seria
menos derrotado pelos “escravos da moral”, pelos cristãos pusilânimes
e burocráticos, do que o homem forte nietzschiano.
Cabrera, J„ cadernos N ietzsche 6, p. 31-61, 1999 55 766
Palavras finais
Abstract: In this paper I develop some ideas taken from my book C rítica de la
Moral Afirm ativa (Barcelona, 1996). I intend to advance here a defense of kantian
m orality on nietzschean grounds, against standard approach which persistently
considered kantian m orality as vitally decaying and niilist. This defense must put
in evidence, on the other hand, the relevance of the philosophical viewpoint opened
by Nietzsche for the first time. I display these ideas along three sem antic state-
ments: contrafactual character of inteligible world, semantic rigidity of cathegorical
imperative and dual character of judgm ents about life. This type of procedure is
to be included in a more com prehensive program of analytical reading of non-
analytic philosophers (as Nietzsche, Freud and Heidegger).
Key-words: life - affirm ative - negative - tragedy - language.
770
Cabrera, J„ cadernos N ietzsche 6, p. 31-61, 1999 59
Notas
(1) Cfr. NIETZSCHE, Die Frõlische Wissenschaft. aforismo 344 (KSA, vol. 3, p.
574), Der Antichrist, aforismo 24 (KSA, vol. 6, p. 192). Também Marton 8, p.
177.
(2) Kripke Saul, “Naming and Necessity”, p. 266-7.
(3) Kritik der Praktischen Vernunft, Werke, vol. 6, A 156.
(4) Grundlegung, BA 47-8.
(5) Kripke Saul, “Naming and Necessity”, p. 298 em diante.
(6) “... formalismo moral tanto em Nietzsche quanto em Kant. Nem um nem outro
nos vendem um catálogo de valores; ambos nos convidam para uma valoração
crítica e criadora” (Reboul 11, p. 73; tradução minha). Cf. também Marton 9, p. 208.
(7) Cf. Marton 8, p. 86-8; Reboul 11, p. 64-5.
(8) Cf. D er Antichrist, KSA, vol. 6, p. 177).
(9) “Toda proposição apresenta algo como real, mas algo que, em princípio, poderia
não o ser. Assim, lembra Aristóteles, tudo o que se pode afirmar pode-se negar e
vice-versa (grifos meus). E essa possibilidade que confere sentido (significação)
ao enunciado, na medida em que confere sentido (significação) ao ato enunciativo
que ele veicula - definido, como todo ato, por um fim visado: representar a rea-
lidade. (Quem enuncia visa o ser, diz o Estrangeiro no Sofista, como o arqueiro
visa o alvo)”. Lopes Dos Santos Luiz Henrique, “A essência da proposição e a
essência do mundo” (em Wittgenstein 11, p. 22).
(10) Nascimento 3, “O significado trágico do Sim dionisíaco nem afirma, nem nega.
E uma perspectiva imposta pela intensificação própria das forças para o senti-
do”, p. 122). Cf. também: “O sim é dito antes do julgamento ou ato” (id., ibid.,
p. 124). Cf. também DELEUZE, G. Nietzsche e a Filosofia, Cap. V, p. 10-2,
onde grande parte do que se diz sobre afirmação e negação é absurdo, se consi-
derado de um ponto de vista estritamente proposicional.
( 1 1 ) 0 teólogo Hans Kiing tem qualificado como religioso qualquer tipo de
afirmativismo, definindo o ateísmo não como a negação de Deus, mas como
uma negação do que chama “confiança na realidade”, no ser, na vida, na exis-
tência, mostrando que qualquer Sim incondicional pode ser legitimamente con-
siderado como religioso. Cf. Albert 1, p. 24.
(12) Cfr. Weinberg 12 e Reboul 11, p. 114-5, 117-8.
(13) “Não houve momento inicial, pois à vontade de potência não se pode atribuir
nenhuma intencionalidade; tampouco haverá instante final, pois a ela não se
deve conferir caráter teleológico algum” (Marton 9, p. 214; grifos meus). Aqui
se passa permanentemente de “fim” como ponto final para “ fim” como télos.
60 Cabrera, J., cadernos N ietzsche 6, p. 31-61, 1999 771
Referências Bibliográficas
Authorization granted to the author by the publisher to deposit the article in the
Repository of the University of Brasília (RIUnB) on April 8, 2014.
REFERÊNCIA:
Resumo. Na literatura sobre culturalismo (Paim, Reale, Carvalho) vemos com muita frequência a articulação
entre cultura e existência como algo de natural ou plausível, em especial conexão com a filosofia da
existência do filósofo alemão Heidegger. Tento arguir neste trabalho (terceiro ensaio de uma trilogia sobre
culturalismo) que a concepção heideggeriana de existência e a noção de cultura, como encontradiço nas
fontes neokantianas caras aos culturalismos latino-americanos (incluídos os brasileiros), podem ser
conceitualmente incompatíveis.
1. Considerações iniciais
Para tentar mostrar os problemas que surgem na tentativa, usual nas exposições sobre
culturalismo no Brasil, de articular conceitualmente as noções de Existência e Cultura, apresento
primeiro vastos exemplos retirados de um dos expositores mais experientes dessa corrente de
pensamento. Num segundo momento, tento expor a noção heideggeriana de existência. Num
terceiro passo, apresento uma arguição tentando mostrar as possíveis incompatibilidades entre a
noção culturalista de cultura e a noção heideggeriana de existência, problematizando a confluência
entre as duas noções que encontramos muito usualmente na literatura.
Um elo entre existência e cultura seria a liberdade, através da qual o humano, ao mesmo
tempo, constrói seu ser, busca o sentido da sua vida e cria os objetos culturais. Seguindo este viés
“existencial”, salienta-se o caráter dramático das escolhas, e o caráter sempre parcial de tudo o que
conseguimos construir, aspecto pouco explorado, segundo o autor, por Miguel Reale, enquanto
Roque Spencer Maciel de Barros ocupou-se da existência concreta, embora saindo da corrente
culturalista (Op. Cit., p. 105). “Tudo o que o homem concebe só é possível porque ele existe antes
de fazer as escolhas” (p. 114). Heidegger é trazido à tona explicitamente (p. 135). Por sua parte,
Antônio Paim, em “Problemática do culturalismo”, afirma: “Reale vale-se do ensejo para situar o
Culturalismo diante da Filosofia Existencial. A seu ver, o pensamento fenomenológico e o
existencial formam vertentes complementares no que se refere à compreensão integral da cultura
(...)” (PAIM, 1995, p. 68).
O livro O homem e a filosofia, sugestivamente subtitulado Pequenas meditações sobre
existência e cultura, debruça-se plenamente sobre a questão das relações estreitas entre estas duas
noções. Já na introdução, Heidegger é apresentado como uma síntese a partir da filosofia
transcendental de Kant (CARVALHO, 1998b, p. 11). O autor salienta que Heidegger mudou a
definição tradicional de existência como presença na realidade, passando a designar um modo
específico de ser, o ser humano (Op. Cit., p. 12-13). Daí o vínculo estreito entre existência e cultura:
o problema do sentido da existência se concretizaria na criação de cultura (p. 15). “A cultura era
uma criação humana que trazia embutida o modo de ser de seu criador” (p. 16, 18). O autor
reconhece que os filósofos da existência se afastaram da questão da cultura, mas, apesar disso,
“...não se tratam de questões antagônicas...” (p. 19). Focando o acento todo especial que a filosofia
da existência coloca sobre o caráter trágico do humano, ele diz, citando Reale, que “...não falta ao
culturalismo o reconhecimento de que a vida humana, tomada como experiência pessoal, é finita,
nascida do nada, entendida como projeto ambivalente” (p. 20). Para frisar a aproximação, o autor
lembra que o método fenomenológico é usado para o estudo tanto da existência como da cultura (p.
20) e que ambas noções abandonam a estabilidade metafísica (21). A introdução acaba com a
afirmação: “Embora distintas, existência e cultura não são antagônicas, elas se encontram na
realidade humana” (p. 24).
No capítulo O movimento das meditações da mesma obra, salienta-se a cultura como
“patrimônio comum”, que só se realiza “no espaço do existente”, apesar de não dar-lhe consolo
contra a finitude e a facticidade (p. 30). No capítulo “Lições de filosofia da cultura”, insiste-se em
que uma reflexão sobre cultura integra a busca de sentido da existência. “A cultura é o resultado do
processo pelo qual existir adquire concretitude. O que o existente objetiva transforma-se em
patrimônio comum” (p. 35). É lembrado que Reale sugere que “...uma reflexão sobre a cultura não
podia desconsiderar as contribuições da fenomenologia existencial” (p. 37). Lembra-se que, neste
contexto, o homem é visto como pessoa, vinculada com “...a espessura concreta da existência” (p.
38). Visto como pessoa na criação cultural, o homem está em permanente fazer-se, o que não se
afasta “...da compreensão de homem elaborada pela filosofia da existência...Quando entre
indivíduos surge uma relação em que o dever ser de um concilia com o dever ser de outrem,
estabelece-se uma relação pessoal. A existência humana possui, portanto, um componente moral”
(p. 41).
No capítulo XIII, A circunstancialidade e a filosofia, salienta-se explicitamente “a
contribuição de Heidegger” à filosofia da existência, ao conceber o homem como possibilidade de
transcendência. Basicamente, o autor vê um movimento semelhante de transcendência tanto na
cultura quanto na existência, heideggerianamente entendida. Finalmente, no capítulo XIV, O
homem e a cultura tenta-se justificar melhor esta aproximação: “Pode parecer estranho que a ênfase
no existente tenha aberto um caminho para se entender a cultura, mas isso não deve causar
estranheza” (p. 149). Salienta-se que a noção heideggeriana de humano como Dasein, ser-aí, tenta
superar o plano meramente transcendental no qual Husserl ainda se situava, e que Miguel Reale de
alguma forma recupera, “sem mergulhar na solução heideggeriana” (p. 150).
Reale “(...) indicou que a realização do mundo do homem transitava pela formação da
cultura. Ao objetivar valores os homens estariam procurando realizar o que parece justo, criando
oportunidades para que um contingente cada vez maior de existentes pudesse estar sob a força de
um esclarecimento ético” (p. 151). Fala a seguir dos “invariantes axiológicos” como “conquista
social e histórica” (p. 151). Quando se afirma que “A cultura não será compreendida se for separada
do modo humano de ser...” (p. 160), parece estar sendo suposta a noção do humano como pessoa. E
diz-se mais adiante, que “...fazer cultura é um aspecto do modo humano de ser. Esse é um modo de
aproximar a herança cultural advinda do kantismo e consolidada pelos autores culturalistas, da
filosofia existencial de Heidegger, que também bebeu, em última instância, na mesma fonte, isto é,
em Kant” (p. 161).
não ser em termos de uma ruptura profunda. Nesse sentido, não vejo que possam existir
negociações pacíficas e articulações tranquilas entre as noções tradicionais do humano – como a de
pessoa, cara ao culturalismo – e a concepção heideggeriana de humano como Dasein; Dasein não
apenas não é pessoa, mas creio, na minha leitura, que Dasein rejeita estruturalmente qualquer noção
de pessoa humana. Sustentarei neste terceiro e último ensaio sobre culturalismo que a noção
heideggeriana de ec-sistência, se vista em toda sua radicalidade, deve condenar inclusive a noção
mesma de cultura como sendo irremediavelmente metafísica, dentro da sua analítica ec-sistencial e
especificamente da sua crítica contra as noções objetificantes e disponibilizantes, entre as quais ele
situaria noções como cultura e pessoa.
Para me introduzir em assunto tão complexo, vou me beneficiar de um acontecimento
histórico marcante no qual se deu, a meu ver, em toda a sua plenitude, a incompatibilidade entre
cultura e existência (se entendida heideggerianamente). Refiro-me ao histórico encontro de
Heidegger com Cassirer em Davos, em 1929, segundo relatado vivamente por Rüdiger Safranski
em seu livro biográfico “Heidegger. Um mestre da Alemanha entre o bem e o mal”. Os
organizadores do evento decidiram reunir os dois grandes pensadores num momento histórico, que
foi acompanhado por multidões, com a imprensa chegando, num momento em que ainda não tinha
nem rádio. Heidegger tinha 40 anos, e Cassirer 55. Escreve Safranski: “Cassirer, que vinha do
neokantismo, libertara-se das indagações mais estreitas de uma teoria do conhecimento científico, e
nessa obra avançara para uma filosofia abrangente do espírito criativo da humanidade (...) Ele
passava por ser o grande representante de uma tradição humanista e um idealismo cultural de
tendência universal” (SAFRANSKI, 2005, p. 227).
Num determinado momento do diálogo,
Cassirer pergunta se Heidegger quer ‘renunciar’ a ‘toda essa
objetividade’ e ‘caráter absoluto’ que se apresentam na cultura,
‘recolhendo-se’ à ‘natureza finita’ do ser humano. Os esforços de
Cassirer buscam tornar compreensível a força simbolizante e criadora
de cultura do espírito humano como um mundo das ‘formas’. Elas não
representam infinitude no sentido metafísico tradicional, mas são mais
do que meras funções de autopreservação de uma natureza finita. A
cultura para ele é o transcender tornado forma que erige a ampla casa
do ser humano, mais fácil de destruir do que de preservar, frágil
proteção contra a barbárie que sempre ameaça a possibilidade do
humano (SAFRANSKI, 2005, p. 230).
Neste impressionante confronto, vêm-se duas apostas bem diferentes sobre a vida humana; a
cultura traz a sua mensagem de luta contra a barbárie, mesmo efêmera, de permanência, legado,
criação elevada, idealismo, humanismo, de algo transcendente à finitude que não pode ser derrotada
por esta, algo de irrenunciável, uma espécie de patrimônio ou mesmo de tesouro; de algo que não é
mera sobrevivência, mas luxo, excesso, liberdade; de criação de significado que, através das formas
simbólicas, consegue se livrar, mesmo que de maneira frágil, da pressão das imposições naturais.
Heidegger, pelo contrário, precisamente por ser um filósofo da ec-sistência (eu vou escrever assim a
palavra quando me referir à concepção heideggeriana), não consegue ver este tipo de
transcendência; ou melhor, vê que o transcender finito de Dasein é hipostasiado numa
transcendência cultural supostamente capaz de colocá-lo em lugar seguro, num patamar de
realização que o acalme da sua angústia e desamparo, o que ele vê como algo nocivo a Dasein e à
própria tarefa da filosofia.
O crucial para Heidegger é o ec-sistir ele mesmo, a liberdade para as próprias possibilidades
que só podem dar-se ec-sistindo, tentando assomar-se por breves instantes ao autêntico, instantes
que não podem ser preservados nos produtos culturais nem serem legados a outros, a gerações
vindouras; tudo o que cristaliza em cultura torna-se negação do ec-sistir, leva ao humano para a
preguiça e a inércia, àquilo que o preserva da angústia da decisão de si mesmo. O usufruto das
formas simbólicas culturais tem uma virtude dormitiva, paralizante, das possibilidades de Dasein.
Em soma: o movimento da ec-sistência não acompanha o movimento da cultura; o fazer-se
heideggeriano caminha por outras sendas diferentes da produção de objetos culturais. Nesta trilha, a
noção de cultura parece ficar excluída da dinâmica da ec-sistência heideggeriana.
Na aproximação descontraída que o culturalismo faz na direção da filosofia heideggeriana
da existência, me parece haver uma confusão entre o “fazer-se a si mesmo” heideggeriano e a
construção dos objetos culturais. Em ambos parece focar-se a capacidade humana para construir-se
a si mesma, na ausência de um ser simplesmente dado; mas parece-me que se trata de dois
movimentos não apenas diferentes, mas opostos e inconciliáveis. O “fazer-se a si mesmo”, tal como
exposto de maneira detalhada nas páginas de Ser e Tempo, processa-se através do existencial do
“curar-se de”, uma instância temporalizada que aglutina todos os outros existenciais: ser-em-, ser-
no-mundo, ser-com, compreensão, fala, pathé, etc. Este fazer-se de Dasein na cura não é nenhuma
“construção de valores”, nem sequer num sentido nietzscheano (filósofo que Heidegger muito
admirava), não digamos já num sentido scheleriano; trata-se apenas do duro e ofegante sustentar-se
na existência através de escolhas incômodas, inadequadas e angustiadas que não há outro remédio
que assumir, sem qualquer promessa de bem-estar, realização ou elevação espiritual sublime; trata-
se do mais elementar e sofrido fazer-se num abismo que não promete recompensas, mas apenas
exigências penosas e, em geral, impossíveis de satisfazer. O que Dasein consiga fazer consigo
mesmo não o terá situado em nenhum terreno cultural admirável, mas apenas numa compreensão
árdua do próprio destino, cheio de armadilhas e de trevas nas quais, de vez em quando, com fortuna,
se poderá experimentar alguma fugaz experiência intensa.
Pelo contrário, cultura é, para Heidegger, uma instância que tende ao simplesmente dado, à
promessa de uma instância superior capaz de aliviar dos ardores do existir; trata-se de algo que
tende ao disponível, ao que sempre pode ser manuseado com proveito. Se a pessoa humana pode
fazer-se a si mesma através da cultura, trata-se então de um fazer-se completamente diferente ao
formulado por Heidegger em sua obra magna. E a pessoa humana pode fazer-se na cultura porque
ela não é Dasein, não é verdadeiramente ec-sistente; pessoa é a noção disposicional e simplesmente
dada do humano, que pode assim colocar-se em sintonia com os produtos culturais nos quais já não
há mais o sopro vivo da ec-sistência. Dasein e pessoa são, pois, noções contraditórias e
inconciliáveis de ser humano, e os culturalismos pretendem casá-las quando aproximam de maneira
descontraída as noções de cultura e de existência. Dasein não está em condições de buscar bem-
estar ou abrigo cultural, mas está-ai suspenso em sua facticidade. Os produtos culturais não são
apenas “incompletos” ou “insuficientes”, mas inoperantes para Dasein em sua falta de raízes no
mundo. A liberdade que a cultura promete está fora do alcance da “abertura” de Dasein que apenas
se consegue “desimpedir” certos caminhos; a liberdade ec-sistencial é apenas a abertura às próprias
possibilidades de sustentação, e não uma propriedade decisiva que permita ao humano um
vencimento duradouro das circunstâncias.
plenamente ao produto cultura que surge da criação de valores, mas não o ec-sistente como curar-se
de, pré-compreender e angústia expostos em Ser e Tempo, posto que este deve exceder
inevitavelmente qualquer produção cultural, num transcender mais incisivo e assustador que a
transcendência tanta vezes posta de relevo pelos culturalistas.
Talvez Sartre e Levinas, na Europa, tenham sido os que melhor compreenderam o caráter
radical e extremo da concepção heideggeriana de transcendência, que não se limita a ser
transcendência do mundo ou da natureza, mas também transcendência da cultura, como “produto
superior” do espírito humano. Dasein excede a si mesmo não por uma decisão guiada pelo poder do
espírito (isto seria ainda manter Heidegger no âmbito de pensamento do idealismo alemão), mas por
um estar-ai incapaz de instaurar seu próprio modo de ser a não ser de maneira fragmentária,
insuficiente e angustiada. Nenhum transcendido, nem mesmo um transcendido cultural, poderia pôr-
se no nível do movimento de transcendência de Dasein; ele seria expulso da ec-sistência junto com
os produtos naturais e junto às mais baixas produções da matéria; a dignidade dos objetos culturais
não os protegeria da sua expulsão ec-sistencial, porque expulsar objetos (de todo tipo) é a única
maneira de Dasein ser seu peculiar modo de ser, precisamente a ec-sistência. Ao serem ec-sistidos,
os produtos culturais são expulsos, e não assimilados à ec-sistência.
Nesta mesma linha de arguição, Dasein não pode – como sim pode fazê-lo a “pessoa
humana” da concepção tradicional – usufruir de qualquer “patrimônio comum”, nem possuir
qualquer “componente moral”. Daí surgem, precisamente, os numerosos problemas que Heidegger
enfrenta ainda hoje a respeito da sua participação no Nacional-socialismo. Por mais infeliz que
tenha sido essa sua participação (e sem dúvida foi), ela põe claramente de manifesto que a sua
noção do humano não é capaz de acolher um patrimônio cultural comum que não passe por uma
escolha de-construtiva e re-classificatória (que vai colocar uma grande parte do “tesouro cultural”
da humanidade entre parênteses não husserlianos); enquanto a questão moral, ela está sensivelmente
suspensa na ec-sistência de Dasein, pois as articulações morais – e valorativas em geral – apenas
seriam, para Heidegger, tentativas mal sucedidas de garantir uma direção válida e compensadora de
um ec-sistir que tem que carregar sempre o peso de suas escolhas opacas e sem justificação
intrínseca.
A moral, como a estética das obras de arte, são tentativas de estabelecer objetivos claros
para um fazer-se que apenas se movimenta em função de pontos de fuga e aberturas ao mesmo
tempo promissoras e ameaçadoras. Dasein não pode dar-se ao luxo de ser moral, mas apenas de
apreender, pré-compreensivamente, a estar-ai. De maneira que a frase de Reale sobre a realização
5. Considerações finais
Não se trata de abandonar as noções culturalistas de cultura e correlatas em benefício das
categorias heideggerianas, por estas serem “melhores” do que aquelas. Não está decidido se Dasein
é uma melhor ou pior concepção do humano que “pessoa” (melhor ou pior a respeito de quê?).
Apenas quis sustentar aqui que Heidegger é um convidado difícil para o culturalismo, e que talvez
seja melhor abandonar essa parceria antes de que seja demasiado tarde.
Referências:
CABRERA Júlio. A ética negativa diante do culturalismo. Revista Estudos Filosóficos.
Departamento de Filosofia e Métodos, Universidade de São João del Rei, número 7, 2012.
CARVALHO José M. de. Antologia do culturalismo brasileiro. Londrina: Edições Cefil, 1998a.
HEIDEGGER Martin. Ser e Tempo. Petrópolis: Editora Vozes. Campinas: Editora da Unicamp,
2012. Trad. de Fausto Castilho. (Edição bilíngue alemão-português).
REALE Miguel. Cinco temas do culturalismo. São Paulo: Editora Saraiva, 2000.
SAFRANSKI Rüdiger. Heidegger. Um mestre da Alemanha entre o bem e o mal. São Paulo:
Geração editorial, 2005.
Abstract. Very frequent references to a rather natural connection between the concepts of Culture and
Existence can be found in the Culturalist literature, in special allusion to Martin Heidegger’s philosophy of
Existence. In this paper (third and last part of a group of three essays on Culturalism) I try to demonstrate
that the Heideggerian notion of Existence can be conceptually incompatible with the Neokantian concepts of
Culture largely influential on Latin-American (and Brazilian in particular) forms of culturalism.
DOSSIÊS
Julio Cabrera
Universidade de Brasília
kabra@unb.br
Resumo: Neste trabalho, vou sustentar que perguntar pelo sentido da vida (humana) não
é o mesmo que perguntar pelo seu valor; que freqüentemente estas duas questões se
confundem; que ambas as questões têm respostas claras; que, para ser respondidas, elas
devem colocar-se numa dupla dimensão, habitualmente ignorada pelos filósofos de
tendência analítica: o sentido ou valor da vida mesma, e o sentido ou valor do que acontece
dentro da vida. Sustentarei que não reconhecer essa dupla dimensão prejudica os
tratamentos analíticos usuais da questão do “sentido da vida”.
Julio Cabrera
mostramos que não foi uma ação absurda (pois vimos anteriormente
uma outra pessoa caindo etc.), que ela pode ser analisada com
respeito às suas condições de legitimidade (moral), e que pode ser
declarada corajosa, temerária, inócua etc. Por fim, fornecemos o
sentido de uma obra de arte, por exemplo, de um filme, quando
tentamos explicar o que é que essa obra significa, quando dizemos
qual é a sua trama, seu assunto, o que é que esse filme desenvolve,
o que podemos entender quando o assistimos, quando mostramos
que tem uma inteligibilidade (apesar de sua primeira aparência ser
absurda ou desconexa, como, por exemplo, nos filmes de Jean-Luc
Godard), e que essa obra pode ser analisada com respeito às suas
condições de aceitabilidade estética, podendo ser considerada
lograda, fracassada, mal dirigida etc.
Em todos estes casos, o sentido parece ser algo distinguível da
determinação de algum tipo de valor: valor de verdade, no caso das
proposições, valor moral, no caso de ações, valor estético no caso
das obras de arte. O próprio sentido dessas coisas pode ser entendido
como o conjunto de suas condições de valor, de qualquer tipo que
seja. Parece, pois, relevante, distinguir “sentido” de “valor”. O século
XX nos acostumou, entretanto, com a idéia cética de não existirem
descrições isentas de valor, de sempre projetarmos valores nas nossas
descrições, estando estas sempre como que “impregnadas” de
acentuações e preferências. Isto significaria afirmar que não se pode
dizer que a proposição “Wittgenstein escreveu o Tractatus antes de
1900” é acerca de Wittgenstein e do Tractatus, sem já dizer que a
proposição é falsa; ou que não se pode dizer que uma pessoa jogou-
se na água e tirou uma outra pessoa de lá sem já afirmar que se
trata de uma ação desinteressada ou egoísta, e assim por diante.
Como essa postura parece-me estar longe de ser evidente, suporei
que sentido e valor são coisas diferenciáveis, não de maneira
totalmente nítida e definitiva, mas, pelo menos, metodologi-
camente.1
A distinção, sobretudo, me parece importante no caso
particular da questão do “sentido da vida (humana)”,2 precisamente
788
por ser aquela mais problemática do que nos outros casos mencio-
nados. Vamos supor que não assumimos qualquer atitude cética
inicial acerca da própria procedência da questão do sentido da vida.3
Diríamos então, como base para o anteriormente esclarecido, que
fornecemos o sentido de uma vida humana quando explicamos, ou
tentamos explicar, quais são os elementos estruturais e eventuais de
toda e qualquer vida humana; quando fornecemos uma descrição
da condição humana básica na qual todos os homens estão inseridos,
assim como as possibilidades humanas no tocante a perspectivas,
intencionalidades, ações e reações, o comportamento dos seres
acerca de cuja vida estamos nos perguntando, como esses seres estão
constituídos, como eles são, como vivem; ao assistir como decorre
uma vida humana, o que podemos entender quando assistimos a
certas vidas humanas com respeito aos fins e propósitos que essas
vidas se colocam; quando mostramos que as ações desses seres são,
em geral, intencionais e podem ser esclarecidas mediante análise,
que elas não são absurdas; e, enfim, quando fornecemos elementos
para formular as condições de legitimidade de uma vida humana –
para decidir, em algum momento, se foi uma vida proveitosa, tensa,
calma, descontraída, indiferente, frustrada, autêntica ou mesquinha,
ou seja, para decidir acerca de seu valor.
A tese cética diria, neste ponto, que não é possível descrever
de maneira isenta o sentido de uma vida humana sem já atribuir-
lhe valores. Neste caso, à primeira vista, a crítica até que pareceria
mais procedente, dada a peculiaridade do objeto em questão. Afinal
de contas, vidas humanas não são proposições. Mas tentarei, nas
seções seguintes, convencer o leitor da relevância de fazer-se a
distinção também neste caso, com todos os problemas e limitações
que o cercam.4
Julio Cabrera
Julio Cabrera
o sentido das ações dos muçulmanos. Cada vida humana pode ser
analisada no tocante a seu sentido ou à sua falta de sentido, e
podemos ser mais ou menos bem ou mal sucedidos na captação
desse sentido.
(b) Se perguntarmos pelo sentido da vida humana em geral,
creio que essa questão apenas tenha sentido para o ponto de vista
teísta – que pode, perfeitamente, ser assumido, embora eu não o
assuma aqui – ou para um ponto de vista que acredite em alguma
finalidade natural dada pela teoria da evolução ou por alguma outra
teoria científica. (Dado que uma teoria natural do sentido geral da
vida não está atualmente disponível, as crenças nessa finalidade
natural são tão difusas e injustificadas quanto as crenças teístas.) A
pergunta pelo sentido precisa de algum parâmetro, de tal maneira
que ações e intenções humanas só podem ter sentido ou não em
referência a eles, sendo totalmente natural que esse sentido se perca
quando nos afastamos dos parâmetros – como nos acontece quando
estudamos cosmologia, ou quando assistimos a um filme como 2001,
uma odisséia no espaço, de Stanley Kubrik.
Essas duas alternativas esgotam, na minha perspectiva, o
problema do “sentido da vida”. Penso que todas as outras
problemáticas colocadas utilizando-se a expressão “sentido da vida”
– e outras como “absurdo”, “sem sentido” etc. – referem-se, na
verdade, ao valor da vida humana, acerca do qual, sim, eu tenho
muito a dizer.
Mas, neste preciso ponto da minha reflexão, já estou em
condições de introduzir o que denomino duas dimensões do
perguntar pelo sentido e pelo valor da vida humana. Na verdade,
não estou introduzindo uma diferença, mas captando-a já na
distinção feita pelos filósofos – não apenas pelos teístas! – quando
distinguem entre o sentido de cada vida humana em particular e o
sentido da vida em geral. Muitos admitem que, mesmo que não
sejamos capazes, sem assumir crenças religiosas, de dar um sentido
à vida em geral, à vida “em si mesma”, sempre podemos fornecer
um sentido para nossas vidas particulares, para esta ou para aquela
798
Julio Cabrera
Julio Cabrera
Julio Cabrera
Julio Cabrera
Julio Cabrera
Julio Cabrera
ABSTRACT: In this work I maintain that the question for the sense of life and the
question for its value are crucially different, even when frequently treated as being exactly
the same thing. I hold that the both of them can be clearly answered in as much as they
are put in a double dimension usually neglected by analytic philosophers: the sense and
value of life itself, and the sense and value of events internal to life. Without such a
difference in mind the whole question of meaning of life will be rather impoverished.
Notas
Julio Cabrera
Julio Cabrera
Referências
Authorization granted to the Repository of the University of Brasília (RIUnB) by the Editora da
UnB, at March, 23, 2011 and by the author of the chapter, at January, 24, 2014, with the
following conditions: available under Creative Commons License 3.0, that allows you to copy,
distribute and transmit the work, provided the author and the licensor is cited. Does not allow
the use for commercial purposes nor adaptation.
CABRERA, Julio. Ética e condição humana: notas para uma fundamentação natural da moral.
In: BRITO, Adriano Naves de (Org.). Ética: questões de fundamentação. Brasília:
Editora Universidade de Brasília, 2007, p. 47-97.
830
Ét ic a e c o n d iç ã o h u ma n a :
NOTAS PARA UMA FUNDAMENTAÇÃO NATURAL DA MORAL
(C o n te n d o u m a c r ític a d a f u n d a m e n ta ç ã o d a m o ra l d e E r n s t T u g e n d h a t) 1
J ul io Cabrera (U n B)
IN TRO D U Ç Ã O
Preâmbulo metodológico: a questão da plausibilidade
* A exemplo do adjetivo “nietzscheana”, outros, tais como fregeano, quineano e mooreano, perma-
neceram grafados com “eano”, em respeito à grafia original dos nomes, ainda que isso contrarie a
norma oficial (N. do E.).
Ét ic a : q u e st õ e s d e f u n d a me n t a ç ã o - 51
834
o mesmo que permite entender por que essa exigência não pôde, pelo
menos até hoje, ser observada.
A esse elemento, que fundamentaria, ao mesmo tempo, o impera-
tivo moral da consideração e explicaria sua sistemática não-observância,
pretendo chamar condição humana. E este é o primeiro passo da fun-
damentação: pôr em relevo a condição humana e suas características.
A condição humana foi detalhada e pictoricamente descrita pela filoso-
fia da existência dos anos 1940 e 1950, que caiu em amplo descrédito
nos dias atuais, o que dificulta enormemente —considerando o modo
partidarista e geograficamente situado de fazer filosofia nos dias atuais -
aproveitar-se de suas indagações para a questão da fundamentação da
moral. Ê ainda interessante lembrar que os existencialistas sempre anda-
ram às voltas com a questão da formulação de uma “moral existencialista”,
sem conseguir jamais realizá-la. De uma maneira ou de outra, as rela-
ções entre moral e condição humana foram sempre problemáticas tanto
para os existencialistas (que tinham a descrição pormenorizada da con-
dição humana, mas não a correta colocação da questão moral), quanto
para os filósofos morais da atualidade (que possuem essa formulação,
mas perderam completamente toda vinculação com a condição huma-
na, da qual ninguém fala hoje). Minha fundamentação natural tenta
vincular mais uma vez esses dois elementos, condição humana e
moralidade. Sartre preferiu sempre falar não de uma “natureza humana”
(como Hume desinibidamente ainda falava no século XVIII), mas ape-
nas em “condição humana”, e nisso sigo aqui sua terminologia. Mas, de
todo modo, será inevitável conectar mais tarde “natureza” e “condição
humana”, ainda sem ter de falar de uma “natureza humana”. Podemos
admitir que o homem se encontre naturalmente numa condição insupe-
rável, sem ter de admitir uma “natureza humana” (aqui, a natureza apa-
rece, por assim dizer, adverbial, não substantivamente).
O que chamo de “condição humana” tem pelo menos as cinco
características que seguem:
a) A condição humana é fatual, nascendo cada ser humano dentro dela
não como uma necessidade analítica, mas como um factum brutum.
É parte do que alguns existencialistas denominaram facticidade e,
em alguns contextos, “necessidade de fato”. Não há ninguém,
62 - J u l io C a br e r a - Ét ic a e c o n d iç ã o h u ma n a : n o t a s pa r a u m a f u n d a me n t a ç ã o n at ural d a mo r a l
845
865
869
870
Somente nesta relação tem sentido o conceito fim, e o perde quando é retirado
dela. [...] “Fim em si” é como “amigo em si, inimigo em si, norte ou sul em si,
acima ou embaixo em si”, etc. [...] Todo valor é uma magnitude comparativa, e
incluso se acha numa relação dupla: em primeiro lugar, ela é relativa ao ser para
alguém; e, em segundo, é comparativa com outra coisa mediante a qual é
apreciada (SCHOPENHAUER, 1997, Cap. II, Parte 8).6
No entanto, o discurso sobreum fimem siainda parece enigmático [...] Não faz
sentido dizer: épróprio aos homens em si mesmos serem finsem si ou terem um
valor absoluto eisto quer dizer dignidade. São palavras vazias, cujo sentido não
pode ser mostrado.
Na verdade, o non sequitur sobre o qual se apoiam as desesperadas
tentativas de Kant é precisamente este: “Devemos considerar os outros,
por conseguinte, os outros devem ter um valor ‘em si’ Na minha
fundamentação negativo-natural, simplesmente abrimos mão de qual-
quer tentativa de definir um valor afirmativo da “pessoa humana”, e a
fundamentação, como foi visto, é feita sobre um desvalor fundamental:
é da indignidade de que deverá surgir a moralidade! Mas não para
Tugendhat. Esse filósofo quer, ao mesmo tempo, várias coisas: quer o
imperativo da consideração, quer que o ser humano seja fim em si e quer
deixar de fora os fundamentos religiosos e a razão transcendental kantiana.
Como é que ele vai fazer?
Aqui o recurso à sociedade é fundamental e - como em todas as
tentativas de fundamentação da moral no século XX - a única salvação.
Dentro da comunidade, esse “valor em si” seria atribuído aos homens
pelos homens (na ausência de Deus, como no filme O ovo da serpente, de
Ingmar Bergman, em que um padre pede a seu fiel, após absolvê-lo, que
por sua vez o absolva), e será do fato de tratar-se mutuamente como “fins
em si” que eles adquirirão seu valor como seres humanos, e não vice-
versa. Eles não deverão ser considerados por serem valiosos, ou por já
terem um valor (como Kant parecia ainda pensar), mas eles se tornarão
valiosos na estrita medida em que, comunitariamente, sejam tratados
com consideração.
Pode-se dizer ao contrário: na medida em que nós respeitamos um serhumano
como um sujeito de direito e isto querdizercomo um serpara com o qual temos
deveres absolutos, nós lhe conferimos dignidade e um valor absoluto. Então
valor absoluto e dignidade são definidos desta maneira e não pressupostos
como algo existente. E agora se pode naturalmente definir assim também a
expressão “fim em si”. Mas certamente é melhor deixá-lo inteiramente fora.
Daquilo que Kant quer dizer não se perde nada com isto (TUGENDHAT,
1997, p. 155).
Ét ic a : q u e st Oe s d e f u n d a me n t a ç ã o - 89
872
873
879
REFERÊNCIAS
Authorization granted to the Repository of the University of Brasília (RIUnB) by the organizer
of the book, at February, 06, 2014, and by the author of the chapter, at January, 24, 2014, with
the following conditions: available under Creative Commons License 3.0, that allows you to
copy, distribute and transmit the work, provided the author and the licensor is cited. Does not
allow the use for commercial purposes nor adaptation.
Ju lio Cabrera
11
883
12
884
Depois de passados tantos anos desde que comecei a rabiscar
nas minhas idéias ético-negativas pela primeira vez, na longínqua
década de 80, em grande parte num estilo literário (na esquecida e
inédita narrativa “La Oficina de Informes”), me pergunto agora até
que ponto eu realizei o “projeto” anunciado, ou até que ponto “ética
negativa” é algo que não pode nem deve ser “realizado”; ou seja, até
que ponto é algo que não podia nem mesmo ser “projetado”. Na
época do “Projeto...” eu achava que aquilo devia ficar mesmo em
projeto, que não podia haver ética, nem afirmativa nem negativa. Ao
longo dos 90 sofri uma certa influência da filosofia acadêmica, e na
Crítica de la Moral afirmativa, de 96, publicada em Barcelona, tentei
esboçar como seria uma vida negativa (o que denominei uma “sobre
vivência”): o projeto tinha que ser realizado numa forma de vida. Mas
os dois pilares iniciais da ética negativa (a problematização moral da
procriação e a disponibilidade ao suicídio) negadvizavam (ou
“mortalizavam”) adequadamente aquele projeto, mostrando-o muito
mais como uma forma de colocar-se no registro da morte e do morrer
do que como uma “forma de vida”, no sentido afirmativo usual.
Assim, “ética negativa” aponta para um certo ambiente de pen-
samento no qual se pensa de maneira radical o tema do “valor” da
vida humana (na articulação das que eu, não nagelianamente, chamo
“mortal questions”: procriação, heterocidio, suicídio) e as suas rela-
ções com a moralidade. Na verdade, esta constituía como a parte
substantiva do projeto, já que contém a tese da desvalia da vida hu-
mana em sua estrutura, e as implicações morais disso. Sustentava-se
13
885
14
886
corre tantos riscos quanto um exuberante vitalista nietzscheano: em
última instância, se trata de duas formas intensas de resolver uma
situação impossível. Eu pensava que somente assim o caminho éti-
co ainda podia estar aberto.
Então, ética negativa é, pelo menos, estas duas coisas: o ambi-
ente de pensamento onde é refletida e vivida a tensão entre a nega-
ção e a negativização da moralidade, e aquele onde se processa o
mais radical julgamento da vida por parte da moralidade, nos extre-
mos reflexivos da procriação e o suicídio, à luz (ou à sombra) da
desvalia estrutural da vida humana. Mas, em terceiro lugar, comecei
a entender também por ética negativa tudo aquilo que ela obriga às
outras posições éticas a escrever em contra dela, seja por reação
sóbria, seja por indignação, dada a manifesta impopularidade de suas
teses: desvalia da vida humana, julgamento moral da procriação, dis-
ponibilidade ao suicídio, etc. Este aspecto compõe-se de tudo aquilo
que as posições afirmativas dominantes não levantariam se não fos-
sem desafiadas pelo discurso ético-negativo, algo que eu comecei a
chamar as “afirmações-também” (coisas do tipo: “Claro que há
também o negativo”, “Certamente, existem também aspectos som-
brios”, “Não há apenas luz, mas também escuridão”, e assim por
diante, afirmações onde o elemento negativo, que a ética negativa
via como estrutural e constitutivo, é visto, desde o afirmativismo,
como exceção, no registro do “também” ).
II
15
887
16
888
que aqui interessam se perderiam se começássemos a introduzir
tecnicismos e sofisticações e nos afastássemos de nossas intuições e
sentimentos. A profundidade da ética negativa terá de ser atingida
de uma outra maneira, modificando, inclusive, o próprio sentido de
filosofia “profunda”. Existe um antecedente interessante desta situ-
ação dentro da filosofia alemã do século XIX, na relação entre
Schopenhauer e os filósofos idealistas (Fichte, Schelling, Hegel).
Enquanto estes utilizavam toda a terminologia técnica disponível, e
afundavam em questões longínquas do senso comum, Schopenhauer
se gabava de fazer uma filosofia sempre próxima da intuição, filoso-
fia fácil e bem escrita, como a dos seus amados empiristas ingleses
(sobretudo Hume), que não precisavam de galimatias ou tecnicismos
abstrusos para exprimir seus pensamentos e serem profundos. Des-
de o início de meu filosofar ético-negativo, sempre me senti filiado ao
modo schopenhauereano de fazer filosofia, um método analítico claro
e explícito que não temia transitar pelo senso comum (em geral, para
criticá-lo). Nunca me senti à vontade falando filosofês ou assimilando
jargões de qualquer tendência (heideggeriana ou wittgensteineana). Me
interessa mergulhar no cotidiano, em coisas que todo mundo se per-
gunta, e procurar ser o mais claro possível. Não aspiro a qualquer tipo
de “profundidade” que passe pelo domínio competente de um jargão
ou pelo tratamento de problemas técnicos da filosofia.
Depois desse excursusmetodológico, quero tentar responder as duas
questões antes colocadas, que me parecem enormes mal-entendidos.
A reflexão ético-negativo se baseia numa certa maneira de fazer
a diferença ontológica entre ser e ente, e distingue entre o ser da vida
humana, no sentido do haver-surgido, e os entes internos à vida, as
coisas que fazemos uma vez já tendo-surgido. Assim, faz-se uma
diferença entre nascer e as coisas que se fazem no ter nascido. Fazer
ou não esta diferença - parece-me - é um dos pontos cruciais de
afastamento entre filosofias analíticas e outras filosofias. O filósofo
analítico (incluído o analítico heideggeriano ou gadameriano) tende
a dizer: não existe essa diferença, há apenas entes, entes que são, e
não “o ser”. Ter-surgido é, obviamente, a condição empírica para
17
889
fazer as coisas que fazemos no mundo, mas não há uma distinção
entre ter-surgido na vida e viver a vida. O ter-surgido é simplesmen-
te o início da vida, e não se pode distinguir entre esse início e o resto
da vida. Pelo contrário, filósofos não analíticos avant la lettre (como
Schopenhauer), duvidosamente analíticos (como Wittgenstein) e cla-
ramente não analíticos (como Heidegger) tendem a fazer uma dife-
rença entre a explicação puramente relacional e funcional dos fenô-
menos e a elucidação da essência in terna dos mesmos
(Schopenhauer), ou entre aquilo que pode ser dito numa proposição
articulada e aquilo que apenas se mostra no silêncio (Wittgenstein),
ou entre aquilo que nos afeta através deste ou daquele aspecto do
intra-mundo, e o que nos afeta através da angústia do puro e simples
ser-no-mundo (Heidegger). São três maneiras de ver e formular a
diferença ontológica.
Eu me interesso por fazer a diferença ontológica no âmbito da
questão do valor da vida humana (ou seja, num âmbito deixado pro-
positalmente de lado tanto por Wittgenstein quanto por Heidegger,
embora não, certamente, por Schopenhauer)5: é diferente pergun-
tar-se pelo valor ou desvalor do simples ter-surgido que perguntar-
se pelo valor ou desvalor das coisas que fazemos e vivemos após
termos surgido, mesmo que o primeiro seja, como é óbvio, condi-
ção empírica para o segundo. Deste condicionamento não se segue,
a meu ver, que se considerarmos, digamos, valioso o ter-surgido,
devamos forçosamente considerar como valiosas as coisas, que vi-
vemos no intra-mundo, ou vice-versa (que devamos aceitar o ter-
surgido como bom pelo fato de apreciarmos as coisas intra-munda-
nas). Aqui me parece haver uma ruptura fundamental que muitos
18
890
19
891
20
892
pela natureza quanto pelos outros humanos. O problema não é ser
incapaz de amar a vida, mas ser capaz de amá-la profunda e intensa-
mente, sendo ela terminal. Que as pessoas tenham “se habituado” a
estes fatos estruturais (se é sequer possível habituar-se a eles sem
perder a humanidade!) não remove o caráter de desvalia dos mes-
mos, mas, pelo contrário, mostra uma das estratégias mais comuns
para lidar com ela. Tampouco apontar para a desvalia significa ne-
cessariamente cair 110 desespero. Além da aceitação ou do desespe-
ro, trata-se de entender qual é a situação efetiva em que nos encon-
tramos. Trata-se da fria constatação de que as coisas intra-mundanas
podem ser extraordinariamente valiosas (o que o homem negativo
nunca negou), mas não ser valiosa a sua constituição ontológica,
dada ao nascer. (No meio de uma festa muito agradável, podemos
perceber acidentalmente o nosso rosto envelhecido num espelho, e
ficarmos angustiados; o que não vai tirar valor daquilo que está sen-
do vivido (a festa), mas vai situá-la num contexto mais adequado).
