Está en la página 1de 169

1 6 NOV.

21

CRíTICA DEL JUICIO


BIBLIOTECA FILOSOFICA KANT

[
COLECCIÓN FUNDADA POR
FRANCISCO ROMERO
J
"
CRITICA
DEL JUICIO
TRADUCCIÓN DE
JOSE ROVIRA ARMENGOI

Edící6n cuidada por


ANSGAR KLEIN

2'~> EDICIÓN

EDITORIAL LOSADA, S. A.
BUENOS AIRES
Título del <>riginal alemlin:
K1'itik der Urteilskraft
Queda hech<> el depósito que
pre>íene la ley r.úm. 11.723

© Editorial Losada. S. A.
Buenos Aires, 1961
PREFACIO
1'1·imera. edición: 6-VII-1961
Segunda edkión : 20-Vl-1968 Puede calificarse de razón pura la facultad de conocer a base
de principios a priori, y de crítica de la razón pura la investiga-
ción de la posibilidad y límites de esa facultad, independiente-
mente de que se entienda por tal facultad sólo la razón en su uso
teorético, cual se hizo en la- primera obra que lleva esa denomi-
nación, sin incluír, además, en la investigación su facultad como
razón práctica según sus principios especiales. Aquélla se propone
entonces como mero objeto nuesh·a facultad de conocer cosas a
prio1'i, y, en consecuencia, se ocupa sólo de la facultad del cono-
cimiento, haciendo caso omiso del sentimiento de agrado y des-
agrado y de la facultad de apetecer; y, entre las facultades del
.. conocimiento, trata del entendimiento según sus principios a pt·iori,
.ADVERTENCIA: El título original de esta obra, traducido con exclusión de la facultad de juzgar y de la razón (como facul-
tradicionalmente por "Critica del Juicio" es Kritik tades pertenecientes igualmente al conocimiento teorético), porque
der Urteilskraft, o sea, hteralroente "Crítica de la Fa- luego se encuentra que ninguna otra facultad de conocimiento
cultad de Juzgar". Esta última versión es la que se que no sea el entendimiento, puede ofrecer principios cognitivos
emplea en el texto de la presente edición. ·constitutivos a prim·i. En efecto, la crítica que los criba en con-
junto según la participación que cada uno de los demás pueda
alegar en la nuda posesión del conocimiento como procedente
de raiz propia, no deja como residuo sino lo que la razón pres-
cribe a p1'i01'Í como ley de la nahrraleza, entendiendo la última
como conjunto de fenómenos (cuya forma se da igualmente a
"\ pt'io1'i) ; pero relega todos los demás conceptos puros a las ideas,
que rebosan nuestra facultad de conocimiento teorético, lo cual
no quiere decir que sean inútiles ni que pueda prescindirse de
ellas, antes bien, a fuer de principios regulativos, sirven: en parte,
para poner coto a las alarmantes pretensiones del entendimiento,
éste (fundándose en su facultad de dar a priori las con-
~ cuando
t' diciones de la posibilidad de todas las cosas que él pueda recono-
cer) pretende encerrar en esos mismos límites la posibilidad de

7
IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
de principios independientes de la experiencia, para que ese edi-
todas las cosas; en parte, para dirigir al mismo entendimiento en ficio no se raje por cualquier parte acarreando inevitablemente
el estudio de la naturaleza, según un principio de totalidad (aun- el derrumbamiento del todo.
que no pueda lograrla nunca) favoreciendo de esta suerte la Pero de la naturaleza de la facultad de juzgar (cuyo recto
intención final de todo conocimiento. uso es tan necesario y generalmente requerido que, en consecuen-
El entendimiento que tiene su jurisdicción propia, a saber: cia, con el nombre de sano entendimiento se alude precisamente
la facultad de conocer, en cuanto contiene principios cognitivos a esa facultad y no a otra) puede desprenderse fácilmente que
constitutivos a priori, fue, pues, lo que, gracias a lo que se suele debe ofrecer grandes dificultades al descubrimiento de un prin-
denominar critica de la razón pura, iba a ser puesto en posesión cipio característico de ella (pues alguno u otro debe contener a
segura, pero limitada 1, con respecto a todas las demás facultades priori, ya que de otra suerte no se expondría siquiera a la crítica
rivales. Y asimismo, a la razón, que no contiene, sino meramente más común como facultad especial de conocinriento), principio
con respecto a la facultad apetitiva, principios constitutivos a que, no obstante, no deba ser deducido de conceptos a priori,
priori, se le asigna su dominio en la critica de la r.a zón práctica. puesto que éstos pertenecen al entendimiento, y la facultad de
La cuestión de si la facultad de juzgar, en el orden de nues- juzgar se orienta sólo a su aplicación. Tiene que dar, pues, un
tras facultades de conocimiento, miembro intermedio entre el en- concepto que propiamente no sirva para conocer ninguna cosa,
tendimiento y la ¡·az6n, tiene también de por sí principios a priori; sino que sólo le sirva de regla, pero no de regla objetiva a la cual
la de si éstos son constitutivos o meramente regulativos (no ofre- pueda adaptar su juicio, porque para ello se necesitaría, a su vez,
ciendo, en consecuencia, ninguna jurisdicción propia), y la de si otro juicio pru.·a poder distinguir si el caso dado es o no el de la
la facultad de juzgar da la regla a priori al sentinriento de agrado regla.
segura, pero limitada 1, con respecto a todas las demás facultades Esta perplejidad por un principio ( sea subjetivo u objetivo)
conocer y la de apetecer (al igual que el entendimiento prescribe se presenta principalmente en los juicios denominados estéticos,
leyes a la primera de estas facultades y la razón a la segunda) : que se refieren a lo bello y a lo sublime, de la naturaleza o del
todas estas cuestiones son tratadas en la presente crítica del juicio. arte. Y, sin embargo, la investigación crítica en ellos de un prin-
Seria incompleta una crítica de la razón pura, es decir, de cipio de la facultad de juzgar, es el elemento más importante de
nuestra capacidad de juzgar según principios a pr-iori, si como la crítica de esa facultad, puesto que, bien que por sí solos en nada
parte especial suya no tratara de la facultad de juzgar, la cual, contribuyan al conocimiento de las cosas, pertenecen únicamente
a título de facultad del conocer, tiene también derecho a juzgar a la facultad del conocimiento y revelan una relación directa de
de ese modo; ello a pesar de que sus principios no podrían cons- esa facultad con el sentimiento de agrado o desagrado según alg:ún
tituir, en un sistema de filosofía pura, ninguna parte especial entre modo de principio a priori, sin confundirlo con lo que pueda ser
lo teorético y lo práctico, sino que en caso necesario tendrían que motivo determinante de la facultad de apetencia, porque ésta
ser incorporados eventualmente a uno u otro de esos sectores, tiene en los conceptos de la razón sus principios a priori. Pero,
pues si alguna vez llega a formarse un sistema semejante, con la por lo que afecta al juicio lógico 1 de la naturaleza, allí donde
denominación general de Metafísica, lo cual podría lograrse per- la experiencia establece una legalidad en las cosas, que el concep-
fectamente de un modo completo y sería de suma importancia to general de lo sensible ya no logra entender o explicar, y la
para el uso de la razón en todo respecto, será necesario entonces facultad de juzgar puede tomar de sí misma un principio de rela-
que la crítica haya explorado previamente el terreno de ese edi- ción de la cosa de la naturaleza con lo suprasensible incognoscible,
ficio, penetrando al efecto hasta la base primera de la facultad aunque sólo necesite usru.·lo con vistas a sí misma para el cono-
cimiento de la naturaleza -entonces semejante principio a priori
1 Interpretación de SchOndorffer; en vez de "limitada", el texto original
dice "einig" =unida, que Erdmann interpreta en el sentido de "única", y 1 "Teleológico", según Rosenkranz.
Windelband en el de "exclusiva".
9
8
puede y debe ciertamente aplicaise paia el conocimiento de los
seies del mundo, y al propio tiempo abre perspectivas ventajosas
para la razón práctica; pero no tiene relación directa alguna con
el sentimiento de agrado o desagrado, que es precisamente lo
enigmático en el principio del juicio y lo que determina la nece- INTRODUCCióN
sidad de dedicar un capítulo especial de la crítica a esa facultad,
puesto que el juicio lógico por conceptos (del cual jamás podrá I
obtenerse una conclusión directa sobre el sentimiento de agrado
y desagrado) habría podido incorporaise en todo caso a la parte DE LA DIVISION DE LA FILOSOFIA
teórica de la filosofía, junto con una restricción crítica de ella.
Como la investigación de la facultad del gusto como juicio
estético, no puede perseguir en nuestra obra la formación y cul- Bien está que, como suele hacerse de ordinario, se divida la
tivo del gusto (pues éstas seguirán siempre su maicha como hasta filosofía en teórica y práctica, teniendo en cuenta que contiene
ahora sin necesidad de todas estas investigaciones), sino sólo una principios del conocimiento racional de las cosas por medio de
intención trascendental -confío en que el hecho de que resulte conceptos (y no sólo, como la Lógica, principios de la forma del
insuficiente para aquel fin, habiá de merecer también indulge!lte pensar en general, sin distinción de objetos); pero entonces tie-
juicio; en cambio, en cuanto a la intención aludida en último lugar, nen q ue ser especificamente distintos también los conceptos que
esa investigación tiene que contar con que será objeto del más asignan su objeto a los principios de ese conocimiento racional,
severo examen. Pero aun en este caso, la gran dificultad de re- pues de .o tra suerte no habría justificación para ninguna división,
solver un problema que la natunleza complicó tanto, podrá servir que siempre presupone una oposición de los principios del cono-
de disculpa -así lo espero-, si en la solución se encuentra algu- cimiento racional perteneciente a ]as distintas paites de una ciencia.
na oscw·idad no totalmente evitable, a condición solamente de Pero sólo hay dos clases de conceptos que admitan otros tan-
que el principio se formule rectamente y se exponga con la sufi- tos principios distintos de posibilidad de sus objetos: los conceptos
ciente clru:idad; supuesto que el modo de deducir de ahí el fenó- de la naturaleza y el concepto de ]a libertad. Y como los prime-
meno de la facultad de juzgar, no tenga toda la claridad que con ros hacen posible un conocimiento teórico según principios a priori,
razón puede exigirse en otras parles (por ejemplo: de un conoci- mientras que el segundo, con respecto a aquellos conceptos, sólo
miento por conceptos) y que creo haber logrado también yo en trae en sí, por su mismo concepto, un principio negativo (de mera
la segunda parte de esta obra. oposición), mientras que paia la determinación de la voluntad
Con ello termino toda mi labor crítica. Sin demora me ]an- erige principios extensivos por tal motivo calificados de prácticos,
Zaié a lo doctrinal, con el propósito de poder dedicarle una época resulta justificada la división de ]a filosofia en dos paites com-
todavía bastante favorable de mi vida antes de que aumente mi pletamente distintas por sus principios; la teórica, como filosofía
vejez. Se entiende por sí mismo que en ese estudio no podré natural, y la práctica como filosofía moral, que así se denomina
dedicar una parte especial a la facultad de juzgar, porque para la legislación práctica de la razón a tenor del concepto de liber-
ello sirve mejor la crítica que la teoría; antes bien, dividida la tad. Pero hasta ahora se cometió gran abuso con estas expresiones
filosofía en teórica y práctica, y en idénticas partes la pura, reali- para dividir los distintos principios y, con ellos, también la filo-
zarán ese cometido, la Metafísica de la nahrraleza y la de las sofía, pues se hacía una sola cosa de Jo práctico según conceptos
costumbres. de la naturaleza y lo práctico segün el concepto de la libertad, y
así, con las mismas denominaciones de filosofía teórica y práctica,
se formulaba una definición que en realidad no dividía nada, ya
que las dos partes podían tener principios de una misma clase.

10 11
Y es que la voluntad, como facultad de apetecer, es una de En consecuencia, si la solución de los problemas de la geo-
las varias causas naturales en el mundo, a saber: la que actúa metría pura no constituye una parte especial de esa ciencia, o si
según conceptos; y todo cuanto se representa como posible (o la agrimensura no merece propiamente el nombre de geometría
necesario) por medio de una voluntad, se califica de práctica- práctica, como segunda parte de la geometría, a diferencia de la
mente posible (o de prácticamente necesario); a diferencia de la pura, mucho menos puede el arte mecánico o químico de los ex-
posibilidad o necesidad físicas de un efecto en que la causa no perimentos o de las observaciones tenerse como parte práctica de
se orienta a la causalidad por conceptos (sino, como ocurre con la teoría de la naturaleza, como tampoco, por último, la economía
la materia inerte, por un mecanismo, y en los animales por ins- doméstica, la agraria ni la del Estado, el arte de los modales, los
tinto). Pero con ello se deja indeciso, con respecto a lo práctico, preceptos 1 de la dietética, ni la teoría misma de ]a felicidad,
si es un concepto de la naturaleza o un concepto de la libertad ni siquiera la dominación de las inclinaciones y la sujeción de las
lo que da la regla a la causalidad de la voluntad. pasiones con vistas a la felicidad, pueden contarse en la filosofía
Y, sin embargo, la última distinción es esencial, puesto que práctica ni aun formar propiamente la segunda parhe de la filo-
si el concepto que orienta a la causalidad es un concepto de la sofía en general, puesto que en conjunto contienen sólo reglas de
naturaleza, los principios son técnico-prácticos, mientras que si habilidad, siendo, por lo tanto, de carácter meramente técnico-
es un concepto de la libertad, son éstos morales-prácticos; y como práctico, para lograr un efecto posible según ]os conceptos natu-
en la división de una ciencia racional es de toda importancia el rales de causa y efecto, y como estos conceptos, que pertenecen a
distinguir entre sí los objetos para cuyo conocimiento se requie- la filosofía teórica, están sometidos a aquellos preceptos como
ren principios diferentes, los primeros pertenecerán a la filosofía meros corolarios suyos (de ]a ciencia de la naturaleza) , no pueden
teórica (en cuanto teoría de la naturaleza), mientras que los otros reclamar un lugar en una filosofía especial, en la llamada filosofía
constituirán por sf solos la segunda parte, a saber: la filosofía práctica. Por el contrario, los preceptos m01·ales-prácticos, que se
práctica (en cuanto teoría de las costumbres). ftmdan totalmente en el concepto de libertad, con exclusión teta}
Todas las reglas técnico-prácticas (es decir, las del arte y de de los motivos de determinación de la vohmtad procedentes de
la habilidad en general, o también de la prudencia como habili- la naturaleza, constituyen un tipo muy peculiar de preceptos, que
dad para tener influencia sobre los bombres y su voluntad), deben reciben también la denominación de leyes, como las reglas a que
figurar sólo como corolarios de la filosofía teórica, por cuanto sus obedece la naturaleza, aunque, a diferencia de las últimas, no se
principios se basan en conceptos, puesto que afectan sólo a la basan en condiciones sensibles sino en un principio suprasensible,
posibilidad de las cosas según conceptos de la naturaleza, entre requiriendo para sí solos, al lado de la parte teórica de la filosofía,
los cuales se cuentan no sólo los medios dispuestos a tal fin en otra parte denominada filosofía práctica.
la naturaleza, sino la misma voluntad (como facultad de apete- Échase de ver con ello que una suma de preceptos prácticos
cer y, por lo tanto, como facultad de la naturaleza) en cuanto, dados por la filosofía, no puede integrar una parte especial de la
según aquellas reglas, puede ser determinada por medio de resor- filosofía aparte de su parte teórica, por la mera razón de que sean
tes nahuales por aquellas reglas. Sin embargo, semejantes reglas prácticos, pues podrían serlo si sus principios se obtuvieran total-
prácticas no se califican de leyes (como se hace con las físicas), mente del conocimiento teórico de la naturaleza (en cuanto reglas
sino sólo de preceptos, precisamente porque la voluntad no se técnico-prácticas); antes .bien pueden integrarla siempre y cuando
halla solamente bajo el concepto de la naturaleza sino también su principio no se derive en modo alguno del concepto de la
bajo el concepto de la libertad, con respecto al cual los principios naturaleza, siempre condicionado de modo sensible, sino que se
de la voluntad se llaman leyes y, junto con sus consecuencias, apoye en lo suprasensible, cognoscible únicamente por el concepto
integran por sí solos la segunda parte de la filosofía, o sea, la
parte práctica. 1 El texto original ruce "precepto".

12 13
de libertad a base de leyes formales, siendo, por lo tanto, leyes de meros fenómenos, pues sin eso no podría concebirse ninguna le-
orden moral práctico, es decir, no meros preceptos y reglas con gislación del entendimiento con respecto a ellos.
tal o cual intención, sino sin previa referencia a fines y propósitos. La legislación por medio de conceptos naturales se opera por
el entendimiento, y es teorética. La legislación por medio del
concepto de libertad se opera desde la razón, y es meramente
práctica. Sólo en lo práctico exclusivamente puede la razón ser
II legislativa; con respecto al conocimiento teorético (el de la natu-
raleza) únicamente puede (como conocedora de la ley gracias al
DE LA JURISDICCION DE LA FILOSOFlA EN GENERA_L entendimiento) sacar de leyes dadas, a base de deducciones, con-
clusiones que, sin embargo, nunca se salen de la naturaleza; en
cambio, por el contrario, cuando las reglas son prácticas, no por
El uso de nuestra facultad de conocer según principios y, con ello es ya legislativa la razón, puesto que esas reglas pueden ser
él, la filosofía, llegan hasta donde tengan aplicación los conceptos también técnico-prácticas.
a prio1'i.
Pero el conjunto de todos los objetos a que, para lograr en El entendimiento y la razón tienen, por lo tanto, dos legisla-
lo posible un conocimiento de ellos, se refieren aquellos conceptos, ciones distintas en un solo territorio: el de la experiencia, sin que
pueden dividiTse atendiendo a la diferente suficiencia o insuficien- ninguna de las dos pueda perjudicar a la otra, puesto que tan
cia de nuestxas facultades a ese fin. poco como el concepto de naturaleza tenga influencia en la legis-
lación por el concepto de libertad, tan poco estorba a ésta la le-
Los conceptos, en cuanto referidos a objetos, prescindiendo gislación de la naturaleza. La crítica de la razón pura demostró
de si es posible o no un conocimiento de éstos, tienen su campo, la posibilidad de concebir en el mismo sujeto, por lo menos sin
que se determina únicamente por las relaciones que con nuestra contradicción, la coexistencia de ambas legislaciones y de las fa-
facultad de conocer en general tenga el objeto de esos conceptos. cultades a ellas correspondientes, pues rebatió las objeciones
La parte de este campo en que el conocimiento resulta posible hechas contra esa posibilidad poniendo de manifiesto la ilusión
para nosotros, es un tenitorio ( te1'ritorium) de esos conceptos y dialéctica en ellas.
de la facultad de conocer requerida para ellos. La parte del terri-
torio regida por ellos a modo de leyes, es la jurisdicción ( ditio) Pero estas dos jurisdicciones distintas (que aun sin limitarse
de esos conceptos y de la facultad de conocer que les corresponde. en su legislación, se limitan, sin embargo, incesantemente en sus
Y aunque los conceptos de experiencia tengan su territorio en la efectos en el mundo de los sentidos) no constituyen una sola cosa,
naturaleza como conjunto de todos los objetos de los sentidos, como se desprende del hecho de que el concepto natural repre-
no así su jurisdicción (sino sólo su residencia: domicilium), por- sente sus objetos en la intuición, pero no como cosas en sí, sino
que son producidos según leyes, pero no tienen fuerza de ley, como meros fenómenos, mientras que, por el contrario, el concep-
antes bien las reglas en ellos fundadas son empíricas y, por lo to de libertad expone en su objeto una cosa en sí, pero no en la
tanto, contingentes. intuición, con lo cual ninguno de los dos puede proporcionar un
El conjunto de nuestra facultad de conocer tiene dos jurisdic- conocimiento teorético de su objeto (ni siquiera del sujeto cogi-
ciones : la de los conceptos de la naturaleza y la del concepto de tante) como cosa en sí, conocimiento que fuera lo suprasensible,
libertad, pues por medio de ambos dicta leyes a prio1·i. Pues bien, y de ahí que la idea tenga que subordinaTse a la posibilidad de
de acuerdo con esto, la filosofía se divide también en teórica y todos aquellos objetos de la experiencia, pero sin que jámás pueda
práctica. Pero el territorio en que se erige su jurisdicción y en elevarse ni ensancharse a conocimiento.
que ejerce su legislación, no es más que el conjunto de los objetos Hay, pues, un campo limitado, pero inaccesible también, para
de toda experiencia posible, en cuanto tomados únicamente como toda nuestra capacidad de conocimiento, a saber: el campo de lo
14 15
suprasensib1e, en el cual no encontramos territorio para nosotros, III
es decir, que en él no podemos tener una jurisdicción para el
conocimiento teorético ni por medio de los conceptos del enten- DE LA CRITICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR COMO
dimiento ni por medio de los de la razón; y si a los efectos del MIEMBRO DE ENLACE QUE UNE EN UN TODO
uso de la razón, lo mismo teorético que práctico, tenemos que LAS DOS PARTES DE LA FILOSOF1A
ocupar de ideas ese campo, no podemos, en cambio, proporcionar
a esas ideas, con respecto a las leyes derivadas del concepto de
libertad, otra realidad que la práctica, con lo cual, en consecuen- La crítica de las facultades de conocimiento con respecto a
cia, nuestro conocimiento teorético no se ensancha en lo más mí- lo que éstas pueden hacer a priori, no tiene propiamente juris-
nimo hacia lo suprasensible. dicción con respecto a los objetos: porque no es una doctrina,
Y aunque se haya establecido en firme un abismo insalvable antes bien debe limitarse a investigar si y cómo por medio de ella
enh·e la jurisdicción del concepto natmal, en cuanto jurisdicción es posible obtener una doctrina, de acuerdo con la natmaleza de
de lo sensible, y la del concepto de libertad, como jurisdicción de nuestras facultades. Su campo se extiende a todas las pretensiones
lo suprasensible, de suerte que no hay posibilidad alguna de pas:u- de estas facultades para mantenerlas dentro de los límites de su
de la primera a la otra (por ejemplo: por medio del uso teoréti- lícita competencia. Pero lo que no puede figurar propiamente en
co de la razón), cual si hubiera otros tantos mundos diferentes y la clasificación de la filosofía, puede figurar, sin embru·go, como
el primero no pudiera tener influencia alguna en el segundo: al parte principal, en la crítica de la pma facultad de conocer, cuan-
fin y al cabo, el último tendría una influencia en el plimero, en el do esta facultad contiene principios que de por sí no sirven para
sentido de que el concepto de libertad ha de hacer real en el mun- el uso teorético ni para el práctico.
do de los sentidos el objetivo propuesto por sus leyes, y, en con- Los conceptos de la naturaleza, que contienen el fundamento
secuencia, la naturaleza debe poder concebirse asimismo de suerte de todo conocimiento teorético a priori, descansaban en la legis-
que la legalidad de su forma coincida por lo menos con la posi- lación del entendimiento. El concepto de libertad, que contiene
bilidad de los fines en ella logrables en virtud de leyes de libertad. el fundamento de todos los preceptos prácticos a pri01·i sensibles-
Por lo tanto, tiene que haber, a pesar de todo, un fundamento incondicionados, descansaban en la legislación de la razón. En
de la unidad entre lo suprasensible, que yace en el fondo de la consecuencia, las dos facultades, además de que por la forma ló-
naturaleza, y lo prácticamente contenido en el concepto de li- gica puedan aplicarse a principios, cualquiera que sea su origen,
bertad, y de ahí que el concepto, si bien ni teorética ni práctica- tienen también, cada una de ellas, su propia legislación a tenor de
mente, puede llegar a un conocimiento de ese fundamento (y sin su contenido, sobre la cual no hay otra (a priori), y la cual, por
tener tampoco, por lo tanto, jurisdicción peculiar), haga posible lo tanto, justifica la división de la filosofía en teórica y práctica.
el paso del modo de pensamiento según los principios del uno al Pero en la familia de las superiores facultades de conocimien-
modo de pensamiento según los del otro. to hay, sin embru·go, otro miembro intermedio más entre el enten-
dimiento y la razón: es la facultad de juzgar, de la cual hay mo-
tivos para suponer, por analogía, que puede contener igualmente,
si no una legislación propia, sí un principio peculiar suyo pru:a
buscru· leyes, bien que ese principio sea meramente subjetivo, a
p1·io1'i, el cual, sin tener como jurisdicción propia ningún campo
de objetos, puede tener, sin embargo, algún territorio y cierta cua-
lidad del mismo para la cual precisamente sólo sería válido ese
principio.
Y a este principio (a juzgar por la analogía) viene a sumarse

16 17
un nuevo motivo para enlazar la facultad de juzgar con otro or- Para la facultad de conocer sólo el entendimiento es legislador,
den de nuestras facultades representativas, orden que parece ser si esa facultad, a título de capacidad de conocimiento teórico, se
de mayor importancia aún que el del parentesco con la familia de aplica a la naturaleza (como debe hacerse cuando se la considera
las facultades de conocimiento, puesto que todas las facultades en sí misma, sin mezclarla con la facultad de apetecer), pues sólo
o capacidades del alma pueden reducirse a las tres que no cabe con respecto a la naturaleza (como fenómeno) es posible para
derivar ya de un fondo común ulterior: la facultad de conocer, nosotros el dar leyes mediante conceptos naturales a priori, que
el sentimiento de agrado y desagrado, y la facultad de apetecer 1 • son propiamente conceptos puros del entendimiento. Para la fa-
cultad de apetecer, como facultad superior, según el concepto de
1 Para conceptos que se usan como principios empl.ricos, cuando hay libertad, sólo la razón (la única en que tiene validez este concep-
motivos para suponer que tienen relaciones de parentesco con la pura facultad to) es legislativa a p1'Í01'Í. Ahora bien, entre la facultad de conocer
de conocer a priori, es de utilidad, a causa de esa relación, intentar de ellos y la de apetecer se halla el sentimiento de agrado, al igual que
\ma definición trascendental, a saber, por categorias puras cuando éstas son entre el entendimiento y la razón se halla la facultad de juzgar;
las únicas que permiten distinguir ya suficientemente el concepto de que se
trata. Síguese en ello el ejemplo del matemático que deja indeterminados por lo tanto, cabe suponer, por lo menos provisionalmente, gue
los datos empíricos de su problema para buscar sólo sus relaciones en la sín- la facultad de juzgar contiene igualmente de por sí un principio
tesis pura del problema bajo los conceptos de la aritmética pura, generalizando a p1'Íot·i, y, dado que a la facultad de apetecer va necesariamente
así su solución. Se me reprochó que hubiera empleado un procedimiento si- asociado el agrado o desagrado (sea que, como en la inferior,
milar (Crítica de la mz6n práctica, pág. 16 del prefacio), censurándoseme
que definiera la facultad de apetecer como siendo, por sus representaciones, anteceda a su principio, o que, como en la superior, resulte sólo
causa de la realidad de los objetos de éstas: se me objetó que meros deseos de su determinación por la ley moral), ha de dar lugar a un paso
serian también apetencias, y todos coinciden en que por sí solos no podrían de la pura facultad de conocer, es decir, de la jurisdicción de los
producir el objeto de esos deseos. Pero eso demuestra tan sólo que el hombre conceptos de naturaleza, a la jurisdicción del concepto de liber-
tiene también apetencias que Jo hacen incurrir en contradicción consigo mismo
por cuanto su representación tiende únicamente a producir el objeto a sa- tad, al igual que en el uso lógico hace posible el paso del enten-
biendas de que no puede lograrlo, pues tiene conciencia de que sus facultades dimiento a la razón.
mecánica (si se quiere denominar así. las no psicológicas), destinadas según Por lo tanto, aun cuando la filosofía sólo pueda dividirse en
aquella representación a producir el objeto (o sea, indirectamente), resultan dos partes principales: la teórica y la práctica; atm cuando tenga
insuficientes, o, lo que es peor, aspiran a algo imposible, por ejemplo: hacer
que no haya sucedido lo ya sucedido (O mihi praeteritos . . . , etc. - Eneid(L, que incluirse en la parte teórica, es decir, en el conocimiento ra-
lib. VIII, vs. 560), o bien, pretendiendo anular el intervalo que los separa de cional por principios natmales, todo cuanto podamos decir de
un momento deseado quien espere con impaciencia la llegada de ese momento. los principios peculiares de la facultad de juzgar, la crítica de la
Y aunque en esa clase de apetencias fantásticas tengamos conciencia de lo razón pura, que tiene que abarcar todo esto antes de elaborar
insuficiente de nuesb·as representaciones (y hasta de su inutilidad) para ser aquel sistema, y con vistas a hacerlo posible, constará de tres
causa de sus objetos, en todo caso su interpretación a modo de causa, y, por
ende, la representación de su causalidad, se halla implícita ya, y luego se hace partes: la crítica del entendimiento puro, la de la facultad de
visible, en todo deseo, cuando éste es una afección, es decir, ansia, pues éstas, juzgar pura y la de la razón pura, facultades que calificamos
ensanchando el corazón y encogiéndolo, y agotando así las energías, de_mues- de puras porque son legislativas a priori.
tran que por medio de representaciones vuelven a ponerse repetidamente en
tensión las fuerzas, aunque luego provoquen el desalentado relajamiento del
espíritu al percatarse éste de lo vano del esfuerzo. Aun las oraciones para
apartar grandes y, al parecer, inevitables males, y muchos medios supersti- tras fuerzas antes de habemos asegurado de la suficiencia de nuestra facultad
ciosos para obtener de modo natural fines imposibles, demuestran la relación para producir un objeto, aquellas fuerzas habrían de quedar en gran parte sin
causal que ei>tablecen entre las representaciones y sus objetos, y ni siquiera la utilizar, puesto que por lo común nos dan1os cuenta por vez primera de nues-
conciencia de lo insuficiente de éstas para producir el efecto, puede impedir tras fuerzas cuando las ponemos a prueba. En consecuencia, ese espejismo
que le atribuyanlos ese carácter de causa. El motivo de que en nuestra na- de los deseos irrealizables, es sólo consecuencia de una benéfica disposición de
turaleza exista ese apego a apetitos que sabemos irrealizables, es de orden nuestra naturaleza. (Nota afudida por KANT en la segunda edición de la
antropológico-teleológico: Parece que si no nos decidiéramos a emplear nues- obra.)

18 19
IV xión sobre las leyes de la naturaleza se rige por la naturaleza,
y no ésta por las condiciones según las cuales tratamos de ob-
DE LA FACULTAD DE JUZGAR COMO FACULTAD tener de ella un concepto totalmente contingente con respecto
a éstas.
LEGISLATIVA A PRIORI
Pues bien, este principio no puede ser otro que el de que,
como las leyes generales de la naturaleza tienen su fundamento
en nuestro entendimiento, que las prescribe a la naturaleza (aun-
La facultad de juzgar es la facultad de concebir lo parti- que solamente según el concepto general de ella como naturaleza),
cular como contenido en lo universal. Si lo dad o es lo universal tienen que ser consideradas según tal unidad las leyes empíricas
(la regla, el principio, la ley), la facultad de juzgar, que subsu- con respecto a lo que queda indeterminado por aquéllas, como
me lo particular en lo universal (aun en el caso de que, a fuer de si un entendimiento (aunque no fuera el nuestro) las h ubiera
facultad trascendental de juzgar dé a priori las condiciones únicas dado a los fines de nuestras facultades de conocimiento para ha-
en que sea posible efectuar esa subsunción), es determinante; cer posible un sistema de la experiencia según leyes especiales de
pero si lo dado es sólo lo particular, y para ello hay que encon- la naturaleza, no en el sentido de que de este modo tenga que su-
trar lo universal, la facultad de juzgar es sólo reflexionante. ponerse realmente tal entendimiento (puesto que la facultad de
La facultad de juzgar determinante bajo leyes universales juzgar reflexionante, a la cual sirve de principio esta idea, es
trascendentales dadas por el entendimiento, se limita a subsumir; sólo para refl exionar, no para determinar), antes bien esta facul-
se le indica a pri01'i la ley, y, en consecuencia, no necesita conce- tad se da con ello una ley a si misma únicamente, pero no a la
bir por sí misma una ley para poder subordinar en la naturaleza naturaleza.
lo particular a lo universal. Sin embargo, hay tan diversas formas Ahora bien, como el concepto de un objeto, siempre que al
de la naturaleza, vale decir, tantas modificaciones de los concep- propio tiempo contenga el fundamento de la realidad de ese ob-
tos naturales trascendentales generales, que han de quedar inde- jeto, se denomina fin, y finalidad 1 de la forma de una cosa, la
terminadas por aquellas leyes que da el entendimiento puro a coincidencia de ésta con aquel1a constitución de las cosas sólo
prio1'i, porque esas leyes sólo tienen en vistas la posibilidad de una posible según fines, el principio de la facultad de juzgar, con res-
naturaleza (como objeto de los sentidos), que, a cambio de ello, pecto a la forma de las cosas de la naturaleza bajo leyes empíri-
tiene que haber también leyes que si, a fuer de empíricas, podrían cas en general, es la finaJidad de la naturaleza en su diversidad.
ser contingentes según nuestro conocimiento intelectual, necesitan Esto es: por este concepto la naturaleza se representa como si un
de todo punto, si han de calificarse de leyes (como exige también entendimiento contuviera el motivo de la unidad de lo diverso de
el concepto de una naturaleza), que se las considere como nece- las leyes empíricas de la naturaleza.
sarias a base de un principio, aunque no lo conozcamos, de la La finalidad de la naturaleza es, pues, un concepto a priori
unidad de lo diverso. La facultad de juzgar reflexionante, cuya especial, que tiene simplemente su origen en la facultad de juzgar
misión es elevarse de lo particular de la naturaleza a lo universal, reflexionante, puesto que no puede atribuirse tma cosa semejante
necesita, pues, un principio que no puede tomar de la experiencia a los productos de la naturaleza, como si ésta los hubiera dotado
porque precisamente tiene que establecer la unidad de todos los con vistas a fines, sino que este concepto sólo puede usarse para
principios empiricos bajo otros principios, empíricos también, pero reflexionar sobre ellos acerca del enlace de los fenómenos que en
superiores y, por ende, la posibilidad de la subordinación de éstos la naturaleza se dan, enlace regido por leyes empiricas. Este con-
enh·e sí en un sistema. Por lo tanto, sólo a sí misma puede la fa-
cultad de juzgar darse ese principio trascendental como ley, pero 1 Zweckmiissigkeit: conformidad a fin. Significa, en sentido amplio,
no tomarlo de otra parte (pues entonces sería la facultad de juzgar conveniencia, adecuación para algo y de ahí lo traducimos también por ido-
determinante), ni prescribirlo a la naturaleza: porque la refle- neidad.

20 21
cepto tiene que distinguirse asimismo totalmente de ]a finalidad tad de apetecer, por ser de una voluntad, tiene que darse empí-
práctica (del arte humano o también de las costumbres), a pesar ricamente (no pertenece a los predicados trascendentales). Pero,
de haber sido concebido por una analogía con ésta. no obstante, ninguno de los dos principios es empúico, sino am-
bos a priori, porque para unir el predicado con el concepto em-
pírico del sujeto de sus juicios no se necesita otra experiencia
más, sino que esa unión puede inteligirse perfectamente a prior·i.
V Por las máximas de la facultad de juzgar tomadas a priori
como base para la investigación de la naturaleza, a pesar de lo
EL PRINCIPIO DE LA FINALIDAD FORMAL DE LA cual no tienen en vista más que la posibilidad de la experiencia,
NATURALEZA ES UN PRINCIPIO 'P.RASCENDENTAL y, por ende, del conocimiento de la naturaleza, pero no de la
DE LA FACULTAD DE JUZGAR natw·aleza en general sino de una naturaleza definida por una
diversidad de leyes especiales, - puede comprenderse suficiente-
mente que el concepto de una finalidad de la naturaleza perte-
Principio trascendental es el que sirve para representar la nece a los principios trascendentales. A modo de sentencias de
condición universal a priori, única que permite que las cosas lle- la sabiduría metafísica, esas máximas se presentan con bastante
guen a ser objetos de nuestro conocimiento en general. Por el frecuencia, aunque sólo dispersas, en el transcurso de esta ciencia,
contrario, se califica de metafísico el principio que representa la con motivo de algunas reglas cuya necesidad no puede exponerse
condición a priori, única que permite dax una definición a p1·i01i a base de conceptos. "La naturaleza toma el camino más corto
más precisa de objetos cuyo concepto debe darse empíricamente. ( lex parsimoniae), y, sin embargo, no da saltos, ni en la suce-
De esta suerte, el principio del conocimiento de los cuerpos como sión de sus modificaciones ni en la agrupación de formas espe-
sustancias, y como sustancias variables, es trascendental cuando cíficamente distintas ( lex continu.i in natum); su gran diversi-
con él se dice que su alteración debe tener una causa, y, en cam- dad de leyes empíricas es, sin embargo, unidad bajo unos pocos
bio, metafísico cuando con él se dice que su alteración debe te- principios (principia praeter necessitatem non sunt multiplican-
ner una causa e:t:terior; porque en el primer caso puede el cuerpo da)" y otras por el estilo.
concebirse solamente por medio de predicados ontológicos (puros Pero repugna totalmente al sentido de esos principios pre-
conceptos del entendimiento) , por ejemplo: como sustancia, para tender indicar su origen, adoptando para ello una postura psi-
conocer a priori la proposición, mientras que en el segundo se cológica. En efecto, no dicen qué ocurre, es decir, por qué res;las
toma como base de esa proposición el concepto empírico de un funcionan realmente nuestras facultades cognoscitivas, ni cómo
cuerpo (como cosa móvil en el espacio), pero luego hay que in- se juzga, sino cómo hay que juzgar, y esa necesidad objetiva
teügir totalmente a priori que le conviene al cuerpo el último lógica no puede surgir si los principios son meramente empíricos.
predicado (del movimiento únicamente atribuible a una causa Por lo tanto, para nuesh·as facultades de conocimiento y para su
exterior). Y así, como voy a mostrar en seguida, el principio de uso, que de modo patente resulta de ellas, la finalidad de la na-
la finalidad de la naturaleza (en la diversidad de sus leyes em- turaleza es un principio trascendental de los juicios, y, por ende,
píricas) es un principio trascendental, puesto que el concepto de necesita también de una deducción trascendental, por medio de
los objetos, en cuanto concebimos como situados bajo ese princi- la cual se descubra a priori en las fuentes del conocimiento el
pio, es únicamente el concepto puro de los objetos del propio co- fundamento de juzgar así.
nocimiento empírico posible, y nada empírico contiene. Por el Precisamente en los fundamentos de la posibilidad de una
contrario, el principio de la finalidad práctica, necesariamente experiencia encontramos evidentemente, ante todo, algo necesa-
concebido en la idea de la determinación de una voluntad libre, rio: las leyes generales, sin las cuales ni siquiera cabría concebir
sería un principio metafísico, porque el concepto de una facul.. la naturaleza (como objeto de los sentidos); y éstas se apoyan

22 23
en las categorías, aplicadas a las condiciones formales de toda in- unión (que aun reconociéndola como conforme a propósito ne~­
tuición posible para nosotros, en tanto es dada igualmente a priori. sario, o necesidad, del entendimiento, la reconocemos también
Bajo esas leyes, la facultad de juzgar es decisiva, puesto que corno algo casual en sí) se representa como finalidad de los obje-
su única tarea es subsumir bajo leyes dadas. Por ejemplo, el tos en este caso: de la naturaleza; la facultad de juzgar, rnera-
entendimiento dice: toda modificación tiene su causa (ley gene- rn~nte reflexionante con respecto a las cosas sujetas a posibles
ral de la naturaleza); la facultad de juzgar trascendental no tiene leyes empíricas (por descubrir aún), tiene q ue concebir la natu-
entonces otra tarea que indicar a priori la condición para sub- raleza, con respecto a las últimas, según un principio de finalidad
sumir bajo el concepto del entendimiento que les es presentado para nuestra facultad de conocimiento, que luego se exprese en
y lo es la sucesión de las determinaciones de una misma cosa. las mencionadas máximas de la facultad de juzgar. Ahora bien,
Ahora bien, para la naturaleza en general (como objeto de po- este concepto trascendental de una finalidad de la naturaleza
sible experiencia), aquella ley es reconocida como absolutamente tampoco es un concepto natural ni un concepto de libertad, por-
necesaria. Pero los objetos del conocimiento empírico, además de que nada atribuye al objeto (a la naturaleza), sino que sólo ex-
aquella condición temporal formal, están determinados o pueden presa el único modo en que debemos p~oceder en la re~exi~n
determinarse (hasta donde quepa juzgar a priori) de diver.sos sobre los objetos de la naturaleza con VIStas a una e:h'Penenc1a
modos, de suerte que naturalezas específicamente diferentes, ade- totalmente coherente; luego, es tm principio subjetivo (máxima)
más de lo que tengan de común como pertenecientes a la natu- de la facultad de juzgar. De ahi también que como si fuera un
raleza en general, pueden ser aún causas de modo infinitamente azar venturoso, propicio para nuestro designio, nos deleite (pro-
diverso; y cada uno de esos modos debe (según el concepto de piamente: satisfaga la necesidad) el hecho de que encontremos
causa mismo) tener su regla, que es ley, e implica necesidad, esa unidad sistemática bajo leyes meramente empíricas, y ello a
aunque nosotros, por la índole y límites de nuestras facultades pesar de que tengamos que admitir que es tma unidad que ni
cognoscitivas, no advirtamos esa necesidad. Por lo tanto, en la podemos comprender ni demostrar.
naturaleza, atendiendo a sus leyes meramente empíricas, tenemos Para convencerse de la corrección de esta deducción del con-
que pensar en una posibilidad de leyes empíricas infinitamente cepto en cuestión y de la necesidad de considerarlo como prin-
diversas, aunque a nuestro modo de ver sean contingentes (no
cipio trascendental del conocimiento, basta pensar en la magnitud
pueden ser conocidas a priori); y en atención a ellas juzgamos del problema: a base de percepciones dadas, de una naturaleza
contingente la unidad de la naturaleza según leyes empíricas y que en todo caso contiene infinita multitud de leyes empíricas,
la posibilidad de la unidad de la experiencia (como sistema por hacer una experiencia coherente, problema que se plantea a priori
leyes empíricas) . Pero como esa unidad debe aceptarse y presu- en nuestro entendimiento. Y aunque el entendimiento posea a
ponerse necesariamente, pues de otro modo no se llegaría a un priori las leyes generales de la naturaleza, pues sin ellas no podría
enlace total del conocimiento empírico en un conjunto de la ex- ésta ni siquiera ser objeto de una experiencia, necesita también,
periencia, ya que las leyes naturales generales proporcionan, s~ sin embargo, cierto orden de la naturaleza, en las leyes especiales
ese enlace entre las cosas por su especie en cuanto cosas de la de ésta, las cuales sólo empíricamente puede conocer y que son
naturaleza en general, pero no específicamente en cuanto tales contingentes con respecto a él. Pero estas reglas, sin las cuales no
entes naturales especiales, de ahí que la facultad de juzgar tenga sería en modo alguno posible adelantar de la analogía general de
que admitir como principio a priori, para su propio uso, que lo que una posible experiencia a una especial, tiene que concebirlas como
para la intelección humana hay de causal en las leyes especiales leyes (es decir, como necesarias), porque de otro modo no darían
(empíricas) de la naturaleza, contiene, sin embargo, una unidad un orden natural, haciendo caso omiso de que el entendimiento
legal ( insondeable para nosotros, pero por lo menos concebible) no llegue nunca a comprenderlas ni las reconozca como necesa-
en el enlace de lo que tienen de diverso en una experiencia posi- rias. Por lo tanto, aunque con respecto a ellos (a los objetos)
ble en si. En consecuencia, dado que la unidad legal en una nada pueda determinar a priori, necesita, sin embargo, para se-
24 25
guir estas leyes llamadas empíricas, tomar como base de toda re- mía) , para la reflexión sobre aquélla, una ley que podría llamarse
flexión sobre la naturaleza un principio a priori: que a base de ley de la especificación de la naturaleza con respecto a sus leyes
esas leyes es posible un orden cognoscible de la naturaleza, prin- empíricas, ley que no reconoce a priori en ella sino que supone
cipio que se expresa en las proposiciones siguientes: que en la con vistas a un orden de ella en la clasificación que hace de sus
naturaleza hay una subordinación, comprensible para nosotros, leyes generales, cuando quiere subordinar a éstas una diversidad
de géneros y especies; que aquéllos, a su vez, se aproximan entre de las especiales. Por lo tanto, cuando se dice: la naturaleza espe-
sí en virtud de un principio común, que permita pasar de uno de cifica sus leyes generales según el principio de la finalidad, para
ellos a otro y, en consecuencia, a un género superior; que, como nuestra facultad de conocimiento, es decir, para la acomodación al
para la diversidad específica de los efectos naturales tenemos que entendimiento hl1I'lano en su ocupación necesaria de enconn·ar lo
suponer otras tantas clases distintas de causalidad, parece inicial- universal en lo particular, que le ofrece la percepción, y en lo di-
mente inevitable para nuestro conocimiento que, ello no obstante, verso (bien que general para cada especie) un nuevo enlace en
quepan éstas bajo un reducido número de principios a cuyo des- la unidad del principio: con ello, ni se prescribe una ley a la
cubrimiento hemos de dedicar nuesn·os esfuerzos, etc. Esta coin- naturaleza, ni de ésta se aprende una por observación (bien que
cidencia de la naturaleza con nuestra facultad de conocimiento, mediante ést.:'l. pueda confii"marse aquel principio). Y es que no
es supuesta a priori por la facultad de juzgar, a fin de que pueda es tm principio de la facultad de juzgar determinante, sino retle-
reflexionar sobre aquélla ateniéndose a sus leyes empíricas; puesto xionante; lo único que se pretende es que, como quiera que esté
que, al propio tiempo, el entendimiento la considera objetiva- organizada la naturaleza de acuerdo con sus leyes generales, sea
mente como casual, y sólo la facultad de juzgar la atribuye a la necesario rastrearla a base totalmente de aquel principio y de las
naturaleza como finalidad h'ascendental (con respecto a la facul- máximas que en él se fundan, porque s6lo hasta donde aquél
tad de conocer del sujeto); y es que, sin presuponer esta finalidad, jmpe1-e pechemos adelantar en la experiencia con el uso de nues-
no podríamos tener ningún orden natural basado en leyes empí- n·o entendimiento y adquirir conocimiento.
ricas, y, por lo tanto, ninguna guía para una experiencia (y para
su investigación) que pueda disponerse de acuerdo con esas leyes
en toda su diversidad.
En efecto, se concibe perfectamente que, a pesar de toda la VI
uniformidad de las cosas naturales a tenor de las leyes generales,
sin la cual ni siquiera podría darse la forma de un verdadero DE LA UNiúN DEL SENTIMIENTO DE AGRADO CON
conocimiento de experiencia, la diferencia específica de las leyes EL CONCEPTO DE FINALIDAD DE LA NATURALEZA
empíricas de la naturaleza, junto con sus efectos, podría ser tan
grande que resultara imposible para nuesn·o entendimiento des-
cubrir en ella un orden concebible, clasificar sus productos en
.. La concebida coincidencia de la naturaleza en la diversidad
géneros y especies para aprovechar los principios de la explica- de sus leyes especiales con nuestra necesidad de encontrar para
ción y comprensión de uno para la explicación y comprensión del ellas la universalidad de los principios, debe juzgarse de casual
otro, y convertir en experiencia coherente un material para nos- según toda nuestra comprensión, aunque para nuestra necesidad
otros tan confuso (propiamente sólo de infinita diversidad, inade- intelectual sea juzgada como indispensable y por ende, como fina-
cuado para nuestra facultad de comprensión). lidad por medio de la cual coincide la natm·aleza con nuestro
Por lo tanto, la facultad de juzgar tiene también un principio propósito, bien que únicamente dirigido al conocimiento. Las
a priori para la posibilidad de la naturaleza, pero sólo desde el leyes generales del entendimiento, al propio tiempo leyes de la
punto de vista subjetivo, en sí, con lo cual no prescribe a la na- naturaleza, son tan necesarias para ésta (aunque surgidas de
turaleza (como autonomía), sino a sí misma (como heautono- la espontaneidad) como para la materia las leyes del movimien-

26 27
\
en su tiempo, y sólo por la circunstancia ~e que la n:'ás común
to; y su producción no presupone propósito a~guno con nuest:a.s eJ.1'eriencia no sería posible sin ella, se ha 1do confund1endo pau-
facultades de conocimiento, porque sólo med1ante ellas adqwn-
latinamente con el mero conocimiento y ya no se le presta espe-
mos un concepto de lo que sea conocimiento de las cosas (de la cial atención. Para que la concordancia de las diferentes leyes de
naturaleza), y corresponden por necesidad a la naturaleza como
la naturaleza en nuestra facultad de conocimiento, concordancia
objeto de nuestro conocimiento. Sin embargo, hasta donde nos- considerada por nosotros como meramente contingente, nos pro-
otros alcanzamos a comprender, es contingente que el orden de la
porcione una sensación de agrado, se re~uicre, J?Ues, algo qu~ en
naturaleza según sus leyes especiales resulte realmente adecuado el juicio de la naturaleza llame la atenc1ón bac1a el teleolog1Smo
a ésta a pesar de toda la diversidad y disparidad ~perior a nues-
de ésta para nuestro entencümiento, un afán de colocar en lo po-
tra facultad de comprensión, y por lo menos poSlble, y su des- sible esas leyes bajo otras superiores, aunque sin dejar de ser em-
cubrimiento es cosa del entendimiento, que deliberadamente es
píricas, y si lo logramos se producirá esa sensación. En cambio,
llevado a un fin que le es necesario, a saber: introducir en ese
nos desagradaría totalmente una representación de la naturaleza
orden unidad de los principios, fin que luego debe atribuir a la que de antemano nos dijera que en cuanto fuéramos más allá de
naturaleza la facultad de juzgar, porque en esto no puede el
la insignificante exploración sobre la experiencia más común, ha-
entendimiento prescribirle ley alguna. bíamos de tropezar con una heterogeneidad de sus leyes que
La obtención de aquel 2 propósito está asociado al senti- hiciera imposible para nuestro entendimiento la conciliación de
miento de agrado, y si es condición de la primera una represen- sus leyes especiales bajo las generales empíricas, puesto que esto
tación a prior·i, cual en este caso un principio para la facultad estaría en contradicción con el principio de la especificación sub-
de juzgru· reflexionante en general, el sentimiento de agrado tam- jetivo-finalista de la naturaleza en sus géneros y de nuestra facul-
bién se determina a p·tiori y con validez para todos gracias a un tad de juzgar reflexionante con vistas a los últimos.
motivo, a saber: sólo mediante la relación del objeto con la fa- Hasta dónde pueda extenderse esa idoneidad idealista de la
cultad de conocimiento, sin que el concepto de finalidad tenga naturaleza para nuestra facultad de conocer, es cuestión sobre
en cuenta para nada en este caso la facultad de apetecer, distin-
la cual este supuesto previo de la facultad de juzgar resulta tan
guiéndose, por ende, totalmente de toda finalidad práctica de la
indeterminado que también nos damos por satisfechos cuando se
naturaleza.
nos dice que un conocimiento más profundo o más amplio de la
De hecho, como de la confluencia de las percepciones con naturaleza a base de observación, tiene que tropezar en última
las leyes según conceptos generales de la naturaleza (o catego- instancia con una diversidad de leyes que ningún entendimiento
rías) no encontramos en nosotros el menor efecto sobre el senti- humano puede reducir a un solo principio; desde luego, más nos
miento de agrado, porque indeliberadamente el entendimiento agradan las esperanzas que nos dan otros de que a med~da ~ue
procede en eso según su naturaleza, por otra parte, la descubierta adelantamos en el conocimiento de la naturaleza en su mtenor,
compatibilidad de dos o más leyes naturales heterogéneas empíri- o que pudiéramos compararla con miembros exteriores actual-
cas bajo un principio que las abarque todas, es motivo de un mente desconocidos para nosotros, tanto más simple la encontra-
deleite muy notable, y aun a menudo de una admiración, y hasta ríamos en sus principios, y tanto más unánime, pese a la aparente
de una admiración incesante a pesar de que se esté harto familia- heterogeneidad de sus leyes empíricas, cuanto más progresara
rizado con su objeto. Bien es verdad que ya no experimentamos nuestra experiencia. En efecto, nuestra facultad de juzgar nos
un placer apreciable en la comprensibilidad de la naturaleza y de obliga a proceder de acuerdo con el principio de la adecuación
su unidad de las divisiones en géneros y especies, indispensables de la naturaleza a nuestra facultad de conocimiento hasta donde
para los conceptos empíricos, gracias a las cuales conocemos a la ello sea posible, sin pronunciarnos (porque no hay una facultad
naturaleza según sus leyes especiales; pero sin duda fue placer de juzgar determinante que nos d6 esta regla) acerca de si tiene
sus límites o no en alguna parte, puesto que, si bien podemos
2 En vez de "aquel", versión de Hartenstein, el original dice "todo".

28 29
un conocimiento, va directamente unida a esa representación, es
determinar los límites relativos al uso racional de nuestra facul- lo que tiene de subjetivo y que no puede llegar a ser factor de
tad de conocer, no nos es posible trazar limite alguno en el campo conocimiento. Entonces, por lo tanto, el objeto sólo podrá cali-
empirico. ficarse de idóneo porque su representación vaya directamente
asociada a la sensación de agrado, y esta representación misma es
una representación estética de la idoneidad. Lo único que cabe
VII preguntar es si realmente hay tal representación de idoneidad.
El hecho de que a la mera aprehensión de la forma de un
DE LA REPRESENTACION ESTETICA DE LA objeto de contemplación, sin relacionarla con un concepto para
IDONEIDAD DE LA NATURALEZA determinado conocimiento, vaya asociado el agrado, no por ello
refiere la representación al objeto, sino simplemente al sujeto; y
el agrado no puede expresar más que )a acomodación del objeto
Lo meramente subjetivo en la representación de un objeto, a las facultades de conocimiento que están en juego en la faC'ul-
es decir, lo que constituye su relación con el sujeto peiO ~o con tad de juzgar reflexionante, y en cuanto lo están, es decir, me-
el objeto, es ]a cualidad estética de aquélla, y lo que srrve o ramente una idoneidad formal subjetiva del objeto, puesto que
puede utilizarse de ella para la determinación del objeto (para esa aprehensión de las formas en la imaginación no puede ope-
el conocimiento), es su validez lógica. En el conocimiento de un rarse nunca sin que la facultad de juzgar Icflexionante las com-
objeto de los sentidos se dan juntas ambas relaciones. En la re- pare por lo menos, aunque sea indeliberadamente, con. su facul-
presentación sensible de las cosas ajenas a mí, la cualidad del tad de relacionar las intuiciones con conceptos. Ahora b1en, cuan-
espacio en que las vemos, es lo meramente sub jetivo de mi re- do en esa comparación la imaginación (como facultad de intui-
presentación de ellas (con lo cual se deja indeciso qué puedan ciones a priori) se pone indeliberadamente en coincidencia con
ser como objetos en sí), y en virtud de esta relación el objeto se el entendimiento (como facultad de los conceptos) mediante una
concibe, de esta suerte, como mero fenómeno; pero el espacio, representación dada, produciéndose de esta suerte una sensación
a pesar de su mera cualidad subjetiva, es, sin embargo, un factor de agrado, entonces debe el objeto ser considerado como idóneo
de conocimiento de las cosas como fenómenos. L a sensación (en para la facultad de juzgar Ieflexionante. Este juicio es un jui~io
este caso e"1:crior) expiesa asimismo lo meramente subjetivo de estético sobre la idoneidad del objeto, que no se funda en nm-
nuestras representaciones de las cosas exteriores a nosotros, pero g{m concepto existente del objeto ni proporcionan ninguno de él.
pxopiamente lo material (real) de ellas (por medio de lo cual Y la forma de ese objeto (no lo material de su representación,
se da lo existente), así como el espacio la mem forma a priori de en cuanto a sensación) en la mera reflexión sobre ella (sin pen-
la posibilidad de intuición, y, sin embargo, también aquélla se sar en un concepto que por él haya de adquirirse), se juzga
necesita para el conocimiento de los objetos exteriores a nosotros. como motivo de un agrado en la representación de ese objeto,
Pero lo subjetivo en una representación, lo que en modo juzgándose que esta su representación va necesariamente unida
alguno puede llegar a ser factor de conocimiento, es la sensación también a ese agrado, unida, por lo tanto, no sólo para el sujeto
de agrado o desagrado asociado a ella, pues por medio de esta que percibe esa forma, sino en general por todo el que juzgue.
sensación nada conozco del objeto de la representación, aunque Entonces el objeto es calificado de bello, y de gusto la facultad
tal sensación pueda ser efecto de algún conocimiento. Ahora de juzgar (por consiguiente, también con validez universal) a
bien, la idoneidad de una cosa, en cuando representada en la per- base de semejante agrado. En efecto, puesto que el motivo del
cepción, tampoco es una cualidad del objeto mismo (pues ésa no agrado se atribuye sólo a la forma del objeto para la Ieflexión en
puede percibirse), aunque pueda deducirse de un conocimiento general, y, por lo tanto, no a alguna impresión. del obteto ni si-
de las cosas. Por lo tanto, la idoneidad, anterior al conocimiento de quiera con relación a un concepto que contuviera algun propó-
un objeto y que, aun sin querer utilizar su representación para
31
30
sito: es sólo la legalidad en el uso empírico de la facultad de sentación empírica y no puede asociarse a priori a un concepto
juzgar en general ( unidad de la imaginación con el entendimien- (no puede decidirse a priori qué objeto estará o no conforme con
to) en el sujeto, aquello con que concuerda la representación del el gusto, es necesario ensayarlo); pero el agrado es sólo el funda-
objeto en la reflexión, cuyas condiciones a priori rigen universal- mento determinante de ese juicio por el hecho de que se tiene
mente, y como esta concordancia del objeto con las facultades conciencia de que se apoya únicamente en la reflexión y en las
del sujeto es contingente, determina la representación de una condiciones generales, aunque sólo subjetivas, de la coincidencia
idoneidad del objeto con respecto a las facultades de conoci- de aquélla con el conocimiento del objeto en general, coinciden-
miento del sujeto. cia para la cual es idónea la forma del objeto.
Ahora bien, en este caso tenemos un agrado que, como todo Esta es la causa de que los juicios de gusto estén sometidos
agr~do o desagrado no producido por el concepto de libertad (es
también, en cuanto a su posibilidad, a una crítica, porque esa
decrr, por la previa determinación de la superior facultad de ape- posibilidad presupone a priori un principio, aunque éste no sea
tecer, por la razón pura), no puede interpretarse nunca a base ni un principio de conocimiento para el entendimiento ni práctico
de conceptos, como necesariamente unido a la representación de para la voluntad, y, por lo tanto, no sea en absoluto determinante
un objeto, sino que siempre debe reconocerse mediante la mera a priori.
. Pero la susceptibilidad para un agrado basado en la reflexión
percepción .r~fl.exiva como asociado a ésta; por consiguiente, como
todos los JUlClOS empíricos, no puede predicar una necesidad sobre las formas de las cosas (de la naturaleza lo mismo que del
objetiva y p1-etender validez a priori. Pero el juicio de gusto pre- arte), no indica solamente una idoneidad de los objetos en rela-
tende solamente, como cualquier otro juicio empírico, ser válido ción con la facultad de juzgar reflexionante, de acuerdo con el
concepto de naturaleza, en el sujeto, sino también, a la inversa,
~ar~ todos, lo cual es siempre posible a pesar de su contingencia
mh·mseca. Lo que exn·aña y choca es únicamente que no sea un del sujeto con respecto a los objetos según su forma, y aun su
concepto empírico, sino un sentimiento de agrado (por consi- informidad, a consecuencia del concepto de libertad, y así ocurre
guiente, no un concepto), lo que deba atribuirse a todos en vir- que el juicio estético no sólo se refiere a lo bello, a título de juicio
tud del juicio de gusto, como si fuera un predicado asociado al de gusto, sino también, como procedente de un sentimiento espi-
conocimiento del objeto, y lo que deba asociarse a su represen- ritual, a lo sublime, originándose así la necesidad de dividir en
tación. estas dos partes principales aquella crítica de la facultad del jui-
Un juicio de experiencia individual, por ejemplo: el de quien cio estético.
perciba en un cristal de roca una gota de agua móvil exige con
razón que así lo encuentren todos los demás, porque' ha formu-
lado ese juicio según las condiciones generales de la capacidad VIII
de juzgar determinante, bajo las leyes de una experiencia posible.
Lo propio hace quien encuentra agrado en la mera reflexión sobre DE LA REPRESENTACION LOGICA DE LA
la forma de un objeto, sin atender a un concepto, y aspira con IDONEIDAD D E LA NATURALEZA
razón al asentimiento de todos a pesar de que ese juicio sea em-
pírico e individual; porque el fundamento de ese agrado se da
en la condición universal, bien que meramente subjetiva de Jos En un objeto dado en la experiencia puede representarse la
juicios reflexionantes, a saber: la coincidencia idónea de ~ objeto idoneidad, bien a b ase de un motivo puramente subjetivo, como
(producto de la naturaleza o del arte) con la relación de las coincidencia de su forma, en la aprehensión de ésta con anterio-
facultades de conocimiento entre sí, que se requiere de todo co- ridad a todo concepto, con las facultades de conocimiento, para
nocimiento empírico (de la imaginación y del entendimiento). asociar la intuición con conceptos en un conocimiento en gene-
Así, pues, en los juicios de gusto, el agrado depende de una repre- ral, bien a base de un motivo objetivo, como coincidencia de su

32 33
forma con la posibilidad de )a cosa misma, según un concepto de la facultad de juzgar est6tica, le corresponde esencialmente, por-
ésta anterior al motivo de esta forma en él comprendido. Vimos que sólo ésta contiene un principio en que la facultad de juzgar
que la representación de la idoneidad de la primera clase descansa se apoya totalmente a priori para su reflexión sobre la naturaleza,
en e1 agrado directo que la forma del objeto nos proporciona en a saber: el de una idoneidad formal de la naturaleza, según sus
la reflexión sobre ella; la de la idoneidad de la segunda clase, por leyes especiales (empíricas) para nuestra facultad de conocimien-
referir la forma del objeto no a las facultades de conocimiento to, sin el cual el entendimiento no podría orientru·se en la natura-
del sujeto en la aprehensión de esa forma, sino a un determinado leza; en vez de negar la posibilidad de dar un fundamento a prio-
conocimiento del objeto bajo un concepto dado, nada tiene que ri, o siquiera la de obtenerlo del concepto de una naturaleza, como
ver con un sentimiento de agrado en las cosas, sino con el enten- objeto de la experiencia tanto en general como en particular,
dimiento que las juzga. Si se da el concepto de un objeto, la resulta que en la naturaleza tiene que haber fines objetivos, es
función de la facultad de juzgar consiste en usarlo para el cono- decir, cosas que sólo son posibles como fines de la naturale~a;
cimiento en la exhibición, es decir, en poner al lado del concepto pero sólo la facultad de juzgar, aun sin contener para ello un _PIID-
una intuición sensible correspondiente: ya sea acudiendo para ello cipio a priori, contiene, en los casos que se presenten (de c1ertos
a nuestra propia imaginación, como ocurre en el arte, cua_ndo productos), para hacer uso del concepto de los fines para_ n~c~­
realizamos un concepto, previamente formulado, de un objeto, cidades de la razón, la regla en virtud de la cual aquel prmc1p1o
que para nosotros es fin, o bien por medio de la naturaleza, en su b·ascendental preparó ya el entendimiento para aplicar a la natu-
técnica (como ocurre con los cuerpos organizados) cuando para raleza el concepto de fin (por lo menos, según la forma).
el juicio de sus productos nos basamos en nuest;o co?cepto de Sin embargo, el principio trascendental de representarse ~a
fin; en este último caso, se representa, no sólo la 1doneidad de la idoneidad de la naturaleza en relación subjetiva con nuestra fa-
naturaleza en la forma de la cosa, sino este producto suyo como cultad de conocimiento de la forma de una cosa como principio
fin natural. Y aunque nuestro concepto de una idoneidad, ~ub­ de juicio de ésta, no se pronuncia en lo más mínimo acerca de
jetiva de la naturaleza en sus formas sujetas. a _le?'es empmcas, dónde y en qué casos habré de disponer el acto de juzgar, como
no sea un concepto del objeto sino sólo un pnnc1p10 de la facul-
siéndolo de un producto, de acuerdo con un principio de la ido-
tad de juzgar, pru·a proporcionarse conceptos a través de su exce-
neidad en vez de limitarme más bien a disponerlo de acuerdo
siva diversidad (para poder olientarse en ella), con ello le
con la~ leyes generales de la naturaleza, antes bien deja pru·a la
atribuimos una especie de consideración a nuestra facult~d de
facultad de juzgar estética que ponga en claro en el gusto la aco-
conocimiento por analogía con un fin, y asi podemos ~onsid.erar modación de la cosa (de su forma) a nuestras facultades de co-
la belleza natural como exhibición del concepto de la Idoneidad
nocimiento (en cuanto esa facultad decide no por la c:oincid~~c~a
formal (meramente subjetiva) y los fines de la nat~al~za c~mo
con los conceptos sino por el sentimiento). En cambJO, el JUICIO
exhibición del concepto de una idoneidad real (objetiva), JUZ-
usado teleológicamente, da concretamente las condiciones por las
gando a la plirnera idoneidad con el gusto (estéticamente, m~­
cuales deba juzgarse algo (por ejemplo, un cuerpo organizado),
diantc el sentimiento de agrado) y a la segunda con el entendi-
según la idea de un fin de la naturaleza; pero del concepto de
miento y la razón (lógicamente, por medio de conceptos).
naturaleza como objeto de la experiencia, no puede deducrr nada
En esto se funda la división de la crítica de la facultad de que le au'tolice a atribuirle a priori una relación con fines, ni
juzgar en estética y teleológica, entendiendo por la primera. !a siquiera a suponerla de modo indeterminado basándose e,n la ver-
facultad de juzgar de la idoneidad formal (denominado tambien dadera experiencia en esos productos; la ra~~n de ello esta ~n qu~,
subjetiva) por medio del sentimiento de agrado o desagrado, y pru·a poder conocer, aunque sólo sea cmpmcamente, una ldo_nei-
por la segunda la de juzgru· la idoneidad real (objetiva) de la dad objetiva en un objeto determinado, es necesario acudir a
naturaleza por medio del entendimiento y la razón. . muchas experiencias especiaJes y examinarlas bajo la unidad de
En una critica de la facultad de juzgar, la parte que contiene su principio. Por lo tanto, la facultad de juzgar estética es una
34 35
facultad especial de juzgar las cosas por una regla, pero no por de la libertad, y en estas condiciones no es posible tender un
conceptos. La teleológica no es una facultad especial, sino sólo la puente de una a otra de ambas jurisdicciones. Pero si bien los
misma facultad de juzgar reflexionante; en cuanto procede según fundamentos que determinan la causalidad por el concepto de
conceptos, como ocurre siempre en el conocimiento teorético, bien libertad (y por la regla práctica en 61 contenida) no están situados
que, con respecto a ciertos objetos de la naturaleza, según los prin- ya en la naturaleza, y lo sensible no puede determinar lo supra-
cipios especiales de una facultad de juzgar reflexionante, que no sensible en el sujeto, esto, por el contrario, es posible (no con
determinar los objetos, o sea que, por su aplicación pe1tenece a la respecto al conocimiento de la naturaleza, pero sí con respecto a
parte teórica de la filosofía, y a causa de los principios especiales las consecuencias del primero en la segunda) y se comprende ya
que no deben ser determinantes, como por necesidad son en una en el concepto de una causalidad por la libertad, cuya acción debe
doctrina, tiene que integrar también una parte especial de la crí- operarse en el mundo según las leyes formales de la última, aunque
tica; en ello se diferencia de la facultad de juzgar estética, que la palabra causa, empleada para lo suprasensible, sólo significa el
nada aporta al conocimiento de sus objetos, por lo cual debe in- fundamento para determinar la causalidad de las cosas de la natu-
cluirse simplemente en la crítica del sujeto que juzga y de sus raleza a una acción conforme con sus propias leyes naturales, pero
facultades de conocimiento, en cuanto capaces de principios a al propio tiempo concor.de también con el principio formal de las
pl'iori, sea cual fuera el uso que de ellos haga (teórico o práctico), leyes de la razón, y si bien no se puede comprender la posibilidad
crítica que es la propedéutica de toda filosofía. de esto puede refutarse suficientemente la objeción de una pre-
sunta contradicción que de ahí se originara*. La acción según el
concepto de libertad es el fin último que debe existir (él o su
fenómeno en el mundo de los sentidos), para el cual se presupone
IX la condición de su posibilidad en la natUl'a]eza (del sujeto como
ser sensible, o sea, como hombre). Lo que la presupone a pr·i ori
DE COMO LA FACULTAD DE JUZGAR ENLAZA LAS y haciendo caso omiso de lo práctico, la facultad de juzgar, pro-
LEGISLACIONES DEL ENTENDIMIENTO porciona fácilmente, en el concepto de una idoneidad de la natu-
Y DE LA RAZON raleza, el concepto mediador entre los conceptos naturales y el de
libertad, que permite pasar de la legalidad teórica pura a la lega-
lidad práctica pura, de la legalidad según la primera al fin último
El entendimiento es legislador a priori por la naturaleza como
objeto de los sentidos, para un conocimiento teórico de ella en una 'f Una de las varias presuntas contradicciones en toda esta distinción

posible experiencia. La razón es legisladora a priori para la liber- entre la causalidad natural y la de la libertad, es la formulada en el reproche
de que cuando aludo a obstáculos que la naturaleza opone a la causalidad
tad y su propia causalidad, como lo suprasensible en el sujeto, según leyes de libertad (morales), o a su fomento por esas mismas leyes,
para un conocimiento absol uto-práctico. La jurisdicción del con- concedo una influencia de la primera sobre la última. Pero poniendo un poco
cepto de naturaleza, regida por una de las dos legislaciones, y la de buena voluntad en la interpretación de mis afirmaciones, el equivoco des-
del concepto de libertad, regida por la otra, se encuentran total- aparece muy fácilmente: El obstáculo o el fomento no es entre la naturaleza
y la libertad sino entre la primera como fenómeno y las acciones de la última
mente separadas por el gran abismo que media entre lo suprasen- como fenómenos en el mundo de los sentidos, y a\rn la causalidad de la lib~r­
sible y los fenómenos, a pesar de todas las influencias mutuas que tad (de la razón pura y práctica) lo es de una causa natural (del sujeto
puedan tener entre sí (cada cual según sus leyes fundamentales). considerado como hombre y, por ende, como fenómeno) subordinada a
aquélla, conteniendo lo inteligible, concebido como libertad, el fundamento de
El concepto de libertad nada determina con respecto al conoci- su determinación de un modo que, por olra parte, es ínexplicable (como lo
miento teórico de la naturaleza, del mismo modo que nada deter- es igualmente, en ese mismo caso, lo que constituye el substrato suprasensible
mina el concepto de naturaleza con respecto a las leyes prácticas de la naturaleza).

36 37
efectos, pues tal enlace favorece al propio tiempo la predisposición
según la segunda 1, pues con ello se reconoce la posibilidad del
del ánimo para el sentimiento moral. El cuadro siguiente puede
fin último, que sólo en la naturaleza y de acuerdo con sus leyes
facilitar la visión de conjunto de las facultades superiores en su
puede llegar a ser real. unidad. sistemática *:
El entendimiento, gracias a la posibilidad de sus leyes a prio1·i
para la naturaleza, nos da una prueba de que ésta sólo es conocida Conjunto de fa- Facultades de Principios a Aplicación
por nosotros a modo de fenómeno, con lo cual alude al propio :ultades psíquicas conocimiento priori
tiempo a un substrato suprasensible de la misma, pero dejándolo Facultades de co- Entendimiento Legalidad a la naturaleza
totalmente indeterminado. La facultad de juzgar, gracias a su prin- nacimiento
cipio a priori del juicio de la naturaleza, según posibles leyes
especiales de ésta, proporciona a su substrato suprasensible (en Sentimiento de Facultad de Idoneidad
nosotros lo mismo que fuera de nosotros) una posibilidad de agrado y des- juzgar al arte
agrado
determinación por medio de la facultad intelectual; en cambio,
la razón, gracias a su ley práctica a pri01'i, le da la determinación, Facultad de Razón Fin último a la libertad
y de esta suerte la facultad de juzgar hace posible el paso de la apetecer
jurisdicción del concepto de natmaleza a la del concepto de li-
bertad.
En cuanto a las facultades psíquicas en general, en tanto con-
sideradas como superiores, es decir, como dotadas de una auto-
nomía, para la facultad de conocer (lo teórico de la natmaleza)
es el entendimiento lo que contiene los principios constitutivos a
prim·i; para el sentimiento de agrado y desagrado, lo es la facultad
de juzgar, independientemente de conceptos y sensaciones, rela-
tivos a la determinación de la facultad de apetecer y, por ende,
susceptibles de ser directamente prácticos; para la facultad de
apetecer, la razón, que, sin mediar ninguna clase de agrado, pro-
ceda de donde proceda, es práctica y le fija el fin último, que
implica al propio tiempo la pma complacencia intelectual en el
objeto. El concepto de lma idoneidad de la naturaleza, propio
de la facultad de juzgar, pertenece aún a los conceptos naturales,
pero sólo a título de principio regulativo de la facultad de cono-
oer, a pesar de que el juicio estético sobre ciertos objetos (de la
natmaleza o del arte), que lo provoca, sea un principio constitu- * Se han puesto reparos a que mis divisiones en el campo de la filo-
tivo con respecto al sentimiento de agrado o desagrado. Lo espon- sofía pura resulten casi siempre tripartitas; pero esto está en la indole de la
táneo en el juego de las facultades de conocimiento, cuya concor- cosa, pues si tiene que hacerse una división a, priori, ésta será o analítica,
dancia contiene el motivo de ese agrado, hace que el concepto según el principio de contradicción, y entonces resultará siempre bipa1tita
( quodlibet ens est aut A aut non A), o sintética, y si en este caso ha de
ideado sea idóneo para proporcionar el enlace de las jmisdicciones proceder de conceptos a priori (y no, como en la matemática, de la intuición
del concepto de naturaleza con el de libertad en sus respectivos sensible correspondiente a priori al concepto), la división será necesariamente
una tricotomía a consecuencia de lo requerido propiamente para la unidad
sintética, a saber: 1) la condición, 2) un condicionado, y 3) el concepto
1 En vez de "legalidad" teórica o práctica puras, interpreta Vorliinder
resultante de la unión de lo condicionado con su condición.
"razón". (N. del T.)

38 39
CRÍTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR

PRIMERA PARTE

CRtTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR ESTll:TICA

SECCIÓN PRIMERA

ANALITICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR ESTETICA


LmRo PRIMERo
ANALITICA DE LO BELLO

Primer factor
del juicio de gusto * según la cualidad.

§ 1
El juicio de gusto es estético

Para discernir si algo es bello o no, referimos la representa-


ción, no por el entendimiento al objeto con vistas al conocimiento,
sino por la imaginación (tal vez unida al entendimiento) al sujeto
y al sentimiento de agrado o desagrado experimentado por éste.
Por lo tanto, el j\}icio de gusto no es un juicio de conocimiento,
un juicio lógico, sino estético, o sea un juicio cuyo motivo deter-
minante sólo puede ser subjetivo. Pero toda relación de las re-
presentaciones, y aun de las sensaciones, puede ser objetiva (y
entonces significa lo real de una representación empírica); no así
la que se refiere al sentimiento de agrado y desagrado-mediante la
cual nada se indica del objeto sino que en ella el sujeto se siente
a sí mismo tal como es afectado por la representación.
Examinar con la propia facultad de conocimiento un edificio
regular, que responda a un fin, prescindiendo de si el modo de
representación es más claro o confuso, es totalmente distinto de ad-

* La definición de gu~to en que nos fundamos, es la siguiente: el


gusto es la facultad de juzgar lo bello. El análisis de los juicios de gusto
tiene que descubrir qué se requiere para llamar bello un objeto. Investigué
los factores a que atiende en su reflexión esta facultad de juzgar, guiándome
por las funciones lógicas para juzgar (pues en el juicio de gusto se conserva
siempre una referencia al entendimiento). Los de la cualidad serán exami-
nados en primer lugar porque es lo primero que tiene en cuenta el iW.<;tQ
estético sobre lo bello.

43
quirir conciencia de esta representación a base de la sensación eso de lo que se trata ahora. Se quiere saber solamente si esta
de placer. En este último caso, la representación es referida ente- mera representación del objeto va acompañada en mi de placer,
ramente al sujeto y aun a su sentimiento vital, con el nombre de por indiferente que pueda serme la existencia del objeto de esta
s~ntirniento de agrado o desagrado, lo cual motiva una muy espe-
representación. Se ve fácilmente que para decir que un objeto es
Cial facultad de discriminación y juicio que en nada contribuye al bello y para demostrar que tengo gusto, lo que importa es lo que
conocimiento, sino que sostiene la representación dada en el sujeto en mí mismo baga con esa representación y no la eventual depen-
contra el acervo total de las representaciones de que adquiere dencia mía de la existencia del objeto. Nadie podrá discutir que
concie~cia el espíritu en el sentimiento de su estado. Las repre-
un juicio de belleza que vaya unido a un interés, por mínimo
sentaciones dadas en un juicio pueden ser empíricas ( y por lo que sea, resultará parcial y no será un puro juicio de gusto. Para
tanto estéticas); pero el juicio mediante ellas formulado, es lógico hacer de juez en cosas de gusto, se requiere no tener la menor
cuando sólo en el juicio son referidas al objeto. Y, viceversa, preocupación por la existencia de la cosa, antes bien que nos sin-
aun cuando las representaciones dadas fuesen absolutamente racio- tamos perfectamente indiferentes a este respecto.
nales, pero en un juicio se refirieran meramente al sujeto (a su Esta proposición, de primordial importancia, no puede acla-
sentimiento), el juicio sería siempre estético en estas condiciones. rarse mejor que oponiendo, en el juicio de valor, el placer puro
desinteresado * al asociado al interés, sobre todo si tenemos la
seguridad de que no puede haber más clases de interés de las que
§ 2 vamos a mencionar a continuación.

El placet· que da lugar al fuicío de gusto, es ajeno a todo inte1'és


§ 3
Llamamos interés al placer que asociamos a la representación
El placet' por lo agradable va asociado a interés
de la existencia de un objeto; de ahí que, al propio tiempo, ese
placer esté relacionado siempre con la facultad de apetecer, ya
sea como motivo determinante de ella, ya sea porque esté necesa- Es agradable lo que gusta a Jos sentidos en ]a sensación. Aquí
riamente enlazado con tal motivo determinante. Ahora bien en se nos ofrece directamente la ocasión de censurar la tan corriente
la cuestión de si algo es bello, no pretendemos saber si para ~os­ confusión del doble significado de la palabra sensación, y de poner
otros o para cualquier otro tiene, o puede tener siquiera, algún en guardia contra ella. Todo placer (se dice o piensa) es de por
interés la existencia del objeto, antes bien cómo la juzgamos en sí sc::nsación (de un agrado). Por lo tanto, todo lo que gusta,
prec~ai_Ilente por el hecho de que guste, es agradable (o, según
la mera. contemplación (intuición o reflexión). Si alguien me pre-
gunta SI encuentro bello el palacio que veo ante mí, puedo decir: los distintos grados o relaciones con otras sensaciones agradables:
gracioso, lindo, divertido, regocijante, etc.); pero si se concede
no me gustan esas cosas hechas sólo para maravillar, o como aquel
esto, resultan completamente indiferentes por su efecto sobre el
cacique iroqués: que nada le gustaba en París como los restau-
rantes; puedo también, como buen .rousseauniano, censurar la va- sentimiento de agrado las impresiones de los sentidos que deter-
minan la inclinación, o los principios de la razón que determinan
nidad de los grandes que emplean en cosas tan superfluas el sudor
del pueblo; puedo, por último, llegarme a convencer aún de que la voluntad, o las meras formas reflexionadas de la intuición que
si me encontrara en una isla desierta sin esperanza de volver a .. Un juicio sobre un objeto de pbcer puede ser totalmente desinte-
juntarme nunca con los hombres, y por la sola magia del deseo resado y ser, no obstante, muy interesante, es decir, que no se funde en un
pudiera agenciarme tan soberbio edificio, ni siquiera me daría esa interés pero que lo despie1te. Sin embargo, los juicios de gusto no motivan
molestia teniendo ya una choza que fuera para mí suficientemente en si interés alguno; lo único que ocurro es que en la vida social resulta
cómoda. Se me puede conceder y aprobar todo eso; pero no es de interesante tener gusto por la ra7.6n que luego indicaremos.

45
determinan la facultad de juzgar, pues para ese efecto se necesi- juicio sobre la cualidad del objeto, pues quienes en. toda o;a~i6n
taría que encontráramos placer en sentir nuestro estado,. y como persiguen sólo el goce (que tal es la palabra que designa lo mt1mo
al fin y al cabo toda actividad de nuestras facul~ades tiene q~e de la satisfacción), suelen abstenerse de juzgar.
orientarse a lo práctico y confluir en ello como s1 fuera su ob¡e-
tivo, no se les puede atribuir otra estimación de las cosas y de su
valor sino aquella que consiste en el placer que prometen. De § 4
qué modo Jo logren, es cosa que en definitiva no importa, y como
en este caso lo único que puede implicar una diferencia es la El placer por lo bueno va asociado a interés
elección de los medios, Jos hombres podrían acusarse mutuamente
de locura y necedad, pero no de bajeza o maldad, puesto que Bueno es lo que gusta mediante la razón, por el mero con-
todos, viendo cada cual las cosas a su manera, persiguen un fin cepto. Pero hay cosas que llamamos buenas para algo (útiles),
que para cada uno de ellos es el placer. que nos satisfacen sólo como medio, y cosas que llamamos buenas
Cuando se califica de sensación una determinación del senti- en sf, que satisfacen por si mismas. En ambas se contiene siempre
miento de agrado o desagrado, esta expresión tiene un significado el concepto de un fin y, por lo tanto, la relación de ]a razón con la
totalmente distinto de cuando llamamos sensación la representa- voluntad (por lo menor, posible), y, por consigtúcnte, un placer
ción de una cosa (por medio de los sentidos, en calidad de recep- por la existenda de un objeto o de un acto, es decir, alguna clase
tividad perteneciente a la facultad de conocer), pues en el último de interés.
caso la' representación es referida al objeto, y sólo al sujeto en el Para encontrar bueno algo, necesito saber siempre qué cla.se
primero, de suerte que en éste no sirve para ningún c,on~cimiento, de cosa es el objeto, es decir, tener un concepto de él. En cam'?io,
ni siquiera para el que permite al sujeto conocerse a s1 mismo. no lo Dtecesito para enconh·ar belleza en algo. Las flores, los dibu-
Pero en la explicación precedente aludimos con la palabra jos libres, los trazos entrelazados sin propósito, con el nombre de
sensación a una representación objetiva de los sentidos, y para no rameado, nada significan, no dependen de ningún concep~o deter-
correr siempre el peligro de ser torcidamente interpretados, desig- minado y, sin embargo, gustan. El placer por lo bello hene que
naremos con la denominación bien usual de sentimiento lo que deoender de la reflexión sobre tm objeto, reflexión que conduzca
siempre tiene que permanecer meramente subjetivo y en modo a ;lgún concepto (indeterminado), distinguiéndose así de lo agra-
alguno puede dar lugar a la representación de un objeto. El color dable, que se basa enteramente en la sensación.
verde de los prados corresponde a la sensación objetiva, como per- Bien es verdad que lo agradable parece coincidir con lo bueno
cepción de un objeto de los sentidos; pero su placer, a la sensación en muchos casos. Así se dirá generalmente: todo placer (sobre
subjetiva, que no provoca la representación de ningún objeto, o todo duradero) es bueno en si, lo cual significa, poco más o menos:
sea ~1 sentimiento mediante el cual se considera el objeto como lo agradable duradero y lo bueno es lo mismo. Pero pronto puede
obj~to del placer (que no es un conocimiento del objeto). advertirse que eso no es más que un trueque capcioso ~e palabras,
Que mi juicio de un objeto declarándolo agradable e~resa ya que en modo alguno son intercambiables los conceptos que
un interés por ese objeto, resulta claro del hecho de que mediante propiamente corresponden a estas ex-presiones. Lo agradable
la sensación se despierta una apetencia hacia tal objeto y, por lo que, como tal, representa sólo el objeto con referencia al sentido,
tanto, el placer presupone no sólo el mero juicio sobre él, sino necesita ante todo, para que como objeto de la voluntad pueda
también la referencia de su existencia a mi estado en cuanto éste ser calificado de bueno, ser colocado bajo principios de la razó~
es afectado por tal objeto. De ahí que de lo agrada~le se diga no por medio del concepto de un fin. Pero si lo que deleita es c~li­
sólo que gusta sino que satisface. No es que le dedique un mero ficado al propio tiempo de bueno, resulta entonces una relac1ón
aplauso, sino que de esta suerte nace una inclinación hacia éJ, y totalmente distinta al placer, como se desprende del hecho d~ que
para lo agradable de modo más intenso ni siquiera se necesita un en lo bueno se plantea siempre la cuestión de si es bueno drrecta
46 47
1
1
1
o indirectamente (bueno en sí o meramente útil); en cambio, en bueno, ambos coinciden, sin embargo, en que siempre van asocia-
lo agradable no se plantea esa cuestión, pues la palabra significa dos a un interés por su objeto, no sólo lo agradable ( § 3) y lo
algo que deleita directamente. (Lo propio ocurre, asimismo, con indirectamente bueno (lo útil), que gusta como medio para cual-
lo que califico de bello.) quier otro deleite, sino aun lo bueno pura y simplemente y en todo
Aun e n el lenguaje más corriente se hace una distinción entre respecto, es decir, lo moral, que encierra en sí el supremo interés,
lo agradable y lo bueno. Una comida cuyo sabor se realza con pues lo bueno es objeto de la voluntad (o sea, de una facultad de
especias y otros aditamentos, se califica sin vacilar de agradable, apetecer determinada por la razón), y lo mismo da querer algo
aunque al propio tiempo se admite que no es buena, porque a que sentir placer en su existencia, es decir, estar interesado en ella.
pesar de que deleite directamente a los sentidos, desagrada ~di­
rectamente, esto es, juzgada por medio de la razón, que se atiene
a las consecuencias. Esta distinción puede observarse aun en el § 5
juicio de la salud, la cual es directamente agradable (por lo menos
negativamente, o sea como consecuencia de todo dolor corporal) Comparación de las t1·es clases de placer específicamente difet·entes
para todos los que gozan de ella; pero para decir que es buena,
se necesita que la razón la juzgue con relación a fines, a saber, Lo agradable y lo bueno tienen, ambos, una relación con la
considerándola como estado que nos capacita para todos nuestros facultad de apetecer, y por ello implican, aquél, un placer pato-
quehaceres. Atendiendo a la felicidad, por último, todos creen lógico-condicionado (por estímulos) y éste, uno práctico puro,
poder calificar de verdadero bien, e incluso de bien supremo, la que se determina no sólo por la representación del objeto sino al
mayor cantidad de satisfacciones en la vida. Pero también contra propio tiempo por la asociación, representada, del sujeto con
eso se rebela la razón. Satisfacción es goce, y si sólo se persiguiera la existencia del objeto. Gusta no sólo el objeto sino también su
éste, resultaría insano ser escrupuloso en cuanto a los medios que existencia. De ahí 1 que el juicio de gusto sea meramente con-
no los proporcionaran, lo mismo si pudiéramos obtenerlo pasiva- templativo, es decir, un juicio que, indiferente con respecto a la
mente, gracias a la liberalidad de la naturaleza, que activamente exisrencia, confronta sólo su cualidad con el sentimiento de agrado
y gracias a nuestra propia actividad. La razón nunca transigirá y desagrado. Pero esta contemplación misma no se orienta a con-
en que tenga un valor en sí la existencia de un hombre que sólo ceptos, puesto que el juicio de gusto no es un juicio de conoci-
viva para gozar (por atareado que esté en este respecto), aun miento (ni teórico ni práctico), y, en consecuencia, no se funda
cuando obrando así resultara, como medio, la mejor ayuda para en conceptos ni se hace con vistas a ellos.
otros que tampoco persiguieran más que el gozar, precisamente Lo agradable, lo bello y lo bueno indican, pues, tres diferentes
porque por simpatía sintiera como propio todo goce. Sólo por lo relaciones de las representaciones con el sentimiento de agrado y
q ue hace sin pensar en el goce, con entera libertad e independien- desagrado, que nos sirve de criterio para distinguir entre sí objetos
temente de lo que pasivamente pueda proporcionarle la naturaleza, o modos de representación. Y tampoco son iguales las expresiones
atribuye un valor absoluto a su existencia como existencia de una adecuadas a cada uno de ellos para designar la complacencia que
persona, y la felicidad, aun con toda la plenitud de sus deleites, provoca. Es agradable para alguien lo que le deleita; bello, lo
dista mucho de ser un bien absoluto*. que simplemente le gusta; bueno, lo que aprecia, aprueba, es decir,
Pero a pesar de toda esta diferencia entre lo agradable y lo aquello a que atribuye un valor objetivo. La agradabilidad la
sienten también los animales irracionales; la belleza sólo el hom-
" Una obligación de gozar constituye un dislate notorio, y lo propio bre, ser animal pero racional, aunque no meramente en calidad
debe decirse también de una presunta obligación de efectuar todos los actos
que no tengan otro objetivo que el goce, por espiritual que éste quisiera
concebirse (o adornarse), y aunque fuera un goce Hsico, el llamado goce 1 Rosenkranz cree que "De abi" deberla sustituirse por "En cambio".
celestial. (N. del T.)

