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Má:

Hay un viento helado que silba fuerte y tira las macetas de la terraza y el árbol que te compré hace
más de quince años y que se resiste a morir. Sus hojas pintas siguen saliendo a pesar de que hace
ya casi dos años que no lo riegas. Las puertas se azotan (el vidrio de una de las puertas se estrelló)
y dejan un ruido metálico que llena de ecos todos los rincones de tu casa. Tu casa que huele a
flores de azalea en este día que parece menos la casa abandonada en la que se convirtió cuando te
fuiste. Todo se deteriora, como si las habitaciones estuvieran enfermas: la humedad invade las
paredes, las cañerías colapsan, la pintura se desprende… es un caso de deterioro gradual que se
parece al deterioro que he tenido en estos veinticuatro meses. Estoy cansado, má, ya me pesan
todas las responsabilidades que he asumido. Sigo siendo igual de inestable, todo lo complico y me
meto en problemas innecesarios. Ya sabes, esa manía mía de no estar quieto que te hacía decirme
que estaba lleno de nubes. No te puedo engañar, sabes que han sido rachas muy complicadas. Tú
me viste hundido hace dieciocho años, pero también pudimos salir a flote. Aun así, creo que estos
dos años he llorado más que el resto de mi vida. Lo sé, me ves, lo siento. Sé que no te gustaría
verme como he estado en esos episodios tan oscuros. No te hubiera gustado verme con ansiedad,
porque nunca tuve antes. No te hubiera gustado verme sin comer, sin dormir, sin ninguna
motivación. Sé que me has visto, porque a veces siento una palmada en la espalda que
seguramente es tuya. Sí, lo sé, tú pensabas siempre que yo era el hijo fuerte que iba siempre a
resolver las cosas. Te cuento que no, que no lo soy, que este hijo fuerte igual se cansa y resiente el
paso del tiempo en su espalda, en sus piernas, en sus brazos.

Te quiero contar también que no todo ha sido terrible. Si puedes verlo todo, sabrás que conocí a
una persona llena de luz que me tomó de la mano cuando tú te fuiste. No solo me tomó de la
mano: caminó conmigo por esas zonas que nacieron con tu muerte. Hay un problema, lo sabes:
me enamoré de ella, sin quererlo, sin medir las consecuencias. Creo que lo entenderías, a pesar de
que no aceptarías nunca que tu hijo se metiera en ese tipo de conflictos. Ella me salvó, me sacó a
flote, pero no fue por eso que me enamoré, no fue gratitud. Tu hijo canalla encontró un refugio
lleno de emociones vibrantes, brillantes. Nada más existía en ese mundo iluminado, que lleno de
aire a mi alma, como un globo que en esos momentos lucía radiante y flotaba alto, más alto de lo
que pensé que podía flotar. A pesar de que sabes que soy alguien que no tiene los pies en la tierra,
también sabes que no pierdo el control tan fácilmente. Esta vez no fue así. Cuando menos lo
pensé, estaba completamente entregado a lo que me pasaba. Parece que te veo negando con la
cabeza para mostrarme tu desaprobación, lo sé. ¿Qué te digo? No me di cuenta cómo lo que
sentía por ella iba llenado cada parte de mí, a pesar del poco futuro que tenía.

Hoy estamos en una situación casi apocalíptica que seguramente te hubiera desesperado. No
podrías salir como tanto te gustaba hacerlo, tendrías que estar en confinamiento, sin ver apenas
las calles. Esas calles que conforme pasa el tiempo se hacen más familiares, con la gente en cubre
bocas, temerosa en alguno casos, saliendo solo a lo más indispensable. Ocho meses así, y además
sin poder ver el final de esto. Imagínate, imagíname a mí que me decías que me daba comezón en
los pies por salirme, imagíname entonces encerrado sin poder caminar todo lo que sabes que
camino. Seguro sabes también que he hecho del hall de tu casa mi habitación y que mi aislamiento
ha crecido exponencialmente con los años. La palabra pandemia cada vez es más familiar y cada
día mueren cientos de personas. Eso me pesó desde el principio, al grado de sentirme culpable de
poder disfrutar algún privilegio en medio de este clima de deterioro. Dejé de hacer muchas cosas
durante meses, algunas de ellas esenciales. Nada me dolió tanto como dejar de ver a Yameli. No te
había dicho su nombre, por cierto, pero creo que lo sabes porque forma parte de mis sueños,
como tú. Ya nada volvió a ser igual, se perdió y yo me sentí desolado primero, como cuando
apagabas la luz en las noches, como en esas noches infinitas en los hospitales que me persiguieron
tantos años. Desolado primero, después, como seguro viste, hundido, radicalmente hundido, sin
ninguna defensa. Desde este confinamiento no podía hacer nada, nada. Solo ver como ella se iba
alejando para hacer su vida. Lo notaste, me viste en esos momentos, no es grato para mí saber
que viste a tu hijo que todo lo puede, prácticamente derrumbado. Tu mejor mula se había echado,
como me decías cuando me daba por vencido de algo. Meses terribles de los que me avergüenzo.
Noches de insomnio, de lastimar a Yameli sin ningún derecho, con el arrepentimiento del siguiente
día, con un malestar estomacal permanente, viendo desde los balcones la calle sin sentido,
devorando casi como prescripción médica libros y libros, saturando mi cabeza de palabras,
intoxicándome, lastimándome. El pero Mando salió a escena y no me enorgullezco de eso.