A segunda questão vulgar fica fácil agora de responder: por que
o homem negativo não se suicida de uma vez e nos deixa em paz, já
que a vida é assim tão má para ele? A decisão do suicídio, que é sempre
singular e intransferível como qualquer outra decisão existencial, depende da
maneira como cada ser humano consiga manter o equilíbrio instável entre os
valores intramundanos e a terminalidade estrutural do ser. É um erro pensar
que a decisão do suicídio vai decorrer, pura e inertemente, dos fatos
estruturais (do fato do ter-surgido mortal). Essa decisão, na verdade,
vai decorrer de uma ponderação acerca de se os bens intra-munda-
nos são ou não suficientes para suportar a estrutura mortal do ser.
Um jovem de 25 anos (como Otto Weininger) pode decidir que não,
um velho de 80 anos (como Pedro Nava) pode decidir o mesmo; e
alguém poderia levar essa ponderação até o final natural de sua vida,
sem nunca tomá-la (como Wittgenstein e Cioran, que pensaram em
suicídio...até a morte). E temerário e agressivo convidar ao negativo
a suicidar-se simplesmente na base da constatação da estrutura ter-
minal do ser, já que a decisão de suicidar-se deve decorrer do con-
fronto dessa estrutura com os valores intramundanos, confronto
21
893
que deve ser feito por cada um de nós em cada caso. Também o
negativo deve decidir até quando os valores intra-mundanos supor-
tam a estrutura mortal do ser, e essa decisão poderia ser adiada inde-
finidamente, ou tomada apenas in extremis (como nos casos de sui-
cídio assistido em doenças terminais). O pessimismo do negativo se
baseia no fato de estarmos condenados a ter de fazer esta dolorosa
e dramática ponderação, pois as nossas vidas devem ser decididas
dentro do temível rádio de influência da mortalidade do ser. Mas
isso não significa que “suicídio já” deva ser a decisão fatalmente
decorrente dessa constatação. O suicídio não é nunca o resultado
direto e sem mediações da mortalidade do ser, mas o resultado de
uma ponderação sobre a influência, decisiva ou adiável, dessa estru-
tura na criação intra-mundana de valores. (E claro que nada exclui a
possibilidade de alguém decidir suicidar-se logo de tomar plena cons-
ciência da situação de termos que fugir permanente e inevitavel-
mente da estrutura mortal do ser (ou seja, de sermos centrífugos);
mas nem sequer nesse caso a decisão terá decorrido imediatamente
dessa estrutura, mas de uma decisão que a julgou decisiva e a ser
executada sem adiamentos. Mas o negativo não se contradiz se não
fizer isso e continuar vivendo indefinidamente).
III
22
894
23
895
nós apesar de nós não pensarmos nela (se isto for sequer possível!);
chegará um momento em que atender à terminalidade do ser será fato
inadiável para cada um de nós. Esse momento, contra o que pensam
afirmativa (e inadequadamente) as pessoas, não está situado “no final
da vida”, “daqui a muito tempo”, etc, mas pontualmente em absoluta-
mente qualquer momento de nossas vidas; e seria uma pena não estar-
mos preparados para esse momento, sobretudo se formos filósofos.
O esquecimento do ser provém, em grande medida, da desco-
munal força que os entes podem adquirir, o que tenho chamado o
“assalto do ser pelos entes”, o fenômeno do total esquecimento do
ser em benefício do manejo intra-mundano de entes que se tornam
totalmente essenciais, importantíssimos, inadiáveis e absorventes. (A
obra-prima do “assalto do ser pelos entes” são, me parece, os cam-
peonatos mundiais de futebol). Na corriqueira vida de barganhas e
adiamentos existenciais que usualmente vivemos, a terminalidade
do ser é literalmente enterrada embaixo dos problemas familiares,
econômicos e de prestígio social; a terminalidade do ser, é claro,
acaba assomando a cabeça pelas frestas e incomodando, manifes-
tando-se nos lugares onde mais se gostaria ocultá-la.
Os prazeres e agrados intra-mundanos estão sempre como pe-
nhorados, sempre em pendência com o ser, sob condição, de muitas
maneiras possíveis. Um aspecto disso é o seguinte: os agrados intra-
mundanos pagam pontualmente o preço de sua terminalidade: ge-
ram dor, aceleram desgastes ou prejudicam outras pessoas. (Possi-
velmente adoeceremos dos órgãos que mais utilizamos, e que nos
proporcionaram o maior número de agrados: o futebolista pelos
pés, o cientista pelo cérebro). Por outro lado (e devemos este resul-
tado também a Schopenhauer) as felicidades e prazeres têm sempre
um caráter negativo, de rejeição da dor, e não se deixam viver na
plena positividade: saúde, liberdade e juventude, por exemplo, são
coisas que só valorizamos quando as perdemos; enquanto elas exis-
tem, se vivem sem distanciamento, como se aquilo fosse, simples-
mente, natural. Pois “contamos com o ser”, não fazemos idéia de sua
negatividade intrínseca. O caráter constantemente fugidio da vida, a
24
896
25
897
26
898
mal. O nosso nascimento é uma gravíssima limitação ontológica, já
que para ser devemos estrangular as infinitas possibilidades do não-
ser7. Além disso, somos colocados numa linha temporal inexorável na
qual vivemos lentamente a nossa degradação e em cujo final se encon-
tra a nossa desaparição definitiva. Não parece haver muitos motivos
para estarmos contentes. Nascer, portanto, não foi algo bom, nem do
ponto de vista sensível (por sermos regularmente submetidos à dor e
a ter todos os nossos agrados sempre inseridos em seu registro), nem
do ponto de vista moral (já que para viver deveremos “abrir-nos espa-
ço” contra os outros e insurgir-nos contra eles). Deveríamos, portan-
to, achar totalmente normal sentir que o nosso estar no mundo é
absurdo e doloroso, sem que exista nada de errado nisso.
Em segundo lugar, nada que aconteça na esfera intra-mundana,
ainda o mais agradável e digno, poderá resolver a menesterosidade
da origem; de maneira que é normal sentir que as nossas ações são
desenvolvidas com muito esforço e de maneira inglória, como avan-
çando muito pouco num terreno íngreme e resistente. Pois as nos-
sas invenções intramundanas de valores devem constantemente lu-
tar contra a brutal resistência da mortalidade do ser. Não sentir-se,
pois, culpados ou fracassados por não conseguir, pois não apenas
nenhuma “vitória” poderia estar garantida, mas o não conseguir é o
mais provável, dada a estrutura do mundo, além de efêmeros
triunfalismos ônticos. O ser mesmo é frustrante, a relação com ele é
impossível, e o fracasso a mais viável possibilidade da existência.
Terceiro, não existe nada como “vida boa” a ser vivida, mas
apenas rejeição da ofuscação da luz do ser; a vida não pode ter grandes
objetivos, mas pequenos rejectivos; não existe nada que devamos
buscar por si mesmo, mas apenas coisas das quais devemos fugir e
nos afastar o mais possível. Apesar de não serem claros os objetivos
(o esforço vão dos filósofos em definir o que seja “o bem supremo”,
os “fins últimos”), os rejectivos kafkianos, o que devemos evitar, são
27
899
perfeitamente claros8. Pelo lado negativo, a vida se entende, pois,
muito melhor. Como seres que procuram algo, estamos como per-
didos numa nuvem de especulações; o “bem” não aparece por ne-
nhum lugar. Pelo contrário, como seres que rejeitam e fogem, tudo
aparece claro. Tampouco há nada como “o problema do mal”: os
humanos simplesmente foram nascidos terminais e colocados numa
estrutura onde o fracasso está mais garantido do que o sucesso, onde
constantemente se deve fugir do que machuca e faz mal, onde so-
mos constantemente obrigados a enfrentar-nos com os outros, etc.
Qualquer “vida ética” no sentido afirmativo habitual é impossível
dentro desse âmbito, e ninguém deveria sentir-se culpado por não
conseguir realizá-la. Os humanos não são “maus”, mas eles não têm
o menor subsídio para levar adiante uma genuína “vida moral”, no
sentido de serem corretos e considerados com todas as pessoas, em
todas as circunstâncias, em todo tempo e lugar, etc.
Por último, não há nada de errado em pensar em dispor da
própria vida no momento em que a estrutura mortal do ser prevale-
ça sobre a força da criação intra-mundana de valores. Não devería-
mos sentir-nos culpados pelos nossos sentimentos suicidas, nem
considerá-los p e r se como patológicos ou criminais (apesar de have-
rem suicídios desse tipo!). Saber acabar com a própria vida pode ser
virtuoso (um tipo de saber antigo que se perdeu quase totalmente na
modernidade). Pensar em suicídio é uma possibilidade da existência
entre outras, não fatal, não obrigatória, mas plausível, após uma pon-
deração responsável acerca das chances de equilíbrio entre o árduo
trabalho intra-mundano e a estrutura terminal do ser.
A ética negativa pensa que vamos viver e morrer melhor se nos
desfazermos da idéia de que nosso nascimento foi algo bom, de que
a vida é bela ou de que temos direito a uma “vida boa”, de que
devemos evitar o fracasso, encontrar um fim e um sentido claro
para nossas vidas, tentar ser morais e sentir-nos culpados por não
8 “Não sei aonde vou, me interessa sair daqui; esse é meu objetivo: sair daqui”.
(Kafka, “A partida”).
900
consegui-lo, e de que devemos fugir de toda e qualquer idéia de
suicídio. Portanto, de que há algo de errado conosco quando senti-
mos que nossa vida não têm qualquer sentido, e que ela não é algo
de bom. Tampouco devemos pensar que há algo de errado conosco
quando tal constatação nos deprime, pois a condição humana, sem
as vestes afirmativas, é deprimente; se não nos deprime mais
freqüentemente é devido ao incansável trabalho da ocultação. (Não
há nada de errado, pois, na depressão, e deveria aceitar-se como um
pathos perfeitamente adequado à estrutura do mundo, ao lado da an-
gústia e o tédio heideggetianos. Somente desde a perspectiva afirmativa
a depressão vira “doença”, em lugar de simples pathos existencial viá-
vel). A depressão, o fracasso existencial, o insucesso, a desconsideração
e a morte, não são “desvios”, patologias ou males excepcionais, mas os
constituintes mais próprios da existência humana.
A ética negativa tenta pensar este paradoxo: quando assumi-
mos na pele (não apenas como saber intelectual) que a nossa vida
não é boa nem pode sê-lo, ela se torna melhor. “Melhor” não signi-
fica “boa”; apenas “melhor”. Melhor que quê? Melhor do que a
expectativa afirmativa levaria a conceber. Com a expectativa afirma-
tiva, a vida humana é ansiosa, culpada e imoral. Pois o elemento
negativo foi estranhado e transformado em “doença” e “mal”. Sem
a expectativa afirmativa, a negatividade é simplesmente vivida sem
estranhamentos: o que chamávamos de doença e mal somos, sim-
plesmente, nós. A própria idéia de “negativo” se dilui quando o
referencial afirmativo é derrubado. A “ética negativa” trabalha no
esforço de derrubar seu próprio caráter “negativo”9.
O que ainda deve ser pensado é como ficam as relações do dia-
a-dia com os outros quando é assumido o ponto de vista negativo.
9 Neste sentido, muitas (talvez todas) as críticas contra uma ética negativa no senti-
do exposto, ao restituir, de um modo ou outro, o referencial afirmativo, atrasam
este processo do pleno assumir aquilo que, até agora, fomos obrigados a chamar de
“negativo”. A sujeição a categorias religiosas de pensamento tenderá, por essa via,
a perpetuar-se, já que o ponto de vista religioso transita a linha exatamente contrá-
ria à aqui apresentada, aceitando a existência do “mal” e colocando um forte ideal
afirmativo para a vida humana, através da geração de culpas.
29
901
Pois abstenção de procriar e suicídio não são, certamente, atitudes
do dia-a-dia. Entretanto, ambas parecem derivar-se, de maneira ex-
trema, de dois movimentos fundamentais de um viver negativo, que
chamo: minimalismo vital e disponibilidadepara a morte. Dadas as som-
brias perspectivas do planeta Terra nos próximos anos, no que se
refere à super-população e todos os problemas derivados (fome,
violência, esgotamento de recursos energéticos, etc), pensamentos
filosóficos minimalistas, austeros e responsáveis serão cada vez me-
lhor bem-vindos, sobretudo no que se refere à procriação. O dar a
vida deverá ser removido de seu contexto afirmativo habitual de
dádiva e euforia, e transformado em sóbria e ponderada ação de
sobrevivência (ou seja, sem justificativas morais, mas puramente
empíricas), num mundo cada vez mais aparentemente facilitado, mas
cada vez mais difícil de ser vivido. (A atual tarefa dos meios de co-
municação consiste em simplesmente suprimir toda e qualquer cons-
ciência da crescente dificuldade de vida no planeta Terra, trocando-
a por uma aparente viabilidade afirmativa, parte do que Heidegger
chamara “o esquecimento do esquecimento”).
Passará ainda muito tempo até que os que se preocupam com a
vida no planeta vejam na familiaridade com a possibilidade da euta-
násia, por exemplo, um outro meio para a sobriedade ontológica.
Não se trata apenas de esperar por leis e decretos e atitudes gover-
namentais; uma grande parte do esforço deve partir dos indivíduos
e das filosofias que qualquer um pode ler em livros, sem esperar
tudo de medidas públicas. Se aguardarmos por isso podemos sen-
tar-nos, porque idéias que indivíduos levam algumas poucas horas
em aceitar, podem levar séculos até serem socializadas. A disponibi-
lidade para a morte, tanto em seus desdobramentos heróicos quanto
simplesmente consumatórios, deve constituir uma sensibilidade pro-
funda, e não apenas o conteúdo de algum corpo jurídico estruturado.
30
902
Revista Sorria: Como conversamos por telefone, sou repórter da revista Sorria e estou fazendo
uma matéria para a próxima edição sobre Adeus. A idéia do texto, que será a capa da revista,
é falar de despedidas e perdas: o que elas significam, quais seus reflexos em nós e que tipo de
mudanças elas trazem. Quero também falar do adeus que aponta para novas fases, reflexões,
outras maneiras de olhar e viver a vida. Sentir a dor da despedida e compreender que ela faz
parte da vida e nos torna diferentes - ou não. Nascemos para morrer e, no entanto, a morte,
hoje em dia, nos aterroriza. Por que isso ocorre? Isso sempre foi assim?
Julio Cabrera: Creio que a morte sempre aterrorizou, mas talvez hoje aterroriza mais porque
nas sociedades modernas não sabemos conviver com a idéia do nosso desaparecimento;
simplesmente não concebemos o mundo sem a nossa presença, pois a vida nos acostumou
fortemente a ela e não conseguimos mais separar-nos do mundo. Nascemos para a morte, mas
toda a estrutura das nossas sociedades está endereçada ao esquecimento desse fato e ao
atordoamento a través de diversões, tarefas profissionais e culturais e atividades cotidianas,
que nos tiram todo o tempo e não nos deixam pensar na nossa condição mortal. Assim,
quando a dor e a morte aparecem, o fazem como se fossem fenômenos excepcionais, raros e
intempestivos, para os quais nunca estamos preparados, sendo que deveria ser algo que nunca
deveria nos surpreender.
Revista Sorria - Para algumas correntes da filosofia grega antiga, quem sabe morrer é aquele
que aprendeu a viver. Assim, morte e vida completam-se e iluminam-se. Hoje, no entanto,
morte (assim como a perda) é um assunto tabu, evitado. O que aconteceu para essa reviravolta
no pensamento? E o que ela nos trouxe?
Julio Cabrera: Sim, os gregos, mas sobre tudo os romanos, eram mais sábios do que nós a
respeito de questões tanáticas; eles tinham uma grande familiaridade com a morte, e inclusive
a ligavam com honra e liberdade. Foi o cristianismo, com o antecedente do Neoplatonismo,
que acabou com esta tradição; antigamente, vida e morte eram vistas como aspectos de um
mesmo processo: na medida em que nascemos mortais, a morte seria apenas a consumação de
algo dado no nascimento; a morte não traria, pois, nenhuma novidade. O cristianismo colocou
a vida em mãos de Deus e acabou com qualquer sabedoria do morrer; pois passamos a morrer
só quando Deus o dispõe e deixa de haver qualquer honra em morrer pelas próprias mãos
quando o almejado é a vida eterna. A morte de Cristo careceria de “dignidade” do ponto de
vista romano, uma morte sacrificial e sem nobreza. Creio que esta idéia nos trouxe um
profundo estranhamento da nossa condição mortal.
Revista Sorria - Existe alguma relação entre morte-vida, perda-ganho? Penso, por exemplo,
em mitos antigos indígenas, como os tupis da criação da mandioca - uma indiazinha branca
morreu e de seu corpo nasceu a mandioca - ou da vitória régia - uma índia que se afogou por
amor à lua e deu origem à planta que abre as pétalas à noite - e mesmo no nascimento do
903
Tempo, resultado da separação dolorosa entre o Céu (Urano) e a Terra (Gaia), ou seja
histórias que, normalmente, relacionam o nascimento de algo a perdas ou mortes. Seria
possível dizer que, para que algo surja, é preciso perder algo?
Julio Cabrera: Creio que esses mitos dão corpo a um forte desejo humano: o de fazer com que
a perda de algo receba alguma compensação, uma espécie de benefício simbólico, como
quando debaixo da cabecinha da donzela violentada – no filme clássico “A fonte da donzela”
de Ingmar Bergman – surge um manancial de água fresca e pura no qual todos se lavam e
purificam. Fora do marco do mito, penso que ganho e perda, na vida humana, estão em
contato permanente: não há nenhum ganho que não acarrete uma perda e vice-versa.
Conseguimos viver quando sabemos lidar com perdas, inclusive com aquelas que os nossos
ganhos acarretam. Num sentido profundo, não é possível ganhar nada sem a mediação de uma
perda.
Revista Sorria - Schopenhauer fala da “vontade de vida”, que existe pelo temor da morte.
Assim, pensar sobre a morte é também pensar sobre a vida? Em como vivê-la?
Julio Cabrera: Este filósofo alemão é, se pode dizer, o clássico moderno da filosofia da morte;
para ele, a “vontade de vida” atravessa tudo o existente, desde as coisas inanimadas até o ser
humano, como uma poderosa força da natureza. Mas, segundo ele, essa vontade de vida é
indestrutível e nos mantém na vida mesmo nas piores condições; no fundo, nenhum ser
humano está convencido de que vai morrer; são as representações as que trazem o medo à
morte. Sem dúvida, Schopenhauer recupera o tema pagão da inseparabilidade de vida e morte,
e o saber viver é o reverso inevitável do saber morrer. Talvez por isso, este filósofo é, até
hoje, o grande injustiçado da filosofia européia. Ele mesmo disse que as pessoas não
gostavam de seus escritos porque ele simplesmente dizia a verdade em lugar de contar
mentiras belas.
Julio Cabrera: Este é também o tema de um famoso filme alemão, de Wim Wenders, “Asas do
desejo”, onde um anjo imortal deseja fervorosamente virar humano para poder deliciar-se com
uma boa xícara de café. A opção pela mortalidade, com todos seus problemas, é também a
escolha vital de Albert Camus em seu livro “O Mito de Sísifo”, uma recusa a qualquer
transcendência; os personagens de seus romances e peças também preferem os calores da vida
mortal à fria imortalidade; a vida só tem sentido à luz da mortalidade; a imortalidade é
desumana.
904
Revista Sorria - Em uma sociedade que valoriza a juventude, a beleza e o acúmulo de bens,
falar de morte perda e adeus é algo a ser evitado, bem como sentir dor ou entristecer-se. Qual
a conseqüência disso para o homem de hoje? A morte seria a última ceifadora de ilusões?
Julio Cabrera: Como falei antes, vivemos em sociedades construídas em torno da rejeição,
exclusão ou esquecimento da morte; pensa-se assim: a morte é algo que acontecerá algum dia,
daqui a muito, muito tempo, e do qual não vale a pena ocupar-se hoje. Que isto é falso se vê
claro quando diferenciamos entre “morte” e “mortalidade”; a morte pode estar distante (e
disto tampouco podemos estar seguros), mas a mortalidade já foi recebida no nascimento.
Juventude, beleza e bens são efêmeros e podem acabar em qualquer momento; não
deveríamos nos apoiar neles de maneira total; assim como numa boa economia, na vida
devemos fazer investimentos variados; nunca apostar tudo numa ficha só. Morte e
mortalidade são ceifadoras por causa dessa maneira falsa de organizar as nossas vidas; a
morte não ceifa nada porque o nascimento nunca prometeu nada; a morte apenas consuma a
nossa mortalidade; seriamos melhores e mais plenos se aceitássemos esta idéia
tranquilamente.
Revista Sorria - Afinal, é possível que perda e morte tenham um aspecto que não só o
negativo que enxergamos atualmente?
Julio Cabrera: Sim, pelo que acabei de falar. Creio que não sentiríamos a perda se
tomássemos consciência de que nunca tivemos nada. Assim como Schopenhauer é o clássico
moderno da filosofia da morte, Sêneca é o clássico antigo,um autor que ainda vale a pena ler.
Em seus célebres Discursos Consolatórios, esta ideia está muito clara, e creio que seria muito
profícua em nossa época conturbada.
905
O professor Cirne-Lima está apresentando para vocês sistemas éticos que apareceram ao
longo do tempo na filosofia européia. Ele me pediu que eu apresentasse aqui brevemente o que
seriam os rudimentos do que chamo éticas negativas e, por contraposição, éticas afirmativas. Estes
pensamentos, apesar de terem vínculos com pensadores europeus como Schopenhauer e Nietzsche,
foram pensados por mim desde um contexto latino-americano de reflexão; de maneira que eu
explicarei o tópico e depois farei algumas rápidas conexões com pensadores europeus.
Assim como meus trabalhos sobre cinema e filosofia constituem a parte popular, ou
“branca”, de minha filosofia, meu pensamento ético constitui a parte que podemos chamar
“impopular” ou “negra” (apesar destes temas interessarem muito quando apresento conferências
sobre eles, como aconteceu, por exemplo, em Goiânia no ano 2007. Aliás, a editora da UFG de
Goiânia acabou de publicar o livro Ética Negativa: problemas e discussões, que contém textos da
minha autoria e textos de ex-alunos meus discutindo meu pensamento desde suas próprias
perspectivas). De toda maneira, como as afirmações de ética negativa são bastante “pesadas”, peço
aos mais impressionáveis que abandonem a sala enquanto é tempo; para os que decidam ficar, passo
a explicar os rudimentos do pensamento ético-negativo.
(1) Vincula fortemente as questões morais com uma análise desencantada da situação
humana, que não lança mão de termos pomposos como “dignidade humana”, “liberdade”,
“responsabilidade”, “valor da pessoa”, etc, e se dedica, de maneira austera e precisa a analisar a real
situação em que os humanos se encontram no planeta Terra uma vez que decidiram não lançar mão
de categorias religiosas de pensamento, com as quais as categorias éticas sempre têm estado
fortemente entrelaçadas.
(2) Junto a isso, é encaminhada uma crítica das morais afirmativas (e é esse o título de meu
segundo livro sobre esta questão, Crítica de la Moral Afirmativa, publicado em espanhol, na Gedisa
906
de Barcelona, em 1996)1, no sentido de mostrar como aqueles conceitos deixaram de ter sentido
após a queda dos referenciais religiosos. Em especial, mostra-se que a noção de um “valor da
pessoa humana”, entendida como um valor positivo, e inclusive dadivoso (um elemento que, de
uma ou outra maneira, é reconstituído em todos os sistemas morais), deixou de ter sustentação.
(3) Em decorrência dessas duas coisas (descrição desencantada da situação humana e crítica
dos conceitos afirmativos da tradição), aparece como possível, mediante um longo raciocínio,
mostrar, apenas com categorias filosóficas, que aquilo que se apresenta à descrição fenomenológica
é, pelo contrário, um desvalor, ou uma desvalia da vida humana. Não é pertinente replicar, como
muitas vezes se faz, de que caídos os referenciais religiosos de pensamento, toda valoração –
afirmativa ou negativa – deve também cair. Isto não parece correto. Pode-se mostrar que a
investigação filosófica e científica descobre uma desvalia da vida humana em termos perfeitamente
naturais, vinculados com o sofrimento físico e moral humanos que não se apóia em categorias
metafísicas ou religiosas (pecado, castigo, expiação, queda, etc), mas na mais crua e naturalizada
descrição da nossa situação. Essa descrição mostra a contrario, que o tradicional “valor da vida
humana” como valor positivo, é uma construção ético-metafísico-religiosa que tenta compensar
aquela primordial desvalia.
Pela sua importância, vou me deter um pouco mais nesta característica (3). Pois uma grande
parte da ética negativa é ocupada por esta longa argumentação acerca da desvalia da vida humana.
Não posso desenvolver essa argumentação aqui, mas apenas apresentar um esboço em grandes
linhas. (E volto novamente a pedir aos impressionáveis abandonarem a sala). Para captar a desvalia
da vida humana é preciso dispor de uma distinção fundamental que chamo a diferença ser-estar.
(Fico muito satisfeito de utilizá-la porque ela não pode ser expressa em alemão. O que prova que só
se pode pensar em português ou em espanhol). A vida humana, ela é e ela está. Ela é no sentido dela
ter surgido junto com todas as suas características estruturais; ela está no sentido de cada vida
humana ir se carregando de características peculiares. Aquilo que a vida humana é, é algo que
sabemos de um humano antes dele nascer; aquilo que a vida humana está, só depois do humano ter
nascido é que saberemos. Assim, a possibilidade de adoecer faz parte do é (do ser) de qualquer vida,
mas gostar de ouvir música clássica nos finais de tarde, faz parte do estar de uma vida.
Pois bem, na ética negativa, a desvalia estructural de uma vida humana pode ser mostrada no
plano do ser, com independência do estar. A vida humana apresenta desvalia em vários âmbitos: no
1
Este libro foi reeditado em 2ª edição em 2014, corrigido e aumentado. Na época desta conferência (2009), só existia a
edição original de 96.
2
907
sofrimento físico, na forma de dores físicas que nos acompanham desde a infância até a velhice, e
que podem surgir em qualquer momento da vida. Outra dimensão do sofrimento humano estrutural
é de tipo moral, e vincula-se com o que chamo a inabilitação moral: pelo fato de estarmos acuados
pelo sofrimento físico e o cuidado de nós mesmos e daqueles dos quais nos rodeamos para enfrentar
o sofrimento, costumamos ter poucos espaços livres de consideração pelos outros; não temos tempo
nem espaço para eles, temos constantemente que fazer escolhas difíceis e em geral injustas com
alguma das partes, fugimos de nosso sofrimento e ao fugir acabamos atropelando aos outros ou não
lhes dando importância e atenção. Não podemos ser considerados com todas as pessoas, em todas as
circunstâncias, em todos os tempos, em todos os momentos, e respeito de todas as coisas relevantes.
(Não concordo com que isto seja uma característica das sociedades modernas ou capitalistas;
lendo atentamente Platão ou Sêneca, encontraremos as mesmas dores e obstáculos morais em todos
os tempos, apenas situadas em suas circunstâncias específicas).
Assim, sabemos que a pessoa que nasce estará sujeita à mortalidade atritada de seu ser, e à
inabilitação moral (terá que agredir e ser agredido, de maneira inevitável, por mais pacífica que essa
pessoa for, se quiser sobreviver), e isto, com independência do que ela consiga fazer em seu estar;
porque tudo o que fazemos no nosso estar é uma tentativa tenaz e heróica (e atropelante dos
projetos dos outros) para contrarrestar a força do sofrimento ganho no nascimento mortal.
(Lembremos que o bebê não precisa que lhe ensinem a chorar, ele já nasce chorando, e o choro do
bebê é a sua primeira opinião, pré-filosófica, acerca do mundo; toda mãe sabe que ele terá, isso sim,
que aprender a rir, algumas semanas após o nascimento; e aprender a rir é o que fazemos até a
morte).
3
908
A ansiedade com que as pessoas vivem, longe de mostrar “amor pela vida”, mostra muito
mais o desespero da fuga, do “aproveitar” porque o tempo é curto, “passa rápido”, as oportunidades
não voltam, etc. Penso que esta avidez por viver é a última raiz da desconsideração moral com que
os humanos têm se tratado mutuamente desde o começo dos tempos. Por isso ligo as morais
afirmativas, que são morais do valor da vida, com morais da desconsideração (contrário ao que se
pensa, éticas afirmativas são as éticas que hoje governam o mundo).
Uma vida acuada pelo sofrimento da dor física nas doenças, na ameaça constante do
desânimo, e obrigada a manipular aos outros e ser por eles manipulada, pode ser dita desvaliosa
para um ser como o ser humano; uma vida diante da qual somos compulsivamente obrigados a
inventar os valores capazes de compensar a desvalia por algum tempo, até sermos finalmente
derrotados pela morte pontual, consumação da desvalia que se alastra já no cotidiano. Nessa
condição estamos todos quando pensamos numa moralidade, e isto é essencial.
(4) Trata-se de formular uma norma moral fundamental que leve em conta a descrição
desencantada e a desvalia do ser. Uma primeira formulação dessa norma (poderia chamar-se de
“regra de ouro negativa”) poderia ser a seguinte:
“Já que em nosso próprio ser há a desvalia na sua tripla dimensão (dor-desânimo-
inabilitação moral), não somos mais valiosos que ninguém e estamos todos igualados, então, pela
nossa desvalia. Se somos todos negativamente iguais, então não temos nenhum direito, em nosso
próprio ser, a desconsiderar aos outros; se os desconsideramos, será em virtude de algum valor
inventado dentro do estar. Em nosso próprio ser, somos todos iguais, e, portanto, invioláveis uns
para os outros”.
Se valêssemos 100 ou 1000, sempre poderíamos encontrar diferenças entre nós; mas no
zero, somos todos iguais. (Assim como, na teoria de conjuntos, há apenas um conjunto vazio). Note
que neste princípio moral são desvinculadas duas coisas que foram habitualmente juntas ao longo
da história: a vida humana seria inviolável e mereceria respeito porque ser valiosa; aqui não: a vida
humana é inviolável e merece respeito porque ninguém tem um valor maior que lhe permita
desrespeitar a vida de seus colegas sem valor. Desta regra moral negativa já surge uma primeira
norma: não deveríamos prejudicar outros humanos, nem muito menos mata-los. Ou, em todo caso,
deveríamos tentar prejudicá-los o menos possível, mesmo que, com essa atitude, viéssemos a nos
prejudicar a nós mesmos.
5
910
Além do heterocidio, devemos pensar em outros dois problemas radicais vinculados á vida
humana, própria e dos outros: suicídio e procriação. Contra o que Camus parece supor em “O Mito
de Sísifo”, o suicídio não pode decorrer de maneira imediata da descrição desencantada da situação
humana e da desvalia do ser; alguém ainda tem que decidir que os valores que ele inventa no seu
“estar” não são suficientes para contrabalançar a estrutura da desvalia de seu ser; enquanto ele
conseguir manter um equilíbrio entre as duas coisas, continuará vivendo (como todos nós). O
suicídio aparecerá como o que chamo uma “possibilidade da existência”, longe tanto da sua total
impossibilidade (na visão filosófica tradicional, de Santo Tomás a Hegel), quanto da sua total
necessidade (nos pessimismos vulgares).
Por outro lado, o caráter moralmente problemático da procriação também reside no elevado
quantum de manipulação do nascimento, onde as mais elementares normas de reciprocidade são
forzosamente transgredidas. Se há uma relação humana totalmente assimétrica é a relação de
procriação, que se perpetua inclusive nas relações com bebês e crianças pequenas, que são
totalmente assimétricas. (O filósofo europeu Tugendhat tem se referido a este problema). Não vale
dizer que a assimetria e a manipulação estão justificadas porque é para dar a outro algo de muito
valioso, pois já vimos que, após a queda dos referenciais religiosos, e muito difícil formular esse tal
“valor”, e que a vida, vista apenas filosófica e cientificamente, não é algo bom em absoluto (apenas
é bom o que fazemos ansiosamente no nosso estar, para tentar torná-la boa). Tampouco vale alegar
que, se todos pensassem assim, a humanidade acabaria, pois a perpetuação a qualquer custo da
espécie não é uma exigência moral; as próprias éticas afirmativas admitem que a ética poderia nos
exigir morrer, e a sobrevivência a qualquer custo pode ser imoral.
6
911
É melhor, pois, considerar a procriação como uma poderosa forma de manifestação vital,
igual que qualquer outra forma de violência. Matar e procriar são impulsos vitais que não têm
sentido tentar justificar ou condenar moralmente. Mas, se tentarmos, nenhum desses impulsos
conseguirá justificar-se.
A ética negativa também tem que ser capaz de fornecer normas para o cotidiano. Algumas
delas (na impossibilidade de desenvolver aqui o tópico) são as seguintes: evitar cobranças e
reivindicações aos outros seres terminais, aproveitar os espaços negativos (a saudade, as ausências,
etc) para enriquecer as relações com os outros, não realizar todos os sonhos, estar sempre disposto a
arriscar a própria vida, parar de defender-se e justificar-se permanentemente e sem condições e,
sobretudo, deixar de jogar as culpas da desvalia do ser em cima da cabeça do outro, tão desvalioso e
terminal quanto nós.
Estes são os lineamentos gerais de uma ética negativa como eu a entendo. Entre os filósofos
europeus, os clássicos do pensamento negativo em ética são, na Antigüidade, o Sêneca das Cartas
consolatórias (mas não o dos opúsculos sobre a vida feliz e a velhice, que são totalmente
afirmativos); e na modernidade, é claro, o Schopenhauer de O Mundo como vontade e
representação I e II (mas não o de Parerga e Paralipomena, que contém o texto, completamente
afirmativo, “Aforismos sobre a sabedoria da vida”). Nietzsche, o mais latino-americano dos
filósofos alemães, é um pensador importante para as éticas negativas pela sua reflexão sobre o
conflito fundamental entre vida e moralidade, apesar de ser ele, basicamente, um pensador
afirmativo (talvez o mais afirmativo dos filósofos). Os filósofos de Frankfurt, especialmente
Adorno e Horkheimer, têm sido pensadores negativos, e inclusive se apropriaram de Schopenhauer
em algum momento de suas reflexões, mas permaneceram pensadores afirmativos.
Entre os escritores filósofos, o romeno Emil Cioran é um ético negativo, apesar dele mesmo
não se considerar filósofo. Há elementos de filosofia negativa no Heidegger de Ser e Tempo e os
Conceitos fundamentais da Metafísica (mas não no Heidegger posterior) e no Sartre de O Ser e o
Nada (mas não na Crítica da razão dialética). Para a filosofia da existência, sempre foi um grave
obstáculo a formulação de uma “moral existencialista”. Simone De Beauvoir escreveu um opúsculo
chamado “Para uma moral da ambigüidade” onde não conseguiu realizar esse projeto. Eu creio que
o grande erro da filosofia da existência em ética foi pensar que se podia compatibilizar a visão
desencantada da condição humana (que Sartre apresenta em O Ser e o Nada) com uma moral
afirmativa. Eu penso que a ética existencialista só poderia ser uma ética negativa.
7
912
8
913
Num artigo publicado nos anos 80, “Caída de un querer” (A queda de um querer), o
psicanalista argentino Roberto Harari vinculava astuciosamente a questão do suicídio com o tema
da queda (ou de uma queda). Para tanto, utilizava-se da escrita de Freud (em “Psicopatologia da
vida cotidiana”) sobre o “tropeço”, tentando visualizar o suicídio como uma queda, ou como fato
“tropeçante”, espécie de acidente que dá certo, ou que pode dar certo; em todo caso, uma atuação
(performance) que se aproveita do acidental quase anulando-o como acidente (o santo asceta que
morre num jejum persistente, suicida-se?).
Neste trabalho, eu gostaria tentar visualizar uma queda mais profunda, muito mais profunda, na
verdade, uma queda anterior à queda querida do suicida (Lacan citado por Harari comenta: “Não é
louco quem quer, mas se mata quem quer”). Uma queda não querida pelo principal envolvido,
queda que, entretanto, é tão ligada com Eros e Tánatos quanto a queda suicida, e que, me parece,
poderá lançar luz, ou, ao menos, uma obscuridade instigante, sobre o tema “filhos matam pais”.
Mas a abordagem será filosófica, não psicanalítica, e isso, como se verá, é fundamental para a
reflexão.
Pois são os progenitores que colocam os procriados no registro mortal onde se encenará a
queda do heterocida, não menos querida que a queda suicida. Há, pois, outra queda, a queda
primordial, da qual as quedas do suicida e do heterocida são apenas desdobramentos possíveis,
quase consumações previsíveis. Nascer, ser (ou ter sido) nascido, em sua drástica impunidade, é,
desde sempre, ter sido colocado na queda vertiginosa mais ou menos rápida ou turbulenta, que
permite os diversos desdobramentos de Eros e Tánatos, um dos quais seria o suicídio, outro o
heterocídio, outros os diversos tropeços em que consistem nossas vidas mortais. Estudar na
universidade, ter filhos, viajar, não são menos “cadentes”, ou menos “caídos”, que o suicídio ou a
procriação. Somos seres caídos em nosso próprio ser. Mas, se todo mundo cai, seja o que for o que
fizerem com a mortalidade do (seu) ser, a queda mesma deixa de ser visualizada; é por isso que os
humanos ostentam essa portentosa cegueira de não conseguir visualizar as suas vidas como quedas,
teimando em considerá-las como progressões ou ascensos, como algo que “puxa para cima”.
914
A filosofia não tem tido, na sua história, nada de descritivo. Ela é normativa de ponta a
ponta, e, especificamente, moral, ou moralista, até o paroxismo. O olhar filosófico sobre o mundo é,
ou tem sido, sobretudo moral, mesmo em áreas aparentemente não morais, como a epistemologia, a
lógica ou a filosofia da linguagem. As articulações bom/mau, válido/inválido, correto/incorreto, são
versões da mesma articulação, da mesma dobradiça (como já fora intuído pelo filósofo norte-
americano Charles Sanders Peirce). Sem a dobradiça, a filosofia não vive, ou prefere não viver. Isto
significa que a queda mesma também é valorizada e normatizada pelo olhar do filósofo. A segunda
formulação do Imperativo Categórico kantiano diz: “Age de tal forma de nunca tratar aos outros
apenas como meios, mas sempre também como fins”. Isto crava fundo na maneira como a filosofia
prefere ver o mundo, essa filosofia, que é – segundo Nietzsche - visceralmente niilista, perpassada
pelo niilismo moral.
Uma persistente literatura niilista atravessa toda a história da filosofia. É no próprio núcleo
da consolação metafísica que surgem, na filosofia clássica, as descrições dos horrores deste mundo.
Na criação compulsiva de “mundos melhores”, o nosso mundo fica sempre diminuído ao nível do
“mal”, o pecado e a transgressão, precisado de punição, purificação e expiação. Hesíodo, em “Os
Trabalhos e os Dias” apresenta o trabalho duro como vinculado às culpas humanas. Na tradição
pitagórica, a união da alma com o corpo é vista como punição de uma obscura culpa originária, e o
mundo como prisão onde essa dívida é paga. Sócrates e Platão conservam as idéias de “purificação”
e “expiação”, apenas transferindo-as do âmbito mágico para um âmbito mais “racional”. O
momento niilista platônico aparece na idéia da filosofia como “preparação para a morte”. No
período helenístico, os pensadores se afastam da metafísica transcendente e se voltam para a ética,
mas para uma ética da renuncia, o ceticismo e a apatia, virtudes anestésicas que proclamam, a
contrario, o caráter pouco suportável do mundo.
que Nietzsche vai criticar, deixamos de encontrar motivos consoladores, na forma do budismo da
renúncia, do ascetismo e da erística, que permite ganhar discussões sem precisar ter razão.
O filósofo não pode visualizar sem valorizar, captar sem acentuar ou frisar, enfatizar,
desequilibrar: seu olhar é já desequilibrante, apenas no desequilíbrio ele visualiza. Daí seu imenso
talento para visualizar catástrofes, e especificamente a Grande Catástrofe, aquela que torna todas as
outras possíveis (E isto já mesmo nas épocas em que Deus era vivo. Note, como espantosa
curiosidade, que uma grande parte da mencionada literatura niilista foi escrita por pensadores
religiosos, místicos, crentes em Deus, pensadores afirmativos, não por céticos, pessimistas ou
agnósticos).
Ter filhos é tê-los colocado na Grande Catástrofe, contra o que fora prescrito severamente
pela segunda versão do Imperativo Categórico kantiano: se existe ato manipulador por excelência,
esse é o ato procriador. Não apenas nos casos claros (pais que querem seus filhos para os
“continuarem” em alguma coisa, na condução de alguma empresa, ou casais que têm filhos para
“salvar-se” de um grande vazio existencial), mas também nos casos em que estes cacoetes de
“continuidade” ou “salvação” pelos filhos não se apresentam. A mortalidade do ser, presente em
catástrofes naturais e humanas na forma do desgaste e a desocupação, a desistência e o abandono -
que nos afetam já desde o mesmo dia de nascer - está opressivamente presente em todo e qualquer
procrear, mesmo naquele mais aparentemente “isento”. A voz da manipulação clama desde as
entranhas mesmas da procriação e da maternidade/paternidade mais “amorosas” e “devotadas”.
Alguém cai à força numa queda que, em todo caso, não era para acontecer, que nunca foi destino.
Será que esta evitabilidade da queda do nascimento poderá depois ser extirpada ou expurgada ou
exorcizada, ou, pelo menos, compensada de algum modo, ou ela se plantará de maneira tirânica e
não eliminável diante de tudo o que virá a seguir?
Morte não é apenas aquilo que, algum dia, nos resumirá, aquele fato datado que irá
inaugurar o nosso não-ser-no-mundo, aquilo que deterá o nosso ser-para-a-morte para ser a morte,
para sermos mais um morto. Mas morte é, precisamente, aquilo que ganhamos ao nascer, nada do
registro do acontecimento, mas da constituição mesma de nosso ser. Claro que nascer é um
acontecimento, mas, na sua irresgatável gratuidade, ele instala também uma estrutura que terá um
tempo x para consumar-se, mas que não aportará mais novidades das que já haviam sido expostas
no início. Sabe-se perfeitamente, em sua estrutura, o que vai ser desse nascido, passo por passo,
com independência das vicissitudes ônticas do seu passar (se vai morar na França, se estudará
psicologia, se torcerá pelo Flamengo).
3
916
Fazer nascer alguém não é apenas, pois, ter-lhe sujeitado a um acontecimento datável futuro,
mas tê-lo colocado na própria e perfeitamente evitável estrutura da consumação mortal do seu ser.
Nada do que pais e mães façam no futuro fará com que a morte se transforme, pura e simplesmente,
em acontecimento. Nada tornará a vida dos filhos em algo imprevisível. Nada fará com que o filho
não tenha sido colocado desde sempre e para sempre no registro da queda heterocida ou suicida e
outros desdobramentos possíveis (como a loucura). O querer suicidar-se, o querer matar os pais,
terão sido apenas possibilidades do não querer ter nascido. Há, pois, uma queda anterior, mãe de
todas as quedas; o grande Tropeço Originário que permite todo e qualquer tropeço posterior.
Se suicídio e heterocidio estão marcados por um querer, a procriação é marcada por um não
querer. Se o suicídio é, como Schopenhauer diz, a máxima afirmação da vida, a procriação deve ser,
a contrario, a sua máxima negação. Diante de qualquer procriação poderíamos sempre dizer, um
pouco constrangidos: “Foi sem querer”. O procriado é o “cadente” originário, algo que literalmente
“caiu de alguém” (como uma coisa cai do bolso numa esquina qualquer). Ter nascido é a cadência
de todas as cadências.
