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No procesó la información en el momento. Su agobio personal


pasaba factura.

– Sí. Mira la parte de atrás del libro, tiene unas alitas amarillas
y el nombre de la empresa. Vuela o algo así. – señalaba la
contratapa con su dedo índice.

Mara le comentaba que Sam se había sentido mal pero que


Maca la había “curado” con una infusión.

– Decía viernes en lugar de vienes, mami, yo le explicaba pero


le cuesta aprender español. Maca me dijo que le va a poner un
profesor para que le enseñe y la abu pensó que el hijo de la señora
del tercero, que es maestro, le podría enseñar.

–¿La señora del tercero?

– Sí, ¿te acuerdas de Eduardo, que me ayudaba con las tareas


de inglés?

– Claro, Eduardo, el hijo de Merche, ¡no me acordaba de él!


Podría ayudar a Candela con sus exámenes de inglés. – pensaba en
voz alta.

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– ¿Candela va a estudiar inglés?

– Síiiii. – sonreía – Si da bien un examen, podría ser tu


compañerita en el cole.

– ¡Oh! Yo también la ayudo mami. ¡Quiero que venga a mi


cole!

– Vale. – Esther se daba cuenta que había hablado de más,


Nadia todavía no le había comentado a la niña – Pero mira, no
tendría que haberte contado porque Nadia no habló aún con
Candela, no le ha preguntado si quiere cambiar de escuela y si
quiere estudiar inglés. – cogía la mano de su hija – Por favor, no le
comentes nada hasta que Nadia le pregunte.

– No le digo mami, pero Candela quiere venir a mi cole, no le


gusta rezar tanto tiempo. – negaba con la cabeza mientras cerraba
los ojos y ponía cara de desagrado.

Esther sonreía y abrazaba a su hija, besándola en la cabeza.


¡Qué fácil era ser la madre de su Mara! Era cuestión de explicarle
las cosas y siempre estaba dispuesta a razonar, a escuchar y no
había ni pataletas ni caprichos.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Maca entró en su habitación después de apagar las luces de


la sala. Pedro estaba profundamente dormido en su cuna, Sam
estaba ya en la cama, intentando leer un libro de Harry Potter en
español que Maca le había dado.

– ¿Muy difícil? ¿Entiendes algo?

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– Yo leyó inglés dos. Uh difícil.

– Trata de recordar el texto en inglés, a ver si vas asociando las


palabras y entendiendo. – se sentaba a su lado – Mañana Encarna le
va a hablar a ese maestro que vive en el edificio de su hija.

– Maestro, sí, yo necesita. – bajaba el libro y la miraba


sonriente a la comandante.

– ¿Te sientes bien ahora? – levantaba su mano al rostro de


Sam y la acariciaba.

– Mucho bien.

– Vale.

– ¿Vienes cama?

– Sí. – sonreía recordando cómo se había empeñado la niña en


enseñarle ese "vienes", al fin no decía "viernes" – Voy al baño a
ponerme el pijama y vengo a dormir. Mañana vamos a ver los
colores de pintura para nuestras habitaciones.

– ¿Pedro vienes?

– ¡Claro! A nuestro niño le gusta pasear, ¿no?

– Mucho gusto, mucho. – sonreía – ¿Tú avión?

– El miércoles, vuelvo el viernes. Mañana a la tarde vendrá la


señora que te va a ayudar con Pedro.

– ¿Amiga Julia?

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– Sí, dice que es muy maja y tiene hijos grandes, le gustan los
críos, os vais a llevar muy bien. – le dejaba un beso en la mejilla y
se levantaba para ir a buscar su pijama al ropero.

– Maca.

– Dime. – abría el cajón y sacaba su pijama.

– Pedir maleta Almunnena, tú necesitar.

Maca bajaba la vista y suspiraba. Cerraba el cajón.