48 49
de ta1 (por ejemplo, los espíritus), sino como animal al propio Segundo factor
tiempo; en cambio, lo bueno es pru·a todo ser racional en general. del juicio de gusto: el relativo a su cantidad.
Esta proposición sólo encontrará su perfecta justificación y expli-
cación más adelante. Puede decirse que, de todas estas tres clases
de placer, sólo y exclusivamente el gusto por lo bello es un placer § 6
libre y desinteresado, pues no hay interés alguno eapaz de arran-
carnos el aplauso, ni el de los sentidos ni el de la razón. De ahí Lo bello es lo que, sin conceptos, se representa como objeto
que del placer pueda decirse q ue en los tres casos mencionados de un placer universal
se re~iere a inclinación, a favor o a respeto. Pues bien, el favor es
el úruco placer libre. Un objeto de la inclinación y uno impuesto Esta definición de lo bello puede deducirse de su anterior
a nuesb·a apetencia por una ley de la razón, no nos dejan libertad definición como objeto de un placer ajeno a todo interés, puesto
alguna para convertir nada en objeto de agrado. Todo interés que quien tiene conciencia de que el placer que algo le produce
presupone necesidad o provoca una, y como motivo determinante es ajeno a todo interés, no puede sino juzgar que eso contiene
del aplauso, no permite ya que sea libre el juicio sobre el objeto. necesariamente un motivo de placer para todos. En efecto, como
En cuanto al interés de la inclinación, en el caso de lo agra- no se funda en alguna inclinación del sujeto (ni en otro interés
da?le, to?os dicen que el hambre es el mejor cocinero, y que a alguno reflexivo), sino que el que juzga se siente completamente
qmenes tienen apetito sano les gusta todo a condición únicamente libre con respecto al placer que encuentra en el objeto, no puP.de
de que sea comestible, con lo cual, semejante placer revela que descubrir como motivo de su placer ninguna condición privada a
no hay elección en este gusto. Sólo cuando la necesidad está satis- la que sólo su sujeto se adhiera, y, en consecuencia, tiene que con-
fecha, puede distinguirse quién entre muchos tiene gusto o no. siderarlo fundado en lo que él puede presuponer también en cual-
Hay, asimismo, buena conducta sin virtud, cortesía sin benevo- quier otra persona; por consiguiente, debe creer que tiene motivo
lencia, decencia sin honradez, etc. En efecto, cuando habla la ley para atribuir a todas un placer semejante. En consecuencia, hablará
moral, objetivamente se deja de haber elección acerca de qué deba de lo bello como si la belleza fuese una cualidad del objeto, y
hacerse; y hacer gala de gusto en su conducta (o en el juicio de como si su jtúcio fuese lógico (como si proporcionara, por medio
la de otros), es muy distinto de manifestar su modo de pensar de conceptos del objeto, un conocimiento de éste) , a pesar de que
moral, pues éste contiene un mandato y provoca una necesidad sólo es estético y no contiene más que una referencia de la repre-
mi~ntras, por el contrario, el gusto moral se limita a jugar con lo~ sentación del objeto al sujeto; precisamente porque tiene con el
obJetos placenteros sin adherirse a ninguno de ellos. lógico la semejanza de que en esa circunstancia puede presupo-
Definición de lo bello deducida del primer factor: nerse que es válido para todos. Pero esta universalidad no puede
Gusto es la facultad de juzgar un objeto o modo de represen- resultar de conceptos, pues desde éstos no se pasa al sentimiento
tación por un agrado o desagrado ajeno a todo interés. El objeto de agrado y desagrado (salvo en leyes prácticas puras, que, sin
de semejante agrado, se califica de bello. embargo, encierran un interés que no va asociado al puro juicio
de gusto). Por consiguiente, el jucio de gusto, junto con la con-
ciencia de hallarse apartado de todo interés, tiene que implicar
una pretensión a tener validez para todos, aunque no una unive-r-
salidad basada en objetos, es decir: que necesita llevar asociada--a
él una pretensión a universalidad subjetiva.

50 51
\
§ 7 el caso de que en un juicio pueda producirse una unanimidad
entre personas, de suerte que con este motivo se atribuye gusto a
Compamci6n de lo bello con lo agmdable y bueno atendiendO unas personas y se niega a otras, y ello no en la significación del
a esta última nota sentido orgánico sino como capacidad de juzgar con respecto a lo
propiamente agradable. Así se dice que tiene gusto quien sabe
Con respecto a lo agradable, todos convienen en que se limita ofrecer a sus huéspedes deleites (goces para los sentidos) que gus-
exclusivamente a su persona el juicio, fundado en un sentimiento tan a todos ellos; pero en tal caso se toma lo general de un modo
privado en virtud del cual dicen de ~n objeto que les gusta. De meramente relativo, y hay sólo reglas generales (como lo son todas
ahí que cuando uno dice: "el vino de Canarias es agradable", acepta las empíricas), pero no tmiversales, pues las últimas se reservan
de buen grado que otro le corrija su expresión y le recuerde que el juicio de gusto sobre lo bello, o, por lo menos, a ellas aspira éste.
lo que debería decir es "me es agradable"; y esto no sólo en el El juicio de lo agradable se refiere a la sociabilidad, en cuanto
gusto de la lengua, paladar y garganta, sino también en lo que ésta se apoya en reglas empíricas. Y aunque también los juicios
pueda ser agradable a los ojos y oídos de cada cual. Para uno, el relativos a lo bueno aspiren con razón a ser válidos para todos, lo
color violeta es suave y delicado; para otro, muerto y apagado. bueno se representa sólo mediante un concepto como objeto de un
Uno prefiere el sonido de los insh·umentos de viento; otro, el de placer general, cosa que no ocurre con lo agradable ni con lo bello.
los de cuerdas. Discutir en este punto con la intención de censtu·ar
como indebido el juicio de otro, distinto del nuestro, como si entre
ambos hubiera una oposición lógica, sería desatinado; por lo tanto, § 8
con respecto a lo agradable, rige el principio de que cada cual
tiene su propio gusto (de los sentidos). En un juicio de gusto, la universalidad del placer se representa
Muy distinto es lo que ocurre con lo bello. En efecto, ocurre únicamente como subjetiva
precisamente lo contrario, pues resultaría ridículo que el que se
figurara algo fundándose en su gusto, quisiera justificarse diciendo: Esta determinación especial de la universalidad de un juicio
"este objeto (el edificio que vemos, el traje que lleva aquél, el estético, que se encuentra en un juicio de gusto, resulta notable,
concierto que oírnos, la poesía sometida a nuestro juicio) es bello si no para el lógico, sí para el filósofo trascendental, de quien
para mí", pues no tiene que llamar bello lo que no reúne otra exige no poco esfuerzo para descubrir su origen, pero, a cambio
condición que la de gustarle. Muchas cosas pueden tener para él de ello, pone de manifiesto una cualidad de rruestra facultad de
atractivo y deleite, nadie se lo discutirá pero si pretende gue algo conocer, que de otro modo, si no fuera por este análisis, quedaría
es bello, atribuye a los demás el mismo placer; no juzga sólo para ignorada.
sí, sino para todos los demás, y habla de la belleza como si fuera Ante todo, es necesario convencerse totalmente de que me-
una cualidad de las cosas. En consecuencia, dice: la cosa es bella, diante el juicio de gusto (sobre lo bello) exigirnos de todos que
y no espera que los demás coincidan con su jtúcio de placer por la encuentren placer en un objeto, a pesar de que ese juicio no se
circunstancia eventual de que en varias ocasiones hayan coinci · funde en un concepto (pues entonces el juicio sería sobre lo bue-
dido con el suyo, sino que exige de ellos tal coincidencia, y si no); y de que esa pretensión a la validez universal es tan esencial
juzgan de otro modo, se lo reprochará negándoles el gusto que para un juicio mediante el cual declaramos bello algo, que sin
él cree deberían tener. En estas condiciones no puede decirse pensar en ella a nadie se le ocurriría emplear esta expresión, antes
que cada cual tiene su gusto especial, porque ello equivaldría a bjen incluiría en lo agradable todo lo que gusta sin concepto, con
decir que el gusto no existe, es decir, que no hay un juicio estético respecto a lo cual todos se atienen a su propio antojo, sin preten-
que pueda aspirar lícitamente al asentimiento de todos. der, a diferencia de lo que ocurre con el juicio de gusto sobre lo
Y, sin ~rnbargo 1 también con respecto a lo agradable se da bello, que los demás coincidan con su juicio de gusto. Puedo ca-

52 53
\1
illicar al primero de gusto de los sentidos y al segundo de gusto razón, la universalidad estética que se atribuye a un juicio, tiene
de la reflexión, en cuanto el primero formula meros juicios pri- que ser de tipo especial, porque no asocia el predicado de la
vados mientras el segundo juicios de presunta validez universal belleza al concepto del objeto en toda su esfera lógica, y, sin em-
(públicos), aunque ambos sean juicios estéticos (no prácticos) bargo, lo hace extensivo a toda la esfera de los que juzgan.
sobre un objeto, o sea que sólo atienden a la .relación de su repre- Con respecto a la cantidad lógica, todos los juicios de gusto
sentación con el sentimiento de agrado y desagrado. Ahora bien, son juicios individuales, puesto que, ante la necesidad de supe-
como del gusto de los sentidos no sólo la experiencia enseña que ditar directamente mi juicio a mi sentimiento de agrado y des-
su juicio (de agrado o desagrado sobre algo) no tiene validez agrado, y no por conceptos, no pueden tener aquéllos la cantidad
universal, sino que además todos están convencidos por sí mismos de juicios objetivos de validez común; sin embargo, cuando la re-
de que no pueden reclamar precisamente esta coincidencia de los presentación individual del objeto del juicio de gusto según las
demás (a pesar de que con verdadera frecuencia se de tani bién condiciones que determinan a este último, se transforma, por
en estos juicios una unanimidad bastante general ), resulta extraño comparación, en un concepto, puede originarse de él un juicio
que el gusto de reflexión, cuyas pretensiones a la validez general lógico universal. Por ejemplo: mediante un juicio de gusto de-
de su juicio (sobre lo bello) para todos son rechazados con bas- claro bella la rosa que contemplo; por el contrario, el juicio que
tante frecuencia, como la experiencia demuestra, pueda encontrar, resulta de la comparación de otros varios singulares: "las rosas en
no obstante, la posibilidad (que convierte asimismo en realidad) general, son bellas", se formulará en lo sucesivo, no como mera-
de representarse juicios que puedan exigir de modo general este mente estético, sino como juicio lógico fundado en uno estético.
asentimiento que para cada uno de sus juicios de gusto atribuye Ahora bien, el juicio "la rosa es agradable" (en el uso) 1 , es un
de hecho a todas las demás personas, sin que por ello los que juz- juicio estético e individual, pero no de gusto sino del sentido. En
gan discutan acerca de la posibilidad de esa pretensión, antes bien, efecto, se distingue del primero en que el juicio de gusto implica
sólo en casos especiales no logran ponerse de acuerdo en cuanto a una cualidad estética de universalidad, es decir, de validez para
la debida aplicación de esta facultad. todos, cualidad que no se encuentra en el juicio sobre lo agrada-
Pues bien, en este caso es necesario observar, ante todo, que ble. Sólo que los juicios sobre lo bueno, aunque definan el placer
una tmiversalidad que no se base en conceptos del objeto (aunque que se encuentra en un objeto, tienen universalidad lógica y no
sólo fueran empíricos), no es lógica sino estética, es decir, que meramente estética, pues son válidos para el objeto, como cono-
no contiene una cantidad objetiva del juicio, sino sólo una subje- cimiento de éL y, en consecuencia, lo son para todos los hombres.
tiva, para la cual empleo también la expresión validez común, para Cuando los objetos se juzgan sólo por conceptos, se pierde
indicar con ella que la validez se refiere a la relación de una toda representación de la belleza. Por lo tanto, tampoco puede
rcp1-escntación, no con la facultad de conocer, sino con el senti- haber reglas en virtud de las cuales alguien pudiera ser obligado
miento de grado y desagrado de cada sujeto. (Puede utilizarse a reconocer como bella una cosa. No transigimos en someter a
también la misma expresión para la cantidad lógica del juicio, con razones o principios nuestro jtúcio acerca de si un traje, una casa
sólo añadir: validez universal objetiva, a diferencia de la mera- o una flor son bellos. Se quiere someter el objeto a los ojos propios,
mente subjetiva, que en todos los casos es estética. ) como si su placer dependiera de la sensación, a pesar de lo cual,
Ahora bien, un juicio de validez universal objetiva, es siempre cuando luego calificamos de bello el objeto, creemos contar con
también subjetivo, es decir, que si el juicio vale par;:1 todo Jo con- el asentimiento general y pretendemos que todos se asocien a nues-
tenido en un concepto dado, vale también para todos quienes se tro juicio, cuando, por el contrario, toda sensación personal sólo
representen un objeto por medio de ese concepto. En cambio, es decisiva para quien la siente y para su placer.
de una validez universal subjetiva, o sea, de la estética, que no se Esto nos muestra que en el juicio de gusto no hacemos sino
apoya en ningún concepto, no puede deducirse la lógica, porque
esa clase de juicios no se enfoca al objeto. Precisamente por esta 1 En vez de "en el uso" corrige Erdmann "en el olor". (N. del T.)

54 55
\
postular ese voto universal con respecto al placer, sin mediación dición subjetiva del juicio de gusto, tiene que servir de base a éste
de conceptos; y, por consiguiente, la posibilidad de un juicio es- y dar lugar al agrado que proporciona el objeto. Pero, universal-
tético que al propio tiempo pueda ser considerado válido para mente, sólo puede comunicarse el conocimiento y la representa-
todos. El juicio de gusto en si no postula el asentimiento de todos ción, en cuanto ésta pertenece al conocimiento, pues sólo así será
(cosa que sólo puede hacer un juicio universal lógico, porque objetiva, y sólo así tiene un punto de referencia universal que hace
puede invocar fundamentos), sino que se limita a exigir de todos obligada la coincidencia de la facultad de representación de todos.
ese asentimiento como caso de la regla, cuya confirmación espera, Ahora bien, si se quiere imaginar que el motivo decisivo del juicio
no de conceptos, sino de la conformidad de las demás personas. sobre esta comunicabilidad universal de la representación es me-
El voto universal es, pues, sólo una idea (cuyo fundamenlo no ramente subjetivo, o sea, sin un concepto del objeto, ese motivo
vamos a inwstigar ahora). Puede parecer dudoso que quien cree no podrá ser otro que el estado de ánimo que encontremos en la
formular un juicio de gusto, juzgue efectivamente según esa idea; relación recíproca de las facultades de representación, siempre
pero que se refiere a ella y que, por lo tanto, entiende formular que éstas refieran a un conocimiento una representación dada.
un juicio de gusto, lo pone de manifiesto al servirse del término Las facultades dél conocimiento puestas en juego por esta
belleza. Para su fuero interno puede adquirir la certidumbre de representación, se mueven con libertad en este caso, porque nin-
ello mediante la mera conciencia de lo que distingue lo agrada- gún concepto determinado las adscribe a una regla especial de
ble y lo bueno de todos sus restantes placeres, y eso es todo lo conocimiento. Por consiguiente, en esta representación, el estado
que puede ofrecerle perspectivas de obtener el asentimiento de de ánimo debe ser el de un sentimiento del libre juego de las fa-
todos los demás, aspiración que, en esas condiciones, puede sos- cultades de representación en una representación dada para un
tener justificadamente con tal de que no las infrinja muy a me- conocimiento. Ahora bien, para que llegue a convertirse en cono-
nudo, pues entonces su juicio de gusto sería erróneo. cimiento una representación por medio de la cual se da un objeto,
se requiere la imaginación, que combine lo diverso de la intuición,
y el entendimiento, para la unidad del concepto que una las repre-
§ 9 sentaciones. Este estado de un libre juego de las facultades de
conocimiento en una representación mediante la cual se da un ob-
Investigación de la. cuesti6n de si en el juicio de gusto el senti- jeto, tiene que poder comunicarse universalmente, porque el cono-
miento de agrado precede al juicio del objeto o éste a aquél cimiento, como determinación del objeto, con el cual deben coin-
cidir unas representaciones dadas (cualquiera que sea el sujeto), es
La solución de este problema proporciona la llave para la el único modo de representación válido para todos.
crítica del gusto, y merece, en consecuencia, que se le dedique
toda la atención. Como, en un juicio de gusto, la comunicabilidad universal
Si el agrado por el objeto dado fuera lo primero, y en el subjetiva del modo de representación debe tener lugar sin presu-
juicio de gusto de la representación del objeto se reconociera sólo poner un concepto determinado, no puede ser otra cosa que el
la comunicabilidad universal de este agrado, semejante modo de estado de ánimo en el libre juego de la imaginación y el enten-
proceder estaría en contradicción consigo mismo, pues ese agrado dimiento (en cuanto coincidan entre sí como se requiere para
no sería otro que el mero deleite de la sensación de los sentidos llegar a un conocimiento), pues tenemos conciencia de que esta
y, en consecuencia, por su naturaleza, sólo podría tener validez relación subjetiva propia de todo conocimiento ha de resultar
personal, porque dependería directamente de la representación igualmente válida para todos los hombres y, en consecuencia, tiene
mediante la cual es dado el objeto. que ser universalmente comunicable, como lo es, a pesar de que
Por lo tanto, es la comunicabilidad universal del estado de siempre se apoye en aquella relación como condición subjetiva,
espíritjl propio de la representación dada, Jo que, a modo de con- todo conocimiento determinado.

56 57
\
Ahora bien, este juicio meramente subjetivo (estético) del cuya comunicabilidad general postula el juicio de gusto. Una
objeto, o de la representación por la cual es dado, precede el placer relación objetiva sólo puede ser concebida, pero siendo subjetiva
que se toma en él, y es el fundamento de este placer por la ar- por sus condiciones, puede ser sentida también por su efecto sobre
monía de las facultades cognoscitivas; mas en aquella universali- el espfrítu; y de una relación que no se apoya en ningún concepto
dad de las condiciones subjetivas para juzgar los objetos se funda (como la de las facultades de representación con una facultad pro-
únicamente esta validez universal subjetiva que asociamos con la piamente cognitiva), no es posible tener conciencia si no es por
representación del objeto que calificamos como bello. medio de la sensación del efecto, consistente en el juego facilitado
Por la tendencia natural del hombre a la sociabilidad ( em- de ambas facultades espirituales (imaginación y entendimiento)
pírica y psicológica) puede explicarse fácilmente que implique estimuladas por mutua coincidencia. Una representación que aun
agrado el poder comunicar su estado de ánimo, aunque sólo sea aislada y sin comparación con otras, tiene, sin embargo, una coin-
con respecto a las facultades de conocimiento. Pero eso no basta cidencia con las condiciones de ]a universalidad, como incumbe
a nuestro propósito. Cuando cabficamos algo de bello, el juicio al entendimiento propiamente dicho, pone las facultades de cono-
de gusto atribuye necesariamente a los demás el agrado que ex- cimiento en la disposición proporcionada que exigimos para todo
perimentamos nosotros, como si éste fuese una cualidad del objeto conocimiento y que, en consecuencia, consideramos válidas tam-
determinada en él por medio de conceptos, pues, en definitiva, bién para todo aquel que está destinado a juzgar por el sentido
nada es en sí la b elleza sin referirla al sentimiento del sujeto. Pero y el entendimiento combinados (para todo hombre).
la dilucidación de esta cuestión debe diferirse hasta después de Defini ción de lo bello deducida del segundo factor:
haber contestado otra: la de si y cómo son posibles los juicios Bello es lo que, sin concepto, gusta universalmente.
estéticos a pri01'i.
De momento, seguu·emos tratando una cuestión de menor
entidad: de qué modo adquirimos conciencia de una recíproca
coincidencia subjetiva de las facultades de conocimiento en el Tercer factor
juicio de gusto: si estéticamente, por medio del mero sentido in- de los juicios de gusto: según la relación de los fines
terno y sensación, o intelectualmente, por medio de la conciencia que en ellos se tienen presentes.
de nuestra actividad deliberada con que ponemos en juego esas
facultades.
Si la representación dada que provoca el juicio de gusto, § 10
fuera un concepto que en el juicio del objeto asociara entendimien-
to e imaginación para un conocimiento de este objeto, la concien- De la finalidad en general
cia de esa relación sería intelectual (como en el esquematismo
objetivo de la facultad de juzgar, de que trata la critica), pero en- Si se quiere definir lo que sea un fin atendiendo a sus detel"-
tonces tampoco se formularía el juicio en relación con el agrado y min~ciones trascendentales (sin presuponer nada empírico como
desagrado y no sería un juicio de gusto. Ahora bien, el juicio de sería el sentimiento de agrado: fin es el objeto de un fundamento
gusto determina el objeto, prescindiendo de conceptos, con res- real de su posibilidad); y la causalidad de un concepto con res-
pecto al placer y al predicado de belleza. Por lo tanto, aquella pecto a su objeto es la finalidad (forma finalis). Cuando, pues,
unidad subjetiva de la relación, no puede hacerse cognoscible más no es meramente el conocimiento de un objeto, sino el objeto
que mediante la sensación. El estímulo de ambas facultades ( ima- mismo (su forma o existencia) que, en tan lo efecto es pensado
ginación y entendimiento) para una actividad determinada, con- únicamente como posible mediante un concepto de éste, entonces
corde gracias a la ocasión de la representación dada, o sea, para se piensa en un fin. La representación del efecto es en este caso el
el tipo de actividad propio de todo conocimiento, es la sensación, fundamento determinante de su causa y es anterior a ésta. La
58 59
\
\
'
conciencia de la causalidad de una representación con vistas al pues, a ningún concepto de la cualidad y posibilidad interna o
estado del sujeto, para mantenerlo en él, puede indicar en general externa del objeto por tal o cual causa, sino sólo a la relación
en este caso lo que se califica de agrado; desagrado, por el contra- recíproca de las facultades de representación en cuanto determi-
rio, es la representación que contiene el motivo para determinar nadas por una representación.
el cambio del estado de las representaciones en su contrario (para Ahora bien, esta relación en la determinación de un objeto
desviarlas o suprimirlas). · como bello, E)stá unida al sentimiento de un agrado, el cual, a la
La facultad de apetecer, en cuanto sólo determinable por vez, es declarado válido para todos por el juicio de gusto, por
conceptos, es decir, de obrar de acuerdo con la representación lo cual su motivo determinante tan poco puede contenerse en
de un fin, sería la voluntad. Pero 11amamos también conforme a un deleite concomitante a la representación como en la represen-
un fin el objeto, estado de ánimo o acción cuya posibilidad no tación de la perfección del objeto o en el concepto de lo bueno.
presupone necesariamente la representación de un fin, fundándose Por lo tanto, el placer que, sin concepto, juzgamos universalmente
para ello en la mera circunstancia que sólo podemos comprender comunicable y, con él, el motivo determinante del juicio de gusto,
y explicar su posibilidad suponiéndole como fundamento una cau- sólo pueden atribuirse a la finalidad subjetiva en la representación
salidad por fines, es decir, una voluntad que las hubiese dispuesto de un objeto, sin fin alguno (ni objetivo ni subjetivo) y, por con-
de ese modo de acuerdo con la representación de cierta regla. siguiente, a la mera forma de la finalidad en la representación
Por lo tanto, puede una forma ser conforme a un fin y no haber mediante la cual se nos da un objeto, siempre que tengamos con-
tal fin, en el sentido de que no atribuyamos a una voluntad las ciencia de ella.
causas de esa forma, aunque sólo podamos hacernos concebible la
explicación de su posibilidad deduciéndola de una voluntad. Ahora § 12
bien, no siempre es necesario comprender mediante la razón (se-
gún su posibilidad) lo que observamos, y, en consecuencia, pode- El juicio de gusto se basa en fundamentos a priori
mos por lo menos observar una finalidad en cuanto a la forma,
aun sin darle por fundamente ningún fin (como materia del nexus Fijar a priori el enlace del sentimiento de un agrado o des-
finalis), y notarlo en objetos aunque no sea más que por reflexión. agrado con cualquier representación (sensación o concepto) como
causa suya, es simplemente imposible, pues eso sería una rela-
ción causal que (entre objetos de la experiencia) nunca puede
§ 11 conocerse sino a posteriori y por medio de la experiencia misma.
Bien es verdad que en la crítica de la razón práctica dedujimos
El juicio· de gusto no tiene po1· fundamento más que la forma de realmente á prio1'i de conceptos morales universales el sentimiento
la finalidad de un objeto (o del modo de 1·epresentación de respeto (como modificación especial y peculiar de este senti-
de este objeto) miento que no acaba de identificarse bien con el agrado o des-
agrado que nos producen objetos empíricos); pero en ese ca.so
Todo fin, considerado como motivo del placer, implica siempre pudimos rebasar también los límites de la experiencia e invocar
un interés como motivo determinante del juicio sobre el objeto una causalidad basada en una cualidad suprasensible del sujeto, a
del agrado. Por consiguiente, no puede darse por fundamento al saber: la libertad. Pero aun en ese caso, no deducíamos propia-
juicio de gusto un fin subjetivo. Pero tampoco puede determinar mente ese sentimiento de la idea de lo moral como causa, sino que
el juicio de gusto una representación de un fin objetivo, es decir, de ésta hacíamos provenir solamente la determinación de la vo-
de la posibilidad del objeto mismo según principios de la adscrip- luntad. Sin embargo, el estado de ánimo de una voluntad de algún
ción al fin, y, por ende, ningún concepto de lo bueno; porque es modo determinada, es ya de por sí un sentimiento de agrado e
un juicio estético y no un juicio de conocimiento, no refiriéndose, idéntico a él, por lo cual no resulta efecto suyo: esto último sólo

60 61
'\
\
debería suponerse en el caso de que el concepto de lo moral pre- menores si entre los motivos determinantes del gusto se encuen-
cediera, como bien, a la determinación de la voluntad por la ley, tran se~saciones de la clase indicada. El gusto seguirá siendo
pues entonces sería vano todo intento de deducir de ese concepto siempre bárbaro mientras para el plac~r necesite los ~ngredientes
el agrado unido a él, como si fuera mero conocimiento. del acicate y la emoción, y más aun Sl los eleva a modulo de su
Pues bien, es muy semejante lo que ocurre con el agrado en aplauso.
el juicio estético, con la única diferencia de que en éste el ag_rado Y, sin embargo, no sólo es frecuente que los,acicates s~ con-
es meramente contemplativo y sin provocar un interés hac1a el sideren como belleza (que en realidad sólo habna de refenrse a
objeto, mientras que en el juicio moral es práctico. La conciencia la forma) en cuanto contribución al placer universal estético, sino
de la finalidad meramente formal en el juego de las facultades de que se llega a presentarlos como bellezas en sí, con lo cual se
conocimiento del sujeto, en una representación mediante _la cual confunde la materia del placer con la forma, error que, como
nos es dado un objeto, es el agrado mismo, porque ~ontlene ~ muchos otros que en el fondo encierran siempre algo de verdad,
motivo determinante de la actividad del sujeto con VlStas al estí- puede eliminarse deslindando cuidadosamente estos conceptos.
mulo do sus propias facultades de conocimiento, y, por en?e,_ una Un juicio de gusto en que no ·tengan ~uencia ~g_una aci-
causalidad interna (que es finalista) como vistas. al_ conoc1rment? cates ni emociones (que, sin embargo, cabe mcorporar hc1tamente
propiamente dicho, pero sin limitarse a un conocimiento determ1~ al placer que provoca lo bello), un juicio, pues, que no teng~ ~~o
nado, como también en consecuencia, una mera forma de la motivo determinante que la finalidad de la forma, es un JUICIO
finalidad subjetiva d~ una representación en un juicio estético. de gusto puro.
Tampoco es en modo alguno práctico este agrado, ni como el pro-
cedente del motivo patológico del deleite, ni como el p_rocedent~ § 14
del motivo intelectual de lo bueno representado; pero tiene en Sl
una causalidad, a saber: conservar el estado de la representación Explicaci6n po1· medio de ejemplos
misma y la ocupación de las facultades de conocimiento sin otra
intención. Nos detenemos en la contemplación de lo bello porque Los juicios estéticos, lo mismo que los teoréticos (lógicos),
esa contemplación se acrecianta y reproduce por sí misma, y ese pueden dividirse en empíricos y puros. Los primer?s so~ los que
detenerse es análogo (bien que nc idéntico) a aquél en que un predican de un objeto, o de su modo de represen.ta_cl~n, s1 es gr~to
atractivo en la representación del objeto despierta repetidamente o no; los segundos, si es bello o no. Aquéllos son JUlCios del senttdo
la atención, pero manteniéndose pasivo el espíritu. (juicios estéticos materiales), éstos (en cuanto formales) son los
únicos juicios de gusto genuinos.
Por lo tanto, un juicio de gusto sólo será puro cuanqo a su
§ 13 motivo determinante no vaya mezclado ningún placer meramente
empírico. Lo último ocurre siempre que acicates o emociones
El juicio de gusto puro es ajeno a acicates y emociones adulteren el juicio llamado a declarar bella una cosa.
Esto nos enfrenta de nuevo con varias objeciones que lleg~n
Todo interés corrompe el juicio de gusto y le quita su im- al extremo, no sólo de considerar el acicate como ingrediente ne-
parcialidad, sobre todo cuando a diferencia de lo que ocurre con cesario de la belleza, sino incluso como suficiente por sí solo para
el interés de la razón, no concede a la finalidad prelación ante el ser calificado de bello. Un simple color, por ejemplo: el verde
sentimiento de agrado, sino que la funda en éste, c_omo ocUlTe del césped, una mera nota (a diferencia del sonido o del ruido),
siempre en el juicio estético sobre algo que nos dehte o duela. como la de un violín son cosas que los más tienen por bellas en
De ahí que los jui<P.os afectados de este modo no tengan perspec- sí, a pesar de que e~ el fondo ambas parecen tener s~lo la ma-
tivas de provocar un placer de validez universal, o las tengan tanto teria de las representaciones, a saber: la mera sensac1ón, y por

62 63
& BIBUOTECA
~· CARlOS GAVIRIA O
'""'~"'
.,..~h
ello únicamente merezcan ser calificadas de agradables. Obsérvese y a su cultivo, sobre todo c~ando el gusto ~o. e~tá maduro ni ejer-
al propio tiempo que, sin embargo, las sensaciones del color, lo citado; pero con ello se dana realmente el JUICIO de gusto cuando
núsmo que las de la nota, sólo siendo puras se consideran con esos acicates atraen sobre sí la atención como motivos del juicio
derecho a ser tenidas por bellas, condición que afecta ya a la forma, de la belleza, pues tan lejos están de contribuir a la belleza del
y que es también lo único de esas representaciones que puede objeto que sólo con muchas precauciones pueden aceptarse a ti-
comunicarse universalmente con certidumbre: porque la cualidad tulo de aditamentos extraños, y a condición de que no enturbien
de las sensaciones mismas no puede considerarse unánime en todos aquella forma bella, cuando el gusto es todavía endeble y poco
los sujetos, y difícilmente todos los individuos juzgarán del mismo ejercitado. .
modo un color como más grato que otros, o la nota de un instru- En la pintura, escultura y aun en todas las artes plásticas,
mento musical preferible a la de otros. arquitectura, jardinería, que sean bellas artes, el dibujo es lo esen-
Suponiendo, con Euler, que los colores sean latidos (pulsus) cial, y en él, la base de toda edificación del gusto es, no lo que
del éter que se suceden a intervalos iguales, como lo son las no- agrada a la sensación, sino simplemente lo que gusta P.Or su forro~.
tas del aire que vibra en el sonido, y, lo más importante, que el Los colores, que iluminan los contornos, deben considerarse aci-
espíritu no sólo mediante el sentido percibe su efecto en el estí- cates, y aunque pueden animar al objeto en sí para la sensación,
mulo del órgano, sino también mediante la reflexión el juego regu- no por eso lo hacen digno de contemplación y bello, antes bien
lar de las impresiones (y, con ello, la forma en la unión de distintas las más veces tienen un campo muy circunscrito por las exigencias
representaciones), de lo cual no tengo la menor duda 1, el colo! y de la forma bella, la cual, aun en los casos en que tales acicates
el sonido no serían meras sensaciones sino ya determinación for- son lícitos, es lo único que les confiere nobleza.
mal de la unidad de una multiplicidad de ellos, y entonces cabría Toda forma de los objetos de los sentidos (tanto de los sen-
contarlas ya por sí solas enb·e las bellezas. tidos externos como, indirectamente, también del sentido interno)
Pero lo puro en un modo de sensación simple significa que es Jigura o juego, y, en este último caso, juego de las figuras (en
su uniformidad no es destruida ni alterada por ninguna sensación el espacio: la mímica y la danza) o mero juego de las sensacio-
extraña, y pertenece únicamente a la forma, porque en ella puede nes (en el tiempo). Puede añadirse el acicate de los colores o de
prescindirse de la cualidad de aquel modo de sensación (si repre- los sonidos agradables de los instrumentos, pero el dibujo en la
senta un color y cuál, o una nota y cuál). De ahí que todos los primera y la composición en el segundo es lo que constituye pro-
colores simples, siendo puros, se tengan por bellos, privilegio de piamente el objeto del juicio de gusto puro; y el hecho de que la
que no gozan los mixtos, precisamente porque no siendo simples pureza tanto de los colores como de las notas, o aun su variedad
no ofrecen un criterio para juzgar si cabe calificarlos de puro~ o y contraste, parezca contribuir a la belleza, no quiere esto decir
impuros. que siendo agradables de por sí, hayan de acrecentar de igual
Por lo que hace a la belleza atribuida al objeto en virtud de modo el placer por la forma, sino sólo que hacen ésta última más
su forma, se cree poder acrecentar esa belleza por medio de aci- exacta, determinada y completamente patente, y, además, gracias
cates, lo cual es un error muy corriente y que perjudica al gusto a su acicate, animan la representación porque despiertan y man-
sólido, impoluto y auténtico, a pesar de que es cierto de que a la tienen la atención hacia el objeto.
belleza pueden incorporarse otros atractivos para interesar mayor- Aun los llamados adornos ("parerga"), es decir, aquello que
mente al espíritu, más allá de la mera complacencia, por medio no pertenece a la representación cabal del objeto como elemento
de la representación del objeto, sirviendo así de alicio<:nte al gusto intrínseco integrante, sino sólo como aditamento extrínseco, acre-
1 Las ediciones primera y segunda decían, por el contrario, que lo
centando el placer del gusto, lo logran únicamente gracias a su
pouia mucho en duda; hay pruebas bastante convincentes de que la nueva forma, como los marcos de los cuadros, el ropaje de las estatuas
versión respondía al pensamiento del filósofo cuando se hizo la tercera edi- o el peristilo de un edificio suntuoso. En cambio, si el adorno no
ción, pero no faltan opiniones contrarias. (N. del T.) tiene en sí bella forma, si, como un marco de oro, sólo se emplea
64 65
para procurar con su atractivo un aplauso al cuadro, se llama sim- damento de la posibildad interna del objeto. Ahora bien, así como
plemente aderezo y repugna a la auténtica belleza. fin propiamente dicho es aquello cuyo concepto puede considerarse
La emoción una sensación que no proporciona otro deleite como fundamento de la posibilidad del objeto mismo, así, para
que el más inte~so desbordonamiento de energía vital provocado representarse una finalidad objetiva en una cosa, habrá que tener
por un obstáculo momentáneo, es totalmente ajena a la .belleza. antes el concepto de ésta, de lo que ha de ser una cosa en si, y la
Sin embargo, lo sublime (unido al sentimiento de emociÓn) re- conciliación de lo diverso de la cosa en este concepto (el cual
quiere otra índole de juicio de la que sirve de fundamento al da la regla para que se le una esa cosa), es la perfección cualita-
gusto. Por consiguiente, un juici~ de g~o. puro ~o tie~e com? tiva de una cosa. De ésta debe distinguirse totalmente la cuan-
motivo determinante, como matena del JWClO estético, m los aci- titativa, como cualidad de una cosa completa en su especie, y como
cates ni la emoción, en una palabra: ninguna sensación. mero concepto de magnitud (de totalidad) ; en ella se da por de-
terminado de antemano lo que haya de ser la cosa en sí, pregun-
tándose sólo si la cosa reúne todos los requisitos exigidos. Lo
§ 15 formal en la representación de una cosa, es decir, 1~ coincidencia
de lo diverso con lo uno (dejando sin determinar qué sea éste),
El juicio de gusto es totalmente independiente del concepto no da a conocer por sí la menor finalidad objetiva, puesto que
de pe1jecci6n como se prescinde de este uno como fin (de lo que la cosa deba
ser), no queda más que la finalidad subjetiva de las. repres~nta­
La finalidad objetiva sólo puede conocerse refiriendo lo di- ciones en el espíritu del que contempla, que sin duda md1ea Cierta
verso a un fin determinado, o sea, únicamente mediante un con- finalidad del estado de representación del sujeto, y una compla-
cepto. De esto solo ya se desprende que lo bello, cuyo juici? tiene cencia de éste en él, para captar en la imaginación una forma
por fundamento una finalidad meramente formal, es decir, una dada, pero no una perfección de cualquier objeto, q_ue en este caso
finalidad sin fin, es totalmente independiente de la representación se concibe por ningún concepto de fin. Así, por eJemplo, cuando
de lo bueno, porque esto presupone una finalidad objetiva, es de- en medio del bosque me encuentro con un prado rodeado de
cir, la referencia del objeto a un fin determinado. árboles en forma de círculo, esta mera forma no puede propor-
La finalidad objetiva es la externa, o sea, la utilidad, o la cionarme el menor concepto ele perfección si no imagino para eso
interna, o sea, la perfección del objeto. De los dos capítulos ante- algún fin, por ejemplo: que esté destinado a bailes campestres.
riores se desprende suficientemente que el placer provocado por Seria franca contradicción imaginarse una finalidad objetiva formal
un objeto, por el cual calificamos a éste de bello, no puede ba- pero sin fin, es decir, la mera forma de una perfección ( ~ ~­
sarse en la representación de su utilidad, pues, en caso contrario, guna materia o concepto de aquello con que concuerda, s1qwera
no seria un placer directo por el objeto, condición esencial del fuese la idea de una legalidad en general).
juicio sobre la belleza. En cambio, una finalidad interna objetiva, Ahora bien, el juicio de gusto es un juicio estético, es decir,
es decir, la perfección, se acerca ya mucho al predicado de la un juicio apoyado en fundamentos subjetivos, y cuyo motivo de-
belleza, y ello indujo a algunos filósofos famosos a considerarla terminante no puede ser un concepto; por lo tanto, ni siquiera
idéntica a la belleza si bien con la nota restrictiva de ser una per- el de un fin determinado. En consecuencia, al belleza, como fi-
fección concebida confusamente. Por consiguiente, en una critica nalidad subjetiva formal, en modo alguno alude a una perfección
del gusto, es de suma importancia decidir si también la belleza del objeto como finalismo formal presunto, aunque objetivo; en-
puede disolverse en el concepto de perfección. h·e los conceptos de lo bello y de lo bueno, no habría diferencia
Para juzgar la finalidad objetiva, necesitamos siempre el con- alguna si no se distinguieran entre sí más que por la forma lógica,
cepto de tm fin y (si aquella finalidad no es externa [utilidad], de suerte que el primero fuese sólo un concepto confuso y el
sino interna) el concepto de un fin interno, que contenga el fun- segundo uno claro de la perfección; porque entonces no habría
66 67
1
1
1
entre ambos ninguna diferencia específica, sino que un juicio de ese concepto. Las especies de la primera se llaman bellezas de
gusto sería igualmente un juicio de conocimiento, como el juicio tal o cual cosa (existentes en sí) ; la segunda, en cuanto aneja
mediante el cual se declara bueno algo; al igual, por ejemplo, a un concepto (belleza condicional), se atribuye a los objetos
que el hombre común que dice que el engaño es injusto y funda que se hallen bajo el concepto de un fin especial.
su juicio en principios racionales confusos, mientras el filósofo lo Las flores son bellezas naturales libres. No es fácil que na-
funda en principios racionales también pero claros, sin que haya die, corno no sea un botánico, sepa qué cosa en sí es una flor, y
otra diferencia entre unos y otros principios. Pero ya indiqué que aun ése, que la considera órgano de reproducción de la planta,
un juicio estético es único en su especie y que en ningún caso no tiene en cuenta para nada ese fin natural cuando juzga por
proporciona un conocimiento (siquiera confuso) de su objeto, fun- medio del gusto. Por lo tanto, este juicio no se funda en ninguna
ción, esta última, propia del juicio lógico, sino que, por el con- clase de perfección, en ninguna finalidad interna, a que se refiera
trario, aquél refiere simplemente al sujeto la representación con la composición de lo diverso. Muchos pájaros (el loro, el colibrí,
que un objeto es dado y no pone de manifiesto cualidad alguna el ave del paraíso) y multitud de testáceos marinos, son bellezas
del objeto sino solamente la forma final en la determinación de en sí, que no pertenecen a ning{m objeto determinado por con-
las facultades de representación que se ocupan del objeto. Este ceptos con vistas a su fin, sino que gustan libremente y por sí
juicio se llama precisamente estético también porque su motivo mismas. Así, las grecas, el follaje de orlas o empapelados, etc.,
determinante no es un concepto sino el sentimiento (del sentido nada significan de por sí, no representan ningún objeto bajo un
interno) de aquella concordancia en el juego de las fuerzas espi- concepto determinado, y son bellezas libres. En la misma especie
rituales, a condición únicamente de que ésta sea advertida. Por puede incluiJ:se lo que en música se llama fantasías (sin tema),
el conh·ario, si ~ quisiera llamar estéticos los conceptos confusos y aun toda la música sin texto.
y el juicio objetivo en ellos fundado, se tendría un entendimiento En el juicio de una belleza libre (por la mera forma) es puro
que juzga por el sentido, o un sentido que se representa por con- el juicio de gusto. No se presupone ningún concepto de cualquier
ceptos sus objetos, cosas, las dos, contradict01ias. La facultad de fin, en virtud del cual lo diverso tuviese que servir al objeto dado,
los conceptos, sean éstos oscuros o claros, es el entendimiento, y y que, en consecuencia, representase ese objeto; mediante el cual
aunque para el juicio de gusto como juicio estético se necesita pudiera siquiera limitarse la libertad de la fantasía que juega, por
también (como para todos los juicios) el entendimiento, no se decirlo así, en la observación de la figura.
necesita éste entonces como facult~.d del conocimiento de un ob- Pero la belleza de un hombre (y, dentro de la misma especie,
jeto, sino como facultad de la determinación del juicio y de su de un varón, mujer o niño), la de un caballo, de un edificio ( igle-
representación (sin concepto) que la refiere al sujeto y a su sen- sia, palacio, arsenal, quinta), presupone un concepto del fin a que
timiento interno, y ello siempre que este juicio sea posible según está destinado, de lo que ]a cosa debe ser, y, por ende, un con-
tma regla general. cepto de su perfección, siendo, por consiguiente, belleza adheren-
te. Pues bien, al igual que la unión de lo agradable (de la sen-
§ 16 sación) con la belleza que propiamente afecta sólo a la forma,
enturbiaba la pureza del juicio de gusto, también la enturbia la
No es puro el juicio de gusto que declara bello al objeto que unión de la belleza con lo bueno( en vÚ'tud de la cual, lo diverso
1·esponda a un concepto determinado es bueno para la cosa misma, según su fin).
En la contemplación de un edificio se encontrarían muchas
Existen dislintas clases de belleza: la libre ( pulchritudo vaga) cosas que gustarían si tal edificio no estuviera destinado a iglesia;
y la meramente adherente ( pulchTitudo adhaerens). La primera se podría embellecer una figura con espirales y líneas suaves, pero
no presupone concepto alguno de lo que sea el objeto; la segunda regulares, como hacen los neozelandeses con su tatuaje, si no
lo presupone y, además, presupone la perfección del objeto bajo fuera la figura humana, y ésta podría tener rasgos mucho más
68 69
\
entre jueces del gusto, pues les enseña que uno de ellos se atiene
delicados y unas facciones más suaves y agradables si no se qui- a la bellez¡¡. libre y el otro a la adherente, que el primero formula
si~ra representar a un varón o guerrero. un juicio de gusto puro, y el segundo uno aplicado.
Ahora bien, el placer por lo diverso en una cosa en relación
con el fin interno que determina su posibilidad, es un placer fun-
dado en un concepto; el pla~er que proporciona la belleza, es tal § 17
que no presupone ningún concepto, antes bien, está directamente
unida a la representación mediante la cual el objeto es dado (no Del ideal de belleza
mediante la cual es pensado). Pues bien, si el juicio de gusto
formulado sobre este objeto se hace depender, como juicio de No puede haber ninguna regla de gusto objetiva que deter-
razón, del fin que hay en el concepto, sufriendo la consiguiente mine por conceptos lo que sea bello, puesto que todo juicio de
limitación, aquel juicio deja de ser juicio de gusto puro y libre. esta fuente es estético, es decir, que su motivo determinante es
Y aunque en esta unión del placer estético con el intelectual el sentimiento del sujeto y no un concepto del objeto. Tarea int1til
el gusto obtenga la ventaja de su fijación, y aun sin ser universal sería buscar un principio de gusto que mediante determinados
resulte así susceptible de supeditación a reglas con xespecto a de- conceptos nos diera el criterio general de lo bello, pues lo bus-
terminados objetos, no son, ésas, reglas del gusto sino sólo de la cado sería imposible y contradictorio en sí mismo. La comunica-
combinación del gusto con la razón, es decir, de lo bueno con lo bilidad general de la sensación (de placer o disgusto), y aun la
bello, en virtud de las cuales se utiliza lo bello para instrumento que se produce sin concepto, y la unanimidad, en lo posible, de
de los propósitos relativos a lo bueno, con el intento de que aque- todos los tiempos y pueblos acerca de este sentimiento en la re-
lla disposición del espíritu que se conserva a sí misma y es validez presentación de ciertos objetos, es el criterio empírico (bien que
subjetiva universal, se supedite a aquel modo de pensar que sólo muy endeble y apenas suficiente para la presunción) a que nos
mediante laborioso debmninio puede conservarse, pero que es de atenemos para considerar un gusto de esta suerte acreditado por
validez objetiva universal. Sin embargo, la perfección no gana ejemplos, procede de un fondo, común a todos los hombres y
propiamente con la belleza, ni ésta con la perfección, antes bien, profundamente recóndito, de unanimidad en el juicio de las for-
como al comparar, por medio de un concepto, un objeto que nos mas en que les son dados los objetos.
es dado (teniendo presente lo que éste debe ser) con la repre- De ahí que algunos productos del gusto sean considerados
sentación mediante la cual nos es dado, no podemos evitar que ejemplares, pero no en el sentido de que pueda adquirirse gusto
al propio tiempo juntemos esa representación con la sensación del imitando a otros, puesto que el gusto tiene que ser una facultad
sujeto, la capacidad total de la facultad de representación resulta peculiar del sujeto; el que imita un modelo, revela con ello, si
favorecida cuando ambos estados de espíritu coinciden. acierta, que tiene habilidad, y únicamente gusto en el caso de
Un juicio de gusto relativo a un objeto de fin interno deter- que sepa juzgar por sí mismo ese modelo 'f. Pero de esto se dedu-
minado, sólo será puro cuando el que juzgue no tenga concepto ce que el modelo supremo el prototipo del gusto, será una mera
alguno de este fin o haga caso omiso de él a juzgar. Pero en- idea que cada cual debe sacar de sí mismo, para juzgar, de acuer-
tonces el que así hiciera, aunque hubiese formulado un juicio de
gusto recto al juzgar el objeto como belleza libre, sería censurado 'f Los modelos del gusto en el sector de las artes elocutivas, deben
por el otro que considera la belleza del objeto únicamente como estar compuestas en una lengua muerta y culta; lo primero, para impedir
cualidad adherente a éste (porque apunta al fin del objeto), acu- la transformación inevitable en las lenguas vivas en que expresiones nobles
sándole de gusto falso, a pesar de que ambos juzgarían correc- se convierten en vulgares, las usuales envejecen y los neologismos gozan sólo
de efímera circulación; lo segundo, para que tenga una gramática no supe-
tamente a su modo: uno ateniéndose a lo que tiene ante los ditada a los cambios caprichosos de la moda, antes bien, mantenga sus reglas
sentidos, y el otro a lo que tiene en el pensamiento. Esta distin- invariables.
ción puede servir para evitar muchas disputas sobre la belleza
71
70
do con ella, todo cuanto sea objeto del gusto, ejemplo de juicio Pero para ello se necesitan dos partes: en primer lugar, la
p or el gusto y aun el gusto de cada cuaL Idea significa propia- idea normal estética, intuición individual (de la imaginación)
mente un concepto de razón, e ideal la representación de un ser que representa la medida justa de su juicio, por serlo de una
individual en cuanto adecuado a una idea. De ahí que aquel cosa perteneciente a una especie animal particular; en segundo
prototipo del gusto, que evidentemente descansa en la indeter- lugar, la idea de razón, que hace de los fines de la humanidad,
minada idea de la razón de un máximum, pero que no puede en cuanto no susceptibles de ser representados por los sentidos,
representarse por conceptos sino sólo en exposición individual, el principio d el juicio de una figura gracias a la cual se manifies-
debiera mejor llamarse el ideal de lo bello, y nosotros, cuando tan aquéllos coino su efecto en el fenómeno. La idea normal nece-
no lo poseemos directamente, nos esforzamos por ob tenerlo en sita tomar de la experiencia sus elementos para la figura de un
nosotros. Sin embargo, será sólo un ideal de la imaginación, pre- animal de una especie particular; pero la máxima finalidad en la
cisamente porque no se basa en conceptos sino en la exposición; construcción de la figura, la idónea para servir de medida exacta
pero la facultad de la exposición es la imaginación. ¿Cómo lJe- universal para el juicio estético de todo individuo de esa especie,
gamos a ese ideal de la be11eza? ¿A priori o empíricamente? la imagen que, cual deliberadamente, se puso como base de la
O, lo que es lo mismo: ¿qué especie de lo bello es susceptible técnica de la naturaleza, y a la cual se acomoda únicamente la es-
de ideal? pecie en conjunto pero ninguno de sus individuos por separado,
Bueno será obsE(rvar, en primer lugar, que la belleza para la se halla, sin embargo, únicamente en la idea del que juzga, pero
cual debe buscru·se un ideal, tiene que ser una belleza no vaga, esta idea, con sus proporciones, tiene que ser expuesta entera-
sino fijada por un concepto de finalidad objetiva, no debiendo mente in concreto en una imagen modelo. Para hacer compren-
pertenecer, por consiguiente, a ningún objeto de un juicio de sible de algún modo cómo esto ocurre (pues ¿quién puede arran-
gusto completamente puro, sino de uno en prute intelectualizado. carle totalmente su secreto a la naturaleza?), vamos a ensayar
Es decu· que, cualquiera que sea la índole de los motivos de jui- una explicación psicológica.
cios en que haya de tener lugar un ideal, tiene que haber como Es de suponer que, de modo totalmente incomprensible para
fundamento alguna idea de razón por conceptos determinados, nosotros, sabe la imaginación, no sólo hacer revivir en ocasiones
idea que fije a priori el fin en que se apoya la posibilidad intrín- los signos de conceptos, aun de mucho atrás, sino también repro-
seca del objeto. No puede concebirse un ideal de flores bellas, ducir la imagen y la figura del objeto a b ase de un número inde-
de un mobiliario bello, de una perspectiva bella, como tampoco cible de objetos de distintas especies o de una misma especie; y
cabe imaginar el ideal de una belleza dependiente de determina- aun, cuando el espíritu establece comparaciones, coloca realmente,
dos fines, por ejemplo, de una bella casa de habitación, de un según toda presunción, una imagen sobre otra, aunque sin tener
árbol bello, de un jardín bello, etc., es de presumir que a cansa de ello perfecta conciencia, y luego, de la congruencia de varias
de no estar lo suficientemente fijados y determinados esos fines imágenes de la misma especie, sabe sacar una intermedia que
por su concepto y siendo, por consiguiente, su finalidad casi tan sirva de medida común a todas. Alguien que vio mil personas
libre como en el caso de la belleza vaga. Sólo lo que tiene en sí adultas, y quiere juzgar comparativamente de su tamaño normal,
mismo el fin de su existencia, el hombre, que por medio de la hace (a mi juicio) q ue la imaginación superponga gran número
razón puede fijarse a sí mismo sus fines, o, en el caso de· que de imágenes (quizás todas aquellas mil), y, si en este caso se
haya de tomarlos de la percepción exterior, pueda juntarlos con me permite recurrir por analogía a la exposición óptica, en el
fines esenciales y universales y entonces juzgar también estética- espacio en que coincidan las más y dentro del contorno en donde
mente la concordancia con aquéllos: este hombre es, pues, entre el sitio esté iluminado con el color más intenso, allí se pondrá
todos los objetos del mundo, el único capaz de un ideal de la de manifiesto el tamaño medio, igualmente alejado, tanto por la
belleza, tal como ]a humanidad en su persona, en tanto inteligen- altura como por la anchura, de los límites extremos de las esta-
cia, es capaz del ideal de la perfección. turas mayores y menores, y esa será la estatura de un hombre

72 73
Sin embargo, de la idea normal de lo bello hay que distinguir
bello. (Esto podría obtenerse igualmente por un procedimiento aún el ideal de lo bello, que, por las razones ya indicadas, sólo
mecánico midiendo a todos los mil, sumando por separado sus puede esperarse de la figma humana. En ésta, lo ideal consiste
altrnas y sus anchuras [y gruesos], y dividiendo luego cada suma en la .expresión de lo moral, sin lo cual el objeto no gustaría uni-
por mil. Pero la imaginación hace lo mismo mediante un erecto versalmente y, por ende, positivamente (no sólo negativamente
dinámico procedente de la reiterada captación de esas figuras en en una exposición académica). Y aunque la expresión visible de
el órgano del sentido interno.) Ahora bien, si de modo seme- ]as ideas morales que dominan internamente al hombre, sólo pue-
jante se busca para ese hombre medio la cabeza media, para ésta de tomarse de la experiencia -para hacer como si dijéramos
la nariz media, etc., esta figma será la base de la ideal normal visible en la manifestación corporal (como efecto de lo interno)
del hombre bello en el país en que se haya llevado a cabo la la unión de aquéllas con todo cuanto nuestra razón asocia con lo
comparación; de ahí que en estas condiciones empíricas, un ne- moral-bueno en la idea de la suma finalidad: la bondad espiri-
gro haya de tener necesariamente de la belleza de la figura una tual, la fortaleza, la pureza, la serenidad, etc.- , se necesitan ideas
idea normal distinta de la de un blanco, y el chino otra que el puras de la razón y gran capacidad de imaginación en quien pre-
emopeo. Y lo propio ocurriría con el modelo de un caballo o de tenda sólo juzgarlas, y mucho más en bien quiera exponerlas. La
un perro bellos (según la raza). Esta idea normal no es dedu- exactitud de semejante ideal de belleza se demuestra en que no
cida de proporciones tomadas de la experiencia a modo de reglas permite que ningún atractivo sensible se mezcle en el placer por
determinadas, sino que sólo gracias a ella se llegan a formular su objeto, lo cual no es óbice para que sienta gran interés por él,
las reglas del juicio. Es la imagen que oscila entre todas las per- y esto demuestra luego que mmca puede ser puramente estético
cepciones aisladas de cada individuo, diferentes de varios modos, el juicio formulado con ese criterio, y que no es mero juicio de
imagen tomada por la natmaleza como prototipo de sus creacio- gusto el que se formula atendiendo a un ideal de belleza.
nes en la misma especie, pero que parece no haber alcanzado Este tercer factor nos lleva a la siguiente definición de la
totalmente en ningún individuo. En modo alguno es todo el pro- belleza:
tottipo de la belleza en esa especie, sino sólo la forma que cons- Belleza es la forma de la finalidad de un objeto, cuando es
tituye la codición indispensable de toda belleza y, por ende, sola- percibida en él sin la representación de un fin 1 •
mente la corrección en la exposición de la especie. Es el canon,
como se llamaba al famoso Doríforo de Policleto (del mismo
modo pudo emplearse también en su especie la vaca de Mirón). porque cuando ninguna de las inclinaciones del espíritu rebasa aquella pro-
Precisamente por esto no puede contener nada específico, pues porción que se exige para ser una persona simplemente impecable, no puede
de otro modo no sería la idea normal para la especie. Su expo- esperarse nada de lo calificado de genio, en que la naturaleza parece apar-
sición no gusta tampoco como belleza, sino solamente porque no tarse de sus acostumbradas proporciones entre las fuerzas del espíritu para
dar ventaja a una de éstas.
contradice a ninguna de las condiciones únicas en que puede
1 Contra esta definición podría invocarse el ejemplo de que haya cosas
parecer bella una cosa de esa especie. La exposición es mera- en las que se ve una forma final sin reconocer en ellas un fin, como ocun·e
mente académica 'f . con los instrumentos de piedra, tan a menudo encontrados en antiguos tú-
mulos funerarios, que están provistos de un agujero como destinado a un
* Se encontrará que por lo común nada dice un rostro perfectamente mango, y aunque en su forma revelen claramente una finalidad, para lo cual
regular que un pintor invitaría a posar para él, y ello se debe a que nada no se conoce un fin, no por ello son calificados de bellos.
característico contiene, o sea, que ex-presa más bien la idea de la especie Pero el hecho de que sean considerados obras de arte, es suficiente para
que lo específico de una persona. Lo que de este modo resulta exagerada- obligar a conceder que su figura se refiere a algún designio y a un fin de-
mente característico, es decir, que atenta aun a la idea normal (a la finalidad terminado. De ahí que tampoco se encuentra ningún placer directo en su
de la especie), se llama caricatura. La e"'Periencia enseña también que esos contemplación. Por el contrario, una flor, por ejemplo: un tulipán, será cali-
rostros absolutamente regulares suelen revelar en su interior una persona me- ficada de bella porque en su contemplación se enCtlentra cierta finalidad, que
ramente mediocre, cabe presumir {si puede suponerse que la naturaleza según nuestro modo de juzgar no se refiere a fin alguno.
expresa en el exterior las proporciones del interior) que por la razón siguiente:
75
74
Cuarto factor § 19
del juicio de gusto, según la modalidad
del placer por los objetos. La necesidad subjetiva que at-ribuimos al juicio de gusto,
es condicionada

§ 18 El juicio de gusto . exige el asentimiento de todos, y quien


declara bello algo, pretende que todos deben dar su aplauso al
Qué puede sm· la modalidad de un juicio de gusto objeto presente y declararlo igualmente bello. Este debe ser del
juicio estético, aun con todos los datos requeridos para juzgar, se
De toda representación puedo decir que por lo menos es po- formulará, pues, de modo meramente condicionado. Se busca el
sible que (como conocimiento) vaya asociada a un agrado. De asentimiento de todos los demás porque para ello se tiene un mo-
lo que califico de agradable, digo que realmente provoca agrado tivo común ·a todos, asentimiento con el que también cabría contar
en mí. Pero de lo bello se piensa que tiene una relación necesa- con tal de tener solamente la seguridad de que el caso habría de
ria con el placer. Ahora bien, esta necesidad es de índole espe- subsumirse correctamente bajo aquel fundamento como regla del
cial: no es una necesidad objetiva teorética en que a priori pueda aplauso.
conocerse que todos sentirán placer ante el objeto que yo califico
de bello, ni tampoco una necesidad práctica en que, mediante § 20
conceptos de una voluntad racional pura, que sirve de regla a
seres racionales que obran libremente, este placer es consecuencia La condición de la necesidad, invocada por un juicio de gusto,
necesaria de una ley objetiva y no significa otra cosa sino que en es la idea de un sentido común
todo caso (sin otro designio) debe obrarse de cierto modo; antes
bien, como necesidad concebida en un juicio estético, sólo puede Si (como los juicios de conocimiento) los juicios de gusto
ser calificada de ejemplar, es decir, que es una necesidad de que tuvieran un principio objetivo determinado, quien los formulara
todos asientan a un juicio, considerándolo como ejemplo de una de acuerdo con éste, tendría derecho a reclamar para su juicio
regla universal que no puede mencionarse. Como un juicio esté- una necesidad absoluta. De pronunciars~ sin ningún principio,
tico no es un juicio objetivo ni de conocimientos, esta necesidad como los del mero gusto del sentido, a nadie se le ocurriría que
no puede deducirse de conceptos determinados, y, por ende, no pudieran aspirar a la menor necesidad. En consecuencia, deben
es apodíctico. Mucho menos puede deducirse aún de la univer- tener un principio subjetivo que mediante el sentimiento y no por
salidad de la experiencia (de una unanimidad general de los jui- conceptos, pero con validez general, determine lo que gusta o dis-
cios sobre la belleza de cierto objeto), pues, además de que la gusta. Pero ese principio sólo podría considerarse como un sen-
experiencia difícilmente podría proporcionarnos muchos ejemplos tido común, esencialmente distinto del entendimiento común a
suficientes para ello, en juicios empíricos no puede fundarse nin- veces calificado también de sentido común ( sensus communi:s),
gún concepto de necesidad de estos juicios. puesto que éste no juzga por el sentimiento, sino siempre por con-
ceptos, aunque de ordinario a modo de principios representados
sólo oscuramente.
Es, pues, sólo bajo el supuesto de que haya un sentido común
(por el cual no entendemos, empero, ningún sentido externo, sino
el e fecto del libre juego de nuestras facultades cognoscitivas) , sólo
bajo el supuesto de un tal sentido común, sostengo, puede formu-
larse el juicio del gusto.

76 77
§ 21 §22

Si hay ra.z6n para presuponer un sentido común La necesidad del asentimiento universal implícito en un juicio
de gusto, es una necesidad subjetiva., representa-da como objetiva.
Los conocimientos y los juicios, junto con la convicción aneja partiendo de la hipótesis de un sentido común
a ellos, deben poder comunicarse universalmente, pues de otro
modo no les correspondería una coincidencia con el objeto, y En todos los juicios en que declaramos bello algo, no transi-
serían todos ellos un mero juego subjetivo de las facultades de gimos en que otro sea de diferente opinión, a pesar de que nuestro
la representación, exactamente como pretende el escepticismo. juicio no se funde en conceptos, sino sólo en nuestro sentimiento,
Pero para que los conocimientos puedan comunicarse, es preciso considerado asi, no como sentimiento personal, sino como común.
también que pueda comunicat·se universalmente el estado de es- Ahora bien, a este efecto, este sentido común no puede estar fun-
píritu, es decir, la disposición de las facultades de conocimiento dado en la experiencia, pues pretende justificar juicios que con-
con respecto a un conocimiento cualquiera, y desde luego la pro- tienen un debe ser; no dice que todos coincidirán, sino que todos
porción que se requiere para una representación (mediante ]a deben coincidir, con nue~tro juicio. Por lo tanto, el sentido co-
cual nos es dado un objeto) para que ésta se convierta en cono- mún, de cuyo juicio presento como muestra mi juicio de gusto,
cimiento, puesto que, sin esa proporción, condición subjetiva del atribuyéndole por esta razón validez ejemplar, es una mera norma
conocer, no podría salir como resultado el conocimiento. Y así ideal que, de aceptarse, podría convertir lícitamente en regla para
ocurre realmente siempre que por medio de los sentidos un objeto todos un juicio que con aquélla coincidiera y el placer por un
dado mueve la imaginación a combinar ]o diverso, y ésta a su vez objeto expresado en ese juicio: porque, aunque siendo s6lo sub-
pone en juego el entendimiento para que imprima unidad en con- jetivo, este principio, aceptado como subjetivo-universal (como
ceptos a lo diverso. Pero esta disposición de las facultades de co- idea necesaria para todos) a causa de la unanimidad de los varios
nocimiento tiene distinta proporción según sean distintos los obje- que juzgan, podría exigir asentimiento universal como si fuera
tos dados. Y, sin embargo, tiene que haber una en que esta objetivo; lo único que se requeriría es la seguridad de haber efec-
proporción interna para el estímulo (de una facultad por otra), tuado correctamente la subsunción.
sea ]a más aceptable para las dos facultades del espíritu con vistas Y en realidad presuponemos esta norma indeterminada de un
a obtener un conocimiento cualquiera (de objetos dados), y esta sentido común, como lo demuestra nuestra pretensión de formular
disposición no puede ser determinada más que por el sentimiento juicios de gusto. Habría que decidir si realmente hay tal sentido
(no por conceptos). Ahora bien, como esta disposición misma común como principio constitutivo de la posibilidad de la expe-
debe poder comunicarse universalmente, y, en consecuencia, tam- riencia, o si un principio de razón, más elevado aún, nos impone,
bién su sentimiento (en una l'epresentación dada) , y como la como principio regulativo, que ante todo obtengamos de nosotros
comunicabilidad universal de un sentimiento presupone un sen- un sentido común pal'a fines supe!·iores; si, por lo tanto, el gusto
tido común: éste podrá admitirse con fundamento, sin que por ello es una facultad originaria y natural o solamente la idea de una
haya de apoyarse en observaciones psicológicas, sino que en toda facultad artificial, que es necesario adquirir, de suerte que un
lógica y en todo principio no escéptico del conocimiento tendrá juicio de gusto, con su presunci6n de un asentimiento universal,
que presuponerse como condición necesaria de la comunicabilidad sería de hecho una mera exigencia de la razón para que se desta-
universal de nuestro conocimiento. cara esa unanimidad del modo de sentir, y el deber ser, es decir,
la necesidad objetiva de la confluencia del sentimiento de todos
con el de cada uno, significara sólo la posibilidad de lograr la
unanimidad en este punto, y el juicio de gusto constituyera sólo
un ejemplo de la aplicación de ese principio; pero son cuestiones,

78 79
todas esas, que no queremos ni podemos investigar ahora, pues
nuestTO propósito es sólo disolver la facultad del gusto en sus ele-
mentos para volver a unirlos, por último, en la idea de un sentido
común.
Definición de lo bello deducida del cuarto factor:
Bello es lo que, sin concepto, se reconoce como objeto de un
placer necesario. COMENTARIO GENERAL A LA SECCION PRIMERA
DE LA ANALlTICA

Examinando los resultados de los análisis que acabamos de


hacer, se encuentra que todo gira en derredor del concepto del
gusto: que éste es una facultad de juzgar un objeto con relación
a la libre legalidad de la imaginación. Ahora bien, si en el juicio
de gusto es necesario examinar la imaginación en su libertad, hay
que suponerla primordialmente, no reproductiva, en su sumisión
a las leyes de la asociación, sino como productiva y autónoma
(como autora de formas voluntarias de posibles intuiciones), y
aunque en la aprehensión de un objeto dado de los sentidos se
halle supeditada a una determinada forma de ese objeto y, en
este respecto, carezca de libertad de acción (a diferencia de lo
que ocurre en la fantasía poética), ello no impide concebir que
el objeto le ofrezca precisamente una forma que contenga una
combinación de lo diverso, tal como la esbozaría la imaginación,
de acuerdo con las leyes del entendimiento, si se la dejara con
entera libertad. Sin embargo, es una contradicción decir que la
imaginación es libre y al propio tiempo por si misma conforme
a una ley, es decir, que encierra en sí una autonomía. Sólo el
entendimiento da la ley. Y cuando la imaginación se ve obligada
a proceder de conformidad con una ley determinada, su producto,
por la forma, vendrá determinado por conceptos cómo deba ser;
pero entonces, como vimos ya anteriormente, lo que provoca nues-
tro placer no es lo bello, sino lo bueno (la perfección, en todo
caso la meramente formal), y el juicio no es un juicio de gusto.
Por lo tanto, sólo con la libre legalidad del entendimiento ( lla-
mada también finalidad sin fin) y con la peculiaridad de un juicio
de gusto, podrán coexistir una legalidad sin ley y una coinciden-
cia subjetiva de la imaginación con el entendimiento, sin que la
haya objetiva en que ]a representación sea referida a un concepto
determinado de un objeto.

80 81
fuerzas del espíritu, en lo que calificamos de bello, en que el
Pues bien, los críticos del gusto suelen mencionar como ejem-
plos más simples e indiscutibles de lo bello figuras geométricas entendimiento se pone al servicio de la imaginación y no ésta
al servicio de aquél.
regulares: un círculo, un cuam·ado, 'l!Jl cubo, etc., lo cual no im-
pide. que se las califique de regulares precisamente porque no se En una cosa posible sólo en virtud de una intención, como
conc1be que puedan presentarse de otro modo que considerándo- un edificio y aun un animal, ]a regularidad que consiste en la
las como meras exposiciones de un concepto determinado que simetría, debe expresar la unidad de la apercepción, unidad aneja
pre~cribe la regla ·a aquella figura (la única regla que la hace
al concepto de fin y perteneciente al conocimiento. Pero cuando
pos1bJe). De ambas cosas, una debe ser errónea : o bien aquel sólo se quiere sostener un libre juego de las facultades de repre-
juicio de los críticos que atribuyen belleza a figuras ideales, o el sentación (aunque bajo la condición de que no se atente al en-
nuestro que considera necesaria para la belleza la finalid ad sin tendimiento), en jardines, decoración de interiores, toda clase de
concepto. objetos artísticos, etc., la regularidad que revele coacción, tiene
No es fácil que nadie crea necesario acudir a un hombre de que ser evitada en lo posible; de ahí que el gusto inglés en ma-
gusto para encontrar mayor placer en una figura circular que teria de jardines, o el barroco en Jos muebles, dé a la imaginación
en un contorno enmarañado, o en un cuadrado equilátero y una libertad rayana casi en lo grotesco, y este alejamiento de toda
equiángulo más que en uno oblicuo, de lados desiguales y como coacción de las reglas ofrece precisamente al gusto la oportunidad
si dijéramos contrahecho; para eso no se necesita gusto, sino sim- de mosh·ar su máxima perfección en proyectos de fantasía.
plemente entendimiento común. Cuando se percibe un propósito, Todo lo regular-rígido (muy cercano a la regularidad mate-
por ejemplo, juzgar las dimensiones de un lugar, o hacer com- mática) tiene como elemento contrario al gusto la circunstancia
prensible en una distribución las relaciones de las partes entre sí de que no permite detenerse mucho tiempo en su contemplación,
y con el conjunto, se necesitan figuras regulares, y aun de la espe- so pena de provocar el tedio, a menos gue se busque deliberada-
cie más simple, y el placer no descansa directamente en el aspecto mente el conocimiento o un fin práctico determinado. Por el con-
de la figura sino en su utilidad para el propósito que se quiera. trario, lo que permite jugar a la imaginación espontáneamente
Una habitación cuyas paredes se cortan en ángulos oblicuos, un y de conformidad con un fin, nos resulta siempre nuevo y su
jardín ?e esa clase, y aun toda violación de la simetría, tanto vista no nos cansa nunca. En su descripción de Sumatra, hace
en la figura de los animales (por ejemplo, si sólo tienen un ojo) observar Marsden que en aquella isla las bellezas naturales rodean
como de los edificios o parterres, repugnan por contrarios a su por doquiera al espectador hasta el punto que dejan de ser un
fin, no sólo prácticamente con vistas a un uso determinado de esas atractivo; en cambio, le encantaba encontrar en medio de un bos-
cosas, sino también para el juicio de cualquier propósito posible; que una plantación de pimienta, con sus avenidas paralelas for-
no ocurre así con el juicio de gusto, que, si es puro, asocia direc- madas por los palos en que se encaraman esas plantas, y de ahí
tamente placer o desvío a la mera contemplación del objeto, sin viene a concluir que la beiieza silvestre, al parecer irregular, sólo
tener para nada en cuenta el uso o fin. para variar gusta a quien está cansado de ver ]a regular. Pero
La regularidad que conduce al concepto de un objeto, es, le habría bastado hacer el ensayo de pasarse un día en su plan-
desde luego, condición indispensable ( conditio sine qua non) para tación de pimienta, para darse cuenta de que cuando mediante
captar el objeto en una representación única y determinar lo la regularidad el espíritu se ha sumido en la disposición de orden
diverso en su forma. Esta determinación es un fin con respecto que él exige por todas partes, el objeto deja de divertirle y más
al conocimiento, y si se tiene en cuenta éste, va también siempre bien causa una penosa extorsión a la imaginación; en cambio, la
asociada a placer (anejo al logro de todo propósito, aunque no naturaleza de aquellas regiones, pródiga en variedades hasta la sa-
sea más que problemático). Pero en tal caso tenemos sólo la ciedad y no sometida a la coacción de reglas artificiales habría
aprobación de la solución que resuelve un problema y no una podido ofrecer sustento constante a su gusto. El mismo ~anto de
ocupación libre, y sin responder a un fin determinado, de las los pájaros, que no sabriamos someter a reglas musicales, parece

82 83
\1
contener mayor libertad, y por lo tanto mayor pábulo para el gus-
to, que un canto humano ejecutado con todas las reglas del arte
musical, porque éste último acaba por resultar enojoso cuando
se repite con demasiada frecuencia y duración. De todos modos,
es de presumir que en este caso experimentamos una confusión
entre la simpatía que nos inspira la alegría de un pequeño ani-
malillo agradable con la belleza de su canto que, imitado con LIBRO SEGUNDO
toda exactitud por el hombre (como a veces ocurre con el trino
del ruiseñor), produce a nuestros oídos una impresión totalmente ANALITICA DE LO SUBLIME
insulsa.
Hay que distinguir aún los objetos bellos de las bellas pers-
pectivas de objetos (que a menudo no pueden reconocerse más § 23
claramente a causa de su distancia). En las últimas, parece que
el gusto se fija no tanto en lo que en este campo aprehende la Paso de la facultad de juzgar lo bello a la de lo sublime
imaginación como en la ocasión que en ello encuentra de fanta-
sear, es decir, en las fantasías propias en que se complace el espí- Lo bello coincide con lo sublime en que ambos gustan por
ritu que, sin embargo, se mantiene despierto constantemente gra- sí mismos, y, además, en que ambos presuponen no un juicio
cias a la variedad que se ofrece a la vista. Es lo que ocurre que se defina por los sentidos ni lógicamente, sino uno de refle-
también con el espectáculo de las figuras .variables del fuego de xión; en consecuencia, el placer no esh·iba en una sensación como
una chimenea o de un arroyo rumoroso, pues ninguna de ambas la de lo agradable, ni en un concepto determinado como la del
cosas es belleza, pero tienen en sí un estímulo para la imaginación placer por lo bueno, antes bien es referido a conceptos, aunque
porque sostienen su libre juego. sin determinar cuáles, con lo cual el placer va asociado a la mera
exposición o a la facultad de ésta, de suerte que, en una intui-
ción dada, la facultad de la exposición o la imaginación se con-
sidera concorde con la facultad de los conceptos del entendimiento
o de la razón, resultando así favorable a la última. De ahí que
también las dos clases de juicios sean individuales y, sin embar-
go, se presenten como teniendo validez general para todo sujeto,
a pesar de que no aspiren sino al sentimiento de agrado y no a
un conocimiento.
Sin embargo, saltan a la vista diferencias notables entre am-
bos. Lo bello de la naturaleza afecta a la forma del objeto, que
consiste en la limitación; lo sublime, en cambio, puede encon-
trarse también en un objeto informe, en cuanto se representa en
él o mediante él, lo ilimitado, aunque concebido, además, como
totalidad, de suerte que lo bello parece tomado como represen-
tación de un indeterminado concepto de entendimiento y lo su-
blime como de análogo concepto pero de razón. Por consiguiente,
en lo bello, el placer se asocia a la cualidad, y en lo sublime a
la cantidad. El último es también muy distinto del primero por

84 85
su índole, puesto que lo bello implica directamente un fomento
de la vida, siendo por ello conciliable con los atractivos y con a abandonar lo sensible para ocuparse en ideas que contengan
una imaginación que juega, mientras que el sentimiento de lo su- más elevada finalidad. ·
blime es un agrado que sólo se produce indirectamente, a saber: La belleza natural independiente nos revela una técnica de
por el sentimiento de un impedimento momentáneo de las ener- la naturaleza, que nos hace representable ésta a modo de sistema
gías vitales y del desbordamiento más intenso de éstas consiguien- de leyes cuyo principio no encontramos en toda nuestra facul-
te;. por lo tanto, no parece que en esa emoción haya juego, sino tad de entendimiento: es el principio de una finalidad o bien el
senedad, en la actividad de la imaginación, y como el espíritu relativo al uso de la facultad de juzgar con respecto a los fenó-
no sólo experimenta atracción sino también desvío, en incesante menos, de suerte que éstos tengan que ser juzgados no solamente
alternancia, el placer que proporciona lo sublime no tanto con- como pertenecientes por su mecanismo infinal a la naturaleza sino
tiene agrado positivo cuanto admiración y respeto, es decir, que también por su analogía con el ar te. Y aunque realmente no en-
merece calificarse de agrado negativo. sanche nuestro conocimiento de los objetos de la naturaleza, ensan-
Pero la diferencia intrínseca y más importante entre lo su- cha nuestro concepto de la naturaleza, en el sentido de que ésta,
blime y lo bello es la siguiente: que si, como corresponde, hemos de mero mecanismo, pasa a su concepto como arte, circunstancia
examinado primeramente lo sublime de la naturaleza (lo sublime que invita a profundas investigaciones sobre la posibilidad de
del arte se circunscribe siempre a las condiciones de la coinci- semejante forma. Pero en lo que solemos calificar de sublime
dencia con la naturaleza), la belleza natural (la independiente ) no hay absolutamente nada que condujera a principios objetivos
encierra una finalidad en su forma, g:racias a la cual el objeto particulares y a las formas naturales a ellos adecuadas, antes bien
parece como si fuera predeterminado para nuestra facultad de la naturaleza suscita las más veces las ideas de lo sublime cuando
juzgar, constituyendo así en sí un objeto de· placer, por el con- es contemplada en su caos y en el desorden e impetu destructor
trario, lo que sin raciocinar, por la mera aprehensión, provoca en más salvajes e hregulares con tal de que se pueda ver grandio-
nosotros el sentimiento de lo sublime, puede parecer inapropiado sidad y potencia. De ahí deducimos que el concepto de lo subli-
para nuestra facultad de representación y como si violentara la me en la naturaleza dista mucho de ser tan importante y lleno
imaginación, y, no obstante, tanto más sublime se juzga. de consecuencias como lo es en ella el de lo bello, y que ese
concepto no pone de relieve el menor finalismo en la naturaleza
De esto se desprende inmediatamente cuán impropia es la n:isma sino sólo en elyosible uso de sus aspectos para hacer que
expresión con que calificamos de sublime cualquier objeto de smtamos en nostros m1smos un finalismo totalmente independiente
la naturaleza, a pesar de que con toda razón podemos calificar de la natur~leza. Para lo bello de la naturaleza tenemo que bus-
de bellos a muchos de ellos; pues ~cómo cabe designar con una car un motivo fuera de nosotros, mientras que para lo sublime
expresión de aplauso lo que se concibe en sí como contrario a un sólo tenemos que buscarlo en nosotros y en el modo de pensar
fin? Ya no podemos decir que el objeto es idóneo para la repre-
que ponga sublimidad en la representación de la naturaleza· ob-
sentación de algo sublime que puede encontrarse en el espíritu, servación previa muy necesaria que separa totalmente de' una
pues lo propiamente sublime no puede contenerse en ninguna finalidad de la nahualeza las ideas de lo sublime y convierte la
forma sensible, sino que afecta sólo a ideas de la razón las cuales teoría de lo sublime en mero anejo al juicio estético de la finali-
aunque ninguna de ellas sea susceptible de exposición' apropiada: dad de la natmaleza, porque con ello no se representa ninguna
son despertadas y traídas al espíritu precisamente por esa inade- forma especial en ésta sino que solamente se desaxrolla un uso
cuación que puede exponerse sensiblemente. Así, el vasto océano conforme a fin, que la imaginación hace de su representación.
agitado por la tempestad. no puede ser calificado de sublime. El
espectáculo es horroroso y es necesario que el espíritu se halle
ocupado ya por ideas de diversa índole para que esa contempla-
ción le inspire un sentimiento sublime en sí al estimular el espí.fitu

86
87
§24
A. DE LO SUBLIME MATEMÁTICO
De la divisü5n de una investigación del sentimiento de lo sublime

En cuanto a la división de los factores del juicio estético de §25


los objetos en relación con el sentimiento de lo sublime la ana-
lítica podrá desarrollarse siguiendo el mismo principio que en el Definición nominal de lo sublime
análisis de los juicios de gusto, puesto que, a título de juicio de
la capacidad de juzga1· reflexionante estética, el placer por lo
sublime, al igual que el que proporciona lo bello, tiene que ser Denominamos sublime lo absolutamente grande. Pero ser
de validez uni~rsal en cuanto a la cantidad, desprovisto de inte- grande y ser una magnitud, son conceptos totalmente distintos
rés en cuanto a la calidad, hacer representable la finalidad sub- ( rnagnitudo y quantitas). Igualmente, decir simplemente ( simpli-
ci:ter) que algo es grande, es también totalmente diferente que
jetiva en cuanto a la relación, y hacerla representable como nece-
saria, en cuanto a la modalidad. Por consiguiente, el método no decir que es absolutamente grande ( absolute, non comparative
se apartará del de la sección anterior; en todo caso, algo habrá magnum) . Lo último es lo grande por encima de toda compara-
que tener en cuenta que en el estudio del juicio estético, en cuanto ción.
afecta a la forma del objeto, partíamos de la investigación de la Ahora bien, ¿qué quiere decir la expresión de que algo
cualidad, mientras que en el estudio de lo sublime, habida cuenta es grande, pequeño o mediano? No es un concepto de razón
de la carencia de forma que puede aui buírsele, partiremos de la puro lo que de esta suerte se indica, y menos aún una intuición
cantidad como primer factor del juicio estético sobre lo sublime· sensible; ni tampoco un concepto de razón porque no implica
el capítulo precedente nos explica la razón de hacerlo así. ' ningún prin_9.pi~ conocimiento. Tiene que ser, pues, un con-
Sin embargo, el análisis de lo sublime requiere una división cepto de J~ fa_cultad'<l~ ~uzgar, o proceder de él y tener como
que no necesitaba el de lo bello, a saber: la división de lo subli- base una fmahdad subjetiva de la representación con respecto a
me en matemático y dimimico. la facultad de juzgar. D"e'l cosa misma, sin compararla con
En efecto, como el sentimiento de lo sublime implica, como otras, cabe deducir que es una agnitud ( quantum), como cuan-
carácter suyo, un movimiento del espíritu, unido al juicio del ob- do la pluralidad de homogéneo hacen, juntos, uno. Pero para
jeto, a diferencia del gusto por lo bello q ue presupone y conse1·va determinar cuán grande sea, se equiere siempre otra cosa, que
el espíritu en serena contemplación, bien que ese movimiento sea también magnitud, para que e sirva de medida. Y como en
deba juzgarse de conforme a un fin subjetivo (porque lo sublime el juicio de la magnitud no se a ende solamente a la pluralidad
gusta), este movimiento habrá de ser referido por la imaginación, (número) sino también a la mag itud de la unidad (de medida),
bien a la facultad cognoscitiva, bien a la apetitiva, y en cualquiera y ésta requiere, a su vez, otra cosa como medida con la que
de ambas relaciones la finalidad de la representación dada sólo pueda compararse, ~mos qu toda determinación de magnitud
será juzgada con respecto a estas facultades (sin fin o interés), de los fenómenos no -pue proporcionar en definitiva un con-
puesto que entonces la primera relación será atribuida al objeto cepto absoluto de una magnitud sino siempre únicamente un
como disposición matemática de la imaginación y la segunda co- concepto comparativo.
mo disposición dinámica, y, en consecuencia, el objeto será repre- Pues bien, cuando digo simplemente que algo es grande,
sentado como sublime en una de las dos clases así consideradas. parece que no tenga la menor idea de estar haciendo una compa-
ración por lo menos con una medida objetiva, porque de esta
suerte no se determina cuán grande sea el ob jeto. Pero, aunque
sea meramente subjetiva la medida de la comparación, no por ello

88 89
aspira menos a una determinación 1 universal el juicio. Juicios
como "el hombre es bello" y "el hombre es grande", no se limi- nante-matemático, sino mero juicio de reflexión sobre la represen-
tan al sujeto que formula el juicio sino que, como si fueran juicios tación del objeto, representación subjetivamente c~nf?rme a un
teoréticos, reclaman el asentimiento de todos. fin para cierto uso de nuestras facultades d~ conoc~m1ento en la
estimación de magnitudes, y entonces asociamos s_1empre a e~a
Pero como en un juicio por medio del cual se declara que representación una especie de respeto, y, en c~mb10, un d~sden
algo es simplemente grande, no se quiere decir meramente que el para lo que calificamos simplemente de peq~eno. Por. lo demás,
objeto tiene una magnitud, sino que ésta se la atribuye a él de el juicio de las cosas como grandes o peq~e~as se aphca . a todo,
preferencia a otros muchos de la misma clase, aunque sin indi- aun a todas sus cualidades; de ahí que califiquemos de grande o
car concretamente esta preferencia, se toma como base de ese jui- pequeña la belleza misma, debiendo. b_uscarse la razón de e?o en
cio algún modo de medida que se presupone pueda ser aceptado que, sea lo que sea lo que por dispos1c1Ón de la facultad de JUzg~
como siendo el mismo para todos los que juzguen, pero que no expongamos en la intuición (y, por lo tanto, representemos este-
cabe utilizar para un juicio lógico (matemáticamente determina- ticamente), será todo ello fenómeno, y, en consecuencia, también
do), sino solamente estético, de la magnitud, porque ~s .una me?i- un qu.antum. .
da puramente subjetiva que se toma como base del jwc10 reflexlO- Pero cuando calificamos algo no meramente de grande, smo
nante sobre la magnitud. Por lo demás, puede ser una medida de absolutamente grande, en todo respecto (por encima de toda
empírica, como la magnitud media de los hombres que conoce- comparación), o sea, de sublime, pronto se advierte que. no tran-
mos o de animales de una clase determinada, árboles, casas, mon- sigimos en que para ello se busque medida alguna apropiada fue-
tañ~s etc. o una medida dada a priori que por culpa del sujeto ra de ello antes bien consideramos que sólo en ello debe bus-
que j~zga 'se circunscribe i~ conc1'eto a las, co~diciones su~jetivas cru·se tal ~edida. Es una magnitud que sólo es igual a sí misma.
de la representación; por e¡emplo, en lo practico: la magmtud de De ahi se deduce que lo sublime no debe buscarse en las cosas
cierta virtud o de la libertad pública y justicia de un país; o, en

lt
de la naturaleza sino únicamente en nuestras ideas, debiendo re-
lo teorético: la magnitud de la exactitud o inexactitud de una servru·se para la deducción el decidir en cuáles de ellas se en-
observación o medición hecha, y otras por el estilo.
Lo notable en este caso es que aunque no tengamos interés cuentra.
La definición anterior pucd formularse también del modo
alguno en el objeto, es decir, aunque nos sea indiferente su exis- siguiente: Sublime es aquello co parado con lo cual resulta pe-
tencia, su sola magnitud, aun considerada como informe, puede queño todo lo demás. Se ve fá~i ente con esto que nada puede
implicar un placer universalmente comunicable, contenjendo, por haber en la naturaleza, pOl' gr nde que nosotros podamos juz-
lo tanto, la conciencia de una finalidad subjetiva en el uso de garle!, que, considerado en otr relación, no pueda ser rebaja~o
nuestras facultades de conocimiento; pero no un placer en el hastk lo infinitamente peq o, y, viceversa, nada tan pequeno
objeto como ocurre con lo bello (pues puede ser informe), en que,\ para nuestra imaginac· n, no ~>Ueda elevarse ~ tamaño_ de
que la facultad de juzgar reflexionante se encuentre dispuesta de un n\~do si tomamos co o térmmo de comparaciÓn medidas
conformidad con un fin en relación con el conocimiento en gene- más ueñas. Abunda matelial nos han proporcionado para
ral, antes bien el placer estriba en la ampliación de la imagina- hacer la p · er-a.. obs rvación el telescopio y para la segunda el
ción en sí misma. microscopio. Por lo tanto, nada que pueda ser objeto de los sen-
Si (con la restricción anteriormente apuntada) decimos sim- tidos, podrá ser calificado de sublime si lo examinamos con ese
plemente de un objeto que es grande, este juicio no es determi- criterio. Y precisamente porque en nuestra imaginación hay una
tendencia a avanzar hasta el infinito y en nuestra razón una pre-
1 A juzgar por la frase siguiente, debe considerarse acertada la rectifi- tensión a la totalidad absoluta como si fuera una idea real, esa
cación, propuesta por Roscnkranz y Hartenstein, de "determinación" (=Bes- misma inadecuación, con respecto a esa idea, de nuestra facultad
timmung) por "asentimiento" (= Beistimmung).
de estimar las magnitudes de las cosas del mundo sensible, es lo
90
91
que despierta en nosotros el sentimiento de una facultad supra- un máximo (pues la capacidad de los números llega a lo infinito),
sensible, y lo absolutamente grande es, no el objeto de los sen- mientras que para la estimación estética de magnitudes hay en
tidos, sino el uso que, con vistas a ese sentimiento, hace natu- todo caso un máximo, y de él digo que cuando se le juzga como
ralmente de ciertos objeto!.> la facultad de juzgar, comparado con medida absoluta, más allá de la cual no es posible (para el su-
el cual son pequeños todos los demás usos. En consecuencia, lo jeto que juzga) otra subjetiva mayor, implica la idea de lo subli-
que debe calificarse de sublime es, no el objeto, sino el estado me y produce aquella emoción que no puede provocar ningún
de ánimo provocado por cierta representación que da ocupación cálculo matemático por números (a no ser que éste se haga man-
a la facultad de juzgar reflexionante. teniendo viva en la imaginación aquella medida fundamental es-
Por lo tanto, a las anteriores fórmulas de definición de lo tética), porque el último jamás expondrá sino la magnitud rela-
sublime, podemos incorporar la siguiente: Sublime es lo que, por tiva que se obtiene por comparación con otra de clase idéntica,
ser sólo capaz de concebirlo, revela una facultad del espiritu que mientras que el primero expone la magnitud absoluta siempre
va más allá de toda medida de los sentidos. que el espíritu pueda captarla en una intuición.
Para asimilar intuitivamente un quantum en la imaginación
con el objeto de poder utilizarlo como medida o como unidad de
§ 26 cálculo de magnitudes, se requieren dos actos de esta facultad: la
aprehensión y la comprehensión ( aprehensio y comprehensio aes-
De la estimaci6n de magnitudes de las cosas naturales requerida thetica). La aprehensión no ofrece dificultades, pues con ella
para la idea de lo sublime puede irse hasta el infinito; pero la comprehensión se hace cada
vez más dificil a medida que avanza la aprehensión, y pronto
La estimación de magnitudes por medio de conceptos numé- llega a su máximo: a la medida fundamental estética máxima
ricos (o de sus signos en el álgebra) es matemática, mientras que de estimación de magnitudes. En efecto, cuando la aprehensión
la de la mera intuición (a ojo) es estética. Ahora bien, conceptos ha adelantado hasta que las primeras representaciones parciales
determinados acerca de cuán grande sea algo, sólo podemos obte- de la intuición sensible comienzan a apagarse en la imaginación
nerlos mediante números (en todo caso aproximaciones mediante mientras ésta procede a aprehender otras más, pierde tanto por
series de números progresando hasta lo infinito), cuya unidad es un lado como gana por el otro, y en la comprehensión hay un
la medida; y en este respecto, toda estimación lógica de magni- máximo que no puede rebasar.
tudes es matemática. Sin embargo, como la magnitud de la me- De ahí se explica lo que en sus noticias de Egipto hace ob-
dida tiene que considerarse conocida, si ésta a su vez sólo hubiese servar Sabary de que no deben contemplarse las Pirámides muy
de ser calculada mediante números cuya unidad tuviese que ser de cerca ni muy de lejos si se quiere experimentar toda la emo-
otra medida, y, por lo tanto, matemáticamente, jamás podríamos ción de su grandiosidad, puesto que si se hace lo último, las par-
tener una primera medida o medida fundamental y, en conse- tes que han de ser aprehendidas (las piedras superpuestas) sólo
cuencia, no podríamos tener un concepto determinado de una se representan de modo oscuro, y su representación no hace efecto
magnitud dada. Por consiguiente, la estimación de ]a magnitud alguno sobre el juicio estético del sujeto; en cambio, si se hace
de la medida fundamental sólo puede consistir en captarla direc- lo primero, la vista necesita algún tiempo para completar la apre-
tamente en una intuición, para que la imaginación la utilice para hensión desde la superficie básica hasta la cúspide, y al llegar
la exposición de los conceptos numéricos, es decir: que toda es- a ésta se extinguen siempre en parte las primeras representacio-
timación de magnitudes de los objetos de la naturaleza es, en nes antes de que la imaginación haya aprehendido las últimas,
última instancia, estética (o sea determinada subjetivamente, no de suerte que la comprehensión nunca es completa. Esto mismo
objetivamente) . puede bastar también para explicar el estupor o especie de per-
Ahora bien, para el cálculo matemático de magnitudes no hay plejidad que, según se refiere, se apodera del espectador que por

92 93
Por cuanto lo que sin interés debe gustar a la facultad de
vez p1imera penetra en la basílica de San Pedro en Roma, pues, juzgar reflexionante, necesita implicar en su representación una
en este caso, el sentimiento de la madaptabilidad de su imagina- finalidad subjetiva, y por ende de validez general, a pesar de que
ción a las ideas de un todo, para exponerlas, es el punto en que en este caso el juicio no tiene por fundamento nmguna fmalidad
la imaginación alcanza su máximo, y en su esfuerzo para am- de la forma del objeto (como en lo bello), cabe preguntar: ¿cuál
pliarlo vuelve a caer en sí rojsma, aunque con ello se sume en un es esa finalidad subjetiva? y ¿qué la prescribe como norma psra
placer emocionante. que sirva de fundamento de un placer de validez general en la
De momento no voy a mencionar nada del fundamento de mera apreciación de magnitudes, y aun en aquella que ha sido
este placer, que va asociado a una representación de la cual me- llevado hasta lo inadecuado de nuestra facultad de la imaginación
nos cabía esperarlo: la que nos hace notar lo inadecu ado, y por en la eJ>.'posición del concepto de una magilltud?
ende también la infinalidad subjetiva, de la representación para En la combinación 1 requerida para la representación de
la facultad de juzgar en la estimación de magmtudes; me limitaré magnitudes, la imaginación avanza por sí misma hasta el infinito,
a hacer observar que si el juicio estético ha de darse puro (no sin que nada se le oponga; pero el entendimiento la guía me-
mezclado con otro teleológico como juicio de razón), constitu- diante conceptos numéricos, para lo cual debe dar ella el esque-
yendo un ejemplo enteramente adaptado a la crítica de la facul- ma, y en este proceder, como perteneciente a la estimación lógica
tad de juzgar estética, lo sublime no debe mostrarse en los pro- de magnitudes, hay, sí, algo objetivamente final según el concep-
ductos del arte (por ejemplo: edificios, columnas, etc.), en que to de un fin (como lo es toda medición), pero nada final o pla-
un fin humano determina tanto la forma como el tamaño, ni en centero para la facultad de juzgar estética. En esta finalidad
cosas naturales cuyo concepto implique ya un fin determinado deliberada tampoco hay nada que obligue a llevar la magnitud de
(por ejemplo: animales de destinación natural conocida), sino en la medida, y por lo tanta de la comprehcnsión de lo múltiple
la naturaleza silvestre (y aun en ésa sólo cuando no implique un de una intuición, hasta el límite de la facultad de la imaginación
acicate o emoción procedentes de real peligro), sólo en cuanto y tan lejos como ésta pueda alcanzar en exposiciones. En efecto,
contiene grandiosidad. En efecto, en esta clase de representación tan lejos se llega en la estimación de magnitudes por el entendi-
la naturaleza nada contiene que sea mmenso (ni magnífico ni miento (aritmética) si la comprehensión de las unidades se lleva
horrible); la giandiosidad que se aprehende, puede haber ido hasta el número 10 (en la decádica) como si sólo se lleva hasta
aumentando cuanto se quiera, a condición solamente de que pue- el 4 (en la tetráctica); pero la obtención ulterior de magnitudes
da ser comprendida en un conjunto por la imaginación. Un en la combinación 2 o en la aprehensión si el quantum es dado en
objeto es inmenso cuando por su grandiosidad anula el fin que la m tuición, se opera sólo de modo progresivo (no comprehensi-
constituye su concepto; en cambio, se llama enorme la mera vamente) de acuerdo con un principio de progresión aceptado.
exposición de un concepto, casi demasiado grande (rayando en En esta estimación matemática de magilltudes, el entendimiento
lo relativamente inmenso 1 para cualquier exposición; porque el queda igualmente servido y satisfecho lo mismo si la imagmación
fin de la representación de un concepto se dificulta con el he-
elige como unidad una magmtud que pueda abarcar en un mo-
cho de que la intuición del objeto sea casi demasiado grande
para nuestra facultad de aprehensión. Pero un juicio puro sobre mento, por ejemplo: un pie o vara, que si elige una milla ale-
lo sublime no debe tener como motivo determinante ningún fm mana o aun un diámeb·o terrestre, que cabe aprehender, aunque
del objeto, si se quiere que sea estético y no vaya amalgamado no comprehender, en una intuición de la imaginación (no por la
con algún juicio de entendimiento o de razón.
1 En vez de "combinación", pone Erdmann "comprehensión" de acuer-
1 En la nota de erratas de la 1~ edición, Kant hizo notar que "dema-
do con el tecnicismo que aparece en todo este capítulo y en el siguiente.
siado grande" se referia a ese concepto y no, como decía el texto y como (N. del T.)
siguieron poniendo las ediciones ulteriores, a la exposición del concepto. 2 Véase la nota anterior. (N. del T.)
(N. del T.)
95
94
comprehensio aesthetica, aunque sí mediante la compreh~sio _lo- cuya intuición implica la idea de su infinidad, lo cual no pu~de
gica en un concepto numérico). En ,ambos casos, 1~ e~ti.mac1ón suceder más que en virtud de lo inadecuado aun del máxuno
lógica de magnitudes avanza sm obstaculos hasta lo mfm1to. esfuerzo de nuestra imaginación en la estimación de la magnitud
de un objeto. Ahora bien, para la estimación de magnitudes ma-
Ahora bien, el espíritu oye en sí la voz de la razón, que re- temáticas, la imaginación puede Hogar a todo objeto para dar,
clama totalidad para todas las magnitudes dadas, aun para aque-
para aquélla, una ~edida suficiente, P?rque los concep_t?s numé-
llas que aun sin poder ser aprehendidas jamás por entero, se ricos del entendimiento pueden, medtante la progres1on, hacer
juzgan (en la representación sensible) como totalmente dadas, adecuada cualquier medida a cualquier magnitud dada. Por lo
requiriendo, con ello, comprehensión en una intuición y exposi- tanto, tiene q ue ser la estimación de magnitudes estética la que
ción para todos aquellos miembros de una serie numérica en pro- haga sentir el esfuerzo a la comprehensión y reb~sar 1 la fac~­
gresión creciente, y hasta lo infinito (espacio y tiempo transcurri- tad de la imaginación para comprender en un cOnJunto de la m-
do) de esa exigencia, no excluye, antes bien hace inevitable, que tuición la aprehensión progresiva, lo cual hace percibir al propio
lo infinito se conciba (en el juicio de la razón común) como to- tiempo que esta facultad, ilimitada en su progresión, es inade-
talmente dado ( segím su totalidad). cuada para captar y emplear para la estimación de magnitudes
Pero lo infinito es absolutamente (no sólo comparativamen- una medida fundamental idónea para la estimación de magnitu-
te) grande. Comparado con él, todo lo demás (de la misma clase des con el minimo dispendio de entendimiento. Ahora b ien, la
de magnitudes) es pequeño. Sin embargo, y esto es lo más impor- medida fundamental propiamente invariable de la naturaleza, es
tante, el solo hecho de poder siquiera pensarlo como un todo, el todo absoluto de ésta, que en ella, como fenómeno, es infinitud
revela una facultad del espú·itu más allá de toda medida de los comprehendida, y como semejante medida f undamental es un
sentidos. En efecto, para eso se requeriría una comprehensión que concepto que se contradice a si mismo (a causa de la imposibili-
proporcionara como unidad una medida relacionada con lo infi- dad de la totalidad absoluta de un progreso sin fin), aquella
nito de modo determinado y formulable en cifras, lo cual es im- magnitud de un objeto natural en que en vano emplea la ima-
posible. En cambio, para poder siquiera pensar sin contradicción ginación toda su capacidad de comprebensión, tiene que llevar
lo infinito dado, se requiere en el espíritu h umano una facultad necesariamente al concepto de la naturaleza basada en un subs-
suprasensible ella misma, pues sólo mediante esa facultad y su trato suprasensible (al propio tiempo fundamento de ella y de
idea de un nóumcno (que a su vez no admite intuición alguna, nuesh·a capacidad de pensar) , substrato que es grande más allá
aunque se considere como substrato de la intuición del mundo, de toda medida de los sentidos, y por ello no tanto permite juz-
como mero fenóm eno) se comprehende totalmente bajo un con- gar de sublime el objeto cuanto el estado de ánimo en su esti-
cepto lo infinito del mundo sensible en la estimación de magnitu- mación.
des puramente intelectual, a pesar de que en la estimación mate- Por consiguiente, aunque la facultad de juzgar estética re-
mática por medio de conceptos numéricos jamás pueda ser pen- fiera, en el juicio de lo bello, la imaginación en su libre juego
sado de modo total. Aun una facultad de poder pensar como al entendimiento, para coincidir con los conceptos de éste en ge-
dado (en el substrato inteligible) lo infinito de la intuición su- neral (sin determinarlos), en cambio, en el juicio de una cosa
prasensible, rebasa toda medida de la sensibilidad, y es grande como sublime, aquella facultad se refiere a la razón, para coinci-
más allá de toda comparación aun con la facultad de la estima- dir subjetivamente con sus ideas (sin determinar cuáles), es de-
ción matemática; desde luego, no en el aspecto teorético con vis- cir, dando lugar a un estado de espú·itu conforme y compatible
tas a la facultad de conocer, pero sí como ampliación del espiritu
que se siente capaz de rebasar los límites de la sensibilidad en 1 Windelband cree que esta frase debo entenderse en el sentido de que
otro aspecto ( el práctico) . es ese esfuerzo a la comprehensión lo que rebasa esa facultad de la imagina-
La naturaleza es, p ues, sublime en aquellos de sus fenómenos ción. (N. del T.)