O niilismo moralista da filosofia preferiu sempre focar o ônus moral do tirar a vida de
alguém (ou de não permiti-la, como no caso do aborto), sem demorar-se demasiado na questão da
moralidade (ou imoralidade) do “dar” a vida. No registro da garantida mortalidade do ser, não
poderia ser claramente formulado algo como o costumeiro e impensado “dar a vida”, posto que não
temos – e nunca tivemos - isso que agora pretendemos “dar” a alguém. O assim chamado “dar a
4
917
vida” não é senão a colocação na mortalidade do ser, na verdade algo muito mais próximo de um
tirar do que de um “dar”.
O júbilo com o qual as crianças são recebidas atualmente (isto não foi sempre assim na
história), não poderia ser o júbilo diante de alguma grande “dádiva”. Parece-se, melhor, com o
provisório alívio de ter conseguido adiar a mortalidade do ser através da mágica instauração de uma
“nova vida”, que somente tem recursos para repetir as anteriores. Este uso do nascente para que a
sua instalação na mortalidade, paradoxalmente, a oculte e postergue, dificilmente poderia ser
moralmente justificado pelo Imperativo kantiano da não manipulação. Pelo contrário, pela
inquietante convergência de morte e nascimento, parece que estamos sempre no registro do “tirar”,
do remover: despojamos alguém de alguma coisa tanto quando lhe matamos como quando lhe
forçamos a nascer. Assim, desde sempre, pais matam filhos. Porque, então, filhos não matariam
pais?
Já será evidente que quero ver filhos matando pais como um espelho, quase compulsivo, de
pais matando filhos; uma espécie de morte do Filho Primordial. Aqui o Filho deve ser morto em seu
próprio nascimento para que o pai sobreviva ou infraviva. Uma espécie de ponto crucial de defesa
5
918
ontológica dos parricidas e matricidas, ou, pelo menos, de convincente explicação para o que eles
tentaram temerariamente fazer.
A dependência infinita (uma categoria que Kierkegaard utilizara para referir-se à relação dos
humanos com Deus) crava suas unhas afiadas na relação pais/filhos de maneira mortal. “Educações
críticas e independentes” são apenas estratégias em que a dependência infinita não deixa de
manifestar-se. Seres de origem marcada não podem ter futuro. O ponto crucial é que o filho tentará
encontrar a sua autonomia perdida tentando matar, aos poucos, ao longo da vida, a sua própria
origem. O parricida/matricida apenas factualiza o que todo e qualquer filho tenta fazer apenas para
sobreviver, não por qualquer “impulso homicida”. Mas a origem não pode ser morta, o filho está
desde sempre instalado num projeto de reivindicação impossível. A profunda amargura do matador
após ter matado, fisicamente, seus pais, é uma ressonância dessa impossibilidade. Nunca
conseguiríamos livrar-nos do estigma da origem, do fato de ser por obra de outros.
É necessariamente com os restos de seu ser projetado na progênie que o filho tentará
construir a sua impossível reinvindicação, gerando-se uma verdadeira luta a morte entre
progenitores e procriados, muito bem vista por Hegel, na Filosofia do Direito, textos estudados
primorosamente por Kojève: “Os pais somente alcançam [a sua objetividade] através dos filhos
(...) As crianças são em si seres livres (...) pelo qual não pertencem como coisas nem a seus pais
nem a ninguém (...) em geral, os filhos amam menos seus pais do que os pais aos filhos, porque
estes caminham para a sua independência e se fortalecem e deixam seus pais para trás, enquanto
6
919
os pais têm nos filhos a objetividade de sua união”. Nesta assimetria fundamental, os filhos são,
forçosamente, a morte dos pais. Esta morte pode ser “natural” (a “dissolução natural da família”, em
Hegel), ou violenta, mas nunca deixa de ser simplesmente consumadora de uma morte largamente
anunciada no nascimento-mortal. Nas suas Conferências de 1803/4, Hegel reafirma: “Ao educar um
filho, os pais situam nele a sua consciência já formada e geram a sua morte”.
Esta morte dos pais acontecerá inexoravelmente, mesmo que os filhos, por exemplo, os
“obedeçam”, ou amem a sua submissão, etc. Matar os pais pode ser visto, por trás das cascas
ônticas e das motivações sociais, como uma espécie de tentativa extrema de reivindicação do
próprio ser originariamente hipotecado. Mas se nunca houve nada que pais pudessem dar a filhos,
não haverá agora nada que pais possam “devolver” a filhos no momento da pretensa reivindicação;
aquilo que filhos não ganham ao matarem seus pais, é o mesmo que os pais não tinham para “dar-
lhes” ao faze-los nascer. Trata-se de uma espécie de transação comercial fantasma que acontece
sem dinheiro, uma barganha sem nada para barganhar.
A possibilidade de filhos não matarem pais espelha a possibilidade de pais não gerarem
filhos, ambos os atos marcados pela mesma contingência radical, e pela mesma falta de justificação.
Pais nada podem dar a filhos, a não ser a possibilidade dos desdobramentos suicida e heterocida. De
toda forma, não se trata de possibilidades quaisquer, mas de possibilidades inscritas na origem
mortal do ser, desse ser que, para sempre, carregará o estigma de poder não ter acontecido. A
gratuidade da procriação não fica na origem, mas é algo que se alastra pela totalidade da existência.
O fato de eu poder não ter sido é um estigma que marcará o tom de qualquer desdobramento mortal
que eu consiga adotar: o parricídio/matricídio não é apenas um deles, mas aquele que melhor se
coloca no fantástico paralelismo de uma simetria absurda, no plano de uma reivindicação cujo
impossível não faz senão refletir, como num espelho, a impossibilidade de uma procriação não
manipulativa, e a possibilidade (descartada) de não ter procriado em absoluto. Matar pais ou matar-
nos (ou enlouquecer) são estratégias mortais perfeitamente previsíveis, que não deveriam
surpreender. Que nos surpreendam e dêem tela para manchetes de jornal deveria dizer algo de muito
profundo acerca da maneira como regularmente vivemos e morremos a mortalidade do (nosso) ser.
No registro ético-filosófico levado ao paroxismo, aqui tentado, deveríamos ficar surpresos de
suicídios, parricídios e matricídios não acontecerem com muita mais frequência.
Leitores de revistas e jornais podem alegar, diante deste exercício filosófico extremo, que
filhos matam pais por motivos mais prosaicos, pelo dinheiro da herança ou por ressentimento ou
vingança por maus tratos. Mas maus tratos e dinheiro são peças essenciais para a encenação da
7
920
grande reivindicação ontológica, da queda primordial. Não se trata apenas de elementos ônticos,
sociais ou históricos. Eu diria que maus tratos e dinheiro são partes fundamentais da própria
progênie. Pois deixando de lado a própria (e sempre escondida) violência do ato de procriar, a
violência e os maus tratos perpassam de maneira necessária a “educação” de crianças pequenas (de
qualquer classe social), com as quais só se podem ter relações autoritárias e assimétricas, mais além
ou mais aquém de uma criança ser ou não espancada (Freud). A relação de “educação” é, per se,
violenta, coativa e unilateral, e não há maneira de que não o seja. Assim, é quase impossível que
filhos não guardem algum tipo de ressentimento, algum motivo de vingança e reivindicação,
alguma grande ou pequena humilhação bem ou mal guardada.
Se o fato de ser procriado é já, no registro ontológico, ser “mal tratado”, estes maus tratos
deverão alastrar-se pela futura “educação” de maneira fatal. Os progenitores não exercem sempre
esta violência por alguma “maldade” que pudesse ser eticamente cobrada deles, mas, certamente,
eles procriam dentro de suas próprias ansiedades, com uma mortalidade para viver, com poucos
espaços para a reflexão moral, com pouco tempo disponível, com suas próprias fragilidades,
angústias e desamparos. Um filho é filho de tudo isso. Os “maus tratos” para com os filhos são o
reflexo de como os progenitores são (e continuam sendo) “mal tratados” (não apenas pelos seus
próprios pais, mas pela mortalidade do ser). O ressentimento que um ser humano sente pelos seus
progenitores não poderia ser comparado nem igualado com o ressentimento sentido por estranhos,
por aqueles não responsáveis por nosso ser. O ressentimento-progênie, o rancor constituído através
do processo da educação, é de um tipo peculiar. Filhos que matam pais por ressentimento ou
vingança matam porque foram mortos, matam para tentar justificar o injustificável, a gratuidade e
transgressão moral de seu nascimento.
O dinheiro não está fora deste círculo. O dinheiro se movimenta no registro do “pagar
dívidas”, do “acertar contas”, do “investir”, do “ficar quites”, todas operações caras a Eros e
Tánatos, dos quais o dinheiro é, nos dias atuais, a sua melhor metáfora, por dizer o menos. O filho,
desde sempre, sente que se lhe “deve” alguma coisa, que os pais estão “em dívida” com ele, e numa
grande dívida. E o filho está certo, como já sabemos, os pais lhe devem realmente alguma coisa (por
causa da transgressão do nascimento), mas trata-se de algo que não se pode pagar, de uma dívida
impossível, pois ela parece renovar-se e crescer mais e mais ao longo dos anos, à medida que os
cenários da vida vão mudando. Nas classes mais baixas, o dinheiro está ausente, e os pais pobres se
justificam dizendo: “Te dei a vida; o resto você consegue”, com o que pareceria não que a vida não
tem preço, mas que o próprio filho terá que suar para pagá-la. Não haverá homicídios por herança
nestas classes, mas haverá outros bens, inclusive outros seres, envolvidos na reivindicação. A dança
8
921
do dinheiro se vê mais claramente nas classes abastadas: mesadas e heranças (inclusive generosas)
não parecem suficientes, embora o dinheiro tente, deslavadamente, pagar o impagável.
No dia-a-dia familiar dessas classes, o dinheiro funciona como poder paterno/materno sobre
o filho (sempre obrigado a ficar dentro de orçamentos, a adiar suas fomes consumistas, a ficar com
inveja dos amigos que têm pais mais ricos ou mais dadivosos), ou como símbolo de algum poder
conquistado arduamente pelos filhos. O dinheiro marca a dependência que vai gerar ressentimento e
vingança, movimentar os afetos, encenar (na barganha financeira) a luta primordial da progênie. O
dinheiro é a continuação da dependência por outros meios, ele vai crescendo, inchando como um
grande membro em expansão, ao longo das idades da vida. Não se remova, pois, o dinheiro das
asperezas de Eros e Tánatos, pois ele está metido nelas até o pescoço. Quem mata para receber
herança dos pais não mata por razões apenas “sociais” ou “econômicas”, mas para quitar a dívida de
um surgimento transgressor. Por estar a herança (inclusive juridicamente) marcada pela progênie
(filhos herdam seus pais), a morte pela herança é a tentativa (falha) de financiar o próprio
nascimento, o que nenhum dinheiro do mundo poderia fazer. (Uma boa parte dos filhos que matam
seus pais, se arrependem; e esse arrependimento tampouco é puramente social ou psicológico, mas a
tardia evidência do caráter impagável do ter-surgido).
Em meu livro Crítica de la Moral Afirmativa, eu já colocava que se a vida humana (e talvez
a vida em geral) consiste num fundamental orientar-se para o não-ser constitutivo, para que
remover alguém já situado plena e totalmente no não-ser, para que realize dolorosamente algo que
ele já é? À luz deste fato primordial, podemos dizer ao assassino que o penar ontológico de uma
consciência não será curado mediante a eliminação de mais e mais consciências. Mas, muito antes
disso, deveríamos dizer ao progenitor que o penar ontológico de uma consciência não será curado
mediante a geração de mais e mais consciências.
Se a morte do Pai é um tema caro à psicanálise, a morte do Filho talvez seja a descoberta
fundamental da filosofia, a pérola do niilismo que, segundo Nietzsche, a constitui desde a sua raiz.
Do ponto de vista filosófico, a morte do Filho é a morte primordial, muito anterior à morte do Pai.
Pois o filho é sempre um nati-morto em nome do SER, e isso lhe força a partir agora para a não
escolhida aventura de matar os pais. A morte dos pais pelos filhos, além de manchettes de jornal, é
a crônica de uma morte já anunciada pela morte dos filhos pelos pais.
9
922
Palavras chave: Heidegger – Dasein – Pessoa – Ser - Saber hermenêutico – Visão existencial
– Técnica - Saúde e doença – Medicalização
Abstract. Within the global crisis, we tried to put on discussion some proposals of the
philosopher Martin Heidegger concerning the human being that can sensibly modify a good
portion of the bioethical questions. The German philosopher presents a new concept of the
human, not as a “person” or “rational agent” but as Dasein or existent, in contrast against the
Baconian-Cartesian paradigm that had guided the current technological and capitalist world-
view. Heidegger says that the danger arises from the very beginning of our way of thinking
the world as mere object of exploitation. Metaphysics had been characterized by persistent
forgetting of human finitude, creating fixed structures and prejudiced ways of thinking.
Modernity was built around three ideas: the subject as the center, science as the sole criterion
of truth, and progress and its consequent technical treatment of the world. Following
Heidegger, we must fight in order to open a space for another kind of creation that does not
reject the technique, but that also did not ennoble it as something exclusive. Heidegger can be
1
Máster em Ciências Políticas e Sociologia, Professora Adjunta, Faculdade de Ciências Bioquímicas e
Farmacêuticas, Rosário, 2000, Província de Santa Fe, Argentina. msalamano@fbioyf.unr.edu.ar
923
Nesta perspectiva é que Peter Singer, por exemplo, em “Ética Prática”, seguindo o teólogo
Joseph Fletcher, chama “indicadores de humanidade”. Todo o humanismo clássico e moderno
depende dessa metafísica de propriedades para tentar definir a essência do homem por meio
da racionalidade e a personalidade. Entre estes “indicadores de humanidade” temos a
consciência de si, o autocontrole, o senso do futuro e do passado, a capacidade de relacionar-
se com os outros, etc (2). Este tipo de indicador racionalista cartesiano de humanidade tem o
impacto imediato de, por exemplo, deixar as crianças muito pequenas (não digamos já fetos)
despojadas da sua humanidade (o que configura uma visão do humano potencialmente capaz
924
Heidegger propõe outra noção de humano, como sendo Dasein. Aqui o humano não é
a pessoa da racionalidade científica, mas um ser jogado às suas possibilidades; não jogado
num mundo previamente dado, mas já um ser-no-mundo em unidade profunda com um
mundo que ele mesmo “mundaniza” e faz ser. O humano é visualizado aqui como um ser
“sem ser”, que tem de empenhar-se para constituir seu próprio ser, para procurar,
inevitavelmente, fazer a si mesmo desde o nada de suas possibilidades radicais sob a sua
completa responsabilidade (visão do humano que será depois exacerbada na obra de Jean-Paul
Sartre). Isto significa que – no viés heideggeriano - o humano não tem nenhuma essência
(nem racional nem moral), é puro projeto de fazer-se. Esta concepção do humano é exposta –
numa linguagem nada simples - já na obra seminal “Ser e Tempo”, publicada em 1928.
A ideia básica, pois, consiste em perguntar-se qual seria o impacto na Bioética caso
passássemos de conceber o humano como pessoa racional, moral, consciente, etc, a concebê-
lo num viés heideggeriano, como um existente. Quais seriam as contribuições conceituais que
925
nos oferece a analítica existencial heideggeriana para pensar a Bioética e seus eternos
problemas com a igualdade, a justiça, a convivência e a sobrevivência, mas agora entendendo
estas questões fora do arcabouço metafísico onde foram tradicionalmente concebidas.
Heidegger pensa que o arcabouço da moderna ciência tecnológica é fundamentalmente
metafísico (um desdobramento tardio do platonismo). Sobre este assunto, Heidegger
escreveria um famoso texto, “A questão da técnica” (1953). Habitualmente os diagnósticos da
crise da modernidade e de seu tratamento bioético se fazem para um humano pensado como
pessoa, racional, cartesiana, como se os humanos fossem completos, sem a angústia do fazer-
se, sem um ser para a morte para viver. No artigo sobre a técnica, Heidegger pressupõe que
seus leitores conheçem a concepção do humano exposta em “Ser e Tempo”.
Neste texto crucial, Heidegger entende que, no mundo atual, não é tão simples
questionar a técnica sem mais, na medida em que a tecnologia ocupa um lugar central na vida
cotidiana dos indivíduos; não se trata – como leitores estilo Adorno fizeram - de ver as
considerações heideggerianas acerca da técnica apenas como um conjunto de críticas
românticas que cairiam numa espécie de apologia do mundo natural ou do ecologismo. A
ideia é abordar a técnica como um perigo para o pensamento, mas a través de um
questionamento hermenêutico da mesma: “A essência da técnica também não é de modo
algum algo técnico”, afirma Heidegger (3). Deste modo, Heidegger não se pergunta pela
técnica em si mesma senão por sua essência, que tem a ver com a sua ocorrência dentro da
história do ser. Neste sentido, a essência da técnica descansa, segundo ele, em uma estrutura
chamada “fundo fixo acumulado” ou “estrutura de emprazamento” (Ge-stell), uma espécie de
arcabouço tirânico onde tudo se transforma em ente disponível para o manuseio e a
organização.
técnica moderna (o atual modo do esquecimento do ser, que já fora esquecido de outras
maneiras ao longo da história). Logo, se o sujeito da Modernidade é aquele que demanda
sempre mais da natureza através da técnica, chega o tempo no qual os papéis se invertem e o
ente demandante, se converte no ente demandado. Nesta situação, para nos salvar, somente
podemos arriscar pensar o ser não já como fundamento senão como evento. Esta é uma
temática que não está tratada em “Ser e Tempo”, mas em obras posteriores de Heidegger (4).
Aqui aparece uma ponte entre a técnica e a hermenêutica, entendida a primeira como
perigo e a segunda como salvadora. Heidegger diz em “A virada” (Die Kehre) que o perigo
não é o desenvolvimento tecnológico nem a destruição do planeta, senão que é o ser mesmo
que está em perigo (5). Se o perigo está no próprio ser, igualmente perigosa é a “abertura ao
ser” e, nesse sentido, o inicio do perigo se inicia já desde o nosso pensar - que foi reduzido a
ser a razão do racionalismo- e procurou a perfeição do sistema e o atraso conceitual. Ninguém
vá negar que foi precisamente a técnica a que nos permitiu desenvolver nossas possibilidades
mais criativas, mas o perigo está em que tal criatividade transitou por um caminho somente
(aquele da metafísica) promovendo uma criatividade por uma visão do mundo como objeto de
exploração e uma visão de nós somente como meros sujeitos exploradores.
Nesse sentido, podemos afirmar que a fundação de um saber hermenêutico abre para
nós um modo distinto de pensar, outro modo de relacionarmos com o mundo, técnico e não
técnico. A hermenêutica, assim compreendida, é um modo de filosofar que assume o finito da
existência e pensa o ser como evento, com múltiples interpretações e perspectivas, que são
históricas, cambiantes, não definitivas nem definitorias, labirinto infinito e pluridimensional.
Trata-se de uma hermenêutica que, à margem da racionalidade instrumental, possa se abrir a
distintas experiências, frágeis e contingentes, sem interpretação como conhecimento
consumado; uma hermenêutica que afirme o devir, a mobilidade do ir e do vir, o vaivém na
criação de sentidos (7).
927
A questão da técnica se apresenta como uma forma de aceder ao ser de nosso tempo,
porque a técnica é predominante na relação humana com o mundo. Vivemos no mundo da
tecnosfera, tudo quanto materialmente nos circunda remete à tecnologia e ela virou-se
inerente a nossa condição de vida e a nossa condição existencial. De acordo com Heidegger, a
nossa era é “técnica” não porque existam máquinas senão porque “o modo de pensar se tornou
técnico”. O mérito da referência heideggeriana consiste em não ter por objetivo apenas uma
historia da tecnologia, mas propor uma visão ontológica, avançando uma denuncia de que o
homem de hoje vive sob a dominação da técnica, numa espécie de escravidão, mas que é
preciso esclarecer que o fato de fazer uma crítica não significa ficar contra o fenômeno
mesmo. Ele quer resgatar o sentido originário e livre da relação entre o homem e a técnica. “A
técnica é o destino da nossa época”, escreve Heidegger (8).
A questão da técnica pode ser um dos momentos em que vale a pena trazer o
pensamento de Heidegger para a Bioética, na medida em que as próprias questões bioéticas se
tornaram técnicas, por exemplo no furor de um principialismo reducionista em sua aplicação
“técnica” na resolução rápida de situações extremamente complexas, através de tecnologias
médicas. Mesmo valores supremos como igualdade, convivência e justiça se tornaram
técnicos dentro da armação (Gestell) do disponível e organizado. Tratar-se-ia de repensar
estes valores agora à luz da concepção existencial do humano. Nestes tempos sombrios, só
poderá nos salvar a nossa própria capacidade de reflexão, aumentada pela sensibilidade, de
modo que o mundo poderia deixar de ser algo que fica aí para ser usado, armazenado,
consumido ou rejeitado.
Via Heidegger, deveriam, pois, ser analisadas as relações do ser com a técnica
moderna, que constantemente provoca a natureza (a agricultura passa a ser vista apenas como
mera indústria da alimentação, o ar convocado apenas como entrega de nitrogenio, o solo
como fornecedor de minerais, urânio e energia). Na mesma medida em que considerarmos a
técnica como algo neutro, mais estaremos inclinados a render-lhe um tributo cego.
outros, que convergem em alguns aspectos apesar de virem de visões muito diferentes. Trata-
se de um processo no qual a medicina moderna se expande e coloniza situações que até o
momento não eram consideradas patôgenas pelas instituições médicas; um fenômeno a través
do qual a vida cotidiana é expropriada pela medicina em um processo de expansão, controle e
até de destruição do potencial cultural de pessoas e comunidades.
Heidegger fala que os conceitos de saúde e doença formulados pela tradição ficam
presentes de maneira imperceptível e determinam os limites e os modos de interpretação;
portanto é necessário voltar para eles com outro olhar, não para livrar-nos deles senão para
chegar a uma reapropriação dos mesmos. Nesse caminho achamos que Heidegger escaparia
tanto das caracterizações estáticas e substancialistas de saúde e doença quanto das definições
dinâmicas da Modernidade, através de uma postura extremamente original que levaria a uma
espécie de indefinição essencial destas categorias.
"Na ciência contemporânea encontramos o querer dispor da natureza, o tornar útil, o poder
calcular antecipadamente, o predeterminar como o processo da natureza deve se desenrolar
para que eu possa agir com segurança perante ele. A segurança e a certeza são importantes.
Exige-se uma certeza no querer controlar. O que se pode calcular de antemão,
antecipadamente, o que pode ser medido é real e apenas isso. Até onde isto nos leva perante
uma pessoa doente? Fracassamos! O princípio de causalidade tem efetividade na Física, e
ainda assim só limitadamente" (9)
Daí que ser, ser-no-mundo (Dasein) e fala, desde o começo se correspondam. Perpassa
toda a análise existencial de “Ser e Tempo” esse contraste entre uma consideração puramente
epistemológico-objetiva do mundo em sentido meramente espacial, ligada à interpretação do
ser e do homem como mera presença, e a consideração existencial no sentido da referencia ao
Dasein. É dentro deste novo contexto que a questão da saúde deverá ser colocada: a
medicalização da linguagem é possível apenas como uma dimensão degradada da fala
(embora não apenas num sentido moral, mas ontológico), como uma vicissitude do ser-
linguagem.
10
(1) A capacidade que alguém pode ter de mudar a sua visão de uma situação diante de um
grupo de humanos; por exemplo, a habilidade do doutor Knock, na célebre peça de Jules
Romais, para inserir uma pessoa numa visão (poderíamos dizer, numa Gestalt) de "doença",
quando, no dia anterior, essa mesma pessoa estava inserida numa Gestalt de "pessoa sadia".
Illich corrobora esta afirmação quando diz que em 1920 só os ricos e os membros das elites
pensavam na necessidade de consultar um médico quando tinham febre; mas o aparecimento
dos antibióticos ajudaram a criar o “papel de doente” e a conduta que dele se espera nessas
condições: ir ao médico passou a ser uma obrigação de cidadão. Logo, uma segunda mutação
das necessidades de saúde ocorre quando os testes de avaliação preventiva são transformados
em rotinas: nesse momento, toda pessoa passa a ser suspeita enferma até que prove o
contrário.
(2) A capacidade de persuasão de alguém, que faz com que outra pessoa seja convencida de
mudar de Gestalt (recursos retóricos de convencimento) Neste ponto, Nogueira diz que na
segunda crítica social da saúde, a iatrogênese do corpo é um fenômeno contemporâneo que só
pode ser compreendido através da história das mudanças operadas na matriz de percepção do
corpo. Naturalmente, a mídia desempenha um papel muito proeminente nesta questão, pois
serve de veículo de difusão a todas essas variadas formas normativas de cuidado do corpo
(11)
(3) Finalmente, tudo isso pressupõe que as pessoas estão ansiosas por serem enganadas,
predispostas às ilusões, talvez porque o mundo se apresenta como algo demasiado assustador.
Por um lado poderia se pensar que, culturalmente, o maior agente patógeno de hoje seria a
busca de um corpo sadio, de maneira que essa percepção obsessiva de sua própria condição de
saúde, na concepção de Nogueira, chamada de higiomania, influenciaria sobre o que o leigo
pensa a respeito de saúde mais do que os próprios médicos. Nogueira utiliza higiomanía para
cobrir os significados da “iatrogênese do corpo” e “narcisismo do corpo sadio” nas expressões
do Illich. Todos estes fenômenos aguardam a que suas bases ontologico-existenciais sejam
descobertas e devidamente expostas.
Conclusões
A Modernidade está movida por uma vontade de autonomia de existência, que procura
chegar a uma promoção ilimitada do ser. Ao desaparecer a separação entre o homem e a sua
práxis, a ciência e a técnica adquirem um novo estatuto e o campo de seu exercício começa a
ser o sujeito mesmo. No entanto, o humano não abandonou a sua vocação de liberdade e
932
11
segue associando sua concreção a uma vida amparada do perigo. Aquilo que a filosofia e a
ciência têm regularmente feito foi colocar o mundo ao alcance da mão, da manipulação, do
manuseio, sob a forma de um objeto do qual se possa sempre dispor. No universo
disponibilizante, nascem os úteis ou utensílios, objetos definidos pragmaticamente, mas
Heidegger observa que na sua mesma manipulabilidade os úteis apontam desde sempre para
uma dimensão que não é puramente manipulativa. Assim, Heidegger descobre uma
conformidade no nível do mundo que deve sempre ser pressuposta para que existam, em
geral, conformidades intramundanas, no sentido do útil e do utensílio. O conformar-se
mundano é um deixar-ser (12).
No mundo da total organização técnica do ente, o pensamento não tem outra coisa a
fazer mais do que se dedicar inteiramente à tarefa do domínio técnico do mundo. O
pensamento dá o último passo por este caminho pensando o ser como ser-representado, que
depende totalmente de um sujeito re-presentante. A principal contribuição de Heidegger para
a bioética pode consistir em fornecer categorias de emergência para pensar na contramão
dessa tendência destrutiva da humanidade tecnologizada que persistentemente conduz o
humano para doenças pré-fabricadas e comercializadas.
Notas
(1) Cabrera J. “A questão etico-negativa: valor e desvalor da vida humana no registro da
diferença ontológica”, p. 191.
(4) Em textos como “Beiträge zur Philosophie. (Vom Ereignis)”, dos anos 30, mas publicado
apenas em 1989. (Tradução espanhola: Aportes a la Filosofia. Acerca del evento). É claro que
já em “Ser e Tempo” podem encontrar-se pistas que levam na direção do que será mais tarde
o pensamento do evento. (Cfr. “Ser e Tempo”, seção 2, a questão do “ver a través” como um
“por em liberdade um fundamento”, apenas como exemplo).
(5) Heidegger M. Die Kehre, p. 13.
933
12
Referências
Cabrera, J. Margens das Filosofias da linguagem. Editora da Universidade de Brasília. 2003
(Reimpressão em 2009).
Heidegger, M. Aportes a la Filosofia. (Acerca del evento). Editorial Biblos, Buenos Aires,
2006.
Desde Aristóteles e os estoicos, passando por Kant, Mill e as reflexões morais da atualidade
(éticas do discurso, éticas da libertação, bioéticas, etc) a filosofia tentou determinar o tipo de
felicidade à qual os homens poderiam racionalmente aspirar, e o tipo de dever moral ao qual
deveriam poder racionalmente submeter-se. O acento é colocado não em "dever" ou em
"felicidade", mas em "racional". Nas éticas eudemonistas, a "felicidade" não pode ser qualquer uma,
mas deve encaixar num certo tipo de exigência racional. E o "dever" das éticas deontológicas não
pode ser qualquer um, mas um dever que proporcione algum tipo de gratificação racional. Em
última instância, a Selbstzufriedenheit kantiana e a Eudaimonia aristotélica se aplicam aos mesmos
935
casos e condenam as mesmas coisas. É apenas divertimento para estudantes de ética passar um
semestre mostrando as “enormes diferenças” entre éticas do dever e éticas da felicidade.
Sim seriam sensivelmente diferentes teorías que formulassem uma felicidade extrema sem
condições racionais, sem qualquer tipo de dever, tipo Marques de Sade. Ou teorías do dever como
um ascetismo extremo e sem qualquer concessão à felicidade ou à gratificação. Nessas concepções
radicais, sim se manifestariam realmente os limites da moralidade: o prazer sem limites levando
para a dor (Sade), o sofrimento sem limites para o prazer (Ascetismo).
O humano que interessa para a presente reflexão não é, certamente, aquele que "busca
naturalmente saber", mas aquele que "busca naturalmente evitar a dor", ou "sofrer o menos
possível" (o que às vezes é obtido mergulhando em algum tipo de sofrimento).
Mas esse princípio ostenta uma falsa simplicidade. Trata-se, na verdade, de dois princípios.
Há, como se sabe, uma assimetría entre buscar o prazer e evitar a dor: toda busca de prazer evita a
dor, mas a evitação da dor não gera necessariamente prazer, nem mesmo a sua busca. Se tivéssemos
2
936
duas teorias, uma das quais sustentasse o primeiro principio enquanto a outra afirmasse o segundo,
essas teorias determinariam o campo dos fenômenos humanos de maneiras sensivelmente
diferentes.
(a) A evitação da dor é minimalista, mais adequada para a compreensão da vida humana, e mais
adaptada ao que realmente acontece. Na imensa maioria dos casos, os humanos estão
empenhados apenas em não sofrer. Se conseguirem mais do que isso, tanto melhor. Por seu
minimalismo, este princípio parece ter uma universalidade mais garantida do que o outro.
(b) A dor parece um fenômeno mais primitivo que o prazer. O assim chamado "prazer" poderia
contar apenas como um subproduto accidental da evitação da dor.
(c) A dor parece um fenômeno mais objetivo que o prazer; como Kant afirma, o prazer é
extremamente subjetivo, o que causa prazer a alguns, não causa prazer a outros. Porém, a
dor é muito mais impositiva e universal. Na situação de tortura ou de doença grave também
há atitudes diversas, mas dificilmente teremos uma enorme diversidade de reações. A dor
uniformiza, diminui as diferenças, emparelha.
(d) Diante da crítica kantiana de "autobenevolência" das morais empiristas, que estariam sempre
tentando acomodar a lei moral àquilo que os homens estão dispostos a fazer, em lugar de
impor os imperativos morais de forma categórica, o princípio da evitação da dor é muito
mais defensável do que o princípio de prazer, na medida em que se pode, certamente,
condenar como "autobenevolente" alguém que passa a vida procurando prazeres, muito mais
do que a uma pessoa que está, simplesmente, tentando fugir da dor. A fuga da dor não é uma
“benevolência” consigo mesmo, produto de um ilimitado “amor por si mesmo”, mas pura
sobrevivência. (A sobrevivência e a evitação da dor podem ter uma dimensão moral do qual
a busca do prazer carece. Cfr. Crítica de la Moral Afirmativa, pág. 46).
(e) Final, mas não banal: o principio da evitação da dor pode driblar uma boa parte das
problematizações introduzidas por Freud em Além do Principio do prazer, e que o levaram a
postular as "pulsões de morte", a "wiederholungszwang" e coisas do gênero. Creio que este
"além" se dirige contra o Principio de prazer, não contra o Principio da evitação da dor (que
3
937
Freud também trata como um princípio único). Comportamentos e atitudes que parecem
autodestrutivos ou penosos, não são, certamente, prazeirosos, mas não podem descartar-se
como mecanismos complexos de evitação da dor.
Na distorsão introduzida pela dor, a linguagem não está mais "a disposição" - como nas
analíticas da linguagem - nem sequer "exponível" - como nas hermenêuticas - mas essencialmente
"in-disponível", ou "in-disposta", não apenas no sentido de uma não manipulabilidade, mas também
no sentido de algo que "in-dispõe", que causa malestar, que faz sofrer. Terapias wittgensteineanas,
conversações gadamereanas e cooperações griceanas não serão suficientes. Nenhuma delas lida com
a in-disposição dos sinais. E é disso, precisamente, que a Psicanálise trata.
O ser humano para quem deveriamos proporcionar uma ética é um ser que sofre, que se
rege pelo principio de evitação da dor, que recalca fortemente aquilo que lhe faz sofrer (aquilo que
lhe envergonha, que lhe deixa nú, que lhe deixa sujo, que lhe faz passar por tolo, etc), que,
recalcando, cria interativa e contrapositivamente uma espécie de contra-vontade para uma vontade
anterior. Não parece uma posição muito boa. Pode um ser assim ter uma moral, comportar-se
eticamente?
A ética filosófica tenta proporcionar uma organização para o mecanismo do desejo humano,
para seu mecanismo de evitação da dor (da dor do seu desejo). Mas o tipo de organização tentado
pela ética apenas se constituiu em parte daquele "obstáculo" a que Freud chamou de "Realidade".
Éticas da felicidade e éticas do dever são a mesma coisa: ambas provocam dor na sua tentativa de
evitá-lo. (Ver Margens das filosofias da linguagem, III. 3). Dever e felicidade são duas
interpretações calamitosas do mecanismo do desejo, duas sofisticadas formas de tormento.
Num texto famoso, Freud aponta para três fontes do sofrimento humano: "a primazia da
Natureza, a caducidade do nosso próprio corpo e a insuficiência de nossos métodos para regrar as
relações humanas na familia, o estado e a sociedade". As instituições, com suas regras legais,
morais e políticas, teriam, em termos, a missão de protegernos contra a natureza e contra os outros
homens, mas, na verdade, se constituem em nova fonte de sofrimento. A moral é apenas uma
organização possível do mecanismo do desejo. Mas não deu certo: ela queria dever e só conseguiu
4
938
Para sorte da moral, a dor carrega algum elemento de envolvimento profundo com os outros,
a dor dos outros me afeta, a torno minha, tento eliminá-la como se fosse a minha dor. Mas isto está
muito aquém de qualquer espécie de "altruísmo" construível mediante a razão intelectual
aristotélico-kantiana. Trata-se apenas de vicisitudes do principio da dor. (Isto é ignorado pelas
morais da “simpatia” e de "moral feelings" estilo Hume e as morais escocesas). A dor pode nortear
uma ação moral, inclusive coincidentemente, por acaso, com a moral tradicional, mas os principios
morais podem também obstruir o caminho da minha evitação da dor. Em todo caso, a moral é
sempre secundária, tanto quando coincide com a evitação da dor como quando a obstrói. O fato
fundamental é a dor e a sua evitação. A moral corta o principio da dor - e, portanto, ao próprio ser
humano - pela metade. Ela, como parte da cultura, introduz mecanismos específicos de "não
sofrimento" (o ascetismo, o estoicismo, o imperativo categórico, o respeito pela liberdade alhéia),
mas essa forma preimposta de não sofrimento causa novos sofrimentos.
A lei moral funda-se num especial tipo de perversão, uma perversão uniforme, unimórfica,
a perversão monogámica, heterosexual, legalista, religiosa, virtuosista, ascética, honesta e pacata.
Dona do poder, ela organiza a sociedade a seu bel prazer, e persegue aos outros perversos, aos bons
perversos, os polimorfos. É a moralização da sexualidade. O policial ajuda a atravessar a rua a
aquela criança que torturará daí a alguns anos. Trata-se apenas das perversidades dominantes.
As relações entre ética e dor são as piores possíveis. A ética, como vimos, visa eliminar a
dor produzindo suas próprias dores. Mas, por outro lado, a dor suprime a moralidade, pelo
fenômeno da inabilitação moral introduzida pela dor intensa. (Cfr. Crítica de la Moral Afirmativa,
pág. 44/46, sobre "El dolor estructural-mundano y su conexión con la inhabilitación moral"). A dor
oscila entre a dor intensa e a possibilidade da dor. A dor é, num dos seus polos, possibilidade
sempre aberta de inabilitação moral, e pelo outro, a inabilitação efetiva (na dor intensa e
insuportável). A dor destrói qualquer moralidade, mesmo uma moralidade estoica. A dor
uniformiza, inabilita moralmente, impossibilita para a moral, inclusive, ironica e paradoxalmente, a
dor introduzida pela própria moralidade. As "dores morais", a culpa, a dívida, são, hoje, parte
indispensável do nosso patrimônio de sofrimentos, de nosso histórico de feridas espirituais.
recolocar a questão da moralidade, num novo modo de lidar com a dor dentro da exigência moral,
numa oscilação. Trata-se de criar uma ética com a dor, esse é o ponto central. Mas não da maneira
em que os filósofos pretenderam incorporar a dor na moralidade. Deveria-se erotizar a relação da
moralidade com a dor.
Pode haver outra organização do mecanismo do desejo/dor que não seja a organização
moral? Se houver, a mesma deve ser norteada por uma racionalidade mediada pelo desejo e pela
dor, uma racionalidade "logopática". É só através desta modificação fundamental que a filosofia
poderá continuar fingindo seu pretenso papel de "guardiã da racionalidade". A racionalidade apática
não protege ninguém, não é guardiã de coisa alguma; antes pelo contrário, indica para um perigo
iminente.
Precisa-se de alguma organização trans-moral, capaz de mediar dever e felicidade -que não
são abandonados- com algo assim como um ser-capaz-de, vinculado com a dor e a sua evitação. A
pergunta fundamental é: até que ponto um padecente humano pode dar-se ao luxo de ser moral? A
pergunta não é, como os filósofos têm se colocado: "Como devo viver?" ou "Como devo
comportar-me para alcançar a felicidade?", mas, como máximo: "Qual será o dever e a felicidade
compatíveis com o exercício de meu desejo?". O principio fundamental da ética psicanalítica nao é
um principio deontológico do tipo "Age de tal forma que a tua máxima possa universalizar-se", nem
um principio eudemonista do tipo "Age de tal maneira que consigas o máximo de felicidade
compatível com a felicidade dos outros", mas um princípio "moral-erótico" norteado pelo Principio
Anestésico (ou Principio da evitação da dor), algo assim como: "Age de tal forma que possas
continuar desejando, sem destruir tudo e sem que tudo te destrua". Algo assim como uma ética para
os maus tempos (ou seja, para todos eles). As éticas filosóficas são éticas para tempos de paz, para
tempos de saúde, tempos míticos.
Um ser padecente não tem tempo para ponderações austeras. Ele está em perigo. A
Psicanálise não quer indagar-se (não pode dar-se ao luxo de indagar) "O qué é o bem?", ou "O que é
o justo?", mas o que é que pode tornar a dor suportável. A moral se da a si mesma luxos
epistemológicos. A moral, para funcionar, deve ser uma má teoria do conhecimento. Sendo o dever
e a felicidade sistemáticos geradores de sofrimento, a dor, paradoxalmente, seria aquela capaz de
6
940
Enquanto aos outros, a sociedade impõe suas leis. Mas não estamos primordialmente
interessados nos outros, para evitar o sofrimento, podemos destruí-los. Esta é a parte “dever” da
oscilação, tentar fugir da dor quebrando o menor número possível de objetos, destruindo o menos
possível de mim mesmo e dos outros. Mas não poderia haver regras fixas ou mandamentos para
isto, nem nenhum tipo de universalismo normativo. O ético, em Psicanálise, é aquilo que não pode
ser universalizado.
Uma forma de vida mais profunda, mais trágica (ou mais cómica) do que as propostas pelos
filósofos. A ética psicanalítica deve ser uma ética negativa, uma ética mínimalista, de
sobrevivência, longe de qualquer hedonismo exultante ou ascetismo definhante. (Ver Crítica, pág.
131 e sgts). Não, certamente, uma ética niilista; o niilismo é uma atitude ainda afirmativa perante a
dor. Uma ética negativa pode visualizar claramente que a não observância da lei é o normal e que,
portanto, não há nenhum paradoxo do "mal", que não seja um efeito distorsivo do afirmativismo
vigente.
Em verdade, como Lacan o sugere, seria completamente absurdo que o homem cumprisse à
risca todos os mandamentos, não mentisse jamais, etc, seria absurdo que não acontecesse
regularmente a ruptura da lei moral. Mas, apesar de suas críticas, talvez Lacan caia igualmente na
ilusão afirmativista, por exemplo, na sua fala acerca da "falta" (de uma “inadequação” radical do ser
humano no mundo). Nesta idéia, não haverá a projeção subreptícia de alguma categoría afirmativa,
no sentido de alguma esperança de que esse organismo deveria, apesar de tudo, "ter que funcionar"?
Por que "inadequação"? Não será que, visto com categorias adequadas ("negativas") o homem não
está perfeitamente adequado ao mundo, se formos capazes de fazer o esforço reflexivo de pensar
numa moralidade negativa, que colocaria o humano no nivel do que verdadeiramente HÁ, lsto é, o
sofrimento insuperável? Uma educação para o fracasso através do exercício do desejo, não pela sua
inibição sistemática. Deixar o desejo fracassar sozinho em lugar de obstaculizá-lo com um fracasso
moral (a lei). Impossível? Talvez. Mas não tão difícil.
7
941
INABILITAÇÃO MORAL
JULIO CABRERA
A ideia de uma inabilitação moral geral decorrente de uma situação estrutural de mal-
estar (de dor, tédio, desamparo, medo) na qual somos assimetricamente colocados pelos
nossos genitores, deve modificar drasticamente muitos dos imaginários morais que norteiam o
que lemos normalmente em livros de ética, inclusive escritos por afamados e celebrados
filósofos, europeus e americanos. Este imaginário assenta-se, aproximadamente, no seguinte
conjunto de crenças dominantes sobre moralidade e sobre seres humanos éticos:
(a) Existe o bem e existe o mal como duas realidades inegáveis e assinaláveis, e elas
são atitudes e tendências que se podem detectar nos seres humanos, seja em seus
interiores, seja em suas ações ou em ambas.
(b) Em geral, os humanos tentam ser honestos e escolher o bem e, na generalidade dos
casos, o consegue, mesmo com muitos problemas e dificuldades. O mal é
excepcional, e, para muitos, nem sequer existe realmente; o mal é apenas privação,
falta ou desvio; o que existe realmente é o bem.
(c) Em geral, as sociedades humanas se norteiam pelo bem comum e pela moralidade,
embora enfrentando muitos problemas. A quantidade do bem tenta ser aumentada
e cada vez melhor distribuída entre todos, embora se esteja muito longe de atingir
um ideal de verdadeira justiça.
(d) Eu, em particular, que estou falando sobre exigências morais, sou um ser humano
honesto e um bom membro, sério e produtivo, da minha sociedade. E tendo a
pensar que também meus chegados, meus amigos e familiares, são honestos e bons
cidadãos. Os desonestos são sempre outros, estranhos e longínquos (nem sempre
fisicamente).
(e) Esses seres humanos que se desviam da moralidade optam livremente pelo mal em
detrimento do bem, seja pela sua fraqueza de vontade ou de caráter, seja por uma
perversidade interna ou pela força das circunstâncias que essas naturezas fracas
não conseguem enfrentar.
(f) Estes humanos são também associais, quebram as regras sociais, se afastam da
comunidade e devem ser punidos pelas leis de Direito. Devem ser trazidos para
dentro da comunidade mesmo na figura de transgressores.
(Se poderia facilmente mostrar exemplos desta ideologia (a)-(f) em textos de autores
consagrados como Ernst Tugendhat, Bernard Williams, e muitos outros).
942
Acredito que há erros epistemológicos, má-fé moral e muitas ilusões psicológicas (talvez
biológicas) nesta visão das coisas. Esta visão está cheia de mistificações, de confusões entre
descritivo e normativo, entre o que acontece e o que deveria acontecer, cheia de noções
metafísicas e religiosas, ou de crenças de senso comum mal elaboradas ou simplesmente não
elaboradas filosoficamente.
O ponto de partida radical da reflexão ética é sempre, para mim, o nascimento, ou melhor, a
situação na qual somos assimétrica e compulsivamente colocados pelos nossos genitores.