Ayer escuché tu voz claramente, me llamabas por los nombres que me diste a lo largo de mi vida.
Entre sueños yo me vi agarrado a tu chal en el mercado, o sentado mientras me peinabas con
limón este cabello que nunca se dejó domesticar. Decías que tenía tres remolinos en la cabeza, no
sé si dentro o fuera. Te veo en tu máquina de coser, con el gato que te acompañaba siempre, te
veo cocinando con ese cuidado que ponías en cada detalle para hacer que las cosas más
insignificantes tuvieran el sabor que trato de igualar sin éxito la mayoría de las veces. Te veo
saliendo a persignarme en las madrugadas que tenía que viajar, a pesar de lo poco afecto que soy
a las despedidas. Te veo también en las camas de hospital, tan fuera de lugar siempre, con ese
humor negro que me heredaste pero con esa gracia para hablar que encantaba a todos los que te
conocían. Recuerdo tus ojos negros, el gris esplendido de tu cabello que nunca se hizo blanco, los
brazos poderosos a pesar de tu delgadez extrema. Sé que me dirías que tratara de ser fuerte pero
sé también que si estuvieras aquí, todo sería mucho más sencillo. Extraño asomarme a la cocina
cuando hacías algo que me gustaba, extraño verte en el mismo sillón donde ahora me duermo,
acostada, diciendo todas las ocurrencias que decías. Extraño verte por la ventana cruzar la calle
con tus pasos ligeros, siempre derechita, siempre firme, impecablemente de negro.

Me hubiera gustado que conocieras a la mujer que me salvo de mí mismo. Seguramente


entenderías mejor y dejarías de negar con la cabeza. Me hubiera gustado ser un mejor hijo, hacer
más de lo que hice por ti. Me hubiera gustado que me vieras radiante, con ella, caminando por la
ciudad, devorando los momentos que sabíamos que tenían una fecha de caducidad próxima. Tú te
hubieras dado cuenta de todo (siempre fue un secreto) por mi mirada. Volví a escribir, a pesar de
que había decidido ya no hacerlo. La muerte que me dejaste, ella la coloreó y me llenó de vida. Me
llenó de pájaros.

Han pasado dos años violentamente. La familia se desintegra, apenas nos vemos desde entonces.
Yo trato de sacar a flote el barco que se empezó a hundir desde entonces. Tu nieta crece con
muchas de las rarezas que tengo yo, algunas que no quisiera heredarle. Sé que pasarán los días,
los años y no volverás. Sé también que tarde o temprano todo se acaba cuando nos marchamos
pero quedan las palabras, en algún lugar, en los rincones de la casa, en las paredes de las calles, en
los lugares donde fuimos felices. Murió Felix, ¿lo recuerdas? Murieron también un par de
compañeros y esto todavía no se termina. Somos sobrevivientes, así me siento. Mi grupo de rock
se desintegró y ahora trabajo de solista. Te daría gusto verme algunas veces vestido como la gente
decente, de ingenierito, como decías que debía vestirme todo el tiempo. Después de esa especie
de abismo que viví ha llegado una calma estéril que me preocupa igual o más que la crisis. Me
siento vacío, sin sentido. Sigo teniendo mucha curiosidad por lo que sigue, no estoy mal pero
tampoco estoy brillante. Aún estoy lleno de ella, de todos los momentos que vivimos. Me resisto a
que el tiempo los diluya hasta hacerlos un recuerdo solamente.

Sigo pensando que en algún momento me retiraré a algún lugar, como te platicaba, esas veces que
me decías que estaba loco. Tú sabes cuánto me gusta la soledad, como a ti, más quizá. Un lugar
cerca de donde naciste. Estuve en Patzcuaro hace poco menos de un año, de alguna manera ahí
me despedí de Yameli o más bien ahí me di cuenta que debía dejar que ella siguiera su camino sin
mí. El tiempo avanza implacable, se nos mete en los huesos y sigue la urgencia de vivir todo lo
posible, a riesgo de perderlo todo. No me da miedo la muerte, no me da miedo la vida. Quiero
vivir, vivir, vivir…hasta que desaparezca, sentir, sentir, sentir…

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