96 97
con ella, gracias al cual resulte la influencia de determinadas ideas § 27
(prácticas) en el sentimiento.
Con eso se ve también que lo verdaderamente sublime debe De la cualidad del placer en el juicio' de lo sublime
buscarse solamente en el esphitu del que juzga, y no en el objeto
natural cuyo juicio provoca en él ese estado de ánimo. ¿Quién Respeto es el sentimiento de lo inadecuado de nuestra facul-
calificaría de sublimes masas aun informes de montañas, en· feroz tad para la consecución de una idea que es ley para nosotros.
desorden amontonadas unas sobre otras, con sus pirámides de hie- Ahora bien, la idea de la comprehensión, en intuición de un todo,
lo, o el sombrío mar proceloso? Pero el esphitu se siente realzado de cualquier fenómeno que pueda sernos dado, es una idea de
en su propio juicio cuando en la contemplación de esas cosas esas, que nos es impuesta por una ley de la razón y que no cono-
sin atender a su forma, se entrega a la imaginación y a una razón ce otra medida determinada, válida e invariable para todos, que el
unida a ella, aunque totalmente sin fin determinado y limitándose todo-absoluto. Pero nuesh·a imaginación, aun en el punto culmi-
a ampliarla, y encuentra entonces que todo el poder de la ima- nante de su esfuerzo, revela sus límites y su inadecuación ante la
ginación es, sin embargo, inadecuado a sus ideas. comprehensión, por ella reclamada, de un objeto dado en un todo
Ejemplos de lo sublime matemático de la naturaleza en de la intuición (y, por consiguiente, para la exposición de la
la mera intuición nos proporcionan todos los casos en que para la idea de la razón) ; pero muestra al propio tiempo que su destina-
imaginación se nos da como medida, no tanto tm concepto nu- ción es obtener su adecuación a ella como a una ley. Por lo
mérico mayor, cuanto una gran unidad (para abreviar las series tanto, el sentimiento de lo sublime de la naturaleza es respeto
numéricas). Un árbol que estimamos por la altura de un hom- hacia nuestra propia destinación, que mediante cierta subrepción
bre, puede servir en todo caso de medida para una montaña, y (confundiendo un respeto hacia un objeto en vez del que corres-
aunque ésta tuviera una milla de altura, podría servir de unidad ponde a la idea de la humanidad en nuestro sujeto), demostramos
para el número que expresara el diámetro terrestre y hacérnoslo en un objeto de la naturaleza, que nos hace patente, por decirlo
intuíble; el diámetro terrestre, para el sistema planetario conocido asi, la superioridad de la destinación racional de nuestras facul-
por nosotros; éste, para la vía láctea; y la inconmensurable multi- tades de conocimiento comparadas con el punto culminante a que
tud de tales vías lácteas conocidas con la denominación de nebu- pueda llegar la sensibilid&d.
losas, que es de suponer formen, a su vez, entre sí un sistema El sentimiento de lo sublime es, pues, un sentimiento de des-
semejante, no nos permite esperar límites en este caso. Pues bien, agrado provocado por lo inadecuado de la imaginación, en la esti-
en el juicio estético de tan inconmensurable conjunto, lo sublime mación estética, de magnitudes a la estimación por la razón,
estriba no tanto en la magnitud del número cuanto en el hecho concomitante a un sentimiento de agrado provocado por la coin-
de que en nuestro avance lleguemos a unidades siempre mayo- cidencia precisamente de este juicio de lo inadecuado de lo más
res; a ello contribuye la clasificación sistemática del edificio del alto de la facultad sensible con las ideas de razón, en cuanto la
mundo, que nos hace representar siempre como pequeño a su aspiración a éstas es ley para nosotros. En efecto, es ley (de
vez todo lo grande de la naturaleza, y propiamente como insig- razón) para nosotros y pertenece a nuesh·a destinación, que con-
nificante nuestra imaginación en toda su limitación, y, con ella, sideremos pequeño, en comparación con ideas de la razón, cuanto
la naturaleza, si, frente a las ideas de la razón, ha de ofrecerles la naturaleza, como objeto de los sentidos, contiene de grande
una exposición adecuada. para nosotros, y lo suscitado en nosotros por el sentimiento de
esta destinación suprasensible, coincide con aquella ley. Ahora
bien, el máximo esfuerzo de la imaginación en la exposición de la
unidad para la estimación de magnitudes, estriba en una referen-
cia a algo absolutamente grande, y, en consecuencia, también
en una refeiencia a la ley de la razón, para aceptarla como me-

98 99
dida suprema única de las magnitudes. Por con.siguient~, la per- trario, una regresión, que suprime de nuevo la condición de tiem-
cepción interna de lo inadecuado de tod,a med1da sen~1b~e pa~a po en la progresión y illtce pate~te la simultaneidad. Es,. J?Or
la estimación de magnitudes por la razon, es una comc1dene1a consiguiente (puesto que la suces1ón temporal es una condic1Ón
con las leyes de esta última, y un desagrado despertado en nos- del sentido interno y de una intuición) un movimiento subjetivo
otros por el sentimiento de nuestra destinación suprasensible, de la imaginación, con la cual fuerza el sentido interno de modo
según la cual es conforme a un fin, y, por en~e, .un agrado, que tanto más notable cuanto más grartde sea el quantum compren-
encontremos inadecuada a las leyes del entendimiento 1 toda me- dido por la imaginación en una intuición. Por lo tanto, el esfuer-
dida de la sensibilidad. zo para captar en tma sola intuición una medida para magnitu-
En la representación de lo sublime de la naturaleza, el espí- des que requiera un tiempo notable para su aprehensión, es un
ritu se siente movido a diferencia del juicio estético sobre lo tipo de representación que, subjetivamente considerado, repugna
bello de ésta, en el ~ual es contemplación quieta. Este movi- al fin, aunque se requiera objetivamente para la estimación de
miento (sobre todo en su inicio) puede compararse a una con- magnitudes y sea, en consecuencia, conforme a fin, y entonces la
moción, es decir, a una rápida alternancia de repulsión y atr~c­ núsma violencia que por la imaginación se hace al sujeto, es juz-
ción del mismo objeto. Lo trascendente para la imaginactón gada como conforme a fin para toda la determinación del espí-
(hasta lo cual se encuentra impulsada en la aprehensión de la in- ritu.
tuición) es como un abismo en el cual ella misma teme perderse; La cualidad del sentimiento de lo sublime estriba en ser 1
en cambio, para la idea racional de lo suprasensible, no es exa- un sentimiento de desagrado sobre la capacidad de juzgar estéti-
gerado, sino conforme a ley, el llevar a cabo ese esfuerzo de la camente un objeto, a pesar de lo cual se representa como confor-
imaginación, y, por lo tanto, atractivo, a su vez, exactamente en me a fin; lo cual es posible gracias a que la propia incapacidad
la misma medida en que repugnaba la mera sensibilidad. Pero, descubre la conciencia de una capacidad ilimitada del mismo su-
en cuanto al juicio mismo, en este caso sigue siendo únicament.e jeto, y sólo mediante la primera puede el espú'itu juzgar estética-
estético, porque, aw1que no tenga como fundamento un determ~­ mente la última.
nado concepto del objeto, representa únicamente como armóm- En la estimación lógica de magnitudes, la imposibilidad de
co aun a través de su contraste, el juego de las facultades del llegar nunca a la totalidad absoluta mediante la progresión de la
es~íritu (imaginación y razón), pues así como en el juicio de lo medición de las cosas del mundo de los sentidos en el tiempo y
bello la imaginación y ~1 entendimiento, que juzgan de lo bello,
en el espacio, era reconoc.ida como objetiva, es decir, como impo-
dan lugar, por su acuerdo, a la finalidad de las fuerzas del espí-
sibilidad de concebir lo infinito como totalmente dado 2, y no
ritu, así lo producen también, pero en este caso por su desacuer-
como meramente subjetivo, es de<:ir, como incapacidad de cap-
do, la imaginación y la razón: es un sentimiento de q~e tenemos
tarlo; puesto que, como medida, no se atiende para nada al grado
pura razón independiente, o bien una facultad de esti~ar mag- de comprehensión en una intuición. sino q ue todo depende de un
nitudes, cuya excelencia no puede hacerse patente mas que a
concepto numérico. En cambio, en. una estimación de magni~­
base de la insuficiencia de aquella facultad ilimitada ella misma
des estética, el concepto numérico tiene que descartarse o modi-
en la exposición de las magnitudes (de ob jetos sensibles).
ficarse, y, para ella, la comprehensión de la imaginación para la
La medición de un espacio (como aprehensión) es al propio unidad de la medida (evitando, por consiguiente, los conceptos
tiempo su descripción y, por ende, movimiento objetivo en la
imaginación y progreso; la comprebensión de la pluralidad en 1 Vorlander propone, en vez de "en ser", "en que éste (el sentimiento
la unidad, no de la idea, sino de la intuición y, por lo tanto, de de lo sublime) es". (N. del T.)
lo sucesivamente aprehendido en un momento, es, por el con- 2 Pasaje discutido: Lo damos como la P edición, de acuerdo con
Erdmann y VorHinder; en cambio, las ediciones 2" y 3" ponen, en vez de
1 Erdmann sustituye "entendimiento" por "razón". (N. del T.) "como totalmente dado" "como simplemente dado", y Windclband "como
dado". (N. del T.)
100 101
de una ley de la producción sucesiva de conceptos de magnitu- erle frente. En consecuencia, para la facultad de juzgar esté-
des), es lo único conforme a fin. Ahora bien, cuando, en un~ ~ca, la naturaleza se tendrá ún~camente como potencia,. y, por
intuición, una magnitud llega casi al exb:emo de nuestra capaCI- ende, como dinámicamente sublime, en cuanto sea considerada
dad de comprehensión, a pesar de lo cual la imaginación es in- como objeto de temor.
vitada por magnitudes numéricas (para las cuales tenemos con- Pero cabe que un objeto sea considerado temible sin que por
ciencia de que nuestra capacidad es ilimitada) a la comprehensión so se le tema, como ocurre cuando nos limitamos a pensar el
estética en una mayor unidad, entonces nos sentimos en el espí- ~aso en que nos propusiéramos resistirlo y consideramos que en-
ritu como encerrados estéticamente en limites; sin embargo, el tonces nuestra resistencia ni remotamente bastaría. Así considera
desagrado se representa como conforme a fin con respecto a la temible a Dios el virtuoso, sin que por eso lo tema, porque entre
necesaria ampliación de la imaginación para que concuerde con los casos que hayan de preocuparle no in~Juye el querer re.sistir
lo que es ilimitado en nuestra facultad de razón, a saber: la idea a él y a sus mandamientos. Pero en cualqlller caso del cual piense
del todo absoluto, y, por ende, la inconformidad a fin de la fa- que no es imposible en sí, lo considera temible.
cultad de la imaginación para las ideas de razón y para desper- El que teme, no puede juzgar de Jo sublime de la naturaleza,
tarlas. Pero precisamente por esto, el juicio estético, aun subjeti- como tampoco puede juzgar de lo bello el que se halla predis-
vamente conforme a fin, se convierte para la razón en fuente de puesto por inclinaciones o apetitos. Aquél huye de la presencia·
ideas, es decir, de una comprehensión intelectual tal que pam ella de un objeto que le inspira terror, y es imposible encontrar placer
es pequeña toda comprehensión estética, y el objeto es apercibido en un terror tomado en serio. De ahí que la cesación de un in-
con un agrado sólo posible por medio de un desagrado. conveniente sea la satisfacción; pero cuando ésta proviene de
haberse librado de un peligro, implica el propósito de no volverse
a exponer a él, y ni siguiera es posible volver a pensar con gusto
B. DE LO DINAMICAMENTE SUBLIME en esa sensación y mucho menos que se busque espontáneamente
DE LA NATURALEZA la ocasión de volver a sentirla.
Las rocas enhiestas que como una amenaza vemos encima de
§ 28 nosotros las nubes tempestuosas que se acumulan en el cielo,
aproximándose con rayos y truenos, Jos volcanes con t~?o su temi-
De la natumleza como potencia ble poder destructivo, los huracanes con la devastacwn que de-
jan tras de sí, el ilimitado océano en cólera, la elevada catarata de
Potencia es una capacidad superior a grandes obstáculos. la un río poderoso, y otros objetos por el es~ilo, reducen a p~queñez
cual recibe el nombre de poder cuando supera también la resis- insignificante, comparadas con su potencia, nuestra capactdad de
tencia de lo que ya tiene potencia. En el juicio estético, la natu- resistir. Lo cual no impide que su aspecto nos resulte tanto más
raleza, considerada como potencia que carece de poder sobre atractivo cuanto más temibles sean, a condición de que podamos
nosotros, es dinámicamente sublime. contemplarlos en seguridad, y solemos llamarlos sublimes porque
Para que podamos juzgar dinámicamente la naturaleza como exaltan las fuerzas del alma más aUá de su medida media corrien-
sublime, necesita ser representada como inspirando temor (lo cual te, permitiéndonos descubrir en nosotros una capacidad de resis-
no quiere decir que, viceversa, se encuentre sublime en nuestro tencia de índole totalmente distinta, que nos da valor para poder-
juicio estético todo objeto que inspire temor). En efecto, en nos enfrentar con la aparente omnipotencia de la naturaleza.
el juicio estético (sin concepto), la superioridad frente a los obs- En efecto así como en lo inconmensurable de la naturaleza
táculos sólo puede juzgarse por la magnitud de la resistencia.
en la insuficie~cia de nuestra capacidad para tomar una medida
Ahora bien, aquello que procuramos resistir, es un mal, y objeto
proporcionada a la estimación de magnitudes estéticas de la ju-
de temor si no encontramos que nuestras facultades puedan ha-
risdicción de aquélla, encontrábamos nuestra propia limitación.
102 103
y, por lo tanto, exagerado, para un juicio estético; pero la o'?ser-
aunque también al propio tiempo en nuestra facultad de razón vación del hombre demuestra lo contrario y que puede servrr de
otra medida no sensible, que tiene bajo sí aquella infinidad como base a los juicios más conicntes, aunque no siempre se tenga con-
unidad resultando pequeño, en comparación con esa medida, ciencia de ello. En efecto ¿qué es lo q ue, aun para el salvaje,
todo lo' de la naturaleza, y, por lo tanto, encontra' b amos una su- es objeto de la máxima admiración? Un hombre que no se asus-
perioridad de nuestro espíritu sobre la naturaleza misma en lo ta que no teme, y, en consecuencia, no elude el peligro, sino q ue
que tiene de inconmensurable: así también lo que en potencia p;ocede a un tiempo con energía y con toda la reflexión. Aun
tiene de irresistible, nos da a nosotros, considerados como seres en el estado de civilización más avanzado, ese respeto preferente
naturales, el conocimiento, sí, de nuestra impotencia física, pero se guarda para el guerrero, con la única condición de que al pro-
nos descubre al propio tiempo una capacidad d e juzgarnos inde- pio tiempo ostente éste todas las virtudes de la paz: suavidad,
pendientes de la naturaleza y una superioridad sobre ésta, fun- compasión y hasta el debido cuidado de su propia persona, pre-
dándose en ello una conservación de nosotros mismos de índole cisamente porque en ellas se conoce que su espíritu no se deja
totalmente distinta a aquella que es atacada y puesta en peligro vencer por el peligro. En consecuencia, a pesar de ,t?das las d~­
por la naturaleza ajena a nosotros, y así la humanidad de nues- cusiones acerca de si merece mayor respeto al poht1co o el nn-
tra persona no sufre humillación a pesar de que el hombre deba litar, el juicio estético se decide en favor del último. La misma
sucumbir necesariamente a aquel poder. De esta suerte, en nues- guerra, si es llevada con orden y con el sagrado respeto de los
tro juicio estético juzgamos sublime la naturaleza, no en cuant_o derechos civiles, tiene en sí algo de sublime y al propio tiempo
inspira bemor, sino porque despierta en nosotxos nuestra capaCI- hace la mentalidad de un pueblo que de este modo la lleva tanto
dad (que no es naturaleza) de considerar pequeño lo que nos más sublime cuanto mayores fueron los peJigros a que estuvo ex-
preocupa (bienes, salud y vida), y, en consecuencia, que su po- puesto habiendo sabido mantenerse valeroso en me~io de ellos;
tencia (a la cual estamos supeditados en todo caso con respecto por el contrm-io, una paz prolongada sue]e hacer d?mmar el ~e.ro
a esas cosas) no es, sin embargo, para nosotros y pru:a nuestra espíritu mercantil, y con él el egoísmo, la cobard1a y la mohc1e,
personalidad un poder ante el cual tuviéramos que inclinamos ~i y rebajar la mentalidad de una nación.
estuvieran en juego nuestros principios supremos y su manteni- Contra esta disolución del concepto de lo sublime para aso-
miento o ab andono. Por consiguiente, en este caso llamamos su- ciarlo al de potencia, parece manifestarse el hecho de que en la
blime la naturaleza simplemente porque eleva la fantasía a la
tempestad, en la tormenta, en los terremoto~, e~c., solemos ,repre-
exposición de aquellos casos en que el espíritu puede hacerse sentarnos a Dios encolerizado, pero al propw tiempo revelandose
sensible la propia sublimidad de su destinación, aun por encima también en su sublimidad, y parece1·ía locw·a y a la vez sacrile-
de la naturaleza. gio la ilusión de que nuestro espíritu fuera superior a _los efectos
Nada pierde esta estimación propia por _la circunstancia ~e y aun, al parecer, a los designios de semejante potencia. En este
que necesitemos estar en seguridad para sentir ese placer apasio- caso el estado de ánimo que se aviene a la manifestación de tal
nante, y, por lo tanto, el hecho de que no sea tomado en, serio objeto y que de ordinario suele ir asociado a su idea en seme-
el peligro, no signHica que no lo sea tampoco (como podna pa- jantes sucesos naturales, no parece ser un se?tim~ento de su~li~­
recer ) lo sublime de nuestra capacidad espiritual, puesto q ue en dad de nuestra propia naturaleza, sino mas bten de sumiSIÓn,
este caso el placer afecta únicamente a la destinación, que con abatimiento y sentimiento de total impotencia. En religión, el
tal motivo descubrimos, de nuestra capacidad cuy_o germen se prosternarse, la adoración sumisa, con gestos y actitudes de con-
halla en nuestra naturaleza, si bien es incumbencia y ob1igación trición y temor, parecen ser la única postura conveniente en: pre-
nuestra desarrollarla y ejercitarla. Y en eso estriba la verdad, pm· sencia de la divinidad, por lo cual fueron adoptados y siguen
más que el h ombre tenga conciencia de su real impotencia pre- observándose por la mayor parte de los pueblos. Sin embargo,
sente cuando extiende su reflexión hasta ese punto. esta disposición de ánimo dista mucho de ir asociada de por sí
Este principio parece excesivamente rebuscado y alambicado,
105
104
'\
1
y necesariamente a la idea de la sublimidad de una religión y § 29
de su objeto. El hombre que teme realmente, porque ha~a.en sí
motivo para ello al advertir que con sus reprobables sentinuentos De la modalidad del juicio sobre lo sublime de la naturaleza
ha pecado contra una potencia de voluntad irresi~tible y al pr~­
pio tiempo justa, no se eneuentra en estado de árumo p~a a?J?u- Hay innumerables cosas de la naturaleza bella sobre las cua-
rar la grandeza divina, para lo cual se requiere una dispoSICIÓn les podemos exigir de todos unanimidad de juicio con el n~estro,
para la contemplación serena y un juicio enterame?te libre. Sólo y aun esperarlo así sin equivocarse mayormente; en cambio, DO
cuando tiene conciencia de estar sinceramente aromado de sen- podemos prometemos que nuestro juicio sobre Jo sublime de la
timientos gratos a Dios, aquellos efectos de la potencia contribu- naturaleza sea tan fácilmente admitido por los demás, puesto que
yen a despertar en él la idea de la sublimidad de ese ser, en para poder formular un juicio sobre esta excelencia de los obje-
cuanto descubre en sí mismo una sublimidad de sentimiento ade- tos de la naturaleza parece que se requiere un cultivo mucho
cuada a la voluntad de ese ser, logrando con ello sobreponerse mayor no sólo de la facultad de juzgar estética sino también de
al temor ante esos efectos de la naturaleza, que no considera como las facultades de conocimiento en que ésta se basa.
explosiones de la cólera divina. La misma humildad, como _iuic~o Para que el espíritu pueda sentir lo sublime, se requiere que
severo de las faltas propias, que de otro modo, con la conc1enc1a tenga receptividad para las ideas, pues precisamente lo inadecua-
de estar animado de buenas intenciones, resultarían fácilmente do de la naturaleza a éstas, y, por lo tanto, únicamente su pre-
disimulables teniendo en cuenta lo frágil de la naturaleza bu- suposición y la del esfuerzo de la imaginación, para tratar la na-
mana, es un estado de ánimo sublime de someterse voluntaria- turaleza como un esquema para las ideas, es lo que hace que
mente al dolor de reprobarse a sí mismo con la idea de ir bo- la sensibilidad se sienta atemorizada y al propio tiempo cautiva-
rrando así paulatinamente las causas de tener que hacerlo. Sólo da: porque esto es una violencia que la razón ejerce sobre la
de este modo se distingue intrínsecamente la religión de la su- imaginación al solo objeto de ampliarla de acuerdo con su ver-
perstición, pues la última no inspira al ánimo veneración por lo dadera jurisdicción (lo práctico) y hacerle avizorar lo infinito,
sublime sino sólo miedo y temor ante el ser prepotente a cuya que para la imaginación es un abismo. En realidad, sin previo
voluntad se ve sometido el hombre atemorizado, sin que por ello desarrollo de ideas morales, lo que preparados por la cultura ca-
lo haga objeto de elevada estim:1ción, y de eso no puede salir lificamos de sublime produciría un efecto meramente aterrador
una religión de buena conducta en la vida sino sólo el rastacue- al zafio, que en las demostraciones de poder de la naturaleza en
rismo y la adulación. lo que tiene de destructor y en la ingente medida de su potencia,
Por consiguiente, lo sublime no está en ninguna cosa de la comparada con la cual nada es la suya, vería sólo las miseria~,
naturaleza, sino sólo en nuestro espíritu, en cuanto somos capa- peligros y calamidades en que se vería envuelto el hombre apn-
ces de adquirir conciencia de ser superiores a _la naturaleza en sionado en ellas. Así (como refiere de Saussure) el buen campe-
nosotros y, con ello, también a la naturaleza fue~a de nosotros sino de Saboya, tan comprensivo para otras cosas, calificaba de
(en cuanto influye en nosotros). Todo cuanto suscita en nosotros locos sin vacilar a todos los aficionados al alpinismo. ¿Quién
este sentimiento contando entre ello la potencia de la naturaleza sabe? Tal vez DO le faltara razón si los que a tales peligros se
que provoca nu~tras fuerzas, se llama entonces (aunque ~m pro- lanzaban lo hicieran, como ocurre con la mayoría de los viaje-
piamente) sublime, y sólo presuponiendo en nosotros esta 1dea, y ros, por 'capricho, o para luego poder dar un relato patético de
con respecto a ella, seremos capaces de llegar a la idea de ,la. su- su aventura; no ocurría así con el mencionado, cuyo propósito
blimidad de aquel ser que no sólo provoca en nosotros m~mo era instruir a los hombres, y ese distinguido personaje experimen-
respeto por su potencia de que hace gala en la naturaleza, smo, tó una sensación de exaltación espiritual, que, además, supo co-
más aún, por la capacidad existente en nosotros de juz?ar aque- municar a los lectores de sus viajes.
lla potencia sm temor y nuestra destinación como supenor a ella. Pero la circunstancia de que el juicio sobre lo sublime de la
106 107
naturaleza necesita ser cultivado (más que el juicio sobre lo be-
llo), no significa precisamente que sea sólo un producto de la
cultura, que sólo convencionalmente se haya introducido en la so-
ciedad, antes bien tiene sus bases en la naturaleza humana: en
aquello que, al propio tiempo que el sano entendimiento, a todos COMENTARIO GENERAL SOBRE LA EXPOSICION DE
puede atribuirse y de todos exigirse todos, o sea, en la propensión LOS JUICIOS REFLEXIONANTES EST:E:TICOS
al sentimiento para ]as ideas (prácticas), es decir, en lo moral.
En .ello se funda, pues, la necesidad de que el juicio de los
demás sobre lo sublime coincida con el nuestro, necesidad que En relación con el sentimiento de agrado, un objeto se cla-
simultáneamente consideramos implícita en éste, puesto que, así sificará entre lo agradable ( iucundum), lo bello ( pulch1·um), lo
como achacamos falta de gusto a quien es indiferente en el juicio sublime o lo bueno ( honestum) .
de un objeto natural que nosotros encontramos bello, así decimos Como motor de los apetitos, lo agradable es de una sola
que carece de sentimiento quien permanece impasible ante lo que clase, de dondequiera que venga y por específicamente distinta
nosotros juzgamos que es sublime. Las dos cosas exigimos de todo que sea la representación (de los sentidos y de la sensación, obje-
hombre, y presuponemos que las tiene si es algo culto; la única tivamente considerada). De ahí que para juzgar su influencia
diferencia que entre ellas establecemos es que lo primero, consi- sobre el espíritu, importe sólo la cantidad de los estímulos ( simul-
derando que en ello la facultad de juzgar refiere únicamente la tánea y sucesivamente) y como dijéramos la masa únicamente
imaginación al entendimiento como facultad de los conceptos, de la sensación agradable, la cual, en consecuencia, sólo puede
lo exigimos rotundamente de todos, mientras que lo segundo, en comprenderse por la cantidad. Lo agradable no hace culto, sino
atención a que en ello la imaginación es referida a la razón como que pertenece al mero goce. Lo bello, por el contrario, exige la
facultad de las ideas, lo exigimos solamente bajo un presupuesto representación de cierta cualidad del objeto, que también pueda
subjetivo (aunque creyéndonos autorizados a poderlo exigir de hacerse comprensible y reducirse a conceptos (aunque en el juicio
todos) : el del sentimiento moral del hombre, con lo cual ah·i- estético no se opere esa reducción); lo bello hace culto, porque
buímos también necesidad a este juicio estético. al propio tiempo enseña a tener en cuenta la finalidad en el sen-
En esta modalidad de los juicios estéticos, la de la pretendida timiento de agrado. Lo sublime consiste sólo en la relación en
necesidad, tenemos un factor capital para la crítica de la facultad que lo sensible de la representación de la natmaleza se juzga idó-
de juzgar, puesto que nos permite conocer en ellos un principio neo para un posible uso suyo suprasensible. Lo absolutamente
a priori y los emancipa de la psicología empírica, en la cual de bueno, juzgado subjetivamente por el sentimiento que inspira (el
otro modo permanecerían sepultados bajo los sentimientos de pla- objeto del sentimiento moral), como la determinabilidad de las
cer y dolor (con la mera calificación, que nada dice, de ser un fuerzas del sujeto por la representación de una ley absolutamente
sentimiento más delicado), para colocarlos, y por medio de ellos necesaria, se distingue, sobre todo por la modalidad, de una ne-
la facultad de juzgar, en la clase de los que tienen por funda- cesidad fundada en conceptos a p1'Í01'Í, que contiene en sí no sólo
mento principios a p1'iori y, en calidad de tales, pasarlos a la fi- la aspiración sino la exigencia de que todos den su aplauso, y, en
losofía trascendental. realidad, no pertenece a la facultad de juzgru.· estética, sino a la
intelectual pura; tampoco se predica en un juicio meramente re-
flexionante, sino determinante, y no de la naturaleza sino de la
libertad. Pero la determinabilidad del sujeto por esta idea, y de
un sujeto capaz de sentir en sí obstáculos en la sensibilidad, y
al propio tiempo de sentirse superior a éstos venciéndolos como
modificación de su estado, es decir, el sentimiento moral, se halla
108 109
emparentado con la capacidad de juzgar estética y sus condicio- mente la naturaleza aun en su tonalidad como exposición de algo
nes formales en cuanto puede servir para que la legalidad de la suprasensible, sin poder obtener objetivamente esta exposición.
acción procedente de un deber se haga representable a un tiempo En efecto, pronto nos percatamos de que en el espacio y en
como estética, es decir, como sublime, y también como bella, sin el tiempo le falta totalmente a la naturaleza lo incondicionado,
que pierda nada de su pureza, lo cual no sucede si se pretende y, por ende, también la magnitud absoluta, exigida, sin embargo,
ponerla en asociación natw·al con el sentimiento de lo agradable. por la razón más común. Justamente esto nos hace recordar que
Sacando las conclusiones de la precedente exposición de las sólo podemos tratar con una naturaleza como fenómeno, y que
dos clases de juicio estétko, resultarían de ella las dos breves aun éste debe considerarse forzosamente como mera exposición
definiciones siguientes: de una naturaleza en sí (que la razón tiene en idea) . Pero esta
Bello es lo que gusta en el mero juicio (o sea, sin el inter- idea de lo suprasensible, que ya no podemos determinar más (con
medio de la sensación sensorial, según un concepto del entendi- lo cual, la naturaleza, como exposición suya, no puede ser conoci-
miento). De ello se deduce de por sí que necesita gustar sin nin- da sino sólo pensada por nosotros), nos es suscitada por un objeto
gún interés. para cuyo juicio estético la imaginación es llevada hasta su límite,
Sublime es lo que gusta directamente por su resistencia con- sea de ampliación (matemáticamente), sea de su p0tencia sobre
tra el interós de los sentidos. el espíritu (dinámicamente), al fundarse en el sentimiento de
Las dos, como definiciones de un juzgar estético de validez una destinación del objeto, que rebasa enteramente la jurisdic-
universal, se refieren a motivos subjetivos: por una parte, de la ción de la primera (para el sentimiento moral), con vistas a la
sensibilidad, en cuanto son idóneos, en relación con el sentimien- cual es juzgada de subjetivamente teleótica la representación del
to moral, a favor del entendimiento contemplativo, y, por otra, objeto.
contra ella misma, pero a favor de los fines de la razón práctica, En realidad, es indudable que no cabe concebir un sentimien-
aunque unos y otros se hallen unidos en el mismo sujeto. Lo to de lo sublime de la naturaleza sin asociarle un estado de es-
bello nos prepara para amar algo, aun la naturaleza, sin interés; píritu análogo al que se necesita para lo moral, y aunque el
lo sublime, para estimarlo altamente, aun contra nuestro interés agrado directo por lo bello de la naturaleza requiera y cultive
(sensible) . cierta liberalidad del modo de pensar, es decir, emancipando del
Lo sublime puede describirse diciendo que es un objeto (de mero goce sensual el placer, con ello se tiene más bien la repre-
la naturaleza), cuya representación decide al espíritu a pensar sentación de estar en juego la libertad que no de ejecutar algo
lo inaccesible de la naturaleza como exposición de ideas. con sujección a una ley, asunto, éste último, que constituye la ver-
Tomadas al pie de la letra y lógicamente consideradas, las dadera índole de la moralidad del hombre, en que la razón hace
ideas no pueden exponerse; pero cuando ampliamos nuestra ca- violencia a la sensibilidad, con la sola particularidad de que en
pacidad de representación empírica (matemática o dinámicamen- el juicio estético sobre lo sublime, esa violencia es representada
te) para la intuición de la naturaleza, entra en juego indefectible- como siendo ejercida por la imaginación en tanto instrumento de
mente la razón como facultad de independencia de la totalidad la razón.
absoluta, poniendo de relieve los esfuerzos, bien que inútiles, del De ahí también que el placer por lo sublime de la naturaleza
espíritu para hacer adecuada a las ideas 1 la representación de los sea sólo negativo (a diferencia del placer por lo bello, que es
sentidos. Este esfuerzo y el sentimiento de la inaccesibilidad de la positivo) : es un sentimiento de privarse a sí misma de libertad
idea por la imaginación, es ya una exposición de la . finalidad la imaginación al ser determinada teleóticamente por otra ley
subjetiva de nuestro espíritu en el uso de la imaginación para la que la del uso empírico. Con ello adquiere una ampliación y po-
destinación suprasensible de éste, y nos obliga a pensar subjetiva- tencia mayor que la por ella sacrificada, cuyo motivo le perma-
nece escondido, pues, en vez de él, siente el sacrificio o la pri-
1 Windelband interpreta "adecuada a esa totalidad". (N. del T.) vación y al propio tiempo la causa a que está sometida. La

llO 111
\
1
estupefacción, rayana en el espanto, el estremecimiento y el horror tos de mundos habitados por seres racionales ni considerar que
sagrado, que se adueñan del espectador que contempla masas los puntos luminosos de que está tachonado el espacio que se
montañosas empinadas basta el cielo, hondos abismos y las aguas e>.:tiende sobre nosotros, sean sus soles que se muevan en órbitas
que con estrépito se precipitan en ellos, lugares solitarios y som- muy teleóticamente dispuestas para ellos, sino sencillamente, como
bríos que invitan a la reflexión melancólica, etc., no constituyen se ve, como amplia bóveda que todo lo abarca, y sólo bajo esta
verdadero temor porque nos sabemos en seguridad, sino sólo un representación tenemos que poner la sublimidad que un juicio
intento de entregarse a él con la imaginación para sentir la po- estético puro atribuye a este objeto. Lo mismo cabe decir de la
tencia de esta facultad, asociar el movimiento, así agitado, del vista del océano, que no debemos pensar enriquecida con toda
espÚ'itu, a su estado de serenidad, y ser de esta suerte superiores clase de conocimientos (no contenidos, sin embargo, en la intui-
a la naturaleza en nosotros, y con ello también a la fuera de ción directa); ni como si fuera vasto reino de seres acuáticos,
nosotros, en cuanto susceptible de influir en nuestro bienestar. gran reserva de agua para las evaporaciones que saturan el aire
En efecto, en virtud de las leyes de la asociación, la imaginación de nubes para las tierras, ni tampoco como elemento que, aun
hace depender de condiciones físicas nuestro estado de satisfac- sepru:ando entre si las partes del mundo, hace posible, sin em-
ción; pero esa facultad, según principios del esquematismo de la bargo, la máxima comunidad entre ellas, puesto que todo eso
facultad de juzgar (en cuanto sometida, por consiguiente a la li- da puros juicios teleológicos; antes bien, como hacen los poetas
bertad), es instrumento de la razón y de sus ideas, y, en carácter es necesario poder encontrar sublime el océano sencillamente por
de tal, es una potencia para mantener nuestra independencia con- el aspe,cto que ten~a a la vista, como claro espejo de agua, limi-
tra !as inf~ucncias de la naturaleza, calificar de pequeño lo que tado solo por el Cielo, cuando aparece en calma, o bien como
segun la ultima es grande y de esta suerte poner Jo absoluta- abismo que amenaza tragárselo todo, cuando está agitado 1 • Lo
mente grande únicamente en su destinación propia (del sujeto). mismo cabe decir de lo sublime y de lo bello de la figura huma-
Esta reflexión de la facultad de juzgar estética, encaminada a na, para lo cual no debemos acudir, como motivos determinantes
elevarse 1 a la acomodación con la razón (sólo que sin un con- del juicio, a conceptos de fines, que nos indiquen a qué respon-
cepto determinado de ésta), representa el objeto como subjetiva- den todas fas medidas de sus miembros, ni dejar que la coinci-
mente idóneo, aun mediante la inadecuación objetiva de la ima- dencia con esos fines influya nuestro juicio estético (pues enton-
ginación en su máxima ampliación para la razón ( C(lmo facultad ces ya no sería puro), a pesar de que, evidentemente, sea asi-
de ideas). mismo condición necesaria del placer estético que estos juicios
Sobre todo en este caso conviene tener muy presente lo que no contradigan a aquellos fines. La finalidad estética es la lega-
ya recordamos anteriormente: que en la estética trascendental de lidad de la facultad de juzgar en su libertad. El placer por el
la facultad de juzgar hay que tratar solamente de juicios estéticos objeto depende de la relación en que queramos colocar la ima-
puros, no debiendo, en consecuencia, tomarse los ejemplos de ginación; pero ha de ser ella por sí sola la que mantenga al es-
aquellos objetos bellos o sublimes de la naturaleza que presupo- píritu en libre ocupación, pues de lo contrario, si lo que determina
nen el concepto de un fin, pues de lo contrario serían juicios
1 Frase un tanto ambigua en el original; posiblemente, como pa.rece
teleológicos o bien fundados en meras impresiones de un objeto indicar la frase que sigue, y en consonancia con el pensamiento del autor,
(placer o dolor), con lo cual, en el primer caso, no serían esté- Kant se propusiera contraponer la impresión de serenidad que produce la
ticos, y, en el segundo, la finalidad no sería meramente formal. contemplación de la belleza, con la de cierta angustia inherente a la de lo
Por consiguiente, cuando calificamos de sublime el aspecto del sublime. La eventual omisión de una palabra podrla explicar con bastante
facilidad esa ambigüedad: Bastaría añadir al original, detrás de "den Ozean
cielo estrellado, no debemos, para juzgarlo, fundamos en concep- bloss", la palabra "schon", y nos daría el sentido que apuntamos, o sea : "es
necesario poder encontrar sencillamente bello el océano por el aspecto que
1 Versión de Windclband y Vorlander; en vez de "elevarse" pone tenga a la vista, como claro espejo de agua, cuando aparece en calma, y, en
Erdmann "elevar la naturaleza". (N. del T.) cambio, sublime, como abismo ... ", (N. clel T.)

112 113
el juicio, es otra cosa, una impresión de los sentidos o un con- Voy a detenerme un momento en esto último. La idea de
cepto abstracto, el juicio será, sí, legal, pero no será el juicio de lo bueno con afección, se llama entusiasmo. Ese estado de ánimo
una facultad de juzgar libre. parece ser sublime, de suerte que generalmente se presume que
Por consiguiente, cuando se habla de belleza o sublimidad sin él nada grande podría hacerse. Ahora bien, toda afección ~
\ntelectuales, estas expresiones, en primer lugar, no son totalmente es ciega, bien en la elección de su fin, bien en su ejecución cuando
exactas, porque hay modos de representación estéticos que ni si- éste ha sido dado por la razón, puesto que es el movimiento del
quiera se darían en nosotros si fuéramos meras inteligencias puras espíritu que incapacita para reflexionar libremente sobre los prin-
(o siquiera en idea nos pusiéramos esa cualidad); en segundo cipios y determinarse por ellos. Por consiguiente, de ningún modo
lugar, aunque ambas, a título de objetos de un placer intelectual puede merecer el beneplácito de la razón. Estéticamente, sin em-
(moral), fueran conciliables con el estético en cuanto no se basan bargo, es sublime el entusiasmo, porque es una exaltación de las
en ningún interés, difícilmente podrían unirse con éste 1, ya que fuerzas por ideas, que imprime al espíritu alientos de afecto
tienen que producir un interés que, si la exposición para el pla- mucho más poderoso y duradero que el impulso por las represen-
cer ha de coincidir en el juicio estético, jamás sería en éste de taciones de los sentidos. Pero (cosa que parece extraña) aun la
otro modo que mediante un interés de los sentidos, y con ello impasibilidad ( apatheia, phlegma in significatu bono) de un espí-
la finalidad intelectual se quebrantaría y perdería su pureza. ritu que se atiene enérgicamente a sus inmutables principios, es
El objeto de un placer intelectual puro e incondicionado es sublime, y aun de modo mucho más excelente, porque al propio
la ley moral en su potencia que ejerce en nosotros sobre todos tiempo tiene en su favor el beneplácito de la razón pura. Seme-
y cada uno de los resortes del espíritu que la preceden, y como jante modo de espíritu se llama sólo noble, expresión que luego
estéticamente esta potencia sólo se da a conocer propiamente por se aplica también a cosas, por ejemplo: edificios, vestidos, manera
medio de sacrificios (que constituyen una privación, aunque con de escribir, etc., cuando éstos no tanto provocan asombro ( afec-
vistas a la libertad intet·ior, descubriendo, en cambio, en nosotros ción en la representación de la novedad superior a lo esperado)
una profundidad inconmensurable de esta facultad suprasensible cuanto admiración (asombro que no cesa ni al desaparecer la no-
con todas sus consecuencias que se extienden más allá de los al- vedad), lo cual ocurre cuando en su exposición las ideas coinciden
cances de nuestra vista), el placer es negativo visto desde el lado indeliberadamente y sin artificio con el placer estético.
estético (en relación con la sensibilidad), es decir, contrario a Toda afección de tipo valeroso (la que aviva la conciencia
este interés, pero es positivo y asociado a interés si se considera de nuestras fuerzas para vencer toda resistencia [animi strenui],
desde el lado intelectual. Síguese de ahí que, estéticamente juz- es estéticamente sublime, por ejemplo, la cólera, y aun la deses-
gado, lo intelectualmente (lo moralmente) bueno, teleótico en sí, peración (pero la indignada, no la desalentada). En cambio, la
tiene que representarse no tanto como bello cuanto como sublime, afección de tipo lánguido (la que llega a convertirse en objeto de
de suerte que más bien despertará el sentimiento del respeto (que desagrado [animum languidum) el esfuerzo para resistir), nada
desdeña los atractivos) que el de amor e íntima inclinación, pues- noble tiene en sí, pero puede figurar entre lo bello de tipo sensi-
to que, con ese bien, la naturaleza humana no coincide espontá- ble. De ahí que las emociones, que pueden llegar basta la afee-
neamente sino gracias a la violencia que la razón ejerce sobre la
sensibilidad. Viceversa, lo que llamamos sublime en la naturaleza ,. Las afecciones se distinguen específicamente de las pasiones. Aqué-
exterior a nosotros, o aun en nosotros (por ejemplo: ciertas afec- llas se refieren meramente al sentimiento; éstas pertenecen a la facultad de
apetecer y son inclinaciones que dificultan o hacen imposible toda determi-
ciones), se representa solamente, haciéndose así interesante, como nabilidad de la voluntad por principios. Aquellas son impetuosas e impreme-
una potencia del espíritu de vencer mediante principios morales ditadas, éstas tenaces y reflexivas. Así, la enemistad, como cólera, es una
ciertos obstáculos de la sensibilidad. afección, mientras como odio (sed de venganza) es una pasión. Jamás y en
ninguna relación cabe calificar de sublimo la última, puesto que en la afec-
ción la libertad del espiritu se halla obstaculizada, mientras que en la pasión
1 Con el placer estético. (N. del T .) se halla suprimida.
114 115
ción, sean también muy diferentes. Se tienen emociones valerosas aquel tan grato a los voluptuosos de Oriente que se hacen dar
y emociones de ternura. Las últimas, cuando se elevan a afección, una especie de masaje en todo el cuerpo con suaves presiones y
de nada sirven; la tendencia a ellas se llama sensiblería. La com- movimientos de todos sus músculos y articulaciones, con la única
punción que no acepta el consuelo, o a la cual nos enb:egamos diferencia que, en el primer caso, el principio del movimiento está
deliberadamente cuando es hija de males imaginados, pero rin- en gran parte en nosotros mismos, mientras que en el último se
diéndonos a la ilusión de la fantasía como si fueran reales, revela halla totalmente fuera de nosotros. Y así muchos se sienten edifi-
y hace un alma delicada, pero al propio tiempo débil, que mues- cados por una prédica en que nada se edifica (ningún sistema de
b·a un lado bello, y puede ser calificada de fantástica, pero no buenas máximas), o mejorados por una representación dramática
de entusiasta. Las novelas, los dramas llorones, las normas tri- que sólo les ha producido la satisfacción de haber vencido feliz-
viales de conducta que juegan con los llamados (aunque falsa- mente su aburrimiento. Por consiguiente, lo sublime necesita
mente) sentimientos nobles, aunque en realidad secan el corazón siempre una relación con el modo de pensamiento, es decir, con
y lo hacen insensible al severo precepto del deber, dejándolo inca- máximas que proporcionen a lo intelectual y a las ideas racionales
paz de apreciar la dignidad de la humanidad en nuestra persona una preeminencia sobre lo sensible.
y el derecho de los hombres (cosa totalmente distinta a su felici- No hay por qué temer que el sentimiento de lo sublime se
dad) e incapaz en general de todo principio firme; aun una prédica pierda por causa de semejante modo de exposición abstracto, que,
religiosa que recomienda un rastacuerismo bajo y rastrero y la comparado con lo sensible, resulta enteramente negativo, pues
adulación, anulando en nosotros toda confianza en nuesb·a propia aunque la imaginación nada encuentren más allá de lo sensible
capacidad para ofrecer resistencia al mal, en vez de la firme reso- donde pueda detenerse, se siente ilimitada precisamente por ha-
lución de echar mano de todas las fuerzas que aún nos quedan, a berse emancipado de esas trabas; y esa abstracción es, pues, una
pesar de toda nuestra fragilidad, para vencer nuesh·as inclinacio- exposición de lo infinito, que aun no pudiendo, precisamente por
nes; la falsa modestia que considera que el desprecio de sí mismo, esta razón, ser otra cosa que exposición meramente negativa,
el arrepentimiento llorón e hipócrita y un estado de ánimo pura- ensancha el alma. Tal vez no haya en el Libro de la Ley judaico
mente pasivo, son los únicos modos de agradar al ser supremo ningún pasaje más sublime que el mandamiento: "No te harás
-todo eso es incompatible ya con lo que puede clasificarse en la escultura ni ninguna semejanza de cosa que esté en el ciclo ni en
belleza, y mucho más aún con lo perteneciente a la sublimidad, la tierra ni debajo de la tierra ... " Basta este solo mandamiento
del modo de ser del espíritu. para explicar todo el entusiasmo que en su período de esplendor
Pero tampoco los agitados movimientos del ánimo, aunque, sintió el pueblo judaico por su religión al compararse con otros
so capa de edificación, vayan asociados con ideas religiosas, o, pueblos, o el orgullo que revela el mahometanismo. Lo propio
como sencillamente pertenecientes a la cultura, con ideas que cabe decir también de la representación de la ley moral y de nues-
encierran un interés social, en modo alguno pueden aspirar al honor tra disposición a la moralidad. Es una preocupación enteramente
de una exposición sublime, por más que pongan en tensión la errónea la de creer que la supresión de todo cuanto halaga a los
imaginación, si no dejan un estado de ánimo que, aunque sólo sea sentidos no haya de provocar luego sino un aplauso frío y sin
indirectamente, influya en la conciencia de su fuerza y decisión alma, desprovisto de fuerza y emoción, pues acune precisamente
para lo que implica una pura idoneidad intelectual (lo suprasen- lo contrario: cuando los sentidos no ven ante sí nada más, pero
sible), pues, de lo contrario, todas esas emociones son meros mo- subsiste la idea imborrable y notoria de la moralidad, más bien
vimientos ("mociones") que gustan por lo que tienen de saluda- se necesitaría poner freno al vuelo de una imaginación ilimitada
bles. La agradable lasitud que sentimos después de haber sido para impedir que su entusiasmo llegara al punto de acudir a imá-
sacudidos por ese juego de las afecciones, es un goce del bienes- genes y recursos pueriles por temor de que esas ideas carecieran
tar procedente de haberse restablecido en nosotros el equilibrio de de fuerza; por eso los gobiernos hnn permitido gustosamente que
las distintas fue~·zas vitales, goce que en definitiva converge con la religión se provea copiosamente de estos últimos accesorios,

116 117
tratando así de quitar al súbdito el trabajo, y al propio tiempo ellos, o por antropofobia (miedo a los hombres), por considerar-
también la facultad de extender sus energías espirituales más allá los enemigos. Existe, sin embargo, una misantropía (muy im-
de los límites que cabe imponerle autoritariamente y gracias a las propiamente calificada de tal) a la que con los años se sienten
cuales puede tratársele más fácilmente como meramente pasivo. predispuestos muchos hombres de sano espíritu, bastante filan-
En cambio, esta representación pura, espiritualmente estimu- trópicos en cuanto se refiere a benevolencia, pero por larga y dolo-
lante y meramente negativa, de la moralidad, no entraña peHgro rosa experiencia muy desengañados de poder encontrar placer en
alguno de exaltación, afán insano de querer ver más allá de toclos el trato con otros hombres; así lo acredita la tendencia al aisla-
los límites de los sentidos, o sea, de querer soñar en principios miento, el deseo fantástico de poder pasar la vida con reducida
( delliar con la razón) precisamente porque en la moralidad la familia en apartada residencia rural, o también (tratándose de
exposición es meramente negativa. En efecto, lo inescrutable de personas jóvenes) de lograr la anhelada felicidad en una isla
la idea de la libertad cierra totalmente el paso a toda exposición ignorada del mundo, tendencia que tan bien saben explotar los
positiva, y la ley moral es en sí misma suficiente en nosotros y novelistas o poetas de robinsonadas. La falsedad, la ingratitud, la
originariamente determinante, de suerte que ni siquiera permite injusticia, lo puel"il de muchos fines que nosotros tenemos por im-
que busquemos un motivo de determinación fuera de ella. Como portantes y grandes, y en cuya persecución los hombres se causan
el entusiasmo con la locura, así puede compararse la exaltación entre sí todos los males imaginables, se ponen en tanta contradic-
con el delirio, siendo este último el que menos se concilia con lo ción con la idea de lo que podrían ser si quisieran, y se alejan
subHme porque su ensoñación es ridícula. En el entusiasmo como tanto del ardiente deseo de verlos mejores, que, para no odiarlos,
afección, la imaginación están desenfrenada; en la exaltación, ya que no se puede amarlos, resulta bien pequeño sacrificio la
como pasión crónicamente arraigada, no atiende a reglas; el pri- renuncia a los goces que proporciona la sociedad. Esta tristeza
mero es contingencia pasajera, que a veces puede adueñarse del no por los males que el destino impuso a otros hombres (tristeza
más sano entendimiento; la segunda, una enfermedad que lo originada por la simpatía), sino por los que ellos mismos se causan
arruina. (basada ésta en la antipatía de principios), es sublime porque se
La sencillez (finalidad sin artificio) viene a ser como el estilo apoya en ideas, a diferencia de la primera que no puede consi-
de la naturaleza en lo sublime, como lo es asimismo de la mora- derarse sino como bella. En la descripción de sus excursiones
lida~, la cual constituye una especie de segunda naturaleza (supra- alpinas, el tan discreto como profundo Saussure dice de Bon-
sensible) , de la cual conocemos sólo las leyes, sin que por intukión homme, montaña de Sabaya: "reina allí cierta tristeza insípida";
podamos llegar nosotros a la facultad suprasensible de saber dónde eso quiere decir, pues, que conocía también una tristeza intere-
se halla el fundamento de esa legislación. sante: la inspirada por la visión de un desierto al que gustosa-
Obsérvese aún que si bien el placer por lo bello, al igual que mente se retirarían algunos para no volver a saber no oír más del
el placer por lo sublime, no sólo por su comunicabilidad universal mundo, que, sin embargo, no debe ser tan ingrato que no ofrezca
se distingue notoriamente de todos los demás actos de juicio esté- por lo menos una morada para los hombres aunque sea tan su-
tico, sino que también adquiere interés por esa cualidad en rela- mamente penosa. Hago esta observación con el simple propósito
ción con_la sociedad (en la cual es susceptible de comunicarse) , el de recordar que también la aflicción (no la tristeza desalentada)
apartam1ento de toda sociedad es considerado, sin embargo, como puede figurar entre las afecciones vigorosas, siempre que tenga su
algo sublime si se apoya en ideas que apuntan más allá de todo fundamento en ideas morales; en cambio, cuando se funda en la
interés sensible. Bastarse a sí mismo y, por ende, no necesitar simpatía, aun siendo amable a fuer de tal, sólo puede incluirse
compañía, sin por eso ser insociable, es decir, huir de la sociedad, entre las afecciones lánguidas; de esta suerte pretendo llevar la
es una cosa que se acerca a lo sublime como toda renuncia a la atención al estado de ánimo, que sólo en el primer caso es sublime.
satisfac~ión de ne~sidades; en cambio, es en parte feo y en parte
despreciable el hurr de los hombres por misantropía, por odio a

118 119
Con la e"'Posición trascendental que de l~s juicios estét~~os fomentos deben buscarse fuera de él, pero dentro del mismo hom-
acabamos de hacer, es posible comparar también ahora la fisio- bre, y, por lo tanto, en la unión con su cuerpo.
lógica elaborada por Burke y muchos investigadores sagaces de Pero si se acepta que el placer por un objeto depende pura
nuestro pais, lo cual nos permitirá ver a dónde conduce una ex- y simplemente de que éste gusta por atractivos o emociones, no
posición meramente empírica de lo sublime y de lo bello. Burke, habría que pretender que otro coincidiera con el juicio estético
que merece ser considerado como el más eminente de los autores que formulamos, puesto q ue para ello cada cua~, consulta sola-
que tratan así esta cuestión, llega a la conclusión siguiente ( pá- mente su sentido personal; pero con ello cesa tamb1en enteramente
gina 223 de su obra): "que el sentimiento de lo sublime se apoya toda censura del gusto, y entonces el ejemplo que otros dan por
en el instinto de conservación y en el temor, es decir, en un dolor la coincidencia contingente de sus juicios, tendría que convertirse
que al no llegar a una verdadera destrucción de las partes del en mandamiento para que asintiésemos, a pesar de que es de su-
cuerpo, provoca movimientos que, limpiando de obstrucciones pe- poner que nos opondríamos a ese principio e invocaría el derecho
ligrosas o dolorosas conductos más delicados o más fuertes, logran natural a someter al sentido propio de cada uno y no al de otros
suscitar sensaciones agradables, si no placer, una especie de estre- el juicio basado en el sentimiento directo del placer propio.
mecimiento grato, cierto sosiego mezclado con angu~tia". Lo .b~llo, Por lo tanto, pru·a que el juicio de gusto no tenga que ser
que él funda en el amor (pero sosteniendo que este es distinto calificado de egoísta, sino de necesariamente pluralista, de acuerdo
de la concupiscencia), lo atribuye (págs. 251-252) a "relajamiento, con su naturaleza inb"ínseca, es decir, por sí mismo, no a causa de
distensión y embotamiento de las fibras del cuerpo, por lo tanto, a los ejemplos que ob"os den su gusto; para que se estime como
un reblandecimiento disolución y laxitud, a un caerse, agonizar tal, pudiendo exigh· al propio tiempo que, todos asientan .en .él.: se
y derretirse de plac~r". Y entonces confirma esa especie de defi- requiere que tenga por fundamento algun modo de prmc1p10 a
nición con casos en que la imaginación no sólo en combinación P'riori (sea objetivo o subjetivo), que nunca podrá columbrarse
con el entendimiento, sino aun con la sensación sensorial, puede acechando las leyes empíricas de las mutaciones del espíritu, por-
despertar en nosotros tanto el sentimiento de lo bello como el de lo que éstas sólo dan a conocer cómo se juzg~, pero .n? ordenan cómo
sublime. Como observaciones psicológicas, estos análisis de los fe- debe juzgarse de suerte que la orden sea mcondJCwnada, como la
nómenos de nuestro espíritu son sumamente preciosos y propor- presuponen los juicios de gusto, los cuales. pretenden q~e ~l placer
cionan abundante material para todas las investigaciones deseables va directamente unido a una representaciÓn. Por cons1gmente, la
en materia de antropología empírica. Tampoco cabe negar que exposición empírica de los juicios esté~cos puede se.rvir s~em?;e
todas las representaciones que se operan en nosotros, tanto si, de comienzo que proporcione la malena para una mvestigacwn
desde el punto de vista objetivo, son meramente sensoriales como superior; pero una disquisición trascen~e.ntal de esta facult~d, es
enteramente intelectuales, pueden asociarse, desde el punto de posible y pertenece esencialmente a 1~ cr~tlca ~el gusto? pues ~~.e~te
vista subjetivo, con placer o dolor, por imperceptibles que sean no tuviera principios a priori, le sena 1mpos1ble regu 1~~ JUICIOS
uno u otro (porque afectan en conjunto al sentimiento de la vida, de los demás y pronunciar sobre ellos fallos de aprobacwn o re-
y ninguno de ellos, en cuanto modificación del sujeto, puede ser probación siquiera con algún asomo de derecho.
indiferente); hasta el punto de que, como sostenía Epicuro, el La prute restante correspondiente a la analítica de la facultad
placer y el dolor son siempre en última instancia corporales, aun- de juzgar estética, contiene primordialmente la
que puedan comenzar por la imaginación o aun por representa-
ciones del entendimiento, porque la vida, sin el sentimiento del
órgano corporal, es sólo conciencia de su existencia, pero no sen-
timiento de bienestar o malestar, es decir, de fomento o impedi-
mento de las energías vitales; porque el espíritu por sí solo es
todo vida (el principio mismo de la vida), y los impedimentos o

120 121
DEDUCCION DE LOS JUICIOS ESTETICOS PUROS

§ 30

La deducción de los juicios estéticos sobre los objetos ck la


naturalez.a no debe orientarse a lo que en éstos calificamos
de sublime, sino s6lo a lo bello

La pretensión de un juicio estético a tener validez general


para todo sujeto, necesita, como juicio que tiene que apoyarse en
algún modo de principio a priori, una deducción (es decir, una
legitimación de su pretensión) que debe añadirse aún a su expo-
sición si se refiere a un placer o disgusto por la forma del •objeto.
Así son los juicios de gusto sobre lo bello de la naturaleza. En
efecto, la idoneidad tiene su fundamento en el objeto y su figura
cuando no revela en seguida su relación por conceptos (para el
juicio de conocimiento) con otros objetos, sino que sólo se refiere
a la aprehensión de esta forma, en cuanto ésta se manifiesta con-
forme en el espíritu lo mismo con la facultad de los conceptos que
con la de la representación de éstos (que es lo mismo que la
aprehensión) . De ahí que sobre lo bello de la naturaleza quepa
plantear diversas cuestiones relativas a la causa de la idoneidad
de sus formas, por ejemplo: cómo explicar que la naturaleza haya
difundido tan pródigamente por doquiera la belleza, aun en el
fondo del océano, a donde raras veces llegará la vista humana
(la única para la cual es idónea), y otras por el estilo.
Pero lo sublime de la naturaleza -si sobre ello pronuncia-
mos un juicio estético puro que no vaya amalgamado con con-
ceptos de perfección como idoneidad objetiva, pues en tal caso
sería un juicio teleológico- puede considerarse totalmente dis-
forme o carente de forma, aunque como objeto de un placer
puro, y revelar idoneidad subjetiva en la representación dada, y
entonces cabe preguntar si, además del juicio estético de esta clase,
y además también de la exposición de lo en él pensado, puede

123
eXIguse aún una deduccit'ln de su pretensión a algún modo de (puro), que tenga como fundamento la idea de la libertad como
principio (subjetivo) a priori. dada a priori por la razón, y, en consecuencia, ni hay que justi-
A eso puede contestarse que lo sublime de la naturaleza sólo ficar por su validez a priori un juicio que represente lo que sea
impr9piamente se califica de tal, ya que propiamente sólo puede una cosa, ni realizar algo para ponerla de manifiesto, lo único
atribuirse al modo de pensamiento y mejor aún a su fundamento que deberá hacer la facultad de juzgar es exponer la validez uni-
en la naturaleza humana. La aprehensión de un objeto, por lo versal de un juicio singular que expresa la idoneidad subjetiva
demás disforme e inidóneo, da sólo la ocasión de adquirir con- de una representación empírica de la forma de un objeto, para
ciencia de ese fundamento (siendo utilizado el objeto, de esta explicar cómo es posible que algo pueda agradar en el mero juzgar
suerte, de modo subjetivamente idóneo), pero no es juzgado el (sin sensación sensible ni concepto), y de igual modo que tiene
objeto como tal en sí y por su foTma (a modo de species finalis reglas el juicio de un objeto con vistas a un conocimiento cual-
accepta, non data) . De ahi que nuestra exposición de los juicios quiera, así también el placer de cualquiera puede ser declarado
sobre lo sublime de la naturaleza, fuera al propio tiempo su de- regla para todos los demás.
ducción, puesto que al analizar en ello la reflexión de la facultad Ahora bien, si fundamos esta validez general, no en un aco-
de juzgar, encontrábamos en ellos una relación de idoneidad entre pio de votos ni en la consulta a otros acerca de su modo de sentir,
las facultades de conocimiento, relación que tenía que tomarse sino como si dijéramos en una autonomía del sujeto que juzga so-
a pr-iori como fundamento de la facultad de los fines (voluntad), bre el sentimiento de agrado (por la representación dada ), es
y, por ende, como facultad a ptiori idónea, con lo cual contiene decir, fundándose en su propio gusto, a pesar de que no sea de-
ya la deducción, es decir, la justificación de la pretensión de seme- ducido de conceptos, semejante juicio -como de hecho es el juicio
jante jUicio a tener validez universal-necesaria. de gusto- tiene una pecularidad doble y lógica : en primer lugar,
Por lo tanto, sólo nos queda buscar la deducción de los jui- su validez universal a priori, aunque no una universalidad lógica
cios de gusto, es decir, de los juicios sobre la belleza de las cosas por conceptos, sino la universalidad de un juicio singular; en se-
naturales, con lo cual habremos cumplido todo el cometido corres- gundo lugar, una necesidad (que siempre tiene que basarse en
pondiente a la totalidad de la facultad de juzgar estética. razones a priori) que, sin embargo, no depende de ningún fun-
damento demostrativo a priori gracias a cuya representación pu-
diera imponerse el aplauso exigido de todos por el juicio de gusto.
§ 31 El análisis de estas características lógicas por las cuales un
juicio de gusto se distingue de todos los juicios de conocimiento,
Del método de la deducción de los juicios de gusto si al principio hacemos abstracción de todo su contenido, es decir,
del sentimiento de agrado, y comparamos solamente la forma es-
La deducción, es decir, la garantía de que un tipo de juicio es tética con la forma de los juicios objetivos prescrita por la lógica,
justificado, se impone únicamente en el caso de que el juicio pre- bastará por sí solo para la deducción de esta facultad especial. :Por
tenda valer como necesario, y asimismo cuando aspire a tener consiguiente, vamos a exponer ante todo estas cualidades carac-
tmiversalidad subjetiva, o sea, a exigir el asentimiento de todos, terísticas del gusto, aclarándolas con ejemplos.
aunque no sea juicio de conocimiento sino sólo agJado o des-
agrado por un objeto dado, es decir, adecuación a una idoneidad
subjetiva que valga generalmente para todos, pero sin fundarse en
conceptos de la cosa, porque es juicio de gusto.
Como en el último caso no nos encontramos ante un juicio
de conocimiento, ni teorético, que se funde en el concepto de una
naturaleza en general dado por el entendimiento, ni práctico

124 125
§ 32 anterior, como asimismo insiste en sus juicios que se basan total-
mente en la razón. Sería heteronomía el adoptar los juicios ajenos
Primera catacte1·ística del juicio de gusto como motivos determinantes del propio.
Podría parecer que el justo aprecio de las obras de los anti-
El juicio de gusto determina su objeto con respecto al placer guos como modelos, que valen a sus autores la calificación de
(como belleza), y aspira al asentimiento de todos, como si fuese clásicos, a modo de una nobleza entre los escritores que con su
objetivo. ejemplo diera leyes al pueblo, constituyera una apropiación a
Decir: esta flor es bella, equivale a reconocerle simplement~ priori de las fuentes del gusto opuesta a la autonomía de éste en
su propia pretensión al agrado de todos. Lo agradable de su olor todo sujeto; pero con la misma razón podría decirse que los anti-
no le conferiría derecho alguno, pues es cierto que deleita a unos, guos matemáticos, considerados hasta hoy como modelos impres-
pero marea a otros. Pues bien, qué cabe suponer de ahí sino que cindibles de suma profundidad y elegancia de método sintético,
la belleza debe considerarse como una cualidad de la flor misma, revelan también una razón imitadora de nuestra parte, como si
que no se rige por los distintos pareceres y otros tantos sentidos, fuéramos incapaces de obtener por nosotros mismos demostracio-
antes bien por ella deben regirse éstos cuando pretendan juzgar nes rigurosas con la máxima intuición mediante la construcción
sobre el particular? Y, sin embar:go, no ocurre así, puesto que el de conceptos. No hay uso alguno de nuestras fuerzas, por libre
juicio de gusto consiste en llamar bella una cosa solamente por que sea, ni siquera de la razón (que tiene que sacar a priori todos
aquella cualidad por la que se rige según nuestro modo de per- sus juicios de la fuente común), que no incurriera en tanteos
cibh'la. deficientes si todo sujeto tuviera que comenzar siempre partiendo
enteramente de la tosca disposición de su natural, en vez de arran-
Además, de todo juicio llamado a demostrar el gusto del car de los ya efectuados por otros que le precedieron, lo cual no
sujeto se exige que el sujeto juzgue por sí, sin necesidad de explo- significa que los sucesores hayan de convertirse en meros imita-
rar previamente por experiencia los juicios de los demás enterán- dores, sino que el procedimiento de los anteriores ha de encami-
dose de si aprueban o desaprueban el objeto, o sea que su juicio narles para que en sí mismos encuentren los principios y tomen
se formule no como imitación, porque una cosa guste realmente de esta suerte su propia ruta, a menudo mejor. Aun en la religión,
a todos, sino a prio1·i. Cabría pensar, sin embargo, que un juicio a donde cada cual debe sacar de sí mismo la regla de su comp01ta-
p1'ior·i necesita contener un concepto del objeto para cuyo conoci- miento, del cual es único responsable, sin que pueda descargar
miento contiene el principio, mientras que el juicio de gusto no se en otros, como maestros o modelos, la culpa de sus transgresiones,
funda en conceptos y en ningún caso es juicio de conocimiento \ jamás los preceptos generales tomados de sacerdotes o filósofos, y
sino únicamente juicio estético. aun de sí mismo, podrían educar tanto como un ejemplo de virtud
De ahí que un joven poeta no se deje disuadir de que su o santidad que nos ofrezca la historia, sin que suprima la auto-
poesía es bella ni por el juicio del público ni siquiera por el de nomía de la virtud procedente de la propia y originaria idea de la
sus amigos, y si les hace caso, no es porque luego haya juzgado moralidad (a priori) y sin convertirla en mecanismo de imitación.
de otro modo sino porque aun considerando falso el gusto de todo Sucesión con respecto a un precedente, y no imitación, es la ex-
el público (por lo menos, a su parecer), se aviene (aun contra su presión correcta para toda influencia que en otros puedan tener
j1,1icio) a transigh con el extravío general con el propósito de los productos de un autor ejemplar, lo cual no significa sino beber
ganarse el aplauso. Sólo más tarde, cuando su facultad de juzgar de la misma fuente de donde bebió aquel autor, tomando única-
se haya aguzado con el uso, se aparta voluntariamente de su juicio mente de ese predecesor el modo de hacerlo a este efecto. Y de
todos los talentos y vhtudes es precisamente el gusto, porque su
1 "Juicio de conocimiento" es versión de Eidmann, en vez de "conoci- juicio no es determinable por conceptos o preceptos, el que más
miento" que aparece en el original. (N. del T.) necesita de ejemplos de lo que más persistentemente ha merecido

126 127
aplauso en el progreso de la cultura, conjurando así el peligro de razones y razonamientos; supondré que aquellas reglas de los crí-
reincidir pronto en la zafiedad y en la tosquedad de los primeros ticos son falsas o, por lo menos, no aplicables al caso, antes que
ensayos. transigir en que mi juicio sea determinado por razones demostra-
§ 33 tivas a priori, pues ha de ser un juicio de gusto y no de entendi-
miento o de razón.
Segunda caracterf.stica del juicio de gusto Parece que ésta es una de las causas principales de que se
haya dado a esta facultad de juzgar estéticamente la denominación
El juicio de gusto no es en modo alguno determinable por de gusto, pues por más que alguien me refiriera todos los ingre-
argumentos, tal como si sólo fuera meramente subjetivo. dientes de un manjar y de cada uno de ellos me hiciera observar
En primer lugar, el que no encuentra bello un edificio, una que me era agradable y por añadidura me ensalzara con razón lo
vista o un poema, no dará íntimamente su aplauso ante la coac- saludable de esa comida, yo seguiría sordo a todas esas razones
ción de cientos de opiniones que lo ensalcen. Es posible que apa- y probaría el manjar con mi paladar y con mi lengua y sólo por
rente que también le guste, con el propósito de no pasar por falto ellos (no por principios generales) daria mi juicio.
de gusto, y hasta es posible que comience a dudar de si habrá En realidad, el juicio de gusto se formula siempre totalmente
cultivado lo bastante su gusto mediante el conocimiento de una como un juicio singular del objeto. El entendimiento puede hacer
cantidad suficiente de objetos de cierta clase (como duda del jui- un juicio universal mediante la comparación del objeto, en punto
cio de su vista quien desde lejos cree reconocer un bosque en lo a placer, con el juicio de ob:os, por ejemplo: todas las tulipas son
que todos los demás toman por una ciudad); pero comprende bellas; pero entonces ya no es un juicio de gusto, sino uno lógico,
perfectamente que el aplauso de los demás no proporciona nin- que convierte en predicado de las cosas de cierta clase la relación
guna prueba válida para juzgar de la belleza, y que, sea lo que de un objeto con el gusto, y sólo aquello que me hace enconb·ar
sea lo que otros hayan visto y observado por él, y lo que muchos bella, con vahdez universal, una tulipa particular dada, es decir,
hayan visto de un mismo modo, podrá servir de argumento sufi- el placer que ella me causa, es lo que constituye el juicio de gusto.
ciente para él, que cree haberlo visto de otro modo, tratándose de Pero su peculiaridad estriba en que, aunque sólo tenga validez
un juicio teorético, y, por ende, lógico, pero jamás podrá servirle subjetiva, pretende imponerse a todos los sujetos en una forma que
de fundamento para un juicio estético lo que haya gustado a otros. sólo podría darse si fuera un juicio objetivo basado en razones de
El juicio desfavorable de los demás puede despertar en nosotros conocimiento, y como si hubiese de ser aceptado forzosamente
justificadas reservas acerca de nuestro juicio; pero jamás podrá en virtud de una demostración.
convencernos de que nuestro juicio es incorrecto. Por consiguiente,
no hay ningún argumento empírico para imponer a nadie el juicio § 34
de gusto.
En segundo lugar, menos posible es aún que una demostra- No es posible ningún principio objetivo del gusto
ción a priori determine según reglas precisas el juicio sobre la
belleza. Si alguien me lee una poesía suya o me lleva a una repre- Por principio del gusto habría que entender un principio bajo
sentación teatral que al final no logre agradar a mi gusto, es inútil cuya condición pudiera subsumirse el concepto de un objeto, para
que para demostrar la belleza de su poesía me cite a Batteux o a luego, por via de conclusión, deducir que es bello. Pero eso es
Lessing o a otros criticos del gusto aún más antiguos y más famo- absolutamente imposible, puesto que es necesario que yo sienta
sos y todas las reglas por ellos establecidas; es en vano que ciertos agrado directamente en su representación, y ningún argumento
pasajes que me disgustan coincidan perfectamente con las reglas puede seducirme a encontrar ese agrado. A pesa¡· de que, como
de la belleza (tal como las dan aquellos autores y son universal- dice Hume, todos los críticos puedan argumentar de modo más
mente aceptadas), yo cerraré mis oídos, haciéndome el sordo a perfecto que los cocineros, su destino es el mismo de éstos: No

128 129
de otra suerte podría imponerse por demostraciones el aplauso
pueden esoerar que el fundamento determinante de su juicio sea necesariamente universal. Sin embargo, se parece a este último
la fuerza de sus razones demostrativas, sino sólo la reflexión del juicio en que presenta una universalidad y necesidad, aunque
sujeto sobre su estado propio (de agrado o desagrado), con exclu- no por conceptos del objeto, o sea, por consiguiente, meramente
sión de todo precepto o regla. subjetiva. Ahora bien, como el contenido de un juicio (lo corres-
Sin embargo, los críticos pueden y deben razonar sobre aque- pondiente al conocimiento del objeto) está ~ntegrado por sus con-
llo que permita hacer más correctos y más amplios nuestros juicios ceptos y el juicio de ,gusto no es determ~~ble po: ?onceptos,
de gusto, lo cual no es la exposición del fundamento det~r_mi­ propiamente se funda .e~te en l~ t;nera condic1ón s~~J~tiva formal
nante de esta clase de juicios estéticos en una fórmula de utihza- de un juicio. La condiCIÓn sub¡ehva de todos los ¡wcios es la fa-
ción universal, cosa imposible, antes bien hacer investigacior.es cultad misma de juzgar, la cual, empleada con respecto a una
sobre las facultades de conocimiento y sus intervenciones en estos representación mediante la cual nos es dado u~ objeto, requiere
juicios, discutiendo en ejemplos la idoneidad subjetiva recíproca, la coincidencia de dos facultades de representaciÓn, a saber: de la
de la cual mostramos ya anteriormente que su forma en una re- imaginación (para la intuición y la combinación 1 de lo diverso
presentación dada es la belleza del objeto de ésta. Por consiguiente, que hay en ella) y del entendimiento (para el concepto como re-
la crítica del gusto misma es sólo subjetiva con respecto a la repre- presentación de la unidad de esta combinación), y como en este
sentación mediante la cual nos es dado un objeto: es el arte o caso el juicio no tiene por fundamento ningún concepto del objeto,
ciencia de poner b ajo reg1as las mutuas relaciones del entendi- este juicio no puede consistir más que en la Stlbsunción de la
miento y de la imaginación en la representación dada (sin refe- imaginación misma (en una representación mediante la cual es
rencia a sensación o concepto precedentes), y, por lo tanto, su dado un objeto) bajo las condiciones de que 2 la razón llegue
acuerdo o desacuerdo, determinándolos de acuerdo con las con- a pasar de la intuición a conceptos. Es decir, precisamente porque
diciones de esas reglas. Es arte cuando sólo lo muestra en ejem- la libertad de la imaginación consiste en esquematizar sin con-
plos, y ciencia cuando de la índole de esa ~a~~ltd como facultad cepto, el juicio de gusto tiene que apoyarse en una simple se_nsa-
de conocimiento en general, deduce la pos1bihdad de hacer ese ción de las facultades que se avivan recíprocamente: de la Ima-
juicio. La última, en cuanto crític~ trascendental, es la úni?~ a ginación en su libertad y del entendimie nto con su legalidad, o
que podemos dedicar nuestra atención en esta obra, y su miSIÓn sea en un sentimiento que permita juzgar el objeto por la idonei-
será desarrollar y justificar el principio subjetivo del gusto como
dad de la representación (mediante la cual es dado un objeto)
principio a priori de la facultad de juzgar. Como arte, la critica
trata sólo de aplicar al juicio de los objetos del gusto las reglas para fomentar las facultades de conocimiento en su juego libre; y
fisiológicas (en este caso: psicológicas), y, por ende, empíricas, de el gusto, a título de facultad de juzgar subjetiva, contiene un prin-
acuerdo con las cuales procede realmente el gusto (sin meditar cipio de subsunción, pero no de intuiciones bajo conceptos sino de
sobre su posibilidad), y critica los productos de las bellas artes, a la facultad de las intuiciones o exposiciones (es decir, de la ima-
diferencia de la crítica como ciencia que critica la facultad misma ginación) bajo la de los conceptos (es decir, el entendimiento),
de juzgarlos. en cuanto la primera coincida en su libertad con la última en su
legalidad.
§ 35
Para encontrar este fundamento de legitimidad mediante una
El principio del gusto es el p1'incipio subjetivo
1 Según Erdmann, en vez de "combinación", debe ser "comprehen-
de la propia facultad de juzgar
sión". (N. del T.)
2 Pasaje discutido: Vorlander, siguiendo a Windelband, pone "condi-
El juicio de gusto se distingue del lógico en que el último ción de que", mientras Erdmann propone "condiciones mediante las cuales".
subsume una representación bajo conceptos del objeto, mienh·as (N. del T.)
que el primero no efectúa subsunción alguna bajo conceptos, pues
131
130
deducción de los juicios ele gusto, sólo podemos guiarnos ~or las Este problema puede plantearse también así: ¿cómo es posible
características formales de esta clase de juicios, o sea, ateméndo- un juicio que meramente a base del propio sentimiento de agrado
nos únicamente a la forma lógica de éstos. por un objeto, independientemente del concepto de éste, juzgó
que este agrado era a priori inherente a la representación de ese
objeto en todo otro sujeto, es decir, sin necesitar aguardar el asen-
§ 36 timiento ajeno?
Que los juicios de gusto sean sintéticos, se advierte fácilmente
Del problema de una deducci6n de los juicios de gusto
porque van más allá del concepto y aun de la intuición del objeto
A la percepción de un objeto puede ir directamente unido, y añaden a ésta, a título de predicado, algo que ni siquiera es
conocimiento, a saber: el sentimiento de agrado (o desagrado) .
para un juicio ?e conocimiento, ~1 concepto ,de un. ~bjeto cuyo~
Y aunque el predicado (del agrado propio unido a la representa-
predicados emp1ricos están conterudos en aquella, ongmándose as1
ción) sea empírico, esos juicios son a priori, o pretenden pasar
un juicio de experiencia, que tiene como fundamento conceptos a
pri07'i de la unidad sintética de lo diverso de la intuición para por tales, por lo que afecta al asentimiento ~xigido de todos, c~~o
ya está contenido igualmente en las expreswnes de su pretenswn.
pensarlo como determinación de un objeto, y estos conceptos (las
Por consiguiente, este problema de la crítica de la facultad de
categorías) requieren una deducción que pudo darse también en
juzgar depende del general de la filosofía trascendental: ¿cómo
la crítica de Ia razón pura, y mediante la cual pudo obtenerse
son posibles los juicios sintéticos a priori?
asimismo la solución del problema: ¿cómo son posibles los juicios
de conocimiento sintéticos a prio1'i? Este problema afectaba, pues,
a los principios a p1'io1'Í del entendimiento puro y de sus juicios
§ 37
teoréticos.
Pero a una percepción puede asociarse también directamente ¿Qué se sostiene propiamente a priori de un objeto en
un sentimiento de agrado (o desagrado) y placer, que acompañe wn juicio de gusto?
la representación ele un objeto y le sirva de predicado, originán-
dose así un juicio estético, que no es un juicio de conocimiento. Que la representación de un objeto vaya directamente unida
presentación de la unidad de esta combinació~). Y. co~o. e_n ~ste a un agrado, es cosa que sólo internamente puede percibirse, y si
Ese juicio, que no lo es meramente de sensación, smo JUICIO f~r­ no indicara más que esto, daría un juicio meramente empírico,
rnal de reflexión que ab·ibuya este placer a todos corno necesano, puesto que a prim·i no puede unir a ninguna representación un
tiene que tener como f-undamento a modo de principio a priori sentimiento determinado (de agrado o desagrado), salvo teniendo
algo que en todo caso será meramente subjetivo (si un algo obje- corno fundamento en la razón un principio a priori que determine
tivo ha de ser imposible para esa clase de juicios), pero, también la voluntad, pues entonces el agrado (en el sentimiento moral) es
como tal, necesita una deducción para poder comprender que un su consecuencia; pero en modo alguno puede compararse al agrado
juicio estético aspire a necesidad. Pues bien, en esto se funda el del gusto precisamente porque requiere un determinado concepto
problema que vamos a tratar ahora: ¿cómo son posibles _los. j~i­ de una ley, a diferencia de aquél, que ha de estar directamente
cios de gusto? Por lo tanto, este problema afecta a los pnnc1p10s asociado al mero acto de juzgar, con anterioridad a todo concepto.
a priori de la pura facultad de juzgar en los juicios estéticos, es De ahí también que todos los juicios de gusto sean juicios singu-
decir, en aquellos en que no tiene que limitarse a subsumir (como lares, porque no unen su predicado del placer a un concepto sino
en los teoréticos) bajo conceptos de entendinüento objetivos so- a una representación empírica particular dada.
metiéndose a una ley, sino en que ella misma, subjetivamente, es Por lo tanto, lo que en el espíritu se percibe c?mo asoc~ado
tanto objeto como ley. al mero acto de juzgar un objeto, no es el agrado smo la vahdez
132 133
univeJsal de este agrado, que en un juicio de gusto se representa
a priori como regla general de la facultad de juzgar, como válida
para todos. Es un juicio empírico de que percibo y juzgo con
agrado un objeto. Pero es un juicio a priori de que lo encuentro
bello, es decir, de que he de atribuir a todos como necesario ese COMENTARIO
placer.
Esta deducción es tan fácil porque no necesita justificar una
§ 38 realidad objetiva de un concepto, pues la belleza no es un con-
cepto del objeto, ni el juicio de gusto un juicio de conocimiento.
D educción de los juicios de gusto Sostiene solamente que estarnos facultados para presuponer en
todos los hombres en general las mismas condiciones subjetivas de
Si se concede que en un juicio de gusto puro el placer por el la facultad de juzgar que encontrarnos en nosotros, a la sola con-
objeto va asociado al mero juicio de su forma, lo que en el espíritu dición de que hayamos subsumido debidamente bajo estas condi-
sentimos unido a la representación del objeto no es sino la ido- ciones el objeto dado. Ahora bien, aun cuando esto último ofrezca.
neidad subjetiva de esa forma para la facultad de juzgar. Ahora dificultades inevitables, de que no adolece la facultad del juicio
bien, como la facultad de juzgar con respecto a las reglas formales lógico (porque en ésta se subsume bajo conceptos, mientras en
del juicio, sin materia alguna (ni sensación sensible ni concepto), la estética bajo una relación, que sólo puede ser sentida, entre la
puede dirigirse sólo a las condiciones subjetivas del uso de la pro- imaginación y el entendimiento coincidentes entre sí en la forma
pia facultad de juzgar (que no se ajusta ni a la especie particular del objeto representada, subsunción, esta última, que puede enga-
del sentido ni a un concepto particular del entendimiento), y, por ñar fácilmente), ello no impide que sea lícita la pretensión de la
consiguiente, a lo subjetivo que puede presuponerse en todos los facultad de juzgar a contar con un asentimiento universal, preten-
hombres (como requisito necesario para todo conocimiento posi- sión que al fin y al cabo consiste solamente en considerar correcto
ble), la concidencia de una representación en estas condiciones de el principio de juzgar válidamente para todos a base de razones
la facultad de juzgar, tiene que suponerse válida a priori para subjetivas, puesto que la dificultad y duda acerca de la corrección
todos. Lo q ue equivale a decir que el agrado o idoneidad subjetiva de la subsunción bajo aquel principio, hacen tan poco dudosa la
de la representación para la relación de las facultades de conoci- legitimidad de la pretención a esta validez de un juicio estético
miento en el juicio de un objeto sensible cualquiera, podrá atri- cualquiera, y, por ende, el principio mismo, como la igualmente
buirse con razón a todos *. (aunque no tan frecuente ni fácil) errónea subsunción de la facul-
tad de juzgar lógica bajo su principio, pueda hacer dudoso e~te
• Pa.ra aspirar con .razón a un asentimiento universal para un juicio último, que es objetivo. Y si la pregunta fuese: ¿cómo es posible
de la facultad de juzgar estética basado meramente en fundamentos subjeti- admitir a priori la naturaleza como una totalidad de objetos del
vos, basta admitir: 1) que en todos los hombres son iguales las condiciones gusto?, el problema se relacionaría con la teleología porque tendría
subjetivas de esta facultad en cuanto a la relaCión de las energías cognitivas que considerarse fin de la naturaleza, inherente esencialmente a
en ella puestas en juego para un conocimiento cualquiera; lo cual debe ser
cierto, pues de lo contrario no podrían los hombres comunicarse sus represen- su concepto, el establecer formas idóneas para nuestra facultad de
taciones ni aun eJ conocimiento; 2) que el juicio sólo tuvo en cuenta esta juzgar. Pero la exactitud de esta hipótesis sigue siendo aún muy
relación (por consiguiente, la condición formal de la facultad de juzgar) y dudosa, mientras que la realidad 1 de las bellezas naturales es
que es puro, es decir, que no va amalgamado a conceptos del objeto ni a notoria para la experiencia.
sensaciones como razones determinantes. Aunque se haya faltado con respecto
a esto último, el error consistirá sólo en haber aplicado indebidamente a un
caso especial una facultad que nos confiere una ley; pero no por ello se su- 1 "Wirklichkeit" en el original, habiendo propuesto Hartenstein su
prime esa facultad. sustitución por "Wirksamkeit", en el sentido de eficacia, potencia, actividad.
(N. del T.)
134 135
§ 39 placer, pero sólo mediante la ley moral, que, a Su vez, se funda
en conceptos de la razón.
De la comunicabilidad de una sensación Por el contrario, el placer por lo bello no es un agrado del
goce ni una actividad sometida a ley, ni siquiera la contemplación
Cuando relacionamos la sensación, como lo real de la per- especulativa por ideas, sino el de la mera reflexión. Sin guiarse
cepción, con el conocimiento, la calificamos de sensación sensorial, por ningún fin o principio, este agrado acompaña la aprehensión
y lo específico de su cualidad es susceptible de ser representado común de un objeto por la imaginación, como facultad de intui-
como siendo comunicable enteramente del mismo modo, supo- ción, en relación con el entendimiento, como facultad de concep-
niendo que todos los demás tienen un sentido igual al nuestro, tos, mediante una función de la facultad de juzgar, que debe ejer-
co·s a que en modo alguno puede presuponerse de una sensación cerse también con vistas a la experiencia más común, con la única
sensorial. Así, a quien le falte el sentido del olfato no podrá serie diferencia de que en este caso está obligada a hacerlo para perci-
comunicada esta clase de sensación, y, aunque no le falte, no bir un concepto objetivo empírico, mientras en el primero (cuando
puede tenerse la seguridad de que tenga de una flor la misma juzga estéticamente) para percibir sólo lo adecuado de la repre-
sensación precisamente que nosotros tenemos. Más distintos aún sentación para la ocupación armónica (subjetivamente idónea) de
tenemos que representarnos a los hombres con respecto a lo grato ambas facultades de conocimiento en su libertad, es decir, para
o ingrato que les resulte la sensación de un mismo objeto de los sentir con agrado el estado de la representación. Este agrado tiene
sentidos, y en modo alguno podrá exigirse que todos suscriban el que descansar necesariamente en todos en las mismas condiciones
agrado producido por objetos de esos. Podría calificarse de agrado porque son condiciones subjetivas de la posibilidad de un conoci-
del goce el agrado de esta clase, porque llega al espíritu por me- miento cualquiera, y la proporción de estas facultades de cono-
dio del sentido, manteniéndonos nosotros pasivos. cimiento exigida para el gusto, es la exigible también para el
Por el contrario, el placer que proporciona una acción por su entendimiento común y sano que debe atribuirse a todos. Precisa-
condición moral, no es un agrado del goce, sino de la actividad mente por esto, el que juzga con gusto (si no se engaña en su
propia y de su adecuación a la idea de la destinación de ese placer. conciencia y no toma la materia por la forma, el atractivo por la
Este sentimiento, llamado moral, requiere conceptos y no expone belleza) puede exigir de todos que sientan la idoneidad subjetiva,
una idoneidad libre, sino legal, y tampoco puede comunicarse uni- es decir, el placer que él experimenta en el objeto, y suponer que
versalmente de otro modo que por la razón y aun mediante con- su sentimiento es universalmente comunicable y, por cierto, sin
ceptos racionales prácticos muy determinados si el agrado ha de mediación de conceptos.
ser homogéneo en todos los hombres.
El placer por lo sublime · de la naturaleza, a título de agrado
de la contemplación especulativa, también pretende ser universal- § 40
mente compartido, pero presupone ya oh·o sentimiento, a saber, el
de su destinación suprasensible, que, por oscuro que sea, tiene un Del gusto comq una especie de sensus communis
fundamento moral. En cambio, no me es lícito presuponer como
Se da a menudo la denominación de sentido a la facultad de
absolutamente seguro que otros hombres lo tengan en cuenta y juzgar, cuando, más que su reflexión, es observable el resultado
encuentren un placer en la contemplación de la ruda grandeza de ésta, y se habla entonces de un sentido de la verdad, de un
de la naturaleza (placer que, en verdad, no puede atribuirse al sentido de la conveniencia, de la justicia, etc., a pesar de que
aspecto de ésta, que más bien infunde terror) . Sin embargo, en se sabe, o por lo menos habría que saber sin dificultad, que no es
atención a que hay que contar con aquellas disposiciones morales un sentido en donde estos sentidos puedan tener su asiento y menos
en toda ocasión pertinente, puedo presumir que todos sienten ese aún que éste tenga la menor capacidad para una formulación de
136 137
1·eglas generales, sino que nunca podría producirse en nuestro pen- principios. Son las siguientes: 1~, pensar por sí mismo; 2~, pensar
samiento una representación de esa clase sobre la verdad, la con- poniéndose en el lugar de otro, y 3;;l, pensar estando siempre de
veniencia, la belleza o la justicia, si no pudiéramos elevarnos a acuerdo consigo mismo. La primera es la máxima del modo
facultades de conocimiento más altas pasando por encima de los de pensamiento libre de prejuicios, la segunda del ampliado, y la
sentidos. El entendimiento humano común, que como meramente tercera del consecuente. La primera es la máxima de una razón
sano (aún no cultivado), se considera como lo ínfimo que puede nunca pasiva. La tendencia a esta última, y, por lo tanto, a la
esperarse en todo caso de quien aspire a ser calificado de hombre, beteronomía de la razón, se llama prejuicio, y el mayor de todos
goza también por ello del humillante honor de ser calificado de ellos es la superstición, o sea, el imaginarse no estar sometido a
sentido común, de suerte que con la palabra común (no sólo en leyes en que se apoya el entendimiento a base de su propia ley
nuestra lengua, que da a este vocablo una verdadera doble acep- esencial. Ilustración* se llama al emanciparse de la superstición,
ción, sino también en muchas otras) 1 se designa lo vulgar, lo que porque aunque tal denominación corresponda en general a todo
se encuentra por doquiera, por lo cual el poseerlo no constituye emanciparse de prejuicios, la superstición merece calificarse de
un mérito o excelencia. pxejuicio por excelencia (in senst~ eminenti) porque la ceguera
Pero por sensus communis hay que entender la idea de un en que nos sume y que nos exige, aun como obligada, es lo que
sentido comunitario, es decir, de una facultad de juzgar que en mejor pone de manifiesto la necesidad de ser guiado por otros, y,
idea (a prio1·i) se atiene en su reflexión al modo de representación por lo tanto, el estado de una razón pasiva. En cuanto a la segunda
de los demás, con el objeto de ajustar, por decirlo así, a la razón máxima del modo de pensamiento, ya estamos por lo demás acos-
humana total su juicio, sustrayéndose así a la ilusión que, proce- tumbrados a calificar de limitados (lo conhario de ampliados) a
dente de condiciones personales subjetivas fácilmente confundi- aquellos cuyos talentos no se emplean mayormente (sobre todo
bles con las objetivas, podúa tener sobre el juicio una influencia intensamente) ; pero en este caso no se trata de hacer un uso idó-
perniciosa. Es lo que sucede cuando apoyamos los juicios propios neo de la facultad de conocimiento, sino del modo de pensamiento,
en los de otros, no tanto reales cuanto más bien meramente posi- que, por pequeña que sea la extensión y el grado a que el don
bles, y nos ponemos en el sitio de otros haciendo solamente abs- natural del hombre alcance, revela, sin embargo, a un hombre de
tracción de las limitaciones casualmente inherentes a nuestro propio modo de pensamiento amplio cuando puede sobreponerse a las
juicio, lo cual, a su vez, se debe a que prescindimos todo lo posible condiciones subjetivas personales del juicio, en que tantos otros
de lo que en el estado de representación es materia, es decir, sen- quedan como aprisionados, y reflexionar sobre su pxopio juicio
sación, para fijarnos exclusivamente en las características formales partiendo de un punto de vista general (que sólo puede determi-
de nuestra representación o de nuestro estado de representación. nar colocándose en el punto de vista de otros). La tercera máxima,
Acaso esta operación de la reflexión parezca demasiado alambi- o sea, la del modo de pensamiento consecuente, es la más difícil
cada para que podamos atribuirla a la facultad que calificamos de alcanzar, y para lograrlo se necesita también unir las dos pri-
de sentido común; pero sólo lo parece así cuando se la expresa en meras y practicarlas con una frecuencia que llegue a ser habilidad.
fórmulas abstractas; en sí nada más natural que hacer abstracción
de atractivos y emociones cuando lo que se busca es un juicio que ,. Pronto se ve que la ilustración es una cosa fácil en tesis pero de
lenta y difícil ejecución en hipótesis, porque para el hombre que sólo quiere
sirva de regla general. ser adecuado a su fin esencial y no pretende saber lo que está más allá di'
Las máximas que del entendimiento humano común vamos a su entendimiento, es totalmente fácil proceder con su razón, no pasivamente,
exponer no pertenecen propiamente a este capítulo como partes de sino dándose siempre la ley a si mismo; pero como el afán por ese saber
apenas puede impedirse y nunca dejará de haber otros que con gran con-
la crítica del gusto, pero pueden servir para la ilustración de sus vicción prometen que pueden satisfacer ese afán de saber, tiene que ser muy
dificil mantenerse en lo meramente negativo (en lo cual consiste la verdadera
1 La doble acepción, despectiva en un caso, de esa palabra alemana, ilusb·ación) del modo de pensamiento (sobre todo del público), y aun el
la tiene igualmente la espafíola "ordinario". (N. del T.) llegar a él.

