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El reloj (un breve cuento propio)

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Antes que nada, gracias por leerlo y que sea todo con buena onda. Es la primera vez
que escribo algo, así que sean benevolentes. .LEERLO SOLO TOMA 5 MINUTOS. 
GRACIAS 

Una de las cosas más difíciles para mi siempre fue confiar en las "fuentes", sobre todo en
las informales. Hay ocasiones en que lo que me llega parece más un rumor que un hecho
real ( "porque a fulano le contaron", "yo escuché que Sultano estuvo presente" ), entonces
siento desconfianza en vez de entusiasmo, por más atrayente que sea la historia. Este
caso es uno de esos, donde todo comenzó desprolijo. De hecho, tardé más de un año en
empezar a investigar. 

En el verano de 2015 fui unos días a Pergamino, y en una de las visitas a los familiares ya
viejitos salió la conversación sobre el reloj. Como siempre, los comentarios eran de lo más
inverosímiles: "El señor vivía en La Violeta, acá cerca", dijo Beatriz. Norma insistía en que
no vivía en La Violeta, sino en Erescano, y que en La Violeta fue donde estaba el campo
en que él trabajaba. Por último, Anselmo acotó dos datos que probablemente fueran los
más interesantes, y no sólo sobre el dueño: que se trataba de un reloj a cuerda viejo y de
bolsillo, y que al dueño lo conocen como Dono, un hombre casado. Un dato en el que
coincidieron todos es que, aparentemente, andaba en una Rastrojero maltrecho color rojo
mezclado con chapa oxidada. Pero, como dije, no le di mucha atención a la historia. 

Un año después, ya en el comienzo del otoño de 2016, la cosa empezó a interesarme un


poquito más. La historia me cautivó porque hablé con otras personas que aportaron datos
más precisos. Así que con las pistas que conseguí me di a la tarea de buscar. Este
hombre se llama Omar Zamudio (intuyo que Dono es la abreviación de Don Omar),
trabajaba en un campo en Eréscano pero hacía tiempo que nadie lo veía. Se creía que
había fallecido porque pasaron unos diez años desde la última vez que lo habían visto, y
ya era un hombre de unos 70 años. La camioneta no la tenía más porque se había
incendiado, aunque las últimas veces lo habían visto en un Renault 12 de color azul tan
maltrecho como el Rastrojero. Aparentemente siempre vivía en algún ranchito dentro del
campo en el que trabajaba. 

Naturalmente fui a Erescano, y como todo periodista comencé a preguntar en las pocas
casas que hay en el pueblito. Las personas mayores me cerraban la puerta, como si no
quisieran hablar sobre el tema. Los de mi rango etario –me encanta esta palabra-
desconocían en su mayoría la historia, y los que la conocían no tenían la más pálida idea
de nada. Así que como no tenía otra opción salí con el auto a dar vueltas entre los
campos, por los caminos de tierra. 

En el primer día no encontré nada, más que calor y mucho pero mucho polvo. En el
segundo día me encontré con la policía, que se rio de mí cuando le conté lo que estaba
haciendo y me mandó a "laburar". En el tercer día llegué a un lugar donde no podía
avanzar más con el auto; se ve que en algún momento pasaron los camiones que salían
de los campos cargados con grano cuando se había formado barro por alguna lluvia, y
quedaron surcos en la tierra que hacían imposible seguir adelante. Así que me bajé y
caminé, y caminé y caminé... Aunque no encontré nada, siempre es muy lindo caminar por
el campo, disfrutando del paisaje. Cuando regresé al auto, encontré una nota sujetada por
el limpia parabrisas. Estaba escrito en una hoja amarillenta, que se notaba fue arrancada
de un cuaderno viejo. Escrito en lápiz decía: "Me dijeron que me está buscando. Dígame
qué quiere. Omar". Lo primero que pensé era cómo responderle. Así que grité: "¡Sólo
quiero hablar con usted! ¡Quiero saber si es verdad lo que dicen de su reloj!". El silencio
Inmediato que siguió a mi grito me hizo sentir como un estúpido. Así que, en la misma
hoja, colgada de un poste del alambrado del campo, dejé escrita la respuesta y mi número
de teléfono. 