Tem uma longa e detalhada arguição mostrando que o nascimento de humanos não é
eticamente justificável, não apenas porque o ato mesmo de procriação é manipulador, mas
porque o próprio procriado terá futuramente que ser também desconsiderado e manipulador
para poder sobreviver. De maneira que a inabilitação moral não é algo que aconteça após
nascer, mas é uma estrutura que já vem colada ao nascimento; trata-se de uma situação
ontológica.
Quando falo em “situação”, pois, não me refiro apenas à situação social, econômica ou
biográfica dos nascidos (no sentido de Sartre, quando analisa a situação em cinco fatores, no
livro O Ser e o Nada: passado, lugar, arredores, próximo, morte, ou quando fala de um “teatro
de situações”), mas a uma situação ontológica estrutural (também tratada por Sartre, embora
nem sempre bem diferenciada da meramente social, uma distinção que seu mestre Heidegger
mantém muito mais fortemente). (Por outro lado, a inclusão do passado na situação sartreana
mostra que ele não está tematizando aqui o nascimento, mas a situação já em curso de um
adulto já nascido; pois embora todo humano nasça num local, num arredor, com um próximo
e com uma morte, ninguém nasce já com um passado, mas começa a elaborá-lo depois de
nascido; o bebê de dez dias tem, já, um passado).
A questão primordial para a ética é que esta situação estrutural ou ontológica está
caracterizada pelo que chamo de mal-estar, uma categoria que eu considero especialmente
aglutinante e iluminadora, crucial para a ética, porque se podem estabelecer relações
relevantes entre o mal-estar estrutural e as exigências morais. Pois terá que ser visto se um ser
submetido ao mal-estar estrutural – das quais as dificuldades sociais e econômicas são um
desdobramento - está realmente em condições de observar as exigências morais, algo que a
imensa maioria dos autores de livros de ética não contemplam sequer.
Ser nascido, ter sido colocado no mundo, é desde sempre ter sido colocado numa situação de
mal-estar estrutural, algo já manifesto no alarido primordial do bebê e em todos os incômodos
que terá que enfrentar nos dias seguintes de seu surgir, desde as feridas da luz até os terrores
da alimentação e da defecação. (É extremamente didático, do ponto de vista moral, que os
progenitores acompanhem todos estes horrores com o maior júbilo, dando risadas, se gabando
e executando ações e gestos excessivos e eufóricos, diante dos sofrimentos do bebê e da
criança pequena, de seu choro, seu debater-se, seus movimentos de incômodo e desespero;
como se os genitores sentissem ter feito algo de extraordinário em suas vidas, às vezes o único
extraordinário que muitos humanos pensam terem feito em todas suas vidas: “Tudo está mal,
mas meu filho nasceu”).
943
Tudo isto configura a situação original e estrutural de mal-estar provocado pela terminalidade,
que não é apenas o perigo de morrer, mas o permanente estar exposto ao sofrimento, ao atrito
terminal do estar largado nessas três dimensões inevitáveis (sabemos que daremos isto a quem
nasce, e isto é uma importante peça na questão da moralidade da procriação).
Esta situação originária de mal-estar terminal torna os seres humanos frágeis, amedrontados e
desamparados, assustados, arredios, e, por contraposição e compensação, extremamente
excessivos, autocentrados, auto-afirmados, auto-valorizadores e agressivos, com uma forte
necessidade de auto-sustentação e de consequente hetero-rejeição e destruição; enquanto mais
assustados os humanos, mais perigosos se tornam para os outros. Esta relação quase direta
entre a intensidade do desamparo e a violência da reivindicação agressiva admite vários graus:
(a) Em humanos nos quais a situação estrutural apenas provoca receio teremos humanos que
tendemos a chamar de “bons”, calmos, equilibrados, agradáveis, “legais”;
(c) Em humanos em que a situação estrutural aterroriza, teremos seres humanos monstruosos,
terrivelmente perigosos (pensar no terror que comunistas e judeus provocavam em nazistas).
(É claro que o simples receio, o estar amedrontado ou aterrorizado nunca apontam para o
simplesmente real, mas para um imaginário povoado de fantasias; comunistas e judeus
podiam representar um perigo parcialmente real na Alemanha pré-Hitler, mas não até o ponto
de motivar reações como o extermínio em camps; mas isto não acontece apenas com os
nazistas; sempre os sentimentos de perigo estão perpassados pela fantasia; a periculosidade da
delinquência na asa norte em Brasília justifica que as pessoas não façam as suas caminhadas
noturnas com seus cachorros por medo de serem assaltados? O medo de acidentes de trânsito
torna razoável eu parar totalmente de dirigir?).
Aqui eu proponho fazer o que denomino o “giro situacional” na reflexão moral: em geral,
considera-se que a situação em que os humanos se encontram é boa e propícia para uma vida
moral, e que os humanos são maus, internamente maus, até perversos, e que são eles os que
trazem o mal para o mundo (a visão cristã consolidou esta visão das coisas através das
944
teodiceias). Eu inverto isto: é a situação que é má, ou que provoca mal-estar (aqui a noção
metafísica de “mal” é desconstruída e transformada em empírico e palpável mal-estar. Ver
“Mal-estar e Moralidade”, p. 222 e seguintes) em humanos originariamente inocentes (já que
eles - como vulgarmente dito – “não pediram para nascer”, e neste ponto temos que ser
vulgares; às vezes a verdade é vulgar, contra os malabarismos sartreanos que tentam provar
que, de certa forma, decidimos nascer).
Quando os humanos são despejados no mundo, o mundo já é mau, e de uma maldade que
direciona aos humanos para a produção de mal-estar em outros, embora não os determine
absolutamente a isso. Não é que os humanos sejam colocados num mundo bom que eles
estragam, mas humanos são compulsivamente colocados num mundo de mal-estar que os
direciona para a desconsideração e a manipulação dos outros, e para a auto-centração e a
indefinida auto-valoração; só que este mal não é o mal metafísico, mas o mal-estar
perfeitamente físico em sua tripla dimensão, dor, desânimo, agressão moral. Desmontagem da
noção de “mal” e “giro situacional” vão juntos.
O “mal” é transformado no “mal-estar” provocado pela situação estrutural de agressão e
desproteção na qual somos colocados pelos nossos progenitores para seu próprio benefício (o
nosso surgimento no mundo é só possível pela imoralidade deles, e nós mesmos somos
obrigados a sermos imorais, por exemplo, na forma de termos filhos também, para fugir da
nossa própria terminalidade, ou nos nossos variados cenários de atuação). O “mal-estar” (já
não “o mal”) está na situação, não em nós, é externo, não interno, aparece, não é insondável,
está dado e, incrivelmente não visto, submetido a uma ferrenha vontade de não ver, de ocultar.
Não somos nós os que o introduzimos, já nos encontramos com ele; não o trazemos, em nosso
interior perverso, em nossa pretensa maldade intrínseca ou em nossa vontade fraca, como na
tradição cristã europeia. Somos despejados num mundo que não funciona, que não pode ser
resolvido por categorias morais, que terá que ser enfrentado numa luta natural, violenta e
manipuladora, se quisermos sobreviver.
um Deus bom criou o mundo, ou que ele é, em termos leigos, basicamente bom). Os humanos
não são, pois, seres perversos, mas seres desprotegidos e assustados pela situação na qual
foram colocados, e que agora, para sobreviver, terão que lançar mão de todo tipo de recursos
defensivos, que facilmente se tornam excessivos e agressivos para outros humanos na mesma
situação que eles; eles têm que submeter, escravizar, perseguir, manipular, para não serem
submetidos, escravizados e manipulados. Se eles mesmos não agridem e manipulam de
maneiras expressivas, serão indiferentes e omissos às ações manipuladoras e agressivas de
outros, e será dessa maneira que se inabilitarão moralmente.
(É claro que estas manipulações e agressões são, em sua maioria, extremamente cordiais e
hipócritas; a maioria delas não são explicitadas em toda a sua violência. Igualmente, a imensa
maioria da humanidade se inabilita de maneira passiva, sendo indiferente, omisso,
descontraído, ingênuo, deixando que o mundo, as sociedades, os pontos de decisão
administrativa e política, os centros de poder, sejam conduzidos por um punhado de humanos
decididos, agressivos, “cheios de vida”, ambiciosos e com uma poderosa vontade de
domínio).
A imoralidade dos humanos não é, pois, fenômeno primigênio, primitivo, originário, que
surgiria enigmaticamente de uma fonte interna, de uma perversidade interna, de um pecado
original do humano; se sou desconsiderado com os outros é porque estou numa situação
estreita, incômoda, insuportável, que tenho que tentar resolver de uma maneira que não pode
deixar de incomodar aos outros. Como uma pedra no sapato que nos torna mais rabugentos,
mais intolerantes e nos leva a pensar que são outros os culpados dessa pedra, desse incômodo
insuportável (são os negros, são os judeus, são os comunistas, são os fascistas, os policiais, os
mendigos, os cozinheiros chineses, os empiristas, os filósofos analíticos, os heideggerianos
que estragam a filosofia e o mundo; sem eles, tudo seria melhor).
“egoísta”, tenho esse grave “defeito”, só fico pensando em mim mesmo, não penso nos
outros, me ponho sempre em primeiro lugar, etc, como se pudéssemos fazer outra coisa, como
se a situação nos permitisse colocar aos outros em primeiro lugar, não nos importando com o
perigo que eles representam. A auto-centração ontológica transforma-se em egoísmo moral (e
esta transformação, e as outras que mencionarei a seguir, é um desdobramento da
transformação do mal-estar ontológico em mal moral).
De forma semelhante, a minha insistência em certos pontos que vejo como irrenunciáveis para
a minha sobrevivência e auto-valoração, é vista como cometendo o vício da “teimosia”: sou
uma pessoa teimosa, não reconheço as razões dos outros; se continuamos insistindo em algo
que vemos como crucial, podemos ser chamados de “inoportunos” ou de “imprudentes” –
mais vícios humanos. Outro exemplo: para viver, somos obrigados a simplificar a imensa
complexidade dos outros, pois não poderíamos viver levando em consideração toda essa
complexidade; seria algo muito exaustivo, estressante, quase insuportável, impossível de
viver; entretanto, sou moralmente acusado de não escutar aos outros, de não ter tempo para o
outro, de fazer espantalhos dos outros, de simplifica-los de maneiras agressivas e injustas.
Outro exemplo: não posso agir da mesma maneira diante de diferentes humanos, tenho que
me adaptar ao que o outro me solicita prementemente, sou às vezes, obrigado a concordar
com certa visão das coisas que o meu interlocutor presente tem acerca de outro humano que
está ausente; estes desdobramentos são exigidos pela convivência, para não sermos
desprezados ou descartados; mas fazendo isso sou moralmente acusado de falso, de
fofoqueiro, de “ter duas caras”, de ser hipócrita, e mais e mais vícios morais decorrentes do
meu mero desejo de continuar vivendo, de constituir uma autoestima sem a qual não consigo
suportar a vida. Desta mesma forma, sou considerado vaidoso, orgulhoso, ambicioso, etc,
moralmente culpado de simplesmente querer existir. (Assim como vemos a maneira de dirigir
dos outros como “dirigir mal”).
Tendemos a ver como faltas morais os meros esforços de sobrevivência e auto-valoração dos
outros, especialmente quando são estranhos; em geral, somos mais caridosos com os
chegados, os amigos. (Costumo dizer: dos amigos perdoamos que não façam o necessário; aos
estranhos os condenamos por não fazerem o impossível).
(Aqui o aristotélico dirá que, embora existam estas necessidades primárias dos humanos, os
vícios provêm do excesso, da desmedida: é compreensível que os humanos se deem uma
autoestima, mas não ao ponto de destruir aos outros para sustenta-la. O problema é que, na
situação estrutural, não podemos estabelecer critérios capazes de medir quando uma
autoestima é razoável e quando é excessiva; e haverá desacordos entre humanos a respeito
disto; a preocupação que é para mim indispensável soará ao outro como excessiva e agressiva;
uns humanos acusam outros de exagero ou do contrário, de ter se excedido ou de não ter feito
o bastante).
As usuais condenações morais já pegam o bonde andando, pela metade do caminho. Nossa
ética é sempre pela metade. Para sermos mais justos, teríamos que percorrer as redes e chegar
nas imoralidades fundamentais (a imoralidade de nosso nascimento é, certamente, o pecado
original; a partir de nosso nascimento, teremos que ser manipuladores e desconsiderados em
947
algum lugar e com alguma intensidade, mas, ao mesmo tempo, também teremos que inventar
uma “moral de segundo grau” para nós, segundo a qual somos bons e honestos apesar de
nossas imoralidades cotidianas). Para nos defendermos do avanço da terminalidade do ser,
teremos que atropelar aos outros, ou teremos que ser indiferentes a eles e seus sofrimentos (e
sabemos também que os que ajudamos eventualmente podem nos prejudicar e manipular,
podem até nos matar).
Teremos também que acobertar a inabilitação mediante falas e expressões linguísticas, mesmo
que elas vão à contramão do que efetivamente fazemos. (A ideia de Nietzsche de que a
moralidade é um discurso, não um fato). Pois a imoralidade é escandalosa, impudica,
desagradável, como a nudez, como o ridículo, como a tolice; não pode ser mostrada, não pode
ser reconhecida. A inabilitação moral estrutural tem que ser escamoteada e transformada
magicamente em seu contrário (Veja a temível indignação dos humanos – e especialmente dos
mais pilantras - quando alguém os acusa de serem antiéticos).
Toda vez que alguém mexe com os tabus sacrificiais da sua própria sociedade (por exemplo, a
pregação de Antonio de Montesinos e Bartolomé de Las Casas contra o mau tratamento dos
indígenas ou a dos primeiros abolicionistas contra a escravatura), eles quebravam as regras do
jogo, porque em lugar de ficar no nível das acusações éticas internas à sociedade, pretendiam
julgar moralmente as bases antiéticas - sacrificiais - desta sociedade, que já todo mundo
aceitava e naturalizava como base intocável e inabalável da sociedade na qual seus membros
se desenvolvem e criam as suas identidades. Isto é o que os colonos espanhóis exprimiam
muito bem falando em “ideia nova”, na fala de Montesinos (Ver Las Casas, Historia das
Índias). Ideia nova significa: aquela ideia que descobre a imoralidade estrutural e básica da
própria sociedade à qual pertencemos. (Toda sociedade se baseia em imoralidades
fundamentais e inevitáveis, pela inabilitação moral provocada pela situação estrutural).
948
Para seus sustentadores, para aqueles que se dão bem dentro da estrutura atual (sempre uma
minoria) não tem sentido atacar a escravidão sobre a qual se baseia toda a vida social; ataca-la
é uma “ideia nova”, ou seja, uma ideia que ofende a organização da sociedade na qual
vivemos e nos desenvolvemos (e inclusive a sociedade na qual definimos nossa moralidade)
em detrimento de alguém inevitavelmente submetido (e é precisamente esta inevitabilidade o
que é ocultado pudicamente, o fato de termos de viver na imoralidade; é sobre esta ocultação
que construímos então uma moralidade de segundo grau, que oculta a imoralidade
fundamental e inevitável da qual teríamos, eticamente, que nos envergonhar).
Modernamente, não se fala mais em “ideia nova”, mas os que têm o poder acusam aos que
reclamam de “introduzir a política” em seus lugares de trabalho, como se suas próprias
posições hegemônicas não fossem já políticas de ponta a ponta. (Lembrar a cena de “A
greve”, de Eisenstein, onde os gordos patrões acusam os operários de introduzir a política na
fábrica, sem ver que a manutenção da fábrica, com todas suas injustiças, é inteiramente
política). Interpreta-se como “política” apenas aquilo que pretende mudar os valores vigentes;
só o subversivo é visto como política, não o que sustenta o poder estabelecido. (O quieto não
é político, só o que se move é político, só aquilo que pretender modificar o statu quo é
político; o statu quo mesmo não é visto como político, mas como o natural).
O moralmente correto seria apreender a ver já a nossa própria barbárie com olhos de futuro,
destruir a serena e auto benevolente inocência do presente. Mas, em geral, os “grandes
pensadores” europeus são perdoados em suas monstruosidades morais – Aristóteles em favor
da escravidão, Kant e Hegel em favor da inferioridade dos negros – por serem “homens de
suas épocas”, que, compreensivelmente, pensavam segundo os valores vigentes. Mas isto não
é, em absoluto, obrigatório, não tem que ser assim. Na história de América, Montesinos e
Bartolomé de Las Casas já se davam perfeitamente por conta, no século XVI, que a
escravização e extermínio dos indígenas eram coisas monstruosas; eles não precisaram de
nenhuma “perspectiva histórica” para ver isso; eles já estavam situados no futuro, que é o
lugar da moralidade, destruindo a tenebrosa “inocência do presente”. E esta é a enorme
superioridade moral de Las Casas sobre Aristóteles, Kant e Hegel.
baseada na diminuição moral e física de seus numerosos sustentadores involuntários. (De fato,
os trabalhadores modernos sentem-se como os atuais escravos e assim o manifestam
frequentemente. A ideia de Nabuco de um “trabalhador livre”, digno e independente, frustrou-
se totalmente no capitalismo moderno, onde o patrão continua tratando o funcionário como
escravo, mas agora legalizado através do salário, totalmente insuficiente para viver; uma
liberdade fictícia). A exploração, como já Marx o viu, independe de quanto ganhem os
funcionários e operários, de se podem ter casa, carro e plano de saúde; estes bens não são
“conquistas” sociais – como podem ver-se do ponto de vista afirmativo e ocultante habitual -
mas a nova condição dos submetidos que os dominadores precisam para melhor utilizá-los em
seu proveito (pode ser conveniente para o patrão que seu funcionário tenha um carro, tenha
boa saúde, etc).
Ao mesmo tempo, o patrão viu-se liberado – com a abolição – do incômodo e caro encargo de
ter de se ocupar diretamente da moradia, roupa e saúde do escravo, já que ele foi “liberado”
para poder ocupar-se de todas essas coisas com o salário que o patrão lhe paga, e que o
mantém na sua posição subalterna (embora a TV e outros media espalhem entre os explorados
a ideologia do “esforço”, de que “nada se consegue sem esforço”, de que tudo deve conseguir-
se com muito empenho, esforço que o patrão não teve que fazer, e colocando nos
trabalhadores ideais que, por definição, jamais poderão alcançar; os antigos escravos não
tinham estas ilusões, porque suas carências eram explícitas; hoje, isso se tornou uma
ideologia, um encobrimento).
A “inocência do presente” nos faz escandalizar dos horrores da escravidão, mas não vemos –
não queremos ver – os horrores da proletarização, como os humanos do futuro certamente
verão; aceitamos sermos servidos por garçons, faxineiros e cozinheiros cansados, muito mal
pagos e humilhados assim como antes se aceitava ser servido por um escravo nu. As classes
dominantes não querem nem ouvir falar deste assunto, e alegam, para tranquilizar as suas
consciências, que agora os operários não morrem mais de fome nem são açoitados (a
violência física como pretenso divisor de águas entre barbárie e civilização). Mas as classes
trabalhadoras são agredidas física e moralmente de outras muitas maneiras, pois seus salários
não alcançam para levar uma vida saudável; os proletários trabalham muito, ganham abaixo
de seus merecimentos, comem mal, dormem pouco, se deslocam de maneiras incômodas em
transportes públicos lotados, são agredidos por doenças triviais. Não mais se precisa
acorrentar os novos escravos pelas pernas para eles não fugirem porque os salários que
ganham não os deixam ir muito longe. Os salários são as novas correntes, mesmo que com
eles os submetidos possam comprar casa e carro para melhor servir seus dominadores.
É sempre difícil definir positivamente a ética, as exigências morais, saber o que devemos
fazer; mas deve ser claro para nós que o tratamento de escravos e proletários não é ético; que
há algo errado nisso; e que não deveríamos contribuir para que isso continue. O problema é
que parece que isso que está errado é o que faz as sociedades funcionarem, é, inclusive, o que
permite que, em outros setores da rede, exista “o bem”. (Isto foi muito bem visto pelos
filósofos de Frankfurt, Benjamim, Adorno e Horkheimer. Num aforismo de “Crepúsculo dos
Ídolos”, Nietzsche acha curioso que os socialistas pretendam liberar àqueles dos quais
precisamos para fazer a sociedade funcionar).
950
10
Os vagabundos que dormem nas ruas são considerados imorais e degenerados, pelos
poderosos e dominantes, que prefeririam vê-los trabalhando, submetidos a um salário, a
horários fixos, a um serviço controlável; nada como um avental para afugentar o perigo; isso
os tornaria inofensivos enquanto na rua eles são perigosos. Os vagabundos são considerados
moralmente indignos, mas talvez muitos deles são tão dignos até o ponto de não aceitarem as
humilhações do trabalho servil; preferem vestir mal, dormir na rua, mas preservar a sua
dignidade e liberdade. Há uma forte ideia estabelecida de que a sociedade se constituiu
honestamente e que ela é desafiada por delinquentes e desajustados. Os pobres e
marginalizados são vistos como objetivos e externos, não vemos que eles são também a nossa
construção.
As sociedades humanas precisam aceitar estas imoralidades básicas: a submissão das massas,
a distribuição injusta dos bens, certos tipos de agressões (por exemplo, as policiais), a
arrecadação abusiva de impostos nunca criticada (mas critica-se a sonegação), a procriação
sem freios, a educação paternalista e punitiva, a manipulação de crianças, certas formas de
heterocídio, o aborto, leis paternalistas de trânsito, etc. Todos estes são males que se
esqueceram de si mesmos, que se transformaram em bens na medida em que servem para a
própria sustentação, individual e social. Cada comunidade transforma em hábitos naturais as
suas imoralidades fundacionais.
Então, contra todas aquelas ideias hegemônicas (a)-(f) mencionadas no início, digo que: não
existe o “mal” (ideia metafísica cristã), mas o mal-estar, e que o bem é reativo ao mal-estar
estrutural, não chega a ser bem-estar, mas apenas não mal-estar. Que, em geral, os humanos
são desonestos e as sociedades se constroem sobre a desonestidade, e que eu mesmo não
posso ser isento disto (e como poderia? Por quê? Apenas por ser eu?), nem tampouco meus
951
11
amigos e chegados. Não há, pois, “desvios”, mas inabilitação moral estrutural; não somos
perversos, mas apenas seres colocados numa situação impossível de resolver moralmente.
A terminalidade do ser que afeta nossas vidas de ponta a ponta é literalmente enterrada; e no
plano estritamente moral, enterramos nossa repulsiva imoralidade, e instauramos alguma
“moralidade de segundo grau” à serviço de nossa sobrevivência e de nosso constante dar-nos
valor e dar-nos a razão, contra todas as evidências, inclusive mediante o recurso de
transferência de culpas, que é sempre possível. (A cena de “The touch”, de Ingmar Bergman,
onde o marido traído surpreende os dois amantes e onde o amante, com toda tranquilidade, diz
ao marido: “Não tenho nada para dizer; vá embora; você já nos humilhou suficientemente
com sua visita”).
O mundo moral faz parte desta construção: assim como as coisas são vistas como melhores do
que são, assim queremos ver os humanos – e nós em primeiro lugar – como mais éticos do
que realmente somos; o pior insulto é duvidar da ética de alguém. (Falácia ad indignationem).
A feiura moral é tão escamoteada quanto a feiura física, ou como todas as outras coisas que
ocultamos para poder existir: nossa sujeira, nossa pobreza, nossos aspectos ridículos, nossas
imperfeições físicas, e inclusive nossos sofrimentos ou nossos sentimentos mais vergonhosos,
ou que nos parecem tais. Nossas vidas são possíveis apenas pela ocultação física e moral do
inapresentável, do que não conseguimos pôr em cena. Quando nos aprestamos a sair de casa,
nos lavamos, nos vestimos, nos arrumamos, nos perfumamos, tentamos eliminar ou diminuir
os cheiros desagradáveis que emanam dos nossos corpos; e, da mesma forma, também nos
colocamos nossas máscaras, nossos sorrisos amáveis em nossos lábios, nossos olhares
esperançosos sobre nossos olhos de desespero. O que Calderón de la Barca chamou o grande
teatro do mundo. (Isto é também algo que nos desagrada fortemente dos vagabundos, que eles
não se arrumam nem se lavam, não ocultam seus maus cheiros nem escondem sua bebedeira;
dizemos que eles “perderam toda dignidade”, com o qual queremos dizer que não se
importam em se apresentarem sem os habituais fingimentos e ocultações; não nos desagradam
pela sua falsidade, mas pela sua insuportável verdade).
O poderoso trabalho da ocultação, também no plano moral, faz com que o mal-estar da
terminalidade do ser nos surpreenda como se fosse algo adventício e nunca anunciado. Na
edição Brasil do jornal El País, foi escrito há algum tempo um artigo chamado “O mundo da
gente morre antes da gente”. Nesse texto, a autora se espantava de ver como morrem as
pessoas famosas – escritores, atores – que faziam parte de nossas vidas e que, ao morrerem,
952
12
nos fazem também morrer um pouco. Eles constituíam – em suas palavras - o mundo da gente
que morre antes da gente. Mas no artigo paira uma espécie de surpresa de que seja assim,
como se se tratasse de algo inesperado e inadmissível. O papel do acaso (trabalhado
imageticamente por Kieslowski no filme homônimo) é fundamental em nossas vidas, e
nenhum projeto humano deveria dispensá-lo ou surpreender-se quando ele nos ataca.
Quando morre subitamente Eduardo Campos, no meio de seu projeto de candidatar-se para
presidente, a mulher dele declara: “Isso não estava no script”. Mas é claro que estava! Sempre
esteve. É o poderoso trabalho da ocultação que diz: o avião que eu pego não pode cair, não
vai cair, não cairá. As pessoas que eu amo e admiro não morrerão. Será minha culpa não ter
lido as notas de rodapé do script.
A autora faz listas imensas de mortos famosos recentes e se espanta, inclusive com a morte de
pessoas velhas – como Ariano Suassuna, Rubem Alves ou García Márquez - sem ver que a
morte nunca é surpreendente, mesmo no caso de jovens como os atores Philipp Seymour
Hoffman (Capote) ou Heath Ledger (Coringa). Ela fala como se fosse algo profundamente
injusto que a morte nos arrebate esses velhos sobreviventes com suas obras já feitas, ou esses
jovens promissores que não tinham consumado ainda seus projetos. Mas este curioso
sentimento de “injustiça” é totalmente injustificável, totalmente metafísico, teológico, uma
amostra da nossa radical recusa do Real, que, quando aparece – e sempre esteve ali – nos
surpreende e espanta, nos soa como injusto porque pensávamos que a vida era boa, uma
dádiva que nos tinha sido dada para usufruí-la, não para sofrê-la, e que não tem direito de ser
tão abruptamente interrompida.
O fato de nos recusarmos a enfrentar o real é mais uma prova palpável em favor do
pessimismo: o real é insuportável, e temos que vivê-lo através de véus, de anteparos, de
proteções, físicas e morais, para poder suportá-lo e para poder suportar-nos a nós mesmos.
Qualquer otimismo se baseia na ocultação, e não naquilo que obriga a fazer ocultações. Os
otimismos observam apenas os bem-estares (não digamos prazeres) que somos obrigados a
gerar sobre um fundo de mal-estar estrutural garantido.
13
Se não, por que o crente se preocuparia tanto com a falta de colaboração dos ateus? Se a sua
fé fosse tão forte, o ateísmo deveria ser-lhe completamente indiferente; por que sempre houve
cruzadas perseguindo ateus e hereges? O crente fica irritado porque, com a sua não
colaboração, o ateu mostra que se pode perfeitamente viver sem Deus, que se pode viver à
beira da construção coletiva da qual o crente precisa. (Na verdade, qualquer grupo precisa
disso, dessa contribuição ao coletivo: os heideggerianos, os psicanalistas, os filósofos
analíticos, todos eles precisam que os adeptos cooperem e construam uma comunidade que
partilhe premissas e fale uma mesma linguagem, criando a comunidade de crentes, de
heideggerianos, de analíticos, ou o que for; um heideggeriano que se torna analítico – como
Tugendhat – ou um analítico que se torna metafísico – como Whitehead ou Vicente Ferreira
Da Silva – são espécies de traidores, como crentes que “perderam a fé”).
É claro que as pessoas que acreditam em Papai Noel ou na fada do dente não ficam tão iradas
contra aqueles que não acreditam nessas figuras, pois elas não participam de maneira tão
dramática do processo de ocultação do real assustador, no processo premente de sustentação
da vida. Não ofende tanto negar a fada do dente, embora esta também sustente, de alguma
forma, a existência (as crianças, antes de saber de deus, já se sustentam em seus bonecos e
super-heróis). O serviço que os deuses cumprem para a auto-sustentação é crucial para
milhares de pessoas, com isso não se brinca; um ateu, no fundo, está dizendo para o crente:
não me importa se morres, porque ele, com a sua não participação na construção coletiva das
crenças, está não apenas desertando individualmente, mas abalando o sistema geral de auto-
sustentação de milhares.
(Curiosamente, isto mostra que o verdadeiramente crucial não é Deus ou os deuses, mas a
vida, a sustentação da vida, mesmo de uma vida assustadora e traumática; pois Deus e os
deuses estão a serviço dessa sustentação, que é realmente o mais importante; Deus é apenas
um meio, cuja importância provém daquilo que contribui tão competentemente a sustentar. O
que verdadeiramente é adorado e buscado a través da adoração dos deuses, é o apego
incondicional à vida).
14
O Direito pode ser um caminho para entender como funciona a inabilitação moral no plano da
argumentação. Sempre é possível contra-argumentar (ver meu Livro, Prefácio Metafilosófico,
e páginas 9-26, 57-60, 74-77, 187-195, assim como o Epílogo 1, páginas 641-648), mesmo
quem está contra a parede, encurralado, com montões de provas contra, mesmo pego em
flagrante, sempre terá contra-argumentos, não forçosamente falaciosos, mas podem ser
perfeitamente sustentáveis. Um advogado astucioso, ou ele mesmo, poderão reverter a
situação e fazer transferência de culpa, transformando o acusador em acusado. Pois as redes
predicativas são longas e complicadas, e sempre é possível apontar para um momento da rede
onde eu sou culpado, sem ver que a minha conduta condenável é resposta a agressões
anteriores sofridas por mim. (A visita de Andreas, o marido traído de “The touch” de
Bergman é realmente humilhante para David, o amante da sua mulher, e isto pode ser
denunciado; mas acontece que essa humilhação só aconteceu porque houve antes adultério.
Da mesma forma, as pessoas ficam iradas com o motorista que buzina ruidosamente porque
foi trancado por outro carro, porque as pessoas são incapazes de percorrer a rede e detectar
uma agressão anterior, o estacionamento indevido do condutor que deixou o carro trancando o
outro; mas todos somos preguiçosos e reagimos apenas ao que nos incomoda de maneira
imediata).
Aqui há uma questão sartreana muito importante para ser entendida. Não é que os outros
sejam injustos comigo, que eu tenha a verdade sobre mim e que os outros sejam falaciosos e
maldosos. Não, isto ainda suporia uma verdade fixa a partir da qual avaliar “desvios”. Quando
eu encurralo você e você reage, não forçosamente você raciocina mal ou falaciosamente; você
tem bons argumentos contra meus bons argumentos; os bons argumentos estão de ambos os
lados, mas a sua boa qualidade depende dos pressupostos que estão sendo assumidos por cada
um. Por que isto é sartreano? Porque na dialética infernal do para-outro, descrita em O Ser e o
Nada, o outro me outorga um ser, mas eu não posso me defender dizendo: “Eu não sou como
o outro me vê; eu sou de uma maneira que só eu conheço; é uma injustiça que se comete
comigo”. Dizemos isto permanentemente porque não somos capazes de ver nossa perspectiva
como apenas uma perspectiva entre milhares; nossa perspectiva coincide para nós com o real
objetivo, e o outro está errado a respeito disso ao qual só “nós” temos acesso.
Mas não existe esse acesso meu privilegiado a um mítico eu autêntico perpetuamente
injustiçado pelos outros. Cada um de nós tem direito de encapsular o outro em seu próprio
universo gestáltico, e é por isso que estamos no inferno, porque não existe nenhuma instância
neutra e objetiva para decidir quem tem razão, que já não fale já desde uma perspectiva.
955
JULIO CABRERA
Já de início, em todas essas teorias se apresenta a ética como aquela disciplina que se
ocupa com a questão de como devemos viver de uma maneira considerada com os outros (e
não de uma forma totalmente instintiva, que leve em conta apenas os próprios interesses), e
também de como podemos viver uma “vida boa”, uma vida feliz e realizada. Estas duas coisas
podem não estar em harmonia; a questão é como podemos ser considerados de uma maneira
que não tolhe o anseio de bem-estar, como podemos estar bem e levar uma vida boa sem
sermos desconsiderados.
As exigências éticas adotaram diferentes formas nas diversas teorias éticas que nos
chegam de Europa; podem adotar a forma de imposição de deveres, ou de cálculo de
consequências, ou de indicações acerca do melhoramento do caráter. Mas há algo que chama
de imediato a atenção do estudioso quando entramos no estudo das éticas europeias: todas
956
elas se apresentam, de início, em conflito umas contra as outras; segundo cada uma delas, as
outras teorias são inviáveis; cada teoria aponta incessantemente para os problemas das outras
e para os graves “dilemas morais” que elas seriam incapazes de resolver. Cada uma delas está
convicta de resolver mais satisfatoriamente os problemas éticos relevantes; isto, por sua vez, é
negado pelas outras teorias e assim por diante. O conflito mútuo é, pois, a primeira
característica das éticas europeias1.
1
Um livro muito apropriado para estudar este fenômeno, e os outros que serão apontados neste trabalho é: Baron
Marcia, Pettit Philip, Slote Michael, Three methods of ethics. Blackwell, 1999,precisamente por ser um livro
estruturado na base de discussões entre uma filósofa kantiana, um consequencialista e um ético de virtudes, com
questionamentos e réplicas “cruzadas”.
957
holística de ações, acabam prejudicando outros humanos, mesmo beneficiando alguém (do
ponto de vista ético, do fato de beneficiar pessoas não se deriva qualquer isenção moral do
prejuízo que provocamos em outros). Porque só podemos criar valores positivos em espaços
restritos dentro da rede de ações, sempre prejudicamos outros humanos. A este fenômeno
chamo, na minha teoria ético-negativa, de inabilitação moral.
Entenda-se bem: não se trata apenas dos prejuízos que humanos produzem em outros
por maldade e má intenção, mas dos prejuízos a humanos que são produzidos por nossas
ações boas! No filme mexicano “Amores perros”, um homem, no final do dia, evita derrubar a
porta do quarto da mulher que ama e, muito virtuosamente, decide aguardar o novo dia para
discutir com ela com calma, não “de cabeça quente”. Ao dia seguinte, diante do fato da
mulher não abrir a porta, finalmente a derruba e a encontra jogada no chão onde passou a
noite toda; levada para o hospital às pressas, o médico lhe diz que se a tivessem levado na
noite anterior, teriam evitado amputar-lhe a perna; o homem provocou uma calamidade a
través de uma ação eticamente correta. Fora do cinema, pensemos no exemplo das
universidades públicas: a admissão de mais e mais alunos é, certamente, um valor positivo;
mas cria todo tipo de novas dificuldades dentro da rede holística de ações, desde inviabilizar
os estacionamentos até diminuir a qualidade do ensino em turmas demasiado numerosas.
Nem todos os humanos precisam ser “maus” ou “perversos” para ficar moralmente
inabilitados. Os humanos estão simplesmente colocados numa situação impossível de resolver
mediante categorias éticas, mesmo estando dispostos a isso. Dentro da rede holística de ações,
é impossível – mesmo para humanos de boa vontade – ser éticos com todas as pessoas, em
todos os lugares, em todos os tempos, contextos e circunstâncias. Na verdade, os humanos
estão colocados numa situação eticamente incômoda, mas não carregamos conosco algo como
uma essência “má”; somos situacionalmente inabilitados, não em virtude de alguma natureza
perversa ou corrupta.
Voltemos agora para o âmbito das éticas europeias. Estas não são em absoluto
pessimistas a respeito da instauração da moralidade ética; elas pensam que a ética é
perfeitamente possível. Mas no fenômeno do conflito mútuo entre teorias, vemos que cada
uma delas declara, com bons argumentos, a inviabilidade das outras. Mas parece haver uma
incapacidade de ver essas dificuldades de cada teoria ética como um produto de uma
inabilitação moral estrutural ligada com a própria condição humana. Se aceitamos o fenômeno
da inabilitação moral tal como aparece numa visão holística, qualquer formulação da
moralidade ética deverá ser feita sempre dentro da inabilitação, como numa espécie de
“recorte” interno à mesma.
Com efeito, por que as éticas europeias passam a ideia da ética existir, a pesar de todos
os problemas? A minha hipótese é a seguinte: porque dentro de cada teoria a moralidade ética
958
é construída dentro da inabilitação, como num patamar de segundo grau (em primeiro grau, a
ética é impossível)2. Por exemplo, o que as teorias éticas querem dizer quando formulam uma
norma como “não devemos matar outras pessoas a menos que nos ameacem seriamente”, é
que todo e qualquer ser humano ameaçador da nossa pessoa, propriedade ou seres queridos é
virtualmente eliminável; todos os delinquentes, desconhecidos, ou meros transeuntes podem
vir a fazer parte desse conjunto; estão também os inimigos do país na forma de guerras; e
ainda a pena de morte em vários países; o “não matar” não é, pois, uma exigência universal
em nossas sociedades. Seria mais simples formular uma norma positiva do tipo: “Pode-se, em
geral, matar seres humanos, com exceção daqueles que não nos ameaçam”, sendo que os
humanos potencialmente ameaçadores abrange toda a humanidade (ou, em termos mais
plausíveis, todas as pessoas que vivem e se movimentam nas minhas proximidades).
O dispositivo usado pelas éticas europeias para fazer a ética existir, é, pois,
transformar parte da inabilitação em habilitação condicionada, sem importar-se com as
vítimas que isso possa provocar. Nisto pode visualizar-se uma falta de radicalidade reflexiva
por parte das teorias éticas europeias, na sua recusa a reconhecer o fenômeno estrutural da
inabilitação moral e a sua própria impossibilidade. As teorias éticas passam a ideia de que a
moralidade ética existe na medida em que, na sua própria formulação das normas éticas, estas
consideram um enorme conjunto de ações inabilitadas como sendo eticamente corretas.
O que as teorias éticas europeias fazem não é, pois, eliminar o fato insuperável da
inabilitação moral (e como poderiam?), mas acomodar as coisas de tal forma de justificar
eticamente algumas ações moralmente inabilitadas e condenar outras de uma maneira seletiva
e, até certo ponto, arbitrária. O que passa a interessar não é mais quais ações são corretas e
quais não - já que todas são estruturalmente incorretas em algum cenário de ação - mas quais
ações incorretas serão toleradas e quais não; as instituições e dispositivos sociais passam a
decidir quais ações moralmente inabilitadas serão aceitas e quais ações moralmente
inabilitadas serão rejeitadas. As consequências disto podem ser devastadoras: sem
possibilidades de fugir da incorreção moral, as pessoas e grupos com poder suficiente
decidem quais dessas incorreções serão poupadas e quais outras serão rejeitadas e
condenadas; não é, pois, a moralidade o que conta, mas a administração social de
imoralidades. (Assim como os policiais de trânsito poderiam parar absolutamente qualquer
automóvel, na absoluta certeza de, se buscarem com cuidado, descobrirem alguma
irregularidade, dado o imenso número de regras a serem observadas; o carro deixa de ser
submetido à regra e passa a estar submetido ao caráter seletivo da sua aplicação).
As teorias éticas europeias, pois, não suprimem o sofrimento moral das vítimas, mas
apenas o distribuem de alguma forma, justificando a geração de novas vítimas dentro de seus
2
Para a ideia de uma “ética de segundo grau”, ver Cabrera Julio. Crítica de la moral afirmativa. Gedisa,
Barcelona, 1996.
959
próprios sistemas. Como no romance “O processo”, de Kafka, somos todos culpados, mas o
Juiz poderá sempre diferenciar, mais ou menos sutilmente, a minha culpa da culpa de outros,
e me condenar não por ser culpado – culpados somos todos – mas por eu não ter conseguido
legitimar, mediante a retórica, o poder ou mesmo os argumentos, a minha própria e inevitável
culpa.
3
Julio. Projeto de ética negativa (Reeditada como: A ética e suas negações. Rocco, 2011).
960
Julio Cabrera
Nestes textos, Peirce enfatiza o caráter normativo da Lógica e, por essa via, a sua
aproximação estrutural com a Ética. (Deixarei aqui de lado, por enquanto, as interessantes relações
com a Estética). Assim, a verdade é visualizada como uma espécie de bem. Buscar a verdade se
considera como uma forma de autocontrole e de responsabilidade. Raciocinar bem não é, então,
apenas ”adequado”, mas também “bom” ou “virtuoso”. Com isso não se quer dizer apenas que a
verdade seja para a Lógica aquilo que o bem é para a Ética. Trata-se de uma aproximação
intrínseca: fazendo representações adequadas do mundo, exercendo um autocontrole virtuoso sobre as
nossas inclinações, e raciocinando bem, somos eticamente responsáveis. Assim, a verdade é "à la lettre" e
1
Esta é a versão completa da comunicação apresentada resumidamente no V Encontro Nacional de Filosofia,
organizado pela Anpof, em Diamantina (MG), outubro 1992. Agradeço a Mario Guerreiro, Flávio Siebeneichler e
demais colegas pelas suas observações durante o debate.
2
Peirce Ch, “Semiótica”, p. 201.
3
Peirce Ch, “Obra lógico-semiótica”, p. 141.
4
Peirce Ch, “Obra lógico-semiótica”, p. 146.
961
não apenas “por analogia”, um bem (ou seja, não apenas uma contrapartida externa, no plano lógico, de uma
qualidade ética).
Ora, se aquilo que Peirce quer dizer com "autocontrole" é que estamos obrigados a aceitar uma
verdade que descobrimos com a nossa razão, por mais que a mesma agrida as nossas inclinações ou
desfavoreça nossos interesses, e impossível não concordar com ele. Essa "humilhação" (para usar o termo
kantiano) diante da verdade é, sem duvida, uma atitude ética, e manifesta um bem. Entretanto, isso não é
incompatível com o fato do resultado da nossa indagação (ou seja, a própria verdade descoberta) não ser,
talvez, algo eticamente bom. Nada impediria (a não ser uma crença de natureza religiosa) que os melhores
argumentos pudessem estar do lado do ceticismo, do niilismo, do relativismo, do solipsismo, do
agnosticismo e do relativismo (ou seja, do lado das antíteses, parafraseando as cêlebres antinomias
kantianas). A "moralidade lógica" (ou “moralidade da verdade”) reside, precisamente, no dever de aceitar o
melhor argumento, mesmo quando este ponha a "moralidade ética" (ou moralidade da virtude) em risco.
Se Peirce não aceitasse esta versão atenuada das suas idéias, e sustentasse que deve existir, além do
mais, uma vinculação "interna" entre a verdade e o bem (como nos "transcendentais" medievais), ou seja,
que deve existir algo de substantivo que impeça que os melhores argumentos estejam em favor do lado que
debilita a moralidade - eu rejeitaria então a sua idéia como logicamente insustentável. Denominarei
"moralista” a este tipo de postura (ou seja, à crença nesse vinculo substantivo entre a verdade e o bem). A
aproximação entre a verdade e o bem que estou aqui disposto a aceitar, é puramente de procedimento (ou
"metódica"), mas nunca substantiva. Isto significa que algumas verdades podem ser comprometedoras para
a moralidade.
Distingo, assim, "logicamente ético" de "moralmente ético". A distinção é procedente, desde que a
ética da verdade e a ética da virtude podem entrar em conflito dentro do corpo da própria Ciência
Normativa peirceana. Se fossem descobertos, por exemplo, bons argumentos em favor da tese de que a raça
amarela possui inteligência superior à branca na solução de certo tipo de problemas, talvez isso acarretasse
muitos inconvenientes sociais, as relações internacionais seriam prejudicadas, poderia oportunizar a
2
962
introdução de mecanismos de controle sobre certas minorias, etc, etc, ou seja, promover ações antiéticas, no
sentido da ética da virtude. Mas, por outro lado, se fossem ocultas ou disfarçadas as evidências ou
argumentos apoiando a superioridade (relativa a certa atividade ou talento) de uma raça sobre outra, se
promoveria igualmente, uma atitude antipática, mas esta vez no sentido da ética da verdade. Precisamente,
aceitar essas verdades nocivas seria ético no sentido da ética da verdade de Peirce, tal, como aqui entendida.