138 139
Puede decirse que la primera de estas máximas es la del entendi- § 41
miento, la segunda la de la facultad de juzgar y la tercera la de
la razón. Del interés empírico por lo bello
Vuelvo a tomar el hilo abandonado con este episodio y digo
que, con mayor razón que el sano entendimiento, puede calificarse Ya hemos expuesto lo suficientemente que el juicio de gusto
de sentido común el gusto, y que la facultad de juzgar estética por el cual declaramos bello algo, no debe tener ningún interés
podría, mejor que la intelectual, llevar la denominación de sentido como razón determinante. Pero de esto no se sigue que, una vez
comunitario*, bien que empleando la palabra sentido en la acep- dado ese juicio como estético puro, no pueda il' asociado a él inte-
ción de un efecto de la mera reflexión sobre el espíritu, pues en- rés alguno. Sin embargo, esta asociación nunca pochá ser sino
tonces se entiende por sentido el sentimiento de agrado. Y hasta indirecta, es decir que, ante todo, el gusto tiene que representarse
podría definirse el gusto como la capacidad de juzgar aquello que asociado con otra cosa para que, al placer de la mera reflexión
hace universalmente comunicable nuestro sentimiento provocado sobre un objeto, podamos unir aún un agrado por su existencia
por una dada representación sin mediación de ningún concepto. (en lo cual consiste todo interés) , puesto que en este caso vale del
La aptitud de los hombres para comunicarse sus pensamientos juicio estético lo que se dijo del juicio de conocimiento (de las co-
requiere también una relación de la imaginación y del entendi- sas en general) : a posse ad esse non valet consequentía. Pero
miento para asociar a los conceptos intuiciones y a éstas, a su vez, eso otro puede ser algo empírico, una inclinación propia de la
conceptos, que confluyen en un conocimiento; pero entonces la . naturaleza humana, o algo intelectual, como cualidad de la volun-
coincidencia de ambas fuerzas espirituales es legal, bajo el imperio tad de ser determinada a ¡n·iori por la razón; ambas cosas pueden
de conceptos determinados. Solamente en el caso de que la ima- contener un placer por la existencia de un objeto, proporcionando
ginación en su libertad despierte el entendimiento, y éste, sin así el fundamento para un interés por lo que gustó ya de por sí
conceptos, ponga la imaginación en un juego regular, se comunica y sin atender a cualquier interés.
la representación, no como pensamiento, sino como sentimiento Empíricamente, lo bello interesa sólo en sociedad, y si admite
interno de un estado idóneo del espíritu. la tendencia a la sociedad como natw·al en el hombre, y la apti-
El gusto es, pues, la facultad de juzgar a priori la comunica- tud para ella y la propensión a ella, es decrr, la sociabilidad, como
bilidad de los sentimientos asociados a una representación dada requisito del hombre como criatura destinada a la sociedad, es de-
(sin mediación de un concepto). cir, como cualidad correspondiente a la humanidad, es imposible
Si cupiera admitir que la mera comunicabilidad general de que deje de considerarse también el gusto como una facultad de
su juicio provoca ya de por sí un interés (cosa que no estamos juzgar todo aquello mediante lo cual es posible comunicar aun el
autorizados a deducir de la condición de una facultad de juzgar sentimiento propio a todos los demás, y, por lo tanto, como medio
meramente reflexionan te), se explicaría de dónde viene que el de fomentar aquello a que por inclinación natural todos tendemos.
sentimiento de los juicios de gusto pueda atribuirse a todos como Un hombre abandonado en una isla desierta no engalanaría
una especie de deber. para si solo su cabaña ni su persona, ni buscaría flores, y menos las
plantaría, para adornarse con ellas; antes bien sólo en sociedad
se le ocurre ser no sólo hombre sino también, a su manera, hombre
cortés (el principio de la civilización), pues de tal se juzga quien
desea y sabe participar su agrado a los demás, y a quien no satis-
face un objeto si no puede compartir con otros el placer que le
cause. También cada cual espera y requiere de todos el respeto
"' Podría denominarse sensus communis aestheticus el gusto y sensus por la comunicación general, como si dimanara de un contrato
communis logicus el entendimiento humano común. originario dictado por la humanidad misma, y así, cosas que ini-
140 141
\
\
§ 42
cialmente son sólo atractivos, por ejemplo, colores para pintarse
(el cadmio de los caribes o el cinabrio de los iroqueses), o flores, Del inte1·és intelectual p01· lo bello
veneras, plumas de bellos colores y con el tiempo también bellas
formas (en canoas, vestidos, etc.), que no implican deleite alguno, Animados de nobles propósitos, quienes se sentían inclinados
es decir, placer de goce, acaban notoriamente por adquirir impor- a orientar al fin último de la humanidad, a saber, a lo moralmente
tancia social revistiéndose de gran interés, hasta que, por último, bueno, todas las ocupaciones de los hombres, a que los mueve su
la civilización llegada a su punto culminante las considera casi intima disposición natural, consideraron como sintoma de buen ca-
obra principal de la afición refinada, y sólo considera valiosas las rácter mo,ral el hecho de sentir cualquier interés por lo bello; pero
sensaciones en la medida en que son susceptibles de comunicadón no sin fundamento les replicaron otros, invocando la experiencia,
general, de suerte que, aunque el agrado que cada cual siente por que siendo los virtuosos del gusto, no sólo a menudo sino aun
ese objeto sea insignificante y de por sí sin interés notable, la idea habitualmente, vanidosos, obstinados y presos de funestas pasiones,
de su comunicabilidad universal amplía su valor casi hasta el acaso ellos menos que nadie puedan aspirar a la excelencia que
infinito. confiere la adhesión a los principios morales, y así parece no sólo
Este interés indirectamente incorporado a lo bello por la in- que el sentimiento de lo bello es especificamente distinto del sen-
clinación a la sociedad, interés, por lo tanto, empírico, no tiene timiento moral (como efectivamente lo es), sino también que el
para nosotros importancia alguna a este respecto, pues a nosotros interés que puede unirse a ese sentimiento dfícilmente resulta
sólo nos importa lo que, aunque sólo sea indil"ectamente, pueda conciliable con el moral, y en modo alguno a base de una íntima
tener relación con el juicio de gusto a p1"iori. En efecto, aunque afinidad.
en esta forma se descubriera un interés asociado a ella, el gusto Ahora bien, aunque transijo gustosamente en que el interés
descubril"Ía un paso de nuestra facultad de juzgar desde el goce por lo bello del arte (incluyendo en éste también el uso artificial
sensible al sentimiento moral, y no solamente que de esta suerte nos de las bellezas naturales para el arreglo, y, por lo tanto, para la
sintiéramos mejor guiados para dar al gusto ocupación adecuada, vanidad) no proporciona prueba alguna de un modo de pensa-
sino que además se representaría un miembro intermedio de la miento adicto a lo moralmente bueno o siquiera inclinado a ello,
cadena de facultades humanas a priori, de las cuales tiene que sostengo, en cambio, que el tomarse un interés directo por la be-
depender toda legislación. Del interés empírico por los objetos lleza de la naturaleza (no el mero gusto par·a juzgarla), consti-
del gusto, y aun por el mismo gusto, puede decil"se perfectamente tuye siempre indicio revelador de un alma buena, y que, siendo
que como éste se entrega a la inclinación, por refinada que sea, se habitual ese interés, indica por lo menos una disposición de ánimo
funde gustosamente con todas las inclinaciones y pasiones, que favorable al sentimiento moral, si se asocia fácilmente a la con-
en la sociedad alcanzan su máxima variedad y su fase más elevada, templación de la naturaleza. Téngase presente a este respecto que
y el interés por lo bello, cuando en ellas se apoya, no puede pro- me refiero propiamente a las formas bellas de la naturaleza, de-
vocar sino un tránsito muy equívoco de lo agradable a lo bueno. jando de lado todavía los · atractivos que en tan gran cantidad
Pero tenemos razones para investigar si este tránsito no puede fo- suele asociar a aquéllas, porque el interés por ellos es también
mentar tal vez mediante el gusto tomándolo en su pureza. directo, sí, pero sólo empírico.
Quien en la soledad (y sin ánimo de comunicar a otros sus
observaciones) contempla la bella figura de una flor silvestre, de
un pájaro, insecto, etc., para admirarla y deleitarse con ella, sin
renunciar gustosamente a dejar perdérsela en la naturaleza aun-
que con ello se cause a si mismo un perjuicio y, menos aún, con
el propósito de que de ello pudiera resultarle algún proyecho, se

143
\
\ .
•'•, 142
\ .. . liii!UOTECA
. ~~~"f ...CARLOS GAVIftlA olA¡
... n. ..,.. ..
toma un interés directo, e intelectual, por la belleza de la natu- conceptos nos permite juzgar formas, encontrando en el mero
raleza; es decir, lo que le gusta no es únicamente su producto por juicio de éstas un placer que al propio tiempo atribuimos a todos
sus formas, sino también su existencia, sin que en ello intervenga como regla, sin que ese juicio se funde en interés alguno ni lo
ningún estímulo de los sentidos y sin que a ello vaya asociado provoque. Tenemos, también por otra parte, una facultad de juz-
fin alguno. gar intelectual, que nos permite determinar a priori un placer para
Pero en este caso es curioso que si, con el propósito de enga- meras formas de máximas prácticas (en cuanto por sí mismas se
ñar a ese amante de lo bello, alguien pusiera en la tiena flores califican para la legislación general), placer que atribuimos a
artificiales (que pueden fabricarse enteramente semejantes a las todos como ley, sin que nuesb·o juicio se funde en ninguna clase
naturales) o colocara en las ramas de los árboles pájaros tallados de interés, aunque sí lo provoca. El agrado o desagrado se lla-
artificialmente, y luego viniera él a descubrir el engaño, si bien ma en el primer juicio, del gusto; en el segundo, del sentimiento
desaparecería entonces el interés directo que antes le inspiraran moral.
esas bellezas, tal vez se desanollaxa en él otro que sustituycxa al Pero como a la razón le interesa también que las ideas (para
anterior, el interés de la vanidad de decorar con esos objetos su las cuales provoca en el sentimiento moral un interés directo)
morada para la vista de los extraños. El pensamiento de que tengan también realidad objetiva, es decir, que la naturaleza re-
la naturaleza ha producido esa belleza, debe acompañar necesa- vele por lo menos un indicio o dé a entender que contiene en
riamente la intuición y la reflexión, y únicamente en este pensa- sí algún fundamento paJa suponer una coincidencia legal de sus
miento se basa el interés directo que esa belleza inspira; en caso productos con nuestro placer desprovisto de todo interés (placer
contrario, sigue habiendo sólo un mero juicio de gusto ajeno a que a priori reconocemos a todos como ley, aun sin poder fun-
todo interés, o un juicio asociado a un interés directo, a saber, darlo en pruebas), toda manifestación de la naturaleza, que re-
referido a la sociedad, y éste no revela un indicio seguro de un vele una coincidencia semejante a ésa, habrá de inspirar necesa-
modo de pensamiento moralmente bueno. riamente un interés a la razón, y, en consecuencia, no cabe que
Esta ventaja de la belleza natural sobre la artística (aun en el espíritu medite sobre la belleza de la naturaleza sin que al
el caso de que ésta supere a aquélla por la forma), consistente propio tiempo se sienta interesado en ella. Pero ese interés es,
en ser aquélla la única que inspira un inrerés directo, coincide por su parentesco, moral, y quien lo sienta por lo bello de la
con el modo de pensamiento depurado y profundo de todos los naturaleza, necesita para sentirlo por ello haber fundado ya pre-
hombres que cultivaron su sentimiento moral. Si un hombre do- viamente su interés por lo moralmente bueno. Por consiguiente,
tado de suficiente gusto para juzgar con la mayor exactitud y tenemos razones de suponer por lo menos una disposición para
delicadeza sobre los productos del arte bello, abandona gustoso sentimientos morales buenos en aquél que se interese directamen-
su mansión, provista de aquellas bellezas gratas a la vanidad o en te por lo bello de Ja naturaleza.
todo caso a las satisfacciones sociales, y se vuelve a lo bello de Se dirá que esta interpretación de los juicios estéticos por su
la naturaleza para encontrar una especie de voluptuosidad en su parentesco con el sentimiento moral tiene un aspecto demasiado
espíritu dejando correr su pensamiento por sendas a que él por estudiado para que podamos considerarla verdadera interpretación
sí solo nunca llegaría totalmente, consideraremos con gran respeto de la escritura cifrada con que en sus bellas formas nos habla en
ésta su elección y presupondremos en él un alma bella, a que no sentido figurado la naturaleza. Pues bien, en primer lugar, este
podrá aspirar ningún conocedor ni amigo del arte a causa del interés directo por lo bello de la naturaleza no es realmente co-
interés que le inspire su objeto. ¿Cuál es, pues, la diferencia entre mún, sino sólo propio de aquellos cuyo modo de pensamiento se
tan distintas estimaciones de dos clases de objetos que difícil- halla ya cultivado para lo bueno o resulta sumamente apropiado
mente podrían disputarse la preferencia en el juicio del mero para ese cultivo; además, la analogía entre el juicio de gusto puro,
gusto? que, sin depender de ninguna clase de interés, hace sentir un
Tenemos la facultad de juzgar simplemente e stética, que sin placer y lo representa al propio tiempo a priori como apropiado

144 145
a la humanidad, y el juicio moral, que hace lo propio a base dé ]a de amabilidad; 59, a la de modestia; 69, a la de firmeza, y 79,
conceptos, aun sin meditación clara, sutil y deli?erada, co~duce a la de ternura. El canto de los pájaros anuncia, con su existencia,
a un interés igualmente directo tanto por el obJeto del prunero la alegría y el contento. Por lo menos así interpretamos la natu-
como por el del segundo, con la sola diferencia de que aquél es raleza, sea tal o no su intención, pero este interés que nos inspira
un interés libre y éste uno fundado en leyes objetivas. A él se la belleza en este caso, necesita de todo punto que la belleza lo
añade todavía la admiración de la naturaleza que en sus bellos sea de la naturaleza, y desaparece totalmente en cuanto adver-
productos se muestra como arte, no sólo por azar sino como si timos que estamos en un error y que sólo es arte, hasta el punto
fuera deliberadamente, según disposición legal y como idoneidad que luego el gusto no puede encontrar nada bello en ello, ni nada
sin un fin, y no encontrando éste en parte alguna exterior, lo bus- atractivo la vista. ¿Qué más ensalzado por los poetas que la arre-
camos natw·almente en nosotros mismos, y ciertamente en aquello batadora belleza del trino del ruiseñor en un soto solitario a la
que constituye el fin último de nuestra existencia, a saber: la des- suave luz de la luna en una serena noche de verano? Y, sin em-
tinación moral (aunque su demanda acerca del fundamento de bargo, se sabe de más de un anfitrión bromista que teniendo a
la posibilidad de tal idoneidad natural, no se tratará hasta llegar huéspedes deseosos de gozar de los aires del campo y no dispo-
a la Teleología). niendo de semejante cantor, los babia engañado proporcionán-
Fácil es explicar también que el placer por el arte bello en doles una inmensa alegría a base de esconder en un soto a un
el juicio de gusto puro, no esté igualmente unido con un interés travieso rapaz que (con una caña o tubo en la boca) sabía imi-
directo como el placer que se siente por la naturaleza bella. En tar ese trino de modo muy semejante al natural. Pero una vez
efecto, puede aquel arte ser una imitación de ésta hasta el punto convencidos del engaño, nadie soportará mucho tiempo ese canto
de confundirse con ella, y entonces produce el mismo efecto que que antes encontrara tan atractivo, y lo propio ocurre con cual-
la belleza (tenida por) natural, o bien ser un arte notoriamente quier otro pájaxo cantor. Es necesario que sea la natura~eza,. o
dirigido con intención a nuestro placer, y entonces el pla~er por que por tal la tengamos, P,ara que lo bello como tal. no~ msprre
ese producto se obtendría directamente por el gusto, pero sm otro un interés directo, y más aun, para pretender que lo msp1re a los
interés, como indirecto, por la causa que le sirve d~ fundamento, demás; y así es, en efecto, pues consideramos zafio y poco dis-
es decir, por un arte que pueda interesar por su fm y nunca. en tinguido el modo de pensar de quienes carecen de sentimiento
sí mismo. Acaso se diga que también ocurre así cuando un obJeto por la naturaleza bella (pues así denominamos la capacidad de
de la naturaleza solamente interesa por su belleza en cuanto se sentir interés por su contemplación) y prefieren gozar de las sen-
incorpora a ésta una idea moral; pero lo que interesa directame~­ saciones de los sentidos comiendo o bebiendo.
te no es este objeto, sino la cualidad en sí de su belleza de cali-
ficarse para semejante incorporación, que le es, pues, inherente.
Los an·activos de la naturaleza bella, que tan a menudo se §43
encuentran como fundidos con la forma bella, se deben bien a las
modificaciones de la luz (en el colorido), bien a las del sonido (en Del arte en general
los tonos), pues ellas son las únicas sensaciones que hacen posi-
ble no sólo el sentimiento de los sentidos sino también la reflexión l. El arte se distingue de la naturaleza, como el hacer (fa-
sobre la forma de estas modificaciones de los sentidos, contenien- cere) del obrar o actuar en general {agere), y el producto o
do en sí de esta suerte una especie de lenguaje que nos conduce consecuencia del primero, como obra ( opus), del de la segunda,
a la naturaleza y parece tener un sentido superior. Así, el color como efecto ( effectus) .
blanco del lirio parece disponer el espíritu a ideas de inocencia, Lícitamente sólo cabría calificar de arte lo producido con
y la serie de los siete colores, del rojo al violeta: 19, a la idea libertad, es decir, mediante una voluntad cuyos act~s tienen por
de sublimidad; 29, a la de intrepidez; 39, a la franqueza; 49, a fundamento la razón, pues aunque se suela denommar obra de
146 147
arte el producto de las abejas (los panales construidos con regu- decir, ocupación, en sí agradable, que puede resultar adecuada
laridad), se hace así atendiendo únicamente a la analogía de este (lograda); mientras que el segundo, como trabajo, es decir como
producto con la obra de arte; pero en cuanto se advierte que las ocupación en sí desagradable (molesta), y atractivo sólo por su
abejas no hacen un trabajo fundado en una reflexión racional, efecto (por ejemplo: la retribución), puede, por ello, tener que
se dice en seguida que éste es un producto de su naturaleza (del ser impuesto coactivamente. Un punto de vista distinto del adop-
instinto) y como rute se atribuye sólo a su creador. tado en este caso hay que tomar para decidir si en la jerarquía
Si explorando un yacimiento de turba se encuentra, como de las profesiones debe considerarse artistas a los relojeros y sólo
ha ocurrido a veces, un trozo de madera tallada, no se dice que artesanos a los herreros; ese criterio será la proporción de talen-
sea producto de la naturaleza, sino del arte; la causa que la 1 to que necesite tener como base una u otra de esas ocupaciones.
produjo, pensó en un fin, al cual debe su forma ese producto. No vamos a referirnos al hecho de si entre las siete artes libera-
Por lo demás, se considera perfectamente arte todo cuanto está les no cabría citar alguna que deba clasificarse entre las ciencias
dispuesto de suerte que su representación en su causa tiene gue y algLma también que baya de compararse con el artesanado; en
preceder a su 2 realidad (como ocurre con el mismo caso de las cambio, frente a algunos educadores modernos convencidos de
abejas), aunque sin que sea necesario que el efecto haya sido que el mejor modo de fomentar un arte libre es emanciparlo
pensado por la causa; sin embargo, cuando se califica simplemen- de toda coacción, transformándolo de trabajo en mero juego, no
te de obra de arte algo, para distinguirlo de un efecto natural, se será inoportuno recordar que en todas las artes liberales se re-
entiende siempre por ello una obra de los hombres. quiere alguna sujeción, o, como se llama, un mecanismo (por
2. El arte como habilidad del hombre se distingue tambi6n ejemplo, en el arte poético, la corrección y riqueza del lenguaje,
de la ciencia (el poder, del saber), como la facultad práctica de al igual que la prosodia y la medida de las sílabas), sin el cual el
la teórica, como la técnica de la teoría (como la agrimensura espíritu que tiene que ser libre en el arte, animando únicamente
de la geometría). Y entonces no se llama arte tampoco lo que se la obra, carecería de cuerpo y se evaporaría enteramente.
puede hacer en cuanto se sabe ya lo que hay que hacer, cuando,
por lo tanto, se conoce suficientemente el solo efecto deseado.
Sólo se llama arte aquello que, aun siendo enteramente conoci- §44
do, requiere, sin embargo, que se adquiera previamente la habi-
lidad para hacerlo; en eso consiste el arte. Camper describe muy Del arte bello
exactamente cómo tiene que estar hecho el mejor zapato, pero
es indudable que él no habría sabido hacerlo*. No hay ciencia de lo bello, sino sólo crítica, ni ciencia bella,
El rute se distingue asimismo del artesanado; el primero se sino sólo arte bello. En efecto, en cuanto a la primera, habría
llama liberal, mientras que el segundo puede calificarse también que resolver en ella científicamente, es decir, por argumentos, si
de retribuido. El primero se considera como si fuera juego, es algo debe ser considerado bello o no, y si perteneciera a la cien-
cia, el juicio sobre la belleza dejaría de ser juicio de gusto. En
1 Vorlander sustituye '1a" por "lo"; pronombre, pues, cuyo antecedente
cuanto a la segunda, pretender que una ciencia como tal, tuviera
sería, no "arte", sino "producto". (N. del T.) que ser bella, constituiría un absurdo, pues al pedirle, como
2 Adoptamos la corrección de Windelband, aceptada también por Vor-
lander, haciendo observar que "su causa" y "su realidad" se refieren a "todo ciencia, razones y pruebas, contestaría con primorosas sentencias
cuanto" y no a "su representación" como habría que leer respetando el ori- ("bonmots" =ingeniosidades) . Lo q ue dio lugar a la expresión
ginal. (N. del T.) corriente de ciencia bella, no es sin duda más que el hecho de
,. La gente de mi tierra, cuando se les plantea un problema como el que para las bellas artes en toda su perfección, se requiere un
del huevo de Colón, suele decir: Eso no es arte, es sólo ciencia. Es decir,
sabiéndolo, puede hacerse, y lo propio dice de todas las presuntas artes del gran saber, por ejemplo: conocimiento de lenguas antiguas, haber
prestidigitador; en cambio, jamás discutirá que sea arte el del acróbata. leído mucho los autores considerados clásicos1 historia~ conocí-

148 149
miento de las antigüedades, etc., y como estas ciencias históricas §45
constituyen la necesaria preparación y fundamento para las bellas
artes, y en parte también porque en ellas está comprendido el El arte bello es arte en cuanto al pt·opio tiempo parece
conocimiento de los productos del arte bello (elocuencia y poé- ser naturaleza
tica), por una confusión de palabras se ha venido a clasificarlas
de ciencias bellas. Un producto del arte bello tiene que dar la conciencia de
Si el arte apropiado al conocimiento de un objeto posible, se que es arte y no naturaleza; pero la idoneidad de su forma tie-
limita a ejecutar los actos requeridos para convertirlo en real, ne que presentarse tan libre de toda sujeción a reglas voluntarias
es arte mecánico; llámase, en cambio, estético, si tiene como pro- como si fuera producto de la pum natmaleza. En este sentimiento
pósito inmediato el sentimiento del agrado. El arte estético pue- de la libertad en el juego de nuestras facultades de conocimien-
de ser, a su vez, agradable o bello, según que su fin sea que el to, que al propio tiempo tiene que ser conforme a un fin, se basa
agrado acompañe las representaciones como meras sensaciones o aquel agrado único susceptible de comunicarse universalmente
como medios de conocimiento. sin necesidad de apoyarse en conceptos. Ya vimos que la natu-
Son artes agradables las que tienen como {mica finaHdad el raleza era bella cuando al propio tiempo tenía el aspecto de arte,
goce; lo son todos los atractivos que pueden deleitar a las comen- y el arte sólo puede ser denominado bello cuando tenemos con-
sales que se sientan en derredor de una mesa: el relato divertido, ciencia de que es arte y, sin embaJgo, presenta el aspecto de
la habilidad de provocar entTe los reunidos una conversación naturaleza.
franca y animada, de imprimirle con chanzas y risas cierto tono Entonces, tanto con respecto a la belleza natmal como a la
de regocijo, donde, se puede, según el dicho, charlar a troche y artística, podemos decir de modo general: bello es lo que gusta
moche, sin que a nadie quepa hacer responsable por lo que di- en el mero juicio (no en la sensación sensorial ni mediante un
jera, pues no tuvo otro propósito que la diversión del momento concepto). Ahora bien, si eso fuera mera sensación (algo mera-
ni había de servir de materia permanente para ulteriores refle- mente subjetivo) que hubiera de ir acompañada de agrado, ese
xiones y conversaciones. (Así puede clasificarse también el modo producto sólo gustaría en el juicio por medio del sentimiento de
de arreglar la mesa para el goce, y aun, tratándose de grandes los sentidos. Si la intención se encaminara a producir un objeto
festines, la música que los acompaña, cosa admirable cuya única determinado, ese objeto, si se obtenía por arte, sólo gustaría por
finalidad estriba en mantener animado el espíritu de los convida- conceptos. Y en ambos casos, el arte no gustaría en el mero jui-
dos gracias a liD sonido agradable y como nadie presta la menor cio, es decir, como bello, sino como mecánico.
atención a su composición, favorece la libre conversación de Jos Por consiguiente, la idoneidad del producto del arte bello,
asistentes con sus vecinos.) También figman en este orden todos aunque sea deliberada, no debe parecerlo; es decir, el arte be-
los juegos que no tienen otro interés que el de ayudar a pasar llo debe considerarse como natmaleza aunque se tenga conciencia
el tiempo sin darse cuenta. de que es arte. Y un producto del arte aparece como naturaleza
Arte bello es, por el contrario, un modo de representación por el hecho de que aun habiéndose alcanzado toda la precisión
idóneo por si mismo y que, aun sin finalidad, estimula el cultivo en el acuerdo con las reglas únicamente gracias a las cuales el
de las fuerzas espil"ituales para la comunicación social. producto puede llegar a ser lo que se pretende que sea, eso se
La comunicabilidad universal de un agrado implica ya en su logra sin meticulosidad, sin transparentarse la forma académica,
concepto que este agrado no puede serlo de goce, proveniente es decir, sin la menor huella de que el artista haya tenido pre-
de mera sensación, sino que tiene que serlo de la reflexión; y así, sente las reglas, que pudieran haber puesto trabas a sus energías
el arte estético, como arte bello, es el que tiene como norma la espirituales.
facultad de juzgar especulativa y no la sensación sensorial.

150 151
§ 46 a su genio, no sepa él mismo cómo se han juntado en él las ideas
para ello, ni siquiera esté en su poder imaginarlas a voluntad o
El arte bello es mte del genio siguiendo un plan y comunicarlas a otros en preceptos que los
pongan en condiciones de obtener productos análogos. (De ahí
Genio es el talento (don nattiral) que da la regla al arte. también que haya lugar a suponer que la palabra genio proceda
Y como el talento, como facultad innata productiva del artista, de genius, el espíritu peculiar que desde su nacimento le fue dado
pertenece a la naturaleza, podría decirse que genio es la dispo- a un hombre para que lo protegiera y dirigiera y de cuya inspi-
sición natural del espíritu (ingenio) mediante la cual la natura- ración procedieron aquellas ideas originales). 49, que mediante
leza da la regla al arte. el genio la naturaleza da la regla no a la ciencia sino al ~' y
Como quiera que se juzgue esta definición, bien como mera- ello únicamente en cuanto este último haya de ser arte bello.
mente arbitraria, bien adecuada o no al concepto que se suele
asociar a la palabra genio (cosa que vamos a dilucidar en el
capítulo siguiente), de antemano puede demostrarse ya que según § 47
la significación que aquí damos a la palabra, las bellas artes han
de considerarse necesariamente como artes del genio. Dilucidación y confirmación de la antet'ior definición del genio
En efecto, todo arte presupone reglas que requieren ser pre-
viamente establecidas para que se represente como posible un Todos están de acuerdo en que el genio es díameh·almente
producto que se pretende calificar de artístico. Pero el concepto opuesto al espíritu de imitación. Y como aprender no es sino imi-
de arte bello no admite que el juicio sobre la belleza de su pw- tar, no puede considerarse genio ni la más poderosa capacidad
ducto sea derivado de ninguna regla que como fundamento de de asimilación, la aptitud, como tal, para aprender. Pero aun
determinación tenga un concepto, o sea que se funde en un con- cuando se piense o invente por sí mismo, sin limitarse a asimilar
cepto del modo en que sea posible ese producto. Por consiguien- lo que otros pensaron, y 3un descubriendo algo para el arte o la
te, el arte bello no puede inventar por sí mismo la regla ~n vir- ciencia, no por eso se tiene razón lícita para calificar de genio
tu de la cual haya de cre~n su producto. Pues bien, como sm una a una inteligencia tal (a menudo poderosa - a diferencia de
regla previa no es posible calificar de arte un producto, por ne- aquellas que jamás podrán hacer otra cosa que aprender e imi-
cesidad debe la naturaleza dar en el sujeto (y mediante la dispo- tar); pues eso habría podido aprenderse también, figurando, por
sición de las facultades de éste) la regla al arte, es decir que el lo tanto, en la senda natural del investigador y reflexionar según
arte bello sólo es posible como producto del genio. reglas, sin que sea espccHicamentc distinto de lo que aplicándose
De esto resulta: 19, que genio es un talento para producir puede adquirirse por imitación. Así, todo cuanto en su obra
aquello para lo cual no cabe dar una regla determinada, y no inmortal sobre los principios de la filosofia natural expuso New-
una habilidad en cierne para aquello que puede aprenderse me- ton, por grande que fuese la inteligencia requerida para encon-
diante alguna regla; por consiguiente, que la originalidad tiene trarlo, puede muy bien aprenderse; en cambio, no es posible
que ser su cualidad primera. 29, que, como puede haber tam- aprender a componer poesía con ingenio por detalladas que sean
bién un disparate original, es necesario que sus productos sean las reglas de la retórica y por excelentes que sean sus modelos.
al propio tiempo modelos, es decir, ejemplares; y, en consecue~­ La causa de ello está en que Newton pudo presentarse, no sólo
cia, que, no debiendo su origen a la imitación, tengan que SerVil' a sí mismo sino a cualquier otro, y de modo perfectamente claro
a otros en este sentido, es decir, de canon o regla para juzgar. y susceptible de imitación, todo el proceso que tuvo que seguir
39, que el genio no pueda describir por sí mismo ni indicar cien- desde los primeros elementos de la geometría hasta sus grandes
tíficamente cómo obtiene su producto, sino que él, como natura- y profundos descubrimientos; en cambio, ni un Homero ni un
leza, dé la regla; de ahí que el autor de un producto, que debe Wieland puede rposh·ar cómo surgieron y se ensamblaron en su
152 153
cabeza sus ideas tan fantásticas y, no obstante, tan llenas de sen- primero mero arte de la aplicación y del aprendizaje, y el segun-
tido, porque, no sabiéndolo siquiera ellos mismos, mal podrían do del genio, no existe ningún arte bello en que no haya algo
enseñarlo a otros. En lo científico, pues, el gran descubridor sólo mecánico que pueda ser comprendido y seguido mediante reglas,
por el grado se distingue del laborioso imitador y estudioso, dife- y, en consecuencia, algo académico es la condición esencial del
renciándose, en cambio, específicamente de aquel a quien la na- arte, puesto que en él hay que concebir algo como fin; de otra
turaleza dotó para el arte bello. Sin embargo, esto no implica suerte, su producto no podría atribuirse a ningun' arte sino oue
que se rebaje en lo más mínimo el mérito de esos grandes hom- serÍ a _mero producto del azar. Pero para realizar un fin ' se requie-
'

bres a q uienes tanto debe el género humano, si los comparamos ren c1ertas reglas de las cuales no es posible librarse. Ahora bien
con aquellos a quienes la naturaleza favoreció en su talento para como la originalidad del talento constituye uno de los elemento~
el arte bello. La misma circunstancia de que aquel talento está e_senciales (pero no la única) del carácter del genio, hay espíritus
destinado a perfeccionar de modo progresivamente creciente los ligeros q ue para demostrar que son genios en cierne no encuen-
conocimientos y todas las ventajas de ellos derivadas a la vez tran nada mejor que emanciparse de la sujeción académica de
que a instruir a otros en esos mismos conocimientos, ie confiere toda regla, creyendo que se puede evolucionar mejor en un caba-
una mayor preeminencia frente a quienes gozan del honor de ser llo saJ:vaje que en uno domado. E l genio sólo puede proporcionar
calificados de genios, pues para éstos el arte se detiene en algún ma~~nal abundante ~ara productos del arte bello; pero su elabo-
punto en que se le pone un límite que no puede llevar más allá, raclOn y forma reqmeren un talento ejercitado académicamente
y que, asimismo, es de suponer que hace mucho tiempo está al- para poder hacer de él un uso que se sostenga ante la facultad
canzado ya y no puede ensanchru·se más, y, además, esa aptitud de _juzgar. Y .si aun en cosas. de la más minuciosa investigación
tampoco puede transmitirse, sino que a cada uno le es concedida rac10nal algmen habla y dec1de como un genio, resulta comple-
directamente por la mano de la naturaleza, extinguiéndose, pues, tamente ridículo; no se sabe a punto fijo si hay que reírse más
con él, hasta que la naturaleza vuelva a dotar igualmente a otro del charlatán que levanta a su ab:ededor tanto humo que nada
que no necesita más que un ejemplo p ara hacer producir de mod~ puede juzgarse con daridad aunque tanto más margen cobre la
semejante al talento de que tiene conciencia. fantasía, o del público que se imagina sinceramente que su inca-
pacidad de conocer y comprender claramente aquella obra maes-
Como el don natural debe dar la regla al arte (como arte tra de ]a inteligencia se debe a que se ]e arrojan nuevas verdades
bello), ¿de qué clase es, pues, esta regla? N o parece servir de en verdaderas masas, pareciéndole, en cambio, que el detalle (me-
precepto redactado en alguna fórmula, pues de otra suerte el jui- diante explicaciones comedidas y un examen académico de los
cio sobre lo bello seria determinable por conceptos, antes bien principios) es cosa de meros aprendices.
la regla debe abstraerse del hecho. es decir, del producto en que
otros ejerciten su talento, para servirse de aquel modelo no para
copiarlo sino para imitarlo. Cómo sea posible esto, es cosa difícil §48
de explicar. Las ideas del artista suscitan ideas análogas en su
discípulo cuando éste fue dotado por la naturaleza de una pro- De la relaci6n del genio con el gusto
porción análoga de energías espirituales. De ahí que los modelos
del arte bello sean los únicos medios de transmisión para traerlo Para juzgar los objetos bellos, como tales, se requiere gusto,
a la po~teridad, cosa que no puede hacerse a base de simples y, para el arte bello, o sea, para producirlos, genio.
descnpc10nes (sobre todo, no puede hacerse en el sector de las
artes elocutivas), y aun en éstas sólo pueden llegru· a ser clásicos Si se considera que el genio es el talento para el arte bello
los modelos de las lenguas antiguas, muertas y en la actualidad (como implica la significación propia de la palabra) y a este
conservadas sólo como cultas. propósito se quiere descomponerlo en las distintas facultades que
Aunque el arte mecánico difiere mucho del bello, por ser el deben reunirse para constituir ese talento, es necesario determi-

154 155
nar exactamente, ante todo, la diferencia entre la belleza natural, basada en la pura imaginación, se representa el objeto como si se
cuyo juicio requiere sólo gusto, y la artística, cuya posibilidad impusiera al goce contra el cual nos rebelamos con fuerza, con
(que hay que tener en cuenta también para el juicio de un ob- lo cual en nuestra sensación desaparece la diferencia entre la re-
jeto de esa índole) requiere genio. presentación artística del objeto y la natw-aleza del objeto mismo,
Una belleza natural es una cosa bella; la belleza artística es resultando imposible entonces que aquélla sea tenida por bella.
una representación bella de una cosa. También el arte escultórico, en cuyos productos casi se confunde
Para juzgar una belleza natural como tal, no necesito tener el arte con la naturaleza, excluyó de sus formaciones la represen-
previamente un concepto de qué clase de cosa sea el objeto; es tación directa de objetos feos, habiéndose permitido representar-
decir, no tengo necesidad de conocer la finalidad material (el fin ), Jos solamente, por ejemplo: la muerte (en un genio bello) o el
sino que en el juicio la mera forma gusta por sí misma sin cono- ardor bélico (en Marte) mediante una alegoría o atributos, que
cimiento del fin. Pero si el objeto es dado a título de producto produzcan un efecto grato, o sea, sólo indirectamente mediante
de arte y se pretende que, como tal, sea declarado bello, es ne- una interpretación de la razón y no para la pura facultad de juz-
cesario fundarse previamente en un concepto de lo que pretenda gar estética.
ser la cosa, porque el arte presupone siempre un fin en la causa Es cuanto podemos decil' de la representación b ella de un
(y en su causalidad); y como la concordancia de lo diverso en objeto, representación que propiamente es sólo la forma de la
tma cosa para la determinación intrínseca de ésta como fin, es la exposición de un concepto mediante la cual éste es universalmente
perfección de Ja cosa, para juzgar la belleza artística habrá que comunicado. Pero para dar esta forma al producto del arte bello,
tener en cuenta al propio tiempo la perfección de la cosa, cues- se requiere únicamente gusto, y a éste se atiene el artista en su
tión que no se plantea en Jo más mínimo para juzgar una belleza obra tras haberlo ejercitado y depurado mediante diversos ejem-
natural (como tal). Y si bien en el juicio, sobre todo de seres plos de la natw-aleza o del arte, y después de varios ensayos, a
animados de la naturaleza, como un hombre o un caballo, se suele menudo laboriosos, encuentra la forma que le satisface; de ahí
también tener en cuenta, para juzgar de su belleza, la finalidad que ésta no pueda considerarse como cosa de inspiración o de una
objetiva, entonces el juicio deja de ser estético puro, es decir, libre exaltación de las energías espirituales, antes bien constituye
mero juicio de gusto; ya no se juzga la naturaleza tal como apa- una labor lenta, y aun penosa, de rectificación que, haciendo ade-
rece como arte, sino en ·cuanto realmente es arte (aunque sobre- cuada la forma al pensamiento, no redunde en detrimento de la
humano), y el juicio teleológico sirve de base y condición al libertad en el juego de esas facultades.
estético para que éste lo tenga necesariamente en cuenta. En un Pero el gusto es sólo una facultad de juicio, no una facultad
caso semejante, por ejemplo, al decir: "esto es úna mujer bella", productiva, y el hecho de que una obra está conforme con él no
lo único que en realidad se piensa, es : la naturaleza representa le imprime el carácter de obra de arte bello; puede ser perfecta-
bellamente en su figura los fines de la estructura femenina - mente un producto perteneciente al arte útil y mecánico o aun
puesto que, más allá de la mera forma, hay que mirar hacia un a la ciencia, efectuado según detetminadas reglas q ue deben ser
concepto para que el objeto sea concebido de esta suerte mediante aprendidas y exactamente observadas. Pero la forma grata que
un juicio estético lógicamente condicionado. se le da, es únicamente el vehículo de la comunicación y una
La excelencia del arte bello estriba precisamente en describil' manera, por decirlo así, de la presentación, con respecto a la
bellamente cosas que en la natmaleza son feas o desagradables. cual (a la presentación) se sigue conservando aún cierta libertad,
Las furias, enfermedades, dcsvastaciones de la guerra, etc., pue- aunque, por Jo demás, ésta se halle supeditada a determinado
den ser descritas muy bellamente como calamidades, y aun ser fin. Así se exige, por ejemplo, que el ajuar de una mesa o tam-
representadas en cuadros; sólo hay una clase de fealdad que no bién una . disertación moral y aun un sermón, tenga en sí esa
puede representarse en su natmalidad sin arruinar todo placer forma del arte bello, pero sin que parezca buscada, y no por ello
estético: la que inspira asco, puesto que en esta rara sensación, será calificada de obra del arte bello. Lo será, sí, una poesía,

156 157
una música una galería de pinturas, y puede darse así el caso de analógicas, también según principios situados mucho más arriba
que en esa~ obras del arte bello por derecho proJ?io, pe~cibamos en la razón (e igualmente naturales para nosotros como aquellos
muchas veces genio sin gusto, y en otras gusto sm gemo. según los cuales aprehende el entendimiento la naturaleza empí-
rica), sintiéndonos entonces libres de la ley de la asociación (in-
herente al uso empírico de aquella facultad), de suerte que si
§ 49 bien según ella nos proporciona materiales la naturaleza, éstos
pueden ser elaborados por nosotros en otra cosa: en algo que
De las facultades del espíritu que constituyen el ge-nio supere a la naturaleza.
Esas representaciones de la imaginación pueden calificarse
De ciertos productos de los cuales se espera que por lo menos de ideas, puesto que, por una parte, aspiran a algo situado más
en parte se muestren como arte bello, se dice que carecen de allá de los límites de la experiencia, buscando de esta suerte apro-
esphitu a pesar de que nada se encuentra en eJlas que pueda ximarse a una exposición de los conceptos racionales (de las ideas
reproch'arse en materia de gusto. Una poesía puede ser muy lin- intelectuales), lo cual les da la apariencia de realidad objetiva,
da y elegante, y caxccer de espíritu. Una historia es exacta y or- y por otra parte, y principalmente, porque, siendo intuiciones
denada, pero sin espú·itu. Un discurso solemne es profundo y al internas, no pueden tener ningún concepto enteramente adecua-
propio tiempo florido, pero sin espíritu. Muchas conversaciones do. El poeta se atreve a sensibilizar ideas racionales de seres
no dejan de ser divertidas, pero carecen de espíritu; hasta de una invisibles: el reino de los bienaventurados, el infierno, la eterni-
mujercita llegará a decirse: es bonita, locuaz y graciosa, pero sin dad, la creación, etc., o también lo que, aun encontrando ejemplos
espíritu. ¿A qué Jlamamos, pues, espíritu en esos casos? de ello en la experiencia (por ejemplo: la muerte, la envidia y
En sentido estético, se llama espíritu el principio vivificante todos los vicios, como igualmente el amor, la gloria, etc.), es pre-
del ánimo. Pero aquello mediante lo cual ese principio aviva el sentado de modo sensible, saltando por encima de los límites de
alma, la materia empleada al efecto, es lo que pone idóneamente la experiencia, por una imaginación que quiere rivalizar con el
las energías espirituales en vibración, es decir, en un juego que preludiar de la razón en la obtención de tm máximo, y ello de
se sostiene por sí mismo y que a su vez robustece las enerquías modo tan completo como no se encuentn en ningún ejemplo
que requiere. de la naturaleza, siendo propiamente el arte poético aquél en
Pues bien, yo sostengo que ese principio no es otra cosa gue que puede mostrarse en toda su medida Ja potencia de las ideas
)a facultad de representar ideas estéticas, pero entendiendo por estéticas. Pero, considerada por sí sola, esta potencia es propia-
idea estética aquella representación de la imaginación que mue- mente sólo un talento (de la imaginación).
ve mucho a pensar, sin que pueda tener, no obstante, ningún Pues bien, si se somete a un concepto una representación de
pensamiento determinado, es decir, concepto adecuado, represen- la imaginación, correspondiente a la exposición de aquél, pero
tación, pues, a la cual ningún lenguaje llega totalmente, ni logra que por sí sola da tanto que pensar como nunca podría compre-
hacer completamente comprensible. Se ve fácilmente que cons- henderse en un concepto determinado, con lo cual el concepto
tituye la contrapartida ( pendant) de una idea racional, la cual, mismo se ensancha estéticamente de modo ilimitado, la imagina-
por el contrario, es un concepto que no puede tener ninguna ción es creadora en este caso y pone en movimiento la potencia
intuición (representación de la imaginación) adecuada. de las ideas intelectuales (la razón) para que, con motivo de
La imaginación (como facultad de conocimiento productiva), una representación (cosa que ciertamente corresponde al concepto
en ef-ecto, es muy poderosa en la creación, por decirlo así, de del objeto), piense más de lo que en ésta puede aprehenderre
otra naturaleza a base de los materiales que le da la real. Nos y ponerse en claro.
divertimos con ella cuando la experiencia nos parece demasiado Las formas que por sí solas no constituyen la exposición de
vulgar; transformamos esta última, y aunque siempre según leyes un concepto dado, sino que sólo, a título de representaciones ac-
158 159
avivándola de esta suerte mediante la idea de lo suprasensible,
cesorias de la imaginación, expresan las consecuencias unidas a pero únicamente empleando al efecto lo estético inherente subje-
éstas y la afinidad de ese concepto con otros, se llaman atributos tivamente a la conciencia de esto último. Así, por ejemplo, al
(estéticos) de un objeto cuyo concepto no puede exponerse ade- describir una bella mañana, dice cierto poeta: "surgía el sol como
cuadamente como idea racional. Así, el águila de Júpiter con el de la virtud de la paz". La conciencia de la virtud, si nos pone-
rayo en sus garras, es un atributo del poderoso rey del cielo, y mos aunque sólo sea mentalmente, en el lugar de un virtuoso,
el pavo real de la magnífica reina del cielo. A diferencia de los difunde en el espíritu multitud de sentimientos sublimes y cal-
atributos lógicos, no representan lo que comprenden nuestros con-
mantes y la ilimitada perspectiva de un porvenir jocundo, como
ceptos de la sublimidad y majestuosidad de la creación, sino otra no lograría hacerlo ninguna expresión adecuada a un concepto
cosa que da a la imaginación ocasión de extenderse sobre una determinado *.
serie de representaciones afines que hacen pensar más de lo que
podría expresarse en un concepto determinado por palabras, y En una palabra: la idea estética es una representación de la
dan una idea estética que sirve a la idea racional de exposición imaginación, asociada a un concepto dado, que en el uso libre
lógica y propiamente para avivar el espíritu abriéndole la pers- de esa facultad va unida a una varicdd tal de representaciones
pectiva de un campo inmenso de representaciones afines. Y el parciales que en vano se buscaría para ella una expresión que
arte bello lo hace así no sólo en la pintura o en el arte escultó- designara un concepto determinado, una representación, pues,
rico (donde se suele emplear la denominación de atributos), sino que hace pensar de un concepto muchas cosas innominables cuyo
que también el arte poético y la elocuencia toman el espíritu que sentimiento aviva las facultades de conocimiento e imprime espí-
anima sus obras simplemente de los atributos estéticos que dis- ritu a la mera letra muerta del lenguaje.
curren paralelamente a los lógicos dando a la imaginación un Por consiguiente, las energías espirituales cuya combinación
impulso para pensar en ellos, aunque de modo no desarrollado, (en cierta proporción) constituye el genio, son la imaginación y
más de lo que podría comprehenderse en un concepto, y, en con- el entendimiento. Ahora bien, como en el uso de la imaginación
secuencia, en una expresión lingüística determinada. En honor a con vistas al conocimiento, la primera se halla supeditada al en-
la brevedad, tengo que limitarme a unos pocos ejemplos. tendimiento y a la salvedad de que se acomode al concepto de
Cuando en una de sus poesías, el Gran Rey se expresa di- éste, mientras que en el aspecto estético, por el contrario, es libre
ciendo: de proporcionar al entendimiento, más allá de aquella coinciden-
cia con el concepto, abundante, bien que no buscado, material
"Despidámonos de la vida sin protestas ni lamentos, de- sin desarrollar, que no fue tenido en cuenta por el entendimiento
jando tras de nosotros el mundo colmado de beneficios. Así en su concepto, aunque lo aplicara no tanto objetivamente para
el sol, una vez terminada su carrera cotidiana, irradia aún el conocimiento cuanto subjetivamente para avivar las fuerzas de
suave luz en el cielo, y los últimos rayos que al aire emite, conocimiento, y por lo tanto, indirectamente también para cono-
son sus últimos suspiros por el bien del mundo", cimientos, el genio consiste propiamente en la feliz proporción,
que ninguna ciencia puede enseñar ni ninguna diligencia apren-
anima su idea racional de un sentimiento universalista en los úl- der, de descubrir ideas para un concepto dado, acertando, por
timos días de su vida mediante un atributo que asocia a aquella
representación la imaginación (recordando todas las delicias de ,. Acaso jamás se haya dicho nada tan sublime o expresado más subli-
memente un pensamiento que en aquella inscripción del templo de Isis (la
bello día de verano ya pasado, que una noche serena nos suscita madre Naturaleza): "Soy todo lo que existe, existió y existirá, y ningún mortal
en el ánimo), y que despierta una serie de sensaciones y repre- alzó mi velo". Segner aprovechó esa idea en enjundiosa viñeta colocada al
sentaciones accesorias, para las cuales no se encuentra expresión. frente de su Teoría de la 11att1raleza, para inspirar a su discípulo, a quien se
Por otra parte, aun un concepto intelectual puede, por el contra- disponía a conducir a ese templo, el sagrado estremecimiento IL'lmado a des-
pertar en el espíritu una atención solemne:
rio, servir de atributo para una representación de los sentidos

160 161
otra parte, a expresarlas de suerte que el estado de ánimo subje-
tivo así provocado, como acompañamiento de un concepto, pueda aquello que en él debe atribuirse al genio y no al posible apren-
comunicarse ~ . otros. Es este último talento lo que propiamente dizaje o a la escuela) es un ejemplo no para que lo imite (pues
se llama espmtu, puesto que para expresar lo innominable del entone~~ se perdería lo qu~ ahí hay de genio y que constituye
estado de ánimo en cierta representación y para hacerlo univer- el espmtu de la obra), smo para que lo continúe otro genio
salmente comunicable, lo mismo si la expresión ha de hacerse por q~e,_ gr~cias a ese ejemplo, es llevado al sentimiento de su propia
medio del lenguaje, que de la pintura o de la escultura, se re- ongmalidad, para que en el arte proceda sin someterse a reglas
quiere una ,c~pacidad de aprehender el juego de la imaginación, de suerte que el arte adquiera así una nueva regla, en lo cual ei
que pasa rapidamente, y de unirlo a un concepto (que precisa- talento se revela ejemplar. Y como el genio es un privilegiado
mente por eso es original y al propio tiempo inicia una nueva de la naturaleza, que debe considerarse solamente como fenóme-
regla que no pudo deducirse de principios o modelos anteriores), no excepcional, su ejemplo produce para otras inteligencias bien
que puede comunicarse sin sujeción a reglas. dotadas una escu~la, es decir, ,una enseñanza sistemática según
reglas, en la medida en que estas hayan podido deducirse de
aquellos productos del espíritu y de su peculiaridad, y para estas
. Si, tras estas disquisiciones, volvemos a fijarnos en la expli- inteligencias el arte bello es imitación para la cual la naturaleza
caciÓn que an~es dábamos de lo que calificamos de genio, encon- dio la regla por medio de un genio. Pero esta imitación se con-
tram_os: ~n pnmer lugar, que es un talento para el arte, no para vierte en co~ia servil cuando el discípulo lo copia todo, hasta
la Ciencia, pues en ésta es necesario tener previamente reglas aquello que siendo deformidad, el genio tuvo que admitirlo única-
claramente conocidas que determinen cómo tiene que procederse mente porque n? P?día suprimirse sin debilitar la idea. Sólo para
científicamente; en segundo lugar, que, como talento para el arte, e~ gemo es. m~ntona esa audacia, y aunque él tenga derecho a
presupone un concepto determinado del producto como fin o Cierto atreVImiento en la expresión y, en general, a apartarse no
~ea, ente.ndimiento, pero también una representación (aunque P?cas veces de la regla común, en modo alguno debe servir de
mdet~r~mada) de la materia, es decir, de la intuición, para la e¡emplo su precedente, que en si seguirá siendo siempre un defec-
expOSICIÓn de este concepto, y, por lo tanto, una relación de to (que es necesario intentar suprimir) para el cual se concede
la imaginación con el conocimiento; en tercer lugar, que se pone al genio una especie de privilegio, puesto que lo inimitable de su
de manifiesto no tanto en la ejecución del fin previsto en la ex- impulso espiritual sufriría si procediese con meticulosa prudencia.
posición de un concepto determinado, cuanto en la presentación El amaneramiento es otra clase de copia servil: el de la mera
o exposición de ideas estéticas que contengan abundante mate- o;iginalidad para alejarse todo lo posible de imitadores, aunque
rial a aquel efecto, presentando, por lo tanto, la imaginación en si? poseer el talento para servir al propio tiempo de modelo.
su libertad frente a toda tutela de reglas aunque como idónea B1en es verdad que hay dos modos de combinar en la exposición
pru:a la ~xposición del concepto dado; en cierto lugar, por último, las ideas propias: uno es la manera (modus aestheticus) y otro
la Idoneidad no buscada, indeliberada, subjetiva, en la libre coin- el método (modus logicus), que se distinguen entre sí en que el
cidencia de la imaginación con la legalidad del entendimiento primero no tiene, en la exposición, otro norte que el sentimiento
presupone tal proporción y acuerdo de estas facultades como n~ de la unidad, mientras que el segundo se atiene, en ella, a prin-
podría obtenerse por la observancia de ninguna regla científica cipios determinados; el único que tiene valor para el arte bello
o de imitación mecánica, sino que sólo la naturaleza del sujeto es el primero. Pero un producto de arte se llama amanerado úni-
puede lograrla. c~mente cuando en. é~ la yresentación de su idea se busca produ-
crr un efecto de ongmalidad y no la adecuación a esa idea. Lo
Partiendo de estos supuestos, genio es la originalidad ejem- deslumbrante (preciosista), artificioso y afectado que sólo asoira
plar del don natural de un sujeto en el uso libre de sus facultades
de conocimiento. De esta suerte, el producto de un genio (según a distinguirse de lo común (pero sin espíritu) ' se parecen al c~m­
portamiento de aquellos de quienes se dice que les gusta escu-
162
163
.
charse a sí mismos o que se mueven como si estuvieran en un § 51
escenario con el afán de ser admirados, cosa que siempre revela
necedad. De la di·visión de las beUas artes
§ 50 Puede calificarse de belleza ( natw·al o artística) la expresión
de ideas estéticas, con la sola salvedad de que en el arte bello
De la u.ni6n del gusto con el genio esta idea debe ser provocada por un concepto del objeto, mien-
en los productos del arte beUo tras que en la naturaleza bella la mera reflexión sobre una intui-
ción dada, sin concepto de lo que deba ser el objeto, es suficiente
Preguntar si en las cosas del arte bello importa más que se para despertar y comunicar la idea de la cual se considera expre-
vea genio o que se vea gusto, equivale a preguntar si en ellas sión aquel objeto.
interesa más la imaginación o la facultad de juzgar. Ahora bien, Por consiguiente, si queremos clasificar las bellas artes, no
como en el primer caso tendríamos un arte ingenioso y en el se- podemos elegir, por lo menos a modo de ensayo, principio más
gundo un arte bello, lo último habrá de considerarse lo más exce- cómodo que la analogía del arte con la clase de expresión de
lente, a modo de condición indispensable ( conditio sine- qua non) que se sirven los hombres hablando para comunicarse entre sí lo
a que tendremos que atenernos para juzgar el arte como arte más completamente posible, es decir, no sólo sus conceptos sino
bello. Para lograr la beJleza no es tan necesario tener muchas también sus sensaciones * *. Esta expresión consiste en palabras,
ideas y originales como el acierto en armonizar con la legalidad ademanes y tonos (articulación, gesticulación y modulación). Sólo
del entendimiento aquella imaginación en su libertad. En efecto, la combinación de estas tres clases de expresión hace completa la
la libertad desenfrenada de la primera, por fecunda que sea, no comunicación del que habla, pues de esta suerte pensamiento, in-
produce más que absurdos, mientras que la facultad de juzgar tuición y sensación son transmitidas al propio tiempo y en con-
es la que permite conciliada con el entendimiento. junto a los demás.
El gusto, como la propia facultad de juzgar, es la disciplina Por consiguiente, sólo hay tres clases de bellas artes : las elo-
del genio, al que corta mucho las alas, haciéndolo modoso o pu- cutivas, las figurativas y el arte del juego de las sensaciones (como
lido; pero al propio tiempo le da una guía para que sepa por impresiones externas de los sentidos). Esta clasificación podría
dónde y hasta dónde debe moverse si quiere seguir siendo idóneo, hacerse también bipartita, dividiendo el arte bello en arte de la
y, al imprimir claridad y orden en la riqueza de pensamiento, expresión de las ideas o de las intuiciones, y éste, a su vez, según
hace sostenibles las ideas y las pone en condiciones de merecer su forma o según su materia (de la sensación); pero esta clasifi-
un aplauso duradero, y al propio tiempo también universal, de cación resultaría demasiado abstracta y no tan ajustada a los con-
seguir siendo continuadas por otros y de un cultivo siempre pro- ceptos comunes.
gresivo. Por consiguiente, si en la pugna entre ambas cualidades l. Las artes elocutivas son la elocuencia y la poesía. Elo-
hay que sacrificar algo en un producto, debería ser más bien del cuencia es el arte de tratar como libre juego de la imaginación
lado del genio, y la facultad de juzgar, que en cosas del arte bello un asunto del entendimiento; poesía, el de ejecutar como asunto
yretende atenerse a principios propios, permitirá que se quebrante del entendimiento un libre juego de la imaginación.
la libertad y la riqueza de la imaginación antes que el enten-
dimiento. no le ceden en lo más mínimo a ningún pueblo del mundo en cuanto a
pruebas de las tres primeras cualidades lomadas por separado, en cambio
Por lo tanto, para el arte bello se requiere imaginación, en- tienen que inclinarse ante sus vecinos los franceses por lo que respecta a la
tendimiento, espíritu y gusto *. cualidad quP las une.
,.,. El lector no debe juzgar este esbozo de posible clasificaci6n de las
,. Las tres primeras facultades se enlazan s6lo gracias a la cua11:a. bellas artes como si fuera w1a teoda decidida, pues constituye s6lo uno de
Hume, en su Historia, da a entender a los ingleses que si bien en sus obras tantos ensayos que pueden y deben hacerse todavía.

164 165
El orador, pues, anuncia un asunto y lo ejecuta como si fuera superficie); o bien, aunque sea esto lo primero, poniéndose como
sólo un juego con ideas para entretener a los oyentes. El poeta condición para la reflexión la referencia a un fin real o su mera
anuncia sólo un juego de enb·etenirniento con ideas, y, sin em- apariencia.
bargo, es de tanto resultado para el entendimiento como si ~o Pertenecen a la plástica, como primera clase de artes bellas
hubiese tenido otro propósito que el de tratar un asunto propto figurativas, la escultura y la arquitectura. La primera es la que
de esta última facultad. La combinación y armonía de estas dos representa corpóreamente (bien que, como arte bello, atendiendo
facultades de conocimiento, sensibilidad y entendimiento, que aun a la idoneidad estética) conceptos de cosas tal como podrían exis-
sin poder prescindir una de otra, no es fácil combinarlas sin es- tir en la naturaleza; la segunda es el arte de representar conceptos
fuerzo y sin que se quebranten mutuamente, tiene que ser inde- de cosas posibles sólo por arte, y cuya forma no tiene por motivo
liberada y aparecer como acomodación espontánea, pues de otro determinante la naturaleza sino un fin propuesto por la voluntad,
modo no sería arte bello. De ahí la necesidad de evitar en ella siendo, en este aspecto, la representación estéticamente idónea al
todo lo buscado y laborioso, puesto que el arte bello debe ser propio tiempo. , En la última, cierto uso ~~1 objeto. artístico, ~s lo
libre en un doble sentido: tanto en el de que, a diferencia de la principal, y a el se contraen ~omo condiCión las. 1 dea~ estet~ca~.
actividad lucrativa, no es un trabajo cuya magnitud pueda juz- En la primera, la mera exprestón de éstas es la mtenCIÓn prmci-
garse, imponerse o retribuirse según una medida determinada, pal. Así estatuas de hombres, dioses, a.n~~a]es, etc., perten~cen a
como también en el de que el espíritu trabaja, sí, pero se siente la primera clase, pero los templos o edif1c10s suntuosos destinados
satisfecho y despierto sin mirar a otro fin (independientemente a reuniones públicas, como también las mansiones, arcos de trhm-
de la retribución). fo, columnas, cenotafios, etc., erigidos con ánimo conmemorativo,
El orador da, en consecuencia, algo que no promete: un jue- pertenecen a la arquitectura. Esta misma calificación podría darse
go divertido de la imaginación; pero, asimismo, menoscaba algo atm a todo el ajuar doméstico (el efectuado por el carpintero y
que promete, a pesar de que el aStmto por él anunciado, a saber: otras cosas de uso semejantes), porque ]a adecuación del producto
el ocupar idóneamente el entendimiento. El poeta, por el con- a cierto uso constituye lo esencial de una obra arquitectónica, a
trario, promete poco y anuncia sólo un juego con ideas, pero diferencia de la pura obra escultórica, que se hace simplemente
realiza algo digno de ocupación: proporcionar, por arte de juego, para la contemplación y debe gustar por sí misma, y si como
pábulo al entendimiento, dando vida a sus conceptos por medio exposición corpórea es mera imitación de la naturaleza, debe te-
de la imaginación; o sea que, en el fondo, aquél da menos y éste ner en cuenta ideas estéticas, por lo cual ]a verdad sensible no
más de lo que promete. puede llegar al extremo de gue deje de aparecer como arte y
como producto de la voluntad.
2. Las artes figurativas, o de la expresión de ideas en intui- El arte pictórico, como segunda de las artes figurativas, aue
ción sensible (no por medio de representaciones de la mera ima- representa artísticamente la apariencia sensible unida a ideas, ha-
ginación suscitadas mediante palabras), son la de la verdad sen- bría de clasificarse, a mi juicio, en el arte de la descripción bella
sible y la de la apariencia sensible. La primera se llama plástica; de la naturaleza y en el de la bella combinación de los produc-
la segunda, pintura. Ambas hacen figuras en el espacio para la tos de ésta. La primera sería la pintura propiamente dicha; la
expresión de ideas; aquella hace figuras cognoscibles para dos sen- segunda, la jardinería. En efecto, la primera da sólo la apariencia
tidos: la vista y el tacto (aunque para el último no con vistas a de la extensión corpórea; la segunda, aunque dé esa extensión en
la belleza); la segunda, sólo para la vista. La idea estética ( ar- verdad, ofrece sólo la apariencia de utilización y uso para otros
quetipo) sirve en ambas de fundamento a la imaginación; pero fines y no meramente para el juego de la imaginación en la con-
la forma que constituye su expresión ( ectipo), se da, bien en su templación de sus formas *. La última no es otra cosa que la
extensión corpórea (como existe el objeto mismo), bien en el modo
en que éste se pinta en la vista (según su apariencia en una "" Podrá exb·añar que consideremos la jardinería como una especie de
arte pictórico a pesar de que represente corpóreamente sus formas; pero como
166 167
decoración del suelo con la misma variedad (césped, flores, ar- a las cosas inanimadas, atendiendo a su forma, un espíritu que
bustos y árboles, y aun aguas, montículos y valles) con que la hable por ellas.
naturaleza lo presenta a la vista, sólo que combinado de otro 3. El arte del bello juego de las sensaciones (aunque pro-
modo y adaptado a ciertas ideas. Pero esa bella combinación de ducidas éstas desde e l exterior, su juego es, no obstante, suscep-
cosas corpóreas está destinada únicamente a la vista, como la pin- tible de comunicación universal) no puede afectar sino a la pro-
tura; el sentido del tacto no puede proporcionar ninguna repre- porción de los distintos grados de la disposición (tensión ) del
sentación gráfica de esa forma. En la pintura en sentido lato sentido a que pertenece la sensación, es decir, a su tono, y en esa
~cluiría yo también el adorno de habitaciones mediante papeles acepción lata de la palabra, puede dividirse en juego artístico de
pmtados, molduras y todo mobiliario bello destinado solamente las sensaciones del oído y de la vista, o sea, en música y arte
a la vista; igualmente el arte indumentario regido por el gusto de los colores. Es notable que estos dos sentidos, además de su
(anillos, petacas, etc.). En efecto, un pa1terre con toda clase de receptividad para todas las impresiones necesarias para hacerse
flores, una habitación con toda clase de adornos (comprendiendo por medio de ellas conceptos de objetos exteriores, son suscepti-
en ellos el atavio de las damas), constituyen en una fiesta sun- bles, aún, de otra sensación especial, vinculada a aquélla, y de la
tuaria una especie de cuadro que, como los asi llamados propia- cual no puede decirse a punto fijo si se funda en el sentido o en
mente (los que no tengan como propósito enseñar historia o la reflexión; con la particularidad de que a veces puede faltar esa
c?nocimientos de la naturaleza), se destina sólo a la contempla- afectibilidad a pesar de que, por lo demás, el sentido, en cuanto
CIÓn, para entretener a la imaginación en el juego libre con ideas se refiere a su uso para el conocimiento de los objetos, no sólo
y dar ocupación, sin fin determinado, a la facultad de juzgar no e s defectuoso, sino aun excelentemente fino. Es decir: no puede
estética. Por más diversa guc en lo mecánico pueda ser la eje- decirse de modo cierto si un color o una nota (sonido) son meras
cución de toda esa decoración, y aunque requiera artistas com- sensaciones gratas o en sí ya un bello juego de sensaciones que
pletamente diferentes, el juicio de gusto habrá de recaer sobre lo implique, en calidad de tal, un placer por la forma en el juicio
que tenga de bello este arte, siendo, en este aspecto, un solo estético 1 • Si nos fijamos en la rapidez de las vibraciones de la
juicio: el relativo a las formas (sin atender a un fin) tal como luz, o de las del aire en el segundo caso, que probablemente
se ofrecen a la vista, aisladas o en su combinación, por el efecto rebase en mucho toda nuestra capacidad de juzgar directamente
que sobre la imaginación producen. Y se justifica que comparemos por la percepción la proporción de las divisiones del tiempo deter-
(por analogía) las artes plásticas a las actitudes de un lenguaje minadas por ellas, habría lugar a creer que lo sentido es sólo el
teniendo en cuenta que, mediante esas figuras, el espiritu del ar- efecto de esas vibraciones sobre las partes elásticas de nuestro
tista da expresión corpórea a lo que él pensó y cómo lo pensó, cuerpo, pero sin observar ni traer a juicio la división temporal por
haciendo que la cosa misma hable, como si dijéramos, mímica- ellos provocada, o sea que de esta suerte a colores y notas va
unido solamente agrado y no la belleza de su composición. Pero,
mente; juego éste muy corriente en nuestra fantasía, que atribuye
en cambio, si pensamos, en primer lugar, en lo matemático que
verdaderamente toma S\lS formas de la naturaleza (árboles, arbustos, césped cabe decir acerca de la proporción de esas vibraciones y acerca
y flores, procedentes, por lo menos en su remoto origen, del bosque y del
campo), no siendo, en este respecto, como la plástica, arte, y no teniendo 1 Erdmann propuso para este pasaje, un tanto ambiguo, una solución
tampoco como condición de su combinación un concepto del objeto y de su no mucho más clara, aunque en apariencia más correcta gramaticalmente;
fin (como la arquitectura), sino sólo el libre juego de la imaginación en la por esto hemos considerado preferible nosotros respetar el texto original, con
contemplación, coincide hasta ese punto con la pintura pw·amente estética, la sola diferencia de referir la oración de relativo "que implique", no al sujeto
que no tiene tema determinado (combinando de modo grato el aire, la tierra inicial, como parece ser en el texto, sino al predicado "juego de sensaciones",
y las aguas mediante luces y sombras). Sobre todo, el lector tiene que juzgar de modo que, a nuestro juicio, da más ~xactameote el indudable pensamiento
esto como mero ensayo do agn1par las bellas artes bajo un principio, en este kantiano, sólo un tanto oscurecido en el original por una de las tan frecuen-
caso el de la expresión d9 ideas estéticas (por su analogía con un lenguaje), tes marañas de concordancias en que no siempre reparó el gran maestro.
y no como si de esta agrupación quisiera hacerlas derivar decididamente. (N. del T.)

168 169
de su juicio, y juzgamos la delimitación de colores por su analo- tos; y no en la materia de la sensación (atractivo o emoción), en
gía con las notas musicales, como es justo, y, en segundo lugar, que sólo importa el goce, que nada deja en la idea, embota el
traemos a colación los ejemplos, bien que raros, de hombres que espíritu, hace el objeto cada vez más repulsivo y al espíritu des-
teniendo la mejor vista del mundo no saben distinguir entre colo- contento consigo mismo y caprichoso porque tiene conciencia de
res, ni enn·e notas a pesar de tener un oído sumamente fino, lo que su disposición es contraria a fin en el juicio de la razón.
mismo que aquellos que pueden hacerlo, que pueden percibir una Cuando las bellas artes no son relacionadas, de cerca o de
cualidad modificada (no sólo de grado de la sensación) en las lejos, con ideas morales, las únicas que implican un placer autó-
distintas gradaciones de la escala de colores o sonidos, y, además, nomo, es eso último el destino final que las aguarda. Entonces
que el número de éstas es determinado para diferencias concebi- sirven sólo de distracción, en tanto mayor grado necesaria cuanto
bles, nos veremos obligados a considerar las sensaciones de ambos más de ella nos servimos para que aleje el descontento del espíritu
no como mera impresión de los sentidos sino como efecto de un consigo mismo al advertir que somos cada vez más inútiles y que
juicio de la forma en el juego de muchas sensaciones. La dife- estamos descontentos con nosotros mismos. Sobre todo, son las
rencia resultante de adoptar una u otra opinión del fundamento bellezas naturales las más provechosas para el propósito enuncia-
de la música, sólo modificaría la definición declarando, en un caso, do en primer lugar, cuando desde muy pronto nos acostumbra-
como hemos hecho nosotros, que música es el bello juego de las mos a observarlas, juzgarlas y admirarlas.
sensaciones (a través del oído), o en el otro caso, que son sensa-
ciones agradables. La primera clase de definición es la única
que permite representar totalmente la música como arte bello; la § 53
segunda sólo permite representarla (por lo menos en parte) como
arte agradable. Comparaci6n entre los valo1'es estéticos de las distintas
bellas a1·tes
§ 52
Entre todas mantiene la más alta jerarquía la poesía (que
De la uni6n de las bellas arles en un mismo producto debe casi exclusivamente al genio su origen, y es la que menos
admite ser dirigida por preceptos o modelos) . Ensancha el espí-
La elocuencia puede unirse con una exposición pictórica, ritu al poner en libertad la imaginación y, dentro de los límites
tanto de sus sujetos como objetos, en una representación escénica, de un concepto dado, de entre la ilimitada variedad de formas
la poesía con la música en el canto, y éste al propio tiempo con la posibles que pueden conciliarse con él, ofrece aquella que enlaza
exposición pictórica (teatral) en una ópera, el juego de sensacio- la exposición de ese concepto con una plenitud de pensanúento,
nes de una música con el de las figuras en la danza, etcétera. a la cual ningún lenguaje puede acomodarse totalmente, eleván-
Puede también la exposición de lo sublime, siempre que perte- dose así estéticamente a ideas. Fortalece el espíritu haciéndole
nezca al arte bello, asociarse a ]a belleza en una tragedia versifi- sentir su capacidad (libre, autónoma e independiente de la natu-
cada, en un poema didáctico o en un oratorio, y en estas uniones raleza) de considerar y juzgar la naturaleza, en cuanto fenómeno,
el arte bello resulta más artístico aún, bien que en algunos de según aspectos que no se ofrecen por sí mismos en la experiencia,
esos casos pueda dudarse (a causa del entreverarniento de tan ni a los sentidos ni al entendimiento, y de utilizarla con vistas a
diversas clases de placer) de que la belleza resulte también au- lo s-uprasensible y como una especie de esquema para ello. Juega
mentada. Sin embargo, en todo arte bello, lo esencial consiste con la apariencia, que provoca a voluntad, sin que por ello en-
en la forma, idónea para la observación y el juicio, donde el gañe, puesto que declara que su ocupación es mero juego, bien
agrado es cullivo y al propio tiempo dispone el espíritu a ideas, que susceptible de idónea utilización para el entendimiento y sus
haciéndolo asi propicio a varios de esos agrados y entretenimien- funciones. La oratoria, entendiendo por tal el arte de convencer
170 171
capciosamente, es decir, de imponerse por la bella apariencia Atendiendo al atractivo y al movimiento del ánimo, colocaría
(como ars oratol'ia), y no la mera habilidad de palabra ( elocuen- yo después de la poesía el arte que más se le aproxima entre los
cia y estilo), es una dialéctica que del arte poética toma sólo lo elocutivos y que de modo muy natural puede asociársele, a saber:
necesario para que, antes del juicio, los espíritus se inclinen en la música, pues aunque hable por medio de meras sensaciones sin
favo1· del orador en vez de formular libremente su juicio; por lo conceptos, o sea que, a diferencia de la poesía, no deja margen
tanto, no puede recomendarse pa1·a los tribunales ni para el púl- para la reflexión, mueve el ánimo de modo más variado y, bien
pito, pues tratándose de leyes civiles, del derecho de personas que sólo transitoriamente, más íntimo; es evidente, sin embargo,
individuales o de la enseñanza y disposición duradera de los espí- que tiene más de goce que de cultura (el juego de pensamiento
ritus para el recto conocimiento y la concienzuda observancia de que de modo concomitante se suscita con ella, es sólo el efecto
su deber, resultaría impropio de la dignidad de tan importante de una especie de asociación mecánica), y, juzgada por la razón,
función que transparentara siquiera un asomo de alarde de inge- es de menos valor que cualquiera otra de las bellas artes. De ahí
nio y fantasía, y más aún del arte de persuadir y predisponer en que, como todo goce, requiera una mayor variación y no resista
favor de alguien, y aunque a veces se aplique con intenciones líci- la repetición reiterada sin producir hastío. Su atractivo, tan uni-
tas y plausibles, la hace ya reprobable el hecho de que de esta versalmente comunicable, parece fundarse en que toda expresión
suerte se corrompan subjetivamente las máximas y los sentimien- del lenguaje coherente tiene una nota correspondiente a su sen-
tos, a pesar de que objetivamente el hecho sea lícito, ya que no tido; en que esa nota designa más o menos una afección del que
basta hacer lo que es justo, sino que es necesario hacerlo fundán- habla, provocándola también recíprocamente en el que escucha,
dose exclusivamente en que lo cs. A mayor abundamiento, el de suerte que luego suscita también en éste la idea que el len-
mero claro concepto de estas clases de asuntos humanos, asociado guaje se expresa con esa nota; y en que, así como la modulación
a una viva exposición de ejemplos y sin faltar a las reglas de la constituye una especie de universal lenguaje de las sensaciones,
eufonía de la lengua o de la conveniencia en la expresión de ideas inteligible para todo hombre, así la ejerce la música por sí sola
racionales (todo lo cual constituye conjuntamente la habilidad de en toda su energía, o sea: como lenguaje de las afecciones, y de
palabra), tiene ya de por si bastante influjo sobre los espíritus esta suerte, según la ley de la asociación, comunica universalmente
humanos para que sea necesario acudir aún a las máquinas de la las ideas estéticas unidas de modo natural a esas afecciones, bien
persuasión capciosa, las cuales, pudiendo ser utilizadas igualmente que, no siendo esas ideas estéticas conceptos ni pensamientos de-
para embellecer o disimular el vicio y el error, nunca desvanecen terminados, la forma de la combinación de estas sensaciones ( ar-
totalmente la sospecha secreta de ser artificioso amaño. En la monía y melodía) sirve solamente para suplir la forma de un len-
poesía, todo se hace con honradez y sinceridad, pues se declara guaje, mediante una disposición proporcionada de esas sensacio-
que sólo quiere hacerse un juego con la imaginación, bien que, nes (que puede ponerse matemáticamente bajo ciertas reglas por-
en cuanto a la forma, de acuerdo con las leyes del entendimiento, que se basa en notas en proporción al número de vibraciones de
sin aspirar a que el entendimiento se obnubile o seduzca por medio aire en el mismo tiempo, en cuanto las notas pueden unirse si-
de la exposición sensible *. multánea o sucesivamente), para expresar la idea estética de un
• Debo confesar que una bella poesía iiie produjo siempre un placer pios designios (por bien intencionados o realmente buenos que éstos sean),
puro, mientras que la lectura del mejor discurso de un tribuno romano o de no merece respeto alguno. Además, sólo llegó a su fase de apogeo, tanto en
un parlamentario o predicador actual fue acompañado siempre del sentimiento Atenas como en Roma, en una época en que el Estado se precipitaba a su
desagradable de desaprobación de un arte capcioso, capaz de mover como ocaso y en que el verdadero patriotismo se había extinguido. El 11-"ir bontl$
máquinas a los hombres en cosas importantes, haciéndoles pronunciar sobre dicendi peritus, el orador sin arte, pero lleno de energía, como le gusta a
ellas un juicio que, luego, meditándolo serenamente, habrá de perder para Cicerón, a pesar de que él no siempre fue fiel a ese ideal, es el que, teniendc
ellos toda la importancia. La elocuencia y la habilidad de palabra (juntas una clara visión de las cosas, domina la lengua en su riqueza y pureza, y,
hacen la retórica) figuran enb·e las bellas artes; pero el arte oratorio, como dotado de fecunda imaginación apropiada a la exposición de sus ideas, se
arte de servirse de las debilidades de los hombres en beneficio de los pro- apasiona de todo corazón por el verdadero bien.