– Sí, se la voy a pedir apenas llegue a Palma.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

A las tres de la mañana su subconsciente hizo “click”. Se


despertó sobresaltada, como de una pesadilla. No entendía el
sueño, la comandante le reclamaba algo, discutían, se iban de
manos y se miraban con odio. Pero dentro de su cuerpo sentía su
sangre hervir. Y de pronto algo había sucedido, se despertaba en su
cama desnuda y esa comandante, también desnuda, abrazada a
ella, cobijándola con un cariño caliente que le encantaba.

–¡Mierda!

Se sentaba en la cama y buscaba la perilla de la lámpara en


su mesita de noche. La encendía, miraba el visor luminoso de la
radio-reloj. Las tres y cuarto de la mañana.

– ¡¡El logo de Volare!! ¡¡La compañía de aviación!!

Necesitaba tomar agua. Hervía de calor, estaba empapada en


su transpiración. Se quitaba la camiseta del pijama y cogía el vaso

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de agua sobre la mesita de luz. Se lo tomaba y casi se ahogaba,
tosía, unos segundos, al final recuperaba la respiración normal.

– Maca... a las Macarena se las llama Maca. ¡No puede ser!

Comenzaba a temblar. Por el frío, no era para estar desnuda


de cintura para arriba a pesar de la calefacción en la casa. Pero
también por lo que su mente veía con claridad.

– Su esposa es americana y se llama Sam. Sam, Samantha. Y


tienen un hijo, Pedro. ¡¡Es la comandante!! ¡¡Maca es la
comandante Fernández!!

Más temblor. Porque no era sólo el frío y el descubrimiento,


sino ese sueño húmedo, caliente que había tenido. Se levantó y fue
hasta el ropero, abrió un cajón y sacó un pijama limpio, se cambió,
volvió urgente a la cama, necesitaba algo caliente ahora, estaba
helada.

– Si voy a la cocina por un té o un café, mi madre se levanta a


ver qué pasa, tiene un radar en la oreja. Ya ha estado muy
preguntona, mejor me trato de calentar en la cama.

Se metía entre las mantas, se tapaba hasta el cuello y se


quedaba mirando el techo con la luz prendida. Mascullaba ideas y
rabia.

–Con los millones de personas que vivimos en Madrid, ¡¡esta


mujer justo vive cerca de casa y se encuentra en el parque con mi
hija!! ¡¡Y se hacen súper amigas!! ¡¡No puede ser tanta casualidad,
joder!!

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.-.-.-.-.-.-.-.-

De nuevo las gafas oscuras. Los “buenos días” aquí y allí,


caminaba por el pasillo, le dolía horrores la cabeza. Apenas había
dormido después del “descubrimiento”. Su madre ya le había hecho
un tercer grado en el desayuno, ni doña Encarna ni Carmen se
creyeron el “problema digestivo”, a pesar que le hicieron tomar una
tisana especial para el estómago y le indicaron todo lo que no debía
comer ni tomar.

– ¿Otro ataque de hígado? – pensaba Teresa – Buenos días,


Esther.

– Hola Adela. ¿Alguna novedad? – caminaban por el pasillo


hacia el despacho.

– Sandemetrio.

– Y Mafalda. – sonrisa lacónica – Déjame adivinar. Se fugó con


una perrita. – llegaban a su despacho.

– No, algo más trivial, por llamarlo de alguna manera.


Cagadera y vómitos.

– ¿Sandemetrio?

– No, Mafalda. Anoche Sandemetrio cocinó lentejas con chorizo


y como el psicólogo le dijo eso de la proyección, compartió con el
perro un plato de lentejas. – suspiraba.

– Ay. ¿Lo llevó al veterinario?

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– Lo puso a dieta, pero estaba esperando al canguro de
perros.

– ¿Hay canguro de perros? – incrédula.

– Parece. Así que lo siente mucho, pero llega más tarde.

– Vale. – ponía la mano sobre el pomo de la puerta – Eh, ¿me


buscas en la caja fuerte los pasaportes y los datos del caso Volare?