Ao contrário, considero "moralista" (e antiética) a atitude que ignora ou nega aquelas verdades
porque são prejudiciais (o que seria na terminologia peirceana uma falta do "autodomínio"). Qualquer noção
de "razão prática" que permitisse esta última atitude deverá também considerar-se moralista neste sentido.
Nenhum “uso prático" de uma verdade a tornará uma falsidade, ou vice-versa. Se a "razão prática” tem a
capacidade de remanejar as verdades para que a vida humana seja mais confortável, então estará ela,
claramente, fazendo o que a religião sempre fez (e muito melhor do que a filosofia, sem duvida). Assim, em
caso de conflito, parece impossível não ser antiético em algum dos sentidos antes indicados. Peirce não
parece ter considerado a possibilidade do conflito dentro da Ciência Normativa, e isso leva a suspeitar que
ele sustente, implicitamente, uma concepção substantiva, e não meramente metódica, da normatividade (e
nisso Peirce seria um bom kantiano).
É interessante observar que os filósofos que defendem uma "primazia do teórico" deste tipo sejam
frequentemente acusados de "cegueira moral” ou de "inaptidão ética", ou de "incapacidade para captar o
trabalho da liberdade humana nas suas possibilidades de humanizar a natureza", etc. A primazia do teórico
levaria, assim, a uma natureza absolutizada, que se imporia barbaramente sobre a liberdade. Entretanto, a
primeira defesa contra esse ataque é autenticamente peirceana. A aceitação da verdade como se sobrepondo à
liberdade humana, longe de mostrar "inaptidão moral", mostraria o máximo de moralidade possível. Pois o
“autodomínio” é humilhaçao da nossa liberdade, e a verdade é algo diante do qual essa liberdade nada pode
fazer a nao ser aceitar (na estrita medida em que tal verdade seja descoberta racionalmente, e não imposta
por autoridade).
A eticidade, nesta perspectiva, não se baseia, pois, na liberdade, mas na nossa capacidade de
submeter essa liberdade a uma força infinitamente superior a ela. Os três componentes da Ciência Normativa
de Peirce acentuam, precisamente, o valor ético de certa objetividade que se impõe: a Verdade, o Bem e a
Beleza. De maneira que são os filósofos da “razão prática” os que correm mais riscos de “inaptidão moral”.
Pois a liberdade pretende ali dar-se a sim mesma o direito de mudar o valor de verdade de enunciados, sem
fazer esforços por “se autodominar”.
Além do mais, parece socialmente perigosa a atitude de qualificar como "irresponsável", por
exemplo, a teoria da deconstrução de Derrida, ou como “desonesta” a dialética hegeliana, em vez de ater-se
estritamente a seus erros lógicos, ou seja, a sua possível falsidade. Devemos ser capazes de ver que assim
como a verdade nem sempre é revolucionária - como diz a última frase do filme italiano “Cadáveres ilustres”
- ela tampouco é sempre virtuosa e responsável, embora a verdade (ou, melhor, o dizer a verdade) tenha a
3
963
sua própria responsabilidade. Quando assumimos uma lógica contraditória, uma ética cética ou uma estética
do feio, o fazemos em base de argumentos, ou seja, em estrita observância dos cânones éticos da verdade.
O moralismo representa a radical cegueira da possibilidade de verdades não virtuosas e de falsidades
virtuosas (um tema nietczscheano, sem dúvida), ou seja, da possibilidade de não coincidência entre
verdadeiro e virtuoso, e entre falso e vicioso.
Nesta parte mostrarei o surgimento do conflito entre virtude lógica e virtude moral através do estudo
de um curioso paradoxo.
Norman Malcolm, na sua famosa “Memoir” sobre Wittgenstein, escreve: "Wittgenstein queria
persuadir-me do meu projeto de vir a ser professor de filosofia... Abominava a vida acadêmica em geral e a
vida do filósofo profissional em particular. Acreditava que um ser humano normal não podia ser ao mesmo
5
tempo professor da Universidade e uma pessoa séria e honesta”. Ora, na época em que Wittgenstein
afirmava estas coisas, ele próprio era professor de Filosofia na Universidade. Em tal caso, Malcolm poderia,
ter replicado, como normalmente se faz: "Que autoridade moral você tem para dizer isso, sendo que você
mesmo é professor de filosofia na Universidade e, por conseguinte, tão desonesto quanto aqueles que você
critica?". Ora, se Wittgenstein tivesse arguido que não, que ele não era como os outros professores, Malcolm
poderia ter dito: "Mas nesse caso, é falso o que você afirma. Nem todos os professores de filosofia da
Universidade são desonestos. Você é professor de filosofia e é honesto". Desta forma, se uma pessoa A
afirma que:
e sendo A próprio um professor de filosofia, então: ou (X) é verdadeiro e A ofende a ética da virtude
(por ser atingido pela própria afirmação e perdendo, com isso, como habitualmente se diz, "autoridade
moral" para condenar outros), ou (X) é falso, e nesse caso A ofende a ética da verdade, ao afirmar
irresponsavelmente algo que sabe não ser o caso. Assim, parece: que A, sendo professor de filosofia, não
pode, ao mesmo tempo, defender a verdade de (X) e a sua própria autoridade moral para afirmá-la. Para dizer
a verdade, ele deve ser incluído na afirmação (X), mas, para ser virtuoso, ele não deveria ser incluído. Eis o
paradoxo. Entendido dentro do quadro da idéia peirceana da Ciência Normativa, o paradoxo parece mostrar
que é impossível ser ético nessas circunstâncias: preenchendo as condições da ética da virtude deixa-se de
cumprir as da ética da verdade, e vice-versa.6
5
Malcom Norman, “Recuerdo de Ludwig Wittgenstein”, em “Las Filosofias de Ludwig Wittgenstein”, p.44.
6
A originalidade deste paradoxo reside em seu caráter “misto”. Os paradoxos mais célebres são de caráter
estritamente lógico, e não ético-lógico. É possível, entretanto, dar uma versão ético-lógica de paradoxos como o do
4
964
Denomino “afirmativas” aquelas soluções que partem do pressuposto de que o paradoxo se baseia
em algum tipo de equívoco, ou vicio de argumentaçao não imediatamente evidente, de tal forma que,
corrigindo-se adequadamente tal equivoco mediante algum tipo de recurso (distinções, graus, níveis, etc.) o
paradoxo deve dissolver-se. Em segundo lugar, as soluções "afirmativas" assumem fortemente o princípio
de “coerência” do agente moral, ou seja, o princípio que sustenta que, em questões morais, deve-se seguir
uma linha de conduta coerente com aquilo que se afirma, não julgando o próximo mediante critérios
diferentes daqueles com os que se julgaria a sim próprio. Isso leva a pensar que, de maneira geral, as
soluções “afirmativas” tentan enfraquecer a exigência lógica da verdade em benefício da exigência moral da
virtude. Assim, o “equívoco” que gera o paradoxo é colocado na parte lógica do mesmo. Examinemos
algumas destas tentativas:
(a) Quando o professor de filosofia A afirma que (X), a palavra “Todos” não deve entender-se de maneira
rigorosamente distributiva, no sentido de “cada um dos professores de filosofia”. Assim, “Todos” em
(X) se aproximaria mais de “qualquer um” do que de “cada um”. Na verdade, Wittgenstein queria dizer
para Malcolm o seguinte: “Qualquer pessoa que faça aquilo que habitualmente fazem os professores de
filosofia, dificilmente poderá evitar cair na desonestidade”. Se for isso o que A (ou Wittgenstein)
pretendia dizer ao afirmar que (X), ele não perderia nesse caso a sua “autoridade moral” para dizê-lo,
desde que ele se consideraria a sim mesmo como um professor de filosofia que não faz aquilo que,
habitualmente, conduz à desonestidade.
(b) Quando o professor de filosofia A afirma que (X), ele não faz uma afirmação em termos absolutos, mas
apenas uma afirmação gradual; ele quer dizer que todos os professores de filosofia são, até certo ponto,
desonestos, embora não o sejam absolutamente. Por conseguinte, quem apresenta (X) poderia conservar
a sua "autoridade moral" para afirmá-la, na estrita medida em que tenha ele um grau de honestidade
maior do que aqueles a quem está criticando mediante (X). Uma variante desta "solução" consistiria em
distinguir tipos de desonestidade, e não graus da mesma: do enunciador de (X) seria exigido, então, que
tivesse outro tipo de desonestidade que aquele tipo que está criticando.
(c) Suponhamos que A afirma muitas coisas irresponsáveis e desonestas, como mentiras, calúnias, falsas
promessas; por exemplo coisas como: (W) “A filosofia soluciona problemas científicos melhor do que a
própria ciência”. Entretanto, no momento de afirmar (X), A está fazendo uma afirmação geral sobre
todos os professores de filosofia e, por conseguinte, (X) está num nível lógico diferente que (W). Por
mentiroso, levando em consideração que mentir é uma ação considerada como moralmente reprovável. A versão
normal do paradoxo do mentiroso acentua o vício lógico da falsidade, e não o vício ético da mentira quando ela
condena a seu próprio “proferidor”.
5
965
tanto, nada daquilo que A diga no nível lógico em que afirma coisas como (W), poderia fazê-lo cair em
contradição paradoxal com aquilo que ele afirma no nível lógico em que (X) é apresentado.
Argumentos em contra destas soluções "afirmativas" são fáceis de encontrar: especialmente contra
(a) e (b) se pode sempre alegar que se quem afirma que (X) quis dizer algo como “A maioria dos professores
de filosofia é desonesta”, “Uma grande parte dos professores de filosofia é desonesta” ou “Os professores de
filosofia são até certo ponto, desonestos", e assim por diante, (X) é uma péssima maneira de dizê-lo, além de
ser eticamente irresponsável (no sentido da "ética da terminologia” de Peirce) utilizar termos fortes num
sentido fraco, sendo que estão disponíveis no acervo da língua recursos para expressar adequadamente essas
outras significações. Quando escuta (X), alguém tem o pleno direito de interpretar tal afirmação em sentido
forte, pelo menos até a afirmação não ser debilitada de alguma forma. (Se não for assim, com os mesmos
recursos se poderia também “solucionar” o célebre paradoxo do mentiroso dizendo-se que na verdade, ele
não diz que cada coisa que cada cretense afirma seja sempre e em todos os sentidos uma falsidade no
máximo grau, ou algo semelhante. Em geral, quando estudamos o paradoxo do mentiroso, o interpretamos
como composto de afirmações fortes).
Contra “soluções” do tipo (c), é possível e interessante utilizar uma contra-argumentação estilo Apel,
no sentido de mostrar que as soluções de paradoxos baseadas em distinções de hierarquias de linguagens
põem uma obstrução no próprio caminho autoreflexivo, no sentido da reflexão que a linguagem teria que
fazer de sim mesma ser deixada em mãos de outra linguagem. O paradoxo, segundo Apel, não assinala para
algo totalmente negativo, no sentido de um vicio de argumentação, mas indica o caminho da autoreflexão,
típica da filosofia e das “ciências humanas”. Se o paradoxo estiver assim vinculado com a autoreflexão,
considerar o primeiro como vício coloca o risco de considerar viciosa a própria autoreflexão, como ocorre,
segundo Apel, no Tractatus e em algumas obras de Russell7. Mas apesar disso, Apel conserva uma visão
afirmativa da auto-reflexividade, ao considerar, por exemplo, o ceticismo, o relativismo, o solipsismo, etc,
como posturas impossíveis de serem assumidas, na medida em que seriam, pragmaticamente autoanuladoras.
Apel não consegue visualizar, por exemplo, o ceticismo como uma forma de visão “negativa” capaz de
materializar aquela autoreferência numa atitude e uma forma de vida. Mas isto já nos coloca na trilha do que
chamo “solução negativa” do paradoxo lógico-ético.
A solução negativa se apóia, pelo menos, nos três seguintes “movimentos”: (1) Considerar que não há
“equívoco” algum que gere o paradoxo, nem nenhuma “confusão” a ser esclarecida. (2) Em segundo lugar,
recusar-se a debilitar a ótica da verdade (ou seja, a parte lógica do paradoxo), entendendo (X), por
7
Apel Karl-Otto, “Wittgenstein y Heidegger: La pregunta por el sentido del ser y la sospecha de carência de sentido
dirigida contra toda metafísica”, em “La transformación de la filosofía”, vol. I, p.217.
6
966
conseguinte, com toda a força da sua pretensão de universalidade. (3) Por último, e conseqüentemente, a
solução negativa modifica (mas não debilita, embora esta possa ser a primeira impressão) a ética da virtude,
no sentido de aceitar-se abertamente que o conteúdo de (X) afeta efetivamente a seu proprio apresentador e
que, por conseguinte, em certo sentido, ele não tem autoridade moral para afirmar que (X), e que este seria
um resultado inevitável.
Com efeito, a ética da verdade me obriga a deixar-me afetar - sendo eu professor de filosofia - pelo
conteúdo de (X) sem desculpas nem atenuantes, sem que possa eu “pôr-me a salvo”, num espaço
privilegiado, do peso critico da minha própria afirmação. Se todos os professores de filosofia são desonestos,
eu - como professor de filosofia - devo sê-lo também. Mas não é apenas por exigência da ética da verdade
que isto é assim. Também a ética da virtude exige que se assuma a autoreferência que incrimina o próprio
enunciador de (X), na medida em que: (a) Se A não se autoincriminasse ao afirmar que (X), ele estaria,
desonestamente, tentando fugir de uma condenação que ele mesmo apresenta como universal, reclamando
para ele um privilégio moral injustificável. (b) Se A se abstivesse de dizer que (X) para não ter de
autocondenar-se, incorreria no que chamo “falácia da primeira pedra”, ou seja, na idéia de que apenas
alguém moralmente puro poderia legitimamente condenar outros eticamente. (O que, tendencialmente,
levaria a afirmar que ninguém pode nunca fazer condenações morais).
Esta é uma falácia extraordinariamente utilizada em nossa vida cotidiana, a ideia de que um
mentiroso não está habilitado para apresentar como verdadeiro o fato de outra pessoa ser mentirosa. Este
clisé faz parte das nossas negociações cotidianas ("Se você não me acusa, eu não te acuso"), e é, sem dúvida,
de grande proveito para os desonestos. Mas pertence a mais elementar ética da verdade que absolutamente
qualquer ser humano que argumente bem e apresente provas objetivas do que afirma, está habilitado para
afirmar algo, inclusive quando isso que afirma, além de incriminar a outros, incrimina a sim próprio. Ao
fazermos uma crítica racionalmente fundada, nos transformamos em puros veículos da mesma, e ao escutar a
crítica, o interlocutor deveria examinar-se a si mesmo para ver se é ou não afetado pelo conteúdo da crítica,
em lugar de demorar-se em averiguar se quem profere a crítica tinha ou não o direito (ou as credenciais)
para afirmá-la.
(c) Entretanto, a aceitação, por parte de quem afirmou (X) do fato dele mesmo ser afetado pelo
conteúdo crítico do afirmado, deve - em benefício da ética da virtude - manter-se afastada de todo e qualquer
cinismo, consistente em proclamar alegremente a própria desonestidade como sendo algo inevitável. A
inevitabilidade da autoreferência deve ser assumida tragicamente, e não cinicamente, para que a solução
negativa do paradoxo não se transforma em niilista (supondo que queiramos evitar o niilismo). Não se trata,
pois, de uma atitude frívola, senão do pleno tornar consciente o fato de não existirem espaços privilegiados
desde os quais um ser humano possa fazer as suas apreciações morais com “boa consciência”, ao mesmo
tempo de que absolutamente nada (a não ser a falácia da primeira pedra) lhe exime do seu dever de
apresentá-las. O preconceito usual consiste em considerar que aquele que denuncia vícios de outros está ipso
7
967
facto proclamando a própria virtude. A solução negativa mostra que dispomos, apesar de tudo, de uma
autoridade moral trágica para condenar a outros, embora perdendo a “autoridade literal” no sentido
afirmativo usual.
O filósofo moralista afirmativo poderá sentir-se escandalizado diante da proposta de uma forma de
vida ética baseada na assumida incoerência, mesmo quando descartada a componente cínica. Deve ser dito
que o moralista tem motivos justificados para o escândalo, enquanto as incoerências sejam visualizadas num
plano não radical de reflexão. Por exemplo, se prometi votar pelo candidato A por ele defender as
reivindicações salariais das classes mais desfavorecidas, cometo uma incoerência não radical, e
perfeitamente evitável, quando, na hora da eleição, escolho o candidato adversário B, que defende
exatamente as idéias contrárias às de A. Entretanto, o nível no qual a solução negativa encontra a incoerência
deve ser um nível em que ésta seja radicalmente inevitável, pela sua vinculação com a própria condição
humana: um nível no qual, ao pretendermos universalidade para as nossas afirmações e querendo ser
responsáveis até o fim, acabamos inevitávelmente caindo na situação autoreflexiva exposta no paradoxo
lógico-ético.
A ética afirmativa usual (tanto kantiana como utilitarista) supõe, superficialmente, que a incoerência
ética e/ou lógica - ou seja, as transgressões à ética da verdade ou à ética da virtude – consiste em alguma
coisa de contingente que acontece dentro do mundo – “intramundanamente” - e que devem existir espaços
8
para evitar tais incoerências. Tenho tentado mostrar em meus livros de ética que nascimento e morte não são
dois "temas" quaisquer aos quais se refere a reflexão depois de constituída, mas dois eixos que fazem parte
da própria estrutura da reflexão na sua constituição como tal. A resolução de problemas lógico-éticos, tais
como a "coerência", está internamente vinculada com a particular estrutura formal do nosso nascimento e de
nossa morte, encontrando nesse marco radical a sua mais remota inteligibilidade. Na pergunta pela origem e
pelo destino podemos encontrar as referências para entender por que, entre outras coisas, não podemos ser
coerentes até o fim, na medida em que se entenda o tecido incoerente e paradoxal do nosso próprio
surgimento no mundo, do anseio por continuar existindo, do interesse por gerar outras vidas, e assim por
diante. (Este ponto de vista é “negativo” apenas num sentido relativo ao afirmativismo vigente na reflexão
moral. E ele seria plenamente congruente com a crítica nietzscheana contra o niilismo, na medida em que a
incoerência seria um aspecto da inevitável, profunda e inocente “imoralidade da vida”).
8
“Projeto de ética Negativa” (1989) e “Crítica de la Moral Afirmativa” (1996).
8
968
conselhos de ninguém”, “Quero ser teu escravo”, etc., são casos em que o conteúdo do que é dito entra em
conflito com o próprio ato de dizê-lo. Em todos eles se apresenta certa asimetria, no sentido de um dos
participantes não poder cumprir o que é solicitado ou ordenado, seja o próprio "proferidor" (“Não queria
interromper”), seja o interlocutor (“Seja espontâneo!”). Mas neste mesmo sentido sao paradoxais e
asimétricas afirmações que surgem no contexto relacional pais/filhos, do tipo: “Quero que faças da tua vida o
que melhor te pareça”, ou “Quero que respeitemos mutuamente os nossos direitos”, etc., na medida em que
tudo aquilo relativo ao próprio ser do filho já foi decidido antes de qualquer consideração acerca de
liberdades e direitos, dada a radical assimetria do nascimento. Este paradoxo não é, pois, intramundano - e,
por conseguinte, evitável - no sentido de não referir-se ao como ser, mas ao ser mesmo enquanto tal do ser
humano. Assim o paradoxo surge aqui em vinculação direta e interna ao caráter asimétrico do nascimento e
de tudo o que dele se deriva (entre outras coisas, as exigências de “coerência”).
Quando me são apresentadas as questões acerca dos meus direitos, vontades, projetos, etc., já é
demasiado tarde para decidir, na medida em que tenho perdido meus direitos fundamentais vinculados com a
aceitação ou rejeição do meu próprio ser, independentemente da aceitação ou rejeição da maneira como
“decido livremente” ser. Ora, quando somos asimetricamente colocados na vida, aparecemos já na seguinte
situação de conflito: a direção da vitalidade está caracterizada pelo fato dos seres humanos procurarem, no
possível, escolher a própria vida e, conseguintemente, a própria morte, no âmbito do como viver (e morrer).
Pode acontecer, então, que no caminho da propriedade, sejamos levados a tentar preservar indefinidamente a
nossa vida, por não termos ainda atingido o nosso próprio modo de morrer. (Isto se manifesta no cotidiano
quando as pessoas aceitam morrer, “porém, não dessa maneira” ou quando se fala de uma “morte estúpida”,
“sem sentido”, etc).
Porém, a ética que me ensinam (pais, professores, etc) me indica que ser moral é estar disposto uma
vez na vida, a ir contra meus próprios interesses, a não continuar autodefendendo-me indefinidamente. Se
pode plausívelmente pensar que, sendo éticos até o fim, poderemos encontrar a morte (como aconteceu com
Gandhi, Luther King, Cristo, Giordano Bruno e tanto outros.). Por outro lado, a indefinida e incondicional
preservação da nossa vida poderia levar-nos a cometer ações eticamente indignas. Sou colocado, pois, numa
situação de conflito da qual não posso fugir dada a assimetria do nascimento. Levando em consideração esta
situação estrutural radical (com independência dos conteúdos concretos das nossas vidas) se pode entender
que, se continuarmos vivos, podemos não ter sido éticos até o fim, por termos feito concessões, pactos,
negociações, etc, nos quais pode ter sido comprometida a nossa dignidade, autoridade moral, coerência, etc.
Se isto for realmente assim, continuar vivos poderia indicar, no nível radical, a possibilidade de termos
perdido basicamente a nossa autoridade moral para fazer afirmações éticas.
Nesta linha radical, a coerência seria incompatível com a continuação da minha vida na direção da
sua procurada "propriedade”. Esta visão das coisas resulta plausível se observarmos que, para continuar
vivendo, precisamos operar, pelo menos num grau mínimo, certa hetero-agresividade (certo “uso” dos outros
como meios); precisamos defender-nos indefinidamente, cuidar-nos das ações dos outros, etc, e isso não por
9
969
“egoísmo”, mas apenas por sobrevivência. Nisto vejo eu, precisamente, a diferença entre a ética e a política:
que a ética é uma atitude vital que nos coloca em risco, enquanto que a política abre sempre novos espaços
de negociação. É por isso que, nesta perspectiva radical, não poderia existir uma “moralização da política”
que não acabe sendo uma “politização da moral”, sendo que a relação da ética e da política a respeito da
dinâmica vida/morte é basicamente diferente uma da outra.9
Peirceanamente falando, se poderia dizer que continuar vivendo incondicionalmente, pode, no nível
radical, ofender as exigências da virtude moral, no sentido do necessário ir contra os próprios interesses. Mas
também pode ser mostrado que continuar vivendo pode ofender, igualmente, as exigências da virtude lógica,
ou seja, da ética da verdade, no sentido exposto na seção I deste trabalho. Com efeito, os dados fornecidos
pela ciência (pela Física, Química, Medicina, Biologia, estudos ambientais, alimentação, etc.) indicam uma
situação de sofrimento estrutural. Essas ciências mostram, no registro da verdade, não certamente que a vida
seja moralmente “má” (como é que poderiam mostrar isso?), senão que a vida é, estruturalmente, penosa
(independente de alegrias, tristezas, realizações ou malogros intramundanos). O humano pode ser visto, na
sua condição, como estruturalmente desamparado, indigente, inseguro, desprotegido, cadente, enfermo,
mortal.
Isto é uma espécie de “informação estrutural” da que podemos dispor antes do nascimento de um ser
humano, que ele será estruturalmente colocado em situação de penúria. No registro da verdade, tal como
aparece nos dados da ciência, podemos inferir que a totalidade do prazer é - e só pode ser - intramundano
(ou seja, no nível do como ser), mas não poderia existir prazer no nível mundano, ou seja, no nível do
próprio ser. É ininteligível que alguém encontre "prazer" na finitude, na corrupção, na decadência, na
enfermidade, no consumir-se, no acabar-se, no perder, no definhar, etc, por mais que possamos
“habituamos”, ou “resignar-nos” ou “adaptar-nos a essa situação”.
9
Desenvolvi estas idéias no meu texto “As relações entre ética e política à luz de uma filosofia da morte”.
10
970
Neste ponto, a componente estética da Ciência Normativa de Peirce poderia colocar-se no primeiro plano
das considerações. A incoerência radical não pode ser resolvida em vida, mas sim parece possível viver essa
incoerência numa forma de vida (e isso é a final de contas, o que fazem efetivamente os seres humanos para
poder continuar). Em seu livro “Pragmatics of human comunication” (1967), Watzlawicz, Jackson e Beavin
apresentam o que eles chamam “fatores terapêuticos” da comunicação paradoxal, descrevendo um
tratamento de doenças nervosas baseado não na tentativa de dissolver afirmativamente o paradoxo, mas na
possibilidade de vivê-lo e de “dizê-lo”. Eles falam, nesse caso, de uma “prescrição do sintoma”, de uma
insistência na situação paradoxal como via para seu autocontrole (e aqui reencontramos o termo técnico de
Peirce), dentro de uma vida “negativa” no sentido aqui exposto. “A situação terapêutica impede que o
paciente se retraia ou de algum modo dissolva o paradoxo, ao fazer comentários sobre ela. Portanto, mesmo
10
que a injunção seja logicamente absurda, ela constitui uma realidade pragmática...”.
Procurei seguir uma linha essencialmente semelhante em meu livro “Crítica de la moral afirmativa”, ao
falar de uma “dramatização da ilusão por repetição agônica”. O decair estrutural, o desocupar, o definhar,
etc., pode expresar-se em termos de agonia. Se evitarmos ser enganados pela habitual ontologização da
temporalidade (ou, melhor dito, da passagem do tempo), vemos que agonizamos desde sempre, desde que
nascemos: somos estruturalmente “agonistas”. E não é gratuito que se fale dos atores como de "agonistas"
(protagonistas, deuteroagonistas), no sentido de pacientes, de “sofrentes”, padecentes, de seres que se
sustentam na ilusão e sustentam a própria ilusão no seu corpo agônico. Mas o agonismo supõe algo muito
importante nesta linha do raciocínio: a repetição. A repetição das mesmas coisas do mundo as preenche de
sentido, como se a sua reposição as exorcizasse da sua impossibilidade, sem por isso dar um único passo na
direção da sua realização efetiva. Este modelo “estético” é uma das indicações mais profundas e adequadas
do que seria uma eticidade negativa, e ajuda a ver que, talvez, os valores éticos não podem nunca serem
realizados no mundo, senão apenas repetidos, recolocados na sua impossibilidade, dramatizados.
Esta linha de pensamento culmina, no plano radical, aquilo que chamei uma solução negativa do
paradoxo lógico-ético. Esta resposta “negativa” não é, certamente, "niilista”. Niilismo é a única relação com
o negativo que as filosofias afirmativas conseguem estabelecer. Como foi antes mencionado, a ética trágica,
paradoxal e suicidamente coerente aqui proposta só é “negativa” relativamente ao afirmativismo vigente.
Trata-se, como foi visto, da eticidade que se formula para um ser que assume trágica e radicalmente a sua
terminalidade.
10
Wazlawicz, Jackson e Beavin, “Pragmatics of human communication, cap. 7, § 7.4.
11
971
Bibliografia
APEL Karl-Otto, “La transformación de la filosofía”. Taurus, Madri, 1985. Dois volumes.
CABRERA Julio, “Projeto de Ética negativa”. Ed. Mandacarú, SP,1990.
CABRERA Julio, “Crítica de la moral afirmativa”. Gedisa, Barcelona, 1996.
MALCOLM Norman, “Recuerdo de Ludwig Wittgenstein”, em “Las filosofías de L.W.”,
Ediciones Oikos. Tau, Barcelona, 1966.
PEIRCE Charles, “Obra lógico-semiótica”. Taurus, Madri, 1987.
PEIRCE Charles, “Semiótica”; Ed. Perspectiva, SP, 1977.
WATZLAWICZ, Paul, JACKSON Don, e BEAVIN Janet, “Pragmatics of human comunication. A
study of interactional patterns, pathologies and paradoxes”. W.W. Norton & .Company, Inc,
1967.
12
972
O SINGULAR SINGULARISSIMO:
A QUEBRA KIERKEGAARDEANA DA LINGUAGEM
Julio Cabrera - Brasília 2006.
Introdução
Como sabemos, Hegel foi o inimigo formal de Kierkegaard, e, por isso mesmo, aquele que
lhe forneceu não apenas as ferramentas e terminologias necessárias para a expressão de seu próprio
pensamento (como fica claro na sua dissertação de 1841 sobre o conceito de ironia), mas também
aquele referencial afetivo tão indispensável para um pensador, ou seja, aquilo que se odeia e destrói
para poder alçar a própria vida filosófica. Mas Hegel, entre tantas coisas, foi um filósofo do ser, um
pensador da ontologia e, em grande medida, o pensamento de Kierkegaard caminha em direção
contrária. Em seus escritos, ele mostra bem claramente essa vinculação de Hegel com a ontologia,
mediante abordagens, por contraste, fortemente des-ontologizadas das questões existenciais. A sua
análise da existência é cruamente empírica (o trabalho de um “psicólogo”, como ele mesmo dirá, no
livro “O conceito de angústia”).
Pode-se afirmar que Kierkegaard não é um pensador do ser, um filósofo da ontologia. Bem
que Heidegger o percebe com melancolia na nota 191 de Ser e Tempo quando afirma que
Kierkegaard viu com profundidade o fenômeno do instante, mas acrescenta: “...o que não significa
que ele tenha logrado uma correspondente interpretação existencial. Ele permanece preso ao
conceito vulgar de tempo que determina o instante com o auxílio de agora e da eternidade”. Mas a
decepção de Heidegger pode não ser a nossa: talvez o melhor Kierkegaard seja aquele que não se
deixou agarrar pela ontologia, que apresentou a existência em estado cru através de narrativas e
973
Heidegger
Dasein aparece em “Ser e Tempo” (ST) como a melhor versão do ser humano para lidar com
a questão do sentido do ser; ele está comprometido (quase hipotecado) com essa tarefa, embora ele
mesmo pertença, no plano original do livro, a um patamar secundário de reflexão: o que importa
realmente é o ser, e não Dasein. (Daí Heidegger reclamar de ser chamado “filósofo da existência”,
quando o que ele quer é ser filósofo do ser). Para que Dasein dê conta do recado ontológico, várias
coisas são necessárias; uma delas, é que ele não seja “sujeito”, no sentido metafísico desenvolvido a
partir de Descartes. A lenta elaboração da noção existencial de “mundo”, em ST, começa a tarefa
deconstrutiva do sujeito tradicional, em explícita rejeição do cartesianismo. Heidegger vai
apresentando os existenciais de Dasein através de uma análise das partículas da linguagem: “ai”,
“em”, “com”, “ai com”, “em torno de”, “quem”. Além das análises literalmente oferecidas em ST,
poderíamos pensar que um existencial corresponda a cada partícula da linguagem. (Aqui,
ironicamente, Heidegger se aproxima dos lógicos modernos, para quem as partículas são a parte
mais importante da linguagem, e não o léxico).
2
974
Assim, Dasein é seu “ai”, seu ser-lançado, gratuito e faktische; ele é “no” mundo não num
sentido espacial, mas como habitância, como “fazer mundo” (mundanizar); e ele é “com” os outros
mesmo quando sozinho numa ilha; depois sabemos que ele é também compreensão, fala e ânimo,
no sentido de “humorado”; no final das contas, Dasein se cuida, procura, se preocupa, se cura de.
Na estrita medida em que Dasein é tudo isto, ele não pode ser “sujeito”. Ele não pode fundar nada,
não pode resumir ou sintetizar coisa alguma, ele é já sempre mundanizado no próprio processo de
mundanização; ele não é primordialmente cognitivo, mas simplesmente ai curando-se de; nenhuma
das tarefas tradicionais do sujeito poderia ser competentemente desempenhada por Dasein.
Sartre
Para Heidegger, o humano é já esse nada criador que Sartre irá tematizar (e, segundo
Heidegger, vulgarizar). Trata-se da passagem de Dasein para o Pour-soi, outra estrutura do humano
que não pode ser concebida como sujeito e na qual a deconstrução do sujeito tradicional atinge a
sua maior contundência. Em seu escrito dos anos 30, anterior a Ser e Nada (SN), “A transcendência
do ego”, Sartre ataca o ego como pretenso sujeito substantivo, e o apresenta como uma construção e
um limite irrealizável, uma espécie de ilusão da unidade da consciência projetada pela própria
consciência, que tampouco é sujeito. O self, o ego, naquele escrito juvenil, é uma criação sintética
contínua da consciência, que é sempre múltipla, indeterminada e lançada para o exterior (como
ensinara Husserl). A “unidade” do ego é uma ilusão projetada. Não há (agora, contra Husserl)
3
975
“ego transcendental”, mas “transcendência do ego” (a sua exteriorização); o ego não pode ser
transcendental, só a consciência pode. O ego é apenas um momento de auto-reflexão da
consciência, uma de suas vicissitudes intrínsecas; ilegitimamente transformada depois em “coisa”,
em “sujeito”.
Mesmo que a consciência não seja sujeito, ela pode ter “subjetividade”; mas ela será produto
deste jogo intencional de espelhos, onde a consciência originariamente vazia se enche de conteúdos
que depois reencontra e volta a expulsar e assim por diante; todo este movimento será a
subjetividade, algo bem diferente de um sujeito individual, interior, controlado e reflexivo. Em
última instância, isto é o que significa o pour-soi, esse jogo no qual o humano é o que não é e não é
o que é, escapa perpetuamente de si mesmo, é pura fuga, pura nadificação. Há, pois, apenas ego
negativo. O pour-soi é a própria consciência rachada e nunca idêntica consigo mesma, “diaspórica”,
como Sartre diz.
A famosa rejeição sartreana do inconsciente em SN, se pode explicar assim: não há ego, um
self que tenha a sua verdade em outra parte, pura e simplesmente porque não há ego, não há self,
não há nada que possa ter a sua verdade em outra parte. A deconstrução do sujeito é também,
como corolário, deconstrução do inconsciente positivo freudeano (a “outra cena”). O ego não
poderia ocultar-se nada, pois ele, ao ser produto evanescente de uma consciência-nada, não é
absolutamente nada além de seu nada, além da fenda que a constitui como consciência. Se “há” um
inconsciente, é como uma produção consciencial (nadificante) do inconsciente. Não se devem
multiplicar nadas sem necessidade.
mediante a qual o que foi internalizado é re-externalizado num ato. Hoje em dia, em todo caso, as
noções de „subjetividade‟ e „objetividade‟ me parecem completamente inúteis. Claro que pode me
acontecer utilizar o termo „objetividade‟, mas somente para enfatizar que tudo é objetivo. O
indivíduo internaliza seus determinantes sociais: internaliza as relações de produção, a família de
sua infância, o passado histórico, as instituições contemporâneas; depois ele re-externaliza tudo
isso em atos e escolhas que necessariamente nos remetem a tudo o que foi internalizado”. Isto não
significa que a subjetividade tenha sido deconstruída junto com o sujeito, com o ego, mas que a
subjetividade é, precisamente, isso, este jogo incansável de remissões externo-interno, essa perpétua
nadificação sem centro e sem expectativas absolutas.
Kierkegaard
Kierkegaard escreveu quase todos seus livros com pseudônimos, fazendo infinitos jogos de
identidade e remissões. Há muitos motivos para ele ter escolhido essa forma de exposição de
pensamentos; mas um deles, muito importante para o nosso assunto, é que Kierkegaard, de alguma
forma, queria que certo ponto de vista fosse desenvolvido até o fim, ao fio de um certo tipo de
personalidade e temperamento. No livro “Ou isto ou aquilo”, de 1843, ele enfrenta os pontos de
vista “ético’ e “estético” sobre diversas questões, como escolha, amor, casamento, personalidade e
religião; finge ser um editor que publica, tal como estão, os papéis de alguém que defende o ponto
de vista estético (frívolo, sedutor, indiferente) e de outro que defende o ponto de vista ético (sóbrio,
sério, acomodado, casado e responsável). É como se a cadeia de razões e intuições fosse tributo de
certa perspectiva que temos que deixar que se desenvolva, que não pode nem deve ser interrompida
por outra perspectiva.
Se Kierkegaard pudesse ter lido “Ser e Tempo” e “O Ser e o Nada”, ele teria considerado os
nomes “Martin Heidegger” e “Jean-Paul Sartre” como dois possíveis pseudônimos para dois pontos
de vista possíveis sobre a existência; dois discursos que não deviam ser interrompidos, que deviam
ser deixados livres para se desenvolverem até o fim em suas próprias coordenações internas. Mas -
ele diria - esses discursos sobre a existência não a assumem, apenas a descrevem de fora. Heidegger
e Sartre têm da existência a visão que o sedutor esteta poderia ter do casamento, ou a visão que
Freud podia ter da experiência religiosa: uma visão sistemática e externa, despojada de toda
vivencialidade e, sobretudo, de toda singularidade. Os pontos de vista exterior e interior, para
Kierkegaard, não se conjugam da maneira dialética com a qual Sartre os apresenta. A subjetividade
5
977
não é uma remissão nadificante do exterior para o interior, mas um mergulho na mais pura
interioridade.
O melhor livro para entender isto é “Temor e tremor”, também de 1843, um livro que ele
escreve sobre a história de Abraão. A fé de Abraão, segundo Kierkegaard, é uma experiência que
não pode ser sintetizada por um sistema, nem explicada na continuidade das categorias (por
exemplo, causais), mas é um “salto” paradoxal e absurdo, uma ruptura inexplicável pelos passos
anteriores. Abraão é grande porque acreditou no absurdo. Ele estava totalmente disposto a sacrificar
seu filho Isaac diante do pedido feito por Deus, um pedido perfeitamente absurdo e injusto. “Alguns
alcançarão a grandeza por esperar o possível, outros por esperar o eterno; mas quem esperou o
impossível, esse é o maior de todos...aquele que lutou contra o mundo foi grande porque venceu o
mundo, e aquele que lutou contra si mesmo foi grande porque se venceu a si mesmo; mas quem
lutou contra Deus foi o maior de todos” (Panegírico de Abraão). O ponto aqui é que é unicamente a
experiência singular de Abraão com Deus o que pode tornar seu ato sublime; se qualquer elemento
universal, moral, racional, for introduzido, Abraão é um assassino e está perdido. “Se a fé não pode
transformar a intenção de matar um filho num ato sagrado, então Abraão deverá ser julgado como
qualquer outro homem” (Problemata, considerações preliminares).
Kierkegaard escreve: “...a dialética da fé é a mais sutil e singular de todas e possui uma
elevação da que apenas consigo me fazer uma idéia, mas não vou muito longe” (Problemata, 87).
“O cavalheiro da fé tem uma clara consciência da impossibilidade; portanto, só o absurdo pode lhe
salvar, e ele apreende o absurdo por meio da fé” (101). “A fé...não é um impulso imediato do
coração, mas o paradoxo da existência” (102). “Qualquer indivíduo pode realizar o movimento da
resignação infinita...Mas a fé é coisa muito diferente” (107). A fé é paradoxo absoluto e “começa
precisamente ali onde acaba a razão” (109). Por isso, Abraão não pode ser um herói trágico, nem a
história de Isaac uma “tragédia”. Pois a tragédia ainda se mantém no plano da moralidade e do
universal, enquanto que “a fé consiste precisamente no paradoxo de que o particular se encontra
por cima do geral...” (Problema I, p. 112). A experiência de Abraão é singular singularíssima, e,
portanto, não submetida aos universais da razão nem da moralidade; apenas na singularidade pode
ser justificada. “Por isso em nenhum momento Abraão é um herói trágico...ou ele é um crente ou
ele é assassino” (113). Ele não pretendia salvar povos nem sustentar a idéia de um Estado. “De
maneira que enquanto o herói trágico alcança a grandeza graças a sua virtude moral, Abraão
chega a ela mediante uma virtude estritamente pessoal” (117).
6
978
No texto sobre o Problema II (“Existe um dever absoluto para com Deus”), Kierkegaard
tematiza explicitamente a questão da interioridade singular. (128). O paradoxo da fé consiste em
que o particular é superior ao geral, ou, em outras palavras, que existe um dever absoluto para com
Deus. Isso não significa suprimir o ético, mas dar-lhe uma forma paradoxal (130). Assim,
Kierkegaard tenta mostrar que a subjetividade, a interioridade, a singularidade, somente podem
apresentar-se num âmbito de paradoxo, salto, entrega, resignação e absurdo; jamais poderiam
comparecer no plano da “ontologia fenomenológica”, numa fenomenologia da consciência ou na
Daseinanalyse. Não é estranho nem misterioso que o sujeito seja deconstruído nesses outros
âmbitos existenciais, não apenas o sujeito metafísico mas qualquer singularidade; pelo contrário, a
deconstrução da subjetividade e da interioridade singular devem ser corolário fatal das filosofias da
existência de Heidegger e Sartre.
Este encontro paradoxal (nem sequer trágico) com a singularidade se produz em plena
quebra da linguagem, na incomunicabilidade total. O abandono da razão e da moralidade é ipso
facto o abandono da linguisticidade habitual, onde aquelas duas têm a sua expressão exterior e
prevista. Quando Abraão recebe a mensagem de Deus, de manhã cedo ele se põe a caminho do
Monte Moriah, sem dizer palavra para Sarah, nem tampouco para Eleazar, “pois, quem poderia
compreendê-lo? Por acaso a mesma natureza da prova já não lhe tinha imposto um voto de
silêncio?” (Panegírico de Abraão, 71). Pois como o absurdo podia ser colocado em palavras? E
também porque, falando daquele absurdo, se corria o risco de alguém querer imitá-lo, de Abraão ser
tomado como modelo, o que não corresponde a uma experiência singularíssima: “Pois se o tivesse
pensado, é muito provável que tivesse calado, pois não se deve iniciar aos outros em pensamentos
de índole semelhante” (Problemata, 79. 80). A ruptura da linguagem é aqui total, pois não apenas se
dá entre Abraão e os outros humanos, mas também com Deus mesmo: “...tudo está perdido agora,
Deus me exige Isaac e terei de sacrificá-lo para Ele, mas com ele sacrifico também toda a minha
alegria; com tudo, Deus é amor, e o continua sendo-o para mim; o que acontece é que, na
temporalidade, Deus não pode falar comigo nem eu com Ele, pois nos falta uma linguagem
comum” (85).
expressão do geral que esteja por cima do geral que ele transgrediu” (Problema I, 118). Assim, é
uma experiência que ele não pode tornar inteligível para os demais (120).
O problema III do livro está tudo consagrado à questão da linguagem (chama-se “É possível
justificar eticamente Abraão por ter guardado silêncio diante de Sarah, Eleazar e Isaac?”). Do ponto
de vista estético, seria possível falar, mas também é possível permanecer calado (na estética é tudo
possível); do ponto de vista ético, falar é uma obrigação (a exteriorização); no âmbito onde Abraão
se encontra, o calar é o impositivo, e o falar é o impossível. (Problema III, p. 182/3). Pois a sua
ruptura com o geral é total e definitiva. “E incapaz de falar porque não fala uma língua humana.
Ainda quando conhecesse todas as línguas da terra, ainda quando a compreendessem também os
seres que ama, ainda assim não poderia falar” (185). “...a miséria e a angústia do paradoxo
residem precisamente no silêncio. Abraão não pode falar” (189). “Abraão não diz nada e, desse
modo, diz tudo quanto tinha para dizer” (190).
Vendo a existência desde a ontologia, como Heidegger e Sartre o fazem, não apenas o
sujeito metafísico cartesiano deve desaparecer, mas também qualquer subjetividade interior ligada
com a singularidade. A deconstrução de toda e qualquer subjetividade viria, num olhar
kierkegaardeano, como resultado normal e previsível da própria abordagem ontológica (hegeliana!)
da questão da existência. Seria estranho não perder a singularidade singularíssima vendo o ser
humano como Dasein ou como Pour-soi! A mensagem kierkegaardeana é que a singularidade
singularíssima, a subjetividade interior forte, só pode acontecer no desgarramento, na angústia, no
salto, na ruptura com a razão e a moralidade, no silêncio e na inocuidade da linguagem. A
subjetividade paga preços altos, não pode obter-se comodamente desde o sistema ou desde a
ontologia, como um resultado contínuo de algum tranqüilo jogo de conceitos. Furtada da
experiência pessoal, a subjetividade deve ser o nada sartreano ou a pura transcendência de Dasein; a
existência tem que ganhar um conteúdo para estar na subjetividade. Os acessos heideggerianos e
sartreanos são puramente formais. Todas as “estruturas ontológicas da existência” ainda deverão ser
recuperadas pelo existir concreto em seu mais pleno desamparo.