172 173
conjunto coherente de una multitud innominable de pensamientos, las repite la imaginación. Por añadidura, la música adolece de
de acuerdo con cierto tema, que constituye la afección dominante cierta falta de urbanidad, ya que, sobre todo según cuáles sean
en la pieza. De esta forma matemática, aunque no representada sus instrumentos, difunde su influjo más allá de lo que se pre-
por conceptos determinados, depende exclusivamente el placer tende (al vecindario) y con este acto de intrusión atenta a la
que la mera reflexión sobre esa multitud de sensaciones con~o:ID­ libertad de quienes no se han reunido para escucharla, cosa que
tantes o sucesivas asocia a este juego entre ellas como condición, no ocurre con las artes que hablan a la vista, pues basta con apar-
válida para todos los hombres, de su belleza; y es únicamente por tarlas si no se desea recibir la imp1·esión de esas artes. Ocurre con
ella por la que el gusto puede arrogarse un derecho a formular esto casi lo mismo que con la afición a usar perfumes intensos:
de antemano el juicio de los demás. el que saca de su bolsillo un pañuelo perfumado incomoda a todos
Pero seguramente que la matemática no tiene la menor parte cuantos tiene a su lado o en derredor suyo, pues, aun contra su
en el atractivo y movimiento de ánimo provocados por la música, voluntad les obliga a disfrutar del perfume cuando quieren res-
antes bien es sólo la condición indispensable ( conditio sine qua pirar; por eso se abandonó esa mo~a ,. . . .
non) de aquella proporción de impresiones, en su unión lo mismo Entre las artes figurativas dana yo preferencia a la pmtura,
que en su cambio, gracias a la cual es posible comprenderlas, im- en parte porque, como arte del dibujo, sirve de base a todas .las
pidiendo que se destruyan mutuamente, y haciendo, por el con- demás figurativas, en parte porque puede penetrar en la regtón
trario, que coincidan en un continuo movimiento y avivación del de las ideas y, de acuerdo con éstas, ensanchar el campo de la
ánimo gracias a afecciones con él consonantes, y, por ende, en un intuición, mucho más de lo permitido a las demás.
íntimo goce de nosotros mismos.
Pero si, por el contrario, se calcula el valor de las bellas artes
por la cultura que proporcionan al espíritu, y se toma como cri-
terio la ampliación de las facultades que tiene que confluir en
la facultad de juzgar para el conocimiento, la música ocupa, en
este aspecto, entre las bellas artes, el lugar más bajo (así como tal
vez ocupe el más alto entre aquellas que al propio tiempo son juz-
gadas por su agradabilidad), porque sólo juega con sensaciones.
Por consiguiente, las artes figurativas la aventajan mucho en este
aspecto, puesto que, como colocan la imaginación en u~ ~uego
libre, bien que, al propio tiempo, adecuado al entendimiento,
desempeñan al propio tiempo una función puesto que obtienen
un producto que sirve de vehículo duradero a los conceptos del
entendimiento y que se recomienda por sí mismo, para fomentar
la unión de esos conceptos con la sensibilidad, y de esta suerte,
por decirlo así, la urbanidad entre las energías superiores del co-
nocimiento. Estas dos clases de artes siguen una marcha totalmente
distinta: la primera, desde las sensaciones a ideas indeterminadas;
la segunda, desde ideas determinadas a sensaciones. Las últimas
producen una impresión duradera; las primeras, sólo transitoria. " Quienes recomendaron el canto de canciones religiosas para .las prá<:-
La imaginación puede evocar aquéllas y entrenenerse con ellas de ticas piadosas del hogar, no tuvieron e.n c~enta. q1;1e co? esa. devoc1ón ,b~li­
modo grato; éstas, en cambio, si no se extinguen totalmente, nos ciosa (y precisamente por ello, de ordinano far¡sruca) 1mpus1eron al pubhco
una gra~ incomodidad, pues obligaron al vecindario a unirse a esos cantos
resultan más molestas que agradables cuando involuntariamente o a interrumpir el curso de sus pensamientos.
174 175
de azar, juegos musicales y juegos de ingenio. Los primeros pre-
suponen un interés, de vanidad o provecho, aunque ese interés
diste mucho de ser tan grande como el que nos inspira el modo
en que nos lo proporcionemos; los segundos, sólo el cambio de
§ 54 sensaciones, cada una de las cuales tiene su relación con la afec-
ción, pero sin llegar al grado de afección, y suscita ideas estéticas;
COMENTARIO los terceros resultan sólo del cambio de representaciones, en la
facultad de juzgar, y gracias a ellos, aun sin llegar a ninguna idea
que implique interés en sí, se mantiene avivado el espíritu.
Como a menudo pusimos ya de relieve, existe una diferencia Todas nuestras veladas demuestran qué gusto deben propor-
esencial entre lo que sólo gusta en el juicio, y lo que deleita (lo cionarnos los juegos sin necesidad de que tengan por fundamento
que gusta en la sensación). Lo último es algo que, a diferencia intenciones interesadas, puesto que casi nadie puede divertirse sin
de lo primero, no podemos atribuir a todos. El deleite (aunque jugar. Pero las afecciones de la esperanza, el temor, la legría, la
su causa pueda estar en ideas) parece consistir siempre en un sen- cólera, el desdén, entran en juego alternando su papel a cada ins-
timiento de fomento de toda la vida del hombre, y, por ende, tante, y son tan vivas que por ellas, a modo de moción interior,
también del bienestar corporal, es decir, de la salud; así, Epicuro, parece fomentarse toda la función vital del cuerpo, como lo de-
que consideró que en el fondo todo deleite era sensación corporal, muestra la jocundia del espíritu así lograda, a pesru: de que no
no iba desencaminado en este sentido, aunque se equivocaba sola- hayamos ganado ni aprendido nada. Y como los juegos de azar
mente cuando incluía entre los deleites el placer intelectual y aún no son juegos de belleza, los dejaremos de lado. En cambio, la
el práctico. Si tenemos presente lo que decíamos en último lugar, música y las cosas de risa, son dos clases de juego con ideas esté-
podremos explicarnos que un deleite pueda disgustar al que lo ticas o también con representaciones del entendimiento, por medio
siente (como la alegría que a un hombre pobre puede proporcio- de las cuales a fin de cuentas nada se piensa, y que sólo pueden
nar la herencia de su padre, que aun amándolo, había sido avaro proporcionar un deleite animado a causa de su variación; con ello
para él), o que un dolor profundo pueda satisfacer a quien lo dan a entender bastante claramente que la animación es en ambas
sufre (la tristeza de una viuda por la muerte de su benemérito meramente corporal, aunque sea suscitada por ideas del espíritu,
esposo), que un deleite pueda satisfacer por añadidura (como el y que la sensación de salud que proporciona el movimiento de
que nos proporcionan las ciencias que cultivamos), o que un dolor las vísceras conespondiente a ese juego, es el todo, del tan distin-
(por ejemplo, el odio, Ja envidia y el deseo de venganza) pueda, guido e ingenioso placer de que se jacta una sociedad animada.
además, disgustarnos. El placer o disgusto se basan, en este caso, Lo que constituye el deleite que se encuentra en el hecho de que
en la razón, y significan lo mismo que aprobación o reprobación; también por el alma se pueda llegm· al cuerpo y utilizar aquélla
en cambio, el deleite y el dolor pueden basarse solamente en la como médico para éste, no es el juicio de la armonía de notas
sensación o perspectiva de un posible bienestar o malestar (cual- o el de las ocurrencias ingeniosas, que, con su belleza, sirven sólo
quiera que sea su causa) . de vehículo necesario, sino la función vital del cuerpo estimulada,
Todo libre juego alternativo de sensaciones (que no tengan la afección que pone en movimiento las vísceras y el diafragma,
por fundamento ninguna intención) deleita porque produce sen- en una palabra: la rensación de salud (que de otra suerte no se
sación de salud, tanto si en el juicio racional nos satisface su ob- tench·ía si no fuera por esa ocasión).
jeto, y aun ese deleite, como si no nos satisface; ese deleite puede En la música, ese juego va desde la sensación del cuerpo
llegar a la afección, a pesar de que el objeto mismo no nos inspire a ideas estéticas (de los objetos de afección), y de éstas vuelven
interés alguno o, por lo menos, no nos lo inspire proporcionado luego, pero con fuerza unida, al cuerpo. En la chanza (que igual-
al grado de la afección. Esos juegos pueden dividirse en juegos mente que aquélla merece incluirse entre las artes agradables más
176 177
bien que entre las bellas), comienza el juego partiendo de pen- nos desagrada que al final advirtamos en seguida su inverosimili-
samientos, que en conjunto, en cuanto quieren expresarse sensi- tud, como, por ejemplo, si nos dicen de unas personas que en una
blemente, ocupan también el cuerpo, y al relajarse de pronto el sola noche encanecieron por haber pasado una gran aflicción; por
entendimiento en esa exposición, en que no encuentra lo que se el contrario, si como réplica a semejante relato, nos cuenta otro
esperaba, el efecto de ese relajamiento se siente en el cuerpo gra- bromista muy detalladamente la aflicción de un comerciante que
cias a la vibración de los órganos, que fomenta el restablecimiento regresando de las Indias a Europa con toda su fortuna en mer-
de su equilibrio y tiene un efecto bienhechor sobre la salud. cancías, se vio obligado a echarlo todo por la borda a causa de
En todo lo destinado a piovocar una risa viva, una carcajada, una gran tempestad, lo cual lo afligió de tal modo que en la
tiene que haber algún contrasentido (en el cual no puede encon- misma noche se le encaneció la peluca, la cosa nos mueve a risa
trar deleite alguno en sí el entendimiento). La risa es una afec- y nos deleita porque tratamos nuestro propio error sobre un ob-
ción procedente de transformarse repentinamente en nada una ex- jeto que por lo demás nos es indiferente, y, mejor aún la idea por
pectación tensa. Piecisamente esa transformación, sin duda no nosotros perseguida, como si fuera una pelota, y nos entretenemos
satisfactoria para el entendimiento, satisface indirectamente de todavía en mandarla a uno y otro lado cuando nuestra intención
modo muy vivo por un instante. Por consiguiente, la causa debe seria simplemente atraparla y quedarnos con ella. Lo que provo-
consistir en la influencia de la-representación sobre el cuerpo y en ca deleite en este caso no es tampoco el habernos desprendido de
el efecto Iecíproco de éste sobre el espíritu; pero no en cuanto la un mentiroso o necio, pues en sí la última historia, narrada con
representación es objetivamente un objeto de deleite (pues ¿cómo presunta seriedad, provocaría franca risa en una reunión, mien-
podría deleitar una esperanza defraudada?), sino simplemente por tras que de ordinario no se consideraría digna de atención la an-
el hecho de que, como mero juego de representaciones, produzca terior a ésa.
un equilibrio de las fuet·zas vitales del cuerpo. Lo notable es que en todos esos casos, la chanza debe conte-
Cuando alguien refiere que un indio que en la mesa de un ner siempre algo que por un instante pueda engañar; de ahí que,
inglés en Surate vio abrir una botella de cerveza y convertirse una vez disipada la ilusión, se vuelve a ella para ensayar otra vez,
en espuma el líquido, manifestó con muchas exclamaciones su y así, mediante un rápido vaivén de tensión y relajamiento que se
gran admiración, y a la pregunta del inglés: "Pero ¿qué tiene eso suceden en veloz alternancia, se opera en el espíritu una oscüa-
que tanto le admira?", contestó: "Si no me admiro de que la ha- ción que, a causa de haberse producido repentinamente (y no
yan sacado, sino de cómo pudieron meterla dentro", nos reímos por relajamiento paulatino), el viraje de lo que parecía como si
y sentimos un regocijo de todo corazón, no porque nos sintamos tirara de la cuerda, tiene que provocar un movimiento del ánimo
más avisados que ese ignorante, ni por cualquier otra cosa que y un movimiento interno del cuerpo que armonice con él, movi-
el entendimiento baya encontrado placentero en eso, sino porque miento que prosigue involuntariamente y ocasiona cansancio, pero
nuestra expectación era tensa y de repente quedó reducida a nada. también regocijo (efectos de una moción que causa salud ).
O cuando el heredero de un pariente rico quiere organizarle un En efecto, suponiendo que a todos nuestros pensamientos va
acompañamiento muy solemne para el féretro, y se queja de que armónicamente asociado al propio tiempo algún movimiento en
no le sale bien su propósito, pues (dice él): "cuanto más dinero los órganos del cuerpo, se comprenderá bastante bien que a aquel
doy a los plañideros para que adopten aires de aflicción, más con- desplazamiento repentino del ánimo, ora a un punto de vista, ora
tentos se ponen", nos hace reír mucho, y la razón está en que a otro, pueda corresponder una alternativa tensión y relajamiento
una expectación ha quedado reducida a nada repentinamente. de las partes elásticas de nuestras vísceras que se comunica al
Obsérvese bien que debe transformarse no en lo positivamente diafragma (como la que sienten las personas que padecen cos-
contrario a un objeto esperado -pues esto es siempre algo y a quillas) : entonces el pulmón expulsa el aire en rápidas expira-
veces puede disgustar- sino en nada. Y es que cuando alguien ciones sucesivas, provocando así un movimiento provechoso para
suscita en nosotros gran expectación con el relato de una historia, la salud, siendo él únicamente, y no el proceso anterior en el es-

178 179
píritu, la verdadera causa de que encontremos deleite en un pen- cwn, viene a sumarse a esa al propio tiempo una pesadumbre
samiento que en el fondo nada representa. Voltaire decía que que es ternura conmovida, la cual, como juego, es perfectamente
como contrapeso de las muchas penalidades de la vida, el cielo susceptible de unión con esa risa cordial, y, en efecto, suele ir
nos dio dos cosas : la esperanza y el sueño. Habría podido añadir unida a ella, a la vez, también, que el que da lugar a ella suele
la risa, si pudiéramos tener a mano tan fácilmente los medios de ¡·esultar compensado por su confusión de no estar dotado aún de
provocarla en las personas razonables, y si el ingenio o la origi- picardía humana. De ahí que sea contradicción hablar de un arte
nalidad del humor necesarias a este efecto no fuesen tan raros de la ingenuidad; sin embargo, es un arte perfectamente posible
como frecuente es el talento para imaginar quebraderos de cabe- y bello, aunque poco frecuente, el de presentar la ingenuidad en
za, como los soñadores místicos, cosas peligrosas, como los genios, un personaje imaginario. No debe confundirse la ingenuidad con
o que destrozan el corazón, como los novelistas (y aun los mora- la simplicidad franca, pues si ésta no disfraza la naturaleza es
listas) sentimentales. porque no entiende lo q ue es el arte del trato social.
Me parece, pues, que puede concederse a Epicuro que todo Entre lo regocijante, muy afín al deleite procedente de la
deleite, aunque sea ocasionado por conceptos que despierten ideas risa, y entre la originalidad del esphitu, aunque no pelteneciente
estéticas, es sensación animal, es decir, corporal, sin que por eso al talento del arte bello, puede figurar también el modo humo-
se falte en lo más minimo al sentimiento espiritual de respeto por rístico. En el buen entendimiento, humor significa el talento de
las ideas morales, que no es deleite, sino autoestimación (de lo ponerse voluntariamente en cierta disposición de ánimo en que
humano que hay en nosotros) que nos eleva por encima de la ne- todas las cosas se juzgan de modo muy distinto (y aun opuesto)
cesidad de deleite, y sin faltar siquiera al menos noble del gusto. que de ordinario, aunque en semejante disposición de espíritu se
Una cosa compuesta de ambos se encuentra en la ingenui- atiende a ciertos principios racionales. El sometido involuntaria-
dad, explosión de la sinceridad natural originaria de la humanidad mente a esas transformaciones, se llama caprichoso; pero el que
contra el arte de la simulación que acabó por ser una segunda las sabe adoptar voluntariamente y con vistas a un fin (deseando
naturaleza. Hay quien se ríe de la simplicidad que todavía no ofrecer una exposición animada por medio de un contraste que
sabe disimular, y, sin embargo, se encanta ante la simplicidad de mueve a risa), se califica de humorista. Sin embargo, este modo
la naturaleza, que de un plumazo proscribe aquel arte. Se espe- pertenece al arte agradable más que al bello, porque el objeto del
raba la costumbre cotidiana de manifestarse capciosamente y po- último tiene que mostrar siempre en sí cierta dignidad y, por
ner buen cuidado en la bella apariencia, y ved: es la impoluta ende, cierta seriedad en la exposición, tal como exige el gusto en
naturaleza inocente que ni siquiera se esperaba encontrar, y que el juicio.
tampoco pensaba descubrir el que la puso de manifiesto. El hecho
de q ue la apariencia bella, pero falsa, q ue de ordinario significa
muchísimo en nuestro juicio, se transforme en nada en este caso,
y de que quede al descubierto en nosotros mismos el bromista,
produce un movimiento del espíritu hacia dos direcciones suce-
sivas contradictorias, movimiento que al propio tiempo trastorna
de modo saludable el cuerpo. Pero el que algo, infinitamente
mejor que todas las costumbres adoptadas, la pureza del modo
de pensamiento (o, por lo menos, la propensión a ella), no se
haya extinguido totalmente en la naturaleza humana, imprime
seriedad y alta estimación a este juego de la facultad de juzgar.
Pero como es un fenómeno que sólo se manifiesta por breve tiem-
po, pues pronto vuelve a daxse preferencia al velo de la simula-

180 181
SECCIÓN SEGUNDA

DE LA CRITICA DE LA FACULTAD
DE JUZGAR ESTÉTICA

DIALE:CTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR ESTE:TICA

§ 55

Para que una facultad de juzgar sea dialéctica, necesita, ante


todo, ser raciocinante, es decir, que sus juicios tienen que aspirar
a ser universales, aun a priori *, pues la dialéctica consiste en la
oposición de tales juicios. De ahí que no sea dialéctica la incon-
ciliabilidad de juicios estéticos sensibles (sobre lo agradable y
desagradable). La oposición entre juicios de gusto, en cuanto
cada cual invoca su propio gusto, tampoco constituye una dialéc-
tica del gusto; puesto que nadie piensa erigir su juicio en regla
universal. Por consiguiente, como concepto de dialéctica que pu-
diera convenir al gusto, no nos queda más que el de una dia-
léctica de la crítica del gusto (no del gusto mismo) con respecto
a sus principios, puesto que sobre el fundamento de la posibilidad
de los juicios de gusto se presentan de modo natural e inevitable
conceptos antagónicos. Siendo así, la crítica trascendental del
gusto contendrá sólo una parte que puede llevar el nombre de
Dialéctica de la facultad de juzgar estética si de los principios
de esta facultad se halla una antinomia que haga dudosa la lega-
lidad de esa facultad, y, por ende, su intrinseca posibilidad.

.. Puede denominarse juicio raciocinante todo el que se formula, como


universal, pues entonces puede servir de premisa mayor en un silogismo;
por el contrario, juicio raciocinado sólo puede llamarse el concebido como
conclusión de un silogismo, y, en consecuencia, como fundado a priori.

183
lfl:h. BISUOTECA
~
...., ...........CAALOS GAVIRIA OÍJ
' '"""""'l~
2. Antítesis: El juicio de gusto se funda en conceptos, pues
§ 56 de lo contrario, prescindiendo de su di~rsidad, ni siquiera po-
dría discutirse sobre él (aspirar al necesario sentimiento de otros
Representaci6n de la antinomia del gusto a este juicio) .
El primer lugar común del gusto está contenido en la pro- §57
posición con que toda persona desprovista de gusto piensa de-
fenderse de reproches: cada cual tiene su propio gusto. Esto equi-
Solución de la antinomia del gusto
vale a decir: el fundamento determinante de este juicio es mera-
mente subjetivo (placer o dolor); y el juicio no tiene derecho al- No hay otra posibilidad de eliminar el antagonismo entre
guno al necesario asentimiento de los demás. aquellos principios subyacentes a todo juicio de gusto (que no
El segundo lugar común del gusto, utilizado aun por quienes son sino las dos caracterfsticas del juicio de gusto ya representa-
conceden al juicio de gusto el derecho a ser formulado con vali- das en la analítica) como no sea demostrado que el concepto
dez para todos, es : sobre el gusto no puede disputarse. Esto signi- a que se refiere el objeto en esta clase de juicios, no es tomado
fica lo mismo que: el fundamento determinante de un juicio de en el mismo sentido en las dos máximas de la facultad de juzgar
gusto puede ser, si, también objetivo; pero no puede reducirse estética; y que esta dualidad de sentido o de punto de vista del
a conceptos determinados; por consiguiente, sobre el juicio mismo juicio es necesaria para nuestra facultad de juzgar trascendental,
nada puede decidirse por demostración, aunque sobre él pueda pero también que es inevitable, como ilusión natural, la aparien-
discutu·se y con razón. En efecto, discutir y disputar coinciden en cia en la mezcla del uno con el otro.
que mediante la recíproca resistencia de los juicios se pretende A algún concepto tiene que referirse el juicio de gusto, pues,
llegar a su unanimidad, pero difieren en que el disputar preten- de lo contrario, en modo alguno podría aspirar a tener validez
de lograrlo a base de conceptos determinados como argumentos, necesaria para todos. Pero eso no quiere decir precisamente que
admitiendo, en consecuencia, conceptos objetivos como fundamen- ese juicio haya de demosb'arse a base de un concepto, porque un
tos del juicio; pero si se considera impracticable esto, se juzga concepto puede ser, bien determinable, bien indeterminado en sí
igualmente impracticable el disputar. y al propio tiempo indeterminable. De la primera clase es el con-
Se ve fácilmc~te que entre dos lugares comunes falta una cepto del entendimiento, determinable por los predicados de la
proposición, que si no circula como proverbio, se halla, no obs- intuición sensible que puedan corresponderle; y de la segunda, el
tante, en el ánimo de todos: sobre el gusto se puede discutir (aun- concepto racional trascendental de lo suprasensible, que sirve de
que no disputar) . Pero esta proposición encierra lo contrario de fundamento a todas estas intuiciones y, por tanto, no es suscepti-
la primera, pues en lo que sea permitido discutir, tiene que haber ble de ulterior determinación teorética.
esperanza de llegar a una coincidencia; por lo tanto, tiene que Pues bien, el juicio de gusto versa sobre objetos de los sen-
poder contarse con fundamentos del juicio que no tengan sólo va- tidos, aunque no para determinar para el entendimiento un con-
lidez personal, que no sean, pues, meramente subjetivos, lo cual, cepto de ellos, puesto que no es un juicio de conocimiento. De
sin embargo, es diametralmente opuesto a aquel principio que ahí que, a título de representación singular intuitiva relacionada
dice que cada cual tiene su propio gusto. con el sentimiento de agrado, sea sólo juicio personal, y, por ende,
Por lo tanto, con respecto al principio del gusto, se ofrece por su validez quedaría limitado al individuo que juzga; el objeto
la siguiente antinomia: es para mí objeto de placer, pero puede ser de otro modo para
l. Tesis: El juicio de gusto no se funda en conceptos, pues los demás; cada cual tiene su gusto.
de lo conb·ario podría disputarse sobre él (decidir por demos- Sin embargo, está fuera de duda que en el juicio de gusto se
tración) . contiene una relación ampliada de la representación del objeto

185
184
(y al propio tiempo también del sujeto) en que fundamos una antítesis .el juicio .de gusto se funda, no obstante, en un concepto,
extensión de esta clase de juicios como necesaria para todos, pero aunque mdetermmado (a saber: el del sustrato suprasensible de
que necesariamente debe tener por fundamento algún concepto, los fenómenos), y, siendo así, no habría entre ellos contradicción
pero un concepto que no puede determinarse por intuición y me- alguna.
diante el cual nada puede conocerse, concepto, por lo tanto, que No podemos hacer más que suprimir esta contradicción en las
no puede proporcionar prueba alguna para el juicio de gusto. pretensiones y contrapretensiones del gusto. Es absolutamente im-
Y un concepto semejante es el pmo concepto racional de lo supra- posible dar un determinado principio objetivo del gusto a tenor
sensible que sirv-e de fundamento al objeto (y también a] sujeto del cual los juicios del último puedan ser examinados y demos-
que juzga) corno objeto del sentido, y, en consecuencia, como trados, pues, de lo contrario, ya no serían tales juicios de gusto.
fenómeno. En efecto, de no tener eso en cuenta, no podría sal- El principio subjetivo: la indeterminada idea de lo suprasensible
varse la pretensión del juicio de gusto a tener validez universal, en nosotros, es la única llave que puede descifrarnos el enigma de
y el concepto en que se funda este juicio sería sólo mero concepto esa facultad oculta para nosotros aun en sus fuentes; pero nada
co~fuso del entendimiento, quizá el de perfección, al que se atri- hay que pueda hacerlo más comprensible.
bmría, por correspondencia, la intuición sensible de lo bello: de La antinomia así planteada y resuelta se funda en el recto
est~ ~~erte sería posible en si, por lo menos, fundar en pruebas concepto de gusto, a saber: como facultad de juzgar estética mera-
el JUICiO de gusto, lo cual está en conh·adicción con la tesis. mente reflexionante, y de esta suerte se conciliarían los dos prin-
Pues bien, toda contradicción desaparece si decimos: el juicio cipios en apariencia antagónicos en cuanto ambos pueden ser
de gusto se funda en un concepto (fundamento, propiamente, de verdaderos, y con ello basta. En cambio, si como fundamento de-
la idoneidad subjetiva de la naturaleza por la facultad de juz- terminante del gusto (a causa de la singularidad de la represen-
gar), pero a base del cual nada puede conocerse ni demostrarse tación en que se funda el jtúcio de gusto) se diera, como hacen
con respecto al objeto, porque ese concepto es en sí indetermina- algunos, lo agradable, o, como pretenden otros (que se atienen
ble e impropio para el conocimiento; sin embargo, gracias a ese a su universalidad), el principio de la perfección, y la definición
concepto, el juicio de gusto adquiere al propio tiempo validez del gusto inspirada en esos criterios, se produce entonces una anti-
para todos (en todo juicio como singular, directamente concomi- nomia absolutamente imposible de resolver más que mostrando
tante a la intuición) porque su fundamento determinante se halla que las dos proposiciones opuestas (bien que no meramente con-
tal vez en aquello que puede considerarse corno el sustrato supra- n·adictorias) son falsas; lo cual demuestra luego que se contradice
sensible de la humanidad. a sí mismo el concepto en que se funda cada una de ellas. Como
Para la solución de una antinomia importa sólo la posibilidad puede verse, la supresión de la antinomia de la facultad de juzgar
de que dos proposiciones en apariencia antagónicas no se contra- estética, toma, pues, un rumbo análogo al seguido por la crítica
digan de hecho sino que puedan coexistir bien que la explicación en la solución de las antinomias de la razón teorética, y, lo mismo
de la posibilidad de su concepto rebase nuestras facultades de co- en este caso que en la 01·ítica de la razón práctica, nos vemos
nocimiento. A base de esto puede hacerse comprensible que esa obligados, bien a pesar nuestro, a mirar más allá de los sentidos
apariencia sea asimismo natural e inevitable para la razón huma- para buscar en lo suprasensible el punto de unión de todas nues-
na, e igualmente por qué lo es y sigue siendo a pesar de que ya tras facultades a pri01i, puesto que no nos queda otro recurso para
no nos engañe una vez resuelta la aparente contradicción. poner la razón de acuerdo consigo misma.
Y es que en cada uno de los juicios que se contradicen torna-
mos en el mismo sentido el concepto en que tiene que basarse
la universalidad de un juicio, y, sin embargo, le atribuimos dos
predicados opuestos. De ahí que, en la tesis, pretendamos: el
juicio de gusto no se funda en conceptos determinados, y, en la

186 187
COMENTARIO I ejemplo: en una línea recta, etc.; el concepto de causa de la im-
penetrabilidad, en el choque de los cuerpos, etc. Por consiguiente,
Dado que en la filosofía trascendental tuvimos frecuentes oca- ambos pueden comprobarse por una intuición, es decir, que su
siones de distinguir de los conceptos del entendimiento las ideas, pensamiento puede exhibirse, mostrarse, en un ejemplo, y esto
puede ser de utilidad la adopción de términos convencionales tiene que poder suceder, pues de lo contrario, no se tiene la certi-
apropiados a esa diferencia. Creo que nada se opondrá a que dumbre de que el pensamiento no sea vacío, es decir, sin objeto.
proponga algunos. Las ideas, en la acepción más general, son re- En lógica nos solemos servir de las expresiones de lo demos-
presentaciones referidas a un objeto según cierto principio (sub- trable o indemostrable únicamente con respecto a las proposicio-
jetivo u objetivo), a condición, sin embargo, de que nunca pue- nes, cuando sería mejor calificar las primeras de proposiciones
dan contener un conocimiento de ese objeto; se refieren a una sólo indirectamente ciertas y las segundas de directamente ciertas,
intuición a tenor de un principio meramente subjetivo de coinci- pues la filosofía tiene también proposiciones de ambas clases, si
dencia de las facultades de conocimiento entre sí (imaginación por ellas se entiende verdaderas proposiciones susceptibles o no
y entendimiento), y entonces se llaman estéticas, o bien, a tenor de prueba; pero, a base de razones a pr,iori, la filosoffa, como tal,
de un principio objetivo, se refieren a un concepto, pero sin que sólo puede pro bar, pero no demostrar (o sea: mostrar), a no ser
puedan jamás producir un conocimiento del objeto, llamándose que quiera prescindirse totalmente de la acepción de la expresión
entonces ideas racionales, y en tal caso, el concepto es un concepto "demostrar ( ostendere, exhibe1·e) que significa exponer al propio
trascendente, diferente del concepto de entendimiento a que en tiempo su concepto en la intuición (bien en la prueba, bien en
todo momento puede someterse una experiencia adecuadamente mera definición), intuición que, si es a priori, significa construir
correspondient~, y que, por lo tanto, se califica de concepto in- el concepto, y que si también es empú:ica, sigue siendo, no obs-
manente. tante, la éxhibición del objeto gracias a la cual se asegura reali-
Una idea estética no puede convertirse en conocimiento por- dad objetiva al concepto. Así, de un anatómico se dice que mues-
que es una intuición (de la imaginación) para la cual jamás pue- tra el ojo humano cuando por medio del análisis de ese órgano
de encontrarse un concepto adecuado. Una idea racional no puede hace patente el concepto que antes ha expuesto discmsivamente.
convertirse nunca en conocimiento porque contiene un concepto En consecuencia, el concepto racional del sustrato suprasen-
(el de lo suprasensible) para el cual jamás puede darse adecuada- sible de todos los fenómenos, o también el de lo que tiene que
mente una intuición. servir de base a nuestra voluntad con respecto a la ley moral,
Pues bien, yo creo que la idea estética podría caHficarse de o sea, el de la libertad trascendental debe ser, ya por su especie,
representación inexponible de la imaginación, y la idea racional un concepto inmostrable y una idea racional, mientras que la vir-
de concepto inmostrable de la razón. De ambas se presupone, tud lo es según el grado, porque al primero en sí nada puede
no que carezcan en absoluto de fundamento, antes bien (ate- dársele que en calidad le corresponda en la experiencia, mientras
niéndonos a la expuesta definición de idea) deben producirse de que en la segunda ningún producto de experiencia de aquella cau-
conformidad con ciertos principios de las facultades de conoci- salidad alcanza el grado que la idea racional prescribe como regla.
miento a que pertenecen (la primera a principios subjetivos, la Así como en una idea racional la imaginación con sus intui-
segunda a objetivos). ciones no alcanza el concepto dado, así en una idea estética el
Los conceptos del entendimiento deben, como tales, ser siem- entendimiento, por medio de sus conceptos, no logra alcanzar
pre mostrables (entendiendo por mostrar ( Demonstrieren), como nunca la intuición interna total de la imaginación, que ésta asocia
en anatomía, el mero exponer ), es decir, que el objeto que les a una representación dada. Pues bien, como reducir a conceptos
corresponda debe poder darse siempre en la intuición (pura o em- una representación de la imaginación equivale a exponerla, la idea
pírica), pues sólo así puede llegar a ~r conocimiento. El concepto estética puede calificarse de representación inexponible de la ima-
de magnitud puede darse en la intuición del espacio a priori, por ginación (en su libre juego). Todavía tendré ocasión de dar algu-

188 189
nos detalles acerca de esta clase de ideas; de momento, me limi- esa merma se le abren perspectivas de uso tanto mayores en el
taré a hacer observar que ambas clases de ideas, lo mismo las aspecto práctico, no parece que pueda renunciar sin dolor a esas
racionales que las estéticas, deben tener necesariamente sus prin- esperanzas apartándose de su antigua devoción.
cipios, y ambas precisamente en la razón: aquéllas en su uso obje- El hecho de que haya tres clases de antinomia se funda en
tivo, éstas en su uso subjetivo. que hay tres facultades de conocimiento: entendimiento, facultad
En atención a esto, puede definirse también el genio como de juzgar y razón, cada una de las cuales (como facultad superior
capacidad de ideas estéticas, con lo cual se indica al propio tiem- de conocimiento) debe tener forzosamente sus principios a prior-i,
po la razón de que en los productos del genio sea la naturaleza puesto que la razón, en cuanto juzga sobre esos principios mis-
(del sujeto), y no un fin reflexivo, lo que da la regla del arte mos y sobre su uso, exige incesantemente de todos ellos, frente a
(a la producción de lo bello). En efecto, como lo bello no debe lo condicionado dado, lo incondicionado, que jamás podrá encon-
juzgarse por conceptos, sino por la disposición idónea de la ima- trarse si se considera lo sensible como perteneciente a las cosas en
ginación para su coincidencia con la facultad de los conceptos en si mismas, en vez de atribuirle, como mero fenómeno, algo supra-
general, la regla o precepto no podrá servir de norma subjetiva sensible (el substrato inteligible de la naturaleza que hay en nos-
para esa idoneidad estética, pero incondicionada, del arte bello otros y fuera de nosotros) como cosa en si misma. Entonces
con su justificada pretensión de agradar a todos, sino que sólo tenemos: 1Q, una antinomia de la razón con respecto al uso teo-
podrá servir de tal lo que es mera naturaleza del sujeto, pero que rético del entendimiento negando hasta lo incondicionado para la
no puede concebirse bajo las reglas o conceptos, es decir, el sus- facultad del conocimiento; 21?, una antinomia de la razón con res-
trato suprasensible de todas sus facultades (al cual no llega nin- pecto al uso estético de la facultad de juzgar para el sentimiento
gt'm concepto de entendimiento), por consiguiente, aquello con de agrado y desagrado; 31?, una antinomia con respecto al uso
relación a lo cual deben conciliarse todas nuestras facultades de práctico de la en sí misma razón legisladora para la facultad de
conocimiento y que es fin último dado por lo inteligible de nues- apetecer; en cuanto todas estas facultades tienen sus principios
tra naturaleza. Y eso es también la única posibilidad de que el superiores a pri01·i y, en virtud de una exigencia ineludible de la
arte bello, al cual no puede prescribirse ningún principio objetivo, razón, tienen que poder juzgar también incondicionalmente según
tenga por fundamento un principio subjetivo a priori, y, sin em- estos principios y determinar su objeto.
bargo, de validez universal. Con respecto a dos de estas antinomias, la del uso teorético y
la del práctico de aquellas superiores facultares de conocimiento,
hemos mostrado ya en otro lugar que son inevitables si semejan-
COMENTARIO II tes juicios no buscan un substrato suprasensible de los objetos da-
dos como fenómenos, pero también que pueden resolverse en
De esto resulta automáticamente la tan importante observa- cuanto apelamos a este último recurso. Ahora bien, en cuanto a la
ción siguiente: que hay tres clases de antinomia de la razón pura, antinomia del uso de la facultad de juzgar, de acuerdo con la exi-
aunque las tres obligan a desistir del presupuesto, por lo demás tan gencia de la razón y con la solución que damos, no hay otro medio
natural, de considerar como cosas en sí los objetos de los sentidos, de eludirla que: o negando que el juicio de gusto estético tenga
y a tenerlos más bien como fenómenos solamente, anibuyéndoles por fundamento algún principio a priori, de suerte que sería vano
un substrato inteligible (algo suprasensible, cuyo concepto es sólo e infundado delirio el pretender que ese juicio tenga necesaria-
idea y no admite un conocimiento propiamente dicho). Sin esa mente derecho a un asentimiento universal, y un juicio de gusto
a~t~omia, jamás podría decirse la razón a aceptar semejante prin- sólo merecería ser tenido por correcto por la circunstancia de que
cipiO que tanto restringe el campo de su especulación, ni hacer muchos coinciden en él, y aun eso no propiamente porque tras esa
saclificios en que desaparecen tantas esperanzas por lo demás muy coincidencia se suponga un principio a priori, sino (como en el
brillantes, pues ni siquiera ahora, cuando como compensación de gusto del paladar) porque se da la contingencia de que los sujetos

190 191
se hallan organizados de modo análogo; o admitiendo necesaria- también razones de deleite a priori, que, por lo tanto, pueden
mente que el juicio de gusto es propiamente un juicio racional coexistir con el principio del racionalismo, a pesar de que no pue-
encubierto sobre la perfección de una cosa y sobre la relación dan comprenderse en conceptos determinados.
que en ella descubrimos entre lo diverso con vistas a un fin, o En cambio, el racionalismo del principio del gusto es o bien el
sea que lo calificamos de estético, cuando en el fondo es sólo teleo- del realismo de la idoneidad o el del idealismo de ésta. Ahora
lógico, a causa de la confusión de que nuestra reflexión adolece, y bien, como un juicio de gusto no es un juicio de conocimiento, ni
en este último caso, la solución de la antinomia por medio de ]a belleza una cualidad del objeto considerado en sí, el raciona-
ideas trascendentales podría declararse innecesaria y nula, y de esta lismo del principio del gusto nunca puede estribar en que la ido-
suerte resultaría posible unir a aquellas leyes del gusto los objetos neidad de este juicio se conciba como objetiva, es decir, en que
de los sentidos no como meros fenómenos sino también como co- el juicio se formule teoréticamcnte, y, en consecuencia, también
sas en sí mismas. Pero ya en varios pasajes de la exposición de los lógicamente (ni siquiera juzgando de modo confuso), sobre la
juicios de gusto pusimos de relieve cuán poco resultado se obtiene perfección del objeto, sino sólo estéticamente. sobre la coinciden-
con cualquiera de esos dos recursos. cia de su representación en la imaginación con los principios esen-
Pero si se nos concede, por lo menos, que nuestra deducción ciales de la propia facultad de juzgar del sujeto. En consecuencia,
está bien encaminada, aunque todavía no resulte lo bastante clara aun según el principio del racionalismo, el juicio de gus~o y la
en todas sus partes, se ponen de relieve tres ideas: primera, la de diferencia entre su realismo y su idealismo, sólo puede estribar en
lo suprasensible en genera], sin calificación ulterior, como subs- que, en el primer caso, aquella idoneidad subjetiva coincida, como
trato de la naturaleza; segunda, la misma como principio de la ido- fin verdadero (deliberado) de la naturaleza (o del arte), con
neidad subjetiva de la naturaleza para nuestra facultad de conoci- nuestra facultad de juzgar, o bien, en el segllndo caso, en que, para
miento; tercera, la misma como prinicipio de los fines de la libertad las necesidades de la facultad de juzgar, se suponga, con respecto
y como principio de la coincidencia de éstos con aquélla en lo a la naturaleza y a sus formas producidas según leyes especiales,
moral. una coincidencia idónea, que, sin fin, se manifieste por sí misma
y de modo contingente.
§ 58 Las bellas formaciones del reino de la naturaleza organizada
hablan mucho en pro del realismo de la idoneidad estética de la
Del idealismo de la idoneidad tanto de la naturaleza como del arte, naturaleza, pues podría suponerse que la producción de lo bello
como principio único de la fact~ltad de juzgar estética tiene por fundamento una idea de él en la causa que lo produce, o
sea, un fin a favor de nuestra imaginación. Las flores de plantas
Es posible, ante todo, una doble explicación del principio del y árboles y hasta la figura de plantas enteras; la gracia de las for-
gusto según se considere que éste juzga siempre por fundamentos mas animales de toda especie, innecesaria para su uso propio, pero
determinantes empíricos, o sea por aquellos que sólo a posterior-i como elegida para nuestro gusto; sobre todo, la para nuestra vista
son dados por los sentidos, o bien concediendo que juzgue a base tan placentera y encantadora diversidad y armónica combinación
de un fundamento a prior-i. Lo primero sería la crítica del gusto de colores (de faisanes, moluscos, insectos y hasta de las flores
empírica; lo segundo, la racionalista. Según la primera, el objeto más corriente), que, en cuanto no afectan sino a la superficie, y
de nuestro deleite no se distinguida de lo agradable; según la se- aun en ésta ni siquiera a la figura do las criaturas que en definitiva
gunda, si el juicio se basara en conceptos determinados, no se pudiera ser requerida para los fines de. éstas, P.arecen respon?er
distinguiría de lo bueno. De esta suerte se negaría la existencia totalmente a los fines de su contemplac1Ón extenor: dan gran im-
de t oda belleza, dejando subsistir sólo en vez de ella un nombre portancia al modo de explicación que at:nbuye a ,1~ naturaleza
especial, tal vez para cierta mezcolanza de las dos mencionadas verdaderos fines para nuestra facultad de Juzgar estetica.
clases de deleite; sin embargo, ya pusimos de manifiesto que hay Pero contra esa atribución se pronuncia no sólo la razón con
192 193
su máxima de evitar siempre que sea posible la inneces;uia mul-
induce a ~uponer, en el agua y por precipitación de las partes, al
tiplicación de principios, sino la misma naturaleza, que en sus li-
vers~ obligadas, por algun~ causa. a abandonar ese vehículo y
bres formaciones muestra por doquiera tamaña tendencia mecánica
reuniTse entre SI en determmadas formas exteriores.
a la producción de formas, que parecen como hechas para el uso
estético de nuestra facultad de juzgar, sin que se vislumbre la más Pero también interiormente, todas las materias que sólo por
pequeña razón para suponer que, además de su mecanismo, como el c~lor. pasaron al estado líquido habiendo vuelto al sólido por
mera naturaleza, se necesita algo más en virtud de lo cual, aun sin enfnam1ento, muestran, fracturadas, determinada textura de la cual
fundarlas en ninguna idea, pudieran ser idóneas para nuestro jui- puede deducirse .q ue, de ,no haberlo impedido su propi~ peso o el
cio. Pero por formación libre de la naturaleza entiendo yo aquella contacto con el arre, habnan ostentado también al exterior su figura
en que de un líquido en reposo, por volatilización o separación de específicamente caracter ística: así se observó en algunos metales
prute de él (a veces solamente de materia calórica), lo restante, endurecidos e::>..1:eriormente después de su fundición, y que seguían
al hacerse sólido, adopta una figura o textura distinta seg{m la siendo líquidos en el interior, que habléndoseles extrafdo la parte
diversidad de las materias, pero exactamente la misma en cada interior, líquida aún, se vio cómo se solidificaba poco a poco la
una de ellas; si bien presuponiendo para ello lo que siempre se restante que había quedado en el interior. Muchas de esas crista-
entiende por verdadero líquido, a saber: que su materia haya de lizaciones minerales, como los feldespatos, los hematites y las piri-
considerarse enteramente suelta, o sea, no como un mero agre- tas, ofrecen a menudo bellas figuras como sólo el arte podría
gado de partes sólidas en estado de fluctuación en ese cuerpo. imaginar; y la gloria en la cueva de Antiparos es sólo el producto
del agua filtrándose por capas de yeso.
La formación se opera entonces por precipitación, es decir,
gracias a una solidificación repentina, no en virtud de un tránsito Según todas las apariencias, lo líquido es más antiguo que lo
paulatino del estado líquido al sólido, sino como dando un salto, sólido, y tanto las plantas como los cuerpos animales se forman
tránsito que se llama también cristalización. El ejemplo más co- a base de materia nutritiva líquida, que se va formando pausada-
ITiente de esta clase de f01mación es el agua que se biela, en la mente; desde luego, sobre todo Jo último, en virtud de cierta
cual se producen primero agujas rectas de hielo que se juntan en disposición originaria dirigida a fines (la cual, como se indicará
ángulos de 60 grados a la vez que oh·as vienen a reunirse asimismo en la segunda prute, debe juzgarse, no estéticamente, sino teleoló-
en ese punto, hasta que toda el agua se ha convertido en hielo; de gicamente, según el principio del realismo), pero es posible que
suerte que durante ese tiempo, el agua que hay entre las agujas también al propio tiempo precipitándose quizás de acuerdo con la
de hielo no se vuelven paulatinamente más densa sino que sigue ley universal de la afinidad de la materia y formándose en libertad.
siendo tan completamente liquida como lo sería con un calor mu- Pues bien, así como los líquidos acuosos disueltos en una atmós-
cho mayor a pesar de que tiene la temperatura propia del hielo. fera que es una mezcla de diferentes clases de gases, producen
La materia que se volatiliza desapareciendo de repente en el mo- figtrras de nieve cuando por pérdidas de calor se separan éstos de
mento de la solidificación, es un quantum considerable de materia aquélla, figuras que según la diversidad de la eventual mezcla
calórica que, como sólo se necesitaba para el estado líquido, su de aire resultan a menudo de apariencia muy artística y suma-
pérdida no determina que lo que ahora pasa a ser hielo resulte mente bella: así, sin menoscabo del principio teleológico del juicio
un ápice más frio que en su estado inmediatamente anterior cuando de la organización, cabe imaginar perfectamente que, en cuanto a
era agua. la belleza de las flores, plumas de aves, conchas, tanto por su fi-
Muchas sales, e igualmente piedras, que tienen figura crista- gura como por su color, puede ser atribuida a la naturaleza y a su
lina, son producidas asimismo por un terreno que, quién sabe por capacidad de formarse también a sí misma de modo estéticamente
qué medio, se disuelve en el agua. Asimismo, las configuraciones idóneo, en su libertad, sin fines especiales encaminadas a ello, en
granulares de muchos minerales, del brillo de la galena cristalizada virtud de leyes químicas, depositando la materia necesaria para
en cubos, de la blenda roja y otros, se forman, también, como todo la organización.
194 195
Pero lo que demuestra precisamente el princ1p10 de que lo ticas, que son esencialmente distinta de las ideas racionales de
bello de la naturaleza es idóneo idealmente, en cuanto principio fines determinados.
que tomamos siempre como fundamento en el juicio estético mismo Así como ]a idealidad de los objetos de los sentidos, como
y que no nos permite utilizar ningún realismo de un fin de la na- fenómenos, es el único modo de explicar la posibilidad de que sus
turaleza como motivo de explicación para nuestra imaginación, formas sean determinadas a priori, así también el idealismo de la
es que en el juicio de la belleza buscamos en nosotros mismos la idoneidad en el juicio de lo bello de la naturaleza y del arte es
norma de ésta a priori, y que con respecto al juicio de si algo es el único presupuesto que permite a la crítica ex'Plicar la posibili-
bello o no, es legisladora la misma facultad de juzgar estética, dad de un juicio de gusto que a prim·i reclame validez para todos
cosa que no podría ocurrir si admitiéramos como real la idoneidad ( a pesar de que no funde en conceptos la idoneidad representada
de la naturaleza, puesto que entonces tendríamos que aprender de en el objeto).
ésta lo que hubiéramos ele encontrar bello y el juicio de gusto
quedaría supeditado a principios empíricos. En efecto, para este § 59
juicio lo que importa no es lo que sea naturaleza, ni siquiera lo
que como fin sea para nosotros, sino cómo la captamos. Sería De la. belleza como símbolo de la. moralidad
siempre una idoneidad objetiva de la naturaleza el que hubiera
formado sus formas para nuestro deleite, y no idoneidad subjetiva Para exponer la realidad de nuestros conceptos se requieren
que se basara en el juego de la imaginación en su libertad, en el siempre intuiciones, que se llaman ejemplos si los conceptos son
cual captamos nosotros la naturaleza con favor, pero que no es empíricos, y esquemas si son puros conceptos del entendimiento.
favor que ella nos dispense. La cualidad de la naturaleza de ofre- Pero si se llega a exigir que se exponga la realidad objetiva de los
cernos la ocasión de percibir la idoneidad intrínseca en las relacio- conceptos de razón, o sea, de las ideas, y precisamente con vistas a
nes entre nuestras energías espirituales al juzgar ciertos de los su conocimiento teorético, se pide algo imposible, porque no puede
productos de aquélla, y precisamente una idoneidad tal que a base haber absolutamente ninguna intuición que les sea adecuada.
de un motivo suprasensible haya de ser declarada necesaria y Toda hipotiposis (exposición, suiectio sub adspectum), en
universalmente válida, no puede ser fin de la naturaleza o, mejor cuanto sensibilización, es doble: esquemática, porque de a priori
dicho, ser juzgada de tal por nosotros, pues, de lo contrario, el la correspondiente intuición a un concepto concebido por el enten-
juicio de esta suerte determinado tendría por fundamento una dimiento, o simbólica, si atribuye una a un concepto que sólo
heteronomía, y no sería libre, ni se fundaría en una autonomía, puede ser pensado por la razón y que no puede tener ninguna
como corresponde a un juicio de gusto. intuición sensible adecuada, y esa intuición atribuida determina que
Más claramente se pone de manifiesto en el arte bello el p1 in- el procedimiento de la facultad de juzgar sea sólo análogo al
cipio del idealismo de lo idóneo. El arte bello tiene de común con que observa en el esquematizar, es decir, que con él coincide sólo
la naturaleza bella, el no poder aceptar que esa idoneidad sea la regla de este procedimiento, pero no la intuición misma, y,
realismo estético, por medio de sensaciones (pues entonces, en por lo tanto, la coincidencia lo es de la forma, pero no del conte-
vez de arte bello sería sólo arte agradable) . Pero que el placer nido de la reflexión.
provocado por ideas estéticas no tiene que depender del logro de Aunque haya sido admitido por los lógicos modernos, cons-
determinados fines (como arte deliberadamente mecánico), y que, tituye un contrasentido y una inexactitud el uso de la palabra
en consecuencia, el racionalismo del principio tiene por funda- "simbólico" como opuesta al modo de representación intuitivo,
mento la idealidad y no la realidad del fin, también resulta ya puesto que lo simbólico es sólo una especie de lo intuitivo. Lo
claramente del hecho de que el arte bello, como tal, no tiene que último (lo intuitivo) puede dividirse en dos modos de representa-
considerarse producto del entendimiento y de la ciencia, sino del ción, el esquemático y el simbólico. Las dos son hipotiposis, es de-
genio, recibiendo, por lo tanto, sus reglas por medio de ideas esté- cir, exposiciones ( exhibitiones), no menos caracterismas, es decir,

196 197
denominaciones de los conceptos mediante signos sensibles con- fectamente lícita si ese modo es un principio, no de la determi-
comitantes que nada contienen que pertenezca a la intuición del nación teorética del objeto, de lo que éste sea en sí, sino de la
objeto, sino que sólo sirven a aquellos de medios de reproducc~ón práctica, de lo que la idea de él h:1ya de ser para nosotros y para
según la ley de la asociación de la imaginación, o sea en intención el uso idóneo de esa idea), todo nuestro conocimiento de Dios es
subjetiva; son palabras o signos visibles (algebraicos, y aun mí- meramente simbólico, e incurre en antropomorfismo quien lo toma
micos), como meras expresiones para conceptos *. por esquemático con las cualidades de entendimiento, voluntad,
Todas las intuiciones atribuidas a conceptos a priori, son, pues, etc., que sólo en seres del mundo muestran su reaHdad objetiva,
esquemas o símbolos, conteniendo los primeros exposiciones di- así como quien desecha todo lo intuitivo incurre e n deísmo, según
rectas y los segundos indirectas del concepto. Los primeros lo el cual nada es conocido, ni aun en el sentido práctico.
haoen demostrativamente (por mostración), los segundos por me- Pues bien, yo digo que lo bello es el símbolo de Jo moral-
dio de una analogía (para la cual nos servimos también de intui- mente bueno, y asimismo sólo en este aspecto (en una relación que
ciones empíricas), en la cual lleva a cabo la imaginación una es natural para todos, y que también todos atribuyen a los demás
función doble: en primer lugar, aplica el concepto al objeto de como deber ) gusta con la pretensión de tener el asentimiento de
una intuición sensible, y luego, en segundo lugar, aplica la mera todos los demás, convicción en que el espíritu tiene al propio
regla de la reflexión sobre esa intuición a un objeto totalmente tiempo conciencia de cierto ennoblecimiento y elevación por en-
distinto del cual el primero es sólo el símbolo. Así, un Estado mo- cima de la mera receptividad de un agrado por impresiones sensi-
nárquico s<: representa por un cuerpo animado, si está regido por bles y aprecia también el valo1· de los demás por una máxima
leyes populares internas, pero por una mera máquina (por ejem- semejanza de la capacidad de juzgar do ellos. Es lo inteligible, a
plo, un molinillo) si está regido por una sola voluntad absol';lta, lo cual, como se indicó en el párrafo anterior, dirige sus miradas
siendo en ambos casos la representación meramente simbóhca, el gusto, coincidiendo en ello aun nuesb·as superiores facultades de
pues entre un Estado despótico y un molinillo no hay semejanza conocimiento, y sin lo cual se producirían francas contradicciones
alguna, aunque si la hay entre las reglas de refl exionar sobre las entre las naturalezas de aquéllas, comparadas con las pretensiones
dos cosas y su causalidad. Es un asunto hast a ahora muy poco que presenta el gusto. En esta aptitud, la facultad de juzgar no se
estudiado a pesar de que merece una mayor investigación; pero no ve sometida a una heteronomía de las leyes de la experiencia,
es éste el lugar indicado para detenernos en él. Nuestro lenguaje como le ocurre en los demás casos en que se juzga empíricamente:
abunda en semejantes exposiciones indirectas a base de una ana- con respecto a los objetos de un placer tan puro, se da a sí misma
logía, cuya expresión contiene, no el esquema propio del concepto, la ley, como con respecto a la facultad de apetecer hace la razón,
sino sólo un símbolo para la reflexión. Así, las palabras "funda- y, tanto a causa de esta posibilidad interna en el sujeto como de la
mento" (apoyo, base), "depender'' (sostener desde arriba), "di- posibilidad externa de una naturaleza q ue coincida con ella, se
manar de" (en vez de seguirse), "sustancia" (como dice Locke: ve referida, en el sujeto mismo y fuera de él, a algo que no es natu-
soporte de los accidentes) y muchas otras más, son hipotiposis y raleza, ni tampoco libertad, aunque esté enlazado con el funda-
expresiones, no esquemáticas sino simbólicas, para conceptos, no mento de la última, o sea, con lo suprasensible, en lo cual la fa-
mediante una intiuición directa sino sólo por analogía con eila, es cultad teorética se halla unida con la práctica formando una unidad
decir, mediante el paso de la reflexión sobre un objeto de la intui- de modo conmunitario y desconocido. Vamos a citar algunas par-
ción a otro concepto totalmente distinto, al cual tal vez jamás tes de esta analogía, no sin poner de relieve al propio tiempo las
pueda corresponder directamente una intuición. Si un mero modo diferencias que entre ellas existan.
de representación puede calificarse ya de conocimiento (cosa per- 1<> Lo bello gusta directamente (pero sólo en la intuición
.. Lo intuitivo del conocimiento tiene que ser contrapuesto a lo discur- reflexionante, no, como la moralidad, en el concepto) . 2<> Gusta
sivo (no a Jo simbólico). Lo primero es, o esquemático, por mostración (exhi- independientemente de todo interés. (Lo moralmente bueno se
bición), o simbóHco, como representación según una mera analogía. halla necesariamente asociado a un interés, pero no como el que
198 199
precede al juicio sobre el placer, sino que sólo por ése es produ-
cido.) 39 La libertad de la imaginación (o sea, de la sensibilidad
de nuestra capacidad) 1 se representa de acuerdo con la legalidad
del entendimiento en el juicio de lo bello. (En el juicio moral, la
libertad de la voluntad se concibe como coincidencia de esta úl- § 60
tima consigo misma según las leyes universales de la razón.)
49 El principio subjetivo del juicio de lo bello se representa como APÉNDICE
universaL esto es, como válido para todos, pero no como cognos-
cible por medio de un concepto universal. (El principio objetivo
de la moralidad es declarado también universal, esto es, para to- De la metodología del gusto
dos los sujetos, y al propio tiempo también para todos los actos
del mismo sujeto, y como cognoscible entonces por medio de un La división de una crítica en teoría elemental y metodología,
concepto universal.) De ahí que el juicio moral sea susceptible que precede a la ciencia, no es de aplicación a la crítica del gusto,
no sólo de principios constitutivos determinados, sino que única- porque no hay ni puede haber una ciencia del gusto, y porque el
mente es posible mediante la fundamentación de máximas en ellos juicio del gusto no es determinable por principios. En efecto, en
y en su universalidad. cuanto a lo científico de todo arte, como aspiración a que sea ver-
El entendimiento común suele tener en cuenta también esa dadera la representación de su objeto, es condición indispensable
analogía, y a menudo designamos con nombres que parecen tener ( conditio sine qua non) del arte bello, pero no este arte mismo.
por fundamento un juicio moral objetos bellos de la naturaleza o Por consiguiente, para el arte bello hay sólo un modo, no un mé-
del arte. Calificamos de majestuosos o soberbios ciertos edificios todo. El maestro tiene que dar previamente el ejemplo de lo que
y árboles, y de sonrientes y alegres ciertas praderas; aun ciertos debe hacer el discípulo y de cómo debe hacerlo, y las reglas ge-
colores se califican de inocentes, modestos o tiernos, porque sus- nerales porque en definitiva se 1ija su procedimiento, pueden
citan sensaciones que revelan cierta analogía con la conciencia de servir para recordar eventualmente al discípulo los momentos prin-
un estado de ánimo provocado por juicios morales. El gusto hace cipales de ese proceso más bien que para prescribírselo. Sin em-
posible una especie de paso del atractivo sensorial al interés moral bargo, hay que considerar en este caso cierto ideal que el arte
habitual sin un salto demasiado violento, representando la imagi- debe tener presente, aunque no logre alcanzarlo nunca en su
nación también en su libertad como idóneamente determinable ejercicio. Sólo avivando la imaginación del discípulo para su ade-
para el entendimiento, y hasta en objetos de los sentidos enseña a cuación a un concepto dado, mediante la indicada insuficiencia
encontrar un placer libre aun sin atractivo sensorial. de la expresión para la idea, a la cual ni siquera el concepto llega,
porque es estética, y mediante una crítica severa, puede impedirse
que los ejemplos que se le ofrecen sean tenidos en seguida por el
discípulo por arquetipos y por modelos de imitación no sometidos
a norma superior alguna ni al juicio propio, con lo cual se ahogaría
el genio y con él también la libertad de la imaginación aun en su
supeditación a leyes, libertad sin la cual no sería posible ningún
arte bello, ni siquiera un gusto propio correcto que lo juzgara.
La propedéutica para todo arte bello, con vistas a su más alto
grado de perfección, no parece consistir en preceptos, sino en el
1 Frase dudosa: Vorlander insinúa la posibilidad de que signifique "de
cultivo de las energías espirituales mediante aquellos conocimien-
la facultad de nuestra sensibilidad". (N. del T.) tos previos que se conocen con la denominación de humaniora,

200 201
presumiblemente porque la humanidad significa, por una parte, el
sentimiento universal de simpatía, y, por otra, la facultad de comu-
nicarse con la máxima intimidad y universalmente; cualidades que,
reunidas, constituyen la sociabilidad propia del género humano,
por la cual se distingue éste de la estrechez animal. La época y
asimismo los pueblos en que un fuerte instinto a la sociabilidad
regulada, gracias a la cual una nación constituye un ser comuni-
tario duradero, luchó con las grandes dificultades que plantea el
dificil problema de conciliar la libertad (y, por lo tanto, también SEGUNDA PARTE
la igualdad) con la coacción (más por deber de respeto y sumi-
sión que por temor), en esa época y ese pueblo tuvo que encon- DE LA CRíTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR
trar, primero, el arte del intercambio de ideas entre la parte más
cultivada y la más tosca, la conciliación de la amplitud y refina- CRITICA DE LA
miento de la primera con la simplicidad y originalidad natural de FACULTAD DE JUZGAR TELEOLóGICA
la última, y, de esta suerte, el término medio entre la cultura su-
perior y la sobria naturaleza, término medio que también para el
gusto, como sentido humano universal, constituye la norma recta § 61
que ninguna regla universal puede dar.
Es difícil que una época posterior pueda hacer caduco ese De la idoneidad objetiva de la natumleza
modelo, porque siempre estará menos cerca de la naturaleza, y en
definitiva, por carecer de ejemplos dmaderos de ella, difícilmente Según principios trascendent¡;lJes hay buena razón para atri-
estru·á en condiciones de hacerse en un solo pueblo un concepto buir una idoneidad subjetiva a la naturaleza en sus leyes especiales
de la feliz asociación de la coacción normativa de la cultura supe- para hacerla comprensible para la facultad de juzgar humana
rior con el vigor y exactitud de la natmaleza libre que siente su y para que sea posible unir las distintas experiencias particulares,
propio valor. en un sistema de ellas en el cual es de e~;perar que entre los mu-
Pero como el gusto es, en el fondo, una facultad de juzgar la chos productos de la naturaleza se encuenu·an también como posi-
sensibilización de las ideas morales (mediante cierta analogía de bles aquellos que, como si muy propiamente huhiesen sido dispues-
la reflexión sobre ambas), de donde asimismo, y de la mayor tos para nuestra facultad de juzgar, contienen aquellas formas
receptividad, en ella fundado, para el sentimiento procedente de específicas adecuadas a ella, que por su variedad y unidad parece
esas ideas (que se llama sentimiento moral), se deriva aquel agra- que sirvieran para fortalecer y conservar las energías espnituales
do que el gusto declara válido para la humanidad en general y (las que están en juego en el uso de esta facultad), y a las cuales,
no sólo para el sentimiento personal de cada individuo, -se hace por esta razón, se da el nombre de formas bellas.
patente que la verdadera propedéutica para la fundamentación del En cambio, en la idea universal de la naturaleza como suma
gusto, es el desarrollo de ideas morales y el cultivo del senti- de los objetos de los sentidos; no tenemos ningún fundamento de
miento moral, pues sólo armonizando con éste la sensibilidad, que cosas de la naturaleza sirvan entre sí de medios para fines, y
puede adoptar el verdadero gusto una forma invariable deter- de que su posibilidad misma se explique suficientemente mediante
minada. esta clase de causalidad. En efecto, en su caso anterior, ]a repre-
sentación de las cosas, por ser algo que está en nosotros, pudo ser
perfectamente concebida también a pt'i01'Í como destinada y apro-
piada para la disposición intrínsecamente idónea de nuesu·as fa-

202 203
cultades de conocimiento; en cambio, no cabe presumir a priori invocamos un fundamento teleológico, cuando atribuimos causa-
con algún fundamento corno fines que no son los nuestros y que lidad con respecto a un objeto a un concepto del objeto como si
no corresponden tampoco a la nah.ualeza (que no suponemos ser realmente fuera dable hallarlo en la naturaleza (no en nosotros),
inteligente), puedan o deban constituir una clase especial de cau- o, más bien, por analogía con esa causalidad (como la que encon-
salidad, o por lo menos una legalidad completamente pecuHar de tramos en nosotros) nos representamos la posibilidad del objeto
la naturaleza. Y lo que es más aún: la experiencia no puede de- y, por ende, pensamos técnicamente la naturaleza por facultad
mostrarnos la realidad de esa causalidad, como no recurriéramos propia; en cambio, si no le ah·ibuyé:ramos semejante modo efectivo,
previamente a una sutileza que interpolara sólo el concepto de fin su causalidad tendría que representarse como mecanismo ciego.
en la naturaleza de las cosas pero sin deducirlo de los objetos y Por el conh·ario, si atribuyéramos a la natmaleza causas que obra-
de su conocimiento por la experiencia, de suerte que más nece- ran intencionadamente, y, por ende, fundamentáramos la teología
sitaría de ese concepto para hacer comprensible la naturaleza por no sólo en un principio regulativo para el mero juicio de los fenó-
analogía como un fundamento subjetivo de la combinación de re- menos, a los cuales pudiera concebirse sometida la natmaleza
presentaciones en nosotros, que para conocerla a base de razones según sus leyes particulares, sino también por esto, en un principio
objetivas. constitutivo de la derivación de sus productos de sus causas - el
A mayor abundamiento, la idoneidad objetiva, como principio concepto de fin natural ya no pertenecería la facultad de juzgar
de la posibilidad de las cosas de la naturaleza, está tan lejos de reflexionante, sino a la determinante, y entonces, en realidad, ni
ofrecer una conexión necesaria con el concepto de la naturaleza, siquiera pertenecería propiamente a la facultad de juzgar (como
que más bien es lo que precisamente se invoca de preferencia para el concepto de belleza como concepto de idoneidad subjetiva for-
demostrar por ella ]a contingencia de la naturaleza y de su forma. mal), sino que, como concepto racional, inh·oduciría en la ciencia
En efecto, cuando, por ejemplo, se cita el esqueleto de un pájaro, natural una nueva causalidad que al fin y al cabo sacaríamos de
lo hueco de sus huesos, la situación de sus alas para el movimiento nosotTOs mismos y atribuiríamos a otros seres, sin que por ello
y de la cola para la dirección, etc., se dice que todo eso es contin- quieséramos admitirlos como semejantes a nosoh·os.
gente en grado sumo según el mero nexus effectivus de la natu-
raleza, sin recurrir aún a una clase especial de causalidad: la de
los fines ( nexus finalis); es decir, que la naturaleza, considerada
como mero mecanismo, habría podido informarse a sí misma de
otros mil modos distintos sin precisamente ir a dar en la unidad
en virtud de semejante principio, y que, por lo tanto, fuera del
concepto de la naturaleza, no en 61, sólo puede esperarse encontrar
a priori el menor fundamento para ello.
Sin embargo, para la investigación de ]a naturaleza, es licito
que se utilice, por lo menos problemáticamente, el modo de juzgar
teleológico; pero sólo a condición de que, por analogía con la cau-
salidad por fines, se lo supedite a principios de observación y
exploración, pero sin pretender explicarlos por él. Por consiguiente,
pertenece a la facultad de juzgar reflexionante, no a la determi-
nante. Al fin y al cabo, el concepto de combinaciones y formas
de la naturaleza según fines, es, por lo menos, un principio más
para supeditar a reglas los fenómenos de ésta, cosa que no pueden
hacer las leyes de la causalidad por su mero mecanismo. En efecto,

204 205
Las demás líneas curvas dan, a su vez, otras soluciones idóneas,
que no fueron tenidas en cuenta para nada en la regla de que se
sacó su construcción. Todas las secciones c6nicas de por sí y coro_.
paTadas unas con otras, abundan en principios para la solución
de multitud de problemas posibles, por sencilla que sea la defini-
SECCIÓN PRIMERA ción que determina su concepto. Da verdadero placer considerar
con qué ardor se pusieron los antiguos geómetras a investigar estas
ANALlTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR cualidades de las líneas de esta clase, sin dejarse desviar por la
TELEOLOGICA pregunta, formulada por personas de miras angostas: ¿para qué
S?rvirían esos conocimientos? Así estudiaron las de las parábola,
sm conocer la ley de la gravedad de la tierra, que les hubiera
§ 62 enseñado su aplicación a la línea de proyección de los cuerpos
pesados (cuya dirección puede considerarse como paralela a- la
De la idoneidad objetiva formal a diferencia de la material gravedad en su movimiento); o las de la elipse, sin sospechar que
puede haber una gravedad de los cuerpos celestes, y sin conocer
Todas las. figuras geométricas dibujadas según un principio, su ley a distancias diferentes del punto de atracción, lo cual hace
ofrecen una diversa y a menudo admirada idoneidad, a saber: el que describan esa linea en movin1iento libre. Y mientras hacién-
servir para resolver muchos problemas por un solo principio, y aun dolo así, aun sin tener conciencia de ello, estaban trabajando para
seguramente cualquiera de ellos de modos diferentes en sí. Evi- la posteridad, se entusiasmaban ante una idoneidad de la esencia
dentemente, la idoneidad es en este caso objetiva e intelectual, pero de las cosas, que al fin y al cabo podían exponer a priori su nece-
n? meramen~e subjetiva y estética, puesto que expresa lo apro- sidad. Platón, maestro también en esa ciencia, ante esa cualidad
ptado de la figura para la obtención de muchas figuras proyectadas originaria de las cosas, para cuyo descublimiento podemos pres-
Y e~ reconocida por la razón. Sin embargo, la idoneidad no hace cindir de toda experiencia, y ante la aptitud del espíritu para sacar
posi~le el concepto del objeto mismo, es decir, que éste no se la ru:monía de los sems de su principio suprasensible (a lo que se
considera posible sólo en atención a este uso. añaden todavía las cualidades de los números con que el espíritu
En una figura tan simple como el círculo, se halla el funda- juega en la música), se dejó llevar por el entusiasmo, que, por
mento de la solución de multitud de problemas, cada uno de los encima de los conceptos de experiencia, lo elevó a las ideas, las
cuaJe~ requeriría de por sí preparativos de diversa índole, y esa cuales sólo le parecieron explicables a base de una comunidad
soluciÓn se da como por sí misma como una de las infinitas cuali- intelectual con el origen de todos los seres. No es de extrañar,
dades excelentes de esa figura. Así, por ejemplo, si se trata de pues, que no aceptara en su escuela a los inexpertos en matemá-
construir un triángulo conociendo la base y el ángulo opuesto a ticas, pues lo que Anaxágoras concluía de los objetos de la expe-
ella, el problema es indeterminado, o sea que puede resolverse riencia y de sus combinaciones de fines, pensaba deducirlo él de
de modos infinitamente diversos; pero el círculo los abarca todos la intuición pura, intrínsecamente inherente al espíritu humano.
en conjunto, como lugar geométrico de todos los triángulos que Y es que la necesidad de lo que es idóneo y está dispuesto como
reúnen esta condición. O bien, si se quiere que dos líneas se cor- si deliberadamente hubiese sido instituido para nuestro uso, atm
ten de suerte que el rectángulo formado con las dos partes de pareciendo corresponder originarian1entc a la esencia de las cosas
una sea igual al formado con las dos partes de la otra, el problema sin consideración alguna a nuestro uso, constituye precisamente
ofrece en apariencia mucha dificultad, y, sin embargo, todas las el fundamento de la gran admiración pot· la naturaleza, no tanto
líneas que se cortan en el interior del círculo cuya circunferencia de la exterior a nosotros cuanto de la de nuestra propia razón, y
limita cada una de ellas, se dividen de por sí en esa proporción. así resulta perfectamente dispensable que, por un error de ínter-

206 207
pretación, ese entusiasmo fuera ascendiendo paulatinamente hasta la imaginación, y de conformidad con un concepto) es lo único
la exaltación. que hace posible el objeto, no sea una cualidad de las cosas aje-
Pero esta idoneidad intelectual, aun siendo objetiva (no sub- nas a mí, sino un mero modo de representación en mí, y soy yo,
jetiva como la estética), puede, no obstante, según su posibilidad, por consiguiente, quien introduzco la idoneidad en la figura que
comprenderse perfectamente, aunque sólo en términos generales, dibujo de conformidad con un concepto, o sea, en mi propia
como meramente formal (no como real), es decir, como idonei- representación de lo dado fuera de mí, sea lo que sea en sí, esto
dad sin fundarse en un fin, o sea sin necesidad de acudir a la y no que esto me enseñe empíricamente la idoneidad, la cual, en
teleología. La figura del círculo es una intuición determinada consecuencia, no necesita en el objeto ningún fin especial ajeno
por el entendimiento en virtud de un principio: la unidad de ese a mí. Y como esta reflexión requiere ya un uso crítico de la
principio, que acepto arbitrariamente y tomo por fundamento a razón, no pudiendo, por lo tanto, contenerse inmediatamente en
titulo de concepto, aplicada a una forma de la intuición (al es- el juicio del objeto por sus cualidades, este juicio no me propor-
pacio) que se encuentra en mí igualmente como representación ciona directamente más que una c0mbinación de reglas hetero-
y precisamente a primi, hace comprensible la unidad de muchas géneas (y aun según lo que en sí tienen de heterogéneo) en un
reglas resultantes· de la construcción de ese concepto idóneas en principio, que, sin embargo, es reconocido a priori por mí como
varios aspectos posibles, sin necesidad de atribuir a esa idoneidad verdadero, sin que para ello requiera un fundamento especial si-
un fin o cualquier otro fundamento. Es un caso distinto al de tuado a priori fuera de mi concepto y sobre todo de mi represen-
cuando en una suma de cosas exteriores a mí y encerrada dentro tación. Ahora bien: la sorpresa es la extrañeza que se produce
de ciertos límites, por ejemplo: en un jardín, entre los árboles, en el espíritu al no poder conciliar una representación y la regla
parterres, avenidas, etc., encuenh·o un orden y regularidad que por ella dada con los principios existentes en él como fundamento,
no puedo esperar deducir a priori a base de mi delimitación de extrañeza que da lugar, pues, a dudar de si se ha visto o juzgado
un espacio hecha por una regla cualquiera, puesto que éstas son bien; la adm.Íl·ación, en cambio, es una sorpresa que vuelve a
cosas existentes que necesitan darse empíricamente para poder producirse siempre, a pesar de que haya desaparecido esa duda.
ser conocidas, y no una mera representación más determinada se- La segunda es, por consiguiente, un efecto totalmente natural de
gún un principio a priori; de ahí que esta última idoneidad ( em- esa idoneidad observada en la esencia de las cosas (como fenó-
pírica) dependa, como real, del concepto de un fin. menos, que tampoco puede censurarse teniendo en cuenta que
Pero se comprende también perfectamente, y se ve que es la conciliación de aquella forma de la intuición sensible (llamada
lícito, el fundamento de una idoneidad aun percibida en la esen- espacio) con la facultad de los conceptos (entendimiento), nos
cia de las cosas (en cuanto sus conceptos puedan ser construidos). resulta inexplicable, y no sólo precisamente por el hecho de que
Las diversas reglas cuya unidad (procedente de un principio) da sea ésa y no otra, además de que da mayor amplitud al espíritu
lugar a esa admiración, son todas sintéticas y no se siguen de un para tener una especie de presentimiento de lo que se halla más
concepto del objeto, por ejemplo: del círculo, sino que requieren a1lá de aquellas representaciones sensibles y en lo cual, aunque
que ese objeto se dé en la experiencia. Pero con ello, esa unidad nos sea desconocido, puede encontrarse el fundamento último
adquire el aspecto de tener empíricamente un fundamento exte- de esa coincidencia. Desde luego, no es necesario que conozca-
rior de las reglas diferente de nuestra facultad de representación, mos ese fundamento si se trata sólo de la idoneidad formal de
de suerte que la coincidencia del objeto con la necesidad de reglas nuestras representaciones a priori; pero sólo el tener que mirar
propia del entendimiento, sería en sí contingente, y, por ende, más allá, inspira al propio tiempo admiración para el objeto que
sólo posible mediante un fin expresamente dirigido a eso. Ahora a ello nos obliga.
bien, el hecho de que precisamente esa armonía, a pesar de toda A causa de cierta idoneidad a p1'iori de las figuras geoméh·i-
esa idoneidad, no sea conocida empíricamente sino a p1'Í01'Í, ten- cas y también de los números para toda clase de usos de conoci-
dría que implicar que el espacio, cuya determinación (mediante miento, se suelen calificar de belleza las mencionadas cualidades

208 209
de esas figuras y números, de construcción tan simple que no la posibilidad de la primera. Y esto sólo puede ser de dos modos:
hacía esperar tal idoneidad, y se habla, por ejemplo, de tal o cual porque consideramos directamente el efecto como producto de
be1la cualidad del círculo, descubierta de tal o cual modo. Pero arte, o bien solamente como material para el arte de otros posi-
el juicio por medio del cual las encontramos idóneas, no es un bles seres de la naturaleza, o sea, como fin o como medio para
juicio estético, un juicio sin concepto, que se limite a poner de el uso idóneo de otras causas. La última idoneidad se llama uti-
relieve una idoneidad meramente subjetiva en el libre juego lidad (para los hombres) o provecho (para cualquier otra cria-
de nuestras facultades de conocimiento, sino un juicio intelectual tura), y es sólo relativa; sin embargo, la primera es una idoneidad
por conceptos, que da a conocer claramente una idoneidad obje- intrínseca del ser natural.
tiva, es decir, que sirven para toda clase de fines (que varían Así, por ejemplo, los ríos anastran toda suerte de tierras úti-
hasta el infinito). Más que de belleza, tendría que calificársela les para el crecimiento de las plantas, depositándolas a veces en
de perfección relativa de la figura matemática. Tampoco puede el campo y a menudo también en su desembocadura. En muchas
admitirse. lícitamente la denominación de belleza intelectual, pues, costas, la marea ascendente conduce este barro hasta el campo
de lo contrario, la palabra belleza acabaría perdiendo toda signi- o bien lo deposita en la orilla, y sobre todo si los hombres hacen
ficación precisa o el placer intelectual toda preeminencia ante el lo posible para que el reflujo no vuelva a llevárselo, la tiena fértil
sensible. Más bien podría calificarse de bella una mostración de aumenta, y el reino vegetal se extiende por lugares donde antes
esas cualidades, porque gracias a ellas se sienten robustecidos a había habido peces y moluscos. Desde luego, la mayor parte de
pri01'i el entendimiento como facultad de los conceptos y la ima- los incrementos de tiena hechos de esta suerte, se deben a la
ginación como facultad de exponerlos (lo cual, con la precisión naturaleza misma, cuya obra prosigue todavía en este sentido,
que introduce la razón, se califica al propio tiempo de elegancia aunque lentamente. Esto plantea la cuestión de si no deberá juz-
de la exposición), aunque en este caso es por lo menos subje- garse como un fin de la natmaleza, porque contiene una utilidad
tivo el placer, bien que su fundamento consista en conceptos, para el hombre, puesto que la que afecta al reino vegetal mismo
pues la perfección implica tm placer objetivo. no puede contarse, pues con ella se pliva a los seres marinos de
la misma cantidad de ventajas en que aumenta la tierra.
O bien, para dar un ejemplo del provecho de ciertas cosas
§ 63 naturales como medios para otras criaturas (partiendo del supues-
to de que éstas son fines): ningún suelo tan propicio para los
De la idoneidad 1·elativa de la naturaleza a diferencia pinos como el arenoso; pues bien, el antiguo mar, antes de reti-
de la intrínseca rarse de la tierra, dejó en nuestras costas septentrionales tantas
extensiones arenosas que en esos terrenos, que no servirían pa_ra
La experiencia conduce nuestra facultad de juzgar al con- ninguna otra clase de cultivo, crecieron feraces bosques de pinos,
cepto de una idoneidad objetiva y material, es decir, al concepto por cuya destrucción imprudente hemos censurado a menudo a
de un fin de la naturaleza, únicamente cuando hay que juzgar nuestros antepasados, y cabe preguntar si esa primitiva deposición
una relación de causa a efecto \ que sólo nos vemos capaces de de capas de arena no era un fin de la naturaleza con vistas a la
considerar legal atribuyendo la idea del efecto de la causalidad posible formación de pinares. Lo único que está claro es que si
a su causa como condición que sirve de fundamento a ésta para se consideran éstos como fin de la naturaleza, aque1la arena debe
aceptarse también como fin, aunque sólo relativo, para el cual
" Del hecho de que en la matemática pura no pueda hablarse de la sirvió de medio a su vez, la antigua playa marina y su retroceso,
existencia, .sino sólo de la posibilidad, de las cosas, a saber: de una intuición pues en la serie de miembros, subordinados entre sí, de una com-
correspondiente a su concepto, y, por ende, tampoco de causa y efecto, se
sigue que toda idoneidad que en aquélla se indiqt1e, debe considerarse mera- binación de fines, cada miembro intermedio debe considerarse
mente formal, nunca como fin natural. · como fin (aunque no precisamente como fin último), para el

210 211
cual es medio su causa más próxima. Asimismo, una vez debió deje vislumbrar fines natmales, no justifica ningún juicio teleoló-
haber en el mundo bueyes, ovejas, caballos, etc., tuvo que crecer gico absoluto.
hierba en la tierra, y también en los desiertos hierbas saladas para En los países fríos, la nieve preserva las semillas contra las
que vivieran los camellos, como también fue necesario que se en- heladas, facilita la comunidad entre los hombres (gracias a los
contrara multitud de éstos y otros animales herbívoros para que trineos); el lapón encuenb·a allí animales que producen esa co-
pudiera haber lobos, tigres y leones. Por consiguiente, la idonei- munidad (los renos), los cuales hallan alimento suficiente en
dad objetiva fundada en la productividad, no es una idoneidad agostado musgo que tienen que hurgar bajo la nieve y, no obs-
objetiva de las cosas en si mismas como si la· arena no pudiera tante, se dejan domesticar con facilidad, renunciando sin resis-
concebirse por sí, como efecto procedente de su causa el mar, tencia a la libertad que muy bien podrían conservar. Para otros
sin atribuir al último un fin y sin considerar obra de arte el pueblos de la misma zona glacial, el mar contiene abundante co-
efecto, la arena; es una idoneidad meramente contingente a la pia de animales, que, además del alimento y vestido que propor-
cosa misma a que se atribuye, y aunque entre los citados ejem- cionan, y de la madera que el mar les acarrea como para que se
plos, las especies herbáceas deben juzgarse por sí, como productos fabriquen viviendas, les suminisb·an aún combustibles para calen-
organizados de la naturaleza, y, por ende, como llenos de arte, tar sus cabañas. En este caso tenemos una admirable confluencia
se consideran como mera materia bruta referidas a los animales de relaciones de la naturaleza en un fin: el groenlandés, el lapón,
que de ellas se nutren. el samoyedo, el yacute, etc. Lo que no se acaba de ver es por
Pero, además, cuando el hombre, por la libertad de su cau- qué tienen que vivir hombres allí. Sería un juicio muy arriesgado
salidad, encuenb·a en las cosas naturales mayor provecho para y arbitrario decir que los vapores caen del aire en forma de nie-
sus intenciones a menudo insensatas (las plumas de colores de ve, que el mar tiene sus corrientes que llevan a esos países ma-
las aves para el adorno de su atavío, las tierras de colores o los deras crecidas en otros más cálidos, y que hay allí grandes ani-
jugos de plantas para el afeite), y a veces también con propósitos males marinos llenos de aceite, porque la causa que origina todos
razonables, como utilizando el caballo para montar, el toro (y esos productos naturales, tiene por fundamento la idea de bene-
en Menorca aun el asno y el cerdo) para arar, no puede acep- ficiar a ciertas criaturas desvalidas. En efecto, aun cuando no
tarse en este caso siquiera un fin natural relativo (en este uso), existiera toda esa utilidad natural, no encontraríamos a faltar nada
puesto que su razón sabe dar a las cosas una coincidencia con sus en la suficiencia de las causas natmales para esta condición; más
arbitrarias ocurrencias, para lo cual él mismo no estaba predesti- bien nos parecería temerario e irreflexivo el sólo pedir semejante
nado por la naturaleza. Ahora bien, admitiendo que el hombre disposición y atribuir semejante fin a la naturaleza (ya que, sin
estaba destinado a vivir sobre la tierra, no podían faltarle tam- él, bastaría la suprema intolerancia reinante entre los hombres
poco los medios, por lo menos, sin los cuales no habría podido para explicar su desplazamiento a regiones tan inhospitalarias).
subsistir como animal y aun como ammal racional (en el grado
más bajo que se quiera), y entonces las cosas naturales indis-
pensables a este respecto, tienen que considerarse también fines § 64
naturales.
De ahí se ve fácilmente que la idoneidad exb·ínseca (el he- Del carácter peculiar de las cosas como fines naturales
cho de que una cosa aproveche a otra) sólo puede considerarse
fin externo de la naturaleza a condición de que sea de por sí fin Para comprender que una cosa sólo es posible como fin, es
de la naturaleza la existencia de aquello para lo cual de modo decir, para tener que buscar la causalidad de su origen, no en
primordial o lejano aprovecha. Y como eso jamás podrá decidirse el mecanismo de la naturaleza sino en una causa cuya facultad
mediante la mera contemplación de la naturaleza, se viene a la de obrar se determina por conceptos, se requiere: que su forma
conclusión de que la idoneidad relativa, bien que hipotéticamente no sea posible por medio de meras leyes naturales, es decir dtl

212 213.
\
'
aquellas que conocemos por el solo entendimiento aplicado a ob- elida, sin contradicción. Antes de analizar totalmente la determi-
jetos de los sentidos, y aun que su conocimiento empírico, por nación de esta idea de un fin natural, vamos a aclararla primero
sus causas y efectos, presuponga conceptos de la razón. Esta con- con un ejemplo.
tingencia de su forma en todas las leyes naturales empíricas con En primer lugar, un árbol produce otro árbol según una co-
respecto a la razón (por cuanto la razón, que es toda forma de nocida ley de la naturaleza. Pero el árbol producido es de la
un producto natural tiene que reconocer también su necesidad misma especié, y de esta suerte se produce a sí mismo según
con tal de que vea solamente las condiciones enlazadas a la ob- la especie en que constantemente se presenta, por una parte,
tención de ese producto, no puede, sin embargo, admitir esta como efecto, y, por otra, como causa, de sí mismo, y asimismo al
necesidad en aquella forma dada), es ya un fundamento para presentarse a sí mismo frecuentemente, se mantiene constante-
admitir la causalidad de esa cosa, como si, precisamente por eso, mente como especie.
sólo fuera posible mediante la razón; pero sería entonces la capa- En segundo lugru·, un árbol se produce también a sí. mismo
cidad de obrar según fines (una voluntad), y el objeto, represen- como individuo. Bien es verdad que esta clase de efecto la cono-
tado como posible únicamente a base de ésta, sólo como fin se cemos solamente con el nombre de crecimiento; pero esto debe
representaría como posible. tomarse en tal sentido que se distinga totalmente de todo otro
Si en un país que le pareciera inhabitado viera alguien una incremento de tamaño debido a leyes mecánicas y considerándolo
figura geométrica, por ejemplo, un hexágono regular, dibujado idéntico a una procreación, aunque con otra denominación. La
en la arena, su reflexión operándose en un concepto de esa figu- materia que ese vegetal se incorpora, es previamente elaborada
ra, reconocería, aunque vagamente, la unidad del principio de la por él para impdmirle una cualidad peculiar de la especie, cua-
producción de ese concepto, por medio de la razón, y de acuerdo lidad que no podría ofrecer el mecanismo de la naturaleza ajeno
con ésta, no juzgaría que una causa de la posibilidad de esa fi- a él, y va completando por sí mismo su desarrollo por medio de
gura fuera la arena, el mar vecino, el viento, los animales con sus una materia que, atendiendo a su mezcla, es su propio producto,
pisadas, que él conoce, o cualquier otra causa irracional, por- pues aunque los elementos integrantes que recibe de la natura-
que la casualidad de coincidir con semejante concepto posible sólo leza ajena a él, tengan que considerarse sólo como educto, en la
en la razón, le parecería tan infinitamente grande que equival- descomposición y recomposición de esta materia prima puede
dría a considerar que para ello no hay ninguna ley natural, y que, encontrru·se tal originalidad en la facultad de división y formación
en consecuencia, tampoco causa alguna de la naturaleza que actúe propia de esta clase de seres naturales, que todo arte distaría in-
de modo meramente mecánico, sino sólo el concepto de seme- finitamente de poder obtener aquellos productos del reino vegetal
jante objeto, como concepto que únicamente la razón puede dar si intentara hacerlo a base de los elementos que obtuviera por
y comparar con el objeto, podría contener la causalidad pru·a tal descomposición de esas partes integrantes o aun a base de la
efecto, y, por ende, éste podría considerarse absolutamente como materia que la naturaleza les proporciona como alimento.
fin, pero no como fin natural; o sea: como producto del arte En tercer lugar, la formación de una parte de esta criatura
( vestigium hominis video) . se opera de tal suerte que la conservación de una de estas partes
Pero para que algo que se reconoce como producto natural, depende de la de las demás y viceversa. La yema que de una
pueda, no obstante, juzgarse también como fin, y, por ende, como hoja de árbol se injerta en la rama de otro, forma un vegetal de
fin natural, si esto no constituye ya un contrasentido, se necesita su propia especie en un tallo ajeno, lo mismo que el injerto prac-
ya más. Yo diría de momento: una cosa existe como fin natural ticado en ob·o tronco. De allí que toda rama u hoja de un árbol
cuando es causa y efecto de sí misma (aunque en doble sentido), pueda considerarse simplemente injertada o inoculada en éste, y,
porque en este caso tenemos una causalidad tal que rio puede en- por lo tanto, como un árbol existente por sí mismo que única-
lazarse con el mero concepto de una naturaleza sin atribuirle un mente se une a otro y se nutre parasitariamente. Al propio tiem-
fin, aunque entonces puede ser concebida, sí, pero no compren- po, las hojas son productos del árbol, pero en reciprocidad lo

214 215
mantienen también, pues la reiterada pérdida de hojas causaría de las causas reales y al segundo de nexo de las ideales, ya que con
su muerte, y su crecimiento depende del efecto que ellas tienen semejante denominación se concibe al propio tiempo que no pue-
sobre. el tronco. Nos limitaremos a mencionar de paso, aunque da haber más que estas dos clases de causalidad.
constituya una de las cualidades más maravillosas de las criatu- Ahora bien, para una cosa como fin natural se exige, en
ras organizadas, la forma en que la naturaleza se defiende cuando primer lugar, que las partes (por su existencia y por la forma )
habiendo sido mutiladas, la falta de una parte necesaria para la sólo sean posibles por su referencia al todo, puesto que la cosa
conservación de las próximas es suplida por las restantes, o en los misma es un fin y, por consiguiente, está comprendida bajo un
c~sos de engendros o deformaciones en el crecimiento, en que concepto o idea que debe determinar a priori cuanto haya de
Ciertas partes, a causa de presentarse defectos o impedimentos, se contenerse en ella. Pero en cuanto sólo de esta suerte es conce-
forman de mo~o totalmente nuevo para conservar lo que existe, bida como posible una cosa, ésta es mera obra de arte es decir
dando lugar as1 a una criatura anómala. producto de una causa racional distinta de la materi~ (de la~
partes) de la cosa, causa cuya causalidad (en la producción y
combinación de las partes) se determina por su idea de un todo
§ 65 así posible (y, por ende, no por la naturaleza exterior a él).
Pero si se pretende que una cosa sea en sí producto de la
Las cosas, como fines naturales, son seres organizados naturaleza y en su posibilidad intrínseca contenga una referencia
a fines, es decir, que sólo sea posible como fin natural y sin la
Según el carácter indicado en el párrafo anterior, para que causalidad de conceptos de seres racionales ajenos a el1a, se re-
una cosa que, siendo producto natural, al propio tiempo sea re- querirá, en segundo lugar, que sus partes se unan para la unidad
conocida únicamente posible como fin, es necesario que se com- de un todo de suerte que entre sí sean alternativamente causa
port~ consigo misma alternativamente como causa y defecto, ex- y efecto de su forma, pues sólo de este modo es posible que in-
prestón, ésta, un tanto impropia e indeterminada que requiere su versamente (alternativamente ) la idea del todo determine, a su
derivación de un concepto determinado. vez, la forma y unión de todas las partes: no como causa -pues
entonces sería un producto de arte- sino como fundamento de
El nexo causal, en cuanto concebido sólo por el entendi-
que el que juzga conozca la unidad sistemática de la forma y en-
miento, es un enlace que constituye una serie (de causas y efec-
lace de todo lo diverso contenido en la materia dada.
tos) siempre descendente, y las cosas mismas que, en calidad de
efectos, presuponen otras como causas, no pueden ser recíproca- Por consiguiente, para que un cuerpo sea juzgado en sí y
mente causas de éstas al mismo tiempo. Este nexo causal se deno- en su posibilidad intrínseca fin natural, se requiere que todas sus
~ina de las causas eficientes ( nexus affectivus). Pero, en cam- partes, lo mismo por su forma que por su enlace, se produzcan
biO~ el nexo ca.usal puede concebirse también según un concepto entre sí alternativamente, formando así por causalidad propia un
ra?onal (de fines) que considerándolo como serie implique, lo todo cuyo concepto pueda juzgarse, a su vez, inversamente, causa
miSmo en sentido ascendente que en sentido descendente, una de- de ese cuerpo según un principio (en un ser que posea la causa-
pendencia en que la cosa calificada de efecto, merezca, sin em- lidad según conceptos, adecuada a tal producto), y por ende, el
bargo, en la dirección ascendente el nombre de causa de aquella enlace de las causas eficientes al propio tiempo efecto por causas
cosa de que es efecto. Nexos de esa índole se encuentran fácil- finales.
mente en lo práctico (del arte); así, por ejemplo, la causa del di- En semejante producto de la naturaleza, cada parte, así como
nero que se cobra por alquiler, pero, inversamente, la represen- existe solamente gracias a todas las demás, así también se concibe
tación de este posible ingreso fue la causa de que se edificara la como existente para todas las demás y para el todo, es decir, co-
casa. Ese enlace causal se denomina de las causas finales ( nexus mo instrumento (órgano); pero esto no basta (puesto q ue podría
finales). Tal vez sería más oportuno calificar al primero de nexo ser también instrumento de arte y de esta suerte representarse sólo

216 217
como propiamente posible en calidad de fin ), sino que hay que comunidad con ella (un alma), y esto, si semejante producto ha
concebir toda parte como órgano que produce las demás partes de ser un producto natmal, presupone ya materia organizada
(y, por ende, cada una, alternativamente, las demás), como no como instrumento de esa alma, con lo cual no resulta un ápice
puede serlo ningún instrumento del arte, sino sólo de la natura- más comprensible esa cualidad, o tenemos que hacer del alma el
leza que proporciona toda la materia para instrumentos (aun artífice de ese edificio, lo cual obligaría a privar del producto a
para los del arte), y únicamente entonces y por esta razón podrá la ~~turaleza (a la corporal) . Hablando exactamente, la organi-
semejante producto, en su calidad de ser organizado y que se zacwn de la naturaleza no tiene, pues, nada analógico con nin-
organiza a sí mismo, calificarse de fin natural. guna de las causalidades que conocemos "". Es licito ca1ificar
En un reloj, una parte es instrumento del movimiento de de análogo del arte la belleza de la naturaleza, porque se atri-
las demás, pero una rueda no es la causa eficiente de la produc- buye a los objetos en relación solamente con la reflexión sobre el
ción de lo demás; una parte existe, sí, para otra, pero no por aspecto exterior de éstos, o sea, solamente a la forma de la super-
ella. De ahí también que la causa productora del reloj y de su ficie. Pero la perfección intrínseca de la naturaleza tal como la
forma no esté contenida en la naturaleza (de esa materia), sino pose~n aquellas cosas que sólo como fines naturales son posibles,
fuera de ella, en un ser capaz de obrar según ideas de un todo llamandose por ello seres organizados, no es concebible ni expli-
posible en virtud de su causalidad. De ahí que en un reloj no cable por ninguna analogía con ninguna de las facultades físicas,
pueda una rueda producir otra rueda, y menos aún un reloj otro es decir, naturales, que nos son conocidas, y como nosotros mis-
reloj, utilizando pa1·a ello otra materia (organizándola); de ahí mos pertenecemos a la natw·aleza entendida en el sentido más
que tampoco pueda suplir por sí mismo las partes de la falten, amplio, ni siquiera por un analogía exactamente adecuada con
subsanar los defectos de su primera formación acudiendo a las el arte humano.
restantes partes, ni recomponerse por sí mismo una vez desarre- Por consiguiente, el concepto de una cosa como fin natural
glado : todo esto podemos esperarlo, por el contrario, de la natu- en sí, no es un concepto constitutivo del entendimiento de la razón,
raleza organizada. Por consiguiente, un ser organizado no es una pero puede ser un concepto regulativo para la facultad de juzgar
mera máquina, pues esta tiene sólo fuerza motriz, mientras que reflexionante, para dirigir según una lejana analogía con nuestra
agué posee en sí fuerza formadora y aun de tal índole que puede propia causalidad por fines la investigación sobre objetos de esta
transmitirla a las materias que no la tienen (las organiza), o sea, índole y reflexionar sobre su razón suprema, y esto último, no
una fuerza formativa que se propaga y que no puede explicarse con vistas al conocimiento de la naturaleza o de aquel su fun-
únicamente a base de la capacidad de movimiento (por el meca- damento primero, sino más bien de la misma facultad racional
nismo). práctica que hay en nosotros y por analogía con la cual consi-
deramos la causa de aquella idoneidad.
Se quedan excesivamente cortos quienes de la naturaleza y Por lo tanto, los seres organizados son los únicos de la natu-
de su aptitud para producir seres organizados dicen que son un raleza que, aun considerándolos en sí y sin relación con otras
análogo del arte, pues con ello se piensa en un artista (un ser cosas, únicamente como fines de ella tienen que ser concebidos
racional) ajeno a ella, cuando en realidad es ella misma la que
se organiza a sí misma y ateniéndose, sí, en conjunto a un mo- ,.. Inversamente, acudiendo a una analogla con los llamados fines di-
delo uniforme en cada especie de sus productos organizados) pero rectos de la naturaleza, podría aclararse cierto enlace, que, sin embargo, más
también con las convenientes variantes exigidas por las circuns- se encuentra en la idea que en la realidad. Así, en la total transformación
tancias para conservarse a sí misma. Tal vez nos acerquemos más reciente llevada a cabo, en que se convirtió en Estndo una gran nación, el
empleo de la palabra organización para designar la institución de magima-
a esta cualidad inescrutable calificándola de análogo de la vida; turas, etc., resultó a ment:do muy apropiada, t>Uesto que es evidente que en
pero entonces nos veríamos obligados, bien a atribuir a la mate1ia ese todo cada rmembro es no sólo medio sino al propio tiempo también fin,
como mera materia una cua1idad (hilozoismo) que repugna a su y al contribuir a la posibilidad del todo, la idea del todo determina, a su vez,
esencia, bien a asociarla a un principio extraño que estuviera en el lugar y función de cada miembro.