Me fui del completamente emocionado, mirando ansioso a cada momento mi celular


esperando recibir un llamado, un mensaje... algo. Me di cuenta que tenía que cargar
combustible, así que paré en una estación de servicio y de paso comí algo. Se ve que las
noticias viajan rápido en Pergamino porque, cuando entré, algunos que nunca había visto
en mi vida sabían mi nombre, a qué me dedicaba y por qué estaba en la ciudad. Algunos
hasta se burlaban de mí, y me decían cosas como: "Ustedes, los que viven en la ciudad...
sí que creen en estupideces", o "¡Mc Fly! Subite al Delorean y volvé a tu casa". Cada frase
venía acompañada de una risotada del resto. Terminé rápido mi tostado y me fui. Llegué al
hotel cansado por haber caminado tanto, así que me duché y me acosté con el teléfono en
la mano, esperando... 

Me desperté al otro día con el teléfono en la mano, sin mensajes ni llamados. Así que
desayuné y volví al lugar donde dejé la nota. Llegué manejando a eso de las diez de la
mañana. Busqué el poste y noté que el papel estaba ahí, pero plegado de una forma
distinta a la que lo había dejado. En todo sentido, este estaba comenzando a ser un día
espectacular. Bajé rápido del auto y abrí la hoja: "No haga caso de las burlas de la gente
de Pergamino, no hay que tomarlos en serio. En el pueblo me dijeron que parece buena
gente. Si quiere hablar conmigo, así será. Lo espero acá mismo mañana a la una de la
tarde. Venga solo, no traiga teléfono ni ningún otro aparato. Y venga con apetito. Don
Omar". En el mismo papel, igual que la vez anterior, le respondí. Le puse que allí estaría, y
me fui. Obviamente a esa altura estaba entusiasmado, pero también un poco preocupado;
eso de ir sólo y sin teléfono... tenía pinta de que alguien quería quedarse con el auto. 

Volví a Pergamino y llegué a eso de las 12:00. Ahí descubrí que la mezcla entre
entusiasmo y preocupación me da hambre, y mucha. No podía dejar de pensar si sería
cierto todo esto, o estaba cayendo en una broma de la gente del lugar. Pensé y pensé y
pensé. No quería estar sólo, pero tampoco quería estar con nadie. Fui a caminar por la
peatonal, caminé por el terraplén, estuve en el parque... otra vez caminando todo el día.
Cuando menos me di cuenta, el sol estaba cayendo. Fui de nuevo al hotel, me bañé, bajé
a cenar y volví a la habitación. Como si se tratara de una ironía, cuando encendí la tele
estaban dando Volver al Futuro... paso al canal siguiente... About Time. Otro más: La
Esposa del Viajero en el Tiempo. Cambié un canal más, y me quedé viendo el partido
entre Gimnasia y Newell's, que jugaban esa noche. Fue tan aburrido el partido y estaba
tan cansado que me dormí con la tele encendida. 

Me despertó la luz que entraba por la ventana. Miré el teléfono y vi que ya eran las 10:00.
Me puse a hacer pavadas para pasar el tiempo. Durante la mañana comí una fruta, para ir
con apetito tal como me dijo Don Omar. Di vueltas y más vueltas... se hicieron las 12:00;
fui a encontrarme con él. Mi mente estaba dividida: por un lado me sentía como un nene,
super entusiasmado recibiendo en un paquete cerrado ese regalo que tanto quería y que
sabía que estaba dentro; por otro lado sentía que estaba a punto de descubrir que todo era
mentira, o al menos una exageración de las cosas. 