Alguma vez os psicanalistas deitaram o singular singularíssimo no divã? Não terão tratado
apenas o paciente naturalizado freudeano, criticado por Heidegger nos seminários de Zollykon, ou,
na melhor das hipóteses, não terão lidado apenas com o Dasein heideggeriano ou com o Pour-soi
sartreano, mas nunca, verdadeiramente, com (na expressão de Kierkegaard) “aquele singular”?
Talvez todo tratamento clínico seja, inevitavelmente, estrutural, carregue alguma ontologia (e a
tendência do estruturalismo lacaniano não é essa?) e, com isso, ignore sistematicamente a
8
980
9
981
Políticas negativas
Julio Cabrera
Às vezes tem sido dito que a ética negativa não tem “proposta política”, como se
isto fosse um defeito objetivo. Mas talvez seja o destino de qualquer pensamento radical
não ter proposta política; talvez todo pensamento radical seja apolítico ou antipolítico;
se ter proposta política é considerado uma virtude objetiva das filosofias práticas, então
haverá que renunciar ao pensamento radical, que foi tão veementemente recomendado
na história da filosofia europeia desde Platão e Descartes até Husserl e Heidegger.
Começaríamos a entender que a exigência de radicalidade não era uma exigência séria,
que o “radical” ainda terá que estar a serviço da continuidade da vida e da criação de
valores positivos, que nenhum pensamento radical pode desafiar isto e impedir uma
“proposta política”; que o pensamento realmente radical é reacionário ou “quietista”. (A
última frase do filme político italiano, “Cadáveres ilustres”: “Nem sempre a verdade é
revolucionária” poderia radicalizar-se: “A verdade nunca é revolucionária”).
Já faz muito tempo que me preocupo com a questão da política dentro do escopo
da ética negativa; meu pensamento a respeito disso passa por três momentos: (1) A
radical desvinculação entre ética e política, tal como exposta na Nota 8 da Crítica da
Moral Afirmativa; (2) A tentativa de uma “política negativa”, desenvolvida durante a
minha discussão com Enrique Dussel, onde se tenta uma articulação entre ética negativa
e política; a este período pertence também o texto “Anarcopolitização do nada” incluído
no volume Ética negativa: problemas e discussões, de 2008. (3) Por último: a concessão
aberta de que uma política não pode ser ética no sentido negativo radical, o que implica
a queda da interdição de matar e uma clara aceitação da violência como procedimento
(não, claro, como fim em si), o que seria um desdobramento da posição (1).
Não teria sentido repetir aqui o que já está escrito e publicado. Apenas
apresentarei um resumo dos principais pontos.
(1) Neste primeiro momento, trata-se da impossível conciliação entre ética e política
por elas terem relações diferentes e opostas em relação à morte. (Crítica, pp.
166 em diante). Naquela época, eu formulava a AEF sem atenuantes: havia que
considerar a todos, não apenas aos considerados; não havia direito a matar nem
sequer a Hitler, enquanto a política era vista como a atitude de se autopreservar
982
(2) Na minha polêmica com Enrique Dussel, no início dos anos 2000, estas ideias
são desenvolvidas, em particular no texto “Políticas negativas e éticas da
libertação”, incluído no livro Análisis y Existencia (Córdoba, Argentina, 2010),
e no artigo, publicado no México, “Dussel y el suicídio” (2004). Toda e
qualquer reflexão política, no contexto ético-negativo, sempre passa pela
983
Esta parte da minha reflexão configura o que se poderia chamar uma “crítica da
razão libertadora”. A partir da seção 4 de meu texto, “Ingratitud y ayuda finita”,
começo a delinear o que seria uma política negativa. Algumas ideias centrais
são as seguintes: (a) Tomar plena consciência, como intelectuais de classe
média, de estarmos desde sempre inseridos numa forma de vida antiética, por
pertencermos à uma sociedade que não apresenta desigualdades como uma
eventualidade, mas por estar alicerçada nelas e ser possível somente através
delas; a inabilitação moral torna possível a sociedade dentro da qual penso e me
desenvolvo como intelectual; (b) Tomar plena consciência do caráter terminal
de toda e qualquer militância política que decidamos empreender a partir
daquele fato fundamental; especificamente, do caráter terminal dos que
pretendemos ajudar a través de políticas libertárias; em decorrência disso,
finitizar as nossas ações de auxílio, perigosamente maximizadas em éticas da
libertação; lidar com os fenômenos da saciedade, ingratidão e traição ao
libertador (na história argentina, bem ilustrada na figura trágica de José de San
984
(c) abandonar a ideia insustentável da vida como algo bom, como dádiva e a
ideia correlata de devermos levar aos necessitados para o pleno gozo da vida; de
uma forma que os teóricos da libertação não conseguem entender, os “pobres”
que eles tentam liberar não estão o tempo todo chorando, se queixando e
pedindo por ajuda, como eles os apresentam; mas estão rindo, contando piadas,
e fazendo pequenos furtos1; na verdade, uma ação política negativa consistiria
em despojar ao povo da sua “alegria” compensadora – parte da sua miséria – e
levá-lo não para a dádiva da vida mas para o pleno pessimismo da sua condição,
para o qual haverá primeiro que proporcionar-lhes o elementar, para eles parar
de transformar a comida e o trabalho em dádivas sublimes. (Deve-se dar tudo
aos mais necessitados, para que eles vejam como tudo ainda não alcança).
Deixar o patrimônio negativo ao alcance de todos; que o pessimismo estrutural
deixe de ser luxo.
1
Uma das frustrações mais engraçadas de cineastas militantes afirmativos como Ferrnando Solanas ou
Nelson Pereira dos Santos, é que quando eles vão filmar em vilas e favelas miseráveis e querem retratar
rostos desesperados, tristes e desolados, só encontram pessoas alegres e sorridentes, e duplamente felizes
diante da novidade da câmera.
985
dentro de uma militância trágica e sem esperanças, com rejeitivos muito mais
que com objetivos claros e delimitados; fugir do horrível já será suficiente, sem
precisarmos de nenhum télos especialmente luminoso e afortunado; (g) Parar de
considerar o outro como inimigo mortal, como mal absoluto, como lugar do não
ser, como motivo do mal-estar do ser (o norte-americano, o muçulmano, o
nazista, o democrata, o liberal, o machista, o homofóbico, o misógino e todas as
outras figuras concretas e engessadas do Mal), e passar a simplesmente
combater essas figuras sem que precisemos fazê-lo em nome do Bem, apenas
dentro do jogo da encenação do ser-terminal sem que nós devamos representar
as forças vivas e progressistas da sociedade, suas partes sãs.
(3) Finalmente, se você de forma alguma quer morrer, não for sensível aos aspectos
tanáticos e trágicos da ação política, e ainda quiser militar, então você deve
suspender a interdição do matar, abandonar o ponto de vista ético de primeiro
grau, assumir uma bandeira e atacar a outra com o maior grau de violência que
seja necessário; porque, pura e simplesmente, o outro, a outra parte, fará
exatamente o mesmo e tentará destruir você com toda a violência imaginável;
986
ele só se sentará à mesa de negociações não porque ame a paz ou respeite a tua
humanidade, mas porque deu-se por conta de não ter poder suficiente para te
destruir; ele jamais aceitará perder algum privilégio ou vantagem; assim, o
exercício da violência se torna, nesta terceira perspectiva, não uma opção, mas
uma necessidade inevitável. Nesta direção de pensamento, podemos interpretar
que o pedido de uma “proposta política” seria uma maneira de nos pedir sair do
âmbito da ética propriamente dita, com sua exigência de minimalismo e
disponibilidade para a morte, e da sua forte interdição de matar e de procriar.
Quando se passa de uma ética negativa para uma política, esta pode e talvez
deve ser muito violenta. Pois tenho me decidido a ficar a e defender ferrenhamente meu
lugar e o lugar dos que me interessam, mesmo ao preço da vida dos outros; são os
outros que devem morrer para me deixar espaço aberto para continuar vivendo
(dignamente, em pleno direito, etc), que é o único que interessa; posso talvez morrer na
luta, mas será um morrer matando, não um morrer por recusar-me a matar, nem muito
menos um morrer suicida. Eu gostaria que os vitalistas, os que defendem uma “ética da
vida”, os que pregam o “valor da vida” por cima de tudo, assumissem aberta e
corajosamente o caráter incrivelmente violento da vida, toda a sua espantosa
987
destrutividade, tal como Nietzsche fez no seu aberto elogio da guerra: “Por enquanto
não conhecemos outro meio que pudesse transmitir a povos extenuados a rude energia
do acampamento militar, o ódio profundo e impessoal, o sangue-frio de quem mata com
boa consciência, o ardor comum em organizar a destruição do inimigo, a orgulhosa
indiferença ante as grandes perdas, ante a própria existência e a dos amigos, o surdo
abalo sísmico das almas, de maneira tão forte e segura como faz toda grande
guerra...” (Humano, demasiado humano, aforismo 477). Qualquer aceitação da vida
sem a sua violência é moralmente hipócrita além de epistemicamente enganosa.
Quem melhor deu expressão política a esta ideia da política da vida ser
inevitavelmente, vocacionalmente violenta, foi o filósofo, psiquiatra e revolucionário da
Martinica, Frantz Fanon, autor do clássico “Os condenados da terra”, prefaciado por
Sartre e de grande influência nos estudos sobre colonização e colonialidade na América
Latina até hoje. O primeiro capítulo do livro chama-se, precisamente, “A violência” e
ali encontramos afirmações como estas: “...a descolonização é sempre um fenômeno
violento”; “Desde seu nascimento, resulta claro (ao colonizado) que esse mundo
estreito, semeado de contradições, não pode ser impugnado a não ser pela violência
absoluta”; “Desmanchar o mundo colonial não significa que depois da abolição das
fronteiras a comunicação entre as duas zonas será reestabelecida; destruir o mundo
988
colonial é, nem mais nem menos, abolir uma zona, enterrá-la no mais profundo da terra
ou expulsá-la do território”; “...o colonialismo não é uma máquina de pensar, não é um
corpo dotado de razão. É a violência em estado de natureza e não pode inclinar-se a não
ser diante de uma violência maior”; “...por isso, o colonizado não perde tempo com
lamentações nem tenta, quase nunca, obter justiça dentro do marco colonial”; “O
homem colonizado se libera em e pela violência”; “O povo comprova que a vida é um
combate interminável”.
1.Introdução.
O otimista poderá dizer que esta é uma triste vitória do pessimismo, já que a razão
não é o mais importante na vida, e que “é mais importante ser feliz que ser sábio”; não há
problemas com isto, porque se trata de uma aberta concessão ao fato do otimismo não ter
bons argumentos por nem sequer importar-se com eles. Então, esta é uma das linhas de
pensamento de MV: o otimismo é uma atitude emocional diante da vida, uma alegria
profunda e intrínseca (“a alegria de viver”) que se gaba de não precisar de argumentos
(enquanto que o pobre e infeliz pessimista precisa deles imperiosamente). Eu sustento que,
nesta primeira linha de pensamento, o pessimismo não é rejeitado ou refutado, mas apenas
se diz a ele: “Muito bem, você precisa de razões; fica então com tuas razões que eu fico
com a minha felicidade”. Mas esta postura é compatível com a idéia de que o pessimismo é
racionalmente correto (o que se alega não é que não o seja, mas que vale muito pouco ser
racionalmente correto); o pessimismo terá demonstrado que a vida é má, mas isso não
quebra a imensa “alegria de viver” do otimista. De maneira que é claro que, nesta linha, o
pessimismo não foi refutado, mas apenas deixado de lado.
990
O otimismo é tão convencido e tão fechado sobre si (ou seja, as “bondades da vida”
são tão evidentes), que MV acha que o texto sobre esta questão era dispensável, que
poderia nem ter sido escrita, que é desnecessária e até contraproducente (p. 78); que a vida
é boa é algo tão evidente, que este anexo 1 não seria necessário. Pelo contrário, acho este
texto - que o pessimismo obrigou a escrever - muito mais substancioso e interessante que o
corpo da dissertação, que está perpassado por graves dificuldades para mostrar seus pontos
991
quando lhe é conveniente, mas se reserva o direito de rejeitá-la quando não é). A crítica de
MV ao pessimismo é a melhor versão, a mais elaborada e talentosa, desta mesma
persistente crítica da “subjetividade” da postura pessimista (onde o pessimismo aparece
apenas como “uma maneira de ver as coisas”).
MV apresenta, em seu trabalho central, um sistema filosófico, e alega que a sua postura
otimista não se deriva dele, mas eu tenho dúvidas, e creio que o otimismo ficaria mais forte
se admitir a sua inserção no sistema. Já no principal alicerce do sistema, o que ele chama
“ceticismo”, apresentado como um ceticismo das certezas, se vê claramente a ligação: num
sistema cético, não pode dizer-se que o mundo seja bom ou mau; temos que suspender o
juízo. (O ceticismo é também, pois, um agnosticismo). Já de início, quero dizer que quando
um filósofo adota a atitude agnóstica diante de uma questão que lhe interessa (por exemplo,
o valor da existência) é porque não pode adotar abertamente a atitude positiva: bem que o
otimista abriria mão da tese de que a vida não é “nem boa nem má” (a postura cético-
agnóstica) se ele pudesse mostrar claramente que a vida é boa; o agnosticismo é uma
postura de consolação.
Bom, deixando isso de lado, observo o seguinte: este sistema “cético” está cheio de
certezas, ou de meta certezas, como, por exemplo, que o ceticismo é a melhor postura
inicial de um sistema, etc. (Sabemos que o ceticismo é paradoxal). Ele começa dividindo as
certezas em dois grandes grupos, as “essenciais” e as “existenciais”, as primeiras referindo-
se ao fenomênico, e as segundas a algo que estaria além do fenomênico. Adotando uma
curiosa base cartesiana (e ignorando meio século de críticas a esse tipo de base, tanto na
filosofia continental na linha Heidegger quanto na linha analítica via Ryle até Davidson),
MV isola 3 Certezas Absolutas Existenciais, a primeira das quais é que eu existo (p. 67), e
com isso já estamos bem plantados em pleno século XVII!
Direcionando para o assunto crucial que eu penso estar aqui envolvido, poderíamos
nos perguntar porque não seria uma Certeza Absoluta fenomênica também a seguinte: “Eu
existo e vou, em algum momento, deixar de existir”. Ah, não; isto não é aceito como uma
Certeza Absoluta! (e, me parece, é este o alvo principal de toda esta especulação: a morte
tem que ser, ab initio, deixada de lado). Quando se mencionam pretensas “certezas
essenciais”, aparece, de maneira aparentemente casual, o que me parece ser o ponto crucial:
“Não posso ter certeza de que não exista o Gênio maligno, bem como não posso ter
certeza se existe Deus, se continuarei existindo indefinidamente ou não...” (p. 68). Isto é
extraordinariamente astucioso e prepara a argüição posterior: como o pessimismo se baseia,
fundamentalmente, na idéia da mortalidade ou terminalidade do ser, e isto é algo do qual
não podemos ter certeza absoluta, o pessimismo, então, deverá cair. As coisas vão sendo,
pois, cuidadosamente preparadas, tirando rapidamente a mortalidade do plano das certezas
existenciais ou fenomênicas. É difícil não descobrir aqui, pois, uma vinculação muito forte
entre ceticismo e otimismo.
entre uma escolha de hermenêutica fenomênica , que interpretei como rotas de escape do
Solipsismo, e outra, pelo fato de que todas são existencialmente equivalentes...” (p. 74).
Finalmente, o Otimismo aparece oficialmente no sistema (na pág. 76), já com todo
preparado para “dar certo”. Aqui MV faz uma declaração fundamental: “É possível que
minha filosofia seja resultado de um otimismo injustificado que forçaria os conceitos,
mesmo o ceticismo, a se constituírem de modo a satisfazer uma visão existencial prévia
passionalmente definida (É também possível que a qualquer outro sistema de pensamento
de qualquer outro pensador, mesmo antitético a este, se aplique descrição similar)” (p. 76).
Isto é muito importante para o primeiro passo da minha argüição: que o otimismo não pode
refutar o pessimismo como uma possibilidade existencial, desde que ele mesmo é também
apenas isso, uma possibilidade existencial. O pessimismo, pois, não pode ser derrubado
com esta base sistêmica; restará mostrar depois, num segundo passo, que o pessimismo
vence do otimismo dentro do terreno das possibilidades existenciais. Aquele primeiro passo
se vê acentuado por outra afirmação crucial da mesma página, bastante mais
comprometedora: “O ego está total e completamente desprovido de qualquer
obrigatoriedade, totalmente livre para decidir sua hermenêutica existencial. As
possibilidades de se interpretar o mundo, em hipótese alguma, podem ser essencialmente
confirmadas ou refutadas. Não há possibilidade de ser corrigido, e portanto, a escolha
jamais poderá ser condenada” (76).
Mas isto significa que a escolha livre poderá ser pessimista, com os mesmos
direitos do que a otimista, algo que o autor parece perfeitamente aceitar. O único que rejeita
é um pessimismo essencial, o que tem que levá-lo a rejeitar, igualmente, qualquer otimismo
essencial. A postura cética o obriga a afirmar que não há nada no mundo que justifique o
otimismo de maneira objetiva. Ele mesmo concede, a seguir, que a opção pelo otimismo é
apenas preferencial, “...fazendo com que todo o universo possa ser tornado um parque de
diversões customizável a atender a vontade do Eu...”, o que não impede que outros
escolham o universo como um museu dos horrores com os mesmos direitos. Mas a fraqueza
desta opção otimista já se deixa ver quando o autor fala que a mesma tem que ter “...a
modéstia de uma expectativa moderada...”. Mas, por que moderada? Por que o otimista tem
997
que se moderar? O que tem que ser o mundo, no plano fenomênico, para que a opção
otimista não possa ser imoderada? O exemplo posto é: acreditar em Deus, se quiser, mas
não em que Ele vai descer cada vez que eu precisar, porque isso leva “...o risco de uma
terrível decepção”. A vantagem do pessimismo se mostra no fato espantoso dele sim poder,
tranqüilamente, ser tudo o imoderado que quiser. Talvez a opção pessimista possa ser tudo
o imoderada que quiser porque está certa de que jamais vai se decepcionar!!! O mundo será
tão ruim quanto o pessimista sempre pensou que fosse!! Isto já caminha na direção de uma
primazia do pessimismo no plano existencial das escolhas livres abertas pelo próprio
sistema de MV, e à idéia de haver algo no real que favorece mais o pessimismo que o
otimismo: a possibilidade de ser imoderado do primeiro, que o segundo não tem.
10
11
12
Como o otimismo é uma postura muito fraca do ponto de vista racional, MV declara
dar-se por satisfeito com o empate, na impossibilidade de ganhar. Por isso, é crucial para o
otimismo que a suposta “assimetria pessimista” da ética negativa (tal como ouvida nos
corredores) seja demolida. De maneira que me vejo aqui obrigado a novamente expor a
assimetria estrutural, mesmo que sem nenhuma esperança de ser entendido (pessimismo
meta-filosófico). A assimetria fundamental favorável ao pessimismo é a seguinte: enquanto
que há idas e voltas, vai-e-vem na vida (por exemplo, hoje estou doente, amanhã fico são;
hoje estou com dinheiro, amanhã estou “quebrado”; hoje entendo um livro, amanhã não o
entendo, etc), é falso ou absurdo dizer: hoje eu envelheci mas amanhã estarei mais jovem;
hoje eu entrei, pela minha idade, numa estatística de risco (por exemplo, de doenças
cardíacas), mas amanhã eu saio dessa estatística; hoje estou mais longe da data da minha
morte, mas amanhã estarei ainda mais longe dela, etc. Estamos colocados numa estrutura
terminal ou mortal iniciada com o nascimento e que tem “mão única”; é uma espécie de
queda, de conta regressiva que não vai se alternando com uma conta progressiva. (É claro
que o sistema “cético” dirá que não temos prova alguma de que a morte não seja um novo
renascimento; logo eu falo por que não aceito isso).
1001
13
14
É curioso que o otimista ainda insista em que se deve demonstrar que a morte, a dor,
a velhice, são más (p. 15). Num plano fenomênico, estas coisas são vividas como más,
mesmo pelo otimista, que pensa que a felicidade é possível “a pesar da morte, da dor, da
velhice”. Que a vida, o prazer, a juventude, são boas, é parte da maldade da vida, posto que
a vida segue a direção da perda (muito rápida e de mão única) de todas essas coisas. De
maneira que o fato dessas coisas serem boas e mortais compõe os dois elementos cruciais
do pessimismo estrutural. E nem a eternidade resolveria (MV está certo nesse ponto); o
mal é ter nascido, de maneira que a eternidade também seria terminal, de algum modo.
Quando se diz que “a morte não é totalmente negativa, pois pode salvar-nos de sofrimento
pior”, isso prova que não é a morte o que é mau, mas o nascimento, o ser nascido que pode
ser tão mau ao ponto de tornar a morte desejável. A vida não é má porque morremos, mas
porque nascemos; morrer é apenas uma derivação do nascer; a morte e a eternidade têm,
ambas, uma maldade derivada. (Aqui é fundamental a unidade interna vida-morte, a morte
estrutural (ME); temas da minha filosofia não lida). Assim, que a morte seja má não prova
que a vida seja boa, pois vida e morte não são coisas substantivamente diferentes: a morte é
simplesmente a consumação previsível da vida terminal; numa vida mortal, se a morte é
má, ter nascido deve ser mau também. A assimetria não é, pois, “subjetiva” (apenas “uma
maneira de ver as coisas”), se a vemos como um reflexo da unidade vida-morte: a vida-
morte é terminal com independência das coisas boas (inegáveis) dentro do setor-vida da
vida mortal. A felicidade não é negada; só o otimismo baseado nela! (Desenvolvo isto
melhor depois).
15
então nos dispersar e andar pelo mundo e ter experiências felizes, se somos capazes de
apostar fortemente no presente sem pensar no amanhã, e na medida em que sejamos
capazes de esquecer de que, em qualquer momento, podemos ser chamados. Esta é a
condição humana. A felicidade é possível, mas está onerada e alienada, e para ela acontecer
dependerá da capacidade de esquecimento, da insensibilidade e da flexibilidade moral que
sejamos capazes de desenvolver.
O sistema “cético” preparou tudo para que estas coisas possam ser apresentadas, se
não como verdadeiras (que é o que o otimista está louco por aceitar), pelo menos como
“não suscetíveis de refutação”; mas a coisa apresenta graves problemas lógicos (não de
1004
16
No momento de MV declarar que “ser feliz é mais importante que ser sábio”, e que
“a razão deve ser colocada a serviço da felicidade”, já houve uma claudicação muito forte
da racionalidade, mas ela não era tão grave porque apenas reivindicava a irracionalidade
(ou emocionalidade, ou racionalidade estratégica) para a própria posição; mas agora as
coisas pioram, porque se apresenta algo irracional como suposto elemento crítico contra
posturas contrárias: a teoria da terminalidade do ser deve ser falsa porque Buda não pode
ser refutado! Isto é como dizer que a tese de que os animais não podem ler deve ser falsa
porque ainda não se refutou a existência do monstro que lê Hegel em alemão no fundo do
mar Cáspio e que se esconde quando alguém se aproxima. Isto parece, simplesmente,
inviabilizar qualquer discussão filosófica! Se vou abrir mão do pessimismo estrutural e da
assimetria negativa só porque não está provado de maneira irrefutável que realmente vamos
morrer, e que não vamos ficar migrando de corpo em corpo, então estou disposto a
conceder qualquer coisa!
17
esteja no fim, tem que haver final feliz; e parece “profunda” porque é absurda e, sobre tudo,
muito antiga, o que acrescenta aquele mistério que os livros de Benatar ou os meus não
têm. Um “pessimismo” que afirme que, quando eu morrer, depois vou continuar sofrendo
em outros corpos, não é, em absoluto, “mais radical” que um pessimismo que afirma que as
nossas vidas são irreversivelmente terminais. A fantasia não acrescenta radicalidade a um
pensamento; apenas expectativas absurdas, ou, na própria terminologia do texto,
“imoderadas”, porque “entram em choque existencial com outros fenômenos” (pp. 76/77).
É então o budismo uma parte importante do que MV tem para apresentar contra a
assimetria pessimista? “...a radicalidade do pessimismo budista é melhor apreciada pelo
simples fato de ser a existência impossível de ser cessada com a pura e simples morte
física, o que de fato é especialmente aterrorizante para o pessimista ocidental que, já tendo
1006
18
se livrado dos terrores, bem como das benesses das teologias tradicionais, vê na morte a
libertação de todos os males” (11). Mas um suposto pessimismo baseado na idéia de que os
sofrimentos continuarão após a morte não se sustenta racionalmente, mesmo que não seja
possível refutá-lo; e, nesse sentido, o Budismo não se diferencia das religiões que foram
antes criticadas, pelo menos neste ponto: ambas colocam a nossa desaparição definitiva nas
mãos dos humanos, ou na salvação transcendente ou no jogo dos Karmas, etc. Duas formas
de atenuar os terrores da assimetria pessimista, que parece simplesmente irrefutável. Estes
recursos extremos começam, mais uma vez, a mostrar o desespero do otimista, que, contra
os clisés, pode ser muito maior que o suposto desespero do pessimista; o otimista,
simplesmente, não consegue enfrentar o sofrimento estrutural e irreversível e gera todo tipo
de mecanismos para fazê-lo desaparecer. (O autor mesmo cita mais adiante, numa página
especialmente consoladora, da construção de “...complexos sistemas de pensamento que
podem nos confortar durante toda a nossa existência...”, p. 13).
É claro que, desde o “sistema cético”, sempre se poderá dizer que a tese do
pessimismo estrutural é uma tese interna ao “materialismo”, e portanto, arbitrária. Porém,
não se precisa de algo tão complexo quanto o “materialismo” filosófico para afirmar a
assimetria pessimista, mas apenas das experiências perfeitamente fenomênicas do singular
que sofre as agruras do mundo simplesmente por ter sido colocado nele. A colocação do
budismo e do materialismo no mesmo plano supõe uma curiosa filosofia da ciência e um
particular mecanismo de invenção de hipóteses. A idéia budista das reencarnações não é
sequer uma hipótese, pois não temos elementos para erguê-la como hipótese. MV diz que a
hipótese transcendente poderá ser comprovada mas a sua inexistência não: é claro que,
depois das nossas mortes, não haverá ali ninguém para comprovar que não havia, afinal,
vida após a morte, mas isso nada prova em favor da suposta hipótese de havê-la; o fato é
que não temos elementos para levantar sequer essa hipótese e, por conseguinte, tampouco
as condições de sua verificação. Não obstante isso, o nosso autor utiliza essa “incerteza”
diante da mortalidade para desautorizar uma possível desvalorização da existência baseada
numa característica como a terminalidade, como se esta fosse tão “hipotética”, como as
migrações de espíritos ou o animal que lê Hegel no fundo do mar Cáspio (Ver também 23).
1007
19
20
pensa que as experiências agradáveis que estão presentes na sua vida e em virtude das quais
ele se declara otimista, estariam ausentes da vida do pessimista. Mas essas experiências
agradáveis estão também presentes na vida do pessimista, que pode ter senso de humor e
capacidade de desfrutar dessas alegrias tanto ou mais do que o otimista. A diferença crucial
é que o pessimista não acha que a presença dessas felicidades pontuais seja motivo para
assumir uma postura filosófica otimista, esse é o ponto. São duas coisas diferentes: o
pessimismo é uma postura filosófica que não é contraditória com o sentimento de alegrias e
realizações pessoais. Não é inevitável ser otimista, mas é inevitável sentir alegrias e
realizações. Ter estados de felicidade e sustentar racionalmente uma postura otimista são
coisas diferentes que, no texto (e no senso comum), são constantemente mescladas.
21
hegemonia da primeira pessoa pode ser um mito. Isto é importante porque leva, mais
adiante, a negar que a vida tenha valor simplesmente porque alguém a valorize. Pelo
contrário, pode ser que a valorização seja necessária porque, sem ela, não haveria o tal
valor (ver ainda pág. 6).
As páginas 13, 14 e 17 do texto são quase de auto-ajuda, e são tão mais deprimentes
quanto maior a tentativa de descrever como podemos viver e ser felizes, “apesar de tudo”.
Aqui se acentuam os “aspectos positivos” do intra -mundo sem mexer com os estruturais, o
que é impossível (assim como é perfeitamente possível para os prisioneiros da minha
metáfora serem felizes, mas sem poder escapar da prisão nem mudar o fato deles poderem
ser chamados, em qualquer momento, para sofrer e morrer). Todos estes consolos são
reativos àquilo que está sendo negado como pretensamente “subjetivo” e “arbitrário”: o
sofrimento terminal pode levar anos, a nossa saúde jamais é equilibrada (p. 13), o progresso
físico e mental é aparente, comer e os demais prazeres, são onerados e trazem dores; é
possível morrer precisamente dos prazeres, daqueles membros que mais utilizamos; tudo
tem seu preço, esquecer dos mortos pode ser antiético, etc. Que sejamos capazes de nos
acomodarmos ao mau, não nega este mau, pelo contrário, o afirma e consolida.
MV tem razão, ao falar do “paradoxo do nada positivo” (20), quando aponta para os
paradoxos e problemas vinculados com a terminologia Bem/Mau, que seria melhor
abandonar. Mas a tese pessimista não precisa dessa terminologia obsoleta. O que há é o
decair terminal atritado, padecido fenomenicamente por seres como os humanos, e que atua
contra seus interesses e lhes fazem sofrer. A mortalidade, então, não é “má”, mas atritada (a
criança pequena que se queima e chama o fogo de “mau”; é óbvio que o fogo não é “bom”
nem “mau”, mas isso não deveria levar-nos a negar que a sua queimadura nos prejudicou,
lesou, atrasou, finou, abalou, fez impacto, assustou, machucou, afugentou, todos termos
negativos mesmo sem o peso metafísico do “mal”). Assim, o pessimismo estrutural não
depende da terminologia metafísica bem/mal; por isso pode ser falacioso dizer que porque
não posso considerar como “mau” o que me prejudica, então não me prejudica.
1010
22
6.Fenomenologia do bebê.
1011
23
Já deve estar claro por tudo o dito anteriormente que esta fenomenologia é
tendenciosa e incompleta, e que a avidez natural ou animal por viver, viver, viver, que
jamais foi questionada, nada tem a ver com um pretenso valor sensível e ético da
existência; que é o ponto que interessa à ética negativa e ao pessimismo estrutural.
Terminalidade do ser significa muito mais do que mortalidade ou morrer. Significa,
fundamentalmente, nascer terminal, vir a ser terminal, nascer numa forma de ser que
começa a regredir no mesmo instante do surgimento. Este regredir tem um processo de
desenvolvimento, etapas, que compreendem um certo amadurecimento; o ser nascido
termina a través de um processo cujos primeiros movimentos (infância, adolescência,
juventude) são envelhecimento escondido, que não fere mas surpreende agradavelmente
(“como essas crianças cresceram!” Já está do tamanho do pai!”); mas o período que vai
desde a primeira infância até a adolescência é uma face da terminalidade de um ser terminal
tanto como as outras. Já o bebê avança para o fim. Terminalidade é, então, em primeiro
lugar, o avanço inexorável do tempo no caminho do desgaste, até a consumação, mais ou
menos lenta (pode acontecer no próprio nascimento ou aos 100 anos).
Mas terminalidade do ser não é só isso; é também atrito, fricção, roce. Esse processo
de desgaste é acompanhado de sofrimento no próprio decorrer do ser terminal, no sentido
de tempo que passa cada vez mais rápido, tendo influência sobre o corpo e a mente; o atrito
1012
24
mais notável da terminalidade são as doenças, mas mesmo sem doenças importantes, o
atrito de simplesmente desgastar-se continua inexorável; as doenças acompanham toda a
vida humana, desde as doenças infantis até as da velhice; além do mero atrito de durar, de
transcorrer, e dos atritos por doenças, estão os atritos das catástrofes naturais, e, finalmente,
os atritos humanos, em grande parte motivados pelos outros atritos. Então, terminalidade
não é apenas morrer, mas transcorrer mortal atritado; não desaparecemos, simplesmente,
mas sofremos o roce, a fricção da terminalidade em desdobramentos naturais e sociais,
interligados (manejos humanos provocam doenças em outros).
25
Então, o bebê é trazido para o mundo na marra, e exprime seu desagrado por ter
sido posto na terminalidade, da qual só aparentemente estava protegido dentro da mãe; na
verdade, já no nível mais elementar da geração, a terminalidade apareceu; o bebê não tem, é
claro, consciência disso, mas já vive existencialmente a sua terminalidade através dos
movimentos de seu corpo, das reações à luz, das primeiras interações, desamparadas e
temerosas, com os outros, etc; ele já é Dasein heideggeriano de ponta a ponta, um existente,
muito antes de ser um agente racional deliberativo aristotélico. Heidegger diria: já é um ser-
para-a-morte inteirinho. A terminalidade é vivida como incômodo por seres como os
humanos, de maneira que o bebê foi incomodado ao ser trazido para a terminalidade; não,
como se diz, quando retirado do útero materno, mas já no momento inicial em que foi
concebido, porque o aconchego materno é já parte da geração do ser terminal, já está
iniciado seu processo de acabamento.
O bebê é, pois, trazido ao mundo sem ele querer, sem condições de querer, mas já
manifestando um profundo desgosto pelo que estão lhe fazendo e procurando se defender; a
partir daí, ele será obrigado a agarrar-se ao que vier para conseguir suportar o atrito da
terminalidade; MV interpreta estes movimentos desesperados de auto-defesa como “puro
de se jo de e xistê nc ia ” . Os atritos vêem inicialmente das necessidades primárias, fome, sede,
frio, calor, desdobramentos da terminalidade originária, que são vividas com grande
ansiedade nos primeiros dias e meses, ansiedades que são, constantemente, atenuadas e
suavizadas pelos pais e outras pessoas encarregadas do bebê, reiterando o mesmo
movimento de antes: sempre primeiro uma ansiedade, um desespero, um vazio, e de
imediato a reação protetora, atenuadora: exatamente o movimento que será repetido ao
longo de toda e qualquer vida humana. O suposto “desejo de existência” é uma reação
desesperada a uma incrível agressão inicial.
26
terminalidade dada no nascimento. (Você não tenta de se proteger de algo bom, de algo
valioso). Não é que o bebê deseje a vida, mas ele é obrigado a reagir para não desaparecer;
ele foi trazido, foi total objeto de manipulação e ele, desde o início, é obrigado a se
defender, e suas defesas desesperadas são interpretadas como se fossem uma aprovação de
seu nascimento. O que o bebê já procura são elementos de seu intra-mundo que lhe ajudem
na tarefa, urgente, de resistir aos atritos da terminalidade que acabou de ganhar, seguindo a
vontade de outros.
27
para olhar), ou seja, algo que consiga desviá-lo de seu desamparo por algum tempo que não
dura muito.
Mas, em todo caso, eu acho que MV tem razão na sua conclusão (p. 25),
precisamente porque é uma conclusão hiper-pessimista: a conclusão de que, a pesar de
tudo, o pré-ser escolheria vir à vida, no experimento de pensamento da consulta prévia. Ele
tem razão: se imaginarmos o pré-ser com todas as características de um ser humano, ele
aceitará a vida, porque ele já estará equipado com esses poderosos mecanismos biológicos e
psicológicos de atração pela vida, de qualquer vida, por mais terrível que seja; e de nada
servirá explicar-lhe que essas são reações a algo que ele ainda não tem, e que poderia ser
evitado; ele vai querer experimentar de qualquer modo. É bem possível que o pré-ser
escolhesse vir à existência (p. 24), mesmo na dor sensível e na indignidade moral; agarrar-
se à vida incondicionalmente é parte de sua maldade (o desejo, a avidez). De maneira que
se o pré-ser é como um humano adulto, talvez a maioria ou todos eles escolheriam mesmo
1016
28
nascer. Espero que tenha ficado claro que nada disso mostra um valor da vida. (Apesar de
que tudo o que é valioso nos atrai, nem tudo o que nos atrai é valioso; esse é o ponto).
JULIO CABRERA
1. Durante a vigência dos valores religiosos e metafísicos dos séculos passados, a noção
de um “valor da vida humana” era perfeitamente clara: Deus tinha feito o mundo de
acordo com as suas perfeições, de tal maneira que o mundo, apesar de qualquer
aparência em contrário, era valioso em virtude da sua origem divina, e a vida humana
usufruía desse mesmo valor como parte desse mundo. Mesmo os sofrimentos e
imperfeições sempre podiam ver-se, à luz da hipótese da origem divina do mundo,
como meras aparências, e “o mal” apenas como uma degradação do bem intrínseco do
mundo, como um desvio inessencial.
não nos dão valor, não temos nenhum valor intrínseco que hoje pudéssemos querer
reivindicar; e se não damos valor aos outros, estes tampouco poderão fazer isso;
parece que o valor ficou mesmo nas mãos dos humanos. O valor é uma construção,
uma invenção, algo que temos que construir ao longo das nossas vidas, auxiliados pelo
valor que os outros podem decidir ou não nos dar.
7. O que é que eu sou, do ponto de vista natural? Sou um ser mortal (ou, como prefiro
dizer, terminal), que começa a terminar desde que nasce, que vai se desgastando,
enfraquecendo, adoecendo, envelhecendo. Sou um ser que não consegue sustentar-se
por muito tempo, um ser colocado numa pendente regressiva e que se desgasta a toda
velocidade; um ser com um número incerto de anos pela frente, mas que pode adoecer
em qualquer momento e desaparecer. Ao mesmo tempo, um ser submetido a todo tipo
de atrito, não apenas da natureza, mas também da sociedade e dos outros humanos. Do
ponto de vista de meu puro ser, sou aquele que simplesmente transcorre e atrita, surge
e se apaga. São precisamente os valores que me dão o que faz com que esse mero ser
1019
atritado e que definha adquira algum valor. Mas quando não me dão valor,
simplesmente me afundo nesse meu mero ser terminal atritado e regressivo.
8. Isto leva às éticas negativas a pensar que, longe da crença religiosa tradicional numa
espécie de valor intrínseco do puro ser, existiria algo assim como um desvalor
intrínseco, consistente na crua e bruta terminalidade do nosso ser. Os valores positivos
são construídos em oposição a esse desvalor estrutural. Nos damos valor a nós
mesmos e aos outros, e os outros nos dão valor, precisamente porque não o temos (não
precisaríamos dar valor a algo valioso); os valores são dados, precisamente, a seres
que não têm valor, que são apenas entes atritados e regressivos que escorregam para a
consumação da sua terminalidade. É por isso que criamos valores, de maneira
vindicativa, reativa, rejectiva, de um desvalor fundamental. Isto terá profundas
conseqüências éticas, na medida em que mostrará de que maneira todos os valores que
conseguimos construir estão, desde sempre, onerados, penhorados, condicionados,
dependentes de uma estrutura desvaliosa fundamental, que não impede a criação de
valores (pelo contrário, os estimula), mas que faz com que os valores criados sejam,
eles mesmos, terminais, ou estruturalmente afetados pela terminalidade do ser.
9. Mas então, a ética negativa pensa ser errado fazer uma avaliação da vida humana
apenas focando os valores construídos; pois os valores construídos podem ser bons
(nem sempre são); porém, eles têm que ser construídos para contrarrestar o desvalor
da estrutura terminal da vida humana. Mas pode ser dita “boa” uma vida que se vê
obrigada a inventar os valores sob pena de, caso essa construção fraquejar, cair
irremediavelmente no desvalor que, desde sempre, constitui nosso ser dado no
nascimento? Aqui se propõe uma avaliação estrutural, ontológica, da vida humana, e
não apenas uma ponderação de valores construídos. Pois focando apenas os valores
construídos, poderíamos ter uma visão deturpada do valor da vida humana (que creio
habitual nas reflexões éticas), na medida em que veríamos apenas os valores
construídos sem ver aquilo que obrigou a construí-los e, além do mais, sem ver como
esses (bons) valores construídos estão afetados eles mesmos, em sua própria feitura,
por aquele desvalor básico que obrigou compulsivamente a construí-los. Todo valor,
mesmo o melhor de todos, mesmo o mais sublime, é terminal, porque foi obrigado a
ser criado em obrigada e premente rejeição do desvalor fundamental de ser, de ter
nascido.
10. Ao longo da história da filosofia européia, o desvalor da vida humana foi claramente
visto por todos os pensadores importantes, desde Hesíodo até Wittgenstein; a vida
humana foi vista como “má”, mas, ao mesmo tempo, como podendo expiar, de alguma
maneira, através de um caminho reconstrutivo ou reparador, aquele mal. O ser foi
visto como bom, como divino, e o ser humano como carregando alguma falta, alguma
culpa, alguma degradação do ser bom; mas “o mal” seria apenas desvio, anomalia,
degradação; o que há é o bem, e o “mal” é privativo, um produto da finitude. Assim,
1020
estritamente falando, não foi visualizado o desvalor do ser, mas algo como um
trabalho desvalorizante dos entes, que ofenderiam o “ser bom”. Mas, de toda forma, as
descrições religiosas e metafísicas da maldade do mundo eram fiéis e corretas.
11. Diante desta populosa “galeria niilista”, a ética negativa propõe uma deconstrução do
“problema do mal”: a terminalidade do ser natural, com seu avanço atritado e
degradante, provoca mal-estar no ser humano, não por alguma culpa que deva ser
expiada, mas por si mesmo. O “problema do mal”, tipicamente metafísico, é
substituído pela presença do mal-estar, fenomenologicamente constatável, em três
registros: o mal-estar físico (dor), o mal-estar psicológico (desânimo) e o mal-estar
moral (desconsideração pelos outros). Assim, as descrições tradicionais são
basicamente corretas; apenas estão oneradas por filosofias metafísicas da expiação,
que podem hoje ser perfeitamente dispensadas.
1021
JULIO CABRERA
O Dasein nunca está “em” na maneira das coisas dadas, mas ele habita, se detém, se
habitua, se familiariza, flutua nas coisas sem deixar-se determinar por elas, as freqüenta, as
cultiva, mas nunca está totalmente dentro delas, ou no meio delas; mantém uma pasmosa
independência a respeito das coisas, cria seus espaços, suas distâncias, é o próprio ser das
distâncias (ST, 12, 23). Não está-no-mundo em atitude meramente cognitiva, mas sempre
numa fluída compreensão do ser: sujeito e objeto não coincidem com Dasein e mundo.
Nenhuma estrutura cognitiva determina o Dasein, qualquer cognição já está baseada no
próprio ser do Dasein. O conhecimento é um modo do Dasein fundado em seu ser-no-mundo
(ST, 13).
Em virtude disto, o Dasein é sempre mais do que ele efetivamente é (ST, 31).
Tampouco no plano da linguagem o Dasein ganha qualquer determinação; as estruturas
lingüísticas objetivas devem fundar-se ontologico-existencialmente no fenômeno originário
da fala; somente o Dasein fala, e por tanto, somente o Dasein escuta e cala. A fala é a
articulação significativa do que é compreensível, vinculada com o ser-no-mundo do Dasein.
Não se trata de propriedades que pudessem ser descritas fonologicamente, mas traços
existenciais fundantes. Nesse sentido, a fala não tem essência, tal como o próprio Dasein: não
é possível falar acerca da fala, torna-la objeto. A fala é constitutiva. A lógica objetiva não
consegue captar o ser da fala (ST, 34).
angustiando-se e curando-se de na antecipação, sendo que ele vai morrer? O tour de force
heideggeriano estava já anunciado: ele vai embutir a morte dentro de um novo existencial, o
ser-para-a-morte, transformando a morte em possibilidade mais própria do Dasein. Aqui a
morte é como removida de sua fenomenalidade meramente biológica, já que a biologia, como
ciência empírica, responderia ainda aos dictados da metafísica do dado e não fornece, por
conseguinte, uma caracterização suficientemente “originária” da morte, mas apenas uma
descrição ôntica da mesma. A morte deve ter uma significação ontológico-existencial, e não
meramente biológica. Trata-se de obter um “conceito existencial da morte” (ST, 46).