218 219
posibles, y que, por ende, imprimen por vez primera realidad no quedaría ninguna guia para observar una clase de cosas que
objetiva al concepto de un fin, que no es fin práctico sino fin de fueron consideradas teleológicas bajo el concepto de fines natu-
la naturaleza, con lo cual proporciona a la ciencia natural una rales. 1 • IJtff'Ji.l
base para la teleología, es decir, para un modo de juzgar sus En efecto, este concepto conduce la razón a un orden de
objetos según un principio particuJar tal que en modo alguno cosas totalmente distinto del de un mero mecanismo de la natu-
sería lícito introducir de otra suerte (porque no puede compren- raleza, que ya no podría ser suficiente a nuestro propósito. La
derse a priori la posibilidad de semejante tipo de causalidad). posibilidad del producto natural ha de fundarse en una idea. Y
como ésta es una unidad absoluta de la representación, a dife-
rencia de la materia, que es una pluralidad de cosas que de por
§66 sí no ofrecen una determinada unidad de composición, para que
aquella unidad de la idea llegue a servir de fundamento determi-
Del principio para fuzgar la idoneidad int·rín.seca de los seres nante a P'riori de una ley natural de la causalidad para semejante
organizados forma de lo compuesto, es necesario extender el fin de la naturale-
za a todo cuanto se halla en su producto, pues una vez referido en
Este princ1p10, que al propio tiempo los define, dice así: conjunto semejante efecto a un fundamento determinante supra-
Producto organizado de la naturaleza es aquel en que todo es fin sensible más allá del ciego mecanismo de la naturaleza, tenemos
y alternativamente también medio. Nada en él es porque sí, sin que juzgarlo también totalmente de acuerdo con este principio, y
fin o atribuíble a un mecanismo natural ciego. no hay razón alguna para suponer que la forma de esa cosa depen-
Atendiendo a su motivación, este principio debe deducll-se, da aún en prute del último principio, ya que entonces, si mezclára-
desde luego, de la experiencia, y precisamente de aquella que se mos principios heterogéneos, no nos quedaría ninguna regla se-
busca metódicamente y es calificada de observación; pero aten- gura para juzgar.
diendo a la universaHdad y necesidad que de esa idoneidad pre- Cabe siempre la posibilidad de que, por ejemplo, en un cuer-
dica, no puede basarse meramente en razones de experiencia, sino po animal se conciban algunas partes como concreciones operadas
que debe tener por fundamento algún principio a priori, aunque en v:h·tud de leyes meramente mecánicas (como pieles, huesos,
no fuera más que regulativo y aquellos fines estuvieran simple- pelos); pero siempre tiene que juzgarse teleológicamente la causa
mente en la idea del que juzga y no en una causa eficiente. De que proporciona la materia oportuna al efecto, modificándola,
ahí que el principio ante1iormente indicado pueda calificarse de formándola y depositándola en el lugru· corespondiente, de suerte
máxima para juzgar la idoneidad intrínseca de los seres organi- que en ese cuerpo todo tiene que considerarse organizado, y todo
zados. es también, a su vez, órgano en cie1ta relación con la cosa misma.
Es sabido que los que analizan plantas y animales para in-
vestigar su estructura y comprender los fundamentos de que se
les haya dado tal parte y con qué fin, de que sus partes estén en §67
tal situación y combinación, y de que se les haya dado precisa-
mente esa formas intrínsecas, aceptan como ineludiblemente ne- Del p1'incipio del juicio teleol6gico de la naturaleza en general
cesaria aquella máxima de que nada hay porque sí en esas cria- como sistema de fines
turas, y que sostienen igualmente como principio de la teoría
general de la naturaleza el de que nada sucede por azar. En Hablando de la idoneidad exh·ínseca de las cosas naturales,
realidad no les sería posible emanciparse de este principio teleo- dijimos antes que no ofrecía una justificación suficiente para uti-
lógico como tampoco del físico universal, pues si renunciando al lizru·las como fines de la naturaleza en que fundamentar la expli-
último sería imposible toda experiencia, renunciando al primero cación de su existencia, ni para utilizar al propio tiempo en la

220 221
idea los efectos causalmente idóneos de ellas como razones de su tencia de una cosa como fin último), cae fuera del estudio físico-
existencia según el principio de las causas finales. Así, los ríos, teleológico del mundo. Y entonces semejante cosa tampoco es fin
que favorecen la comunidad entre los pueblos en el interior de natural, pues ella (o toda su especie) no puede considerarse
las tierras, las montañas, que en épocas de sequía les proporcionan producto de la naturaleza.
fuentes y su conservación gracias a su acopio de nieves, y asimismo Por consiguiente, sólo la matetia, en cuanto organizada, es
la inclinación de las tierras que da salida a esas aguas y facilita la que implica necesariamente el concepto de ella como un fin
la desecación de la tierra, no deben considerarse fines naturales natmal, porque esta su forma específica es al propio tiempo pro-
por esas solas razones, puesto que, aunque esta configuración de ducto de la naturaleza. Ahora bien, este concepto conduce nece-
la superficie de la tierra era muy necesa1ia para el nacimiento y sariamente a la idea de la natmaleza entera como sistema regido
conservación de los reinos vegetal y animal, nada tiene en sí para por la regla de los fines, idea a la cual tendrá que someterse ahora
cuya posibilidad nos veamos obligados a admitir una causalidad todo mecanismo de la natmaleza según principios de razón (por
por fines. Lo propio cabe decir de plantas que el hombre apro- lo menos, para ensayar por ellos el fenómeno de la naturaleza).
vecha para sus necesidades o para su recreo, y de animales, como Para ella, el principio de la razón sólo es válido subjetivamente,
el camello, el buey, el caballo, el perro, etc., que en parte puede o sea, como máxima: Todo lo del universo es bueno para algo,
aprovechar para su nutrición, y en parte necesitar para tan diver- nada está en él porque sí, y el ejemplo que ofrece la naturaleza
sos servicios en gran parte casi indispensables. De cosas de que en sus productos orgánicos, nos aut01iza, y basta invita, a no es-
no tengamos causa para considerar en si como fines, sólo hipoté- perar de ella y de sus leyes nada que no responda a un fin en el
ticamente cabrá juzgar idónea su situación extrínseca. conjunto.
Juzgar como fin natural una cosa a causa de su forma in- Se entiende que este no es principio para la facultad de juz-
tTÍnseca, es totalmente distinto de tener por fin de la naturaleza gar determinante, sino para la ret1exionante; con él tenemos única-
la existencia de esa cosa. Para afirmar lo último, necesitamos no mente una guía para examinar según un nuevo orden de leyes
sólo el concepto de un fin posible, sino el conocimiento del fin las cosas de la naturaleza en relación con un fundamento determi-
último ( scopus) de la naturaleza, para lo cual se requiere refe- nante ya dado, y para ampliar el conocimiento de la naturaleza ri-
rirla a algo suprasensible, y tal referencia va mucho más allá de giéndonos por otro principio: el de las causas finales, sin detrimen-
todo nuestro conocimiento teleológico de la naturaleza, puesto to, no obstante, del principio del mecanismo de su causalidad. Por
que el fin de la natmaleza misma debe buscarse más allá de ella. lo demás, en modo alguno decide esto si una cosa cualquiera que
La forma intrínseca del mero tallo de una hierba, puede demosrrar juzguemos por este principio, es deliberadamente fin de la natu-
suficientemente para nuestra facultad de juicio humana su posible raleza: si las hierbas existen para los bueyes y ovejas, o éstos y el
origen con sólo atender a la regla de los fines. En cambio, si resto de la naturaleza para el hombre. Está bien que considere-
apartándonos de este criterio nos fijamos en el uso que de esa mos desde este punto de vista aun las cosas desagradables para
hierba hacen otros seres natmales, y nos salimos de la mera con- nosotros y en ciertos aspectos conh·arias a fines; así, por ejemplo,
templación de la organización intrínseca, para no ver más que podríamos decir que los insectos que molestan al hombre en sus
relaciones extrínsecamente idóneas, tales como la necesidad de la vestidos, en el pelo o en la cama, son por sabia disposición natu-
hierba como medio para la existencia del ganado, o como la de ral un estímulo para el aseo, de por sí medio importante para la
éste para la del hombre, y no vemos cuál sea la razón de la nece- conservación de la salud, o bien que los mosquitos y otros insectos
sidad de la existencia de los hombres (cosa que no podría contes- que pican, que tan penosos hacen para los salvajes los desiertos de
tarse fácilmente pensando en los habitantes de Nueva Holanda o América, constituyen otros tantos acicates de la actividad de esos
de la Tierra del Fuego), no llegaremos a fines categóricos, sino hombres en cierne a desecar pantanos, a aclarar los espesos bos-
que toda esta relación idónea se funda en una condición que ques que no dejan pasar el aire, y con ello, lo mismo que cultivan-
siempre cae más allá, la cual, a título de incondicionada (la exis- do la tierra, a hacer al propio tiempo más sana su morada. Aun lo

222 223
que parece ser más contra naturaleza en la intrínseca organización la naturaleza hubiese tenido muy propiamente la intención de
del hombre, ofrece, tratado de este modo, una perspectiva diver- montar y adornar para este objeto su magnífica escena.
tida, y a veces también instructiva, de un orden teleológico de Terminaremos este pánafo añadiendo solamente que una vez
las cosas, a la cual, sin semejante principio, no nos llevaría por sí hemos descubierto en la naturaleza una facultad de obtener pro-
solo el mero estudio físico. Así como algunos juzgan que la solita- ductos que nosotros no podemos concebir sino según el concepto
ria es dada al hombre o los animales de que es parásito, a modo de las causas finales, vamos más allá, y aun para aquellas que no
de compensación por cierta deficiencia de sus órganos vitales, me necesitan (o para su relación, aunque idónea) que busquemos
preguntaría yo si los sueños (de que nunca está desprovisto el otro principio para su posibilidad, saliéndonos del mecanismo de
dormir, aunque sólo raras veces nos acordemos de ellos) no serán las causas eficientes ciegas podemos, sin embargo, juzgar que per-
una disposición idónea de la naturaleza para que al relajarse todas tenecen a un sistema de fines, porque ya la primera idea, por lo
las energías motoras del cuerpo, sirvan para mover en lo más que afecta a su fundamento, nos lleva más allá del mundo de los
hondo los órganos vitales mediante la imaginación y su gran acti- sentidos, ya que la unidad del principio suprasensible tiene que
vidad (que las más veces llega a afección en semejante estado), ser considerada válida no sólo para ciertas especies de seres
al igual que suele jugar con mayor vivacidad en el sueño de la naturales sino del mismo modo para la naturaleza toda como
noche cuando nos hemos acostado con el estómago demasiado sistema.
lleno; y si, por consiguiente, sin esta fuerza que nos mueve desde
el interior y sin desasosiego fatigante que reprochamos a los § 68
sueños (y que acaso sean en realidad remedios), el sueño no cons-
tituirá una extinción total de la vida, aun siendo perfecto nuesh·o Del principio de la teleología como principio intrínseco
estado de salud. de la ciencia natural
También la belleza de la naturaleza, es decir, su coincidencia
con el libre juego de nuestras facultades de conocimiento para Los principios de una ciencia pueden ser: intrínsecos a ella,
aprehender y juzgar su fenómeno, puede considerarse de esta suer- y entonces se llaman interiores (principia domestica), o fundarse
te como idoneidad objetiva de la naturaleza en su conjunto como en conceptos que sólo fuera de ella encuentran lugar, y se llaman
sistema en que el hombre es miembro, si el juicio teleológico de principios exteriores ( pm·egrina). Las ciencias que los contienen
ésta por los fines naturales que nos ofrecen los seres organizados, de los últimos, toman por fundamento de sus doctrinas principios
nos autorizó a la idea de un gran sistema de fines de la naturaleza. prestados ( lemmanta), es decir, que tornan prestados de otra cien-
Podemos considerar un favor * que nos dispensó la natm·aleza cia algún concepto y con él un fundamento de estructuración.
el que, además de lo útil, nos prodigara aún belleza y atractivos Toda ciencia es por sí un sistema, y no basta construir en
tan espléndidamente, y por ello la amamos, así como la respeta- ella según principios y proceder, por ende, técnicamente, antes
mos por lo que tiene de inconmensurable y en esta contemplación bien, es necesario asimismo operar con ella arquitectónicamente,
nos sentimos ennoblecidos nosotros mismos : precisamente como si como con un edificio independiente, en vez de tratarla como un
anexo y parte de otro edificio, sino como un todo por sí mismo,
* En la parte estética se dijo: miramos con favor la naturaleza bella aun cuando después pueda practicarse un paso de éste a aquél,
porque sentimos un placer completamente libre (desinteresado) por su forma. o viceversa.
Y es que en este mero juicio de gusto para. nada se tiene en cuenta con qué Por consiguiente, si para la ciencia natural y en su contexto
fin existen estas bellezas naturales: si para despertar un agrado en nosotros se introduce el concepto de Dios para hacer explicable la idonei-
o sin ninguna relación con nosotros como fines. En cambio, en un juicio
teleológico, atendemos también a esa relación, y entonces podemos considerar dad de la naturaleza, y luego se utiliza esta idoneidad para de-
como favor de la naturaleza el que haya querido hacerlos adelantar hacia mostrar, a su vez, la existencia de Dios, en ninguna de estas dos
la cultura presentándonos tantas figuras bellas. ciencias habrá consistencia interior, y un engañoso dialelo las hace
224 225
inseguras a las dos por el hecho de que sus fronteras estén en- ricas de los fines naturales en seres organizados sea no sólo lícito,
treveradas. sino aun inevitable, utilizar el modo de juzgar teleológico como
La expresión de un fin de la naturaleza constituye ya medio principio de la teoría de la naturaleza con respecto a una clase
preventivo suficiente para evitar esa confusión de mezclar la peculiar de sus objetos.
ciencia natural y la ocasión que ofrece de juzgar teleológicamen- Ahora bien, para mantenerse exactamente dentro de sus lí-
te sus objetos, con la consideración de Dios y, por ende, con mites, la física prescinde en absoluto de la cuestión de si los fines
una derivación teológica; y no debe considerarse de poca impor- de la naturaleza son intencionados o no, pues de lo contrario se
tancia la confusión de aquella expresión con la de un fin divino inmiscuirÍa en un asunto que no le corresponde ( por ser propio
en la ordenación de la naturaleza, ni siquiera presentando el de la metafísica). Le basta que sean objetos única y exclusiva-
último como más conveniente y más apropiado para un alma mente explicables según leyes naturales que podemos concebir
piadosa, considerando que en definitiva se ha de acabar por atri- solamente bajo la idea de los fines como principio, y aun sólo
buir a un sabio autor del mundo aquellas formas idóneas de la intrínsecamente, cognoscible de esta suerte según su forma interna.
naturaleza; al contrario, es preciso reducirse cuidadosa y modes- Por consiguiente para no exponerse siquiera a la menor sospecha
tamente a la expresión que se limita a decir escuetamente cuanto de que aspire a algo que en modo alguno corresponde a la física,
sabemos, es decir, la de un fin de la naturaleza. En efecto, antes a saber: a mezclar entre nuestros motivos de conocimiento una
de que preguntemos por la causa de la naturaleza misma, encon- causa sobrenatural, bien que en la teleologia se hable de la natu-
tramos en la naturaleza y en el curso de su formación productos raleza como si la idoneidad fuera en ella deliberada, al propio
producidos en ella según conocidas leyes de experiencia por las tiempo lo hace de suerte que atribuye esa intención a la naturale-
cuales tiene la ciencia natural que juzgar sus objetos y, por ende, za, es decir, a la materia, dando a entender con ello( porque no
que buscar también en ella misma la causalidad de éstos según la puede haber equívoco al respecto, pues es evidente que a una ma-
regla de los fines. De ahí que no deba traspasar sus límites pen- teria inerte no cabe atrjbuirle intención en el sentido propio de la
sando en aquello a cuyo concepto no puede ser adecuada ninguna palabra) que la palabra significa sólo en este caso un principio
experiencia, y en que sólo después de completada la ciencia na- de la facultad de juzgar reflexionante, no de la determinante, sin
tura~ podrá arriesgarse a incorporárselo como principio intrínseco. que, por lo tanto, pretenda introducirse con ella un fundamento
Las propiedades de la naturaleza que pueden mostrarse a especial de causalidad, sino que sólo para el uso de la razón añade
priori y, en consecuencia, comprenderse según su posibilidad a otro tipo de investigación distinto del que atiende a leyes mecáni-
base de principios universales sin acudir para nada a la experien- cas con el objeto de suplir a la deficiencia de este último aun para
cia, bien que traigan en sí una idoneidad técnica no pueden, sin la exploración empírica de todas las leyes particulares de la na-
embargo, porque son absolutamente necesarias, incluirse en la te- turaleza. De ahí que en la teleología, en cuanto referida a la
leología de la naturaleza a modo de método perteneciente a la física, se bable con toda razón de la sabiduría, economía, provi-
física para resolver sus problemas. Las analogías aritméticas y dencia y beneficencia de la naturaleza sin por ello querer hacer
las geométricas, lo mismo que las leyes mecánicas universales, por de ésta otro ser racional que esté por encima de ella ( porque
más extraña y admirable que en ellas nos aparezca la reunión en serfa absurdo), pero tarobién sin atreverse a colocar por encima
un principio de distintas reglas en apariencia totalmente indepen- de ella otro ser de entendimiento a modo de artífice, porque sería
dientes entre si, no encierran por esta razón derecho alguno a temerario *, antes bien con ella se quiere designar solamente
servir de motivos explicativos teleológicos en la física, y aunque
merezcan ser traídas a colación en la teoría general de la idonei- =
"' La palabra alemana "vermcssen" f medir mal, formular un juicio
temerario] es muy buena y llena de sentido. Un juicio en que nos olvide-
dad de las cosas de la naturaleza, su estudio correspondería a otro mos de calcular la medida de nuestras capacidades (del entendimiento),
sector, a la metafísica, sin que puedan constituir un principio in- puede tener a veces el aspecto de muy modesto y encerrar, sin embargo,
trínseco de la ciencia natural: por más que con las leyes empí- grandes pretensiones y ser muy presuntuoso. Asi son los más con que se

226 227
una clase de causalidad de la naturaleza por analogía con la nues-
tu en el uso técnico de la razón, al objeto de tener presente la
regla por la cual se investigan ciertos productos de la naturaleza.
Pero ¿por qué entonces la teleología no suele constituir una
parte propia de la ciencia natural teorética sino que es referida
a la teología como propedéutica o tránsito? Se hace así con el SECCION SEGUNDA
objeto de que el estudio de la naturaleza por su mecanismo se
atenga a aquello que podemos someter a nuestra observación o DIALECTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR
a experimentos, de suerte que podamos presentarlo como la na- TELEOLúGICA
turaleza, por lo menos según la semejanza de las leyes, pues sólo
comprendemos totalmente aquello que somos capaces de hacer
o realizar por conceptos. Pero la organización como fin intrín- § 69
seco de la natumleza, supera ínfinitamente toda capacidad de una
exposición parecida por medio del arte, y, en cuanto a las dispo- Qué sea una antinomia de la facultad de juzgar
s~ciones extrínsecas de la naturaleza tenidas por idóneas (por
eJemplo: los vientos, lluvias, etc), la ñsica estudia, sí, su meca- L_a facultad de juzgar determinante no tiene por sí principios
que s1rvan de fundamentos a conceptos de objetos. No es una
nismo, pero no puede exponer su relación con fines si éstos han
autonomía, pues se limita a subsumir bajo conceptos o leyes dados,
de ser una condición perteneciente necesariamente a la causa,
porque esa necesidad de enlace corresponde totalmente a la unión a título de principios. Precisamente por esto no se halla expuesta
a ningún peligro de parte de su propia autonomía ni a colisiones
de nuestros conceptos y no a la cualidad de las cosas.
entre sus principios. Así, la facultad de juzgar trascendental, que
contenía las condiciones para subsumir bajo categorías, no era
por si nomotética, sino que se limitaba a nombrar las condiciones
de la intuición sensible bajo las cuales puede darse realidad
(aplicación) a un concepto dado, como ley del entendimiento,
en lo cual jamás podía ponerse en desacuerdo consigo misma (por
lo menos según los principios).
En cambio, la facultad de juzgar reflexionante ha de subsu-
mir bajo una ley que todavía no está dada y que, por consiguien-
te, no es en realidad sino un principio de la reflexión sobre obje-
tos para los cuales objetivamente carecemos en absoluto de ley, o
de un concepto del objeto que resulte suficiente como principio
para los casos que se presenten. Pues bien, como no puede admi-
tirse un uso de las facultades de conocimiento sin principios, en
tales casos tiene la facultad de juzgar reflexionante que servir de
principio a sí misma, principio que, no siendo objetivo y no pu-
diendo proporcionar del objeto motivo de conocimiento suficiente
al respecto, ha de servir sólo de principio subjetivo para el uso
pretende realzar la sabiduría mvina, atribuyéndole en las obras de la creación idóneo de las facultades de conocimiento para que éstas reflexio-
y conservación intenciones llamadas propiamente a glorificar la propia sabi- nen sobre una clase de objetos. Por consiguiente, con respecto a
duría del sutil razonador.
esos casos, la facultad de juzgar reflexionante tiene sus máximas, y
228
229
aun necesarias, con vistas al conocimiento de las leyes naturales particular. Y entonces se encuentra que estas dos máximas dife-
en la experiencia, para por medio de ellas llegar a conceptos, aun- rentes no parece hayan de poder ser compatibles, suscitándose
que fuesen estos conceptos de razón, siempre q ue los necesite ab- por lo tanto, una dialéctica que desconcierta a la facultad de juz~
solutamente para conocer la naturaleza según sus leyes empíricas. gar en el principio de su reflexión.
Entre estas máximas necesarias de la facultad de juzgar especulati- La primera de estas máximas es la tesis: Toda producción
va puede producirse una colisión, es decir, tener lugar una anti- de cosas materiales y de sus formas tiene que juzgarse posible
nomia; en ello se funda una dialéctica que puede calificarse de según leyes meramente mecánicas.
dialéctica natural cuando cada una de las dos máximas en colisión La segunda máxima es la antítesis: Algunos productos de la
tiene su flmdamento en la naturaleza de las facultades de conoci- naturaleza material no pueden juzgarse posibles según leyes me-
miento, y una inevitable luz engañosa que debe ponerse al descu- r~m~nte mecánicas (su juicio requiere otra ley, completamente
bielto y resolverse en la crítica para que no engañe. d1stinta, de causalidad: la de las causas finales).
. Aho~a b~en, transfor~a~do estos principios regulativos para
la mvestigaCión en const1tuhvos de la posibilidad de los objetos
mismos, dirían así:
§ 70
Tesis: Toda producción de cosas materiales es posible según
leyes meramente mecánicas.
Repl'esentaci6n de esta antinomia
Antítesis: Alguna producción ele ellas no es posible según
En cuanto la razón tiene que tratar de la natw·aleza como leyes meramente · mecánicas.
suma de los objetos de los sentidos externos, puede fundarse en En esta última cualidad, como principios objetivos para la
leyes que el entendimiento prescribe en parte él mismo a priori a facultad ele juzgar determinante, se contradirían recíprocamente:
la naturaleza y en parte puede ensanchar hasta lo incalculable por lo tanto, una de las dos proposiciones sería necesariamente
por medio de las determinaciones empú·icas que se presentan en falsa. Y entonces eso sería, sí una antinomia, pero no de la fa-
la experiencia. Pm·a aplicm· la primera clase de leyes o seá las cultad de juzgar, sino una colisión en la legislación de la razón.
universales de la naturaleza material, la facultad de j~gar nd ne- Sin embargo, la razón no puede demostrar ninguno de estos dos
cesita ningún principio de reflexión especial, pues en esto es de- principios, porque no podemos tener un principio determinante
ter~~ante porque por el entendimiento le es dado un principio a priori de la posibilidad de las cosas según leyes meramente em-
ob¡ehvo. Pero en cuanto a las leyes particulares de que sólo nos píricas de la naturaleza.
enteramos por la experiencia, puede haber entre ellas tamaña Por el contrario, la primera máxima que de la facultad de
diversidad y heterogeneidad que la facultad de juzgar tenga que juzgar reflexionante hemos expuesto, no contiene en realidad con-
servir de principio a sí misma siquiera para ir en busca de una tradicción alguna. En efecto, cuando digo: tengo q ue juzgar según
ley en los fenómenos de la naturaleza, ya que la necesita como leyes puramente mecánicas todos los acaecimientos de la naturale-
guía, con. t~ de que sólo quiera tener la esperanza de llegar a za material, y, por ende, también todas las formas como productos
un conoClrotento coherente de la experiencia según una legalidad de ésta, según su posibilidad, no digo con ello: sólo son posibles de
general de la naturaleza y a la unidad de esta última según leyes ese modo (con exclusión de cualquier otro tipo de causalidad);
empíricas. En esta unidad casual de las leyes particulares puede antes bien quiero indicar: debo reflexionar siempre sobre ellas
darse entonces el caso de que en su reflexión la facultad de juzgar según _el pr~ncipio del mero mecanismo de )a naturaleza, y, por
parta de dos máximos, una de las cuales le sea ofrecida a priori ende, mvestigar éste hasta donde me sea posible, porque sin to-
P.or el m_ero entendimiento, mientras la otra resulte de experien- mm·lo por fundamento de la investigación, no puede haber ningún
cta.s pm·hculares que ponen en juego la razón para que proceda conocimiento de la naturaleza propiamente dicho. Pues bien esto
a Juzgm· la naturaleza corpórea y sus leyes según un principio no impide que, si se presenta la ocasión, por ejemplo: en algunas

230 231
formas de la naturaleza (y aun, con ocasión de ellas, en la natura- y la de si para las cosas como verdaderos fines de la naturale-
leza entera), la segunda máxima se ponga a buscar un principio, za (como necesariamente tenemos que juzgarlas) no habrá en
a saber: el de las causas finales, y a reflexionar sobre esas formas, realidad en el fondo otra clase completamente distinta de la cau-
principio que es completamente distinto de la explicación por el salidad originaria, que no puede estar contenida en la naturaleza
mecanismo de la naturaleza. En efecto, no por ello se suprime la material o en su substratQ inteligible, a saber: un entendimiento
reflexión hecha según la primera máxima, antes bien se impone arquitectónico -son cuestiones sobre las cuales no puede darnos
proseguirla tan lejos como sea posible, y tampoco quiere decir en absoluto la menor información nuestra razón muy estrecha-
esto que según el mecanismo de la naturaleza no fueran posibles mente limitada en cuanto al concepto de causalidad, si éste ha de
aquellas formas. Lo único que se sostiene es que la razón huma- ser especificado a priori. Y tan indudablemente cierto es tam-
na, siguiendo esta reflexión y procediendo de este modo, jamás bién qu~ tampoco el mero mecanismo de la naturaleza para la
podrá descubrir el menor fundamento de lo que constituye lo es- producciÓn de seres organizados puede proporcionarnos ningún
pecífico de un fin natural, pero sí otros conocimientos de leyes motivo explicativo respecto a nuestra facultad de conocer. Por con-
naturales; dejando de esta suerte sin resolver la cuestión de si en siguiente, para la facultad de juzgar reflexionante vale como prin-
el fondo intrínseco, para nosotros desconocido, de la naturaleza cipio enteramente exacto el de que para la tan notoria conexión
misma, no coincidirían en un mismo principio el nexo físico-me- de las cosas según causas finales, es necesario concebir una causa-
cánico y el finalista de la misma cosa; pero nuestra razón no es lidad distinta del mecanismo, a saber: la de una causa (inteligen-
capaz. de unirlos en él, y, por lo tanto, la facultad de juzgar, como te) del mundo que obre según fines. Nada importa que este prin-
refleXIonante ( a base de un motivo subjetivo), no como determi- cipio resulte x:nuy precipitado e indemostrable para la facultad de
nante ( a consecuencia de un principio objetivo de la posibilidad juzgar determinante. En el primer caso, este principio es mera
de las cosas en sí), se ve obligado a concebir, para ciertas for- máxima de la facultad de juzgar, en la cual el concepto de esa
mas de la naturaleza, otro principio, como fundamento de su posi- causalidad es una mera idea a la cual no se trata de atribuir reali-
bilidad, que el del mecanismo natural. dad alguna, sino que se emplea sólo como guía de la reflexión, que
sigue abierta siempre a todas las razones explicativas mecánicas,
sin salirse del mundo de los sentidos; en el segundo caso, sería
§71 éste un principio objetivo prescrito por la razón y al cual tendría
9-ue som~terse decididamente la facultad de juzgar, con lo cual
esta, saliendose del mundo sensible, se lanzaria por lo trascen-
Prepara.ci6n para resolver la anterior antinomia dente y quizá se extraviaría.
En modo alguno podemos demostrar la imposibilidad de ob-
Por consiguiente, toda apariencia de antinomia entre las máxi-
tener productos naturales organizados sino por el mero mecanismo mas del modo de explicación propiamente físico (mecánico) y teo-
de la naturaleza, porque no podemos penetrar en su primer ftm- lógico (técnico), se basa en que se confunde un principio de la
facultad de juzgar reflexionante con el de la determinante, y la au-
damento intrínseco la infinita variedad de las leyes particulares de tonomia de la primera (válida sólo subjetivamente para el uso de
la naturaleza, contingentes para nosotros ya que sólo empírica-
mente son conocidas, y de esta suerte no nos es posible alcanzar nuestra razón con respecto a las leyes particulares de la experien-
en absoluto el principio inh·ínseco, totalmente suficiente, de la po- cia) con la heteronomía de la otra, que tiene que regirse por las
sibilidad de una naturaleza (principio situado en lo suprasensible). leyes (universales o particulares) dadas por el entendimiento.
Por lo tanto, la cuestión de si la facultad productiva de la natura-
leza basta también para aquello que juzgamos como formado
y unido por la idea de los fines, e igualmente para aquello para
lo cual creemos necesitar sólo un maquinismo de la naturaleza;

232 233
a un principio subjetivo: el del arte, o sea, de la causalidad según
§ 72 ideas, con el intento de atribuirla por analogía a la naturaleza; re-
curso que si nos sale bien en algunos casos, parece fracasar en
De los diversos sistemas sobre la idoneidad de la naturaleza otros, y en ninguno nos autoriza a introducir en la ciencia de la
naturaleza un modo de acción particular, diferente de la causali-
Nadie ha puesto en duda la legitimidad del principio de que dad según las leyes meramente mecánicas de la naturaleza. Dando
sobre ciertas cosas de la naturaleza (seres organizados) y su posi- el nombre de técnica al procedimiento (causalidad) de la natura-
bilidad debe juzgarse por el concepto de causas finales, ni siquiera leza a causa de las analogías con fines que hallamos en sus pro-
en el caso de que, para conocer sus cualidades por observación. se ductos, la dividiremos en técnica intencional y técnica natural
pida una guía, sin elevarse a investigar acerca de su primer oligen. La primera habrá de significar que la capacidad productiva de la
Por consiguiente, no cabe más q ue la cuestión siguiente: ¿vale sólo naturaleza por causas finales debe ser tenida como tipo especial
subjetivamente este principio, es decir, como máxima de nuestra de causalidad; la segunda, que en el fondo es totalmente idéntica
facultad de juzgar, o es un principio objetivo de la naturaleza, en al mecanismo de la naturaleza y que se interpreta falsamente como
virtud del cual correspondería a ésta, además de su mecanismo tipo especial de producción de la naturaleza la coincidencia con-
(según las meras leyes del movimiento), otro tipo aún de cau- tingente con nuestros conceptos del arte y con sus reglas como
salidad: el de las causas finales, por debajo de las cuales esta- condición meramente subjetiva para juzgada.
rían aqué11as (las fuerzas motrices) a título solamente de causas Al hablar, ahora, de los sistemas de la explicación de la na-
medias? turaleza con respecto a las causas finales, se tendrá que observar
Ahora bien, esta cuestión o problema podría, para la esl?ecu- sin duda que todos ellos se contradicen entre si en lo dogmático,
lación, dejarse totalmente indeciso y sin resolver, porque s1 nos es decir, sobre los principios objetivos de la posibilidad de las co-
reducimos a llevar la especulación dentro de los límites del mero sas, sea por causas que actúen intencionalmente o puramente sin
conocimiento de la naturaleza, nos bastarían aquellas máximas intención, pero no así sobre la máxima subjetiva de limitarse a juz-
para estudiar la naturaleza y escudriñar sus más rec6nditos secre- gar sobre la causa de esos productos conformes a fin, caso, este
tos, hasta donde alcancen las fuerzas humanas. Por consiguiente, último, en que cabe a{m combinar principios dispares, a diferen-
sin duda por un presentimiento de nuestra razón o por una espe- cia del primero, ·en que los contradictoriamente opuestos se eli-
cie de seña que nos hiciera la naturaleza, creemos que por medio minan entre sí y no pueden coexistir.
de aquel concepto de causas finales podemos ir perfectamente más Los sistemas relativos a la técnica de la naturaleza, es decir,
allá de la naturaleza y atarla en el punto culminante de la serie a su fuerza productiva según la regla de los fines, son de dos cla-
de causas originarias abandonando la investigación de la natura- ses: los del idealismo y los del realismo de los fines naturales. El
leza (aunque en ella no hayamos llegado todavía muy lejos), o, primero sostiene que toda la idoneidad de la naturaleza es no in-
por lo menos, dejándola de lado algún tiempo e intentando averi- tencional; el segundo, que alguna de esa idoneidad (en los seres
guar previamente a dónde nos conduce aquel forastero en la cien- organizados) es intencional; de donde también podría sacarse,
cia de la naturaleza, a saber: el concepto de fines de la naturaleza. pues, la consecuencia de que es intencionada, es decir, fin, la téc-
Es evidente que en este caso aquella máxima indiscutida pa- nica de la naturaleza, lo cual afecta también a todos sus demás
saría a ser un problema que abriera ancho campo a discusiones: productos en relación con el todo de la naturaleza.
el de si el enlace de fines de la naturaleza demuestra una clase l. El idealismo de la idoneidad (entendiendo siempre en
especial de causalidad para ella, o si, considerando en sí mismo este caso la objetiva) es, entonces, bien el de la casualidad, o bien
y según principios objetivos, no es más bien lo mismo que el meca- el de la fatalidad de la determinación de la naturaleza en la for-
nismo de la naturaleza, o se basa en el mismo fundamento; sólo ma idónea de sus productos. El primer principio afecta a la rela-
que nosotros, a causa de que éste se halla a menudo harto honda- ción de la materia con el fundamenta físico de su forma, a saber:
mente escondido en muchos productos de la natmaleza, acudimos
235
234
las leyes del movimiento; el segundo, a la relación con su funda- m o de la naturaleza (presentada como arte), mientras otros los
mento hiperfísico, que lo es de toda la naturaleza. El sistema de reconocen como verdaderos y prometen exponer la posibilidad de
la casualidad, atribuido a Epicuro o a Demócrito, es tan absurdo, una naturaleza según la idea de las causas finales.
si se toma al pie de la lelTa, que no vale la pena de detenerse
en él; en cambio, no es tan fácil de refutar el sistema de la fatali- l. Los sistemas que abogan por el idealismo de las causas
dad (del cual se hace autor a Spinoza, aunque todo induce a su- finales de )a naturaleza, admiten, sí, por una parte, en el principio
ponerlo más antiguo), que invoca algo suprasensible, a lo cual, de ellas una causalidad según las leyes del movimiento (por las
pues, no alcanza nuestra inteligencia, y no lo es porque ni siquiera cuales existen idóneamente )as cosas de la naturaleza); pero nie-
puede entenderse su concepto del ser originario. Lo único claro gan en ella la intencionalidad, es decir, que la naturaleza esté
es, sin embargo, que el enlace según fines en el mundo tiene que determinada intencionalmente para esta su producción idónea
suponerse no intencional en ese concepto (porque se deriva de. un o, dicho con otras palabras: que un fin sea la causa. Es el tipo d~
ser ~z:iginario, ~ero no de su ~ntendimiento y, por ende, no de in- explicación de Epicuro, según la cual se niega totalmente la dife-
tencwn suya, smo de la necesidad de su naturaleza y de la unidad rencia entre una técnica de la naturaleza y la mera mecánica, y no
del mundo que de ella procede), o sea que el fatalismo de la ido- sólo para la coincidencia de los productos obtenidos con nuestros
neidad es al propio tiempo idealismo de ella. conceptos del fin, o sea, para la técnica, sino aun para la deter-
2. El realismo de la idoneidad de la naturaleza es también minación de las causas de esta producción según las leyes del
ya físico, ya hiperfísico. El primero funda los fines de la natura~ movimiento, o sea, para su mecánica, se adopta como fundamento
leza en el análogo de una facultad que obre con intención: en la explicativo el ciego azar, y, en consecuencia, nada explica ni si-
vida de la materia (la vida que hay en ésta o también la debida quiera la apariencia engañosa do nuestro juicio teleológico; por
a un ~rinc}pio interno animador, a un alma del mundo), y se Ha. lo tanto, en modo alguno se expone el presunto idealismo de éste.
ma h1l?ZOJSmo. El segundo la deriva del fundamento originario Por otra parte, Spinoza pretende que renunciemos a pedir el
del um~e~so, como ser dotado de entendimiento (y originaria- fundamento de la posibilidad de los fines de la naturaleza y des-
mente VIVJente) que produce con intención, y es el teísmo *. poseer de toda realidad a esa idea, a base de consiperarlos no
productos sino accidentes inherentes a un ser originario, al cual,
como substrato de aquolJas cosas de la naturaleza, atribuye con
§ 73 respecto a ellas, no causa1idad, sino sólo subsistencia, y aunque
garantiza (a causa de la necesidad absoluta de ese ser junto con
Ninguno de los sistemM anteriores logra lo que pretende todas las cosas de la naturaleza como accidentes inherentes a él)
a las formas de la naturaleza la unidad de fundamento requerida
¿Q~é persiguen todos esos sistemas? Explicar nuestros juicios para toda idoneidad, suprime al propio tiempo la casualidad de
teleológ1eos sobre la naturaleza. Para ello, niegan unos la verdad ellas, sin la cual no puede concebirse una unidad de fin, y, con
de esos juicios, declarando, en consecuencia, que son un idealis- ella, descarta todo lo intencional, así como todo entendimiento
• De ahí se ve que en la mayoria de las cosas especulativas de la a la causa originaria de ]as cosas de la naturaleza.
r~z?n p~, en cuanto afecta a las afirmaciones dogmáticas, las escuelas filo- Sin embargo, el spinozismo no logra lo que pretende. Quiere
soficas soüeron ensayar todas las soluciones posibles sobre una cuestión deter- encontrar un motivo de explicación del enlace según fines (que él
minada; así, sobre la idoneidad de la naturaleza, ensaya a este objeto lo mismo no niega) de las cosas de la naturaleza, y se 1imita a mencionar
la materia inerte o un Dios inerte q\Je una materia viva o aun un Dios vivo.
Para nosotros, no queda otro recurso que, en caso necesario prescindir de la unidad del sujeto a que todas ellas son inherentes. Pero aun
todas. estas afirmaciones objetivas y ponderar críticamente n~estro juicio en concediéndole ese modo de existir para los seres del mundo, no
relaCJ~n_s?lamente.con nuE'sb:as facultades de conocimiento, para proporcionar resulta todavía inmediatamente unidad de fin aquella unidad on-
a su JWCtO la vaüdez de una máxima, validez, si no dogmática, suficiente tológica, ni en modo alguno la hace comprensible. La primera es,
por lo menos para el uso seguro de la l'llzón.
en efecto, un tipo muy especial de la segunda, y no se deduce del
236
237
enlace de las cosas (seres del mundo) en un sujeto (el ser origi- tesis de la idoneidad de lo grande de la naturaleza) se nos mani-
nario), sino que implica absolutamente la relación con una causa fiesta en la experiencia en la organización de lo pequeño de la
provista de entendimiento, y aun reuniendo todas esas cosas en un naturaleza, pero en modo alguno a reconocerse a pr-iori según su
simple sujeto, nunca expondría una referencia a fin, siempre que posibilidad. Por consiguiente, debe cometerse un circulo en la ex-
entre ellas no se conciba, primeramente, efectos intrínsecos de la pli~ci6n c~ando .partiendo de la vida de la materia se pretende
substancia como causa, y, en segundo lugar, como causa de ellas explicar la Idoneidad de la naturaleza en los seres organizados,
en virtud de su entendimiento. Sin todas estas condiciones for- vida que, a su vez, no se conoce sino en seres organizados, de
males, toda unidad es mera necesidad natural, y ciega necesidad suerte que sin esa experiencia no cabe hacerse un concepto de la
si se atribuye, a pesar de todo, a las cosas que nos representamos posibilidad de esos seres. Por consiguiente, el hilozoísmo no logra
como ajenas entre si. Y si se quiere llamar idoneidad de la na- lo que promete.
turaleza lo que esta escuela califica de perfección trascendental El teísmo, por último revela la misma impotencia para fun-
de las cosas (en relación con su propio ser), en virtud de la cual damentar dogmáticamente la posibilidad de los fines de la natu-
todas las cosas tienen en sí lo que se requiere para ser tal cosa raleza como llave para la teleología, aunque sobre todos los funda-
y no otra, caeremos en un pueril juego de palabras en vez de con- mentos explicativos de ella tiene la ventaja de que mediante el
ceptos, puesto que si todas las cosas tienen que concebirse como entendimiento que atribuye al ser originario, es el que mejor logra
fines, y, por ende, ser cosa y ser fin es lo mismo, en el fondo nada sustraer al idealismo la idoneidad de la naturaleza e instituye una
habrá que pueda representarse especialmente como fin. causalidad intencional para la producción de la última.
De ahí se ve perfectamente que reduciendo nuestros concep- En efecto, para que fuera lícito poner su fundamento, de
tos de lo idóneo de la naturaleza a la conciencia de nosob:os mis- modo determinado, más allá de la naturaleza, habfa que demos-
mos en un ser que todo lo abarca (pero, al propio tiempo, sim- trar, ante todo, de modo suficiente para la facultad de juzgar de-
ple), y buscando aquella forma meramente en la unidad de este terminante, la imposibilidad de la idoneidad de la materia por el
último, Spinoza debió tener la intención de sostener no el realis- mero mecanismo de ésta. Sin embargo, lo único que podemos po-
mo sino sólo el idealismo de la idoneidad de esa forma, intención ner en claro es que según la cualidad y limites de nuestras facul-
que, sin embargo, no pudo realizar porque la mera representación tades de conocimiento (no reconociendo nosotros ni siquiera el
de la unidad del substrato no puede lograr siquiera la idea de primer fundamento intrínseco de este mecanismo), en modo al-
una idoneidad tan sólo inintencional. guno tenemos que buscar en la materia un principio de relacio-
2. Quienes no sólo sostienen el realismo de los fines de la nes de fines determinados, sino que para nosotros no queda otro
naturaleza sino que presumen, además, de poder explicarlo, creen modo de juzgar la obtención de sus productos que atribuyéndolos
que pueden reconocer, por lo menos según su posibilidad, una a un entendimiento superior como causa del mundo. Pero esto es
sólo un fundamento para la facultad de juzgar reflexionante, no
clase especial de causalidad, a saber: la de causas que actúan para la determinante, y en modo alguno puede autorizarnos a nin-
intencionalmente, pues de lo contrario no podrían ponerse a ex- guna afirmación objetiva.
·plicar aquellos fines, ya que para permitirse la hipótesis más
audaz, es necesario por lo menos estar seguro de la posibilidad
de aquello que se acepta como fundamento, y es preciso poder
asegurar a su concepto su realidad objetiva.
Pero ni siquiera cabe pensar la posibilidad de una materia
viva (pues su concepto encierra una contradicción, porque el ca-
rácter esencial de ésta lo constituye la falta de vida, la inertia) ;
la de una materia animada y de toda la naturaleza como animal,
sólo con apuros puede usarse en cuanto (con vistas a una hipó-

238 239
§ 74 dad objetiva, tampoco es demostrable por la razón (es decir, no
es constitutivo para la facultad de juzgar determinante, sino sólo
La causa de la imposibilidad de tratar dogmáticamente regulativo para la reflexionante) .
el concepto de una técnica de la naturaleza, Y que no lo es, resulta claro del hecho de que, como con-
es la inexplicabilidad de un fin natural cepto de un producto de la naturaleza, encierra en sí necesidad
natmal y al propio tiempo una contingencia de la forma del oh-
Procedemos dogmáticamente con un concepto (aunque esté jet~ (en relación con sjmples leyes de la naturaleza) en las mis-
condicionado empíricamente) cuando lo consideramos contenido mas cosas como fin; por consiguiente, para que en este caso no
bajo otro concepto del objeto, que constituye un principio de la haya contradicción, debe contener un fundamento para la posi-
razón, definiéndolo de conformidad con éste. En cambio, proce- bilidad de la cosa en la naturaleza, pero al propio tiempo un fun-
demos sólo críticamente con él cuando lo consideramos en re- damento de la posibilidad de esta naturaleza misma y de su re-
lación únicamente con nuesb:a facultad de conocimiento, y, por lación con algo que no es naturaleza empíricamente cognoscible
ende, con las condiciones subjetivas para concebirlo, sin tratar de ( suprasensible) y, por ende, no cognoscible para nosotros, para
decidir nada sobre su objeto. El procedimiento dogmático con un ser juzgado por otra clase de causalidad que no sea la del meca-
concepto, es, pues, el legal para la facultad de juzgar determinante, nismo natmal, si se quiere decidir de su posibilidad. Pues bien,
mienb·as que el crítico es el que sólo lo es para la reflexionante. como para la facultad de juzgar determinante el concepto de una
Ahora bien, el concepto de una cosa como fin natural es un cosa como fin natural es trascendente si el objeto se considera por
concepto que subsume la natmaleza bajo una causalidad conce- la razón (aunque para la facultad de juzgar reflexionan te sea in-
bible sólo por razón, para juzgar según ese principio lo que del manente con respecto a los objetos de la experiencia), y, por ende,
objeto es dado en la e><periencia. Pero para utilizarlo dogmática- no puede proporcionárscle realidad objetiva para juicios determi-
mente para la facultad de juzgar determinante, tendríamos que es- nantes, se comprende por eso que ninguno de los sistemas que
tar previamente seguros de la realidad objetiva de este concepto, puedan proyectarse para el tratamiento dogmático del concepto
porque de lo contrario no podríamos subsumir bajo él cosa algu- de fines naturales, y del de la nahrraleza como un todo enlazado
na de la naturaleza. Pero aunque el concepto de una cosa como por causas finales, pueda decidir nada ni afirmando objetivamente
fin natural sea empíricamente condicionado, es decir, sólo posible ni negando objetivamente, puesto que, si las cosas son subsumi-
bajo ciertas condiciones dadas en la experiencia, es un concepto das bajo un concepto que sólo sea problemático, sus predicados
que no puede abstraerse de ella, sino que sólo es posible según sintéticos (por ejemplo, en este caso: si es intencional o ininten-
un principio de la razón en el juicio del objeto. Puede ocurrir, por cional el fin de la naturaleza, que concebimos para la producción
lo tanto, que no pueda ser reconocido ni fundado dogmáticamente de las cosas), tales juicios (problemáticos) tienen que prescindir
como tal principio por su realidad objetiva (es decix, que de con- del objeto no sabiendo si se juzga sobre algo o sobre nada. En
formidad con él sea posible un objeto), y no sabremos entonces todo caso, el concepto de una causalidad por fines ( mte) tiene
si es solamente un concepto racionante y objetivamente vacuo realidad objetiva, lo mismo que el de una causalidad por el meca-
( conceptus 1·atiocinans) o un concepto de razón, que fundamente nismo de la naturaleza. Pero el concepto de una causalidad de la
un conocimiento y esté confirmado por la razón ( conceptus ratio- natmaleza por la regla de los fines, y más aún de un ser tal que
cinatus). Por consiguiente, no puede ser tratado dogmáticamente no puede semos dado en la experiencia, como es el considerado
para la facultad de juzgar determinante, es decir, no sólo no pue- fundamento originario de la naturaleza, puede concebirse, sí, sin
de decidirse si cosas de la naturaleza consideradas como fines re- contradicción, pero no servir para determinaciones dogmáticas,
quieren o no para su producción una causalidad de índole muy puesto que no puede asegmársele por nada su realidad objetiva
especial (la intencional), sino que ni siquiera puede plantearse porque no puede ser deducido de la experiencia ni es exigible para
esa cuestión, porque el concepto de un fin natural, según su reali- la posibilidad de ésta. Y aunque así fuera ¿cómo puedo seguir con-
240 241
tando enh·e los productos de la naturaleza cosas positivamente tos de lo intrínseco del mecanismo de la naturaleza. Sin embargo
indicadas como productos divinos, si precisamente la incapacidad con respecto a este último uso, esa máxima de la facultad d~
de la naturaleza para producirlos hizo necesario acudir a una causa juzgar es útil pero no indispensable, porque la naturaleza en con-
diferente de ella? junto no se nos da como organizada (en el más estricto sentido
de la palabra indicado anteriormente). Por el contrario, con res-
pecto a sus productos, que de modo necesario tiene que ser juzga-
§ 75 dos como únicamente formados con semejante intención y no de
otro modo, es esencialmente necesaria esa máxima de la facultad
El concepto de una idoneidad objetiva de la naturaleza de juzgar reflexionante, aunque no sea más que para adquirir un
es un principio crítico de la razón para la facultad conocimiento empírico de su constitución interior porque aun el
de juzgar especulativa pensamiento de ellos como cosas organizadas es imposible sin aso-
ciarle el pensamiento de una producción con intención.
Pero es algo completamente distinto cuando digo: la produc- Ahora bien, el concepto de una cosa cuya existencia o forma
ción de ciertas cosas de la naturaleza, y aun de la naturaleza toda, nos representamos como posibles bajo la condición de un fin, se
es sólo posible a base de una causa que por intenciones se deter- halla inseparablemente unido al concepto de una contingencia de
mina a obrar, o bien: por la constitución peculiar de mis facul- esa cosa (por leyes naturales). De ahí que las cosas naturales que
tades de conocimiento no puedo juzgar de la posibilidad de esas sólo como fines encontramos posibles, constituyan la mejor prueba
~osas y ele su producción de otro modo que concibiendo para de la contingencia del universo y sean la única razón demostra-
estas una causa que actúe según intenciones, o sea: un ser que tiva, valedera tanto para el entendimiento común como para el
es productivo por analogía con la causalidad ele un entendimiento. filósofo, de la dependencia y procedencia de ese universo de un
En. el primer caso pretendo decidir algo sobre el objeto y estoy ser existente fuera del mundo, y precisamente de un ser dotado
obligado a exponer la realidad objetiva de un concepto admitido; de entendimiento (a causa de aquella forma idónea); y que, en
en el segundo, la razón determina sólo el uso ele mis facultades de consecuencia, la teleología no encuentra sino en una teología lo
conocimiento de acuerdo con su peculiaridad, y las condiciones que pueda completar la explicación de sus investigaciones.
esenciales de su alcance lo mismo que de sus límites. En conse- Pero ¿qué demuestra, en definitiva, aun la teología más com-
cuencia, el primer principio es un principio objetivo para la facul- pleta? ¿Acaso que exista semejante ser dotado de entendimiento?
tad de juzgar determinante; el segundo, un principio subjetivo No; nada más sino que, según la constitución de nuestras facul-
sólo para la reflexionante, y, por ende, una máxima de ella que tades de conocimiento, o sea combinando la experiencia con los
le impone la razón. principios supremos de la razón, no podemos en absoluto hacer-
Y es que imprescindiblemente necesitamos atribuir a la na- nos concepto alguno de la posibilidad de ese mundo como no sea
turaleza el concepto de una intención si queremos tan siquiera concibiendo para él una causa suprema que obre intencionalmente.
explorarla mediante perseverada observación de sus productos or- Por consiguiente, objetivamente no podemos presentar la propo-
ganizados, y para el uso de experiencia de nuestra razón este sición: hay un ser originario inteligente, sino sólo subjetivamente
concepto es ya, por lo tanto, una máxima absolutamente necesaria. para el uso de nuestra facultad de juzgar en su reflexión sobre
Es evidente que, una vez se en encontró aceptada y ratificada se- los fines de la naturaleza, que no pueden concebirse por otro
mejante guía para el estudio de la naturaleza, tenemos por lo principio que por el de una causalidad intencional de una causa
menos que ensayar también en el todo de la naturaleza la máxima suprema.
concebida de la facultad de juzgar, porque por ella cabe descu- Si pretendiéramos presentar dogmáticamente, a base de razo-
brir aún otras leyes de la naturaleza que de lo contrario nos que- nes teleológicas, la proposición que figura al principio de este
darían escondidas a causa de lo limitado de nuestros conocimien- párrafo, nos veríamos envueltos en dificultades de las cuales no

242 243
podríamos salir, puesto que como fundamento de esas conclusio- los hombres concebir siquiera tal propósito, o esperar que quizá
nes deberíamos tomar necesariamente la proposición: los seres un día salga otro Newton que pueda hacer comprensible aunque
organizados del mundo no son posibles de otro modo que por no sea más que la producción de un tallo de hierba por leyes na-
una causa que actúe intencionalmente; pero con ello tendríamos turales que ninguna intención baya ordenado, antes bien es un
que querer sostener ineluctablemente que, como sólo seguir esas conocimiento que les está absolutamente vedado a los hombres.
cosas bajo la idea de los fines en su nexo causal y éste. sólo po- Pero también nosotros incurdríamos en un juicio temerario si ne-
demos conocerlo según su legalidad, estaríamos también autori- gáramos también que en la naturaleza, caso de que pudiéramos
zados a presuponer que esto es condición indispensable para todo penetrar basta su principio en la especificación de sus leyes ge-
ser que piensa y conoce, y, por lo tanto, inherente al objeto y no nerales para nosotros conocidas, se esconda una razón suficiente
sólo a nuestro sujeto. Pero con semejante afirmación no salimos de la posibilidad de seres organizados, sin atribuir una intención
del paso, puesto que como no observamos propiamente como in- a su producción (o sea, en su mero mecanismo) pues ¿de dónde
tencionales los fines de la naturaleza, antes bien nos limitamos íbamos a saberlo? En este punto, en que están en juego juicios
a incorporar mentalmente este concepto como guía de la facultad de la razón pura, de nada sirven las probabilidades. Por lo tanto,
de juzgar en su reflexión sobre los productos de la naturaleza, ningún juicio objetivo podemos formular, afirmativo o negativo,
esos fines no nos son dados por el objeto. A priori, es incluso im- sobre la proposición: ¿Lo que con razón calificamos de fines de
posible justificar como admisible ese concepto atendiendo a su la naturaleza tiene por fundamento, como causa del mundo (o sea:
realidad objetiva. Por consiguiente, nos queda simplemente una como autor), un ser que obre con intenciones? Lo único seguro,
proposición apoyada sólo en condiciones subjetivas, la de nues- a juzgar por lo menos por lo que nos es dado conocer por nuestra
tra facultad de juzgar refle>..ionante de acuerdo con nuestras fa- propia naturaleza (según las condiciones y límites de nuestra ra-
cultades de conocimiento, proposición que, expresada con preten- zón), es simplemente que, como fundamento de la posibilidad de
siones de validez objetiva dogmática, diría así: hay un Dios; pero esos fines de la naturaleza, sólo podemos tomar un ser inteligente,
a nosob·os, los hombres, sólo nos está permitida la fórmula limi- lo cual se armoruza con la máxima de nuestra facultad de juzgar
tada: la idoneidad que tenemos que tomar por fundamento aun reflexionante, y, por consiguiente, con un fundamento subjetivo,
de nuestro conocimiento de la posibilidad intrínseca de muchas pero ineluctablemente inherente a] gónero humano.
cosas de la naturaleza, no puede siquiera concebirse ni hacerse
comprensible de otro modo que representándonosla, ella y aun el
propio mundo, como producto de una causa inteligente (de un § 76
Dios) .
Pues bien, si esta proposición fundada en una máxima inelu- CO)..fENTARIO
diblemente necesaria de nuestra facultad de juzgar, resulta total-
mente satisfactoria para todo uso, tanto especulativo como prác- Esta consideración, muy digna de ser expuesta en detalle en
tico, de nuestra razón para toda perspectiva humana, me gustaría la filosofía trascendental, sólo puede ser tratada episódicamente
mucho saber qué perderíamos si pudiéramos demostrar que no es en esta obra, para aclarar la tesis expuesta, no para demostrarla.
válido también para seres superiores, o sea: a base de puras ra- La razón es una facultad de principios y en su más extrema
zones objetivas (que desgraciadamente están más allá del alcance aspiración tiende a lo incondicionado, mientras que el entendi-
de nuestra capacidad). Porque es completamente seguro que por miento sólo bajo cierta condición que es necesario se dé, está a su
meros principios mecánicos de la naturaleza nunca llegaremos servicio; mas sin los conceptos del entendimiento, a los cuales tie-
a conocer suficientemente los seres organizados y su posibilidad ne que darse realidad objetiva, nada puede juzgar objetivamente
intrínseca, y mucho menos podremos explicárnoslos; y esto es tan (sintéticamente) la razón, y, como razón teorética no encierra por
cie1to que puede decirse resueltamente que es insano por parte de sí el menor principio constitutivo, sino sólo principios regulativos.

244 245
Pronto se advierte que cuando el entendimiento no puede seguir, lutamente correctas para la razón humana, sin demostrar por ello
la razón se hace transcendente, y se manifiestan en ideas desde lue- que esta diferencia esté en las cosas mismas. En efecto, que de
go fundadas (como principios regulativos), pero no en conceptos abi no puede sacarse tal conclusión y, por ende, que esas proposi-
objetivamente válidos; el entendimiento, en cambio, que no puede ciones valen, sí, para objetos, en cuanto nuestra facultad de cono-
competir con ella, pero que parece necesario para la validez de cer, como condicionada sensiblemente, se ocupa también de ob-
los objetos, circunscribe la validez de aquellas ideas en la razón al jetos de los sentidos, pero no de cosas propiamente, resulta de la
sólo sujeto, aunque haciéndola universal para todos los de esta es- irrenunciable exigencia de la razón de admitir como existente con
pecie, es decir, que les pone como condición que no pueda ni deba absoluta necesidad un algo cualquiera (el fundamento originario),
pensarse de otro modo según la naturaleza de nuestra facultad de en el cual no quepa distinguir ya entre posibilidad y realidad,
conocimiento (humana), o sobre todo según el concepto que po- y para cuya idea nuestro entendimiento no tiene el menor con-
demos llegar a formarnos de la capacidad de un ser racional fini- cepto, es decir, que no puede encontrar la manera de represen-
to; pero sin afirmar por ello que se halle en el objeto el funda- tarse esa cosa y su modo de existir, puesto que si la piensa (como
mento de semejante juicio. Vamos a dar unos ejemplos que, desde quiera que la piense), sólo como posible es representada, y si tie-
luego, son demasiado importantes y aun difíciles para imponerlos ne conciencia de ella como dada en la intuición, ya es real, sin que
inmediatamente al lector como tesis demostradas, pero que pue- entonces quepa concebir algo que signifique posibilidad. De abi
den dade materia para reflexionar, y servir de aclaración para lo que el concepto de un ser absolutamente necesario sea, sí, una
que constituye propiamente el objeto de esta obra. idea de razón, pero un concepto problemático inalcanzable para
Es indispensablemente necesario para el entendimiento huma- el entendimiento humano; sin embargo, es válido para el uso de
no distinguir entre la posibilidad y la realidad de las cosas. La nuestras facultades de conocimiento según su constitución pecu-
razón de ello está en el sujeto y en la índole de sus facultades de liar, y, por lo tanto, no del objeto y con él para todo ser. co~~s­
conocimiento, puesto que si para este su ejercicio no se requirie- cente, porque no puedo presuponer que el pensar y la mtuíc10n
ran dos partes completamente heterogéneas: el entendimiento para sean en todos dos condiciones distintas del ejercicio de sus facul-
los conceptos y la intuición sensible para los objetos que les corres- tades -de conocimiento, o sea de la posibildad y realidad de las
ponden, no habría semejante diferencia (entre lo posible y lo real). cosas. Un entendimiento, en el cual no existiera esta diferencia,
Si nuestro entendimiento fuera intuitivo no tendría otros objetos diría así: todos los objetos que conozco, son (existen) - y la po-
que lo real. No existirían los conceptos (orientados sólo a la posi- sibilidad de algunos que en realidad no existen, es decir, su con-
bilidad de un objeto) ni las intuiciones sensibles (que nos dan tingencia suponiendo que existan, y, por ende, también la nece-
algo sin por ello hacérnoslo conocer como objeto). Ahora bien, cidad como distinta de la contingencia, no cabrían en modo alguno
toda nuestra distinción entre lo meramente posible y lo real estri- en la representación de un ser tal. Pero lo que tan incómodo ~e­
ba en que lo primero significa solamente la posición de la repre- sulta para nuestro entendimiento, hacer con sus conceptos lo rms-
sentación de una cosa con respecto a nuestro concepto y, sobre mo que la razón en este caso, es sólo que para él, como entendi-
todo, a la facultad de pensar, mientras que lo último significa l.a miento humano, es trascendente (es decir, imposible según las
posición de la cosa en sí misma (fuera del concepto). Por consi- condiciones subjetivas de su conocimiento) lo que, sin embargo, la
guiente, la distinción entre cosas posibles y reales es una distinción razón constituye en principio como perteneciente al objeto. En esto
que sólo vale subjetivamente para el entendimiento humano, pues- rige la máxima de que todos los objetos cuyo conocimiento rebasa
to que siempre podemos tener algo en el pensamiento a pesar de la capacidad del entendimiento, los concebimos según las condi-
que no exista, o representarnos algo como dado a pesar de que ciones subjetivas, necesariamente inherentes a ~uestra natura.leza
todavia no tengamos concepto de ello. Por lo tanto, las proposicio- (o sea, a la humana), para el ejercicio de sus facultades; y s1 los
nes: puede haber cosas posibles sin ser reales, y, por ende, de la juicios de esta suerte formttlados (como no puede ser de otro modo
mera posibilidad no puede concluirse la realidad, pasan por abso- con respecto a los conceptos trascendentes) no pueden ser prin-
246 247
cipios constitutivos que determinen el objeto tal como está cons- cederse pedectamente lo siguiente: no encontraríamos diferencia
tituido, seguirán siendo, pues, regulativos principios, inmanentes alguna entre me~anismo de la naturaleza y técnica de la natura-
y seguros en el ejercicio, y adecuados a la intención humana. leza en el sentido de enlace según fines en ella, si nuestro enten-
Así como la razón, en el examen teorético de la naturaleza, diminto no fuera de tal índole que le obliga a proceder de lo
tiene que admitir la idea de una necesidad absoluta de su funda- universal a lo particular, y, en consecuencia, la facultad de juzgar
mento 01iginario, así también en el práctico presupone su propia no puede conocer idoneidad alguna con respecto a lo particular,
causalidad incondicionada (con respecto a la naturaleza), es de- ni formular, por ende, juicios determinantes, sin tener una ley uni-
cir, la libertad, en cuanto tiene conciencia de su imperativo moral. versal a que pueda subsumir la particular. Pues bien, como lo par-
Ahora bien, como en este caso opone la necesidad objetiva de la ticular, como tal, contiene algo contingente con respecto a lo uni-
acción, como deber, a aquella que tendría como acaecimiento si versal, a pesar de que en el enlace de las leyes particulares de la
su fundamento estuviera en la naturaleza y no en la libertad (es naturaleza la razón exija también unidad, y, por lo tanto, también
decir, en la causalidad racional), y como la acción absolutamente legalidad (legalidad de lo contingente, que se llama idoneidad),
necesaria en lo moral es considerada como totalmente contingente y como es imposible deducir a priori, por determinación del con-
en lo fisico (es decir, que a menudo no sucede lo que necesaria- cepto del objeto, las leyes particulares de las universales con res-
mente tendría que suceder), resulta claro que sólo de la constitu- pecto a lo que aquellas contienen en sí de contingente, el concepto
ción subjetiva de nuestra facultad práctica proviene el que las le- de idoneidad de la naturaleza en sus productos será un concep-
yes morales tengan que representarse como imperativos (y como to necesario para la facultad de juzgar humana con respecto a la
deberes las acciones conformes con ella), y la razón expresa esta naturaleza, pero no propio de la determinación del objeto mismo,
neces.idad, no por ser (suceder), sino por un deber ser, lo cual o sea, un principio subjetivo de la razón para la facultad de juzgar,
no ocurriría si la razón fuera considerada sin sensibilidad (como que rige como regulativo (no constitutivo) para nuestra facultad
condición subjetiva de su aplicación a objetos de la naturaleza) de juzgar humana tan necesariamente como si fuera un principio
de acuerdo con su causalidad, y, por ende, como causa en un mun- objetivo.
do inteligible, totalmente coincidente con la ley moral, en el cual
no habría diferencia alguna entre deber y hacer, entre una ley § 77
práctica de lo que es posible por medio de nosotros y la teorética
de lo que es real por nosotros. Sin embargo, bien que un mundo De la peculiaridad del entendimiento humano, gracias a la cual
inteligible en que todo sería ya real por la sola circunstancia de es posible para nosotros el concepto de un fin natural
ser posible (a título de bueno), y aun la libertad como condición
formal de ese mundo, constituyan para nosoh·os un concepto tras- En el comentario hemos aludido a peculiaridades de nuestra
cendente no apropiado para ningún principio constitutivo, para facultad de conocimiento (aun de la superior) que con facilidad
determinar un objeto y su realidad objetiva, - la constitución de transfe1imos erróneamente a las cosas mismas a modo de predica-
nuestra naturaleza (sensible en parte) y capacidad, hace que para dos objetivos, cuando afectan a ideas, para las cuales no puede
nosotros y para todos los seres racionales que se hallan en relación darse en la experiencia ningún objeto adecuado, y que, por lo
con el mundo de los sentidos, en cuanto podemos representárnoslo tanto, sólo pueden servir de principios regulativos en la persecu-
según la índole de nuestra razón, la libertad sirva por lo menos de ción de la experiencia. Con el concepto de fin natural ocurre, sin
principio regulativo universal que no determina objetivamente la duda, lo mismo en lo que afecta a la causa de la posibilidad de
índole de la libertad, como forma de la causalidad, sino que con- semejante predicado, causa que sólo puede hallarse en la idea;
vierte en imperativos para todos (y no con menor validez que sí pero la consecuencia que le corresponde (el producto mismo) se
así lo determinara) la regla de los actos según aquella idea. da, sin embargo, en la naturaleza, y el concepto de causalidad
Por lo que afecta al caso que tenemos planteado, puede con- de ésta como ser que actúe según fines, parece hacer de la idea de

248 249
fin natw:al. un principio constitutivo de éste, y en ello tiene algo
que la distmgue de todas las demás ideas. embargo, coinciden en una nota común. Nuestro entendimiento
Pero este algo distintivo consiste en que la idea concebida no es una facultad de conceptos, es decir, un entendimiento discur-
es un p~cipio racional para el entendimiento, sino para la facul- sivo para el, cu~ ~videntemente, tiene que ser contingente de qué
tad de JUZgar, y, por lo tanto, es simplemente la aplicación de un modo y cuan distinto pueda ser lo particular que puede dársele
e?tendimi~nto propiamente dicho a posibles objetos de la experien- en la na~aleza y ser traído bajo sus conceptos. Pero como para
cia, y preciSamente en casos en que el juicio no puede ser determi- el conoc1m1ento se requiere también la intuición, y una facultad de
nante, ~o s?lo reflexionante, y, por ende, el objeto es dado, sí, en entera espontaneidad de la intuición sería una facultad de conoci-
la expenencra, pero sin poder siquiera ser juzgado determinada- miento distinta de la sensibilidad y totalmente independiente de
mente (y menos aún de modo totalmente adecuado) sino que sólo ella, o sea: entendimiento en el sentido más general, cabe concebir
puede reflexionarse sobre él. ' también un entendimiento intuitivo (negativamente, o sea, sólo
Afecta, pues, a una peculiaridad de nuestro entendimiento como no discursivo) que no vaya de lo universal a lo particular y
~humano) con respecto a la facultad de juzgar, en la reflexión de
así a lo individual (por medio de conceptos), y para el cual no se
esta sobre cosas de la naturaleza. Pero, siendo así, sería necesario encuentre aquella contingencia de la consonancia de la naturaleza
en este caso tomar por fundamento la idea de otro entendimiento de sus productos según leyes particulares con el entendimiento,
posib~e distinto del humano (como en la crítica de la razón pura contingencia que tan difícil hace para el nuestro traer lo múltiple
necesitábamos tener en el pensamiento otra intuición posible si d~ la naturaleza a la unidad del conocimiento; nuestro entendi-
queríamos considerar la nuestra de índole especial, a saber: como mwnto sólo puede llevar a cabo esta función gracias a la concor-
aquella para la cual los objetos valen sólo como fenómenos) para dancia de los caracteres de la naturaleza con nuestra facultad de
poder decir: según la constitución especial de nuestro entendi- conceptos, concordancia muy contingente, pero que no es necesa-
miento, ciertos productos naturales tienen que ser considerados ria para un entendimiento intuitivo.
por nosotros, según su posibilidad, como producidos intencional- Lo peculiar, pues, de nuestro entendimiento para la facultad
mente y en calidad de fines, sin exigir con ello que haya realmente de juzgar estriba en que en el conocimiento obtenido por él no se
una causa paTticular que tenga como motivo determinante la re- determina lo particular por lo universa~ y, en consecuencia, aquél
presentación de un fin y, por ende, sin discutir que otro entendi- no puede deducirse únicamente de éste, aunque esto que hay de
miento (superior) que no sea el humano pueda encontrar también particular en la diversidad de la naturaleza ha de concordar con
el fundamento de tales productos naturales en el mecanismo de la lo universal (por medio de conceptos y leyes) para poder ser sub-
natura_leza, es decir, en una relación causal en que no se acepte sumido bajo esto último, concordancia que, en esas circunstancias
exclusivamente como causa un entendimiento. tiene que ser muy contingente y sin principio determinado para 1~
facultad de juzgar.
Lo que importa, pues, en este caso es la actitud de nuestro
entendimiento frente a la facultad de juzgar, o sea que busquemos Sin embargo, para poder ahora concebir siquiera la posibili-
en ella cierta contingencia de la constitución del nuestro, para ob- dad de tal concordancia de las cosas de la naturaleza para la facul-
servarla como peculiaridad de nuestro entendimiento a diferencia tad de juzgar (concordancia que nos representamos como contin-
de otros posibles. gente, y, por ende, sólo posible gracias a un fin encaminado a
Esta contingencia se encuentra de modo completamente na- elJa), necesitamos concebir al propio tiempo otro entendimiento,
tural en lo particular que la facultad de juzgar tiene que subsumir en relación con el cual, y precisamente antes de cualquier fin que
bajo lo u~versal de los conceptos del entendimiento, puesto que le atribuyamos, tenemos que poder representarnos como necesaria
por lo umversal de nuestro entendimiento (humano) no se deter- aquella concordancia de las leyes de la naturaleza con nuestra
mina lo particular, y es contingente de cuán diversos modos pue- facultad de juzgar, coincidencia concebible para nuestro entendi-
dan presenta1·se a nuestra percepción cosas diferentes que, sin miento únicamente mediante el aglutinante de los fines.
Y es que nuestro entendimiento tiene la propiedad de que
250
251
en su conocimiento, por ejemplo: de las causas de un producto, consideradas como fenómenos) según este modo de producción,
tiene que ir de lo analitico-universal (de los conceptos) a lo par- sino solamente al juicio de ellas posible para nuestro entendimien-
ticular (de la intuición empirica dada), y así, por consiguiente, to. Con ello comprendemos al propio tiempo porqué en la ciencia
ante la diversidad de esto último, nada determina, sino que, para de la natmaleza distamos mucho de darnos por satisfechos con
la facultad de juzgar semejante determinación tiene que esperarse una explicación de los productos de la naturaleza por la causalidad
de la subsunción de la intuición empirica (si el objeto es un pro- según fines, puesto que en ella pedimos que se juzgue la produc-
ducto de la naturaleza) bajo el concepto. Ahora bien, podemos ción natmal únicamente según nuestra facultad de juzgarla: es
imaginarnos también un entendimiento que, no siendo discursivo decir, de acuerdo con la facultad de juzgar reflexionante, y no
como el nuestro, sino intuitivo, vaya de lo sintético-universal (de que sean juzgadas las cosas mismas como corresponde a la facul-
la intuición de un todo como tal todo) a lo particular, es decir, tad de juzgar determinante. En este caso ni siquiera es necesario
del todo a las partes; que, por lo tanto ni él ni su represen- demostrar la posibilidad de semejante intellectus archetypus, sino
tación del todo, encierran en sí la contingencia del enlace de las sólo que en la oposición a nuestro entendimiento discmsivo, nece-
partes para hacer posible una forma determinada de conjunto, sitado de imágenes ( intellectus ectypus), y en la contingencia de
como la que necesita nucstl"o entendimiento, que tiene que avan- tal constitución, nos vemos conducidos a esa idea (de un intellec-
zru: desde partes, como fundamentos concebidos como universales, tus m·chetypus) y que esta idea tampoco encierra contradicción.
a distintas formas posibles, que se han de subsumir bajo éstos y Ahora bien, cuando por su forma consideramos un todo de
tienen el carácter de consecuencias. Por el contrario, dada la cons- materia como producto de las partes y de sus energías y aptitudes
titución de nuestro entendimiento, un todo real de la naturaleza para unirse por sí mismas (concibiendo, además, ob"as materias
sólo puede considerarse como efecto de las fuerzas mob"ices con- que las aproximen entre sí), nos representarnos un modo mecánico
currentes de las partes. Por lo tanto, si no queremos representar- de obtención de ese todo; pero de esta suerte no se desprende
nos la posibilidad del todo como dependiente de las partes, como ningún concepto de un todo como fin cuya posibilidad inb"ínseca
correspondería de acuerdo con nuestro entendimiento discmsivo, presuponga absolutamente la idea de un todo, de la cual dependa
antes bien, a la medida del intuitivo (arquetípico), la posibilidad aún la constitución y modo de acción de las partes, como tenemos
de las partes según su constitución y unión como dependiente del que representarnos un cuerpo organizado; pero de ello se deduce,
conjunto, esto, según la misma peculiaridad de nuestro entendi- como acabamos de mostrar, no que sea imposible la producción
miento, no puede acaecer de suerte que el todo contenga el fun- mecánica de un cuerpo, puesto que esto seria tanto como decir:
damento de la posibilidad del enlace de las partes (lo cual sería es imposible (o sea, es contradictorio) para todo entendimiento
conb"adictorio en el modo de conocimiento discmsivo), sino sólo semejante unidad del enlace de los diversos sin que la idea de ella
que la representación de un todo encierre el fundamento de la sea al propio tiempo la causa que la produce, es decir, sin produc-
posibilidad de la forma de éste y del enlace de las partes corres- ción intencional. Y, sin embargo, esto es lo que se seguiría en
pondientes a ella. Ahora bien, como entonces el todo se1·ía sólo realidad si nos fuera lícito considerar los seres materiales como
un efecto (producto), cuya representación se considera como cau- cosas en sí mismas, pues entonces la unidad que constituye el
sa de su posibilidad, y se llama fin el producto de una causa cuyo fundamento de la posibilidad de las formaciones naturales, sería
motivo determinante es únicamente la representación de su efecto, simplemente la unidad del espacio, que, sin embargo, no es funda-
dedúcese de ahí que es sólo una consecuencia de la constitudón mento real de las producciones, sino sólo su condición formal,
especial de nuestro entendimiento el que nos representemos como aunque tiene alguna semejanza con el fundamento real que bus-
posibles ciertos productos de la natmaleza según ob"o tipo de camos, la cual consiste en que ninguna parte de él puede ser
causalidad distinto del de las leyes naturales de la materia, a sa- determinada sin relación con el todo (cuya representación se fun-
ber: sólo según el de los fines y causas finales, y que este princi- da, pues, en la posibilidad de las partes). Sin embargo, como por
pio no afecta a la posibilidad de esas cosas mismas (ni siquiera lo menos es posible considerar el mundo material como mero fe-

252 253
nómeno concibiendo algo, como cosa en sí (que no sea fenómeno) § 78
a modo de substrato, pero atribuyéndole una intuición intelectual
correspondiente (aunque no sea la nuestra), entonces se tendría De la uni6n del principio del mecanismo universal de la materia
un fundamento real (bien que incognoscible para nosotros) para la con el teleológico en la técnica de la naturaleza
naturaleza a que pertenecemos también nosotros, y en la cual, por
ende, tendríamos que juzgar por leyes mecánicas lo en ella nece- Importa infinitamente a la razón no abandonar el mecanismo
sario como objeto de los sentidos, pero la concordancia y unidad de la naturaleza en sus creaciones y no dejarlo de lado en la
de las leyes y formas particulares según las mismas que con res- explicación de éstas, puesto que sin él no seria posible llegar a
pe~to a aquellas tenemos que juzgar de contingentes, las conside-
conocimiento alguno sobre la naturaleza de las cosas. Y aunc1ue
rarlamos en ella como objetos de la razón (y hasta la naturaleza se nos conceda que un supremo arquitecto creó directamente las
entera como sistema) según leyes teleológicas, sin que el modo de formas _de la naturaleza tal como desde siempre existen, o que pre- .
explicación mecánica fuese excluido por el teleológico como si se deternunó aquellas que en su marcha se forman continuamente
contradijeran entre sí. según el mismo modelo, nada avanza con ello nuestro conoci-
De aquí cabe conocer también algo que si bien puede presu- miento de la naturaleza, porque no conocemos siquiera el modo
mirse fácilmente, es difícil sostener y demostrar con certidumbre: de obrar de ese ser ni sus ideas que habrían de contener los prin-
que aunque el principio de una guía mecánica de los productos cipios de la posibilidad de los seres naturales, y no podemos expli-
naturales i~óneos pu_ede coexis~ con el teleológico, no por eso car la ?atur~leza partiendo de él como de arriba abajo (a priori).
hace superfluo el ultimo, es decir: en una cosa que tenemos que Pero SI partiendo de las formas de los objetos de la experiencia, o
juzgar como fin natural (en un ser organizado) podemos ensayar sea de abajo arriba (a posteriori), porque creemos encontrar en
todas las leyes de la producción mecánica conocidas y aun por ellas idoneidad, acudiéramos, para e>..'Plicarla, a una causa que
conocer, y hasta abrigar la legítima esperanza de lograr así un buen actúe p~r ,fines, daríamos una explicación totalmente tautológica y
pro~res~; pero jamás podremos dispensarnos de acudir, para la confundir1amos la razón con las palabras, para no decir que cuando
e~l1Cac1ón de seJ?ejante producto, a un fundamento de produc- con este modo de explicación nos perdiéramos en lo trascendente,
CIÓn tot~lmente distinto de aquél, a saber: a la causalidad por fi- a donde no puede seguimos el conocimiento de la naturaleza la
nes, y mnguna razón humana (ni otra finita análoga por su cua- razón se dejaría arrastrar a la exaltación poética, cuando precisa-
lidad a la nuestra, aunque le fuese muy superior en grado) puede mente su más excelsa misión es impedirlo.
nutrir la esperanza de entender a base de causas puramente me- Por otra parte, es máxima igualmente necesaria de la razón
cánicas la producción siquiera de una mísera hierba. En efecto, si el no dejar de lado el principio de los fines en los productos de la
el enlace teleológico de causas y fines para la posibilidad de seme- naturaleza, porque aunque no nos haga comprender precisamente
jante objeto es totalmente indispensable para la facultad de juzgar, cómo surgieron éstos, constituye, sin embargo, un principio heu-
aun para estudiar esa posibilidad guiándonos por la experiencia, y rístico para investigar las leyes particulares de la naturaleza; aun
si para objetos exteriores en su calidad de fenómenos no puede suponiendo que no pretendamos hacer uso de él para explicar la
encontrarse un fundamento suficiente que se refiera a fines, sino naturaleza misma, limitándonos mientras tanto a seguir dando a
que éste, que se halla también en la naturaleza, debe buscarse en esos productos la mera denominación de fines naturales a pesar
el substrato suprasensible de ésta, del cual, sin embargo, nos está de que en apariencia pongan de manifiesto unidad intencional de
vedado todo conocimiento, resulta absolutamente imposible para fin, es decir, sin tratar de buscar fuera de la naturaleza el funda-
nosotros obtener razones derivadas de la naturaleza misma que mento de la posibilidad de ésta. Pero como al fin y al cabo tE~n­
expliquen los enlaces de fines, y por medio de la constitución de dremos que llegar a la cuestión acerca de ésta, es igualmente
la facultad de conocer humana es necesario buscar el fundamento necesario concebir para ella una especie de causalidad que no se
supremo de eso en un entendimiento originario como causa del encuentre en la naturaleza, como tiene la suya la mecánica de las
mundo.
254 255
causas naturales, incorporando necesariamente a la receptividad _situarse en lo que se halla fuera de ambos (y, por ende, fuera
de varias y otras formas, distintas de aquellas de que es suscep- también de la posible representación empírica de la naturaleza),
tible la materia en virtud de esas causas, la espontaneidad, además, pero que contiene el fundamento de ésta, es decir, en lo supra-
de una causa originaria (que, por consiguiente, no puede ser ma- sensible, y referir a ello cada uno de los dos modos de explicación.
teria), sin la cual no podría darse ningún fundamento de esas Ahora bien, como de esto no podemos tener más que el indeter-
formas. Bien es verdad que la razón tiene que proceder con cau- minado concepto de un fundamento que hace posible el juicio de
tela antes de dar este paso, y no tratar de explicar teleológica- la naturaleza según leyes empíricas, sin que, por lo demás, poda-
mente toda técnica de la naturaleza, es decir, una aptitud produc- mos determinarlo más de cerca por medio de predicado alguno,
tiva de ' ésta, que revele en sí (como en los cuerpos regulares) se sigue de ahí que la conciliación de ambos principios no puede
idoneidad de la figura para nuestra mera aprehensión, antes bien apoyarse en un fundamento de explicación de la posibilidad de
considerándola hasta entonces como sólo mecánicamente posible; un producto por leyes dadas, para la facultad de juzgar determi-
pero el excluir totalmente en este caso el principio teleológico y nante, sino sólo en un fundamento de exposición de ella, para la
seguir ateniéndose siempre al mero mecanismo cuando de modo ref1exionante. En efecto, explicar significa deducir de un principio
absolutamente innegable se manifiesta como referencia a otro tipo que, por consiguiente, tiene que poder conocerse e indicarse con
de causalidad la idoneidad para la investigación racional de la po- claridad. Pues bien, el principio del mecanismo de la naturaleza
sibilidad de las formas naturales por sus causas, tiene que hacer y el de la causalidad de ésta por fines, tienen que conciliarse en
la razón tan fantástica y errante entre fantasmagorías de faculta- un mismo producto de la naturaleza en un solo principio superior y
des de la naturaleza ni siquiera concebibles, como vimos que la manar conjuntamente de él, pues de lo contrario no podrían co-
llevaba a la exaltación un modo de explicación meramente teleoló- existir en el estudio de la naturaleza; pero si este principio objetivo-
gico que para nada tuviera en cuenta el mecanismo de la na- comunitario, que, por consiguiente, justifica también la comunidad
turaleza. de las máximas de exploración de la naturaleza dependientes de
En una sola y misma cosa de la naturaleza no cabe asociar él, es de tal índole que pueda ser anunciado, sí, pero jamás reco-
los dos principios como principios de explicación (deducción) · de nocido determinadamente ni indicado claramente para el uso en
uno por el otro, es decir, como principios dogmáticos y constitu- los casos que se presenten, no podrá obtenerse de él una explica-
tivos del conocimiento de la naturaleza para la facultad de juzgar ción, es decir, una deducción clara y determinada de la posibilidad
determinante. Así, por ejemplo, cuando de un gusano supongo de un producto natural posible según aquellos dos principios hete-
que debe considerarse producto del mero mecanismo de la materia rogéneos. Pero el principio comunitario de la deducción mecá-
(de la nueva formación que lleva a cabo por sí misma cuando a nica, por una parte, y de la teleológica, por otra, es lo suprasen-
causa de la putrefacción sus elementos son puestos en libertad) , sible que tenemos que atribuir a la naturaleza como fenómeno, y
ya no puedo derivar el mismo producto de la misma materia con- de esto no podemos hacernos, en sentido teorético, el menor con-
siderándola como una causalidad de· obrar por fines. Y, viceversa, cepto afirmativo determinado; por consiguiente, no hay modo de
si supongo que ese producto es un fin natural, no puedo especular explicar cómo según esto, como principio, la naturaleza (según
con un modo de producción mecánica de ese producto y aceptar sus leyes particulares) constituye para nosotros un sistema que
este modo como principio constitutivo para el juicio de ese pro- pueda ser reconocido como posible lo mismo según el principio
ducto por su posibilidad, combinando así ambos principios, puesto de la producción de causas físicas que por el de las finales, antes
que un modo de explicación excluye el otro, aun suponiendo que bien si se da el caso de que se presenten objetos de la naturaleza
ambos fundamentos de la posibilidad de ese producto se apoyaran que, según su posibilidad, no puedan ser concebidos por nosotros
objetivamente en uno solo, bien que ·no lo tuviéramos en cuenta. por el principio del mecanismo (que siempre tiene pretensiones
Si se quiere que un principio haga posible la conciliación de am- sobre un ser de la naturaleza), sin que nos apoyemos en principios
bos en el juicio de la naturaleza por él, ese principio tiene que teleológicos, entonces cabe presuponer tan sólo que, de conformi-