Como no era largo el trayecto, llegué un rato antes. Me quedé sentado en el auto. El sol
pegaba fuerte y el calor me hizo dormir. Me despertó un golpe en el vidrio de la puerta.
Abrí los ojos, pero hubo un segundo que fue eterno en el que no entendí ni que día era, ni
donde estaba ni qué pasaba. Cuando se encendió mi cerebro, reaccioné. Ahí lo vi: era un
hombre grandote, gordo pero sin ser obeso; tenía una camisa tipo "leñador" y un bigote
espeso y canoso. También tría boina. Era el estereotipo de hombre de campo. 

Él se hizo a un lado para que baje del auto. Manoteé todo lo que tenía en el asiento del
conductor y bajé. Me extendió la mano y me dio un apretón fuerte: “Don Omar”. “Mucho
gusto, yo soy...” Sí, lo sé- me interrumpió-. Vamos, pero antes deje el teléfono”. No me
había dado cuenta de que lo tenía encima, así que me disculpé. Miré si tenía mensajes o
algo, pero nada. Por seguridad lo dejé encendido, y vi que ya eran 13:05. Omar se rió y me
preguntó si tenía miedo. Le hice señas de que no con la cabeza, y me dijo que llevaba
unos minutos viéndome dormir. 

Me subí al rastrojero “rojo óxido” y nos alejamos bastante. Honestamente, si tuviera que
regresar sólo hacia el auto no sabría cómo hacerlo, fue un viaje más largo de lo que
pensaba. Cuando llegamos salió a recibirnos una señora mayor, muy pero muy amable:
Concepción, la esposa de Omar. En seguida me preguntó cómo estaba, cómo me trató el
esposo... hasta se indignó por las burlas que me hacía la gente del lugar. Mientras ella me
llevaba del brazo, me di vuelta y lo vi a Omar cerrar la tapa de un reloj de bolsillo y
guardarlo. Él no me vio, pero yo sí a él. 

La casa era un ranchito humilde, muy humilde. El revoque de afuera aparecía cada tanto.
Entre lo que alguna vez fue una pared blanca y limpia asomaban muchos ladrillos rojos,
viejos y grandes; se notaba claramente que hubo una guerra muy feroz en la que la
humedad fue la vencedora. Toda la escena parecía sacada de una pintura de Molina
Campos. Tenían cosas viejísimas por todos lados. Dentro y fuera de la casa había
muchísimos tachitos que hacían de macetas. Aparecieron dos perros, nada curiosos,
llenos de pulgas y algunas gallinas dando vueltas por ahí, pero todos en paz. Había un
árbol no muy grande a unos metros de la casa; aunque ahora sin hojas, se notaba que su
sombra era el lugar donde descansaban las tardes de calor. Un poco más atrás, entre la
casa y la nada, un círculo hecho en el suelo con adoquines. Dentro, fuego: un cordero
asándose a la cruz. Fuera del fuego, una hoya de hierro negra. Tan solo de verla resultaba
pesadísima. Tirados por el “patio” algunas herramientas viejas que aunque nunca las
había visto se notaba que eran para tareas del campo. 

Omar me hizo señas para que me acerque a una mesita debajo de una suerte de glorieta
hecha con enredaderas. “Ya falta poco para comer”, me dijo. Concepción me ofreció la
mejor empanada que probé en mi vida. Me vino muy bien para engañar al estómago. Me
senté y miré alrededor y se disfrutaba de una paz que nunca había experimentado.
“¿Lindo, no?”, me preguntó ella. Antes de que pueda decir algo, Omar pensó en voz alta:
“Uno no quiere que se termine nunca... quiere detener el tiempo acá”. Yo me quedé duro,
no supe qué decir. Pero él y su esposa reaccionaron a carcajadas ante esa reflexión. 