Ele afirma que a fruta não madura caminha para sua maturidade, mas é ela mesma
quem a carrega, e tal carregar caracterizaria seu ser fruta. Este é um tipo de ente que chega à
maturidade por si mesmo, não por influências externas: significa a fruta mesma em sua
específica forma de ser. Se ainda não é seu peculiar ser, isso é devido a sua peculiar
constituição (ST, 48, p. 266). Heidegger insiste em que, pese a algumas semelhanças, essa não
é a maneira em que o Dasein se enfrenta com a morte. A diferença estriba na “estrutura
ontológica do fim”. O Dasein não chega a sua maturidade como a fruta. Chegar a seu fim, no
caso do Dasein, significa, segundo ele, diferentes coisas: um Dasein pode morrer sem ter
chegado a seu fim, outro Dasein poderia chegar a seu fim bem antes da morte, etc.
coisa) ao morrer pontualmente, ou seja, ao consumar a terminalidade de seu ser, que ele
partilha com absolutamente todas as coisas.
Se o Dasein é abertura ao Ser, mas o Ser é terminal, então o Dasein é abertura ao ser-
terminal- do-ser; pois não há outro ser (que não seja místico-religioso) para o qual “abrir-se”.
Pareceria que o Dasein, ao abrir-se ao Ser, deveria ficar preso na terminalidade do ser, como
qualquer outro ser-terminal (como qualquer outro ser, tout court). Aqui pareceria questionar-
se todo o projeto heideggeriano de fundar a pergunta pelo sentido do ser numa analítica do
Dasein, ou, pelo menos, nessa analítica do Dasein, como ser privilegiado, como o único que
se abriria ao Ser. Mas é o Ser que é aberto a todos, em sua generosa terminalidade universal
(um acolhimento suspeito). Na segunda parte de seu pensamento, Heidegger abandonará a
analítica do Dasein para ir a uma indagação sobre o Ser mesmo, mas este seu Ser se torna de
repente luminoso e ofuscante, o que oculta a sua terminalidade. É o Ser mesmo, e não apenas
o Dasein, que é para a morte, não no sentido heideggeriano, mas no sentido de ser para a
terminalidade. Sendo assim, porque o Ser deveria “brilhar”? O ser é ser-terminal e a
terminalidade não tem brilho algum. Antes pelo contrário, a terminalidade é a extrema
opacidade, a penumbra, a obscuridão, o tatear no escuro; não há luz ali, mas, em todo caso,
uma ontologia suja. Se há luz, esta não pode provir do próprio Ser, mas de algum farol a
retaguarda, algum farol divino; assim como a Terra, o Ser não tem luz própria. Se o Ser
brilha, é que não se está pensando com categorias totalmente imanentes.
A Analítica do Dasein tentou evitar, por todos os meios, que o existente fosse visto
como objeto. Mas se o ser é ser-terminal, se o Dasein é desde sempre aberto a um Ser que é
estructuralmente terminal, apesar de toda a sua maravilhosa mobilidade e transcendência, não
será a terminalidade do Ser aquilo que definitivamente transforma o Dasein em objeto, diante
do Grande Sujeito que o termina, que o consuma e o ultima? Na sua fuga de qualquer forma
de objetividade, o Dasein acaba sendo objetivado em seu próprio ser, curiosamente numa
objetivação que estava programada desde sempre: não é, a rigor, que “acabe” sendo
objetivado, mas que ele “começa” a ser objetivado desde sempre, a sua objectificação estava
programada em seu mesmo surgir.
A terminalidade do ser me desaloja, não por despojar-me de alguma coisa que eu teria
tido (nesse caso, a terminalidade seria apenas ôntica, se confundiria com a mera morte
pontual), mas por consumar algo que nunca tive, por consumar o não ser que sempre fui. A
Terminalidade do ser é o limite intransponível da pretensa superação da objetividade por parte
do Dasein. O sonho acabou. O Dasein acorda sobressaltado porque tem que morrer, porque
sua “possibilidade mais própria” consumou-se sem ele, através dele, com ele como objeto. A
Terminalidade do Ser é o Grande Sujeito do qual viramos pequeno objeto. Chegamos a SER o
dualismo que nos recusávamos a PENSAR.
de sua tremendidade, numa pura forma), pois a fenomenologia existencial me mostra como
as vidas humanas se norteiam invariavelmente pela bússola da terminalidade.
Não é “científica” a certeza que o homem comum tem de sua mortalidade, de sua
fragilidade, de seus sofrimentos. Ele nada precisa saber acerca de meu projeto de
“naturalização da ontologia”. E, por outro lado, para onde nos levaria uma “radicalidade”
que, por medo da ciência, considera ôntica e “não originária” a terminalidade do ser?
Talvez para algum nível sublime de reflexão onde a morte não exista? O quê? O discurso
religioso, talvez? Algum sucedâneo filosófico da fé religiosa perdida? Ao reino do espirito? À
“mística do ser”, ao pasmo diante da “abertura”, ao silêncio zen? Eu não sou cientificista,
mas é a ciência o que eu escolheria diante destas alternativas escabrosas.
Um momento em que claramente Paiva me impõe a distinção ontológica
heideggeriana é quando ele imagina o experimento mental do que aconteceria se aparecesse
uma prova “científica” do desvalor estrutural da vida humana (Carta de 2/12/2003). Ele
supõe que isso seria relevante para a ética negativa. Não preciso insistir aqui que a minha
prova do desvalor estrutural não é apenas argumentativa ou “científica”, mas fortemente
fenomenológica. O desvalor é uma experiência vivida, muito mais do que algo a ser
“provado” pela ciência. A suposta “prova” teria um duvidoso valor. Por outro lado, ele
insiste, na veia heideggeriana, em que “o modo de fundamentação do ser do homem que a
ciência oferece é puramente biológico-descritivo-funcional (...) pautado num obstinado
esquecimento desse mesmo ser em sua situação original”. Preciso esclarecer que este não é
meu esquecimento, e que, portanto, eu não “oculto” nada (em meu sentido) quando aponto
para a terminalidade do ser? (Em geral, não estou interessado em reflexão de alto nível que
me leve para uma „situação original‟ onde a morte não apareça).
Paiva parece supor que o que me interessa da morte é a sua natureza puramente
“biológica”, quando o que é salientado em meus escritos é, precisamente, a sua ressonância
1030
10
existencial, alheia a qualquer “prova científica”. Paiva pensa que porque não adoto a versão
heideggeriana da diferença, ela “se torna mero artifício” em meu pensamento!
A filosofia de Heidegger é, como ele sempre o salientou, uma filosofia do ser, não,
prioritariamente, uma filosofia da vida ou da existência; enquanto que a minha sim, pretende
ser isto último. Tampouco tenho qualquer inconveniente em aceitar a minha filosofia como
“metafísica”, no sentido criticado por Heidegger, se a mesma não for trans-mundana, mas
uma metafísica “naturalizada”. Não estou interessado em pensar o ser em todas as suas
possíveis sublimidades, em todos os desdobramentos da “abertura ao ser”. Parece-me que
Paiva acaba levando o pensamento da vida para o nível sublime. Não posso deixar de pensar
o “pensamento insondável” (de Heidegger e seus seguidores) nos termos de uma nova
estratégia afirmativa de ocultação, tal vez a mais luxuosa, a mais sofisticada e elaborada de
todas: se a morte não constitui nenhum “núcleo rígido”, seus terrores ficam referidos sempre
às vidas singulares, eles não são impositivos, estão apenas referidos a algumas vidas, não a
todas. Uma maneira “pós-metafísica” de liberar-se da morte uma vez caídos os mundos
inteligíveis aos que ainda se podia fugir até os séculos XVIII ou XIX.
De fato, LA FORMA DEL MUNDO deveria encerrar a minha obra filosófica (já
muito demorada). LA FORMA...expõe, na verdade, a ontologia negativa que está pressuposta
tanto na minha filosofia da ética quanto na minha filosofia da lógica (particularmente na sua
parte destrutiva, a crítica da lógica formal moderna como instrumento de análise filosófica)
Acredito que o meu seja o pensamento mais radicalmente niilista jamais desenvolvido. É por
isso que devo ficar perplexo (e convencido de não ter sido lido) quando Marcos Paiva (aquele
Dasein), afirma, num mail de 2/12/2003, que “os problemas da ética negativa não serão
resolvidos tornando-a paulatinamente mais afirmativa, ou mais palatável ao „gosto‟
afirmativo” (???). Pelo contrário, penso que todo o esforço de Marcos Paiva em seu texto é o
de tentar atingir, num colosal esforço de abstração, um reducto de afirmativismo primigênio.
E haja “colosidade”! Em meu texto eu citava o Maesltrom de Poe, mas agora penso que
somente nas montanhas da loucura de Lovecraft seria possível achar no mundo algo de
ontologicamente bom.
1031
Julio Cabrera
The idea of the independence between the lines I call formal and material
to show that coming into existence causes (serious) harm is formulated at
various points in the 2006 book. I quote: “The arguments in the third chapter
thus provide independent grounds even for those who are not persuaded by the
arguments in the second chapter to accept the claim that coming into existence
is always a (serious) harm” (2006, p. 14). Material arguments are therefore
independent and can be accepted even by those who do not accept asymmetry;
but formal proof would be enough to prove it. At the beginning of chapter 3, he
insists that material arguments would be "a continuation" of the formal
arguments that show the great magnitude of this damage, but would not be
strictly necessary to prove the basic thesis of the harm of coming to existence
(p. 61. See also 93-94). In a more recent text, Benatar admits, however, that
“(...) the asymmetry argument is insufficient to obtain the antinatalist conclusion”
(2013, p. 146). To prove that coming into existence is always a harm, the
asymmetry argument is sufficient, but to prove that bringing people into
existence is immoral, we need the material argument that shows that life is
really a very bad place.
1033
(2) In order for the asymmetries (the original and the four supporting
ones) to work, we must necessarily introduce elements of the material argument
about the “quality of human life”, proving that the formal line (of the asymmetry)
is not enough even to proving that coming into existence is a harm.
fallacy that stipulates that an argument is fallacious when the meaning of a term
is changed during the argument. This change is rarely purposeful, and is often
unconscious to the author himself. If I am correct in my arguments, Benatar
commits the fallacy of equivocation and it is only by committing this fallacy that
he can achieve his famous asymmetry.
If the counterfactual notion were also used in the latter case, it could be
said that if the non-existent could manifest itself, it could say that for him the
absence of benefit could be, for example, not good, or even good. Likewise, if
the empty notion were used in the first case, it could be said that just as one
cannot deprive something of pure nothingness, nor can one benefit it, one
cannot say that the absence of harm benefits one simply because there is
nobody there to benefit. Asymmetry, I maintain, can only be obtained precisely
by merging these two notions throughout the argument and thus committing the
fallacy of equivocation.
Let's say the same in another way. In the counterfactual notion you can
deprive of something, while in the empty notion you cannot. For in the
counterfactual notion there is someone - even if only counterfactually
represented - who can be deprived of something, while in the empty notion
there is nothing to be deprived of anything. If you do not fall into the
equivocation and use the same notion of “nonexistent” in both cases, you
deprive of something in both cases or you do not deprive of anything in either
case. If we always use the counterfactual notion, the absence of harm is
enjoyed by the non-existent counterfactually represented, and the absence of
benefit is suffered by the existing counterfactually represented. And if we
always use the empty notion, neither the absence of harm could be enjoyed nor
the absence of benefit can be suffered by anyone, because in this view there is
nothing that can be deprived of or benefited for anything. Thus, if we use only
the counterfactual notion or only the empty notion for absences, the asymmetry
does not follow.
original idea by deciding only based on what we know about the world. There is
no one to consult, we simply think that nothing is gained by being born and
nothing is lost by not being born and we decide for him without representation.
from the empty notion to the counterfactual notion, because the main reason for
this change was to somehow predict the axiological preferences of the non-
existent through a representation that we did not have in the empty notion. If
not, we cannot be sure that we are really defending the interests of the non
existent.
This would certainly not answer my specific argument about the fallacy of
equivocation, but anyway, I would like to comment here two things about this
1038
The time may have come to look more closely at these recurring
allegations of being “misunderstood” and that the others “are wrong”. Why could
I not also claim that the other party did not adequately understand my critical
remarks? The danger of “misunderstanding” is always a two-way road. On the
other hand, “misunderstandings” are not in themselves a reason not to respond
an objection. Perhaps always and systematically, when we expose another
1039
10
have sufficient institutional power to silence the other one; but this is violence,
not argumentation, and it does not apply to our discussion here, where all the
parties supposedly are trying to argue).
Seeing how this logical question applies to our particular case, our “error”
would be, according to Benatar, to confuse an axiological asymmetry with a
logical asymmetry. Okay, this is a perfectly plausible and reasonable reply, but
it is certainly not (as Benatar seems to think) one answer that closes the
discussion in his favor (something like saying, “They confuse logical with
axiological, so let's put that objection aside and talk about something else”). No.
This Benatar’s reply is just a move within an argumentative game that can go
on and on and on; for if the other party is not prevented from replying, it will
have (as I will show) equally plausible and reasonable replies against the
charge of confusing logical with axiological.
In fact, in my 2011 article, I have already answered one by one the issue
of the four supporting asymmetries. I will reiterate my point here by adding
some new things. As we can remember, Benatar's claim is that the original
asymmetry must be correct because it has explanatory power by allowing it to
adequately account for four other asymmetries which he considers very intuitive
1041
11
and widely accepted. (There are some critics who believe there is some logical
circularity here, but I won't go that way either). I will only argue that if these four
asymmetries are supposed to give support or reinforce the initial asymmetry,
they fail (or so can be argued), not only in the logical, but also in the axiological
level.
(For the lazy reader here are some hints: when using the counterfactual
notion, it is not "strange" to say that one reason for having a child is to benefit
him; when we use the empty notion it is very strange because we are attributing
benefits to someone who does not exist. When we use the counterfactual
notion, we may regret not having brought anyone into the world to enjoy, but if
we assume the empty notion it is absurd to state so, for we cannot to repent
about someone who does not exist. Finally, if we assume the counterfactual
notion, we may feel sad not to see people who might be enjoying in uninhabited
places, but if we assume the empty notion, this makes no sense).
1042
12
So far we had given reasons for Benatar to claim that we are only
referring to mere logical possibilities. In my article, I have tried to show that,
aside from logic, the four asymmetries fail also in the factual, intuitive or
axiological domain on which Benatar wants to stand. Let's move on to this.
13
Let us remember that the first asymmetry says that while we have a duty
to avoid bringing people to live a miserable existence, we have no duty to bring
into existence people to live happy lives. Now, assuming the worldview A, we
can perfectly say that there is indeed a duty to bring people into the world who,
we think, they can lead reasonably happy lives. Of course, this is a merely
moral duty, not a legal obligation. The pressure that the societies we live in put
on us to marry and have children never becomes an obligation to procreate; but
we are talking about ethics, not jurisprudence. And here I am using axiological
and intuitive elements, no logical elements. It may be intuitive (not absurd) in
the light of A, to think that we have a purely moral duty to bring people into a
world like the one described above, to enjoy the benefits of life even with all its
hardships.
14
I think the point has been well established so far but I prefer to be
exhaustive so that my line of argument is clear. The third supporting
asymmetry, the retrospective, says that we may regret bringing a suffering child
to life, and this regret we have for the child himself; but we cannot regret, for the
child himself, that we did not bring a happy person into the world. But again,
assuming A, we may well regret not having children at a time when we could
give them a good life. There are in fact thousands of people who express that
they are deeply sorry that they did not have children at a time when they could
give them many things. And these people manifest that they are sorry for their
son's good, for the things they might have enjoyed had they been born in the
good times.
15
of his project, but by the fact that thousands of children cannot enjoy and be
happy in this never realized park?
Note that in none of these arguments did I need to use logical elements
(the fallacy of equivocation, etc.). They are pure analysis of intuitions on an
axiological level. At this point we have, to put it mildly, a conflict of intuitions. In
the last chapter of his 2006 book, Benatar already referred thoughtfully to this
topic. Of course, a thesis cannot simply be dismissed for being anti-intuitive (p.
203), but what is intuitive or counter-intuitive is often – if not always - very
controversial (Benatar, 2006, p. 206). Each party claims that it has the
strongest, most widely accepted intuitions on its side, and all this falls into the
endless argumentation I point out in my new book.
Here we have to decide who we are doing philosophy for, for a very
narrow set of philosophers or for people in general (which was the Kantian
Enlightenment ideal, philosophy for humanity). True, it can be shown that life is
full of suffering, but ordinary people, and especially those who suffer most,
naturalize the suffering and incorporate it into life ("After all, that’s life").
Philosophers “denaturalize” suffering and show it vividly; and this is perfectly all
right and it is part of the traditional critical task we expect from philosophy. The
problem arises the moment we start talking about intuitions. Whose intuitions?
At this point, and quite rightly, Benatar could say that the introduction of
material elements - such as the worldview A - is an illegitimate piece of
argumentation in the domain of the asymmetry discussion, which has to stand
1046
16
on its own without appeal to material elements. To this I would reply precisely
(and all of this is found in my article) that there seems to be an unsaid or implicit
presupposition along the Benatar’s exposition of asymmetries, a precise view
about how the world actually is, specifically a pessimistic and negative view
(which I totally share in material terms) a view that has the immediate effect of
making all supporting asymmetries fully plausible. But if this is so, we will have
to give up the thesis of the independence of formal and material arguments
concerning the question of the harm of coming into existence.
Asymmetries begin to work not because they are based on firm and
undoubted intuitions (we always have rival intuitions, endless conflicts between
intuitions), but because the world is a bad place, because life is so poor. But
this is already one material argument and it is needed to save the asymmetries.
Without this material support they do not stand, neither logically or intuitively or
axiologically, in a way that cannot be infinitely counter-argued. (After all, we are
not compelled to have the same intuitions as Benatar, and the only thing he can
do is to defend them, without any possible philosophical checkmate).
1047
17
Formal observation: If someone finds my English very poor I will not apologize. I
will remember that I would prefer to express my ideas in perfect Spanish, but
that, unfortunately, I am addressing readers whose Spanish is certainly much
more defective than my English.
1
This has also a relevant impact on practical antinatalist activism because the discussion about the
asymmetries is highly intellectual and sophisticated whereas the material arguments are extremely
understandable to anyone.
1048
A CRITICAL REVIEW OF BETTER NEVER TO HAVE BEEN (Oxford, 2006), BY DAVID BENATAR,
FROM THE PERSPECTIVE OF MY OWN PHILOSOPHY.
Contrary to some criticism that Benatar’s book had received against to his two main theses (that
coming into existence is always a serious harm, and that procreation is morally problematic), I want to
say from the beginning that I agree basically with the two theses, that seem to me essentially correct
and well established, even when strongly counter-intuitive. As a fact, I think that precisely the vivid and
frequently angry protests of counter-intuitiveness suggests, by contrast, the soundness of the two
theses: nobody feels so offended and reacts so drastically at a mere falsity or a fake; only truth
produces such expressive effects.
When we deal with mortal questions like the value of human life, procreation and suicide, we must be
prevented against the banality of some immediate and instinctive reactions, which are not even genuine
objections. For example, statements of this sort:
(1) “Benatar’s theses are so absurd that they cannot make any impact in society or in the life of real
human beings. People will continue to live and laugh and have children even when Benatar would
publish a hundred books sustaining these horrible theses”
(2) “It is evident that in spite of all the sufferings and obstacles, the pleasures of life compensate and
turn life always worth-living”
(3) “Those who claim that life is worthless and absurd must leave it soon, the door is open; such ideas
only can emerge from a mentally disturbed mind that must be medically treated”.
These kind of reactions are perfectly banal and innocuous, although at some extent understandable,
and we can find answers to all of them in Benatar’s book (and also in Schopenhauer’s and in my own
works) if properly read. The critics should read and study these answers carefully and try to reply to
them, instead of insisting in presenting the same reactions in a purely emotional way, without
arguments. Philosophy had been along the time an argumentative practice, and the philosophy of life
has no any serious justification to pretend to be an exception to this.
The problem with these banal and immediate reactions is that they postpone the formulation of the real
objections to Benatar’s book. The important problems arise not in the content of the two theses, but in
the procedure that Benatar applies to obtain his conclusions. He presents his basic arguments in
chapters 2 (where a formal line is developed) and 3 (containing a material line). I think that there are
serious problems in the two lines.
First, there is (at least) one problem of logic in the presentation of the alleged “asymmetry” between the
absence of pain and the absence of pleasure in the formal line of argument. In fact, various logical
fallacies are committed, in particular a fallacy of equivocation which has a decisive influence upon the
results expected from his inquiry. Second, although the material line of argument is basically correct, it
presents clear limitations in the theoretical reference adopted, clearly Utilitarian and empiricist. Thirdly,
the alleged independency between the two lines is untenable. Forth, Benatar’s assertions about suicide
cannot be drawn from his previous argumentation. Nevertheless, the two main theses of the book (that
coming into existence is always a serious harm and that procreation is morally problematic) are
1049
satisfactorily demonstrated in the book; but all this must have as a corollary that the formal line of
argumentation is superfluous.
Here I present the development of my criticism to Benatar's book, and a summary of my positions in
Ethics. To read them, see the texts:
Julio Cabrera
Abstract. In his book, Better Never to Have Been (Oxford, 2006), David Benatar attempts
to show that coming into existence is always a serious harm. In order to prove his point, he
develops two lines of argument, one formal, other material. In this paper I intend to show
that: (1) There is a logical problem in the formal argumentation that affects the soundness
of the supposed "asymmetry" between the absence of pleasure and the absence of pain,
which is the core of this line of argumentation. (2) Although the material argument is
basically correct, I maintain that it suffers from the limitations of the theoretical approach
adopted, of empiricist and Utilitarian type. (3) I discuss briefly the alleged "independence"
of the two lines of argument trying to show that the formal line depends on the material
one.
Introduction.
In his book Better never to have been (Oxford, 2006), David Benatar claims that
coming into existence is always a serious harm and that procreation is ethically
problematic. He presents his basic arguments on Chapters 2 and 3. The line of argument of
Chapter 2 can be considered as formal, while that of Chapter 3 develops a material-type
line1. In this work, I present logical and methodological objections for both lines of
1
This terminology of formal and material is not Benatar‟s; I introduce it to facilitate the numerous references
that I will make here to these two lines of thought.
1051
"Both good and bad things happen to those who exist. However, there is a crucial
asymmetry between the good and the bad things. The absence of bad things, such as pain,
is good even if there is nobody to enjoy that good, whereas the absence of good things, such
as pleasure, is bad only if there is somebody who is deprived of these good things. The
implication of this is that the avoidance of the bad by never existing is a real advantage
over existence, whereas the loss of certain goods by not existing is not a real disadvantage
over never existing". (p. 14).
He starts his argumentation from two axioms: “(1) The presence of pain is bad”
and: (2) “The presence of pleasure is good” (p. 30), two statements apparently well-
established. At the level of presence of these things, there seems to be total draw. The
differences appear in the level of absences. The relevant assertions are the following: “(3)
the absence of pain is good, even if that good is not enjoyed by anyone” and: “(4) the
absence of pleasure is not bad unless there is somebody for whom this absence is a
deprivation” (p. 30)2
According to the author, to understand this asymmetry between absences one should
adopt the perspective of potential interests of a "possible being" within a counterfactual
account. Given the crucial importance of this text for my purposes, I quote it in full:
2
I maintain Benatar‟s numeration of the four main assertions to allow the reader‟s understanding of my
argument along the text.
1052
"... (3) can say something about the counterfactual case in which a person who
does actually exist never did exist. Of the pain of an existing person, (3) says that the
absence of this pain would have been good even if this could be achieved only by the
absence of the person who now suffers it ". (p. 31).
And:
"Claim (3) says that this absence is good when judged in terms of the interests of the
person who would otherwise have existed. We may not know who that person would have
been, but we can still say that whoever that person would have been, the avoidance of his
or her pain is good when judged in terms of his or her potential interests. (...) Clearly (3)
does not entail the absurd literal claim that there is some actual person for whom the
absent pain is good ". (p. 31).
"One could (logically) make symmetrical claims about the absence of pleasure –
that, when judged in terms of the (potential) interests of a person who does or does not
exist, the absence of pleasure is bad”. (p. 31, note 23).
All this line of thought is viable if we keep the same concept of "possible being" as
counterfactually represented. So, we could paraphrase, for example, the statement at the
beginning of page 31 in the following way: "Of the pleasure of an existing person, (4) says
that the absence of this pleasure would have been bad even if this could only have been
achieved by the absence of the person who now enjoys it”. And the paraphrase may
continue this way: “Claim (4) says that this absence is bad when judged in terms of the
interests of the person who would otherwise have existed. We may not know who that
person would have been, but we can still say that whoever that person would have been, the
1053
avoidance of his or her pleasures is bad when judged in terms of his or her potential
interests". Just as in the case of the absence of pain, this does not imply the absurdity of
saying that there is really a person to whom the absence of pleasure is bad. That is, if we
use the same notion of "possible being" (the counterfactual notion) in the two cases
(absence of pain, absence of pleasure), there is no asymmetry at all.
But immediately in the same footnote (p. 31) Benatar adds: “However, (4) suggests
that this symmetrical claim, although logically possible, is actually false". This suggests
that the asymmetry cannot be obtained only by means of the formal argumentation, but it
rather needs the material elements from the other line of argument, even though Benatar
explicitly defends the independence between the two lines (for example, in pp. 14 and 93/4.
See last section of the present text). But from the strict formal point of view, everything
seems to "draw". On that footnote, Benatar concedes that the only thing his consideration
showed so far is that (3) "is not incoherent". But neither it is “incoherent", from a strictly
logical point of view, to say that the absence of pleasure is bad even when this damage is
not suffered by anyone. This may be challenged by false or inadequate, but not by
“incoherent”; so, the non incoherence is not a decisive argument in favor of (3).
If the counterfactual conception of a "possible being" is used in the same way when
assessing the absence of pleasure and the absence of pain, the asymmetry would not follow.
What is happening here is that in certain moments of his argumentation, Benatar uses a
different notion of "possible being", a concept that could be called "empty", according to
which a "possible being" would be the one that simply is not present in the world and
neither is counterfactually represented. Clearly, these two concepts are incompatible: when
using the counterfactual conception, it is irrelevant that the being is not present in the
world, since he/she is counterfactually represented; and when using the empty conception,
it is irrelevant making considerations of any kind about the possible being because, in this
conception, there is no such a being at all. Benatar allows the counterfactual conception of
a possible being when dealing with the absence of pain, but he imposes the empty
conception when dealing with the absence of pleasure.
1054
Ideally, someone could say (using the empty conception) that for the absence of
pain to be good, there has to be someone for whom this absence is enjoyable, and (using the
counterfactual notion) that the absence of pleasure is bad even when there is nobody to
suffer from it. If the "possible being" is conceived in (3) in the empty conception, the
absence of pain would not be good (or bad), and if the "possible being" is conceived in (4)
in the counterfactual conception, the absence of pleasure would not be not bad, but bad.
This would be establishing the asymmetry of the way around of Benatar, and with the same
drawbacks. In fact, to stay within the logical requirements, it would be right using both for
the absence of pleasure and the absence of pain, the same conception of "possible being"
whatever it is (counterfactual or empty). What is illegitimate is to mix them within the same
line of reasoning.
3
About this fallacy, see Kahane (1998), pp. 69/70; Fogelin and Sinnott-Armstrong (2001), pp. 367/369.
1055
(people without children are not considered immoral); that while it is strange to declare that
giving rise to someone to benefit him/her, it is not strange to declare that one does not give
rise to someone to free him/her from suffering (34); that by adopting the point of view of
the possible being, we can only regret for having brought somebody into existence and not
for not bringing him/her (34-35) and, finally, that on uninhabited land, we do not regret that
no one lives happily on them, while we regret of land inhabited by unhappy people (p. 35).
Regarding the first support asymmetry, one can argue, first, that the symmetry in
this case can be restored just by the same procedure applied in the first case4. Secondly, it
seems wrong to claim that there is not, in our societies, a duty to procreate, if understood as
a moral duty. Indeed, the moral character of an obligation is seen in the actual attitudes and
behaviors of a group, rather than in effective punishment mechanisms (with which the
obligation would cease to be moral to become legal). In the case of procreation, the moral
character of its obligation is clearly seen in the following evidence: (1) There is social
pressure for people to have children, pressure that can become intense, embarrassing and
even threatening (e.g., generating suspicion of homosexuality, perversion, bad character,
etc. on those who do not procreate), (2) There are incentives and social benefits for those
with children, which shows that, in the impossibility of having a law enforcing
reproduction, mechanisms are established for non reproductive people not to enjoy these
benefits, (3) Within the prevailing view, life is regarded as something very valuable, and
4
For the sake of brevity, I leave to the reader the exercise of these paraphrases, which can easily be deduced
from the aforesaid. Only as a clue, one can paraphrase, for example, the statement on the beginning of page.
32 by saying, “...the reason why we think that there is a duty to bring happy people into existence is that the
presence of this pleasure would be good (for the enjoyers) and the absence of pleasure is bad (even though
there is nobody to suffer the absence of pleasure)”. Here, we simply allow that the absence of pleasure is
assessed according to the potential concerns of the person (the counterfactual conception): if counterfactually
represented, there is someone who is harmed by the absence of pleasure. On the other hand, we could say in
strict symmetry: “In contrast to this, we think that there is not a duty not to bring suffering people into
existence because while their pain would be bad for them, its absence would not be good for them (giv en that
there would be nobody who would be benefited from it)”. Here, we allow that the absence of pain is assessed
according to a non-represented being (the empty conception): if there is no real being, no one can be
"benefited".
1056
therefore, it is ethically correct to have children, and the contrary position is considered
"selfish", especially if the person enjoys “a good quality of life”. This leads to the idea that
there is a moral obligation to procreate, and if a certain tolerance exists this is something
typical of a requirement of moral type, since there are no effective constraints to force
people to reproduce.
For all this, it does not seem that this new "asymmetry" is in good condition to
provide plausible "support" for the first one. And the others are even weaker: the notion of
"stranger" is dubious, subjective and socially relative, but even considering the term as it
usually works, it is false that it is "strange" that people justify having children in terms of
the benefits they cause them, and many people accept that this should lead to try to have as
many children as possible. Only when we refer to children who will be born very sick, it is
not "strange" to say that we avoid having them for their own sake. On the contrary, it would
sound very "strange" in our society to say that we will not have children to avoid them from
the hardships of life, when there is not a specific disease or impairment.
Following with the other "support asymmetries" considered plausible, of course one
can regret for the children‟s sake the fact that they were not born, under the very common
argument that if they could give their opinion, the children that will be born healthy would
like to live and wish that their mothers would not abort them. In the current situation, the
parents think they are benefiting their children by having them, and later the vast majority
of children think that they were actually benefited. Finally, it is perfectly plausible that
someone knows an uninhabited island and think of how much pleasurable this place would
be if it had, for example, an amusement park; there is nothing "strange" in the fact that
someone with this project in mind who could not achieve it for some reason, feels sorry for
the many people who could enjoy it and will be without this pleasure.
I think, then, that none of these other presumed asymmetries, even though they may
be widely endorsed by the multitude (p. 36), is stronger than the initial one, so that they
cannot work as its "support". Nevertheless, Benatar attempts to extract the result that
coming into existence is always a serious harm from this supposed asymmetry, which
1057
The obvious reply would be saying that, symmetrically, in scenario B, since X does
not exist, the absence of pain is good and the absence of pleasure is bad, but this is
precisely what Benatar rejects. Because, according to him, when someone does not exist,
the fact of not having pleasure is not bad, but we can say that it is good for this possible
being not to suffer from pain (p. 38). When considering the attempts to restore symmetry,
Benatar says that the one who held that the absence of pleasure of the possible being in
scenario B is bad (as reflected in the figure 2.2, p. 39), would be supporting a "too strong"
thesis (p. 38), while he considers "too weak" (p. 39) to attempt to restore symmetry saying
that, in scenario B of the non-existent being, nor the absence of pain nor the presence of
pleasure would be good or bad (as reflected in the figure 2.3. , p. 40).
5
I repeat here the numerations of the original in order to help following the exposition; readers who have
Benatar‟s book in hands can observe the figures directly and dispense with this didactical procedure.
1058
Benatar coherently believes that 2.2. is "too strong" because if the absence of
pleasure is considered bad "... we should have to regret, for X's sake, that X did not come
into existence. But it is not regrettable "(38-39). But I have already shown that it may well
be regretted, which shows that 2.2. is not "too strong" at all. Examining the other case,
Benatar correctly says that in 2.3., "not bad" means "not bad, but not good either."
"Interpreted in this way, however, it is too weak. Avoiding the pains of existence is more
than merely ‘not bad’. It is good” (p. 39). But this may be the case for existing people; for
non-existing ones, saying that neither the absence of pain or pleasure are neither good nor
bad it is perfectly appropriate, and not "weak"6.
If symmetry can always be restored in the indicated manner, the pessimistic results
of Benatar about that not existing is always preferable to existing (even in a life with
pleasures) do not follow. He states (p. 41) that it is clear that the absence of pain in scenario
B (where X never existed) is better than the presence of pain in scenario A (where X
exists). But this, if I am right, has not been proven. If it is allowed to the possible being
simply not being anything (without counterfactual representation), it makes no sense to say
that the absence of pain in scenario B is better than the presence of pain in scenario A,
6
There is not a unique way to formulate the equivocation problem in Benatar‟s formal argumentation. In her
critical study of Benatar‟s book, Elisabeth Harman understands this equivocation as occurring between
“impersonal goodness” and “goodness for a person” (Harman (2009), p. 780), although her line of
argumentation is different from mine. The equivocation could also be presented in a more sophisticated
logical bias as occurring in the very notion of "existing" considered as a logical quantifier (in expressions
such as "there is no one who ...", " ... unless there is someone who ...", etc.). Indeed, in (3) the expression "by
anyone" would be understood as a quantifier whose scope would be possible objects, whereas in (4), “there is
somebody” would be understood as a quantifier on real objects. When considering the absen ce of pain, the
verb to exist refers to possible objects, whereas when considering the absence of pleasure, the verb to exist
refers to real objects. I cannot develop these topics here.
1059
10
because one possible being in this empty sense cannot be "benefited" from the absence of
pain. On the other hand, Benatar argues that the absence of pleasure in scenario B is better
than the presence of pleasure in scenario A, because nobody is deprived of anything in B.
But I have already shown that restoring symmetry, i.e., allowing the possible being to be
counterfactually represented, makes perfect sense to say that the absence of pleasure in
scenario B is worse than the presence of pleasure in scenario A, because a possible being
in this sense may be harmed by the absence of pleasure, in a counterfactual consideration.
All these problems arise in the application of the terms "absence of pain" and
"absence of pleasure" to existing and to non-existing beings. It seems partial to put the
comparison between scenarios A and B only en terms of a confrontation between presences
on one side and absences on another, since scenario A also shows absences; scenario A is
in fact a combination of presences and absences (both of pain and pleasure), while in
scenario B, obviously, we have only absences. Benatar admits that these possibilities are
not reflected in his matrix (p. 41), although they are implicit. But this point is too important
as to keep it in the background, because it will have decisive influence at the time of the
comparisons between scenarios A and B.
When comparing the presence of pain in existing people and the absence of pain in
non-existing people, Benatar says: "In the first comparison we see that non-existence is
preferable to existence. Non-existence has an advantage over existence "(pp. 40/41). But
this is much less uncontroversial than it seems if we look at the difference between
"absence of pain or pleasure existing" and "absence of pain or pleasure by not existing."
Benatar attempts to support his assertion on the apparently indisputable fact that the
absence of pain is better than the presence of pain, but it is not clear that the absence of
pain by not existing is better than the presence of pain existing, due to the high price we
should pay for not existing. If Benatar argues that it is not a high price because existing is
always a serious harm, it is precisely this point that the asymmetry would have to
demonstrate, and not to presume. It seems that we must already have the (material) proof
that non-existing is better than existing to accept the absence of pain by not existing is
always better than the presence of pain existing. Here, we move in a circle.
1060
11
"In the second comparison...the pleasures of the existent, although good, are not an
advantage over non-existence, because the absence of pleasures is not bad. For the good to
be an advantage over non-existence, it would have to have been the case that its absence
was bad". (p. 41).
I have already shown to be perfectly plausible to accept this as being precisely the
case if we use "possible person" in the counterfactual way. Benatar‟s statement intends to
rely on the apparently undisputed fact that the absence of not depriving pleasure is better
than the absence of depriving pleasure, but it is not so obvious that the absence of not
depriving pleasure due to the fact that the person does not exist is better than the absence of
depriving pleasure when the person exists, and as before, he presupposes that it had already
been shown that non-existence is always better than existence, which is precisely what is in
question.
Benatar makes here a mistake that he complains against the hypothetical opponents
who object that "good" should be an advantage over "not bad" because the feeling of
pleasure is better than a neutral state (p. 41). He complains that this is treating "absence of
pleasure" in scenario B (of never existing people) as if it were similar to the "absence of
pleasure" in scenario A (of existing people); but he does the same in the case of the
"absence of pain": he makes no difference between feeling pain existing (scenario A) and
not feeling pain by not existing (scenario B). The presence of pain in A is worse than the
absence of pain in A, but not necessarily worse than the absence of pain in B obtained at the
price of not existing. In any case, it seems illegitimate and partial to compare absences (of
anything) in absolute terms, instead of comparing absences within existence and absences
paying the price of not existing.
To give more strength to his asymmetry, Benatar presents (p. 42) an analogy: we
have two persons, S and H, S has a tendency to fall ill, but with ability to recover quickly;
1061
12
H does not have this ability, but this person never gets sick. Thus, it is bad for S to get sick
and good for S to recover quickly, but while it is good for H never being sick, not having
quick recovery is neither good nor bad. From this, it follows that the state of S is not better
than the state of H, since a world where I can get sick and recover quickly is not better than
a world where I never get sick. The analogy with the birth seems clear. But yet in this
analogy, the same problem identified above is present, because one can argue that H is not
better than S, because although it is better, in scenario A, not getting sick than getting sick,
this may not be the case if never getting sick is paid with the price of not existing. There is
one important difference between never getting sick for not being born and never getting
sick because I was born and have a very good health. This suggests that it could be better to
get sick existing than never getting sick by simply not existing. It appears again that the
asymmetry already needs the material thesis that not existing is better than existing, which
is precisely what was intended to be proven by the asymmetry.
In the last chapter of his book, Benatar states that there are many problems for those
who reject the asymmetry. One of them would be to accept that we have a moral reason,
and perhaps a duty, to create people for them not to be deprived of the pleasure, or that we
should regret that we do not bring people to the world or the fact that they do not live in a
pleasant place, etc. But, as was shown, there is nothing wrong in these consequences from
the strictly formal point of view; on the contrary, they seem formally compelling. On the
other hand, Benatar says that rejecting the asymmetry would lead us to accept that we do
not have good moral reasons, based on the interests of a possible suffering person to
prevent his/her birth, nor could we regret having brought him/her to existence based on
these sufferings, nor we should want people who suffer miserably in some part of the world
to never being born. But again, none of these consequences is wrong from the strict formal
point of view; they just do not fit in Benatar's convictions about life. Benatar is convinced
that this is a life of suffering and that people should not be born and we can perhaps agree
with him; but only the alleged asymmetry between absence of pleasure and pain cannot
establish these arguments; in fact, it has to presuppose them; this undermines the thesis of
the independence between the two lines of argument (as I will show in OJO).
1062
13
The formal argumentation tried to show that not being born does not harm (on the
contrary, it benefits); the material argumentation will be devoted to showing how being
born harms a lot. Within an empiricist and Utilitarian stance of the calculation of losses and
benefits, Benatar said it would be a mistake to evaluate the quality of human life by a
simple absolute summation: one evil for one good. We must understand how these goods
and evils are "distributed" in existence (p. 62), the intensity of pain and pleasure, life
extension, and the fact of having lived experiences so bad (such as to lose body parts) that
no good can compensate. It is a fact that all people permanently suffer from fatigue, hunger,
thirst, intestinal malaise, thermal differences, pain, lethargy, frustration with disabilities,
headaches, allergies, chills, stomach aches, heat flows, nausea, hyperglycemia, guilt,
shame, boredom, sadness, depression, loneliness, dissatisfaction with their bodies and
suffering for more serious illnesses of those we love or of ourselves (p. 71). Human desires
are compelling and disturbing (p. 75) and human life, in a cosmic point of view, seems to
lack any sense. Chapter 3 ends in apocalypse, talking about natural disasters, hunger (89),
devastating diseases (90) and violence (91). The presence of "well-known features of
human psychology" may explain the positive opinion that people have, in general, of their
own lives: the tendency to optimism, the incredible ability to adapt to new circumstances,
however painful, and the tendency to compare our lives with other‟s and coming out
winning in comparison (p. 64 - 69).
14
unnecessary, so that pleasure was immediately obtained; and on page 84, he imagines a
world in which human life was much longer, devoid of pain and frustration and with much
greater capacity to acquire understanding. Benatar accuses people, for not having sufficient
imagination to conceive these worlds better than ours, but one could think that the opposite
is happening at present: the scientific and technological imagination just escaped from all
limits.
Nowadays, it is thought, for example, in a world where medicine could, in the not so
distant future, discover the secrecy of aging and make people simply no longer die from
aging and start to live indefinitely, or a world where the replacement of deficient organs by
new ones would be very simple, or where serious illnesses were things of the past7. They
talk about a genetic program of well-being, change of the eco-system and re-writing of the
genome, seeking for a world full of unprecedented benefits, which would greatly
compensate the still remaining damages. In this view, Homo Sapiens would be the only
species able to free the world from suffering, so that it is vital that humans can survive on
earth. Benatar could accuse the authors of these ideas of anything, but of "lack of
imagination." According to them, it would be rational and ethical continuing to generate
people in a world still bad, but with good perspectives for improvement even if it is the
result of a mammoth task that still takes many generations. I do not see how merely
empiricist and Utilitarian methodologies can deal successfully with this type of objection.
7
Cfr. Benecke (2002).
8
Schopenhauer (2005), Part IV, sections 56 to 59.
1064
15
Suffering, for Schopenhauer, in the form of pain, boredom, and moral failure, is not a mere
empirical fact, but a necessary feature of existence9. Benatar employs Utilitarian calculus to
get his results, based on the mere predominance of evils on goods, but on the other, he
celebrates Schopenhauer, whose pessimism is based on the problematic character of the
structural origin of life, and not on the mere gains and losses.
The odd thing is that the structural elements are not absent in the book of Benatar,
but mixed with the Utilitarian resources. For example, every time he alludes death and
disease, or the insatiable desiring mechanisms (p. 74), he is actually pointing to structural
elements of life that should not be put to the same level as allergies, headaches or injustice;
there may be lives without them, but they are all decaying and terminal. But the moment
where Benatar best visualizes the structure of human life is the last chapter, when trying to
resolve the apparent paradox that, being birth bad, death must also be considered bad. For
the philosophical common sense argues as follows: since being born was bad, to die must
be good. Benatar answers to this question in an appropriate way, but in doing so, he clearly
shows the mix of empirical and structural methodologies:
“...it is because we (usually) have an interest in continuing to exist that death may
be thought of as a harm, even though coming into existence is also a harm. Indeed, the
harm of death may partially explain why coming into existence is a harm. Coming into
existence is bad in part because it invariably leads to the harm of ceasing to exist ” (p.
213, my emphasis).
Here, Benatar finds out that being born mortally and dying punctually (some day)
are just aspects of one and the same process: being born mortal is already starting to die,
and that is why both issues are bad, because they are intrinsically connected. The use of
structural elements by Benatar is quite curious, because, on the one hand, he openly
9
Even attenuating his own pessimism, Schopenhauer states that, precisely, this inevitable and necessary
feature of suffering should give relief to humans because their condition would be even worse if the pain was
something contingent that could somehow have been avoided. (Schopenhauer (2005), Book IV, section 57, p.
411).
1065
16
The structural point of view of Schopenhauer, I think, is better equipped to meet the
objections of meliorists such as Doyal, who believes in the "brave new world": the crucial
problem would not be in changing worlds, but purely and simply in becoming one world
(any world); the mortality of emergence of a world will continue to exist in this world
without disease or aging, for when the technical procedures to obtain these benefits were
available, they will block the birth of new generations, not mentioning the many social,
political and economic conflicts that these scientific advantages will bring. Therefore, if the
material argumentation is convincing, it will be for the structural elements it contains,
rather than due to the efficacy of the mere Utilitarian calculation.
At various moments in his book, Benatar states that the two lines of argument,
formal and material, are independent:
“The arguments in the third chapter thus provide independent grounds even for
those who are not persuaded by the arguments in the second chapter to accept the claim
that coming into existence is always a (serious) harm” (p. 14).