– Vale. Supongo que con ese ataque de hígado, café hoy no.
¿Té con limón?

–Sí. Eh, ¿puede ser mejor una tila?

-.-.-.-.-.-.-.-

– Uh, ¡qué rico se ve eso! – vestida con pijama y bata, ojos de


recién levantada y cara de mucho sueño, mirando la mesa de la
cocina con tostadas, huevos revueltos, café, leche, mermelada y
mantequilla.

– Hola. – ayudaba a Pedro con su taza de leche, que tenía


tapa y una especie de sorbete; sonreía a la letrada.

– Buen día, Sam. – le dejaba un beso en la cabeza – Buen día,


muchachito. – lo mismo con el niño – ¡Qué raro que ya estés
comiendo!

– Mucho hambriento Pedro.

– Tú tienes que imitarlo, Sam. Tienes que comer mucho


también, como dijo Fernando.

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– Anda, siéntate abogada, que te sirvo un buen desayuno.
¿Llegaste de madrugada anoche? – le daba un beso en la mejilla a
su amiga – ¿Tienes que reponer muchas fuerzas?

– Uh, terminó tardísimo la obra y nos quedamos charlando


largo rato después de la cena. ¡Yo quiero esos huevos revueltos! Se
ven ricos.

– Ya te los preparo. Sam, come tus huevos y deja a Pedro con


su taza.

– Cae suelo.

– Sin excusas, ¡te los comes ya!

Sonaba el móvil de Maca y lo sacaba del bolsillo de su


pantalón. Miraba la pantalla.

– Hola Pili. [..…] – Julia estaba untando una tostada con


mantequilla y al escuchar el nombre levantaba la vista y miraba a
Maca – Sí, ya sé que hoy declaras en el juzgado. [.…] – Julia, con la
tostada en la mano, la miraba esperando saber para qué la llamaba
la azafata, Sam notaba el gesto de la letrada y miraba también a
Maca – ¿Hoy, antes de tu declaración en el juzgado? ¿Para qué?

-.-.-.-.-.-.-.-.

Releía el papel que la letrada Navarro había entregado.


Esperaba que Nadia contestara su móvil. Era la tercera vez que la
llamaba y sonaba y sonaba hasta que atendía el contestador.

– ¡Hoxtia!

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Le enviaba ahora un mensaje por el bíper del servicio policial.

– Ufff, qué raro que no conteste su móvil. Ya debe haber


dejado a Candela en el cole.

Unos minutos después, al mismo tiempo que entraba Adela


con una tila, sonaba su extensión telefónica del juzgado.

– Hola. [....] No contestas tu móvil. [....] ¡¡¿En el váter?!! Ay.


[.....] ¿Cuándo te entregan el nuevo? [.....] ¿Secar el chip?, ¿para
qué? [.....] Ah, la agenda de teléfonos, claro. [....] Gracias, Adela.

– Llegó Sandemetrio, ya viene. – Adela murmuraba y se iba del


despacho silenciosa, pero con la oreja bien parada tratando de
dilucidar el tema de conversación.

– Con Adela, me trajo una tila. [.....] Por este teléfono no, ¿a
qué hora te puedes venir? [.....] Ah. Vale. [.....] A las once el copiloto
Guastavino y a la una la azafata Gómez. [.....] No puedo, te lo digo
en persona. Hasta ahora.

En ese mismo momento Adela terminaba de cerrar la puerta


lenta y silenciosamente.

– Jmmm. El marido de nuevo, ¿qué le habrá hecho ahora ese


imbécil?