Al ratito comenzamos a comer, y charlamos de todo. Cada vez que intentaba sacar el tema
del reloj, ellos desviaban la conversación para otro lado o se hacían los que no me habían
escuchado. Así que decidí ser directo, pero tampoco resultó. “Tranquilo muchacho, todo a
su tiempo” dijo Dono. Prácticamente sin darme cuenta, cada vez fui insistiendo menos con
el tema del reloj porque sus vidas me resultaron muy interesantes: sus grandes tragedias,
sus anécdotas increíbles, su ignorancia terrorífica en muchas cosas y su gran
conocimiento en otras fueron tan cautivantes como la fábula por la que lo había buscado.
Además de eso pasé un día de campo espectacular: comí un cordero que estaba de
película; pastelitos de batata y membrillo que comimos de postre (que Concepción amasó
y frió en esa hoya de hierro que había visto), dignos de cualquier premio; el juego de
embocar la herradura en el palito; tomar unos amargos sentados a la sombra... todo
estaba perfecto, hasta que no. Se terminó. Nos quedamos sin tema de conversación y se
produjo un silencio largo. Como no teníamos de qué hablar aproveché: “Ahora sí Omar,
usted sabe por qué vine. Tengo que...”, “¡Concepción! ¡Vení a saludar al señor que se
tiene que ir!”, gritó Omar. Me molestó mucho, así que le dije: “Discúlpeme Omar, pero
yo...”, “No. Discúlpeme usted a mí, pero no”. Me lo dijo con una tristeza tan grande, que no
insistí mas. 

Saludé a Concepción, le agradecí por tanta amabilidad, hospitalidad... por todo. Ella se
dilsculpó: “Perdónelo a Omar. Es la primera vez que intenta hablar de esto con alguien,
pero no puede. Le hace mal”. ¡Me quería morir! Por dentro estaba que quería saber todo
ya, pero no podía. Subimos al rastrojero y el viaje de vuelta fue en completo silencio, como
si hubiésemos discutido y estuviésemos peleados. El viaje se hizo más largo que al
principio. Tal vez volvimos por otro camino, no lo sé. No iba pensando en eso. Sólo
pensaba en la frustración que sentía. Por fin llegamos a mi auto. 

Él se bajó conmigo. Yo me subí al auto, y con la puerta abierta intenté una última
conversación. Omar se acercó y se apoyó en la puerta: 

-¿La pasó bien? 


-Sí, muchas gracias. Usted y su esposa fueron muy amables. Muchas gracias, en serio. 
-No tiene por qué. (Silencio). Le pido perdón por haberle hecho perder el tiem... 
-No se preocupe. Igualmente pasé un día muy lindo con ustedes. Muchas gracias por ser
tan amables conmigo. Hasta luego Omar. 
-Hasta luego. Tenga un buen viaje de regreso 

En ese momento, subí el vidrio de la ventanilla y el encaró hacia su camioneta. Cuando


puse el auto en contacto vi la hora: 13:58. ¡No podía ser! Desbloqueé la pantalla del
teléfono... ¡La hora era la misma! Como un resorte salté del auto y lo llamé a los gritos.
Omar se bajó de la camioneta sonriendo, como si estuviera esperando que pase eso. 

-¡Entoces es cierto, lo del reloj es cierto¡. 


-Claro que es cierto. ¿Cómo sería posible si no todo lo que le conté? 
-¿De qué habla Omar? 
-¿Se acuerda el chiquito de la foto, al que le enseñé a tocar la guitarra? Bueno, ese es
Atahualpa Yupanqui. ¿Y se acuerda de ese fusil viejo? Bueno, cuando le dije que hice
cosas de las que me arrepiento... yo también fui parte de la campaña del desierto. 
-(Quedé duro como una piedra) ¿Puedo verlo? 

Sacó del bolsillo un reloj viejo, rayado... detenido en las 13:58. Le dio cuerda y comenzó el
tic tac. 

-(Con la mirada triste y como preocupado me miró fijo a los ojos) ¿Ahora entiende por qué
no quiero que me encuentren, ni perder el reloj? 
-¿Tiene miedo de que alguien, sin conocer esto, le de cuerda siempre y que nunca deje de
estar en hora, no? 
-Todo lo contrario. Mi esposa y yo vimos pasar a mucha gente querida. Ellos ya no están,
ni sus hijos ni sus nietos... pero nosotros seguimos. Llegó la hora de que este reloj no pare
más. 

El reloj del auto marcó las 14:00.

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