256 257
dad con ambos, cabe proceder a explorar con confianza las leyes ni en vez de lo que según éste se reconoce como necesario no cabe
naturales (ya que nuestro entendimiento puede reconocer la posi- admitir contingencia alguna que necesite un fin como fundamento
bilidad de su producto a base de uno u otro principio), sin ir a determinante, sino sólo subordinarlo uno (el mecanismo) a lo otro
dar en la aparente contradicción que se manifiesta entre los prin- (al tecnicismo intencional), lo cual puede hacerse perfectamente
cipios del juicio, puesto que por lo menos está asegurada la posi- según el principio trascendental de la idoneidad de la naturaleza.
bilidad de que ambos puedan conciliarse también objetivamente Y es que cuando se conciben fines como fundamentos de la
en un principio (por afectar a fenómenos que presuponen un fun- posibilidad de ciertas cosas, es necesario suponer también medios
damento suprasensible) . cuya ley de acción no necesite para si nada que presuponga un
Por consigwente, aunque tanto el mecanismo como el tecni- fin, pudiendo, en consecuencia ser mecánica y, sin embargo, causa
cismo teleológico (intencional) de la naturaleza, puedan colocarse, subordinada de efectos intencionales. De ahí que, aun en produc-
con respecto a un mismo producto y a su posibilidad, bajo un tos 0rgánicos de la naturaleza, y más aún cuando, con motivo de
común principio superior de la naturaleza según leyes particulares, la infinita multitud de ellos, aceptamos también entonces (por lo
el hecho de que este principio sea trascendente, nos impide, dada menos mediante hipótesis lícitas) lo intencional del enlace de las
la limitación de nuestro entendimiento, que conciliemos ambos causas naturales según leyes particulares como principio universal
principios en la explicación del mismo producto de la naturaleza de la facultad de juzgar reflexionante para la naturaleza entera
ni siquiera cuando la posibilidad intrínseca de ese producto sólo (para el mundo), quepa concebir una gran y aun universal com-
pueda entenderse por medio de una causalidad por fines (como binación de las leyes mecánicas con las teleológicas en las pro-
ocurre con las materias organizadas). Por consiguiente, no pode- ducciones de la naturaleza, sin confundir los principios del juicio
mos movernos del anterior principio de la teleología: que dada la de ésta ni poner uno de ellos en vez de otro, porque en un jui-
constitución del entendimiento humano, no puede aceptarse, para cio teleológico, la materia, aun cuando sólo según una intención
la posibilidad de los seres organizados de la naturaleza, otra causa se juzgue posible la forma que adopta, puede también por su natu-
que una que actúe intencionalmente, y que el mero mecanismo raleza, conforme a leyes mecánicas, estar subordinada, a título de
de la naturaleza no puede ser suficiente para explicar estos sus medio, a aquel fin representado, a pesar de que, como el funda-
productos, sin que con ello pretendamos por medio de este prin- mento de esa posible combinación se halla en aquello que no es lo
cipio sacar deducciones sobre la posibilidad de esas cosas mismas. uno ni lo otro (ni mecanismo ni nexo final), sino el substrato
Y como 6sta es sólo una máxima de la facultad de juzgar re- suprasensible de la naturaleza, del cual nada sabemos, no puedan
flexionante, pero no de la determinante, valiendo, por ende, sólo fusionarse, para nuestra razón (humana), los dos modos de repre-
subjetivamente para nosotros, no objetivamente para la posibilidad sentar la posibilidad de tales objetos, sino que no podemos juz-
de esta misma clase de cosas (en la cual podrían conciliarse per- garlos más que fundados en un entendimiento supremo según el
fectamente en un solo y mismo fundamento los dos modos de enlace de las causas finales, con lo cual, pues, no sufre ningún
producción) y, como, además, semejante producción no podría ser menoscabo el modo de explicación teleológico.
juzgada como producto natural si al modo de producción teleoló- Ahora bien, como es totalmente indeterminado, y para nues-
gicamente concebido no le incorporáramos ningún concepto de un tra razón también indeterminable para siempre, en cuanto con-
mecanismo de la naturaleza, existente simultáneamente en aqué- tribuye el mecanismo de la naturaleza como medio para toda
lla, la susodicha máxima implica al propio tiempo la necesidad de intención final de ésta, y como, en virtud del principio inteligible,
una conciliación de ambos principios en el juicio de las cosas como anteriormente mencionado, de la posibilidad de una naturaleza en
fines naturales, aunque no para poner uno de los dos modos en general, puede suponerse incluso que ésta es comúnmente posible
vez del otro, totalmente o en ciertas partes, puesto que en vez de por cualquiera de las dos leyes unive~·salmente concordantes (las
lo que (por lo menos por nosotros) sólo es concebido posible físicas y las de las causas finales), a pesar de que no podamos
respondiendo a una intención, no puede ponerse un mecanismo, conocer de qué modo sucede esto, tampoco sabemos nada de hasta
258 259
dónde llega el modo de explicación mecánica posible para nos-
otros, antes bien lo único seguro es que, por lejos que en él poda-
mos llegar, siempre tendrán que ser insuficientes para cosas que
hemos logrado reconocer como fines naturales, y, en consecuencia,
dada la constitución de nuestro entendimiento, nos veremos obli- AP:ÉNDICE
gados a subordinar todos aquellos fundamentos a un principio
teleológico. METODOLOGlA DE LA FACULTAD DE JUZGAR
Pues bien, en esto se funda la facultad y (dada la importan- TELEOLúGICA
cia que para el uso teorético de nuestra razón tiene el estudio de
la naturaleza según el principio del mecanjsmo) también la con-
veniencia de explicar todos los productos y acaecimientos de la § 79
naturaleza, aun los más idóneos, hasta el último extremo de lo me-
cánico, a que alcance nuestra capacidad (cuyos límites no pode- Sí la teleología debe tratarse como pe1tenecíente
mos indicar en este tipo de investigación), pero sin perder nunca a la teoría de la naturaleza
de vista que en definitiva, de conformidad con la constitución
esencial de nuestra razón y no obstante esas causas mecánicas, Toda ciencia debe· tener su lugar determinado en la enciclo-
tenemos que subordinar a la causalidad por fines aquellos que pedia de todas las ciencias. Si es una ciencia filosófica, debe asig-
únicamente bajo el concepto de fin podemos tan siquiera plantear nársele su lugar, bien en la parte teorética, bien en la práctica, de
a la razón a los efectos de la investigación misma. la filosofía, y si tiene su sitio en la primera, bien en la teoría de la
naturaleza, cuando estudia lo que puede ser objeto de la expe-
riencia (por consiguiente: en la teoría de los cuerpos, en la del
alma o en la ciencia universal del mundo), bien en la teoría de
Dios (del fundamento originario del mundo como suma de todos
los objetos de la experiencia).
Pues bien, se plantea la cuestión acerca de qué lugar le co-
rresponde a la teleología, si pertenece a la (propiamente llamada)
ciencia de la naturaleza o a la teología. Una de las dos cosas tiene
que ser, pues ninguna ciencia puede servir de paso de una a otra,
porque este paso significa solamente la articulación u organización
del sistema y no un lugar en él.
Está de por sí claro que no pertenece a la teología como parte
suya, aunque en ésta pueda hacerse de la teleología el uso más
in1portante, pues su objeto son los productos de la naturaleza y las
causas de éstos, y aunque mire a las últimas como fundamento
situado fuera de la naturaleza y por encima de ella (autor divino),
no lo hace para la facultad de juzgar determinante, sino (única-
mente para dirigir, a título de principio regulativo adecuado al
entendimiento humano, el juicio de las cosas del mundo por una
idea como esa) sólo para la facultad de juzgar· reflexionante en el
estudio de la naturaleza.
260 261
\
\
Pero tampoco parece pertenecer a la ciencia de la naturaleza, metido siempre por nosotros al propio tiempo a un principio te-
que para dar razones objetivas de los efectos naturales necesita leológico.
principios determinante y no meramente reflexionantes. En reali- De ahí que, con vistas a una explicación de los productos na-
dad, tampoco para la teoría de la naturaleza o para la explicación turales, sea razonable y aun meritorio, seguir el mecanismo de la
mecánica de sus fenómenos por sus causas eficientes se gana nada naturaleza, hasta el último extremo en que pueda hacerse de modo
estudiándolos por la relación de los fines. La exhibición de los verosímil, y no abandonar este intento porque resulte imposible
fines de la naturaleza en sus productos, cuando constituyen un en sí coincidir por ese conducto con la idoneidad de la naturaleza,
sistema por conceptos teleológicos, corresponde propiamente sólo a sino únicamente porque eso es imposible para nosotros los hom-
la descripción de la naturaleza, hecha siguiendo una guía especial: bres; para ello se requeriría otra intuición que la sensible y deter-
en ella, la razón desempeña una conveniente función sublime, minado conocimiento del substrato inteligible de la naturaleza, a
instructiva y práctica, en muchos aspectos, pero no da informa- base de los cuales pudiera asignarse un fundamento aun del me-
ción alguna sobre el origen y posibilidad intrínseca de estas formas, canismo de los fenómenos por leyes especiales, todo lo cual rebasa
de que tiene que ocuparse propiamente la ciencia teórica de la por completo nuestra capacidad.
natu1·aleza. Por consiguiente, para que el investigador de la naturaleza
Como ciencia, la teleología no pertenece, pues, a ninguna no trabaje con pura pérdida, tiene que tomar siempre como fun-
docn·ina, sino a la crítica, y precisamente de una facultad especial damento algún modo de organización originaria cuando proceda
del conocimiento: la facultad de juzgar. Pero conteniendo prin- a juzgar como fines naturales las cosas cuyo concepto se halle in-
cipios a ptiori puede y debe indicar el método con que haya que discutiblemente fundado (seres organizados), organización gue
juzgar sobre la naturaleza según el principio de las causas fin ales, utiliza ese mismo mecanismo para producir otras formas organi-
y así su metodología tiene influencia por lo menos negativa sobre zadas o para desarrollar las suyas para figuras nuevas (que, sin
el modo de proceder en la ciencia teórica de la natw-aleza, como embargo, siempre se producen partiendo de ese fin y de confor-
también sobre la posición que ésta pueda tener en la metafísica midad con él).
con respecto a la teología como propedéutica de esta última. Es loable recorrer la gran creación de las naturalezas organi-
zadas, valiéndose al efecto de una anatomía comparativa, con el
propósito de descubrir así algo parecido a un sistema y precisa-
mente de acuerdo con el principio de la producción, sin que nos
§ 80 veamos obligados a detenernos en el mero principio del juicio (que
no da información alguna para el conocimiento de su producción)
De la necesaria subordinaci6n del pr-incipio del mecanismo y a abandonar desalentados toda pretensión de conocer la natu-
al teleol6gico en la explicaci6n de una cosa como fin natw-al raleza de ese sector. La confluencia de tantas especies animales
en cierto esquema común que parece apoyarse no sólo en su esque-
La facultad de partir de un modo de explicación puramente leto sino también en la disposición de las restantes partes, de
mecánico de todos los productos de la naturaleza, es en sí entera- suerte que la admirable simplicidad de contorno tan gran variedad
mente ilimitada; pero la capacidad es bastante con esto solo, no de especies pudo producir gracias al acortamiento de unas partes
sólo es muy limitada, sino también claramente limitada, a causa y al alargamiento de otras, envolviendo unas y desenvolviendo
de la constitución de nuestro entendimiento, en cuanto tiene que otras, deja atisbar un rayo, aunque tenue, de esperanza de que tal
ver con las cosas como fines de la naturaleza, y lo es en el sentido vez en este caso sea perfectamente posible obtener información con
de que, según un principio de la facultad de juzgar, el empleo ex- el principio del mecanismo de la naturaleza, sin el cual no puede
clusivo del primer procedimiento no logra nada para la explicación haber en absoluto una ciencia de la naturaleza. Esta analogía de
de esos fines, por lo cual, el juicio de esos productos debe ser so- las formas, que parecen responder a un arquetipo común a pesar

262 263
~ llliUOTECA
. ..
~- CARLOS GA~IA Di
.,, ..,...
~

..,.,...,.
de toda su diversidad, da mayor vigor a la suposición de una ver- ello no ha hecho sino desplazar el fundamento y no puede presu-
dadera afinidad entre ellas como producidas por una madre común mir que haya emancipado de la condición de las causas finales la
originaria, a través de una aproximación gradual de una especie producción de esos dos reinos.
animal a otra, a partir de aquella en que más confirmado parece Aun por lo que se refiere a la mutación a que accidentalmente
estar el principio de los fines, a saber: el hombre, hasta el pólipo, se hallan sometidos ciertos individuos de las especies . organiza-
y aun desde éste hasta los musgos y líquenes, y, por último, hasta das, si se encuentra que su cru:ácter así modificado se transmite
las fases ínfimas que de la naturaleza podemos percibir, hasta la hereditariamente y pasa a la fuerza generadora, no puede juzgarse
materia bruta, de la cual, y de sus fuerzas, parece proceder, de razonablemente más que como eventual desarrollo de una dispo-
acuerdo con leyes mecánicas (análogas a aquellas según las cuales sición idónea existente originariamente en la especie para la con-
actúa en la producción de cristales), toda la técnica de la natu- servación de ésta por sí misma, porque la generación de un seme-
raleza, para nosotros tan incomprensible en los seres organizados jante, dada la general idoneidad intrínseca de un ser organizado,
que nos creemos en el caso .de concebir para ellos otro principio. va muy estrechamente unida a la condición de no admitir en la
Pues bien, el arqueólogo de la naturaleza está facultado en fuerza generadora lo que, en semejante sistema de fines, no perte-
este caso para hacer suTgir aquella gran familia de criaturas (pues nezca a una de las disposiciones originarias no desarrolladas, pues
así habría que representarse si tuviera fundamento la mencionada si se hace caso omiso de este principio, no puede saberse a punto
afinidad que las une a todas) de las huellas que nos han quedado fijo si, por su origen, no serán igualmente contingentes, sin fina-
de las más antiguas revoluciones de la naturaleza, según todo el lidad, muchas de las partes de la forma que actualmente se en-
mecanismo de ésta por él conocido o supuesto. Puede hacer parir cuentra en una especie, con lo cual habría de resultar de aplica-
a las entrañas de la tierra, recién salidas de su estado caótico ción muy dudosa y de validez solan].ente para el tronco originario
(como una especie de gran animal), criaturas, al principio, de (pero que ya no conocemos) el principio de la teleología de no
forma menos idónea, y a éstas, a su vez, otras que se desarrollaron juzgar inidóneo en un ser organizado nada de lo que se conserva
de conformidad con su lugar de generación y con sus mutuas re- en su propagación.
laciones, hasta que esa misma madre creadora se anquilosa y fosi- Contra quienes consideran necesario admitir un principio te-
liza reduciendo entonces su partes a determinadas especies que leológico de juicio, es deciT, un entendimiento arquitectónico, para
en lo sucesivo ya no llevarán más allá su diferenciación y cuya todos esos fines natmales, esgrime Hume la siguiente objeción:
diversidad seguirá siendo la misma que era al terminar la opera- que con la misma razón cabría preguntar cómo es posible tal en-
ción de aquella fecunda energía formativa. Sin embargo, al final tendimiento, es decir, cómo pudieron reunirse tan idóneamente
de esta madre universal, tendrá que atribuirle una organización en un ser las distintas facultades y propiedades que determinan
idóneamente impuesta a todas esas criaturas, de lo contrario ni la posibilidad de un entendimiento que al propio tiempo tiene po-
siquiera cabría concebir que, por su posibilidad, tuvieran forma der de ejecución. Pero esta objeción es nula, pues toda la difi:.
idónea los productos de los reinos animal y vegetal*. Pero con cultad que envuelve la cuestión relativa a la primera producción
de una cosa que encierra en sí fines y sólo por ellos es compren-
,. La hipótesis de esta índole puede calificarse de audaz aventura de
la razón, y pocos habrá entre los más sagaces investigadores de la naturaleza, luego, a su vez, en animales terrestres. No hay en esto contradicción alguna
a quienes en ocasiones no les haya cruzado por la mente, pues ni siquiera es a priori, para el juicio de la mera razón; lo único que ocurre es que la expe-
absurda como la generatio aequivoca, como se denomina la producción de riencia no nos enseña siquiera un solo caso de esos, pues, según ella, todas
un ser organizado por la mecánica de la materia bruta inorganizada. En las generaciones que conocemos son generationes homonymae, no solamente
todo caso, siempre sería genemtio múvoca en el sentido más general de la univocae, a diferencia de la generación procedente de materia inorganizada,
palabra, en cuanto se produciria solamente una cosa orgánica a base de otra y dan lugar, además, a \JU producto homogéneo al productor aun en la orga-
orgánica, bien que, dentro de la misma clase, resultara un ser especificamente nización misma, mientras que, hasta donde alcanza nuestro conocimiento
distinto del originario; por ejemplo: si ciertos animales acuáticos se transfor- experimental de la naturaleza, no se encuentra en parte alguna la generatio
man paulatinamente adaptándose a la vida de los cenagales, para convertirse hetero11{Jma.

264 265
sible, se apoya en la demanda de unidad del fundamento del en- § 81
lace de lo diverso que se halla disperso en ese producto, puesto
que poniendo este fundamento en el entendimiento de una causa De la asociaci6n del mecanismo al principio teleol6gico
productora como sustancia simple, queda suficientemente resuelta pam la explicaci6n de un fin de la naturaleza
aquella cuestión en lo que tiene de teleológico, mientras que si se como pmducto natural
busca la causa solamente en la materia como agregado de muchas
sustancias sueltas, falta totalmente la unidad de principio para la Al igual que, según vimos en el párrafo anterior, el mecanismo
forma intrfnsecamente idónea de su formación, y hablar de auto- de la naturaleza no basta por sí solo para concebir por él la posi-
cracia de la materia en producciones que nuestro entendimiento bilidad de un ser organizado, sino que necesita ser subordinado
sólo puede comprender como fines, es hacer una frase desprovista originariamente ·a una causa que actúe intencionalmente (por lo
de sentido. menos, dada la constitución de nuestra facultad de conocer), tam-
De ahí viene que quienes buscan para las · formas objetiva- poco el mero fundamento teleológico de semejante ser basta para
mente idóneas de la materia un fundamento supremo de su posi- considerarlo al propio tiempo y juzgarlo como producto de la
bilidad, sin por ello atribuirle entendimiento, se inclinen a con- naturaleza si no se le asocia el mecanismo de ésta, como si fuera
siderar el universo como una sustancia única y simple que todo el instrumento de una causa que actúe intencionalmente y a cuyos
lo abarca (panteísmo) o (cosa que no es sino una explicación más fines está subordinada, no obstante, la naturaleza en sus leyes me-
concreta de lo anterior) como una suma de muchas notas inhe- cánicas. Nuestra razón no comprende la posibilidad de semejante
rentes a una sustancia única y simple ( spinozismo), con el solo conciliación de dos modos de causalidad totalmente distintos, de
objeto de poner en claro aquella condición de toda idoneidad: la la naturaleza en su legalidad universal con una idea que limita
unidad del fundamento, con lo cual se satisface, si, una condición esa legalidad a una forma particular para la cual no contiene por
del problema: la de la unidad del nexo final, gracias al mero con- sí fundamento alguno; esa posibilidad se halla en el subsh·ato supra-
cepto ontológico de una sustancia simple, pero sin mencionar nada
sensible de la naturaleza, del cual no podemos determinar afirma.-
para la oh·a condición: su relación con su consecuencia como fin, tivamente sino lo que sea el ser en sí del cual conocemos sólo el
relación llamada a determinar más concretamente para la cuestión fenómeno. Pero no por ello pierde vigor el principio: Todo cuanto
ese fundamento ontológico, con lo cual en modo alguno se con-
suponemos perteneciente a esta naturaleza ( phaenomenon) y pro-
testa toda la cuestión. También sigue siendo absolutamente impo-
ducto de ella, tenemos que concebiTlo asimismo asociado con ella
sible de contestar (para nuestra razón) si no nos representamos
como sustancia simple aquel fundamento originario de las cosas, si según leyes mecánicas, puesto que sin esta clase de causalidad, no
no atTibuimos la cualidad de esas cosas a la constitución especifica serían productos de la naturaleza, en calidad de fines suyos, los
de las formas naturales en ella fundadas, a saber, a la unidad de seres organizados.
fin, como correspondiente a una sustancia inteligente, y no nos Pues bien aceptando (como no podía ser de otro modo) el
representamos como relación de causalidad la relación de ésa con principio teleológico de la producción de estos seres, sólo el oca-
aquellas formas (a causa de la contingencia que hallamos en todo sionalismo o el preestabilismo pueden tomarse como fundamento
cuanto sólo como fin concebimos posible). de la causa de su forma intrínsecamente idónea: según el primero,
la causa suprema del mundo, de conformidad con su idea, da
directamente la formación orgánica, con motivo de cada acopla-
miento, a la materia que en éste se mezcla; según el segundo, se
limitó, en los productos iniciales de esta su sabiduría, a poner los
gérmenes mediante los cuales un ser orgá~ico ·produce su semejante
y la especie se conserva constantemente, al igual que la pérdida

266 267
de los individuos es subsanada continuamente por su n;:lturaleza bien que obstinándose en su hiperfísica aun en los casos en que
que a la vez trabaja en su destrucción. Si se acepta el ocasiona- en los engendros (que no había modo de tener por fines de la
lismo de la producción de seres organizados, se pierde con ello naturaleza) encontraban una admirable idoneidad, atL11que no tu-
totalmente la naturaleza, y con ella todo su uso de la razón sobre vieran otro objeto que inspirar un día repugnancia a un anatómico,
la posibilidad de juzgar esa clase de productos; de ahí que pueda por su idoneidad sin finalidad, y hacerle sentir desconcertada ad-
presuponerse que no acepte ese sistema nadie que de algún modo miración, no podían, sin embargo, adaptar en absoluto al sistema
se interese por la filosofía. de la preformación la generación de bastardos, antes bien se veían
Ahora bien, el preestabilismo puede proceder de dos modos, obligados a reconocer que el semen del individuo masculino, al
a saber: considerando todo ser orgánico generado por su seme- que, por lo demás, no habían concedido otra propiedad q ue la de
jante como educto o como producto de éste. El sistema de la servir de alimento al embrión, tenía, además, una fuerza forma-
generación por mero educto, se llama de la preformación indivi- tiva idónea, que, a pesar de todo, no quisieron reconocer a nin-
dual, o también teoría de la evolución; el de la generación por guna de las dos criaturas de la misma especie, producto de 1.ma
producto, sistema de la epigénesis. El último puede calificarse generación.
asimismo de sistema de la preformación genérica, porque la capa-
cidad productiva del generador, o sea, la forma específica, se ha- En cambio, aunque no se reconociera al defensor de la epi-
llaba preformada virtualmente según los gérmenes intrínsecos idó- génesis, la gran ventaja que tiene sobre el primero a causa de las
neos adjudicados a su tronco; de acuerdo con eso, podría llamarse bases empíricas para demostrar su teoría, ya la razón se sentiría
mejor teoría de la involución (o del encajar) a la opuesta a la de de antemano predispuesta con favor preferente hacia su modo de
la preformación individual. explicación, porque considera de suyo productora, y no meramente
desarrolladora, por lo menos en lo que afecta a la propagación, la
Los paladines de la teoría de la evolución, que sustraen a todo
individuo a la fuerza formativa de la natmaleza para hacerlo de- natm·aleza con respecto a las cosas que originariamente sólo pue-
rivar directamente de la mano del creador, ilo quisieron arries- den representarse como posibles atendiendo a la causalidad por
garse, pues, a admitir que esto sucedía de acuerdo con la hipótesis fines, y así, acudiendo lo menos posible a lo sobrenatmal, deja
del ocasionalismo, de suerte que el acoplamiento sería una mera para la naturaleza desde el primer comienzo todo lo que sigue
formalidad bajo la cual una suprema causa inteligente del mundo (pero sin decidir nada sobre ese comienzo, ante el cual fracasa
habría resuelto formar cada vez un fruto de su propia mano para totalmente la física aunque lo aborde con una cadena de causas).
dejar a la madre sólo el desarrollo y nutrición de éste. Se decla- En cuanto a esta teoría de la epigénesis, nadie hizo por ella
raron por la preformación; como si no fuera lo mismo hacer surgir más que el consejero· áulico Blumenbacb, tanto para demostrarla
sobrenaturalmente semejantes formas al principio del mundo que como para fundar los auténticos principios de su aplicación, y en
a medida que éste iba avanzando, y, gracias a una creación oca- parte por haber puesto coto a un empleo abusivo de ella. Aparta
sional, no se ahorrara más bien gran multitud de expedientes so- de la materia todo modo de explicación físico de estas formacio-
brenatmales que se requerirían para que el embrión formado al nes, pues con razón declara ilógico el creer que la materia bruta
principio del mundo no hubiera de sufrir tanto tiempo, hasta se haya formado originariamente de por sí según leyes mecánicas,
su desarrollo, de las fuerzas destructoras de la natmaleza y se con- que la vida haya podido sm·gir de la naturaleza de lo inerte, y que
serva incólume, al igual que un número inconmensmablemente luego la materia haya podido acomodarse por sí misma a la forma
mayor de esos seres preformados, para que un día llegaran a des- de una idoneidad que se conserva por sí misma; sin embargo, bajo
arrollarse, y con ellos resultaran innecesarias y sin finalidad, de este principio, inescrutable para nosotros, de una organización ori-
esta suerte, tantas otras creaciones. Sin embargo, algo querían ginaria, deja al propio tiempo al mecanismo de la naturaleza una
dejarle en este caso a la naturaleza para no incurrir en la completa participación indeterminable, aunque a la vez innegable, y a este
hiperfísica, que puede prescindir de toda explicación natural, y efecto califica de impulso formativo la capacidad de la materia (a

268 269
diferencia de la energía formativa, puramente mecánica, que uni- Pues bien, si preguntamos para qué existe una cosa, la con-
versalmente se encuentra en ella) en un cuerpo organizado (como testación será una de dos: su existencia y su producción no tienen
si estuviera bajo la dirección y orientación de la primera). relación alguna con una causa que actúe por fines, y entonces se
entiende siempre que su origen está en el mecanismo de la natu-
raleza; o bien: hay algún motivo intencional de su existencia (como
§ 82 la de todo ser natural contingente), idea que difícilmente puede
separarse del concepto de cosa organizada, porque una vez ten-
Del sistema teleol6gico en las 1·elaciones exteriores gamos que atribuir a su posibilidad una causalidad de causas fi-
de los seres 01'ganizados nales y una idea que sirva de f-undamento a ésta, tampoco podemos
concebir más que como fin la existencia de este producto, pues se
Entiendo por idoneidad extrínseca aquella en que una cosa llama fin el efecto representado cuya mpresentación es al propio
de la naturaleza sirve a otro como medio para un fin. Pues bien, tiempo el motivo que decidió a la causa eficiente inteligente a
cosas que no tienen idoneidad intrínseca o que no la presuponen producirlo. Por consiguiente, en este caso puede decirse: el fin
para su posibilidad, como la tielTa, el aire, el agua, etc., pueden, de la existencia de semejante ser natural está en él mismo, es decir,
sin embargo, ser idóneas extrínsecamente en relación con otros se- que no es sólo fin, sino también fin final, o bien: éste está fuera
res; pero éstos tienen que ser siempre seres organizados, es decir, de él en otros se1·es de la naturaleza, es decir, que existe idónea-
fines de la naturaleza, pues de lo contrario tampoco aque1los mente, no como fin final, sino necesariamente como medio al pro-
podrían ser juzgados medio. Así, el agua, el aire y las tierras no pio tiempo.
pueden considerarse medios para la formación de las montañas, Pero si recorremos toda la naturaleza, no encontraremos en
porque éstas nada contienen en sí que para su posibilidad según ella, como naturaleza, ningún ser que pueda aspirar a la excelencia
fines requiera un fundamento en relación con el cual pueda repre- de ser fin final de la creación, y hasta puede demostrarse a prio1·i
sentarse jamás su causa bajo el predicado de medio (que sirviera que aquello que acaso pudiera ser fin último para la naturaleza,
para esos fines). jamás puede ser, sin embargo, como cosa de la naturaleza, cuales-
La idoneidad extrínseca es un concepto totalmente distinto quiera que sean las notas y propiedades imaginables con que se le
del de la intrínseca, que va asociado a la posibilidad de un objeto, quiera dotar, un fin final.
prescindiendo de que sea o no fjn su realidad. De un ser orga- Examinando el reino vegetal y viendo la inmensa feracidad
nizado cabe preguntar aún: ¿para qué existe? No así de cosas en con que se propaga por casi todos los terrenos, cabría detenerse
que sólo se reconoce el efecto del mecanismo de la naturaleza, al principio en el pensamiento de tenerlo por mero producto del
puesto que en aquellos nos representamos ya, para su posibilidad mecanismo de la natmaleza que se pone de manifiesto en las for-
intrínseca, una causalidad según fines, un entendimiento creador, maciones del reino mineral; pero un conocimiento más exacto de
y referimos esta capacidad activa a su motivo determinante: la la organización indescriptiblemente sabia de ese reino, no nos per-
intención. Existe únicamente una sola idoneidad extrínseca que mite insistir en ese pensamiento, sino que nos lleva a preguntar:
coincida con la intrínseca de la organización y que, sin que pueda ¿para qué existen esas criaturas? Si contestamos: para el reino
haber cuestión de para qué fin tiene que haber existido este ser animal, que se alimenta de ellas al objeto de que en tan diversas
así organizado, sirva, sin emba1·go, en la relación exterior de medio especies haya podido extenderse por la tiena, se plantea entonces
a fin: es la organización de los dos sexos en sus mutuas relaciones otra pregunta: ¿para qué existen en la tierra esos animales herbí-
paxa la propagación de su especie, ya que en este caso, lo mismo voros? La contestación podría ser: para los animales de rapiña,
que en el de un individuo, cabe siempre preguntar aún: ¿para qué que sólo pueden nutrirse de lo que tiene vida. Por último, se
existe esa pareja·? La respuesta es: ante todo, constituye un todo pregunta: ¿para qué son buenos éstos junto con los anteriores rei-
organizador, aunque no organizado en un solo cuerpo. nos de la natm·aleza'r Para el hombre y los múltiples usos que su
270 271
entendimiento le ensefia a hacer de todas las criaturas; y él es el zas salvajes de una naturaleza que trabaja en estado caótico. Por
fin último de la creación en esta tierra, porque es en ella el único idóneas que puedan parecer actualmente la forma, la estructura
ser que puede formarse un concepto de ella, y de un agregado de y la pendiente de las tierras para recoger las aguas del aire, para
cosas idóneamente formadas puede, mediante su razón, hacerse los manantiales entre las capas de tierra de la más diversa índole
un sistema de fines. (para distintos productos), y el curso de los ríos, una investigación
Podría seguirse también el camino en apariencia opuesto, que más detenida de todo ello demuestra que se han producido sólo
toma el caballero Linneo, y decir: los animales herbívoros existen como efecto de erupciones, unas de fuego, otras de agua, o tam-
para moderar el exuberante crecimiento del reino vegetal, que bién de crecidas del océano, tanto por lo que afecta a la primera
causaría la extinción de muchas de sus especies, los carnívoros, creación de esta figura como, sobre todo, a la reiterada transforma-
para poner coto a la voracidad de aquéllos, y, por último, el hom- ción de ella, simultánea a la desaparición de sus primeras produc-
bre, para que, persiguiendo a aquéllos y haciendo disminuir su ciones orgánicas*. Pues bien, si el habitáculo, el suelo materno
número, imponga cierto equilibrio entre las fuerzas productivas y (de la tierra y el ragazo materno (del mar), no hace vislumbrar
las destructivas de la naturaleza. Y de esta suerte el hombre, por para la creación de todas estas criaturas más que un mecanismo
más que en cierto aspecto pueda ser apreciado como fin, volvería, totalmente inintencional, ¿cómo y con qué derecho podemos exi-
en otro, a la categoría de medio. gir y sostener para éstas oh·o origen? Aunque el hombre no parece
Elevando a principio una idoneidad objetiva de la diversidad haber estado comprendido en esas revoluciones, como demuestra
de las especies de las criatw·as de la tierra y sus recíprocas rela- el examen más exacto de todos aquellos cataclismo de la natura-
ciones, en calidad de seres construidos idóneamente, resulta con- leza (según el juicio de Camper), es, sin embargo, tan depen-
forme a razón concebh·, a su vez, en esas relaciones, cierta organi- diente de las demás criaturas de la tierra que si se concede que
zación y un sistema de todos los reinos de la naturaleza por causas existe un mecanismo de la naturaleza que las domina universal-
finales. Sin embargo, la experiencia parece contradecir franca- mente a todas, también habrá que considerar al hombre compren-
mente en este caso la máxima racional, sobre todo en lo referente dido bajo ese mecanismo, aunque su inteligencia le haya permi-
a un fin último de la naturaleza, requerido, en definitiva, para que tido (por lo menos en gran parte) salvarse de sus desvastaciones.
sea posible tal sistema, y que no podemos atribuir más que al Pero este ru:gumento parece que demuestra más de lo que
hombre; tanto es así q ue, con respecto a éste, como una de tantas contenía la intención para que se formuló, o sea, no sólo que el
especies animales, la naturaleza no ha hecho la menor excepción hombre no pueda ser un fin último de la naturaleza, y, por la
ni por lo que se refiere a las fuerzas destructoras ni a las creado-
misma razón, el agregado de las cosas naturales organizadas que
ras, al someterlo todo a un mecanismo de ellas sin una finalidad.
hay en la tierra no pueda ser un sistema de fines, sino incluso
En una disposición para formar intencionalmente un todo que los productos naturales, antes tenidos por fines naturales, no
idóneo de los seres naturales de la tierra, lo primero sería sin duda tienen otro origen que el mecanismo· de la naturaleza.
su habitáculo: el suelo y el elemento en que hubiesen de prospe-
rar; sin embargo, un conocimiento más exacto de la constitución ,. Si ha de conservarse el nombre de historia natural ya adoptado para
de esta base de toda producción orgánica, no da indicios sino de la descripción de la naturaleza, lo que la primera denominación indica lite-
causas que actúan con ausencia de toda intención, y hasta que ralmente, a saber: una representación del estado antiguo de la tierra (sobre
más bien son devastadoras que fomentadoras de la producción, el cual, aunque no cabe esperru: una certidumbre, pueden arriesgarse supo-
siciones con buen fundamento), puede calificarse de arqueología de la natu-
del orden y de los fines. La tierra y el mar contienen no sólo tes- raleza en oposición al arte, perteneciendo a la primera las petrificaciones y
timonios de antiguas y formidables devastaciones, que los afectaron a la segunda las piedras talladas, etc. En efecto, como en ella se trabaja
a ellos y a todas las criatw·as que en ellos había, sino que además constantemente (con el nombre de teoría de la tierra), aunque con justi-
toda su estructura -las capas de aquélla y los límites de éste- ficada lentitud, este nombre no se daría a una investigación puramente ima-
ginaria de la natw-aleza, sino a una investigación a que nos invita e incita
tiene totalmente el aspecto de ser producto de omnipotentes fuer- la misma naturaleza.
272 273
Mas en la anterior solución de la antinomia de los principios un sistema de fines. Ahora bien, si en el hombre mismo tiene
del modo de producción mecánico y del teleológico, vimos que que encontrarse aquello que a título de fin hay que fomentar
- como esos principios lo son sólo de la facultad de juzgar refle- mediante su vinculación con la naturaleza, este fin tiene que ser
xionante con respecto a la naturaleza que se forma según sus leyes bien de tal índole que pueda ser satisfecho por la naturaleza y
particulares (aunque no tengamos la llave para descifrar su enca- su acción benéfica, o bien que sea la aptitud y habilidad para
denamiento sistemático), principios que no determinan de por sí toda clase de fines para los cuales pueda ser utilizada por él la
su origen sino que dicen simplemente que, dada la constitución naturaleza (exterior e interiormente). El primer fin de la natu-
de nuestro entendimiento y de nuestra razón, no podemos conce- raleza sería, entonces, la felicidad, y el segundo la cultura del
bir el origen de esta clase de seres más que ateniéndonos a causas hombre.
finales-, no sólo nos está permitido el máximo esfuerzo posible, El concepto de la felicidad no es tal que el hombre pueda
y aun audacia en los intentos de explicar mecánicamente esos abstraerlo de sus instintos, derivándolo de esta suerte de la ani-
seres, sino que también la razón nos incita a hacerlo, a pesar malidad que hay en él mismo, sino que es una mera idea de un
de que sepamos que con ello jamás tendremos bastante, a causa de estado, a la cual pretende él hacer adecuado el último en condi-
motivos subjetivos de la especial índole y limitación de nuestro ciones meramente empíricas (lo cual es imposible). Se la proyecta
entendimiento (y no porque el mecanismo de la producción re- él mismo, y de modo tan diverso, por medio de su entendimiento,
sulte en sí contrario a un origen por fines); y que, por último, complicado con la imaginación y los sentidos, y su entendimien-
en el principio suprasensible de la natm·aleza (tanto de la ajena to varía incluso tan a menudo, que si la naturaleza estuviese to-
a nosotros como de la nuestn) puede haber perfectamente la talmente sometida a su albedrío, no podría adoptar en absoluto
posibilidad de conciliar los dos modos de representarse la posi- ninguna ley universal y firme determinada, para coincidir con
bilidad de la naturaleza, considerando que el modo de represen- este concepto vacilante y, de esta suerte, con el fin que cada uno
tación por causas finales no sea más que una condición subjetiva se propone arbitrariamente. Pero aunque redujéramos éste a la
del uso de nuestra razón cuando pretende que no se plantee el verdadera necesidad natural, en que nuestra especie coincide por
juicio de los objetos sólo en calidad de fenómenos, sino que exige doquiera consigo misma, o, por otra parte, aumentáramos a placer
que estos fenómenos junto con sus principios sean referidos al la habilidad para lograr fines imaginados, jamás alcanzaría el hom-
substrato suprasensible, con el objeto de encontrar posibles ciertas bre lo que él entiende por felicidad ni lo que en realidad es su
leyes de la unidad de ellos, que no pueden hacerse representables propio fin natural último (no fin de la libertad), pues su natura-
más que por medio de fines (de los cuales tienen la razón algunos leza no es tal que se detenga y quede satisfecha al llegar a algún
que son suprasensibles). punto de posesión y goce. Por otra parte, la naturaleza dista mu-
cho de haberlo tomado por favorito especial, antes bien, en sus
efectos destructores (peste, hambre, inundaciones, heladas, ataques
§83 de otros animales grandes y pequeños, etc.), lo ha respetado tan
poco como a cualquier otro animal, y por añadidura, lo absurdo
Del f-in último de la naturaleza como sistema teleol6gico de las inclinaciones naturales que hay en él, le hace sufrir penas
que él mismo ha ideado, además de las que le depara su propia
Hemos mostrado en lo que precede que, según principios de especie con la opresión de los dominadores, la barbarie de las
razón, no para la facultad de juzgar determinante, pero sí para guerras, etc., a la vez que él mismo, en lo que de él depende,
la reflexionante, tenemos causa suficiente para juzgar al hombre, o·abaja en la destrucción de su propia especie, hasta el punto de
no sólo como fin natural, al igual que todos los seres organizados, que aun suponiendo que la naturaleza exterior a nosotros nos fuera
sino también como fin último de la naturaleza en esta tierra, en sumamente benéfica y su fin estuviera encaminado a la felicidad
relación con el cual todas las demás cosas naturales constituyen de nuestra especie, este fin no se alcanzaría en un sistema de

274 275
ellos en este mundo porque la naturaleza que hay en nosotros más excelente para poner orden y armonía en la naturaleza irra-
no sería accesible a esa felicidad. Por consiguiente, el hombre cional exterior al hombre).
nunca es más que un miembro en la cadena de fines naturales, y Pero no toda cultw·a es suficiente a este último fin. La de
aunque es principio con respecto a más de un fin, a lo cual pa- la habilidad es, exidentemente, la condición subjetiva más exce-
rece haberle destinado la naturaleza en ·su disposición, elevándose lente de la aptitud para la consecución de cualquier fin; pero no
él mismo a tal condición, seguirá siendo siempre al propio tiem- es suficiente para estimular la voluntad en la determinación y
po medio para la conservación de la idoneidad en el mecanismo elección de sus fines, cosa que, en toda su extensión, corresponde
de los miembros restantes. En su calidad de ser único de la tierra esencialmente a una aptitud para fines. La última condición de
que posea entendimiento, o sea, una facultad de ponerse fines la aptitud, que podría calificarse de cultura de la disciplina, es ne-
arbitrariamente, es, desde luego, dueño titular de la naturaleza gativa y consiste en emanCipar la libertad del despotismo de los
y, considerando 6sta como sistema teleológico, fin último de la apetitos, los cuales, encadenándose a ciertas cosas naturales, nos
naturaleza, en virtud de su destinación; pero siempre de modo hacen incapaces de elegir por nosotros mismos porque converti-
condicionado, a saber: si entiende y tiene la voluntad de dar a mos en cadenas los instintos que nos dio la naturaleza a modo de
ésta y a sí mismo una relación de fines tal que pueda bastarse guías para que no descuidáramos, y menos dañáramos, el destino
a sí mismo, independientemente de la naturaleza, y ser, por ende, de lo animal que hay en nosotros, aunque dejándonos libertad
fin final que, sin embargo, ni siquiera tiene que ser buscado en suficiente para estirarlos o aflojarlos, alargarlos o acortarlos, según
la natw·aleza. exijan los fines de la razón.
Pero para descubrir en qué aspecto del hombre hemos de La habilidad no puede desarrollarse bien en la especie hu-
situar por lo menos aquel fin último de la naturaleza, tenemos mana si no es mediante la desigualdad entre los líombres, puesto
que buscar qué puede hacer la naturaleza para prepararlo y qué que en su mayor número trabajan éstos para las necesidades de
puede hacer él mismo para ser fin final, y separar eso de todos la vida de un modo como si dijéramos mecánico, sin necesitar
los fines cuya posibilidad se apoya en cosas que sólo de la natu- especialmente arte para ello, proporcionando así comodidades y
raleza cabe esperar. Del último tipo es la felicidad en la tierra, ocio a otros que elaboran las partes menos necesarias de la cul-
entendiendo por ella la suma de todos los fines del hombre po- tura (ciencia y arte) y que mantienen a aquéllos en un estado
sibles mediante la naturaleza ajena a él y la interior suya; es la de opresión, trabajo penoso y poco goce, aunque luego va exten-
materia de todos sus fines en la tierra, y si el hombre hace de diéndose también paulatinamente a esta clase bastante de la cul-
ella todo su fin, se incapacita para fijar a su propia existencia tura de la superior. Pero a medida que ésta progresa (hasta un
un fin final y para acomodarse a ese fin. Por consiguiente, de nivel que se llama lujo, cuando la afición a lo superfluo prevalece
todos sus fines en la naturaleza queda sólo la condición formal ya sobre lo indispensable), aumentan también con igual fuerza
subjetiva, a saber: la aptitud para ponerse fines a sí mismo y las penas de ambas clases: en una, por la opresión extraña, y en
(siendo, en virtud de su destinación a fin, independiente de la otra por su intrínseca exigencia; pero la calamidad más patente
naturaleza) usar de la naturaleza como medio, de conformidad va asociada al desarrollo de las disposiciones natw·alcs de la espe-
con las máximas de los mismos fines libres propios de él, cosa que cie y, sin embargo, en él se alcanza el fin de la naturaleza mis-
puede realizar la naturaleza en atención al fin final, situado fuera ma, aunque no sea nuestro fin. La condición formal única en
de ella, y que, por consiguiente, puede considerarse su fin último. que la naturaleza puede alcanzar este su designio final, es aquella
Lograr que un ser racional sea apto para cualesquiera fines (por organización de las relaciones recíprocas de los hombres en que
consiguiente, en su libertad), se llama cultura; por lo tanto, sólo para impedir atentados mutuos a la libertad se da poder legal a
ella puede ser el último fin atribuido con causa a la naturaleza un conjunto que se llama sociedad civil, pues sólo en ella puede
con respecto al género humano (no su propia felicidad en la lograrse el desarrollo máximo de las disposiciones naturales; pero
tierra, ni siquiera el hecho de que proporcione el instwmento aunque los hombres fuesen lo bastante sabios para encontrarla y

276 277
lo bastante cuerdos para someterse a su coercwn, se requeriría sociedad, si no lo hacen moralmente mejor, lo civilizan, se ensan-
aún un todo cosmopolita, es decir, un sistema de todos los Estados chan muchísimo a costa de la tiranía del sensualismo y preparan
que corren el riesgo de perjudicarse mutuamente. A falta de él así al hombre para un régimen que sólo impere la razón; mientras
y teniendo en cuenta los obstáculos que aun a la posibilidad de los males con que nos aflige en parte la naturaleza y en parte el
semejante proyecto opondrían la avidez, la ambición y el afán intratable egoísmo de los hombres, movilizan, acrecientan y tem-
de dominio sobre todo de quíenes tienen el poder en sus manos, plan las fuerzas del alma para no sucumbir a ellos, haciéndonos
resulta inevitable la guerra (en la cual unos Estados se disuelven sentir así un aptitud, escondida en nosotros, para fines superiores '\<.
dividiéndose en otros menores, y otras veces un Estado se incor-
pora a otros más pequeños aspirando a formar un todo mayor),
la cual, así como es una tentativa indeliberada por parte de los §84
hombres (excitada por indómitas pasiones), aunque muy recón-
dita y tal vez deliberada por parte de la suprema sabiduría, si no Del final de la exi~tencia de un mundo, es decir,
para fundar, sí para preparar, la conciliación de la legalidad con de la creación misma
la libertad de los Estados que constituyera así un sistema de éstos
basado en la moral, y a pesar de los horrorosos sufrimientos que Fin final es aquel que no necesita otro como condición de
causa al género humano, y de los, acaso mayores, a que durante su posibilidad.
la paz obliga el estar preparado para la guerra, es, sin embargo, Si como razón explicativa de la idoneidad de la naturaleza
un incentivo más (cuando se aleja cada vez más la esperanza de se acepta el mero mecanismo de ésta, no cabe preguntar para qué
que la inactividad militar garantice la felicidad de la nación) pm·a existen las cosas en el mundo, pues entonces, según ese sistema
desarrollar hasta el grado máximo todos los talentos que sirven idealista, sólo es cuestión de la posibilidad física de las cosas (y
para la cultura. concebú-las como fines sería mera sutileza sin objeto), y tanto
En cuanto a la disciplina de las inclinaciones para las cuales si se atribuye esta forma de las cosas al azar o a necesidad ciego,
resulta totalmente idónea la disposición natural con vistas a nues- aquella pregunta sería vacua. En cambio, si tomamos como real
tra destinación como especie animal, pero que tanto dificultan el el nexo final del mundo y aceptamos para él un tipo especial de
desarrollo de la humanidad, también en esta segunda exigencia causalidad, a saber: el de una causa que actúa con intención,
de la cultura se muestra, sin embargo, una aspiración idónea de ya no podemos detenernos en la cuestión: ¿para qué ciertas cosas
la naturaleza a un perfeccionamiento que nos haga accesibles a del mundo (los seres organizados) tienen tal o cual forma, o están
fines más elevados de lo que la naturaleza misma puede proporcio- puestas en tal o cual relación con respecto a otras de la naturale-
nar. Es indiscutible que el refinamiento del gusto llevado basta
la idealización de éste, y aun el lujo en las ciencias, como pábulo .. Fácil es decidir qué valor tendría para nosotros una vida si para
para la vanidad, derraman sobre nosotros exorbitante cantidad de apreciarlo atendiéramos sólo a lo que gozamos (al fin natural de la suma
de todas las inclinaciones: a la felicidad): sería menos que nada, pues ¿quién
males a causa de las inclinaciones así provocadas que es imposible querría volver a vivir de nuevo en las rni~mas condiciones, ni siquiera según
satisfacer; pero tampoco puede negarse que el fin de la natura- un plan nuevo, trazado por sí mismo (aunque conforme al curso de la natu-
leza es imponerse cada vez más a la rudeza y violencia de aque- raleza), pero que estuviera ímicamente encaminado al goce? Ya indicamos
llas inclinaciones que más pertenecen a lo animal que hay en anteriormente qué valor encierra la vida llevada de acuerdo con el designio
que la naturaleza tenga con nosotros, y cuál hay en aquello que se hace
nosotros y constituyen el mayor obstáculo para alcanzar el perfec- (no que sólo se goza), cuando, al fin y al cabo, nunca somos más que me-
cionamiento propio de nuestra destinación superior (las inclina- dios para indeterminados fines finales. Por consiguiente, no queda más que
ciones del goce), y dar margen al desarrollo de la humanidad. el valor que nosotros mismos damos a nuestra vida por lo que no sólo haga-
Las bellas artes y las ciencias, al provocar un agrado susceptible mos, sino que lo hagamos idóneamentc con independencia de la naturaleza
hasta el punto de que aun la existencia de ésta sólo a esta condición pueda
de universal comunicación, y al pulir y refinar al hombre paxa la ser fin.

278 279
za?, sino que, una vez concebido un entendimiento que tenga que dos entre sí, y sólo en el hombre (pero también sólo en él a tí-
ser considerado como causa de la posibilidad de esas formas, tal tulo de sujeto de la moralidad) cabe encontrar la legislación
como realmente se encuentran en cosas, también hay que pre- incondicionada con respecto a fines, que lo hace, pues, exclusiva-
guntar en él por el motivo objetivo que pueda haber decidido a mente capaz de ser fin final, al cual se halla subordinada teleo-
ese entendimiento productivo a actuar de este modo y que enton- lógicamente toda la naturaleza *.
ces es el fin final para el cual esas cosas existen.
Dije anteriormente que el fin final no es un fin para cuya
realización y producción de conformidad con su idea no sea su- § 85
ficiente la naturaleza porque es incondicionado. En efecto, nada
existe en la naturaleza (como ser sensible) para el cual el funda- De la teología física
mento determinante que en eJla se encuentra, no esté siempre, a
su vez, condicionado, y esto vale no sólo de la naturaleza exterior La teología física es el intento de la razón paTa deducir de
a nosotros (de la material) sjno también de la que está en nos- los fines de la naturaleza (que sólo empíricamente pueden cono-
otToS (de la que piensa), entendiéndose bien que sólo considero cerse) la causa suprema de la naturaleza y sus propiedades. Una
en mí lo que es naturaleza. Pero una cosa que a causa de su cua- teología moral (teología ética) sería el intento de deducir del fin
lidad objetiva ha de . existir necesariamente como fin final de una moral de los seres racionales de la natm:aleza (que puede cono-
causa inteligente, tiene que ser de tal índole que en la ordenación cerse a prí01·i) aquella causa y sus cualidades.
de fines no dependa de otra condición que la de su idea.
Pues bien, sólo tenemos en el mundo \llla clase de seres cuya "' Cabría la posibilidad de que la felicidad de los seres racionales del
causalidad sea teleológica, es decir, orientada a fines, y al propio mundo fuese un fin de la naturaleZa, y entonces sería también fin último
tiempo de tal índole que la ley según la cual han de determinarse de ésta; por lo menos, no puede conocerse a ¡Jriori por qué la naturaleza no
habrl.a de estar organizada de esta suerte, ya que, por lo menos hasta donde
fines, sea representada por ellos mismos como incondicionada e alcanzamos a ver, tal efecto sería perfectamente posible mediante su meca-
independiente de las condiciones naturales, pero como ne<:esaria nismo. En cambio, la moralidad y una causalidad a ella subordinada por
en sí. El ser de esta clase es el hombre, pero considerado como fines es absolutamente imposible por medio de causas naturales, puesto que
noúmeno, el único ser natural en quien, del lado de su propia es suprasensible el principio de su determinación a obrar, siendo, por ende,
lo único posible de la ordenación de fines que sea absolutamente incondicio-
constitución, podemos reconocer una facultad suprasensible (la nado con respecto a la naturaleza, y lo Único que de esta suerte califica a su
libertad) y aun la ley de la causalidad, junto con el objeto de sujeto como fin final de la creación, al cual esté sometida toda la naturaleza.
esta última, que él puede proponerse como fin supremo (el supre- La felicidad, por el contrario, según vimos en el párrafo anterior a base del
mo bien en el mundo). testimonio de la experiencia, ni siquiera es un fin de la naturaleza con res-
pecto a los hombres de preferencia a otras criaturas, y dista mucho de ser
Ahora bien, del hombre (y asimismo de todo ser racional del un fin final. Cabe siempre que los hombres se consideren a si mismos como
mundo), en calidad de ser moral, no puede formularse la ulterior fin final de la creación, pero cuando, buscando el fin final de la creación, me
pregunta: ¿para qué ( quem in finem) existe? Su existencia tiene pregunto: ¿para qué tuvieron que existir los hombres? lo que pido es un fin
supremo objetivo cual para su creación exigiría la razón. Ahora bien, si se
en sí misma el fin supremo, al cual, hasta donde le sea posible, contesta: para que existan seres a quienes pueda beneficiar aquella causa
puede someter toda la naturaleza, o, por lo menos, frente al cual suprema, se contradice con ello la condición a que la misma razón del hom-
no debe tenerse por sometido a ninguna influencia de la natura- bre somete su más íntimo deseo de felicidad (a saber: la de la coincidencia
leza. Pues bien, mientras que las cosas del mundo, como seres con su propia legislación moral interna) . Esto demuestra que la felicidad
sólo puede ser fin condicionado, y el hombre, únicamente a título de ser
dependientes por su existencia, necesitan una causa suprema que moral, fin final de la creación; pero, por lo que afecta a su estado, sólo como
actúe por fines, es el hombre fin final de la creación, pues sin éste consecuencia, en la medida en que coincida con ese fin, como fin de su
no quedaría completamente fundada la cadena de fines subordina- existencia, entrará en la relación la felicidad.

280 281
Como es natural, la primera precede a la segunda, pues si Para qué sirven en el mundo unas cosas a otras; para qué lo
de las cosas del mundo queremos sacar conclusiones teleológica- múltiple de una cosa es bueno para esta cosa misma; y hasta cómo
mente, tienen que darse primeramente fines de la naturaleza para hay fundamento para suponer que en el mundo nada es en vano,
los cuales habremos de buscar después un fin final y luego, pa- antes bien que todo es bueno para algo en la naturaleza, a con-
ra éste, el principio de la causalidad de esta causa suprema. dición de que ciertas cosas existan (como fines), para lo cual, en
Por el principio teleológico pueden y deben efectuarse mu- consecuencia, nuestra razón no tiene, para la facultad de juzgar
chas investigaciones de la naturaleza sin tener motivo de pregun- otro principio de la posibilidad del objeto de su ineluctable juicio
tar en qué se funda la posibilidad de actuar idóneamente, que teleológico que el de subordinar a la arquitectónica de un autor
encontramos en varios de los productos de la naturaleza. Ahora inteligente del mundo el mecanismo de la naturaleza - todo esto
bien, si también se quiere tener de ellos un concepto, no dispo- lo bace el examen teleológico del mundo a las mil maravillas y
nemos en absoluto para ello de conocimiento alguno que vaya de modo insuperablemente admirable; pero como son sólo empí-
más allá que la sola máxima de la facultad de juzgar reflexionante ricos los datos, y, por ende, los principios, para determinar ese
de que aun cuando no nos fuera dado más que un solo producto concepto de una causa inteligente del mundo (como supremo
orgánico de la naturaleza, no podríamos concebir para él, dada artista), no permiten deducir otras propiedades que las que en
la constitución de nuestra facultad de conocer, otro fundamento sus efectos nos revela ]a experiencia, la cual, como nunca puede
que el de una causa de la naturaleza misma (sea de toda la na- abarcar toda la naturaleza como sistema, tiene que ir a dar a
turaleza, sea de esa sola porción de ella) que, mediante un enten- menudo en razones demostrativas que (al parecer) se conh·adicen
dimiento, contenga la causalidad para ese producto, principio de a sí mismas y a ese concepto, y aunque fuéramos capaces de do-
juicio, que, si no nos lleva un ápice más allá en la explicación minar empíricamente el sistema todo, en cuanto afecta a la mera
de las cosas de la naturaleza y su origen, nos abre, sin embargo, natmaleza, jamás podríamos elevarnos, por encima de la natma-
perspectivas más allá de la naturaleza para poder determinar tal leza, al fin de su existencia misma y, con él, al concepto determi-
vez de modo más preciso el concepto por lo demás tan estéril nado de aquella inteligencia superior.
de un ser originario. Reduciendo el problema cuya solución incumbe a la teología
Pues bien, yo digo que la teología física, por lejos que pueda física, parece fácil resolverlo así, si prodigamos el concepto de
llevarse, nada puede revelarnos de un fin final de la creación, divinidad a todos y cada uno de los seres inteligentes por nosotros
pues ni siquiera llega a planteárselo. En consecuencia, puede, si, concebidos (pueden ser uno o varios) que tengan muchas y muy
justificar el concepto de una causa inteligente del mundo como grandes propiedades, pero no precisamente todas las exigidas para
único concepto subjetivo apto para la constitución de nuestra fa- fundamentar una naturaleza coincidente con el fin máximo posi-
cultad de conocer, sobre la posibilidad de las cosas que podemos ble, o si se hace caso omiso de que en una teoría se recurra a
hacernos comprensibles según fines, pero no determinar más ese aditamentos arbitrarios para suplir la falta de razones demostra-
concepto en sentido teórico ni práctico, y su intento no logra su tivas, y se cree que con sólo tener fundamento para suponer
intención de fundar una teología, sino que siempre sigue siendo mucha perfección (y ¿qué es mucho para nosotros?), estamos
solamente una teleología física, porque la relación final nunca es autorizados a admitir todas las perfecciones posibles, entonces la
considerada en ella, ni tiene que serlo, más que como condicio- teleología física adquirirá importantes derechos para aspirar a
nada en la naturaleza, y, por ende, ni siquiera puede plantear la la gloria de fundamentar una teología. En cambio, si se exige que
cuestión relativa al fin para el cual existe la naturaleza misma indiquemos qué nos indujo y además autorizó a recurrir a tales
(cuyo fundamento tiene que ser buscado fuera de la naturaleza), sustituciones, en vano buscaremos razones para justificamos en los
de cuya idea determinada depende, sin embargo, el concepto de- principios del uso teorético de la razón, el cual exige rotundamente
terminado de aquella causa superior inteligente del mundo y, en que para explicar un objeto de la experiencia no le atribuyamos
consecuencia, la posibilidad de tma teología. más propiedades que datos empll:icos quepa encontrar para su
282 283
posibilidad. En un examen más detenido, veríamos que, propia- multitud de sustancias unidas idóneamente, atribuyéndola, no a
mente, hay en nosotros a priori como fundamento una idea de un la dependencia causal de una sustancia, sino a la de una inheren-
ser supremo apoyada en otro uso de la razón, completamente cia en una sustancia. En lo sucesivo, este sistema, considerado co-
distinto (el práctico), idea que nos impulsa hasta el concepto de mo panteísmo en atención a los seres del mundo inherentes, y
una divinidad para suplir la defectuosa representación que de la (posteriormente) como spinozismo atendiendo al único sujeto,
causa originaria de los fines de la naturaleza nos ofrece una teleo- subjeto, subsistente a título de ser originario, más que resolver la
logía física, y no nos imaginaríamos falsamente que hubi6semos cuestión del fundamento primero de la idoneidad de la natura-
obtenido esta idea, y, con ella, una teología, mediante el uso teo- leza, lo que hizo fue declarar nula esa cuestión al considerar que
rético-racional del conocimiento físico del mundo, y mucho menos el último concepto, desposeído de toda su realidad, era propia-
que hubiésemos demostrado su realidad. mente una mera interpretación errónea de un concepto ontológico
No puede hacerse gran reproche a los antiguos porque se universal de una cosa.
imaginaban sus dioses como limitados en parte en sus capacidades Valiéndonos de meros principios teoréticos del uso de la ra-
y en parte en sus intenciones y antojos, de modo muy diversamen- zón (único fundamento de la teología física), jamás podremos
te variados, pero todos ellos, sin exceptuar al más alto de todos, obtener, pues, el concepto de una divinidad, que baste para nues-
de modo siempre humano. Y es que examinando la disposición y tro juicio teleológico de la naturaleza, pues ya decidimos que o
marcha de las cosas en la naturaleza, encontraban motivo sufi- bien toda teleología era mera ilusión de la facultad de juzgar en
ciente para admitir como causa de ellas algo más que lo mecánico, el juicio del nexo causal de las cosas, y nos refugiábamos en el
y para suponer, tras la mecánica de este mundo, intenciones de principio único de un mero mecanismo de la naturaleza, apare-
ciertas causas superiores que no podían concebir que fueran más ciéndonos que ésta contuviera solamente una referencia universal
que sobrehumanas. Pero como encontraban muy· mezclado en ella a fines a causa de la unidad de la sustancia, de la cual no era
lo bueno y lo malo, lo, por lo menos a nuestro modo de ver, con- la natw·aleza sino la diversidad de determinaciones de esta sus-
veniente e inconveniente, y no podían admitir, con vistas a la tancia; o bien, si en vez de este idealismo de las causas finales
idea arbitraria de un creador sumamente perfecto, que en el fondo queremos seguir adictos al principio del realismo de este tipo
hubiera escondidos fines sabios y benéficos, de los cuales no veían especial de causalidad, podíamos atribuir los fines naturales a
la prueba, difícilmente podía ser otro su juicio de la causa su- muchos seres originarios inteügentes o a uno solo, y mientras para
prema del mundo, en la medida en que muy consecuente se ate- fundamentar el concepto de ese ser no dispongamos sino de prin-
nían, para formularlo, a las máximas del uso meramente teorético cipios de experiencia tomados del nexo final real del mundo,
de la razón. Otros, que en calidad de físicos querían ser al propio nada nos ayudará, por una parte, contra la ambigüedad que en
tiempo teólogos, creyeron dar satisfacción a la razón pmporcio- muchos ejemplos presenta la naturaleza en materia de unidad de
nando la unidad absoluta del principio de las cosas natw·ales me- fines, y, por otra, el concepto de una sola causa inteligente, jus-
diante la idea de un ser, del cual, a modo de sustancia única, todas tificado en nuestro modo de obtenerlo a base de mera experien-
aquellas cosas fueran determinaciones inherentes, y consideraron cia, nunca podrá deducirse de ésta de modo lo bastante deter-
que en esta sustancia, como sujeto, sin ser causa del mundo en minado para una teología de algún modo ( teorética o práctica-
virtud de entendimento, había que encontrar todo el entendimien- mente) utilizable.
to de los seres del mundo, ser, en consecuencia, que, sin crear Bien es verdad que la teleología nos induce a buscar tma
nada atendiendo a fines, constituiría el punto en que por necesi- teología; pero no puede proporcionarla por lejos que vayamos
dad tenían que enlazarse idóneamente todas las cosas, a causa de en la exploración de la naturaleza por medio de la experiencia
la unidad del sujeto, del cual no son éstas sino meras determina- ni aunqu~para la relación de fines en ella descubierta nos valié-
ciones. Así inauguraron el idealismo de las causas finales al trans- ramos de i<ieas de razón (que tendrían que ser teoréticamente
formar la unidad, tan difícilmente obtenible de esta suerte, de para los problemas físicos) . ¿De qué sirve -se nos objetaría con

284 ~85
razón- que para todas esas o~ganizaciones tomemos como fun- por nosotros más que como producto de un entendimiento a que
damento un entendimiento, para nosob·os inmenso, y le hagamos esté sometida. Lo que jamás podrá revelarnos la investigación
regir este mundo de acuerdo con fines? Pues la naturaleza nada teorética de la naturaleza es si ese entendimiento habrá tenido
nos dice, ni podrá jamás decirnos, de la intención última sin la además, una intención final (que, en consecuencia, ya no s~
cual no podemos hacernos un punto de referencia común a todos ~aliaría en la naturaleza del mundo de los sentidos) con la tota-
estos fines naturales ni un principio teleológico suficiente, en lidad de la n~~aleza y su producción, antes bien, por grande que
parte, para conocer los fines todos en un sistema, y, en parte, sea el conoc1m1ento que de ella tengamos, quedará siempre sin
para hacernos del entendimiento supremo · como causa de esa resolver si esa causa suprema es por doquiera fundamento origi-
naturaleza un concepto que pueda servir de norma para nuestra nario de las formas de la naturaleza que responden a un fi n
fa~ul tad de juzgar que reflexiona teleológicamente sobre ella. Ten- final, o lo es más bien (por analogía con lo que calificamos de
drlamos entonces un entendimiento artístico para fines dispersos instinto artístico en los animales) mediante un entendimiento por
pero no una sabiduría para un fin final, el cual, sin embargo, tiene la mera necesidad de su naturaleza determinado a producir esas
que ~ontener el motivo determinante de aquéllos. Y, a falta de un formas; sin que por ello sea necesario abibuirle la menor sabidu-
fin fmal, que sólo la razón pma a priori puede proporcionar ría, y mucho menos sabiduría suprema y unida a todas las demás
(porque todos los fines del mundo están empíricamente condicio- propiedades requeridas para la perfección de su producto.
nados y no pueden contener sino lo bueno para tal o cual intcn- Po: consi?_uiente la teología física es una teleología física mal
~ió_n contingente, pero no lo absolutamente bueno), a falta del entend1da, utilizable solamente como preparación (propedéutica)
umc~ que pudiera enseñarnos qué propiedades, qué grado y qu6 para la teología, y aun a este objeto únicamente suficiente si se
relaciOnes de las causas supremas de la naturaleza necesitamos le añade otro principio en que pueda apoyarse pero no por sí
imaginar para juzgarla como sistema teleológico, ¿cómo y con misma como podría dar a entender su nombre. '
qué derecho podemos entonces ampliar a voluntad nuestro limi-
tadísimo concepto de aquel entendimiento originario, que pode-
mos fundar en nuestro escaso conocimiento del mundo, y del § 86
poder de ese ser originario para traducir en realidades sus ideas,
y completarlo hasta la idea de un ser infinito omnisciente? Para De la teología ética
hacerlo tcoréticamente, se requeriría que tuviésemos la omnis-
ci~ncia para conocer los fines de la naturaleza en todo su engra-
naJe, y que pudiéramos concebir, por añadidura, todos los demás Al reflexionar sobre la existencia de las cosas del mundo y
pl~nes posibles de la naturaleza, comparados con los cuales el
sobre la de éste mismo hay un juicio al cual no puede sustraerse
pmnero tendría que ser considerado fundadarnente como el me- ni siquiera el entendimiento más común: que todas las más di-
jor, p~est~ que sin ese conocimiento completo del efecto no pode- versas criaturas, por grande que sea el arte de su disposición. y
mos mfenr un concepto determinado de la causa suprema, el por variadas e idóneas que sean sus mutuas relaciones, y aun la
cual sólo puede encontrarse en el de una inteligencia infinita en totalidad de tantos sistemas de criaturas, que indebidamente ca-
todo aspecto, es decir, en el concepto de una divinidad que nos lificamos de mundos, para nada existirían si en ellos no hubiera
proporcione una base para la teología. ' hombres (seres racionales en general); es decir, que sin hombres
toda la creación sería mero desierto y carecería de razón de ser
Por consiguiente, ampliando todo lo posible, de acuerdo con y de fin final. Sin embargo, la existencia de todo el resto del
el principio. que acabamos de mencionar, la teleología física, po-
dremos decrr que, en virtud de la constitución y principios de mundo no adquiere por vez primera su valor gracias a su rela-
nuestra facultad de conocer, la naturaleza, en aquellas de sus ción con la capacidad de ser conocido (con la razón teorética),
disposiciones idóneas que nos son conocidas, no puede concebirse como si existiera para que hubiera alguien que lo contemplase,

286 287
y, puesto que esa contemplación del mundo no haría representa- y sólo con esta condición puede conciliarse su existencia con el
bles para ese alguien más que cosas sin fin final, el hecho de que fin finaL
el mundo sea conocido no le confiere valor alguno, y es preciso Ahora bien, si en el mundo encontramos disposiciones de
suponerle un fin final con respecto al cual tenga valor la misma fines y, como exige ineluctablemente la razón, sometemos a un
contemplación del mundo. Tampoco podemos estimar ese valor fin supremo incondicionado, es decir, a un fin final, los que sólo
absoluto por el sentimiento de agrado, o suma de ellos, como si son condicionados, se ve fácilmente, en primer lugar, que se trata
con respecto a él concibiéramos dado un fin final a la creación entonces, no de un fin de la naturaleza (dentro de ella) en cuan-
y tampoco, pues, por el bienestar, el goce (corporal o espiritual): to ésta existe, sino del fin de su existencia con todas sus organi-
en una palabra: por la felicidad, puesto que el hecho de que el zaciones, o sea: del fin último de la creación, y en éste, también
hombre, cuando existe, la tenga para sí como fin final, no pro- propiamente de la condición suprema, de la única en que puede
porciona ningún concepto de por qué exista él, ni de qué valor tener lugar un fin final (es decir, el motivo que determine a un
tenga él ~ara hacerle agradable su existencia. Por consiguiente, entendimiento supremo a producir los seres del mundo).
es necesano presuponer ya que él es el fin final de la creación Pues bien, como sólo a título de ser moral reconocemos al
si queremos tener un fundamento racional de que la naturaleza' hombre como fin de la creación, tenemos, en primer lugar, un
c?nsiderándola como un todo absoluto según principios de lo~ fundamento para considerar por lo menos la condición principal,
fmes, tenga que acomodarse a su felicidad. Será, pues, únicamente el mundo, como un todo relacionado por fines y como sistema
la facultad de apetecer, pero no aquélla que lo hace dependiente de causas finales, y sobre todo, (para referir, condición necesaria
de la naturaleza (por impulsos sensibles), ni aquélla para la cual para nosotros en virtud de la constitución de nuestra razón los
el valor de su existencia se basa en lo que recibe y goza, sino que fines ·de la naturaleza a una causa inteligente del mundo) un
e! valor que él únicamente a sí mismo puede darse, y que con- principio para concebir la índole y propiedades de esta causa
primera como f-undamento supremo en el reino de los fines y de-
Siste en lo que él hace, en cómo y según qué principios obre no
como miembro de la naturaleza, sino en la libertad de su f;cul- terminar así su concepto, cosa que no lograba la teleología física,
tad de apetecer; es decir, una voluntad buena es lo único gracias que sólo podía dar lugar a conceptos indeterminados de ese prin-
a. lo cual su existencia puede tener un valor absoluto y, en rela- cipio, y, por ende, tan inapropiados para el uso teorético como
SIÓn con lo cual, un fin final la existencia del mundo. para el práctico.
Asimismo, el más común de los juicios coincide totalmente En base a este principio, así determinado, de la causalidad
con ~o si.guiente: que el hombre sólo a título de ser moral puede del ser originario tendremos que considerar a éste no sólo como
ser fm fmal de la creación- esa coincidencia se produce con la inteligencia y como legislador para la naturaleza, sino también
sola condición de que el juicio sea dirigido a esa pregunta e invi- como jefe superior legislativo en un reino moral de fines. En
t~do a resolverla. ¿De qué sirve que se diga que este hombre relación con el bien supremo, posible únicamente bajo el régimen
bene tanto talento, y basta que con él desarrolle gran actividad de ese principio, o sea, con la existencia de seres racionales bajo
y gracias a él ejerza una influencia provechosa sobre el ente co- leyes morales, concebiremos ese ser originario como omnisciente,
munal, teniendo, en consecuencia, un gran valor tanto para su de suerte que no se le oculte ni siquiera lo más intimo de los
situación de felicidad como también para el provecho de los de- sentimientos (lo que constituye el verdadero valor moral de los
~ás,. si no posee una voluntad buena? Contemplándolo en su
actos de los seres racionales del mundo); como todopoderoso,
mten?;• resulta un objeto despreciable, y si no se quiere que la para que pueda hacer que toda la naturaleza se adapte a este
creacwn en todas sus partes carezca de fin final, él, que como fin supremo; como infinitamente bondadoso y al propio tiempo
hombre pertenece también a ella, tiene que perder, en un mundo justo, porque estas dos propiedades (unidas: la sabiduría) consti-
mor~l som~ti~o a leyes morales, y en viltud de estas mismas leyes,
tuyen las condiciones de la causalidad de una causa suprema del
su fm subJebvo (la felicidad) en su calidad de hombre malo, mundo como bien supremo bajo leyes morales; y asimismo pode-

288 289
mos concebir en él todas las demás propiedades trascendentales, COMENTARIO
como la eternidad, la ubicuidad, etc. (pues la bondad y la justicia
son propiedad morales) requeridas con respecto a ese fin final. De Supongamos un hombre en los momentos en que su espíritu
esta suerte, la teleología moral suple la falta de la física, y funda se halla dispuesto para la sensación moral. Si, rodeado de una
por vez primera la teología, pues la última, si procediera conse- naturaleza bella, se encuentra en el sereno y tranquilo goce de su
cuentemente sin tomar prestado solapadamente algo a la primE:ra, existencia, sentirá en sí una necesidad de estar por ello agrade-
no podría fundar de por sí más que una demonología incapaz de cido a alguien. O bien, si en otra ocasión se ve en la misma dis-
concepto alguno determinado. posición de ánimo, acosado por deberes que no puede ni quiere
Pero el principio de referir el mundo, a causa de la destina- cumplir sino a costa de un sacrificio voluntario, sentirá entonces
ción moral de ciertos seres de él, a una causa suprema como divi- en sí una necesidad de haber llevado algo a cabo por mandato y
nidad, lo hace no sólo a base de completar el argumento físico- obedeciendo a un superior. O bien si irreflexivamente ha come-
teleológico, tomándolo, en consecuencia, como fundamento, sino tido alguna infracción contra su deber, por la cual no le quepa
que, además, es de por sí suficiente para ello y lleva la atención responsabilidad alguna ante los hombres, entonces las severas re-
a los fines de la naturaleza y a investigar el gran arte que de modo criminaciones que se formulará a sí mismo, le hablarán en su
incomprensible se halla escondido tras sus formas, para propor- interior como voces de juez a quien tuviera que dar cuenta de
cionar incidentalmente una confirmación en los fines de la natu- ello. En una palabra: necesita una inteligencia moral al objeto
raleza a las ideas que procura la pura razón práctica, puesto que de que para el fin para el cual existe, tenga un ser que de acuerdo
• el concepto de seres del mundo bajo leyes morales es un principio con éste sea la causa de él y del mundo. En vano se pretendería
a priori de acuerdo con el cual tiene que juzgar necesariamente poner artificiosamente móviles tras esos sentimientos, pues se
el hombre. Y la razón considera también como principio nece- hallan íntimamente vinculados a nuestras más puras intenciones
sario para ella para el juicio teleológico de la existencia de las morales, porque la gratitud, la obediencia y la humanidad ( sumi-
cosas, el hecho de que, además, si por doquiera hay una causa sión al merecido castigo) son especiales predisposiciones de áni-
del mundo que actúa deliberadamente y encaminada a un fin, mo para el deber, y en este caso el espíritu inclinado a ensanchar
aquella relación moral tenga que ser la condición de la posibilidad su intención moral, se limita a pensar voluntariamente un obieto
de una creación de modo igualmente necesario que la relación que no está en el mundo, para demostrar en lo posible también
por leyes fis icas (siempre que aquella causa inteligente tenga tam- su deber con respecto a él. Por consiguiente, es posible por lo
bién un fin final ). Pues bien, lo que importa es saber si para la menos, y el fundamento de ello se halla también en el modo de
razón (especulativa o práctica) hay algún motivo suficiente para pensamiento moral, representarse una necesidad puramente moral
atribuir un fin final a la causa suprema que actúa según fines, de la existencia de un ser bajo el cual nuestra moralidad cobre
pues a priori podemos tener por seguro que, dado el carácter sub- más fuerza o también (por lo menos según nuestra representa-
jetivo de nuestra razón, y como quiera que podamos concebir ción) mayor alcance, o sea: suponer un nuevo objeto en qué
nosotros la razón de otros seres, este fin no puede ser otro que el ejercitarse, es decir, un ser situado fuera del mundo y que dé
hombre bajo leyes morales, mientras que, por el contrario, los leyes morales, sin preocuparnos en lo más mínimo de su demostra-
fines de la naturaleza en el orden físico no pueden conocerse ción teorética, y menos aún de consideraciones egoístas, por un
a priori y, sobre todo, no puede comprenderse de ningún modo motivo puramente moral, libre de toda influencia e>..iraña (y, en
que pueda existir una naturaleza sin fines. consecuencia, evidentemente sólo subjetivo), atendiendo al mero
encomio de una pura razón práctica de por sí legisladora. Y
aunque esa disposición de ánimo se presente raras veces o no dure
mucho tiempo, antes bien sea pasajera y sin efecto duradero, o
bien pasaría si no dedicáramos alguna reflexión al objeto repre-

290 291
sentado en semejante fantasmagoría o si no nos esforzáramos en mundo; pero en nosotros mismos, y más aún en el concepto de un
traerlo bajo conceptos claros, es innegable que el fundamento de ser racional dotado de libertad (su causalidad), encontramos tam-
ello es la disposición moral que hay en nosotros, como principio bién una teleología moral, pero ésta, porque determina en nosotros
subjetivo de no limitarse en la contemplación del mundo a juzgar mismos a priori la referencia a fin junto con la ley de ésta, pu-
su idoneidad por causas naturales, antes bien atribuyéndola a una diendo por lo tanto ser reconocida como necesaria, no necesita a
causa suprema que rija la naturaleza por principios morales. este objeto para la legalidad interior ninguna causa inteligente
Añadase a ello que nos sentimos apremiados por la ley moral a situada fue¡·a de nosotros, tan poco como para lo que encontramos
aspirar a un fin suyremo universal, aunque sintamos que nosotros idóneo en las propiedades geométricas de las figuras (para todo
aspirar a un fin supremo universal, aunque sintamos que nosotros posible ejercicio artístico), tengamos que ir a buscar un enten-
y toda la naturaleza somos incapaces de alcanzarlo; que sólo aspi- dimiento supremo que les confiera esa idoneidad. Pero esta teleo-
rando a ello podemos juzgar que somos conformes al fin final de logía moral nos afecta como seres del mundo, unidos, por consi-
una causa inteligente del mundo (si la hay); y así existe un puro guiente, a otras cosas del mundo; y precisamente las mismas leyes
motivo moral de la razón práctica para suponer esa causa (pues morales nos imponen como precepto que dirijamos nuestro juicio
puede hacerse sin contradicción) por lo menos para que no corra- a las últimas, bien como fines, bien como objetos con respecto a
mos el peligro de considerar totalmente vano en sus efectos ese los cuales nosotros mismos somos fines finales. Pues bien, de esta
esfuerzo y abandonarlo desalentados. teleología moral, que versa sobre la referencia de nuestra propia
Todo esto quiere decir solamente que si primero el temor causalidad a fines y aun a un fin final que tiene que ser perse-
pudo producir dioses (demonios) fue la razón la que mediante guido por nosotros en el mundo, y asimismo sobre la posibilidad
sus principios morales logró formar por vez primera el concepto extrínseca de su ejecución (para lo cual ninguna teleología física
de Dios (aun cuando, como suele suceder, se supiera muy poco puede darnos instrucción alguna ), parte ahora la necesaria cues-
de la teleología de la naturaleza, o se tuviera también mucha tión de si obliga nuestro juicio racional a salirse del mundo y bus-
inseguridad ante la dificultad de conciliar a base de un principio car para la referencia de la naturaleza a lo moral que hay en
suficientemente garantido los fenómenos contradictorios que se nosotros, un principio supremo inteligente, a fin de representar
ofrecen en este caso); y que la íntima fijación de destino moral también la naturaleza con referencia a la legislación interna moral
a la existencia humana suplió lo que le faltaba al conocimiento y su posible ejecución como idónea para nosotros. En consecuen-
de la naturaleza, puesto que indujo a pensar para el fin final de cia, hay en todo caso una teleología moral. y ésta se enlaza con
la existencia de todas las cosas (para lo cual el principio sólo la nomotética de la libertad por una parte, y con la de la natu-
éticamente resulta satisfactorio para la razón) la causa suprema raleza, por otra, tan necesariamente como la legislación civil se
con los atributos que le permiten someter toda la naturaleza a enlaza con la cuestión acerca de dónde deba buscarse el poder
aquella intención única (para la cual es ésta mero instrumento), ejecutivo, y en general en todo aquello en que la razón debe indi-
es decir concibiéndola como divinidad. car un principio de la realidad de cierto orden legal de las cosas,
posible solamente según ideas. Vamos a exponer, primera, el pro-
greso de la razón desde aquella teleología moral y su referencia
§ 87 a la física hasta la teología, para luego hacer consideraciones
acerca de la p osibilidad y validez de este modo de conclusión.
De la demostraci6n moml de la existencia de Dios Si consideramos que la existencia de ciertas cosas (o siquiera
de ciertas formas de las cosas) es contingente, o sea posible única-
Hay una teleología física que nos ofrece un argumento su- mente a base de otra cosa que sea su causa, cabe que para esta
ficiente para que nuestra facultad de juzgar teoréticamente re- causalidad busquemos el fundamento supremo, y, por ende, para
flexionante suponga la existencia de una causa inteligente del lo condicionado el fundamento incondicionado, bien en el orden
292 293
físico, bien en el teleológico (según elnexus effectivus o el finalis). porque en él no existiría ningún ser que tuviera el menor concepto
Es decir, cabe preguntar: cual es la causa suprema productora, de un valor. Y si, por el contrario, hubiera también seres racio-
o qué es el fin supremo (absolutamente incondicionado), es decir, nales, cuya razón, sin embargo, sólo estuviera en condiciones de
el fin final de que produzca tal producto o todos los suyos en atribuir valor a la existencia de las cosas en su relación con la
general? Al decir esto, presuponemos, evidentemente, que esta naturaleza (con su bienestar), pero no de procurárselo originaria-
causa es capaz de una representación de fines, o sea, que es un mente (en la libertad), habría, sí fines (relativos) en el mundo,
ser inteligente, o, por lo menos, que debe ser concebido por nos- pero ningún fin final (absoluto), porque siempre carecería de fin
otros como actuando según las leyes de semejante ser. la existencia de semejantes seres racionales. Pero las leyes morales
Ahora bien, en la investigación del orden mencionado en se- tienen la propiedad característica de prescribir a la razón algo
gundo lugar, hay un principio al cual se ve obligada a dar su como fin sin condición, o sea, precisamente como requiere el con-
asentimiento aun la razón humana más común: que si se quiere cepto de fin final, y la existencia de semejante razón, que puede
que haya por doquiera un fin final que la razón tenga que dar ser para sí misma la ley suprema en la relación a fin, dicho con
a p1'iori, éste no podría ser otro que el hombre (cualquier ser otras palabras: la existencia de seres racionales bajo leyes morales,
racional del mundo) 0 , puesto que (a juicio de todos) si el mun- es lo único que puede concebirse como fin final de la existencia
do constara de meros seres inertes, o en parte vivientes pero ina- de un mundo. Por el contrario, si así no ocurre, no hay fin alguno
cionales, la eldstencia de ese mundo no tendría valor alguno, en la causa para la existencia del mundo, o esa existencia tiene
por fundamento fines sin fin final.
* Digo deliberadamente: bajo leyes morales. No es el hombre según La ley moral, a título de condición formal de la razón para
leyes morales, es decir, aquel que se comporta de conformidad con ellas, el el uso de nuestra libertad, nos obliga por sí sola, sin depender de
fin final de la creación, puesto que con la última expresión diríamos más
de lo que sabemos, a saber, que en el poder de un autor del mundo estaría fin alguno como condición material; pero también nos determina,
hacer que el hombre se comportara en todo momento conformemente a las y precisamente a p1·iori, un fin final, al cual tenemos que aspirar
leyes morales, lo cual presupone un concepto de libertad y de naturaleza obligatoriamente, y éste es más alto bien posible en el mundo por
(de la última cabe sólo concebir un autor exterior) que tendría que contener medio de la libertad.
un conocimiento del substrato sensible de la naturaleza y de la identidad de
ese substrato con lo que en el mundo hace posible la causalidad mediante La condición subjetiva bajo la cual puede el hombre (y se-
libertad, y ese conocimiento va mucho más allá del de que es capaz nuestra gún nuestros conceptos también todo ser racional finito) poner-
Tazón. Sólo de hombres bajo las leyes morales podemos decir, sin rebasar se un fin final bajo la ley mencionada, es la felicidad. En con-
los límites de nuestro conocimiento: su e¡dstencia constituye el fin final del secuencia, el más alto bien físico posible en el mundo, y que a
mundo. Esto concuerda también perfectamente con el juicio de la razón
humana que reflexiona moralmente sobre el curso del mundo. También cree- título de fin final es necesario fomentar en cuanto dependa de
mos vislumbrar en lo malo las huellas de una sabia referencia a fines, cuando nosotros, es la felicidad, bajo la condición objetiva de que el hcm-
lo que vemos es solamente que el perverso malvado no muere antes de haber bre coincida con la ley de la moralidad, en el sentido de que sea
suhido la bien merecida pena de sus fechorías. Según nuestros conceptos digno de ser feliz.
de causalidad libre, descansa en nosotros el comportamiento bueno o malo;
pero ciframos la suprema sabiduría del régimen del mundo en que las leyes Pero, según todas nuestras facultades racionales, es imposible
morales dispongan la ocasión para el primero y sancionen el resultado de que podamos representarnos como enlazados por meras causas na-
ambos. En este último consiste propiamente la gloria de Dios, que no sin turales y como adecuados a la idea del fin final pensado, estos dos
razón ha sido calificada por los teólogos de fin último de la creación. Es de requisitos de fin final que la ley moral nos impone. O sea, que
observar aún que con la palabra creación, cuando nos servimos de ella,
no entendemos sino lo que aquí hemos dicho, a saber: la causa de la exis- el concepto de la necesidad práctica de ese fin por la aplicación
tencia de un mundo o de las cosas que hay en él (sustancias); como lo de nuestras facultades, no coincide con el concepto práctico de la
implica asimismo el verdadero concepto de la palabra (act1tatio st1bstantiae posibilidad física de su obtención, si no asociamos a nuestra liber-
est c1'eatio), lo cual, por lo tanto, no implica ya el presupuesto de una causa tad otra causalidad (la de tm medio) quo la de la naturaleza.
que actúe libremente y, en consecuencia, inteligente (cuya existencia vamos
a demostrar en seguida). Por consiguiente, tenemos que suponer una causa moral del

294 295
1

\
mundo (un autor del mundo) para proponernos un fin último de y en el mundo de los sentidos, un hombre se dejara vencer por
conformidad con la ley moral, y, hasta dónde sea necesario admi- la tesis de que Dios no existe, se consideraría indigno a sus pro-
tir lo último (es decir, en el mismo grado y por el mismo funda- pios ojos si por ello pretendiera que las leyes del deber son sólo
mento), será necesario también admitir lo primero, a saber: que imaginarias, inválidas y sin fuerza de obligar, pudiendo, en con-
hay un Dios #. secuencia, infringú:las sin temor. Y el mismo hombre, si luego
pudiera convencerse de lo que al principio había puesto en duda,
Esta prueba que con facilidad puede acomodarse a la forma seguiría siendo indigno según ese modo de pensamiento, aunque
de la precisión lógica, no quiere decir que sea · igualmente nece- cumpliera su deber, pero por temor o especulando con una re-
sario suponer la existencia de Dios que reconocer la validez de la compensa, sin ánimo de rendir culto al deber, a pesar de que en
ley moral, o sea, que quien no pudiera convencerse de lo primero, su cumplimiento fuera todo lo estricto que pudiera exigirse. Por
pudiera juzgar que queda eximido de las obligaciones de la se- el contrario, si siendo creyente obedece sincera y desinteresada-
gunda. ¡No! Lo único que habría que abandonar en tal caso mente a su conciencia y, sin embargo, cuantas veces se plantea,
sería la persecución del fin final del mundo, lograble por la última a modo de ensayo, el caso de que un día llegara a convencerse
(de una felicidad de los seres racionales armónicamente compa- de que no hay Dios, se cree en seguida libre de toda obligación
tible con la observancia de las leyes morales, como bien supremo moral, tiene que ser mala la calificación de su íntima disposición
del mundo) ; sin embargo, todo ser racional tendría que seguir moral
reconociéndose estrictamente obligado por el precepto de las bue- Podemos suponer, por consiguiente, un hombre íntegro (por
nas costumbres, pues, las leyes de éstas son formales e incondicio- ejemplo: Spinoza), que esté firmemente convencido de que no
nadamente imperativas, sin atender a fines (como materia de la hay Dios ni vida futura (pues a ]a misma consecuencia conduce
voluntad). Pero el requisito del fin final, tal como la razón prác- este segundo extremo en cuanto al objeto de la moralidad), ¿có-
tica lo prescribe a los seres del mundo, es· un fin irresistible puesto mo juzgará su propia intrínseca destinación a fin por la ley moral
en ellos por su naturaleza (de seres finitos), fin que la conciencia a que en sus actos rinde culto? No pide que su observancia le
somete sólo a la ley moral como condición inviolable o, también, proporcione ventaja alguna en este ni en otro mundo, antes bien,
que quiere se cumpla universalmente de acuerdo con esa ley, con- desinteresadamente quiere sólo practicar el bien, y a ello encami-
virtiendo así en fin final la persecusión de la felicidad de acuerdo na todas sus fuerzas aquella santa ley. Pero su esfuerzo es limi-
con la moralidad. Pues bien, la ley moral nos manda que persi- tado, y de la naturaleza puede esperar, sí, alguno que otro au-
gamos este fin en todo cuanto esté a nuestro alcance (en cuanto xilio eventual, pero nunca una coincidencia legal y sujeta a reglas
afecta a los seres del mundo), cualquiera que sea el resultado de constantes (tal como son y deben ser intrínsecamente las reglas a
este esfuerzo. El cumplimiento del deber consiste en la forma de .que él se atiene) para el fin a cuya realización se siente, sin em-
la voluntad seria, no en las causas indirectas del éxito. bargo, obligado e impulsado. El engaño, la violencia y la envidia
Suponiendo, pues, que movido en parte por la endeblez de lo acecharán en todo momento aunque él sea sincero pacífico y
todos los argumentos especulativos tan ensalzados en parte por benévolo, y verá que los demás hombres probos que encuentre, a
varias irregularidades que hubiera encontrado en la naturaleza pesar de todo lo dignos que sean de ser felices, son sometidos por
la naturaleza, que no repara en eso, a todos los males de la miseria,
" Este' argumento moral no pretende ofrecer una demostración de
validez objetiva de la existencia de Dios, ni demostrar que hay un Dios al enfermedades y muerte prematma, como los demás animales de la
que duda de la existencia de éste, antes bien que si quiere pensar consecuen- tierra, y así seguirán hasta que todos (sinceros o insinceros, que en
temente en lo moral, tiene que incluir entre las máximas de su razón práctica este caso da lo mismo) vayan a parar a vasta fosa, y ellos, que
la admisión de esta tesis. Tampoco queremos decir con esto que sea nece- pudieron creer que eran fin final de la creación, serán lanzados
sario para la moralidad suponer la felicidad de todos los seres racionales del
mundo de conformidad con su moralidad, sino que es necesario por ella. otra vez al abismo del caos sin fin de la materia del que habian
O sea, es un argumento subjetivamente suficiente, para seres morales. sido sacados. Por lo tanto, ese hombre bien intencionado no tenía
296 297
1

\
más remedio que renunciar al fin, imposible, que tenía y quería racionales del mundo, se requiere que no sólo tengamos un fin
tener presente en la observancia de las leyes morales; pero si aun final que nos haya sido propuesto a priori, sino que, además, la
en este caso quiere obedecer a la llamada de su intrínseca destina- creación, es decir, el mundo mismo tenga por su existencia un fin
ción moral, sin debilitar el respeto que le inspira la ley moral a final, que si pudiera ser demostrado a priori, añadiría la realidad
acatarla directamente( corno ocurriría si redujese a nada el único objetiva a la subjetiva del fin final. En efecto, si la creación
fin final ideal apropiado· a las altas exigencias de ésta y no podría tiene por doquiera un fin final, no podemos concebirlo de otra
hacerlo sin cometer un atentado al sentimiento moral) , necesita suerte que coincidiendo con el moral (el único que hace posible
en el aspecto práctico, es decir, para hacerse por lo menos un con- el concepto de fin). Ahora bien, es cierto que en el mundo en-
cepto de la posibilidad del fin final que la moral le prescribe, su- contramos fines, y ]a teleología física los presenta en tal medida
poner la existencia de un autor moral del mundo, es decir, de Dios, que, si la razón hubiese de juzgar de conformidad, tendríamos
y puede hacerlo perfectamente porque, por lo menos, no hay en fundamento para admitir en definitiva como principio de la in-
ello contradicción. vestigación de la naturaleza que nada hay en ésta sin fin; pero
en vano buscaríamos en ella misma su fin final. En consecuencia,
éste sólo puede y debe buscarse, aun en virtud de su posibilidad
§88 objetiva, en seres racionales, al igual que su idea sólo en la razón
se encuentra. Pero la razón práctica de los seres racionales no se
Limitación de la validez de la prueba moral limita a indicar este fin final sino que además determina este
concepto con respecto a las únicas condiciones bajo las cuales
La razón pura como facultad práctica, es decil', como facul- puede concebirse por nosotros un fin final de la creación.
tad de determinar mediante ideas (conceptos racionales puros) el Se plantea ahora la cuestión de saber si la realidad objetiva
libre uso de nuestra causalidad, no sólo contiene en la ley moral del concepto de fin final de la creación no puede exponerse tam-
un principio regulativo de nuestros actos, sino que con ella ofrece bién de modo suficiente para las exigencias teoréticas de la razón
también al propio tiempo un principio subjetivo-constitutivo en el pura, si no apodícticamente para la facultad de juzgar determinan-
concepto de un objeto, principio que sólo la razón puede concebir te, por lo menos suficientemente para las máximas de la facultad
y que ha de traducirse en realidad por nuestros actos en el mundo de juzgar teorético-reflexionante. Es lo mfnimo que puede exigirse
de acuerdo con esa ley. Por consiguiente, la idea de un fin final de la filosofía especulativa, que se jacta de asociar el fin moral
en el uso de la libertad según leyes m01·ales, tiene realidad subje- a los naturales mediante la idea de un fin único; sin embargo,
tivo-práctica. Estamos determinados a pr•iori por la razón a per- aun ese mínimo es mucho más de Jo que nunca podráa lograr.
seguir con todas fuerzas el supremo bien del mundo, que consiste Ateniéndonos al principio de ]a facultad de ju7.gar teorético-
en la asociación del máximo bien físico de los seres racionales del especulativa, diríamos: si tenemos un fundamento para suponer
mundo con la suprema condición del bien en ellos, es decir, de para los productos idóneos de la naturaleza una causa suprema
la felicidad universal con la moralidad más estrictamente confor- de ésta, su causalidad con respecto a la realidad de la naturaleza
me a ley. En este fin final, la posibilidad de una parte, a saber: (la creación) tiene que concebirse de otro modo que el requerido
de la felicidad, está condicionada empíricamente, es decir, que para el mecanismo de la naturaleza, o sea, como causalidad de un
depende de la constitución de la naturaleza ( de si coincide o no entendimiento, este ser originario nos servirá de fundamento su-
con este fin) y es problemática en el aspecto teorético, mientras ficiente no sólo para concebir por doquiera fines en la naturaleza,
que la otra parte, a saber: la moralidad, para la cual estamos sino también un fin final, y si no para exponer la existencia de
libres de la cooperación de la naturaleza, consta a priori según su semejante ser, por lo menos (como se hacía en la teleología fí-
posibilidad y es dogmáticamente segura. Por lo tanto, para la rea- sica) para convencernos de que podemos hacernos comprensible
lidad teorética objetiva del concepto del fin final de los seres ]a posibilidad de tal mundo no sólo según fines, sino también por

298 299
la sola circunstancia de que atribuyamos un fin final a su exis- de la creación (como efecto), sino también un ser moral como
tencia. fundamento originario de la creación. Pero sí podemos decir:
Pero fin final es únicamente un concepto de nuesh·a razón que, dada la constitución de nuestra facultad racional, no pode-
práctica y no puede deducirse de ningún dato de la experiencia mos hacernos comprensible la posibilidad de tal idoneidad refe-
para aplicarlo al juicio de la naturaleza, ni tampoco puede refe- rida a la ley moral y a su objeto, corno es la de este fin final, sin
rirse al conocimiento de ésta. N o puede hacerse de este concepto un autor del mundo y reclor que al propio tiempo sea legislador
otro uso que para la razón práctica según leyes morales, y el fin moral.
final de la creación es aquella constitución del mundo, que coin- Por consiguiente, la realidad de un autor supremo moral-le-
cide con lo único que podemos indicar determinadamente por gislador está sólo suficientemente expuesta para el uso práctico
leyes, a saber: con el fin final de nuestra razón práctica, y sólo de nuestra razón, sin determinar nada teoréticamente con respecto
hasta donde haya de ser práctica. Pues bien, ·gracias a la ley a la existencia de aquél, puesto que, para la posibilidad de su fin
moral que nos impone este último fin, tenemos en el aspecto (el cual, aun sin eso, nos es impuesto ya por la legislación propia
práctico, o sea: para aplicar nuestras fuerzas al logro de ese fin, de la razón) necesita una idea mediante la cual se elimine del
un fundamento para admitir su posibilidad (la de su ejecución), mundo (de modo suficiente para la facultad de juzgar reflexionan-
y, por ende, también una naturaleza de las cosas coincidente con te) el obstáculo procedente de la capacidad de observar esa ley
él (porque sin la adhesión de la naturaleza a una condición que por meros conceptos naturales, y esta idea adquiere así realidad
no depende de nosotros, resultaría imposible lograr ese fin). Te- práctica, a pesar de que para el conocimiento especulativo carezca
nemos, por lo tanto, un fundamento moral para imaginar que en absoluto de todo medio de proporcionársela en el aspecto teo-
un mundo es tambión fin final de la creación. rético para la explicación de la naturaleza y la determinación de
Pero esto no basta todavía para que de la teleología moral la causa suprema. Para la facultad de juzgar teorético-reflexionan-
podamos inferir una teología, es decir, la existencia de un autor te, la teleología física demuestra suficientemente, a base de los
moral del mundo, sino solamente un fin final de la creación de fines de la naturaleza, una causa inteligente del mundo; para la
esta suerte determinado. Ahora bien, que para esta creación, es práctica, la teleología moral logra esto mediante el concepto de
decir, para la existencia de las cosas respondiendo a un fin final, un fin final que en el aspecto práctico se ve en el caso de atribun·
tenga que suponerse necesariamente como autor del mundo, en a la creación. Ahora bien, la realidad objetiva de la idea de
primer lugar, un ser inteligente, pero, en segundo lugar, no sólo Dios, como autor moral del mundo, no puede exponerse mediante
inteligente (como para la posibilidad de las cosas de la natura- fines físicos únicamente, bien que, asociando el conocimiento de
leza que nos veíamos en el caso de juzgar como fines) sino al éstos al del moral", aquéllos fines físicos adquieren gran impor-
propio tiempo moral, o sea, un Dios, es una segunda conclusión tancia (en virtud de la máxima de la razón pura: unidad de prin-
de tal índole que revela haber sido formulada meramente para la cipios, hasta donde quepa observarla) para venir en apoyo de la
facultad de juzgar según conceptos de la razón práctica, y, como realidad práctica de esa idea gracias a la que tiene ya en sentido
tal, para la facultad de juzgar reflexionante, no para la determi- teorético para la facultad de juzgar.
nante. En efecto, no podemos tener la presunción de conocer que, En este punto conviene poner en guardia contra una, mala
aunque en nosotros la razón moral-práctica sea, por sus principios, inteligencia que se produce con facilidad, y tener muy presente:
esencialmente diferente de la técnico-práctica, así tenga que ser
también en la causa suprema del mundo considerada corno inte- " Erdmann supone que el sustantivo por ellpsis suprimido en este
ligencia, ni que para el fin final se requiera un tipo especial de punto, debe ser "fin final", opinión que parece plausible a Vorlander; sin
causalidad de esta causa distinto del que sólo sirve para fines de embargo, ateniéndonos a la construcción gramatical kantiana, de la cual es
buena muestra toda esta cláusula, nos parece más justa la interpretación
la naturaleza; por lo tanto, tampoco de que en nuestro fin final de Garcia Morente al considerar que el sustantivo suprimido es simplemente
no tengamos sólo un fundamento moral para suponer un fin final 'fin". (N. del T.)

