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EL SECRETO DE ATHEL LOREN

ESCRITO POR EL ERRANTE


La bruma matinal se levantaba, dejando entrever en sus resquicios las primeras luces
del sol. La tierra, aun fresca, hacia despertar la vida que contenía en su interior.
Hermoso, pensó Elwin. Siempre lo había sido. Así era este bosque. Hasta la más
pequeña hoja podía ser bella, pero el árbol siempre predominaba, guardando el
equilibrio.

Elwin rastreó con la mirada la espesura, en busca de un lugar más despejado. Andó
unos pasos, hasta encontrar lo que buscaba. Tumbado, escuchó los sonidos del bosque
que le traía el suelo. Podía notar una perturbación, como gemía la hojarasca ante pisadas
hostiles.

El elfo meditó en silencio. Debía avisar a sus hermanos de la posible amenaza. Elwin,
guardián de Athel Loren avanzó con agilidad entre las ramas. Primero averiguaría el
origen del peligro antes de que este se ocultara o desapareciese.

El ambiente estaba tenso, eso era algo que podía sentir. Cuanto más se acercaba, más
profunda era la oscuridad de los árboles, y mayor el silencio que los envolvía. Dentro de
Loren había zonas oscuras, zonas en las que sus moradores evitaban entrar. Pero Elwin
desconocía la existencia de maldad en esta parte del bosque. Sus manos agarraron el
arco con firmeza. Nunca le había gustado enfrentarse a lo desconocido.

El elfo avanzó sin ni siquiera plantearse el tener miedo. Había jurado defender este
lugar con su vida. Aquí estaba todo lo que siempre había amado. Elwin era viejo,
incluso para los de su raza. Sus ojos habían visto catástrofes, guerras y muerte. Su
manos habían guiado flechas en defensa de estos robles durante muchas generaciones de
los hombres. Una y otra vez la tierra era desolada por hordas de orcos, bestias y
humanos. Pero siempre volvía a resurgir, y de las cenizas crecía una belleza superior a
la que jamás podría haber imaginado. Pues para él, nada en este mundo era mas
hermoso que el rocío de la mañana sobre las hojas de los árboles. Podía pasear bajo los
susurros del viento, o perseguir por frondosas sendas a sus enemigos. Daba igual, pues
siempre se sentía parte de algo tan bello como complejo.

Elwin se detuvo, sigiloso y expectante. Un par de pasos más adelante, la maraña de


ramas desaparecía de repente, formando un claro en mitad de la nada. La anterior
tranquilidad y armonía pasó a convertirse en una fuerte incomodidad. El elfo se
acurrucó, y espió entre la maleza. Dos enormes estatuas se alzaban en el centro de aquel
extraño lugar. Las moles de piedra esculpida representaban dos minotauros, firmes, con
el hacha presta en sus fuertes manos. Y entre ambas, un negro altar de obsidiana.

Elwin contuvo el aliento. Un cosquilleo recorrió su nuca. No estaba solo. Un hombre,


acompañado de un grupo de tuskgors entró en el claro. Elwin se sorprendió. Pese a su
condición de humano, aquel hombre parecía mandar a aquellas bestias. Con un breve
gesto, les ordenó colocarse en circulo, mientras extendía un lienzo rojo sobre la
superficie de obsidiana.
El elfo observó con atención al hombre. Su edad era indeterminada, la de un hombre
mayor que ha perdido la cuenta de sus días. Su rostro enjuto, y su delgado cuerpo,
contrastaban con la seguridad que mostraba en su labor. Elwin no dudó donde residía su
fuerza. Solo un hechicero poderoso podía intentar controlar a esas bestias.

Elwin acarició lentamente el plumón de una de sus flechas. Un disparo certero podía
atravesar a aquel hombre, sin darle tiempo a reaccionar. Pero el elfo no disparó.
Empezaba a sentir verdadera curiosidad por saber que les había traído al bosque.

Los tuskgors resoplaban intranquilos, dirigiendo miradas hoscas a todo lo que les
rodeaba. El hechicero prosiguió imperturbable, realizando su extraño ritual bajo la
furtiva mirada de Elwin. Tras entonar unos cánticos, el hechicero extrajo una copa
dorada de su túnica, depositándola sobre el lienzo rojo. En la mano izquierda aferraba
un gorrión silvestre, que aleteaba desesperado. Con el cuchillo que portaba en la diestra,
lo desgajó, vertiendo su sangre en la copa. El hechicero continuó sus letanías.
Lentamente, vació el contenido de la copa en su garganta. Tras unos instantes de
silencio, una perturbación pareció recorrer todo el bosque. La luminosidad menguó
hasta casi desaparecer, y un súbito temblor recorrió los cimientos de la tierra.

Elwin tensó y disparó, pero ya era demasiado tarde. Como una saeta de luz, la flecha
estalló en ráfagas ardientes. Los tuskgor gimieron, y se abalanzaron hacia su escondite.
Pero un mandato les detuvo.

El hombre apareció, pero ya no como hechicero, si no como una figura que se escapaba
a toda comprensión. Habló, y su voz sonó como el aullido del viento y el retumbar del
trueno en la tormenta. Sus palabras penetraron en la mente de Elwin como la hoja de un
cuchillo.

- “Escucha y observa, maldito elfo, pues todo lo que conoces como hogar se extinguirá
para siempre. Tu conoces el secreto de Athel Loren. De la parte más pequeña hasta el
más inmenso árbol, el poder de todo el bosque se esconde en cada una de las partes que
lo forman. Hoy comenzará una nueva etapa, y tú, Elwin El Guardián, estarás para
contemplarla. Delante de tus ojos todo se consumirá y arderá. Solo quedara el Caos y la
oscuridad."

Las lágrimas surcaron el rostro de Elwin. Sus ojos sin parpados observaron impotentes
como todo el claro era devastado. El altar estalló, y entre las dos estatuas se formo un
agujero sin fondo, una desolación sin rostro. Y de su interior, bajo el retumbar de un
inmenso tambor, comenzaron a surgir los demonios, deleitándose de placer al absorber
y consumir la vida que les rodeaba.

De rodillas e inmóvil, el elfo sucumbió. Pero su alma quedo atrapada eternamente,


condenada a observar la destrucción de todo lo que amaba. De su hogar.

Y llegó el final.

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