-.-.-.-.-.-.-.-.-

Magdalena, “llamadme Magda, me gusta más ”, era una mujer


robusta, de estatura mediana tirando a baja, una sonrisa gentil y el
rostro cruzado por muchos dolores y penurias. La primera impresión
fue inmejorable para Maca y también para Sam, que le regaló una

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espléndida sonrisa al escucharla. Tenía razón Julia, “ trasmite
seguridad y confianza”. A punto de cumplir sesenta, con una
historia de marido golpeador del que la había “ salvado” Julia en sus
primeras actuaciones como abogada novel, había cargado con la
crianza de tres varones que hoy eran ya mozos y “ gente
trabajadora y de bien”, como contaba orgullosa la mujer.

Se quedaría en la casa cuatro días por semana, coincidente


con los vuelos de Maca. Acomodaría sus cosas en el trastero y
dormiría en el sofá de la sala, apenas estuvieran terminadas las
refacciones en el piso superior tendría a su disposición una
habitación pequeña pero confortable. Ayudaría con las tareas
domésticas, pero su función central era atender a Sam y a Pedro,
seguir la rutina diaria de parque y paseos.

– ¿Qué le parece? – mostrándole su futura habitación.

– ¡Qué bonita! – cargaba a Pedro en brazos, que rápidamente


se había hecho “amigo” de la mujer.

– Tiene pintar. – aclaraba Samantha.

– El color que le apetezca Magda, vamos a ir a elegirlos en un


rato.

– ¿Yo lo elijo?

– ¡Claro! Va a ser su habitación, tiene que sentirse a gusto.

– ¿Qué color te gusta a ti, bonito? Ay, ¡qué niño más majo! – le
hacía cosquillas en la tripa y Pedro reía con ganas.

– Gusta Pedro, Maca. – le murmuraba a la piloto.

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– Sí, ya veo sweetie. – complacida.

-.-.-.-.-.-.-.-

El primer interrogatorio era a las once. Cinco minutos antes


de la hora, Adela entraba al despacho de la jueza a avisar de la
llegada del copiloto y la letrada. Esther y Sandemetrio repasaban el
cuestionario.

– Ya están aquí. – se asomaba al estudio.

– ¿Qué tal el copiloto? De la letrada ya sabemos que es la


delantera de la Roja campeona. – Sandemetrio.

– Ah. – suspiro con alma y vida – Decir que es guapo es poco.

Esther y Sandemetrio se miraban ante la expresión de la


mujer y especialmente por las chiribitas que despedían sus ojos.

– Eh, diles que pasen en dos minutos, ¿vale?

– Vale. – cerraba la puerta.

Para entonces Sandemetrio ya había cogido los pasaportes


que estaban en un sobre a un costado del escritorio de la jueza y
buscaba el del copiloto. Lo abría.

– No me parece para tanto. Tiene una nariz aguileña enorme.

– No me fijé antes, a ver.

Sandemetrio le pasaba el pasaporte y ahí Esther caía en la


cuenta que conocía al hombre.

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– El que bajó al portal con las niñas, mi madre y Carmen
cuando las pasamos a buscar. ¡Joder!

– No es muy guapo, ¿no?

– ¿Eh? – levantaba la vista y miraba al secretario, aún perdida


en sus divagaciones mentales.

-.-.-.-.-.-.-.-.-

– Hola. – se detenía frente a la mesa donde estaba sentada la


azafata.

– ¡Venga! No pensé que te traerías a toda la familia. – con una


mueca de desagrado mientras señalaba con su cabeza la mesa
donde Maca había dejado a Sam, Pedro y Magda – ¿Quién es la
mujer esa?

– La asistenta de Sam y Pedro. – se sentaba frente a Pilar.

– No era necesario que los trajeras para que me dé cuenta


que estás casada y que tienes una familia, Maca.

– No lo hice con esa intención. Fuimos a la tienda de pinturas


y no hice a tiempo de llevarlos de vuelta a casa.

– Pensé que podríamos hablar tranquilas, a solas. – bajaba la


vista a la taza de café, contrariada.

– Pili, podemos hablar con ellos allí, no nos van a interrumpir.

– Vale. – levantaba la cabeza y la miraba con dureza a los ojos


– Ya veo que conmigo todo te da igual.