300 301
en primer lugar, que sólo por analogía podemos concebir estas al solo objeto de expresar como objeto de nuestra razón práctica
propiedades del ser supremo, pues ¿cómo íbamos a investigar su la posición de este ser que rebasa todas nuestras facultades de
naturaleza si la e~:periencia nada similar puede mostrarnos? En conocimiento, aunque sin que por ello le atribuyamos -de esta
segundo lugar, que por analogía podemos únicamente concebirlas, suerte teoréticamente la única causalidad de este tipo conocida
pero no conocerlas ni atribuírselas teoréticamente, pues~o que, por nosotros, a saber: un entendinúento y voluntad, y sin preten-
para la facultad de juzgar determinante, en el aspecto especulativo der siq uiera distinguir objetivamente la causalidad concebida en
de nuestra razón, esto sería necesario para comprender que fuera él con respecto a aquello que para nosotros es fin final p or estar
en sí la causa suprema del mundo. En cambio, lo único que tene- en ese mismo ser, de la causalidad con respecto a la naturaleza
mos que buscar en este caso es qué concepto podemos hacemos (y sus propias determinaciones de fines), sino que sólo podemos
de él según la constitución de nuestras facultades de conocimiento suponer que esta diferencia es necesaria subjetivamente para la
y si hemos de suponer su existencia para conferir aunque sólo se~ índole de nuestra facultad de conocer y como válida para la fa-
realidad práctica a un fin que la pura razón práctica, sin ninguno cultad de juzgar reflexionante, no para la objetivamente détermi-
de esos presupuestos, nos impone a priori que obtengamos ponien- nante. Pero si lo que importa es lo práctico, ese principio regulativo
do en ello todas nuestras fuerzas, o sea únicamente para que po- (para la prudencia o sabiduría) de obrar de acuerdo con aquello,
damos concebir como posible un efecto propuesto. Sin embargo, a título de fin, que ateniéndonos a la índole de nuestras facultades
cabe la posibilidad de que ese concepto sea trascendente para la de conocimiento puede ser concebido por nosotros únicamente de
razón especulativa, y, además, que las propiedades que de esta cierto modo, es al propio tiempo constitutivo, es decir, determi-
suerte atribuimos al ser pensado, encierren en sí, objetivamente nante en el orden práctico; sin embargo, el mismo, a título de
consideradas, un antropomorfismo; al fin y al cabo, tampoco las principio para juzgar la posibilidad objetiva de las cosas, en modo
usamos con el propósito de determinar la naturaleza de ese ser, alguno es teoréticamente determinante (en el sentido de que
inalcanzable para nosob·os, sino para determinarnos de esta suerte también al objeto le corresponda el único modo de posibilidad
nosotros mismos y nuestra voluntad. Así como calificamos una que corresponde a nuestra facultad de pensar ), sino mero prin-
causa por el concepto que tenemos del efecto (pero sólo con res- cipio regulativo para la facultad de juzgar rcflexionante.
pecto a su relación con éste), sin pretender determinar intrínse-
camente la constitución interna de ella por medio de las propie-
dades de esa causa, que única y exclusivamente por la experiencia COMENTARIO
tienen que semos dadas y conocidas; así como, por ejemplo, atri-
buimos al alma, entre otras, una vis locomotiva, porque real- No es esta prueba moral UD argumento de nueva invención,
mente se producen en el cuerpo movimientos cuya causa está en antes bien, en todo caso, objeto de una explicación nueva, puesto
las representaciones de aquélla, sin que por ello pretendamos que ya desde la primera germinación de la humana facultad
atribuirle el único modo en que conocemos fuerzas motrices (a de razón se encontraba en ésta, habiéndose limitado a des-
saber: por atracción, presión, choque, o sea, movimiento que arrollarse cada vez más corriendo parejas con el cultivo pro-
siemp~e presupone un ente dotado de extensión): así también gresivo de esa facultad. En cuanto los hombres comenzaron a
tendremos que suponer algo que contenga el fundamento de la reflexionar sobre lo justo y lo injusto, en una época en que toda-
posibilidad y de la realidad práctica, es decir, de la realizabilidad vía prescindían con indeferencia de la idoneidad de la naturaleza
de un fin final moral necesario; pero esto, atendiendo a la índole y la utilizaban sin concebir en ella más que el curso ordinario de
del efecto que de ello esperamos, podemos concebirlo como un ésta, tuvo que imponerse inevitablemente el juicio siguiente: que
ser sabio oue rige el mundo según leyes morales, y, de conformidad a la postre en modo alguno había de resultar indiferente que UD
con la índole de nuestras facultades de conocimiento, tendremos hombre se haya portado sincera o falsamente, justa o violenta-
que concebirlo como causa de las cosas, distinta de la naturaleza, mente, a pesar· de que hasta el fin de sus días no se descubriera,

302 303
\1 il BIBUOTECA
_CARLOS GAV!ftiA O~
,....._,.,..,....,.
......
por lo menos visiblemente, que sus virtudes fueran premiadas con § 89
la felicidad o que sus crímenes fueran castigados. Es como si
hubiesen percibido en su interior una voz que les dijera que las De lo útil del argumento moral
cosas tenían que ocurrir de otro modo; en consecuencia, debían
tener recóndita la representación, bien que vaga, de algo que se
sentían obligados a perseguir, algo que no se conciliaba con aquel El limitar la razón con respecto a todas nuestras ideas de lo
resultado, o con lo cual, si había que considerar el curso del suprasensible a las condiciones de su uso práctico, en lo que res-
mundo como el único orden de las cosas, no acertaban a conciliar pecta a la idea de Dios, tiene la ventaja innegable de impedir que
esa intrínseca disposición finalista de su espíritu. Ahora bien, la teología se exalte a teosofía (en conceptos trascendentes que ex-
por torpe que en muchos aspectos fuese el modo en que se repre- travíen a la razón) o degenere en demonología (modo de repre-
sentaran cómo había que resolver semejante irregularidad (mucho sentación antropomórfica del ser supremo); que la religión caiga
más irritante para el espíritu humano que el ciego azar, que acaso en la teúrgia (exaltado delirio de poder tener la sensación de otros
quisiera tomarse como principio para el juicio de la naturaleza), seres suprasensibles, y, a su vez, influencia sobre ellos) o en la
jamás podían imaginarse, para la posibilidad de conciliar la na- idolatría (delirio supersticioso de poder hacerse propicio el ser su-
turaleza con su íntima ley moral, otro principio que una causa premo a base de otros medios que no sean las intenciones mo-
suprema que rigiera el mundo según leyes morales, puesto que rales) 0 •
constituye una contradicción que se les hubiera impuesto como Y es que si se concede a la vanidad o presunción de sutilizar
deber un fin final, y que fuera de ellos estuviera sin fin final el derecho a determinar teoréticamente (y ampliando el conoci-
alguno una naturaleza, en la cual, sin embargo, había de conver- miento) lo más mínimo con respecto a aquello que cae más allá
tirse en realidad aquel fin. Pues bien, por absurdas que fueran del mundo de los sentidos, si se le consiente que alardee con
las elucubraciones que hicieran sobre la índole intrínseca de esa opiniones sobre la existencia y constitución de la naturaleza divi-
causa del mundo, seguía siendo la misma aquella posición moral na, sobre su entendimiento y voluntad, sobre las leyes de ambos
del régimen del mundo, la cual está al alcance de toda razón, aun y sobre las propiedades que de ahí se originan para el mundo,
de la más inculta, considerándola en el aspecto práctico, mienu·as, quisiera saber yo dónde y en qué sitio se ponchía coto a las arro-
por el contrario, la especulativa dista mucho de poder seguir su gancias de la razón, pues una vez aceptadas esas opiniones, cabe
marcha. Asimismo, todo induce a suponer que ese interés moral esperar que otras más salgan de la misma fuente (basta sólo,
despertara ante todo la atención hacia la belleza y fines de la como se supone, apurar la reflexión). Sin embargo, para limitar
naturaleza, que luego habían de constituir excelentes medios para tales pretensiones habría que atenerse a cierto principio, sin fun-
robustecer aquella idea, bien que no para fundarla, y mucho darse simplemente en la circunstancia de que hasta ahora hayan
menos para abandonarla, porque aun la investigación de los fines fracasado todas las tentativas hechas con ellas, puesto que ese fra-
de la naturaleza únicamente en relación con el fin final adquiere caso nada demuestra contra la posibilidad de obtener un mejor
aquel interés inmediato que en tan gran medida se muestra en resultado. Y en este caso no cabe otro principio que uno de dos:
la admiración que provoca prescindiendo de cualquier ventaja o admitir que sobre lo suprasensible nada en absoluto puede de-
que de eJia pueda obtenerse.
,. Es asimismo idolatría, en el sentido práctico de la palabra, aquella
religión que se imagina al ser supremo dotado de propiedades según las cua-
les puede otra cosa que la moralidad ser de por sí la condición apropiada
para conformarse con su voluntad en lo que el hombre puede hacer, puesto
que por puro que se haya concebido aquel concepto, y por más que en el
aspecto teorético se haya mantenido libre de imágenes sensibles, en lo prác-
tico resulta luego un ídolo, es decir, representado antropomórficamente según
la constitución de su voluntad.

304 305
terminarse teoréticamente (como no sea sólo de modo negativo), conclusión de la teleología moral, al igual que, por otra parte,
o que nuestra razón encierra una mina, todavía inexplotada, de todo su uso solamente para esta última es necesaria, a causa de
conocimientos de insospechada vastedad, guardados para nosotros nuestra determinación práctica.
y nuestros descendientes. Por lo que afecta a la religión, es .decir,
a Ja moral en relación con Dios como legislador, de considerar
obligado que el conocimiento teorético de éste sea previo, no sólo § 90
la moral tiene que regirse por la teología, sin limitarse a sustituir
una legislación intrínseca necesaria de la razón por otra extrínseca De la clase de aquiescencia en una prueba teleol6gica *
arbitraria de un ser supremo, sino que, además, todo lo que haya de la existencia de Dios
de defectuoso en nuestro conocimiento de la naturaleza de ese ser
tendrá que hacerse extensivo al precepto moral, subvirtiendo la
religión hasta hacerla inmoral. De toda prueba, lo mismo si se hace (como ocurre con ~a
prueba mediante observación del objeto o experi~ento) por medio
Por lo que respecta a la esperanza de una vida futura, si, en de la exposición empírica directa de lo que .qu~e~e demostr~rse,
vez del fin final que debemos cumplir de acuerdo con el precepto que si mediante la razón a priori a base de prmcipiOs, se requiere,
de la ley moral, consultamos nuestra facultad de conocimie?to ante todo, que no nos sugestione, sino que nos convenza, o, por lo
teorético como guía del juicio racional sobre nuestra destinaClÓn menos, induzca a convicción, es decir, que el argumento o la
(la cual sólo en sentido práctico será considerada necesaria o acep- conclusión no sea un mero motivo subjetivo (estético) que de-
table), la teoría del alma, lo mismo que antes la teología, no nos termine el aplauso (mera apariencia), sino una razón de v~idez
dará, en este aspecto, sino un concepto negativo de nuestxo ser objetiva y lógica para el conocimiento, pues de lo .contrario el
pensante, a saber: que ninguno de los actos y manifestaciones del entendimiento se queda embelesado pero no convencido. De ese
sentido interno puede explicarse de modo materialista, y que, por tipo de pmeba aparente es aquella que, tal vez con buena inten-
lo tanto, acerca de su naturaleza separada y de la duración o no ción pero encubriendo adrede su debilidad, se emplea en la teolo-
duración de su personalidad después de su muerte nos es a~solu­ gía natural cuando se trae a colación la gran multitud de pruebas
tamente imposible formular un juicio determinante extenSivo a en pro de un origen de las cosas de la naturaleza según el .Pr_in-
base de motivos especulativos mediante toda nuestra facultad de cipio de los fines, aprovechando el fondo meramente sub¡etivo
conocimiento teorética. Y como en este caso queda todo confiado de la razón humana, a saber: su propia tendencia a englobar
al juicio teleológico de nuestra existencia en el aspecto práctica- varios principios en uno solo, con tal de que pueda hacerse sin
mente necesario y a la suposición de nuestra perdurabilidad como contradicción, y si en ese principio se encuentran sólo unos pocos,
condición requerida para el fin que nos es impuesto absolutamen- o aunque sean muchos, de los requisitos necesarios para la deter-
te por la razón, se pone de relieve al propio tiempo en este caso minación de un concepto, a añadirle imaginariamente los demás
la ventaja (aunque a ptimera vista parezca ser pérdida) de que para completar el concepto de una cosa a base de aditamentos
así como la teología nunca podrá convertirse en teosofía para arbitrarios. Y es natural, puesto que si en la naturaleza encon-
nosotros, tampoco la psicología racional podrá jamás convertirse tramos tantos productos que para nosotros son indicios de una
en pneumatologia como ciencia extensiva, a la vez que, por otra causa inteligente, ¿por qué, en vez de varias de esas causas, no
parte, se tiene la garantía de no caer en ningún materialismo; concebiríamos mejor una sola, atribuyéndole al propio tiempo,
antes bien seguirá siendo mera antropología del sentido interno, no sólo gran entendimiento, poder, etc., antes bien omnisciencia,
es decir conocimiento de nuestro yo pensante en la vida, y mera- omnipotencia, en una palabra: considerándola como una causa que
mente ~mpírica como conocimiento teorético. En cambio, la psi-
cología racional, en lo referente a la cuestión de nuestra exist~n­ * El original dice : "prueba moral"; "tcleológica" es corrección de Ro-
cia eterna, no es ciencia teorética, sino que se apoya en una úmca senkranz. {N. del T.)

306 307
contenga el fundamento suficiente de tales propiedades para todas prueba Ka:r' 'aA.yvnav o KM' <O.v'!1~7Tov, tomando la última palabra
las cosas posibles? Y más aún: ¿por qué no atribuirle a ese ser en su acepción de hombres en general). En el primer caso se
originario único, que todo lo puede, no sólo inteligencia para los funda en principios suficientes para la facultad de juzgar determi-
productos y leyes de la nahrraleza, sino también, a título de causa nante; en el segundo, sólo para la reflexionante. En el último caso
moral del mundo, la más alta razón práctica moral, si perfec- como se apoya en principios meramente teóricos, jamás puede
cionando de esta suerte el concepto se indica un principio con- inducir a convicción; pero si toma por fundamento un principio
juntamente suficiente para el conocimiento de la naturaleza y racional práctico (que, por lo tanto, rija de modo universal y
para la sabiduría mora~ sin que contra la posibilidad de seme- necesario), puede aspirar a una convicción suficiente en el as-
jante idea pueda esgrimirse objeción que tenga algún fundamen- pecto práctico puro o sea: a una convicción moral. Pero una
to? A.i)ádase a esto, al propio tiempo, que se pongan en juego prueba induce a convicción, aun sin convencer, con sólo q ue ponga
los resortes morales del espíritu, cuyo interés se avive con la en el camino que lleva a la convicción, es decir, con sólo que
fuerza de la elocuencia (de la cual son perfectamente dignos), y para ello contenga motivos objetivos que, aun sin ser suficientes
la sugestión nos llevará a aceptar la validez objetiva de la prueba para la certidumbre, su carácter hace que sirvan de algo más que
dotada (en la mayor parte de casos en que se usa) de una apa- de meros fundamentos subjetivos del juicio para sugestionar.
riencia saludable que la pone totalmente por encima de todo exa- Ahora bien, todos los argumentos teoréticos bastan: 19, para
men de rigor lógico, y aun sintiendo por éste repugnancia y la prueba a base de raciocinios estrictamente lógicos; o bien,
horror como si se fundara en sacrílega duda. Pues bien, sin duda cuando así no sucede, 29, para la conclusión por analogía; o, si
nada hay que decir contra esto si lo que se tiene en cuenta es tampoco esto sucede, aun 39, para la opinión verosímil; o, final-
propiamente la utilidad popular; sin embargo, no puede ni debe mente, que es lo mínimo, 49, para la aceptación de un fundamento
dejarse de hacer la descomposición de este argumento en las dos de explicación meramente posible, como hipótesis. Pues bien·, yo
partes heterogéneas que contiene, correspondientes a la teleología digo que absolutamente ninguno de los argumentos susceptibles
física y a la teleología moral, respectivamente, puesto que si se de inducir a c0nvicción teorética, puede lograr una certeza de
mantienen mezcladas no es posible conocer dónde se halla pro- ese tipo, de la más alta a la más baja, si se pretende demos-
piamente el nervio de la prueba, y en qué parte y cómo tiene que trar la tesis de la existencia de un ser originario, en calidad de
ser elaborado éste para que su validez pueda resistir al más se- Dios, existencia que imprima sentido adecuado a todo el contenido
vero examen (aun cuando nos viéramos obligados a confesar en de ese concepto, a saber: en calidad de autor moral del mundo, de
una parte lo endeble de nuestro conocimiento racional), el filó- suerte, por lo tanto, que mediante él se indique al propio tiempo
sofo tiene el deber ( suppniendo que hiciera caso omiso de que el fin final de la creación.
se le pidiera sinceridad), de poner al descubierto lo aparente, 19 En lo que respecta a la prueba lógicamente correcta,
por saludable que sea, que pueda resultar de tal mezcla, y de que va de lo universal a lo particular, ya se expuso suficiente-
deslindar lo que sólo causa sugestión de aquello que induce mente en la Crítica que como al concepto de un ser que haya
a convicción (ambas cosas, calificaciones del asentimiento dis- de buscarse más allá de la naturaleza no le corresponde ninguna
tintas no sólo por el grado sino aun por su índole), con el objeto intuición posible para nosotros, o sea: que su concepto, en cuanto
de que se exponga en toda su pureza la concepción del espíritu haya de ser determinado teoréticamente mediante predicados sin-
en esta prueba, y éste quede en condiciones de someterse leal- téticos, seguirá siendo siempre problemático para nosotros, no hay
mente al examen más severo. en absoluto conocimiento de él (gracias al cual se ampliara en
Pero una prueba que aspire a convencer, puede ser, a su vez, lo más mínimo la extensión de nuestro saber teorético), y el
de dos clases: según que pretenda demostrar lo que un objeto concepto particular de un ser suprasensible en modo alguno pue-
sea en sí, o lo que sea para nosotros (los hombres), según los de subsumirse bajo los principios universales de la naturaleza de
principios racionales de un juicio necesarios para nosotros (una las cosas, de suerte que de éstos pudiera inferirse ese ser, puesto

308 309
que esos principios valen exclusivamente para la naturaleza como terrrunaciones específicas (la atracción o repulsión materiales) y
objeto de los sentidos. atribuirlas a los ciudadanos para constituir un · sistema denomina-
29 Aunque una de dos cosas heterogéneas puede concebirse do Estado. De igual modo, con respecto a las cosas del mundo
por analogía 0 con la otra, precisamente en el punto de su hete- como fines naturales, podemos concebix la causalidad del ser
rogeneidad, de aquello en que son heterogéneas no es posible originario por analogía con un entendimiento, como fundamento
que, por analogía, concluyamos de uno la otra, es decir, transfe- de las formas de ciertos productos, que llamamos obras de fábrica
rir a la otra esta nota de la diferencia específica. Así, por ana- (puesto que esto se hace sólo a los efectos del uso teorético o prác-
logía con la ley de la igualdad de la acción y reacción de la tico de nuestra facultad de conocer que según cierto principio,
atracción y repulsión mutua de los cuerpos entre sí, puedo con- hemos de hacer de este concepto con respecto a las cosas natura-
cebir también la comunidad de los miembros de un ente comunal les del mundo; pero del hecho de que entre seres del mundo tenga
regido por reglas jurídicas, pero no transferir a ésta aquellas de- que distribuirse entendimiento a la causa de un efecto artificial,
en modo alguno puede concluirse, por analogía, que, también con
" Analogía (en su acepción cualitativa) es la identidad de la relación respecto a la naturaleza misma, la misma causalidad que percibi-
entre fundamentos y consecuencias (causas y efectos) en cuanto tiene lugar
a pesar de la diferencia específica de las cosas o de aquellas cualidades en sí mos en el hombre corresponda al ser que es completamente dis-
que contienen el fundamento de consecuencias parecidas (es decir, conside- tinto de la naturaleza, puesto que esto afecta precisamente al punto
radas fuera de esta relación). Así, para explicarnos las construcciones que de heterogeneidad que se concibe entre una causa sensiblemente
hacen los animales, comparadas con las de los hombres, imaginamos que el condicionada en cuanto a sus efectos y el ser suprasensible aun
fundamento de los efectos de los primeros, que no conocemos, comparado
con el de parecidos efectos del hombre (la razón), que conocemos, es un en su concepto, y, por consiguiente, no puede transferirse a éste.
análogo de la razón, con lo cual queremos indicar al propio tiempo que el Precjsamente en la circunstancia de que sólo pretendamos conce-
fundamento de la aptitud constructiva de los animales, denominada instinto, bir la causalidad divina por analogía con un entendimiento (fa-
aun siendo de hecho específicamente distinta de la razón, tiene, sin embargo, cultad que no conocemos en ningún otro ser sensiblemente condi-
una relación parecida con el efecto (las construcciones de los castores com-
paradas con las de los hombres). Pero el hecho de que el hombre use de· cionado que no sea el hombre), estriba la prohibición de atribuir
la razón para sus constnteciones, no autoriza a concluir que la tenga tam- tal entendimiento, en la acepción propia de la palabra, a ese ser
bién necesariamente el castor; lo calificamos de conclusión por analogía. Pero suprasensible ~.
comparando el modo de obrar de los animales (cuyo motivó no podemos
percibir directamente) con el análogo de los hombres (del que tenemos 39 En juicios a p1'iori no cabe opinar, puesto que con ellos o se
conciencia directa), podemos muy correctamente concluil', por analogía, que conoce una cosa como completamente cierta o no se conoce abso-
también los animales obran por representaciones (sin suponer que sean má- lutamente nada. Pero si también son empíricos los argumentos
quinas, como pretende Descartes) y que por su génel'O (como seres vivos) dados de que partimos (en este caso: los fines del mundo), con
son idénticos al hombre a pesar de su diferencia específica. El principio que
hace lícito este modo de concluir, radica en la identidad del motivo que te- ellos no puede irse más allá del mundo de los sentidos, y tan
nemos para incluir en el mismo género a los animales, con respecto a una arriesgados juicios no pueden tener la menor aspiración a ser
determinación pensada, y a los hombres como hombres, comparándolos exte- verosímiles. En efecto, la verosimilitud es una parte de una
riormente entre sí por sus actos. Es un caso de par ratio< Igualmente puedo certidumbre (cuyas razones se comparan en ella con la su·
concebil' la causalidad de la causa suprema del mundo, comparando sus pro-
ductos idóneos del mundo con las construcciones del hombre, y atribuyéndole ficiente, como las partes con el todo) posible en cierta serie de
por analogía un entendimiento, pero no que haya una analogía con estas razones, parte para la cual es preciso que pueda completarse
propiedades del hombre, puesto que en este caso falta precis.u:nente el prin- aquella razón insuficiente. Y como tienen que ser homogéneos
cipio de la posibilidad de ese modo de conclusión, a saber: la paritas rationis,
que permita incluil' en un mismo género al ser supremo y al hombre (aten-
diendo a su mutua causali.dad). La causalidad de los seres del mundo, * Con ello no se echa en falta lo más mínimo en la representación de
siempre sensiblemente condicionada (como lo es la debida al entendimiento), las relaciones de ese ser con el mundo, tanto por lo que se refiere a las con-
no puede transferirse a un ser que no tenga de común con aquéllos otro secuencias teóricas como a las prácticas de ese concepto. Querer indagar qué
concepto genérico que el de cosa. · sea en sí ese ser, es temeridad tan desprovista de objeto como vana.

310 311
como fundamentos demostrativos de la certidumbre de un mismo que contiene el último fundamento del mundo de los sentidos,
juicio, pues de lo contrario no constituirían conjuntamente una pero ese fundamento no constituye aún un conocimiento (como
magnitud (como lo es la certidumbre), no es posible que parte ampliación del concepto) de su constitución intrínseca.
de ellos se halle dentro de los límites de toda experiencia posible,
y otra parte fuera de toda experiencia posible. PoT consiguiente,
como los argumentos pmamente empú·icos no conducen a nada su- § 91
prasensible, y tampoco pueden completarse las fallas que haya
en la serie de ellos, el intento de Ilegal" con ellos a lo suprasensible . Del modo de aquiescencia lograble por medio de una fe práctica
y a un con9cimiento de ello, no se logra ni siquiera con la mínima
aproximación, y, en consecuencia, en un juicio sobre eso último, Si atendemos únicamente al modo en que algo puede ser
tampoco se logra ninguna verosimilitud mediante argumentos objeto de conocimiento (res cognoscíbilis) para nosotros (según
tomados de la experiencia. la constitución subjetiva de nuestras facultades de representa-
ción), los conceptos se confrontaTán entonces, no con los objetos,
4<? Si se quiere que algo sirva de hipótesis para la explica- sino solamente con nuestras facultades de conocimiento y con el
ción de la posibilidad de un fenómeno dado, es necesaTio, por uso que éstas puedan hacer (con miras teoréticas o prácticas) de
lo menos, que la posibilidad de eso sea absolutamente segura. Es la representación dada, y la cuestión acerca de si algo es o no un
suficiente que en una hipótesis se renuncie al conocimiento de la ser cognoscible, no afecta a la posibilidad de las cosas mismas
realidad (que sigue sosteniéndose en una opinión emitida como sino a nuesh·o conocimiento de ellas.
verosímil); pero más no puede sacrificarse; la posibilidad de Ahora bien, las cosas cognoscibles son ele tres clases: cosas
aquello que tomamos por fundamento de una explicación, nece- de opinión ( opinabile), hechos ( scibile) y cosas de fe (mere cre-
sita, por lo menos, no hallarse expuesto a duda alguna, pues de dibile).
lo contraTio no habría modo de poner coto al desenfreno de la
fantasía. Y sería una suposición completamente gratuita admitir
1<? Los objetos de las meras ideas racionales, que no pueden
ser expuestos para el conocimiento teorético en algún modo de
la posibilidad de un ser suprasensible determinado por ciertos
expe1iencia posible, tampoco son, en consecuencia, cosas cognos-
conceptos, pues para ello no se da ninguna de las condiciones
cibles, y, por ende, ni siquiera puede opinarse con respecto a
exigidas paTa un conocimiento según lo que en él se apoya en
ellos, y así opinaT a prim·i es ya algo absurdo en sí y camino que
la intuición, y como criterio de esa posibilidad no queda, por lo conduce directamente a puras quimeras. O nuestra tesis a p1·iorí
tanto, más que el mero principio de contradicción (que no pue- es, pues, cierta, o nada contiene susceptible de aquiescencia. Por
de demostrar más que la posibilidad del pensar, pero no la del consiguiente, las cosas de opinión son siempre objetos de un co-
objeto pensado mismo). nocimiento de experiencia por lo menos posible en si (objetos del
De esto resulta que paTa la razón humana no es posible en mundo de Jos sentidos), pero imposible para nosotros a causa
absoluto la menor prueba en sentido teorético, ni siquiera con el del solo grado que poseemos de esta facultad. Así, el éter de los
mínimo grado de aquiescencia, en pro de la existencia del ser fisicos modernos, un fluído elástico que atraviesa todas las demás
originario como divinidad o del alma como espíritu inmortal; y materias (e íntimamente mezclado a ellas) , es mera cosa de opi-
esto por un motivo muy comprensible: porque no existe paTa nión, pero siempre de tal índole que podría ser per~ibido si los
nosotros ninguna materia que nos permjta determinaT las ideas sentidos exteriores se aguzaran al más alto grado; sm embargo,
de lo suprasensible, pues deberíamos tomaTla de cosas del mundo jamás puede exponerse en algún modo de obs~rvación o .e>..1)eri-
de los sentidos, y esa, simplemente, no sería apropiada para ese mento. Suponer que en otros planetas hay hab1tantes racwnales,
objeto; por consiguiente, sin tener la menor determinación. de es cosa de opinión, pues si pudiéramos acercarnos más a ellos,
esas ideas no nos queda más que concepto de un algo no sens1ble cosa posible en sí, decidiríamos por experiencia si los hay o no;

312 313
pero como nunca podremos llegar tan cerca de ellos, la cosa 3. Los objetos que, en relación con el uso conforme al deber
queda en opinión. Para opinar que en el universo material haya de la pura razón práctica (como consecuencias o como fundamen-
espíritus puros que piensen sin cuerpo (si se descartan, como es tos), necesitan concebirse a priori, pero que son trascendentes para
justo, ciertos fenómenos reales presentados como tales espíritus), el uso teorético de esa facultad, son meras cosas de fe. Así es el
significa hacer fantasías, y no constituye cosa de opinión sino la sumo bien del mundo, realizable por la libe1tad; su concepto no
mera idea que queda si se elimina de un ser pensante todo lo puede demostrarse en ninguna experiencia posible para nosotros,
material pero se le deja el pensar. Sin embargo, no podemos de- por lo tanto, tampoco de tUl modo suficiente, según su realidad
cidir si entonces queda esto último (que sólo conocemos en el objetiva, para el uso teorético de la razón, bien que la práctica
hombre, o sea, asociado a un cuerpo). Una cosa tal es un ente razón pura nos imponga su uso con vistas a obtener lo mejor po-
de la razón raciocinante, no un ente de la razón razonada, pues sible ese fin, debiendo, por ende, considerarse como posible. Este
del último cabe exponer suficientemente la realidad objetiva de efecto impuesto, junto con las únicas condicione.s concebibles por
su concepto por lo menos para el uso práctico de la razón, porque nosoh·os para su posibilidad, a saber: la existencia de Dios y la
éste, que tiene sus principios a ptio?'i preculiares y apodíctica-
inmortalidad del alma, son cosas de fe (?"es fidei), y precisamente
mente ciertos, incluso lo exige (lo postula). los únicos entre todos los objetos, que pueden ser denominados
2. Los objetos para conceptos cuya realidad objetiva pueda
demosh·arse (bien por medio de la razón pura, bien por medio así 0 • En efecto, aunque por nosotros tenga que creerse aquello
de la experiencia, y, en el primer caso, a base de los datos teoré- de que nos enteramos sólo por la eA.'Periencia de otros, no por
ticos o prácticos de aquélla pero mediante una intuición que les ello se convierte ya en cosa de fe en sí, pues, en aquellos testi-
corresponda), son hechos ( 1·es facti) 0 • Así son las propiedades gos, para uno fue propia experiencia y hecho, o como tal se su-
matemáticas de las magnitudes (en geometría), porque son sus- pone. Además, tiene que ser posible llegar por este camino (de
ceptibles de exposición a priori para el uso teorético de la razón. la fe histórica) al saber, y los objetos de la historia y de la geo-
Además, son igualmente hechos las cosas, o sus cualidades, que grafía, como en general todo lo que es posible saber por lo menos
pueden exponerse por experiencia (por la propia, o, mediante según la constitución de nuestras facultades de conocimientos, no
testimonios, por la ajena). Hay, sin embargo, una cosa muy se incluyen entre las cosas de fe, sino enh·e los hechos. En todo
notable: que entre los hechos se encuentre también una idea ra- caso, sólo los objetos de la razón pura pueden ser cosas de fe,
cional (en sí no susceptible de exposición en la intuición, y, por pero no a título de objetos de la mera razón especulativa pura,
ende, su posibilidad no lo es tampoco de demostración teoréti- pues entonces ni siquiera podrían incluirse entre las cosas, es de-
ca); es la idea de libeliad, cuya realidad, a título de modo par- cir, entre los objetos de ese conocimiento posible para nosotros.
ticular de causalidad, (cuyo concepto sería trascendente en el Son ideas, o sea: conceptos a los cuales no puede asegurarse teo-
aspecto teorético), puede exponerse mediante leyes prácticas de réticamente realidad objetiva. En cambio, el supremo fin final
la razón pura y, de conformidad con éstas, en verdaderos actos, que hemos de alcanzar, el único gracias al cual podemos llegar
o sea : en la experiencia. Es la única entre todas las ideas de la a ser dignos de ser nosotros mismos fin final de la creación, es
razón pura, cuyo objeto sea un hecho, y tiene que ser incluido una idea que en el aspecto práctico tiene para nosotros realidad
entre los scibilia. objetiva, y es cosa; pero, dado que en el aspecto teorético no
* En este caso ensancho, me parece que con razón, el concepto de * Pero no por eso son artículos de fe las cosas de fe, pues con la pri-
hecho más allá de la acepción usual de la palabra, puesto que no es necesa- mera denominación se entienden sólo las cosas de fe a cuyo reconocimiento
rio, ni siquiera factible, circunscribir esta expresión a la verdadera e>.J)eriencia
cuando es cuestión de las relaciones de las cosas con nuestras facultades de (interior o exterior) puede obligársenos; no los contiene, pues, la teologia
conocimiento, pues con tal de que sólo sea posible, una experiencia basta ya natural, puesto que, no pudiendo fundru:se en pruebas teoréticas (como los
para que podamos calificarlas de simples objetos de un determinado modo hechos), en su calidad de cosas de fe, sólo una libre aquiescencia, y única-
de conocin1iento. mente a titulo de tal, puede conciliarse con la moralidad del sujeto.

314 315
podemos proporcionar esta realidad a este concepto, que es mera sólo se supone con vistas al uso práctico de la razón, y, por con-
cosa de fe pru:a la razón pura, y con él, lo son al propio tiempo siguiente, no es prácticamente necesaria como el deber mismo 0 •
Dios y la inmortalidad, a título de condiciones únicas con que, La fe (como habitus, no como actus) es el modo de pensa-
dada la índole de nuestra razón (humana), podemos concebir la miento moral de la razón en la aquiescencia a aquello que es
posibilidad de aquel efecto del uso legal de nuestra libertad. Pero inaccesible para el conocimiento teorético. Es, por consiguiente,
la aquiescencia a cosas de fe, lo es en pura intención práctica, es el principio firme del espíritu a considerar como verdadero 00 ,
decir, una creencia moral que nada demuesh·a para el conoci-
miento racional teorético puro, sino sólo para el práctico dirigido a :;. El fin final, que la ley moral nos invita a perseguir, no es el funda-
.mento del· deber, pues éste se halla en la ley moral que, a titulo de principio
la observancia de sus deberes, y no ensancha la especulación o las práctico formal, guía categóricamente, prescindiendo de los objetos de la
reglas de sabiduría prácticas según el principio del amor a si facultad de apetecer (de la materia de la voluntad), y, por ende, de todo
mismo. Si el principio supremo de todas las leyes morales es un fin. Esta cualidad formal de nuestros actos (la subordinación de éstos bajo
postulado, se postula así al propio tiempo la posibilidad del el principio de la validez universal), lo único en que estriba su valor moral
intrínseco, depende totalmente de nosotros, y podemos prescindir perfecta-
objeto supremo de éstas, y, por ende, también la condición en mente de la posibilidad o irrealizabilidad de los fines que nos corresponde
que podemos concebir esa posibilidad. Ahora bien, con eso, el perseguir de acuerdo con esa ley (porque en ellos esb"iba sólo el valor exte-
conocimiento de ésta última no se convierte en saber ni opinión rior de nuestros actos), por ser algo que jamás dependerá totalmente de
nosotros, teniendo en cuenta únicamente lo que nos es dado hacer. Pero la
de la existencia e índole de estas condiciones como conocimiento intención de perseguir el fin final de todos los seres racionales (la felicidad,
teorético, sino solamente en suposición en el aspecto práctico y siempre que se armonice con el deber), viene impuesta también por la mi&ma
además obligado para el uso moral de nuestra razón. ley del deber. Sin embargo, la razón especulativa no conoce si esa intención
puede realizarse (ni por parte de nuestra propia capacidad Hsica, ni con la
Aunque en los fines de la naturaleza, que en tan copiosa cooperación de la naturaleza), antes bien tiene que calificar de esperanza
medida nos presenta la teleología física, pudiéramos fundar apa- infundada y vana, aunque bien intencionada, nuestra suposición de que de
rentemente un concepto determinado de una causa inteligente del esas causas, hasta donde razonablemente podamos juzgar, haya de surgir ese
mundo, no por ello sería cosa de fe la existencia de ese ser, pues efecto de nuestra buena conducta, y si pudiera tener seguridad absoluta de
este juicio, consideraría la ley moral misma como mera ilusión de nuestra
como esto se acepta, no con vistas al cumplimiento de nuestro razón en el aspecto práctico. Pero como la razón especulativa se convence
deber, sino sólo para la explicación de la naturaleza, no sería más plenamente de que jamás puede ocurrir esto último, mienb·as, por el contra-
que opinión e hipótesis adecuada a nuestra razón. Ahora bien, rio, cabe concebir sin contradicción esas ideas cuyo objeto cae más allá de
aquella teleología en modo alguno conduce a un determinado la naturaleza, tendrá que reconocer como reales esas ideas, para su propia
ley práctica y para la tarea que por ella se le impone, o sea: en el aspecto
concepto de Dios, concepto que, por el contrario, sólo se encuen- moral, si no quiere incurrir en contradicción consigo misma.
tra en el de un autor moral del mundo, porque únicamente éste ":;. Es una confianza en la promesa de la ley moral, pero no como si
proporciona el fin final, denh·o del cual sólo podemos incluirnos esa promesa estuviera contenida en la misma ley moral, sino que se la atri-
buimos nosotros, precisamente con fundamento moralmente suficiente, pues
a condición de que nos comportemos en consonancia con lo que ninguna ley de la razón puede imponer un fin final sin que la razón prometa
nos impone, o sea: con aquella que nos obliga, a título de fin al propio tiempo, aunque de modo incierto, que ese fin es realizable, justifi-
final, la ley moral. En consecuencia, sólo mediante su referencia cando también con ello la aquiescencia a las únicas condiciones en que nues-
al objeto de nuestro deber, corno condición de la posibilidad de b·a razón puede concebir exclusivamente que lo sea. Es lo que expresa ya la
palabra fides, cabiendo sólo ciertas sospechas acerca de cómo esta expresión
alcanzar el fin final de éste, adquiere el concepto de Dios la y esta idea especial se hayan incorporado a la filosofía moral, pues habiendo
preeminencia de valer corno cosa de fe en nuestra aquiescencia, hecho su primera aparición cuando el cristianismo, podría parecer que su
en cambio, ese mismo concepto no puede hacer que su objeto aceptación constituyera sólo imitación aduladora del lenguaje de esa religión.
valga como un hecho, pues aunque la necesidad del deber sea Sin embargo, no sería éste el único caso en que esa maravillosa religión, a
pesar de la suma sencillez de su exposición, hubiese enriquecido la filosofía
perfectamente clara para la razón práctica, la obtención de su con conceptos de moralidad mucho más determinados y puros de lo que
fin final, siempre que éste no dependa totalmente de nosoh·os hasta entonces había logrado hacer aquélla, pero que, una vez introducidos,

316 317
lo que es necesario suponer como condición para la posibilidad del cionar influencia, constituye una gran satisfacción cómo fracasaron
supremo fin final moral, debido a la obligatoriedad de éste, a pesar aquellos ensayos y por qué tuvieron que fracasar.
de que no pueda conocerse por nosotros su posibilidad, como Dios, la libertad y la inmortalidad del alma, son los proble-
tampoco su imposibilidad. La fe (llamada así, simplemente) es mas a cuya solución apuntaban todos los pertrechos de la meta-
la confianza en lograr tm propósito, que tenemos el deber de per- física, como siendo su último y único fin. Ahora bien, se creía
seguir aunque no conozcamos la posibilidad de su realización (ni que la teoría de la libertad sólo era necesaria como condición
tampoco, en consecuencia, la de las únicas condiciones concebi- negativa para la filosofía práctica, mientras, por el contrario, la
ble para nosotros). Por consiguiente, es plenamente moral la fe teoría de Dios y de la inmortalidad del alma, perteneciente a la
que se refiere a objetos particulares que no lo son del posible saber teorética, tenía que ser expuesta por sí y separadamente para
u opinar (en el último caso, sobre todo en lo histórico, tendría que enlazar luego las dos con lo que ordena la ley moral (posible
llamarse credulidad, no fe). Es una libre aquiescencia, no a aquello solamente bajo la condición de la libertad), y obtener así una
para lo cual cabe encontrar pruebas dogmáticas para la facultad religión. Pero pronto puede comprenderse que esos ensayos tenían
de juzgar teoréticamente determinante, ni a aquello para lo cual que fracasar, puesto que a base de meros conceptos ontológicos
nos sentimos obligados, sino a aquello que admitimos con vistas a de las cosas en general o de la existencia de un ser necesario, es
una intención regida por las leyes de la libertad; pero no, como ocu- absolutamente imposible hacer de un ser originario un concepto
rre con una opinión, sin motivo suficiente, sino suficientemente fun- determinado por predicados que pueden darse en la experiencia
dada en la razón (aunque sólo con respecto a su uso práctico) para y servir, por lo tanto, para el conocimiento; pero el que se fundó
la intención de ésta, pues sin ese fundamento, el modo de pensa- en la experiencia de la idoneidad física de la naturaleza, tam-
miento moral carecería de perseverancia firme al tropezar con la poco podía, a su vez, proporcionar ninguna prueba suficiente para
intimación de la razón teorética a proporcionar pruebas (de la po- la moral y, por ende, para el conocimiento de un Dios. Y tampoco
sibilidad del objeto de la moralidad), y oscilaría entre los imperati- el conocimiento del alma podía proporcionar por expeiiencia (que
vos prácticos y las dudas teoréticas. Ser incrédulo, significa adhe- hagamos en esta vida) un concepto de su naturaleza espiritual e
rirse a la máxima de no creer en ningún testimonio, mientras que inmortal, que fuera suficiente para Ja moral. La teología y la
descreído es aquel que niega toda validez a aquellas ideas racio- pneumatologfa, a titulo de problemas para las ciencias de una razón
nales por faltarles la justificación teorética de su realidad y, por especulativa, porque su concepto es trascendente para todas nues-
lo tanto, juzga dogmáticamente. Pero un descreimiento dogmáti- tras facultades de conocimiento, no pueden reaHzarse mediante
co no puede coexistir con una máxima moral dominante en el ninguna clase de datos y predicados empíricos. La determinación
modo de pensamiento (puesto que la razón no puede ordenar de uno y otro concepto, de Dios como del alma (en cuanto a su
que se persiga un fin que no se reconoce más que como quime- inmortalidad), sólo puede hacerse mediante predicados que, aun
ra); sí, en cambio, una fe dubitativa, para la cual la falta de con- siendo posibles solamente a base de un fundamento suprasensible,
vicción apoyada en fundamentos de la razón práctica especulativa, tienen que demostrar, sin embargo, su realidad en la experiencia,
es sólo un obstáculo cuya influencia sobre la conducta puede ser
pues sólo así pueden hacer posible un conocimiento de seres to-
removida por una comprensión crítica de los límites de esta facul-
talmente suprasensibles. Pues bien, tal es el único concepto de la
tad y que proporciona, en compensación, una predominante aqui-
escencia práctica. libertad del hombre bajo leyes morales que puede hallarse en
la razón humana, junto con el fin final que la razón prescribe por
Cuando, en vez de ciertos ensayos frustrados, se quiere in-
troducu· en la filosofía otro principio, al cual se desea propor- medio de esas leyes; esos conceptos sirven para atribuir, los pri-
meros al autor de la naturaleza, y el segundo al hombre, aquellas
la razón los aprueba libremente y los acepta como si ella misma hubiese propiedades que contienen la necesaria condición para unas y
podido y debido llegar a ellos e introducirlos. otras, de suerte que precisamente de esta idea puede concluüse

318 319
la existencia y la índole de aquellos seres que de otro modo se nos
ocultal"Ían totalmente.
Por consiguiente, el motivo de haber fracasado el proyecto
de demostrar por vía puramente teorética Dios y la inmortalidad,
estriba en que por esa vía (la de los conceptos naturales) no es COMENTARIO GENERAL A LA TELEOLOGIA
posible ningún conocimiento de lo suprasensible. Que, en cambio,
prospere por la vía moral (la del concepto de libertad ), tiene el
siguiente motivo: que en este caso lo suprasensible que se toma Si lo que se pregunta es qué jerarquía tiene entre los demás
como fundamento (la libertad), no sólo proporciona materia de la filosofía el argumento moral que demuestra la existencia de
(gracias a una determinada ley de casualidad que de ello surge) Dios como mera cosa de fe para la razón prácticamente pura,
para el conocimiento de lo demás suprasensible (del fin moral y fácil será calcular toda la esfera de la filosofía cuando luego se vea
de las condiciones para que pueda realizarse), sino que, además, que en este caso no cabe elección, sino que su capacidad teorética
a título de hecho, expone su realidad en actos, pero precisamente se ve obligada a renunciru: por si misma a todas sus pretensiones
por esto no puede ofrecer otro motivo demostrativo válido si no ante una crítica imparcial.
es en el aspecto práctico (que es asimismo el único que nece~ita Toda aquiescencia tiene que b asarse, ante todo, en hechos
la religión). si no quiere ser totalmente gratuita, y la única diferencia en la
En este orden de cosas, constituirá siempre un circunstancia prueba puede consistir en si en estos hechos puede fundarse una
muy notable que de las tres ideas racionales puras: Dios, libertad aquiescencia a la consecuencia sacada de ellos con el carácter
e inmortalidad, sea la libertad el único concepto de lo suprasen- de saber para el conocimiento teorético o sólo con el de creencia
sible que demuestre su realidad objetiva en la naturaleza (me- pru:a el práctico. Todo hecho pertenece al concepto natural, que
diante la causalidad en él concebida) gracias a su efecto posible demuestra su realidad en los objetos de los sentidos, dados (o
en ella, y precisamente por ello hace posible el enlace de las otras susceptibles de serlo) antes de cualquier concepto natural, o al
dos con la naturaleza y de las tres entre sí en una religión; y concepto de libertad, que expone suficientemente su realidad me-
que, por lo tanto, tengamos en nosotros un principio capaz de diante la causalidad de la razón con respecto a ciertos efectos,
determinar la idea de lo suprasensible que hay en nosotros, y posibles según ella, del mundo de los sentidos, y que ésta postúla
con ella tambi6n la de lo suprasensible exterior a nosotros, aunque irrefutablemente en la ley moral. Ahora bien, el concepto natural
en un sentido exclusivamente práctico, cosa de que tenía que (perteneciente únicamente al conocimiento teorético) es o bien
desesperar la filosofía meramente especulativa (que tampoco po- metafísico y completamente a priori, o físico, esto es, a poste-riori
día dar de la libertad más que un concepto puramente negativo); y por necesidad concebible solamente por medio de una experien-
o sea, que el concepto de libertad (como concepto fundamental cia determinada. El concepto natural metafísico (que no requiere
de todas las leyes práctico-incondicionadas) puede ensanchar la ninguna experiencia determinada) es, en consecuencia, ontológico.
razón más allá de aquellas fronteras dentro de las cuales tendría La prueba ontológica de la existencia de Dios a base del
que quedar circunscrito sin esperanza todo concepto natural ( teo- concepto de un ser originario, es, a su vez, la que, a base de pre-
rético). dicados ontológicos, los únicos que permiten concebirlo determi-
nadamente en todos los casos, concluye la existencia absolutamente
necesaria, o, de la absoluta necesidad de la existencia de alguna
cosa, cualquiera que sea, los predicados del ser originario, puesto
que el concepto de un ser originara requiere, para que éste no sea
derivado, la necesidad absoluta de su existencia, y (para represen-
tarse ésta) la determinación completa mediante el concepto de ese
320 321
ser. Habiéndose creído que ambos requisitos se reunían en el con- tanto si lo que pedimos es un concepto teoréticamente suficiente
cepto de un ser superlativamente real, surgieron dos pruebas del ser originario con vistas a todo el conocimiento de la natura-
metafísicas. leza o uno práctico para la religión.
La prueba (llamada propiamente ontológica) que tomaba Este argumento, obtenido a base de la teleología física, es
por fundamento un concepto natural puramente metafísico, con- digno de respeto. El mismo efecto produce sobre el entendimiento
cluía del concepto del ser superlativamente real su existencia común que sobre el pensador más sutil, y Reimarus, en su obra
absolutamente necesaria, alegándose que si no existiera, le faltaría todavía insuperada, en que desarrolla ampliamente este argumento
una realidad, a saber: la existencia. La otra (llamada también con la profundidad y claridad que le distinguen, conquistó con ello
prueba metafísico-cosmológica) concluía de la necesidad dé la un mérito imperecedero. Pero ¿de qué modo logra esta prueba
existencia de cualqtúer cosa (como la que tiene que ser absolu- influir tan poderosamente sobre el espíritu, sobre todo en el juicio
tamente concedida, pues se nos da una existencia en la conciencia por la fría razón (pues su emoción y elevación por las maravillas
de nosotros mismos) la determinación completa de esa cosa como de la naturaleza pueden servir más bien de medios de sugestión),
ser superlativamente real, porque todo lo que existe tiene que determinado un asentimiento sereno que le da toda su aprobación?
estar completamente determinado, pero lo absolutamente necesalio No son los fines físicos, que llevan todos a una inteligencia ines-
(es decir, lo que nosotros hemos de conocer como tal, o sea: a crutable en la causa del mundo; en efecto, éstos son insuficientes
priori) tiene que estarlo también completamente por su concepto, para ello, porque no satisfacen la necesidad de la razón inquisi-
lo cual se encuentra sólo en el concepto de una cosa superlati- tiva, que se pregunta: ¿Para qué son todas esas cosas de arte de
vamente real. No es necesario poner al descubierto aquí el sofisma la naturaleza, para qué el hombre mismo en el cual debemos
de ambas conclusiones, cosa que hicimos ya en otro lugar; nos detenernos como último fin concebible para nosotros en la natu-
limitaremos a hacer observar que esas pruebas, aunque se hayan raleza, para qué existe toda esta naturaleza, y cuál es el fin de un
esgrimido con toda clase de sutilezas dialécticas, jamás trascendie- arte tan grande y diverso? Que hayan sido creados para ser gozados
ron de la escuela al dominio común ni tuvieron la menor influencia o contemplados, para su estudio o admiración (lo cual, de no ser
en el puro entendimiento sano. llevado más allá, se queda en goce de tipo especial) como fin final
La prueba que toma por fundamento un concepto natural de que el munqo y el hombre mismo existan, es cosa que no puede
que sólo puede ser empírico, aunque quiere ir más allá de los satisfacer a la razón, pues ésta presupone un valor personal que
límites de la naturaleza como suma de los objetos de los sentidos, sólo el hombre puede darse, como condición única en que él y su
no puede ser otra que la de los fines de la naturaleza, cuyo prin- existencia puedan ser fin final. A falta de éste (el único capaz de
cipio no puede, desde luego, darse a priori, sino por medio de la uu concepto determinado), los fines de la naturaleza no satisfacen
expeliencia, pero promete un concepto de la causa miginaria de la demanda del hombre, sobre todo porque no pueden ofrecer un
la naturaleza, tal que entre todos los que conocemos es el único concepto determinado del ser supremo como ser omnisuficiente (y
que conviene a lo suprasensible, .a saber: el de una inteligencia el único que, precisamente por esto, pueda calificarse propiamente
suprema como causa del mundo, cosa que, en efecto, esa prueba de supremo), ni de las leyes según las cuales es causa del mundo
logra plenamente también según principios de la facultad de juzgar un entendimiento 0 •
reflexionante, es decir, de acuerdo con la índole de nuesu·as facul- El hecho de que la prueba físico-teleológica convenza, aunque
tades de conocimiento (humanas). La cuestión de que todo de- al propio tiempo sea teológica, no proviene de la utilización "''4
pende es la de si a base de los mismos datos puede proporcionar
este concepto de un ser supremo, o sea: inteligente o independiente, * Así en la!> ediciones posteriores a la primera, que, en vez de "un"
con el caráct~r, también, de Dios, es decir, de autor de un mundo entendimiento, decía "su" entendimiento (referido al ser supremo), versión
por la que se pronuncian Erdmann y Windelband. (N. del T.)
sometido a leyes morales, o sea, si es capaz determinarlo suficien- ,.,. "Benutzung", corrección de Hortenstein, en vez de "Bemühung"
temente para la idea de un fin final de la existencia del mundo, (=esfuerzo) que hay en el original. (N. del T.)

322 323
de las ideas de los fines de la naturaleza como otros tantos suficientemente para una teología el concepto de ser originario
argumentos empíricos de una inteligencia suprema; lo que ocurre y llegar a la conclusión de su existencia. En consecuencia, la
es que en la conclusión se incorpora inadvertidamente el argu- prueba moral (que, evidentemente, no demuestra más que la exis-
mento moral, inherente a todo hombre y que tan íntimamente lo tencia de Dios en el aspecto práctico, pero indispensable, de la
mueve, según el cual, al ser que con tan incomprensible artificio razón) seguiría en vigor si no encontráramos en el mundo material
se revela en los fines de la naturaleza, se atribuye también un fin alguno, o sólo equívoco, para la teleología física. Se concibe que
final y, por ende, sabidw-ia (aunque a ello no le autorice la per- seres racionales que se veían rodeados de esa naturaleza que no
cepción de aquellos fines), completando, pues, arbitrariamente, revelaba ninguna huella clara de organización, sino sólo efectos
aquel argumento en lo que tiene de deficiente. Por consiguiente, de un mero mecanismo de la materia bruta, pareciéndoles que
el argumento moral es sólo lo que en realidad produce la convic- carecía de fundamento esa naturaleza y atendiendo a la mutabi-
ción, y aun ésa sólo en el aspecto moral para lo cual nos sentimos lidad de algunas formas y relaciones sólo accidentalmente idóneas,
dispuestos todos en nuestro fuero más íntimo; la prueba físico- acabaran por sacar la conclusión de un autor inteligente, con lo
teleológica, en cambio, tiene sólo el mérito de llevar el espíritu a cual no habría, entonces, motivo para una teleología física, y,
la contemplación del mundo por la senda de los fines, y, con ello, sin embargo, la razón, que no se siente inducida a ello por con-
a un autor inteligente del mundo, puesto que la referencia moral a ceptos natmales, encontraría en el concepto de libertad y en las
fines y la idea de ese legislador asimismo moral y autor del mundo, ideas morales en él fundadas, un motivo prácticamente suficiente
como concepto teológico 0 0 0 , parecen desarrollarse por si mismos para postular el concepto de un ser originario adecuado a ellas,
de aquel argumento, aunque son realmente puro añadido. esto es, a título de divinidad, y la naturaleza (aun de nuestra
Podemos seguir haciéndolo así en la exposición ordinaria, propia existencia) como fin final conforme con ella y con sus
puesto que para el entendimiento común y sano resultará por leyes, atendiendo precisamente al mandato ineludible de la razón
lo regular difícil tener que separar como heterogéneos, si esa práctica. Ahora bien, el hecho de que en el mundo real contenga
separación lo obliga a reflexionar mucho, los distintos principios para sus seres racionales abundante material para la teleología
que usa mezclados aunque en realidad únicamente por uno, y física (aun sin ser necesario), sirve de venturosa confirmación para
de modo correcto, saca conclusiones. Sin embargo, el :ll'gumento el argumento moral, siempre que la naturaleza pueda presentar
moral de la existencia de Dios, no se limita propiamente a comple- práctica. Ahora bien, el hecho de que en el mundo real contenga
tar el físico-teleológico convirtiéndolo en prueba completa, sino algo análogo a las ideas racionales (a las morales), pues con ello
que es una prueba especial que suple la falta de convicción proce- cobra suficiente realidad para la facultad de juzgar reflexionante
dente del último, que, en realidad, no puede hacer más que orien- el concepto de causa suprema dotada de inteligencia (aunque esto
tar y atraer la razón (en el juicio del fundamento de la natura- diste mucho de ser suficiente para una teología); pero no es
leza y de su orden contingente, pero admirable, que no es cono- indispensable para fundar en él la prueba moral, y ésta tampoco
cido por la experiencia) hacia la causalidad de una causa que sirve para completar aquel concepto, que de por sí no remite a la
contiene su fundamento por fines (causa que, dada la índole de moralidad, a fin de que por sucesivas conclusiones llevara a una
nuestras facultades de conocimiento, tenemos que concebir como demostración. Dos principios tan heterogéneos como naturaleza y
inteligente), haciéndola de esta suerte accesible a la prueba mo- libertad, sólo pueden dar lugar a dos modos demostrativos dife-
ral. Y es que lo requerido para este último concepto, resulta tan rentes, pues el intento de llevar la prueba a base de la naturaleza
esencialmente distinto de todo lo que pueden contener y enseñar resultaría insuficiente para lo que se pretende demostrar.
los conceptos naturales que necesita de un argumento y prueba Sería muy satisfactorio para la razón especulativa que el
especiales, totalmente distintos de los anteriores, para indicar argumento físico-tel~ológico bastara para la prueba que se busca,
puesto que así cabn a esperar que se formara una tesosofía (de-
En vez de "teológico", la P. edic. ponia "teorético". (N. del T .) nominación que habría que dar al conocimiento teorético de la

324 325
naturaleza divina y su existencia, suficiente para explicar la cons- fección se encuentra, cabe perfectamente que toda perfección se
titución del mundo y al propio tiempo la determinación de las reúna en una única causa del mundo, puesto que la razón en-
leyes morales) . Asimismo, si la psicología fuera suficiente para cuentra mayor satisfacción, teorética y prácticamente, en un prin-
llegar de esta suerte al conocimiento de la inmortalidad del alma, cipio así determinado; pero lo que no puede hacerse es ponderar
haría posible una pneumatología que seria muy bienvenida para la como demostrado por nosotros este concepto del ser originario,
razón especulativa. Pero ambas, por halagüeñas que sean para pues lo hemos adoptado solamente con vistas a un mejor uso de la
la presunción del afán de saber, no cumplen los deseos de la razón. Por consiguiente, todo lamento o impotente indignación
razón en cu;mto a la teoría que tiene que fundarse en el cono- contra la presunta maldad de poner en duda la solidez de esa
cimiento de la naturaleza de las cosas. Es muy distinta la cues- cadena de conclusiones, es vana presunción que desearia que la
tión de saber si la primera como teología y la segunda como duda francamente pronunciada contra esa argumentación, fuese
antropología, fundadas ambas en el principio moral, es decir, en tenida por duda contra la verdad sagrada y así, cubriendo con ese
el de libertad, y adecuadas, por ende, al uso práctico, no cumpli- manto aquella argumentación, disimular su poca consistencia.
rían mejor su propósito final objetivo; pero esta cuestión no tiene Por el contrario, la teleología moral, de fundamentos no
por qué ser tratada aquí más detenidamente. menos sólidos que la física, merece más bien preferencia por el
Pero el argumento físico-teleológico no basta, por consiguien- hecho de apoyarse a prior·i en principios inseparables de nuestra
te, para la teología, porque no da ni puede dar del ser originario razón, y conduce a lo que hace posible una teología, a saber: a
un concepto de terminado, sino que debe tomarlo de otra parte un concepto determinado de la causa suprema como causa del
completamente dislinta, o suplir su falta a base de un aditamento mundo según leyes morales, o sea, a una causa que satisfaga a
arbitrario. De la gran idoneidad de las formas de la naturaleza nuestro fin final moral: para ello se requiere atribuirle nada' me-
y de sus relaciones se qmere sacar la conclusión de una causa nos que la omnisciencia, la omnipotencia, la ubicuidad, etc., como
inteligente del mundo, pero ¿cuál es el grado de esa inteligencia? propiedades naturales que es preciso concebir asociadas y, por
Sin duda, no cabe presumir que el más alto grado posible, pues ende, adecuadas, al fin final moral, pudiendo obtenerse exclu-
para ello se requeriría que conociésemos que no es posible una sivamente de esta suerte el concepto de un autor único del mundo
inteligencia mayor que aquella de que tenemos pruebas en el que sirva para una teología.
mundo, y esto equivaldría a atribuirnos omnisciencia. Igualmente, De este modo, una teología conduce también directamente
de la grandeza del mundo se saca la conclusión de que su autor a la religión, es decir, al conocimiento de nuestros deberes como
tiene un poder muy grande; pero habrá que reconocer que eso mandatos divinos: porque gracias al conocimiento de nuestro deber
sólo tiene significación para nuestra facultad de concebir, y no y del fin final que en él nos es impuesto por la razón, pudo
conociendo todo lo posible para poder compararlo con la gran- obtenerse por vez primera determinadamente el concepto de Dios,
deza del mundo hasta donde la conocemos, no podemos, con tan que, por lo tanto, ya en su origen va unido inseparablemente a
pequeña medida, sacar la conclusión de )a omnipotencia del crea- la obligación con respecto a ese ser; en cambio, si el concepto del
dor, etc. Con eso no se llega a un concepto determinado de un ser originario hubiese podido encontrarse determinadamente por
ser originario, apropiado para una teología pues éste sólo puede vía sólo teorética (a saber: su concepto como mera causa de la
encontrarse en el de la totalidad de perfecciones compatibles con naturaleza), se habrfa tenido que luchar luego con grandes difi-
un entendimiento, y a eso no puede llegarse mediante meros datos cultades, y aun con la imposibilidad, para atribuir a ese ser, me-
empíricos; pero sin ese concepto determinado, no es posible llegar diante pruebas sólidas y sin aditamentos arbitrarios, una causalidad
a la conclusión de un ser originario único inteligente, sino sólo por leyes morales, sin la cual ese pretendido concepto teológico
suponerlo (para el objeto que sea). Pues bien, puede concederse no habría podido constituir la base de una religión. Aun en el
perfectamente que se proceda a añadirlo arbitrariamente (pues caso de que por esa vía teorética pudiera fundarse una religión,
nada fundado puede oponer a ello la razón), pues si tanta per- ésta sería realmente distinta en cuanto a intenciones (y en ellas

326 327
\
estriba su esencia) de aquella en que el concepto de Dios y la pero en modo alguno a lo suprasensible, si se ve que nosotros
convicción (práctica) de su existencia surgen de ideas fundamen- usamos esa teología para un conocimiento de Dios, pero no en el
tales de moralidad. En efecto, si tuviésemos que presuponer la aspecto teorético (por lo que sea en sí su naturaleza inescrutable
omnipotencia, la omnisciencia, etc. de un autor del mundo como para nosotros), sino simplemente en el práctico. Con este motivo,
conceptos que hubiésemos obtenido de otra parte, para luego para poner fin a la mala interpretación de aquella doctrina de la
limitarnos a aplicar nuestros conceptos de deberes a nuestra rela- crítica, tan necesaria, pero que también contraría al dogmático
ción con él, entonces esos conceptos tendrían que ostentar muy ciego al obligar a la razón a permanecer dentro de sus límites, voy
marcadamente la impronta de la coación y de la sumisión forzada; a añadir la aclaración que sigue.
en cambio, cuando el respeto por la ley moral nos representa con Si atribuyo fuerza motriz a un cuerpo, concibiéndolo, por
toda libertad, en virtud del precepto de nuestra propia razón, el consiguiente, mediante la categoría de la causalidad, lo reconozco
fin final de nuestra destinación, admitiremos en nuestras perspec- por ella al propio tiempo, es decir determino el concepto de
tivas morales una causa concordante con ese fin y con su ejecución, ese cuerpo como objeto mediante lo que en si (como condición
llenos de muy auténtica veneración, completamente distinta del de la posibilidad de esa relación) le corresponde como objeto de
miedo patológico, y· nos someteremos gustosamente a esa causa 0 • los sentidos, puesto que si la fuerza motriz que le atribuyo es
Si se nos pregunta por qué nos interesamos de algún módo de repulsión, corresponde a ese cuerpo (aun cuando no ponga otro
por tener una teología, se ve claramente que ésta no se necesita a su lado que la ejerza contra él) un lugar en el espacio, luego
para ensanchar o rectificar nuestro conocimiento de la naturaleza una extensión, es decir, espacio en él mismo, además ocupación
ni para cualquier teoría, sino simplemente para la religión, es decir, de éste por las fuerzas de repulsión de sus partes y, por último,
para el uso práctico, o sea: moral, de la razón en el aspecto sub- también la ley de esa ocupación (que el grado de repulsión de
jetivo. Ahora bien, si se encuentra que es moral el único argumento las últimas tiene que disminuir en la misma proporción en que
que conduce a un concepto determinado del objeto de la teología, aumenta la extensión del cuerpo y en que disminuye el espacio
no sólo no extrafiará, sino que además, en atención a lo suficiente que con esas partes ocupa el cuerpo por medio de otra fuerza) .
de la aquiescencia obtenida para el propósito final a base de esta Por el contrario, cuando me imagino un ser suprasensible como
argumentación, tampoco se pierde nada si se concede que ese el primer motor, o sea, mediante la categoría de causalidad con
argumento moral sólo para nuestra determinación moral, es decir, respecto a la misma determinación del mundo (del movimiento
en el aspecto práctico, expone suficientemente la existencia de Dios, de la materia), no tengo que imaginarlo en algún lugar del es-
y que en él ni la especulación demuestra su fuerza ni ensancha pacio, ni tampoco como extenso, ni siquiera como existente en
el alcance de su jurisdicción. También se desvanecerá el asombro el tiempo y a la vez que otros. Por consiguiente, no tengo nin-
o la presunta contradicción de la posibilidad, por nosotros soste- guna determinación que me pueda hacer comprensible la con-
nida, de una teología, teniendo presente lo que la critica de la dición de la posibilidad del movimiento mediante ese ser como
razón especulativa decía de las categorías: que éstas podían pro- fundamento. En consecuencia, mediante el predicado de la causa
ducir conocimiento aplicadas únicamente a objetos de los sentidos, (como primer motor) en sí, no lo conozco en lo más mínimo,
sino que sólo tengo la representación de un algo que contiene el
"' La admiración de la belleza tanto como la emoción provocada por fundamento de los movimientos del mundo, y la relación entre
los tan diversos fines de la naturaleza, que puede sentir un espíritu reflexivo éstos y ese algo como causa de ellos, como por lo demás, no me
antes de tener una representación clara de un autor racional del mundo, tie-
nen en si algo parecido a un sentimiento religioso. De ahí que mediante ofrece nada perteneciente a la índole de la cosa que es causa,
un juicio de esas cosas análogo al moral cuando inspiran aquella admiración deja completamente vacío el concepto de ésta. El mGJtivo de ello
que va asociada a un interés mucho mayor del que puede lograr el mero es- está en que con predicados que sólo encuentran su objeto en el
tudio teorético, parezcan influir sobre el sentimiento moral (de gratitud y de mundo de los sentidos, puedo llegar, sí, hasta la existencia de
veneración hacia la causa desconocida para nosotros) y también sobre el espi-
ritu suscitando ideas morales. algo que tiene que contener el fundamento de ese mundo, pero

328 329
no a la determinación del concepto de ese ser como ser supra- puede ser referido a un objeto suprasensible, y, en consecuencia,
sensible, concepto que repele todos esos predicados. Por lo tanto, no puede reconocerse qué sea Dios mediante una causalidad de
mediante la categoría de la causalidad, determinándola por el con- esta suerte determinada. Y lo propio ocurre con todas las cate-
cepto de un primer motor, no conozco en lo más mínimo qué gorías, que si no se aplica a objetos de experiencia posible, no
sea Dios; quizá lograría mejor resultado si fundándome en el pueden tener ninguna importancia para el conocimiento en el
orden del mundo, no me limitara a pensar. la causalidad de aspecto teorético. Pero por analogía con un entendimiento, puedo,
ese ser com.o la de una inteligencia suprema, sino que además la y hasta debo, concebir, desde luego en otro aspecto determinado,
conociera mediante esta determinación del mencionado concepto, aun un ser suprasensible, aunque sin por ello pretender recono-
porque entonces desaparecería la molesta condición del espacio cerlo teoréticamente; es el caso de cuando esta determinación de
y de la extensión. En todo caso, la gran idoneidad del mundo, su causalidad versa sobre un efecto del mundo, que encierra una
nos obliga a concebir una causa suprema para ella y para su cau- intención moralmente necesaria, pero irrealizable para seres sen-
salidad como debidas a un entendimiento; pero en modo alguno sibles, pues entonces es posible un conocimiento de Dios y de
nos autoriza eso a atribuirle ese entendimiento (como, por ejemplo, su existencia (teología) mediante propiedades y determinaciones
concebir la eternidad de Dios como existencia en todo tiempo., de su causalidad concebidas en él únicamente por analogía, co-
porque de otro modo no podemos hacernos ningún concepto de la nocimiento que tiene toda la realidad requerida en el aspecto
mera existencia como magnitud, es decir, como duración, o la om- práctico, pero sólo con respecto a éste (como moral). Por consi-
nipresencia divina como existencia en todos los lugares, para guiente, es perfectamente posible una teología ética, pues la moral
hacernos comprensible la presencia inmediata de cosas ajenas entre puede, sin teología, subsistir ciertamente con su regla, pero no
sí, sin por ello poder atribuir a Dios una de estas determinaciones con el designio final que ésta impone, sin dejar en descubierto
como algo reconocido en él). Si determino la causalidad del hom- la razón con respecto a la teología. En cambio, es imposible una
bre con respecto a ciertos productos explicables sólo mediante ética teológica (de la razón pura), porque no podrían ser mo-
una idoneidad intencional, concibiéndola como entendimiento del rales las leyes que no diera originariamente la misma razón, y
hombre, no tengo por qué detenerme ahí, antes bien puedo atri- cuya observancia obtuviera también en tanto facultad práctica
buirle este predicado como cualidad suya perfectamente conocida pura. Igualmente sería un absurdo una física teológica, porque no
y reconocerlo · por ella. En efecto, sé que a los sentidos de los expondría leyes naturales, sino decretos de una voluntad suprema;
hombres se dan intuiciones que el entendimiento coloca bajo un en cambio, podría servir, por lo menos como propedéutica para
concepto y, con ello, bajo una regla; que este concepto contiene la teología propiamente dicha, una teología física (propiamente:
sólo la nota común (prescindiendo de lo palticular) y es, pues, físico-teleológica), pues mediante la contemplación de los fines
discursivo; que las reglas para llevar propiamente a una conciencia de la naturaleza, de los cuales ofrece abundante material, da
representaciones dadas, son dadas por el entendimiento aun antes ocasión a la idea de un fin final que la naturaleza nunca puede
de esas intuiciones, etc.: o sea, que atribuyo al hombre esa propie- ofrecer; por consiguiente, aunque hagan sentir la necesidad de
dad como aquella por la cual lo reconozco. Pues bien, si quiero una teología que determine suficientemente el concepto de Dios
concebir como inteligencia un ser suprasensible (Dios), en cierto para el más elevado uso práctico de la razón, no pueden en sus
aspecto de mi uso de la razón, ese modo de proceder no sólo está pruebas obtenerlañi fundamentarla suficientemente.
permitido sino que además es inevitable; pero en modo alguno es
Hcito atribuirle entendimiento y hacerse la ilusión de poder re-
nococerlo por eso como por una propiedad suya, pues entonces
tengo que desechar todas aquellas condiciones que son las únicas
que me permiten conocer un entendimiento, y, por ende, el pre-
dicado que únicamente sirve para determinar al hombre, no

330 331
IN DICE
P.k
PREFACIO 7

INTRODUCCION

I. - De la divi.s-i6n de la filosafía . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . 11

II. - De la furisdicci6n de la filosarfía en general . . . . . . . . . . . . . . 14

III. - De la crítica de la facultad de fuzgar como miembro ·de enla-


ce que une en un todo las dos partes de la filosofía . . . . . . 17

IV. - De la facultad de fuzgar como facultad legislativa a priori . . 20

V . - El principio de la finalidad formal de la naturaleza es un prin-


cipio trascendental de la fac1dtad de juzgar . . . . . . . . . . . . . . 22

VI. - De la uni6n del sentimiento de agrado. con el concepto de fina-


lidad de la naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

VII. - De la representaci6n estética de la idoneidad de la naturaleza 30

VIII. -De la representaci6n l6gica de la idoneidad de la naturaleza 33

L'{.- De c6mo la facultad de juzgar enlaza las legisl<lciones del en-


tendimiento y de la raz6n . . .. . . .. . . . . . . . .. . . . .. . . . . . .. 36
PÁG.
CRITICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR 61
§ 12. - El juicio de gusto se basa en fundamento a priori
§ 13. -El juicio de gusto puro es ajen<A a acicates y emociones . ... . 62
Primera Parte
§ 14.- Explicación por medio de ejemplos ....... ... ...... . . .. . 63
CRITICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR EST~TICA § 15.- El juicio de gusto es totalmente independiente del concepto
de perfección .. . ....•......•...... : . . . . ...... . .... . . . . 66
§ 16.- No es puro el juicio de gusto que declara bella al juicio que
Sección Primera responda a un concepto determinado . . .... .. .......... . 68
ANALÍTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR ESTÉTICA § 17.- Del ideal de belleza . . .. .. ... . .... . . . ... . ........... . 71

Libro Pf.imero Cuarto factor del juicio de gusto, según la modalidad


del placer por los objetos
ANALÍTICA DE LO BELLO
PÁG. § 18. - Qtté puede ser la modalidad de un juicio de gusto . . . . . . . . . 76
Primer factor del juicio de gusto, según la cualidad § 19.- La -necesidtid subjetiva que atribuimos al juicio de gusto, es
condicionada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
§ El juicio de gusto es estético . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
l. - 43 § 20. - La condición de la necesidad, invocada por un juicio de gus-
§ El placer que da lugar al juicio de gusto, es ajeno a todo
2. - to, es la idea de un sentido común . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
interés ... . ... . .... . .. : . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44 § 21. - Si hay razón para presuponer un sentido común . . . . . . . . . 78
§ 3. -El placer por lo agradable va asociado a interés . . . . . . . . . 45 § 22. -La -necesidad del sentimiento universal implícito en un juicio
§ 4. - El placer por la. bueno va asociado a interés . . . . . . . . . . . 47 de gusto, es tma necesidad subjetiva, representada como obje-
tiva partiendo de la hipótesis de un sentido común ... ; . . . . . 79
§ 5.- Comparación de las tres clases específicamente diferentes . . 49
Comentario general a la Sección Primera de la Analítica . . . . . . . . . . 81

Segundo factor del juicio de gusto: el relativo a su cantidad


Libro Segundo
§ 6. - Lo bello es lo que, sin conceptos, se rep·resenta como objeto de
un placer universal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 ANALÍTICA DE LO SUBLIME
§ 7. - Comparación de lo bello con lo agradable y bueno atendien-
do a esta últ·ima nota .. . .. . .. .. ·.... . . . . . . . . . . . . . . . . . 52 § 23.- Paso de la facultad de juzgar lo bella a la de lo sublime 85
§ 8. - ~n. un juicio de gusto, la universidad del placer se representa § 24. - De la división de una inoestigaci6n del sentimie-nto de lo su-
umcamente como subjetiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 blime . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
§ 9. -lnveStigaci6n de la cuestión de si en el juicio de gusto el sen-
timiento de agrado precede al juicio del objeto o éste a aquél 56 A. DE LO SUBLIME MATEMÁTICO

T ercer factor de los juicios de gusto: según In relación de


§ 25. - Definición nominal de lo sublime . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
los fines que en ello se tienen presentes § ~6. -De la estimación de magnitudes de las cosas naturales reque-
rida para la vida de lo sublime . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
§ 10. - De la finalidad eri general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 § 27.- De la cualidad del placer en el juicio de lo sublime . . . . . . 99
§ 11. - El juicio de gusto no tiene por fundamento más que la forma
de la finalidad de un objeto (o del modo de representaci6n
de ese Glbjeto) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

334 335
PÁG. P ÁG.

B. DE LO DINÁMICAMENTE SUBLIME DE LA NATURALEZA § 51. - De la dimión de las bellas artes 165


§ 52. -De la unión de las bellas artes en un mismo producto .. . . . . 170
§ 28. - De la naturaleza como potencia . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . 102 § 53. -Comparación entre los valores estéticos de las distintas bellas
§ 29. - De la modaliMd del juicio sobre lo sublime de la fUJturaleza 107 artes ............................................... . 171
Comentario general sobre la exposición de los juicios reflexionantes § 54. -Comentario .......................................... . 176
estéticos .... , . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

DEDUCCIÓN DE LOS JUICIOS ESTÉTICOS PUROS Sección Segunda

§ 30. - La deducción de los fuicios estéticos sobre los obfetos de la DE LA CRÍTICA DE LA FACULTAD DE JUZCA.R ESri:nCA
natttraleza no debe orientarse a lo que en estos obfetos cali- DIALÉcTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR ESTÉTICA
ficamos de sublime, sino sólo a lo bello . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
§ 31.- Del método de la deducción de los juicios de gusto . . . . . . . 124 §55.-···· · · ·· ·· · ········································ .. 183
§ 32. -Primera característica del fuicio de gusto . . . . . . . . . . . . . . . 126 § 56. - Representación de la antinomia del g11st01 ............ ... . . 184
§ 33. - Segunda caracterfstica del juicio de gusto . . . . . . . . . . . . . . . 128 § 57.- Solución de la antinomia del gusto .................. . . 185
§ 34.- No es posible ningún principio objetivo del gusto . . . • . . . . . 129 Comentario I ...... . ... . .. . . . ........ . ............... . .... .. . 188
§ 35. - El principio del gusto es el príncipi01 subfetivo de la propia Comentario II .............. . . . . t . . . ............... ... .. .... . 190
facultad de juzgar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • 130 § 58. -Del idealismo de la idoneidad tanto de la naturaleza como
§ 36. - Del problema de una dedttcción de los juicios de gusto . . . . 132 del arte, como principio único de la facultad de juzgar es-
§ 37. -1<?u.é se sostiene propiamente a priori de un objeto en un
tética . ...... .. ................•....... . . . ............ 192
fUICIO de gusto? ........ . .....•... . .............. . .. , . . 133 § 59. - De la belleza como símbolGI de la moralidad ............. . 197
§ 38. - Deducción de los juicios de gusto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134 § 60. -Apéndice. De la metodologta del gusto ........•........ 201
Comentario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
§ 39. - De la comunicabilidad de una sensación . . . . . . . . . . . . . . . . . 136
§ 40. - Del gusto como una especie de sensus communis . . . . . . . . . . . 137 Segunda Parte
§ 41. - Del interés empírico por lo bello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141 DE LA CRÍnCA DE LA FACULTAD DE JUZCAR
§ 42.- Del interés intelectual por lo bello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 CRÍTICA DE LA FACULTAD DE JUZCAR TELEOLÓCICA
§ 43.- Del arte en general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
§ 61. - De la idoneidad obfetiva de la naturaleza 203
§ 44. - Del arte beUo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
§ 45. - El arte bello es arte en cuanto al propio tiempo parece ser
natttraleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151 Sección Primera
§ 46. -El arte bello es arte del genio • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
.ANALÍTICA DE LA FACULTAD DE •. JV ZGAR TELEOLÓCICA
§ 47. - Dilttcídaci6n y confirmación de la anterior definición del
genio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 § 62.- De l.a idoneidad objetiva formal a diferencia de la material 206
§ 48. - De la relación del genio c01n el gusto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155 § 63.- De la idoneidad relativa de la 11aturaleza a diferencia de la
§ 49.- De las facultades del espíritu que constituyen el genio . . . . 158 intrínseca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
§ 50.- De la unión del gusto con el genio en los productos del arte § 64. - Del carácter peculiar de las cosas como fines naturales 213
bello . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164 § 65. - Las cosas, como fines naturales, son seres crrganizados 216

336 337
\
PÁG. PÁG.

§ 66. - Del principio para juzgar la idoneidad intrínseca de los seres § 83.- Del fin último de la naturaleza como sistema teleológico 274
·arganizados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220 § 84. -Del final de la existencia de un mundo, es decir, de la creación
§ 67.- Del principio del juicio teleológico de la naturaleza en ge- misma ................. . ...... ... . .. ...... . . ....... .. 279
neral como sistema de fines . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221 § 85. - De la teología física . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281
§ 68. -Del principio de la teleología como principio intr·ínsecCI de la
ciencia natt1ral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225 § 86.- De la teología ética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287
Comentario .... . ...................... : . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291
Sección Segunda § 87. -De la demostración moral de la existencia de Dios . . . . . . . . . 292
§ 88. - Limitación de la 1>alidez de la prueba maral . . . . . . . . . . . . . . 298
DIALÉCTICA DE LA FACULTAD DE JUZGAR TELEOLÓGICA
Comentario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
§ 69. - Qué sea una antinomia de la facultad de juzgar . . . . . . . . . . . 229 § 89. -De lo útil del argumento maral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305
§ 70. - Representación de esta antinomia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230 § 90. -De la clase de aquiescencia en una pTueba teleológica de la
§ 71. - Preparación para resolwr la anterior antinomia . . . . . . . . . . . . 232 existencia de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307
§ 72. - De los diversos sistemas sobre la idoneidad de la naturaleza 234 § 91.- Del modo de aquiescencia lograble por medio de una fe prác-
§ 73. -Ninguno de los sistemas antel'iares logra lo que pretende . . 236 tica ... .. .•.. .. .. ...... .. .. .. .. .. .. .. .... ..... ... .... 313
§ 74. - La causa de la imposibilidad de tratar dogmáticamente el con,. Comentario general. La teleología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321
cepto de una técnica de la naturaleza, es la inexplicabilidad de
un fin natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
§ 75. - El cancepto de una idaneidad obfetiva de la naturaleza es
un principio crítico de la razón para la facultad de juzgar
especula-ti-va . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
§ 76. - Comentario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
§ 77.- De la peculiaridad del entendimiento humano, gracias a la
cual es posible para· nosotros el canceptCI de un fin natural 249
§ 78. -De la unión del principio del mecanismo universal de la ma-
teria can la técnica de la naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255

APÉNDICE

METODOLOCfA DE LA FACULTAD DE JUZGAR TELEOLÓGICA

§ 79. - Si la teleqJogía debe tratarse como perteneciente a la teoría


de la naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261
§ 80. -De la necesaria subardinación del principio del mecanismo
al teleológico en la explicación de una cosa como fin natural 262
§ 81.- De la asociación del mecanismo al principio teleológico para la
explicación de un fin de la naturaleza camo producto natural 267
§ 82. - Del sistema teleológico en las relacianes exteriares de loo seres
organizados . ........ . .. . ........... . . .. ...... . ........ . 270

338 339

También podría gustarte