And:
“There is more than one way to reach this conclusion. Those who reject the
arguments in Chapter 2 that coming into existence is always a harm may nonetheless be
persuaded by the arguments in Chapter 3 that our lives are actually very bad” (p. 93 / 4).
1066
17
At the beginning of Chapter 3, the author insists that evidence independent from
asymmetry will be provided (p. 61), as a "continuation" of the arguments of Chapter 2,
where nothing was said about the magnitude of the harm imposed to those who are born.
With this, it is assumed that the issue has already been well established, and in Chapter 3
we will see only how serious the situation really is. This suggests that what is really
important has already been shown by the formal demonstration, and that arguments of
Chapter 3 could, ultimately, be exempted (having been proven that life is bad, maybe it is
just emphatic showing that it is very bad).
I hold the exact opposite is the case: while I agree with Benatar that the material
arguments do not need the formal ones (based on the supposed asymmetry), the inverse
situation is not the case: the formal arguments need the material arguments. This
dependence appears for the first time when, just before asymmetry is presented, Benatar
uses several lines (from page 32) on issues of material type ("As a matter of fact, bad things
happen to all of us", "No life is without hardship”, etc.), and to face the well-known
optimistic objection that "also good things happen to those who exist," he presents the
asymmetry. But my previous arguments, if correct, show that the formal line is not able to
show alone that failing to procreate does not harm (and that, to the contrary, it benefits), or
that not existing is always better than existing. Precisely, because in the purely formal level,
symmetries are restored, the material elements are required to decide the issue in favor of
the pessimistic view.
Indeed, after knowing the material evidence that human life is very bad because we
are constantly disturbed by unpleasantness, devoured by insatiable desires and shaken by
the meaninglessness of life, we can accept that not feeling pain by not existing is better than
feeling pain existing, because we now know that existing is very bad: if not to feel pain we
have to pay the price of not existing, we know now that this price is not too high. On the
other hand, we can also accept that not depriving pleasure by not existing is better than
depriving pleasure existing, for now we know that existing is very bad: if to feel pleasure,
we have to pay the price of existing, now we know this price is too high. But this makes the
1067
18
material evidence much more important than it was, and especially than Benatar himself
thinks it was, no longer considering it as mere "continuation” or supplement of something
that would have been proven before.
I think this evidence of the dependence of formal arguments over the material ones
suggests that perhaps it would have been better for Benatar‟s argumentative procedure, to
reverse the order of the chapters, i.e., to quickly dispose of material evidence about the poor
quality of human life to go better equipped to the formal line. However, given this situation,
one could maintain something much stronger: not that the order of the chapters should be
reversed, but that all the formal argumentation could be waived. Given the dependence of
formal argumentation over the material one, the many problems of formal argumentation
and the great power of the material line (especially if improved with a clear explanation of
the structural elements), one could simply dismiss the arguments of Chapter 2 and support
the demonstration of the main theses of the book (that coming into existence is always a
serious harm and that procreation is ethically problematic) only on the material arguments,
without having to use support asymmetries, indirect evidence and questionable analogies.
References.
Andorno Roberto, „David Benatar‟s Better never to have been: The harm of coming into
existence‟. Medicine, Health Care and Philosophy. (2008). 11: 112.
Belshaw, Christopher, „David Benatar. Better never to have been: the harm of coming
into existence‟. Notre Dame Philosophical Reviews, 9 june (2007).
Benatar, David, Better never to have been: the harm of coming into existence.
(Oxford: Clarendon Press, 2006).
, „Christopher Belshaw‟s review: better if it had never been‟.
1068
19
, David Benatar‟s Response: „Grim news from the original position: A reply
to Professor Doyal‟, Journal of Medical Ethics, October 2007, 33: 577
Benecke Mark. The Dream of Eternal Life. Biomedicine, Aging and Inmortality. Columbia
University Press, 2002.
Cabrera, Julio, Critique of affirmative Moral. An essay on birth, death and value of life
(Crítica de la Moral Afirmativa. Una reflexión sobre nacimiento, muerte y valor de la
vida). Editorial Gedisa, Barcelona, 1996.
Doyal, Len, „Is human existence worth its consequent harm?‟ Journal of Medical Ethics,
October 2007, 33: 573 – 576.
Harman Elisabeth. „David Benatar. Better never to have been: the harm of coming
into existence‟. Nôus 43:4 (2009) 776-785.
Julio Cabrera
Introduction.
In the strict domain of ethics, Julio Cabrera began his reflections on lack of value of
human life, procreation and suicide in the late eighties, publishing a small programmatic
book called “Project for a negative ethics” (São Paulo, 1989). His seminal ideas on human
condition and morality shake the basis of usual European ethical theories all of them
founded on the existence of a doubtless basic positive value of human life and the
consequent possibility of an ethical life. Cabrera’s ideas must lead to a second thought and
a new look on these issues. In a nutshell, his ideas are the following:
1. Human life lacks value in its very terminal structure in basically three dimensions of
suffering: pain, tedium and moral disqualification of human beings in general. This
must discard the usual difference between honesty and dishonesty in moral theories
because, given human condition, it is impossible to live a moral life in the strict
sense.
2. All positive values are intra-wordly creations and inventions of attitudes and
actions; positive values are always reactive (produced against the terminal structure
1070
of being) and onerous (paying high prices or damaging other’s projects). This must
deny the usual idea that a human life consists of a mixture of pains and pleasures. In
fact, pleasures are reactive and onerous, intrinsically connected to suffering and
subordinated to them.
3. Consequently, procreation is in any case morally problematic, even the so-called
“responsible procreations” (and perhaps them specially), because it consists in
providing to others the terminal structure of being and its consequent pain, tedium
and moral disqualification, and the mere possibility of inventing reactive and
onerous positive values to support terminality. This must contest the usual idea that
birth is a gift and procreation the paradigm of an ethical action.
4. A second corollary concerns suicide: beyond the impossibility of suicide in
traditional metaphysical philosophy, and keeping distance from vulgar pessimism
establishing suicide as a sort of necessity, Cabrera’s negative ethics sustains suicide
as a plausible possibility of human life, no more immoral than human acts in
general (given the general moral disqualification) and with more chances of being a
moral act than many other actions, provided that suicide succeeds in defeating the
powerful inclination to preserve one’s own life in any circumstances, which is the
source of non consideration of other people’s interests. All this must defeat the
usual idea of suicide as the worst of human sins.
Much before the publication of David Benatar’s book Better never to have been, in
2006, professor Cabrera’s thinking about the issues of lack of value of human life,
procreation and suicide was developed in many books and articles in Portuguese and
Spanish, showing once more that philosophical work written in other languages different
from English simply does not exist for the international community of philosophers; a
cultural situation to be pondered in its profound significance.
1071
1. Throughout the history (of philosophy and of humankind) an intrinsic positive value
has been given to human life. Because human life has this intrinsic positive value,
procreating is good (or more: it is the most sacred and sublime moral value) and
committing suicide is bad (or more: it is the worst, the greatest moral sin).
2. With intrinsic value I mean: whether life has a metaphysical value (as in
Christianity) or it has a practical value (as in Kant); in any case, there is an ultimate
value, which makes human life inviolable. Ethics, in this tradition, is understood as
an activity aiming to determine how-to-live a life guided by that supreme, basic
value, intrinsic to human life.
3. Negative ethics starts with a negative ontology that presents life as having an
intrinsic value, but negative. Therefore, it primarily denies Agnosticism, the idea
that in life there is good and bad things, and that neither a positive nor a negative
value can be derived from human life. Nevertheless, it is the very being of life itself
that is bad, not in the sense of a metaphysical evil, but in the sense of a sensitive and
moral uneasiness.
4. The very being of human life is a terminal structure that starts to end from the
beginning, and that causes uneasiness in the sensitive level, through the phenomena
of pain and boredom, and in the moral level, through the phenomena of moral
disqualification. We are thrown into a body always subjected to disease, in fast
process of aging, decline and final decomposition, in obligatory neighborhood with
others in the same situation, what leaves little space for mutual moral consideration.
5. Positive values do exist, but they are all of the order of the beings (and not of the
order of Being) and they are all of a vindictive character, or reactive to the structural
uneasiness of Being; moreover, they pay high ontological prices (when a value is
1072
6. The philosophical ethics have regularly supposed that life is intrinsically valuable,
and that it is possible to live an ethical life guided by this value. Negative ethics
states that life intrinsically causes sensitive and moral uneasiness and that an ethical
life is built with intra-worldly ethical values, reactive and onerous, within the
structural uneasiness, and that an ethical life is possible only inside this existential
framework. Negative ontology (which is a naturalized ontology, to the extent that
the characteristics of being are those of nature) replaces, therefore, the rationalist
affirmative ontology of tradition, in the light of which all European ethical theories
we know were built.
8. In this level, negative ethics simply shows that, when the usual and current
affirmative categories are seriously taken into consideration, the result shall be that
all human actions are morally disqualified at some point, in some respect, at some
moment or situation of its performance or compliance. This is important because it
is not the case that “negative” categories lead to these results, but affirmative
1073
categories, when radicalized, do the job. This suggests that all ethical theories we
know perform an internal differentiation within general moral disqualification,
declaring to be moral some of the disqualified actions, and disqualifying others in a
sort of second order disqualification.
9. But why do we have the strong impression that ethics exists and that we can be
moral agents? When ethics talk about happiness, virtue or duty, when they accept
the difference between good and bad people, they are concealing the structural
disvalue of the being of human life and forgetting the reactive and onerous
character, intra-worldly invented, of positive values. Actually, we are all morally
disqualified; disrespectful people do not constitute a small group of exceptions. All
ethical theories that we know, that we read on our books of philosophy, are “second
degree ethics”, hiding and concealing, through all sort of mechanisms, the structural
disvalue, the moral disqualification, the situated and partial character of all positive
value. (The usual ethics are built within the framework of a radical ethical
impossibility).
10. The fundamental deforming factor in ethics is the persistent belief that life is
something good, that some people are good because they follow the norms of life,
and other (few, exceptional) are bad for transgressing them; without seeing that
goodness is built inside a fundamental evil, in a concealing and never gratuitous
way (without paying prices). The impossibility of ethics is hidden in everyday life,
and also in the prevailing affirmative philosophical thinking, guided by the ideas of
the value of life and of the exceptional nature of “evil”.
11. As a corollary of this view of things, procreation can be seen as an act morally
problematic and, in many cases, simply irresponsible, since it consists in putting a
being into existence knowing he is being placed in a terminal, in friction and
corruptible (sensitively and morally) structure, where the positive values will
always be reactive and will pay high ethical and sensitive prices. Even the ontically
responsible procreations are morally problematic, because the most one can give to
1074
12. Another important corollary is that suicide, far from being, in this perspective, the
more horrible moral sin, turns into an act that has better chances of being moral than
many others, to the extent it empties the spaces of struggle against the other; even
though it may also damages, it does so not differently from the rest of human acts;
the suicidal act is as reactive and onerous as the other acts, and maybe less (since it
is about a sort of self-sacrifice, of stopping to defend oneself); and it is, certainly,
the last disrespectful act. After all, we cause more damage staying than we do
leaving. (In every way, from the disvalue of being of human life does not emerge
suicide as a necessity, but merely as possibility: each one of us will have to decide
whether to continue or not struggling against the disvalue of being).
13. Pain, boredom and moral disqualification are permanent and structural motives for
abstaining of procreating and for suicide, independent from ontic motivations.
14. Summarizing: according to affirmative ethics, human life has an intrinsic positive
value; procreation, even if sometimes irresponsible, is in general sublime; and
suicide, even sometimes comprehensible is, in general, abominable. According to
negative ethics, on the contrary, life has a structural negative value; procreation is,
therefore, always irresponsible; and suicide can be not just morally justifiable, but
an act with more chances than many others of being a moral act.
1075
Comments.
The essential datum of my practical philosophy is the structural disvalue of human life
and its constant concealing in order that life (and ethics) be possible1. The disvalue of the
being of human life is what cannot be accepted or assumed, that will be concealed until the
end, because the basic value of human life is seen as what sustains the rest. I believe, on the
contrary, that the negative ethical thinking can open unsuspected spaces for moral actions.
(See further on).
Life continues due to a powerful vital impulse, immoral and irrational. The arguments
do not affect this value, it overruns and pull down all of them. Humans stay alive and
procreating not because life is intrinsically valuable, but because they are compelled to live
even in the worst conditions. It is a mere “value of adhesion” (with something as a “value
of resistance”, of competitive nature). Etwas Animalisches.
Philosophers and people in general should understand that what they call “value of
human life” is not value of human life in its being at all, but that they are already pointing
to the values which we are obliged to create precisely because life, in its being, IS NOT
GOOD. (We do not need to give value to something already valuable). Our defensive or
vindicatory actions try to make life something good (or at least tolerable), and these actions
are confused with the being of life itself, which is so bad that obliges us, precisely, to create
defensive values. Human life is, in any case, a conjunction of structural disvalue and
positive intra-worldly invented values. And the persistent tendency is to take the seconds as
if they were refutations of the first. (I call this the “fallacy of the way back”). The existence
of positive values is not the refutation of the disvalue of the being of life, but, on the
contrary, its powerful confirmation: the worse are the rigors of being the more intense and
dazzling are valuing intra-worldly inventions.
1
Incidentally, the essential datum of my theoretical philosophy is the Gestalt character of philosophies, that
the pluralism of philosophies is not an anomaly, but the very deployment of philosophy itself; that, therefore,
there is no philosophy that is true while all the others are false except from the perspective of their authors
and sustainers. This of course applies to all kinds of philosophies, including philosophies of ethics.
1076
The best would have been not to be born. Not being born is, in a negative ethics, the
absolute good; but it is, precisely, the good that cannot be sought. (Attention: the situation
is more radical than in the case of goods that can be sought but never achieved; not being
born cannot even be sought).
Once being born, what can we do, from the moral point of view? How can we still
be ethical? Well, in a radical sense, in a first degree ethics, it is impossible: we have been
put into a declining body and in spaces of disrespect: in order to live, to be able to continue,
we will need to destroy, to open our paths, to disrespect others. The first thing I should do
is: not procreate. I am not obliged to procreate (although nature and society encourage me
to do so). If I procreate, I do it in wide and free spaces of decision, and in self benefit.
Will the second moral demand be killing myself? Well, committing suicide faces
several problems, technical, practical, juridical, etc. On the contrary of what many people
think and say, committing suicide is a very difficult enterprise. But speaking just about the
moral inconvenient, the first thing to say is that suicide will also violate FEA, as any other
human act does. Therein, the most one can do in the track of a quest for the morality of
suicide will be trying to describe some characteristics of suicide that do not make it more
immoral than many other human acts, or that can make it more moral than other human
acts. My points are as follows:
(a) The thesis of moral disqualification regards suicide not specifically as suicide, but as a
human act whatever. Therefore, initially, there is not a specific moral condemnation of
suicide; suicide is morally disqualified as any other human act (in the sense that any act
causes damages to other people, regardless how well intentioned it may be). The
immorality of suicide is highlighted, in the affirmative contexts, because the radical thesis
of the moral disqualification of every human act was not recognized (due to the ignorance
1077
of the negative ontology, and because of the metaphysical and rationalistic conception on
the human being).
(b) On the other hand, as it can be observed, the suicidal act does not damage in a peculiar
way: through powerful psychological and biological mechanisms, people tend to accept and
continue living after the death (suicidal or not) of their loved ones. It is true that there are
people who never recover from the suicide of a loved one, but it is also true that there are
people who never recover from the homicide of a loved one (for example, the parents of
little Hélio, in Rio de Janeiro three years ago, dragged over many kilometers by criminals).
There is nothing in suicide that makes it especially traumatizing to all humans. There are
people who feel relieved and accept more when they know that a loved one decided to die,
instead of watching him slowly languish in a “natural death”.
(c) The thesis that suicide would be an act particularly immoral, the worst of all, is based on
some metaphysical or religious thesis connected to points of reference nowadays in crisis or
abandoned. If the negative ontology is accepted, there is a permanent structural motive to
killing oneself (the negative structure of the being of life), and therefore it is absurd the
question of psychologists and sociologists about the motives of the suicide, as well as the
transformation of suicide into an “enigma”; in the light of negative ontology, the true
enigma is how human beings can keep living after all. But we still have to find the moral
motives to suicide, because killing oneself just to run away from the negative structure of
being is not, per se, morally justified.
(d) The whole previous text aims to show that suicide, in spite of its presumed morality was
not constituted, neither can it be seen as a particularly immoral human act. Let us now see
how it can be defended, in certain cases, as moral. There is a first aspect of the suicidal act
that seems to clearly put it in the direction of morality: the suicidal manages to overcome
the natural (and social) powerful impulse of staying alive without conditions and in any
circumstance; it seems that all morality has as necessary condition (although not sufficient!)
the capability of overcoming this natural resistance. But of course one can have this
capability without the suicide being moral: for it to be, the overcoming of the natural (and
1078
10
social) resistances of staying alive must have a moral motivation. However, the fact that
suicide complies with this necessary condition seems to put it in advantage with regards to
all those human actions of continuing to live at any cost.
(e) My idea of formal suicide (Critique of affirmative morals, 1996) resides in that killing
oneself is morally justified when the negative (terminal) structure of the being of life totally
strangles, or is about to strangle, the possibilities of living a life of moral consideration in
relation to the others. Being human life, in its structure, the search for equilibrium – always
unstable - between the terminal structure of being and the intra-worldly invention of values,
it seems to be morally justified the suicide performed when the spaces of this invention
were or are about to be totally closed. This will not prevent suicide from violating FEA (in
a radical sense, no human act is radically justified, unless, maybe, the non-procreating). It
will justify killing oneself only as a last damaging act to FEA, in order to avoid its absolute
violation when a moral life is no more possible at all.
(f) This is what makes me reject every other kind of suicide as being moral, if it is
committed in “wide spaces”, that is, without being cornered by the terminality of being,
regardless how “altruistic” its motives may be. Because, since both suicides (the formal as
well as the altruistic) will damage FEA, the only thing that can justify formal suicide is that
it was committed in an extreme case, under risk of not having an ethical life at all; this
justification is out of reach for the “altruistic suicidal”, to the extent he has spaces (or
“freedom”) to keep living morally, with all the inconvenients. One should evaluate the
moral onus (the inevitable moral disqualifications) of continuing alive and those of killing
oneself: the balance, in formal suicide, is clearly favorable to killing oneself (because there
are no way outs); however in the case of the altruistic suicide, it is not excluded the
possibility that continuing to live is more moral – concerning the others - than the pretense
“sacrifice” of the martyr (who is full of genealogical inconvenient already captured by
Nietzsche).
(g) The general pattern of moral justification of suicide is as follows: “It is morally justified
to stop living in all situations where the intra-worldly creation of values has literally (or
1079
11
predictably) been blocked by the advance of the terminality of the being of life in its natural
and social deployments”. Of course this pattern does not order every person who is in this
situation to commit suicide; it just says that those ones who do it does not commit an
immoral act (besides the inevitable break of the FEA which affects every human act, in the
sense of harmful consequences for other people); those who do not do it have merit, but
what this person does cannot be ordered. The pattern just states that this person cannot be
morally condemned. This pattern shall morally justify the suicides of Seneca and Walter
Benjamin, committed for motives of social strangling of moral possibilities, and the one of
Arthur Koestler, or Mário Monicelli, who killed themselves to run away from an incurable
illness. This pattern leaves aside, in principle, a huge amount of suicides without the
support of moral justification (but there may be other kinds of justifications!). For example:
suicides that include homicides, aggressive suicides, revenge suicides, suicides for protest,
performatic suicides, proud suicides, suicides for lack of success (or for excess of
recognition!), suicides for love (Werther), suicides for competition (Russian roulette), and
even the “altruistic suicides”!
(h) But this is just in principle. The suicidal pattern could be broadened complying with
two conditions: (h.1) Understanding “or predictably” in the formulation in a very wide way.
That is: the strangling of possibilities may not be literal, but being in a situation leading
inevitably to strangling. This is clear in the case of a person who has been diagnosed with a
degenerative disease and who wants to die before its final consummation; however, a
suicidal for political protest could claim that, in staying alive, sooner or later the strangling
of possibilities would arrive (through ideological censure, political repression, etc). (h.2)
Granting to people a high level of reliability to judge over the strangled character or not of
their possibilities of moral life. (In the extreme case, recognizing to Werther the capability
of saying: “Without my loved Carlota, I would not be able to live a moral life. I would
behave badly with everyone out of resentment”). If h1 and h2 are accepted, the pattern
could justify many other suicides, or all suicides. I, personally, do not find this reasonable
for the same previous motive: when the strangling is not literal or almost literal, nothing
prevents that continuing to live can be more moral than killing oneself.
1080
12
If for one motive or another, we do not commit suicide and continue living, which
are still the possibilities of a moral life? Here one must read the “Small Survival
Handbook”, in the Critique of affirmative morals (1996). There is also a new text included
on volume XX of my Complete Work, which I transcribe herein:
The very saying herein exhausts the sense of what was said, a sort of pragmatic
demand that overcomes the specific semantic content. As in Psychoanalytic treatment
sometimes there is some necessity of just saying something in order to have said, to make it
registered. (In the same way we travel in order to have traveled). But I myself do not know
very well what to do with those thoughts once they have been exposed. In a certain way,
they are perfectly useless (or inoperative, as I use to say). But I think that, within this
uselessness or ineffectiveness, philosophy really reaches the limit of its own consummation
as a critical and clarifying speech. Nothing has been guaranteed about if philosophy itself
could remain untouched during this dangerous task, or if philosophy would be one of its
own victims.
From the beginning, I believe it is important to say all this about human condition,
to oppose to the usual policy of concealment, disguise and not-saying, as much as to
1081
13
provoke reactions, to make the listeners search for new and creative solutions. Thus,
beyond its “practical implementation”, I see a value in simply think and say these thoughts,
because they are contrary to the usual lines and directions and create a healthy and
challenging perplexity. Sometimes, when I expose my ideas, I do not want you to do
nothing at all. In principle, I do not recommend anything; I just describe what seems to me
should be taken into account when deciding how we are going to face all that. What we
will do with the delicate equilibrium between the terminal structure of being and the intra-
worldly invention of values shall be a singular decision in each case. If I would recommend
something, it would be: do not keep pretending that our life is a wonderful gift that does
not have any structure, something that is resolved just in harmless ontic strategies.
Someone could demand more. If there is indeed a “negative ethics” that is not just
another demolition of morality, but a morality itself even in a negative scope, something
should be said about what to do with such thoughts on a “form of life” (to use the fleeting
wittgensteinian notion). Well, there is something that might have already got evident: from
the negative point of view, speaking about a “form of life” can be the same as speaking
about a “form of death” (a category not treated by Wittgenstein nor by anyone, except by
Freud, who is strictly not a philosopher); and if there is something as “good life”, it might
be the same as “good death”. That is, in a negative ethics, there is no “good life” that death
destroys (because there is not the usual separation between life and death), but, in any case,
a “good death” that consumes a life from ever terminal. There is not, in negative ethics, the
affirmative ideal of a “good life” that we usually find in the available ethical literature. In
the sense presented here, there cannot be anything as a “good life” (and how could it
exist?). The question consists in asking ourselves if we really need something like this and,
in case we need it, ask if we count on the means to reach it.
From what has been presented so far, it seems we can only have a life that escapes,
with a certain success, from the unbearable suffering, and this would already be enough (in
fact, it would be enough to 70% of mankind in the world: get them rid of the unbearable
suffering; any “happiness” would be for them a luxury). Escaping from unbearable
suffering means having good relations with death, instead of the bargain and simulation we
1082
14
currently have. Of course, death is the radical avoidance of suffering; in fact, death was, to
many people, the only available way of avoiding suffering, and this must say something
important about the value of human life. (It does not seem good a life in which, much
frequently, death is the only way of running away from the unbearable suffering). Thus,
“thanatizing” life would be a first movement of any negative ethics, which means giving up
any project of a “good life” that does not include the thanatos elements in its reflection.
So it is not possible, in negative ethics, to ask about “how to live” without asking
about “how to die”. This is the first step. So far, the affirmative values have instilled us the
idea that there is a life independent from death, that people want to live and continue to
live, and that ethics has to give us tools and subventions for that. However, there is no
“life” in that sense, because life is initially terminal; so ethics in negative vein does not
have to teach us how to live moving us away from death (and how could it?), but to learn
how to live terminally, how to live dying. Negative ethics is a “thanatos ethics”, and if we
do not like this and prefer to forget death and dive into the noise of the so called “life”, it is
even worse; this bet will not go much far; mortality erodes each moment of life, whether
we want it or not, and it is better to face it in the most number of moments possible.
Our lives are structurally this, a lived dying in which we should improve ourselves.
In a certain way, any bet for life without death will be, from ever, fated to failure. Negative
ethics bets for death with life and, therein, it cannot lose, because it follows the very
direction of things.
I think all people have already realized, even pre-reflexively, that there is basically
death, terminality; and they try to die in the best possible way (smoking, consuming all sort
of things, buying DVDs, traveling around the world, committing suicide or studying
Heidegger). All strategies and actions that we usually connect to “life” are, as a matter of
fact, thanatos strategies and actions, manners to take forward the mortality of our being,
since full life (which was our first option), has showed to be impossible. (It is as our first
option had been life, the very life, without pain, without suffering, without attrition,
without friction, without wastage, without destruction, without moral disqualification, etc;
1083
15
but this door has been closed on our faces; therefore, now we want to die in the best way
possible, through an investment from all those negativities, through a compromise that does
not hurt us too much).
A negative life is inserted inside this general and shared thanatos, but has some
particularities that should be mentioned. The negative human being has a greater familiarity
with the terminality of being; he neither conceals it nor embellishes it, he thinks about it
very frequently or almost always, and has full conscience about what is pre-reflexive for
the majority, that is, all we do is terminal and can be destroyed at any moment. Negative
life, in this sense, is melancholic and distanced (but never distracted or relaxed), not much
worse than most lives and much better than them in many ways, a life with neither hope
nor much intense feelings, neither of deception nor even enthusiasm. And, above all,
without the irritating daily pretending that “everything is fine” and that “we are great”,
while we sweep our miseries under the carpet. Therefore, it is usually a life without great
“crisis” or great “depressions” (by the way, depression is the fatal fate of any affirmative
life); negative lives are anguished lives, poetic and anxious, and almost always very active
lives.
In the Critique, I have already written that a negative life shall emerge, basically,
on four ideas: (a) Full conscience about the structural disvalue of human life, assuming all
the consequences of it; (b) Structural refuse to procreation (a negative philosopher with
children is even more absurd than an affirmative one without them); (c) Structural refuse to
heterocide (not killing anybody in spite of the frequent temptation to violence); (d)
Permanent and relaxed disposition for suicide as a possibility.
Why does this negative life constitute an Ethos? (it could be a “negative life” but
not an ethical negative life). The guiding idea of the affirmative ethics was that an ethics
could just emerge from an intrinsic value of the human being, from considering the human
being as “valuable in himself”, as having a “dignity”, etc. The idea of the negative ethics is
that morality could emerge from the conscience about the greatest and most fathomless
misery, and not from a positive value; that trying to find a fundamental positive value leads
1084
16
to all the usual perplexities of the affirmative moral theory (for example, to kill in order to
preserve life, and so on). What is ethically important is the application of the FEA, the
consideration for the interests of others together with your own; that is, inviolability of
human life. Actually, in a negative thinking as the one exposed herein, blaming or
penalizing the other for the negativity of being, for the impossibility of living a non-
terminal life, is more one epistemological (and rather stupid) mistake than a strict moral
fault. The other has nothing to do with what happens to me; there is something structural
that cannot be lived by human beings in general, that tricks us and turns us ones against the
others.
So there is a motive not strictly moral, but epistemic, to maintain an interest in the
observance of the FEA: the others cannot be blamed for the terminality of being, to which
all of us are submitted. The moral disqualification and suffering are our negative
patrimony, which we see ourselves obliged to administrate against each other, as part of the
deep disvalue of our lives. So, from the moral point of view, the question is about trying to
establish a profound connection between the disvalue of being and the inviolability of the
other, given the failure of building this inviolability on affirmative values through strong
mechanisms of concealment of the terminal structure of human life, without any thanatos
investment.
Our world is the current attack of thanatos against the walls of concealment, against
the affirmative refusal of all negotiation with death. People and populations appear as
guilty of a great absence, as those ones who must be killed in order the being be possible.
All ontological catastrophe is transferred to the intra-world, the guilty identified and the
mechanisms restorative of the Order put in action. The denial of the ontological difference
and the forgetting of the mortal-being of being point out to the environment where the
affirmative life develops in its usual aggressive way, heterocide, anti-suicide and
procreative. Affirmativity advances inexorably, procreating and killing without mercy,
producing and annihilating life, making its everyday ontological revolution; convinced that
terminality is the evil fruit of some sneaky intra-worldly plot.
1085
17
Our world full of injustice, suffering, war and intolerance is not, as people think, a
fruit of the forces of thanatos, of the impulses of death, but, on the contrary, it is a result of
a fundamental refuse to thanatos, of a lack of familiarity with what constitutes us as living
things. If we do not know clearly what can be a negative ethics, we know at least that it
might certainly modify the usual concealing mechanisms of the current affirmative ethos.
From (a) to (d) above are, all of them, non-concealing attitudes that, in our world guided by
affirmative categories, shall depress or despair.
The connection between structural disvalue and inviolability of human life was
already exposed in the Critique. The traditional mistake was to think that something not
valuable cannot be respected; that if something does not have value, we can destroy it
without problems. But if I myself have no value (in the sense of having a disvalue), if the
very subject of potentially disrespectful actions lacks the same value which the one he
could disrespect also lacks, then we are all in the same situation, we have the same value,
that is, none, and, therefore, we should not hurt the autonomy of the other, nor have any
prerogative that allows us to harm him or her. We have indeed an inviolability based on the
form of the world itself, a structural-negative inviolability. The idea of radical sensitive and
moral disqualification of human life and the idea of radical inviolability amongst humans,
far from being contradictory, lead naturally towards one another. We just have to renounce
the idea (narcissistic?) that we have a positive value which would connect us all. We all
share the same misery, the same ontological humiliation, and that is why we are
untouchable to each other.
What the idea of inviolability needs is a notion of equality among all humans; this
equality tried currently to be found in affirmative terrain with no success, simply because
there is not such an affirmative equality (after the fall of religious frameworks); but in the
negative vein, the idea of equality is rapidly found: what makes us equal is the non-being
we have to be, the death we have to live, the lack that we can interrupt at any time, our
terminality gained in birth, which makes us build these affirmative and reactive values that
so profoundly separates us from each other. Instead of exploring the negative elements that
bind us, humankind has taken the affirmative path, which emphasizes the intra-worldly
1086
18
values, which separates us and puts us in permanent war. Because there is no positive value
able to connect all humans and that is not subjected to endless controversies. Just in the
level of the mortal-being of being we will be all connected, we value exactly the same, that
is, nothing! It is the investment of this nothing what lacks in our current forms of
affirmative ethical life. (Critique, p. 198).
So this is an extensional ethical principle. As the empty set of the classical set
theory is unique (there are not many empty sets), although they can be intensionally
different (the set of the films of Hitchcock performed by John Wayne and the set of poems
of Rimbaud written after 1990 are intensionally different), similarly, the negativity of
human life is the same for everyone, all humans belong to the same negativity, although
each one of us lives it in a particular way (that is, each one of us has a particular manner of
being our fundamental non-being).
My negative inviolability is not, after all, a problem of mine, but a problem of the
other, to whom I am the other who he or she would have to preserve. But there cannot be,
in negative ethics, a self-preserving movement emanated from myself (Critique, p. 170). In
a negative ethics, life itself is protected just by the negative ethics of the other, and not by
mine. Being so little what we can expect from the others (not because they are bad, but
because they are as cornered by terminality as me), it is good to increment the profound
conscience about the constant availability for dying, and for dying well; and, specially, and
despite the strong temptation for fatherhood, to spare others from having to assume a
negative ethics.
Concluding words
Aristotle, Kant and Mill presented three types of ethical theory that do not focus the
human condition in its most radical situation; they all make the moral articulations in the
surface of human life; negative ethics can be seen as a thought-experiment showing how
things go if we really apply ethical categories of consideration of other’s interests and non-
1087
19
manipulation to the extreme of rigor; in so doing, we can see, among other things, how
procreation is morally problematic and suicide morally plausible.
Nietzsche aimed a radical criticism against morality in the name of Life. He was not an
optimistic, but a negative philosopher conceding and stressing the problematic character of
existence. Nietzsche sustained his attack against morality in the affirmation of Life with all
its terrors. But if Nietzsche rejected ethics from Life, I reject life from Ethics. Nietzsche
asked himself: what would be the consequences of radically rejecting ethics; my own
question is: what would be the consequences of radically accepting ethics. War and
violence could be the consequences of Nietzschean option; non-procreation and suicide can
be the consequences of negative ethics.
JULIO CABRERA
Our not-English writings are not considered inapt to be spread out or published; they are not
even considered for potential submission. This is a curious ontological question: what we write
in languages other than English is not there even for being discarded or forgotten. Our
philosophy is not even in conditions to be dismissed. We south-American philosophers, in
particular, must look not for recognition of our talent or competence, but for recognition of our
mere existence.
English choice is seen as an innocent cultural move; it is just some recourse - we’re told - for
quick and easy communication, as Latin in other times. The question is simply pragmatic, they
say; it would be impossible – more than difficult - to understand all foreign languages in their
originals. This usual reply supposes that languages are inert and neutral means of
communication, like water pipes; no matter what the water is or come from, it is inertly
transmitted without interferences by empty pipes; language as a kind of system of thinking-
piping.
But if we read Benjamin Lee Whorff or Vilem Flusser among others we begin to wonder if
languages are not something more than simple “ways of transmission”. These two thinkers
sustained that languages are forms of organizing the world, of seeing the world. More: they
state that languages are worlds, that people who talk different languages live in different worlds.
Therefore, when we talk and write in a language like English we are not simply handling a
harmless recourse of communication, but we are immersed in a very particular way of
articulating concepts and building perspectives on the world.
1089
I intensely feel this when I am obliged to translate my thoughts written in Spanish or Portuguese
into English (as in this very moment); a real mental conversion must be operated, a genuine
fighting with meanings and senses that simply vanish or are deeply transformed. This is not a
harmless process; it is an invasion.
The Ghanaian philosopher Kwasi Wiredu claims that in the culture and language of the Akan, is
not possible to translate the Cartesian statement “Cogito ergo sum”; the reason is that they
simply have no words for this idea. The Kenyan philosopher Dismas Masolo refers to Wiresu’s
idea that the theory of “truth as correspondence” as we know it would be at least “disarranged”
in Twi language.
I think that we need to learn other languages in order to take notice of elements that can
contribute or not to our intellectual emancipation (like, for example, learning English in order to
maintain fruitful dialogues with other traditions like, for example, post-colonial literature - Spivak,
Said, Paul Gilroy, Hommi Bhabba). But the study of other languages cannot be made without
conditions, as it occurs at present. We should inquiry if intellectuals from other countries care a
little about learning Spanish or Portuguese in order to understand our writings in equality and
symmetry of conditions. If I care in reading you in your original language, you must care in
reading me in my original language, and especially when you visit me in my own country. All
one-way style of learning languages provides a model for communication based on domination,
asymmetry and submission.
Therefore, the idea of a “scientific universal language” as a neutral and not contaminated
territory cannot be naively bought without asking the price. Philosophy is certainly universal in
the sense that it matters to humanity; but precisely for this reason philosophy cannot be
confined to one unique language; it must be developed in many languages in reciprocity and
dialogue. Real universality is found in a horizontal line, not in a vertical and one-sided way of
transmission. Of course, an exhaustive study of other languages would be unviable but to learn
a minimum to be able to capture the philosophical peculiarities of other languages would be
extremely enriching for a real universal philosophy.
Universality must be created in the interfaces of languages and cultures and not unilaterally
imposed from five countries on the entire world. An imposed universality is a contradiction in
terms. No language is scientific in isolation. Science is a social construction and a task of
humanity, not – paradoxically - the privilege of some powerful nations. Inclusion in universal
philosophy will not occur just translating our works into English, but creating a really universal
linguistic philosophical community.
1090
This situation of asymmetry and verticality is not constructed just by the European side without
the active collaboration of the South-American philosophers themselves. The most part of the
philosophy produced by these is obedient and submissive commentary, exegesis or
interpretation of European and North-American thinkers. The great pride of south-American
“professionals of philosophy” consists in becoming competent “specialists” in Wittgenstein, Plato
or Hegel. They have not in the least the interest of creating ideas from our particular situation
aiming the entire humanity, as European thinkers did. They prefer keep repeating European
thinkers instead of trying to do what they did.
South-American “professionals of philosophy” think this is not even possible, that philosophy is
European exclusivity. Euro-centrism is not strictly European if south-American thinkers accept to
be transformed in a group of underpaid competent workers charged of the diffusion of European
culture in the Americas. (In my recent paper “Comment peut-on être un philosophe français au
Brésil”, published by Paris VIII, I approached the specific example of the influence of French
philosophical culture on Brazilian philosophical activities, not a genuine interaction but a task of
dissemination of French thinking in the American colonies).
Some original philosophy is in fact written in Spanish and Portuguese from time to time; not
many, because the strong influence of colonization, snobbism and self-contemp. But the few
existing local philosophers are erased from the curricula of philosophical studies in South-
America – at the end of their courses, Brazilian students of philosophy do not know even the
name of a single Brazilian thinker - and with no space for exposing their own ideas without
having to endure colleagues’ mockery or their plain indifference. Europe did not condemn to
oblivion Tobias Barreto, José Carlos Mariátegui, José Martí, Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch or
Mário Ferreira dos Santos; Latin-American thinkers did.
In the same antinatalist environment allow me to report my own case only as an illustration. I
began to write about the moral problems of procreation in my 1989 book, “Projeto de ética
1091
negativa” (Project for a negative ethics) written in Portuguese, much before the antinatalist
wave. Already in the 70ths, still living in Argentine, I wrote in Spanish the first version of my
nouvelle “La Oficina de Informes”, where a fantastic not-being collects information about human
life and decides not to be born. The “Crítica de la Moral Afirmativa” (“Critique of affirmative
morality”) was published in Spain in 1996 (reprinted in 2014) with new ideas about value of
human life, procreation and suicide.
The first chapter of the “Project” (the texts were written between 1986 and 1989), is called
“Paternity and abstention”. I translate below into English some of the ideas contained in this
chapter (so bringing them to the glorious light of existence). The reader will easily see that the
main ideas on antinatalism were already there, in a time when nobody was talking about these
matters beyond the classics (Schopenhauer, Cioran). These texts could be considered, at least,
as pioneers or antecedents of present discussions on the topic; but they traversed the years in
full inexistence because the policy of language. (I do not state that my old texts are good; I only
state that they exist).
Anyway, other factors had their weight in the not consideration of these old texts, some of them
internal, others external. First of all, the texts of the “Project” and the “Critique” addressed the
antinatalist topics within a wider project of a “negative ethics” where many other philosophical
problems were addressed: suicide, heterocide, negative ontology and the very nature of
traditional affirmative philosophy. Secondly, the style of exposition was not entirely analytic, but
strongly influenced by continental thinking, in particular philosophy of existence and
hermeneutics, proposing a mixture of philosophical styles, including literary approaches; these
are some of the possible internal factors for invisibility.
But there were external factors too. The impact of my antinatalist ideas in the beginning of the
nineties among Brazilian professionals of philosophy was null or overtly skeptical. One of them
after hearing me talking about these topics exclaimed: “Immorality or procreation! What a
nonsense!”, and: “Pity that you are wasting your time studying these rubbish instead of focusing
so many important ethical issues discussed at present in Europe”; others claimed that my
antinatalist ideas were absurd and with no interest for the philosophical international community.
I think that philosophical ideas spread in the world as stones falling in the water, starting from
their place of origin and going slowly to embrace wider domains; if they are not accepted as
relevant in their own place of birth, they do not disseminate, they aborted and do not go very far.
I was compelled to move to Brazil in the eighties for political, economic and personal reasons,
but I think that my ideas would be bad received also in Argentine as well. This bad reception (or
not reception at all) motivated a powerful intellectual inhibition. When our ideas are not taken
seriously by others they simply do not flourish, because they had no occasion to develop and
enrich their contents, something that only happens through debating and discussions.
1092
I was deeply discouraged in following my lines of thinking when, few years later, especially after
the publication of the 2006 Benatar book, a vivid philosophical discussion started about the
same matters of morality of procreation and suicide that had occupied my thinking along the
years without any impact among my Euro-centric colleagues. In my personal case, the
publication of Benatar’s book gave me a new courage to better confronting the skepticism of
South-American professionals concerning antinatalist matters. But my name continued to be
perfectly unknown by the researchers of this area.
Along the history of philosophy, ethics had always been ethics of being; the basic moral
imperative was “You must live” (…). No philosopher ever faced the possibility of a morality of
non-being, the ethical consequences of a radical rejection of being. This Project aims to begin a
conversation about an ethics of not-being, or a negative ethics.
That “being is better than nothing” is the Grundsatz of all Western morality. Being is not
considered a choice among others.
When a man asks about the possibility of not-being he is already into being. Therefore, the
question for non-being adopts for him two starting configurations: suicide and abstention. The
ethical question of existent life is different from the ethical question of the not yet existing life.
Traditional ethics was built considering life as something compulsory, never as a choice.
Traditional ethics have been the intellectual justification for this compulsion.
The great philosophical risk is: if there is a morality of not-being, living maybe seen as the
supreme immorality, in the same sense defined by affirmative ethics.
It is curious the fact that humans have considered abstention (not generating new life) so
absurd an idea as suicide (eliminating the own life). It would be comprehensible that men were
scared with the morbid romanticism of suicide without scaring with the sober refusing to
procreate. To be a son may be considered as a destiny but not to be a father or a mother. Life –
present or possible – was always seen as a duty, as the fundamental duty of all morality.
When we ask about the moral value of a human life, this is also a question about the life we are
potentially able to create. In this case we have a possibility of abstention that we had not in the
case of our own life. (…) every human being considered as an offspring should consider their
sufferings unjustifiable given the possibility of abstention of their progenitors. In this radical
sense, all suffering is senseless. (…) Not having children can point to a sort of moral attitude
concerning them. (…) By contrast, having children can point to immorality in the same sense
defined by affirmative ethics.
Our lives cannot work precisely because being a child is a destiny. If we had no progenitors
(radically speaking, not in the sense of being an orphan) our lives would work. Progenitors
1093
usually give to their offspring arguments similar to those God could present to His creatures:
“Life is suffering but I will give you the better of possible lives”. But if imperfection was
structurally predictable, the safer form of getting rid of it was not giving life at all, instead of living
“the better life possible”.
Our lives do not work not because our progenitors made us in this form or another, but because
they made us.
Morality can have for those who are already in the world the sense of an attempt of survival, but
it cannot have this same sense for those that I can potentially procreate. All moral inventions –
freedom, responsibility, dignity, salvation, guilt, coherence – are useful and meaningful for living
people, for those having the task of living and dying a life which they did not choose. But the
moral consideration for possible life should be something entirely different. It could be at most
hypocrite trying to construct a morality for living people, but it is simply an absurdity trying to
construct it for those who do not exist. (It may be immoral to construct a morality for non-existing
people).
Given the contingence of our birth, all pain is senseless. Senseless pain is intolerable.
Therefore, being born is intolerable. In this sense, to be born is immoral. Birth includes a moral
burden, a problem; it is not a mere fact, unsuspected and clean. Affirmative ethics are disposed
to maintain all the immorality of life in order to save the presumed morality of its origins.
Negative ethics follows the opposite direction, the invention of a morality of life after having
discovered the radical immorality of its origins.
Although we can understand ecological problems caused by human intervention, each one of
us could be conceived as a problem of micro-ecology, as an exhaustible source of resources;
our lives are a process of consuming our natural reserves; the savage joy of wasting will be
followed by the terrors of scarcity and lack in the old age. (…) When a father promises to their
children a happy life, where does he hide the information about structural pain?
The fact of my parents had unilaterally exercised their freedom on my existence imposes a sort
of infinite dependency, whatever they “allow” me to do or to be after this act. In the affirmative
imagination, we feel that we “owe” something to our progenitors, that we have before them a
kind of debt, although our parents were never in conditions to give us anything at all. The
question: why to make me exist for looking afterwards my salvation has no answer in affirmative
morality. We need negative categories.
The Cabrera case is not certainly the only one, but a sample of a situation which deserves
careful reflection from the part of intellectuals of the entire world. How ethical and how logical is
invisibility through language?