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– Por favor no empieces con reclamos, yo creo que quedó en
claro nuestra situación. – con tono de hartazgo.

– Muy clara, tú decidiste y ya está.

– Pili, ¿qué querías conversar? – suspiraba y trataba de llegar


al meollo de lo que la mujer quería.

El camarero llegaba a tomar la orden de Maca.

– Un capuchino, por favor.

Cuando el hombre se iba.

– Me citaron como testigo en el Juzgado en dos horas.

– Lo sé.

– Cuando me pregunten por la maleta, ¿qué crees que voy a


decir?

– Supongo que la verdad. – fruncía los labios y elevaba los


hombros.

– ¿Que esa maleta es tuya, quizás?

El camarero ponía el capuchino de Maca en la mesa cuando la


comandante estaba a punto de decir un taco en voz alta. La piloto
se sofrenó a tiempo.

.-.-.-.-.-.-.-.-

La foto del pasaporte no le hacía justicia, se veía bastante más


guapo en persona. Alto, elegante, el uniforme de piloto le sentaba
muy bien y tenía un aire bonachón en su sonrisa sin estridencias.

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– Es el chico de la delantera campeona. – le murmuraba
Sandemetrio en el oído sutilmente.

¡Hoxtia! Tenía razón, por eso estaba en el piso de la


comandante, la abogada vivía con la letrada y este hombre sería su
pareja. ¿Cómo pescaba Sandemetrio todo al vuelo, con apenas una
entrada, una sonrisa y nada más?

Saludó Julia, saludó Guastavino, respondieron a sus saludos,


invitación a tomar asiento. Guastavino achinaba los ojos y miraba a
la jueza en forma rara. Del otro lado, Esther le sostenía la mirada,
¿la habría reconocido?

– Juan, ¿pasa algo? – le susurraba.

– Yo a esta mujer la tengo vista de algún lado.

– ¿Has venido antes a este juzgado?

– Nunca. No recuerdo de dónde.

– ¿Les parece que comencemos? – interrumpía el cuchicheo.

– Sí, señoría. Disculpe. – se disculpaba Julia.

– Señor Guastavino, vamos a comenzar por el cadáver que


apareció en el avión.

Esther repetía las mismas preguntas que le había hecho al


comisario de abordo y a la azafata. Las respuestas eran las que
habían supuesto de antemano, ninguna información, no lo había
visto hasta que llegó la policía, la comandante había hecho sellar la
puerta de acceso al baño apenas fue a constatar lo que le decía el

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comandante de abordo López. No había habido ninguna
anormalidad con los pasajeros, un vuelo tranquilo, todo lo que decía
el reporte que habían entregado a la compañía.

– Sobre la maleta... – levantaba la vista de la hoja de papel en


el escritorio y le echaba una mirada directa, inquisidora – ¿es suya?

– ¿Cuál maleta?

– La que contenía el cargamento de droga.

– No. – le sostenía la mirada y hablaba con seguridad – La mía


es la que contenía mi ropa y que la policía revisó.

– ¿Recibió usted de la compañía una maleta nueva el año


pasado?

– Sí.

– ¿Por qué no la usa y sigue con esta maleta vieja que


contenía sus efectos personales? – levantaba una foto con su mano
derecha y se la mostraba sin quitar sus ojos de él.

– ¡Qué buena es! Parece un polígrafo humano. – Sandemetrio


babeaba admirado por la forma de preguntar de la jueza.

– No creo que esté tan vieja, todavía se puede seguir usando.


– levantaba los hombros.

– O quizás sea porque la otra maleta ya no está en su poder.


¿Tiene la maleta nueva, señor Guastavino?

Guastavino la miraba y se tomaba unos segundos para


responder. Julia y Maca ya le habían dicho que no iban a aceptar

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que le diera su maleta, que sería pasarle el problema a él, que
probablemente la jueza le preguntara esto mismo. Pero el hombre
no había quedado convencido.

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